Está en la página 1de 18

DIPLOMADO VIRTUAL

HUMANIZACIÓN DE LA
ATENCIÓN EN SALUD

SEMANA DOS
Dr. Diego Correa S.

Los cambios económicos, políticos, sociales y culturales de los últimos años han
modificado el modo de percibir, entender y afrontar los procesos relacionados con
la salud y la enfermedad. Las regulaciones en el sistema de salud, regulado por el
mercado financiero y el sistema de aseguramiento, con propósitos de consolidación
económica; y el interés por priorizar estrategias administrativas, adquirir tecnología
y desarrollar competitividad, son algunas de las cuestiones que han opacado el nivel
de las relaciones humanas, que constituye las dinámicas en las cuales se desarrolla
la cotidianeidad de la atención en salud.
Este contexto resulta inquietante, ante una realidad sobre diagnosticada desde hace
muchos años, que hoy reclama atención urgente, dadas las evidencias cada vez
más contundentes de vivir la enfermedad y la hospitalización en un marco de dolor,
sufrimiento, falta de equidad, soledad e indiferencia. Puede resultar contradictorio
que en un panorama de grandes avances científicos en la medicina y la aparición
de la tecnología de punta aplicada a la salud, la persona con enfermedad se perciba
ansiosa y desprotegida ante las personas e instituciones corresponsables del
cuidado de su salud.
En general la humanización de la salud apunta al objetivo central de orientar la
actuación en el mundo de la salud hacia el servicio de la persona enferma,
considerándolo en su globalidad personal y tratando de ofrecerle una asistencia
integral con calidez, que responda a las dimensiones psicológica, biológica, social
y espiritual (Bernal, 2001; Brusco, 2003; Camilos, 2002 ; Franco, 1999). Humanizar
una realidad significa hacerla digna de la persona humana, es decir, coherente con
los valores peculiares e inalienables del ser humano (Alarcos, 2002; Bermejo,
2003a).
La humanización de la salud implica una confrontación entre dos culturas distintas,
entre dos maneras de ver el mundo. Por una parte, una cultura que privilegia el valor
de la eficacia basada en los resultados de la tecnología y la gerencia, y por otra, la
cultura que da la primacía al respeto por la persona, por su autonomía y la defensa
de sus derechos. Desde esta última perspectiva, la humanización se concibe en el
marco de las relaciones interpersonales; implica actitudes positivas y relaciones
empáticas entre los trabajadores de la salud y la persona enferma para comprender
su situación como ser integral (Brusco, 1990); cobran importancia las actitudes, los
comportamientos y la sensibilidad que se demuestra en el desempeño profesional
(Arango, 1998; Nizama, 2002; Rodríguez, 1999; Santos, 2003).
Este referente conceptual ubica al lector en aquellas definiciones básicas que debe
comprender antes de replicar el programa de formación de líderes para la
humanización en salud. Se presentan en primer lugar, los aspectos que afectan la
humanización, y la importancia de reconocer los procesos de adaptación y ajuste
durante la enfermedad. En segunda instancia, se proponen algunas estrategias de
intervención para lograr los propósitos de la humanización; y por último, se definen
el liderazgo y algunas habilidades fundamentales del líder en los contextos de salud.

Aspectos que afectan la humanización de la salud

Existe una evidente relación entre humanización y calidad del servicio. Hay dos
componentes básicos de la calidad asistencial, el componente técnico que hace
referencia a los conocimientos y habilidades del profesional; y el componente
humano que contempla aspectos intangibles de la interrelación cuidador-cuidado,
relacionado con las actitudes del profesional y las reacciones emocionales del
paciente como respuesta a ese intercambio (Villar, 2003). La calidad del servicio
puede verse afectada por diversos aspectos que se describen a continuación:
La despersonalización de la persona enferma. La persona enferma se cosifica al
ingresar al hospital, se convierte en un objeto, se le trata de forma indolente o
indiferente, no se tienen en cuenta sus necesidades e incluso se violan derechos
como la confidencialidad y la privacidad.
Al enfermo se le instrumentaliza para la satisfacción de los propios intereses de la
institución de salud o del profesional que lo atiende. El paciente pierde sus rasgos
personales e individuales, se subvaloran sus sentimientos y sus necesidades y, se
le identifica con sus rasgos externos: el que padece una determinada patología, el
que se encuentra vinculado a un tratamiento (Bermejo, 2003b; Bernal, 2001; Brusco,
1998; Gafo, 1994; Rojas, 2001). La deshumanización y despersonalización en el
contexto de la salud, hacen referencia, sobretodo, al grado de objetivación del
enfermo en la percepción de aquellos que le atienden (Gironés, 1997).
La interacción inadecuada entre el personal de salud y el enfermo. Esta relación se
puede caracterizar por la impersonalidad en el intercambio, por actitudes distantes,
por la incongruencia entre la comunicación verbal y no verbal, el intercambio
instrumental, la falta de información; en últimas puede tratarse de encuentros
fugaces y despersonalizados. Una relación personal de la salud paciente es
funcional cuando el otro es visto simplemente como alguien que permite cumplir un
trabajo y, al contrario, es auténtica cuando el otro es considerado como un ser
autónomo, portador de una dignidad que ninguna enfermedad física o psíquica
puede opacar. (Brusco, 1990; Gadacz, 2003).
En este contexto, el profesional de la salud debe ser un guía, un educador, una
persona dispuesta a establecer empatía y contacto permanente en el proceso de
aceptación del paciente, hacer uso de la capacidad de escucha, del contacto visual,
sonreír, consolar, usar un tono de voz agradable y mantener una actitud calmada y
comprensiva (Rodríguez, 1999; Lugo, 1999; Torralba, 2002). La ausencia de calidez
en la relación humana es un indicador claro de deshumanización (Barrio, 1997;
Gironés, 1997).

Cada vez hay más evidencias acerca de la importancia de la comunicación franca


y esperanzadora del médico en la respuesta positiva del paciente frente a la
enfermedad (Rojas, 2001).
Las habilidades de comunicación son esenciales para un intercambio humanizado
(Arango, 1998; Astedt-Kurki, 2001; Gadacz, 2003; Haidet, Dains, Paterniti, Hechte1,
Chang, Tseng et al., 2002; Santos, 2003; Sheppard, 1993; Street, Krupat, Bell,
Kravitz y Haidet 2003; Towle y Godolphin, 1999; Williams, Cantillon y Cochrane,
2001). Esta comunicación es posible integrando distintos modos del lenguaje: la
palabra, la mirada, el lenguaje no verbal, el silencio, el acompañamiento, la
escritura, las señas, los recuerdos, la gesticulación e incluso el tacto (Álvarez, 2002).
Sin embargo, se presentan barreras como la comunicación impersonal que se
centra únicamente en las tareas que se realizan como un mecanismo de protección
emocional representando falta de empatía e indiferencia ante las necesidades y
expectativas de la persona enferma (Bermejo, 1998; Gadacz, 2003; Gagliardi,
Mazor, Bellanger, 2001; McCabe, 2004; McGuir, Fairbaim y Fletcher, 1986).
La empatía es fundamental y se concibe como una disposición interior de la persona
que se despliega en habilidades concretas (la escucha activa y la respuesta
comprensiva) para poder hacer un camino significativo y eficaz con una persona a
la que se quiere ayudar. Por ejemplo, la empatía es un prerrequisito esencial para
una buena práctica de la enfermería; si las enfermeras fracasan en la empatía con
sus pacientes, no lograrán ayudarlos y mucho menos comprender y cooperar con
las personas en sus enfermedades (Reynolds y Scout, 2000). A su vez, en la
interacción del médico con el paciente, el intercambio debe expresar compasión,
tacto y comprensión; todo ello genera optimismo, confianza, seguridad y esperanza
en la persona con enfermedad (Alarcos, 2002).
Uno de los puntos de reflexión en este aspecto tiene que ver con la formación de
los profesionales de la salud. En el encuentro con la persona con enfermedad la
competencia profesional es insustituible y el equipaje de las cualidades humanas
que se revelan es fundamental (Colombero, 1993).
Estas competencias, en el caso de quienes prestan servicios de salud , tienen tres
aspectos relevantes: 1) la idoneidad, "hacer bien lo que se debe hacer", que se nutre
de la calidad de la formación profesional y de la capacidad de actualización que
permite responder a las demandas del día a día; 2) la vocación, "amar lo que se
hace y hacerlo con amor", que requiere del profesional claridad sobre sus
motivaciones y habilidades para responder mejor y hacer las cosas con alta calidad
y; 3) la humanización, como una actitud de vida que permite entender la
problemática del otro, y por tanto respetarla, valorarla e intentar comprenderla
(Rodríguez, 1999). "Humanizar desde las profesiones supone que éstas se habrán
de vertebrar reconociendo la dignidad intrínseca de toda persona con enfermedad,
evitando que unos tengan más "valor" que otros; descubriendo su unicidad, que
haga posible una relación personalizada; tratándole en su globalidad, como una
personalidad compleja y total, que desborda las actitudes reduccionistas que
restringen al paciente a su dolencia o a su sintomatología" (Alarcos, 2002, p. 56).
El desequilibrio en la formación académica, la especialización, las dificultades en la
realización profesional, la sobrecarga de trabajo y el desgaste son algunos de los
factores que inciden en esta relación (Santos, 2003). De igual forma, teniendo en
cuenta que el modelo de enseñanza-aprendizaje hace énfasis en la imitación del
estudiante de las acciones de sus docentes, es importante que las actitudes y
comportamientos de estos últimos sean adecuados modelos a seguir en términos
de la atención humanizada (Williams et al., 2001).

Los tiempos de espera

Son siempre una amenaza para el paciente; el tiempo no


sólo es tiempo de sufrimiento, sino tiempo de sufrimiento
más duradero del que marcan las manecillas del reloj o los
números del calendario (Bayés, 2001; Bayés, 2000a; Bayés,
2000b).
Las largas filas para solicitar citas, para realizarse exámenes,
para recibir resultados, el trámite de una institución a otra, el
papeleo, las exigencias de documentación de soporte, y la
espera para recibir medicamentos, entre muchos otros aspectos, desgastan y
angustian a quien mantiene expectativas, temores e incertidumbre sobre el rumbo
que tomará su salud. Se tiene la percepción de que los gestores de salud y los
profesionales no son conscientes de los costos emocionales de los tiempos de
espera en los pacientes.
La fase terminal y la muerte

En el acompañamiento de la persona en proceso de morir también son evidentes


las dificultades en la interacción. La muerte en el hospital se ha rutinizado, es un
evento más, desligado de los sentimientos y las emociones.
Se evidencia por la ambivalencia del personal de la salud ante el enfermo terminal
(Bayés, 2001), por la indiferencia ante el dolor de la familia (Fonnegra, 1999a; Lugo,
1999; Pangrazzi, 1993), por la dificultad para comprender que ayudar a morir y los
cuidados paliativos hacen parte del quehacer profesional y no es una intervención
de segunda categoría (Bayés, Limonero, Romero y Arranz, 2000; Mittag, 1996). En
la fase final y en el marco de una tecnología médica avanzada, la muerte tiende a
deshumanizarse (Rojas, 2001).

El reconocimiento de los procesos de adaptación y


ajuste durante la enfermedad

La enfermedad implica múltiples pérdidas y


como consecuencia se vive un proceso de
duelo, que también es múltiple (Bayes,
2001; Brusco, 1998; Fonnegra, 1999a;
Pangrazzi, 1993; Robles, 2004). El trayecto
que se inicia con la aparición de la
enfermedad, hasta el diagnóstico y la
muerte, está plagado por grandes o
pequeñas pérdidas que tanto el paciente
como sus seres queridos afrontan con
mucho dolor (Fonnegra, 1999b). Ya sea una
enfermedad crónica o terminal, las respuestas tienden a ser similares en las etapas
tempranas; la persona percibe inicialmente que ha perdido la sensación de armonía
y el funcionamiento óptimo de su organismo, tiene que renunciar a estilos de vida y
hábitos, y a depender de controles médicos y de medicamentos. Si se recorre el
camino que sigue una persona en su proceso de enfermedad se encuentra que son
múltiples las pérdidas que deberá afrontar, por lo tanto enfrentará múltiples duelos.
Se trata de pérdidas secuenciales: los sueños, los proyectos, la seguridad, la
productividad, la autonomía, la autosuficiencia, la independencia, la autoestima, los
vínculos afectivos, el placer, las partes del cuerpo, y finalmente la vida. "La
enfermedad es la ruptura no sólo del equilibrio somático sino del pensamiento
habitual, del ritmo normal de la vida con sus tiempos y sus cadencias. La
enfermedad es la ruptura de ese ritmo que mide los días" (Colombero, 1993, p. 11).
En el caso de enfermedades graves o potencialmente mortales, la adaptación
psicológica depende de factores derivados de tres aspectos médicos (e.j., síntomas,
evolución clínica y complicaciones, en particular del sistema nervioso central);
psicológicos (e.j., personalidad, capacidad para enfrentar problemas, apoyo
interpersonal), y socioculturales (e.j., estigmas sociales vinculados a la enfermedad
y a los grupos afectados) (Bruhn, 2000).
En el campo psicológico se generan, en especial, diversas respuestas emocionales
y conductuales, que aunque son individualizadas y propias de cada paciente,
pueden describirse en relación con los factores personales, los que son propios de
la enfermedad y los del medio ambiente, así:
 Los factores personales tienen que ver con la edad, el sexo, las creencias
religiosas, los antecedentes de afrontamiento de otras enfermedades, los estilos
de afrontamiento utilizados en situaciones críticas o problemáticas de la vida, las
habilidades para resolver asuntos de tramitología y acciones legales para
garantizar la salud y la vida, la conceptualización de su enfermedad, las pérdidas
previas relacionadas con su proceso de enfermedad, y los antecedentes de
alteraciones emocionales. Las reacciones emocionales del paciente responden
a la forma como construye el concepto de su enfermedad y como la interpreta a
partir de la información que ha recibido. De ahí, la importancia de acceder
oportunamente a información clara y suficiente sobre la situación de salud, para
evitar que el paciente procese sus propias conclusiones, la mayoría de las veces
sin bases confiables, lo cual incrementa sus expectativas negativas, miedos y
desesperanza que se convierten en barreras en el afrontamiento de la
enfermedad.

 Los factores que tienen relación con la enfermedad : se refieren al tipo de


enfermedad, su localización, el pronóstico, los posibles tratamientos que se
deberá asumir, el impacto de los tratamientos, la presencia de dolor y otros
síntomas incapacitantes que afectan la calidad de vida. Es importante reconocer
que algunas enfermedades tienen una evolución más agresiva porque afectan
desde su inicio de manera directa el nivel de energía, la imagen corporal, el
autoconcepto y el sentido de autoeficacia de los pacientes. El modo como una
persona interpreta su enfermedad depende de la extensión del daño o
anormalidad de la estructura biológica, de la gravedad de la función dañada, de
la naturaleza y gravedad de los síntomas, de la capacidad para controlar los
síntomas (Rodríguez, 1995).

 Los factores externos y relacionales tienen que ver con el acceso oportuno a la
atención médica y los tratamientos. Para muchas personas con enfermedades
la angustia, la inseguridad y la sensación de impotencia surge ante la
incertidumbre de no tener acceso oportuno a una institución de salud que se
ocupe de su situación. La familia y los amigos son fundamentales en este
proceso, ofrecen soporte y contención en los momentos críticos, haciendo
presencia constante desde el inicio de la enfermedad hasta los instantes finales.
Asimismo es fundamental el entorno físico del paciente; aspectos como la
higiene y la limpieza, la ventilación y la iluminación de la habitación, la facilidad
de acceso a los servicios sanitarios, un espacio que garantice intimidad y la
adecuación del lugar para la recepción de familiares y visitantes, son entre otras,
cuestiones definitivas para la adaptación.
Estrategias de intervención para la humanización en
salud

La intervención para humanizar el contexto de salud tiene como fin la promoción de


una cultura basada en valores humanos auténticos donde la prioridad es el
crecimiento humano (Brusco, 1998; Redrado, 1988). Previa a cualquier intervención
en este ámbito es necesario primero humanizarse a sí mismo y reconocer los
valores propios que permiten actuar en función de quien lo necesita, para después
humanizar a los demás (Redrado, 1988). De esta forma, es muy importante ser
ejemplo y modelo a seguir dentro de las instituciones de salud.
Entre los objetivos y estrategias dirigidos a lograr un proceso de humanización se
encuentran la promoción de la sensibilidad humana, la solidaridad, la calidez, la
sapiencia, el respeto por sí mismo, y la interiorización y acción en pro de la ética, la
moral y los derechos humanos del paciente y sus familias (Nizama, 2002). Lo
anterior requiere de estrategias como la escucha activa, la motivación para cultivar
la adecuada imagen personal, el desarrollo de la autoestima y el desempeño como
líder en la profesión. Esto puede lograrse por medio de la enseñanza al personal de
salud de la bioética, la práctica ética y el humanismo.
Los planes integrales para la humanización de la salud deben basarse en los
siguientes principios: el enfermo es el eje sobre el que girarán todos los procesos,
estructuras y acciones, tanto de la organización como del personal de la salud y
asistencial; el centro de salud es un ente que se debe regir por los principios de
servicio, rentabilidad social y desarrollo y calidad de vida en el trabajo (Gómez,
2004). A su vez, para estructurar programas de humanización en salud se
consideran tres aspectos fundamentales: los factores estructurales y
organizacionales de la institución, las necesidades de la persona enferma y su
familia, y las necesidades del trabajador de la salud (Alía, 1991; Bernal, 2001;
Camilos, 2001; Correa, 2003, 2001) así:

 Los factores estructurales y organizacionales de la institución. Las


organizaciones con una visión caracterizada por la racionalidad, la
benevolencia, la solidaridad y la comprensión, deben emprender acciones
decididas para luchar por la humanización en la atención en salud (Achury,
2000). Con relación con las prácticas administrativas, cierto tipo de acciones
favorecen la calidad de la atención; entre ellas están reducir la dependencia de
los roles; facilitar una comunicación abierta en la que el personal pueda
expresarse sin miedo; generar un ambiente de expectativas y recompensas
claras; satisfacer las necesidades del personal de salud; facilitar
comportamientos de liderazgo orientados al establecimiento de buenas
relaciones, y facilitar la participación en la toma de decisiones por parte de las
enfermeras (Anderson et al., 2005).

 Las necesidades del trabajador de la salud. En el proceso de intervención en


humanización en salud no se debe dejar de lado el trabajador de la salud. La
mayoría de las veces sobre ellos recaen las críticas y señalamientos sobre la
mala calidad de la atención. Sin embargo, se debe reconocer que trabajar en
salud es exigente y desgastante por las múltiples variables que interactúan
creando entornos amenazantes donde predomina la urgencia y el estrés. El
proceso de humanización es un proceso interactivo entre los agentes de salud
y las personas asistidas (Alía, 1991). Entonces ¿cómo podemos dar respuesta
a las necesidades de las personas asistidas si las necesidades de los agentes
de salud no son consideradas ni satisfechas? Es importante dar respuesta a
necesidades de los trabajadores de la salud referidas a las condiciones de
trabajo justas, necesidad de formación permanente, necesidad de autonomía,
necesidad de participación, necesidad de ser valorado y necesidad de buenas
relaciones interpersonales.

 Las necesidades de la persona enferma y su familia. La atención humanizada


debe responder a las necesidades de la persona enferma como un ser integral;
debe percibirse como el centro y la razón de ser de la institución hospitalaria. Se
valora la participación de la familia en el proceso salud-enfermedad y se
promulga el respeto por los derechos de la persona con enfermedad. Para
estructurar las propuestas de intervención para la humanización es
recomendable tomar como ejes orientadores la acogida y la centralidad en el
persona con enfermedad (Correa, 2001).

La acogida significa "hospedar" y ofrecer a la persona con enfermedad desde


su llegada un ambiente amable, cálido, humano, acogedor, donde se privilegie
lo humano y relacional sobre la despersonalización, la impersonalidad y lo
meramente formal y burocrático. Por su parte, la centralidad en la persona con
enfermedad significa convertirla en protagonista de su salud y de su
enfermedad; pensar en primer lugar en él o ella, al organizar el sistema de salud,
al diseñar las estructuras arquitectónicas, al establecer los horarios de comidas
y de visitas (Pangrazzi, 2000). Un servicio no debería ser concebido para hacer
frente a una necesidad, sino más bien para responder a la necesidad de las
personas (Brusco, 1990).

El cuidado es un aspecto fundamental en los procesos asistenciales, tal vez


subvalorado en los últimos tiempos; "cuidar bien" requiere de un profundo
conocimiento del destinatario de los cuidados, es decir del ser humano; el cuidar es
siempre individualizado y personalizado porque cada paciente tiene necesidades
concretas.
En este aspecto se pone de relieve la competencia profesional de los trabajadores
de la salud y de la institución (Torralba, 2002), quienes también deben reconocer
que el paciente, además de su enfermedad, tiene que sortear múltiples barreras de
carácter administrativo (ej., contactos con diversos funcionarios, ordenes,
documentos de soporte, autorizaciones, largas esperas, remisiones de un sitio a
otro) y relacional (ej., negligencia, comunicación confusa y poco clara, intolerancia,
ausencia de empatía) para acceder a la atención a sus problemas de salud.
La no centralidad en la persona con enfermedad y la relevancia que se otorga a
factores suplementarios y superfluos, ocasionan grandes exigencias y desgaste
emocional para el paciente y su familia.

Liderazgo en la humanización en salud

La humanización ha sido un proceso que ha tornado fuerza en el ámbito de la salud


y muchas instituciones del país han intentado realizar intervenciones a través de
proyectos y programas que lamentablemente han tenido un impacto limitado en el
tiempo, pues el personal de la salud termina retomando y vivenciando la dinámica
de deshumanización (Cardona, Hoyos y Correa, 2006).
"El liderazgo en humanización en salud se refiere a la capacidad para influir sobre
los otros con el fin de alcanzar objetivos institucionales valiosos, centrados en una
ética fundamentada en principios como la beneficencia, la autonomía y la
solidaridad, para promover relaciones humanizadas entre todos los actores
involucrados en los contextos de salud" (Arrivillaga, 2007). Así, un líder en el
contexto de la salud tiene las habilidades para promover y motivar a los otros a que
practiquen y fomenten relaciones humanizadas, no sólo con las personas que van
en busca de sus servicios, sino también con el personal directivo, administrativo y
operativo al interior de la organización (Herranz, 1998; Siliceo, 1997).
Los trabajadores de las instituciones de salud, además de ser líderes, deben
desarrollar algunas habilidades que les permita gestionar proyectos y procesos de
humanización, ser ejemplo de atención humanizada, impulsar cambios de
comportamientos en sus compañeros e instaurar a nivel organizacional la
humanización como parte de los objetivos estratégicos. Algunas de las habilidades
importantes para el liderazgo en salud son:
Comunicación asertiva. La comunicación es el proceso activo que permite a las
personas transmitir información (Munera y Sánchez, 2003) utilizando componentes
verbales, no verbales y paralingüísticos. La asertividad en la comunicación hace
referencia a la habilidad para dar a conocer a otros los pensamientos, sentimientos
y percepciones, elegir una forma de reaccionar acorde con la situación, expresar
adecuadamente acuerdos o desacuerdos, pedir a otros un cambio de
comportamiento ofensivo, entre otros (Elizondo, 1999).
En el ámbito de la salud todos los trabajadores tienen contacto de una u otra forma
con los pacientes y sus familiares, por lo tanto, ser hábiles para comunicarse les
permite enfrentar diversas situaciones como dar una noticia dramática, identificar
las necesidades con el fin de ayudar, guiar o dar instrucciones, aclarar dudas,
escuchar y dar respuesta a críticas de los usuarios, entre otras. La comunicación
asertiva también puede ser utilizada como una estrategia a nivel organizacional para
mantener el bienestar del trabajador de la salud, y por ende promover la atención
humanizada hacia los pacientes (Brusco, 1998; Redrado, 1988; Santos, 2003).

Solución de problemas

Es un proceso cognitivo, afectivo y comportamental por medio del cual una o varias
personas identifican medios efectivos para solucionar conflictos propios del vivir
cotidiano. Dicho proceso incluye definir y formular el problema; elaborar tantas
soluciones alternativas como sea posible para maximizar la probabilidad de que la
mejor solución se encuentre entre ellas; escoger la alternativa a poner en práctica,
y evaluar el resultado de la solución que se aplicó (D' Zurilla y Golfried 1971, citados
por D ' Zurilla, 1993).
En el contexto de salud constantemente los trabajadores se enfrentan a múltiples
demandas por parte del enfermo, su familia y la misma organización. Esto les exige
desarrollar la habilidad para solucionar problemas, manteniendo flexibilidad mental
al concebir, desde la propia perspectiva, diversas alternativas de solución que
aporten algún nivel de tranquilidad y soporte a los otros. Así el trabajador de la salud
puede brindar una atención humanizada, convirtiéndose en una red de apoyo para
los enfermos y sus familias. De igual manera, por medio de la habilidad para la
solución de problemas, el personal de salud puede entablar relaciones
humanizadas al interior de su equipo de trabajo y en general de la organización.
Conducción de grupos y organización del trabajo. Es la habilidad para dirigir un
conjunto de individuos que se congregan con un fin común, mediante la captación
de su atención, la identificación de motivaciones y el conocimiento de las
características de cada integrante del equipo. Abarca la capacidad para discriminar,
delimitar y delegar actividades con el objetivo de llevar a cabo funciones de manera
precisa y eficaz. Supone también la capacidad para sincronizar los recursos y los
esfuerzos en busca de rapidez en el desarrollo y la consecución de los objetivos del
grupo (Lussier y Achua, 2002).
La conducción de grupos y organización del
trabajo les permite a los líderes de
humanización en salud alcanzar diversos
logros como diseñar y aplicar programas de
impacto; generar compromiso en los
integrantes del equipo; mantener objetivos
claros; delegar funciones aprovechando las
potencialidades de cada integrante del grupo;
y mantener rigurosidad científica en el
diseño, aplicación y evaluación de proyectos de humanización.

Primera parte de la Conferencia presentada por


la Dra. María Isabel Gil E., en el XII Congreso
Internacional de Humanización del cuidado de la
salud. Centro Camiliano de humanización,
Bogotá, octubre 19 y 20 del 2012
La palabra esencia la define el diccionario como el conjunto de características
necesarios e imprescindibles para que una cosa sea lo que es.
La palabra sentido es definida como la razón de ser o la finalidad que tiene algo.
Por tanto, según estas definiciones intentaremos, por una parte, aproximarnos a
algunas características necesarias e imprescindibles para que el cuidado sea
realmente cuidado y por otra, intentaremos comprender la razón de ser o la finalidad
del cuidado en su conjunto.
Debemos empezar preguntándonos qué significa cuidar seres humanos, personas
ya que este punto de partida nos marca un horizonte específicamente
antropológico. Es decir que aquí no estamos haciendo referencia al cuidado de
objetos o de animales. Por costosos que éstos sean no se pueden comparar nunca
con las personas, es decir que a las personas jamás las podremos reducir a objetos;
ya que como afirma Torralba:
La acción de cuidar puede referirse a la naturaleza, a los artefactos técnicos, o a los
animales, pero resulta filosóficamente distinto el cuidado referido a cosas que el
cuidado referido a personas. Partiendo de la diferencia abismal entre objeto y
persona, se deduce que la acción de cuidar a personas debe ser mucho más
compleja, rica y ardua que la acción de cuidar de cosas, aunque determinadas
formas de ejercer los cuidados sean claramente objetivizantes y, por tanto, indignos
de la persona humana [1].
Nos situamos pues desde un horizonte antropológico y en este horizonte debemos
tener presente que el ser humano está constituido, como señala Torralba por:
Un sujeto exterior y un sujeto interior. (…) El ser humano no se resuelve en la pura
exterioridad de sus ser, en la corporeidad, en el lenguaje, en el vestido, en la
gestualidad, sino que tiene una esfera interior. Sin embargo, el conocimiento de la
dimensión exterior de la persona es fundamental, pues es la ventana de acceso a
la interioridad y es un elemento fundamental de su identidad personal [2].
Esta afirmación significa que al hablar de cuidado es fundamental tener presente
que el ser humano es una estructura pluridimensional. Es decir que la persona no
es sólo cuerpo ni sólo espíritu, ni sólo razón o sólo afecto sino que es el conjunto de
todos estos elementos y no podemos fragmentarlo porque esencialmente es una
estructura pluridimensional.

 Esta estructura está constituido por un cuerpo “Mi cuerpo es la realidad que
yo tengo y que yo soy”[3]. La persona no sólo tiene un cuerpo, sino que la
persona también es su cuerpo.

 Por las razones que ya explicábamos antes, el ser humano no se agota en


su cuerpo ya que también está constituido por una dimensión que no es
menos real ni importante y que es su interioridad. El ser humano tiene un
centro interior y es en esta interioridad donde radica el misterio [4]. De ahí
que el ser humano sea definido como un misterio inabarcable. Esta
interioridad también la podríamos llamar espiritualidad, entendiendo la
espiritualidad como parte constitutiva de la estructura antropológica. Esta
estructura trascendente es la que caracteriza al ser humano como absoluta
apertura a Dios. Por tanto, el ser humano no tiene una espiritualidad, sino
que él es espiritualidad[5]; con toda razón afirma Torralba:
La actitud religiosa como relación con la realidad absolutamente trascendente se
traduce en una nueva forma de existir, cuyos rasgos característicos son la
aceptación y el reconocimiento del misterio como origen amoroso de sí mismo, y el
confiado, liberado y gozoso ejercicio de la existencia que brota del tal conocimiento
[6].

 El ser humano también está constituido por una dimensión social,


interpersonal. “El hombre es esencialmente social. Cada hombre lleva
dentro de sí a los otros”[7].Más aún, cuando el hombre toca al hombre se
hacer verdaderamente humano. Es decir que no es posible encontrar la
esencia humana en individuos aislados ya que estamos vinculados tanto
genética como socialmente. Por tanto, tenemos que llegar a conocer la
naturaleza de esta vinculación. Ya que el peor fracaso de la época moderna
ha sido la soledad a la que se ha condenado al ser humano [8]. Como dice
el poeta inglés Jhon Done en su poema ¿Por quién doblan las campanas?

Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me


encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan
las campanas; doblan por ti."

 Por consiguiente, el ser humano también está constituido por una dimensión
comunicativa de tal modo que “La persona no existe sino hacia los otros, no
se conoce sino por los otros, no se encuentra sino en los otros” [9].Más aún,
es a través de esta dimensión comunicativa que el ser humano puede
comunicar su interioridad, sus deseos, frustraciones, alegrías. El hablar
humano es un proceso de exteriorización, de representación de sí mismo,
lo cual supone la interioridad [10]. A estas dimensiones le podemos sumar
la dimensión afectiva, psicológica, cultural, histórica, simbólica, etc. Todas
estas dimensiones forman una gran unidad y no podemos fragmentar la
persona y reducirla sólo a una o algunas dimensiones.

En consecuencia, y desde este horizonte antropológico podemos advertir que cuidar


no resulta ser un asunto tan simple y sencillo por las características que constituyen
al ser humano y estamos hablando tanto de quien cuida como de quien es cuidado.
Significa por tanto, como afirma Brusco que: “(…) la palabra cuidar connota un
involucrarse personalmente en la situación del prójimo que sufre, actitud que se
expresa por medio de la compasión, la solicitud, el aliento y el apoyo emotivo”[11].
El acto de cuidar es fundamentalmente una acción humana y en cuanto tal precisa,
por las razones ya expuestas, de unas determinadas condiciones antropológicas,
que son insustituibles. Porque en definitiva nos encontramos frente a una
acción fundamental que trasciende el marco de un determinado ámbito profesional,
pues se trata de una acción que toca lo más profundo de lo humano. Por tanto,
cuidar en su más profunda esencia implica dimensiones biofísicas, culturales,
psicológicas, espirituales y ambientales [12]. Por esta razón el cuidado no es
reducible una acción artificial o banal [13]. Porque “si la persona es un ser
pluridimensional, el cuidar debe ser pluridimensional. (…) el cuidado es una actitud
que atraviesa todas las dimensiones de al realidad humana”[14]. La razón de ser,
el sentido o la finalidad del cuidado es reconstruir responsablemente con el hombre
doliente, la estructura pluridimensional de su ser. Porque la enfermedad ha hecho
pedazos esta estructura personal, no sólo desde el punto de vista del cuerpo sino
también desde una perspectiva somática, psicológica, social y espiritual [15]. En
consecuencia, cuidar, fundamentalmente, es ayudar a reconstruir el sentido.

LO QUE EL PACIENTE PIDE


AL EQUIPO MÉDICO

Cuando me lleven a la sala de cirugía, por favor, no


me dejen solo y sin ninguna información sobre lo
que me van a hacer. Para ustedes el quirófano es
bastante conocido, todo les es familiar, más para
mí, aunque no sea mi primera cirugía, todo es
novedad, me causa temor. Si por lo menos hubiera
junto a mi alguien conocido, el cirujano o algunos
de los miembros del equipo, estaría más seguro y
me sería más fácil enfrentar lo que va a seguir.
Cuando me pasen a la mesa del quirófano, por
favor, cúbranme con una sábana, la sala de cirugía es siempre muy fría, muchos
más cuando el aire acondicionado está funcionando; como ustedes estarán bien
vestidos, ciertamente no imaginarán el frío que se siente con una simple bata.
Si es posible, eviten arreglar los equipos o el instrumental quirúrgico cuando estoy
consciente: es muy estresante mirar todo aquel instrumental o aparatos que
deberían ser usados conmigo. Sé que todo será para mi beneficio, pero no por esto
los ruidos del instrumental, cuando son colocados en la mesa, dejan de ser causa
de mucho temor y angustia para mí; por favor, arreglen todo antes de mi llegada,
así me evitarán este sufrimiento.
No comenten daños de equipos o reclamen falta de sangre y medicamentos en la
sala de cirugía, cuando yo esté allí. Es terrible saber que determinado material está
faltando o que un equipo está dañado, sabiendo que éste deberá ser usado en mi
cirugía. Ciertamente mi angustia ante ésta situación contribuirá sensiblemente para
complicaciones posteriores.
Cuando me estén preparando para la cirugía, respeten mi pudor, es muy doloroso
para mi verme desnudo delante de tantas personas, aun sabiendo que son
profesionales acostumbrados a esas cosas. Por favor, recuerden que yo no estoy
acostumbrado a desnudarme delante de personas desconocidas.
Respeten, también, mi miedo; aun las personas más valientes ante una cirugía
inminente temen y tiemblan; todo es extraño y amenazador. Si les pido que esperen
un poco, no pierdan la paciencia conmigo, ésta es su profesión y yo espero que la
ejerzan con mucho amor. Si me explican lo que me van a hacer en lenguaje
comprensible yo entenderé, no soy un "ignorante", y así podré colaborar mejor.
Recuerden que cada persona tiene su propio ritmo y tiempo para calmarse; por
favor, respeten mi tiempo y mi ritmo!
No me traten con impaciencia, ni me agredan con llamadas de atención: yo no sé
nada de cirugía. Si me muevo o coloco la mano donde no debería, no lo hago de
mala voluntad, son actos instintivos de defensa que realizo por desconocer las
reglas y las necesidades técnicas y por miedo de algo que me amenaza, ¿Podrían
pensar que esa amenaza que me hace sentir miedo pueden ser ustedes mismos?,
tratándome con cariño y paciencia me conquistarán. Yo podré ayudarlos más de lo
que ustedes piensan.
Si la anestesia utilizada es local, ciertamente yo estaré despierto y muy atento a
todo lo que pasa a mi alrededor; aunque esté adormecido con algún sedante, mi
miedo me hará estar extremadamente atento a todo aquello que me imagine o me
parezca que puede afectarme. Por lo tanto, eviten comentarios que puedan mostrar
desinterés por mi tratamiento; ustedes podrán estar tan distraídos que hablarán de
fútbol, programas de televisión o de política con la mayor naturalidad y eso a mí me
parecerá desinterés por lo que me están haciendo, y me hará sufrir mucho más. Si
surgieran complicaciones en el post-operatorio lógicamente las atribuiría al
desinterés del equipo durante la cirugía.
Si la anestesia fuera general, durante la inducción de ésta, háganlo todo con el
mayor silencio posible. En aquel momento en que se pasa de la conciencia a la
inconsciencia, todo lo que suceda en el quirófano será de extrema importancia para
mí. Podré dormir con seguridad y tranquilidad o muy angustiado por lo que oí, sin
comprender lo que sucedía. Después de anestesiado recuerden que sigo
mereciendo todo el respeto como cuando estaba despierto. Burlarse de mi cuerpo
será una enorme falta de ética y respeto, y esto jamás podré aceptarlo del equipo
al cual he confiado mi propia vida.
Es bueno recordar que por razones todavía no muy bien explicadas muchas
personas son capaces de ver y escuchar aun anestesiadas y lógicamente cuando
despiertan recuerdan lo que pasó.
Finalmente les quiero pedir que respeten mi condición de ser humano
independientemente de ser un paciente particular-rico o un anónimo-indigente,
recogido de la calle, porque, al fin y al cabo, soy alguien igual a ustedes, hijo del
mismo Padre, creatura del mismo Creador; y solamente por eso merezco el mismo
respeto que ustedes darían a sus madres, a sus hermanos y a ustedes mismos.
Por tratarme como quisieran ustedes ser tratados. ¡Muchas gracias!
Evaldo A. D'Assumpçâo, Cirujano Plástico (Boletín ICAPS, No. 88)
REFERENCIAS

[1] Torralba i Roselló, Fransesc. Antropología del cuidar. España, Instituto Borja de
Bioética, 1998. 312. El subrayado es mío.

[2] Torralba i Roselló, Fransesc. Antropología del cuidar.164.

[3]Torralba i Roselló, Fransesc. Antropología del cuidar. 168.

[4] Cfr. Torralba i Roselló, Fransesc. Antropología del cuidar.188.

[5] Cfr. Rahner, K. El hombre como espíritu. En El oyente de la palabra.


Fundamentos para una filosofía de la religió. Barcelona, Herder, 2009. 79-99.

[6]Torralba i Roselló, Fransesc. Antropología del cuidar. 236.

[7]Torralba i Roselló, Fransesc. Antropología del cuidar. 200 nota 119.

[8] Cfr. Gil E. María Isabel. Bioética: un propuesta de humanización y actitud frente
a la vida.Bogotá Pontificia Universidad Javeriana, 2012 (3° edición) 27.

[9]Torralba i Roselló, Fransesc. Antropología del cuidar. 2009.

[10]Cfr. Torralba i Roselló, Fransesc. Antropología del cuidar. 210.

[11] Brusco, Angelo. Madurez humana y espiritual.Madrid, San Pablo, 2001. 158.

[12] Cfr. Torralba i Roselló, Fransesc. Antropología del cuidar.308-309.

[13]Torralba i Roselló, Fransesc. Antropología del cuidar. 311.

[14]Torralba i Roselló, Fransesc. Antropología del cuidar.312.

[15] Cfr. Torralba i Roselló, Fransesc. Antropología del cuidar. 338.

También podría gustarte