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El ombligo del sueño es un agujero.

Respuesta a Marcel Ritter

Jacques Lacan

Marcel Ritter -Es una pregunta que se me ha planteado esta mañana, ligada a
preocupaciones teóricas personales. Algunas palabras empiezan por Un:
Unbewusste, Unheimlich. Eso me ha hecho pensar en Unerkannt que
encontramos en Freud. En particular en la Traumdeutung, donde está muy mal
traducido, puesto que se ha traducido por lo desconocido, cuando es lo no
reconocido.

Encontramos este Unerkannt articulado a la cuestión del ombligo del sueño.


El ombligo es ese punto en el que, cito a Freud, el sueño es insondable. Es
decir, el punto en el que, en suma, el sentido o toda posibilidad de sentido se
detiene. Es también el punto en el que el sueño está más cerca de lo
Unerkannt, de lo no reconocido. Freud dice: Er sitzihmauf. Traducido
literalmente: está sentado encima, como un caballero sobre su caballo. Pero
añade que, de ese punto, surge un ovillo de pensamientos que no llegamos a
desenredar y que no ha proporcionado otras contribuciones al contenido del
sueño, es decir al texto manifiesto. En otras palabras, parece un punto en el
que la condensación fracasa, que, en cierta forma, no está unido más que por
un solo hilo, o por un solo elemento, al contenido manifiesto. Un punto de falla
en la red.

Entonces, la pregunta que me hago es si en este Unerkannt, en este no


reconocido indicado por este ovillo de pensamientos, no podemos ver lo Real.
Un real no simbolizado, algo ante lo cual, finalmente, el sueño en tanto que red
se detiene, donde no puede ir más lejos. Y me hago también la pregunta: ¿de
qué real se trata? ¿Es lo real pulsional? Y también, las relaciones de este real
con el deseo, puesto que Freud articula la cuestión del ombligo con el deseo, el
lugar en el que el deseo surge como un hongo.

Jacques Lacan -Como es obvio, doy mi respuesta actual. Es todo lo que puedo


decir sobre ello: es ahí́ donde he llegado. No creo que sea lo real pulsional. Es
difícil hacerlo captar, no puedo volver a trazar todo el camino por el cual, por el
momento, he llegado ahí́. Me sorprendería mucho que, fuera lo que fuera, me
obligara a una concepción diferente. Estoy muy sorprendido de oírle hablar de
lo real pulsional. Estoy felizmente sorprendido, puesto que es verdad que hay
un real pulsional. Pero hay un real pulsional únicamente en tanto que lo Real es
aquello que, en la pulsión, yo reduzco a la función del agujero. Es decir, aquello

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que hace que la pulsión esté ligada a los orificios corporales. Creo que los aquí́
presentes están en condiciones de recordar que Freud caracteriza la pulsión
por la función del orificio del cuerpo. Parte de una cierta idea, de la constancia
de lo que pasa por este orificio. Esta constancia es, sin duda, un elemento de
real. Incluso he intentado representarla mediante algo matemático que se
define por lo que se denomina una constante rotacional. Lo cual es adecuado
para significarnos que se trata ahí de lo que se especifica por el borde del
agujero.

Creo que hay que distinguir lo que pasa a este nivel del orificio corporal, de lo
que funciona en el inconsciente. Creo que, también en el inconsciente, algo
enteramente análogo es significable. Creo que aquello ante lo cual Freud se
detiene, en cuanto ombligo del sueño, puesto que es a ese propósito que
emplea el término Unerkannt, no reconocido, es aquello que designa
expresamente en otro lugar como lo Urverdrängt, lo reprimido primordial (lo
han traducido como han podido). Creo que el destino de lo reprimido primordial,
a saber, aquello que se especifica por no poder ser dicho en ningún caso, sea
cual sea la aproximación, es el estar en la raíz del lenguaje, dando, por así
decir, la mejor representación de aquello de lo que se trata.

La relación con este Urverdrängt, de este reprimido original, puesto que hace


un momento se ha planteado una pregunta respecto al origen, creo que es
aquello a lo que Freud vuelve a propósito de lo que ha sido traducido, muy
literalmente, como ombligo del sueño. Es un agujero, es algo que es el límite
del análisis. Esto tiene, evidentemente, algo que ver con lo Real, es un real
perfectamente denominable de una manera que es totalmente de hecho. No es
por nada que pone en juego la función del ombligo.

Es efectivamente a un ombligo particular, el de la madre, que alguien se ha


hallado en definitiva suspendido, reproduciéndolo, por así decir, por el corte
para él del cordón umbilical. Es evidente que no es del ombligo de su madre
que se halla suspendido, sino de su placenta. Es por el hecho de haber nacido
de ese vientre, y no de otro lugar, que un cierto ser hablante, o aún lo que por
el momento llamo, lo que designo por el nombre de parlêtre -lo que resulta ser
otra designación del inconsciente- es realmente por haber nacido de un ser que
lo ha deseado o no lo ha deseado, pero que, por este simple hecho le sitúa de
una cierta manera en el lenguaje, que un parlêtre se halla excluido de su propio
origen. Y la audacia de Freud en esa ocasión es simplemente la de decir que
tenemos en algún lugar la marca de ello en el sueño mismo. Mediante sus

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producciones imaginativas -no olvidemos la condición de la Darstellbarkeit que
es tan importante en la formación del sueño, esta representacionalidad, el
hecho de, por así decir, poder representarse en el sueño- el sujeto conserva en
algún lugar la marca de un punto en el que no hay nada que hacer. Es
justamente el punto del que sale el hilo, pero ese punto está tan cerrado como
cerrado está el hecho de que él ha nacido de ese vientre y de ningún otro lugar,
de lo cual hay en el sueño mismo el estigma, puesto que el ombligo es un
estigma. Es un estigma por el cual, es el único punto, tiene algo en común con
todo lo que ha sido alumbrado bajo ese modo vivíparo, pero con el añadido de
que se trata de un ser placentario. Este ser placentario conserva de ello una
huella que queda inscrita ahí al nivel mismo de la simbolización. Es cierto que
solo el parlêtre, el ser hablante, puede llegar a la noción de la que he partido en
lo que respecta al inconsciente. Hay algo por lo cual no es por nada que eso se
resume en una cicatriz, en un lugar del cuerpo que hace nudo. Y que este nudo
tampoco es ubicable en su lugar mismo, por supuesto, puesto que hay ahí el
mismo desplazamiento que está vinculado a la función y al campo de la
palabra.

En el campo de la palabra, hay algo que es imposible de reconocer. De manera


que el Un tiene ahí un valor diferente del que le dábamos esta mañana.
El Un designa, hablando con propiedad, la imposibilidad, el límite. Cuando
hablábamos de lo impoético, se trata del fondo sobre el cual se produce lo
poético. Cuando hablamos de lo Unerkannt, eso quiere decir lo imposible de
reconocer. No es simplemente una cuestión de hecho, es una cuestión de
imposibilidad. Por eso, lo que intentábamos cernir esta mañana a propósito de
la ambigüedad del Un, comporta evidentemente dos polos y uno de esos polos,
no lo alcanzábamos esta mañana.

Lo Unerkannt es lo imposible de reconocer. Freud no lo subraya en el pasaje


sobre el ombligo del sueño. Solo por otra vía tenemos la noción de lo reprimido
primordial. Pero incluso la noción de lo reprimido primordial, en la forma que le
es dada, no pone el acento sobre esta función de la imposibilidad. Es el sentido
del Un en el término que designa en alemán lo imposible. Es de
lo Unmöglich de lo que se trata; eso no puede ni decirse, ni escribirse. Eso no
cesa de no escribirse. Es una especie de negación redoblada, que es aquella
mediante la cual podemos aproximarnos a este empleo totalmente radical de la
negación. Cuando digo eso no cesa de no escribirse, ahí está en juego esa
especie de borrosidad que resulta de esto, que es la única manera de definir,
hablando con propiedad, lo posible. Se diría así: que lo posible cese de

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escribirse, es la única manera verdaderamente fundamentada de cernirlo con
precisión. Es justamente la distancia que hay en el alcance de las dos
negaciones. No es no cesar de escribirse, lo que implicaría, por el efecto que
se da habitualmente a la doble negación, limitarse a que eso cese de
escribirse. Pero el no cesa de no escribirse me parece el sentido de
lo Unerkannt en tanto que Urverdrängt. No hay nada más que extraer de ahí.
Es eso lo que Freud designa hablando del ombligo del sueño. Es ahí donde se
produce la confusión. No hay ningún medio de seguir tirando del hilo sin
romperlo. De manera que eso designa una analogía, enteramente análoga a lo
que usted acaba de designar como real pulsional.

¿Estoy seguro de este enteramente? Digamos que yo lo hago análogo. Ahí se


designa el límite por el que lo simbólico se halla, en suma, repercutido: que
haya algo que, en lo decible, sea comparable por metáfora a lo que pasa con la
pulsión. Sin embargo, es también ahí donde la pulsión se opacifica
completamente, donde se identifica a otra cosa, puesto que se trata de lo que
podríamos llamar la esencia del nudo. Al nivel de lo simbólico, está anudado,
ya no bajo la forma de un orificio, sino de un cierre. Comparar este cierre a un
agujero es evidentemente algo ante lo cual el pensamiento se detiene. No es
cómodo si a la palabra ombligo se le da la presencia de nudo corporal. No es
cómodo, salvo no obstante que lo que el nudo ha cerrado sea algo a través de
lo cual durante un tiempo considerable -nueve meses- provenía todo lo que es
propio de la vida. Es esto lo que permite la analogía entre este nudo y el
orificio. Es un orificio que se ha abrochado.

Añado, para mí, en el estado actual de las cosas -es ahí donde se puede
admitir una revisión posible-, que al fin y al cabo, en el curso de esta oscilación
entre el orificio y el nudo, entre la identificación del agujero a un punto
anudado, es eso lo que, si puedo decirlo así, me ha abierto la vía a la fórmula
que doy que, hablando con propiedad, especifica a este ser que
caracterizamos por tener la palabra. Me he permitido avanzar lo siguiente: que
al nivel de su real, que es el tercer término, contrariamente a lo que se puede
creer, es formando imágenes, es decir como enteramente imaginario, como el
cuerpo subsiste.

Si hablo de Imaginario, de Simbólico y de Real, puesto que es de ahí de donde


he partido, vuelvo a ello para decir que lo Real se especifica también por
un Un en el sentido de un imposible. Es así, debe ser demostrable- y toda la
experiencia analítica no hace más que converger en demostrarlo- que la

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relación como tal entre los dos partenaires especificados sexualmente, pero de
manera radicalmente diferente, está justamente marcada porque su relación
con el sexo es, en cierta forma, una relación parasexuada. Y que se pueda
poner tanto el acento en la bisexualidad, como Freud lo ha hecho, es realmente
decir que la identificación del sujeto a uno de los dos sexos es algo que solo se
hace secundariamente y por casualidad, y que se deriva de algo más radical,
que podría ser exactamente correlativo del hecho de que este ser entre todos
los seres es hablante.

No hemos adelantado mucho, sin embargo. Puede que venga ahí como tapón.
Después de todo, la demostración es algo que implica cierto rigor. El hecho de
la experiencia ya testimonia de ello; por lo que he indicado esta mañana a
propósito de lo que llamamos pulsión, que es algo que deja totalmente abierta
la formulación de la relación de un sexo como tal a otro. Parece del todo
manifiesto en nuestra experiencia de todos los días que esa es la cosa ante la
cual hallamos más obstáculos: escribir una x y una y que serían, hablando con
propiedad, el sexo como macho y como hembra, es lo que manifiestamente no
podemos hacer. Hay una relación con el falo que instaura ahí un tercero
irreductible. No hay que creer, sin embargo, como Freud lo ha adelantado
quizás con un poco de imprudencia, que esta relación con el falo sea el Falo.
Digo el falo, que no es lo mismo que aquello que designamos como el órgano
que resulta tener, en el parlêtre especialmente, una importancia prevalente. No
es, por otra parte, que no la muestre también en otros lugares, aunque no
podamos en absoluto saber qué es la experiencia de la copulación en animales
tan distantes como la rana o el sapo, en los que la copulación señala, en
efecto, un carácter manifiesto, del todo sorprendente. Parece en todo caso que
la noción, a la que no es sin razón que Freud ha designado con el término de
función fálica, introduzca irreductiblemente en el parlêtre, en la relación entre
los sexos, un tercero cuya importancia no es menor en una mujer, tal como me
expreso. Puesto que me dirijo fácilmente a decir que la mujer, eso no es
universalizable, que no hay respecto a ninguna mujer específica nada de eso
que llamé hace un momento la universalidad. No hay sino mujeres, digamos,
particulares, pero quizás eso es todavía demasiado decir, porque lo particular
tiene mucho que ver con lo universal. Lo que intento forjar por el momento y
que he enunciado en mi último seminario, es que para el hombre, una mujer
siempre es un síntoma. Es evidentemente difícil de tragar y no es sin
precaución ni duda que lo he avanzado. Acto seguido, he recibido comentarios,
reflexiones, y he tenido la ocasión de ver confirmarse en esta ocasión que es
recíproco.

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Debo decir que eso me ha aliviado un poco, después de haber afirmado que
una mujer en la relación que tiene con el hombre es un síntoma, recibir esta
confirmación que justamente, en ciertas mujeres -y no cualesquiera: aquellas
en las que ese tercero fálico es particularmente resonante-, que esas mujeres,
como retorno de mi seminario, me han dicho que esa también era exactamente
la fórmula que les había venido a la mente. Mientras que, no tanto el hombre
-puesto que justamente la noción del hombre no está tan presente para una
mujer; por el hecho de que ellas son una mujer, es también un hombre-, he
recibido en retorno el testimonio de que ellas se habían planteado
perfectamente a sí mismas por qué amaban a tal hombre: es un síntoma. Ellas
han entendido, si podemos decirlo así, aquello que les sucedía como siendo
algo del orden del síntoma.

Es cierto que eso me ha animado mucho a intentar precisar más lo que había
avanzado con una enorme dificultad, incluso con timidez. No creo, y ello en
razón de que no hay referencia posible a La mujer, porque La mujer
universalmente no existe, que el síntoma-Hombre tenga exactamente el mismo
lugar para una mujer. Pero eso va muy lejos. Eso implica, eso pone en causa,
como todo lo que es del orden del síntoma, el inconsciente en su totalidad. Es
totalmente concebible que la relación de una mujer con el inconsciente sea
diferenciable de la relación del hombre con el inconsciente. Es por otra parte lo
que permitiría explicar muchas cosas. Si el inconsciente está menos
íntimamente trenzado con la realidad de una mujer que con la de un hombre- lo
cual, hay que decirlo, es perceptible-, eso explicaría que ella lo comprenda
mucho mejor. Hablo de una mujer. Es un hecho que las mujeres que existen
como plurales están mejor dotadas para hablar del inconsciente de una manera
más eficaz que el promedio de los hombres. Que el hombre haya tardado tanto
en descubrir el inconsciente, en darse cuenta de que el hecho de habitar el
lenguaje no es una cosa que no deje huellas, en reconocer el hecho de las
consecuencias de haber nacido hablante, y de dos seres particulares por los
cuales habitualmente le es vehiculado el parlêtre, con dos funciones totalmente
diferentes: las del padre y de la madre, todo aquello sobre lo cual Freud ha
puesto el acento, que el ser humano cae en un mundo de lenguaje y que el
hecho de que sean sus padres, con todo lo que eso supone, en particular que
haya sido deseado o no deseado, y que sean sus padres quienes le orienten…

Leía un pequeño libro de Kant: ¿Cómo orientarse en el pensamiento? No es


esa la pregunta. No se trata de orientarse en el pensamiento. Se trata de
orientarse en el lenguaje. Y que el ser humano esté en un campo ya constituido

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por los padres en lo que concierne al lenguaje, es realmente a partir de ahí
desde donde hay que ver su relación con el inconsciente. Y esta relación con el
inconsciente, no hay ninguna razón para no concebirla como lo hace Freud:
que hay un ombligo. A saber, que hay cosas que están cerradas para siempre
en su inconsciente, lo que sin embargo no impide que eso se designe como un
agujero, no reconocido, Unerkannt, según lo que usted ha avanzado antes.

Le pido disculpas por haberme extendido tanto, pero hay que decir que la
pregunta que usted ha planteado necesitaba, me parece, de al menos esto
para poder responderla. Puesto que, en efecto, es una pregunta que es la
simple puesta en palabra de que, desde el origen, en el reconocimiento del
inconsciente mismo, hay la noción de que aquello que le da consistencia,
aquello que hace de él, hablando con propiedad, lo Real, es un punto de
opacidad. Es un punto de infranqueable, es un punto de imposible. Por eso sin
duda me parece que hay que situar de una manera del todo central la noción
de imposible, y de una cierta imposibilidad que permitiría especificar en la
cadena de los seres, como Freud mismo lo ha subrayado, al ser humano como
siendo, no la obra maestra de la creación, el punto de despertar del
conocimiento, sino al contrario el asiento de otra especial Unerkennung. Es
decir, no solo un no-reconocimiento, sino una imposibilidad de conocer aquello
que concierne al sexo.

Eso nos permitiría aclarar lo siguiente -en fin, eso nos llevaría muy lejos-, que
hay algo que el abordaje científico ha reconocido en la vida: es la coherencia
entre el sexo y la muerte. No se puede decir que esa no-relación sexual, que
considero fundamental en lo Real en lo que concierne al parlêtre, no
corresponda a un pequeño despertar en lo tocante a la universalidad de la
muerte. Hay un pequeño despertar, pero un despertar a fin de cuentas también
muy limitado. El hecho de que se diga que todo hombre es mortal, no quiere
decir sin embargo que haya prevalencia de la muerte. Que la muerte esté a fin
de cuentas tan taponada en lo vivido, por la vida, en lo vivido de cada cual. Es
cuando menos algo muy sorprendente que sea por la vía del inconsciente que
alguien haya podido hablar de pulsión de muerte, es decir de algo que tiene
una relación con la muerte, más o menos de la misma manera que tiene una
relación con el sexo. Hay una relación con el sexo en tanto que el sexo está por
todas partes ahí donde no debería estar. No hay, en ningún lugar, la posibilidad
de establecer, de alguna manera formulable la relación entre los sexos.

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Podemos decir lo mismo respecto a la pulsión de muerte: también se trata de
una relación con la muerte, pero también desplazada. No es porque esté
desplazada que, de tiempo en tiempo, no alcance a abrirse camino, pero
sucede lo mismo en lo que concierne a la relación con el sexo. Está difundida,
está extendida en vez de estar bien circunscrita; sucede lo mismo con esta
pulsión de muerte, a la cual Freud, hay de todos modos que decirlo, ha sido
conducido por la experiencia analítica. Es realmente aquello en lo que el
inconsciente, el inconsciente como tal, es algo que importa distinguir de esa no-
relación sexual, en tanto que esa no-relación sexual estaría ligada a lo Real del
ser humano, mientras que es al nivel de lo simbólico que este descubrimiento
de una cierta relación con la muerte es detectable y, de hecho, gracias a la
pluma de Freud, ha hecho un cierto camino. Hay aquí, en cierta forma,
disociación de la relación sexual, de la cual es del todo concebible que algo
conserve la huella en el inconsciente, mientras que lo que está demostrado por
todo lo que Freud ha descubierto, es justamente esto, que todo lo que es del
orden de lo sexual está desplazado.

Como decía esta mañana, lo que es del orden de lo genital es del orden del
mito, y del mismo mito al cual se vincula la religión. Lo genital, es lo que
desemboca en la reproducción. ¿Pero qué es lo que hace que haya
acercamiento de los sexos para esta reproducción? Es justamente aquello que
queda particularmente abierto en las personas que están provistas de un
inconsciente, es un hecho.

Nadie me ha interrumpido, y sabe Dios a dónde me habría conducido eso, para


preguntarme qué es la pulsión sado-masoquista de la que Freud habla, y
abundantemente. Es en todo caso muy curioso, hay que señalarlo, que no se
haya hablado jamás de sado-masoquismo antes de Sade y antes de Sacher-
Masoch. Es de todos modos muy curioso que nunca se hayan anticipado tales
cosas, que haya hecho falta que haya dos literatos, ambos, por otra parte,
débiles mentales absolutamente integrales, para que se empezara a advertir
que no solo había pulsión sado-masoquista, sino que es fundamental en la
realidad humana. Que no se haya reconocido que el deseo del hombre es el
infierno.

Dije esto un día delante de un cura. Como era yo el que hablaba, naturalmente
vi al cura aplastarse. Quiero decir que estaba ahí como una alfombra. El deseo
del hombre es el infierno, es evidente a partir del momento en que lo digo. Y lo
digo por primera vez hoy delante de ustedes, puesto que no me he atrevido a

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hacerlo hasta ahora, excepto delante de aquel cura. Hay que decir una cosa
que me consuela, puesto que es necesario que me diga que no es solo porque
soy Lacan que puedo hacer escuchar determinadas verdades. Esta verdad es
evidente. Me consuelo con ello: ese cura era dantista, no dentista, se ocupaba
de Dante. Y en Dante es evidente que nadie se interesa más que por el
infierno. Lo que cuenta sobre el paraíso es, de todas formas, también muy
interesante. Sin embargo, nadie desea ni siquiera leerlo. Gracias al hecho de
que, al ser ese cura dantista, puedo yo consolarme. No es solo porque le he
dicho, que él ha dicho sí, sí… En fin, esto no lo he dicho aún en mi seminario.

Entonces, ustedes lo ven, eso quiere decir que me encuentro aquí a mis
anchas, no me hacen ninguna pregunta idiota. Rindo homenaje a Marcel Ritter
por haberme planteado esta pregunta sobre lo Unerkannt. Eso me ha llevado a
extenderme un poco, les pido perdón. Era evidente, era forzoso que eso me
llevara a extenderme. Hay que decir que hace falta hablar mucho sobre eso
para hacerlo soportable. También para responder a la persona que me había
hecho la pregunta sobre el origen del deseo. Es así como rizamos el rizo. Es
por otra parte por eso que Freud ha comenzado su Traumdeutung con la
fórmula que ustedes conocen: “Si no puedo persuadir a los dioses del cielo,
pasaré-“¿Por dónde? “Por el infierno”, justamente. 1

Si hay algo que de todas formas Freud hace patente es que, del inconsciente,
se deriva que el deseo del hombre es el infierno y que ese es el único medio
para comprender algo. Por eso no hay ninguna religión que no le dé su lugar.
No desear el infierno es una forma del Widerstand, es la resistencia.

Traducción: Josep Maria Panés


Revisión: Alín Salom

Notas

*Texto aparecido en La Cause du désir, no 102, junio 2019, p. 35-43. Publicado en


Freudiana con la amable autorización de Jacques-Alain Miller.
1Virgilio, Eneida, Libro VII, p. 312: «Flectere si nequeosuperos, Acheronta movebo».

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