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1.

- ENCICLICA
En la antigua iglesia cristiana, una encíclica era una carta circular enviada a todas
las iglesias de una zona. En ese momento, el término podía utilizarse para una
carta enviada por cualquier obispo a sus fieles. Las encíclicas son cartas
solemnes sobre asuntos de la Iglesia, asuntos de cuestión social, determinados
puntos de la doctrina católica dirigidas por el Papa a los obispos y fieles católicos
1.- ENCICLICA RERUM NOVARUM DEL SUMO PONTÍFICE LEÓN XIII SOBRE
LA SITUACIÓN DE LOS OBREROS 15 MAYO 1891
1.- RERUM NOVARUM “De las cosas nuevas”
Es una Carta Solemne creada en el siglo XIX por Su Santidad el Papa León XIII, y
que, según él, había sido una inspiración divina. Considerado como un
visionario y revolucionario para su época, con este documento pretendía
defender y proteger a todas y todos aquellos que eran clasificados como
“El Proletariado”, o los pobres y desprotegidos de esa época. Esta Encíclica
Rerum Novarum la cual significa “De las cosas nuevas” considerada como “La
Carta Magna” de la religión Católica, trata sobre el reconocimiento de los derechos
básicos de los indefensos, los cuales eran muy precarios por todos
los acontecimientos ocurridos en ese tiempo, tales como, la Segunda Revolución
Industrial, los movimientos sociales y las corrientes políticas que ignoraban por
completo los derechos fundamentales y la dignidad intrínseca del hombre.
Lo que ésta Encíclica busca es dar a conocer todos los aspectos que se vivieron
en esa, y de cierta manera también dar una solución para que a pesar de las
diferentes clases sociales que existieran se pudiera convivir de una forma pacífica
en la cual ambas clases pudieran salir beneficiadas y no solo eso, sino que
también puedan gozar de todos sus derechos de una forma igualitaria, ya que la
justicia de igual forma equivale “a dar a cada uno lo suyo” como lo indicó Santo
Tomás de Aquino. Por lo que el Papa León XIII, exigió: Que la fuerza de trabajo
del hombre no sea considerada una mercancía, ya que de esa manera se violan
los derechos fundamentales de la clase pobre, como lo es la integridad, la
igualdad y dignidad. Reconocer el derecho de los trabajadores a constituir sus
propias asociaciones como el Derecho a la Asociación laboral. Se insta al Estado
a reconocer, por ser natural, el derecho de asociación profesional.
El Descanso dominical, la cual se convirtió en una ley que sirvió para que en
España a principios del siglo xx se avanzara en favor de los derechos de los
trabajadores, la cual obliga a que no se trabajen los domingos, lo cual hoy en día
beneficia a muchos trabajadores.
La Prohibición del trabajo infantil, ya que como menores de edad no están
capacitados para tal desgaste y mucho menos si son trabajos que pueden ser
proporcionados a un hombre adulto y robusto, lo mismo pasa con la mujer, en
ambos casos se debe tomar en cuenta la edad, el desarrollo, las fuerzas físicas,
mentales e intelectuales.
La Protección a la mujer trabajadora, esto significa que existan horarios
adecuados, salarios justos y un buen trato hacia la mismas, por lo que es mejor
acordar o realizar un contrato entre patrono y obrero las condiciones ya que de
esa manera nadie podrá exigir u omitir ciertos aspectos que ya se han establecido
con anterioridad, de esa manera tanto el patrono como el obrero se encuentran
respaldados y protegidos.
El reconocimiento del justo salario, lo cual es muy importante ya que el salario
debe ser proporcional al trabajo que se realiza y a las horas que se trabajan, por lo
que seré comiendo llegar a un acuerdo entre las partes de cuánto será el monto a
pagar recibir. La Previsión social, lo cual es de suma importancia ya que es
el conjunto de prestaciones en beneficio de los trabajadores y de sus familiares
o beneficiarios, que tiene por objeto satisfacer económicamente sus necesidades,
en caso de vejez, invalidezo sobrevivencia y así mantener su nivel de vida
económico, social, cultural e integral.
La cuestión obrera y el cristianismo. Reconoció que "el hombre se enfrenta ahora
a la máquina que trabaja día y noche con muchos caballos de fuerza". Para él, la
cuestión social era también una cuestión sobre la que la Iglesia debía tener una
opinión. En 1870, él y otros 7 obispos introdujeron una moción en el Concilio
Vaticano I que decía: "los trabajadores de mentalidad religiosa levantan los ojos y
las manos hacia la Madre Iglesia con la esperanza de que restaure las leyes del
amor y la justicia cristianos en la sociedad". El Concilio se disolvió antes de
tiempo, por lo que no se realizó ninguna votación.
León XIII estuvo muy influenciado por las obras de Ketteler. Para él, "sin la ayuda
de la religión y de la Iglesia no podría haber una solución a la confusión del
momento". Pero podría ser "el silencio una violación de nuestro deber". La Rerum
novarum es una respuesta largamente esperada a los acontecimientos de la
época, un programa para el principal grupo social más afectado por la Revolución
Industrial, es decir, los obreros. La cuestión salarial es un imperativo de justicia.
Los salarios deben mantener a las familias. León XIII defiende la propiedad
privada, pero también advierte contra la riqueza excesiva. Ve cómo "algunos
excesivamente ricos imponen un yugo casi servil a una masa de desposeídos". Es
un deber "dar limosna de la propia abundancia a los hermanos necesitados". Así,
se opone al socialismo, que quiere poner todos los medios de producción en
manos del Estado. Pero también habla en contra del liberalismo, que se opone a
toda injerencia del Estado. El Estado tiene la tarea de apoyar a aquellos cuya
existencia no es segura. Por ello, reclama una legislación estatal que proteja a los
trabajadores. Al mismo tiempo, León XIII sabe que el poder de la Iglesia es
limitado y quiere que los trabajadores se ayuden a sí mismos. El Papa León les
reconoce el derecho de libre asociación
2.- ENCICLICAS CUADRAGESIMO ANNO EMITIDA 15 MAYO 1931 DEL SUMO
PONTÍFICE DEL PAPA PIO XI
Quadragesimo anno es una carta encíclica del papa Pío XI, promulgada el 15 de
mayo de 1931, con ocasión de los 40 años de la encíclica Rerum Novarum, de allí
su nombre en latín, Quadragesimo ano (en el cuadragésimo año). Trata sobre la
restauración del orden social y su perfeccionamiento en conformidad con la ley
evangelizadora y está dirigida a los Obispos, sacerdotes y fieles católicos.
Tras hacer un resumen de intervenciones de León XIII en temas de carácter
social, hace un elogio de la Rerum novarum sea por su oportunidad (la
penetración de un nuevo sistema económico y el desarrollo industrial habían
producido una fuerte división de clases sociales). Luego resume la misma
encíclica recordando el modo en que León XIII se hizo cargo del problema de los
obreros sin pasar por el liberalismo ni por el socialismo. El papa Pío XI recuerda
también los frutos que dio la encíclica: el hecho de que los gobernantes que
hubieron de reconstruir el mundo después de la Primera Guerra Mundial se
rigieran en cierta medida por los principios enunciados por la Rerum Novarum, la
mejora de la situación de los obreros y las líneas dadas sobre sus asociaciones.
A continuación, Pío XI retoma las enseñanzas del Papa León XIII sobre la
capacidad que la Iglesia tiene de intervenir en los problemas económicos y
sociales con oportunas líneas e indicaciones por parte del Magisterio.
Afronta el tema de la propiedad privada recordando que León XIII no hizo una
defensa a ultranza de la propiedad privada a costa de la comunidad o de la
sociedad, sino que mostró su doble carácter haciendo hincapié en el problema que
en aquel entonces más se debatía ante las teorías socialistas. Quienes niegan el
carácter social y público del derecho a la propiedad pueden caer en el
individualismo; pero quienes disminuyen o rechazan este carácter caen el en
colectivismo. De ahí que, como se dice en la Rerum novarum el derecho de
propiedad se distinga de su ejercicio.
Defiende Pío XI el salario, aunque aconseja que los contratos de los trabajadores
se hagan no tanto como “contratos de trabajo” sino como “contratos de sociedad”.
Luego recuerda que al fijar el sueldo se han de tomar en cuenta diversos factores
y no solo el valor del fruto producido por el trabajador. Éste ha de recibir lo
necesario para afrontar el sustento de su familia y tal sustento se viera afectado
por aumentos de precios de productos de necesidad u otros de esa índole, esos
cambios deberían darse también de manera proporcional en el sueldo. También
ha de considerarse la situación de la empresa y del dador de trabajo.
La encíclica ofrece una renovada condena del comunismo al recordar los
numerosos crímenes que se le achacan en Europa del Este y Asia. Asimismo, el
papa da unas guías para quienes deseen hacer apostolado entre los socialistas
(que mitigan tanto la concepción de la lucha de clases como de la propiedad
privada): no se permite ninguna connivencia con el error sino buscar y mostrar
claramente la verdad. En efecto indica:
Considérese como doctrina, como hecho histórico o como "acción" social, el
socialismo, si sigue siendo verdadero socialismo, aun después de haber cedido a
la verdad y a la justicia en los puntos indicados, es incompatible con los dogmas
de la Iglesia católica, puesto que concibe la sociedad de una manera sumamente
opuesta a la verdad cristiana.
Ante los diversos males que la ambición y la avaricia, “tristes consecuencias del
pecado original”, traen a la sociedad y la economía, Pío XI pide que sean los
valores, las virtudes y la doctrina cristianas las que imbuyan a fondo estas
realidades poniendo en el primer lugar a Dios y considerando lo demás como
medios. Esta encíclica surgió como respuesta a la Gran Depresión de 1929 y
propone un nuevo orden social y económico basado en la subsidiariedad. Pío XI
da una gran importancia en su encíclica a la restauración del principio rector de la
economía, basado en la unidad del cuerpo social. Esta unidad no puede basarse
en la lucha de clases, como el orden económico no debe dejarse a la libre
concurrencia de fuerzas, que cae fácilmente en el olvido de su propio carácter
social y moral.
El libre mercado es beneficioso, pero no puede gobernar el mundo únicamente la
economía, como muestra la dura experiencia de los obreros, ni tampoco
convertirse en una dictadura económica que se rige por sí misma.
La caridad y justicia social debe ser el alma del nuevo orden, defendida y tutelada
por la autoridad pública. También son necesarios tras las dos instituciones
internacionales y compre para una buena organización de la sociedad.
A pesar de defender la existencia de los sindicatos, se prohíben las huelgas y se
critica duramente a las organizaciones socialistas. Como alternativa se proponen
las estructuras de la Acción Católica. El texto ataca a la acumulación de poder y
recursos en manos de unos pocos, que los manejan a su voluntad. Esta realidad
produciría tres tipos de lucha: por la hegemonía económica, por adueñarse del
poder público y entre los diferentes Estados. En referencia al capitalismo, la
encíclica critica con dureza la libre concurrencia del mercado, especialmente con
la mezcla y confusión entre el estado y la economía con olvidando el bien común y
la justicia. Son funestos tanto el "nacionalismo o imperialismo económico" como el
"internacionalismo" del dinero, que sólo tiene patria en sí mismo.
Se propone llevar a la práctica los principios de la recta razón y de la filosofía
socialcristiana sobre el capital de trabajo y su mutua coordinación. Es necesario
evitar tanto el individualismo como el colectivismo, sopesar con equidad y rigor el
carácter individual y social del trabajo, regular las relaciones económicas conforme
a las leyes de justicia conmutativa, con ayudas de la caridad cristiana y someter el
libre mercado a la autoridad pública siempre que sea esta última el garante de la
justicia social dentro de un orden sano para todos.
Todas las propuestas de la encíclica se centran en la vuelta a la doctrina
evangélica, de las que defiende su intemporal validez.
Algunas propuestas más concretas son:
 Reforma ajustada de la economía a la razón iluminada por la caridad
cristiana.
 Colaboración mutua y armoniosa de todas las actividades humanas en la
sociedad.
 Reconstrucción del plan divino para todos los hombres.
 El enriquecimiento es lícito siempre que no menoscabe los derechos
ajenos.
 "Ley de la templanza cristiana" contra los apegos desordenados, que son
una afrenta a los pobres, y que se basa en "buscar primero el reino de Dios
y su justicia".
 "Ley de la Caridad", mucho más amplia que la pura justicia.
 Igualdad radical de todos los hombres en la misma familia de hijos de Dios,
encarnado en el hijo de un carpintero, para potenciar mutuo amor entre
ricos y pobres.
3.- ENCICLICAS MATER ET MAGISTRA ENCICLICA MATER ET MAGISTRA
(MADRE Y MAESTRA) SUMO PONTÍFICE PAPA JUAN XXIII 15 MAYO 1961
Encíclica Mater et magistra (latín: Madre y maestra) es una carta encíclica del
papa Juan XXIII que fue promulgada el 15 de mayo de 1961. Fue anunciada el día
anterior ante miles de personas en un discurso dirigido "a todos los trabajadores
del mundo"
Juan XXIII advierte que la cuestión social tiene una dimensión mundial y que, así
como se puede hablar de personas pobres, también se ha de hablar de sectores
pobres y naciones pobres. El desarrollo de la historia muestra cómo las exigencias
de la justicia y la equidad atañen tanto a las relaciones entre trabajadores
dependientes y empresarios o dirigentes, como a las relaciones entre los
diferentes sectores económicos, y entre las zonas económicamente más
desarrolladas y las zonas económicamente menos desarrolladas dentro de una
misma nación; y, en el plano mundial, a las relaciones entre países en diverso
grado de desarrollo económico-social. Un problema de fondo es cómo proceder
para reducir el desequilibrio entre el sector agrícola, y el sector de la industria y los
servicios; y para que mejore la calidad de vida de la población agrícola-rural.
Sostiene que la justicia y la equidad exigen que los poderes públicos actúen para
que las desigualdades entre zonas económicamente más desarrolladas y menos
desarrolladas sean eliminadas o disminuidas y en las zonas menos desarrolladas
se aseguren los servicios públicos esenciales.
Reafirma el carácter de "derecho natural" de la propiedad privada y también de su
efectiva difusión entre todas las clases sociales: La dignidad de la persona
humana exige normalmente, como fundamento natural para vivir, el derecho al uso
de los bienes de la tierra, al cual corresponde la obligación fundamental de otorgar
a todos, en cuanto posible sea, una propiedad privada. Enfatiza en el derecho de
los trabajadores de sindicalizarse y en la necesidad de que los salarios estén de
acuerdo con la dignidad humana del trabajador y de su familia, con la aportación
efectiva del trabajador la posibilidad económica de la empresa y la situación
económica general.
Juan XXIII sostiene que una economía justa no sólo depende de la abundancia y
distribución de bienes y servicios, sino que incluye el papel de la persona humana
como sujeto y objeto del bienestar. Propone la cristianización de la familia, la
empresa y la sociedad; la vocación de la Iglesia y de cada cristiano es superar la
excesiva desigualdad entre los distintos sectores de la sociedad y resistir los
procesos económicos y políticos que ponen en peligro la dignidad humana y la
libertad. La encíclica tuvo una gran aceptación y fue reconocida mundialmente por
sus fundamentos éticos, sociales y cristianos a tal magnitud que el 9 de
septiembre de 1962 en la ciudad de Santiago de los Caballeros, en la Nación
caribeña de República Dominicana fue fundada la Pontificia Universidad Católica
Madre y Maestra; primera universidad de carácter privado del país y cuyos
principios fundamentales se inspiran en la encíclica Mater et magistra.
4.- ENCICLICAS CARTA ENCÍCLICA PACEM IN TERRIS DE SU SANTIDAD
SUMO PONTÍFICE JUAN XXIII El 11 DE ABRIL DE 1963,
Pacem in terris (en español: Paz en la Tierra) es la última de las ocho encíclicas
del papa Juan XXIII, publicada el 11 de abril de 1963,1 53 días antes del
fallecimiento del pontífice, coincidiendo con la celebración del Jueves Santo. Con
un subtítulo que reza: «Sobre la paz entre todos los pueblos que ha de fundarse
en la verdad, la justicia, el amor y la libertad», era una especie de llamamiento del
sumo pontífice a todos los seres humanos y todas las naciones para luchar juntos
en la consecución de la paz en medio del clima hostil generado por la Guerra Fría.
ANTECEDENTES
Durante el pontificado de Juan XXIII, la tranquilidad mundial fue alterada por
diferentes sucesos como la creación del programa Sputnik, el apogeo de la Guerra
Fría y la subsecuente construcción del Muro de Berlín, la Crisis de los misiles de
Cuba, la Guerra de Vietnam y la posibilidad de que todo esto desembocara en una
guerra nuclear; es en ese contexto que surge Pacem in terris.
El 11 de abril de 1963, el papa firmó la encíclica durante una rueda de prensa y
anunció que se publicaría dos días más tarde, también afirmó que iba dirigida «a
todos los hombres de buena voluntad» y no únicamente a la feligresía católica y al
episcopado. Además, convocó a todos los humanos y a todas las naciones a
colaborar para conseguir la paz por medio de la comprensión, la ayuda mutua y el
respeto de los derechos de los demás.
C0NTENIDO
Pacem in terris lleva un subtítulo que dice: «Sobre la paz entre todos los pueblos
que ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad», que describe los
cuatro principios considerados fundamentales para alcanzar la paz: la verdad
como fundamento, la justicia como regla, el amor como motor y la libertad como
clima. Su estructura está compuesta por una «Introducción» y cinco secciones
llamadas: «Ordenación de las relaciones civiles y matrimoniales», «Ordenación de
las relaciones políticas», «Ordenación de las relaciones internacionales»,
«Ordenación de las relaciones mundiales» y «Normas para la acción temporal del
cristiano».
En general hace énfasis en los derechos y deberes que deben observar los seres
humanos y los estados, en las relaciones entre sí y en las relaciones con otros
seres humanos y otros estados, con la finalidad de conseguir la paz y el bien
común; señala además que el ser humano debe tener paz interior para poder
conseguir la paz social. «En toda convivencia humana bien ordenada y
provechosa hay que establecer como fundamento el principio de que todo hombre
es persona, esto es, naturaleza dotada de inteligencia y de libre albedrío, y que,
por tanto, el hombre tiene por sí mismo derechos y deberes, que dimanan
inmediatamente y al mismo tiempo de su propia naturaleza. Estos derechos y
deberes son, por ello, universales e inviolables y no pueden renunciarse por
ningún concepto.»
Entre otras cosas demanda la reivindicación del papel de la mujer al interior del
hogar y en la sociedad y a respetar los derechos de los exiliados y las minorías
étnicas. En el plano internacional, invita a las naciones a frenar la carrera
armamentista y a prohibir las armas nucleares y puntualiza la responsabilidad de
la Organización de las Naciones Unidas en la promoción de la buena relación
entre los pueblos y la consecución de la paz, así como también la importancia de
la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
El rechazo incondicional de la carrera de armamentos y de la guerra en sí misma
constituye una de las innovaciones más importantes de esta encíclica. Sostiene
que en la era atómica resulta impensable que la guerra se pueda utilizar como
instrumento de justicia. Esto, a su vez, implicó un fuerte cuestionamiento al
concepto de guerra justa que, en el pensamiento del historiador José Orlandis,
resultó virtualmente abolido por la encíclica.
«la justicia, la recta razón y el sentido de la dignidad humana exigen urgentemente
que cese ya la carrera de armamentos; que, de un lado y de otro, las naciones que
los poseen los reduzcan simultáneamente; que se prohíban las armas atómicas;
que, por último, todos los pueblos, en virtud de un acuerdo, lleguen a un desarme
simultáneo, controlado por mutuas y eficaces garantías.»
«en nuestra época, que se jacta de poseer la energía atómica, resulta un absurdo
sostener que la guerra es un medio apto para resarcir el derecho violado.
Hasta 1963, Pacem in terris fue el documento papal que tuvo mayor difusión y
repercusión a nivel internacional y las reacciones de la prensa y los líderes
políticos y religiosos fueron generalmente positivas. U Thant, secretario general de
la Organización de las Naciones Unidas quien recibió la única copia con firma
autógrafa que salió del Vaticano de manos del cardenal Leo Jozef Suenens,
afirmó: «La he leído con un profundo sentido de satisfacción. La encíclica está
completamente de acuerdo con las concepciones y los objetivos de las Naciones
Unidas». El gobierno de los Estados Unidos, presidido por John F. Kennedy, a
través de su Departamento de Estado expresó: «Acogemos con afecto el mensaje
conmovedor del Papa Juan XXIII. La Pacem in Terris es una encíclica histórica de
importancia mundial, ningún país podría ser más receptivo a su profundo llamado
que los Estados Unidos».
Nikita Kruschev, primer ministro de la Unión Soviética, declaró en una entrevista:
No podemos menos que tener muy en cuenta la postura del Papa Juan XXIII,
posición realista sobre una serie de cuestiones entre las más acuciantes de
nuestra época, y, en primer lugar, sobre el problema de la paz y del desarme. En
su reciente Encíclica el Papa se ha pronunciado por el fin de la carrera de
armamentos, la prohibición de las armas nucleares, la realización del desarme
bajo un control internacional eficaz, en pro de la coexistencia pacífica de los
Estados, de las relaciones en pie de igualdad, y en pro de la eliminación de la
historia bélica. Es preciso estar ciego para no ver que estas actitudes están
fundadas en una comprensión real del peligro que representa la guerra. Nosotros
los comunistas no aceptamos ninguna concepción religiosa. Pero al mismo tiempo
somos de los que creen que es necesario que se unan todas las fuerzas para
salvaguardar la paz

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5.- ENCICLICA POPULORUM PROGRESSIO EL DESARROLLO DE LOS
PUEBLO SUMO PONTÍFICE PAPA PABLO VI 26 DE MARZO DE 1967
Populorum progressio (latín: El desarrollo de los pueblos) es la carta encíclica del
papa Pablo VI promulgada el 26 de marzo de 1967.
ESTRUCTURA
Encíclica dirigida a consagrados, laicos y personas de buena voluntad. Consta de
un preámbulo y dos partes:
 Por un desarrollo integral del hombre
 El desarrollo solidario de la humanidad.
La encíclica está dedicada a la cooperación entre los pueblos y al problema de los
países en vías de desarrollo. El papa denuncia que el desequilibrio entre países
ricos y pobres se va agravando, critica al neocolonialismo y afirma el derecho de
todos los pueblos al bienestar. Además, presenta una crítica al capitalismo y al
colectivismo marxista. Finalmente propone la creación de un fondo mundial para
ayudar a los países en vías de desarrollo.
Es una de las más famosas e importantes de Pablo VI aun cuando en su momento
fue objeto de debates (por ejemplo, en cuanto al derecho de los pueblos a
rebelarse incluso con la fuerza contra un régimen opresor) y críticas por parte de
los ambientes más conservadores. La encíclica fue el motivo de fundación del
movimiento MSPTM (Misioneros Siervos de los Pobres del Tercer Mundo)
La propiedad privada no constituye para nadie un derecho incondicional y
absoluto. No hay ninguna razón para reservarse en uso exclusivo lo que supera a
la propia necesidad, cuando a los demás les falta lo necesario.
EL DESARROLLO SOLIDARIO DE LA HUMANIDAD
En esta primera parte se establece el marco contextual: se describen los "datos
del problema", se habla de la acción de la Iglesia respecto al desarrollo y de
acciones que deben ser emprendidas por la sociedad mundial.
Se habla del "neocolonialismo" como la causa que en ese momento generaba
injusticia entre países, pues, si bien se da una independencia de los pueblos
respecto a sus colonizadores, sin embargo, se continuaba dando una dependencia
injusta de estos respecto de los países ricos.
Se expresa en la encíclica la preocupación que causa ver cómo los países más
pobres se van distanciando cada vez más de los países ricos, que se aprovechan
de los recursos sin permitirles entrar en una igualdad real.
Otro punto a destacar es la valoración de la industrialización del trabajo, pero la
crítica al capitalismo liberal que olvida al trabajador para centrarse en la
producción de riqueza.
También se habla sobre la necesidad de unir la idea de progreso no solo a la
economía sino al reconocimiento de la dignidad del ser humano y a su desarrollo
integral, incluido el espiritual.
Se subraya el peligro que se genera al querer los países ricos imponer un control
sobre los países pobres y condicionar la ayuda en función de la obediencia a este
control y que esto sucede en el campo económico e incluso demográfico “Es,
pues, grande la tentación de frenar el crecimiento demográfico con medidas
radicales”
Se rechaza la violencia como tentación y se advierte que esta puede llegar a
convertirse en revolución en casos de ataque a las personas muy graves y
continuados, si bien no se la justifica sino en casos de defensa necesaria (habría
que añadir, y "sin alternativa posible" para comprender bien lo que la encíclica
quiere expresar). Así leemos en la encíclica:
“Tentación de la violencia: Es cierto que hay situaciones cuya injusticia clama al
cielo. Cuando poblaciones enteras, faltas de lo necesario, viven en una tal
dependencia que les impide toda iniciativa y responsabilidad, lo mismo que toda
posibilidad de promoción cultural y de participación en la vida social y política, es
grande la tentación de rechazar con la violencia tan grandes injurias contra la
dignidad humana. Revolución: Sin embargo, como es sabido, la insurrección
revolucionaria salvo en caso de tiranía evidente y prolongada que atentase
gravemente a los derechos fundamentales de la persona y dañase peligrosamente
el bien común del país engendra nuevas injusticias, introduce nuevos
desequilibrios y provoca nuevas ruinas. No se puede combatir un mal real al
precio de un mal mayor.”
POR UN DESARROLLO INTEGRAL DEL HOMBRE
Invitación a los países ricos a ayudar a los pobres de forma no interesada a través
de programas concertados y de la constitución de un foro mundial de ayuda a los
países pobres.
Para evitar que las ayudas de los países ricos pongan condiciones a los países
pobres se propone crear un programa de colaboración fruto del acuerdo
internacional.
En Populorum Progressio se concreta que, para evitar que los países pobres
puedan buscar ayudas de manera injustificada, a los países que ayuden “se les
podrán dar garantías sobre el empleo que se hará del dinero, según el plan
convenido y con una eficacia razonable, puesto que no se trata de favorecer a los
perezosos y parásitos. Y los beneficiarios podrán exigir que no haya injerencias en
su política y que no se perturbe su estructura social”, ayudando precisamente a las
personas que tienen más necesidad “a quienes hay que convencer que realicen
ellos mismos su propio desarrollo y que adquieran progresivamente los medios
para ello”.
Se critica el liberalismo económico que no tiene en cuenta la desigualdad entre
países pobres y ricos y se invita a superar estas desigualdades a través de pactos
internacionales que procuren una real justicia de trato con quien está en peor
situación industrial y tiene más dificultades.
Se critica el nacionalismo y el racismo como posibles obstáculos que pueden
generar que no se de verdadera preocupación solidaria por el resto de países.
En el Llamamiento final de la Encíclica se invita a una real conversión de los
corazones desde la oración, situando el problema que existe a nivel mundial como
una cuestión que nace de cada individuo y del egoísmo individual. Asimismo, se
sugiere la necesidad de constituir una autoridad mundial que pueda coordinar los
esfuerzos para conseguir que los países pobres tengan un nivel de vida
mínimamente digno.
6.- ENCICLICAS LABOREM EXERCENS “EL TRABAJO HUMANO” SUMO
PONTÍFICE JUAN PABLO II 14 SEPTIEMBRE 1981
Laborem exercens (en español, Sobre el trabajo humano, traducción literal, Al
ejercer el trabajo) es una encíclica escrita por el papa Juan Pablo II en 1981 cuyo
tema es el trabajo. Forma parte del compendio de la Doctrina Social de la Iglesia,
que remonta sus orígenes a la encíclica de 1891 Rerum novarum, de León XIII.
Según Primo Corbelli, Juan Pablo II «fue quien estudió y actualizó la cuestión [de
la postura de la Iglesia en relación al trabajo] en profundidad» con este
documento.
Índice
 Contexto
 Dignidad del trabajo
 Trabajo y capital
 El empleador indirecto
 Derechos de los trabajadores
 Espiritualidad del trabajo
 Referencias
 Enlaces externos
1.- Contexto
Para los papas se había vuelto costumbre publicar nuevos textos sobre asuntos
sociales cada diez años desde Rerum novarum, para actualizar la doctrina social
en relación con los tiempos modernos. Laborem exercens fue escrita en su 90.º
aniversario y hace referencia a dicha encíclica y a otras posteriores.
El papa no pudo publicar el documento el 15 de mayo, el día del aniversario, a
causa del intento de asesinato que había tenido lugar dos días antes. Por eso lo
hizo unos meses después, en septiembre de 1981. Algunas de las tendencias
mencionadas en el texto por Juan Pablo II son:
El creciente uso de la tecnología, en especial la tecnología de la información. Juan
Pablo II predijo que implicaría cambios comparables a la Revolución industrial del
siglo anterior.
Problemáticas ambientales. El papa destacó que algunos recursos, en particular el
petróleo, comenzaban a escasear. Además, la necesidad de preservar el
medioambiente se estaba volviendo notoria.
La gente de los países en vías de desarrollo que pide mayor participación en la
economía global. Juan Pablo se mostró favorable a esta tendencia, pero mencionó
su temor ante el hecho de que la amplia distribución del empleo podría llevar al
paro a trabajadores capacitados.
Si bien no se menciona en la encíclica, probablemente Juan Pablo II pensaba en
la fundación de Solidaridad, una central sindical de raíces fuertemente católicas en
su Polonia natal en 1980. Juan Pablo conocía a Lech Wałęsa, el fundador de
Solidaridad, y se reunió con él más de una vez durante una visita a su país en
1979. Juan Pablo II ha defendido la existencia de los sindicatos y los consideró un
«exponente de la lucha por la justicia social y un factor constitutivo del orden social
y de solidaridad que no se puede prescindir».
2.- Dignidad del trabajo
Laborem exercens comienza con un argumento basado en las sagradas escrituras
sobre que el trabajo es más que una actividad o un bien, sino una parte esencial
de la naturaleza humana:
La Iglesia halla ya en las primeras páginas del libro del Génesis la fuente de su
convicción según la cual el trabajo constituye una dimensión fundamental de la
existencia humana sobre la tierra. Cuando éste, hecho «a imagen de Dios... varón
y hembra», siente las palabras: «Procread y multiplicaos, y henchid la tierra;
sometedla», aunque estas palabras no se refieren directa y explícitamente al
trabajo, indirectamente ya se lo indican sin duda alguna como una actividad a
desarrollar en el mundo.
El trabajo no es resultado del pecado de Adán, sino que fue dado a la humanidad
desde el momento de la creación. Juan Pablo II argumenta que es esencial para la
naturaleza humana y que «el hombre es sujeto de trabajo». Por eso considera vital
humanizar el trabajo ante la presencia de las máquinas.
El hombre debe someter la tierra, debe dominarla, porque como «imagen de Dios»
es una persona, es decir, un ser subjetivo capaz de obrar de manera programada
y racional, capaz de decidir acerca de sí y que tiende a realizarse a sí mismo.
Como persona, el hombre es pues sujeto del trabajo.
Juan Pablo traza una diferencia entre trabajo y fatiga. El trabajo es una parte
integral de la naturaleza humana, mientras que la fatiga, según el Génesis, fue
una consecuencia del pecado. Ya no pueden ser separados, pero aún se puede
encontrar el aspecto esperanzador y realizador del trabajo, que Juan Pablo
denomina «laboriosidad»:
La intención fundamental y primordial de Dios respecto del hombre, que Él «creó...
a su semejanza, a su imagen», no ha sido revocada ni anulada ni siquiera cuando
el hombre, después de haber roto la alianza original con Dios, oyó las palabras:
«Con el sudor de tu rostro comerás el pan», Estas palabras se refieren a la fatiga
a veces pesada, que desde entonces acompaña al trabajo humano; pero no
cambian el hecho de que éste es el camino por el que el hombre realiza el
«dominio», que le es propio sobre el mundo visible «sometiendo» la tierra. Lo
saben todos los hombres del trabajo y, puesto que es verdad que el trabajo es una
vocación universal, lo saben todos los hombres.
En el mundo moderno existen numerosas situaciones que tienden a degradar la
dignidad del trabajo. Juan Pablo las llamó «amenazas al correcto orden de los
valores». Por ejemplo, cuando el trabajo es considerado un producto para la
venta, o cuando los trabajadores son vistos como una «fuerza de trabajo»
impersonal, los hombres son tratados como instrumentos y no como sujeto de
trabajo. Otras violaciones a la dignidad del trabajo incluyen desempleo, subempleo
de trabajadores cualificados, salarios inadecuados para sostener la vida,
seguridad laboral inadecuada y trabajo forzado. Juan Pablo II contempla los
beneficios de la tecnología, pero también su contracara negativa:
Entendida aquí no como capacidad o aptitud para el trabajo, sino como un
conjunto de instrumentos de los que el hombre se vale en su trabajo, la técnica es
indudablemente una aliada del hombre. Ella le facilita el trabajo, lo perfecciona, lo
acelera y lo multiplica. Ella fomenta el aumento de la cantidad de productos del
trabajo y perfecciona incluso la calidad de muchos de ellos. Es un hecho, por otra
parte, que a veces, la técnica puede transformarse de aliada en adversaria del
hombre, como cuando la mecanización del trabajo «suplanta» al hombre,
quitándole toda satisfacción personal y el estímulo a la creatividad y
responsabilidad; cuando quita el puesto de trabajo a muchos trabajadores antes
ocupados, o cuando mediante la exaltación de la máquina reduce al hombre a ser
su esclavo.
3.- Trabajo y capital
En Laborem exercens, Juan Pablo resalta las prioridades básicas como marco
para discutir temas como el trabajo, el capital y la propiedad privada: el trabajo es
más importante que el capital y las personas son más importantes que los objetos.
En contraste, cita dos ideas que considera errores: el materialismo y el
economicismo. El primero subordina la gente a la propiedad, mientras que el
segundo solo valora el trabajo según su beneficio económico. Juan Pablo, por el
contrario, recomienda una filosofía personalista:
el hombre que trabaja desea no sólo la debida remuneración por su trabajo, sino
también que sea tomada en consideración, en el proceso mismo de producción, la
posibilidad de que él, a la vez que trabaja incluso en una propiedad común, sea
consciente de que está trabajando «en algo propio». Esta conciencia se extingue
en él dentro del sistema de una excesiva centralización burocrática, donde el
trabajador se siente engranaje de un mecanismo movido desde arriba; se siente
por una u otra razón un simple instrumento de producción, más que un verdadero
sujeto de trabajo dotado de iniciativa propia.
En un ambiente de trabajo moderno se vuelve muy complejo establecer derechos
de propiedad. Los recursos humanos deben ser considerados dones de Dios,
pertenecientes a todos. Cualquier herramienta o tecnología que se emplea se
erige sobre generaciones incontables y recibe la influencia de quienes la utilizan
hoy.
En efecto, si es verdad que el capital, al igual que el conjunto de los medios de
producción, constituye a su vez el producto del trabajo de generaciones, entonces
no es menos verdad que ese capital se crea incesantemente gracias al trabajo
llevado a cabo con la ayuda de ese mismo conjunto de medios de producción, que
aparecen como un gran lugar de trabajo en el que, día a día, pone su empeño la
presente generación de trabajadores. Se trata aquí, obviamente, de las distintas
clases de trabajo, no sólo del llamado trabajo manual, sino también del múltiple
trabajo intelectual, desde el de planificación al de dirección.
Tomando como base este punto de vista, Juan Pablo propuso una visión dinámica
y flexible de la propiedad y de la economía. Recomendó arreglos para que los
trabajadores compartan la propiedad, como las cooperativas de trabajo o los
sindicatos.
4.- El empleador indirecto
Juan Pablo examinó los derechos de los trabajadores en el contexto más amplio y
analizó su relación con los empleadores directos e indirectos. El empleador directo
de un trabajador es «la persona o la institución para la que se trabaja directamente
mediante un contrato». Los empleadores indirectos son las otras personas, grupos
y estructuras que afectan o limitan al empleador directo.
En el concepto de empresario indirecto entran tanto las personas como las
instituciones de diverso tipo, así como también los contratos colectivos de trabajo
y los principios de comportamiento, establecidos por estas personas e
instituciones, que determinan todo el sistema socio-económico o que derivan de
él. El concepto de empresario indirecto implica así muchos y variados elementos.
La responsabilidad del empresario indirecto es distinta de la del empresario
directo, como lo indica la misma palabra: la responsabilidad es menos directa;
pero sigue siendo verdadera responsabilidad: el empresario indirecto determina
sustancialmente uno u otro aspecto de la relación de trabajo y condiciona de este
modo el comportamiento del empresario directo cuando este último determina
concretamente el contrato y las relaciones laborales.
Como ejemplo, Juan Pablo cita las compañías fabricantes de los países
desarrollados que adquieren la materia prima de los países en vías de desarrollo.
Como los compradores insisten para obtener los precios más bajos posibles, los
trabajadores en otras partes del mundo se ven directamente afectados. Para crear
una política laboral que asegure justicia para cada trabajador, es necesario no solo
trabajar con los empleados directos, sino también identificar a los empleadores
indirectos. Juan Pablo sugiere que ese trabajo corresponde a los gobiernos y a
organizaciones internacionales como la ONU o la OIT.
Derechos de los trabajadores
Juan Pablo II reconoció el derecho al pleno empleo y que el problema en lograr
este objetivo era la organización, no la falta de recursos. Esta complicación se
resolvería elaborando planes junto a los empleadores indirectos. Por otro lado,
propuso un salario familiar justo para que las mujeres no tuvieran la necesidad de
salir a trabajar porque el sueldo del padre de familia no alcanzaba. También
reconoció la necesidad de que el trabajador posea un seguro social y vacaciones.
En cuanto al derecho de huelga, si bien lo reconoce, lo propone como última
medida en caso de que el diálogo fracase. En la encíclica también se dirige
especialmente hacia los agricultores y las personas con discapacidad. Sobre las
migraciones por motivos laborales, el papa menciona que dejan expuestos a los
trabajadores ante la explotación, implican una pérdida para el país de origen de
esa persona, y hacen que se pierdan sus raíces culturales. Por eso recomienda
que los Estados protejan a los inmigrantes.
5.- Espiritualidad del trabajo
Laborem exercens finaliza con una sección que considera la importancia del
trabajo en la espiritualidad cristiana. Juan Pablo alienta a la Iglesia a desarrollar y
enseñar una espiritualidad del trabajo. Sus componentes serían: trabajo y
descanso adecuados, a semejanza de Dios; seguir los pasos de Jesús, carpintero,
entre otros ejemplos del Antiguo y Nuevo Testamento, y «soportando la fatiga del
trabajo en unión con Cristo crucificado por nosotros, el hombre colabora en cierto
modo con el Hijo de Dios en la redención de la humanidad». Doctrina social de la
Iglesia Iglesia católica Juan Pablo II
Referencias
1.- Juan Pablo II (14 de septiembre de 1981). «Laborem exercens». Consultado el
23 de agosto de 2018.
2.- Thousands see Pope shot in Rome». BBC News: On This Day (en inglés).
BBC. Consultado el 25 de agosto de 2018.
3.- Repa, Jan (12 de agosto de 2005). «Analysis: Solidarity's legacy» (en inglés).
BBC. Consultado el 23 de agosto de 2018.
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7.- ENCICLICAS SOLLICITUDO REI SOCIALIS “LA PREOCUPACION SOCIAL”


SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II 30 DICIEMBRE 1987
Sollicitudo rei socialis (en español, Preocupación social) es la carta encíclica del
papa Juan Pablo II, promulgada el 30 de diciembre de 1987, con ocasión del
vigésimo aniversario de la encíclica Populorum Progressio, acerca de la
preocupación social de la Iglesia.
 Estructura
 Resumen
 Bibliografía
 Enlaces externos
1.- Estructura
Capítulo I: Introducción
Capítulo II: Novedad de la encíclica Populorum progressio
Capítulo III: Panorama del mundo contemporáneo
Capítulo IV: el auténtico desarrollo humano
Capítulo V: Una lectura teológica de los problemas modernos
Capítulo VI: Algunas orientaciones particulares
Capítulo VII: Conclusión
En la introducción el Papa Juan Pablo II recuerda el hito que marcó la publicación
de la encíclica Rerum Novarum y cómo los documentos del Magisterio que la han
seguido, se publican con motivo de aniversarios de esta intervención destacada.
Así sucedió con la Populorum Progressio que es la ocasión de este nuevo
documento. Juan Pablo II fija los objetivos de esta nueva encíclica: homenajear el
documento de Pablo VI y afirmar la:
continuidad de la doctrina social junto con su constante renovación. En efecto,
continuidad y renovación son una prueba de la perenne validez de la enseñanza
de la Iglesia.
En la primera parte, el Papa recuerda la ocasión y la novedad de las enseñanzas
que Pablo VI ofreció con su encíclica. Se trata -afirma- de un documento de
aplicación de las conclusiones del Concilio Vaticano II a los problemas del tiempo
(desigualdad social y económica, destino universal de los bienes y las ventajas y
peligros del desarrollo). En la segunda parte, Juan Pablo II hace un análisis de la
situación contemporánea deteniéndose en algunos aspectos especialmente
descriptivos como el desencanto de las esperanzas de desarrollo que en los años
60 y 70 se tenían y que llevaron a algunas medidas concretas y campañas pero
que a la larga se han mostrado insuficientes, el progresivo distanciamiento
económico del Norte con respecto al Sur (el Papa llega a llamarlo “abismo”: cf.
núm. 14), la lucha infructuosa contra el analfabetismo, los problemas para dar
educación superior a todos, la falta de participación, las nuevas variedades de
explotación, opresión y discriminación, la presencia de mecanismos que no
permiten el crecimiento de los pueblos. A modo de paradigma de las situaciones
anormales el Papa se detiene en el tema de la falta o indignidad de las viviendas
de muchas personas:
La falta de vivienda, que es un problema en sí mismo bastante grave, es digno de
ser considerado como signo o síntesis de toda una serie de insuficiencias
económicas, sociales, culturales o simplemente humanas; y, teniendo en cuenta la
extensión del fenómeno, no debería ser difícil convencerse de cuán lejos estamos
del auténtico desarrollo de los pueblos. Sollicitudo rei socialis, núm. 17
Pero también menciona el tema del empleo y de la deuda externa como aspectos
emblemáticos de la situación.
Se detiene luego en examinar las causas políticas de la situación contemporánea
a la encíclica. Parte de la consideración de los dos bloques de Este y Oeste que
se contraponen en especial por motivos políticos y económicos, unos inspirados
en el capitalismo liberal, otros en el colectivismo de inspiración marxista. De la
contraposición ideológica se ha pasado a la contraposición militar dando lugar a la
Guerra fría. Sin embargo, la doctrina social de la Iglesia ha criticado e incluso
condenado ambas doctrinas no solo por el evidente rechazo de Dios del marxismo
sino por la poca versatilidad que, según el Papa, ambas ideologías tienen para
lograr afrontar las situaciones nuevas y promover el desarrollo integral del hombre.
De esta consideración general, pasa a una crítica de la carrera armamentística,
del terrorismo, del control de la natalidad por parte de los Estados.
A todos estos elementos negativos se suman algunos positivos como el aumento
de la conciencia de la dignidad de cada persona, de la interdependencia que lleva
a la solidaridad, el respeto por la vida, etc.
La tercera parte de la encíclica está dedicada al tema del desarrollo humano
integral (opuesto ya como concepto por Pablo VI al del “progreso” de origen
iluminista). El aumento de bienes o la mayor facilidad de acceder a servicios,
afirma Juan Pablo II, se ha mostrado insuficiente y que lleva a una especie de
“superdesarrollo” que es inmoral pues implica el dejar la supremacía al “tener”
sobre el “ser”. Un desarrollo basado solo en aspectos económicos no es
suficiente.
Según el Papa, es una visión teológica la que permite una propuesta de desarrollo
integral del hombre. La fe cristiana con el plan de salvación que Dios ha ido
revelando es la respuesta al sueño de un progreso infinito y ofrece también
motivos profundos para el actuar cristiano en el ámbito social y económico. Es
fuente de una obligación de solidaridad y de empeño por el desarrollo de todos
pues ofrece motivación al valor de los derechos de cada persona y el consiguiente
respeto por ellos. También se puede aplicar al uso de los recursos y l respeto al
medioambiente.
En la cuarta parte, el Papa -según se anuncia en el mismo título- ofrece una
lectura teológica de la problemática contemporánea en especial del poco
desarrollo que se ha dado tras la Populorum progressio. Se identifican las causas
morales en la presencia de los dos bloques mencionados anteriormente que
suponen la presencia de auténticas estructuras de pecado:
Entre las opiniones y actitudes opuestas a la voluntad divina y al bien del prójimo y
las «estructuras» que conllevan, dos parecen ser las más características: el afán
de ganancia exclusiva, por una parte; y por otra, la sed de poder, con el propósito
de imponer a los demás la propia voluntad.
Ambas pueden resumirse en la expresión “a cualquier precio”. Pero este análisis
de causas y situaciones ofrece también, según Juan Pablo II, el camino a las
soluciones pues hacen ver que el problema no es político ni económico sino de
orden moral. De la conciencia de la interdependencia de los pueblos se ha de
pasar a la solidaridad. La fe le aporta nuevas dimensiones a esta virtud como son
la gratuidad y el perdón, el valor de la reconciliación.
La última parte de la encíclica está dedicada a algunas orientaciones más
concretas haciendo hincapié en la naturaleza propia de la doctrina social de la
Iglesia que no se presenta como una ideología más sino como un conjunto de
principios que aplican la teología moral al contexto sociopolítico-económico y así
dar orientaciones a quienes puedan actuar a partir de esos principios. Tales
principios son el destino universal de los bienes, el ya recordado de solidaridad y
el principio de subsidiariedad.
El Papa hace una invitación a las naciones a revisar, reformar y establecer formas
de cooperación.
En la conclusión, Juan Pablo II hace un llamado a todos los cristianos y hombres
de buena voluntad a trabajar con estos objetivos.
8.- ENCICLICAS CENTESSIMUS ANNUS “CIEN AÑOS DESPUES” SUMO
PONTÍFICE JUAN PABLO II 1 MAYO 1981
CONSIDERACIONES SOBRE LA IGLESIA
NOTA: Presentamos en primer lugar un cuadro con la sistematización dada a los
temas de la Encíclica Centessimus Anmis
 LA IGLESIA: Valor y significación del hombre y de la persona; Las fuentes
de vida; La familia.
 LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA: Los pobres; La cuestión obrera;
La lucha de clases; Asociaciones y sindicatos.
 EL ESTADO: La paz; La libertad; La democracia; El totalitarismo.
 EL TRABAJO: El trabajo solidario; El trabajo social; El trabajo y los bienes;
El salario; Los bienes; La propiedad; Los beneficios.
 LA ECONOMJA: La cconomfa de mercado; La economía planetaria; La
deuda exterior.
• LAS RELACIONES INTERNACIONALES: La Organización de las
Naciones Unidas; El proceso de descolonización; El tercer mundo.
• LA CULTURA: La ecología; La alienación.
A Su Santidad Juan Pablo Il, con toda veneración, y mi más profunda admiración y
agradecimiento por su excepcional labor apostólica.
Juan Pablo II al referirse al Centenario de la «Rerum Novarum», da las gracias «a
todos los que se han dedicado a estudiar, profundizar y divulgar la doctrina social
de Ja Iglesia» (56). Y aquí quiero yo mencionar al que fue mi maestro, Don
Manuel Giménez Fernández, catedrátíco de Derecho Canónico de la Universidad
de Sevilla, persona que, desde hace más de 60 años, supo inculcar a sus alumnos
el valor, trascendencia y actualidad de Ja doctrina social de la Iglesia como
Institución de Derecho Público Eclesiástico.
El nos dió a conocer las Encíclicas, que definía entonces como «el primer
balbuceo de un precepto moral que tiende a convertirse en jurídico». Y para ello
en sus explicaciones, sus manuales de cátedra, sus investigaciones, conferencias,
etc., fue el primero en España que puso en contacto al gran público, además de a
sus alumnos, con documentos pontificios de la entidad de la «Rerum Novarum», la
«Quadragessimo Anno», la «Divini Redemptoris», la «Mit Brennender Sorge», y
otros que tanta trascendencia y repercusión habían de tener en la propagación y
general conocimiento de la doctrina de la Iglesia.
A él, como discípulo y católico, mi profundo agradecimiento por sus valiosísimas
enseñanzas y orientaciones que, tanto me han servido a Jo largo de mi vida, para
mi formación religiosa.
Fue precisamente su propio carácter temperamental el mejor testimonio de la
sinceridad y firmeza de su Fe en sus propias convicciones religiosas, y en el rigor
que se imponía a sí mismo en el cumplimiento de sus obligaciones como católico.
La Encíclica, no obstante su carácter eminentemente práctico en la orientación y
doctrina de los distintos aspectos de Ja vida diaria del cristiano, no deja de
señalar, en todo momento, sus motivos sobrenaturales explicando una serie de
cuestiones teológicas, que constituyen, lógicamente, el «leit motiv» de esas
aplicaciones prácticas.
Comienza hablando de «El Reino de Dios, presente en el mundo sin ser del
mundo», que «ilumina el orden de la sociedad humana», vivificada por la Gracia. Y
cómo ello sirve para percibir mejor «las exigencias de una sociedad digna del
hombre», corrigiendo «las desviaciones», y corroborando «el ánimo para obrar el
bien». Y a esta vocación evangélica dice están llamados:
a) «todos Jos hombres de buena voluntad»;
b) «todos los cristianos»; y
c) «de manera especial los seglares».
Y al anunciar la «Salvación» mediante los «Sacramentos», a través de los
Mandamientos del amor a Dios y al prójimo», contribuye de esta forma al
«enriquecimiento de la dignidad del hombre».
Todo ello se ha conseguido mediante «el Sacrificio de Cristo en la Cruz», para
lograr la «Gloria» en el «Juicio Final», pero da condición cristiana exige la lucha
contra las tentaciones y las fuerzas del mal».
Y esa lucha «entre el bien y el mal continuará incluso en el corazón del hombre» .
La «Luz de la Fe», ilumina el «seguimiento de Cristo», y exige la comunicación «a
los demás hombres en la realidad concreta de sus facultades y luchas, problemas,
desafíos», etc. La Fe «no solo ayuda a encontrar soluciones, sino que hace
humanamente soportables incluso las situaciones de sufrimientos»
Todo esto existe «desde la creación del mundo», y desde que Dios se hizo
«Hombre en Cristo Jesús», y con El y por El ha hecho una nueva creación».
Siempre con la «fidelidad a Jesuscrito», «el mismo ayer y hoy lo será por siempre»
Existe de siempre en la Iglesia una «caridad operante», manifestada en el
«fenómeno del voluntariado», que «ella favorece y promueve», para el cual solicita
«la colaboración de todos»
Para el ejercicio de la «justicia», «es necesario el don de la Gracia que viene de
Dios», en colaboración con la libertad, para alcanzar la «presencia de Dios en Ja
historia que es la Providencia»
Pone de manifiesto un concepto «de derecho-deber de la Iglesia» no admitido aun
por la generalidad en tiempos de León XIII. Entonces se consideraba que la Fe era
extraña a «este mundo y esta vida», y la «salvación» utraterrena, «no iluminaba ni
orientada su presencia en la tierra»
La «negación de Dios» priva a la persona de su verdadero fundamento,
induciéndola a «organizar el orden social», prescindiendo de su «dignidad y
responsabilidad».
La Iglesia pone de manifiesto el peligro del «fanatismo o fundamentalismo», que,
«en nombre de una ideología con pretensiones de científica o religiosa», creen
poder «imponer a los demás su concepción de Ja verdad y del bien».
La «verdad cristiana reconoce que la vida del hombre se desarrolla en la historia»,
y tiene presente en cada momento «la cambiante realidad socio-política».
Y así la Iglesia, al «ratificar constantemente la trascendente dignidad de la
persona», lo hace mediante «el respeto de la libertad».
Pero esto solo tiene valor por la «aceptación de la Verdad». Si esta no existe, la
libertad «queda expuesta a la violencia de las pasiones».
«El cristiano vive la libertad y la sirve», «en conformidad con la naturaleza
misionera de su vocación», y de la «Verdad que ha conocido»
Valor y significación del hombre y de la persona
Comienza la Encíclica diciendo que la base de toda la doctrina social de la Iglesia,
está precisamente en «la correcta concepción de la persona humana y de su valor
único», añadiendo a continuación que el hombre «es la sola cristura que Dios ha
querido por sí misma», imprimiéndole «SU imagen y semejanza, confiriéndole una
dignidad incomparable».
En otro lugar dice que <da Iglesia ha afirmado con sencillez y energía que todo
hombre - sean cuales sean sus convicciones personales- lleva dentro de sí la
imagen de Dios y, por tanto merece respeto»
Este hombre, «real, concreto e histórico», «es la única criatura que Dios ha
querido por si misma y sobre la cual tiene su proyecto, es decir, la participación en
la salvación eterna», «mediante el misterio de la Encamación y de la Redención»,
quedando por ello «unido a Cristo para siempre».
Por eso «la Iglesia no puede abandonar al hombre», que «es el primer camino»
que ella debe recorrer para el «cumplimiento de su misión». La Iglesia «conoce el
sentido del hombre gracias a la Revelación Divina». Pablo VI inspirándose en
Santa Catalina de Siena, decía que para el conocimiento del «hombre integral, hay
que conocer a Dios».
Y Juan Pablo II añade que «la antropología cristiana es un capítulo de la
teología».
Esto hace que «la doctrina social de la Iglesia» pertezca «al campo de la teología
moral». Y esta «dimensión teológica» es «necesaria para interpretar y resolver los
actuales problemas de la convivencia humana».
La Encíclica dice que la naturaleza del hombre es la de «un ser que busca la
verdad, y se esfuerza por vivirla y profundizarla», dentro de «un diálogo continuo
que implica a las generaciones pasadas y futuras»
Completa esta idea al decir que «no es posible ningún proceso auténtico sin el
respeto del Derecho Natural y originario a conocer la verdad y vivir según la
misma».
Y para el «ejercicio y profundización» de este derecho, hay que «descubrir y
acoger libremente a Jesucristo», «verdadero bien del hombre».
Y así vemos, como si «en otros tiempos el factor decisivo de la producción era la
tierra y luego lo fue el capital, entendido como conjunto masivo de maquinaria y de
bienes instrumentales», en la actualidad al ser «el factor decisivo», «cada vez más
el hombre mismo», con «SU capacidad de conocimiento», manifestada por «el
saber científico y su capacidad de organización solidaria, así como la de intuir y
satisfacer las necesidades de los demás».
Cuando el hombre «no tiene posibilidad de ganar para vivir por su propia iniciativa,
pasa a depender de la máquina social y de quienes la controlan» lo cual crea
mayores dificultades para el reconocimiento de la «dignidad de persona»,
entorpeciendo la constitución de «una auténtica comunidad humana»
La sociedad del hombre» se realiza primero en «la familia» y luego en «los grupos
económicos, sociales, políticos y culturales» que «provienen de la misma
naturaleza humana
Las fuentes de vida
Aunque este documento pontificio no tiene como objetivo primordial referirse a las
«fuentes de la vida», de las que se ocupó preferentemente la Encíclica «Sollicitudo
reí socialis», es lógico que trate también de ellas al hacer mención del hombre en
sus distintas manifestaciones.
Y así lo hace al denunciar «las campañas sistemáticas contra la natalidad -
recurriendo incluso al aborto-», preconizadas sobre «una concepción deformada
del problema demográfico» que, dentro de un clima de «absoluta falta de respeto
por la libertad de decisión de las personas interesadas», se las somete a
«intolerables presiones», con esta «forma de nueva opresión», en la que como en
una guerra química se «envenena la vida de millones de seres indefensos»
Y esta visión materialista, es típica de una sociedad inmersa en los principios del
«consumismo, contrarios a la salud y a la dignidad del hombre».
Consecuencia de esto es la «disfunción» de la «droga» dentro de la sociedad, y
de la «pornografía», que explota la «fragilidad de los débiles» y «pretende llenar el
vacío espiritual» que ha creado.
En el siguiente párrafo vemos se concreta la síntesis pontificia sobre esta
sociedad de consumo que hoy padecemos: «No es malo el deseo de vivir mejor,
pero es equivocado el estilo de vida que se presume cuando se está orientado a
tener y no a ser, y que quiere tener más, no para ser más, sino para consumir la
existencia en un goce que se propone como fin en si mismo».
La Familia
Esta institución tiene su base en el Sacramento del matrimonio al definirlo como
«la unión legítima de marido y mujer, para la procreación y educación de la prole,
el remedio a la concuspicencia, y el mutuo auxilio de ambos en los fines comunes
de Ja vida».
La Encíclica considera a la familia como una «comunidad de trabajo y
solidaridad», en la que deben existir «la mutua ayuda de los esposos», y la que
«las generaciones se prestan entre sí».
Y cuando esta familia no encuentra «el necesario apoyo del Estado para realizar
plenamente su vocación» por carecer aquel de recursos suficientes, deben
promoverse «iniciativas políticas y sociales», para «mediante la asignación de los
adecuados recursos», se proceda a la «educación de los hijos», y la «atención de
los ancianos», evitando así el «alejamiento» de ambos «del núcleo familiar»,
situación triste y desconsoladora, consolidando al propio tiempo «las relaciones
generacionales» tan necesarias siempre.
LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
Juan Pablo II señala que esta es «la respuesta a los grandes desafíos de la Edad
Contemporánea», pues «mientras crece el descrédito de las ideologías», aquella,
«anuncia a Dios y su misterio de salvación en Cristo a todo hombre», revelando
«al hombre a si mismo»
La «centralidad del hombre», como «Ser social», revelación de su «identidad
verdadera», se hace por medio de «la fe» que es el «punto de partida de esa
doctrina social», constitutiva del «camino de salvación».
Esto lo lleva a cabo la Iglesia en función de esta nueva faceta de su «misión
evangelizadora», de la cual «el mundo moderno tiene urgente necesidad»,
formando parte del «mensaje cristiano», que repercute en «el trabajo diario», y
«las luchas por la justicia en el testimonio a Cristo Salvador», ya que no es posible
encontrar solución a «la cuestión social fuera del Evangelio».
Esta doctrina social, con «una importante dimensión ínter-disciplinar», tiene en
cuenta los «contextos sociales económicos y políticos distintos y continuamente
cambiantes», proyectándose en los aspectos laboral y económico
La Iglesia reconoce «la positividad del mercado y de la empresa», cuando están
orientados al «bien común». Y así considera «la legitimidad de los esfuerzos de
los trabajadores» para alcanzar «el pleno respeto de su dignidad», y su amplia
«participación en la vida de la empresa», pues aún «trabajando conjuntamente
con otros y bajo la dirección de otros», puedan considerar que «trabajan en algo
propio», ya que en ello ejercitan su «inteligencia y libertad». Y así el «desarrollo
integral de la persona humana en el trabajo», favorece «la mayor productividad y
eficacia» de este
Aquí es interesante subrayar como considera «el concepto social de la empresa»,
no sólo como una «Sociedad de capitales», sino también como una «sociedad de
personas», cada una con su papel específico y su propia responsabilidad. Son
necesarios tanto, «la aportación de capital, como Ja colaboración del trabajo»;
además del «movimiento asociation de los trabajadores», cuyo objetivo es «la
liberación y la promoción integral de la persona»
Este es el «instrumento de evangelización», que, antes veíamos en la doctrina
social de la Iglesia, se ocupa de los «derechos humanos» y, entre ellos,
especialmente de los del «proletariado, la familia, la educación, los deberes del
Estado, el ordenamiento de la sociedad nacional e internacional, la vida
económica, la cultura, la guerra y la paz, y el «respeto a la vida desde el momento
de la concepción hasta la muerte».
Los pobres
Dentro de la doctrina social de la Iglesia, «los pobres», ocupan un lugar
preferentemente porque en ellos «ve a Cristo».
Y se concreta «la promoción de la justicia», al reconocer su derecho de
«participación y goce de los bienes materiales», para «hacer fructificar su
capacidad de trabajo», creando «un mundo más justo y más próspero para
todos», añadiendo que la «promoción de los pobres», determina «el crecimiento
moral, cultural e incluso económico de la Humanidad»
Pero no sólo existe una «pobreza material», de carácter económico, sino que hay
también una «cultural y religiosa». Y esta pobreza, en sus distintas
manifestaciones, «amenaza con alcanzar formas gigantescas»
El Pontífice, con su lógica visión sobrenatural, afirma que el «necesitado que pide
ayuda para su vida», lejos de ser «una carga», es «Ocasión de un bien en si», y
lleva implícita «la posibilidad de una riqueza mayor»
Y esta advertencia, con tanta actualidad hoy, significa que «no se trata de dar lo
superflujo, sino de ayudar a pueblos enteros», «excluidos o marginados», para
«que entren en el desarrollo económico y humano», para lo cual hay que cambiar
«los estilos de vida», «los modelos de producción y de consumo», y, en definitiva,
«las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad»
La cuestión obrera
León XIII en la «Rerum Novarum» indicó «los principios» para solucionarla,
recabando la colaboración de todos
Señaló como causas de la conflictividad los adelantos industriales y profesionales;
el cambio de las relaciones entre patronos y obreros; la acumulación de las
riquezas en los menos, y la pobreza en los más;
la mayor confianza y cohesión de los obreros en sí mismos; y finalmente la
relajación de la moral.
Todo ello obligó al Papa a intervenir en una situación «que contraponía, como si
fueran lobos», a unos hombres frente a otros .
Además estaba en ello el «germen del derecho a la libertad religiosa»,
«consecuencia obligada de la dignidad del hombre», que «el
Estado debe asegurar al obrero», ya que este necesita para ejercerla el
«descanso festivo», que le permite el culto a Dios
La lucha de clases
La lucha de clases es consecuencia de una sociedad dividida «en dos clases
separadas por un profundo abismo»; preconizando el Pontífice la abstención de
«los actos de violencia», y el «Odio recíproco», que deben ser sustituidos por una
«discusión honesta, fundada en la búsqueda de la justicia»
Asociaciones y sindicatos
La doctrina pontificia ha defendido siempre «el derecho natural del hombre a
fonnar asociaciones privadas», que pueden ser de «empresarios y obreros», o
solo de estos últimos.
Por ello, la Iglesia, al defender y aprobar «la creación de los sindicatos», no lo
hace «por prejuicios ideológicos», ni «por ceder a una mentalidad de clase», sino
porque reconoce «Un derecho natural del ser humano», anterior incluso «a su
integración en la sociedad política».
Por ello el Estado no puede «destruirlos», sino tutelarlos, ya que son
«instrumentos de negociación», que sirven para expresar «la personalidad de los
trabajadores», contribuyendo «al desarrollo de una auténtica cultura de trabajo», y
ayudando a <<participar» «en la vida de la empresa»
La participación del Estado puede ser, por lo tanto:
a) Indirecta, en virtud del “principio de subsidiaridad”, al crear las «condiciones
favorables» para el «libre ejercicio de la actividad económica», y una abundante
«oferta de oportunidades de trabajo» y de «fuentes de riqueza».
b) Directa, en razón del «principio de solidaridad» que limita «la autonomía de las
partes», en defensa de las «condiciones de trbajo» «de los más débiles»,
garantizando «un mínimo vital al trabajador en paro»
EL ESTADO
Al publicarse la «Rerum Novarum», observa Juan Pablo II, iba apareciendo una
«nueva concepción de la sociedad y del Estado, y consiguientemente de la
autoridad». Y señala como mientras «una sociedad tradicional se iba
extinguiendo», comenzaba a formarse otra «cargada con la esperanza de nuevas
libertades», pero amenazada «con los peligros de nuevas formas de injusticia y de
esclavitud».
Particular preocupación ha existido, desde la publicación de la «Rerum Novarum»,
por la regulación de «las relaciones entre el Estado y los ciudadanos».
En primer lugar la Encíclica señala y explica, con detalle, cuáles deben ser «los
deberes del Estado», al decir que «no puede limitarse a favorecer a una parte de
los ciudadanos», «la rica y próspera», descuidando a la «que representa
indudablemente Ja gran mayoría del cuerpo social». Porque esto significaría la
violación de «la justicia que manda dar a cada uno lo suyo». E insiste al decir que
«en la tutela de estos derechos de los individuos se debe tener especial
consideración para los débiles y pobres». Culminando esta idea al definir las
características de las clases sociales, y decir que la «clase rica, poderosa ya de
por si, tiene menos necesidad de ser protegida por los poderes públicos; en
cambio, la clase proletaria, al carecer de apoyo, tiene necesidad específica de
buscarlo en la protección del Estado», insistiendo, «es a los obreros, en su
mayoría débiles y necesitados, a quienes el Estado debe dirigir sus preferencias y
sus cuidados». Ya que es «un principio elemental de sana organización política,
que los individuos cuanto más indefensos están en una sociedad, tanto más
necesitan el apoyo y el cuidado de los demás, en particular la intervención de la
autoridad pública».
Y es que este principio que hoy se llama «solidaridad», es «uno de los principios
básicos de la concepción cristiana de Ja organización social y política», tanto «en
el orden interno de cada nación», común el orden internacional
Efectivamente, al Estado incumbe «velar por el bien común y cuidar que todas las
esferas de la vida social, sin excluir la económica, contribuyan a promoverlo dentro
del respeto a la justa autonomía de cada una de ellas». Pero a continuación, y
ante el riesgo del abuso, dice que son necesarios los «límites de la intervención
del Estado», y «SU carácter instrumental», «ya que el individuo, la familia y la
sociedad son anteriores a él», cuya misión es la tutela de los derechos de aquel y
de estas, y no «sofocarlos».
Trata la Encíclica de los «excesos y abusos que, especialmente en los años
recientes, ha provocado duras críticas a ese Estado de bienestar, calificado como
Estado asistencial. Y establece que según «el principio de subsidiaridad», «una
estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo
social de orden inferior, privándola de sus competencias, sino que más bien debe
sostenerla en caso de necesidad, y ayudarla a coordinar su acción con la de los
demás componentes sociales, con miras al bien común»
Y así el «Estado asistencial», «al intervenir directamente y quitar responsabilidad a
la sociedad», provoca:
a) «La pérdida de energías humanas».
b) «El aumento exagerado de los aparatos públicos».
Porque existe «un cierto tipo de necesidades», cuya satisfacción no es «solo
natural», sino que requieren una «exigencia humana más profunda». Y a estos
efectos, cita a los «prófugos», «emigrantes», «ancianos», «enfermos» y
«drogadictos», «necesitados de asistencia «cuya eficacia sólo se logra», «aparte
de los cuidados necesarios», con los que puedan ofrecerles «Un apoyo
sinceramente fraterno»
Y al hacer referencia dentro de esto, al «sector económico», dice que al Estado
incumbe «vigilar y encauzar el ejercicio de los derechos humanos». Pero que esta
responsabilidad no corresponde al Estado en primer término, sino a «Cada
persona», y a «los diversos grupos y asociaciones en que se articula la sociedad».
Y aquí viene una precisa delimitación del papel del Estado, al decir que «no podría
asegurar directamente el derecho a un puesto de trabajo de todos los ciudadanos,
sin estructurar rígidamente toda la vida económica y sofocar la libre iniciativa de
los individuos».
Añadiendo a renglón seguido que en virtud del principio de subsidiaridad, esto «no
significa que el Estado no tenga ninguna competencia en ese ámbito», como
afirman los que «propugnan la ausencia de reglas en la esfera económica».
Completando esta idea al señalar el deber del Estado «de secundar las
actividades de las empresas, creando condiciones que aseguren
oportunidades de trabajo, estimulándola donde sea insuficiente, o sosteniéndola
en momento de crisis»
Y así entra de una forma, un tanto casuística, a señalar el derecho de intervención
del Estado, dentro de unas determinadas circunstancias. Explicando que esta
intervención debe darse:
a) «Cuando situaciones particulares de monopolio, creen rémoras u obstáculos al
desarrollo».
b) «En funciones de suplencia en situaciones excepcionales, cuando sectores
sociales o sistemas de empresas, demasiado débiles o en vías de formación, sean
inadecuados para su contenido».
Estas «intervenciones de suplencia», se justifican por «razones urgentes», para el
«bien común», y deben ser «limitadas temporalmente», para evitar el excesivo
intervencionismo estatal, tanto económica como civilmente.
Finalmente, cuando el Estado o el partido, creen «poder realizar en la historia el
bien absoluto», incurren en «la praxis del totalitarismo», una de cuyas primeras y
funestas manifestaciones es «la negación de la Iglesia».
Porque con él desaparece «Un criterio objetivo del bien y del mal por encima de la
voluntad de los gobernantes», destruyendo, o al menos, sometiendo a Ja Iglesia,
que queda convertida «en instrumento del propio aparato ideológico».
La paz
Proclama la Encíclica en uno de sus primeros apartados la importancia de «la
paz», que «se edifica sobre el fundamento de la justicia», considerándola sinónimo
del «desarrollo»; y añade que, así como existe una «responsabilidad colectiva
para evitar la guerra», la hay también para «promover el desarrollo». Para ello, y a
nivel internacional, son imprescindibles la «Comprensión recíproca», la
«sensibilización de las conciencias», y el sacrificio de las «posiciones ventajosas
en ganancias y poder»
Añadiendo que «la guerra», es en muchos casos consecuencia de «la venganza»
y «la represalia», y trae aparejada la destrucción de la «vida de los inocentes»,
enseñando a «matar», lo cual «trastorna igualmente la vida de los que matan»;
dejando «una secuela de rencores y odios», que dificultan «la justa solución de los
mismos problemas que la han provocado»
Pone de relieve que, así como dentro de los Estados, «la ley» ha superado los
sistemas de «venganza privada» y «represalia», es urgente que este progreso se
refleje en la «Comunidad Internacional»
Sin embargo, y lógicamente, el Pontífice no ignora la realidad, y afinna que «la raíz
de la guerra» tiene en muchos casos su origen en «reales y graves razones»,
entre las cuales señala, con un exacto conocimiento: las «injusticias»; las
«frustraciones de legítimas aspiraciones»; la «miseria», o la «explotación de
grandes masas humanas desesperadas», que no logran «la posibilidad objetiva de
mejorar sus condiciones por las vías de la paz»
Señalando la necesidad para evitar aquella, de los «cambios en los estilos de
vida», limitando «el despilfarro de recursos ambientales y humanos», lo que
permitirá «a todos los pueblos y a los hombres de la tierra poseerlos en medida
suficiente»
La libertad
Una de las cuestiones hoy más controvertidas es la del concepto de la libertad,
que la Encíclica nos define al decir que en «la propia libertad, la Iglesia defiende la
de la persona, que debe ofrecerla a Dios antes que a los hombres», y con ella,
como hemos visto, «la familia», las diversas organizaciones sociales y las
naciones, todas las cuales «gozan de un propio ámbito de autonomía y
soberanía»
Pero al referirse a este derecho inalienable de la persona que es la libertad,
vemos, como siguiendo la doctrina ya expresada en la Encíclica «Libertas
Prestantissimus», precisa su concepto al decir que existe una «relación intrínseca
de la libertad humana con la verdad», hasta el extremo de que «una libertad que
rechaza vincularse con la Verdad, caería en el arbitrio, y acabaría por someterse a
las pasiones más viles, y destruirse a sí misma» (4). Doctrina esta que, sin duda,
establece el verdadero entorno de la libertad, como valor absoluto, cuando no está
sometida a las circunstancias cambiables, sino vinculada a la Verdad eterna, e
inmutable.
Y al definir al «hombre creado para la libertad» dice que por el pecado original
necesita «la redención», «parte integrante de la revelación cristiana» y que «ayuda
a comprender la realidad humana», pues «el hombre tiende hacia el bien, pero es
también capaz del mal».
Por ello «el orden social será tanto más sólido», en cuanto «no oponga el interés
individual al de la sociedad en su conjunto», sino que busque su «fructuosa
coordinación»
La democracia
El documento pontificio tiene especial cuidado, y es suficientemente explícito, al
establecer los verdaderos contornos de la democracia, al propio tiempo que
señala los riesgos que entrañan sus posibles desviaciones, atentatorias a su
verdadera esencia, pues contravienen su exacta y justa finalidad.
Comienza la Encíclica por afirmar que <da Iglesia respeta la legítima autonomía
del orden democrático», y añade, «no se posee título alguno para expresar
preferencias por una u otra solución institucional o constitucional», dentro del
verdadero «concepto de la dignidad humana», manifestada plenamente en el
«misterio del Verbo encarnado»
Así pues, el aprecio de la Iglesia por el sistema democrático radica en la
verdadera esencia de este en cuanto que «asegura la participación de los
ciudadanos en las opciones políticas, y garantiza a los
gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la
de sustituirlos oportunamente de manera pacífica»
Añadiendo que «por eso mismo no puede favorecer la formación de grupos
dirigentes restringidos que, por intereses particulares o por motivos ideológicos
usurpan el poder del Estado»
Y una vez sentados los principios del «ideal democrático», y su preocupación por
«los derechos humanos», pasa a enumerar estos, y entre ellos:
a) «el derecho a la vida en una familia unida», dentro de «un ambiente moral
favorable al desarrollo de la propia personalidad».
b) «el derecho a madurar la propia inteligencia y la propia libertad a través de la
búsqueda y el reconocimiento de la verdad».
c) «el derecho a participar en el trabajo para valorar los bienes de la tierra, y
recabar del mismo el sustento propio y el de los seres queridos».
d) «el derecho a fundar libremente una familia, a acoger y educar a los hijos,
haciendo uso responsable de la propia sexualidad».
Y al expresar, lógicamente, el sentido sobrenatural de la doctrina católica, señala
que la «fuente y síntesis» de estos derechos son:
a) «la libertad religiosa».
b) «el derecho a vivir en la verdad de la propia fe».
c) conforme a «la dignidad trascendente de la propia persona»
Pero al lado de todos estos derechos que fijan el carácter de la verdadera
democracia, señala también los «diversos aspectos de la crisis de los sistemas
democráticos», cuando pierden «la capacidad de decidir según el bien común».
Porque a menudo, la sociedad no actúa «Según criterios de justicia y moralidad»,
sino de acuerdo «Con la fuerza electoral o financiera de los grupos que la
sostienen».
Estas «desviaciones», «producen desconfianza y apatía», disminuyendo «la
participación y el espíritu cívico entre la población que se siente perjudicada y
desilusionada».
Y esto conduce a «la creciente incapacidad para encuadrar los
intereses particulares en una visión coherente del bien común», que «no es la
simple suma de los intereses particulares», sino una «valoración y jerarquización»,
«según una exacta comprensión de la dignidad y de los derechos de la persona» .
Y entre las deformaciones actuales que desvirtuan la esencia y la filosofía de las
«formas políticas democráticas», señala el «agnosticismo», y el «relativismo
escéptico», que consideran que «la verdad sea determinada por la mayoría»,
variable según «los diversos equilibrios políticos».
Porque «Si no existe una Verdad última», que «guía la acción política», «las ideas
y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines
de poder», y de este modo, una «democracia sin valores, se convierte con
facilidad en un totalitarismo visible o encubierto»
El totalitarismo
Se define en la «Centessimus Annus» como la negación de «una verdad
trascendente» «en sentido objetivo», y consiguientemente «la negación de la
dignidad trascendente de la persona humana, imagen visible de Dios», y «sujeto
natural de derechos».
Por esto, «los intereses de clase, grupo o nación», se contraponen entre sí,
triunfando «la fuerza del poder»,utilizando hasta el extremo los medios de que
dispone para «imponer su propio interés o la propia opinión, sin respetar los
derechos de los demás». Es entonces cuando el hombre «es respetado solamente
en la medida en que es posible instrumentalizarlo para que afirme su egoismo».
Pero la «persona humana, imagen visible de Dios», es por ello «sujeto natural de
derechos», que no pueden violar «el individuo», «el grupo», «la clase social», «la
nación» o «el Estado». Tampoco puede hacerlo «la mayoría de un cuerpo social»,
contra «la minoría», «marginándola, oprimiéndola, explotándola, incluso
intentando destruirla»
Queda pues, muy claramente establecida la conducta de la persona, de acuerdo
con la doctrina de la Iglesia, manteniendo a la persona, tanto en su propia
significación, como en relación con los demás.
Y así, en las relaciones humanas, sociales y políticas, se han de «intentar todas
las vías de negociación, de diálogo, de testimonio de la verdad, apelando a la
conciencia del adversario, y tratanto de despertar en él, este sentido de la común
dignidad humana», exhortándolo a «que luche por la justicia sin violencia,
renunciando a la lucha de clases en las controversias internas, así como a la
guerra en las internacionales»
Y al rechazar el totalitarismo, insiste en el verdadero sentido de «una auténtica
democracia», sólo posible en un «Estado de Derecho», y sobre la «recta
concepción de la persona humana», cuya promoción lleva aparejada «la
educación y la formación en los verdaderos ideales», y la subjetividad de la
sociedad mediante la creación de estructuras de participación y de
corresponsabilidad.
EL TRABAJO
León XIII, al defender «los derechos fundamentales de los trabajadores», lo hacía
de la «dignidad del trabajador», y por ello de «la dignidad del trabajo», que definía
como «la actividad ordenada a proveer a las necesidades de la vida, y en concreto
a su conservación»
Pertenece pues el trabajo «a la vocación de toda persona», y la «actividad
laboral» es la expresión y realización del hombre. Y así, «la obligación de ganar el
pan con el sudor de la propia frente, supone, al propio tiempo un derecho».
Porque «la persona se realiza plénamente en la libre donación de sí misma»,
como «la pro- piedad se justifica moralmente», al crear con «los debidos modos y
circunstancias», las necesarias «oportunidades de trabajo y crecimiento humano
para todos».
Añadiendo que «una sociedad en la que este derecho se niegue
sistemáticamente, y las medidas de política económica no permitan a los
trabajadores alcanzar niveles satisfactorios de ocupación no puede conseguir su
legitimación ética ni la justa paz social»
La «Rerum Novarum» establecía que el trabajo «no es justo ni humano» si exige
al hombre «que termine por embotarse su mente y debilitarse su cuerpo».
La actividad laboral debe estar regulada:
a) Por «la limitación de las horas de trabajo».
b) El «legítimo descanso», que debe ser convenido expresa o tácitamente entre
los patronos y los obreros, de forma proporcionada a la «cantidad de energías
consumidas en el trabajo», siendo «Un pacto contrario inmoral».
c) Un trato diferente a «los niños y a las mujeres» en lo relativo «al tipo de trabajo»
y a su «duración»
El trabajo pues no es una «mercancía», objeto de libre compraventa en el
«mercado», regulando su precio «las leyes de la oferta y Ja demanda, sin tener en
cuenta el mínimo vital necesario para el sustento de la persona y de su famili a».
Pues en ese caso el trabajador no tiene siquiera la garantía de poder vender la
«propia mercancía», siendo amenazado por el «desempleo», que sin «previsión
social» significaba «la muerte por hambre»
El trabajo solidario
La Encíclica establece la finalidad fundamental del trabajo, que no consiste en
«elevar a todos los pueblos al nivel del que gozan los países más ricos», «Sino
fundar sobre el trabajo solidario una vida más
digna», aumentando «la dignidad y la creatividad de la persona», respondiendo a
su «propia vocación», y «consiguientemente «a la llamada de Dios».
Porque, como dice el Pontífice: «el punto culminante del desarrollo conlleva el
ejercicio del derecho-deber de buscar a Dios, conocerlo y vivir según tal
conocimiento»
El trabajo social
El «trabajo social» se define como el que «el hombre trabaja con otros hombres»
en «círculos progresivamente más amplios».
La producción de las cosas, «aparte del uso personal», tiene también como
finalidad «que otros puedan disfrutar» de ellas, pagando «el justo precio»
establecido mediante «una libre negociación».
Conocer «las necesidades de los demás», y el conjunto de factores productivos
más apropiados para satisfacerlas, es otra fuente importante de riqueza en una
sociedad moderna».
Muchos bienes no pueden producirse adecuadamente «por un solo individuo».
Exigen «la colaboración de muchos».
Y al añadir que ese «trabajo social», es «una fuente de riqueza en
la sociedad actual», traza las directrices del mismo al decir que se debe:
a) «Organizar ese esfuerzo productivo».
b) «Programar su duración».
c) Procurar corresponder «a las necesidades que debe satisfacer».
d) «Asumiendo los riesgos necesarios».
Todo ello evidencia:
a) «El trabajo humano, disciplinado y creativo».
b) «Las capacidades de iniciativa y de espíritu emprendedor» como parte esencial
del mismo
El «trabajo disciplinado en solidaria colaboración», «permite la creación de
comunidades de trabajo» que, «cada vez más amplias y seguras», pueden «llevar
a cabo la transformación»:
a) «Del medio ambiente natural».
b) Del «ambiente humano».
Para ello, insiste el documento pontificio, son necesarias «importantes virtudes»:
a) «La diligencia».
b) «La laboriosidad».
c) «La prudencia en asumir riesgos razonables».
d) «La fiabilidad y la lealtad en las relaciones interpersonales».
e) «La resolución de ánimo en la ejecución de decisiones difíciles y dolorosas pero
necesarias»:
J) «Para el trabajo común de la empresa».
2) «Para hacer frente a eventuales reveses de fortuna»
El trabajo y los bienes
Todo «bien» ha sido creado por Dios, creador del «mundo y del hombre», y ha
dado a este «la tierra para que la domine con su trabajo y goce de sus frutos».
Por lo tanto, «la raíz primera del destino universal de los bienes de Ja tierra»,
creados por Dios, y dados «a todo el género humano» es para que con ello
«sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno».
Este es pues «el primer don de Dios para sustento de Ja vida humana», fundado
en su «fecundidad y capacidad de satisfacer las necesidades del hombre». Para
que Ja tierra de sus frutos, el hombre ha de responder con su trabajo, «usando su
inteligencia y su libertad», logrando dominarla, y haciendo de ella su «digna
morada».
El origen de «la propiedad individual» reside en que el hombre «se apropia de una
parte de la tierra», y la conquista «con su trabajo».
Pero al propio tiempo tiene «la responsabilidad de no impedir que otros hombres
obtengan su parte del don de Dios» e incluso de «cooperación con ellos para
dominar juntos toda la tierra».
El «papel del trabajo humano», como «factor productivo de las riquezas materiales
e inmateriales», se conecta con el de otros hombres.
Y así Ja Encíclica, insistiendo en este concepto, dice que «hoy más que nunca»
hay que «trabajar con otros y trabajar para otros», es decir «hacer algo para
alguien».
Por ello el trabajo es «tanto más fecundo y productivo cuanto mejor conoce el
hombre»:
a) «Las potencialidades productivas de la tierra».
b) «Las necesidades de los otros hombres para quienes trabaja»
Y insistiendo sobre este fundamental concepto de solidaridad humana, es evidente
y necesario que en el trabajo el hombre «Se comprometa no sólo en favor suyo,
sino también en favor de los demás y con los demás», colaborando asi «en el
trabajo y en el bien de los otros».
Sobre la significación e importancia del trabajo el Pontífice vuelve a insistir
poniendo de relieve su papel para cubrir las necesidades:
a) «De la familia».
b) «De la comunidad».
c) «De la nación».
d) «De toda la humanidad».
Colaborando el trabajador en «una cadena de solidaridad progresiva» en la
actividad:
a) «De los que trabajan en la misma empresa».
b) «De los proveedores».
c) «En el consumo de los clientes»
El salario
El «obrero como persona» tiene derecho al «salario justo» que no puede dejarse
al «libre acuerdo entre las partes, ya que, según eso, pagado el salario convenido,
parece como si el patrono hubiera cumplido ya con su deber y no debiera nada má
Materia esta súmamente delicada, pues con una relación laboral «puramente
pragmática, e inspirada en un riguroso individualismo», el Estado no tiene poder
para intervenir en la determinación de los contratos, sino para asegurar el
cumplimiento» de lo pactado
Y ello es contrario «a la doble naturaleza del trabajo en cuanto factor personal y
necesario». Como «personal», en cuanto a la capacidad de disponer de las
propias facultades y energías. Y en cuanto a necesario, por la obligación que
tenemos de «conservar la vida», con el consiguiente derecho a buscar el propio
sustento
Por eso el salario familiar del obrero, no ha de ser pactado por este, «obligado por
la necesidad» y «por el miedo de un mal mayor», con «Una condición más dura»,
impuesta por el «patrono o empresario», lo cual es «ciertamente soportar una
violencia, contra la cual clama la justicia»
Esta reconoce la intervención del Estado, porque no existe verdadera libertad de
contratación entre ambas partes, ya que la más débil, se ve obligada a aceptar las
condiciones de la más fuerte.
Y es aquí donde se incumpliría el a xioma jurídico sobre la libertad de
contratación, existente desde las Partidas, y en el que se afirma que «de cualquier
forma que las partes quieran obligarse quedarán obligadas», pero corresponde al
Estado tutelar y compensar la mayor debilidad de una de las partes obligadas.
Los bienes
Con el «nuevo capitalismo el Estado y la sociedad tienen el deber de defender los
bienes colectivos», y estos bienes, no sólo tienen que ser en cantidad suficiente,
sino «responder a una demanda de calidad de la mercancía que se produce y que
se consumen»; de los «Servicios que se disfrutan», y del «ambiente de la vida en
general»
Señala que «es deber del Estado proveer a la defensa y tutela de los bienes
colectivos», que son «el ambiente natural y el ambiente humano», no garantizados
por «los simples mecanismos del mercado»
Y con el «nuevo capitalismo, el Estado y la sociedad tienen el deber de defender
los bienes colectivos que, entre otras cosas, constituyen el único marco dentro del
cual es posible para cada uno conseguir legítimamente sus fines individuales».
La propiedad
Siguiendo la doctrina de León Xlll, magistralmente expuesta en la «Rerum
Novarum», Juan Pablo II establece «el carácter natural del derecho a la propiedad
privada», que no es «un derecho absoluto», por ser «Un derecho humano»,
estableciendo esta misma «naturaleza», su «propia limitación»
La razón de la propiedad privada está pues en «el derecho a poseer lo necesrio
para el desarrollo personal y el de la propia familia»; sin atentar contra «el destino
universal de los bienes de la tierra» fijados por el propio Jesucristo en el Evangelio
que establece: «el uso de los bienes confiados a la propia libertad, está
subordinado al destino primigenio y común de los bienes creados»
E insiste al delimitar claramente el concepto de la propiedad, y su función social, al
decir que la de «los medios de producción», industriales o agrícolas, es «justa y
legítima», si se emplea para un «trabajo útil»
Por el contrario, proclama su ilegitimidad, por constituir «Un abuso ante Dios y
ante los hombres», cuando «no es valorada o sirve para impedir el trabajo de los
demás, u obtener ganancias que no son fruto de la expansión global del trabajo, y
de la riqueza social», sino de su «comprensión, de la explotación ilícita, y de la
especulación y ruptura de la solidaridad en el mundo laboral».
Y al lado de la propiedad de los bienes materiales, el Pontífice dice que hay otra
forma de propiedad, típica de «nuestro tiempo», que es la del «conocimiento de la
técnica y del saber», en la que se funda, aún más que «en los recursos
naturales», «la riqueza de las naciones industrializadas»
Los beneficios
Significan en principio «que los factores productivos han sido utilizados
adecuadamente, y que las correspondientes necesidades humanas han sido
satisfechas debidamente»
Y la Iglesia reconoce la justa función de los beneficios, como «índice» -aunque no
único- «de la buena marcha de la empresa».
Pero «es posible que los balances económicos sean correctos» y «los hombres,
que constituyen el patrimonio más valioso de la empresa sean humillados y
ofendidos en su dignidad»
Esto para la Encíclica es «moralmente inadmisible», y además puede «tener
reflejos negativos en el futuro hasta para la eficacia económica de la empresa».
Esta, «no es simplemente la producción de beneficios, sino una comunidad de
hombres», que «buscan la satisfacción de sus necesidades fundamentales», y
están al «servicio de la sociedad entera».
Son pues los beneficios un «elemento regulador de Ja vida de la empresa, pero no
el único», pues hay «Otros factores humanos y morales», «por lo menos
igualmente esenciales para aquella».
LA ECONOMIA
El «sistema económico» es consecuencia del «Sistema ético-cultural». Pues la
economía «es sólo un aspecto, una dimensión de la compleja actividad humana.
Si es absolutizada, si la producción y el consumo de la mercancía ocupan el
centro de la vida social, no subordinada a ningún otro, la causa hay que buscarla
no sólo tanto en el sistema económico mismo, cuanto en el hecho de que todo el
sistema socio-cultural, al ignorar la dimensión ética y religiosa se ha debilitado,
limitándose únicamente a la producción de bienes y servicios»
La relación entre la libertad económica, que «es solamente un elemento» de la
libertad humana, puede convertirse en un motivo de alienación y opresión de esta,
cuando se «vuelve autónoma, es decir, cuando el hombre es considerado más
como un productor o un consumidor de bienes que como un sujeto que produce y
consume para vivir»
«En las precedentes fases de desarrollo» el papel desempeñado por la economía
daba lugar a que el hombre viviera «siempre condicionado bajo el peso de la
necesidad». «Las cosas necesarias eran pocas», y estaban fijadas «por las
estructuras objetivas de su constitución corporea», siendo «la actividad
económica» la «orientada a satisfacerlas»
Y al mencionar los rasgos característicos de la «Rerum Novarum», dice que «en el
campo económico, donde confluían los descubrimientos científicos y sus
aplicaciones, se había llegado progresivamente a nuevas estructuras en la
producción de bienes de consumo».
Apareció «el capital», «nueva forma de propiedad», y el «trabajo asalariado»,
«nueva forma de trabajo». Y aquí, al señalar las condiciones de este pone de
relieve que no tenía «la debida consideración para con el sexo, la edad o la
situación familiar», y estaba «determinado únicamente por la eficacia con vistas al
incremento de los beneficios». Nada nuevo hay en la doctrina social de la Iglesia,
como podemos comprobar en otros apartados citados en otros lugares en la
reciente Encíclica.
Al referirse a la «opción de invertir» que tiene el hombre, comienza por recordar el
deber de la caridad, esto es, el deber de ayudar con lo propio «Superfluo», y, a
veces con lo propio «necesario» para dar al pobre lo necesario para vivir ...
Por eso considera que es una «opción moral y cultural», «invertir en un lugar y no
en otro, en un sector productivo en vez de en otro». Y establece cuales deben ser
«las condiciones humanas de quien decide», al decir que dentro de «ciertas
condiciones económicas y de estabilidad política, absolutamente imprescindibles»,
está «la decisión de ... ofrecer a un pueblo la ocasión de dar valor por una actitud
de querer ayudar y por la confianza en la Providencia».
La economía de mercado
Reconoce la Encíclica que el «libre mercado» es el «instrumento más eficaz para
colocar los recursos y responder eficazmente a las necesidades». Pero es solo
para las necesidades «solventarles con poder adquisitivo», y «recursos que son
vendibles», «capaces de alcanzar un precio conveniente».
Pero al lado de estos, «existen numerosas necesidades que no tienen salida en el
mercado». Y considera «Un estricto deber de justicia y de verdad impedir que
queden sin satisfacer las necesidades humanas fundamentales y que parezcan los
hombres oprimidos por ellas».
Para esto dice, «es preciso que se ayude a estos hombres necesitados a
conseguir los conocimientos, a entrar en el círculo de las interrelaciones, a
desarrollar sus aptitudes para poder valorar mejor sus capacidades y recursos».
Y añade que «por encima de la lógica de los intercambios a base
de los parámetros y de sus formas justas», hay algo debido a la propia dignidad
del hombre: «la posibilidad de sobrevivir y de participar activamente en el bien
común de la Humanidad»
Al referirse a esta «actividad económica», señala que «no puede desenvolverse
en medio de un vacío institucional, jurídico y político», porque necesita estar
dotado de <<Una seguridad que garantiza la libertad individual y la propiedad,
además de un sistema monetario estable y servicios públicos eficientes».
Y que es «incumbencia del Estado», garantizar esa seguridad para que el
trabajador goce de los «frutos de su trabajo», sintiéndose «estimulado a realizarlos
eficiente y honestamente».
Describe a continuación con gran precisión y realismo, como «uno de los
obstáculos principales para el desarrollo y para el orden económico» , es «la falta
de seguridad, junto con la corrupción de los poderes públicos, y la proliferación de
fuentes impropias de enriquecimiento y de beneficios fáciles, basados en
actividades ilegales o
puramente especulativas»
El Pontífice establece las ventajas de los «mecanismos de mercado», que
permiten «utilizar mejor los recursos», favorecer «el intercambio de los
productos», y sobre todo, dar «la primacía a la voluntad y a las preferencias de la
persona que, en el contrato, se confrontan con las de otras personas».
Pero al propio tiempo señala también el grave «riesgo» de lo que llama una
«idolatría de mercado, que ignora la existencia de bienes que, por su naturaleza,
no son ni pueden ser simples mercancías».
La «Centessimus Annus», hace alusión a como hoy «se asiste a un esfuerzo
positivo por reconstruir una sociedad democrática inspirada en la justicia social». Y
esto se lleva a cabo manteniendo «los mecanismos de libre mercado, asegurando
mediante la estabilidad monetaria y la seguridad de las relaciones sociales, las
condiciones para un crecimiento económico estable y sano, dentro del cual los
hombres, gracias a su trabajo puedan construirse un futuro mejor para si y para
sus hijos».
Pero todo ello sin que estos «mecanismos de mercado sean los únicos puntos de
referencia de la vida social», sino que estén sometidos al «control público que
haga valer el principio del destino común de los bienes de la tierra».
Y para «preservar el trabaja de la «condición de mercancía», por la propia
dignidad del que lo realiza, dice que debe establecerse dentro de:
a) «Una cierta abundancia de ofertas de trabajo».
b) «Un sólido sistema de seguridad social y de capacitación profesional».
c) «La libertad de asociación y la acción incisiva del sindicato».
d) «La previsión social en caso de desempleo)>.
e) «Los instrumentos de participación democrática en la vida social».
Al referirse al concepto positivo del «capitalismo» afirma que la «economía libre»,
es un sistema «que reconoce el papel fundamental de la empresa, del mercado,
de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios
de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía».
Pero rechaza el «capitalismo» como «Sistema en el cual la libertad, en el ámbito
económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al
servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular
dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso»
La economía planetaria
Hoy día existe la llamada «economía planetaria», que «puede crear oportunidades
extraordinarias de mayor bienestar». Para ello es necesario aumentar «la
concertación entre los grandes países, y que en los organismos internacionales
estén igualmente representados los intereses de toda la gran familia humana».
Estos «órganos internacionales de control y de guía», deben orientar la economía
hacia el «bien común». Pero para «valorar las consecuencias de sus decisiones»,
deben tomar en consideración «los pueblos y países que tienen escaso peso en el
mercado internacional», y que, por otra parte, «cargan con toda una serie de
necesidades reales y acuciantes que requieren un mayor apoyo para un adecuado
desarrollo»
La deuda exterior
Un problema, no resuelto aún en gran parte, es el de la «deuda exterior de los
países más pobres». El pago de las deudas es de justicia. Pero la Encíclica
distingue al decir que «no es lícito exigir o pretender su pago cuando este vendría
a imponer de hecho opciones políticas tales que llevaran al hambre y a la
desesperación a poblaciones enteras».
El pago de las deudas no puede exigirse «con sacrificios insoportables». Es pues
necesario, en ciertos casos, «encontrar modalidades de reducción, dilación o
extinción de la deuda, compatibles con el derecho fundamental de los pueblos a la
subsistencia y al progreso»
LAS RELACIONES INTERNACIONALES
La Iglesia «siente vívamente la responsabilidad de ofrecer ... colaboración», para
«la solución de los graves problemas nacionales e internacionales» que no
quedan reducidos a la «producción económica», o a la «organización jurídica o
social». Para ello son necesarios unos «valores ético-religiosos», y «un cambio de
mentalidad, de comportamiento y de estructuras».
El Pontífice dice haber «hecho también una llamada a las Iglesias cristianas y a
todas las grandes religiones del mundo», para que ofrezcan «testimonio unánime
de las comunes convicciones acerca de la dignidad del hombre»; por lo que
tendrán «una función eminente para la conservación de la paz y para la
construcción de una sociedad digna»; teniendo además fundada esperanza a
estos efectos en la contribución «a dar el necesario fundamento ético a la cuestión
social», «de ese grupo numeroso de personas que no profesan una religión»
La Organización de Naciones Unidas
La Santa Sede «ha dado una constante aportación» al establecimiento de un
nuevo «derecho de gentes», cuya pieza clave es la Organización de las Naciones
Unidas. Con su creación se ha estimulado «la conciencia del derecho de los
individuos» y de «los derechos de las naciones». Esta institución ha hecho que
hoy se advierta «mejor la necesidad de actuar para corregir los graves
desequilibrios existentes entre las diversas áreas geográficas del mundo»,
desplazando «el centro de la cuestión social del ámbito nacional al plano
internacional».
Pero el problema más urgente, hasta la fecha de las Naciones Unidas y de la
comunidad internaiconal, sigue diciendo el Pontífice, es carecer de «instrumentos
eficaces», «como alternativa a la guerra», para la «solución de «los conflictos
internacionales»
El proceso de descolonización
Al señalar la Encíclica que en la época actual se está desarrollando «un grandioso
proceso de descolonización», que ha permitido a numerosos países recuperar «la
independencia», y «el derecho a disponer libremente de sí mismos»; pone
también de relieve los obstáculos que encuentran para el logro de «una auténtica
independencia».
Y estos son, entre otros:
La existencia de «sectores decisivos de la economía», «en manos de grandes
empresas de fuera, las cuales no aceptan un compromiso duradero que las
vincule al desarrollo del país que las recibe».
 2º «La vida política, sujeta también al control de fuerzas extranjeras»,
mientras perviven en el interior del país «grupos tribales, no amalgamados
todavía en una auténtica comunidad nacional».
 3º La falta de «Un núcleo de profesionales competentes, capaces de hacer
funcionar de manera honesta y regular el aparato administrativo del
Estado». La falta de «equipos de personas especializadas para una
eficiente y responsable gestión de la economía»
El Tercer Mundo
La Iglesia que conoce la existencia de «los valores espirituales y religiosos», y «el
destino universal de los bienes materiales sobre un orden social sin opresión,
basado en el espíritu de colaboración y solidaridad», siente «la obligación de
denunciar», «que demasiados hombres viven no en el bienestar del mundo
occidental, sino en la miseria de los países en vías de desarrollo», soportando un
«yugo casi servil». Para ello «es necesario que las naciones más fuertes»,
ofrezcan «a las más débiles oportunidades de inserción en la vida internacional».
Y que estas las acepten:
 «Asegurando la estabilidad del marco político y económico».
 «La certeza de perspectivas para el futuro».
 «El desarrollo de las capacidades de los propios trabajadores».
 «La formación de empresarios eficientes y conscientes de sus
responsabilidades»
9.- ENCICLICAS CARITAS IN VERITATE “CARIDA EN LA VERDAD” SUMO
PONTÍFICE BENEDICTO 29 JUNIO 2009
¿Qué tiene que ver el amor con la verdad? ¿Y con la economía? ¿Y la economía
con la ecología? Contra todo pronóstico, Benedicto XVI sostiene en la última
encíclica, Caritas in veritate, que se trata de conceptos muy relacionados.
“Como sabéis –anunciaba unos días antes de la aparición–, próximamente se
publicará mi encíclica dedicada precisamente al gran tema de la economía y del
trabajo: en ella se destacarán cuáles son, para nosotros, los cristianos, los
objetivos que hay que perseguir y los valores que hay que promover y defender”.
Existe, por tanto, una economía cristiana, o una economía en cristiano, con unos
valores que deben ser promovidos por los cristianos. ¿Y qué sabe este Papa de
economía? Apenas tiene un artículo anterior sobre el tema… A diferencia de la
encíclica sobre la esperanza (escrita personalmente por él en su mayor parte) y de
la encíclica sobre el amor –cuya primera parte es también toda de la pluma
papal–, en la Caritas in veritate han trabajado muchas mentes y manos. Benedicto
XVI ha dejado sin embargo también su huella, visible ya en las palabras del título
que conjugan indisolublemente caridad y verdad, con una propuesta audaz y
decidida.
UN NUEVO MUNDO
Ya antes de ser Papa había denigrado el “determinismo” del marxismo y su
perspectiva atea en un documento de 1985 titulado Economía, mercado y ética.
Ahí el cardenal Ratzinger ya advertía que era posible una crisis económica en
Occidente. Su preocupación era la ausencia de ética en la economía. Pedía, por
tanto, una nueva ética, una ética “nacida y sostenida sólo por fuertes convicciones
religiosas”, la cual podría en la práctica “causar que las leyes del mercado se
derrumbaran”. “Aunque la economía de mercado consista en situar al individuo
ante una determinada serie de reglas –decía ahí–, esta no puede convertir al
hombre en algo superfluo, o excluir su libertad moral del mundo de la
economía.Estos valores espirituales son de por sí un factor decisivo para la
economía: las reglas del mercado funcionan sólo cuando se da el consenso moral
que las sostiene”. La economía se basa –como cualquier otra actividad humana–
en las reglas de la ética: una economía no solo será inhumana, sino también –al
final– antieconómica.
Caritas in veritate es la primera encíclica social del pontificado de Benedicto XVI y
ha visto la luz 18 años después de la última encíclica social de Juan Pablo II,
Centesimus annus, de 1991. Inicialmente se quiso hacer coincidir su aparición con
el cuadragésimo aniversario de la Populorum progressio, la encíclica social de
Pablo VI, publicada en 1967. Pero la complejidad de la redacción y los continuos
retoques que conoció el borrador inicial explican que la Caritas in veritate no haya
salido a la luz hasta ahora, cuando la crisis ha puesto a la economía y los
problemas sociales en el centro de la atención internacional. “Si se hubiera
publicado antes, se habría dicho que era profética, ya que habla de una crisis que
entonces no se vislumbraba”, comenta en la presentación el cardenal Renato
Raffaele Martino, presidente del Pontificio consejo “Justicia y Paz”. Los diarios,
radios y televisiones de todo el mundo estaban ansiosos por conocer las palabras
del Papa ante la actual coyuntura económica. Caritas in veritate, sin embargo, va
más allá de la crisis. “Las dificultades presentes pasarán dentro de unos años,
pero el mensaje de la encíclica permanecerá”, garantiza Martino.
Vida, libertad religiosa y superación del narcisismo y del tecnicismo son los
principios centrales y estructurales del texto.
En efecto, la ambición de la encíclica parece no conocer límites: pretende superar
el esquema ideológico del mundo actual. Ross Douthat comentaba en The New
York Times del 12 de julio que la encíclica no puede ser juzgada bajo el prisma de
su coincidencia con ideas de izquierda o derecha, demócratas o republicanas,
progresistas o conservadoras. “La nueva encíclica une la dignidad del trabajo con
la santidad del matrimonio continuaba Propugna la redistribución de la riqueza a la
vez que subraya la importancia de un gobierno descentralizado. Conecta los
atentados contra el medio ambiente con la destrucción masiva de embriones
humanos”. Para progresistas y conservadores, Caritas in veritate es una invitación
a pensar de nuevo sus posturas. “¿Por qué la preocupación por el medio ambiente
no incluye ser pro-vida?, se preguntaba Douthat. ¿Por qué la oposición a la guerra
de Irak debe implicar aceptar cualquier cosa en el campo de la bioética? ¿Por qué
el apoyo al libre comercio requiere defender también la pena de muerte?”. Ettore
Gotti Tedeschi ha propuesto incluso al Papa actual al Premio Nobel de Economía
por haber sido el único que ha relacionado la crisis económica con la crisis
demográfica y la caída de la natalidad.
Ciertamente, el contenido de la nueva encíclica es complejo. El título Caritas in
veritate resulta ya significativo: verdad y amor son igualmente necesarios y
complementarios. “Un cristianismo de caridad sin verdad escribe el Papa se puede
confundir fácilmente con una reserva de buenos sentimientos, útiles para la
convivencia social pero marginales. De este modo, en el mundo no habría un
verdadero y propio lugar para Dios. Sin la verdad, la caridad es relegada a un
ámbito de relaciones reducido y privado. Queda excluida de los proyectos y
procesos para construir un desarrollo humano de alcance universal, en el diálogo
entre saberes y operatividad”. La encíclica de Benedicto XVI según Crepaldi
asegura que “la sociedad tiene necesidad de verdad y amor” y “el cristianismo es
la religión de la verdad y del amor”, por este motivo “la mayor contribución que la
Iglesia puede hacer al desarrollo es anunciar a Cristo”, la Verdad encarnada,
muerta y resucitada por amor.
El propio Papa ofreció unos días antes de la publicación un resumen del contenido
del nuevo texto magisterial: “La caridad en la verdad es, por tanto, la principal
fuerza propulsora para el verdadero desarrollo de cada persona y de toda la
humanidad. Por esto, en torno al principio caritas in veritate, gira toda la doctrina
social de la Iglesia. La encíclica alude enseguida en la introducción a dos criterios
fundamentales: la justicia y el bien común. La justicia es parte integrante de ese
amor ‘con obras y con la verdad’ (1 Jn 3,18), a la que exhorta el apóstol Juan.
Como otros documentos del Magisterio, también esta encíclica retoma, continúa y
profundiza el análisis y la reflexión de la Iglesia sobre cuestiones sociales de vital
interés para la humanidad de nuestro tiempo”.
La crisis obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar
nuevas fórmulas de compromiso.
Y añadía: “La encíclica ciertamente no mira a ofrecer soluciones técnicas a los
grandes problemas sociales del mundo actual no es competencia del Magisterio
de la Iglesia. Esta recuerda, sin embargo, los grandes principios que se revelan
indispensables para construir el desarrollo humano en los próximos años. Entre
estos, en primer lugar, [destacan] la atención a la vida del hombre, considerada
como centro de todo verdadero progreso; el respeto del derecho a la libertad
religiosa, siempre unido íntimamente al desarrollo del hombre; el rechazo de una
visión prometeica del ser humano, que se considera artífice absoluto de su propio
destino. Una ilimitada confianza en las posibilidades de la tecnología se revelaría
finalmente ilusoria”. Vida, libertad religiosa y superación del narcisismo y del
tecnicismo la ideología de la técnica son los principios centrales y estructurales del
texto.
DIEZ PUNTOS CENTRALES
Junto a estos “grandes principios”, aparecen también, no obstante, contenidos
más concretos. Hay quien ha resumido la nueva encíclica papal en diez frases, en
“diez mensajes para la difícil pero apasionante hora que nos ha tocado vivir”, en
palabras de Antonio Gil. Veamos cuáles son estas frases.
Primero. El hombre está por encima de la economía, y el primer capital que hay
que salvaguardar por medio de la justicia es la misma persona humana.
El Papa proclama que la justicia es inseparable de la caridad, tratando de unir así
lo humano y lo divino. Ubi societas, ibi ius, escribe: toda sociedad elabora un
sistema propio de justicia. La caridad va, sin embargo, más allá de la justicia, pues
amar es dar, ofrecer de lo mío al otro; pero nunca se renuncia a la justicia, que
lleva a dar al otro lo que es suyo. No puedo dar al otro de lo mío sin haberle dado
en primer lugar lo que en justicia le corresponde, concluye el Papa.
Segundo. El capitalismo salvaje, la codicia y la avaricia financiera, el egoísmo y el
paternalismo colonial reclaman una globalización solidaria, un nuevo orden
económico basado en valores cristianos.
Así, el Papa arremete contra los excesos del sistema capitalista y reclama una
globalización que tenga en cuenta la condición humana de las personas que
forman parte del mundo de hoy. A la vez, insiste en que “la crisis nos obliga a
revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de
compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y a rechazar las
negativas”. Debemos ser protagonistas, y no víctimas de la globalización, viene a
decir Benedicto XVI.
Tercero. Hace falta un mercado más social y más humano, en el que el Estado
tenga un papel activo y empresas se guíen por la ética y la responsabilidad.
“La sabiduría y la prudencia aconsejan no proclamar apresuradamente la
desaparición del Estado”, recomienda, para que se pueda alcanzar la justicia
personal y social. Junto a la justicia, el otro soporte de la vida social y moral es el
bien común. “Es el bien de ese ‘todos nosotros’, formado por individuos, familias y
grupos intermedios que se unen en comunidad social. No es un bien que se busca
por sí mismo, sino para las personas que forman parte de la comunidad social, y
que sólo en ella pueden conseguir su bien realmente y de modo más eficaz.
Desear el bien común y esforzarse por él es exigencia de justicia y caridad”.
Cuarto. La injusticia existe y es preciso intervenir, crear un sistema nuevo, más
transparente y justo, con reglas que integren al Tercer Mundo a los pobres y
hambrientos, a los no nacidos en la economía y el comercio globales.
El Papa Ratzinger critica que “la exacerbación de los derechos conduce al olvido
de los deberes”. Respecto a la cuestión de la cooperación internacional, reclama a
instituciones sociales y organismos internacionales una “transparencia total”, y un
respeto profundo por la naturaleza como fuente de vida y don de Dios. Para esto
reclama “una mayor sensibilidad ecológica” y “una redistribución planetaria de los
recursos energéticos”. Alguien ha hablado de las “raíces verdes”, los orígenes en
una ecología integral de esta encíclica. En concreto, el texto habla del desarrollo
demográfico, insistiendo en que “no es correcto considerar el aumento de
población como la primera causa del subdesarrollo”. A la vez el Papa apuesta por
“una procreación responsable”.
Quinto. La crisis nace de un déficit de ética en las estructuras económicas.
“El sector económico no es ni éticamente neutro ni inhumano o antisocial por
naturaleza. Es una actividad del hombre y, precisamente porque es humana, debe
ser articulada e institucionalizada éticamente”. Como consecuencia, “el riesgo de
nuestro tiempo es que la interdependencia de hecho entre los hombres y los
pueblos no se corresponda con la interacción ética de la conciencia y el intelecto,
de la que pueda resultar un desarrollo realmente humano. Sólo con la caridad,
iluminada por la luz de la razón y de la fe, es posible conseguir objetivos de
desarrollo con un carácter más humano y humanizador”. Así, en contra del paro,
afirma que todo ser humano tiene derecho a un trabajo honrado: “Significa un
trabajo que, en cualquier sociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todo
hombre o mujer”.
Sexto. El desarrollo es imposible sin personas honradas, con lo que profundiza en
las raíces antropológicas y ecológicas de la economía.
Por ejemplo, dentro de las “nuevas pobrezas”, Benedicto XVI condena las trabas
al derecho a la vida, que se dan tanto por la falta de alimento como por las
políticas de contracepción y “la imposición del aborto” en algunos países. “En los
países económicamente más desarrollados, las legislaciones contrarias a la vida
están muy extendidas y han condicionado ya las costumbres y la praxis,
contribuyendo a difundir una mentalidad antinatalista, que muchas veces se trata
de transmitir también a otros estados como si fuera un progreso cultural”. Así, “el
desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y agentes
políticos que sientan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común. Se
necesita tanto la preparación profesional como la coherencia moral”.
Séptimo. El humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano.
Por eso, reclama Benedicto XVI, “la religión cristiana y las otras religiones pueden
contribuir al desarrollo solamente si Dios tiene un lugar en la esfera pública, con
específica referencia a la dimensión cultural, social, económica y, en particular,
política”. Como consecuencia, “tanto la exclusión de la religión del ámbito público
como el fundamentalismo religioso impiden el encuentro entre las personas y su
colaboración para el progreso de la humanidad”. El Papa asegura que “solamente
un humanismo abierto al Absoluto nos puede guiar en la promoción y realización
de formas de vida social y civil en el ámbito de las estructuras, las instituciones, la
cultura y el ethos, protegiéndonos del riesgo de quedar apresados por las modas
del momento”.
Octavo. La crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a
encontrar nuevas fórmulas de compromiso.
Para esto se requiere de una institución no solo internacional, sino supranacional.
Es cierto que “la Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer y no pretende
mezclarse en la política de los Estados”, pero sí ofrece algunas orientaciones. Por
ejemplo, en un apartado importante de la encíclica, Benedicto XVI afirma que
“siente mucho la urgencia de la reforma tanto de la organización de las Naciones
Unidas como de la arquitectura económica y financiera internacional, para que se
dé una concreción real al concepto de familia de naciones”, que dé especial voz a
los países más pobres. “Urge la presencia de una verdadera autoridad política
mundial”, reclama el Papa, que “goce de poder efectivo” para garantizar el
desarrollo de la justicia y de los derechos humanos.
Noveno. Las empresas y los políticos deben tener una sólida responsabilidad
social y ética, sin circunscribirse tan solo a la técnica o a la tecnología.
Benedicto XVI sostiene que no debemos caer en la “tentación prometeica” de
pensar que la sociedad puede recrearse con la simple tecnología. “Lo mismo
ocurre con el desarrollo económico, que se manifiesta ficticio y dañino cuando se
apoya en los ‘milagros’ de las finanzas para sostener un crecimiento antinatural y
consumista”. Tras los medios, el Papa aborda de nuevo el campo de la bioética, a
la que también acecha el peligro de la tentación tecnicista. Y, más en concreto,
señala que “la fecundación in vitro, la investigación con embriones, la posibilidad
de la clonación y de la hibridación humana nacen y se promueven en la cultura
actual del desencanto total, que cree haber desvelado cualquier misterio, puesto
que se ha llegado ya a la raíz de la vida”.
Y décimo. Sin Dios el hombre no sabe adónde ir ni logra saber quién es.
El Papa anima al ser humano a no caer en la tentación de “creerse autosuficiente
y capaz de eliminar por sí mismo el mal de la historia”. Esas posturas, denuncia el
Pontífice, “han desembocado en sistemas económicos, sociales y políticos que
han tiranizado la libertad de la persona y de los organismos sociales y que,
precisamente por eso, no han sido capaces de asegurar la justicia que prometían”.
Frente a esto, Benedicto XVI propone “la caridad en la verdad”: una fuerza de una
comunidad humana, no de individuos en particular. “Sin Dios el hombre no sabe
dónde ir ni tampoco logra entender quién es”. El hombre y la mujer necesitan de
esa relación con Dios. “El desarrollo necesita cristianos con los brazos levantados
hacia Dios en oración, cristianos conscientes de que el amor lleno de verdad,
caritas in veritate, del que procede el auténtico desarrollo, no es el resultado de
nuestro esfuerzo sino un don”.

10.- ENCICLICA LAUDATO SI “CARTA SOBRE LA ECOLOGIA” SUMO


PONTÍFICE FRANCISCO 24 MAYO 2015
INTRODUCCIÓN
En Laudato Si’ El Papa Francisco se dirige a “todos los habitantes de este planeta”
y subraya la encíclica. El Papa Francisco: Pone su visión en continuidad con sus
predecesores. y en harmonía con pensadores no católicos o seculares. Muestra
como Laudato Si’ es animado por el espíritu de San Francisco de Assisi, patrón
santo de aquellos que promueven la ecología, y pone énfasis en la importancia de
estas raíces espirituales. “Si nos acercamos a la naturaleza y al ambiente sin esta
apertura al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el lenguaje de la fraternidad
y de la belleza en nuestra relación con el mundo, nuestras actitudes serán las del
dominador, del consumidor o del mero explotador de recursos, incapaz de poner
un límite a sus intereses inmediatos. En cambio, si nos sentimos íntimamente
unidos a todo lo que existe, la sobriedad y el cuidado brotarán de modo
espontáneo. Hace un llamado urgente a todas las personas un nuevo diálogo
sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta.
CAPÍTULO I Lo que está pasando en nuestro hogar común
El Papa Francisco identifica los apremiantes problemas ecológicos modernos: La
contaminación del medio ambiente y el cambio climático; El tema del agua. La
pérdida de biodiversidad; Disminución de la calidad de vida humana y la
destrucción de la sociedad, y la desigualdad global Con respecto al cambio
climático, el Papa Francisco: Enfatiza que el clima es un bien común, de todos y
para todos. Hay un consenso científico muy consistente que indica que nos
encontramos ante un preocupante calentamiento del sistema climático debido
principalmente a actividad humana. Subraya que el cambio climático es un
problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas,
distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales para la
humanidad. Los peores impactos probablemente recaerán en las próximas
décadas sobre los países en desarrollo y los pobres. Reconoce que se ha vuelto
urgente e imperioso el desarrollo de políticas para que en contaminantes sea
reducida drásticamente, por ejemplo, reemplazando la utilización de combustibles
fósiles y desarrollando fuentes de energía renovable. Reta a aquellos que, en la
cara de la degradación ecológica, culparían el crecimiento de la población y no el
consumismo selectivo y extremo.
Reconoce que existe una “deuda ecológica” entre países del norte y del sur
relacionada con desequilibrios comerciales con consecuencias en el ámbito
ecológico, así como con el uso desproporcionado de los recursos naturales
llevado a cabo históricamente por algunos países.
Llama la atención la debilidad de la reacción política internacional. Hay
demasiados intereses particulares y muy fácilmente el interés económico llega a
prevalecer sobre el bien común y a manipular la información para no ver afectados
sus proyectos.
CAPÍTULO II
El Evangelio de la Creación. El Papa Francisco relata las creencias cristianas
que: Dios creó todo con bondad intrínseca. Todos los seres humanos son creados
únicos y llamados a ejercer un gobierno responsable sobre la creación en nombre
del Creador. Toda creación es un misterio, la diversidad y la unidad que reflejan y
meditan al Creador. El derecho a la propiedad privada no es “absoluta ni
inviolable” pero “subordina a la destinación universal de bienes”. “El destino de
toda creación está ligado con el misterio de Cristo”
Quizás lo más fundamental, el Papa subraya que el daño al medio ambiente es
causado por el pecado entendido como relaciones rotas “con Dios, con el prójimo
y con la misma tierra”.
Estas relaciones se rompen en parte, porque los seres humanos “presumen tomar
el lugar de Dios y se niegan a reconocer nuestras limitaciones como creaturas” -
una dinámica que nos lleva a confundir el mandato de Dios para los seres
humanos de “tener dominio” sobre la creación (Génesis 1:28) como una licencia
de explotación en vez de una vocación para “cultivar y cuidar de” el regalo de la
creación de Dios (Génesis 2:15)
CAPÍTLO III
Raíz Humana de la Crisis Ecológica Inspirado por fe cristiana, el Papa Francisco
se refiere a “las raíces humanas de la crisis ecológica” Específicamente: Critica “el
antropocentrismo” la creencia que los seres humanos son radicalmente separados
y por encima del mundo natural y no humano.
Señala que el antropocentrismo devalúa la creación y lleva al “relativismo
practico”, el cual valúa la creación solo hasta el punto de utilidad para los seres
humanos. Critica el “paradigma tecnocrático” que “asume todo desarrollo
tecnológico en función del rédito, sin prestar atención a eventuales consecuencias
negativas para el ser humano. Las finanzas ahogan a la economía real.” Afirma la
enseñanza tradicional católica que dice que “el mercado por sí mismo no garantiza
el desarrollo humano integral y la inclusión social”
Y debe ser regulada cuando falla en proteger y promover el bien común. Reitera la
interconexión de toda la creación y, por lo tanto, conecta el cuidado de la creación
a la protección de la vida y la dignidad humana especialmente en cuanto al aborto,
la pobreza, los minusválidos y las pruebas en embriones humanos vivos.
CAPÍTULO IV
Una Ecología Integral
El Papa Francisco presenta y considera el concepto de una ecología integral la
cual: Afirma (y esto aparece en todas partes) que “No está de más insistir en que
todo está conectado. Esto, dice, es cierto de toda la creación, humanidad incluida
junto con todos los aspectos de la vida humana: academia, economía, gobierno,
cultura y cada parte de la vida cuotidiana. Reitera que el cuidado de la creación
está íntimamente relacionado con la promoción de una opción preferencial para
los pobres ya los que menos tienen son los más perjudicados por la degradación
ecológica. Afirma que, a la luz de la degradación ecológica y el cambio climático,
la justicia y la solidaridad, es decir, el compromiso con el bien común, tiene que
ser entendido como “intergeneracional.”
CAPÍTULO V
Algunas Líneas de Orientación y Acción
El quinto capítulo trata sobre la Doctrina Social Católica de subsidiariedad, que
enseña que todo reto debe ser en el nivel más bajo posible- pero el mas alto
necesario nivel de sociedad necesario para proteger y promover el bien común. El
Papa
Francisco afirma que: “La tecnología basada en combustibles fósiles muy
contaminantes sobre todo el carbón, pero aun el petróleo y, en menor medida, el
gas necesita ser reemplazada progresivamente y sin demora.” “Mientras no haya
un amplio desarrollo de energías renovables, que debería estar ya en marcha, es
legítimo optar por la alternativa menos perjudicial o acudir a soluciones
transitorias.”
El cambio a energía barata y renovable debería ser acelerado con, “bonos de
carbono puede dar lugar a una nueva forma de especulación, y no servir para
reducir la emisión global de gases contaminantes. Dado que los efectos del
cambio climático se harán sentir durante mucho tiempo, aun cuando ahora se
tomen medidas estrictas, algunos países con escasos recursos necesitarán ayuda
para adaptarse a efectos que ya se están produciendo y que afectan sus
economías.
El Papa Francisco dice que “hay responsabilidades comunes pero diferenciadas”
entre naciones y cita a los obispos bolivianos que dicen que “los países que se
han beneficiado por un alto grado de industrialización, a costa de una enorme
emisión de gases invernaderos, tienen mayor responsabilidad en aportar a la
solución de los problemas que han causado”
El Papa Francisco pide un dialogo en el que los marginalizados estan
especialmente habilitados para participar y subraya el “principio precautorio” que
“permite la protección de los más débiles, que disponen de pocos medios para
defenderse y para aportar pruebas irrefutables.
Si la información objetiva lleva a prever un daño grave e irreversible, aunque no
haya una comprobación indiscutible, cualquier proyecto debería detenerse o
modificarse.
CAPÍTULO VI:
Educación y Espiritualidad Ecológica.
El Papa Francisco: Hace un llamado para conversaciones “personales o
comunales” que sean de temas lejanos del consumismo y el “egoísmo común” e
invita a las personas a vivir estilos de vida animados por virtudes ecológicas, es
decir, buenos hábitos que deben ser desarrollados en todas las personas, secular
y de fe. Llama la atención a que “los movimientos de consumidores logran que
dejen de adquirirse ciertos productos y así se vuelven efectivos para modificar el
comportamiento de las empresas, forzándolas a considerar el impacto ambiental y
los patrones de producción. Sostiene que la “educación ecológica”- que debería
proporcionar información y tratar de formar hábitos debe ocurrir en todas partes en
la sociedad: “En la escuela, la familia, los medios de comunicación, la catequesis,
instituciones políticas y varios otros grupos sociales… y todas comunidades
cristianas. Recuerda a los cristianos que los sacramentos y los domingos son
esenciales para formar la relación correcta con la creación. Reflexiona sobre la
relación de la trinidad, José y María a la creación, y concluye con “una oración por
nuestra tierra” y una oración cristiana con la creación.”
BIBLIOGRAFÍA
Alfredo Luciani (2005). Catecismo social cristiano: historia, principios y
orientaciones operativas. Editorial San Pablo. ISBN 9789586924672.
Enrique Colom Costa (2001). Curso de doctrina social de la Iglesia. Ediciones
Palabra

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