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Fr. Fabián Leonardo Rueda Rueda, O.P.

Introducción a la Teología: José Morales


Capítulo 6: Lenguaje Religioso y Realidad

La teología tiene un presupuesto innegable del que no cabe ninguna duda: que Dios es un Ser
absolutamente real, que se revela a sí mismo en categorías que el hombre puede captar, asimilar y comprender.
En este sentido, es necesario acudir al lenguaje para comunicar eficazmente lo que Dios revela de sí mismo.
Ahora bien, al hablar de lenguaje, es necesario afirmar que existe una cuestión o un problema que vas más allá
de las meras leyes lingüísticas y tiene que ver con el valor cognoscitivo de las palabras y el modo en que la
realidad del mundo y de las cosas se nos comunica a través de ellas. Es decir, el lenguaje es mucho más que un
instrumento de comunicación humana, desempeña una función intrínseca en el conocimiento y la transmisión
de la verdad.

Las palabras son símbolos en el sentido lingüístico del término, sin embargo, tienen la capacidad de
sustituir la realidad, conservan un valor semántico real que suscita conocimiento en el sujeto, por esto la
realidad objetiva se nos comunica en el lenguaje. De este modo, es posible afirmar que la mente humana tiene la
capacidad de tender al conocimiento de la verdad con la ayuda de las palabras que se convierten en símbolos
que explican la realidad intrínseca de lo material.

Ante el tema del lenguaje se presenta el problema de si es posible hablar significativamente de Dios con
palabras humanas. Diversas corrientes filosóficas que se generan a partir del siglo XX presentan diversas
posturas. El neopositivismo que se desarrolla a principios del siglo XX radicaliza la comprobación positiva de
todos los enunciados que se den. El primer Wittgenstein afirma que lo que se diga debe decirse con total
claridad, y de lo que no se puede hablar, es mejor callarlo. En contraste, el segundo Wittgenstein abandona esta
estrechez lingüística para adoptar una posición más optimista sobre el tema en los llamados juegos del lenguaje
como sistemas completos de comunicación humana. Sin embargo esta postura más abierta también excluye la
concepción extralingüística de la verdad. El neopositivismo fue superado por la convicción de que no es posible
describir con precisión los fenómenos y procesos naturales microfísicos sin acudir a imágenes y conceptos
complementarios dados en la física cuántica. Karl Popper afirma que la ciencia es un proceso abierto en donde
las afirmaciones no pueden ser comprobadas en su totalidad y que la verdad solo puede ser perseguida, no
alcanzada. En este aspecto, la teología no tiene cabida como estudio. Ante las afirmaciones de Wittgenstein, se
dan corrientes de pensamiento que afectan el quehacer teológico: una teoría no cognoscitiva, en la que la
palabra Dios sólo expresa una actitud ética y un compromiso de vida ante la realidad. Una teoría cognoscitiva,
en donde se afirma que las experiencias que recibe el hombre ante la trascendencia, aunque no sean verificables
en sí mismas, son verdaderas. Otras concepciones hacen del lenguaje una práctica comunicativa, desarrollada
principalmente por Habermas, en donde le lenguaje es presupuesto trascendental del conocimiento en donde la
verdad se da en la convergencia de los participantes en el proceso de comunicación que tiene lugar dentro de
una comunidad. Autores como H. Peukert han buscado, en la práctica comunicativa del lenguaje un elemento
para fundamentar el lenguaje religioso. Para otros pensadores, que se desarrollan en el ambiente de la filosofía
analítica, se presentan análisis profundos sobre el factor cognoscitivo de la fe y su lenguaje, la cual tiene un
valor positivo en el testimonio de quien la experimenta y se da objetivamente en el lenguaje con que se expresa.

Opuesto a lo anterior es el realismo representacionista que concibe los contenidos mentales y las
palabras que los traducen como copia de la realidad con funciones solo informativas y descriptivas. Es
necesario, para el quehacer teológico, tener como base un realismo ordinario que atienda el ser de las cosas
visibles e invisibles. Esto plantea una epistemología equilibrada en la que los conceptos y las palabras se
orientan hacia la realidad, dentro de un horizonte trascendental. Hay que tener conciencia que la realidad que el
espíritu humano llega a concebir, coincide con la verdad y que el hombre es capaz de alcanzarla en proporción a
su quehacer en el mundo dentro de un proceso de desarrollo y acercamiento. Además, la verdad en el lenguaje
debe mediar entre el conceptualismo y la negación del concepto, con el fin de no desligar la expresión verbal
con la experiencia del sujeto. Es importante resaltar que la dimensión lingüística de la Verdad tiene un carácter
comunitario y comunicativo del lenguaje ya que este compromete al sujeto al saber lo que dice.
Fr. Fabián Leonardo Rueda Rueda, O.P.

Atendiendo a lo anterior, para hablar de Dios es necesario un tipo de lenguaje que permita un sentido sin
caer en lo ficticio o vacío. El lenguaje que tiene en sí esta característica es la analogía en el que se emplean
palabras que dicen algo acerca de lo que Dios es y hace. El uso analógico evita dos extremos en los que puede
caer el lenguaje teológico: afirmar que nada se puede decir de Dios o decir que todos los términos teológicos
pueden emplearse unívocamente tanto para hablar de Dios como para hablar del hombre. El presupuesto del
lenguaje analógico es el hecho de la Creación, ya que todas las cosas participan en el ser divino, y que existe
por tanto una cierta semejanza entre el Creador y la criatura. Existe analogía de atribución en la que la
predicación se hace según una relación de prioridad y dependencia en donde la perfección depende del
analogado principal aunque no se de en los secundarios. También se da analogía de proporcionalidad en el que
se usa un término de acuerdo a la medida da cada uno de ellos. La predicación analógica se aplica según tres
momentos: primero cuando se habla de Dios positivamente en donde se le atribuyen ciertas perfecciones como
la bondad. Dicha perfección, entonces, adquiere un sentido divino desde su significado natural. El segundo
momento es la analogía negativa al eliminar de Dios las cualidades que no son acordes a su naturaleza espiritual
e invisible, como la corporeidad o temporalidad. Y el tercer momento es la vida de la eminencia en donde se da
una cualidad en el hombre que en Dios sería infinita y sólo propia de Él, se dice que el hombre es bueno pero
que en Dios está la suma bondad.

Existen dos concepciones diferentes de analogía: la primera es la analogía entis, en donde el ser se dice
prácticamente en los mismos términos tanto de Dios como de las criaturas. Esta postura analógica es combatida
por teólogos como Karl Barth que niega la posibilidad de colocar al Ser divino y al ser creado bajo un común
denominador de cualquier clase, y de establecer correspondencias entre ambos. A esta postura Barth contrapone
la analogía fidei, en donde el conocimiento de Dios se basa únicamente en la gracia, no en la fuerza de la razón.
Sin embargo, las dos analogías deben ir juntas, no se contraponen, no deben separarse. En la analogía fidei, los
cristianos se refieren no tanto a la doctrina, sino a la vivencia según el Evangelio, Dios viene hacia el hombre y
le ayuda a entender que el lenguaje humano significa aspectos del misterio divino. En definitiva la analogía es
un método que, en medio de oscilaciones, hace que el hombre y el ser absoluto se acerquen.

Por último, se resalta la manera de pensar y hablar de Dios dada por medio de vías de negación, llamada
teología negativa o apofática. Al referirse a Dios, el hombre encuentra la imposibilidad de expresar su totalidad
por medio del lenguaje, por ello el conocimiento sobre la divinidad suponen un momento de negación. En la
apología de los primeros siglos de la Iglesia, los padres usaban la teología negativa para oponerse a
concepciones antropomórficas paganas de Dios que negaban su trascendencia y su unicidad. San Basilio y san
Gregorio de Nisa desarrollan una doctrina del lenguaje sobre Dios denominada la Tiniebla Divina, en la que se
expresa la incapacidad humana para llegar a la profundidad del misterio y el exceso de luz que el Misterio
proyecta. San Agustín dice que la razón exige negar en Dios los atributos en el sentido ordinario que nuestro
lenguaje les concede, además, esta negación afirma la perfección divina. Para Dionisio Areopagita el espíritu
humano que tiende hacia Dios se sobrepasa a sí mismo y solo puede llegar a su plenitud mediante una
experiencia mística a través de la vía negativa que perfecciona la vía afirmativa. En la teología escolástica se da
una continuidad en la perspectiva de Dionisio aunque se da menos independencia entre vías, al punto que Santo
Tomás concibe la visión negativa y afirmativa como elementos no separables en donde la meta del hombre es el
conocimiento último que sobrepasa la presente incogniscibilidad. La teología oriental hace referencia a la vía
apofática al considerar el conocimiento de Dios como directamente proporcional a su misterio, es decir,
mientras más se llegue a conocer a Dios, el hombre más descubre su inaccesibilidad como misterio. Sin
embargo no es una actitud que lleve a un sinsentido, sino que invita a conocer a Dios en la contemplación y en
la mística.

Referencia Bibliográfica: Morales, José. 2008. Introducción a la Teología. Navarra: EUNSA.

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