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Fernando Orfila S Recurso de Habeas Corpus A Favor de Alejando Orfila PDF
Fernando Orfila S Recurso de Habeas Corpus A Favor de Alejando Orfila PDF
Orfila, Fernando
12/04/1929
Hechos
Una persona fue detenida por un magistrado, cuyo nombramiento provenía del comisionado
federal designado mediante la ley de intervención de la provincia de Mendoza 11.460.
Frente a tal decisión fue interpuesto un recurso de habeas corpus, en el cual se solicita la
libertad del detenido en virtud de la incompetencia que se alega respecto del juez que dictó
la orden de arresto, la cual, según la defensa, correspondería a la justicia federal. El juez de
sección de la provincia determinó que la justicia federal era incompetente para conocer en
el asunto. El tribunal de Alzada confirmó la sentencia. Contra esa decisión, se interpuso
recurso extraordinario federal. La Corte Suprema de Justicia de la Nación confirmó la
sentencia recurrida.
Sumarios
Suprema Corte:
Estimo ajustado a derecho dicho recurso, toda vez que la resolución aludida de la Cámara
importa la denegación de una garantía federal, oportunamente invocada.
En cuanto al fondo del asunto dada la naturaleza del mismo y el carácter sumarísimo de las
actuaciones, entiendo que corresponde concretar el dictamen a la procedencia o
improcedencia del fuero federal, ya que de ello depende la solución de las demás cuestiones
que puedan motivar este recurso.
Y bien: la interpretación dada a dicha disposición legal por el Juez y por la Cámara, de
acuerdo con lo solicitado en ambas instancias por el Ministerio Fiscal, es en mi opinión, la
que corresponde.
La situación del Juez del Crimen de la Provincia y del procesado, han quedado claramente
definidas en la sentencia de la Cámara.
Este último no puede invocar el fuero federal que acuerda el referido art. 20, porque no se
encuentra comprendido en ninguno de los casos que el mismo establece.
En cuanto al Juez del Crimen, su jurisdicción es indiscutible para conocer en la causa por
delitos comunes que se imputan al procesado.
Dicha jurisdicción que le ha sido conferida en ejecución de una ley del Congreso de la
Nación, no puede ser discutida en esta instancia, así como tampoco puede serlo la
impugnación de inconstitucionalidad que se hace a la ley de intervención a la Provincia de
Mendoza, N° 11.460, en primer lugar por la naturaleza sumaria del recurso en el que se ha
resuelto exclusivamente sobre la incompetencia de la justicia federal, y en segundo término,
porque una decisión al respecto por el Poder Judicial importaría la revisión de actos
políticos, por su naturaleza, como son los emanados, en este caso, del Congreso de la
Nación y realizados por el Poder Ejecutivo de la misma en cumplimiento de una ley.
Decisiones de tal naturaleza, de carácter general, como se solicitan, que van a comprender
todo el régimen de gobierno de la Provincia de Mendoza, es decir, sentencias de naturaleza
política y de efectos puramente políticos, que controlan o revocan disposiciones o actos del
Poder Legislativo y del Poder Ejecutivo de la Nación, en materia de la exclusiva
competencia de dichos poderes, no pueden pronunciarse, porque ello "se encuentra fuera de
las atribuciones de esta Corte, como ha sido también declarado por los Tribunales de los
"Estados Unidos" ; según lo estableció V. E. con acopio de doctrina, en la causa que se
registra en el tomo 53, pág. 420 de los fallos del Tribunal.
Por todo lo expuesto soy de opinión que corresponde confirmar la sentencia apelada en la
parte que ha podido ser materia del recurso. — Horacio R. Larreta.
Y Vistos:
Considerando:
Que la competencia del Juez ha sido desconocida a mérito de una doble consideración: a)
porque según se afirma, de acuerdo con el art. 105 de la Constitución Nacional el
Interventor Nacional ni el Poder Ejecutivo a quien representa se hallan constitucionalmente
facultados para nombrar jueces en el territorio de la Provincia intervenida; b) porque
aunque tal facultad fuera legítima, los jueces nombrados carecerían de jurisdicción para
conocer en los delitos cometidos con anterioridad a su designación, de acuerdo con la
garantía conferida a todos los habitantes de la Nación por el art. 18 de la Constitución
Nacional y según la cual nadie puede ser sacado de los jueces designados por la ley antes
del hecho de la causa ni juzgado por comisiones especiales.
Que en cuanto a lo primero, cabe, desde luego, dejar sentado que el régimen político
adoptado por la Constitución se funda en la coexistencia de la soberanía nacional y la
autonomía provincial en virtud de la cual las provincias se dan sus propias instituciones
locales y se rigen por ellas, eligen sus gobernadores, sus legisladores y demás funcionarios
de provincia sin intervención del Gobierno Federal (arts. 104 y 105). Este, a su turno, actúa
y se mueve dentro de los poderes que le han sido delegados y su autoridad es amplia y
completa cuando aquéllos son exclusivos.
Que, la última parte del art. 5° de la Constitución al disponer que "bajo de estas condiciones
el gobierno federal garante a cada provincia el goce y ejercicio de sus instituciones" y el
primer acápite del art. 6° al establecer consiguientemente, que el gobierno federal
interviene en el territorio de las provincias para garantir la forma republicana de gobierno,
demuestran, el primero, que la regla del art. 105, esto es, la que define y consagra el
principio de las autonomías provinciales, subsiste como una valla insalvable cuando el
estado provincial ha cumplido la obligación impuesta por el art. 5°, y, el segundo, que si así
no fuere, la intervención sin requisición y concebida como un deber por parte de la Nación,
es el remedio arbitrado por el propio estatuto para defender y mantener inviolables en todo
el ámbito de la República los principios esenciales por el mismo adoptados.
Que la interpretación del pensamiento que informa el art. 5° en cuanto a su contenido real,
ha sido formulada por Estrada en los siguientes términos: "la Constitución de los Estados
Unidos sólo garantiza una forma republicana de gobierno. La Constitución argentina
garantiza dos cosas: una forma republicana de gobierno y el goce y ejercicio efectivo y
regular de las instituciones. De suerte que si en Norte América solamente está obligado el
gobierno federal a amparar a un estado cuando su forma de gobierno ha sido invertida, en la
República Argentina está obligado el gobierno federal a amparar a las provincias cuando la
faltas republicana ha sido corrompida, es decir, cuando ha sido interrumpido el ejercicio
regular de las instituciones cuyo goce efectivo ella garantiza." Derecho constitucional, pág.
144, torno 3°. Y es de toda evidencia que no puede ser de otro modo, ya que el sistema
político adoptado y las garantías proclamadas en un estatuto, cuando no tienen en la
práctica efectividad y realización ciertas, lejos de hacer la felicidad del pueblo, lo sumen en
la desgracia y en el oprobio.
Que, este poder del gobierno federal para intervenir en el territorio de las provincias ha sido
implícitamente conferido al Congreso. Es a éste a quien le corresponde decidir qué género
de gobierno es el establecido en el estado, si es republicano o no, según las normas de la
constitución, si está asegurada o bastardeada la administración de justicia, si existe régimen
municipal, si se imparte la educación primaria para enunciar todas las condiciones
generales y especiales expresadas en el art. 5°.
Que en el caso de la intervención a la provincia de Mendoza ordenada por la ley N° 11.460,
es eso lo que se ha hecho. Por haber llegado aquella rama del gobierno a la conclusión de
que no se encontraban allí cumplidas las condiciones señaladas por el art. 5° para que las
provincias mantengan el goce y ejercicio de sus instituciones propias, ha declarado
intervenida la nombrada provincia a los efectos de restablecer la forma representativa
republicana de gobierno (art. 1°, ley citada), y ha ordenado al comisionado federal que
proceda a declarar la caducidad de los Poderes ejecutivo, legislativo y judicial, y de las
autoridades municipales, así como a la reorganización de los mismos" (art. 2°).
Que el poder conferido al gobierno de la Nación por los arts. 5° y 6° presupone la posesión
de todos los medios necesarios y propios para llevarlo a ejecución de acuerdo con la regla
del art. 67, inc. 28 y de jurisprudencia que lo ha interpretado. Esta corte ha declarado en
efecto, que para poner en ejercicio un poder conferido por la Constitución a cualquiera de
los órganos del gobierno nacional es indispensable admitir que éste se encuentra autorizado
a elegir los medios que a su juicio fuesen los más conducentes para el mejor desempeño de
aquéllos, siempre que no fuesen incompatibles con alguna de las limitaciones impuestas por
la misma Constitución. Por eso en el último apartado del art. 67 resulta al Congreso para
hacer todas las leyes y reglamentos que sean convenientes para poner en ejercicio los
poderes enumerados en los incisos precedentes y todos los otros concedidos por la
Constitución al gobierno nacional. Fallos, tomo 139, pág. 259 entre otros. Intervenir, dice
Estrada, es ejercer, en nombre de la soberanía nacional, una autoridad plena, más o menos
extensa dentro del territorio de la provincia. Puede ser pacífica o puede ser armada, pero en
todos los casos es coercitiva porque la Constitución no le ordena al gobierno proteger, sino
intervenir. En la República Argentina el comisionado nacional encargado de llevar la
intervención a una provincia, se sustituye a la autoridad local en representación de la
soberanía superior de la Nación asume a la autoridad conducente a llenar por sí solo los
fines de la intervención. Obra citada, pág. 149, tomo 3°.
Que es cierto que la ley de intervención, no obstante la declaración de caducidad del Poder
Judicial, no contiene norma alguna concreta sobre las facultades del interventor para
realizar designaciones judiciales dentro de la provincia, pero no es menos cierto que
promulgada la ley, el presidente de la Nación debe cumplirla disponiendo a ese efecto de
facultades reglamentarias (inc. 2, artículo 86). Pero el cumplimiento de la ley en la parte
referente a la caducidad del poder judicial crea de inmediato el evento consiguiente a esa
caducidad, que es el de que la provincia intervenida quede sin funcionarios judiciales que
resuelvan los procesos pendientes y tomen conocimiento de los hechos delictuosos
producidos en su territorio. La vida civil y social no se concibe sin la existencia de jueces
que castiguen a los delincuentes y resuelvan los conflictos entre los particulares. La
paralización absoluta de la función judicial no puede haber entrado ni en el pensamiento de
los hombres que redactaron el instrumento político que consagró la facultad de intervenir,
ni en la mente del Congreso que usó de él al sancionar la ley, por cuanto no es lícito
suponer en aquél ni en éste, una consecuencia de tanta magnitud, no en el sentido de
promover el bienestar general de la colectividad y mantener su organización, que
constituyen sus fines primordiales, sino en el de sumirla en el desorden y en la anarquía. La
consecuencia indudable de la caducidad ordenada por la ley, es, pues, la de que es
indispensable proveer los cargos judiciales que quedan vacantes por efecto de aquélla, y
sólo saber a quién Corresponde hacer las designaciones consiguientes.
¿Podría decirse que el juez de sección de Mendoza tiene jurisdicción para entender en las
causas de orden provincial que vendría así a sustituirse a la justicia local producida la
caducidad? El art. 3, inciso 4 de la ley 48, como aparece de su letra, se refiere a los
crímenes de toda especie que se cometan en lugares donde el gobierno nacional tenga
absoluta y exclusiva jurisdicción. Es una competencia permanente por razón del lugar que
sólo comprende los crímenes de cualquier clase de manera que, aún dentro de la posibilidad
de esta solución, quedarían excluidas de la competencia del juez federal todas las causas
civiles y comerciales cuya decisión es también indispensable para realizar el orden social.
Y por arriba de cualquier otra consideración está la de que ni aún dentro de la forma en que
el Congreso ha usado de su poder de intervención respecto de la Provincia de Mendoza,
cabe decir que el gobierno nacional tenga absoluta y exclusiva jurisdicción en el ,territorio
de aquélla, pues del silencio de la ley sobre el punto de saber con arreglo a qué leyes ha de
procederse a la reorganización del poder judicial, sólo puede inferirse que debe ser de
acuerdo con la Constitución y leyes provinciales en vigor dentro del estado intervenido en
cuanto no se opongan a la Constitución nacional.
Que en presencia del examen anterior no se presenta más solución, si el Poder Ejecutivo ha
de cumplir la ley y si la Provincia no puede quedar sin justicia, que reconocer el derecho
del interventor para proveer los cargos judiciales. Dentro del régimen de excepción en el
sistema político adoptado que plantea la intervención, las soluciones tienen que ser del
mismo carácter.
Las provincias a semejanza de lo que ocurre en el orden nacional tienen facultades para
organizar la jurisdicción y competencia de sus propios tribunales, dictando sobre el
particular las leyes que correspondan. Esas leyes de organización del poder judicial de los
estados, además de reglamentar la competencia distribuyendo la materia de las cuestiones
civiles, penales y comerciales y además de señalar las leyes procesales que dentro de las,
distintas jurisdicciones han de gobernar la actuación de los funcionarios, establecen la
forma en que tales jueces han de ser nombrados de conformidad con los principios
adoptados en sus propias constituciones. En general, tales designaciones se hacen por el
Poder Ejecutivo con acuerdo del Senado por tiempo determinado o mientras dura la buena
conducta del funcionario.
Que no puede admitirse que la designación de los jueces en las condiciones expuestas
comporte una violación del principio sancionado por el art. 95 de la Constitución y según el
cual en ningún caso el presidente de la Nación puede ejercer funciones judiciales, arrogarse
el conocimiento de causas pendientes o restablecer las fenecidas. Desde luego, no es el P.
E. quien administra la justicia, ni la imparten en su nombre los jueces designados por el
interventor. La ejercitan hombres con aptitudes profesionales emergentes de títulos
universitarios que los capacitan para ello y se encuentran sujetos a responsabilidades
personales derivadas de la naturaleza de la función judicial y a las sanciones en algunos
casos severísimas establecidas por los artículos 269, 273 y 274 del Código Penal. Es verdad
que su designación proviene del P. E., pero también lo es que aún dentro del régimen
normal de las instituciones y no de anormalidad y excepción, como es el que se considera,
la propia Constitución Nacional y la de la Provincia de Mendoza, autorizan nombramientos
de análoga condición. El inc. 22 del art. 86 de la Constitución nacional faculta, en efecto, al
Presidente de la República, para llenar las vacantes judiciales que ocurran durante el receso,
cuando se trate de designaciones que requieran el acuerdo del Senado, por medio de
nombramientos en comisión que expirarán al fin de la próxima legislatura y una disposición
equivalente contiene el art. 128, inc. 22 de la Constitución de Mendoza. Y aunque los
jueces así nombrados, sobre todo cuando el acuerdo no se presta, han actuado, condenando
o absolviendo, en virtud de un nombramiento emanado del P. E., no puede en verdad
decirse que sea el presidente quien ha ejercido aquellas funciones judiciales, sin atribuir a
los autores de la Constitución el profundo desconocimiento que resultaría de haber
incorporado el inc. 22 del art. 86 del instrumento que redactaron, en pugna según eso con lo
establecido en el art. 95. Con la cláusula del inc. 22 se ha tratado de salvar dificultades que
sin dicha cláusula serían de suma gravedad, pero, también y del mismo orden son las
producidas por una ley de intervención que declara la caducidad de los poderes del Estado.
Que las facultades del interventor para renovar a los funcionarios judiciales de las
provincias intervenidas, cuando la ley respectiva declara la caducidad del poder judicial u
ordena su reorganización ha sido reconocida por esta corte en el fallo que se registra en el
tomo 148, página 303.
Que llega el momento de examinar ahora, si los jueces nombrados en sustitución de los
removidos carecerían, a causa del origen de sus designaciones y de la fecha en que éstas
han tenido lugar, de competencia para investigar y considerar en los delitos cometidos en el
territorio de la provincia con anterioridad a la fecha de su nombramiento. Para sostenerlo
así, se arguye por los autores del presente recurso de habeas corpus que el procesado sería
sacado de los jueces designados por la ley antes del hecho de la causa con violación de la
libertad y garantía de la defensa en juicio proclamado por el art. 18 de la Constitución
Nacional.
Que, es, desde luego, exacto que en el orden del tiempo la fecha del nombramiento del juez
es posterior a la consumación del hecho delictuoso que se le imputa al recurrente. Y si la
garantía invocada pudiera interpretarse en ese sentido, toda designación judicial por muerte,
renuncia, etc. del juez que hasta ese momento entendía o podía entender en el proceso,
acarrearía la situación contemplada por el art. 18. Y así, en Mendoza los jueces designados
a mérito de la circunstancia apuntada no podrían conocer en los delitos anteriores a su
designación limitándose su competencia a los realizados después de aquélla. La
consecuencia ineludible sería la de que habría que poner en libertad a todos los presuntos
delincuentes cuyos procesos no hubieran sido fallados, a nombre de la garantía del art. 18.
Y la intervención en tal caso en lugar de ser un elemento de orden y de afianzamiento de las
instituciones se convertiría en una causa de anarquía contra lo que es presumible.
Que, se olvida al invocar en el caso la garantía del art. 18 que, como se ha dicho, existe en
la Provincia sometida a la intervención una organización legislativa previa, reglamentaria
de la función judicial constituida por códigos procesales y por leyes especiales que
organizan y definen la competencia de los jueces en las distintas materias que aquélla
comprende y que tales leyes mantienen su vigor dentro del territorio. Y en esas
condiciones, admitido el derecho del interventor de proveer los cargos de la magistratura,
los nombramientos de jueces no se diferencian en punto a jurisdicción y competencia de los
que habría hecho la provincia si uno o varios o todos los juzgados hubieran quedado
acéfalos en el receso de su propia legislatura. Los jueces designados vienen a encontrarse
investidos de una jurisdicción que existía organizada antes de cometido el hecho y eso
satisface la garantía del art. 18. Por regla general caen bajo la prohibición del art. 18, dice
Joaquín González, todos los casos en que por error o por abuso se atribuyan poder para
juzgar individuos no investidos por la ley con la jurisdicción para tal género o especie de
delitos y en que los jueces mismos se atribuyan facultad para entender y decidir en causas
no sujetas a su jurisdicción. Manual de la Constitución Argentina, pág. 185. Los jurados,
institución a la cual la Constitución nacional se refiere en el art. 102, por su naturaleza
misma se designan con posterioridad a la comisión del delito y no podría inferirse de esa
sola circunstancia sin manifiesta contradicción que la institución lleva en sí misma un
desconocimiento tan rotundo de la garantía del art. 18.
Que el riesgo de que los jueces así instituidos respondan en casos dados a designios
extraños a los altos fines de su investidura, constituye una contingencia muy deplorable, sin
duda, pero que no afecta a los principios fundamentales de que deriva la facultad de su
designación y la legitimidad de sus funciones. Si tales transgresiones existieran, no serían
obra de la ley, sino del concepto con que ésta se cumpla y ejecute; y ante la evidencia de
que allí estarían radicados los supuestos males aludidos, el remedio no puede consistir en
negar o suprimir la facultad legal, sino en la reglamentación legislativa de la misma,
inspirada en móviles superiores de elevada política institucional, que impida el predominio
de intereses subalternos sobre el interés supremo de la justicia y de la ley. Interin se provee
a tal exigencia, la situación al respecto queda librada al responsable arbitrio de la acción
ejecutiva, y cabe confiar en que ésta armonizará cada día en forma mas eficiente con los
dictados de la razón pública y el adelanto progresivo de nuestras instituciones políticas en
su honesta aplicación como factores esenciales de gobierno.
Aclaratoria