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PRINCIPALES OBSTÁCULOS EN LA APLICACIÓN DE CRITERIOS DE GESTIÓN

EMPRESARIAL AL SECTOR TEATRAL EN COLOMBIA


Por Leonardo Aldana de Hoyos

Los obstáculos para la aplicación de criterios de gestión empresarial al sector teatral en


Colombia, así parezca una perogrullada, están en estrecha relación con el
funcionamiento de nuestra economía y la concepción que el estado tiene del teatro. No
son las mismas circunstancias en economías altamente mercantilistas que en
economías tan precarias como la nuestra. Tampoco es igual si el teatro se concibe como
producto o servicio, si un servicio público o no, de lo cual depende que genere
rentabilidad económica o rentabilidad social.

Para este análisis partiré de concebir el teatro como un servicio público; esto es:
Primero. Que no está sujeto a apropiación; es decir, cuando pagas la entrada al teatro
no compras la obra, sino su disfrute temporal. Tampoco está sujeto a exclusión; es
decir, no se puede impedir su disfrute a nadie que tenga una entrada. No está sujeto a
consumo rival; esto es, que el disfrute de un individuo no impide que simultáneamente
lo disfrute otro. Ni tampoco se acomoda eficientemente a las reglas del mercado; esto es
que por ser intangible, inmaterial, efímero, no puede ser almacenado, producido en
serie y más complicado aún: las inversiones en mejoras tecnológicas, de acuerdo con las
teorías de los economistas ingleses Bowman y Bowen no son trasladables al coste de la
boletería. etc. Una vez establecido lo anterior habría que entrar a caracterizar el
mercado teatral en Colombia, aunque sea arriesgado hablar de tal cosa. Y no es que no
haya iniciativas en ese sentido, las hay; pero son iniciativas excluyentes, limitadas por
diversas circunstancias que sería muy amplio analizar y son de carácter puntual o
focalizado en algunas ciudades. Alguna que otra organización con fuertes nexos
políticos que canaliza recursos del estado, vía Congreso de la República y se han
constituido en importantes empresas del sector cultural con proyección internacional.

¿Cómo funciona la economía en el campo teatral? Es más o menos así: Las


agrupaciones teatrales que tienen una sala alternativa buscan ser incluidas en el
Programa Nacional de Concertación y programan en sus propias sedes y las que no,
buscan ser programadas en una de estas salas a través de las relaciones del gremio y/o
ser invitadas a los festivales que, otros grupos teatrales, hacen en diversos lugares del
país y/o venden directamente sus espectáculos en centros educativos, cajas de
compensación y empresas que invierten en esto recursos de responsabilidad social
empresarial, que luego les deducen en un 100% de sus impuestos. La otra alternativa de
ingresos es ganarse uno de los cada vez más reducidos estímulos que ofrece el
Ministerio de Cultura o algunos entes territoriales o concertar algún evento: festival,
encuentro, taller de formación o campaña ciudadana con la mediación del teatro.

Pero, además, no hay una infraestructura teatral eficiente. Las salas alternativas no
pasan de 300 en el país y son muy pocas las ciudades que tengan teatros públicos o
privados que además sean programadores y superen las 400 butacas; en todo caso no
son muchas más que las ciudades capitales de departamento. Bueno, se diría, pero esas
pocas salas públicas y las salas alternativas concertadas ya son un embrión de mercado,
y ahí están los festivales; pues resulta que habiendo tanta demanda de espacio y tan
poca oferta los costos de las salas en condiciones de albergar más de 400 espectadores
son exorbitantes y a esto habría que agregarle impuestos, seguridad, boletería,
publicidad y ahí sí que el famoso mal de costes es una realidad. Y las salas concertadas;
bueno ellas tienen un subsidio del estado que las obliga a programar y a manejar una
boletería diferencial y de todas maneras a bajo costo, pues el sentido de la concertación
es crear públicos, entonces, al igual que los festivales negocian un pago, generalmente
simbólico con los grupos, de manera que la diferencia entre el valor pagado y lo que
realmente cuesta la presentación de la obra se entiende como gestión del grupo
organizador del festival o propietario de la sala concertada, en contraprestación por el
subsidio recibido.

Ahora concedamos en que pese a ser un servicio público el teatro debe generar
rentabilidad económica, es decir, dividendos; y digo concedamos porque yo sí creo que
los servicios públicos deben ser prestados o subsidiados por el estado, esa debería ser la
razón de su existencia, la del estado. Los ciudadanos sostenemos el estado no sólo con
el pago de nuestros impuestos sino que también con nuestro trabajo, y los artistas sí
que con más verdad, porque generamos identidad, porque contribuimos a la formación
los imaginarios regionales y nacional, porque nuestra producción da cuenta del grado
de desarrollo del pensamiento nacional. De lo anterior deviene que en la concepción
liberal del estado el gobierno tiene la obligación de proveer los servicios públicos,
entonces su enajenación en favor de particulares, constituye poco menos que obligar a
los ciudadanos a pagar por un derecho, a pagar de nuevo por un servicio que pagó
previamente con sus impuestos. Pero, como dije, concedamos que es un negocio.

Todo estado, en sus políticas económicas contempla incentivos, ayudas y generación de


condiciones para la industria, el comercio, la construcción, el agro, etc. Verbigracia,
vías, puertos, aeropuertos, créditos, políticas laborales flexibles, tratados y convenios
internacionales, en fin, políticas orientadas a incentivar los sectores de la economía,
concertadas con los respectivos gremios. Pero las políticas para el teatro y en general
para el arte en Colombia, se diseñan en los escritorios del Ministerio de Cultura, a
espaldas de la diversidad de realidades regionales, tratando este sector no como un
renglón de la economía sino como un sector de interdictos en el cual los recursos son
irrecuperables y toda inversión constituye poco más que beneficencia. Esta imagen es la
misma que maneja el sector de la empresa privada haciendo casi que inviable
establecer con ellos relaciones de tipo comercial, a lo más que se aspira es a que
aprueben un proyecto vía responsabilidad social empresarial.

Durante el último decenio aproximadamente, el estado colombiano viene insistiendo en


el tema del emprendimiento y la industria cultural como una necesidad insoslayable,
pero la única política clara en ese sentido, que se ha hecho evidente, es una mayor
exigencia en el campo organizativo, administrativo e impositivo para los artistas y
gestores culturales.

Desde mi punto de vista el gran problema para la aplicación de criterios de gestión


empresarial es la ausencia de políticas públicas hacia la constitución de un mercado
nacional o mercados regionales de las artes y la cultura que se concreten en una
infraestructura que dé respuesta a la demanda de los colectivos teatrales; unas
estrategias de circulación y construcción de público y un tratamiento del sector que le
otorgue la mayoría de edad, es decir, un tratamiento como sector económicamente
viable; no subsidios excluyentes, prácticamente migajas del presupuesto nacional, sino
programas de incentivo para la inversión en el sector, concertación de políticas, y
generación de líneas de créditos blandos que dinamicen la creación y la circulación de
los espectáculos.

En conclusión el principal obstáculo en Colombia para la aplicación de criterios de


gestión empresarial al sector teatral es la displicencia con que la clase política y
empresarial mira el arte. De allí deviene, la insuficiente infraestructura teatral y la
ausencia de políticas concertadas en beneficio del sector.

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