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De aquella junta convocada hace 210 años, quisiera rescatar a un personaje fundamental para
entender el proceso revolucionario y con él, algunas de sus ideas que deben interpelarnos e
inspirarnos. Este personaje es Mariano Moreno, artífice intelectual de la Revolución. Moreno,
hijo de padre español y madre criolla, formado intelectualmente bajo los preceptos de la
entonces ponderada Ilustración, tenía la plena convicción de un derecho natural con el cual
nacían todos los hombres: la Libertad, por eso se indignaba al ver la explotación de los indios
nativos por parte de los españoles y replicaba: “el capital más preciado de un reino siempre es
su pueblo”.
Cuando hacía referencia al pueblo se remitía a la comunidad que lo constituye, las personas
que comparten algo en común. Moreno era un comunalista, es decir, concebía a la sociedad
como un cuerpo, un colectivo; él creía que lo que nos une como sociedad es la virtud,
entendida ésta, como la cualidad que conduce a ceder una parte de la energía y del interés
personales para ponerlos al servicio del bien público. De aquí, surge su ideal republicano que
representa la unión comunitaria de todos los ciudadanos y todos los valores, entre ellos, la
preciada libertad. Fueron estos principios y valores los que nutrieron intelectualmente aquella
incipiente revolución.
Ahora les invito a pensar cuántos de estos valores mantenemos vivos en nuestra escuela:
¿Construimos comunidad? ¿Habitamos la escuela como el espacio en común donde se exalta el
compromiso, el respeto y la solidaridad con nuestros compañeros y compañeras? ¿Hacemos
ejercicio de la virtud? ¿Somos capaces de ceder nuestros intereses para ponernos al servicio del
otro?