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DERECHO AMBIENTAL
UNIDAD 2 DERECHO
AMBIENTAL

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UNIDAD 2
DERECHO AMBIENTAL

1. Concepciones Generales. Conceptos.

La definición no es un tema de consenso dentro de la doctrina. Esto se debe, entre


otras razones, a que tampoco existe consenso en torno al concepto de medio
ambiente. En términos generales, y sin pretender adentrar en tal debate, se puede
simplemente mencionar que existen posturas amplias y posturas restringidas del
concepto de Derecho Ambiental.

Las primeras proponen incluir dentro de su ámbito no sólo lo relativo a la tutela del
ambiente propiamente dicho sino también otros asuntos relacionados, tales como las
fuentes de energía, el derecho alimentario y la preservación del patrimonio cultural.

Las segundas, por el contrario, restringen el alcance solamente a la regulación sobre el


uso y aprovechamiento de recursos naturales y la lucha contra la contaminación.

Sin embargo, sin entrar en tales polarizaciones, son destacables ciertas


conceptualizaciones propuestas por notables juristas.

Son los casos de Mario Valls, quien entiende que “el Derecho Ambiental norma la
creación, modificación, transformación y extinción de relaciones jurídicas que
condicionan el disfrute, la preservación y la mejora del ambiente” (Valls, 2001).

O bien, la propuesta por Brañes Ballesteros, que lo señala como “aquel sector del
ordenamiento jurídico que regula las conductas humanas que pueden influir, con
efectos en la calidad de vida en de las personas, en los procesos de interacción que
tienen lugar entre el sistema humano y su sistema de ambiente” (Brañes Ballesteros,
2000).

Su contenido está dotado de elementos de Derecho Privado (normas de Derecho Civil,


de Seguros, etc.) como de Derecho Público (Derecho Constitucional, Derecho Penal,
Derecho Administrativo, etc.) y también normas de orden público. Además es
eminentemente solidario, tal es el caso del postulado de la intergeneracionalidad –
legar el planeta en condiciones favorables para las generaciones venideras–, rasgo
destacado del Derecho Ambiental, y que lo diferencia de otras ramas jurídicas.

El medio ambiente es un bien jurídico –entendido éste como aquello que caracteriza
las personas, las cosas o las instituciones que sirven para el libre desarrollo en un
Estado social y democrático de Derecho (Kindäuser, 2009)–. Dentro de los bienes
jurídicos protegidos son individuales aquellos que sirven a los intereses de una persona
o de un determinado grupo de personas; se denominan colectivos a aquéllos que
sirven a los intereses de muchas personas, de la generalidad. El medio ambiente se
inserta dentro de estos últimos. Es decir, el medio ambiente es un bien jurídico
colectivo, el sentido de que pertenece a una generalidad de individuos -como tal es
además indivisible –en el sentido de que es conceptual, fáctica o jurídicamente

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imposible dividirlo y atribuirlo de manera personal en tanto porciones -y es


indisponible- el uso y aprovechamiento corresponde a todos por igual-.

Ahora bien, si el ambiente es un bien colectivo, es preciso determinar qué tipo de


derechos recaen sobre él.

En otras palabras, qué finalidad tiene el Derecho Ambiental.

Para ello, previamente es de estacar la clasificación de intereses sobre bienes


colectivos propuesta por Lorenzetti (2008):

a) los pluriindividuales homogéneos;

b) los transindividuales colectivos y

c) los transindividuales difusos.

En los primeros se trata de un conjunto de derechos individuales subjetivos con la


particularidad de que derivan de un origen común, sea de hecho o de derecho y dan
lugar a una acción colectiva por daños individuales. Consisten en una suma de
conflictos individuales que se acumulan procesalmente. Son los casos de demandas de
contribuyentes por la inconstitucionalidad de normas fiscales, de jubilados,
beneficiarios de obras sociales, etcétera. Se denominan derechos homogéneos porque
tienen la misma causa, lo que hace posible su tutela en un proceso colectivo y el
dictado de una sola sentencia para todos.

Los segundos, en cambio, se tratan de un número determinado o determinable de


personas ligadas entre sí y/o con la contra parte, por una relación jurídica previa. Para
este tipo de derechos la satisfacción de la pretensión de unos implica idéntico
resultado para todos; lo mismo que la lesión de uno se extiende de hecho a la
totalidad de la comunidad, por lo que son indivisibles y supraindividuales. Ejemplo de
ellos son los casos vinculados a problemas por la falta de higiene y salubridad en una
fábrica o el incumplimiento de las condiciones del régimen carcelario, entre otros.

Por último, los terceros, son aquellos que pertenecen a toda la comunidad y al mismo
tiempo a nadie en particular, se dan frecuentemente en el ámbito de la tutela del
ambiente y del consumidor. Pertenecen a personas indeterminadas o de difícil
determinación, unidas por circunstancias de hecho, como vivir en una misma ciudad.
En otras palabras, esta generalidad indeterminada o de difícil determinación de sujetos
con idéntico derecho sobre un mismo bien jurídico, no reconoce un vínculo jurídico
previo, sino que se identifican por circunstancias fácticas y variables. Y este es el caso
del derecho ambiental.

Entonces, se puede afirmar que sobre el ambiente se tiene un derecho o interés


transindividual difuso, y en ello radica el fundamento de la legitimación amplia para
acceder a la justicia por violación de derechos ambientales (generalmente se legitima
al afectado, el Estado, las asociaciones protectoras del medio ambiente, a todo
individuo, etc.).

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Fuentes del Derecho Ambiental

En el ámbito del Derecho, por “fuentes” se entiende aquellos actos o hechos mediante
los cuales se crean, modifican o extinguen las normas jurídicas. Generalmente la
doctrina las clasifica en:

a) Fuentes formales Comprenden:

• La legislación (tratados, leyes, reglamentos, etc.); • la costumbre (práctica social


arraigada y reiterada); y • la jurisprudencia (criterios emitidos en las sentencias de los
tribunales jurisdiccionales de mayor jerarquía o que finalicen definitivamente los
procesos, sin ulterior recurso).

En la aplicación de las fuentes formales legales debe respetarse la siguiente jerarquía,


en orden descendente: 1º Constitución Política 2º Tratados y convenios
internacionales (pueden tener rango supraconstitucional) 3º Leyes (nacionales o
locales) 4º Decretos y Reglamentos del Poder Ejecutivo 5º Otros cuerpos normativos
de menor rango 6° Fuentes no escritas: usos, costumbres, jurisprudencia y principios
generales del Derecho. Algunos incluyen la doctrina. Dicho orden implica que una
norma de menor jerarquía no se puede aplicar en contra ni sobre una de mayor
jerarquía. Si existe contradicción, la de menor jerarquía no se aplica . En materia
ambiental es preciso resaltar sobre las fuentes formales lo siguiente: a) Los tratados
que regulan con mayor amplitud lo relativo a derechos humanos tienen rango y
aplicación supraconstitucional. Esta regla se aplica cuando otorgan mayores garantías
o derechos que la Constitución Política. “Tratándose de instrumentos internacionales
de Derechos Humanos vigentes en el país, no se aplica lo dispuesto por el artículo 7 de
la Constitución Política, ya que el 48 Constitucional tiene norma especial para los que
se refieren a derechos humanos, otorgándoles una fuerza normativa del propio nivel
constitucional”. Como lo reconoce la jurisprudencia constitucional, “los instrumentos
de Derechos Humanos vigentes en Costa Rica, tienen no solamente un valor similar a la
Constitución Política, sino que en la medida en que otorguen mayores derechos o
garantías a las personas, priman por sobre la Constitución. “Por eso algunos estudiosos
han señalado que la reforma constitucional de 1989, sobre la jurisdicción
constitucional, es tal vez la mayor conquista que desde el punto de vista jurídico ha
experimentado Costa Rica, en los últimos cincuenta años”. El derecho a un ambiente
sano y ecológicamente equilibrado es un derecho humano y un derecho fundamental,
enfoque que se analizará en el siguiente tema.

Existen gran cantidad de tratados y convenios internacionales que, una vez ratificados,
según la jerarquía de fuentes, tienen valor supra legal, es decir, están o se aplican por
sobre la ley y bajo la Constitución Política (art. 7). Se trata además de normas
autoejecutables, pues no requieren de reglamentación interna para la aplicación de
sus principios. Sin embargo, en la aplicación cotidiana ha sido frecuente que se
desconozca o se olvide tan importante regla de jerarquía, remitiéndose o empleándose
únicamente la legislación local cuando se resuelven los procesos judiciales. Además,
aunque el art. 7 constitucional dispone que para integrar nuestro ordenamiento
jurídico los tratados deben ser ratificados (aprobados por la Asamblea Legislativa), en
materia ambiental existe mayor amplitud. La Sala Constitucional ha indicado al
respecto que las convenciones suscritas por Costa Rica, en “las que se busca la

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protección de los recursos naturales,… deben utilizarse para integrar la legislación


interna y dilucidar, incluso jurisdiccionalmente, los problemas relacionados con la
protección ambiental, ya que los instrumentos internacionales, aún los no ratificados,
permiten soluciones regionales o mundiales a tales problemas”.

Dado el sustrato técnico meta-jurídico que caracteriza esta disciplina, las normas de
menor jerarquía (decretos ejecutivos, reglamentos, directrices, etc.), son de frecuente
aplicación y tienen una relevancia destacada. Se actualizan además con más facilidad.

Con respecto a la jurisprudencia, las sentencias, en especial de la Sala Constitucional,


reflejan la importancia del tema ambiental. Las sentencias adecúan al caso concreto,
en función de las necesidades actuales y futuras, las disposiciones normativas.
También señalan las reglas de aplicación propias de la materia y en ellas se realizan las
interpretaciones necesarias para su debida aplicación. En Costa Rica solo los criterios
jurisprudenciales de la Sala Constitucional son vinculantes, es decir, tienen carácter
obligatorio (art. 13 Ley de Jurisdicción Constitucional). A través de sus sentencias y las
de la Sala Primera de la Corte Suprema, se reconoció en Costa Rica la existencia del
derecho fundamental a un ambiente sano y ecológicamente equilibrado, aún antes de
que la Asamblea Legislativa expresamente lo plasmara en la Constitución Política. Las
sentencias de ambos tribunales han contribuido a formar y dimensionar el concepto
de Derecho Ambiental en nuestro país. La fuente jurisprudencial es relevante también
porque una de sus bases es la doctrina (estudios para analizar diferentes temas con
fines didácticos, teóricos o informativos). En materia ambiental existe gran cantidad de
doctrina, con variados criterios, lo cual ofrece una amplitud de visiones y posibilita el
estudio constante de la disciplina.

Finalmente, si bien es cierto en la solución de conflictos prima usualmente la ley, dado


el carácter fundamentalmente público del Derecho Ambiental, para resolver algunos
casos la costumbre resulta de gran importancia. Por ejemplo, en asuntos relacionados
con poblaciones indígenas. Respecto de ellas existe obligación legal de mantener y
respetar su identidad, cultura y formas de organización, aparte de que por su visión del
mundo, tienen una gran vocación para tutelar el ambiente y sus recursos.

b) Fuentes reales o materiales:

Son los factores y elementos (las riquezas naturales, las ideas políticas, morales,
religiosas de la sociedad concreta, el medio geográfico, el clima, la organización
económica, etc.) que determinan el contenido de las normas e inciden en mayor o
menor medida en su contenido. Esta segunda categoría resulta trascendental en
materia ambiental, dado su carácter meta-jurídico y su transversalidad, al nutrirse su
contenido normativo de la información suministrada por otras ciencias sociales y
naturales, como la ecología, la biología, la sociología, la economía, etc.

c) Fuentes históricas Comprenden los documentos, libros, archivos oficiales y


privados, en los que se basa el texto de una ley o norma, a los que se puede recurrir
para resolver un problema regulado por ella. En materia ambiental “el operador debe
buscar aquella interpretación que permita aplicar la norma “proteger más y
contaminar menos”, “aumentar la biodiversidad y disminuir la contaminación”, sin

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perder de vista la necesidad de un “uso racional de los recursos naturales” que


satisfaga las necesidades de las actuales y futuras generaciones”

2) Los Principios de Derecho Ambiental

Ahora bien, recorrer las distintas aristas y manifestaciones que el Derecho Ambiental
hace tanto en el contexto internacional como en los sistemas jurídicos nacionales,
sería una tarea tediosa y ajena a los fines de la presente publicación.

Sin embargo, es posible rastrear aquellos principios que inspiran las distintas formas
jurídicas que tutelan el ambiente, y que fueron arribados en el ámbito de las dos
Conferencias de las Naciones Unidas (Estocolmo y Río de Janeiro) por consensos
generales de distintos sectores (científicos, los Estados, organizaciones no
gubernamentales, etc.) en torno a lo que debe iluminar la norma ambiental.

Cafferatta (2004) define los principios como “ideas directrices, que sirven de
justificación racional de todo el ordenamiento jurídico; son, pues, pautas generales de
valoración jurídica. Líneas fundamentales e informadoras de la organización”. “Las
líneas directrices que informan algunas normas e inspiran directa o indirectamente
una serie de soluciones por lo que pueden servir para promover y encauzar la
aprobación de nuevas normas, orientar la interpretación de las existentes y resolver
los casos no previstos”.

En otras palabras, los principios están al servicio de resolver problemas de


interpretación de leyes, ordenar el caos legislativo, llenar los vacíos en aquellos
supuestos no previstos por la norma y suministrar la plataforma para crear nuevas
fórmulas jurídicas.

La doctrina menciona muchos, nosotros destacamos sólo algunos de ellos:

Principio de equidad intergeneracional: consagrado en la Declaración de Estocolmo


de 1972, cuyo principio n°1 estipula: “El hombre tiene derecho fundamental (...) al
disfrute de condiciones de vida adecuada en un medio de calidad tal que le permita
llevar una vida digna y gozar de bienestar, y tiene la solemne obligación de proteger y
mejorar el medio para las generaciones presentes y futuras”.

También en la Declaración de Rio de Janeiro de 1992 sobre medio ambiente y


desarrollo, cuyo principio 3 dice: “El derecho al desarrollo debe ejercerse en forma tal
que responda equitativamente a las necesidades de desarrollo y ambientales de las
generaciones presentes y futuras.”

Principio de prevención: es uno de los ejes centrales de Derecho Ambiental, tendiente


a evitar la producción de daños ambientales, atento a que, con frecuencia, la
ocurrencia de estos son irreversibles. Entonces, este principio propone anticiparse al
daño, con estrategias jurídicas y políticas e instrumentos de gestión a los fines de no
lamentar las consecuencias negativas posterior a la ocurrencia de estos.

En base a ello, se construyó un sistema de responsabilidad por daño en materia


ambiental netamente preventivo, dado que un sistema sancionador posterior deviene
ineficaz.

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En el ámbito internacional se traduce en la obligación de evitar el daño ambiental


transfronterizo, estipulado en la Declaración de Estocolmo en el principio 21 y
reafirmado en la Declaración de Rio, cuyo principio 2 afirma: “(…) los Estados tienen
(…) la responsabilidad de velar por que las actividades realizadas dentro de su
jurisdicción o bajo su control no causen daños al medio ambiente de otros Estados o
de zonas que estén fuera de los límites de la jurisdicción nacional”.

En la práctica, este principio se materializa con la creación de sistemas de Evaluación


de Impacto Ambiental, como etapa previa obligatoria para la autorización de obras y
emprendimientos que pudieran repercutir sobre el ambiente. También el
ordenamiento territorial es otro instrumento que sirve para determinar qué
intervenciones humanas son inocuas en ciertas zonas y en las que no.

Principio de Precaución: aunque pueda confundirse con el principio de prevención,


ellos difieren substancialmente. El principio precautorio ordena tomar las medidas
pertinentes o bien no actuar, en aquellos casos en que exista un riesgo potencial sobre
la ocurrencia de un daño, pero que respecto de ello no hay certeza científica.

En otras palabras, manda a actuar tomando medidas anticipadoras del daño, en los
supuestos en que se desconozca si este puede o no ocurrir.

Este principio nace hacia finales de la década de los 80, cuando el pensamiento en la
materia comenzó a cambiar hacia una actitud más cautelosa y también más severa,
que tuviera en cuenta incertidumbres científicas y los daños a veces irreversibles que
podrían derivar de actuaciones fundadas en premisas científicas que luego pudieran
resultar erróneas (Juste Ruiz, 1999).

En los documentos jurídicos internacionales, ya en la década de los 80’ se emitieron


varios relativos a regulaciones sectoriales que prescribían este principio -tales son los
casos del Convenio de Viena 1985 y su Protocolo de Montreal de 1987 en materia de
contaminación atmosférica–, pero es recién en la Declaración de Rio de Janeiro de
1992 (principio n°15) donde adquiere un alcance más general: “Con el fin de proteger
el medio ambiente, los Estados deberán aplicar ampliamente el criterio de precaución
conforme a sus capacidades. Cuando haya peligro de daño grave o irreversible, la falta
de certeza científica absoluta no deberá utilizarse como razón para postergar la
adopción de medidas eficaces en función de los costos para impedir la degradación del
medio ambiente”.

Principio de acceso irrestricto a la información pública ambiental; de participación


ciudadana y de acceso a la justicia:

Para definirlos, nada mejor que lo expresado en el principio 10 de la declaración de Rio


de Janeiro: “El mejor modo de tratar las cuestiones ambientales es con la participación
de todos los ciudadanos interesados, en el nivel que corresponda. En el plano nacional,
toda persona deberá tener acceso adecuado a la información sobre el medio ambiente
de que dispongan las autoridades públicas, incluida la información sobre los materiales
y las actividades que encierran peligro en sus comunidades, así como la oportunidad
de participar en los procesos de adopción de decisiones. Los Estados deberán facilitar y
fomentar la sensibilización y la participación de la población poniendo la información a
disposición de todos. Deberá proporcionarse acceso efectivo a los procedimientos
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judiciales y administrativos, entre éstos el resarcimiento de daños y los recursos


pertinentes”.

Son tres principios distintos pero entrelazados entre sí: el derecho a la información
ambiental impone el derecho al acceso irrestricto a ella y como contracara la
obligación de ponerla a disposición por parte de los agentes públicos y privados que la
posean; el derecho a participar en los procesos de adopción de decisiones, se inspira
en la necesidad de conjunción de gestionar los asuntos ambientales con una
democracia más participativa, lo que se traduce en crear mecanismos institucionales
que alberguen la posibilidad de oír las voces de los ciudadanos (tales como las
audiencias públicas, en muchos casos obligatorias en las Evaluaciones de Impacto
Ambiental); y el acceso a la justicia es la garantía de tutela efectiva y control de los
derechos ambientales.

Principio de cooperación: con fuerte impronta internacional, tanto la Declaración de


Estocolmo (principio n°24), como la de Río de Janeiro (principio n°7 y n°27), llaman a la
cooperación de los Estados para en conjunto propender a la conservación de la Tierra.
Esta invocación de un espíritu solidario se debe a la globalidad de muchos problemas
ambientales, que sin la acción conjunta de la comunidad internacional se carecería de
acciones eficientes en la lucha contra la degradación planetaria.

Jurídicamente esto se traduce en la obligación de promover y concluir tratados


internacionales y otros instrumentos con esta finalidad; la obligación de transferencia
de tecnología hacia países en vías de desarrollo; el deber de intercambiar información
relevante; notificar prontamente y prestar asistencia a otros Estados en situaciones de
emergencia ambiental; asistencia técnica y financiera a los países necesitados;
investigación científica y tecnológica; establecer programas de vigilancia y evaluación
ambiental, entre otros.

Principio contaminador-pagador: Es uno de los principios más cercanos al terreno de


la economía. El término a menudo genera confusión, en el sentido de que se lo
confunde con la posibilidad de pagar a cambio de contaminar. Por el contrario, lo que
se persigue es que el causante de la contaminación asuma el coste de las medidas de
prevención y lucha contra la misma, sin recibir en principio ningún tipo de ayuda
financiera compensatoria (Juste Ruiz, 1999). Lo que se busca es invertir la tendencia de
“externalización” de la contaminación, evitando la transferencia hacia terceros que sin
ser los causantes, cargan con ella mediante su salud y el deterioro del entorno.

Aunque de manera algo temerosa, fue plasmado en el principio 16 en la Declaración


de Río: “Las autoridades nacionales deberían procurar fomentar la internalización de
los costos ambientales y el uso de instrumentos económicos, teniendo en cuenta el
criterio de que el contamina debería, en principio, cargar los costos de la
contaminación, teniendo debidamente en cuenta el interés público y sin distorsionar el
comercio ni las inversiones internacionales”.

El Derecho Ambiental encuentra su sustento filosófico y deontológico en la Ecología.


Sin embargo esta ciencia se sustenta a su vez, tanto en posiciones centradas en el
ambiente (eco-céntricas) como en posiciones antropocéntricas, es decir, en aquellas
que se preocupan por satisfacer las necesidades humanas. En esos términos, desde la

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sociedad surge la necesidad de reformas legales y de concientización sobre la materia.


A nivel interamericano se aprecia una visión antropocéntrica desde los textos
constitucionales, atribuyéndose al derecho ambiental los objetivos principales de
cuidado de la salud humana (por ejemplo, de agua, suelo, y aire contaminados) y, de la
protección y conservación del ambiente y recursos naturales, resumido a menudo de
forma general en “el derecho a vivir en un medio ambiente libre de contaminación”. Es
así, que la respuesta legislativa más común en la que los países del Hemisferio han
incursionado desde hace ya varias décadas, ha sido la inclusión de disposiciones
ambientales a nivel constitucional así como a través de una comprensiva ley (general o
marco) ambiental, o de reglamentos y normas técnicas. Por otra parte, a nivel
internacional una serie de acuerdos ambientales especializados surgen como
respuesta a la preocupación global sobre el ambiente. Se denominan Acuerdos
Multilaterales sobre Medio Ambiente.

Evolución de los Principios Ambientales


a) El Derecho Romano y la naturaleza

Desde el punto de vista del derecho romano, los recursos naturales-la tierra, el agua,
los yacimientos minerales, la flora, la fauna, los recursos panorámicos y el ambiente en
sí- son, en términos generales, “res communi”, es decir, cosas de la comunidad, que
pueden ser empleadas por todos, salvo en cuanto hubieren determinado derechos
particulares sobre pequeñas porciones individuales.
Mientras los usos particulares de los recursos no afectaron en general la naturaleza
(por ser relativamente inidóneos para provocar verdaderos desastres ecológicos),
ningún obstáculo legal o económico impidió el uso y el abuso de tales bienes.

b) Derecho al uso

Mientras “el desastre ecológico” no existió, los malos usos de la naturaleza no fueron
advertidos, ni por la técnica ni por la política, ni por el derecho. Y los principios de
propiedad establecidos fueron eficientes para regular el uso de los bienes naturales.
Pero la estructura jurídica empezó a dar síntomas de obsolescencia e inoperancia y las
leyes empezaron a disponer primero normas de uso técnico, que implicaron, antes que
nada, normas morales incorporadas al derecho positivo.

c) Espíritu de las normas legales

Así, por ejemplo, el derecho de aguas trae, desde el siglo pasado, principios y
recomendaciones que tienden un uso sustentable del recurso, y tal tipo de normas fue
también instrumentándose en otras regulaciones.
Nuestro Código Civil en su reforma de 1968, al abandonar el principio del abuso y
disponer de algunas normas tendientes a la conservación de recursos y adecuado
parcelamiento de inmuebles, demuestra un cierto espíritu de reacción contra los
postulados hasta entonces existentes.
Un concepto moral, en el uso de la propiedad, empezó a exhibirse en la legislación,
que tiende en primer lugar a restringir usos no sustentables.

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Pero el resultado de tal tipo de regulaciones no produce un efecto espectacular e


inmediato. Al contrario, pese a las buenas intenciones del legislador no existen
medidas plenamente efectivas de reacción, y así, en nuestro país, presenciamos
evidentes formas de uso no sustentable de difícil corrección por la legislación.

d) Nuevas regulaciones

Nace entonces un verdadero ilícito de daño civil aplicable a la destrucción de la


naturaleza, especie que en lo particular admite incluso un ilícito penal.
Para resolver la situación, crea y regula el Estado diversas formas de impuestos,
gravámenes, y servicios económicos, cuya base moral cabe cuestionar, dado que debe
pensarse primero en resolver la situación producida, en la que los actuales
contribuyentes no han sido los causantes del daño.
Frente a tal aserto, cabe fijar nuevas pautas. Buscar a su vez que sean justas. Evitar que
deban afrontar el pago de tributos quienes no provocaron el daño. Y, al contrario,
garantizar la justicia de la contribución en quienes lo hubieran provocado.

3) Interpretación jurídica en materia ambiental

En Derecho “interpretar” es la actividad mediante la cual se establece el significado o


alcance de una norma o principio jurídico. Es una labor trascendental, porque se da en
el momento dinámico de la función que realiza cualquier persona operadora jurídica:
al aplicar las normas al caso concreto. “Cuando se determina el alcance y sentido de las
normas respecto al caso, cobra vida el Derecho dentro del contexto socioeconómico e
histórico en que se produce y no en forma aislada, en cuanto al análisis normativo en
sí” Existen distintos métodos de interpretación jurídica, pero usualmente es necesario
aplicar varios de ellos a la vez.
Algunos de los más comunes son: interpretación tópica, interpretación como
comprensión, uso alternativo del Derecho. También están los denominados métodos
formalistas: material, sistemático y evolutivo. En materia ambiental, con
independencia del método utilizado, es necesario tenerse presente que la
interpretación debe estar ligada a las concepciones derivadas de las ciencias
extrajurídicas, por el carácter multidisciplinario de los fenómenos ambientales.
También debe tomarse en cuenta que todos los recursos o elementos del ambiente
están interrelacionados y dependen unos de otros. La interpretación en materia
ambiental “debe estar vinculada con el desarrollo histórico del país o lugar donde se
aplica este sistema jurídico, y las posibles repercusiones de la función jurisdiccional –
favorables o desfavorables a ese desarrollo de auto-sostenibilidad y coherencia con los
principios del Derecho Ambiental-. Deben tomar en consideración las leyes objetivas
de la historia y su naturaleza. No deben circunscribirse únicamente a los intereses
privados”
Es importante recordar los siguientes factores):
 La unidad de las normas:

El conjunto de normas forman un todo, por lo que al interpretar una de ellas es


necesario hacerlo dentro del sistema al que pertenece, en concordancia con los
valores e intereses tutelados.

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 La eficacia o efectividad de las normas:

Debe interpretarse para optimizar la eficacia de la norma, dando solución al caso pero
a la vez previniendo o remediando el daño o las conductas que pueden perjudicar al
ambiente, sin distorsionar su contenido

 La funcionalidad de las normas:

Quien interpreta debe respetar el marco legal y su jerarquía. En las Constituciones


encontramos normas que contienen valores y principios base de los derechos
fundamentales, cuyo contenido y alcance se desarrollan usualmente por otras leyes.
Se les denomina “normas parámetros”, porque dan orientaciones generales para la
debida interpretación de las demás normas y establecen los criterios básicos para
enjuiciar las acciones, ordenar la convivencia y establecer sus fines. Los criterios
básicos constituyen los valores contenidos en los derechos fundamentales, que
orientan como resolver los casos según las metas o fines preestablecidos y sirven de
parámetro para evaluar hecho o conductas y medir su legitimidad. Por ejemplo, debe
respetar las siguientes máximas: “in dubio por ambiente” (debe resolverse a favor del
ambiente); “la ley especial prima sobre la general” (por las contradicciones que
pueden existir entre ambas); el respeto de principios básicos de la materia, como
“principio precautorio” y “principio preventivo”.

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