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Mi Marcel Proust

© Frank David Bedoya Muñoz


© Ediciones Zaratustra
Edición digital: abril de 2020
Está permitida la reproducción en todo o en parte, siempre y cuando se citen el autor y la
fuente.

Hecho en Medellín, Colombia.

Ilustración de cubierta: “Marcel Proust”. Técnica: óleo sobre tela. Esta pintura es una réplica
que realicé de la obra de Jacques-Émile Blanche. Hoy día la pintura está exhibida en el
Pequeño Teatro, dado que antes de irme para Venezuela se la obsequié a Rodrigo Saldarriaga
como gesto de agradecimiento por su amistad.

Fuentes:

Marcel Proust, A la busca del tiempo perdido, Valdemar Clásicos, tomos I, II y III, 2000 -
2005.
Ghislain de Diesbach, Marcel Proust, Anagrama, 1996.

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Índice

Introducción……………………………………………………………………………. 4
Amor………………………………………………………………………………………. 6
Vida………………………………………………………………………………………….11
Escritura…………………………………………………………………………………..14
Proust: ¿neurótico o genio?................................................................. 17

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Introducción

Hace veinte años, cuando yo era un estudiante de historia en la


Universidad Nacional, un profesor nos sugirió estudiar la obra de Marcel
Proust, pero no leyendo a Proust, sino a través de otro autor que lo
“explicaba”. Yo me salí del curso y me propuse leer a Proust
directamente, sin intermediarios. Como no sabía francés, ni lo sé,
inevitablemente para leerlo, sí necesité un intermediario, al menos uno,
que era el traductor al castellano. Afortunadamente en la biblioteca ya
había llegado el primer tomo de la fantástica edición de Valdemar: “A la
busca del tiempo perdido” con la traducción de Mauro Armiño. Después
llegaría el segundo tomo, y el tercero no llegó, pero me lo conseguí en
una historia totalmente proustiana, que enseguida narraré. Tres tomos,
donde cada tomo pesaba más que un ladrillo de concreto, tres bellos
tomos que contenían los siete títulos de la novela completa.
Inmediatamente mi pasión por Bolívar y por Nietzsche fue dividida para
un tercero más: Marcel Proust. Creo que duré dos años en una lectura
obsesiva de la larga novela del tiempo y la memoria involuntaria.
Para aquella época en que yo aún era joven, me conseguí una amante que
me concedió mucha felicidades y muchas desdichas, cuando ya estaba
pasando la tormenta, esta bella mujer logró que un admirador
acaudalado le regala los tres tomos completos de la edición de Valdemar,
tesoro inmenso que me trastornó, primero por los celos por aquel
contrincante inesperado, que daba regalos majestuosos, y segundo,
porque esa obra yo la quería para mí. Como el tercer tomo no llegaba a
la universidad, yo estaba leyendo los últimos títulos de la novela en otra
edición de menor calidad. Esa vez cometí una imprudencia con esta
mujer, porque le dije que esos libros deberían de ser para mí, puesto que
ella no los leería y se enojó. Y eso que no le dije, lo que pensaba, que ella
alardeó de Proust por lo que yo le había contado. En fin, en medio de los
conflictos me prestó el tercer tomo. No voy a narrar la tragicomedia de
ese amor acá, valga decir que al final, cuando la relación se terminó, logré

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convencerla de que me vendiera los tres tomos a mí, en varias y cómodas
cuotas.
Yo estaba enfermo de celos cuando leía esta obra. Yo no solamente leí a
Proust, yo lo viví, lo lloré, lo gocé, porque -como saben todos los lectores
de Proust- uno termina identificándose, o más aún, uno termina
convirtiéndose en los yoes o los ellos del narrador. En esta novela uno
descubre el inconsciente de uno mismo sin leer a Freud y sin pasar por
un diván.
Con este librito, yo no aspiro hacer un análisis académico de “A la busca
del tiempo perdido”, no soy crítico literario, ni quiero serlo. Quiero
compartir con mis amigos, algunos de los fragmentos que seleccioné de
su obra y que estremecieron mi vida cuando los descubrí. En la primera
parte, el lector encontrará tres temas que elegí: el amor, la vida y la
escritura; claro está, que no son todos los tópicos que contiene esta
novela «infinita». En la segunda parte, comparto un breve relato sobre
la vida de Proust. Con este pequeño libro quiero celebrar una lectura y
una escritura que se quedó grabada en mi cuerpo y en mi memoria. A
continuación: “Mi Marcel Proust”.

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Amor

«La amaba, lamentaba no haber tenido tiempo ni inspiración para


ofenderla, para hacerle daño, y obligarla así a recordarme. La
encontraba tan bella que habría deseado poder volver sobre mis pasos,
para gritarle encogiéndome de hombros: «¡Qué fea me parece, qué
grotesca es usted, qué asco me da!»

“De todas las maneras de producción del amor, de todos los agentes de
diseminación del mal sagrado, uno de los más eficaces es ese gran soplo
de agitación que a veces pasa sobre nosotros. Entonces la suerte está
echada, el ser que en ese instante nos complace será el que amaremos.
No es ni siquiera necesario que hasta ese momento nos guste más o
incluso lo mismo que otros. Sólo es preciso que nuestra pasión por él se
vuelva exclusiva. Y esa condición se cumple cuand0 –en ese momento
que nos falta – la búsqueda de los placeres que su gracia nos prodigaba
es sustituida bruscamente en nuestro interior por una necesidad ansiosa
que tiene por objeto ese mismo ser, una necesidad absurda, que las leyes
de este mundo vuelven imposible de satisfacer y difícil de curar – la
necesidad insensata y dolorosa de poseerlo”.

“Lo que creemos que son nuestro amor y nuestros celos no es una misma
pasión continua, indivisible. Se componen de una infinidad de amores
sucesivos, de celos diferentes y que son efímeros, pero que su
multiplicidad ininterrumpida dan la impresión de continuidad, la
ilusión de unidad”.

“¡Y pensar que he echado a perder varios años de mi vida, que he querido
morirme, que he sentido mi mayor amor por una mujer que no me
gustaba, que no era mi tipo!”

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“En última instancia, la amaba, y por lo tanto no podía verla sin esa
desazón, sin ese deseo de algo más que nos priva, cuando estamos junto
al ser amado, de la sensación de amar”.

“La sujeción de la mujer calma por un momento los celos del hombre
pero también los vuelves más exigentes. Se termina obligando a la
querida a vivir como esos prisioneros que pasan el día y la noche en
celdas iluminadas para vigilarlos mejor. Y la mayoría de las veces eso
acaba en dramas”.

“Calma no puede haberla en el amor, porque lo que se ha conseguido


nunca es otra cosa que un nuevo punto de partida para desear más”.

“Es nuestra naturaleza la que crea por sí misma nuestros amores, y casi
las mujeres que amamos, incluso sus defectos”.

“Ante los pensamientos y las acciones de una mujer amada estamos tan
desorientados como podían estarlo ante los fenómenos de la naturaleza
los primeros físicos”.

“Cuando amamos, el amor es demasiado grande para poder caber todo


entero en nosotros; irradia hacia la persona amada, encuentra en ella
una superficie que le corta el paso, le obliga a volver hacia su punto de
partida, y este golpe de retroceso de nuestro propio cariño es lo que
llamamos sentimientos del otro y que nos encanta más que la ida, porque
no reconocemos que proviene de nosotros mismos”.

“Los enamorados, considerándolo desde el fondo un estado opuesto y no


habiendo empezado a experimentarlo todavía, no pueden creer en el
poder benéfico del renunciamiento”.

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“Las penas morales más crueles de los enamorados suelen tener por
causa la costumbre física de la mujer con la que viven”.

“Porque, como el deseo, la pena no busca analizarse, sino satisfacerse;


cuando empezamos a querer, pasamos el tiempo no en conocer la
naturaleza del amor, sino en preparar las posibilidades de las citas del
día siguiente”.

“El amor más exclusivo por una persona siempre es el amor a otra cosa”.

“En amor, a menudo, la gratitud, el deseo de complacer, inducen a dar


mucho más de lo que la esperanza y el interés habían prometido”.

“Nuestra memoria y nuestro corazón no son bastante grandes para


poder ser fieles. No tenemos suficiente espacio, en nuestro pensamiento
actual, para poder conservar los muertos al lado de los vivos”.

“Hay una cosa tan ruidosa como el sufrimiento, y es el placer”.

“Incluso en medio de un dolor todavía vivo renace el deseo físico”

“El ser amado es sucesivamente el mal y el remedio que suspende y


agrava el mal”.

“A veces se puede encontrar de nuevo a una persona, pero no abolir el


tiempo”.

“Las palabras de las personas que amamos no conservan mucho tiempo


su pureza; se echan a perder, se pudren”.

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“A menudo en el sufrimiento no se llega suficientemente lejos sólo por
falta de espíritu creativo”.

“La miraba, miraba aquel cuerpo delicioso, aquella cabeza rosa de


Albertine, enarbolando frente a mí el enigma de sus intenciones, la
desconocida decisión que debía hacer la felicidad o la desgracia de mi
tarde. Era todo un estado de ánimo, todo un futuro de vida que había
tomado delante de mí la forma alegórica y fatal de una muchacha”.

“Se puede estar junto a la persona amada y sin embargo no tenerla


consigo”

“Hasta que mis celos no reencarnaron en nuevos seres, tras mi


sufrimientos pasados había disfrutado de un intervalo de calma”.

“El mundo de los posibles siempre ha estado más abierto en mí que el de


la contingencia real. Esto ayuda a conocer el alma, pero uno se deja
engañar por los individuos. Mis celos nacían de imágenes, por un
sufrimiento, no a partir de una probabilidad”.

“Sólo de sufrimiento se alimentaba mi enojoso afecto”.

“La posesión de lo que se ama es una alegría más grande todavía que el
amor”

“Por más habilidad que tenga para disimularlos la persona que los
sienta, los celos son descubiertos enseguida por la que los inspira y que
a su vez los utiliza con astucia”.

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“El deseo, que es lo único que nos hace encontrar interés en la
existencia”.

“La ambición, la gloria me había dejado indiferente. Todavía era más


incapaz de sentir odio. Y sin embargo, amar carnalmente era para mí de
todos modos gozar de un triunfo sobre tantos competidores. Nunca lo
repetiré bastante, era antes que nada un apaciguamiento”.

“El amor es una enfermedad incurable”.

“Sólo se ama lo que no se posee por entero”.

“En amor es más fácil renunciar a un sentimiento que perder una


costumbre”.

“Toda mujer siente que, cuanto mayor es su poder sobre un hombre, el


único modo de irse es huir. Fugitiva porque reina, así es”.

“Los vínculos entre un ser y nosotros no existen más que en nuestro


propio pensamiento”.

“La mentira es esencial a la humanidad. Quizá desempeña un papel tan


grande como la búsqueda del placer, búsqueda que por otra parte la
dirige. Se miente para proteger el propio placer, o el propio honor si la
divulgación del placer es contraria al honor. Se miente durante toda la
vida, incluso, sobre todo, y quizá exclusivamente, a quienes nos aman”.

“Amar es una desgracia como la de los cuentos, contra la que no se puede


hacer nada hasta que no haya cesado el hechizo”.

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Vida

“Ni si quiera desde el punto de vista de las cosas más insignificantes de


la vida somos un todo materialmente constituido, idéntico para todo el
mundo, […] nuestra personalidad social es una creación del
pensamiento de los demás”.

“Para volver soportable la realidad, todos estamos obligados a cultivar


dentro de nosotros algunas pequeñas locuras”.

“Cuando somos desdichados nos volvemos morales”.

“Trabajamos en todo momento por dar su forma a nuestra vida, pero


copiando a pesar nuestro, como un dibujo, los rasgos de la persona que
somos y no la de aquella que nos resultaría agradable ser”.

“Aquella a la que acosamos, de quien sospechamos que está a punto de


traicionarnos, no es otra que la vida misma, y, aunque sintamos que ya
no es la misma, seguimos creyendo en ella, o en todo permanecemos en
la duda hasta el día en que, por fin, nos abandona”.

“Qué sola está cada persona”.

“En la vida de la mayoría de las mujeres, todo, hasta el dolor más grande,
termina en la prueba de un vestido”.

“En un tiempo en que la tierra tiende a pasar a manos de financieros que


no saben vivir, es de capital importancia que los grandes mantengan, con

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palabras que no comprometen a nada, las altas tradiciones de la
hospitalidad señorial”.

“Si entre el olvido y el recuerdo hay transiciones, esas transiciones son


inconscientes”.

“En ese culto de la pena por nuestros muertos, consagramos una


idolatría a lo que amaron”.

“El saber no es nada y vale menos que un comino comparado con la


originalidad”.

“No nos acordamos de nuestros recuerdos de los treinta últimos años:


pero estamos totalmente inmersos en ellos”.

“La realidad es la más hábil de los enemigos”.

“Nunca sabemos lo que se oculta en nuestra alma”.

“La fuerza que da más veces la vuelta alrededor de la tierra en un


segundo no es la electricidad, es el dolor”.

“Se trate de las condiciones sociales o de las previsiones de la prudencia,


lo cierto es que no tenemos ningún poder sobre la vida de otra persona”.

“Solo se cura uno de un sufrimiento a condición de experimentarlo


plenamente”.

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“Ciertos filósofos dicen que el mundo exterior no existe y que es en
nosotros mismos donde desarrollamos nuestra vida. Sea como fuere, el
amor, incluso en sus más humildes inicios, es un ejemplo sorprendente
de lo poco que para nosotros es la realidad”.

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Escritura

Los que producen obras geniales no son quienes viven en el ambiente


más exquisito, quienes tienen la conversación más brillante, la cultura
más amplia, sino aquellos que, dejando bruscamente de vivir para sí
mismos, son capaces de hacer su personalidad semejante a un espejo, de
tal suerte que su vida, por mediocre que pudiera ser mundanamente e
incluso, en cierto sentido, intelectualmente hablando, se refleja en ella,
dado que el genio consiste en el poder reflectante y no en la calidad
intrínseca del espectáculo reflejado”.

“Quizás el problema moral sólo pueda plantearse con toda su fuerza de


ansiedad en las vidas realmente viciosas. Y, a este problema, el artista da
una solución no en el plano de su vida individual, sino en el plano de lo
que para él es su verdadera vida, una solución general, literaria”.

“Así como no es el deseo de volvernos célebres sino el hábito de ser


laboriosos lo que nos permite producir una obra, tampoco es la euforia
del momento presente, sino las sabias reflexiones del pasado las que nos
ayudan a preservar el futuro”.

“¡Si al menos hubiese podido empezar a escribir! Pero cualquiera que


fuesen las condiciones en que abordarse ese proyecto (así, como, ¡ay de
mí!, el de no beber alcohol, acostarme temprano, dormir, estar bien de
salud), aunque me aplicase a él con pasión, con método, con placer,
privándome de un paseo, aplazándolo y reservándomelo como
recompensa, aprovechando una hora de bienestar físico, utilizando la
inacción forzada de un día de enfermedad, el resultado final de mis
esfuerzos era una página en blanco, virgen de toda escritura, ineluctable
como esa carta predestinada que en ciertos juegos acaba uno sacando
fatalmente, por más que previamente se hayan barajado de todas las
formas posibles los naipes. Yo solo era el instrumento de ciertos hábitos
de no trabajar, de no acostarme, de no dormir, que debía realizarse a
toda costa; si no les oponía resistencia, si me contentaba con el pretexto
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que sacaban la primera circunstancia propicia que les ofrecía ese día
para dejarles obrar a su antojo, salía de paso sin demasiado daño,
descansaba de todos modos, unas cuantas horas al final de la noche, leía
un poco, no cometía demasiados excesos, pero si trataba de
contrariarlas, si pretendía meterme en la cama temprano, beber agua
únicamente, trabajar, se irritaban, recurrían a artimañas, me hacían
encontrarme realmente mal, me veía obligado a duplicar las dosis
alcohol, no me metía en la cama en dos días, no conseguía si quiera leer,
y me prometía de nuevo ser más razonable, es decir, menos sensato,
como una víctima que se deja robar por miedo a que, si resiste, lo maten”.

“El amor, aunque eso es decir demasiado, el placer un poco hundido en


la carne ayuda el trabajo literario porque aniquila los demás placeres,
por ejemplo, los placeres de la sociedad, que son los mismos para todo
el mundo. Y aunque ese amor ocasiona desilusiones, por lo menos agita,
también de esa manera, la superficie del alma, que sin eso correría el
peligro de estancarse. Así pues, el deseo no es inútil para el escritor, al
principio porque en primer lugar lo aleja de los demás hombres y de
adaptarse a ellos, y luego porque imprime ciertos impulsos a una
maquina espiritual que, pasada cierta edad, tiende a inmovilizarse. No
se llega a ser feliz, pero se hacen descubrimientos sobre las razones que
impiden serlo y qué, sin esas bruscas rendijas de la decepción, habrían
permanecido invisibles para nosotros”.

“La lectura nos enseña a realzar el valor de la vida, valor que no hemos
sabido apreciar y del que sólo nos damos cuenta de lo grande que era por
el libro”.

“El artista debe escuchar en todo momento su instinto, y esto hace que
el arte sea lo que hay de más real, la escuela más austera de la vida, y el
verdadero Juicio final”.

“No somos en modo alguno libres ante la obra de arte, de que no la


hacemos por voluntad propia, sino que, precisamente a nosotros,
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debemos, a la vez porque es necesaria y porque está oculta, y como
haríamos por una ley de la naturaleza descubrirla”.

“El verdadero arte no tiene que hacer tantas proclamas y se realiza en


medio del silencio”.

“Leyendo se busca salir de sí”.

“El único libro verdadero, un gran escritor no tiene, en el sentido


corriente del término, que inventarlo, puesto que ya existe en cada uno
de nosotros, sino traducirlo. El deber y la tarea de un escritor son los de
un traductor”.

“La verdadera vida, la vida al fin descubierta y esclarecida, la única vida


por lo tanto plenamente vivida, es la literatura”.

“La obra de arte era el único era el único medio de recobrar el Tiempo
perdido”.

“Son nuestros pasiones las que esbozan nuestros libros, y el intervalo de


calma el que los escribe”.

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Proust: ¿neurótico o genio?

Creo que es posible afirmar que las obras de Proust esencialmente —no
únicamente— son el resultado tortuoso de un hombre, que
infatigablemente siempre esperaba, el momento donde encontraría
alguien que lo pudiese amar; la espera fue tan desoladora que para
sobrevivir se dedicó a escribir.

Ghislain de Diesbach, en su magistral biografía, es quien realiza el mejor


retrato psicológico de Proust. Sin dejar de reconocer su genialidad,
Diesbach no escatima señalar los defectos extremos de este eterno niño
mimado que se convertirá en el más grande escritor del siglo XX.

De entrada señala que “Proust ha puesto en sus personajes mucho de sí


mismo, sobre todo en los más ridículos u odiosos, denunciando en ellos
los vicios y defectos que temía poseer y, merced a tal exorcismo,
convirtiendo a algunos de ellos en otras tantas caricaturas de su
personalidad”.

Proust vive en una respetable y culta familia burguesa de la Francia de


principios del siglo XX, su historia familiar es tan normal que sólo toma
importancia para sus biógrafos, en tanto es él, el que rápidamente creará
sus propias tragedias íntimas. “Toda la complejidad de su carácter
provendrá en parte de la añoranza de una infancia demasiado protegida,
de una necesidad casi infantil de cariño y de cuidados, a la par que otra
parte de sí mismo quería liberarse de ello”.

Enfermizo, débil, histérico, inmediatamente se hace distinto a los demás


y se vuelve un chico solitario. “Pugnan en él sentimientos contrapuestos
que sólo la escritura podrá liberar, siquiera sea esa frustración que le
embarga viéndose distinto a los demás”. Y sobre todo muy necesitado de

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encontrar alguien que lo amara. Pero, cuando encontraba el amor,
Proust, a quien le profesaba ese sentimiento anhelado, inmediatamente
le imponía un régimen tiránico. “Ansioso de ser amado, sufriendo por no
serlo nunca lo bastante, a ratos por serlo demasiado, apasionado con
bruscos arranques de rebeldía o de cólera, es un niño caprichoso y
entrañable”.

“Hay en él, tras un aspecto frágil y maneras dulzonas, un impetuoso afán


de amor que es no tanto un deseo físico de uno u otro de sus compañeros
cuanto una sed de ser amado. Es en él un necesidad trágica y pueril,
despótica también, pues si exige la exclusividad de un ser, no acepta que
éste reclame reciprocidad. Hay que amarlo sólo a él, pero él puede amar
a varios, sentimiento que prevalecerá a lo largo de su existencia y que
constituye el primer síntoma de esos obsesivos celos que convertirá en
uno de los temas de su obra”. Además, —agrega Diesbach— “incapaz de
comprender que una necesidad de amar tan abiertamente expuesta
puede producir".

Su juventud transcurre en medio de la soledad, de los libros. Lo único


que quiere hacer es leer y escribir, y sus padres se preocupan porque su
hijo literalmente no sirve para nada. Entra a estudiar política y derecho
sin mucho entusiasmo, tan sólo para tranquilidad de su padre, pero toda
su atención, está centrada en la búsqueda del amor, y sólo la literatura
se vuelve en su eterna compañera. Más adelante acudirá
compulsivamente a cuanta fiesta mundana pudiera hacerse invitar, pero
igual seguirá sintiéndose profundamente sólo.

Nadie sospecha que ese chico enfermizo y bueno para nada, infatigable
observador de las tragedias y de las comedias de las extrañas relaciones,
que se dan entre la vieja aristocracia cada vez más arruinada y la
burguesía que poseía dinero y poco cultura, iba a convertirse en el
escritor que superaría a todos, en tanto que alcanzaría la inmortalidad
con sus letras.

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Pero él, aún no se imagina nada de lo que crearía en el futuro, por el
momento el 10 de junio de 1901 a un amigo le escribió: “¡Hoy cumplo
treinta años y no he hecho nada!” Lo cual era cierto. Diez años después,
a pesar de que había hecho varios artículos para la prensa, había
publicado un libro pequeño, había realizado algunas traducciones, hasta
había proyectado ya los cimientos de su futura obra y aún sentía que
tampoco había hecho nada.

Poco a poco se va prefigurando en su interior la obra que justificará su


existencia. “Cómo sea que el amor y la amistad resultan ser idénticas
fuentes de decepción, tan sólo queda refugio y consuelo en el trabajo,
otra droga a la que recurre Proust para olvidar la vida”. No me atrevo yo,
en este artículo a explicar la génesis de A la busca del tiempo perdido,
esta obra es un universo infinito que se compone de tantos elementos,
que difícilmente se deja enmarcar. Por el momento sólo tengo la
capacidad de gozarla y continúo indicando, sólo brevemente, los
caminos tortuosos que llevaron al complejo carácter de Proust, que
después de tantas decepciones del amor y del mundo, logró finalmente
dedicarse a esta creación.

Diesbach muestra bastantes indicios de que Proust en el año 1908 tiene


ya en su cabeza, la idea clara de que en adelante, su mayor preocupación
será escribir una gran obra, su única obra, a la que le dedicará el resto de
la vida. Catorce años de intenso trabajo literario, que le hará descuidar
dramáticamente hasta su propia salud, dado que su régimen de vida y su
caprichosa existencia, hará que la enfermedad sea otra compañera junto
a su soledad. Años después Proust le escribirá a un amigo: “Cierto que
concedo mucha más importancia a este libro en el que he plasmado lo
mejor de mi pensamiento y de mi propia vida que a cuanto hasta ahora
he hecho, que no es nada”.

Sin embargo saca su tiempo para buscar los placeres del amor, ya no en
la alta sociedad sino en los hombres jóvenes y humildes que trabajan en
oficios varios para la burguesía. En una ocasión Proust escribe a su
asesor en temas financieros, —que dicho sea de paso soportaba con gran
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paciencia a Proust, dada su irracionalidad para manejar el dinero y su
increíble facilidad para derrochar lo que tenía por herencia o por
derechos de autor— una absurda excusa por sus gastos: “Ya te dije que
tenía penas del corazón. Cuando uno no es teósofo y no busca sus amores
en la alta sociedad sino en el pueblo, o más o menos, esas penas del
corazón conllevan por lo común considerables dificultades financieras”.
Efectivamente Proust se caracterizaría por querer comprar con
exagerados y costosos obsequios el afecto de sus camareros y choferes.

Luego Proust le confesará a un amigo: “Ando embarcado en negocios


sentimentales sin salida, sin alegría, continuos generadores de fatigas,
de sufrimientos, de absurdos gastos”.

Al final de sus días, —nos cuenta Diesbach— Proust “no alberga ya


ilusiones sobre el mundo, menos aún sobre el amor, no siendo sino feria
de las vanidades el uno, ilusión egoísta el otro”.

En una ocasión Proust escribe sobre Baudelaire un juicio que se puede


aplicar literalmente a él mismo. Diesbach reseña así el pasaje:
“Baudelaire, cuyo genio reside según [Proust] en su neurosis, ocasión de
ensalzar la superioridad de sublimes neuróticos quienes, a semejanza de
Baudelaire o Dostoievski, «entre sus ataques de epilepsia y otras cosas,
crean obras de las que una estirpe de mil artistas sanos no habrían
podido escribir un solo párrafo»”.

No basta con haber sufrido mucho en el amor, o mucho menos, no basta


con ser un neurótico para tener las condiciones para ser un gran escritor.
Pues, que de ser así, la mayoría de los seres humanos estarían
escribiendo obras sublimes. El mismo Freud admitiría que las
condiciones que posibilitan el surgimiento del genio literario seguirán
siendo desconocidas para el resto de los mortales y su eventual aparición
siempre se daría en casos muy excepcionales.

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Marcel Proust, no tuvo la suerte de encontrar al final de su vida el amor
que tanto anhelaba, y hay que decirlo, en gran medida no lo llegó a
encontrar por su propia culpa. Pero esta necesidad insaciable y nunca
aplacada de querer ser amado, en Proust derivó en la composición de A
la busca del tiempo perdido, la novela más asombrosa e importante del
siglo XX. Basta deleitarse con La prisionera y La fugitiva para comprobar
que del sufrimiento causado por no tener al amor querido puede salir la
más sublime creación estética. Proust encontró su salvación en la
escritura… pero, además de salvarse con su obra, logró la inmortalidad.

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