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Fernando González

Una semblanza

Por Frank David Bedoya Muñoz


24 de abril de 2020

En el marco de los 125 años de Fernando González he mejorado y vuelvo a


compartir el texto que escribí en el año 2011. Este texto surgió de las
conferencias que ofrecí en la Escuela de Formación Popular de la Red Juvenil
de Medellín entre los años 2009 y 2010.

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Cuando encontré una definición de lo que era un filósofo, en la obra Más allá
del bien y del mal de Friedrich Nietzsche, inmediatamente se me vino a la mente
el nombre de Fernando González.

Dice Nietzsche: “Un filósofo: es un hombre que constantemente vive, ve, oye,
sospecha, espera, sueña cosas extraordinarias; alguien al que sus propios
pensamientos golpean como desde fuera, como desde arriba y desde abajo,
constituyendo su especie peculiar de acontecimientos y rayos; acaso él mismo
sea una tormenta que camina grávida de nuevos rayos; un hombre fatal,
rodeado siempre de truenos y gruñidos y aullidos y acontecimientos
inquietantes. Un filósofo: ay, un ser que con frecuencia huye de sí mismo, que
con frecuencia se tiene miedo a sí mismo, pero que es demasiado curioso para
no ‘volver a sí mismo’ una y otra vez...” [1]

Esta es pues la definición exacta para nombrar a nuestro filósofo Fernando


González, parece que hubiera sido escrita para él.

Pero miremos cómo se definió Fernando González así mismo:

“Me definiré: creo ser detective de la filosofía, de la teología y de la virtud. Mi


madre me parió cabezón, pero infiel; Dios me atrae, pero las muchachas no me
dejan. Me explicaré: unas diez veces he creído acercarme a la verdad, y las
muchachas me han hecho caer. Ocho por ciento tengo, pues, de filósofo. El
resto está entregado al mundo y al demonio, pero nunca he dicho una mentira.
Resumiendo, diré que soy un hombre, espíritu que desde la carne y por medio
de los sentidos atisba con fruiciones a la verdad desnuda. Soy, pues,
retratista.”[2]

Retratista de nuestra alma, de nuestra personalidad, de nuestra historia. Sus


obras-retratos siempre le hicieron honor a la verdad, como él mismo decía, a la
verdad desnuda; honor a la autenticidad, a la jovialidad, a la crítica. Su obra fue
siempre vital, sus Pensamientos de un viejo, su Viaje a pie, su Simón Bolívar,
su Maestro de escuela, su Revista Antioquia. Por sólo mencionar algunas de sus
obras. Obras llenas de psicología, de sabiduría, de bufonadas; en ellas siempre
encontraremos la verdad desnuda acompañada de una carcajada. Su sabiduría
parte de su desgarrador conocimiento de sí mismo. De su capacidad para, en
primer lugar, reírse de sí mismo. De tomar distancia y retratar con gran
maestría nuestras muchas tragedias y comedias.

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Nada más exacta que la presentación que hace Ernesto Ochoa Moreno sobre
el filósofo de Otraparte:

“Fue Fernando González un espíritu rebelde y pugnaz, pero al mismo tiempo


hondamente amador de la vida y de la realidad colombiana que fustigó. Logró
forjar un pensamiento filosófico a partir de nuestra idiosincrasia, utilizando un
lenguaje tan propio de nuestro pueblo que le valió ser calificado de mal hablado.
Fue un “maestro de escuela” que escandalizó y al mismo tiempo abrió
derroteros hacia la autenticidad. Lo condenaron por ateo y, no obstante, fue un
místico. Escribió en una prosa limpia e innovadora, pero “para lectores lejanos”.
Se proclamó maestro pero, según sus mismas palabras, no buscaba crear
discípulos, sino solitarios. Su obra es siempre nueva, fresca y conturbadora. Y
su vida fue eso: un viaje de la rebeldía al éxtasis.”[3]

¿Quién fue Fernando González? El filósofo más auténtico y vital que ha tenido
Suramérica. En Colombia, la mayoría de personas aún no conocen sus obras,
pues la enajenación del pensamiento aún permanece. Pero todo aquel que ha
leído alguna obra de Fernando González se ha sentido liberado y si no, por lo
menos, provocado a pensar. Yo me atrevería a decir que la mejor escuela de
jóvenes que podría llegar a tener Colombia sería aquella que incitara a leer la
obra de Fernando González, o mejor dicho, si me fuera encomendada la
educación de un joven, lo retiraría algunos años del colegio, y lo pondría a leer,
en primer lugar, todos los libros de Fernando González.

No pretendo acá, realizar un amplio estudio biográfico, de hecho, tengo que


expresar mi deuda con la obra biográfica: Fernando González: filósofo de la
autenticidad, de Javier Henao Hidrón [4]. Resaltaré algunos episodios vitales
de Fernando González para evocar la travesía apasionada de su existencia, y
en este contexto poder presentar y comentar algunos de sus ideas. Tampoco
pretendo realizar un resumen de cada una de sus obras. La idea es que lo lean
a él. No aspiro pues, elaborar la “interpretación más fiel” de la obra de Fernando
González, sino simplemente compartir y comentar algunos de sus estimulantes
y provocativos pensamientos, y quizá lograr así, el que alguno joven del siglo
XXI, se acerque a su obra, y descubra y comparta también en algún momento,
al pensador más original que ha tenido Suramérica.

Fernando González nace en Envigado el 24 de abril de 1895, hijo de Daniel


González, agricultor y maestro, y Pastora Ochoa. Fue un niño introvertido y
según él mismo, algo huraño. Observemos como describía su infancia: “Yo era
blanco, paliducho, lombriciento, silencioso, solitario. Con frecuencia me

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quedaba por ahí parado en los rincones, suspenso, quieto. Fácilmente me
airaba, y me revocaba en el caño cada vez que peleaba con los de mi casa.”[5]

Desde muy temprano fue un niño contemplativo y reflexivo que no aceptaba


de buenas a primeras las verdades que siempre le querían imponer. Ya es
bastante conocida la anécdota, de que cuando era niño, un día en la sacristía de
la iglesia, alzó el vestido a Pablo de Tarso y vio que su cuerpo era una tabla de
madera, y desde entonces dejó de creer en los santos.

Un día en la escuela, lo castigaron con un encierro, y cuando salió le gritó a las


monjas “¡Hermanas cagonas!” y lo expulsaron.

Luego va a ser expulsado también del colegio San Ignacio de Loyola, cuando
apenas tenía 16 años. Javier Henao Hidrón nos da a conocer la carta que le
enviaron a su papá para anunciarle la expulsión. Esta carta, además de
caracterizarnos la personalidad de tan controvertido joven, es una pieza
magistral para entender cuál era la educación que se le imponía a los
colombianos en ese entonces, y durante mucho tiempo más, observémosla.

“Es el caso que desde el año pasado se dio Fernando con sumo ahínco a la
lectura, primero de obras literarias y luego este año de obras filosóficas
principalmente. Sin duda en lectura de tales libros procedía sin mucha selección
al principio, no advirtiendo el inmenso mal que de semejante proceder podía
seguírsele. Y así ha sucedido, en efecto, como U. habrá tenido que advertirlo;
pues al ojo de avizor de su padre solícito, jamás se ocultan los cambios que en
el hijo van verificándose. Comenzando apenas sus estudios de filosofía y no
bien cimentados aún sus principios religiosos ha leído con verdadera pasión
obras de Voltaire, Víctor Hugo, Kant y sobre todo Nietche (sic), las cuales han
apagado en su entendimiento la luz de la fe y han secado en su corazón todo
temor saludable. No cree absolutamente, afirma él a sus compañeros, en la
divinidad de Jesucristo ni menos en la Iglesia Católica. Imbuido en las ideas de
Nietche (sic), sostiene que hasta ahora los hombres han estado cegados con
falsas preocupaciones, como el infierno, que un genio ha de hacer desaparecer
para sustituirlas con otras nuevas y mejor fundadas. Así, lo dice de continuo, a
sus compañeros; esto ha sostenido su profesor de filosofía, el P. Quirós y en
parte al Rdo. Padre Rector, sin admitir razones de ninguna clase.

Tenía yo la esperanza de que los ejercicios espirituales, que durante tres días
tuvieron los alumnos la penúltima semana, hubieran de aprovecharle y abriera
su corazón a la divina gracia, pero el último día de las confesiones no vino al

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colegio, y menos el día de la comunión. El lunes pasado le dije debía comulgar
el martes, fiesta de la Asunción, conforme al reglamento, y tampoco lo hizo.

Por todos estos motivos tengo la pena de comunicarle que la Junta Directiva
del colegio ha resuelto que Fernando queda excluido del colegio, y en
consecuencia suplico a U. tenga la bondad de enviar por el pupitre y los libros
al colegio.

Al cumplir tan penoso encargo aseguro a U. continuaré pidiendo con toda mi


alma a Dios Nuestro Señor ilumine a Fernando y le dé gracia para volver al
buen camino.”[6]

Era pues Fernando González un asiduo lector de Nietzsche y, sin lugar a dudas,
fue el filósofo alemán, la mayor influencia en su juventud. Javier Henao Hidrón
nos relata: “Cuando apenas había transcurrido cuatro meses de su expulsión
del colegio aparecieron sus primeras publicaciones en la prensa. En efecto, en
el periódico La Organización de Medellín, con el título NOTAS, escribió unos
ensayos breves acerca de temas de meditación filosófica: el escepticismo, la
alegría, la verdad, la perfección, las inteligencias mediocres. Es notoria su
admiración por Nietzsche: «Cada golpe de su martillo va acompañado de una
risa como la que proclamaba Zarathustra.»”[7]

Es en esta época cuando decide escribir su primer libro Pensamientos de un viejo


se va para una finca de un tío en Las Palmas y se encierra a escribir hasta altas
horas de la madrugada. Ya la escritura en él es una actividad obligada que
nunca abandonará. Comienza hacer apuntes en libretas de carnicero, ideas que
luego, se convertirán en los pensamientos de sus libros.

Su personalidad no deja de ser controvertida, su biógrafo nos cuenta: “Merece


destacarse en esta época el peculiar tratamiento dado a su cabellera. Primero,
rapada media cabeza, con el fin de no salir a la calle y verse obligado a estudiar;
después a modo de contrarréplica a su propio gusto, el pelo crecido hasta los
hombros.

Las gentes del contorno, alarmadas por el excéntrico comportamiento del


joven comenzaron a llamarlo «el loco».”[8]

En 1915, cuando tenía veinte años de edad, se une a Los Panidas, un grupo de
jóvenes, irreverentes, intelectuales y bohemios. Se reunían en el café «El
Globo», cerca al Parque de Berrío, para hacer sus tertulias. Publicaron
«Panida», una revista quincenal de literatura, donde escandalizaron a la goda

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villa de la Candelaria. De este grupo que eran trece llegarían a destacarse el
poeta León de Greiff, el caricaturista Ricardo Rendón y Fernando González.

Cuando cumple su mayoría de edad en 1916, publica su primer


libro: Pensamiento de un viejo. Este libro, en verdad no parece escrito por un
muchachito, sino por un sabio anciano, en este libro, aún no aparece el jovial y
eterno bufón, que será en adelante Fernando González. El libro, en contenido
y estilo, es totalmente nietzscheano, pero aun así, con esta inconfundible
característica e influencia, Fernando González, ya da muestra de independencia
y autenticidad.

Aún no aparecía el Fernando González, bufón, vital, desgarrador. Este era su


primer ejercicio de meditación, se alejó a la montaña, se escudriñó a sí mismo
hasta más no poder, y ofreció a sus lectores lejanos, unos pensamientos
preparatorios de una filosofía que llegaría llena de fuerza y vitalidad, pero,
antes de la afirmación de la vida que caracterizará después a toda su obra, tuvo
su lugar la introspección, el escepticismo y la soledad.

En 1916 cuando sale a la imprenta su primer libro Pensamiento de un viejo, ya


está preparando un nuevo escrito, en sus libretas de carnicero,
titulado El payaso interior. Un librito que recientemente publicó EAFIT, en el
año 2005. Se trata más bien de una especie de continuación, de Pensamientos de
un Viejo. Observemos el juicio que de este pequeño librito realizó, Ernesto
Ochoa Moreno: “No tiene EL Payaso interior la redondez de Pensamientos de un
Viejo, pero ahí está, [Fernando González] atormentado y balbuciente,
iluminado por su precoz lucidez, buscador desde entonces de la verdad y la
autenticidad, pugnaz y al mismo tiempo enternecido por su propia
angustia.”[9]

Después de esta experiencia de soledad y escritura, finalmente decidió terminar


su bachillerato, esta vez en la Universidad de Antioquia. Se graduó como
bachiller en filosofía y letras en 1917. Y allí mismo decidió seguir la carrera de
Derecho, Javier Henao Hidrón, nos relata que se destacó en la universidad por
su inteligencia, validó por lo menos la mitad de las asignaturas del pensum
académico; y en tan sólo dos años, obtuvo su título de abogado.

En muy poco tiempo, Fernando González, dejó su melancolía juvenil y ahora


comenzaba a escribir con un carácter fuerte, combativo y decisivo. Quiso
titular su tesis de grado, El derecho a no obedecer. Los directivos de la
universidad se escandalizaron y le exigieron que cambiara el nombre. La
polémica llegó hasta la prensa, Fernando González con la tranquilidad que lo

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caracterizó, de una manera irónica cambió el título y la llamo simplemente Una
tesis.

Este bello libro contiene una profunda reflexión sobre el trabajo y una crítica
incisiva a la Colombia que se quedó formando a seudo letrados, abogados y
teólogos, y descuidó el cultivo de las ciencias, la agricultura, y la construcción
de una verdadera nación.

Ahí estaba pues su tesis de grado. Pero en verdad, en Colombia, después del
pleito del título del libro, poco importó esta tesis.

Por otra parte, a Fernando González, el hecho de ser abogado no lo entusiasmó


mucho, el litigio en él fue esporádico. La abogacía no le apasionaba. Aun así,
fue magistrado en Manizales, Juez civil, y Juez de rentas en Medellín. Sin
embargo, en medio de esta actividad poco estimulante para un pensador tan
agitado, Fernando González, no perdía la jovialidad y la capacidad para
burlarse de sí mismo y del mundo de leguleyos. Henao Hidrón nos relata, por
ejemplo, la siguiente anécdota:

“En una oportunidad en que debía resolver la adjudicación de una herencia en


la cual el difunto había consignado en su testamento que parte de sus bienes se
distribuirían entre las benditas Ánimas del Purgatorio y el Niño Jesús de
Praga, dispuso lo siguiente en la sentencia:

-Las Ánimas del Purgatorio acreditarán su personería jurídica y en cuanto al


Niño Jesús de Praga, su herencia le será entregada tan pronto cumpla la
mayoría de edad… Entretanto, pasen los bienes a los herederos reconocidos en
este proceso.”[10]

Bueno, el abogado también tenía tiempo para el amor, en una finca de una
amigo conoció a Margarita Restrepo Gaviria, quien era hija del presidente
Carlos E Restrepo. El 23 de abril de 1922 se casaron, como expresó Fernando
González, “para filosofar y para siempre.”[11]

Henao Hidrón, relata la siguiente historia, que Doña Margarita evocó en varias
ocasiones:

“Estando comprometidos en matrimonio su padre, Carlosé, se acercó a ella y le


habló de esta manera:

-¿Cómo te atreves a casarte con ese loco?

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A lo cual contesto:

-Papá, a amigas mías, que se han casado con hombres normales, les ha ido mal.
¿No crees que debería ensayar con un loco?

Ante esta respuesta, Carlosé puso fin a la conversación.

-Si realmente lo quieres, doy mi consentimiento.”[12]

Después Fernando González y Carlosé se harían bueno amigos e


intercambiarían una entusiasmada correspondencia.

Fernando y Margarita tendrían cinco hijos: Álvaro, ingeniero químico,


aficionado a la historia y la geografía, Ramiro estudiante de medicina que
falleció muy pronto a causa de una leucemia, Pilar quien se dedicó a estudiar
trabajo social, Fernando abogado y escritor y finalmente Simón, ingeniero,
escritor, posteriormente gobernador de las islas de San Andrés y Providencias,
quien además fue reconocido por muchos como el brujo Simón.

Para esta época donde se acerca el fin de la hegemonía conservadores, ya está


próximo el surgimiento del filósofo de Otraparte, el niño introvertido, el joven
rebelde y escritor, el abogado, el esposo, son matices de un nuevo hombre, un
espíritu libre, que muy pronto, con sus futuras obras, traería a nuestras tierras,
la autenticidad, la muestra del refinamiento del espíritu, en fin, las letras
provocadoras para la liberación de las generaciones posteriores.

Siendo Juez Civil de Circuito, en las vacaciones de diciembre de 1928 y enero


de 1929, se le ocurre realizar un viaje a pie, con su amigo Benjamín, un ex-
seminarista, que era como un hermano suyo. Caminaron las montañas y
planicies de Antioquia, Caldas y el Valle. El recorrido fue: Medellín, El Retiro,
La Ceja, Abejorral, Aguadas, Pácora, Salamina, Aránzazu, Neira, Cali y
Buenaventura.

De esta aventura surgió uno de los libros más estimulantes de Fernando


González, Viaje a pie, ya en esta obra aparece las características constantes de
su escritura, fuerza, claridad, profundidad, honestidad, frescura, jovilidad. En
adelante, Antioquia, Colombia, Suramérica ya contará con un pensador de
conciencia universal. El libro fue editado en París, en 1929, y traducido al
francés en 1930, fue elogiado por un gran número de intelectuales de

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Hispanoamérica y Europa, acá lamentablemente, todavía hoy, este libro es poco
conocido por la mayoría de los colombianos.

Mientras que esta obra fue admirada en el resto del mundo literario y filosófico,
en Colombia, esto fue lo que se publicó:

“El Arzobispo de Medellín: MANUEL JOSÉ CAYZEDO por la gracia de Dios


y de la Santa Sede Arzobispo de Medellín. Asistente al Solio Pontificio
Constituidos por nuestro cargo pastoral en guardián de la fe y de las buenas
costumbres, apremiados por el deber de alejar el peligro de perversión que
traen las malas lecturas y habiendo sido denunciado ante Nos como
gravemente nocivo el libro intitulado “Viaje a pie” cuyo autor es el doctor
Fernando González.

Después de haberlo sometido a examen y haberlo hallado prohibido a iure,


porque ataca los fundamentos de la Religión y la moral con ideas
evolucionistas, hace burla sacrílega de los dogmas de la fe, es blasfemo de
Nuestro Señor Jesucristo y con sarcasmos volterianos se propone ridiculizar
las personas y las cosas santas, trata de asuntos lascivos y está caracterizado
por un sensualismo brutal que respiran todas sus páginas.

Decretamos:

El libro del doctor Fernando González, “Viaje a pie”, está vetado por derecho
natural y eclesiástico, y por tanto su lectura es prohibida bajo pecado mortal.

El presente Decreto será leído en todas las iglesias y capillas de la ciudad


arzobispal y publicado por la prensa para conocimiento de los fieles.

Dado en Medellín, a 30 de diciembre de 1929.”[13]

De esa manera en la Colombia goda de 1929 fue prohibido desde el comienzo,


el filósofo y espíritu libre, que recién aparecía ya escandalizaba a curas,
solteronas, y “hombres de bien”. Pero, que también comenzaba ya a liberar y a
estimular con su escritura, a todos los que se resistían a vivir en ese clerical y
burócrata país.

Cuenta Javier Henao Hidrón que en el año de 1930, Alfonso, el hermano de


Fernando González le sugirió a nuestro filósofo que escribiera una biografía
del libertador. Henao Hidrón relata el episodio así:

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“-¿Por qué no escribes una biografía de Bolívar?

-El Libertador es muy interesante, pero yo no soy historiador.

-Escríbela para el centenario. Con esto ganarás dinero y podrás irte a estudiar
a Europa.

-Yo pienso el asunto y te aviso a Manizales.

El 13 de marzo siguiente, Fernando le escribía:

«Bolívar, el hombre de la hamaca, nacerá en estos días.

Ya me siento preñado, pero no se puede apurar hasta que el espíritu lo desee.


Hay leyes espirituales como fisiológicas: las supremas leyes de la
gestación.»”[14]

Así pues, que en 1930, cien años después de la muerte del Libertador, Fernando
González publicó Mi Simón Bolívar.

Fernando González siempre fue un hombre muy apasionado, y su admiración


por Bolívar también fue en verdad muy pasional. Por eso Mi Simón Bolívar no
era un libro más de Bolívar, era que el filósofo de Otraparte en su libro toma
posesión de Bolívar, de su espíritu.

El libro es muy íntimo. Para los que no están familiarizados con la obra de
Fernando González, se les hace extraño encontrar que la mitad del libro, si
acaso se mencione un par de veces a Bolívar, y todo sea el periplo intelectual y
emocional de Lucas Ochoa. Los lectores que llegan a la mitad irán
descubriendo a Bolívar, cómo éste se mete en el alma de Lucas, en el alma de
Fernando González. Y encontramos un ensayo sobre Bolívar que quizá dice
mucho más que 10 biografías extensas.

Luego en esos primeros años de la década del 30 del siglo pasado, Fernando
González decide salir a dictar conferencias sobre Simón Bolívar por varios
lugares del país. Se llamó así mismo un buhonero del espíritu, es decir, un
“vendedor ambulante del espíritu” [15].

Pero este ambulante del espíritu, quiso ir hasta Venezuela a conocer la tierra
natal del libertador y para escribir un nuevo libro sobre Venezuela y el
controvertido gobernante de esa época Juan Vicente Gómez, el libro se

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titulará Mi compadré, porque Fernando González logró que el general fuera el
padrino de bautizo de su hijo Simón.

Javier Henao Hidrón nos relata este viaje, en términos generales, así:

“Fernando González precedió, pues, así en Caracas como en Maracay, a


observar minuciosamente el escenario en que actuaba su personaje: casa de
gobierno, hacienda, galleras, etc. Al mismo tiempo se documentaba sobre
hechos pretéritos y actuales de la vida política y social de ese país. Todo ese
mundo vivencial lo anotaba en sus libretas, las cuales llegaron a hacerse tan
comunes e imprescindibles, que sus amigos de la Academia Venezolana de
Historia resolvieron bautizarlo «el hombre de las libretas».”[16]

Mi compadre se convirtió en un libro de gran maestría psicológica donde se


describe magistralmente a un pueblo y su gobernante, con ideas de este talante:

“En Suramérica lo más original y representativo es Venezuela. […] En


Venezuela apareció ya el tipo suramericano. Todos son iguales, tienen
egoencia admirable, desfachatez y capacidad dominadora. Biológica e
históricamente Caracas es la capital suramericana. […] Venezuela tiene
capacidad de impertinencia y Suramérica será venezolana o nada. […] Todo
venezolano es dictador. […] El orgullo del venezolano es incalculable. Se cree
único. Tiene aspecto de importancia y de capaz de hacerse matar. Es el porvenir
de Suramérica.”[17]

Hoy estoy convencido de que quien lea Mi compadre estará en mejor


condiciones de entender, qué es lo que pasó con fenómenos como Hugo Chávez
y su Revolución Bolivariana.

Después de haber hecho tan polémica biografía, comenzó a escribir un nuevo


libro, llamado Don Mirócletes: La novela hace una cruel y jovial descripción
sicológica de un abogado alcohólico llamado Mirócletes y su hijo Manuelito
ego de Fernando González. Esta novela no puedo dejar de compararla con
las Memorias del subsuelo de Dostoievski.

Después de esta experiencia venezolana, Fernando González regresó a


Medellín, pero estuvo en su tierra poco tiempo, porque gracias a la
recomendación de su suegro Carlos E, fue nombrado Cónsul General de
Colombia en Italia, bajo el gobierno de Enrique Olaya Herrera. Sin embargo,
nos cuenta Javier Henao Hidrón, que aun así Fernando González no dejó de
burlarse y criticar al presidente de Colombia, ahora por el momento su jefe,

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llamándolo Olayita o Mono Yanqui, porque le estaba entregando el país a los
norteamericanos. [18]

Pero su estadía en Italia no se redujo hacer una temporada como funcionario.


Siguió siendo un viajero, un observador, un escritor. Allí escribió su libro El
hermafrodita dormido, una magistral obra, sobre estética, crítica del arte, y
controvertidas observaciones sobre el fascismo y Mussolini.

El libro fue publicado en 1933 y traducido al francés, al alemán y al inglés, el


nuevo escándalo no esperó, la policía fascista italiana, se introdujo en el
apartamento del cónsul escritor, y dijo haber encontrado libretas con apuntes
subversivas. El gobierno colombiano con el fin de evitar un problema mayor
envío al díscolo cónsul a ejercer sus funciones diplomáticas en Marsella.

Pero nuestro hombre no para de escribir, ese mismo año, a finales de diciembre,
pública una la extraordinaria novela psicológica Don Mirócletes. Y comienza a
escribir otra novela llamada Salomé, dada su cercanía al libro El remordimiento,
un nuevo libro que surgirá también de aquellas vivencias en Francia, vivencias,
que nos cuenta Javier Henao Hidrón se pueden resumir en la siguiente lista:
mar, calles, iglesias, cafés y muchachas, Salomé y El remordimiento nos
darán cuenta de esta vivencias y ¡de qué manera!

Por lo pronto las repercusiones del Hermafrodita dormido seguían, los políticos
colombianos, en especial Eduardo Santos, dueño del periódico El tiempo, que
logró ahora también la destitución del consulado de Marsella.

Una vez más con mujer e hijos, el 27 de junio aborda un buque que lo traerá de
regreso a Colombia, a Envigado.

Así termina el año de 1934. En su mente se estaba gestando Salomé y El


remordimiento. Entre tanto le escribía así a su suegro Carlosé.

“Querido doctor: le contaré que ya casi no somos compatriotas. Ayer escribí


solicitando la nacionalidad venezolana para mí. Tengo una profunda tristeza y
resolví cambiar ese accidente de la nacionalidad. […] Desde hace ocho días
tengo mucha vergüenza del pasaporte colombiano. ¿Cómo puede uno ser
compatriota de Olaya y de los Santos? Claro que me nacionalizaré solo, pues
Margarita y los hijos pueden hacer lo que les dicte la conciencia. Lo que soy
yo, no quiero ser colombiano ni un segundo, pues me parece que tengo un
vestido cagado. […] Mi repugnancia por los colombianos actuales es
invencible. […] Querido doctor Restrepo: por fin, hoy, decidí que no

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quedamos por aquí en un pueblecito costeño […] cerca de la frontera con
Francia para esperar que pasen los meses de junio y julio e irnos con ustedes
para la dulce Colombia, con quien anoche en sueños me reconcilié. ¡Qué
deliciosas las riñas con la patria, con la mujer o con la amante! Se puede insultar
a la patria y calificar groseramente sus pasaportes, únicamente por el placer de
la reconciliación. […] Ya no quiero sino Colombia. Ya mi hígado se alivió y
siento dulzura en mi alma. Así, pues, no deje de decirme en cuál vapor salen
ustedes y de qué puerto y cuándo, para irme con usted. No tenemos diferentes
ideas ni sentimientos; lo que sucede es que yo soy infiel de nacimiento y que
para sentir el amor tengo que odiar a ratos a la amada Patria. Pero ahora, en
este comienzo de verano, tengo ansia de volar para Envigado.”[19]

En tan sólo cuatro años, Fernando González, recorre a Colombia como


conferencista de Bolívar, mejor dicho, como buhonero del espíritu, recorre toda
Venezuela, tras su compadre Juan Vicente Gómez, se hace expulsar de Italia, y
es expulsado también de su consulado en Francia. En tan poco tiempo ha
escrito Mi Simón Bolívar, El Hermafrodita dormido, Mi Compadre y Don
Mirócletes y trae en su mente dos nuevas novelas, sobre el dominio de sí mismo,
las muchachas y la sensualidad.

Al regresar a Colombia siente un gran remordimiento, la causa: la señorita


Tony, la institutriz de sus hijos en Marsella. Ya antes en Marsella había escrito
en sus libretas, sus observaciones psicológicas sobre la tentación, ya fuera la de
una gata llamada Salomé, y un gato llamado Rousseau, o de su propias
tentaciones, provenientes de las bellas jovencitas francesas que lo rodean. Los
apuntes de esas libretas, luego serán editas posteriormente en 1984, en una
novela titulada Salomé, obra que se constituye como una primera parte de El
remordimiento. Pero aún en esas libretas, no aparecía el remordimiento, aquel
que se le intensificará en Envigado recién llegado de Europa. Aquel que lo
llevaría a escribir una de sus mejores novelas psicológicas.

En esa misma época del remordimiento, entre 1934 y 1935, Fernando


González le envió una serie de cartas a su amigo Estanislao Zuleta Ferrer, papá
de aquel chico, Estanislao Zuleta, discípulo de Fernando González, que se
convertiría en uno de los intelectuales más grandes que ha tenido Colombia.
Meses después, el amigo, el Estanislao papá, moriría en el accidente de avión,
del 24 de junio de 1935 donde también moriría Gardel. Tales cartas pues se
convertirían en un nuevo libro.

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Este libro, es en su conjunto, una magnifico análisis de Colombia, sus vicios,
sus costumbres, su oligarquía. Una crítica demoledora, llena de jovialidad,
malicia y lucidez.

La voluntad creadora de Fernando González no se detiene, ahora le presentará


al mundo un ensayo sobre Suramérica, Los Negroides, donde analizará
ampliamente los conceptos antagónicos de vanidad y personalidad. Javier
Henao Hidrón nos presenta esta obra así: “Con perspicacia y poder de síntesis,
en Los Negroides percibió el origen de nuestras costumbres y la razón de ser
del comportamiento individual y colectivo, deformado por influencia foránea y
los complejos, hasta el punto de concluir que en este subcontinente no existen
propiamente seres humanos sino más bien «animales parecidos al
hombre».”[20]

En esta obra se analizan los problemas de nuestra personalidad, lo malo, no es


ser producto de la unión de varias razas, de hecho, esto puede ser un privilegio,
porque en verdad, somos los colombianos, los seres universales por excelencia,
dado que tenemos sangre negra, blanca, india. El problema es que seguimos
simulando lo europeo, lo gringo, Ahí está la vigencia de la palabra de Fernando
González, cuando llamaba la atención sobre lo simuladores que somos. Qué
vergüenza sentiría, hoy nuestro filósofo, al ver los gobernantes de Colombia,
arrastrándose toda vía, hoy y con mayor impudicia a los Estados Unidos.

Entre tanto, la política, también cautiva a nuestro solitario filósofo, pero no las
prácticas tradicionales del bipartidismo oligarca en Colombia, sino la política
de un nuevo izquierdismo.

Javier Henao Hidrón, nos recuerda el siguiente episodio:

“Jamás quiso afiliarse, o simpatizar siquiera, con ningún partido político. Cierta
vez un periodista publicó un supuesto reportaje concedido por Fernando
González, en el cuál éste dizque afirmaba su vinculación al partido liberal.
Reaccionó airado y, de inmediato, remitió al director del periódico una carta
con fecha 1 de enero de 1935, en que dice de modo perentorio:

«¿He dejado de amar a la belleza? ¿Soy, por ventura, un opinante o un


borracho? ¿Qué mal hice, para que se diga que pertenezco a la horda del Mayor
Santander? No, señor Director. No me acuerdo de haber pertenecido nunca, ni
en la inocente primavera, a ningún partido político existente, mucho menos a
esa cosa de aguardiente de caña, infidelidad y rapiña que fue unigénita del
Mayor Santander».

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Tres meses después escribía:

«Nosotros, los maestros nuevos, debemos odiar todo lo pasado; odio eterno a las
generaciones conservadoras y liberales. Nada hay aprovechable en nuestro
pasado. La historia ha sido escrita e impuesta por Santanderes y Arrublas. La
única salvación está en volver al Libertador.»”[21]

Luego, siendo consecuente con sus tesis, de la necesidad de crear un


nacionalismo, que acabará con la vanidad suramericana, buscó amigos para una
aventura política. Con Bernardo Ángel fundaron un efímero periódico llamado
Colombia Nacionalista, y en mayo de 1935 concurrieron a las elecciones, con
lista de candidatos propios al Concejo de Medellín, nuestro filósofo encabezaba
la lista como candidato a la Asamblea Departamental de Antioquia. Pues bien,
tan sólo saco en todo el departamento 19 votos.

En Cartas a Estanislao expresó:

“Obtuve dos votos en Puerto Berrío, uno en Amalfi y dos en Yarumal. Catorce
en Medellín, que son de los candidatos y los familiares. Ninguno en Envigado
y en Itagüí, en cuyos linderos...; pero más grave aún: ¡don Benjamín no quiso
votar!...” [22]

Sin embargo esta derrota no lo desanimó para escribir una serie de artículos
en el Diario Nacional entre abril y junio de 1937, que tituló Nociones de
izquierdismo. Allí encontraremos, además de un análisis de la coyuntura política
de ese entonces, una de las más bellas reflexiones, que se han escrito sobre el
comunismo:

“Conciencia Comunista.

Es cuando el hombre siente que todo el universo es suyo y es uno; vive el


hombre entonces dentro de la ley de causalidad.

No hay oposición entre yo y tú, mío y tuyo.

De suerte que comunismo no es negación de la propiedad sino culminación de


ésta.

Así pues, comunismo, como es obvio, no se impone sino que es perfección a que
se llega mediante disciplinas.

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Es un estado de conciencia que tuvieron Jesucristo, Buda, Sócrates y Nietzsche.

Comunismo no es partido político.

El que pretenda imponer la virtud o la verdad, solo hace males. Ellas se


enseñan, se muestran. El objeto de la escuela es hacer vivir al hombre dentro
de ellas.”[23]

Luego fundará una revista donde sólo escribiría él. Pero la variedad de escritos,
temas, estilos, harán de ésta publicación una de las revistas más sobresalientes
en el país. Se caracteriza esta revista por su análisis crítico de la realidad
nacional, e internacional y por su muchas disertaciones sobre la condición
humana, además van apareciendo lúcidos ensayos filosóficos y sociológicos, y
el arte y la poesía que no podrían faltar.

La Revista Antioquia saldrá a la luz pública 17 veces. En el año 1936 saldrán 8


números, en los años 1937 y 1938 tan sólo aparecerán dos, un número cada
año, en el año 1939 tres números, y finalmente 4 números en el año 1945.

En 1940 cien años después de la muerte de Santander, publica su polémico libro


titulado simplemente Santander [24]. Ahora el escándalo de la oligarquía, es
peor. La polémica es tanta que el gobierno intenta recoger la edición e impedir
su difusión.

Fernando González hace un estudio psicológico bastante incisivo de la figura


de Santander. Analiza su vida desde sus orígenes, hasta la creación de
Colombia. Lamentablemente la biografía quedó incompleta y los últimos años
de Colombia, y la traición y la mayor perfidia de Santander, que se dio entre
1820 y 1840, quedo sin ser documentada, pero así el libro haya quedado por la
mitad, Santander ya estaba develado, destapado.

Fernando González es muy claro y precisó cuál era el fin de este libro: “Como
Santander es un falso héroe nacional, el propósito de este libro es destaparlo.
Colombia, guiada por él y sus hijos, que hoy nos gobiernan, van por torcido y
oscuro camino que conduce a la enajenación de almas y tierra, cielo, mar y
subsuelo. Un instinto poderoso, atracción por la verdad, nos guía en esta obra.
Ella sería antipatriótica si realmente el Mayor Santander fuera representativo
de los colombianos que poblamos este territorio. Pero no lo es, y una voz nos
ordena destaparlo, para que la juventud lo evite.”[25]

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El libro Santander y la Revista Antioquia causaron una increíble indignación de
la goda e hipócrita sociedad colombiana y el maestro cada vez se sentía más
sólo, es en ese contexto que decidí escribir El Maestro de escuela, una obra con
la cual anunciaba su silencio.

Fernando González decide no seguir bregando más con este país y anuncia una
muerte simbólica, que en verdad, realmente significaba que no quería publicar
más libros. En su Maestro de Escuela, incluyó un último ensayo titulado El
idiota, esta era la verdadera despedida de Fernando González.

Fernando González dejará de publicar libros durante 17 años. Ahora


comenzará un nuevo viaje, en la más profunda soledad, dejará de bregar con la
maltrecha y desdichada Colombia, y los sinvergüenzas gobernantes de ese
entonces, ya no tendrán siquiera su atención. Ya el maestro está cansado de
publicar libros, que sólo son malentendidos y vilipendiados. De esta época sólo
conoceremos algunas cartas personales, y algunos pequeños y pocos escritos.

A pesar de que Fernando González se había despedido prácticamente de la vida


pública, intentó una vez más incursionar en la política. Dentro de la misma
orientación nacionalista, resolvió organizar un nuevo movimiento. Junto con
el pintor y muralista Pedro Nel Gómez y Rubén Uribe Arcila fundaron LAIN
La Izquierda Nacional, al grupo se integraron otros jóvenes intelectuales.

En 1941 LAIN obtuvo una primera victoria con 901 votos, donde logran elegir
a Rubén Uribe Arcila como Concejal de Medellín. Luego en 1945 los liberales
se dividirían, unos apoyando a Gabriel Turbay y otros a Jorge Eliecer Gaitán,
en esta nueva división, el nuevo movimiento LAIN se disolvió. Fernando
González, no entrará a militar con ninguno de los dos candidatos, pero si
votará por Gaitán en 1946. [26]

Mientras que LAIN se disolvía, el escritor que ya no quería escribir, publicó


18 ensayos en el Correo de Medellín, que tituló Arengas Políticas. Aunque allí
se refiere a la coyuntura política y electoral de ese momento, como siempre sus
reflexiones, serían vigentes por mucho tiempo más.

Luego en el año 1947, sufre una dolorosa tragedia, Ramiro, su hijo que pronto
se graduaría en la Universidad de Antioquia, murió a causa de una leucemia.
Esta muerte afectaría desgarradoramente a nuestro maestro. Dos años después
moriría también su hermano Alfonso.

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En 1953, Carlos Mario Londoño que estaba trabajando en la Secretaría
General de la Presidencia de la República, se propuso conseguirle a Fernando
González un nuevo trabajo como cónsul.

Javier Henao Hidrón nos cuenta: “Fernando González respondió a Carlos


Mario Londoño que aceptaba irse para el norte de Europa, desde donde podría
entrar en comunicación vivencial con una nueva cultura. […] Oportunidad
excepcional para abandonar su ya prolongado encierro en la Huerta del
Alemán, donde en los últimos doce años pasara tantas noches «cargadas de
silencio», luego de haber tomado la decisión de enterrar al maestro de escuela
que con tanta intensidad había vibrado en su mundo interior.”[27]

En octubre de 1953 viaja a Rotterdam acompañado de doña Margarita, Pilar y


Fernando. Pero en esta ciudad holandesa, el frio fue muy fuerte para este
envigadeño y pronto se enfermó. Luego lo trasladarían en 1954 a Bilbao,
ciudad del país Vasco.

Sigamos con Javier Henao Hidrón: “Un hecho de singular importancia se


presentó en el año siguiente, así hubiera pasado inadvertido no solamente para
los colombianos sino, en su momento, para el mismo protagonista. Sucedió, en
efecto, que dos grandes figuras del mundo literario, el existencialista francés
Jean Paul Sartre y un viejo amigo de Fernando González, el estadounidense
Thornton Wilder, incluyeron su nombre en un selecto grupo de candidatos al
premio Nobel de literatura.

Un colombiano, en 1955, candidato a la más significativa distinción que se


confiere en el mundo de las letras, y postulado por dos ilustres escritores
representativos de Europa y América, resultaba algo inusitado. Tan
sorprendente –sobre todo para sus compatriotas- que cuando la Real Academia
de Ciencia solicitó su opinión a la Academia Colombiana de la Lengua, esta
corporación conceptuó que González carecía de los méritos necesarios para
aspirar al excelso galardón.” [28]

Así pues que la godarria y moralista Academia Colombiana de la Lengua, con


sus insignes miembros conservadores e hipócritas, impidieron que Colombia
en ese año, tuviera su primer Nobel de literatura, e impidieron que nuestro
escritor no tuviera ese merecido reconocimiento. Pero él era un solitario y sabía
cómo era esa condición.

En la mitad del segundo semestre de 1957 regresa a Colombia. “Me di


nuevamente a callejear, caminar por la carretera, sentarme en las barrancas y

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en los cafés de las aceras, para atisbar agonías, entierros y mujeres, que son mi
vocación. Primero son las agonías; segundo, los entierros; tercero, las
muchachas.”[29]

Bueno, además de esto, nuestro escritor en silencio, se dedicará a las vacas, al


campo a la cría de animales, al silencio y a la meditación.

Después de tantos años sin publicar libros, Fernando González, decide volver
hacerlo.

En este punto tengo que confesar, que el aire metafísico de estos últimos libros,
con su reiterada búsqueda de Dios, para alguien tan ateo como yo, se hace un
tanto insoportable. Pero aun así, Fernando González no deja de ser original,
mordaz, provocador, un excelente escritor y un verdadero filósofo
existencialista. Muchos quisiéramos que el maestro de Otraparte, fuera
anticristiano, como Nietzsche, pero no, el viejito persistió en buscar a Dios. Y
eso nunca lo negó. Sobre este tema, el mismo Fernando González le compartió
a su amigo el padre Ripol, una pregunta que le hicieron en un periódico de
Ibagué, y la respuesta que dio.

“[Pregunta] En los círculos intelectuales se comenta con mucha expectativa


que su pensamiento filosófico, en su género, ha cambiado de objetivo,
inclinándose más a lo místico que ha cualquier otro aspecto del humanismo.
¿Es cierto eso?

[Contestación de Fernando González] Por aquí no hay «círculos


intelectuales», sino cursillos y mesas redondas, cuevas de ausencia, llamadas
universidades, y delegaciones a la ONU y a condecorar al mohán de Formosa…
Y no he cambiado de objetivo: desde niño u óvulo atisbo la juventud eterna y
la busco y rebusco en caños, albañales, cuevas, muchachas y viejos. Desde niño
me definí o conocí como el que atisba a Dios desde su letrina: por eso, para
cumplir la misión, nací en mí, una letrina, y nací en Colombia, otra letrina. Yo
no soy converso: me repugnan los convertidos: ¿para dónde se convierte uno?
Uno, un hombre, es cagajón que flota en el océano de la vida.”[30]

Bueno el hombre siguió atisbando a Dios, pero no dejo de ser el filósofo y el


literato que nos dejó en sus dos últimos libros, dos magistrales novelas
psicológicas, sin precedentes en estas tierras: Libro de los viajes o de las presencias
y La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera.

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En septiembre de 1957 regresó a Colombia a vivir en su casa, la huerta del
alemán, pero ahora le cambiará el nombre, en adelante la llamará Otraparte.
En el pórtico de la casa puso un letrero en letras de bronce que decía: “CAVE
CANEM SEU DOMUS DOMINUM.” Que significa: “Cuidado con el perro, o
sea, el dueño de la casa.”

El maestro dedicó sus últimos años a escribir, de vez en cuando lo visitaban


jóvenes intelectuales, entre ellos Gonzalo Arango quien estaba fundado en ese
entonces un movimiento llamada el nadaísmo. Así pasaron sus últimos días,
con sus amigos su familia, pero sobre todo, con su principal y eterna
compañera, la escritura.

A la edad de 68 años, el 16 de febrero de 1964, mientras escribía, Fernando


González sufrió un infarto cardiaco, ¿que escribía minutos antes de morir?
“¿Que soy yo? ¿Yo? Nada, Creatura. Acepte o no acepte soy nadie en
Dios.”[31]

[1] Friedrich Nietzsche, Más allá del bien y del mal, Alianza Editorial, 2000.
[2] Fernando González, Mi compadre, Editorial Bedout, 1934.
[3] https://www.otraparte.org/vida/ochoa-ernesto-5.html
[4] Javier Henao Hidrón, Fernando González: filósofo de la autenticidad, quinta edición ampliada del
autor, 2008.
[5] Ibíd. p. 46.
[6] Ibíd. p. 54.
[7] Ibíd. p. 64.
[8] Ibíd. p. 65.
[9] Fernando González, El payaso interior, Fondo Editorial Universidad EAFIT, 2005.
[10] Javier Henao Hidrón, Fernando González: filósofo de la autenticidad, quinta edición ampliada del
autor, 2008, p.88.
[11] Ibíd., p. 88.
[12] Ibíd., p 89.
[13] https://www.otraparte.org/vida/prohibicion-viaje-a-pie.html
[14] Javier Henao Hidrón, Fernando González: filósofo de la autenticidad, quinta edición ampliada del
autor, 2008, p. 114.
[15] Sara Lina González, Fernando González, Buhonero del espíritu.
[16] Javier Henao Hidrón, Fernando González: filósofo de la autenticidad, quinta edición ampliada del
autor, 2008, p. 118.
[17] Fernando González, Mi compadre, 1934.
[18] Javier Henao Hidrón, Fernando González: filósofo de la autenticidad, quinta edición ampliada del
autor, 2008, p. 132.
[19] Fernando González, Correspondencia.
[20] Javier Henao Hidrón, Fernando González: filósofo de la autenticidad, quinta edición ampliada del
autor, 2008, p. 162.

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[21] Javier Henao Hidrón, Fernando González: filósofo de la autenticidad, quinta edición ampliada del
autor, 2008, p. 206.
[22] Fernando González, Cartas a Estanislao, Universidad Pontificia Bolivariana, 1995.
[23] Fernando González, Nociones de izquierdismo, Editorial Universidad de Antioquia, 2000.
[24] Fernando González, Santander, Universidad Pontificia Bolivariana, 1994.
[25] Ibíd.
[26] Javier Henao Hidrón, Fernando González: filósofo de la autenticidad, quinta edición ampliada del
autor, 2008, p. 209.
[27] Javier Henao Hidrón, Fernando González: filósofo de la autenticidad, quinta edición ampliada del
autor, 2008, p. 249.
[28] Ibíd. p. 251.
[29] Fernando González, Libro de los viajes o de las presencias, Editorial Universidad Pontificia
Bolivariana, 1995.
[30] Fernando González, Las cartas de Ripol, Editorial el labrador, 1989, p. 104.
[31] Javier Henao Hidrón, Fernando González: filósofo de la autenticidad, quinta edición ampliada del
autor, 2008, p. 284.

Imagen de Fernando González: https://www.otraparte.org/vejez/ua-mirada.html

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