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31/8/2021 Un nuevo amor por el padre – Freudiana

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Freudiana nº 53

Freudiana

Un nuevo amor por el padre


Éric Laurent

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Eric Laurent

UN NUEVO AMOR POR EL


PADRE 1
En la era postpaternal anunciada por quienes dicen que los
viejos padres han desaparecido, el psicoanálisis se esfuerza
por mantener la diferencia entre la descripción sociológica y lo
vivido por los sujetos. Es el fin del padre de la autoridad, de la
tradición, del patriarcado; es el fin del padre de la Ley. He
aquí la llegada de la paternidad contractual, negociada,
responsable. La paternidad ya no sería más que un equilibrio
entre derechos y deberes negociados por contratos.
Podríamos pues imaginar, en un futuro próximo, una
paternidad pacificada, sin los desbordamientos pasionales
provocados por el sistema antiguo. La paternidad difractada,
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reconducido a una función de instrumento de utilidad social,


separada de sus dramas. El envés de esta pluralización, de
su reducción al instrumento, es una nueva versión de la
humillación del padre: el padre evaluado, por ejemplo, en
cuanto a su autoridad. Tradicionalmente ligada a la función
paternal, la cuestión de la autoridad vuelve del exterior por las
llamadas al orden de la exigencia social: «Tenez vos
enfants!». 2

El padre en la era del mercado


global
La sociología persigue pues la reconstrucción de la
paternidad por la descripción de los usos, suspendiendo todo
punto de vista axiológico sobre qué es o debería ser el padre.
Notemos que esta empresa de descripción va por detrás de
los proyectos del siglo XX en que se intentó pasar de los
padres. Al inicio del siglo, hubo el grito de Gide. «¡Familias, os
odio!»; 3 o aún: «Nada es más peligroso para ti que tu
familia, que tu habitación, que tu pasado.» 4 Se trataba de
romper con la concepción «natural» de la familia que
Bernardin de Saint-Pierre expresa perfectamente en el siglo
XVIII: «los melones (…) son divididos en porciones y parecen
destinados a ser comidos en familia: los hay incluso (como) la
calabaza (…) que uno podría compartir con sus vecinos.» No
hay que creer, sin embargo, que Bernardin de Saint-Pierre,
uno de los inventores del relato de viaje, no fuera un espíritu
sutil. También fue él quien dijo: «Las mujeres son falsas en los
países donde los hombres son tiranos. En cualquier lado la
violencia produce la astucia.» 5 Por otro lado, cuando en
nuestros días la familia se halla cada vez menos en armonía
con la naturaleza, el Papa Benedicto XVI acaba de calificarla
«patrimonio de la humanidad», «institución irremplazable
según el proyecto de Dios, del cual la Iglesia no puede cesar
de anunciar y de promover el valor fundamental». 6
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pasar sin servirse de él. Primero con experiencias
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comunitarias, en los años veinte, después con experiencias
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en Rusia, en los años treinta, por ejemplo aquellas de Antón


Makarenko. 7 Hubo seguidamente los kibboutz. Después
vinieron las utopías comunitarias de los años sesenta,
americanas y europeas. El balance de estas experiencias se
salda por un fracaso, en la medida en que quedan sólo como
experiencias. Como lo remarcaba J.-A. Miller a propósito del
matrimonio, hay algo que no ha sido enteramente
desalentado. Gracias al refuerzo de las comunidades gays y
lesbianas, la reivindicación del matrimonio va en aumento. La
demanda de padre acompaña la del matrimonio en estas
comunidades que hasta ese momento no deseaban de un
modo particular alinearse bajo esta categoría. Nos hallamos
ahora ante una nueva figura del deseo de ser padre, ante
nuevos modelos. Eso renueva las ficciones jurídicas de la
paternidad y da trabajo a los encargados de hacer las leyes.
Eso desplaza los viejos ideales.

No es solamente el derecho, sino igualmente la ciencia, que


pluraliza a su modo el Nombre-del-Padre. El padre real ha
podido ser irónicamente reducido al esperma, particularmente
por Lacan. Eso ha permitido justamente a la alianza entre el
mercado global y la ciencia, producir la particularidad, de un
modo distinto que el derecho. El mercado global, gracias a la
ciencia, hace de ello un objeto de cambio como los otros. El
esperma viene a reemplazar al padre de múltiples maneras.
La más reciente nos fue anunciada hace poco. Los equipos
de la Universidad de Newcastle han logrado hacer nacer
ratones a partir de esperma extraído antes de la
diferenciación de células seminales. «¡Nacidos sin padre!»
titula La Republica. 8 En Francia, se está en el donante
anónimo, en la igualdad ante lo desconocido. En los Estados
Unidos, se almacena el esperma, se lo vende como no
importa qué objeto de mercado. Se lo clasifica en bancos
según criterios de lo más variados. Es suficiente con pagar un
poco más caro para tener el esperma de un premio Nóbel o
de un joven bello. Según el gusto. 9 Hay incluso clubes de
mujeres que se reúnen para intercambiar sus experiencias
sobre sus diferentes relaciones con los bancos de espermas.
Ellas evalúan, como en Amazon. Com, la calidad del servicio,
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en común con los hombres y sus imperfecciones para tener
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un hijo. Como para todo, hay ahora un mercado donde cada


una hace sus compras.

El padre lacaniano es aquél que


transmite la eficacia de un decir
La reconstrucción lacaniana del padre freudiano se hace de
otra manera. Inicialmente, ella procede por un reparto del
padre freudiano según las tres dimensiones de lo real, lo
simbólico y lo imaginario.

En el Seminario Introducción a los Nombres-del-


Padre, 10 Lacan hace un comentario de lo que en la tradición
católica se llama el sacrificio de Abraham y en la tradición
judía el Akedah, momento en el que se define la alianza entre
padre e hijo. Sitúa de inicio un primer Nombre-del-Padre, el
padre tótem. Está dicho en Rachi, Lacan lo subraya, que el
carnero debe estar ahí desde el principio de los tiempos; el
Carnero estaba ahí, dice Rachi, dispuesto a ser sacrificado
desde los siete días de la creación. 11 Es el esperma de la
descendencia de Abraham. En principio es él quien es el
nombre divino. En cuanto a la Akedah, hace pasar del registro
del nombre totémico a un Nombre-del Padre que viene a
funcionar de manera opuesta al tótem. El tótem nombra una
descendencia por identificación a un nombre, descendencia
sin fin, animal, mientras que la Akedah encarna la eficacia del
decir de Dios por la intervención del ángel. El ángel es el
poder de la palabra misma, que dice no a la línea totémica
ideal. En este sentido, dice Lacan, aquél que se encuentra
sacrificado, es el padre-totem. La operación produce un resto,
el trozo de carnero que subsiste, su cuerno, que se
transformará en el instrumento ritual del shofar, Es el resto de
la operación de sustitución. La descendencia de Abraham no
tiene entonces ya nada de animal. Es una descendencia
ligada a un acto de palabra, la transmisión de la bendición, de
la baraka, que hace que el padre transmita al hijo la eficacia
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Acerquémonos a esta primera repartición de la manera en la
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que, al final del Seminario La Ética del psicoanálisis, Lacan
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comenta el mito freudiano de Tótem y Tabú. El mito freudiano


supone en el origen a un padre totémico que deviene el
agente de la castración. Cuando la amenaza de castración se
produce, aparece un sujeto tomado en una nueva relación al
padre que deviene imaginario. Imaginario, en este contexto
quiere decir que el padre no aparece ya en lo universal.
Deviene el padre que ha creado ese niño, que ha creado ese
niño insuficiente que yo soy. «¿Ese padre real y mítico no se
borra al declinar el Edipo tras (…) el padre imaginario, el
padre que a él, el chiquillo, le hizo tanto mal? (…) ¿Acaso no
es alrededor de la experiencia de la privación que realiza el
niño pequeño -no tanto porque es pequeño sino porque es
hombre- no es acaso alrededor de lo que para él es privación,
que se fomenta y se forja el duelo del padre imaginario? -es
decir, de un padre que fuese verdaderamente alguien. El
perpetuo reproche que nace entonces, de manera más o
menos definitiva y bien formada según los casos, sigue
siendo fundamental en la estructura del sujeto. Ese padre
imaginario, es él, y no el padre real, el fundamento de la
imagen providencial de Dios.» 12

A partir de ahí, entonces, subsisten juntos el padre simbólico


o Nombre-del Padre, padre del amor, y el padre imaginario o
padre del odio y del reproche. El odio es a la vez odio de sí,
odio de él, por haberme hecho en mi miserable particularidad.
De todo lo que hay en mí de fallado, de todo lo que odio de mí
y de este Dios que me ha hecho, voy a pasar la vida
separándome de él. Del kakon que está en mí, y que odio, yo
pasaré mi vida, en su particularidad, a querer separarme. Esta
separación, esta expulsión del objeto fuera del cuerpo, puede
ir hasta la mutilación.

Igualmente la Akedah permite pasar del tótem al padre de la


castración. Como Rachi bien lo dice, y Lacan lo retoma, en
esta alianza es preciso cortar un trozo de cuerpo, es
necesario arrancar alguna cosa del cuerpo, mutilarlo. Este
pedazo ritual vendrá a recubrir el objeto del odio de sí, este
objeto que viene a la vez a encarnar aquello de lo que soy
privado y el exceso de goce. La operación religiosa de la
alianza misma va a consistir en velar este objeto por la
castración
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El padre asido por la función


Este doble comentario pone en valor el homomorfismo del
mito freudiano y de la tradición. Nos introduce a la oposición
entre lo universal, que Lacan acabará por llamar lo eterno, y
la particularidad. De ahí la necesidad de retomar el mito a
partir de las lógicas de la cuantificación. En el totemismo, el
nombre del tótem define un dios. Todo padre es carnero
según su tótem. Así, antes de la Akedah, Abraham forma
parte de la descendencia del carnero. Todo padre es Dios, en
este sentido, si alcanza su identificación totémica. La paradoja
que se nos propone puede enunciarse «Todo padre es Dios»,
a condición de que en su existencia ningún padre sea Dios.
Se verifica que «Todo padre es Dios» a condición de verificar
la inexistencia de un tal padre. Desde el momento en que la
existencia no está puesta entre paréntesis, la objeción del
complejo de castración aparece como el padre imaginario,
que no tiene nada de un dios, puesto que es el ser limitado
que me ha mal hecho. Lacan hace así jugar la oposición entre
la esencia de la función, la función en tanto que define un
todo, un pourtout, y la existencia. Esta puesta en tensión de
los dos niveles forma parte del proyecto radicalmente
antihegeliano de Lacan, el de rehusar reducir las existencias
particulares a una parte de un todo. Este proyecto se enuncia
de forma radical en el momento del Seminario Introducción a
los Nombres-del-Padre: «Toda la dialéctica hegeliana está
hecha para colmar esta falla, y mostrar, en una prestigiosa
transmutación, comó el universal puede llegar a
particularizarse por la vía de la escansión de la
Aufhebung.» 13

Este desajuste con respecto a todo apunta a permitirnos


considerar la particularidad de nuestra existencia como tal.
Lacan persigue este enfoque cuando emprende la tarea de
definir el Nombre-del-Padre a partir de una función. La gran
ventaja de una función es la de no definir un todo. Una
función no define más que su campo de aplicación. Para
saber lo que es la naturaleza de una función lógica, es inútil
definirla, como en la lógica antigua, a partir de una esencia.
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Además, la lógica moderna considera la cuestión de los
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conjuntos infinitos. Basta con tomar en cuenta los procesos
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infinitos para que nunca se pueda definir totalmente el

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conjunto de casos de la función. Uno no llegara jamás al final


de su dominio de aplicación. La lógica contemporánea explora
a este respecto toda una serie de paradojas. La función no es
entonces definible más que por las realizaciones de las
variables que constituyen su desarrollo. Es un sentido que
podemos dar al término de «modelo» que utiliza Lacan en
este contexto. La función paternal, nosotros no la conocemos
más que a partir de los modelos que ella realiza. Si ser, es ser
el valor de una variable, ser un padre, es ser (el) uno de los
modelos de realización, (el) uno de los valores (a, b, c, d) de
la función P(x). Así pues, decir: «el padre en tanto que agente
de la castración no puede ser más que el modelo de la
función», es decir que el acceso que Lacan elige en la
cuestión del padre es aquél del «uno por uno» de aquellos
que han devenido padre. Para definir un padre, Lacan habla
entonces de pére-version, de versiones del padre, una por
una.

Del nombre al objeto a


No se trata ya de partir del nombre, sino del objeto a. Es el
otro aspecto de la cuestión en nuestra mecánica quántica
lacaniana. En física, una partícula puede siempre ser
aprehendida según su doble naturaleza, sea como onda, sea
como corpúsculo. Para nosotros, una noción psicoanalítica
puede abordarse sea por el significante, sea por el objeto. La
definición de un padre a partir del objeto a puede hacerse de
diferentes maneras, por ejemplo: «Un padre no tiene derecho
al respeto, sino al amor, más que si el dicho amor, el dicho
respeto, es (…) péreversement orientado, es decir hace de
una mujer objeto a que causa su deseo. Pero lo que una
mujer a-coja así no tiene nada que ver en la cuestión. De lo
que ella se ocupa, es de otros objetos a, que son los
hijos». 14

Ser padre pues, es haber tenido la perversión particular de


atarse a los objetos pequeño a de una mujer. La formulación
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aquella con quien el padre ha tenido los hijos. Es una
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recompuestas. Notemos el quiasma. Normalmente, según la


estructura del deseo masculino, el hombre se ata a los
objetos pequeño a que causan su deseo de él. Por ejemplo, el
fetichista tiene la perversión particular de atarse al falo que
falta a la madre realizándolo en un fetiche particular, el
zapato, el «brillo sobre la nariz», etc. Lacan define el padre a
partir de un fetichismo particular. No se trata de un objeto que
no está en su lugar, que existe, sino de un objeto que una
mujer ha producido. El niño es un objeto a de la madre. En un
sentido, uno puede hablar de un entrecruzamiento de la pere-
version y de la perversión maternal. De este objeto a, el padre
debe tener un cuidado particular que se llama paternal, a
entender en el sentido más amplio. Es un cuidado que se
podría definir diciendo que separa el hijo de la madre de la
buena manera. El que hace esta elección es un padre; Lacan
añade: «que lo quiera o no», subrayando que se trata de una
decisión de un orden distinto del de la voluntad.

De ocupar esta posición, un padre es un modelo de la


función. Lo real en juego, es la manera en que una mujer es
la causa de un deseo. Esto puede también querer decir:
causa de su odio.

En el Seminario De un Otro al otro, Lacan propone otra


definición de un padre a partir del objeto a. Toma sus
distancias con el padre definido a partir de la familia, el padre
de familia, devolviéndolo a un mito propio del neurótico: «Si,
para el perverso es preciso que haya una mujer no castrada,
o, más exactamente, si la hace homme-elle, ¿no es notable el
famil en el horizonte del campo de la neurosis -eso que en
alguna parte es un él [il]pero donde el yo es verdaderamente
lo que está en juego de aquello de lo que se trata en el drama
familiar?

Se trata del objeto a liberado (…) Con él se debe terminar a


nivel de la neurosis para que se revele la estructura de lo que
se intenta resolver, a saber, el significante de A barrado, la
estructura a secas.» 15

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Un abordaje por la feminidad
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En su Prefacio a «El Despertar de la primavera» de


Wedekind, Lacan aborda la inversión de perspectiva entre lo
universal, o lo eterno, y lo particular a partir de lo femenino:
«¿Cómo saber si, como lo formula Robert Graves, el Padre
mismo, el padre eterno de todos nosotros, no es más que el
Nombre entre otros de la Diosa Blanca, aquella que su decir
se pierde en la noche de los tiempos, por ser la Diferente,
Otra siempre en su goce»? 16 La Diosa Blanca marca el
lugar del goce, como «perdiéndose en la noche de los
tiempos», eterna. Es el anverso del Nombre-del-Padre como
tótem: el padre, en tanto que animal, o eterno. Se trata de la
nominación de dos modos de lo eterno. Jacques-Alain Miller
sitúa su equivalencia de la manera siguiente: «Freud,
estableciendo la genealogía de Dios, se detenía en el
Nombre-del-Padre. Lacan, por su parte, perfora la metáfora
hasta el deseo de la madre y hasta el goce suplementario de
la mujer. De ahí la noción (…) de que podría ser que el padre
no fuese más que uno de los nombres de la diosa materna, la
Diosa Blanca, que permanece Otra en su goce.» 17

Las religiones femeninas han especialmente fascinado a


Graves, quien creía de buena gana en ellas más que en las
religiones masculinas centradas sobre el padre y la ley.

Graves, pacifista militante, después soldado meritorio, ha


descrito en sus memorias de guerra -Goodbye to all that!- las
razones que le han empujado a no creer ya en las mentiras
de la civilización. Se ha puesto en el bando de los hombres.
Se ha salvado sin embargo, creándose un dios bajo la forma
de esta creencia en el goce de antes de la Ley. Intentando
enseguida nombrarla en el desarrollo de su obra.

Si se da esta equivalencia, ¿cómo entonces mantener la


diferencia entre el lugar del Otro del goce, que concierne
todas las religiones, y la aventura del patriarcado que empezó
con la Akedah? Ella comienza en el momento en que el goce
-del que el tótem en tanto que animal es uno de los nombres-
es reemplazado por una alianza particular.

El pasaje del universal al particular Lacan lo enuncia todavía


de otro modo en su conferencia en Yale: «El ateismo, es la
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que creencia en Dios, creencia de que Dios no
de acuerdo.
interviene en el mundo. Dios interviene todo el tiempo, por
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ejemplo bajo la forma de una mujer.» 18 No se trata de La
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mujer, de la Diosa Blanca, que daría acceso al goce supremo.


Se trata más bien de una mujer con la que se ha anudado una
alianza particular, que hace que el hombre crea en ella. Lacan
hace de esta mujer un dios que actúa en el mundo, una
encarnación del deseo del Otro bajo la forma de la creencia
en una mujer. Es preciso acercarse a esta declaración de
Lacan en lo que avanza de la creencia en una mujer como
síntoma en su seminario RSI: «Ustedes verán que una mujer
en la vida del hombre, es algo en lo que él cree. Él cree que
hay una, a veces dos o tres, y he ahí lo interesante -no puede
no creer más que en una, cree en una especie. (…) Uno la
cree porque no ha habido jamás pruebas de que ella no sea
absolutamente auténtica. Pero ahí uno se enceguece. Este
creerla [la croire] sirve de tapón a creer [y croire] -cosa que
puede ser muy seriamente puesta en cuestión. Creer que hay
Una, Dios sabe dónde les puede llevar -esto les lleva hasta
creer que hay La, creencia que no es la más
conveniente.» 19

Ahí no se trata de garantía, sino de fe. Ésta consiste en dejar


su suerte en eso que tuvo lugar en el encuentro. En este
sentido, el parentesco moderno no puede ser ateo. En el
parentesco democrático, por ponerse a distancia del «para
todos» que introduce el Dios universal o el padre de la
eternidad, la tendencia es decir que la paternidad no supone
creencia alguna. Puro dispositivo jurídico, ella no sería más
que norma. En efecto, el parentesco no puede ser ateo pues
supone un acto de fe; esta fe que se funda sobre la creencia
en un goce particular.

La proposición sobre el goce de una mujer tal como es


formulada por lacan en 1975 reformula la tesis sobre el goce
perverso enunciada en 1964 en el Seminario sobre los
Nombres-del-Padre: «Es aquí que toma su valor el acento
que yo he permitido poner sobre la función de la perversión
en cuanto a su relación al deseo del Otro como tal. A saber
que ella representa la puesta entre la espada y la pared, el
asimiento al pie de la letra de la función del Padre, del Ser
supremo. El Dios eterno tomado al pie de la letra, no de su
goce, siempre velado e insondable, sino de su deseo como
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¿Qué
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Política de la acción de una mujer como
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intervención en el orden del mundo que la figura de Anna
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Karenine cuyo deseo logra la destrucción de un orden que se


creía natural? Anna Karenine es tan destructora para la
sociedad rusa tradicional como el Napoleón de Guerra y paz.
Pero ella procede por la particularidad. La primera frase de la
novela lo dice claramente: «Todas las familias felices se
asemejan; cada familia infeliz es infeliz a su modo.» 21 Bajo
esta perspectiva, estamos lejos del mundo de los dioses o de
los padres de excepción. Estamos en un mundo democrático
en el cual cada uno puede llegar a ser padre, ser un valor de
esta función excepcional: «no importa quién alcanza la
función de excepción que tiene el padre, uno sabe con qué
resultado, aquél de su Verwerfung en la mayor parte de los
casos por la filiación que engendra, con el resultado psicótico
que he denunciado.» 22 Lacan hace entonces uso de tres
categorías clínicas -neurosis, perversión y psicosis- para
explorar las consecuencias subjetivas de la imposibilidad de
hacer coincidir o de reconciliar los dos niveles de
cuantificación.

Se puede deducir que la virtud principal de un padre es la de


no identificarse con la función. Debe guardarse de ello y
atenerse a la contingencia de su encuentro con la mujer que
ha devenido madre en razón del entrecruzamiento de los
objeto-causa de cada uno. Si un padre se identifica con la
función, puede creer que es Dios. El resultado puede ir desde
la tiranía doméstica del presidente Schreber a la puesta a
punto de un sistema de educación ideal. Jean-Jacques
Rousseau, paranoico de genio, ha escrito el tratado de
educación más influyente del siglo XVIII, El Emilio. Es también
posible, desde el punto de vista de la perversión, querer hacer
objeción al universal de la función, a aquél del orden
republicano magnifico -fundado sobre la grandeza de la
razón- y a aquél de la justicia distributiva que podría
garantizar la igualdad del goce para cada uno. Sade lo ha
formulado en su exhortación: «[Franceses, aún un esfuerzo
más, si queréis ser republicanos!»

Lo que se trata de mantener, es la distancia entre la


existencia y el «para todos». A partir de ahí se deduce una
definición de la virtud paternal, que Lacan sitúa de manera
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divertida como «Épater (sa)famille». Épater, es a la
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vez producir un tipo de admiración, producir el efecto, pero es
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sobre todo, jugando con el termino pater en latín, dar un paso

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al lado en relación al ideal del pater familias. Es una


operación en la cual se trata de producir un efecto particular
consistente en mantenerse a distancia de la creencia según la
cual un padre puede ser «para todos». Es necesario siempre
tener presente en el espíritu que «épater» no quiere decir
«hacer el héroe». Un padre, por regla general, no es el héroe
de su familia, como bien se sabe, justamente porque
encuentra la operación de la castración. Pueden existir sin
embargo padres excepcionales. Es preciso reservarles un
lugar.

El padre frente a las


comunidades de goce
El abordaje del padre por el bies de su existencia exige
considerar sus realizaciones en el caso por caso. Pero ¿en
qué puede ese padre garantizar el acceso al goce, como el
padre-Dios, en el modelo freudiano, lo hacía para todas las
mujeres? Se trata ahora de hacer de una mujer la causa de la
perversión paternal. A través de esta particular alianza, el
sujeto puede tener acceso al real del goce en Juego.

Al considerar solamente el punto de vista de la particularidad,


¿estamos liberados del semblante que el Nombre-del-padre
viene a presentar? La función al nivel del «para todos» no
cesa sin embargo de existir, bajo la forma del semblante. Nos
vemos llevados a pensar de otra manera la articulación de
estos dos niveles. Por ejemplo preguntándonos: ¿cómo
estamos seguros de que un modelo es una buena muestra de
la función? El hedonismo contemporáneo, por sus propias
múltiples variaciones, muestra que es imposible definir una
relación sexual entre los sexos, inclusive entre miembros de
un mismo sexo, que sería el bueno. El goce jamás es el que
haría falta, el último. Ninguna norma llega a estabilizar el
«empuje-a-gozar». La justicia distributiva puede sostener el
sueño de fundar la garantía de una distribución igual del goce.
El welfare state era en efecto una esperanza religiosa, el
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fundamento
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manera de hacer con los ideales republicanos. El ideal de la
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justicia distributiva universal es ahora confrontado a las
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comunidades de goce que no quieren de ninguna manera


asimilarse al bien común. Ellas desean simplemente una
comunidad de derechos de afirmación de la diferencia. Cada
una quiere definirse a partir de un goce propio y protegerlo
como tal.

Con la utopía del patriarcado, podíamos soñar que el goce


como tal fuese equitativamente distribuido entre todos. Cada
uno podía pretender su parte en consideración a su amor por
el padre y en la medida de la igualdad del amor del padre por
sus hijos. Esta utopía ha encontrado su límite, y el hedonismo
contemporáneo, en su polimorfismo, se ve confrontado a la
ausencia de garantía. La modernidad no tiene por objetivo la
felicidad, como lo han creído las Luces y como lo prescribe la
Constitución americana. Ella está atravesada por la búsqueda
del goce que sería el bueno, el último. Es por eso que ahora
tenemos que tratar con lo que Judith Butler llama la «dificultad
en el género» 25 de nuestra civilización. La utopía
heterosexual estaba definida por una creencia en un padre
que distribuye los sexos y garantiza que ella estaba hecha
para él, en una bijeccion del principio del orden natural,
incluso del justo orden.

En el presente, se elevan las voces de los incrédulos de la


religión de la razón distributiva que no quieren definirse por un
rasgo identificatorio, por una identidad sexual. Ellas querrían
definirse no a partir de una identidad, sino a partir de una
práctica sexual. Esta nueva nominación adámica vendría del
sujeto mismo -actuando como tal- y ya no del Otro. La
«dificultad en el género» traduce un amplio espectro de
identidades sexuales: gays, lesbianas, travestis, transexuales,
sadomasoquistas, etc. Todas forman parte del gran desfile en
el que todas las prácticas sexuales conocidas pueden venir a
inscribirse. La «parade des fiertés» 26 como se llama ahora
en Francia, puede dar lugar a una asociación común por la
reivindicación de la igualdad de los derechos al niño, sea cual
sea la identidad sexual del partenaire de cada uno o la
identidad sexual que él/ella haya elegido. Esto podría ser una
versión del fin de la historia de la sexualidad, un todo
hegeliano tomado panópticamente bajo el ojo del amo
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31/8/2021 Un nuevo amor por el padre – Freudiana

de pura identidad deleuziana, según Butler. Contrariamente a


otros militantes de la reivindicación de las comunidades de
goce, esta autora está por el psicoanálisis. Pero ella recurre a
un psicoanálisis que apuntaría a un ideal preedípico, perverso
polimorfo en los términos de Freud. No la seguiremos en esta
otra utopía. Algunos pueden soñar un mundo preedípico, pero
de hecho vivimos todos en un mundo postedípico en el cual
coexiste el amor neurótico por el padre, la perversión paterna
y el rechazo más o menos generalizado de los padres. Si este
mundo puede ser definido por su increencia hacia el padre, es
ante todo definido, pero aprés coup, por su relación a la
garantía paterna. Él lo es sin garantías, pero con imposibles.

Pues no hay goce último que pueda aliviarnos definitivamente


de nuestra angustia; tal es el imposible al cual está
confrontado el discurso del goce. La comunidad identificatoria
en la cual se persigue la búsqueda del goce puede funcionar
como fundamento imaginario de una neogarantía simbólica.
Ella deja, no obstante, intacto este punto de real. El sujeto
está sometido a ese agujero en el universo del sentido sexual
en el cual quiere vivir. Podríamos decir que está sometido a la
paradoja de Kripgenstein como la ha llamado Hilary Putnam.

A cada uno el inventarse el padre


que le reconozca
«Bajo la forma más célebre, que le ha dado Kripke, el
argumento consiste en interpretar la filosofía de las reglas de
Wittgenstein como la «solución escéptica de un argumento
escéptico» .Wittgenstein habría puesto al día un argumento
escéptico inédito y poderoso en virtud del cual es imposible
determinar la regla seguida por un agente en el curso de una
acción. Según Kripke,Wittgenstein «ha mostrado que todo
lenguaje, toda formación de concepto es imposible y en
realidad ininteligible». Un agente efectuando una suma podría
muy bien estar también haciendo otra cosa, y ni nosotros ni él
tenemos ningún medio de saberlo. No hay ningún dato, ni
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observacional,
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una adición o bien de completamente otra operación que, en
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este caso preciso, da el mismo resultado que la suma, pero
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que sigue reglas totalmente diferentes y cuyos resultados


difieren de aquellos de la suma en un gran número de casos.
No hay «hechos en el mundo» (…) que permitan decir qué
regla ha sido seguida. La solución escéptica de esta paradoja
escéptica es pues la community view: seguir una regla no
puede ser nada más que conformarse al uso establecido en
una comunidad. Es la comunidad (…) quien determina o
quien constituye lo que es un cálculo falso» 27 Jacques-Alain
Miller, en su Curso titulado «Donc», ha desarrollado las
consecuencias de esta paradoja para la práctica
psicoanalítica y cómo se trata de sobrepasarla al final de la
cura.

Para Lacan, toda comunidad humana comporta un límite al


goce. Este límite puede tomar la forma de una demanda de
reconocimiento de la regla sexual que cada uno sigue. Las
invenciones más radicales, las más en ruptura con la
tradición, quieren ser reconocidas en su particularidad. Un
transexual detestará ser puesto en la misma categoría que un
travesti. Este reconocimiento puede ser obtenido con o sin la
ayuda de la tradición, de la religión, de estándares que
definan la función de reconocimiento en nuestra civilización y
de sus comunidades. Es, al mismo tiempo, una autorización y
una barrera. Es la función del padre. Todos tenemos que
inventarnos el padre que nos reconozca o nos rechace,
incluso si un sujeto quiere ser auto-engendrado, según la
particularidad de su pecado. La producción de esta perversión
paternal en cada caso debe ser el sujeto de nuestra
investigación clínica.

Cada uno se debe a la contingencia del encuentro del


partenaire (hetero u homo). No llega nunca a reducirla en
términos de norma, a saber exactamente a qué regla
obedece. El encuentro es imposible de reducir a su
descripción. Sin embargo, la cuestión del padre real no se
reduce al lugar del objeto a. La tentación de Lacan es reducir
este lugar a una característica lógica: «Que el padre muerto
sea el goce es algo que se nos presenta como el signo del
imposible mismo. Y aquí volvemos a encontrarnos con estos
términos que defino como los que fijan la categoría de lo real,
( ) el tope
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corazón del sistema freudiano, del padre de lo real, que pone


en el centro de la enunciación de Freud un término de lo
imposible.» 28

Un resto inconmensurable a las


normas
El «padre real» deviene así presencia de lo real en lo
simbólico, «signo de lo imposible». Opera una separación
radical entre el discurso de la ciencia, que se propone saber
absolutamente quién es el padre biológico, y el discurso del
psicoanálisis que hace de ello un punto de imposible en el
saber y en las normas. El Nombre-del-Padre es lo que
recubre este imposible, este verdadero agujero en el
simbólico: «Yo soy lo que yo soy, esto es un agujero, ¿no? Un
agujero (…), eso traga y después hay momentos en los que
eso re escupe. Escupe qué? El nombre, el Padre como
nombre.» 29 Lacan lo dice igualmente así: «papá, no es para
nada, forzosamente, aquél que es -es el caso de decirlo- el
padre en el sentido real, en el sentido de la animalidad. El
padre, es una función que se refiere a lo real, y no es
forzosamente lo verdadero de lo real. Eso no impide que lo
real del padre, sea absolutamente fundamental en el análisis.
El modo de existencia del padre tiende a lo real. Es el único
caso en que lo real es más fuerte que lo verdadero.» 30 El
Nombre-del-Padre es un semblante en el sentido en que
nosotros «llamamos semblante a lo que tiene función de velar
la nada.» 31 Esta nada o este agujero puede también
enunciarse como algo irreducible en el saber, un imposible de
saber.

Es quizás ese el punto al que ha querido identificarse Donald


Rumsfeld, padre fouettard, 32 si lo es, cuando ha producido
un ejercicio lógico deslumbrante para enmascarar el vacío de
referencia de las armas de destrucción: «Hay cosas que
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que no sabemos. Pero
acuerdo.
hay también desconocimientos desconocidos. Hay cosas que
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no sabemos que no sabemos.» 33
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Ser padre no es una norma sino un acto, que tiene


consecuencias, fastas y nefastas. La filiación contemporánea
reenvía, más allá de las normas, al deseo particularizado del
que el hijo es el producto, sea cual sea la complejidad; y
reenvía también a la imposibilidad de describirlo. El padre
contemporáneo es un residuo, un nombre, pero permanece
inconmensurable a las normas. Permanece pues una apuesta
pasional y la pacificación de la paternidad quedará tan utópica
como el fin de la historia. Nuestro tiempo es también el del
desciframiento de estos nuevos amores por el padre, ya sea
que se develen por aproximaciones políticas o sociológicas, o
incluso que las pongamos al día por nuestra investigación
clínica.

Servirse del Nombre-del-Padre para pasar de él reserva


todavía bastantes sorpresas. Podríamos retomar como
epígrafe para nuestra investigación la palabra de amor
inventada por Marcial, extraño poeta romano del siglo I,
«clásico inesperado» como lo llama su biógrafo. Palabra que
figura en sus epigramas y se enuncia: «Ni contigo, ni sin
ti.» 34

Traducción de Ramona Llach

ericlaurent@lacanian.net

Notas
1 Artículo publicado en La Cause Freudienne n»
64, de octubre 2006.Traducido al castellano con la
amable autorización de Eric Laurent.

2 N. del T.: «Aquí teneis vuestros hijos ¡que no se


os escapen de las manos!

3 A. Gide, Los alimentos terrenales. (1897), Alianza


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Editorial/Losada, Madrid, 1985, p. 56: «[Familias, os
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4 Ibíd. p. 38.

5 H. Bernardin de Saint-Pierre, «Étude onzieme»


Études de la nature, tomo I, Paris, LeIevre; 1836, p.
594 & Paul et Virginie, Paris, Imprimerie nationale,
coll. Lettres francaises, 1984, p. 232.

6 Audiencia a los participantes de la Asamblea


Plenaria del Consejo pontifical para la familia, Roma,
13 mayo 2006 & Discurso pronunciado con motivo
del V Encuentro mundial de la familia, 8 Julio
2006,Valencia, España.

7 Los trabajos de Makarenko han tenido en Francia


un eco particular. Louis Aragon podía calificar su
«Poerne pédagogique», historia de una colonia de
niños criminales y vagabundos, como «uno de los
documentos más conmovedores que la humanidad
habrá producido», in «Le Petit Robert des noms
propres» , Par~,1994,~ 1289.

8 E. Franceschini, «Nati senza padre, rivoluzione in


laboratorio», Diario La República, 12 Julio 2006.

9 Leer sobre ello el artículo «Cercasi 401


disperatamente» de La Stampa, 13 Julio 2006,
donde Marina Verna, corresponsal del periódico en
Berlín, cuenta la fortuna del «donante 401» -de
origen aleman- de la «Fairfax Cryobank» americana.
Un mito está a punto de nacer. No es solamente
grande de ojos azules, sino que también ama mucho
a su madre.

10 Cf.J. Lacan, «Introducción a los Nombres-del-


Padre», Des Noms-du-Pere, Paris, Le Seuil, 2005, p.
94-100.

11 Cf. Ibíd, p. 100. & ‘Houmach, Tora Temima, avec


Rachi-Berechit, Jerusalem, éd. Gallia & Herid
haSefarim, 1998-2000

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Le Seminaire, nuestraVII,
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Psicoanálisis, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1988, p.
366-367.
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13 J. Lacan, «Introduction aux Norns-du-Pere», op.


cit., p. 74.

14 J. Lacan,El Seminario, Libro XXII, RSI,lección


del 21 Enero 1975, Ornicar?, n.3, Paris, Lyse, Mayo
1975, p. 107.

15 J. Lacan, El Seminario, Libro XVI, De un Otro al


otro, Ed. Paidós, Buenos Aires, 2008, p. 268.

16 J. Lacan, «El despertar de la primavera», en


Intervenciones y textos 2, Ed. Manantial, Buenos
Aires, 1988, p. 112-113.

17 J.-A. Miller, «Religion, psicoanálisis. La lógica del


gran hombre», Revista Freudiana n° 41,juli%ctubre
2004, p. 32.

18 J. Lacan, «Conferencias y entrevistas en las


Universidades Norteamericanas», Vale University, 24
de noviembre 1975, Scilicet n° 617, Paris, Le Seuil,
1976, p. 32.

19 J. Lacan, Le Séminaire, Libro XXII, RSI, op. cit.,


p. 109-110.

20 J. Lacan, «Introduction aux Norns-du-Pere», op.


cit., p. 89.

21 L. Tolstol, Anna Karenina, Emecé Editores,


Barcelona, 1997, p. 19.

22 J. Lacan, Le Seminaire, Libro XXII, RSI, op. cit.,


p. 107.

23 N. del T.: Se podría traducir como «sorprender»,


«asombrar» a su familia.

24 J. Lacan, Les savoir dy psychanalyste,


Entretiens de Sainte-Anne 1971-72, seminario del 1
° de Junio 1972, inédito.
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25 Cf. principalmente:]. Butler, «Gender Trouble.
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Feminism and the Subversión ofIdentity, 1990, New
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Cork, Rouledge, trad. Franc. : Trouble dans le genre.

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Pour un féminisme de la subversión», Paris, La


Decouverte, 2005.

26 N. del T.: El desfile, la exhibición del «orgullo».

27 S. Laugier, «Wittgenstein et la science: au-delá


des mythologies», en Wagner P. (s/ dir.), «Les
Philosophes et la science» Paris, Gallimard, 2002, p.
557-558.

28 J. Lacan, Le Seminario, Libro XVII, El reverso


del psicoanálisis, Ed. Paidós, Barcelona, 1992, p.
131.

29 J. Lacan,El Seminario, Libro XXII, RSI,lección


del 15 de Abril 1975, Ornicar? n.S, Paris, Lyse,
invierno 1976, p. 54.

30 J. Lacan, «Conferencias y entrevistas en las


Universidades Norteamericanas. Columbia
University, 1 de diciembre 1975», Scilicet, n. 617, op.
cit., p. 45.

31 J.-A. Miller, «Des semblants dans la relation


entre les sexes», La Cause freudienne, n° 36, Paris,
navarin/Le Seuil, mayo 1997, p. 7.

32 N. del T.:» Pere fouettard» , se dice del padre


severo y violento; proviene de una tradición de
educación basada en los castigos corporales con el
látigo; tiempo en que la comunicación entre padre e
hijo no existía.

33 «There are things we know that we know.There


are known unknowns; that is to say there are things
that we now know we dont know. But there are also
unknown unknowns. There are things we do not
know we dori’t know» D. Rumsfeld citado por Cohen
R. en «Rumsfeld is correct: the truth will get out»,
International Herald Tribune, 7 de junio 2006, p. 2.

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Hennig]. L., estás de Paris,
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