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ALEJANDRA M. ALLIAUD *
algunas cuestiones, para repensarlas y tomarlas como punto de partida para nue-
vos posicionamientos teóricos.
los enumerados los medios de prueba admitidos por los códigos de proceso penal.
Pero, en sistemas de regulación normativa más modernos ¿no resulta, incluso,
contraproducente enumerar medios de prueba cuando existe libertad probatoria?
En este punto resulta necesario señalar que la libertad probatoria tiene un límite:
las garantías constitucionales.
Y justamente por ello, en sistemas donde existe una regla general como esta
¿cuál es el sentido de la enumeración? La sola enumeración tiende a hacer pensar
que los medios de prueba que se encuentran listados son los que debería preferirse
y ello es un concepto errado, si pensamos, por ejemplo en que muchas investigacio-
nes no cuentan con testimonios sino con informes y con objetos a ser peritados en
términos de prueba.
Esa idea falsa es la que lleva, en muchos casos, a los operadores del sistema de jus-
ticia a recibir declaraciones testimoniales en la etapa de investigación preliminar
que no tienen ninguna relevancia con el objeto del procedimiento o que lisa y lla-
namente reproducen un informe por la creencia de que es el testimonio el medio de
prueba por excelencia.
Ese concepto no será erróneo si estamos pensando en una audiencia de juicio con
jueces profesionales o con jurados, donde ciertamente, el testimonio es el medio de
prueba elegido por los litigantes, mas no en la etapa preliminar, donde de lo que se
trata es de verificar si existe mérito para llegar a un juicio o bien, si ese caso, en es-
pecífico, podría ameritar alguna salida alternativa al juicio.
No solo debemos repensar si es necesaria la enumeración de los medios de prue-
ba y su posterior categorización sino además, si alguno de ellos no resulta contrario
a un sistema de enjuiciamiento acusatorio-adversarial.
Piénsese, por ejemplo, en el careo como medio de prueba, que aún continua lis-
tado dentro de esas categorizaciones. ¿Es el careo realmente un medio de prueba o
se trata de la pura y simple manifestación de la contradicción entre dos testimonios?
Pareciera que si se trata de esto último, esa contradicción se satisface con cada
uno de los testimonios. Luego, otra cuestión será la valoración que de ellos necesa-
riamente deban hacer las partes y el juzgador en el momento oportuno, puesto que
tratándose de testimonios contradictorios, tanto las partes que los presentaron co-
mo los jueces llamados a decidir el caso, deberán determinar de acuerdo a la sana
crítica o a la íntima convicción (en el caso de los jurados) por qué confieren más pe-
so a uno que a otro, por ejemplo.
En sistemas de enjuiciamiento de corte inquisitivo, el careo, sobre todo en la eta-
pa de instrucción, permite, en el mejor de los casos, poner en juego la contradicto-
riedad. Claro que esa noción va de la mano de un plenario escrito también. Pero, en
sistemas como los actuales acusatorios o adversariales, el careo aparece como un
medio de prueba arcaico, que pierde sentido si se tiene presente que la producción
de la evidencia tiene importancia en miras a arribar a una audiencia de juicio, don-
de el careo tampoco puede ser protagonista, porque no tiene sentido superponer
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§ 5. Relevancia o pertinencia
Se definió en el apartado anterior que será relevante un dato probatorio cuan-
do tiende a hacer un hecho más o menos probable de lo que sería ese hecho sin esa
evidencia/prueba 20. Lo relevante se da cuando ese dato probatorio hace un hecho
más o menos probable de lo que sería en ausencia de ese dato probatorio. Así, la re-
levancia es una condición de relación entre un dato y un hecho, pero no entre una
inferencia y un hecho.
Y del mismo modo es aclarado por Clariá Olmedo: “Pertinencia indica referen-
cia del elemento probatorio al hecho que en el proceso debe probarse para deter-
minar la responsabilidad; exige vinculación o ligamen entre uno y otro en cualquier
grado. Falta cuando el dicho, el dictamen, el documento o la cosa que se pretende
introducir es totalmente ajeno al hecho incriminado. En estos casos se habla de
prueba impertinente” 21.
Este estándar es general, porque se aplica a cualquiera de los medios probato-
rios a través de los cuales las partes intentan acreditar un hecho. Y, siempre, a la ho-
ra de evaluar la relevancia, debió haberse pasado antes por el tamiz que imponen
las garantías constitucionales. Así, no puede valorarse la relevancia o irrelevancia
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1 — Veracidad
ber sobre el conocimiento que posee en relación a cuestiones que permiten, como
en este caso, objetar el testimonio o al testigo.
Esa regla no es aplicable a la defensa porque, de acuerdo a la Regla Williams 26,
solo está obligada a descubrir a la parte acusadora de aquello que hace a la defen-
sa afirmativa (coartada), mas no a aquellas cuestiones que permitan objetar a un
testigo propio.
Ciertamente, estas reglas parecieran ajenas a nuestros sistemas regionales de
enjuiciamiento pero deberíamos preguntarnos o, al menos comenzar a pensar, si
esa cuestión no puede quedar abarcada por la propia idea del deber de objetividad
que en nuestros sistemas de enjuiciamiento obligan a la parte acusadora a no ocul-
tar evidencia desincriminante a la defensa técnica del imputado.
2 — Objetividad
Cuando nos referimos a las expectativas del testigo, a lo que hacemos mención
es a la posibilidad de que el testigo, por ejemplo, sienta que incriminar al imputado,
no importa lo que sea que haya visto u oído, es un modo de contribuir a la seguridad
pública, teniendo un compromiso personal con ello. O bien que el testigo conside-
re que el juicio solo es algo que debe confirmar una investigación penal, y por tan-
to se sienta vinculado con la idea de incriminar a quien observa como el acusado en
el caso, solo por estar sentado en ese lado de la sala de juicio.
Luego, cuando se hace referencia aquí a la memoria del testigo, lo que se quiere
significar es que muchas veces la construcción de un relato se conforma con partes
de hechos que el testigo recuerda y con porciones de inferencias que el testigo ha-
ce entre un hecho y otro que ha visto u oído. En este punto, a la hora de verificarse
la relevancia del testimonio y los motivos antes mencionados, uno debería evaluar
acabadamente si eso que el testigo refiere es lo que ha quedado en su memoria co-
mo un vestigio 27 de aquello que sucedió a diferencia de eso que afirma como una
inferencia lógica entre esos vestigios que han quedado en su memoria y lo que la ló-
gica le indica. Casos como estos se dan todos los días, en los que el testigo afirma que
el arma secuestrada era del imputado, aclarando que no la vio en las manos de esa
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persona, sino que esto es así porque la persona (el imputado) estaba al lado del ar-
ma que el testigo vio en el piso.
También, en relación a la memoria del testigo, debería evaluarse la posibilidad
de que el testigo tenga alguna clase de problema neurológico que le impida recor-
dar acabadamente qué fue lo que sucedió y por lo tanto no sea capaz de referirlo.
Las cuestiones de interés o motivación, por parte de los testigos, son aquellas a
las que normalmente se hace referencia a la hora de valorar la prueba. Lo que debe
tenerse presente es que no siempre esa clase de motivación alude a las partes, sino
que también puede tener por protagonista a los abogados, al propio juez, o bien a
algún otro testigo que no tiene un interés directo, sino a través de este otro testigo.
3 — Sensibilidad observacional
Esta cuestión está vinculada con las posibilidades reales del testigo de haber ob-
servado, y por tanto tendrá relación con condiciones específicas de los sentidos (vis-
ta, olfato, oído, tacto, gusto). Tales condiciones no solo son propias del sujeto, sino
que incluyen además a las condiciones del entorno que pueden posibilitar o impo-
sibilitar la observación: luminosidad, hora del día, ruidos, objetos interruptivos de
la visión, testigo que observa desde un punto móvil lo que sucede, etcétera.
que afirma. Esto está relacionado con la distancia entre el testigo y el hecho
que observaba, las condiciones de iluminación, la existencia de objetos que
interrumpan o alteren la visión.
— Calidad y duración de la observación. Aquí se ubican otras condiciones im-
portantes que hacen a la valoración de un testimonio. Imaginemos que lo
que el testigo afirma es que le vio la cara a la persona que lo apuntaba a tres
metros de distancia hacia su estómago con un arma de fuego. Se ha com-
probado que, cuando una persona está siendo apuntada por un arma de fue-
go, tiende a conformarse lo que se ha dado en llamar visión de túnel, que im-
plica que la persona solo observa aquel objeto que le genera el temor o la pa-
rálisis y no puede observar el contexto en el que ese objeto se encuentra. Si
esto fuese así, la calidad de esa observación es bastante pobre, en tanto, es
posible que el testigo haya observado el cañón del arma de frente y que se le
hayan desdibujado todos los demás objetos y personas que estaban por de-
trás de la boca de ese arma, o bien al costado de la misma, y ello es porque la
visión tiende a hacer foco en ese objeto, desenfocando todo el contexto, y
por tanto resulta borrosa la visión respecto de todo aquello que lo circunda
o se encuentra por detrás.
— Pericia. Esto se refiere a la pericia del testigo para afirmar aquello que vio.
Muchas personas no son capaces de construir un relato cuando no es guiado
por medio de preguntas y, en algunos casos, lo que el litigante necesita es que
la persona, en el juicio, relate en forma espontánea, sin necesidad de estar
guiando ese relato con preguntas. De ahí que la competencia de este testigo
también esté marcada por su pericia para prestar declaración.
— Foco de atención. Esta cuestión se refiere a la propia psicología del testigo,
en tanto existen personas, y esto es común de ser observado en los juicios,
que creen que ese es su “minuto de fama” y que les presten atención impli-
ca para ellos la posibilidad de ser escuchados. Esta cuestión debe ser meri-
tuada puesto que puede generar exageración en sus afirmaciones para man-
tener la atención que ha concitado en ese momento.
— Sesgos sensoriales. Variadas formas en las que los sentidos pueden ser afec-
tados en la observación.
Luego de haber afirmado que una evidencia ha sido obtenida sin conculcar ga-
rantías constitucionales, que resulta relevante y que es creíble, resta verificar si tie-
ne peso probatorio.
Así esta cuestión implica determinar cuán fuerte es la prueba para favorecer o
desfavorecer una proposición fáctica. Está claro que el peso probatorio de una evi-
dencia se mide en conjunto y en relación a otras evidencias.
Entre otras cuestiones y cuando nos referimos al peso probatorio, en el caso de
los testimonios, deberíamos evaluar el conocimiento personal (en contraposición
al conocimiento de segunda mano —hearsay— 28 o la prueba de opinión, por ejem-
plo). Es que el conocimiento de segunda mano solo permite afirmar aquello que le
fue contado por alguien que ha visto u oído el hecho que resulta de interés, al tiem-
po que en el caso de la prueba de opinión, se trata de una inferencia generada por
la observación personal de dos o más eventos.
Y en el mismo sentido, por ejemplo, cuando nos referimos al testimonio pericial,
el peso probatorio estará dado no por la “aceptación general” (derivado de princi-
pios científicos reconocidos de aceptación general en esa comunidad científica par-
ticular) sino evaluando, de acuerdo a las Reglas Daubert29, si el perito a testificar tie-
ne (i) conocimiento científico que (ii) asistirá al juzgador sobre los hechos, a enten-
der o determinar un hecho en controversia; y de tal modo existen factores impor-
tantes que el tribunal debe considerar, entre ellos si la teoría o técnica: (i) puede ser
o ha sido probada; (ii) ha sido publicada y se la ha sujetado a revisión por profesio-
nales del campo; y (iii) si tiene normas que controlan su operación o ejecución; del
mismo modo, si el procedimiento o el resultado obtenido registran un conocido o
potencial margen de error.
admisible.
Una de esas excepciones se encuentra contenida en muchas de las legislaciones
regionales de proceso penal, dado que facultan a los jueces a excluir la “prueba so-
breabundante”. Esa es la idea de la evidencia que puede generar pérdida de tiem-
po. Tal como lo expone Clariá Olmedo: “La prueba puede ser inútil por razón de su-
perabundancia. (...) implica cantidad excesiva de elementos probatorios referidos
a un mismo dato, aunque todos ellos sean relevantes si se los considera por separa-
do: tres o cuatro testimonios pueden ser suficientes para acreditar que una perso-
na acostumbra a usar sombrero. Si a ese fin se ofrecen diez testigos, la recepción de
los seis o siete restantes se muestra inútil” 32.
Otra de las cuestiones que la tornarían inadmisible es cuando existe el riesgo de
perjuicio en quien debe juzgar. Imaginemos el caso en el que existen cincuenta fo-
tografías que ilustran un informe autopsial y una de las partes desea exhibirlas to-
das en el juicio para ilustrar las heridas que sufrió la víctima. Está claro que resulta
evidencia relevante y de cierto peso probatorio, pero si ese extremo puede acredi-
tarse con el testimonio del médico autopsiante, ¿deberían las fotografías ser decla-
radas admisibles? Ciertamente, la contraparte podría argumentar que no, toda vez
que la exhibición de esas fotografías podrían exacerbar las emociones del jurado
(perjuicio indebido) y en el caso existe una alterativa evidenciaria (el testimonio del
perito), que permite tener por acreditado la cantidad y el tipo de lesiones. Así, en-
tonces, para definir la admisibilidad en el caso, deberá sopesarse el valor probato-
rio y el potencial de perjuicio indebido tanto de la prueba que se ofrece como de las
posibles alternativas evidenciarias para discutir y decidir sobre su admisibilidad.
Sobre el particular, recientemente, el Tribunal de Casación Penal de la Provincia
de Buenos Aires en el fallo “Mazzon” 33 fue llamado a resolver una cuestión vincu-
lada con el perjuicio indebido. La defensa recurrió una sentencia condenatoria, ba-
sada en un veredicto de culpabilidad, basada en que la Fiscalía durante la audiencia
había introducido los antecedentes del imputado como una prueba de su carácter.
En su voto, Daniel Carral sostuvo: “Siguiendo con el examen de los agravios, co-
rresponde abordar aquel que postula la nulidad del veredicto por conducta impro-
pia del acusador (fs. 46vta.), que la parte identifica sobre la base de las preguntas di-
rigidas por el fiscal al imputado respecto a detenciones anteriores, en clara relación
a los antecedentes que registraba y que habían sido inicialmente negados por el
acusado en una contestación previa durante el curso de la declaración prestada en
el juicio. Voy a coincidir con la defensa en que la conducta asumida por la acusación
en este punto se presenta, al menos, como desleal, toda vez que la mención de la Fis-
calía no estaba orientada a la producción de prueba vinculada a los hechos que con-
figuraban la hipótesis acusatoria y sobre la que deben centrar su valoración los
miembros del jurado. No obstante, es necesario determinar si esta situación ha re-
sultado determinante como para contaminar la opinión del jurado, vale decir, si de
ello se ha derivado un perjuicio que torne nulo el veredicto de culpabilidad a partir
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§ 7. A modo de conclusión
Tal como se postulara al comienzo de estas líneas, tenemos que comenzar a re-
pensar la prueba en términos teóricos, porque la implantación de los sistemas de en-
juiciamiento adversariales nos desafía a ello.
Es que tal como sostiene Binder: “… construir un saber sobre el proceso penal es,
antes que nada, pensar en el conjunto de exigencias que deben guiar la construc-
ción de la verdad del hecho. Es allí donde se encuentra la principal tarea para sacar
a nuestros tribunales del juego arbitrario, de las decisiones producto del azar, del
formulario maquinal, del capricho y la veleidad: no debemos olvidar que todos esos
vicios, en el caso específico de la justicia penal, alimentan al peor de sus defectos: la
crueldad hecha rutina”.
18 ALEJANDRA M. ALLIAUD
Notas
UCA. Profesora adjunta interina de la Facultad de Derecho de la UBA en la Cátedra del profesor
doctor Alejandro W. Slokar. Agente fiscal del Departamento Judicial de San Martin.
11 Hendler, El significado de la oralidad en el proceso penal, en “Revista de Derecho Procesal
de la Federal Evidence Rules. Puede consultarse: “Huddleston v. United States”, 485 U.S. 681 (1988);
“Bourjaily v. United States”, 483 U.S. 171 (1987); “Glover v. BIC Corp.”, 987 F2d 1410 (9th Cir. 1993);
“Pueblo v. Rosaly Soto”, 128 D.P.R. 729 (1991); “Old Chief v. United States”, 519 U.S. 172 (1997);
“Pueblo v. Hernández Mercado”, 126 D.P.R. 427 (1990); “Pueblo v. Ortiz Perez”, 123 D.P.R. 216
(1989); “Pueblo v. Nazario Hernández”, 138 D.P.R. 760 (1995).
21 Clariá Olmedo, Tratado de derecho procesal penal, La actividad procesal, 2009, t. V, p. 36.
22 Clariá Olmedo, Tratado de derecho procesal penal, La actividad procesal, 2009, t. V, p. 36.
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23 Consultar: “Pueblo v. Caban Torres”, 117 D.P.R. 645 (1986); “Argüello v. Argüello”, 155
D.P.R. 62 (2001); “United States. v. Abel”, 469 U.S. 45 (1984); “Luce v. United States”, 469 U.S. 38
(1964); “Ohler v. United States”, 529 U.S. 753 (2000).
24 Anderson - Schum - Twining, Análisis de la prueba, 2015, ps. 101 a 103.
25 “Brady v. Maryland”, 373, U.S. 83 (1963).
26 “Williams v. Florida”, 399 U.S. 78 (1970).
27 La voz “vestigio” la escuché de Carolina Mauri, y ciertamente resulta muy adecuada para
poder explicar lo que aquí se intenta.
28 Puede consultarse: “Tome v. United States”, 513 U.S. 150 (1995); “California v. Green”, 399
U.S. 149 (1970); “United States v. Owens”, 484 U.S. 554 (1988).
29 “Daubert v. Merrell Dow Pharmaceuticals”, 509 U.S. 579 (1993). Puede consultarse además:
“Kumho Tire Co. v. Carmichael”, 526 U.S. 137 (1998); “General Electric Co. v. Joiner”, 522 U.S. 136
(1997); “Rock v. Arkansas”, 483 U.S. 44 (1987); “Pueblo v. Ríos Nogueras”, 114 D.P.R. 256 (1983).
30 Ver: “Pueblo v. Francsechini Saez”, 110 D.P.R. 794, 798 (1981), “Pueblo v. Ruiz Bosch”, 127
D.P.R. 762 (1991), “SJ Credit Inc. v. Ramírez”, 113 D.P.R. 181 (1982), “Chapman v. California”, 386 U.S.
18 (1967), “Arizona v. Fulminante”, 499 U.S. 279 (1991).
31 Puede consultarse: “Brutton v. United States”, 391 U.S. 123 (1968) y “Old Chief v. United