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ESPACIO PARA

SER HOMBRES
U na in te rp re ta c ió n de] m ensa je
de la Biblia para n u estro m u nd o

JOSE MGUEZ BONINO

SIERRA NUEVA
Cnráluln:

R o d o lfo C am podónico

P rim era E dición: A gosto 1975

Todos los derechos reservados.


© TIERRA N UEVA S.R.L.
Avda. P. R oque Saénz Peña 628,
(entrepiso) of. 2.
BUENOS A IR ES - R epública A rgentina

D istribuidores exclusivos
para A m érica L atin a y España:

SIGLO XXI A RG E N T IN A ED ITO R ES S.A.


Perú 952
B uenos Aires. A rgentina.

D erechos reservados co n fo rm e a 'a Ley 11.723


Im preso en A rgentina.
Printed in A rgentina.
INDICE

Prefacio

C apítulo I
SOLO UN A T E O PU E D E SER BUEN C R IS T IA N O
¿Por qué h ay ateos?
P a r a ser c re y e n te hay que abandonar los d i o s e s
El D ios que no e s t á s o lo
Poderoso pero no tira n o
T e m a s de R e fle x ió n (co m en tan d o algunas
preguntas)
M al y l i b e r t a d
C reyentes que no creen
E l D i o s c e lo s o
¿Cóm o saber?

C apítulo II
¿E X ISTE EL HOMBRE?
A p o g e o y f in del h o m b r e
Im agen de D i o s
El h o m b re : un p r o y e c t o en c a m i n o
¿Pecado?
L ibertad para recom enzar
T e m a s de R e f l e x i ó n (co m en tan d o algunas
preguntas)
Iglesia y h um anización
H um anidad y p olítica
H om bre y Cosmos
P erfección y m adurez

C apítulo III
¿HAY U N A V IDA A N T E S DE LA M UERTE?
A hora es el m o m e n t o ,
¿Pero hay r e a l m e n t e una v i d a ?
El a m o r no d e j a r á de se r
No se p u e d e h a b l a r en s i n g u l a r del a m o r
T e m a s de R e f l e x ió n (co m en tan d o algunas
preguntas)
L a s i m á g e n e s de la v i d a f u t u r a
Cielo e in f i e r n o
A m o r y conflicto.
C apítulo IV
¿HAY ALGUNA SEG U RID A D ?
Una apuesta . . .
. . . c e r t i f i c a d a p o r u n a v id a
D e s a fío y consuelo
T o d o c o m i e n z a en el p e r d ó n
T e m as de R e f l e x ió n ( c o m e n t a n d o algunas
preguntas)
S e g u r i d a d y riesgo.
"El m i s t e r i o del b i e n "
C o n s u e l o sin d e s a f í o
PREFACIO

E l marco original de estos capítulos fuero n unas


charlas públicas ofrecidas en el salón de una congrega­
ción protestante del gran Buenos Aires. Fueron conce­
bidas como un intento de ofrecer, para la reflexión de
quienes profesan la f e cristiana y quienes no lo hacen,
una interpretación del significado de esa fe. N o se
esperaba dar una "palabra definitiva", sino invitar a la
reflexión y la búsqueda. P or consiguiente, tras una
breve exposición, el auditorio se dividía en grupos para
la discusión y profundización de las cuestiones suscita­
das y luego se volvía a retomar esos temas en común.
La presentación impresa sigue el desarrollo de esas
reuniones. N o he retocado -excepto p o r algunas obvias
correcciones de errores sintácticos o gramaticales p ro ­
pios de una presentación espontánea- el estilo de las
charlas. E l lector sabrá disculpar las imprecisiones o
repeticiones inherentes a la fo rm a oral. P or esa misma
razón, más bien que incorporar los temas de reflexión
en el cuerpo de cada capitulo los he dejado como
surgieron. Se trata, en todos los casos, de las preguntas
v los temas que se originaron en los grupos, y de las
reflexiones que surgieron en la conversación común. Lo
qué presentam os no es, pues, un trabajo individual sino

1
el resultado de un diálogo. Y lo hacemos en la
esperanza que, a su vez, invite al lector a participar del
mismo y a prolongar y profundizar los ternas apenas
esbozados aquí.
Este carácter abierto de la presentación y de los
actos que la originaron no es puramente, formal.
Corresponde, creemos, al tema mismo. Pues hablamos
de Dios, de su propósito y de su acción, del hombre,
de la esperanza y de la fe. Sobre estos temas nadie es
autoridad: no hay eruditos o técnicos. Sólo hay
buscadores. L o único que uno puede hacer, p o r lo
tanto, es compartir con otros el resultado de su
búsqueda e invitarlos a proseguirla juntos. M ás aún,
dada la naturaleza de la f e cristiana, fundada en la
acción gratuita de Dios, el predicador cristiano no
puede presentarse como un poseedor de la verdad sino
sólo como su servidor. Lutero hubo de decir en una
ocasión que el cristiano es como un mendigo que dice
a otro mendigo: "Vamos juntos, y o sé donde nos
darán pan ". No otra cosa es lo que intentamos.
Pero esto significa también algo muy importante
para el lector. Dios, Jesucristo, la f e cristiana, no son
temas que puedan conocerse m erced a una información
adecuada, recibida pasivamente y evaluada objetiva­
mente. P or cierto, es posible estudiar y conocer las
afirmaciones cristianas sin comprometerse con ellas.
Pero tal conocimiento no penetra la realidad a la que
el cristiano se refiere. E l tema de D ios sólo se lo puede
comunicar apasionadamente -como una realidad vital
que da sentido a nuestra vida- y sólo se lo puede
recibir apasionadamente (lo que no significa ciegamente
o sin reflexión), como un llamado y un desafio que
exige respuesta. En este sentido, estas charlas son una
invitación a ese encuentro apasionado, a esa lucha con
Dios, que ninguna charla puede "producir" pero que,
cuando ocurre, compromete toda la vida, no en una
mera observancia religiosa sino en el proyecto de Dios
de crear un mundo y una humanidad entera.

José M íguez B onino


B uenos A ire s ,ju n io de 1975

9
CAPITULO !

SOLO UN A TE O
PUEDE SER B U E N C R IS T IA N O

L a curiosa frase del títu lo no es un m ero recurso


para llam ar la atención. Surgió de un intercam bio
entre un filó so fo ateo, E rnst B loch, que ha consagrado
un p ro fu n d o interés a la in flu en cia del m ensaje b íblico
en la historia de la esperanza y de un teólogo cristiano,
Jurgen M oltm ann, que ha tra ta d o de reivindicar el
-lu g a r centra] de la esperanza en la revelación bíblica.
Fue el prim ero quien dijo: "Sólo un ateo puede ser
buen cristian o ", a lo que el segundo respondió: "pero
sólo un cristiano puede ser b uen ateo". He citado estas
frases porque resum en en m odo adm irable la idea que
quisiera desarrollar en este cap ítu lo .
F recu en tem en te pensam os que lo que m ás im porta
es que una persona crea en D ios, que crea en su
existencia, que tenga fe. El ex presidente n o rteam eri­
cano E isenhow er dijo hace algunos años: "lo más
im portante es que el h om bre tenga fe; no me im porta
en qué, pero que crea". N o hace m ucho un m inistro
argentino rep etía casi literalm en te la m ism a afirm ación.
En realidad, es m oneda corriente. Si re flex io n áram o s
un poco, nos veríam os obligados a reconocer, sin
em bargo, que buena parte de las acciones más bárbaras
llevadas a cabo por el hom bre han sido p ro d u cto de la
Ib, obra de gontc que creía de todo corazón y que
tenía, incluso, la convicción de estar sirviendo a Dios.
Ni la creencia en Dios ni la intensidad de la fe
constituyen una garantía. En realidad, lo que importa
es, precisamente, en qué Dios creemos, cuál es el
contenido de la fe. No deja de ser significativo que los 1
cristianos primitivos fueron acusados de "ateos” y i
juzgados y condenados como tales por rehusarse a ¡
creer en los dioses que regían la vida de la sociedad. ,
i
i
¿Por qué hay ateos? ¡

En este sentido, es cierta la frase de Bloch: “sólo j


un ateo puede ser buen cristiano”. Es decir, sólo quien !
niegue ciertos ‘dioses’ puede tener fe en el verdadero '
Dios. De allí que convenga detenemos por unos j
momentos en la consideración del ateísmo. ¿Por qué es ;
alguien ateo? ¿Qué respuestas nos dan quienes rehúsan j
creer en la existencia de un dios? I
Hay quien nos dice: “yo creo en la ciencia y por j
lo tanto no puedo aceptar la existencia de Dios” . ¿A I
qué se debe que alguien vea la ciencia y Dios como |
cosas que se excluyen mutuamente? La simple respues- ,
ta es que la religión ha presentado frecuentemente a
Dios como sustituto de la ciencia, del conocimiento y
la investigación humanos. No se trata solamente de los
casos de fanatismo religioso en que la gente rechaza la
ciencia —por ejemplo el uso de la medicina— por una
fe supersticiosa en que Dios ha de realizar milagrosa o ;
mágicamente las cosas. Pienso más bien en el intento
de utilizar a Dios como explicación de aquellas cosas
para las cuales no tenemos aún una explicación
científica o racional.
Podríamos mirar esto a través de la historia. El
hombre primitivo carecía de explicaciones para una ¡

12
cantidad de cosas. No sabía porqué se sucedían el día
y\la noche, por ejemplo. Y buscó la explicación en los
dioses. Había un dios del día y la luz y otro de la
noche y las tinieblas. La lucha entre ambos explicaba
la süqesión de noches y días. Bien sabemos cuántas
historias distintas de dioses -m itologías- giran en
tomo a los fenómenos meteorológicos (tormentas,
eclipses, mareas, etc.). Pero un buen día descubrimos
que los movimientos de la tierra y del sol, la fuerza de
la gravedad o la electricidad atmosférica nos permiten
descifrar esos misterios. Y entonces Dios nos sobra. La
historia se ha repetido mil veces. Siempre quedaba
algún hueco donde Dios todavía podía servir de
explicación: la vida, la mente humana, la energía. Pero
la ciencia va ocupando lentamente todos los huecos. Y
Dios es desalojado del universo. Un Dios-explicación,
que sustituye a la ciencia, tiene poco futuro en un
universo que va siendo sometido al conocimiento
humano. Y de allí que parece no quedar otro camino
que hacerse ateo.
En este sentido, hay que ser ateo para poder ser
buen cristiano. Porque la fe cristiana rechaza esta
sustitución. En el magnífico relato poético dé la
creación con el que se abre la Biblia, Dios le da al
hombre el uso y gobierno de la creación. Utilizando
una significativa expresión de la época, Dios le da al
hombre la autoridad de “poner nombre” a las cosas, es
decir, de conocerlas, regirlas, administrarlas, conocer su
secreto y poder utilizarlas para sus propósitos. En otros
términos, Dios encomienda al hombre la actividad
científica y tecnológica. Realizar esa labor no es un
desafío a Dios, no es restarle espacio: es colaborar con
Dios cumpliendo una tarea que éste ha encomendado
al hombre. Por supuesto, hay preguntas que envuelven
toda actividad científica y tecnológica, frente a las
cuales la fe tiene algo que decir: qué función tiene la

13
ciencia, para qué se utiliza la tecnología, al servicio de
qué proyectos o fines se la coloca. Pero de ningurta
manera eso significa que Dios quede ubicado en/los
rincones todavía no explicados del universo. ese
Dios como sustituto del conocimiento humano ta/nbién
los cristianos somos ateos. 1
Otros nos dirán: “yo no creo en Dios porque creo
en el hombre”. Cuanto más importancia demos al
hombre -insistirán— tanto menos lugar le dejamos a
Dios. Se los coloca en dos platillos de la balanza: si
uno asciende, el otro baja, y viceversa. Los religiosos,
se nos dice, sacrifican el hombre a Dios. Para rescatar
el valor del hombre, por consiguiente, hay que sacrifi­
car a Dios. En realidad, bien lo sabemos, las religiones
han sacrificado muchas veces los hombres a Dios,
incluso literalmente- en los sacrificios humanos cruen­
tos. Dios pedía al hombre el sacrificio de seres
humanos como reconocimiento de su poder divino.
Pero no es necesario remontarse a las culturas que
practicaban sacrificios humanos. Cuántas personas pien­
san aún hoy día que para honrar a Dios hay que
despojamos de nuestra humanidad, de aquellas cosas
que hacen la vida humana más rica, más placentera,
más plena, en una palabra, más humana: el amor, la
alegría, la cultura, la comunión y la amistad humanos.
Y entonces, quien valora estas cosas, se ve obligado a
elegir entre el hombre y Dios, y se queda con aquél.
Este punto de vista está a miles de kilómetros de
distancia de lo que la Biblia enseña acerca de Dios. Y
sin embargo, el mismo ha predominado en vastos
sectores del cristianismo y en muchas épocas. Esa fue
una de las grandes batallas que Jesús tuvo que librar en
su época, contra aquellos que hacían de la religión un
fin y del hombre un esclavo. Dios, por ejemplo, había
instituido un día de reposo, para que el hombre
descansara de su labor y pudiera disfrutar de la

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contem plación del m u n d o , de la com unidad de los
suyos, de la alabanza y la co m u n ió n cotí el m ism o
Dios. Pero ese reposo h ab ía sido tra n sfo rm a d o en una
prisión! no se p od ía curar un en fe rm o , no se p odía
cam inar, ni se p od ía hacer el esfu erzo de co rtar una
espiga de trigo y com er el grano. E ra el día de D ios y
por ende un día negado al hom bre. Y Jesús responde
indignado: ustedes han p u esto las cosas patas arriba:
"El día de-reposo fu e h echo a causa del hom b re" y no
al revés. ¡Qué m ejo r m anera puede h aber de h o n rar 8
Dios en ese día que dando salud, alegría, plen itu d a la
vida del hom bre! U stedes los religiosos, dice Jesús
quieren ho n rar a Dios lim itan d o y p o n ien d o barreras a
la vida hum ana. Pero, para la verdadera fe, h o n rar a
Dios significa dar lib ertad , enriq uecer la vida, h o n ra r al
hom bre. Esa es la voluntad de Dios.
F in alm en te, algunos nos dirán: "yo no creo en
D ios porque es un in stru m en to para la ex p lo tació n y el
som etim iento del h o m b re ". N u ev am en te, hem os de
reco nocer que fre c u e n te m e n te ha sido y aún es así El
educador brasileño Paulo F reire relata los diálogos
sostenidos mas de una vez con cam pesinos pobres de
su país. La conversación giraba en to rn o a la situación
del cam pesino: su m iseria, el hecho de no poseer la
tierra que trab ajab a y a m en u d o tam p o co el p ro d u c to
de la m ism a, la im posibilidad de suplir sus necesidades
m ínim as y de progresar. F in alm en te llegaban a la
conclusión de que las cosas eran así p orque siempre lo
habían sido. U no era cam pesino p orque lo había sido
su padre, y su abuelo, y el abuelo de su abuelo U nos
nacen cam pesinos y oíros p ro pietarios: así son las
cosas. Y a la preg u n ta, ¿porqué es así? la respuesta del
cam pesino solía ser: "Así lo hizo D ios". F ijém o n o s lo
que esto quiere decir: si D ios lo hizo así, si Dios lo
quiere así, no hay que cam biar la situación. In te n ta r
cam biarla sería desobedecer la voluntad de D ios El

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argum ento ha sido repetido m as de una vez por
pro p ietario s y religiosos: "Dios ha hecho ricos y
pobres, pro p ietario s y cam pesinos, y no hay que to car
el orden creado po r D ios". Q uien se rebela contra ese
orden, lógicam ente se rebela co n tra el D ios que lo ha
creado y lo m antien e. Si D ios garantiza el estado actaaí
de ías cosas, para cam biarlo hay que rechazar a Dios.
U na vez m ás, una lectura bastante superficial de
las páginas de la Biblia -d e sg ra c ia d a m e n te bien oculta­
das, m uchas veces por la m ism a iglesia- alcanzaría para
dar por tierra con ese D ios. V olverem os m ás tarde
sobre este tem a. Pero es im p o rtan te decirlo desde
ahora con toda claridad: el D ios de la B iblia de
ninguna m anera garantiza la propiedad del ex p lo tad o r
ni ha autorizado la esclavitud del som etido. Por el
co n trario , com o lo dice uno de los p ro fe ta s, quienes
sostienen ese orden de cosas "no conocen a D ios". Por
el co n trario , el go bernante que hace ju s tic ia y protege
el derecho del débil y del p o b re, ese es el que "conoce
a D ios" (Jerem ías 2 2 :1 3 -1 6 ).
C uando alguien dice, pues: "yo no creo en D ios
porque creo en la cien c ia", o "yo no creo en D ios
porque creo en el h o m b re" o "yo no creo en D ios
porque creo en la ju s tic ia " , debo responderle que yo
tam p o co creo en ese Dios. Y que solam ente quien sea
un apasionado ateo de esos dioses puede ser v erdadera­
m ente cristiano. El que adora un dios que sustituye a
la ciencia, o que reb aja ai hom bre o que garantiza
situaciones de in ju sticia, ha d epositado su fe en dioses
falsos. C uanta m as fe ten g a, tan to peor. P o rq u e su fe
está dirigida a algo que no es Dios.

Para ser creyente hay que ab an d o n ar los dioses

¿Cómo es posible que ocurran esas aberraciones?

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¿De dónde provienen estos dioses falsos? La Biblia
repite frecu en tem en te que Sos h om bres nos inventam os
dioses, ios fabricam os. Por supuesto, es claro que
fabricam os 'im ágenes' de dioses. Un p ro fe ta , Isaías, se
burla de quienes tom an un tro zo de m adera y lo tallan
para hacerse una imagen. C on las astillas que quedan
— dice Isaías— hacen fu eg o y se p rep aran un asado. Y
la talla que han hecho con la m ism a m adera la colocan
sobre un pedestal, se inclinan ante ella y le ruegan:
"Dios m ío, sálvam e". R idiculiza así la adoración de
im ágenes. P ero, mas p ro fu n d a m e n te , se denuncia toda
esa m istificació n por la que nos fabricam os ideas de
D ios, conceptos de D ios, a la m edida de nuestras
conveniencias e intereses. In v en tam o s dioses para de­
fen d er nuestros intereses, para ju s tific a r nu estra tran ­
quilidad culpable" fre n te al m al, para ahorrarnos el
esfu erzo de luchar por un m u n d o m ejo r, para ju s tific a r
nuestro egoísm o personal, de fam ilia, de clase o de
nación. Y después los adoram os, cuando en realidad
nos estam os adorando a n o so tro s m ism os. Por ejem p lo ,
Jesús dice que "no se puede adorar a D ios y a
M am m ón" (el dios del dinero o la riqueza). Y Pablo
dice que "la avaricia es id o la tría ", es decir, la adora­
ción de un falso dios.
Es cierto que no siem pre nos dam os cuenta de lo
que estam os haciendo. A veces, porque no le dam os
carácter religioso. D ecim os que no som os religiosos,
que no nos interesa la religión, pero en la realidad
hem os hecho de alguna de estas cosas - la riqueza, el
poder, la co m o d id a d - un dios y lo sacrificam os to d o a
ellas. O, lo que en realidad es p eo r, nos llam am os
cristianos, decim os que adoram os a! v erdadero D ios,
que creem os en Jesucristo , pero en realidad, b ajo esos
nom bres ocultam os nuestros propios intereses egoístas,
de grupo o de clase. H em os m an ten id o el nom bre de
D ios, pero hem os vaciado su contenido. N o hay

17
verdadera fe si no se destruyen estos falsos dioses. Este
es el prim er problem a: para creer en D ios hay qué
descreer de los dioses que nos fabricam os, hay {.{Ib-
com enzar por ser ateos de estos dioses.

El D ios que no está solo

La lucha del verdadero Dios co ntra los dioses


falsos es uno de los tem as constantes de la Biblia. Esto
nos obliga a preguntarnos: ¿qué es el verdadero Dios?
o m ejo r, ¿cómo es? o tal vez más precisam ente:
¿quién es? Un diario de B uenos A ires traía el otro día
un com entario acerca de Dios que term inaba citando
una antigua definición: "Dios es el uno, el que está
solo". En realidad, esta afirm ació n es casi la m ayor
h erejía, la m entira más grande que se pueda decir
acerca de Dios. En térm inos de la fe cristiana com o se
m an ifiesta en la Biblia, com o la enseñó y vivió
Jesucristo, Dios es, p recisam ente, el que nunca está
solo, el que no ha querido estar solo. Dios es el que ha
decidido crear un m undo y relacionarse con él. Mas
aún, el que ha creado al hom bre para hacer con el una
sociedad, para invitarlo a tra b a ja r ju n to s en la tra n sfo r­
m ación y perfecció n de lo creado.
Desde el com ienzo D ios dice al hom bre: "vamos a
h a c e rju n to s este m und o ". El ha puesto los fu n d a m e n ­
tos, ha dado una realidad, un m undo com o un hu erto
para ser labrado, para que fru tifiq u e y se herm osee. Y
ha creado una fam ilia hum ana para que crezca y se
co n stituya en com unidad de tra b a jo y de amor. Y Dios
invita: "Vamos a h a c e rju n to s este m u n d o "; com ienza
a "cultivar el ja rd ín " ., a adm inistrar y gobernar el
m undo, a poner nom bre y .descubrir el secreto de la
vida y hacerla rica y útil. Es m ás, en ese m ism o relato
bíblico, cada vez que el hom bre quiebra esta sociedad

18
-y lo hace c o n s ta n te m e n te - D ios vuelve a p ro p o n erla,
la rehace y le da un nuevo fu tu ro y una nueva tarea.
El D ios verdadero no es "el que está solo". P or el
contrario, es quien invita al h om bre a 'estar con él. Es
un Dios que se ocupa de los dem ás, del m undo y del
hom bre más que de si m ism o. E sto es sum am ente
sugestivo porque hab itu a lm e n te pensam os en un D ios
que está allá, distan te, aguardando que los h om bres
piensen en él, se ocupen de él, tra te n de agradarle o
satisfacerle. El Dios de la B iblia, en cam bio, está
co n stan tem en te ocupado en el m u n d o , en su curso, en
la creación de la vida y en su p le n itu d , en la ju s tic ia y
la verdad entre los hom bres. C uando le habla al
hom bre - c o m o ocurre fre c u e n te m e n te en la B ib lia -
no es para hablar de sí m ism o sino de su p ro p ó sito y
su deseo para el m u n d o , para los hom bres. N o hay en
la Biblia discusiones de la natu raleza o del ser de Dios.
El tem a de la conversación de D ios con el hom bre es el
hom bre m ism o. Q uien no se interesa en éste, no tiene
de qué hablar con Dios. P orque D ios está to talm en te
con cen trad o en su p ro y ecto para el m u n d o , e invita a
los hom bres a pensar en este p ro y e c to , a to m arlo en
serio, a com prom eterse con él para realizarlo. E ste es el
com ienzo de la fe.
El sím bolo central de la fe cristiana, la cruz, es la
afirm ació n má? rotu n d a de esta decisión de D ios-de
estar con los hom bres. Tan en serio ha to m ad o D ios su
com prom iso con el ser h u m an o en la realización de
este p ro y ecto , que no vacila en arriesgarse a p articipar
de la vida hum ana aun en su po b reza y su frag ilid ad ,
incluso hasta la m u erte, para restau rar la sociedad con
el hom bre. El D ios de la Biblia es D ios para los otros y
no para sí m ism o. Es un D ios que su fre, que se ju e g a ,
que corre riesgos en su p ro y ec to de crear un m undo.
C uando m encionam os a Jesucristo estam os h ab lan d o de
esto, de una "apuesta" que D ios hizo a fav o r del

19
h om bre, colocándose a sí m ism o com o garante, Y dio
su vida. C on razón que se sintieron deso rien tad o s y
p erp lejo s los filó so fo s que h ab ían im aginado un dios a
su sem ejanza: una especie de filó so fo universal, ensi­
m ism ado en sus propios p ensam ientos, co ntem plando
desapasionadam ente el m undo. Este Dios cristiano, "de
carne y en la carne" com o decía un pensador español,
este D ios apasionado que se deja golpear e insultar, y
cru cificar, para sellar una voluntad de tra n sfo rm a c ió n
del m u n d o , sólo éste es, en térm inos cristianos, el Dios
verdadero.

P o deroso, pero no tira n o

A lguno dirá, sin em bargo: "Esto de que Dios


quiere estar con los h o m b res, que p articip a en las
contingencias de la histo ria, que corre riesgos, ¿quiere
decir que Dios no es poderoso? ¿que no es sobe­
rano? ". Parecería que un D ios así casi no es realm ente
Dios. Pero hagam os una pausa y p reguntém onos: ¿qué
significa ser soberano? ¿qué es ser poderoso? C om o a
m enudo ocurre, defin im o s los térm inos p or nuestra
cuenta, aparte de com o D ios m ism o los ha d e fin id o , y
luego se los adjudicam os. A sí hem os pensado "pode­
roso" y "soberano" tal y com o nuestro egoísm o e
inhum anidad preten d en serlo. Jesús m ism o tu v o que
corregir un día a sus discípulos sobre este tem a.
U stedes, les dijo, hablan de poder y au toridad. Pero
hablan en los térm ino s de "los poderosos de la tierra"
que se apoderan de aquellos sobre quienes tienen
autoridad y los som eten. Pero para ustedes las cosas no
han de ser así. P o r el co n trario , m iren m i propia
autoridad y poder— me he co m p o rtad o com o un
servidor. "El que quiera ser el m ás im p o rtan te entre
u stedes, hágase servidor de to d o s".

20
A q u í hay una co n cep ció n distinta del poder. Si
querem os hallar térm inos de co m p aració n , pensem os en
el poder creador del artista, que tra b a ja y vuelve a
tra b a ja r la arcilla, que com pone y recom pone y revisa.
No pensem os en el mago cuya varita m ágica toca las
cosas y se hacen solas. D ios es p o deroso com o el
artesano que no se fatig a ni se desalienta, que sigue
tra b a ja n d o con in fin ita paciencia y perseverancia, que
recom ienza cuantas veces sea necesario hasta lograr
crear lo que está deseando, su p ro y ecto . Es poderoso
porque es fie l a su obra, porque no se aburre ni se
fatiga hasta que com pleta su obra. O pensem os en el
buen gobernante: no en el tiran o que avasalla y
dom ina a su pueblo. El b uen gobernante es el que
estim ula a su pueblo, lo guía en la b úsqueda de sus
m etas, le señala el cam ino, lo h abilita para lograr
ju n to s un destino. D ios no es un gobernante que fije
arbitrariam ente el cam ino de su m undo o lo dirija
m ágicam ente desde arriba: es el soberano que guía,
estim ula, acom paña a su pueblo. C reer, en térm in o s
cristianos, significa en trar en sociedad con ese D ios
para tra b a ja r con él. Es firm ar un co n trato por el cual
nos co m prom etem os a p articip ar en su p ro y ecto para
el m undo, a hacer nuestro ese p ro y ecto . Es decisivo,
por lo ta n to , saber qué c o n trato firm am os y con quién.
No es lo m ism o hacerlo con cualquiera de los dioses
que inventam os o con el D ios que la Biblia nos
m uestra, el Dios que nos llam a a crear con él un
m undo en el que valga la pena vivir.

21
T EMA S DE REFLEXION
(comentando algunas preguntas)

Mal y libertad

"Si Dios está tra b a ja n d o en el m u n d o " -c o m e n ta


uno de los oyentes de la c h a rla - "lo hace bastante
m al, porque este m undo no fu n c io n a m uy bien que
digam os". La pregu n ta es antigua. E im portante
M uchos se han esfo rzad o por responderla, tratan d o de
excusar a Dios por las cosas que andan mal. Esta tarea
de disculpar a D ios es necesaria cuando se presenta al
D ios-explicación o al D ios-soberano-arbitrario de los
que hem os hablado. Pero las cosas son distintas cuando
hablam os del Dios que establece su sociedad con los
hom bres.

Pongám oslo prim ero en térm inos de una com para­


ción muy simple y pueril. A lguna vez hem os encom en­
dado a un niño un tra b a jito ; lo hem os visto dándole
vueltas, dejándolo incom pleto o h aciéndolo 'com o la
m ona', y hem os sentido la ten tació n de gritarle: "salí
del m edio y dejá eso que lo voy a hacer y o ". Ya veces
cedem os a la tentación . A u nque sabem os que fru stra ­
mos al niño y dem oram os su aprendizaje. Si la
com paración no les parece dem asiado pueril, p o d ría­
m os decir: Dios nunca le dice al hom bre: 'salí del
m edio que lo voy a hacer y o ', sino que nos invita
constantem ente a recom enzar; nos devuelve la o p o rtu ­
nidad de corregir y rehacer. P orque su p ro p ó sito no es
hacer cosas sino hom bres. Y el hom bre sólo se hace de
esta m anera.
U na fábula literaria cuenta que un ángel recorre la
tierra y queda p ertu rb ad o por los trágicos errores y
sufrim ien to s de los hom bres. V uelto a la presencia de
Dios le pregunta porque no interviene para resolver los

22
problemas: ‘‘¿no hay nada que podamos hacer? Y la
respuesta es: “Les hemos dado el amor y el fuego.
Nada más podemos hacer”. Es decir, Dios nos ha dado
la seguridad de su presencia y de su amor, las fuerzas
para formar una comunidad humana y servirnos
mutuamente por amor. Nos ha dado la posibilidad de
transformar y recrear materialmente el mundo. El
estará con nosotros hasta que el amor y el fuego creen
una nueva humanidad. ¡Pero no nos hará a un lado!
Es un procedimiento sumamente difícil. ¿Pero
otro por el cual hacer una humanidad? Aquí hay
también una vieja cuestión filosófica relacionada con la
creación. Cuando Dios hace el mundo y al hombre no
se trata de una emanación de lo divino; no son ‘un
pedazo de Dios’. Dios crea algo que es ‘otro’ que él,
distinto, autónomo. Es, en cierto modo, una limitación
de si mismo, paralela de alguna manera a la de tener
un hijo. Aparece así una voluntad y una libertad que
no están sometidas a nuestro arbitrio, que sólo pode­
mos guiar en encuentro, diálogo, persuasión. Dios quiso
un hombre que no fuera parte de sí mismo sino un
otro. Y para ello dio espacio al hombre. El mundo es
el espacio dado al hombre para ser él mismo. Dios
responderá a su llamado, participará en sus luchas,
sufrirá con él y se gozará con él. Pero no invadirá su
espacio, no lo transformará en cosa que se maneja.
Este es el centro mismo de la fe cristiana. Jesucristo no
vino a sustituir a los hombres sino a abrir el camino
para que éstos pudieran realizar su tarea humana.
Cuando decimos que Dios es todopoderoso no quere­
mos decir que sustituya al hombre, que impida por
decreto la existencia del mal, sino que se reserva la
libertad de no permitir abortar definitivamente su
propósito, si no que tiene la capacidad y la paciencia
para continuar y llevar a cabo su proyecto —que es
nuestro bien— a través de todas las frustraciones y de

23
TEMAS DE REFLEXION
(comentando algunas p r e g u n ta s )

Mal y libertad

"Si Dios está tra b a ja n d o en el m undo" -c o m e n ta


uno de los oyentes de la c h a rla - "lo hace bastante
m al, porque este m undo no fu n cio n a muy bien que
digam os". La preg u n ta es antigua. E im portante.
M uchos se han esfo rzad o por responderla, tratan d o de
excusar a Dios por las cosas que andan mal. E sta tarea
de disculpar a D ios es necesaria cuando se p resenta al
D ios-explicación o al D ios-soberano-arbitrario de los
que hem os hablado. Pero las cosas son distintas cuando
hablam os del Dios que establece su sociedad con los
hom bres.

Pongám oslo prim ero en térm inos de una com para­


ción muy simple y pueril. A lguna vez hem os encom en­
dado a un niño un tra b a jito ; lo hem os visto dándole
vueltas, dejándolo in com pleto o h aciéndolo 'com o la
m ona', y hem os sentido la ten tació n de gritarle: "salí
del m edio y deja eso que lo voy a hacer yo ". Y a veces
cedem os a la ten tació n . A unque sabem os que fru stra ­
mos al niño y dem oram os su aprendizaje. Si la
com paración no les parece dem asiado p ueril, p o d ría­
m os decir: Dios nunca le dice al hom bre: 'salí del
m edio que lo voy a hacer y o ', sino que nos invita
co n stan tem en te a recom enzar; nos devuelve la o p o rtu ­
nidad de corregir y rehacer. P orque su p ro p ó sito no es
hacer cosas sino hom bres. Y el hom bre sólo se hace de
esta m anera.
U na fábula literaria cuenta que un ángel recorre la
tierra y queda p ertu rb a d o por los trágicos errores y
sufrim ientos de los hom bres. V uelto a la presencia de
Dios le pregunta porque no interviene para resolver los
22
problem as: "¿no hay nada que p o d am o s hacer? Y la
respuesta es: "Les hem os dado el am or y el fuego.
N ada m ás pod em os hacer". Es decir, Dios nos ha dado
la seguridad de su presencia y de su am or, las fu erzas
para fo rm a r una com unidad hu m an a y servirnos
m u tu am en te por amor. N os ha dado la posibilidad de
tra n sfo rm a r y recrear m aterialm en te el m undo. El
estará con nosotros hasta que el am or y el fu eg o creen
una nueva hum anidad. ¡Pero no nos hará a un lado!
E s un p ro ced im ien to sum am ente d ifícil. ¿Pero h a y A
otro por el cual hacer una hum anidad? A q u í hay
tam bién una vieja cuestión filo só fica relacionada con la
creación. C uando Dios hace el m u n d o y al h om bre no
se trata de una em anación de lo divino; no son 'un
pedazo de D ios'. D ios crea algo que es 'o tro ' que él,
d istin to , autónom o. Es, en cierto m o d o , una lim itació n
de si m ism o, paralela de alguna m anera a la de tener
un hijo. A parece así una v oluntad y una libertad que
no están som etidas a n u estro arb itrio , que sólo pode­
m os guiar en en cu en tro , diálogo, persuasión. D ios quiso
un hom bre que no fu e ra p arte de sí m ism o sino un
otro. Y para ello dio espacio al h om bre. El m u n d o es
el espacio dado al hom bre para ser él m ism o. Dios
responderá a su llam ado, p articip ará en sus luchas,
sufrirá con él y se gozará con él. P ero no invadirá su
espacio, no lo tran sfo rm a rá en cosa que se m aneja.
Este es el centro m ism o de la fe cristiana. Jesucristo no
vino a sustituir a los ho m b res sino a abrir el cam ino
para que éstos pudieran realizar su tarea hum ana.
C uando decim os que D ios es to d o p o d e ro so no quere­
m os decir que sustituya al h o m b re, que im pida por
decreto la existencia del m al, sino que se reserva la
libertad de no perm itir ab o rtar d efin itiv am en te su
p ro p ó sito , si no que tiene la capacidad y la paciencia
para co n tin u ar y llevar a cabo su p ro y ecto -q u e es
nuestro b ie n - a través de to d as las fru stra cio n e s y de

23
todos los su frim ien to s de la historia. Un. teólogo
latinoam ericano ha dicho que el Evangelio puede
traducirse en una afirm ació n : "ningún am or se pierde
sobre esta tierra". Esa es la única garantía. P or eso
D ios es todop o d ero so .

C reyentes que no creéis

U na antigua pregunta y p reo cu p ació n de los


cristianos es cóm o en ten d er que haya ateos que se
com prom eten en un verdadero am or al p ró jim o y una
tran sfo rm ació n positiva del m undo. D ebem os volver
sobre este tem a m ás adelante (véase cap. III, pregunta
2). P ero desde ya com encem os a ap u n tar dos líneas
para considerar el problem a. U na es reconocer que no
sabem os quién es realm ente ateo. Es claro que debe­
m os respetar al hom bre y no ad judicarle una creencia
que él concientem en te rechaza. Es una especie de
im perialism o cristiano decir: "Los b u en o s, lo crean o
no, lo quieran o no, son cristianos". P ero al m ism o
tiem p o , precisam ente p orque hay tan tas d efo rm acio n es
de la fe, hay gente que no ha rechazado v erdaderam en­
te a Dios sino las caricaturas que los cristianos tantas
veces hem os p resentado. Su rechazo se arraiga, a veces,
en una verdadera fidelidad al D ios v erd ad ero , aunque
no puedan percibirlo... por culpa nuestra.
Seguram ente es en este sentido que debem os
in terp re tar aquella h istoria de Jesús acerca del padre
que indica a sus dos hijos que vayan a tra b a ja r en su
viña. El m ayor responde: "sí, p ad re", pero no va; el
m enor rehúsa:- "no v o y ", pero va. La enseñanza es
obvia. ¿Cuál de los dos se co m p o rtó com o hijo?
P uesto en térm inos m ás literales, el verdadero hijo es el
que percibe la voluntad del padre, la afirm a alegre­
m en te, y la realiza. Pero en un m undo en que la
24
religión se ha apoderado mas de una vez de la 'im agen
del Padre' y la ha d efo rm a d o , a veces la rebelión activa
y hum ana es más fiel que la obediencia de labios
a fu e ra unida a un verdadero rechazo de la tarea
encom endada.
Pero tam poco se tra ta de exaltar el rechazo y el
ateísm o com o si siempre b ro ta ra n de esta saludable
rebelión contra falsos dioses. P orque tam bién pueden
ser -y m uchas veces lo e s- el rechazo del verdadero
Dios. Porque entrar en sociedad con el Dios verdadero
es arriesgarse en una costosa aventura. Es correr los
riesgos que él corre, hasta la m uerte. Es aceptar el
pro y ecto de no vivir sim plem ente solo, para si, sino
tra n sfo rm a r el m undo por el am or y el fuego. Y ello
envuelve m uchas veces el sacrificio de la propia
com odidad , seguridad, au to estim ació n , status e im agen.
Incluso el recon ocim ien to de las propias falencias y
debilidades y claudicaciones. No es ex traño que nos
repleguem os ante ese reclam o, y tratem o s de salvar 'lo
n u estro '. A veces lo hacem os — los cristianos— desfigu­
rando a D ios para que no ex ija tan to sino que nos
ju s tifiq u e en nuestro egoísm o. A veces lo hacem os
-c o m o a te o s - negando a ese D ios que nos invita.
D ecim os, "no hay D ios" y nos sacamos el problem a de
encim a. P or supuesto, es un engaño. Es com o si me
convenciera de que, al negar que haya alguien ante
quien soy responsable —mi fam ilia, la sociedad, la ley—
realm ente no fu era responsable ante nadie. Muy p ro n to
la realidad me arrancará de esa fan tasía . Hay un
ateísm o del que todos tenem os un poco: excluir a Dios
par?, evitarm e el com prom iso. M atar a Dios para poder
desentenderm e del prójim o. O para no dar a esa
responsabilidad todo su peso y valor. Y luego utiliza­
m os toda clase de argum entos filo só fico s para apunta­
lar nuestro rechazo.

25
El D ios celoso

N o ha faltad o quien se haya escandalizado un


poco de la "intransigencia" de esta p resentación. Si
som os tan críticos de las ideas e im ágenes de D ios que
tiene la gente, ¿no correm os el riesgo de quedam os sin
nada? ¿D espués de to d o , no es cierto que no to d o s los
cristianos aceptan las afirm acio n es acerca de Dios que
hem os hecho? ¿No hay lugar para m uchas ideas acerca
de Dios - u n poco diríam os: 'cadá uno con su Dios'?
M e parece que estas preguntas hacen el centro m ism o
de nuestro tem a de estos capítulos. En n u estro m undo,
llam ado occidental y cristiano, y p articu larm en te en
nuestro co n tin en te y en nuestro país, "todos creem os
en D ios", todos somos cristianos. Y esto no nos im pide
ver la vida y el m undo de m anera diam etralm ente
opuestas. Lo im p o rtan te, me parece, lo decisivo, es
clarificar lo que significa creer en D ios, ser cristiano. El
m ay or problem a que c o n fro n ta m o s no es el de quienes
no creen, o que con fiesan efectiv am en te otra religión
-s o n pocos, ¡y no son los peores! E l mayor problema
es la indefinición y confusión en lo que nosotros
mismos como cristianos creemos. La tarea más urgente
es clarificarnos qué es realm ente la fe cristiana, quién
es el Dios a quien adoram os y en quien p ro fesam o s
creer. Por eso, el p ro b lem a central no es creer o no
creer sino en qué D ios creemos.
En la B iblia, D ios tiene una identidad propia e
intransferible. Es el Dios que ha d efin id o su identidad
y su propósito en la creación, en la liberación del
pueblo de Israel de la esclavitud, en la ley que dio a
su pueblo, en el m ensaje de los p ro fe ta s. Es, fu n ­
dam ental y d e fin itiv a m e n te , el D ios que se ha dado a
conocer en Jesucristo y ha c o n stitu id o una com u­
nidad para dar a conocer su voluntad y pro p ó sito . De
ese D ios se tra ta y no de otra cosa. Casi h a b ría que
26
decir que es lástim a que ten g am o s que M am ado 'd io s',
porque se tra ta de una p alab ra tan general que parece
incluir cualquier cosa a la que podam os asignar un
carácter sobrenatural. Se ensom brece m í el carácter
propio de este Dios. El A n tig u o T estam en to habla de
Jahvé, el D ios que se ha m a n ife sta d o de una d eter­
m inada m anera, porque es así com o es, y no quiere
ser c o n fu n d id o .

C reo que hay una especie de indispensable in tran si­


gencia cristiana a este resp ecto . Si alguien quiere
d epositar su fe o adorar un dios que se sienta en los
cielos com o veedor im parcial y desinteresado de lo que
ocurre sobre la tie rra , b ien puede hacerlo. Si otro
quiere llam ar dios a un prin cip io espiritual im personal
o a una m ente etern a que piensa sus propios pensa­
m ien to s, en p erp etu a c o n tem p lació n de sí m ism o, está
en su derecho. Si otros se re fu g ian en un dios que
ju s tif ic a la esclavitud y la opresión h u m an as, que
aprueba y garantiza un orden in ju sto , o que se ocupa
solam ente de la vida in te rio r o p o ste rio r a la m u e rte,
no podem os im pedírselo. P ero debem os insistir que
esos dioses no son el D ios de Jesucristo, no son el Dios
de la B iblia, no son el D ios cuyo m en saje la Iglesia ha
recibido. E sta especie de lim pieza es fu n d a m e n ta l para
que la religión no sea sim plem ente el m an to que cubre
cualquier clase de idea, de creencia o de con d u cta. La
fe cristiana tiene com o eje el D ios que ha d e fin id o su
identidad. T oda otra cosa es "tom ar su nom bre en
v ano". E ste es el filo co rta n te del m ensaje cristiano.

¿C óm o saber?

E ste es el D ios que la fe cristiana proclam a. ¿Pero


com o saber si es la verdad o si es otro invento
27
hum ano? P o d ríam o s señalar -y lo harem os a ¡o largo
de nu estra con v ersació n - la autenticidad de este Dios
con lo más p ro fu n d o y real que existe en nuestra vida
hum ana: la voluntad de am or y de ju s tic ia . P ero , en
últim o térm ino, no hay garan tía posible. E n realidad,
las cosas m ás p ro fu n d a s y decisivas de la vida no nos
son nunca garantizadas. Las arriesgam os com o una
aventura: la m u jer o el m arido con quien nos unim os,
tener y criar un h ijo , escoger una fo rm a de vida. Solo
las com probam os cuando las hacem os. Sólo se certifi­
can en la práctica. Q uien no se arriesgue, ja m á s sab rala
verdad en los aspectos que hacen hu m an a la vida del

hom bre. A A que ocurre en relación con Dios. Quien


no esté dispuesto a arriesgarse ja m á s "sabrá". La Biblia
nos ofrece un cam ino, nos invita a una sociedad con
este Dios. E! que esté dispuesto a em prender ese
cam ino a com prom eterse en esa sociedad, com probara
la verdad. Este es el problem a de la fe. N unca
tendrem os más fe que la que estem os dispuestos a
poner en práctica en un com prom iso to tal. L a fe no es
algo que se puede guardar en el bolsillo y presentarlo
com o un pase cuando es necesario. Es un com prom iso
total Con este D ios no hay "m atrim o n io de prueba
En realidad, no lo hay nunca. U n m atrim o n io de
prueba sólo com prueba la prueba, no el m atrim onio.
N unca nos podrá decir lo que hubiera sido un
m atrim onio en el que lo hubiéram os arriesgado iodo,
quemado todas las naves. La m edida de la com proba­
ción está dada por el riesgo que hem os querido correr.
Lo que nos hem os reservado sin co m p ro m eter quedara
fu e ra de la verificación. Y Dios no acepta estos tratos.
L a fe es com o la fu erza de un m úsculo; solo a
percibim os cuando la em pleam os. Hay fe solo en la
acción de la fe. El notable artista, m edico y
pionero A lberto Schw eitzer, luego de escribir una

28
desconocido, sin

süi.Lra•
ss‘cíoiiemc’ v nos señala las tareas que uene
i S W N - - A > • •J”' 11“
nh^decen sean gentes sabias o sencillas, él se le
‘¿ b r tr tln T s S , t e conflictos , los sufránien.
í « ño, t e aue han de pasar en su compaña y. como
“ s S to e íS « . aprenderán en su propia expenenca
quién es él”

29
C A P I T U L O II

¿ E XI S T E EL HOMBRE?

¿No es absurda la pregunta? P odem os dudar de la


existencia de D ios; pero ¿hay algo más real que el
hom bre? Y sin em bargo, me parece que cada vez nos
sentim os m ás dudosos e inseguros, en la práctica e
incluso en la te o ría , de la existencia del h o m b re, de la
realidad de la vida hu m an a como vida humana, com o
algo que tiene realidad y significado, com o algo
im portante y que hay que ten er en cuenta. Tom ém os-
nos unos m om entos para tra ta r de en ten d e r este hecho.

Apogeo y fin del hombre

Lo que llam am os el m u n d o m o d ern o , es decir, la


cultura que apareció y se desarrolló p rim eram en te en
E uropa y que luego irradió por todas partes a partir
del fin de la E dad M edia, allá por los siglos X V y X V I,
se caracterizó por un d esbordante entusiasm o por el
ho m b re, por lo hum an o . L uego de siglos en los que la
hum anidad había estado obsesionada por lo sobrena­
tu ral, por lo divino y lo d em o n íaco , absorbida por la
nostalgia del cielo y el te rro r del in fie rn o , ahora todas
las m iradas convergían sobre esta tierra y sobre la vida
hum ana. E ra hora de d ejar de soilar con lo celestial y
de afincarse sobre este m undo. H abía que tra n sfo rm a r
esta tierra en una m orada herm osa para el más noble y
creador de sus habitantes: el ser hum ano. El tem a
propio de la hum anidad -s e in s istía - es el hom bre.
En la ciencia, en el arte, en la filo so fía , la
hum anidad se lanzó a la conquista de sí m ism a y de su
m undo. Y los resultados pro n to se d ejaro n ver. Las
aventuras de los grandes descubrim ientos am pliaron los
horizontes. Las distancias se acortaron. N uevas fu e n te s
de energía dieron al m úsculo hum ano una fu erz a casi
ilim itada y la exploración de las ciencias descubrió los
secretos de la creación. A la vez, el pensam iento
h u m ano analizaba la tram a de nuestras relaciones
sociales y económ icas y perm itía descubrir el fu n cio n a­
m iento del poder, las fo rm as de contro larlo u organi­
zad o . La p o lítica dejó de ser el cam po de poderes
investidos m isteriosam ente sobre algunos seres hum anos
privilegiados para tran sfo rm arse en algo poten cialm en te
abierto a todos los h om bres, racionalm ente com pren­
sible. El fu tu ro hum ano iba siendo librado del m ero
azar, de las contingencias 'n atu ra le s', para som eterse al
planeam iento. L a im agen de un hom bre firm em ente
plantad o sobre este m u n d o , seguro de sí m ism o, señor
de las cosas: ese fue el resultado de ese gran m ovim ien­
to que tran sfirió el interés hum ano de los cielos a la
tierra, de Dios al hom bre.
N o se debe ver en estas palabras la nostalgia de un
religioso por una época y un m undo que vivía de Dios
y del cielo. Porque si lo que decíam os en el capítulo
anterior acerca de Dios es cierto, entonces este cambio
responde, precisam en te, al p ro pósito divino. Dios no le
dijo al hom bre al crearlo: "Mira el cielo y piensa en
m í" sino "Llena la tierra y gobiérnala". D ios le fija al
h om bre el m undo y la hum anidad com o el ám bito
prim ordial de su interés y de su tarea. C om o cristianos,
por lo tan to , no podem os sino particip ar de la alegría

31
y del entusiasm o de este m u n d o m oderno que tom a
con energía la vocación terrenal. N adie que haya
escuchado con atención el m ensaje b íb lico puede soñar
con un reto rn o al em beleso del más allá, a la obsesión
con lo divino o lo dem o n íaco , a la renuncia a
co m p ren d er, dom inar y tra n sfo rm a r el m undo. R en un ­
ciar a la vocación terrenal es renunciar a la vocación
divina.
N o es, por lo ta n to , con satisfacció n , sino con
p ro fu n d a decepción y dolor que co m p ro b am o s la
progresiva desvalorización del hom bre en nuestra
época. Las m anifestacio n es de ese d eterioro adquieren
caracteres dram áticos. ¿Qué decir cuando una gran
potencia com o EEU U , siguiendo una p o lítica en tera­
m ente coherente y deliberada, no vacila en la destruc­
ción de un pueblo y la aniquilación de la vida anim al y
vegetal en vastas zonas, com o ocurrió en V ietnam ? ¿Y
qué pensar de la degradación que esa acción in tro d u ce
en los m ism os que la realizan -c o m o los testim o n io s
de la guerra de V ietnam lo han m o strad o tan clara­
m ente? ¿Qué valor se asigna al h om bre en sem ejantes
acciones?
¿O cóm o ju z g a r el p rogram a de in d u strialización
galopante para el cual, en la década del v ein te, el
gobierno de la U nión Soviética liquidó a m illones de
cam pesinos? ¿O las masivas m aniobras represivas que,
en uno y otro cam po, no vacilan en recluir, to rtu ra r o
asesinar m iles de inocentes con la excusa de que es la
única m anera de id en tific ar a algunos p resuntos culpa­
bles?
P ero no es necesario hablar de hechos tan espec­
taculares y dram áticos (aunque de ninguna m anera
ex trao rd in ario s, ya que son la experiencia com ún de
m uchísim os pueblos). Basta p reg u n tarn o s qué valor se
asigna al hom bre en n u estro sistem a de vida dom inado
'•ada vez m as por consideraciones tecnológicas y econó-
32
micas. ¿Se pregunta acaso, al lanzar un nuevo pro du cto
al m ercad o, si verdaderam ente responde a una nece­
sidad hum ana, si favorecerá a quienes más necesitan o
si derrochará m ateriales o elem entos que podrían
aprovecharse m ejor para un m ayor núm ero? ¿O se
piensa sim plem ente en la ganancia que pueda redituar?
¿Es el hom bre considerado en nuestra sociedad en
térm inos de sus poten cialid ad es creadoras, o más bien
sólo com o un p ro d u cto r o consum idor?
Parecería que, ya sea por el cam ino del individua­
lism o burgués capitalista o por el buro cratism o estatal
co m unista, el hom bre llega a ser una m áquina progra­
m ada, m anipulada, despersonalizada hasta el punto que
incluso sus m om en tos libres, su distracción o recrea­
ción le son dictados por una estru ctu ra de la que
difícilm en te pueda escapar -a u n q u e m uchas veces ni
tenga conciencia de ella. ¿Existe realm ente el hom bre
para la organización social, p o lítica, económ ica de
nuestra época?
Ni siquiera la religión escapa de este afán m anipu­
lador. El hom bre llega a ser considerado una especie de
"consum idor de p ro d u cto s religiosos" (la "paz de
e sp íritu ", la "salvación", "la vida eterna" vienen a ser
anunciados y p rom o cio n ad o s com o otros tan to s pro­
ductos en una sociedad de consum o). N os da la
im presión, en m uchos casos, que las iglesias están mas
interesadas en lograr un consum o masivo de sus
p ro d u cto s que en alcanzar los niveles más p ro fu n d o s de
necesidad y de posibilidad de los ho m b res y los grupos
hum anos a quienes se dirigen. A veces no parecem os
tan preocupados por que el hom bre se encuentre a si
m ism o en la fe, la esperanza y el am or del Evangelio y
llegue a ser lo que debe y puede ser en D ios, com o en
que acepte la religión com o un p ro d u cto 'sta n d a rd ',
com o una especie de baño espiritual, casi com o un
cepillado de dientes o unas gárgaras antes de irse a

33
dorm ir. ¿Existe realm ente el hom bre en m uchas de las
estereotipadas e im personales actividades religiosas que
p laneam os, o existe sim plem ente una organización y un
p ro d u cto cuyo éxito querem os asegurar?
Es significativo pensar que la era que com enzó con
la exaltación de! hom bre parece cerrarse con su
aniquilación. La pin tu ra del R en acim ien to , por ejem ­
plo, deja ver ese nuevo descu b rim ien to de la figura
hum ana. ¡Con qué cuidado y pasión descubre y trata
L eo n ard o , entre otros, cada detalle de esa m aravillosa
arm onía de fo rm a y m ovim iento que se le revela en el
cuerpo del hom bre y la m ujer! En n u estro s días, en
cam bio, los hom bres de Picasso son figuras divididas en
tro zo s, im posibles de arm onizar y de integrar. El p in to r
resulta aquí testigo - im placable e in so b o rn a b le - de la
destrucción del hom bre. La im agen del h om bre se
esfu m a y parece desaparecer del ho rizo n te de nuestra
hum anidad.

Im agen de Dios

C uando la Biblia relata -e n form a poética y


figurativa, por cierto— la creación del m u n d o , se
detiene atentam ente en el hom bre. A quí la creación
alcanza su culm inación y su centro. A q u í se deja ver !a
intención total del cread o r y la dinám ica de su
p royecto. De cada elem ento de la creación se dice que
"era b u en o ". Pero cuando D ios com pleta su obra y
coloca al ser hum ano en m edio de la creación y le
encom ienda su tarea y le co n fiere su dignidad, se dice
que "todo era ex trao rd in ariam en te b u en o ". D ios está
co n ten to con lo que ha hecho. Y particu larm en te está
co n ten to con el hom bre. Esta es la afirm a ció n más
im portante y central que nos corresponde hacer com o
cristianos. H abrá que h ab lar luego del m al, de la

34
desobediencia, de la co rrupción. Pero nunca h abrá que
olvidar que, para D ios, el hom bre es m otivo de
satisfacción y gozo.
Lo prim ero que se dice del ser h um ano es que fue
hecho "a im agen y sem ejanza de D io s", en la figura y
en la p roporción del Creador. A unque el significado de
estas palabras ha sido muy discu tid o , resulta cada vez
más claro que se señala con ellas tres dim ensiones de la
vida hum ana. La prim era es la relación única del ser
hum ano con Dios. Sólo a él se dirije Dios directam ente
y espera su respuesta. C on el hom bre ha entrado una
cosa nueva -u n ser que desde ya quedará asociado con
el creador en la preservación y tra n sfo rm ac ió n del
m undo. D ios, com o d ecíam os, ha hecho espacio para
un ser libre y responsable, para otro que puede
"escuchar" y "resp o n d e r", que tiene el don de la
"p alab ra", una palabra a la cual tam b ién se le asigna
un poder real y de creación. El "dará nom bre a todas
las bestias de la tierra ". Y D ios m ism o respetará esa
palabra y llam ará a las bestias de la tierra con los
nom bres que el hom bre le ha dado.
E stam os aquí ya con otro de los elem entos de esa
im agen: el hom bre es 'señor' de lo creado, no con la
autoridad arbitraria y despótica de un tiran o sino con
el poder creador y responsable del que puede y debe
llevar esa creación a su plenitud y fru ició n . Pero es un
poder verdadero: el tra b ajo del hom bre no es una
simple necesidad; es el m edio por el cual "som ete" el
m undo y "se sirve" de él y al hacerlo Se da un sentido
y una unidad. El m undo de Dios es el m undo del
hom bre. Y este m undo del hom bre es el m undo de
Dios.
Pero esta doble relación del hom bre con D ios y
con el m undo en cu en tra su conten id o y significado en
un tercer rasgo: Dios no crea ni quiere un ser hum ano
aislado y solo, sino una com unidad hum ana de com pa­
35
ñerism o, com plem entació n y amor. P or eso, nos dicen
los relatos, creó "varón y m u je r". Y esta relación
supera un pro pósito sim plem ente biológico: se tra ta de
"una sola carne", una unidad to tal — no hay vida
v erdaderam ente humana en el individuo aislado sino en
la relación de m u tua entrega, responsabilidad, cuidado,
de la cual la pareja h u m an a es m odelo y célula inicial,
pero que se extiende a to d a relación y e stru ctu ra
social. Sea en lo eco n ó m ico , en lo p o lític o , en lo
com unal, el hom bre no es hom bre "en sí m ism o" sino
en la relación con otros, es decir: somos h om bres en y
por el amor. L a unidad h u m an a no es el individuo en
si sino la com unidad h um ana. Pero la com unidad no es
un m ero agregado im personal sino la relación responsa­
ble y creadora del amor. Y esto no es accidente,
porque "Dios es am or" y por eso creó el m undo y
para eso creo al hom bre.

El hom bre: un pro y ecto en cam ino

H om bre y m undo son térm in o s relacionados, co­


rrelativos, inseparables y com plem entarios. Dios no
hizo un m undo com o un m ecanism o term in ad o e
in m o d ifícab le, com o una especie de "juguete m an u fa c­
tu rad o " para que el hom bre se divirtiera con él, sino
com o un hu erto a cultivar, con las posibilidades de
fru c tific a r, de poblarse de vida, de crecer y de
perfeccionarse. A l decir que el m undo era "bueno" no
se significa que está estáticam en te concluido sino que
"sirve para su p ro p ó sito " , que es dinám icam ente rico e
invitante, que tiene in fin itas posibilidades, cuyo desa­
rrollo ha sido co n fiad o al hom bre.
Pero no es una calle de una sola m ano: tam bién el
hom bre es un proyecto en m archa. Al cultivar el
m u n d o , se enriquece en su propia vida; al tra n sfo rm a r
36
la creación, se tra n sfo rm a a sí m ism o. T am bién el
hom bre "está bien h e ch o ", no com o una estatu a o una
m áquina sino com o una posibilidad de crecim ien to , de
m aduración. Y eso ocurre en el tra b a jo por eí cual
ortiva la creación y en la relación co m unitaria por la
cual se abreo nuevas posibilidades al ejercicio del am or
solidario, A m edida que dom ina la natu raleza, se abren
ai ser hum ano nuevas posibilidades para vivir su
com unidad. El descubrim iento del fu e g o , por ejem plo,
le depara progresivam ente nuevas fo rm as de vida:
superar el fr ío , abrir un círculo de luz y p ro tecció n en
la noche, fo rja r nuevas armas y utensilios. Y a la vez
nuevas posibilidades de sociabilidad y cultura: reunir
en to rn o a él una fam ilia, narrar y volver a narrar ías
historias de su origen, las hazañas de un pasado en ei
que en cuentra raíces e identidad. Hay una nueva
energía que custodiar y adm inistrar. Y se descubre
tam b ién nuevas fo rm as de destrucción, de irresponsabi­
lidad de crueldad para con el m undo -in c e n d ia r un
b osque, destruir la v id a - y con el prójim o . La
hum anidad no se construye sólo con el am or m solo
con el fuego. Se construye con el am or y el fuego
ju n ta m e n te .
El estallido de creatividad que acom paña la inaugu­
ración del m undo m oderno ha m u ltip licad o en muy
corto tiem po todas estas posibilidades. N u estro s ante­
pasados apenas p o d ían ocuparse de alguien excepto de
las personas que ten ían más cerca -la fam ilia, el
vecindario, la com unidad inm ediata. Los dem ás estaban
fu e ra de su conocim ien to y de su alcance. Pero ahora
to d o el m undo está a n uestro lado: cuando com pra­
m os o vendem os, nos tra n sp o rta m o s o escribim os,
ponem os en fu n c io n a m ie n to una serie de engranajes
que afectan a cientos de m illones de personas: obreros
de Japón o In donesia, consorcios financieros europeos
o norteam erican o s, je f e s y subditos de países árabes. Y

37
a su vez, en reacción en cadena, oíros cientos de
m illones que dependen de éstos. Y esto no ocurre
m isterio sam en te, sino que, m ed ian te el cono cim ien to
de m ecanism os económ icos y p o lítico s, podem os to m ar
conciencia del resultado p ro b ab le de nuestras acciones.
Y así, to d o ese m undo en tra en el ám bito de nuestra
responsabilidad. C uando los ex p lo tad o s braceros m eji­
canos que cosechan la uva en C alifornia iniciaron su
lucha, el pueblo n o rteam erican o se vio fre n te a una
nueva decisión. Cada kilo de uva que * com p rab an o
rechazaban era un acto de solidaridad con los ex p lo ta­
dos o con sus patrones. Un m asivo repudio a esa
ex p lo tació n red u jo en un 40% las ventas en los
EEU U A. El b o y c o tt h ab ía resu ltad o efectivo. P ero los
viñateros com enzaron a in u n d ar el m ercado europeo
con los excedentes. Y ahora es el co m p rad o r europeo
quien tiene que incluir en su círcu lo de responsabilidad
a esos desconocidos peones m ejican o s que libran su
lucha a diez mil kilóm etro s de distancia.
Ser hom bre es cada vez una posibilidad m ás rica y
m ás com pleja: ya no es cultivar mi parcela, cuidar de
¡ni m u je r y educar a m is h ijo s, ser buen vecino. A hora
debo asum ir responsabilidad por el m undo -sab er
cóm o se utilizan los recursos, conocer las distintas
posibilidad es de organización y p la n e a m ie n to - y p arti­
cipar en las form as de organización p o lítica y econó­
m ica en las cuales mis vecinos, mi fam ilia, mi com uni­
dad y oirás m uchas p o d rán hum anizarse o se verán
p e rju d icad o s o destru id o s. El. ser h om bre gana en
posibilidades, el concep to de h u m anidad se enriquece
cada vez que descubrim os nuevas áreas de realización.
Eso es lo que D ios quiso en su creación: un ser que
podía ir am pliando el cam po de ejercicio de su
creatividad y de su am or hasta que abarcara el m undo
entero y quien sabe si un día tam b ién los co n fin e s d$^
universo. ¿Por qué ten er m iedo de ello, si ese es el
cam po que D ios ha ab ierto para que el h om bre llegue a
ser plenam ente hom bre?

¿Pecado?

N u estra visión de la vida hum ana sería distorsio­


nada y m entirosa si nos quedáram os en un rosado
optim ism o. P orque lo que efectiv am en te ocurre es que,
cada vez que aparece una nueva posibilidad de h u m an i­
zarse, de poner eS fu e g o al servicio del am or, surge
tam b ién una posibilidad de d eshum anizarse, de am pliar
el p oder de la d estru cció n y de la separación. Todo
ám bito de responsabilid ad es p o ten cialm en te un ám bito
de irresponsabilidad. Y la tragedia de la h u m anidad es
que todas estas form as de destrucción, de irresponsabi­
lidad, de deshum anización se realizan igualm ente. E sto
es lo que llam am os pecado.
P ecado es deshum anizar -c e r r a r al ejercicio del
a m o r- una responsabilidad que D ios nos abre en el
m undo. Es significativo que cuando Jesús entra en
co n flic to con distinto s grupos de personas a su alre­
dedor, la causa es siem pre el que alguno o algunos se
apropien irresponsable y eg oístam ente de relaciones o
posibilidades hum anas que han sido dadas para ser
com partidas en amor. T om em os tres casos típicos.
Jesús se ve envuelto varias veces en la discusión de los
pecados relacionados al sexo: ¿es legítim o divorciarse
de su m ujer? ¿qué" hacer con una m u je r sorprendida
en adulterio? ¿cóm o p erm itir que una m u je r pecadora
se aproxim e a Jesús? E n todos los casos, Jesús es
eno rm em ente com pasivo con la m u je r y sum am ente
duro con el hom bre: no hay ninguna m u je r pecadora
que se aproxim e a él y no sea p erdonada. P ero cuando
alguien le pregunta acerca del hom bre que -s e g ú n la
costum bre v ig e n te - p o d ía despedir sum ariam ente a su

39
m u je r, responde con enorm e rigor: el hom bre que m ira
a una m u je r con lascivia ya ha com etido adulterio.
¿Por qué? P orque en la situación concreta de su
sociedad y de su tiem po (¿y no lo es tam b ién en
buena m edida en el nuestro? ) era el hom bre quien se
aprop iaba, para su propia satisfacció n egoísta e irres­
ponsable de una relación que D ios h ab ía creado para el
ejercicio generoso y responsable del amor. Eso es el
pecado. Pecado contra D ios porque su p ro p ó sito de
hu m an izació n por el am or es p ro stitu id o .
Jesús libra un áspero co m bate con los dirigentes
religiosos de su pueblo acerca de las leyes religiosas
vigentes. D ios había in stitu id o y ordenado el día de
reposo, las oraciones o las observancias religiosas, para
dar al hom bre la libertad de dirigirse a él, de ten er un
ám bito de libertad en su presencia, de saberse escucha­
do y aceptado a pesar de sus debilidades, de saber
restituida su relación con Dios. Esas observancias
religiosas deb ían ser un testim o n io constante del am or
divino, el sello de que D ios no renegaba de su sociedad
con el h o m b re, un llam ado a ser responsable por el
prójim o. P ero esos dirigentes religiosos las hab ían
tra n sfo rm a d o en un in stru m en to de dom inio sobre el
p ueblo, un m edio de som eterlos por el tem o r, esgri­
m iendo la ley com o un arm a para subyugar la
conciencia del pueblo, para ju s tific a rse a sí m ism os y
hacer sentir su superioridad sobre quienes, abrum ados
de obligaciones y carentes de recursos, no p o d ían
cum plir to d as esas leyes.
F in alm en te, Jesús se m u estra duro fre n te a los
ricos. N o es un asceta: le com place com er y b eber,
p articip ar de una fiesta y c o m p artir un ban q u ete. No
quiere que el hom bre se prive de d isfru ta r de to d o lo
que D ios ha creado. P ero , m ien tras el rico d isfru ta de
su b an q u ete , el pobre L ázaro tiene que contentarse con
las m igajas que caen d eb ajo de la mesa. Y aquí está el
40
pecado; Dios ten d ió la m esa de! inundo para todos sus
hijos. La ap ropiación egoísta de esa mesa por algunos
es la negación del pro p ó sito de Dios.
El pecado no es ta n to una a fre n ta a D ios en sí; es
una a fren ta a D ios en e! h o m b re, es apropiar irrespon­
sablem ente - f r e n t e a otros seres hu m an o s, fre n te a
generaciones f u tu r a s - una posibilidad que D ios ha
abierto para que el hom bre sea m ás h o m b re, m is
responsable y gozoso en amor. En el fo n d o , sabemos
esto muy bien. C uando la hum anidad busca sím bolos
de lo que es verdaderam ente h u m an o , m odelos de io
que debem os alcanzar com o h o m b res, nos vamos
dando cuenta cada vez más que la disposición de
entregarse a otros por am or es la cualidad hum ana
esencial. Los sím bolos pueden ser muy distintos: entre
los jó v en es " puede surgir el nom bre de A ibert
Schw eitzer, de M artin L u th e r King o del Che -s e g ú n
sus ideologías, su am biente o círculo de influencia.
Pero la explicación suele ser la misma: vivieron para los
dem ás y estuvieron dispuestos a ju g a rse ia vida por
otros. A ún p ertu rb ad o s por el peso de la en aje n ació n
del egoísm o, de una organización social y económ ica
d estructora y deshu m an izan te, no podem os dejar de
sentir el llam ado de la verdadera h um anidad. H onram os
a quienes tratan , por el am or y el fu eg o , por el tra b ajo
y la solidaridad, de co n stru ir un m undo.

L ibertad para recom enzar

U no de mis colegas en Sa enseñanza teológica suele


decir: "no llegam os a ser hom bres para hacem os
cristianos; nos hacem os cristianos para llegar a ser
hom bres". La expresión resume muy bien lo que Jesús
hizo. Sus entrevistas, sus curaciones, sus enseñanzas,
tienen por objeto restaurar a una persona - f ís i c a ,
41
m oral, e sp iritu a lm e n te - a fin de que pueda vivir en
p len itu d , que pueda realizar su vocación h um ana. En
uno de los episodios m ás in teresan tes, cuando le traen
un p aralítico , le dice: "Tus pecados te son p erd o n a­
dos". Y cuando los religiosos circu n stan tes se escandali­
zan (porque "sólo Dios puede perd o n ar p ecad o s"),
cam bia la expresión: "L ev an tate, to m a tu lecho y vete
a tu casa". Y pregunta: ¿cuál de las dos cosas es más
fácil? L a enseñanza es obvia: a Dios -y por lo tan to a
Jesú s- le preocupa este hom bre: el p erd ó n y la
curación física son dos dim ensiones de una m ism a sa­
lud. En las dos es D ios m ism o quien está p resente y
actuando. Las dos ponen al ho m b re sobre sus pies y lo
devuelven a la vida ("a su casa"). Las entrevistas de
Jesús con la gente no son nunca el punto de llegada de
un cam ino sino el pun to de partida. Sea que los invite
a seguirlo, que les ordene que vendan to d o lo que
tien en , que los envíe sanados de su enferm ed ad a su
tierra y a su fam ilia, lo que hace es tornar a un hom bre
aprisionado, detenido y p o n erlo en m archa, en direc­
ción a la plenitud de la hum an id ad : de su salud, de su
integración a la com u n id ad , de su vocación - e n fin de
cuentas, en dirección al R eino de D ios que es la
plenitud del'hom bre y del m undo.
El hom bre existe. E xiste com o un p ro y ecto de
Dios. Existe para el tra b a jo y para el amor: para la
com unidad hum ana responsable, que viva agradecida y
plenam ente en una tierra hecha propiedad y bien
com ún de la fam ilia h um ana. El hom bre existe en
cam ino -e s tira d o entre su vocación y su negación,
ansioso por llegar a ser plenam ente h o m b re, pero
errando el cam ino una y mil veces en el afá n de
dom inar irresponsablem ente al m undo y a los dem ás en
su propio b e n e fic io , em peñado en realizar su h u m an i­
dad por atajo s, roban d o y acaparando lo que sería
suyo librem ente. El hom bre existe en esperanza,
41
p orque Dios lo pone en m archa una y otra vez, ¡e
devuelve la libertad de tra b a ja r y de amar. El m ensaje
cristiano es un llam ado a aceptar esa libertad. No a ser
superhom bres ni sem idioses, sino a vivir com o hom bres
en la presencia de D ios, responsabilizándonos en amor
por el m undo y por los demás.

TEM AS DE R E F L E X IO N
( c o m e n ta n d o a lg u n a s p r e g u n ta s )

Iglesia y hum anización

"¿E stá verdaderam ente la iglesia hum anizando?


;No es cierto que a m enudo la Iglesia ha tratad o ,
precisam ente, de co n fo rm ar al ho m b re, de hacerlo re­
signarse a su condición? ". In v ersam en te, se pregunta
"¿no es más bien la p o lítica la que perm ite al hom bre
asum ir su responsabilidad? ".
E stas dos preguntas llegaron de sectores distintos,
com o preguntas d iferen tes. Creo, sin em bargo, que
resultan com plem entarias. C om o críticos de la Iglesia
- a u to c r ític a para quienes form am os parte de ella—
debem os m antener en n u estro ju ic io una adecuada
perspectiva histórica, p artien d o de la afirm a ció n que
n uestra vocación hum an a es "hum anizar" -p o n e r al
servicio de la com unidad en amor solidario - to d a
nueva posibilidad que se abre en el dom inio y uso
responsable del m undo. A p artir de la época m oderna
- d e c í a m o s - esas posibilidades se han dado en ritm o
creciente. Pero no debem os olvidar que en la antigüe­
dad, la m ayor parte de los hom bres han su frid o la
h isto ria mas bien que hacerla. No sim plem ente porque
algunos hom bres eran m alos y op rim ían a la m ay o ría.
Sino m ayorm ente porque no se h ab ían hecho posibles

42
to d av ía las condiciones de abundancia y crecim iento
m aterial que hoy poseem os. L a m ayor parte de la
gente no ten ía otra posibilidad (no sólo por inju sticia
sino por lim itaciones reales) que pasar la m ayor parte
de la vida arrancándole a la tierra una subsistencia
m ín im a, apenas sobre el nivel del ham bre y la
enferm ed ad . Las otras esferas de la vida: la cu ltu ra, el
co n o cim ien to , la recreación, quedan para la m ay o ría de
la hum anidad - r e p ito , por condiciones objetivas y no
por simple o p re sió n - reducidas a algunos pequeños
intersticios. No se trata solam ente de que había ricos y
pobres - lo cual es c ie rto - sino de que toda la
hum anidad era irrem isiblem ente pobre.
En tales condiciones, la p articipación p o lítica es
decir, la posibilidad de la to talid ad de la com unidad de
participar activam ente en su propio destino queda,
con algunas excepciones de pequeñas com unidades,
fu e ra de to d a posibilidad. N o hay m edios para que la
com unidad entera se organice y fije su p ro y ecto . Tiene,
más bien, que sufrir su historia. M as de una vez la
Iglesia ayudó a esas masas a su frir la h istoria con cierta
alegría y esperanza. Les ayudó a co n fia r en que el
h o rizo n te de su vida no se cerraba sobre la po b reza y
la m iseria del presente sino que se abría a una
eternidad. Les dio una dim ensión hu m an a, aunque
quedara pro y ectad a a otra vida y hubiera de m an ifes­
tarse aquí solo com o resignación. Si querem os decir
que ha sido "opio del p u e b lo ", podem os hacerlo. Pero
un m édico responsable no d escuenta el uso de una
droga cuando el su frim ie n to es inútil y hasta des­
tru cto r.
N o se trata de e n ju ic iar el pasado. N u estro
problem a es otro. P o rq u e, a m edida que se abrieron
nuevas posibilidades: cuando la enferm ed ad de la
m iseria, del desvalim iento, de la im potencia d ejaron de
ser incurables para vastos sectores del m undo, la Iglesia
43
siguió adorm eciendo. Olvida su vocación hum ana y se
alquila al servicio de quienes acaparan irresponsable­
m ente para sí lo que corresponde 9 to d a la fam ilia
h um ana. Hoy no hay ninguna razón objetiva para que
todo el m undo no pueda alim entarse, protegerse de la
enferm ed ad y el desam paro, acceder a una m edida de
libertad y recreación, particip ar activam ente en el
p ro y ecto de su propia vida y la de los suyos. Quienes
quieren hacernos creer que estam os condenados a la
desigualdad y la m iseria m ien ten , y lo hacen en defensa
de sus propios privilegios. Por más apariencia técnica y
reacional que tengan sus cálculos de desastre, no son
sino la barricada tras la cual se esconde el egoísm o de
clase o de raza. C uando esto ocurre, el cristiano, com o
responsable de anunciar y p articip ar en el p ro pósito
creador de Dios, tiene la obligación irrenunciable de
denunciar esta situación y de esforzarse para tra n sfo r­
m arla. La tran sfo rm ac ió n de las condiciones hum anas,
en una sociedad com pleja com o la n u estra, es una tarea
política. D e allí que la obediencia al m an d ato del
C reador pasa hoy inelu d ib lem en te por la acción polí­
tica.
Pero la Iglesia siguió viviendo en un m undo
p re-m oderno, en el m undo de! h om bre resignado que
sufre la historia. Y lo que es peor, b autiza ese
su frim ien to con el nom bre de "voluntad de D ios". Al
hacerlo, da un sello divinó a una condición inhum ana y
se hace enemiga de Dios. Los térm inos parecen
dem asiado fuertes. Pero es difícil no llegar a esta
conclusión. Toda posibilidad de enriq u ecim ien to de la
•vida hum ana es un don de Dios. Q uitárselo o im pedir
que lo d isfru te es contravenir la voluntad divina. La
Iglesia ha fallado doblem ente: no ha dado la im agen de
hom bre que co rresp o n d ía, no ha p ro y ectad o la imagen
de la Biblia sobre la realidad y por lo ta n to ha
m an ten id o la im agen del h om bre resignado a su suerte;

45
de! hom bre cuya esperanza tiene que reducirse al más
allá, porque aquí no tiéne otra posibilidad: ha sido
'opio' cuando debió tra n sfo rm arse en 'tó n ic o '. Y com o
consecuencia, ha fo rm ad o en su propio seno hom bres
incapaces de asum ir su responsabilidad h u m an a, una
m entalidad de "resign ació n ", de renuncia, la clase de
actitud que alguien ha llam ado de "huelga social".

H um anidad y política

Hay quienes p ro testa n cada vez que un p redicador


o un teólogo "se m ete en p o lítica ". Es bien posible
que más de una vez pequem os por av en tu rarn o s a
hacer ju ic io s y a defin ir posiciones sin la co m petencia
técnica necesaria -y por lo ta n to a decir dislates. Pero
si p o lítica es la acción m ed ian te la cual la com unidad
hum ana asume y lleva a cabo su tarea de p ro y ectar su
vida, fijar sus m etas y organizarse para lograrlas, ¿cóm o
p o d ría el cristiano ab an d o n ar este ám bito? ¿cómo
p o d ría callar sobre este tem a, p articu larm en te cuando
percibe que el m undo le es robado al hom bre? La
po lítica es el esfu erz o por recuperar el m undo para los
h o m b res, por sacarlo del p o d er de la irracio n alid ad , del
egoísm o de un grupo o de la arbitrariedad de un
sistem a inhum ano y devolverlo a su p ro p ó sito — servir
para el enriquecim ien to y la p lenitud de la com unidad
hum ana. Y esta es una obligación cristiana fu n d a m e n ­
tal. No se puede ser cristian o sin asum irla, p orque no
se puede ser hom bre sin hacerlo.
E sto no significa, por supuesto, que to d o el
m undo deba dedicarse a la actividad p o lítica com o
ám bito esp ecífico y vocacional. E ste es un problem a de
ética vocacional muy im p o rta n te que debem os en este
m om en to dejar a un lado. El p u n to en cuestión aquí es
si la im agen de lo hum an o no es para nu estra época
46
necesariam ente la im agen del hom bre p o lític o , es decir,
del h om bre que asume la responsabilidad por el resto
de la com unidad, que tra ta de conocer y de servirse de
los procesos por m edio de los cuales esa com unidad se
estru ctu ra y se m o d ifica y que im pregna de esa
responsabilidad y de ese conocim iento la totalidad de
su vida, sea en el cam po de su actividad vocacional, de
su vida fam iliar, cultural o religiosa. En ese sentido, un
v erdadero hom bre politiza to d a su vida.
¿Ha concluido la tarea de "consuelo" de la
Iglesia? No lo creo. La sola conciencia de la responsa­
bilidad y de la tarea, sin la aceptación gozosa y
co n fiad a de las lim itaciones y retrocesos a los que la
em presa hum ana está som etida, sólo puede engendrar
fru stra c ió n y desesperación. La fe cristiana significa la
posibilidad de aceptar esa lim itación sin que paralice,
porque se la inscribe en un p ro y ecto sobre el cual Dios
vela, en cuya realización ha em peñado su propia vida y
en ei cual se puede, por lo ta n to , invertir la vida propia
sin tem o r al fracaso. Sobre este tem a volveremos* en
nuestro próxim o capítu lo . \

Hombre y cosmos

"¿C ontem pla el p ensam iento cristiano -la teolo­


gía— una proyección cósmica del hom bre? ". La Biblia
habla n aturalm ente de la 'tierra' com o el hogar del
hom bre. Y así lo ha hecho la teolo g ía tra d ic io n a l-
m ente. De ello algunos han sacado la consecuencia que
le está vedado al hom bre ab andonar la tierra y p en etrar
el espacio. Sería una invasión del "cielo", del espacio
de Dios. Y por lo ta n to , una em presa im pía y
condenada al fracaso.
E ste punto de vista corresponde m ucho más a las
religiones paganas, contra las cuales se dirigía el

47
m ensaje bíblico que al pensam iento de la E scritura. Por
supuesto, los autores bíblico s, que vivieron hace de dos
a tres mil años, no soñaban con exploraciones espacia­
les. Pero tam poco divinizaron el firm am ento, y esto es
muy im p o rtan te. M ientras que pueblos vecinos m iraban
el sol, la luna, las estrellas, como seres divinos a
quienes había que h o n rar, de quienes dep en d ía su
destino (¡c u á n to s consultan hoy todavía los h orós­
copos! ), la Biblia los m ira com o parte de la creación,
igual que la tierra. "Dios creo el cielo y la tierra" dice
la Biblia y repite el Credo. Cielo y tierra significan:
"to d o ", "la totalidad de lo que ex iste", el universo, el
cosm os. Es una m ism a creación. Y por lo tan to es
espacio abierto al hom bre. C uando éste lo descubre, lo
utiliza, o sim plem ente se deleita en su co n tem p lació n ,
no está invadiendo te rrito rio vedado, no está in frin ­
giendo los privilegios de Dios. E stá cum pliendo su
vocación hum ana. La única p regunta es si lo está
haciendo responsablem en te, si em plea verdaderam ente
el fu eg o -lo s cohetes espaciales, las sondas, los
c o n o c im ie n to s- al servicio del amor. No es m e jo r ni
peor mal utilizar la luna que mal utilizar el océano o la
plaza pública. Incluso si alguna vez aparecieran en
n uestro h o rizo n te otros seres creados, nuestra responsa­
bilidad no h ab ría variado de sentido: se tra ta de la
tra n sfo rm ació n del m undo al servicio del amor. N o se
tra ta de especular hoy sobre esa posibilidad. C on ese
nuevo descubrim iento se ab riría n nuevas posibilidades
de "ser h o m b res", tal vez nuevas form as de com unión,
de solidaridad, de creatividad. Un verdadero cristiano
trataría de responder a ese nuevo don con gratuidad.
L a m edida del cosm os no está dada por un lím ite
arbitrario fijado por D ios sino por la dinám ica de la
acción hum ana que Dios ha p o sibilitado y que conti­
núa posibilitando y estim ulando.

48
P e rfe c c ió n y m adures

"¿Q ué es esa p lenitud hum ana de la que hem os


hablado repetidam ente? " P o d ríam o s d efin irla en los
térm inos que hem os em pleado para h ablar de "im agen
de D ios" (véase más arriba). Pero igualm ente podem os
record ar unas palabras de Jesús: "Sed, pues, vosotros
p e rfe c to s, com o vuestro P adre que está en los cielos es
p e rfe c to " . L a palabra "p erfecto " puede traducirse
tam bién com o "m ad u ro " o "co m p leto ". L a m ism a
frase de Jesús aparece en otro evangelio (L ucas) así:
"Sed pues vosotros m isericordiosos com o vuestro Padre
que está en los cielos es m isericordioso". C ualquiera sea
la frase original -o tal vez las d o s- el significado es el
m ism o. Jesús hab ía estado señalando que el amor de
D ios se ejerce sin discrim inaciones hacia todos los
h o m b res, que la providencia divina es universal. Y con­
cluye: ¡qué el am or de ustedes lo sea tam bién! La
p erfecció n del cristiano no es una p erfe c ció n abstracta
o estática: es el esfu e rz o por asum ir la totalidad de la
hum anidad y del m undo en un am or responsable y
activo. P e rfe c to es el que am a com o D ios aína. Y puesto
que, com o hem os visto, ta n to la vida personal com o la de
las com unidades hum anas en la histo ria es un constante
crecim iento en el ám bito del cono cim ien to y de las
posibilidades de realización, la p e rfecció n es el proceso
de madurez m ediante el cual vam os ap rendiendo a
ejercer responsablem ente el am or y el tra b a jo en cada
nuevo h o rizo n te, con cada nueva relación, en cada
nueva etapa de la vida personal y de la historia.
"V ayan creciendo en am or hacia la p len itu d ". Ese es el
sentido de lo hum ano.
V aldría la pena añadir -a u n q u e es o b v io - que
cuando hablam os de am or no nos referim o s a un m ero
sentim ien to, a una em o ció n , sino a la entrega concreta
y efectiva a la necesidad real del otro y de los otros

49
que han sido colocados b a jo la esfera de nuestra
acción. El am or es una disposición y una v oluntad de
eficacia que se viven cada día inteligente y co n creta­
m ente. L a búsqueda de p e rfe c ció n es, pues, el esfu erzo
por incluir la totalidad den tro de ia acción efectiva de
mi am or, en la m edida de las posibilidades que se me
abren.

50
CA P IT U L O ¡II

¿HAY U N A VID A A N TES D E LA M U E R T E ?

N o se trata de un error de redacción o de


im prenta. L a pregunta apareció, efectiv am e n te , sobre
una pared en una de las secciones más desvastadas de
la ciudad de B elfast, en Irlanda: "¿Hay una vida antes
de la m uerte? ". En las condiciones de violencia que
azotan el territo rio ya por varios años, cuando una
bom ba puede explo tar en cualquier m o m en to en un
superm ercado o en la congestión callejera de m edia
tard e, cuando cualquiera puede ser rep en tin am en te
alcanzado por una ráfaga de m etralleta o por la bala de
un fra n c o tira d o r, cuando una sola cosa es segura: el
riesgo de la m u erte, una p o b lació n aterrorizada se
pregunta: ¿es posible la vida en tales condiciones? ¿es
que queda una vida que pueda ser vivida antes de la
m uerte?
A d iferen cia de otras épocas, el hom bre de hoy
cree que esta vida, antes de la m u erte, es la que tiene
im po rtancia. A otros ho m b res los dom inó el anhelo y
la esperanza de una vida m ás allá. A no so tro s nos
interesa esta vida. R esp o n d ien d o a una encuesta fre n te
a una cám ara de televisión, un señor com entaba: "me
han dado una entrada para esta fu n c ió n , y si se
suspende por lluvia no p uedo devolverla; tengo que
aprovechar este b o leto , p orque es el único que ten g o ".
A h o ra es ei m o m en to

E n térm inos de la Biblia, no andaba nuestro


hom bre muy lejos de la verdad. A u nque tai vez su
frase tuviera más p ro fu n d id a d que la que é! m ism o le
asignaba. E sta es la vida que nos ha sido dada. A quí y
ahora se ju e g a nuestra vida. Es asom broso lo poco que
habla la B iblia de otra vida. N o so tro s la hacem os
h ablar, porque estam os convencidos de que debería de
hacerlo. Pero las expresiones que generalm ente referi­
m os a una vida después de la m u erte, tales-co m o "vida
eterna" o "la vida en C risto" e incluso "vida celestial",
se refieren generalm ente en prim er lugar a esta vida.
"Esta es la vida e te rn a ", dice Jesús: "que- te conozcan
a tí, único Dios' verdadero y a Jesu cristo , a quien tú
enviaste". Y eso o curre, com o bien lo aclara el
evangelio, aquí y ahora. O m irem os el fam o so pasaje
de C olosenses, cap ítu lo tres, en que Pablo nos exhorta
a "poner la m irada en las cosas celestiales, no en las
terren as". A quí seguram ente ten d rem o s un pasaje
referid o a 'la otra vida'. C om o para c o n firm a rlo añade:
"porque vuestra vida está escondida con C risto en
D ios". Pero para nuestro asom bro continúa: "por lo
ta n to , hagan m orir las cosas terren ales que hay en
ustedes" y com ienza a distinguir las cosas terrenales de
las celestiales. E ntre las prim eras aparece la lu ju ria , la
avaricia, la m entira, el odio; entre ias segundas la
com pasión, la m ansed u m b re , ia disciplina pro p ia, el
perdón m utuo. A las prim eras corresponden las discri­
m inaciones sociales, religiosas o raciales; a las segundas,
la paz y la solidaridad. Y com o para que nadie
continúe engañándose, com ienza a señalar las circuns­
tancias y relaciones en que debe vivirse la nueva vida,
la vida celestial: relaciones fam iliares, m atrim o n iales,
laborales. Es evidente que la vida "celestial" tiene un
ám bito muy "terrenal".

54
En te época de Jesús se libraba en e! ju d a is m o una
aguda polém ica acerca de ¡a resurrección de ¡os
m u erto s, que un grupo (los "saduceos") negaba y otro
(los "fa rise o s") afirm aba. Se discu tía la naturaleza de
la vida resucitada, y si ios que m o rían iban por un
lapso al "seno de A b rah am " o d irectam ente al "pa­
raíso". Jesús afirm ó varias veces la realidad de la
resurrección. Pero es in teresan te que cuando cuenta
una parábola referid a a esta discusión (p ro b ab lem en te
reto m an d o una historia que ya era conocida), le da un
énfasis muy particular. U n rico, dice, b an q u etea cada
día, en tan to que un m endigo, L ázaro, recoge las
m igajas de sus banquetes. A m bos m ueren: el rico va al
lugar de to rm en to y el pobre al seno de A braham . El
rico pide que L ázaro venga ahora a aliviar su su frim ien ­
to, o que al m enos se le p erm ita a él volver a prevenir
a sus parientes de lo que Ses espera. La respuesta es
dura y cortante: el m o m en to decisivo ya pasó. La
eternidad estaba en ju e g o allá, cuando uno gozaba de
la vida sin cuidarse de lo que ocu rría con el otro. A llí
quedó sellado el carácter y el destino de su vida. La
m uralla que allí se co n stru y ó entre uno y otro ya no
puede derribarse. L a enseñanza es clara: "no se trata
tan to de discutir la resurrección o el destino fu tu ro . Lo
que cuenta es el contraste entre el rico y el m endigo
que ustedes toleran. F íjen se en lo que pasa en esta vida
y en este m undo. Lo otro es consecuencia de ello".
E sta es la verdadera cuestión: aquí, en esta vida, se
participa o no en la "sociedad" que Dios establece con
el hom bre para crear y tra n sfo rm a r el m undo. A quí
aceptam os o' rechazam os la invitación y el d esafío .
A quí participam os o no en el p ro y ecto de Dios. Esta
vida es lo decisivo. Me han dado una entrada para esta
vida, y no me la reciben de vuelta si no anda bien. O
para decirlo con un m ejo r símil, que Jesús em pleó, me
han dado un "talen to " para cultivar y hacer producir.

55
Si lo entierro por tem o r o por negligencia, con él he
e n terrad o mi vida. E sta vida es el tem a de la Biblia.

¿Pero hay realmente una vida?

Ese es nuestro problem a: la vaciedad o la plenitud


de esta vida. ¿Podem os h ab lar de los años que pasam os
sobre la tierra com o "una vida" o son sólo un
c o n ju n to de experiencias m ás o m enos casuales, sin
significado, desconectadas entre sí? ¿Vivimos una vida
o sólo "vam os tirand o " de un día para el o tro, hasta
que la m uerte nos sorprende? ¿Tiene sentido nuestra
vida?
P erm ítan m e ser por un m o m en to un poco perso­
nal. C uando uno llega al m edio siglo y com ienza a
m irar su propia vida com o algo que ya está básicam en­
te d efin id o y decidido, com o un cam ino en buena par­
te ya tran scu rrid o , com ienza a plantearse esta pregunta
con cierta urgencia. ¿En realidad puedo hablar de mi
vida com o una unidad con sentido y dirección? Si la
m iro objetiva y desap asio n ad am en te, debo responder:
"No estoy seguro de que sea así". ¡Hay tantas
desconecciones, tan to s h uecos, tan to s com ienzos sin
culm inación, tan to s cam inos em prendidos aparentem en­
te sin salida, concluidos en punto m uerto! ¡Tantas
veces hubo que arrancar la página y com enzar una
nueva! U n in ten to de hace algunos m eses de escribir
un artículo sobre el desarrollo de mi pensam iento
volvió a actualizar esa im presión. Al revisar las cosas
escritas a lo largo de más de dos décadas: ¡cuántas
inconsecuencias! ¡cuántas indecisiones! ¡cuántas idas
y vueltas!
¿Es mi vida realm ente 'una' vida? Hay batallas en
las que em peñé todo mi e sfu e rz o , que llevaron años, y
de las que no puedo m enos que decir sinceram ente:

56
¿eran realm ente tan im portantes? ¿valían realmenteA la
pena? Si me esfu erzo por ser o bjetivo en la evaluación,
debo decir que no puedo resp o n d er con seguridad a
esas preguntas. Supongo que - t a l vez con algunas
e x c e p c io n e s- a todos nos pasa un poco lo m ism o. No
es que no haya en n u estra vida cosas significativas. Las
hay, y cuando m iram os hacia atrás no podem os m enos
que tom arlas tam bién en cuenta. H em os aprendido
algo a través de los años: hay cosas que hoy vem os con
claridad, de las que estam os convencidos. H em os
tra b a ja d o y hem os logrado algo en n u estro tra b a jo .
.Hay cosas que hicim os bien. Y que han quedado bien
hechas. A lgunas de las causas por las que hem os
luchado valían la pena y siguen siendo im p o rtan tes. Y
estam os dispuestos a seguir luch an d o por ellas. Sobre
to d o , hem os am ado y hem os sido amados. Y esto es
pro b ab lem en te lo m ás im p o rtan te. H em os ten id o pa­
dres, esposa, herm an o s, h ijo s, am igos, com pañeros de
tarea, y los tenem os aún. P ero to d o esto no elim ina la
pregunta: ¿son todas estas cosas una vida? ¿Tienen
c o n tin u id ad , tienen coherencia? ¿Tienen fu tu ro ? ¿O
son sólo chispazos en una noche sin fu tu ro ni sentido?

El amor no dejará de ser

Pienso que éste es el problem a verdadero de la


esperanza. El apóstol P ablo tiene una respuesta a la
pregunta. E n uno de sus m ás fam osos pasajes habla de
la fe por la que, aún en la oscuridad, c o n fiam o s en el
poder de Dios. H abla de la esperanza por la cual nos
"estiram os" hacia esa calidad de vida que C risto nos
m ostró y nos o freció . P ero cuando debe h a b lar del
co ntenido perm anen te de esa fe y de esa esperanza, de
lo que realm ente dá sentido y co n tin u id ad a to d o , se
co n cen tra en una sóla cosa: el amor. L a fe y la

57
esperanza pasarán. Pero el am or perdura. Las acciones
m ás heroicas, las m ás filantrópicas o las m ás resonan­
tes, pueden ser nada más que e fím eras m an ifestacio n es
de una actividad sin valor ni perm anencia. Pueden ser
el sonido aislado de ira In stru m en to to cad o al azar.
Sólo el am or da p erm anencia y significado a esas
acciones. Porque sólo en el am or hay la persistencia, la
tenacidad, la entrega to ta l, la sensatez y la sensibilidad
que alcanzan un resultado perm anente. Hay una vida si
hay am or y en la m edida en que haya amor.
R epetim os las palabras del teólogo uruguayo J. L.
Segundo, que citábam os a n terio rm en te; el Evangelio
puede resum irse en una sola frase: "no hay am or
perdido en este m un d o ".
Jesús hace la m ism a afirm ació n en dos notables
pasajes. U no es el que relata que una m u je r (¡a
trad ició n la ha id en tific a d o con la M agdalena) se acerca
a Jesús y lo unge con un p erfu m e muy valioso. Los
discípulos m urm uran contra ese "d erroche". Y Jesús la
defiende: ha realizado un acto de am or (ungir a quien
va a m orir es uno de los actos de m isericordia). Y
añade una frase herm osa y solemne: "En verdad les
digo que donde quiera que se predique en to d as partes
del m undo el m ensaje de salvación, se contará tam b ién
lo que hizo esta m u je r, para que se acuerden de ella".
A un pequeño acto de am or se le da la trascendencia
m ism a del m ensaje de salivación, del Evangelio: se dice
que ese pequeño acto es de la m ism a naturaleza de la
salvación, tan p e rm a n e n te , tan eterno com o el evan­
gelio mismo. D ondequiera se anuncie ei am or de D ios,
esta m u je r estará presente en su acto de amor. C on él,
aquella m u jer se ha eternizado. P orque ei am or, ¿orno
la m ism a palabra de D ios, es eterno. Con esa palabra,
un acto de am or no queda nunca sin fu tu ro .
El otro pasaje es la solem ne parábola del ju ic io del
cap ítu lo veinticinco del evangelio de M ateo , ea que ai

58
H ijo del H om bre separa las "ovejas" de los "cab rito s ,
los aceptados de los reprobos. Y el criterio de ju ic io se
anuncia en dos frases: "U stedes h i c i e r o n . . " u s te d e s
no h ic ie r o n ..." : ¿qué cosas? N u ev am en te, las obras
de am or (tal com o cualquier ju d ío las h ab ía aprendido
a distinguir desde la infan cia): dar de com er al
h am b rien to , dar de beber al sediento, vestir al désnudo,
visitar y cuidar del preso, del e x tra n je ro , de! en ferm o .
Y una vez m ás, se ju e g a aquí la relación con Jesucristo
m ism o: "En cuanto lo hicieron (p no lo h iciero n ) con
uno de estos mis herm an o s m ás p eq u eñ o s, conm igo lo
hicieron (o no lo h iciero n )". N o hay ningún acto de
am or que pierda su fu tu ro eterno. N os engañaríam os si
viéram os aquí un simple asunto de transacción com er­
cial: por un seracio b rin d ad o a m pobre aquí se
consigue una recom pensa m ás allá. Se trata , en cam bio,
de la naturaleza m ism a del fu tu ro que Jesucristo
o frece. Su R eino es el triu n fo del am or solidario y
activo- to d o acto que co rresp o n d a a ese R ein o , tiene
perm anencia eterna, está hecho de la m ateria del R eino
m ism o y por lo tan to queda in clu id o en el. En el
N uevo T estam ento hay muy peca especulación acerca
de la m uerte y del m ás allá. Lo que se repite
incansablem ente es que el aW de Jesucristo es
perm anente y que la m u erte no puede d etenerlo.
Jesucristo dá, por ta n to , al am or en nuestra vida una
• dim ensión eterna. Q uien se ha id en tificad o con el, ya
ha vencido la m uerte.
U n episodio más del evangelio m erece m en ción en
este sentido. A l acercarse a una ciudad, Jesús se
encuentra con el co rtejo fú n eb re de un jo v e n , h ijo
único La m adre va llorando a su lado. Jesús se
com padece, vuelve al h ijo a la vida y "lo devuelve a su
m adre". El centro del pasaje no es sim plem ente el
poder de Jesús para restaurar la vida, sino la com pasión
de Jesús que devuelve «n fu tu ro a! am or queb ran tad o

59
de la madre. El hijo m orirá en otro m o m en to ; la m adre
tam bién. Lo que se ha m an ifestad o y certificad o aquí
es que, en C risto, el am or no ha de quedar para
siempre llorando la pérdida. Lo que se vive en am or
aquí en esta vida tiene fu tu ro aquí y en la eternidad.
N o hay otra respuesta a la pregunta acerca de la
vida más allá de la m uerte. Ella reposa sobre la mism a
realidad que esta vida. T enem os una vida más acá de la
m uerte -y no un m ero c o n ju n to de instantes y
episodios aislados y sin sig n ific a d o - po rq u e, y en la
m edida en que participam os de la realidad del amor. Y
com o ese am or no es una m era m an ifestació n hum ana,
un simple esfu erzo de nuestra v oluntad o un desborde
de nuestro sentim iento sino el m ism o sentido de la
realidad, el fu n d a m e n to de to d o lo creado, el ser
mismo de Dios, puesto que es así, la vida tiene fu tu ro
eterno. El sentido de nuestra vida antes de la m uerte y
la co n fianza en una vida después de la m uerte tienen
una sóla y única garantía: el am or de Jesucristo. No
podem os buscar otra. El am or de D ios y nuestra
aceptación activa del m ism o co n stitu y en la única
posibilidad de que haya una vida en esta serie de
episodios inconexos y de pensam ientos tan tas veces
co n trad icto rio s, de triu n fo s y de fracaso s, que haya
una vida aquí y que esa vida, en lo que tiene de
significativo, tenga fu tu ro tam b ién más allá. En él, y
solam ente en él, la vida tiene fu tu ro .

N o se puede hablar en singular del am or

Lo que llevamos dicho podría aún m alentenderse.


P odríam os pensar en individuos autó n o m o s e indepen­
dientes persiguiendo cada uno por su lado el ejercicio
del am or y trascendiendo así a u n a'v id a m ás allá. En
realidad, tal idea sería estrictam en te absurda, porque el

60
am or significa precisam ente la ru p tu ra de esa existencia
individual, au tónom a e in dependiente. Por lo ta n to ,
decir que el sentido de la vida, que su realidad, es el
am or, es ubicar la realidad en la com unidad h um ana,
en la' sociedad de los hom bres -ú n ic o lugar en el cual
el am or puede cobrar cuerpo y e x p re s ió n -, P ero no
necesitam os recurrir a deducciones lógicas: la Biblia es
ab u n dan tem ente clara y ex p lícita al respecto. C uando
se habla en ella del am or, no se lo hace en un co n tex to
de individuos aislados o incluso de relaciones puram en­
te individuales sino en el m arco de una esperanza y
una afirm ación dom inante: el R eino de Dios. Este es el
centro de la Biblia y, p a rtic u la rm e n te , del m ensaje de
Jesús.

N o podem os detenernos aquí a trazar en detalle el


concepto del R eino de D ios, acerca del cual hay
abundante m aterial accesible. .Bástenos señalar que se
trata de la afirm ación de una hum anidad tran sfo rm a d a
en una tierra renovada. Es la visión de un m undo en
que el propósito creador de D ios finalm ente se ha
cum plido; donde el ham bre, la pobreza, la in ju sticia, la
opresión, el engaño, y finalm ente la enferm ed ad y la
m uerte m ism a han sido d efin itiv am en te desterradas. Es
la visión de un m undo del cual el mal ha sido
arrancado de raíz y para siempre. D onde el am or de
D ios es "todo y en to d o s". D onde la calidad de
hum anidad que se dio en Jesucristo ha p en etrad o toda
nuestra hum anidad y, por lo ta n to , el proyecto de Dios
de hacer una hum anidad que vive solidariam ente el
am or en un m undo arm onioso que él m ism o tra b a ja ,
.cultiva y hace fru c tific a r, se ha cum plido. "Paz" y
"justicia" son dos térm in o s que, en la B iblia, suelen
caracterizar esa visión. Justicia es la restauración de las
relaciones correctas entre los h o m b res, en relación con
la posesión de la tierra , en el cuidado de los derechos
de los m ás débiles, en la p ro tecció n de la vida. Paz es

61
la condición de plenitud personal y co m unitaria, que
incluye los aspectos in stitucionales, co m unitarios y
personales. G ráficam en te, paz es la situación de ¡a
fam ilia que vive holgada y alegrem ente en su casa,
tra b ajan d o y reposan d o , en esta gran casa de! m undo:
esa es la visión de la Biblia. Ese es el esfu erzo en e!
que Dios está em peñado. En la ep ísto la a los E fesios se
lo indica diciendo que Dios se ha p ro p uesto "recuperar
todas las cosas y hacerlas una en Jesu cristo ", es decir,
u n ificar en clave de am or ("el m isterio revelado") la
totalidad del universo. E sta visión universal de la
recreación del m undo y del hom bre es el contenido
inescapable de toda la Biblia, del m ensaje de Jesús, de
la esperanza cristiana.
A i decir esto se levantan, sin duda, una hueste de
preguntas: ¿cómo? ¿cuándo? ¿de qué manera? ¿có­
mo se relacionan en esa esperanza ¡os logros hum anos
y la acción divina? La Biblia responde a esas preguntas
en im ágenes, parábolas, sím bolos, poesía. N o hay en la
Biblia una 'g eografía' o un 'crosiogram a' del R eino de
D ios, com o no hay una g eo g rafía o un cronogram a de
la vida más allá de la m uerte. Se nos habla en un
lenguaje poético y sim bólico que nos p erm ite percibir la
calidad de vida de ese fu tu ro . Y se tra ta de un fu tu ro
de la humanidad, de las naciones, es decir, del hom bre
en sus relaciones, de la existencia colectiva y organi­
zada, de la sociedad hum ana. E sto es de la esencia m ism a
del m ensaje cristiano: reducirlo a la vida personal y
privada y a la co n tinu ació n eterna áe esa vida es distor­
sionar de m anera m onstruosa ese m ensaje. U na vida
privada, vivida en sí y para sí, y prolongada eternam ente
es, en realidad, el in fiern o , la co ndenación, la perdición.
Porque el am or no puede co n fo rm arse con vivir una vida
privada. El m ensaje b íblico es el de una com unidad que
se crea y se recrea en am or, en un m undo destinado a ser
"el hogar" de esa com unidad.

62
N o se nos estim ula ni se nos autoriza a especular
acerca de cóm o y cuándo ese p ro p ó sito sera consu­
m ado En realidad, Jesús dice a sus discípulos que esa
especulación no es asunto suyo. P ero si esta es la
naturaleza de la esperanza cristiana, hay una conse­
cuencia de vital im portancia: to d o acto, acción o
pro y ecto que, sobre este m undo y ahora, red icen
aunque sea m uy parcialm en te, ese pro p ó sito de D ios,
tiene fu tu ro perm anente. Lo que dijim os de los actos
personales de am or -e l p e rfu m e derram ado o la -
atención del h am b rien to , e tc .- hem os de decirlo de las
form as co rporadas, estru ctu rales, organizadas, del am or
Sería absurdo pensar que es un acto de am or el
m endrugo de pan colocado en la m ano del m endigo
pero que no lo es la legislación o la organización social
m ediante la cual se hace innecesaria la m endicidad. O
que m erece ser considerado un servicio a Jesucristo la
visita a un en ferm o , pero no el program a nacional de
salud que previene m illones de en ferm edades.
Si esto es así, estam os obligados a decir -u b ic a d o s
en nuestro m undo y nu estra situación particu lar de
latinoam ericanos de esta é p o c a - como parte del
evangelio, algunas cosas que p u ed en sonar extrañas.
H em os de decir que to d a lucha co n tra la opresion y la
in ju sticia tienen fu tu ro . Y por lo ta n to que es parte del
servicio h u m an o a Jesucristo la lucha contra la avaricia
capitalista o contra la d eshum anización b u ro crática
colectivista, la substitución de los m on o p o lio s y las
m ultinacionales por una eco n o m ía p u esta al servicio
del h o m b re, los esfu erzo s por preservar la creación de
la d estracció n y del d esp ilfarro de una sociedad de
consum o, los esfu erzo s por organizar p o líticam en te la
com unidad hum ana en igualdad real y no ficticia,
• donde los hom bres ten g an el m ism o valor, no en un
plano ab stracto de ciudadanos sino en las posibilidades
concretas de desarrollar sus capacidades, de disponer de

63
su tra b a jo y de su vida. Es parte del servicio a
Jesucristo la lucha por la liberación de la m u je r de su
trato com o cosa, com o un p ro d u cto m ás de nuestra
sociedad, para constituirse en integrante de la unidad
hum ana ("hom bre y m u je r los creó"). Es parte de ese
servicio la tran sfo rm a c ió n de la educación en una
ocasión de gozo y hum anización del niño: to d o eso es
lucha contra el pecado y por ende parte de la. creación
del R eino de Dios.
T am bién en este aspecto p o d ríam o s preguntarnos
si esos mil com bates de la h u m anidad por un poco de
libertad, o de ju s tic ia , o de dignidad, a v e c e s ahogados
en sangre, a veces parcialm ente triu n fa n te s, a veces
traicio n ad o s en el triu n fo m ism o, son una historia o
simples incidentes sin significado perm anente. Y la
respuesta es la m ism a. El cristiano no puede ser cínico
respecto de la historia h u m an a por la m ism a razón por
la que no puede serlo respecto de la vida personal:
p orque ha conocido el poder del am or, m an ifestad o en
Jesucristo, para rescatar, p erfecc io n ar y dar fu tu ro
eterno a cada instan te de la vida personal y a cada
m ovim iento de la vida com ún de los hom bres en que el
am or ha preservado y dado sentido a la vida. A Dios le
corresponde indicar el cóm o y el cuándo en que esa
fru ic c ió n ha de realizarse. Pero D ios nos ha invitado a
com enzar a crear el fu tu ro y nos ha pro m etid o
garantizar y certificar para la eternidad lo que cream os
en am or personal y colectivam ente en este m undo. Hay
una vida hum ana y hay una h istoria hum ana antes de
la m uerte, en este m u n d o , porque Dios es amor. Y por
eso hay tam bién una vida humana y una historia
humana más allá de la m u erte y m ás allá de este
m undo. E sta es la natu raleza y el fu n d a m e n to de la
esperanza cristiana.

64
T EMA S DE R E F L E X I O N
( C o m e n t a n d o al gunas p r eg u n ta s )

Las im ágenes de Sa vida fu tu ra

H em os señalado el carácter p o ético , sim bólico, en


que se nos presentan las enseñanzas bíblicas sobre la
vida más allá de la m uerte. U na de estas im ágenes es la
del "reposo" o "sueño". En base a ella, fre c u e n te ­
m ente se ha im aginado la vida fu tu ra com o pura
pasividad. Pero el térm ino reposo no significa pasividad
sino arm onía, tran q u ilid ad , serenidad, co nfianza. C uan­
do D ios dice a su pueblo: "en reposo, hallaréis vuestra
fo rtaleza" no los invita a la pasividad sino a una serena
confianza. A m enudo se ha ridiculizado una im agen
que aparece varias veces en el últim o libro de la Biblia:
la de los resucitados to cán d o el arpa y cantando
delante de Dios en el m undo fu tu ro . Por cierto que es
posible puerilizar esta figura. Pero su significado es
sum am ente p ro fu n d o . P orque la m úsica y el canto son
posiblem ente la actividad hu m an a en la que más
p ro fu n d a m e n te podem os ex perim en tar ia. unidad de
tra b a jo y placer, tarea y creación, disciplina y lib ertad ,
experiencia personal y unidad com unitaria. C uando se
hace m úsica, incluso dentro de nuestrás lim itaciones,
parecería com o si la distancia que hay siempre entre el
esfu erzo y el gozo se elim inara, corno si rni individua­
lidad, sin perderse, se aúna en la arm onía com ún:
somos a la vez activos y pasivos, a la vez yo m ism o y
el coro o la orquesta. Hay fugaces m o m en to s en la vida
en que e! tra b a jo es rescatado de su peso y tra n sfo r­
m ado en expresión plena de mi ser. El arte, y
p articu larm en te la m úsica son un m ag n ífico sím bolo de
ellos. La vida fu tu ra se presen ta, en esta im agen, com o
la clase de vida en la que el esfu e rz o , el tra b a jo , el

65
servicio es a la vez alegría, reposo, y la alegría es
creación, servicio, tarea. E v id en tem en te, esta es la
calidad de vida im pregnada por el amor. Y hay aquí
una dim ensión más aún: to d o esto ocurre "delante de
D ios", evidentem ente o frec id o a él com o cu lto , com o
reconocim iento. Es interesante que tan to en hebreo
com o en griego, la B iblia utiliza la palabra servicio
(tra b a jo , tarea desem peñada) para referirse al culto a
Dios. Es que realizar con gozo mi tarea es honrar a
D ios en su propósito . N uevam ente el símil que m encio­
nam os reúne esas tres dim ensiones: ser yo m ism o sin
trabas en el gozo de la creatividad, entregarm e a una
tarea com ún creando una unidad con otros, h o n rar a
D ios o frecién d o le nuestro servicio y creación común:
esa es la verdadera vida.
Si esa es la verdadera vida, la creación de m an ifes­
taciones, aproxim aciones de esa vida den tro de las
condiciones de lim itación de n uestro m undo y nuestra
historia es la m isión del cristiano. Eso significa tratar
de tra n sfo rm ar el tra b a jo quitándole los elem entos que
¡o hacen una carga com pulsiva, p erm itien d o en la
m ayor m edida la alegría de sentirlo propio en su
realización y en su resultado. Y sentido propio no
com o cosa egoísta privada que debo d efen d er, sino
com o realización com ún para el bien com ún. Hay aquí
percepciones para una ética del tra b a jo , de la recrea­
ción, para el ám bito de la econom ía y de la p o lítica,
de la organización de la vida personal y colectiva.
N uestra visión del fu tu ro atrae el presente: en estas
im ágenes del fu tu ro se esconde un llam ado para la
tran sfo rm ació n del presente. M ás de una vez, estas
im ágenes han sido puestas al servicio de una visión
estática y negativa de la vida y el m u n d o presente. Es
tarea cristiana rescatarlas y darles la in terp re tació n
dinám ica que ellas m ism as reclam an.
Tal vez hay otra im agen que — para term in ar una

66
vieja polém ica cristiana— conviene m encionar: la de
"recom pensa". Se trata de saber si podem os hablar de
la vida fu tu ra com o una "recom pensa" por el bien
p racticado en ésta. C atólicos y p ro testan tes hem os
d ebatido fu rio sam en te al respecto. Hay que reconocer
que el térm ino es utilizado en el N uevo T estam ento.
Pero tam bién hay que insistir en que la vida fu tu ra
— como todo lo que el Evangelio nos ofrece— es
gratuito y no negociable. El error surge, seguram ente,
de in terp re tar literalm en te la idea de recom pensa,
com o una especie de "crédito" que acum ulam os en los
cielos con nuestras acciones terrenales. U n crédito que
p odrem os cobrar en el m o m en to corresp o n d ien te. Tal
idea es evidentem ente absurda en una eco n o m ía del
am or tal com o la Biblia la presenta. Pero si en ten d e­
m os la palabra com o una im agen, una especie de
parábola para señalar que las acciones que correspon­
den a la vida nueva no quedan tru n cas, no se acaban,
sino que se p royectan al fu tu ro , entonces la idea se nos
m uestra com o coh eren te y positiva. A quello que
com enzam os a realizar en am or, aunque quede incom ­
p leto , tiene asegurado en D ios su p len itu d ; sus d efic ie n ­
cias han de ser 'co m p en sad as', su im p erfe cció n , p u rifi­
cada. La recom pensa es la plenitud de So que iniciam os
en amor. Y esto no sólo no es artificial ni casual; es la
única respuesta digna del D ios de am or, a saber,
co m p letar, p erfeccio n a r, dar fu tu ro , a lo que ha sido
iniciado en la m ism a d irección en que se m ueve su
p ropósito.

Cielo e in fiern o

A lguien planteó la p reg u n ta en térm inos novedosos


y significativos: "Se ha dicho que no hay am or perdido
en este m undo; ¿pero se pierde el 'egoísm o' o el

67
'odio"? ¿Tienen tam bién el egoísm o y el odio un
f u tu r o ? " . M e parece que no deberíam os decir que el
odio o el egoísm o tienen fu tu ro , porque decir fu tu ro
significa perm anencia, significado, realidad últim a. Y lo
característico del odio y del egoísm o es negar c!
fu tu ro ; conducen a la m u erte, a ia destrucción, a!
aniquilam iento. En ese sentido no es posible hacer una
sim etría entre am bos. El am or y e! odio no son
sim étricos: uno abre la vida y por lo tan to tiene
f u tu ro ; e! otro tiene por m eta la m uerte.
Pero al hablar de la "m eta" del odio y del
egoísm o, hem os em pleado una idea muy significativa:
para el N uevo T estam en to , la persistencia o b s tin a d a A
pertinaz en rechazar el am or tiene com o consecuencia
y m eta la destrucción y la m uerte de quien lo hace'. El
que se id en tifica así con la negación de la vida, se
id en tifica a su vez con la m uerte, y por eso no tiene
fu tu ro . Es una afirm a ció n sum am ente grave: el que
hace dei egoísm o y el odio el sentido dom inante de su
vida, ya ha negado la vida y 'está en la m u erte'. El
fu tu ro confirm a y certifica esa negación. Eso es lo que
significa la perdición y el ju ic io . H ereda la m uerte que
eligió. Este es. el conten id o de la figura del infierno.

A m or y co n flicto

Hay to da una serie de preguntas que tienen que


ver con las condiciones concretas en que somos
llam ados en este m undo y en esta vida a ejercitar el
amor. Por una parte, hem os de reconocer que, a
m en u d o , las decisiones que tenem os que hacer son
ambiguas: ayudando a uno p erju d icam o s a o tro; el bien
que hacem os produce consecuencias malas que no
pudim os prever, o que. aun previéndolas, no pudim os
evitar. A lgunos filósofos hablan de una "transacción" o
"concesiones" que hay que hacer en m ateria m oral. Es
decir, no se puede lograr el "bien" puro: hay que
aceptar 're b a ja s', con fo rm arse con un p ro d u cto h íb ri­
do, con un bien m enor, a fin de evitar un mal m ayor.
En el fo n d o , es un p ro b lem a bastante artificial: el
único bien real es el que podem os realizar, el que
podem os hacer concreto y efectiv o . Lo dem ás es una
filo so fía que llam aríam os "idealism o" y que ha cau­
sado m uchos p erju icio s, es decir, la idea de que existen
cosas p erfectas que andan por allí, flotando en el
espacio, y que nosotros ten em o s que rep ro d u cir en
nuestra conducta. Lo cierto es que lo único que existe
en el cam po de nuestra acción son condiciones,
personas y circunstancias concretas: lo que im p o rta es
respo nd er en el sentido m ás h um ano en esas circuns­
tancias, efectiv izar eí am or allí. El bien real es el bien
que podem os hacer. Lo im p o rtan te en térm in o s de la
ética bíblica del am or no es la distancia ideal que hay
entre lo que puedo hacer y lo que p o d ría hacer si las
circunstancias y condiciones fu e ra n d istintas sino lo
que co n cretam ente puedo hacer ahora y aquí. Es en
esa acción donde se ju e g a mi testim o n io com o cris­
tiano. El fu tu ro , la p e rfe c c ió n , la "recom pensa" de esa
decisión, de esa acción, están en las m anos de Dios.
D entro de ese m arco se plantea una pregunta
levantada por un grupo de jó v e n e s con respecto a la
relación entre am or y co n flic to . ¿Significa el am or que
el cristiano rehuye to d o c o n flic to y busca en to d as las
circunstancias la conciliación y la transación? Pese a
que m uchas veces se preten d e hacer creer que ese es el
significado del am or, una simple m irada a la Biblia, o
m ás p articu larm en te a la vida de Jesús, si así se desea,
basta para m ostrar que se tra ta , por lo m enos de un
m alen ten d id o , si no de una abierta y m alin ten cio nad a
d efo rm ació n del m ensaje b íblico. La vida de Jesús es
una vida de am or, y p o r consiguiente de c o n flicto . O

69
m ejo r dicho, el am or se ve envuelto inevitablem ente en
las condiciones conflictivas de la vida hum ana y tiene
que tom ar partido o fija r su propia posición en esos
conflictos. La situación internacional actual, con países
ricos y pobres, opresores y oprim idos; la situación
interna de nuestras sociedades, igualm ente conflictivas,
envuelven al am or en estas tensiones. Tensiones que
m uchas veces tienden a radicalizarse. No es posible
colocarse por encim a o fu era de esas tensiones. La
pregunta es cóm o se relaciona el am or — que busca
•finalm ente la total com unión humana— con esos
conflictos. Este tem a nos co n d u ciría a una intrincada
red de cuestiones que no podem os ahora abordar. Solo
v aldría la pena m encionar dos o tres p u ntos para una
reflex ió n sobre el tem a: 1) la m eta cristiané no e s ja
"conciliación" sino la "reco n ciliació n ", es d e c ir,.a q u e ­
lla resolución de la ten sió n en que se ha restablecido la
ju s tic ia y los enem igos pueden encontrarse en la
condición real de herm anos, y no la aceptación
im puesta de condiciones inevitables por las cuales se
p erp etú an las causas de la enem istad. En ese sentido la
"reconciliación" de oprim idos y opresores, de poseedo­
res y desposeídos requiere la tra n sfo rm ac ió n de las
condiciones de opresión. 2)_el am or, b usca, aquella
solución de las tensiones que m ejo r respete la h um ani­
dad de los p ro tag o n istas, en que la dignidad de la
persona y la vida hum ana sufra el m enor d eterio ro, en
que se gesten condiciones para un fu tu ro de verdadera
com unidad. 3) al am or pro cu ra respetar la dignidad
hum ana del enem igo aun en el m ism o c o n flic to , no
atenuándolo o disim ulándolo sino to m an d o radical­
m ente en serio al enem igo aun en m edio del co n flicto
(debe pensarse aquí en la radicalidad. del ju ic io , de
D ios, que es siempre un ju ic io regido por el am or).
4) el am or com prende que en to d o c o n flicto debe
haber una tra n sfo rm a ció n de todos los que p articipan

70
en él; es decir, Ja Ju stic ia de la causa por la que no;
com prom etem os no significa su a u to ju stific a ció n , uní
idealización de nuestra persona - la resolución de
c o n flicto , y por lo tan to las condiciones en que le
libro y la form a de co m b atir, deben ser un proceso de
tran sfo rm ació n de nuestra propia vida, porque la causE
por la que com batim os, si es la causa del D ios de
am or, significa siempre un llam ado al arrependim iento
la conversión y la recreación de lo que hemo:
alcanzado. 5) los c o n flicto s en los que estam os envuei
tos no son sim plem ente una lucha del bien contra e
m alT son. pese a su in ten sid ad , momentos en ur
cam ino por el cual Dios va guiándonos en la realizad o r
de su m eta. Eso no significa que no sean im p o rtan tes
Pero sí significa que no podem os co n cen trar en "une
gran batalla" la totalidad de la lucha. Es un grave erroi
el de quienes piensan que pueden desentenderse de las
pequeñas m anifestacio n es del am or - la com pasiór
personal, la consideración, incluso la gentileza y h
urbanidad para com batir la gran batalla -la tra n sfo r
m arión de todo el sistema. H ay, por supuesto, un;
je ra rq u ía de im portancia. P ero la realidad es de uno
sola pieza: la gran batalla es parte de una larg:
cam paña. Y la pequeña acción es tram a de es¿
cam paña. La decisión dram ática de la gran batalla y k
tarea cotidiana del am or son dim ensiones com plem en
tarias e inseparables de esa vida que realm ente tiene
fu tu ro . ,
F in alm en te, en este m ism o tem a de dar consisten
cia y realización concreta al am or, es necesario m encio
nar la relación indispensable entre verdadero am or y
racionalidad y organización. El am or verdadero nc
puede quedarse en in ten ció n , en voluntad abstracta:
exige concretarse. Pero para hacerlo tiene que escogei
un cam ino de realización. Este cam ino se hace más
fácil en un ám bito inm ediato y personal, cuan di
43
debem os responder a la necesidad de un am igo, de un
fam iliar o de un vecino. Pero ya vim os que no se agota
allí. C uando, entonces, el am or debe abocarse a la
necesidad hum ana en sus planos más am plios, se ve
obligado a elegir una estrategia, a buscar una com pren­
sión de los pasos que deben darse, a elegir una
orientación política y económ ica, a envolverse en
form as de organización. De otra m anera, renuncia a
efectivizarse. Y en tal caso, d ifícilm en te puede llamarse
amor. Es por eso que el A ntiguo T estam ento insiste en
la ley, es decir, la o rdenación que hace posible dar
fo rm a a la preocup ació n por el hom bre y j/o r el
m undo. Para nosotro s, hoy, no se tra ta de copiar las
leyes bíblicas, que corresponden a circunstancias h istó­
ricas pasadas, sino en co n trar la in ten ció n de esas leyes
y buscar las form as actuales de realización de esa
intención. R acionalidad -e s decir, la búsqueda de
co m p re n sió n - y organización son condiciones indispen­
sables del ejercicio del amor.
CAPITULO ¡V

¿HAY ALGUNA S E G U R ID A D ?

H em os repetido in sisten tem en te, casi en cada una


de las afirm aciones a lo largo de estas conversaciones,
frases como: "para los cristia n o s...", "en la perspectiva
b íb lic a ..." , "desde el pu n to de vista de la fe..." las
cosas son de esta o esta o tra m anera. E n ese co n tex to
¡(emos hablado de un D ios que hace sociedad con el
hom bre para p erfeccio n a r ju n to s el m u n d o , de u n am or
que no reconoce lím ites n i fracasos sino que se
envuelve siem pre de nuevo en la persecución de su
p ro y ecto , de una vida h u m an a personal y colectiva que
tiene fu tu ro presente y eterno en cuanto se com pro­
m ete en esa creación de am or. N o ha de sorprendernos
que alguien pregunte: ¿y quién dijo todo eso? O m ás
precisam ente, ¿quién m e dice que esto sea verdad?
¿qué seguridad m e dan de que las cosas son realm ente
así y no se tra ta de un ro m án tico sueño, m uy herm oso
tal vez, pero sin realidad?
N o es un a preg u nta innecesaria n i antojadiza. Pues
si bien es cierto -c o m o lo h em o s señ a la d o - que en lo
p ro fu n d o de nuestro ser y en ciertos m o m en to s
percibim os que es así com o deben de ser las cosas,
tam bién percibim os en n u estra experiencia diaria que
no son así. Si el am or generoso despierta un eco en
nuestro corazó n, tam bién hay una inercia que nos lleva
a negario a diario. L a experiencia dei am or negado, de
la solidaridad rechazada, de la generosidad burlada, de
la co n fian za traicion ad a es una de las experiencias más
com unes y más im pactantes. ¿No presenciam os a diario
el triu n fo de la doblez, el avance de los trep ad o res que
pasan sin escrúpulos por sobre los dem ás para lograr
sus fines? ¿No somos testigos — a veces im p o te n te s-
de tragedias pequeñas y grandes en la vida de los
individuos y de las com unidades? Las letras amargas
de los tangos de D iscépolo parecen a veces más fieles a
la realidad que la canción del amor victorioso. ¿Hay en
el m undo algo que realm ente apoye al am or, p está
éste finalm ente destinado a extinguirse? ¿Es el am or
una gran ilusión? N o son preguntas p uram ente ¡retóri­
cas sino reales y p ro fu n d a s. P orque el Evangelio nos
invita a ju g arn o s la vida a que Dios es este dios. Dios
por los hom bres, a que la vida hum ana ha sido creada
para am ar, a que el am or tiene fu tu ro . Si eso no es
cierto, hem os desperdiciado la vida.

Una apuesta...

"El Evangelio nos invita a ju g a rn o s la vid a...",


hem os dicho. U n gran pensador cristiano, Pascal, lo
llam aba "la apuesta". N os agrade o no la com paración,
su sentido es exacto. Un autor inglés narra una
interesante parábola para ilustrar esta m ism a verdad. Es
la época de la últim a guerra m undial. U n ciudadano
inglés quiere reunirse a la resistencia en Francia.
E stablece contacto en Inglaterra con agentes de la
resistencia. F inalm ente se le da un lugar y una fecha en
que debe encontrarse con el je f e de la resistencia, ya
en territo rio francés. Y el nom bre de dicho je f e . Se
traslada, acude a la cita, se identifica. El je f e de la
resistencia le hace num erosas preguntas. F inalm ente lo

74
adm ite con unas palabras extrañas e intranquilizadoras:
"Tú eres e x tra n je ro y no podrás com prender m ucho de
lo que ocurre aquí. Verás cosas extrañas. De una cosa
debes estar seguro: yo soy el j e f e y sé lo que hacem os.
C o n fía en m í". Pasa el tiem p o ; el nuevo recluta ve a su
grupo vistiendo u n ifo rm es nazis, realizando m isiones
que parecen exactam en te o puestas a su p ro p ó sito ; ve al
je f e colaborando con el enem igo. ¿Sería verdadera­
m ente la resistencia a lo que se h ab ía unido? ¿No
habría sido víctim a de un m o stru o so engaño? ¿Era
este el je f e o un traidor? En m edio de las dudas, sólo
puede asirse a una palabra: "Ten co n fian za en mi y al
final verás". Es todo lo que ten em o s para nuestra fe:
un tal Jesús de N azaret que nos dice: "Ten co n fian za y
al final verás".

...certificada por una vida

y
U n tal Jesús que tom ó tan en serio la h istoria del
Dios de Israel, del dios que había anunciado la ju s tic ia
y la paz, que había p ro m etid o un fu tu ro para la
hum anidad y para el m undo. . . ta n en serio que vivió de
esa prom esa toda la vida, y finalm ente por ella entregó
su vida. Desde el com ienzo ubicó su vida en térm inos de
esa prom esa. U no de los p ro feta s de ese Dios había
m irado hacia el fu tu ro la liberación de la opre­
sión, la enferm edad y la pobreza. Y Jesús retom a sus
palabras y anuncia: "Porque el E sp íritu del Señor
me ha com isionado para anunciar a los cautivos
libertad, a los ciegos vista, para dar buenas noticias a
los pobres, para sanar a los afligidos, para anunciar la
llegada del tiem po de liberación". A lgunos pocos
aceptaron su m ensaje y se u nieron a él. Y otros, a lo
largo de los siglos, tam bién lo han hecho. N o hay
certificación. Jesús dice sim plem ente: "Sigúem e".

75
Es claro que no entram os a ciegas en "el ju e g o de
Jesús". Su propia vida es una g aran tía, porque es
im posible leer el relato de la vida de Jesús y no sentir
el tim bre de la au ten ticid ad , de lo que es verdadero y
real. Si alguna vez hubo verdadera h u m an id ad , un
hom bre cabal, está aquí. Su invitación no es una frase
vacía o dem agógica; está respaldada p o r cada acto y
cada palabra. Pero aún así: ¿qué nos asegura que fue
otra cosa que un genial y heroico soñador? P orque
to d a su vida es un constante com bate en e f cual su
m en saje, sus gestos, sus intenciones son peifm anente-
m ente rechazados, atacados, negados, no sólb por sus
adversarios sino incluso por sus propios seguidores. Y
finalm ente, su causa es crucificada.
En este sentido, el N uevo T estam ento es muy
realista. Si la cruz es la últim a palabra, estam os ante un
m ag n ífico ejem plo de h u m an id ad , pero nada más. N ada
respalda universal y efectiv am en te esa vida. Y sus
seguidores som os, mal que la palabra nos disguste,
"engañados y en g añ ad o res", "los más infelices de los
h om bres" (son palabras del apóstol Pablo). El sello de
la realidad de esa vida es, según el N uevo T estam ento,
la resurrección de Jesús. L a im portancia de la resurrec­
ción no estriba para el N uevo T estam ento en su
carácter asom broso o m ilagroso. Si D ios es D ios, tal
cosa no es en absoluto increíble. La im portancia
radica, mas bien, en que con ese acto Dios c o n firm ó
todo lo que Jesús había sido, dicho y hecho. Es por
eso que Pablo dice que si no hay resurrección, la fe se
queda sin fu n d a m e n to .
U tilizando un lenguaje muy poco religioso p o d ría­
m os decirlo así: Jesús docu m en tó de una vez para
siempre el m ensaje que nos habla de un D ios creador,
del Dios de am or que quiere elevar a la hum anidad y
colocarla en el cam ino de un m u n d o nuevo. Lo
docu m entó con su vida. Y en la resurrección, Dios

76
m ism o firm ó ei d o cu m en to . N o hay posibilidad de
c e rtificar esa firm a. Lo único que p odem os hacer es
preseatar; el d ocum en to y tra ta r de cobrarlo. Jugarnos
a que tiene fondos. E ste lenguaje com ercial y realista
coresponde al tem a. El N uevo T estam ento no vacila en
em plearlo. Pablo dice, incluso, que si la resurrección no
es real, si la firm a es" falsa, "Dios se m uestra m enti­
roso". N o hay otra garantía.

D esafío y consuelo

¿Cómo llegam os a c o n fia r en C risto, a p restar fe a


su vida, a su m uerte, a su resurrección? P ienso que
llegam os por uno de dos cam inos, que p o d ríam o s
llam ar: el cam ino del d esafío y el del consuelo.
Hay quienes son im pactados por el d esafío de
Jesús, por su program a de liberación y tra n sfo rm a c ió n
del hom bre y de la h u m a n id a d , por el m en saje de su
R eino. P erciben en ese llam ado el tim bre de la
realidad, de lo verd ad ero , y responden con entusiasm o
y decisión: te seguiré. Con esa decisión, la vida
adquiere sentido y valor, se inserta en una m isión
universal y local a la vez, h istó rica y eterna. La
to talid ad de la vida queda co m p ro m etid a y hasta los
incidentes cotidianos adqu ieren p ro y ecció n al ser incor­
porados en un pro y ecto único y significativo. La
historia de la Iglesia está llena de estas respuestas. Y
hoy en día, p articu larm en te entre los jó v e n e s, el
m ensaje p ro fè tic o de la B iblia y de Jesús evoca una
respuesta generosa y entu siasta en m uchos.
Q uien acepte el d esafío de Jesús, sin em bargo,
m uy p ronto descubrirá que el m ism o cala m u ch o más
hondo de lo que pudo suponer inicialm ente. La
invitación a cam biar el m u n d o se vuelve de inm ediato
sobre quien la acepta para interrogarlo: "Tú que deseas
43
tra n sfo rm a r «1 m undo ¿estás ya tran sfo rm ad o ? ", "Tú
que te has enrolado para im pregnar la realidad de
ju s tic ia y am or solidario ¿has sido tú m ism o to ta l­
m ente im pregnado, en tus m otivaciones y actitu d es, en
tus valores y actos, por ese am or y esa ju sticia?
"¿E stás realm ente persiguiendo el R eino de D ios, el
servicio del p ró jim o , o estás buscando solam ente una
nueva form a de satisfacción y pro m o ció n propia?
N o se tra ta de caer en un nuevo idealism o. A un' el
servicio subjetivam ente im p erfe c to es socialm ente nece­
sario y valioso. El cristiano no tiene que tran sfo rm arse
en un "exquisito" de la in tro sp ecc ió n , que bucea
c o n stan tem en te en sus m otivaciones, obsesionado por
la pureza de conciencia. Pero sí se trata de com prender
que la propia eficien cia de la entrega á una causa
requiere la total co n fo rm ac ió n a ella, que la causa de la
tra n sfo rm a c ió n hum an a no es una cuestión m ecánica
sino, precisam ente, hum ana. Y por lo ta n to reclam a
coherencia interna. Q uien quiera acepte el d esafío dé
Jesús se sentirá m uy p ro n to cuestionado por la propia
vida y entrega de aquel que lo ha llam ado. Percibirá su
propia necesidad de tra n sfo rm ac ió n y com enzará a
buscar en la relación con Jesús nuevas dim ensiones que
respondan a la to talid ad de su necesidad.
O tros llegan a Jesús en el cansancio, en el fracaso
y en la fru stra c ió n de la vida, c o n fro n ta d o s con
problem as que superan sus recursos interiores. Puede
ser que lleguen cansados por una ru tin a que los
deshum aniza y los deja vacíos. O sintiendo que la vida
se va deslizando poco a poco de entre nuestras m anos,
que p ronto se agotará la reserva de años que nos han
sido dados, sin que sepam os realm ente qué hem os
hecho con ellos, acuciados por la fu tilid a d de la vida.
O tal vez preocupado s por la suerte de otras personas,
de seres queridos, a quienes no hem os sabido guiar o
ayudar, con quienes no hem os p odido crear una

78
relación fecunda y rica. O in quietudes por un sentido
de culpa y rem ordim ien to por que hem os Sieclio o
dejado de hacer, por culpas reales o ficticias que
arrastram os, pero que en todo caso p ertu rb an y
deterioran la vida. Un sentim iento de im potencia para
copar los problem as de todo orden nos lleva a buscar
auxilio, consuelo, co n fian za. Y así acudim os a Jesús.

Todo com ienza en el p erd ó n

C reo que los hom bres llegan a Jesucristo por uno


de estos dos caminos: la respuesta al d e sa fío o la
búsqueda de consuelo. Pero am bos hallan una respuesta
única y a la vez personal: la aceptación y el perdón.
P orque en todo caso tenem os que e n fre n ta rn o s con un
hecho: no somos — frente a Jesús— ni el héroe puro
que puede ungirse a sí m ism o com o cam peón incorrup­
to de la tran sfo rm a c ió n del m undo ni la v íctim a
inocente que sufre exclusivam ente por los demás. El
derecho a ser consolados y fo rtale cid o s en nuestra
necesidad o a ser inco rp o rad o s al servicio de la causa
del hom bre y del m undo no nos asiste en virtud de
nuestra p erfección o suficiencia. Para ten erlo , tiene que
sernos otorgado. E n co n tra r a Jesucristo es hallar a!
D ios que no pone reparos a la im p erfecció n de nuestra
entrega, a las deficiencias de nuestro servicio o a la
culpabilidad de nuestras acciones. C uando nos dice,
desafiándonos: "S igúem e", quiere a la vez decirnos:
"Eres aceptado, tai com o eres". C uando nos dice: "A!
que a mí viene, no le echo fu e ra " , significa: "no hay
falla, culpa, traición o in fid elid ad que me h orrorice o
me aleje de ti".
C uando m iram os la vida de Jesús, en co n tram o s,
por una parte, una dureza sin lím ites para den u n ciar el
mal y por otra una dulzura igualm ente ilim itada para
43
recibir a quien v erdaderam ente busca la -/ida. No
disim uló ja m á s la gravedad de la in fid elid ad de aquellos
con quienes se encontró. N adie consiguió reb ajas de
Jesús, nadie logró un acom odo. Pero nadie llegó a él en
sincera búsqueda y fu e rechazado. E n co n trarse coi?
Jesús es siempre hallar a alguien que no nos co ntem pla
desde lo alto de su p e rfecció n o de su suficiencia, sino
a alguien que participa de nuestra co n d ició n , que
com parte aun n u estras, m ás penosas e x p erien cias/ al­
guien que conoce la alegría, la desazón, la fru stra c ió n ,
el llan to, la indignación, "que fu e te n ta d o e n /to d o
com o noso tros" y que, sí no cedió a la te n ta c ió n no
fu e por alguna in fu sió n de divinidad ab stracta sino por
am or de sus herm anos los hom bres. Jesús no nos m ira
desde la cum bre de una santidad arrogante sino desde
la hum ildad del am or te n ta d o pero victorioso.
Ese es quien nos acepta. Y su aceptación es el
tr iu n fo del amor. P orque si en verdad el sentido de la
vida es el am or y el pecado su ausencia -e l egoísm o y
el o d io - la' única respuesta d efinitiva es ese acto
últim o de am or que supera la negación y la fru stra c ió n ,
la traición y la in fidelidad. No hay otra solución. Lo
que significa Jesucristo es, en últim o té rm in o , sencilla­
m ente esto, que D ios nos ha dicho con to d o su ser;
"Tienes derecho a ser h om bre; puedes recom enzar tu
tarea; aún eres mi socio en este p ro y ecto de hacer un
m u n d o ; com o seas y donde estés, eres el ser con quien
D ios cuenta y en quien D ios co n fía: levántate y anda".
R ecibir esa palabra es re afirm ar n u estra sociedad cois
él, volver a' instalarnos en el p ro p ó sito inicial de
nuestra creación.
C onsuelo y d esafío son dos caras inseparables de la
fe. N adie puede realm ente co m prender una de ellas sin
ser llevado a experim en tar la otra. Jesucristo no nos
consuela h aciéndon o s creer que no existe la in ju sticia,
el engaño, la culpa o el m al, o tra n sp o rtá n d o n o s a

80
algún plano 'espiritual' en el que estas realidades ya no
nos p e rtu rb e n (com o a m enudo lo hacen las religiones).
Jesucristo nos ¡ionsuela asegurándonos que estas cosas
no tienen fu tu ro , que el am or tiene en verdad la últim a
palabra y que el m undo de ju s tic ia y verdad que
vislum bram os es, en realidad, el fu tu ro cierto de la
h um anidad. Por eso, el v erdadero consuelo engendra
una ind estru ctib le p ro testa , una incapacidad de am ol­
darse, una angustia con esperanza, una perm anente
inquietud por el otro. L a fe perm ite despreocuparse de
la propia seguridad, felicidad, p o b reza, pero no perm ite
despreocuparse de la n ecesidad, la po b reza, la seguridad
o el dolor del otro.
Es bien cierto que no es ésta siempre la actitud del
creyente o de las iglesias. Un teólogo hablaba al
respecto del "abaratam ien to de la gracia" del que los
cristianos som os culpables: hem os hecho del consuelo
del evangelio un calm ante b a ra to , que nos perm ite
d esen ten d em o s del d esafío del m ism o Evangelio. Es
por eso indispensable, com o hem os repetido, volver a
insistir en la identidad propia de Jesu cristo , del D ios de
la Biblia, que creó el m undo y llamó al hom bre para
una tarea. El perdón y el consuelo de ese Dios no son
una droga para adorm ecernos o tra n sp o rta m o s a un
m undo de fa n ta sía sino un estim ulante para volvernos
la energía, hacernos poner en pie y retom ar nuestra
vocación h um ana. P or eso, ese Dios no se c o n fo rm ó
con enviar desde su m orada una palabra sacerdotal de
consuelo, sino que descendió e hizo m orada en nuestro
m und o -e s lo que llam am os la E n c a rn a c ió n - para
librar y enseñarnos a librar en él y desd e-él, com o
h o m b res, la batalla por una nueva tierra y un h om bre
ñuevo.
C onsuelo y d esafío . Tal vez com o dos bocas de un
m ism o tú n el, lino puede en tra r por cualquiera de ellas:
si sigue m archando , hallará ía otra. El d e sa fío sin
43
consuelo es desesperación y fru stra c ió n y al final
destruye. El consuelo sin d esafío lleva a la m uerte
espiritual, a la destrucción de lo hum ano. Sólo la
esperanza que co n fía y se ejercita a la vez activam ente,
afirm ada en la certidum bre de la fidelidad divina, es la
verdadera fe. Lo ex trao rd in ario del E vangelio es que
nos invita a acercarnos a Jesucristo donde quiera que
nos encontrem os: en la eu fo ria que está dispuesta a
to m ar el m undo entre las-m anos y hacerlo de nuevo o
en la angustia que se siente incapaz de sobrevivir a las
contradicciones de la vida. En cualquier casó seremos
aceptados. Pero, inex o rab lem en te, serem os llevados a ia
experiencia de la necesidad y de la propia in suficiencia
y por lo tan to a la búsqueda de consuelo y p erdón y
seremos desafiados a la verdadera' eu fo ria del que se
siente bien porque se sabe en el cam ino de la realidad
últim a y verdadera.

TEMAS DE REFLEXION
( C o m e n ta n d o algunas preguntas)

Seguridad y riesgo

Jesús dijo en una ocasión: "ei que quiera salvar su


vida la perderá, y el que ia pierda por causa m ía y del
evangelio la salvará". F re cu en tem en te se ha in terp re­
tad o esta afirm ació n en el esquem a de "las dos vidas":
uno arriesga su vida aquí y salva la del más allá. Ya
hem os visto lo inadecuado de ese esquem a. Para la fe
hay una vida, la que el am or de Dios nos da y nos
invita a vivir, una vida que d esa fía y supera la m uerte. Más
bien el pasaje re fleja la propia actitud de Jesús: quien
no se aferra a su propia vida sino que la arriesga en el
servicio de am or a los dem ás, halla ei verdadero origen

82
y centro de la vicia, hace c o n tac to con la vida como
realm ente es y por lo ta n to , ta n to antes com o después
de la m u erte, perm anece en la verdadera vida.
E sto nos obliga a re d e fin ir "seguridad" cuando la
aplicam os a la vida cristiana. P o rq u e esta seguridad no
excluye el riesgo: no "asegura" co n tra la e n fe rm e d a d ,
el do lor, la fru stra c ió n , el tem o r. En realidad, el am or
agudiza todos estos riesgos, pues no hay persona más
vulnerable que la que m ás ama. No ha h abido sobre
esta tierra nadie m ás vulnerable que Jesús. O si
querem os expresarlo p a ra d ó jic a m e n te , Dios es el más
vulnerable de los seres puesto que está abierto a cuanto
ocurre en el universo. Seguridad, pues, no es elim ina­
ción de riesgos, sino la co n fia n z a de estar en relación
con lo que es la verdad, de pisar terren o firm e. C uando
Pablo pasa revista a las cosas que pueden am enazar al
hom bre: persecución, peligro, la atracción de las cosas
o la seducción de la te n ta c ió n , los poderes terren ales o
los celestiales - n o concluye que el cristiano esta
exento de esos peligros sino que "nada nos puede
apartar del am or de D ios que es en C risto Jesús..."
E ste es el contenido del co n cep to cristiano de segu­
ridad. Tal vez apuntó a un m e jo r uso de las palabras
M artín L utero al distinguir entre seguridad y certid u m ­
bre. El cristiano tiene la segunda, pero no la prim era.

"El m isterio del bien"

"Hay no-cristianos que tam b ién reciben el d esa fío


y el consuelo; si Jesucristo es d e safío y consuelo para
los que tienen fe, ¿de dónde lo reciben los que no la
tienen? ". Tuvim os ya una p rim era apro x im ació n a este
tem a (cf. Cap. I.) P ero no es inútil anotar un par de
reflex io n es m ás sobre el tem a. P orque debem os recono­
cer que h ay, efectiv am e n te , m u ch o s que no se p ro fe sa n

83
cristianos, o que esp ecíficam en te se declaran ateos y que
se han dedicado enteram ente a _ este program a de
tra n sfo rm ació n y hu m anización del m undo y el hom bre
p or el am or solidario. Hay quienes han dado su vida por
ello. Y hay quienes lo han hecho y lo hacen con notable
alegría, generosidad y paz espiritual. A veces no-cris-
tianos han sentido ese llam ado con m ayor claridad y han
respondido con m ayor decisión que los cristianos. Y no
pocas veces los cristianos lo hem os escuchado m ediante
el ejem plo y la dedicación de quienes no p ro fesab an o
negaban nuestra fe. /"
D ebem os, decíam os, "reconocer" que es así. El
verbo ya es sospechoso; es com o si a regañadientes,-poí-
no tener más rem edio que hacerlo, adm itim os que así
sea. Pero esa actitud no corresponde ni a la enseñanza
ni a la actitud de la Biblia. Es más bien expresión de
una especie de im perialism o cristiano, más ligado a la
defensa de los derechos y privilegios de las iglesias que
del Evangelio. U na especie de p retensión de m onopolio
del bien y ' la virtud. Para la Biblia, en cam bio, el
E sp íritu de Dios no está encerrado dentro de las
paredes de la Iglesia ni de las líneas del Credo. El
E sp íritu de Dios obra en to d o el m undo y en todos los
hom bres. D ios, com o lo expresa un autor bíblico "no
se ha dejado sin testigos". C om entando la experiencia
de quienes no tuvieron la revelación bíblica, el m ism o
Pablo señala que "tienen una ley escrita en su
conciencia" que les señala su responsabilidad, constitu­
yéndose en estím ulo y ju icio . Por supuesto que no se
trata de exaltar sus virtudes, porque tan to ellos com o
nosotros fallam os en la respuesta a ese llam ado de la
ju s tic ia y el bien. Pero Dios no se ha ausentado
tam poco de sus vidas.
Es ex trañ o , por otra p aite, que cuando un no
cristiano hace o dice algo que nos parece corresponder
a la enseñanza del Evangelio, los cristianos nos senti­
m os m olestos. Pareciera que nos vem os obligados a
dem ostrar que el am or, el sacrificio, la sensibilidad que
p ractican quienes no co m p arten nuestra fe fu e ra de
algún m odo ficticia. En la Biblia, en cam bio, cuando
un pagano actúa bien, es ocasión de alabar a D ios y
darle gracias, porque su E sp íritu actúa con poder en el
m u n d o , aún entre aquellos que no lo reconocen. El
bien que ocurre fu era de nuestro ám bito religioso, e
incluso m uchas veces a pesar o en contra de lo que
n o so tro s hacem os, d eb ería ser m otivo de alabanza a
D ios y de arrepentim ien to por nuestra parte. Porque
D ios dem uestra así la universalidad de su am or y la
fidelidad a su propósito.
Todo esto no significa, sin em bargo, que los
cristianos podam os callar o poner sordina a la afirm a­
ción de que el sentido más p ro fu n d o de ese d e sa fío y
de ese consuelo que m uchas veces los no creyentes
perciben y obedecen, solam ente se descubre en Jesu­
cristo. Porque allí se lo ve, no com o una frágil
disposición hum ana, com o un volun tario so em peño
h ero ico , com o una cualidad subjetiva que trata de
im ponerse a una re a ld a d reacia, sino com o la razón
m ás p ro fu n d a de la creación, como el verdadero
sentido de la historia y del universo, com o el secreto
últim o de la realidad. Pues se lo ve com o el ser mism o
de Dios. Y por lo ta n to , sólo en el cono cim ien to de
Jesucristo puede percibirse la h o n d u ra del d e safío y la
plenitud del consuelo. En ese sentido, no tenem os
com o cristianos ni el m o n o p o lio del co n o cim ien to ni
de la práctica. Sólo sabem os donde está la fu e n te de la
que m ana todo verdadero d esafío y to d o consuelo
eficaz, toda búsqueda de ju s tic ia y de amor. La
responsabilidad que nos co m p ete, por lo ta n to , es la de
testim o n iar de ese cono cim ien to . P ero, a la vez, la
credibilidad de ese testim o n io está indisolublem ente
ligada a nuestra fidelidad en la respuesta.

85
Consuelo sin desafío

U na m ín im a m edida de objetividad y h onestidad


nos obliga a reconocer que esta fe que se com prom ete
con la tran sfo rm ació n del m undo por la ju s tic ia y el
am or no se deja ver dem asiado fre c u e n te y activam ente
en nuestras iglesias. En cam bio, lo que hab itu alm en te
hallam os en ella es gente "instalada" cóm odam ente en
un consuelo b arato , satisfaciéndose con experiencias
subjetivas o em ocionales, que vive su "religión com o un
bien propio, que a lo m as se expresa en aisladas
m an ifestacio n es de "carid ad ", sin program a ni estruc­
tu ra, m ás destinadas a satisfacer la propia conciencia
que a tra n sfo rm ar la realidad, o siquiera servir eficaz y
p erm an en tem en te al prójim o.
Conviene m irar el tem a desde varios ángulos.
P rim eram en te, para p reg u n tarn o s, ¿quiénes son los
cristianos? P orque, en efec to , desde que -m u y tem ­
prano en su historia, allá por los siglos IV y V- la
Iglesia llegó a integrarse en el Im p erio R o m an o prim ero
y en las culturas occidentales que lo h ered aro n luego,
la religión cristiana vino a ser la religión de todos. Pero
cuando todos somos cristianos, ¿quién es cristiano?
¿Es la fe entonces un com prom iso activo o una
designación genérica de to d a una cultura? Cuando
to d o un país es cristiano, la especificidad se pierde. El
D ios de Jesucristo se c o n fu n d e con los dioses p rotec­
tores de la nación, de la cultura, que no exigen m ucho.
N o es de extrañar que, en tales condiciones, la fe se
tran sfo rm e en un 'b lan d o consuelo' más bien que
d esafío .
U na segunda observación, de orden sociológico,
a fecta más específicam en te a las iglesias fo rm ad as por
los sectores de la sociedad que solemos llam ar "clase
m edia". En nuestro país, lo son la m ayor parte del
P ro testan tism o y los grupos más activos eclesiástica­
m ente del C atolicism o. En to d o caso, los que más
fre c u e n ta n las cerem onias religiosas (o aquéllos de
ellos, al m enos, que es posible lean este libro). Pero
hay dos características de ese sector de la sociedad que
llegan a im pregnar y determ in ar la expresión de su fe:
la subjetividad y el individualism o. Es un grupo en el
que se vive para sí, in tro v ertid am en te. Se sueña con la
casa propia, el tran sp o rte p ro p io , la privacidad. La
religión no escapa de estas m odalidades. No se com par­
te la vida y por ende tam p o co la fe. N o correm os e!
riesgo de ex p o n em o s, de d ejarnos ver en nuestra
"intimidad personal, de ab an d o n ar nuestra privacidad. El
m undo se nos presen ta com o te rrito rio enem igo, del
que hay que extraer aquellas cosas que pued an co n tri­
buir a nuestra felicidad p ersonal, y arrastrarlás para
gozar de ellas en n u estro fu e ro interno o "con los
nuestros" - f a m ilia , círculo de am igos, incluso congre­
gación religiosa. E sta d eterm in ació n sociológica nos
inhibe para ver el am plio m undo de la sociedad, de la
p o lítica, de la eco n o m ía, el m u n d o o b jetiv o de las
realidades m ateriales y estru ctu ra le s com o nu estra casa,
com o el lugar de n u estro , llam ado, com o el m undo de
Dios.
E sto , a su vez, resulta en un vacío en el aspecto
e sp ecíficam en te teológico y religioso. C om o estos
cam pos de la vida h u m an a nos son ex trañ o s, no hem os
c o n fro n ta d o con ellos el m ensaje del Evangelio. N o nos
hem os preguntado seria y u rg en tem en te que significa la
fe en el ám bito p o lític o y económ ico. No com o m era
especulación sino com o com prensión y p ráctica. Y por
eso carecem os de un testim o n io e sp e c ífic o , de una
práctica que nos id e n tifiq u e com o cristianos. F a lta n las
.disciplinas de com unidad que den consistencia al
testim o n io cristiano. Las iglesias las han ten id o en
m om entos decisivos de su historia. N o h ab ía m uchos
equívocos acerca de cóm o se u bicaba y cóm o vivía una

87
com unidad cristiana en el Im perio R om ano en el siglo 1
ó II, ni qué significaba fo rm a r parte de. "el pueblo
m eto d ista" en In glaterra en el siglo X V III. Podem os
concordar o no con esas concreciones de m ilitancia
cristiana. Pero rep resen taro n , en to d o caso, una ubica­
ción concreta del m en saje en una circunstancia h istó­
rica y una práctica co m unitaria e histórica específica.
Sin ellas no hay un testim o n io eficaz. Sin ellas,
continuam os en la religiosidad com o consuelo privado
sin d esafío histórico.
L a suma de estas observaciones plan tea él proble­
m a de la "conversión". En e fe cto , el n acim iento de
una com unidad de fe y p ráctica, de una m ilitancia
cristiana concreta, del seno de una cristiandad no-
esp ecífica, de religiosidad privada, reclam a una tom a
personal de conciencia y la asunción de un com pro­
miso. Involucra una revisión radical de nuestra religio­
sidad. En sum a, ese salto cualitativo que denom inam os
"conversión". Es por eso indispensable rescatar la
identidad propia del m ensaje b íb lico , de la persona de
Jesús. Porque sólo el anuncio de esa identidad propia e
intransferible del Dios que llam a a la tran sfo rm ació n
del m undo nos propone una obediencia radical. Y por
consiguiente, posibilita y reclam a una conversión.
U na religión de consuelo sin d esafío es, pues, una
tergiversación de la fe. Sólo se emerge de ella por una
verdadera conversión que tra n sfo rm a nu estra com pren­
sión y nuestra práctica. Esa conversión ha de darse en
nuestro tiem po por un reco n o cim ien to del llam ado a
una m ilitancia histórica, a la particip ació n en la
construcción de un m undo y un hom bre nuevo. Porque
esta es la dim ensión que nuestra religiosidad subjetiva y
privada ha neutralizado. Pero sería un error id en tifica r
tal conversión con una respuesta v o lu n tarista y ética al
program a de tra n sfo rm a c ió n de la sociedad. Este
d esafío sin raíces más p ro fu n d a s de p erdón y de
consuelo es un espejism o. C on d u ce, por una p arte, a la
fru stra c ió n y el desengaño, cuando la realidad nos lleva
a reconocer la precaridad de los logros, la propia
in fid elid ad en nuestra d edicación, las d eficiencias en los
grupos y p royectos en los que estam os em barcados. En
ese caso, sólo la in co rp o ració n de nuestra m ilitancia en
el p ro y ecto universal del am or divino, p erm ite m ante­
ner la integridad sin ab an d o n ar la lucha. Por otra p arte,
acecha a un d esafío p u ram en te v o lu n tarista la te n ta ­
ción de la arrogancia, de la au to -ju stificació n : se
c o n fu n d e la dignidad de la causa con nuestra propia
p ersona, reclam ando así para no so tro s una in falib ilid ad ,
un acatam ien to , un h o n o r que sólo la causa m ism a
m erece. Soberbia que a m enudo esconde o procura
esconder, para otros o para sí m ism o, las propias fallas.
El que ha aceptado el llam ado de C risto, no tiene ya
dignidad propia que d e fe n d e r, no tiene status que
proteger. P uede, por lo ta n to , entregarse libre y
hum ild em en te a su tare a , sin reclam ar una virtud
propia ni desanim arse p or lo largo y accidentado del
cam ino hacia el m undo nuevo. C onsuelo y d esa fío son
las dos dim ensiones inseparables e indispensables de
una fe que obra por el amor.

89
ESTE L I B R O SE T E R M I N O DE I M P R I M I R
EN EL MES DE S E P T I E M B R E DE 1975
EN LOS T A L L E R E S G R A F I C O S
OFFSETGRAMA
M A T H E U I 163/GS
BUENOS AIRES
REP ARGENTIN A

Esta tirada c o n s t a di; 3.000 ejemplares

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