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Fr. Fabián Leonardo Rueda Rueda, O.P.

El Quehacer de la Teología de Olegario González de Cardenal


Capítulo 1: La Palabra y la Idea

La palabra Teología, en su origen, es precristiana. Las primeras acepciones de ésta se dieron en campo de la mítica y filosofía
griega. En primer lugar, se daba en el ámbito religioso de himnos dirigidos a la divinidad como proclamación hímnica a Dios. En
segundo lugar, en el contexto de la filosofía platónica, como una crítica rechazando la concepción antropomórfica de Dios buscando
un pensamiento digno de Dios. Finalmente, para Aristóteles se presenta como el saber que es de Dios y que tiene a Dios por objeto en
una pasión por el conocimiento, relacionándolo con la física y la matemática. Esta percepción aristotélica, posteriormente imprimirá el
carácter objetivo al quehacer teológico. En el Nuevo Testamento no se usa como tal el término pero se asemeja a la Theodídaktoi que
se refiere al hecho de ser enseñados por Dios. En la Biblia la dinámica relacional del hombre con la divinidad cambia de sentido, en la
Escritura preexiste la Palabra de Dios dirigiéndose al hombre y preguntándole, enseñándole, no al contrario como lo pensaban los
griegos. Posteriormente, la reflexión teológica comienza en la Patrística cuando el anuncio del Evangelio se encuentra con el Logos o
el pensamiento racional griego. Son los padres Apologistas los que empiezan el diálogo, primero con los judíos convertidos, luego con
la cultura helenística asumiendo en estos pensamientos, las semina verbi. Ellos dirigen, en primer lugar, el término teología a autores
paganos como sabios y poetas que hablan de mitos, Clemente de Alejandría da un paso más al afirmar que quien pueda recoger las
semillas de la verdad y reunirlas está haciendo verdadera teología. Orígenes, por su parte, aplica una nueva perspectiva al término
usándolo para expresar las relaciones entre el Padre y el Hijo. La caracterización entre teología (estudio directo de Dios) y economía
de salvación (intervención de Dios en la historia) aparece con Eusebio de Cesarea. Pseudo-Dionisio hace una conjunción entre los
términos expuestos por Eusebio y llama teólogos a autores bíblicos como Pedro, Juan, los apóstoles. En la Edad Media es Boecio
quien da a la teología un relieve nuevo en la metafísica de Aristóteles (se ocupa de lo que es sin movimiento, abstraído y separable de
la materia). En el siglo XIII se elabora sistemáticamente la percepción de la cientificidad estricta de la teológica en la Universidad de
París. Esto fue dado gracias a las obras, principalmente de Santo Tomás de Aquino (Suma de Teología) y San Buenaventura (El
itinerario de la mente hacia Dios), autores que habían recibido formación de los comentarios de Pedro Lombardo. Sin embargo, la
palabra teología aun recibía un trato secundario, en vez de éste se hablaba de la sacra doctrina. Ante esto, Santo Tomás toma un texto
de San Agustín en el que aparece la palabra scientia describiendo sus funciones al servicio de la fe, tal ciencia es la teología. A partir
de un estudio en esta línea, el Aquinate define la teología como la ciencia que procede por principios tomado de otra ciencia: la ciencia
de Dios, que él nos ha manifestado por su revelación en la historia, consumada en Jesucristo, y que poseen ya los bienaventurados. El
desarrollo posterior de la teología es oscilante: Lutero rechaza el valor de la filosofía como mediación de la fe, Francisco de Vitoria
redescubre el pensamiento de Santo Tomás, Melchor Cano habla de los lugares teológicos, Schleiermacher afirma la subjetividad de
las realidades cristianas al ubicarlas en el Corazón del hombre como fuente de vida y experiencia, en el siglo XX se da una
multiplicación de movimientos de renovación surgidos dentro de la Iglesia. Algunos autores definen, a su manera la teología: San
Agustín (razón o discurso sobre la realidad), Santo Tomás (ciencia que habla de Dios en la medida en que es cognoscible con la luz de
la revelación divina), Rahner (escucha expresamente esforzada de la propia revelación de Dios acontecida en la historia, el esfuerzo
científicamente metódico por conocerla y el desarrollo reflejo del objeto de ese conocimiento), Karl Barth (teólogo es el que piensa a
Dios a partir de Dios, delante de Dios y para la gloria de Dios). En fin, el quehacer del teólogo es primero oír y acoger y luego pensar
e inteligir.

La teología explica la apertura metafísica del hombre hacia Dios y expone la entrega, en la historia, de la revelación divina al
hombre en Cristo. Esta perspectiva presenta una novedad con respecto al abordaje de la divinidad que se tenía en el conocimiento
filosófico, se trata de la inversión del planteamiento: ahora es Dios quien pregunta al hombre, es decir, que la situación humana de
querer conocer a Dios se da por iniciativa del mismo Dios, para lo cual el hombre debe dar una respuesta: deseo y la acción de
conocerlo, el haber sido encontrados por Dios genera en el hombre el deseo de buscarlo. De manera que se generan dos perspectivas:
la que nace de dinamismo interrogativo del hombre, y la que se da como resultado del asombro de haber sido encontrados por Dios al
escuchar su palabra intentando penetrar su sentido, responderla y obedecerla. Por este motivo, el teólogo tiene la misión de interpretar
al hombre en concreto para discernir sus experiencias y las huellas de Dios en la historia, viendo qué ecos de divinidad se encuentran
en la conciencia. El cristianismo primitivo se encontró con tres tipos de teología desde el ámbito romano: política, mítica y física o la
de los filósofos. El diálogo se dio con ésta última, ya que se preguntaba por el ser, por el hombre y por la verdad, sólo esta plantea la
cuestión de la religión verdadera. Se da, entonces la novedad de la teología del cristianismo: la palabra sobre Dios y la comprensión
sistemática que de Él y de toda la realidad se lleva a cabo a partir de la palabra definitiva que Dios ha dicho sobre sí mismo en
Jesucristo, como Dios personal y concreto revelado en la historia, con una afirmación decisiva del sentido de la existencia humana en
muerte y resurrección. Aquí la teología surge cuando, partiendo de la revelación, se hace posible una palabra humana sobre Dios.
Exponer y confrontar esta palabra con otras sobre Dios, el hombre y el mundo es la tarea irrenunciable del teólogo.

Para el judaísmo la revelación aún está en espera, para la cultura helenística no existen las dos categorías que hacen de Dios
un ser personal: revelación y fe. Al pasar al contexto actual, entre la modernidad y postmodernidad, se perciben algunos asedios a la
teología que caben ser profundizados: el positivismo científico, que piensa poder explicar exhaustivamente al hombre, su constitución
y sus productos desde su identificación material, negando su dimensión espiritual; la comprensión racionalista que limita el horizonte
del hombre a lo que sus manos e inteligencia pueden construir pero le cierra la abertura a la trascendencia religiosa; la reducción de la
positividad cristiana. Para explicar ésta última se tienen en cuenta tres accesos legítimos al cristianismo: como hecho positivo de una
historia particular narrado e interpretado y transmitido por unos textos, como sentido en la auto comprensión de la vida humana y
como revelación de Dios al hombre. El asedio de la reducción de la positividad cristiana niega que haya habido unos momentos de la
Fr. Fabián Leonardo Rueda Rueda, O.P.
historia en los que Dios se haya revelado positivamente, negándose una historia de la revelación de Dios en perspectiva descendente.
El último acoso de la teología es el confinamiento mundano de la persona, se trata de la cultura del pensamiento débil y resignado o
resentido a la finitud caduca que despide todo absoluto, olvidando los ideales de progreso, emancipación y redención de la
modernidad.

Se afirma claramente que los fundamentos de la teología, que le dan sentido, legitimidad y bases para su reflexión son cuatro:
la revelación, la fe, la Iglesia y el dogma. En primer lugar la revelación: este es el hecho fundante de la teología, que no se constituye
en una mera idea, sino el espesor vivido de todos esos hechos del origen, las experiencias que los acompañaron, la fuerza que
imprimieron en sus protagonistas y que han seguido suscitando generación tras generación en culturas y geografías distintas. Quienes
lo vivieron eran conscientes, al decir que Dios habló a los profetas, redimió a género humano en Cristo y reunió a todos en la Iglesia
por la acción del Espíritu Santo, que estaban rompiendo categorías usuales. Desde ahí se invitaba a la conversión en la comunidad
eclesial. De manera que Dios se revela positivamente, es decir, la revelación es un hecho concreto e histórico en la vida del hombre,
verdaderamente ocurrió y es un dato que lo comprueba la experiencia creyente.

El segundo fundamento es la fe personal. Esta fe es posible por la revelación en cuanto palabra que espera y hace posible la
respuesta correspondiente. La fe es el principio de vida, dinamismo y potencia de realidad que Dios da al hombre para que participe de
su vida hasta el punto de poder ver con sus ojos, sentir con sus sentimientos y saber con aquella sabiduría suya que Él quiere
comunicar a quienes se confían en Él, además, le permite percibir al hombre que detrás de instituciones, normas y personas, hay una
realidad divina vivificadora. El teólogo, entonces, intenta mostrar lo imposible para sus palabras de hombre pero posible cuando se
confía a Dios y quiere ser su altavoz: que hay realidad divina comunicada a los humanos, a la que ellos pueden corresponder con la
palabra, la vida y la reflexión. Él vive la fe como don, no como facultad propia. Por la fe, y sólo por este don, es posible conocer a
Dios no como causa, sino como verdadero Dios.

El tercer fundamento es la existencia de la Iglesia como comunidad. Sólo en la Iglesia la fe del cristiano es plena y católica, el
hombre es el destinatario de la revelación, pero esta se da en comunidad, de manera que quien recibe en sí el dato revelado es la
Iglesia. Así como recibe la revelación, también esta llamada, toda ella a interpretarla, custodiarla y transmitirla. La Iglesia es la
destinataria y receptora, guardiana y garante de la revelación de la que cada creyente tiene que vivir, recibiéndola y aportando a su
comprensión, mediación creada por Cristo y animada por su Espíritu para que los creyentes logren la inmediatez con Dios para llegar
a participar de la realidad divina para la que fue creado el hombre.

Y el cuarto fundamente de la teología es el dogma como interpretación autorizada de la revelación. No hay que pensar que el
dogma es un elemento que limita la libertad de pensar dentro del ambiente eclesial, se trata, más bien, de las decisiones y definiciones
que, bajo la guie de los apóstoles y la acción del Espíritu Santo, la Iglesia ha ido tomando en los concilios para interpretar la tradición
apostólica cuan era negada o no aparecía clara, para mantener la unidad dentro de ella y para excluir errores, herejías, cismas. En ellos
se esclarece la doctrina recibida de Cristo.

Ahora bien, cabe la pregunta ¿qué tipo de saber es la teología y qué forma de vida es la del teólogo? El cristianismo
occidental la define como ciencia y sabiduría. Se trata de un equilibrio saludable entre estas dos formas de abordar el conocimiento.
La teología como ciencia no acepta una categoría de cientificidad, ya que la fe se remite a una historia que se fundamenta en unos
textos y se expresa en unos signos. Sin embargo, el quehacer teológico también requiere de un conjunto de saberes positivos ejercidos
desde el mismo rigor de las ciencias, esto como un pre saber, ya que el verdadero teólogo, teniendo en cuenta los datos de la ciencia
positiva, realmente empieza su misión en el saber de Dios desde la revelación de su designio salvífico y de su propio ser. Por esto, la
teología no puede absolutizar el modelo de ninguna ciencia.

De igual forma, es necesario reflexionar la teología como una sabiduría. Esta concepción permite hablar de Dios y del
hombre en relación con las categorías de revelación y salvación, no como un concepto o una teoría, sino en la realidad persona de cada
ser humano. En este sentido, la oración es la sustancia última de la teología, la cual permite crear esa impresión de realidad y de
verdad que los meros saberes y las palabras solas no pueden crear, esto se posibilita desde una voluntad sapiencial, que impide que la
teología se convierta sólo en un recetario de fórmulas y conceptos abstractos. Ciencia y sabiduría se constituyen en las dos caras de la
teología. Separadas, se desnaturalizan ambas. A partir de lo anterior, se puede deducir que teología sin fe no existe, quedaría vacía y la
fe sin teología se queda muda y la Iglesia deshabilitada para cumplir su misión a la altura del tiempo en que esté.

A esto es necesario añadir un elemento de suma importancia. La teología no solamente es técnica (ciencia) y sapiencia, la
tercera dimensión de la teología es la profecía. Este punto indica que lleva a cabo la comprensión e interpretación del tiempo histórico,
lee los signos de los tiempos, ayuda, exhorta y consuela a los cristianos en su tribulación discerniendo las tareas necesarias y los
rechazos no menos necesarios.

Por último, existe un fundamento de diversidad de teologías a lo largo de la historia de la Iglesia (monástica, académica, de la
historia concreta). La eficacia de la teología, independientemente del aspecto que trate o de las circunstancias históricas a las que
responda, se fundamenta en permanecer católica y a no ser herética, determinada y completada por sus predecesores, de manera que
ayudado por ellos, el teólogo vea mejor con los ojos del corazón la realidad de Dios, del hombre y de Cristo Hijo.
Fr. Fabián Leonardo Rueda Rueda, O.P.
Referencia Bibliográfica: González, O (2008). El quehacer de la Teología. Salamanca: Sígueme.

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