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TEOLOGÍA MORAL
SUMARIO
Introducción.
I. El "lugar social":
1. Contexto socio-económico;
2. El caminar de una Iglesia;
3. Vínculos con la teología de la liberación;
4. El subsidio de las ciencias de lo social.
Introducción
Antes de nada, es preciso señalar el "lugar social" del que emerge esta concepción del
pecado. Implica una referencia a las coordenadas socioeconómicas, eclesiales, teológicas y
científicas. Con todo, la novedad, al menos aparente, nos obliga a confrontar ese enfoque
con otras concepciones anteriores o también presentes: la casuística, la moral renovada y,
naturalmente, la concepción bíblica y la gran tradición. A pesar de todo, la confrontación no
será suficiente, sin embargo, para aclarar ciertas dudas fundamentales ni para explicitar de
modo adecuado lo que se entiende por pecado estructural. Conviene abordar directamente
algunas objeciones frecuentemente suscitadas en relación con la terminología, con la
aparente identificación con el llamado pecado colectivo y con la dimensión social del
pecado. Además de esto están las cuestiones referentes a la responsabilidad personal y a las
implicaciones pastorales.
I. El "lugar social"
2. EL CAMINAR DE UNA IGLESIA. Las tres últimas décadas marcan un giro notable en el
modo de ser y de actuar de la Iglesia latinoamericana. Apremiada por la urgencia de
anunciar la buena nueva ante una realidad tan brutal, va cambiando su lugar social y
generando nuevas prácticas. La célebre opción por los empobrecidos no es en primer
término una expresión verbal. Traduce la comprensión de un nuevo "sujeto social", los
empobrecidos, así como la necesidad de un desplazamiento por parte de la Iglesia desde el
centro a la periferia. Implica una renovación profunda de sí misma y de sus prácticas. Una
Iglesia que se abre a los empobrecidos ya no piensa en primer lugar en sí misma y en sus
problemas internos. Comienza a darse cuenta de que preocuparse por problemas que
aparentemente nada tienen que ver con ella, en realidad forma parte integrante de su
misión evangélica. En consecuencia, se ve obligada a cambiar sus prácticas internas y
sociales. No le es posible colocarse al lado de los poderosos en los ineludibles conflictos.
sociales; ha de defender los derechos de quienes no cuentan con una fuerza organizada
para hacerlo; tiene que revisar pactos; revisas fuentes de renta e inversión de patrimonio;
revisar sus amistades; revisar las relaciones entre jerarquía, clérigos y laicos. Implica incluso
enfrentarse con todo tipo de presión para volver atrás.
A la luz de todo este cuadro de revisiones y nuevos compromisos en nombre del evangelio
es como se pueden comprender las comunidades eclesiales de base (CEl3s). Éstas no se
constituyen aquí en una especie de grupos de elite de contestación, como sucede en otras
partes. Sus miembros más activos son personas sencillas, humanamente sin preparación,
pero que, revestidas de la fuerza de la palabra de Dios, se sienten investidas en una misión
profética. Tampoco son las CEBs el apéndice de una estructura multisecular, establecida
primordialmente sobre el modelo parroquial. Como repetidas veces lo ha asumido la
jerarquía local, se trata de un nuevo modo de vivir en Iglesia. Efectivamente, las CEBs no
destruyen una concepción de Iglesia, sino que fermentan por dentro, revitalizando todos
sus sectores. El resultado es una Iglesia más presente en todo, más ágil, más profética.
En un primer tiempo, también las ciencias humanas, entre ellas la psicología, tuvieron
dificultad para ver reconocido su estatuto por la teología. Hoy es inconcebible un tratado
teológico que sencillamente prescinda de los datos científicos. Tratándose de las ciencias de
lo social, particularmente de las que se presentan con un carácter más crítico, persisten las
dificultades. Justamente del uso de las ciencias de lo social de cuño crítico provienen
muchas resistencias a la teología de la liberación. Con todo, puesto que esas ciencias son
utilizadas como mediación en el conocimiento de la-realidad, y solamente eso, sería un
riesgo enorme prescindir de su contribución. Es verdad que no ofrecen más que una
materia primera, que es preciso elaborar con los procedimientos propios de la actividad
teológica. Pero esa materia primera es lo que traduce las interpelaciones concretas de Dios
en la historia presente. Son interpelaciones que rebasan los límites de las personas,
asumiendo dimensiones sociales. Lo propio de las ciencias de lo social, de cuño crítico, es
hacer posible una lectura más profunda de los problemas sociales, superando tanto una
lectura ingenua como funcional de la realidad. La lectura ingenua es la realizada a simple
vista, que no va más allá de los hechos aislados; la funcional es la que percibe la conexión de
los hechos, pero dentro de una conjetura casual y provisional; la crítica es la que descubre la
raíz profunda de los diversos hechos y de sus conjeturas. En este último supuesto es como
las ciencias de lo social ayudan a desvelar un mal que no sólo se oculta en el fondo del
corazón humano, sino que se introduce en las estructuras sociales. Y ese mal, en el que se
mezclan elementos personales, interpersonales, comunitarios, sociales y hasta cósmicos, es
el que se denomina teológicamente pecado estructural.
En este nuevo horizonte resulta fácil comprender que también se haya ensanchado la
comprensión del pecado, y mucho. Además de depurado de ciertos complejos de
culpabilidad, el pecado pasa a ser interpretado más bien en la linea de actitudes globales de
la vida. Más que un simple acto malo pero aislado, el pecado sería una opción fundamental
de la vida, que ocasionalmente puede traducirse en actos más significativos. Con ello no se
reajusta sólo la valoración de los pecados (veniales, graves y mortales), sino que también se
reestructura la conversión, considerada como algo mucho más exigente. Concepciones de
base bíblica, en especial vistas a la luz de la categoría fundamental de la alianza, van a hacer
posible la aparición de términos mucho más significativos que el de "ofensa a Dios"t
"violación de la alianza", "ruptura", "rechazo", "resistencia", "dureza de corazón",
"infidelidad", "oposición sistemática a los planes divinos", "pretensión de construir una
historia propia y no la del pueblo de Dios", "falta de amor a Dios y al prójimo", etc. A todo
esto se junta una doble polaridad: la propiamente religiosa y la ética, pues el pecado no se
restringe al ámbito de los que tienen fe; pecado es todo lo que "deshumaniza", en el
sentido fuerte del término; todo lo que "enajena", en el sentido de una carencia de sintonía
profunda con el propio ethos. El ser humano se aliena en la medida en que se cierra a las
aspiraciones más profundas de su ser, en la medida en que se cierra a la comunión con el
prójimo,: en la medida en que pierde el sentido profundo de la creación. Y todos esos
cierres se traducen en otro más decisivo para el propio creador y sus proyectos.
También las actitudes de Jesús permiten diversas lecturas, en particular una de vertiente
personal y otra de vertiente más social. El hecho es que la actitud de Jesús respecto al
pecado está henchida de sorpresas. Conviene destacar tres. La primera consiste en el hecho
de que él ni habló mucho ni muy directamente del pecado. Habló mucho más de salvación.
En general, al anunciar la salvación denuncia con mayor claridad el pecado. Habla
ciertamente de pecado, pero lo hace sobre todo a través de las parábolas del reino. Puede
verse la de los convidados al banquete de bodas (Lc 14,18-20), la de las muchachas que se
durmieron (Mt 25,1 ss), la de la irrupción inesperada de Dios en la historia (Mt 24 37-39), la
del verdadero pecador: el hermano mayor (Lc 15,1 I-32) y la del juicio final (Mt 25,31ss). La
segunda sorpresa estriba en el modo de tratar Jesús a los que oficialmente son
considerados pecadores o justos: se muestra acogedor con los primeros e inflexible con los,
segundos. Jesús no sólo supera la concepción de pecado transmitida por los líderes
religiosos, sino que la rechaza. Para Jesús el.pecado no tiene nada que ver con la impureza
legal o con otras concepciones de índole extrínseca: del fondo del ser humano es de donde
nace el pecado (Mc 7,2-12). La tercera sorpresa es consecuencia de las dos primeras. Los
personajes alegóricos de las parábolas antes mencionadas, de suyo no hicieron nada
especial. La maldad -proviene simplemente del hecho de no estar ligados al reino y a su
justicia.
Todas estas sorpresas se pueden leer en clave personalista. Sin embargo, Jesús no se
detiene ahí; detecta a los enemigos del reino. Y aquí va a surgir una segunda vertiente: :la
socio-estructural. Basándose en su afirmación personal, grupos organizados, sirviéndose
incluso de la religión y del nombre- de Dios, se oponen frontalmente a la buena.nueva del
reino. Y esto lo hacen al servirse de su poder para impedir la concretización histórica del
reino. Curiosamente, con la excepción del caso de Herodes, Jesús no arremete contra
individuos, sino contra grupos organizados: fariseos, escribas, ricos, sacerdotes y
gobernantes. Es forzoso reconocer que los anatemas de Jesús son colectivos. Además deja
bien claro que existe opresión religiosa porque los fariseos colocan en los hombros de los
demás cargas intolerables; existe ignorancia porque los levitas guardan para sí las llaves de
la ciencia; existe pobreza porque los ricos no comparten su riqueza; existen oprimidos
porque los que gobiernan hacen un uso despótico de su poder en vez de ponerlo al servicio
de los demás (Mt 23).
Ante todo esto resulta difícil negar que Jesús denuncia formas de convivencia y estructuras
sociales en cuanto formas constitutivas del antirreino. Pues para él el reino es ciertamente
espiritual, pero no sólo eso; es trascendente, pero también ha de concretizarse en la
historia de la humanidad. La lucha que se entabla es exactamente entre el reino de este
mundo (de los hombres) y el reino de Dios. Cuando reinan los hombres, reinan la injusticia,
la opresión, la violencia, la discriminación. Cuando reina Dios a través de la concretización
de, sus proyectos, reinan la justicia, el servicio, la paz y el amor fraterno. Decididamente, la
concepción de Jesús recuerda el libro del Génesis. Todo el mal empieza cuando los hombres
intentan implantar sus proyectos y consienten en dar oídos a la serpiente: "Seréis como
dioses". El resultado será la torre de Babel.
4. EN CONSONANCIA CON LA GRAN TRADICIÓN. Sin lugar a dudas, sólo lee bien un texto el
que consigue situarlo en su contexto y lo interpreta a la luz de un todo más amplio. La
lectura de los santos padres y de otros personajes que caracterizan a la gran tradición no es
fácil, pues tropezamos con cientos de autores diferentes, diseminados en períodos
históricos diferentes y que emplean géneros literarios diferentes. Además, la lectura se hace
normalmente en clave casuística o personalista; no en clave social. De quererlo,
ciertamente encontraremos en los santos padres listas de pecados, como las encontramos
en san Pablo y en otros pasajes bíblicos. Además, por lo que hemos visto anteriormente, no
existen razones para descartar esos tipos de lecturas. Lo que hemos de preguntarnos es si
es ése el mejor modo de captar su sentido profundo, puesto que las listas de pecados
tienen una función netamente pedagógica: Aparte de eso, en presencia de las coordenadas
de la alianza, del reino y de la propia concepción de Jesús, deberíamos al menos suponer
que no queda descartada una lectura en clave social. Conviene recordar que incluso la
célebre distinción entre pecado mortal y pecado venial, que ha prevalecido durante siglos,
no se encuentra verbalmente en la Sagrada Escritura; es una creación teológica con
fundamento en la Escritura.
La consonancia o no de la comprensión estructural del pecado con los santos padres deberá
atestiguarse naturalmente .en sus enseñanzas sociales, una de las fuentes primordiales dé
la doctrina social de la Iglesia. Los textos son innumerables; se los encuentra en abundancia
sobre todo en san Ambrosio, san Basilio, san Juan Crisóstomo, los cuales se enfrentaron más
directamente con la situación de injusticias sociales que clamaba al cielo. Para todos ellos, la
raíz de la pobreza y de las desigualdades sociales no se encuentra en los planes del creador,
sino que, por el contrario, apunta directamente a la usurpación por parte de las personas y
los grupos de lo que ha sido destinado para todos. Es la falta de conciencia de la condición
de criaturas, en virtud de la cual los seres humanos deberían ceñirse a ser meros
administradores de los bienes terrenos, lo que provoca el afán de lucro y de codicia. La
vinculación entre la miseria de algunos y la riqueza de otros es tal que ya el Pastor de
Hermas (a mediados del s. n) sostiene que es un homicidio no ayudar a los necesitados. San
Ambrosio, en su comentario al libro de Tobías (MPL, t. XIV, col. 800), afirma de modo
tajante que los ricos despojan incluso cuando proclaman que están ayudando, pues
someten al pobre a la usura. De la misma forma, san Basilio Magno, en la homilía sobre el
salmo XIV (MPG, t. XIV, col. 707), interpreta la fortuna dedos ricos como resultado de las
lágrimas de los pobres. Esta misma tónica vemos en san Jerónimo, para el cual los ricos son
ricos o por su propia injusticia o bien por herencia injustamente recibida (MPL, t. XXII, col.
984). Tampoco es distinta la tónica de san Juan Crisóstomo al comentar el salmo XVIII (MPG,
t. LV, col. 517). Imagina él los comentarios de quienes pasan ante la mansión de un rico
avariento fallecido: ¡Con cuántas lágrimas no se habrá edificado esta casa! ¡Cuántos no
habrán quedado desnudos (por la explotación)! ¡Cuántas viudas no habrán padecido
injusticias y cuántos obreros no habrán sido lesionados en sus salarios!
Estos pocos ejemplos, que podrían multiplicarse a centenares, nos revelan claramente el
tenor de la teología de los santos padres. Ante ello resulta muy difícil poder concluir que su
postura no tiene nada que ver con el pecado o que para ellos el pecado se reduce a faltas,
grandes o pequeñas, pero de carácter estrictamente personal. Como también será difícil
sostener que los grandes genios de la escolástica, principalmente santo Tomás, con su
concepción articulada de la moral dentro de la totalidad de su teología, presentan una
concepción del pecado de índole casuística. Su horizonte no es ciertamente el de las listas
de los pecados. El horizonte de los grandes teólogos, tanto del pasado como del presente,
sólo puede ser el que rebasa las dimensiones personales e intimistas. Los pecados
personales no encuentran explicación satisfactoria en sí mismos ni en las personas que
pecan. Esos pecados no son sino la punta de un iceberg muy profundo, hundido en el
misterio del mal, y en su manifestación primera, que es la raíz del pecado, que abarca a
todos los seres humanos.
1. MUCHAS TERMINOLOGIAS.
Ciertas expresiones teológicas, que luego resultan ser muy profundas, a veces surgen
fortuitamente. Tal es el caso de los "signos de los tiempos". Utilizada ocasionalmente por
los papas Pío XII y Juan XXIII, con el concilio Vat. II pasó a ser una de las líneas maestras de
una nueva comprensión teológica. Algo parecido ocurre con el pecado estructural.
Inicialmente, la idea surge en el Documento de Medellín (1968). Habla él de "situación de
injusticia" y de "situación de pecado" (n. 1), de "estructuras opresoras" y "estructuras
injustas" (nn. 2; 6 y 19). Ya el Documento de Puebla (1979) recoge algunas de esas
expresiones y añade otras. Habla tanto de "estructuras injustas" (nn. 16; 43; 573; 1155;
1257) como de "estructuras de pecado" (nn. 281; 452), que nacen del corazón del hombre
(n. 438), pero que están inspiradas también por el capitalismo liberal y por el colectivismo
marxista (n. 437); como causas de miseria, es preciso modificarlas (n. 30). En otras partes,
el mismo Documento, señalando el pecado como raíz y fuente de toda opresión, injusticia y
discriminación (n. 517) prefiere hablar directamente de "pecado social" (nn. 28,
487). Tenemos, pues, que en textos teológicos se multiplican las expresiones para hablar de
una misma realidad: "situación de pecado", "estructura de pecado", "estructuras
pecaminosas", "pecado social", "pecado socio-estructural".
Un análisis más detallado descubriría, sin lugar a dudas, matices teológicos resultantes de
acentos diversos, que se colocan bien en el campo económico, bien en el campo político,
bien en el campo social, bien teniendo presentes todas las estructuras humanas juntas. Lo
cierto es que la variedad terminológica, más que imprecisión teológica, traduce la
complejidad del pecado así entendido. Una cosa es segura: todas esas expresiones apuntan
a una idéntica dirección: las míseras condiciones en que millones de seres humanos están
condenados a vivir no por culpa u opción suya, sino como resultado de mecanismos
estructurales. Todas esas expresiones terminológicas ponen de relieve que esto es contrario
a los proyectos de Dios, por lo que, a la luz de la fe, se constituye en un verdadero pecado.
Ese pecado queda más de manifiesto cuando se descubre la mala voluntad de enfrentarse
con esa situación. En efecto, a lo largo de la historia han existido siempre desigualdades
sociales intolerables y multitudes viviendo en condiciones infrahumanas. Sin embargo, en el
pasado resultaba mucho más difícil el acceso al conocimiento de esta realidad brutal; y,
sobre todo, era mucho más difícil la búsqueda de una solución. Hoy, en cambio, bastaría el
empleo adecuado de los recursos disponibles para poder atender a las necesidades básicas
de toda la humanidad. Y si no se hace así, es porque existen fuerzas interesadas en
mantener la actual situación de enfrentamiento con los planes divinos.
3. ¿EN QUÉ CONSISTE EL PECADO ESTRUCTURAL? Para una adecuada comprensión del
pecado estructural es necesario tener presente la distinción entre el plano meramente
comunitario y el social. El plano comunitario es el de las relaciones cortas, familiares y de
pequeños grupos. Aquí todos tienen nombre y se conocen. Las relaciones son directas,
afectivas, primarias. El nivel de lo social se da en las relaciones largas, de los grandes grupos
y de las llamadas macroestructuras. En este nivel nadie conoce a nadie. Predominan las
relaciones funcionales, anónimas, dictadas por los "intereses". Puedo hasta ser amigo del
gerente de un banco, del director de una multinacional. Ellos, además de amigos, pueden
tener incluso buenos sentimientos, llevar una vida personal íntegra. Mas cuando me dirijo a
ellos como representantes de las respectivas instituciones, están obligados a obrar de
acuerdo con los objetivos de la "empresa". Concretamente, dentro del tipo de capitalismo
que conocemos, a ellos les incumbe la tarea de buscar los intereses de la empresa, o sea, el
máximo lucro. Son parte de un engranaje mayor.
Por lo que se ha dicho, se advierte ya que las estructuras poseen consistencia propia, que
van más allá de los sentimientos de las personas y los grupos concretos, aunque sin
prescindir de ellos. Desde Durkheim está claro que lo social es una "cosa" hasta cierto punto
autónoma. Aunque exterior, lo social actúa poderosamente sobre las personas y los grupos.
Es incuestionable que las estructuras han sido creadas por personas o grupos y son por ellos
alimentadas. No obstante, las estructuras poseen una lógica propia. La sociedad está
compuesta por agentes sociales, que dependen menos de las personas que de las leyes del
mercado o de la legislación vigente. La legislación, las propias instituciones educativas, los
medios de comunicación social no son tan neutros como puede parecer. Sobre todo en el
contexto del tercer mundo son instrumentos al servicio del stalu quo económico, social,
político e ideológico. Juntamente con los varios tipos de prejuicios, revelan tanto como
profundizan los mecanismos discriminatorios que mantienen y alimentan la miseria y la
marginación de las masas empobrecidas. Así pues, al mismo tiempo manifiestan el pecado
estructural y lo alimentan. Más aún: se transforman en fuente de nuevos pecados
personales y sociales
Ahora bien, si los supuestos y las conclusiones sobre el pecado estructural son verdaderos,
es comprensible que causen ciertas resistencias en un primer momento. En efecto, una vez
admitida esta concepción, hay que admitir igualmente ciertas consecuencias pastorales que
exigen mucho valor y compromiso. Una primera consecuencia se puede señalar en dirección
a la conversión. Los cristianos deberán seguir hablando del pecado que radica en lo más
profundo del ser humano, como deberán seguir hablando de conversión del corazón. Sólo
que este lenguaje deberá presentar un carácter mucho más dialéctico, en el que se articulen
al mismo tiempo las diversas dimensiones de lo humano. Es cierto que sólo el cambio de
estructuras no va a salvar la humanidad de sus egoísmos, de su afán de lucro, de,su maldad.
Sin embargo, la historia concreta de milenios parece garantizar también que la conversión,
entendida en sentido intimista, tampoco consigue erradicar el mal del mundo ni lo que en él
se manifiesta de más insultante. Todo ser humano tiene su historia individual; pero esa
historia está siempre ligada de modo indisociable a la gran historia de los destinos de la
humanidad. Cristo no vino sólo a salvar a personas, sino a implantar el reino. Por eso mismo
la Iglesia no puede restringir su misión a un trabajo llevado a cabo solamente en lo
profundo de los corazones. Su tarea es mucho más exigente. Consiste en luchar en favor dei
reino, y consiguientemente contra el antirreino y los que representan sus intereses. Por eso
mismo, el peso de siglos en los que fue predominante el prisma individual sólo podrá ser
removido mediante un proceso de concienciación que dé la preferencia a una praxis social,
como componente indisociable del proceso evangelizador.
A. Moser