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Al término gradual de la cuarentena, el país que surgirá será notoriamente diferente al Perú
anterior al confinamiento. Deberemos construir lo que no hubo por décadas y tratar, por todos
los medios, que la situación de vulnerabilidad laboral de la mayoría de nuestros compatriotas
no vuelva a repetirse. Hay una agenda social que no debemos postergar.
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Una derivación ética del “principio de subsidiariedad” fue lo que Juan Pablo II llamó “funciones
de suplencia de los estados”, que debe promoverse cuando la fragilidad social es de tal
magnitud que no existen condiciones para garantizar las mínimas condiciones de vida. En ese
sentido el papa Wojtyla en su encíclica “Centesimus Annus”, de 1991, proponía esta función
del siguiente modo: “el Estado puede ejercer funciones de suplencia en situaciones
excepcionales, cuando sectores sociales o sistemas de empresas, demasiado débiles o en vías
de formación, sean inadecuados para su cometido. Tales intervenciones de suplencia,
justificadas por razones urgentes que atañen al bien común, en la medida de lo posible deben
ser limitadas temporalmente” (CA, 48). En ese mismo temor y con mayor énfasis, Juan Pablo II,
en “Laborem Excersens” de 1981, instaba a garantizar un salario justo para el desempleado:
“La obligación de prestar subsidio a favor de los desocupados, es decir, el deber de otorgar las
convenientes subvenciones indispensables para la subsistencia de los trabajadores
desocupados y de sus familias es una obligación que brota del principio fundamental del orden
moral en este campo, esto es, del principio del uso común de los bienes o, para hablar de
manera aún más sencilla, del derecho a la vida y a la subsistencia”( LE, 18).
| Fuente: Andina
Considerando el axioma ético de primacía de la persona sobre cualquier medio, desde una
antropología humanista, es un imperativo moral dotar a los sujetos que carezcan de los medios
para garantizarse un sustento, un estipendio justo por el tiempo que sea necesario en
términos objetivos. Para que esa firme convicción se traduzca en una política de estado y de
gobierno, es importante que superemos el paradigma instrumentalizador del estado. Es decir,
la perspectiva ideológica que considera al estado una entidad separada del cuerpo social,
reducida a ser un garante de la organización legal y no quien garantice el bien común. Pues,
sin bien común, no hay sociedad. Si no, solo individuos arrojados al mundo.
Si estamos asistiendo al eclipse del orden “austromonetarista”, los tiempos nos está brindando
una nueva oportunidad para sentar las bases de un “estado de bienestar” desde la perspectiva
social demócrata o un de “estado social” en la visión demócrata cristiana. Pero, en ambos
casos, habremos de superar el radicalismo doctrinal liberal que ha diluido a nuestras
sociedades, como lo hizo el estalinismo en Europa del Este, en la centuria pasada.