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En este capítulo, el autor hace referencia a dos teólogos que hacen un aporte al tema
de la amistad y al carácter de don de la teología, ellos son Karl Rahner y Anselm Stolz. El
primero, hace su reflexión entendiendo la teología como una ciencia basada en la existencia
del hombre, un ser esencialmente abierto a la escucha de esa posible revelación libre de
Dios. Más aún, el hombre se descubre como un espíritu en el mundo y un oyente de la
Palabra de la revelación de Dios. Karl Rahner habla sobre la formación teológica en la vida
cristiana y apostólica. La teología es un don, pero también una exigencia que impulsa a
alcanzar en el hombre una mayor densidad y presencia con cada vez más intelección desde
la lógica del amor. En definitiva la teología consiste en el esfuerzo de pasar de siervos a ser
cada vez más amigos de Dios. En la reflexión que el autor toma de Rahner sobre el
Teólogo: Apóstol de Jesucristo y amigo de Dios se dan unos puntos de profundización:
primero, la teología como autocomunicación intradivina, es decir, el Padre se dice y se da
enteramente por medio del Hijo, que es su Palabra. Este Hijo, en cuanto espíritu, se
reconoce a sí mismo como Palabra que a su vez escucha la comunicación que ella misma
es, primero en la creación y luego, como cima, en la encarnación. Un segundo elemento
invita a afirmar el bautismo como fundamento de la teología, porque la Palabra, que tiene
conciencia de sí misma, se da y comunica en el bautismo, de una vez y para siempre,
teniendo en cuenta la exigencia que tiene de irse desarrollando. Como tercer punto de
reflexión, se presenta la teología como una tensión entre el ya (como revelación dada de
una vez para siempre) y el todavía no (de su comprensión en plenitud, manifestada en la
incomprensibilidad de Dios). De igual forma, se da un cuarto punto ratificando el objeto de
la teología, que no es otro que Dios mismo, que desborda la objetividad para ser, en el
fondo, sujeto último y único de la teología. En última instancia, el autor resalta un quinto
punto de reflexión. Se trata de dos actitudes frente al quehacer teológico: la inteligencia, en
cuanto a la seriedad que requiere este estudio, ya que es la búsqueda de la comprensión de
Dios mismo, no de cualquier objeto de conocimiento, y también la confianza del que se
sabe acogido y sostenido por una Palabra preveniente que le sobrecoge y sobrepasa
infinitamente.
Anselm Stolz, benedictino, que es de quien el autor del libro toma la segunda
reflexión del presente capítulo, influye su teología sobre una actitud místico-sapiencial. En
sus reflexiones, intenta liberar la teología de una reflexión fría, separada de la vida real del
cristianismo y de los hombres, e iniciar la búsqueda de una teología viva capaz de poner en
estrecha relación al hombre y a Dios, la razón y la historia. Se trata de una tarea humana,
pero que se da como fruto de una gracia y un carisma.
Finalmente Stolz presenta temas actuales que atañen a la teología: la relación entre
la teología y el magisterio en donde las definiciones dogmáticas se consideran la
finalización de una discusión y el punto de partida de una tarea teológica y la unidad de la
teología frente a la dispersión de los tratados teológicos, haciendo un llamado de atención
ante la negativa separación entre teología positiva y especulativa. Ante esta situación, el
autor reflexiona que solo en cristo, como corazón de la teología, se puede encontrar su
unidad ya que es su objeto de conocimiento y el sujeto que conoce también.