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PRESAS

ESCENA I

En mitad del escenario Violette, una mujer joven, de aspecto


frágil y de sutil belleza, asustada y sorprendida aguanta los
cubos de agua que Sor Piedad y Sor Adoración vierten en su
cuerpo desnudo con gran vehemencia. Después se deja secar
por ambas. Sor Piedad hace su tarea mecánicamente, Sor
Adoración, la monja más joven, se esmera más en su tarea y
trata de no hacer daño a la reclusa. Luego, la fumigan con
desinfectante. Mientras tanto el cántico: «Cantemos al amor de
los amores» se ha escuchado como una letanía, repetitivo y sin
el júbilo que expresa su letra.

-Cantemos al amor de los amores, cantemos al Señor: ¡Dios está


aquí! ¡Venid adoradores: adoremos a Cristo Redentor! ¡Gloria a
Cristo Jesús! Cielos y tierra bendecid al Señor. ¡Honor y gloria a
Ti, Rey de la Gloria, amor por siempre a Ti, Dios del amor!
Unamos nuestra voz a los cantares del coro celestial: ¡Dios está
aquí! Al Dios de los altares alabemos, con gozo angelical. ¡Gloria
a Cristo...! Cantemos al Amor de los amores, cantemos sin
cesar: ¡Dios está aquí! ¡Venid adoradores! Adoremos a Cristo en
el altar.
¡Gloria a Cristo...!

Sor Piedad y Sor Adoración terminan de vestir a Violette con la


misma ropa que el resto de las presas, las cuales, cantando,
salen de la oscuridad y Violette se integra en el grupo como si
fuera una más, intentando cantar con ellas. Concepción de
María da una palmada y el cántico cesa de repente. Algunas
reclusas se agachan a secar el suelo con trapos y el resto
coloca las mesas para la cena.

ESCENA II

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Vamos, don Martín, tranquilícese. Ya


verá como todo sale bien.

DON MARTÍN.- ¿Bien? ¿Pero ha visto usted como cantan?


CONCEPCIÓN DE MARÍA.- ¿Y como quiere que canten?

DON MARTÍN.- Pues no sé, le podrían echar un poco más de


entusiasmo. Y luego están esas dos, la comunista y la Manca,
que ni cantan, sólo mueven la boca. Claro, como saben que el
indulto no va a ser para ellas... ¿no puede usted hacer nada?
¿No puede amenazarlas con algún castigo?

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- No se preocupe, el señor Obispo no se


dará
cuenta. Vamos, tranquilícese. Lo harán bien, ya lo verá. Ya lo
verá.

Salen de escena el sacerdote y la monja. Las presas, mirando a


la nueva con curiosidad, están comiendo. Magdalena, la
madame, Macarena, la gitana, Paquita, la joven embarazada,
Mari Cruz, la comunista, La Manca, que por algo la llaman así,
La Charito, la más jovencilla de ojos claros y tono suave, y
Aurelia, que discretamente está en la escena, se aproximan lo
que pueden a Violette. Teodosia, la mayor y más ruda de todas
las presas, que come junto a Sor Adoración y Sor Piedad en una
mesa aparte, participa de la curiosidad de las demás a
distancia con miradas furtivas y algún que otro cuchicheo a Sor
Piedad... Fuensanta, una joven que acuna a su bebé, está
aislada del resto, intentando dar de comer al pequeño.

MAGDALENA.- ¿Y tú qué? ¿No dices nada? ¿Te ha comido la


lengua el gato?

MARI CRUZ.- Déjala; ya hablará cuando tenga ganas.

MACARENA.- (A Violette) Estás un poco escurría... Más te vale


comer, aunque sea para entrar en calor, que aquí hace mucho
frío.

PAQUITA.- Déjala, Macarena, que yo también estuve tres días


sin probar bocado cuando llegué, y eso que ya tenía a mi niño
ahí dentro. Si no fuera por él, yo tampoco comería esta
porquería.

CHARITO.- Pues a mí me gustan las lentejas; por lo menos están


calientes y no nos faltan ni un día.
MARI CRUZ.- Hija, tú todo lo ves bien... Cada vez tratan peor y
cada vez nosotras nos conformamos más.

MACARENA.- ¿Y de qué sirve protestar? Mira cómo acabaste la


última vez. (A Violette) Venga, mudita, te lo comes o no? Mira
que si no, alguien se lo comerá.

VIOLETTE.- (Con acento francés) Haced lo que queráis. Y no soy


muda.

La Manca le ha cogido una mano con la única que a ella le


queda, y Violette las retira un poco recelosa.

LA MANCA.- ¡Francesa! Ya decía yo que tenía pinta de ser muy


fina, que tiene las manos como las de un niño recién nacido.

MAGDALENA.- (Imitando el acento de Violette) Las francesitas


son muy ardientes, ¿verdad, mi amor?

VIOLETTE.- Eso no es verdad, somos normales. Además mi


madre era española.
PAQUITA.- ¿Y se puede saber qué haces aquí?

VIOLETTE.- Todo ha sido un error... yo soy inocente.

Todas se echan a reír.

MAGDALENA.- Como todas, hija... aquí todas somos inocentes.

De repente una jarra de agua cae al suelo. Todas dirigen su


mirada a Fuensanta, que ha empezado a gritar.

LA MANCA.- ¿Qué le pasa a esta ahora?

FUENSANTA.- ¡Quiero leche! ¡Quiero la leche que me


prometisteis. Se me va a morir de hambre. ¡Mi niño se va a morir
de hambre! ¡¡Quiero leche! ..¡¡Quiero leche!!

Fuensanta empieza a tirar todo lo que hay en la mesa. Las


demás presas también se acercan. Sor Adoración y sor Piedad
acuden hasta donde está ella corriendo. Aprovechando el
revuelo, Macarena se acerca a la mesa de las monjas y pilla lo
que puede.
TEODOSIA.- Vamos, Fuensanta, tranquila... ¡Tranquila!

FUENSANTA.- ¡¡No me toques!! ¡No toques a mi niño!! ¡Queréis


que se muera! ¡¡Queréis que mi niño se muera de hambre!!

SOR PIEDAD.- (A Teodosia y Sor Adoración) Ya empezarnos.


Llevadla a su celda.

FUENSANTA.- Quiero la leche... ¡Se va a morir! ¡ ¡Se va a morir!!

Teodosia intenta agarrarla pero Fuensanta no se deja.

TEODOSIA.- Ya está bien, Fuensanta. Estate quieta o la


hermana te castigará.

Fuensanta muerde a Teodosia, que grita.

FUENSANTA.- ¡¡Dejadme!! ¡Quiero leche! ¡Quiero leche para mi


niño! ¡ ¡Quiero leche para mi niño!!

Le da un fuerte ataque de histeria. Grita y se revuelca. Sor


Piedad llega hasta ella y le da un fuerte par de bofetadas. Le
arranca el revoltijo de trapos que lleva y lo arroja al suelo.

FUENSANTA.- ¡Mi niño! ¡Ha matado a mi niño!

Se precipita a coger el revoltijo y lo vuelve a conformar como si


fuera un bebé. Lo coge en sus brazos.

FUENSANTA.- ¡Lo queréis matar! ¡ ¡Lo queréis matar!!

SOR PIEDAD.- ¡Ya está bien! Lleváosla. Que pase la noche en la


celda de castigo, a ver si se le pasa.

SOR ADORACIÓN.- Pero hermana...

SOR PIEDAD.- ¡A la celda de castigo!

Las presas empiezan a protestar todas a la vez mientras


Teodosia y Sor Adoración, ésta llorosa, se la llevan. Las voces
suben de tono.
Sor Piedad se encara a las demás presas.
SOR PIEDAD.- vosotras, qué? ;Ya habéis terminado de cenar?
¡Venga, todo el mundo a su sitio! ¡¡Vamos!! ¿O alguien más
quiere ir con ella?

MARI CRUZ.- Fuensanta no está bien, no debería estar aquí.


Usted lo sabe.

SOR PIEDAD.- Ya habló la defensora de las causas perdidas.

MAGDALENA.- Con un poco de leche se le hubiera pasado.

SOR PIEDAD.- ¿Alguien más quiere decir algo?

MARI CRUZ.- Hablaré con el obispo cuando venga....

SOR PIEDAD.- ¿Y tú te crees que el señor Obispo te va a


escuchar? Precisamente a ti, que estás aquí por comunista.
¡Válgame Dios!

Sor Piedad vuelve a su mesa.

PAQUITA.- Mejor que se la lleven; cuando se pone así, me da


miedo

Macarena se acerca a Charito. Le entrega algo.

MACARENA.- Toma, guarda esto. En tu celda no mirarán

CHARITO.- (Lo mira. Es un cuchillo) ¿Qué dices? Yo no lo quiero.

MACARENA- Tú guárdalo, que pa algo nos servirá, digo yo.

CHARITO.- Tú, con tal de robar...

MACARENA•- Hija, la costumbre.

ESCENA III

1
Despacho del director: Madre Concepción y Don Mauro.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Si usted me permite una observación,


creo que esa mujer no tendría que estar aquí.
DON MAURO.- (Se está masajeándolas sienes) ¿Cómo dice?

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Fuensanta. No tendría que estar aquí.


Es una enferma mental.

DON MAURO.- Ya lo sé. He escrito al Ministerio, pero la


sentencia es firme. Nadie le hizo un examen psiquiátrico, su
abogado no alegó nada… Yo no puedo hacer nada. No puedo
hacer nada, madre. Sólo pedirles un vaso de leche. ¿Tan difícil
es? Por Dios, tan difícil es?

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- No tenemos, Don Mauro. No tenemos


leche. Los de la vaquería dicen que nos demoramos mucho en
pagarles y que ellos con abastecer al hospital tienen bastante.

DON MAURO.- ¿Y por qué no se me ha comunicado? ¿Por qué


nadie me dice nada?

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Se lo dije, don Mauro… Se lo puse en


el informe de ayer… ¿Qué le pasa?

DON MAURO.- Me va a estallar la cabeza.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Váyase a dormir, necesita descansar.

DON MAURO.-¿Y privarme del mejor momento del día? No sabe


usted cómo es la vivienda que nos dan…y más estando sólo.
Aquí al menos hace un poco menos de frío, y puedo oír la radio…
(pausa) ¿No echa de menos el olor a mar, la humedad? Porqué a
usted le pasa lo que a mi: no es de tierra adentro.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Hace demasiados años que ya no se


cómo huele el mar.

DON MAURO.- Eso no se olvida. Este frío seco es lo que a mi me


mata. Me golpea por dentro.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Pediré que le traigan algo caliente…

DON MAURO.- Espere…entre las hojas del informe… encontré


esto.

Le entrega una hoja de papel. La madre Concepción de María la


coge, la hojea y se muestra muy avergonzada.
DON MAURO.- No he podido evitar leerlo…me ha sorprendido…

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Nunca fue mi intención que usted lo


leyera. Debí dejarlo por descuido entre las hojas del informe.
Olvídelo, por favor; haga como que no lo ha leído, se lo ruego.

DON MAURO.- ¿Cómo puede escribir poesía aquí dentro? Con


este frío, con este muro en el horizonte que nos protege del
exterior o al exterior le protege de nosotros… Dígame una cosa:
¿por qué está usted aquí, madre?

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Lo siento; tengo que irme. Es tarde y


con la visita de su Ilustrísima… Váyase a descansar, Don Mauro.
Y tómese algo para ese dolor de cabeza. Mañana le diré a don
Máximo que pase a verle.

Las celdas: Sor Piedad y Magdalena

SOR PIEDAD.- Se lo dije. Le dije que si volvía a ponerse así la


llevaría a la celda de castigo.

MAGDALENA.- Ella no entiende esto, yo creo que ni sabe donde


está.

SOR PIEDAD.- No se por qué la tienes que proteger tanto.

MAGDALENA.- Hermana, tiene usted un corazón de piedra… ¿no


ve que está loca, la pobre? No tendría que estar aquí.

SOR PIEDAD.- No me hables así. No fui yo quien la trajo.

Magdalena se levanta la falda; prendido de una liga tiene un fajo


de billetes. Saca unos cuantos y se los da a Sor Piedad.

MAGDALENA.- Me compra dos pastillas de jabón, de ese que


huele bien y un carmín, que tengo los labios secos. Delo que
sobre, la mitad para usted y la otra mitad la gasta en comprar
un poco de leche para Fuensanta.

SOR PIEDAD.- Son ganas de perder el dinero.

MAGDALENA.- Hermana…¿para cuantas va a pedir el indulto el


Obispo?

SOR PIEDAD.- Lo sabes de sobra: para una y gracias.

MAGDALENA.- Quiero que le haga llegar esta carta al obispo.


Pero quiero que la eche usted directamente, sin pasar por las
manos de nadie.

Le entrega un nuevo billete. Sor Piedad lo coge y se va.

Las celdas. Macarena y Violette.

MACARENA.- Está loca, la pobre mató a su hijo. Nadie sabe por


qué. Lo asfixió con una almohada. Luego se estuvo paseando
con él en brazos hasta que se dieron cuenta de que estaba
muerto por la olor. (Viendo pasar a Sor Piedad) Aquí está lo más
bonito y lo más bueno del mundo. ¿Me trae la toquilla, hermana?

SOR PIEDAD.- Ya te lo dije. Te la traeré cuando me des el


dinero.

MACARENA.- (Quejumbrosa) Pero hermana, si no tengo parné,


usted lo sabe, que hasta que no venga mi marío, no tengo ná y
cuando venga, ya veremos cómo le ha ido el negocio, que está
la cosa muy perra, y los pobres siempre nos llevamos todos los
palos. Si usted pudiera fiarme.

SOR PIEDAD.- ¿Fiarte? Tendrás toquilla cuando tengas dinero.

MACARENA.- ¿Y pa ella? ¿No hay otra manta pa ella? Que está


pelaita de frío la pobre, que mire los sabañones que le están
saliendo en las manitas, que ella no está acostumbrá a tanta
pena negra.
SOR PIEDAD.- Hay lo que hay, Macarena. Una manta por presa.

VIOLETTE.- (Asustada y temblorosa) Pero… Moriremos de frío.

SOR PIEDAD.- Aquí nadie ha muerto de frío.

MACARENA.- Así nos parta un rayo o nos estallen los sabañones


o nos coman las pulgas… (Gritando) Y a usted que le importa,
verdad? En el infierno la quiero ver a la mala puta esa.

Macarena arropa con su manta a Violette. Se oye un lamento


desgarrador y Violette se incorpora.

VIOLETTE.- ¿Has oído eso?

MACARENA.- No he oído nada…

Otra vez se repite el lamento.

VIOLETTE.- ¿Y ahora? Alguien está llorando.

MACARENA.- Será Fuensanta; las celdas de castigo no están


lejos, o las presas de la otra galería que tienen a sus zagales
con ellas o la Charito que a veces la coge llorona… las más
putas son siempre las más sentías.

Una vez más se oye el quejido, esta vez más prolongado.

VIOLETTE.- (Tapándose los oídos) No puedo, no puedo


soportarlo… (Solloza) ¡Yo no quiero estar aquí! Yo no he hecho
nada… Dicen que yo le ayudé, pero él tampoco hizo nada… Soy
inocente, yo no sé nada de una joyería. Yo sólo quiero volver a
la peluquería de mi tía y casarme con él y tener hijos y…

MACARENA.- Calla, niña, calla… Que lo que te han hecho es una


canallada. Sssssh…Calla…

[EL SUEÑO DE LAS PRESAS

Las presas duermen: una tose, otra gime, otra grita en voz alta
llamando a su madre, otra se levanta a consolarla…
¡Madre! ¡Madre! No te vayas.
Sssssh…calla….
¿Se quiere callar ésa? ¡No se puede dormir!
¡Cállate tú, cacho puta!
Ya verás mañana cuando te coja en el patio.
¿Qué me vas a hacer, eh, qué me vas a hacer?
Callaos todas, por favor….¿Callaos todas!
Tengo frío…
Ven conmigo…
A ti lo que te hace falta es el sudor de un hombre…
Una grita con desesperación: se arroja contra la reja.
Quiero irme…quiero irme…
Calla…calla…]

Las celdas: Sor Adoración, Sor Piedad.

SOR ADORACIÓN.- ¿A quién cree que indultará el señor Obispo,


hermana?

SOR PIEDAD.- Duérmase y déjese de absurdas cavilaciones. A


quien sea, bien estará. No se lo merece ninguna, pero es la
tradición.

SOR ADORACIÓN.- Siento que sólo vaya a ser una…si por mi


fuera…

SOR PIEDAD.- Afortunadamente, no depende ni de usted ni de


mí. Deje de darle vueltas, ¿a usted qué le importa?

SOR ADORACIÓN.- Todas son hijas de Dios, hermana, todas me


importan a mi y a Nuestro Señor. La nueva parece muy delicada
y…se me ha partido el alma al verla temblar.

SOR PIEDAD.- (Con sorna) A usted se le parte el ala cada día


una docena de veces. Tiene que tenerla hecha añicos.

SOR ADORACIÓN.- Déjeme llevarle una de mis mantas, sólo por


esta noche. A mí no me hace falta.
SOR PIEDAD.- Esa mosquita muerta, ahí donde la ve, ayudó a su
novio a robar una joyería, en el atraco hirieron de muerte al
joyero…¿Era o no era él hijo de Dios?

SOR ADORACIÓN.- Lo era.

SOR PIEDAD.- ¿Y los hijos que Magdalena sacó de las entrañas


de sus madres para tirarlos al río? ¿Eran o no eran hijos de
Dios?

SOR ADORACIÓN.- Lo eran, hermana, lo eran…

SOR PIEDAD.- ¿Y el niño que parió Fuensanta? ¿No era hijo de


Dios? ¿Y los que murieron por las bombas de ese demonio de la
Manca?

SOR ADORACIÓN.- (Muy afectada) Hermana, no siga. Ya se que


han hecho cosas terribles, pero...

SOR PIEDAD.- Rece por sus almas si eso le consuela, pero no


les tenga lástima...

Sor Adoración asiente un tanto desolada.

SOR ADORACIÓN .-Yo sé que en el fondo de su corazón quieren


redimirse y Dios las acogerá en su misericordia. ¿Cómo voy a
ser yo, que soy una pecadora, más dura que Él, que es el único
que tiene derecho a juzgarnos?

SOR PIEDAD.- De Dios sólo se acuerdan ésas para blasfemar.

SOR ADORACIÓN.- No es verdad, Charito comulgó el domingo.

SOR PIEDAD.- Comulgar... Con lejía tendría que limpiarse esa la


boca antes de comulgar, después de lo que habrá hecho con
ella. ¿Sabe que empezó a venderse a los doce años?

SOR ADORACIÓN.- Calle, se lo ruego ... ¡Calle!

Sor Piedad la mira con expresión de lástima. Sor Adoración se


echa en el suelo de bruces y empieza a rezar.

SOR ADORACIÓN.- Dios te salve, María, llena eres de Gracia...


Aurelia, que pasea libremente por las escenas sin que nadie
repare en ella, canta una tonada triste que va subiendo de
volumen hasta ser lo único que se oye durante el oscuro.

AURELIA.- (Canta) Cantaba la alondra de pena


entre los barrotes presa
cantaba la alondra su triste canción
y nadie de afuera escuchó.

ESCENA IV

Don Máximo, el médico, un hombre maduro de aspecto serio y


porte marcial, ausculta a Don Mauro, que está tendido.

DON MÁXIMO.- Respire profundamente... suelte el aire poco a


poco. (Don Mauro lo hace.) Debería acercarse al hospital
provincial para hacerse unos análisis y que el doctor Yanguas le
examinara. A mí ya no se me ocurre qué darle para esas
migrañas... de todas formas, pruebe con aumentar la dosis...

DON MAURO.- No se preocupe. De sobra sé yo por qué me duele


la cabeza.

DON MÁXIMO.- ¿Sabe algo de su mujer?

DON MAURO.- Me escribió desde Irún. Está allí con su familia.

DON MÁXIMO.- ¿Le ha dicho si... cuándo piensa volver?

DON MAURO.- (Parece no haberle oído) Desde el primer día dijo


que este no era lugar para criar a un niño... yo hice todo lo
posible por que se sintiera cómoda. Compré muebles nuevos,
una radio... invité al alcalde, a su mujer, a toda la gente
importante del pueblo... pero ella nada... había días que no salía
de la cama. Decía que el frío de este sitio se le metía en los
huesos. Una de las reclusas, recomendada por la madre
Concepción, venía a ayudarla en casa, pero a ella le daba
miedo. No sé qué pensaba que podía hacerle aquella
desgraciada. Nunca encajó aquí.

DON MÁXIMO.- Nadie puede encajar aquí.


DON MAURO.- Me dijo al irse que sólo eran unos meses, que
vendría cuando empezara el buen tiempo... pero al subirse al
coche me miró como... usted pensará que es una tontería, pero
me acordé de mi padre…era marino; me acordé de la última vez
que le vi embarcar. Le vi dar ése último beso a mi madre, a mí,
que le despedíamos desde el muelle… No volvió. Y yo lo sabía.
Lo supe cuando vi cómo nos miraba desde el barco. Así me miró
ella. Como si no pensara volver. Y ya lo ve: llegó el buen tiempo
y nada. Y ya está aquí el frío otra vez. Lo vi en sus ojos.

DON MÁXIMO.- Vamos, Don Mauro, eso son aprensiones. Ya verá


como el día menos pensado se presentan aquí los dos. Ella y el
niño; los dos. No hay que perder la esperanza.

Hay un silencio. Afuera sopla el viento.

DON MAURO.- Y ese viento que no deja de soplar…

DON MÁXIMO.- ¿Qué viento?

DON MAURO.- ¿No lo oye? Quizá ya se ha acostumbrado a él…yo


no puedo.

Sopla el viento.

DON MÁXIMO.- Tengo que hablarle de una de las reclusas. La


nueva.

DON MAURO.- ¿La francesa?

DON MÁXIMO.- Una chica muy guapa… pero me preocupa.

DON MAURO.- ¿Qué le pasa?

DON MÁXIMO.- Está muy débil, lleva cuatro días sin probar
bocado.

DON MAURO.- Lo sé, la Madre me lo dijo. Es normal cuando


llegan, no? Les cuesta. Es normal.

DON MÁXIMO.- Sí, pero es que ella tiene la espalda repleta de


picaduras de pulga y llagas en el paladar…está muy débil. Si
sigue empeñada en no comer, habrá que obligarla.
Don Mauro enciende la radio. Se oye música clásica.

DON MÁXIMO.- Fuensanta se hizo una brecha en la cabeza de


tanto golpearse contra las paredes de la celda de castigo; le di
unos puntos d sutura, pero aún así no se cierra bien… Paquita
está a punto de dar a luz y casi no puede caminar, el nervio
ciático…

DON MAURO.- (Abstraído) Nunca debimos venir.

DON MÁXIMO.- ¿Cómo?

DON MAURO.- Ella no quería venir; yo la convencí; pensé que


podría ser bueno para mi carrera… además, el sueldo no es gran
cosa, pero con los complementos… ¿qué me estaba diciendo?

DON MÁXIMO.- Le hablaba de la salud de las reclusas… La


Manca ha perdido peso y a Mari Cruz la debería mirar un
oftalmólogo… La Charito se salvó de la sífilis, pero no de la
gonorrea y…

DON MAURO.- Si, si, todo eso ya lo sé; yo hago lo que puedo,
envío informes al Ministerio, ¿qué más quiere que haga?

DON MÁXIMO.- Que no me deje sólo.

Don Mauro va de un lado al otro de la habitación, nervioso,


incómodo.

DON MAURO.- Pedí una enfermera, ya lo sabe, y fondos para


medicinas y que habilitaran una enfermería en el pabellón vacío
y …Escribí al Director General de Prisiones y no pueden subir el
presupuesto… tendremos que esperar hasta el año que viene.

DON MÁXIMO.- ¡El año que viene o nunca, que es lo mismo!


Dígame una cosa, Don Mauro… ¿Cuánto hace que no baja a los
pabellones? ¿Una semana, un mes, dos meses?

DON MAURO.- ¿Qué importa eso? Me entero de todo lo que


ocurre.
DON MÁXIMO.- Reconózcalo, ni siquiera soporta verlas…
(Pausa) Discúlpeme. Le ruego que me perdone. No tengo
derecho a hablar así.

DON MAURO.- Claro que lo tiene. Usted se preocupa por ellas.


Siéntese. Y dígame lo que piensa. Dígamelo sinceramente. ¿Qué
propone?

DON MÁXIMO.- Tendría que hablar con el señor obispo.

DON MAURO.- (Con escepticismo) ¿Con el señor obispo?

DON MÁXIMO.- Sí, aprovechando su visita. Dígale que indultar a


una presa cada diez años por el jubileo de San Perpetuo está
muy bien, pero mejorar las condiciones de las que quedan
dentro es esencial. ¿De qué nos sirve que excarcele a una si las
demás se mueren de frío cada noche?... Si no se lo dice usted,
lo haré yo...

DON MAURO.- ¿Y qué cree que va a hacer el obispo si hablamos


con él?

DON MÁXIMO.- No lo sé, pero se tiene que enterar de lo que


pasa aquí dentro, de que el mes pasado enterramos a un niño de
dos meses porque no pudo superar una pulmonía, de que
tenemos cuatro internas con sífilis que no tardarán en morirse,
de que ni siquiera tenemos leche... alguien hará algo.

DON MAURO.- Me sorprende que sea usted tan ingenuo. A nadie


le importa lo que les ocurra a esas desgraciadas.

DON MÁXIMO.- A mí sí me importa. Y a usted también.

Don Máximo ha hablado con tal rotundidad que Don Mauro no


acierta a responderle.

DON MÁXIMO.- El cuerpo es sabio, don Mauro: puede que los


gritos de «esas desgraciadas», como usted las llama, sean los
causantes de su dolor de cabeza. Y eso no se lo van a quitar los
calmantes que le he recetado.

Don Máximo coge su maletín y se va. Don Mauro hace un


ademán de retenerle pero no acaba de pronunciar el nombre del
médico. Se queda solo. El sonido del viento aumenta. Don
Mauro se acerca a la radio y sube el volumen, intentando
acallarlo.

ESCENA V

Paquita está sentada en una un lado de la escena con los pies


metidos en una palangana, a su lado está Fuensanta, con ellas
Son Adoración. Al otro lado, Violette, Macarena, La Manca, Mari
Cruz, Charito, Aurelia y Magdalena, se desnudan para meterse
en la ducha. Teodosia y Sor Piedad están con ellas. Paquita
está inquieta, mira a Fuensanta con cierto recelo, mientras Sor
Adoración le frota las piernas con un trapo.

PAQUITA.- ¡Ay! Escuece, hermana...

SOR ADORACIÓN.- Don Máximo ha dicho que te vendrían bien


unos baños de sal. Me ha costado mucho que me la dieran en la
cocina, así que no sea desagradecida.

PAQUITA.- Pero es que me escuecen mucho las picaduras...

SOR ADORACIÓN.- (Con dulzura) Piensa en lo que sufrió Nuestro


Señor en la cruz y aguántate, Paquita.

PAQUITA.- ¡Qué ganas tengo de que salga ya mi niño! ¿Porque


va a ser niño, verdad, hermana?

SOR ADORACIÓN.- Y muy hermoso, seguro que tendrá tus ojos...

Fuensanta acerca su cara a la tripa de Paquita. Paquita se


asusta y la aparta.

PAQUITA.- ¿Qué haces? ¡Quita!

FUENSANTA.- El niño está llorando.

PAQUITA.- ¿Qué dices? Mi niño no está llorando... (La aparta de


un empujón. A Sor Adoración) ¡Que no me toque, se lo pido por
Dios, que no me toque .... ¡Dígala que no me toque!

Fuensanta se echa a llorar. Sor Adoración abraza a Fuensanta .


SOR ADORACIÓN.- Tranquila, Fuensanta, tranquila... (A Paquita)
No seas tan cruel con ella, no te quiere hacer daño, ¿verdad?

Fuensanta niega con la cabeza.

PAQUITA.- Hermana, cuando nazca el niño, ¿me llevarán al otro


pabellón?

FUENSANTA.- El niño llora, no quiere salir. Quiere quedarse ahí


dentro para siempre. No va a salir.

SOR ADORACIÓN.- Calla, Fuensanta, calla... Vamos, te voy a


curar la herida...

PAQUITA.- Me llevarán al otro pabellón, donde están las presas


que tienen hijos ¿verdad, hermana?

SOR ADORACIÓN'.- Claro que sí...

PAQUITA.- (Mirando a Fuensanta) No quiero que esa loca vea la


cara de mi hijo, no quiero. No quiero que mi niño abra los ojos
aquí y se encuentre con esto. ¿Qué clase de persona va a ser si
nada más abrir los ojos ve unos barrotes?

Sor Adoración sale con Fuensanta. Las demás presas empiezan


a lavarse, bajo la mirada de Teodosia. Unas a otras, por parejas
(excepto Aurelia que está sola), se echan los cubos de agua y
se ayudan a frotarse.

[—Trae, que te froto al espalda

—¡No me toques, que ya sé por dónde vas!

—Pero ¿qué te has creído? Más quisieras.

—No te hagas la tonta, que en cuanto una se descuida se


encuentra tu mano donde no se lo espera...

—Tú, por mucho que te limpies el coño, lo sigues llevando lleno


de metralla…

—¡Cállate, guarra!]
MACARENA.- (A Magdalena) No seas rácana, que toas sabemos
que la hermana te ha traído jabón, del que huele bien... saca una
pizca pa las demás.

MAGDALENA.- ¿Y el trozo que os di la semana pasada?

MACARENA.- Que soy mu limpia y mu generosa, ya voló…

CHARITO.- Olía a flores y era tan suave...

VIOLETTE.- Mi tía me traerá cuando venga a verme, le pediré


una pastilla para cada una...

MACARENA.- Ole y ole, mi francesita. ..

MARI CRUZ.- (A Magdalena) Yo no lo necesito, pero a ellas les


hace ilusión... repártelo...

MAGDALENA.- Más que comunista, tenías que haber sido


monja..

PAQUITA.- (Desde su sitio) Magdalena, mujer, no seas así, que


ya sabes lo que dice Sor Adoración: bienaventurados los que
dan, que de ellos será el reino de los cielos...

MAGDALENA.- ¡Dejadme en paz!

LA MANCA.- En paz, en paz... itrae acá, leche!

Se acerca a ella y le arrebata el jabón con brusquedad.

MAGDALENA.- ¿Qué haces? iEs mío! iEs mío!

La Manca arroja el jabón a otra de las mujeres. Se lo van


pasando de unas a otras mientras Magdalena grita. Risas.

MAGDALENA.- iDadme el jabón, putas!

LA MANCA.- (En voz alta) Como si lo viera. Tú lo quieres guardar


para limpiarte el coño el día que venga el obispo..

Arrecian las bromas.


TEODOSIA.- Devolvedle el jabón. iDevolvedle el jabón he dicho,
o tendré que llamar a Sor Piedad!

LA MANCA.- (Remeda) O tendré que llamar a Sor Piedad. (Ladra)


Ya está aquí el perrito faldero....(Ladra) Llámala, perrito...
illámala!

VIOLETTE.- ¿Por qué ella no se baña?

Las presas comienzan a secarse y a vestirse con parsimonia,


cada una a su ritmo.

MAGDALENA.- ¿No la ves? La tienen de vigilante.

MACARENA.- ¿Y tú cuándo te lavas toda esa roña que tienes


detrás de las orejas, Teodosia? Porque cualquier día sacamos
de ahí patatas. De Pascuas a Ramos se lava... y si se puede
saltar las pascuas y los ramos, mejor...

Las presas ríen. Teodosia no dice nada.

CHARITO.- Teodosia, ¿no te gustaría bañarte? Hoy el agua está


muy fresquita...

MANCA.- Venga, Teodosia, que no se diga, no te tembló la mano


pa rajar a tu marido y te vas a cagar las patas abajo por unos
cubazos de nada... (Animando a las demás) ¡Vamos!

TEODOSIA.- Dejadme en paz.

MACARENA.- ¿En paz? Por mis muertos que hoy te bañas...


LA MANCA.- (Ladrando) ¡Guauuu! ¡Guauu!

TEODOSIA.- Dejadme, se lo diré a las hermanas y os


castigarán...

La Manca y Macarena van a por Teodosia. Magdalena también


les ayuda. Violette y Charito la siguen. Mari Cruz es la única que
no interviene.

LA MANCA.- ¡Qué miedo!

VIOLETTE.- ¿Por qué le da tanto miedo el agua?


CHARITO.- Teodosia, si el agua es muy buena...

TEODOSIA.- ¡Dejadme, putas, dejadme!... En mala hora


nacisteis...

Paquita le ha cerrado el paso a Teodosia. Entre todas la cogen.

LA MANCA.- Mirad como tiembla...

MAGDALENA.- Saco el jabón si hace falta...aunque sólo sea para


quitarle el olor de los sobacos...

TEODOSIA.- ¿Dejadme... dejadme.., malas bestias...ojalá os


pudráis aquí dentro todas!

PAQUITA.- Se cree que el indulto va a ser pa ella...

LA MANCA.- Por los servicios prestados...

MACARENA.- Mal rayo la parta... chivata! Lavadle la lengua pa


que aprenda!

Mari Cruz, que se había mantenido al margen, interviene.

MARI CRUZ.- Dejadla en paz...

MAGDALENA.- Ya está la aguafiestas...

MARI CRUZ.- Que la dejéis, no sé cómo podéis disfrutar viendo a


alguien sufrir...

Las presas sueltan a Teodosia, que cae al suelo.

LA MANCA.- Se ha vendido al enemigo por cuatro lentejas de


más... no hay nada peor que ser un perrito faldero que acude
meneando el rabo cada vez que su amo chasquea los dedos...

MACARENA.- Ya le llegará su hora, ya... los chivatos nunca


mueren de viejos.

MARI CRUZ.- Lleva más de media vida aquí. ¿qué queréis?


Sobrevive, como todas...
LA MANCA.- Como todas no...que se ha convertido en los oídos y
en los ojos de esas brujas...

Sor Piedad vuelve, ve a Teodosia en el suelo.

SOR PIEDAD.- ¿Qué ha pasado aquí?

Las presas se miran. Teodosia se levanta.

TEODOSIA.- Resbalé con el agua y me caí. Salieron de la ducha


a ayudarme. No pasa nada, hermana.

SOR PIEDAD.- Muy bien. ¿Y que hacéis ahí paradas? Recoged el


agua del suelo.

ESCENA VI

Violette está en mitad del escenario, nerviosa y muerta de frío,


al borde del llanto. A su lado vemos a Don Leandro, un guapo y
joven abogado de buen porte que la interroga sin pie dad y
apenas sin mirarla.

DON LEANDRO.- ¿No lo entiende? O me dice la verdad o no


podré defenderla...

VIOLETTE.- (Casi sin voz) Le estoy diciendo la verdad. Yo no he


hecho nada.

DON LEANDRO.- ¿Por qué entró usted a esa joyería con don
Armando Pérez?

VIOLETTE.- (Como si lo hubiera dicho un millón de veces) Me


dijo que quería comprarme un anillo... Íbamos a casarnos.

DON LEANDRO.- Sí, sí, eso es lo que usted declaró ante el juez,
pero yo quiero la verdad. Usted sabía que su novio pensaba
atracar la joyería. Entraron juntos porque nadie sospecharía de
una joven pareja...

VIOLETTE.- iNo!
DON LEANDRO.- Vamos, Violette, soy su abogado, estoy aquí
para defenderla, pero tengo que saber la verdad. Si no me ayuda
no podremos hacer nada.

VIOLETTE.- Por favor... le juro que es la verdad. Yo no sabía que


Armando iba a robar... ni mucho menos que llevaba un arma...
por favor... no sabía nada... no sabía nada; yo sólo quería mi
anillo... nos íbamos a casar en primavera.

Don Leandro parece haber perdido la Paciencia.

DON LEANDRO.- primavera! Estoy harto de escuchar la misma


cantinela. Tengo demasiadas cosas que hacer para perder el
tiempo con usted. Le diré a su tía que busque otro abogado, en
realidad sólo acepté el caso porque mi madre me lo pidió
encarecidamente...

VIOLETTE.- ¿Su madre es doña Remedios? La he peinado


muchas veces, es una mujer encantadora.

DON LEANDRO.- Y buena amiga de sus amigas. Le faltó tiempo


para llamarme cuando su tía le contó lo que había pasado con
usted... Pero, dado que no quiere salir de aquí, me voy. Un
abogado no puede trabajar sin la verdad y usted parece que no
está dispuesta a decirla...

Don Leandro hace ademán de irse. Violette corre hacia él.

VIOLETTE.- Por favor, sáqueme de aquí... sáqueme de aquí. Me


moriré de frío o de hambre... Tengo llagas en el paladar y por las
noches no puedo dormir porque oigo llantos y lamentos de otras
presas... No hay leche y las pulgas me han acribillado la
espalda. .. Mis manos, mire mis manos, los sabañones no me
dejan abrirlas... y esas monjas... No puedo soportarlo ni un día
más, por favor, no se vaya... no puedo más...

Don Leandro se vuelve. Mira a Violette y empieza de nuevo.

DON LEANDRO.- ¿Cuándo planearon el atraco?

La luz baja de intensidad y sube en un lado del escenario para


iluminar a Charito y Esteban. Chanto se aplica tomo nadie en la
lectura de una cartilla. Lee con dificultad pero con entusiasmo.
Esteban, el maestro de la prisión, la mira orgulloso.

CHARITO.- La ra-ta ro-ía la ro-pa… La ra-na se sa-lió de la pi-la...


Na-da, ra-ni-ta, na-da...

Charito busca con la mirada la aprobación de Esteban.

ESTEBAN.- Muy bien, pronto sabrás escribir y leer


perfectamente.

CHARITO.- Me cuesta mucho, sobre todo las erres…Ra-ta, ro-pa,


ra-na...

ESTEBAN.- Si es una bendición oírlas de tu

Juguetona, Charito le da un beso muy rápido en la boca que a


Esteban le sorprende.

CHARITO.- Eso es porque tengo al mejor maestro del mundo...


¿Tú crees que algún día podré escribir cartas.

ESTEBAN.- (Recuperándose del beso) Podrás escribir cartas y


leerlas y leer un periódico si hace falta y un montón de novelas,
de esas que tienen historias de amor...

CHARITO.- ¿Y vidas de santos? ¿Podré leer vidas de santos?

ESTEBAN.- Lo que quieras... Leerás todo lo que se te antoje.

CHARITO.- Esteban, ¿por qué eres tan bueno conmigo?

Charito se acerca mucho a él. Esteban parece un poco


incómodo. Mira de vez en cuando alrededor, como temeroso de
que les vean.

ESTEBAN.- ¿Y por qué no habría de serlo? Fíjate en tus


compañeras, ellas no quieren aprender, las pocas que saben
leer no me necesitan, y las demás, las demás no quieren saber
nada. Cuando tú no estés, no volveré aquí...

CHARITO.- Se ríen de mí, dicen que una puta no necesita para


nada saber de letras, que ya sabe mucho de otras cosas.
ESTEBAN.- No las escuches. Tú cuando salgas de aquí ya no vas
a ser puta.

CHARITO.- ¿Y qué voy a ser?

Charito ha vuelto a estar juguetona. Esteban la mira y la coge


de las manos, le obliga a que le mire a los ojos. Esteban rehúye
su mirada.

CHARITO,- Tú me vas a esperar, ¿verdad? Me vas a esperar y


me vas a llevar contigo, ¿Verdad que sí?

ESTEBAN.- Claro que sí,

CHARITO.- Voy a ser la mujer de un maestro... La mujer de un


maestro...

ESTEBAN.- (Sonríe) No sé si sabes que los maestros somos


pobres...

CHARITO.- No me importa. Yo lo que quiero es estar contigo,


prepararte la comida, esperarte para cuando vuelvas de la
escuela... nos iremos a un pueblo, ¿verdad? A un pueblo
pequeño, donde nadie me conozca, donde me saluden al pasar y
digan «Esa es doña Charo, la mujer del maestro...»

ESTEBAN.- Y luego dirán «qué guapa es».

CHARITO.- Cuéntamelo todo otra vez, pero bajito, que no quiero


que nadie se entere... que las muy zorras, si saben que nos
queremos, harán algo para estropearlo y esto yo no quiero que
lo estropee nadie. Cuéntame lo que va a pasar cuando salga de
aquí.

Charito se acurruca a su lado como si fuera una niña que va a


escuchar un cuento.

ESTEBAN.- El día que salgas por esa puerta tan grande que hay
en el patio, te llevaré a la ciudad y te compraré un vestido de
flores y unos zapatos negros y... medias de seda...

CHARITO.- Y un sombrero... que las mujeres distinguidas llevan


sombrero los domingos... Y una toquilla para ir a misa, que Dios,
Nuestro Señor, dice don Martín que es todo Misericordia y que
me perdonará, así que podré ir a misa y sentarme delante con
las señoras que cantan... que me gusta a mí mucho eso de
alabar al Señor Nuestro Dios...

Esteban la mira con verdadera devoción.

ESTEBAN.- Charito. ..

La besa y, tras mirar a su alrededor, para cerciorarse de que


nadie los ve, amaga una caricia sobre los pechos de la joven.
Ella se deja hacer, con la mente en otro sitio.

CHARITO.- Cuéntame lo de las barcas...

ESTEBAN.- ¿Las-las barcas?

CHARITO.- Sí, lo de las barcas.

ESTEBAN.- (Siempre acariciándole los pechos) El día que salgas


por esa puerta, te llevaré al embarcadero y cogeremos una
barca y remaremos hasta la hora de comer...

CHARITO.- ¿Hay patos en el río?

ESTEBAN.- Patos... sí, hay patos, claro, y algún... algún cisne...

CHARITO.- Les echaremos algo de comer... ¿Qué comen los


patos?

Esteban sonríe.

CHARITO.- Di, ¿qué comen los patos?

ESTEBAN.- Pan... comen pan... de todo.

Avanza en sus caricias. Charito se remueve incómoda, mirando


a su alrededor.

CHARITO.- Ten cuidado, pueden vernos... además, no está bien.


No está bien.

Con dulzura, saca la mano de Esteban de bajo sus ropas.


CHARITO.- Ya habrá tiempo... yo te voy a cuidar muy bien... ya lo
verás... pero no aquí, sino en nuestra casa... los dos.

ESTEBAN.- Charito, yo ya no entiendo un amanecer sin saber


que voy a venir a verte, voy al embarcadero y te oigo reír y
todavía ni siquiera lo has pisado...
Me paso las noches en vela, pensando en si tendrás frío o
hambre, en si mañana cuando venga estarás todavía aquí o en
si todo ha sido un sueño..
Voy por la calle sin rumbo, esperando la hora de venir a la
prisión y temiendo la hora de dejarte...
¿Qué comen los patos!? ¿Cómo puedes tener tanta dulzura con
las manos agrietadas del frío y los labios resecos de tantas
noches en vela?

CHARITO.- Pareces un poeta... a veces no te entiendo mucho


pero me gusta... ¿me comprarás un anillo?

La luz se vuelve tenue y cubre a Charito y a Esteban, Violette y


Don Leandro están al otro lado del escenario. Violetle parece
más tranquila aunque no puede evitar que se le caigan las
lágrimas.

VIOLETTE.- Eso es todo, quedamos en encontrarnos, pero la


Guardia Civil llegó antes de lo que creíamos y a mí me cogió...
No podía correr con los tacones.

DON LEANDRO.- No me ha contado todo. ¿Dónde están las


joyas?

VIOLETTE.- Las tenía que esconder Ricardo.

DON LEANDRO.- ¿Ricardo Espuela, el otro cómplice?

VIOLETTE.- (Asiente) Los tres nos íbamos a juntar algunos días


después del robo... pero todo se complicó... yo no sabía que
llevaban armas... y aquel
pobre señor... iDios Mío!

DON LEANDRO.- ¿Quién disparó?

VIOLETTE.- No lo sé, yo estaba muy nerviosa, quería irme...


DON LEANDRO.- Disparó su novio, ¿verdad?

VIOLETTE.- No lo sé...

DON LEANDRO.- Sí, lo sabe, disparó Armando.

Don Leandro se ha acercado a ella, implacable.

VIOLETTE.- Sí, disparó él, pero sólo para asustarle... quería


herirle.

DON LEANDRO.- Pero lo mató.

VIOLETTE.- Fue un accidente... fue un accidente... el no


pensaba disparar... llevaba el arma para asustarle... pero aquel
hombre empezó a gritar... ¿Por qué tuvo que gritar? ¿Por qué
tuvo que gritar? Armando no es así; ¡no es un asesino!

DON LEANDRO.- Por amor de Dios, su novio ha matado a un


hombre y ha huido con todas las joyas. Usted está en la cárcel y
todavía le sigue disculpando... ¿es que no se da cuenta de lo
que pasa?

VIOLETTE.- No sé por qué me habla así. Creía que quería


ayudarme. ..

DON LEANDRO.- Le van a acusar de cómplice de atraco y


asesinato en grado de colaboración necesaria. ¿Sabe la de años
que le pueden caer por eso? ¿Lo
sabe?

VIOLETTE.- ¡Yo no hice nada!

DON LEANDRO.- Pero está encubriendo a los que sí lo hicieron.

VIOLETTE.- Si no quiere ayudarme, ¿para qué ha venido?

Don Leandro resopla. Ya le ha sacado la verdad y está cansado


del interrogatorio.

DON LEANDRO.- Claro que la voy a ayudar, pero tiene que


colaborar y confiar en mí.
VIOLETTE.- ¿Por qué tengo que confiar en usted? ¡No ha hecho
más que gritarme como esos policías! ¿Sabe lo que hizo uno de
ellos cuando estaba en la comisaría? ¿Lo sabe? Entró por la
noche a la celda y empezó a manosearme... me dijo que no
gritara o sería peor... me dijo que le hablara en francés, que
siempre había querido estar con una puta francesa... que todas
las francesas somos putas, que... (solloza) ¿por qué voy a tener
que confiar en
usted?

DON LEANDRO.- Porque soy lo único que tiene y por mi madre,


que debe quererla mucho a usted y a su tía, ya que insistió
sobremanera hasta que acepté ayudarle...

VIOLETTE.- Yo le pagaré..

DON LEANDRO.- No lo dudo, pero antes tendrá que salir de


aquí... ¿no va a decirme donde está su nonio?

VIOLETTE.- Cuando sepa que estoy en la cárcel, vendrá.. .lo sé y


querrá entregarse para salvarme.

DON LEANDRO.- (Escéptico) ¿Usted cree?

Charito y Esteban al otro lado del escenario siguen en la misma


postura anterior, como si hubieran estado horas hablando de su
futuro.

CHARITO.- Esteban, yo no sé hablar tan bien como tú, que soy


una deslenguada y nada fina, pero que sepas que te quiero con
toda mi alma y que yo no voy a volver a ser puta así me muera,
que si lo fui, fue por necesidad...

ESTEBAN.- Calla, no hace falta que me digas más...

Se oyen unos pasos.

CHARITO.-Ya viene Sor Adoración; yo creo que sabe algo pero


me mira con ojos de corderito cuando le hablo de lo bueno que
es el maestro conmigo...

ESTEBAN.- No digas nada, Charito, que esto nuestro debe ser


secreto hasta que estos muros caigan... No puede saberlo
nadie. Nadie.

Charito le da un beso y Esteban se lo devuelve temeroso de que


llegue la monja.

SOR ADORACIÓN.- Se acabó la clase. ¿Estuvo aplicada hoy


nuestra Charito?

ESTEBAN.- Muy aplicada, no hay erre que se le resista.

CHARITO.- Hermana, que voy a poder leer vidas de santos y


todo...

Abraza a la monja con entusiasmo y la besa en la mejilla.

CHARITO.- Menos mal que en todas partes hay gente buena...


menos mal que... (No puede seguir por la emoción)

SOR ADORACIÓN.- (A Esteban) Es un ángel. Un auténtico ángel.


Nuestro Señor debe estar henchido de orgullo al ver sus ansias
de Redención. Es un ejemplo para todos. Vamos, Charito. Quede
con Dios, don Esteban.

Esteban hace un ligero gesto con la mano a modo de adiós y se


cruza una última mirada con Charito que, sin que la monja la
vea, le echa un beso. Violette sigue con don Leandro que esta
vez sí está dispuesto a marcharse.

VIOLETTE.- (Sacándose un papel de la manga) Está bien.


Confiaré en usted. Le he escrito una carta a Armando.

Don Leandro la coge.

DON LEANDRO.- ¿Y qué quiere que haga con ella?

VIOLETTE.- Llévesela, por favor.

DON LEANDRO.- No puedo hacer eso.

VIOLETTE.- ¿Por qué?

DON LEANDRO.- ¿Me está pidiendo que vaya a hablar con un


delincuente buscado por la policía y que no diga nada?
VIOLETTE.- Por favor, es el último favor que le pido... No le
costará mucho llegar... Le he hecho un plano, espero no
haberme equivocado... está escondido en una casa abandonada,
cerca de la Majada de los Frailes, ¿sabe dónde es?

DON LEANDRO.- No puedo hacerlo... Va en contra de sus


intereses, y yo tengo que cuidar de sus intereses: usted es mi
cliente. A usted le interesa que él aparezca. Es el único que
puede librarla de la acusación de complicidad. Pero sólo puede
hacerlo si le detienen.

VIOLETTE.- ¿Y qué le pasaría a él? ¿A cuánto podrían


condenarle?

DON LEANDRO.- Tiene una muerte sobre las espalda Podrían


pedirle...

VIOLETTE.- ¿La pena de muerte?

DON LEANDRO.- Tiene todos los agravantes.

VIOLETTE.- No... no, eso nunca.., eso nunca... no quiero. No


quiero que lo maten. Por favor, que no se entregue, que no haga
eso por mí... sé que puedo confiar en usted. Usted no le dirá a la
policía dónde está.

DON LEANDRO.- ¿Por qué supone eso?

VIOLETTE.- Porque yo se lo pido y por su madre, porque quiero


salir de aquí para volver a peinarla...

DON LEANDRO.- (Cogiendo el papel) No le prometo nada.

VIOLETTE.- Dígame que lo intentará... que irá a verle, y le dirá


que estoy bien... que estoy muy bien.

DON LEANDRO.- (Desconcertado como si le quemara el papel en


las manos) Está usted loca.

VIOLETTE.- ¿Por qué? ¿Por confiar en usted?

DON LEANDRO.- Usted no sabe nada de mí.


VIOLETTE.- Claro que lo sé, tiene los mismos ojos que su
madre...

Violette le mira fijamente y Don Leandro no puede esquivar la


mirada.

DON LEANDRO.- ¿Por qué lo hace? ¿Tanto le quiere?

VIOLETTE.- Moriría por él... yo puedo aguantar aquí... me


acostumbraré. No es tan duro... pero él... el no es como yo.

Sor Piedad aparece. Don Leandro se guarda el papel.

SOR PIEDAD.- Se acabó la visita. (A Esteban) Le ruego queta la


espere a un funcionario para que le lleve hasta la salida
.
DON LEANDRO.- Gracias, ya sé cómo funciona esto.

SOR PIEDAD.- (A Violette) Tienes los ojos rojos de haber


llorado... Si ya no te deben de quedar lágrimas.

VIOLETTE.- (A Don Leandro marchándose) Sé que lo hará…

Don Leandro se queda solo a un lado del escenario, al otro lado


Esteban. No se miran, de hecho están en estancias distintas,
esperando ambos a algún funcionario que les indique la salida.

ESCENA VII

LAS CARTAS

DON LEANDRO.- (Abriendo la carta de Violette) Mon amour, te


escribo para decirte que no te preocupes por mí, que saldré de
aquí y me reuniré contigo, que no se te ocurra entregarte
porque no conseguiremos nada....te mando la dirección de una
buena amiga de París. Creo que lo mejor es que marches a
Francia tú solo. No sé si Ricardo estará contigo, dale un beso de
mi parte. No puedo dormir...

Al fondo del escenario sale Violette que termina de leer la car-


ta.
VIOLETTE.- ... pensando en el hombre que fatalmente heriste...
Sé que tú estarás mal por eso, pero ahora hay que pensar en
nosotros. Mon amour, mi tía me ha conseguido un abogado que
me sacará de aquí...

Charito aparece en escena.

CHARITO.- ... dice que soy un ángel... y yo me río... Aunque ya he


aprendido a leer casi todas las letras, casi no sé escribir, me
cuesta mucho coger el lapicero. Me duelen los dedos. Esta
carta te la está escribiendo el propio maestro, que es un santo...
Sí, Esteban, ponlo así porque es la verdad... Dile al
tío que ya no vuelvo a la calle, así que no voy a ser más puta,
que yo lo que quiero es casarme y tener hijos y llevarlos a misa
los domingos... el señor Obispo va a venir a salvar a una presa
por el jubileo de San Perpetuo... don Martín también dice que
soy un ángel, así que a ver si los santos se acuerdan de mí y soy
yo la que se salva... rezo mucho para que pase eso; nada me
gustaría más que darle un abrazo, tía, y decirle que ya se acabó
todo, que si hay que volverse al campo pues se vuelve una y que
les perdono, que bastante carga tienen ustedes con mis primos
como para haberse hecho cargo de una más... A ver si Dios me
quiere tanto que le dice al Señor Obispo que me saque de aquí,
que no se está mal, pero mejor se estaría fuera, digo yo...

Paquita entra en escena.

PAQUITA.- De mi marido no quiero saber nada, ya me denunció y


consiguió que me encerraran por adulterio, ya se quedó a gusto,
así que si te dicen algo a mí ni me lo cuentes, que ya en mi vida
no hay más hombre que tú y mi niño. Digo niño, porque va a ser
niño y le voy a poner Félix, como tú y tendrá tus ojos. Casada,
voy a estar casada con ese hijo de su madre toda la vida, pero
en cuanto cumpla la pena yo me caso contigo, aunque sea de
mentira, que ya sé yo muy bien que tú sí que vas a ser para toda
la vida.... Y ven a verme que ya he hablado yo con la superiora y
le he pedido que te dejen pasar. Al principio me dijo que no pero
luego que sí... ¡Qué ganas tengo de ver la cara a nuestro niño!

Aparece Macarena.

MACARENA.- Ea, que aquí hay una monja que es una bendición
del cielo y me está escribiendo esta carta por si se pasa el
primo Francisco para que os la lea... Bien, no estoy muy bien,
porque me duelen todos los huesos, pero contenta, estoy una
jartá porque viene el obispo pa dar un indulto y yo le he pedido a
mi Macarena que me lo den a mí y me lo darán porque aquí la
que más o la que menos ha matao a alguien y yo lo único que he
matao en mi vida han sido dos gallinas pa la navidad... pa cuatro
alhajas que robé, las noches de frío que me estoy echando a las
espaldas... ea, Antonio, que te echo de menos y que tengo
ganas de volver contigo y de meterme en la cama contigo y de
que digas esas cosas que me dices cuando... está bien, está
bien, hermana, perdone usted... eso no lo ponga.

Aparece Magdalena.

MAGDALENA.- Perdone usted, no soy mujer de letras, así que iré


al grano: Su Ilustrísima, quiero ese indulto, lo quiero y estoy
dispuesta a todo por conseguirlo... Si vacié mil vientres, si rajé
la cara de algún desalmado, si pasó por entre mis piernas más
de un regimiento... a quién le importa... No se escandalice,
Ilustrísima, que aunque usted no lo recuerde tenemos el gusto
de conocernos. Hace años, muchos años diría yo. Ya vestía
usted sotana con galones y yo le atendía en mi casa, donde no
sólo les procuraba jovencitas a mis clientes, sino algún
mozalbete imberbe. Haga memoria y piense que peor que estoy
ahora no voy a estar nunca, así que a buen entendedor...
Disculpe Su Ilustrísima la franqueza, pero ya le he dicho que no
soy mujer de zarandajas, pida el indulto para mí y le prometo
que no se arrepentirá... A usted le siguen gustando las nalgas
prietas y sin estrenar, ¿o ya ha mudado usted los gustos? Si
Vuestra Ilustrísima los cambiara, cambiara yo también mi
oferta... Sáqueme de aquí, señor Obispo, se lo pido como amiga,
porque por tal me tengo. Y no me juzgue con dureza, que al final
todos dependeremos de la
misericordia de Dios y ya sabe lo que dijo Jesús: «Quien esté
libre de pecado...»

Aparecen La Manca y Mari Cruz.

MARI CRUZ.- … que no se preocupen, que estoy muy, bien, de


verdad y le dicen a padre que no venga a verme, que ya sé yo
que se acuerdan de mí. El viaje es largo y aquí hace mucho frío.
A madre me la cuidan, que bastantes disgustos le he dado yo y
le dan un abrazo muy grande de mi parte...

LA MANCA.- ... y muchos besos, que si quiero salir de aquí es


por verle, tan mayorcico y tan guapetón. La foto que me mandó
la tengo en la celda, le miro y me pongo a sonreír como una
tonta. Hermanos somos, pero lo que está claro es que él se
llevo toda la hermosura. Le dan la otra cuartilla que viene en el
sobre, que esa sólo la he escrito para él y no me lo traigan a las
visitas, que por mucho que quiera verlo, me da mucha pena que
me vea aquí dentro. Le dicen que las monjas no le dejan ver-me,
que aunque es mentira él se lo creerá porque siempre le he
dicho que son unas brujas. Lo único que les pido es que no lo
manden al seminario, que sería el mayor disgusto que me
podrían dar: La Manca no puede tener un hermano cura... hasta
ahí podíamos llegar...

MARI CRUZ.- ... comemos bien y trabajamos bastante. Tenemos


mantas suficientes y aunque hace frío aquí ni lo notamos. ...

LA MANCA.- ... me da igual que nos lean la carta... Viene el


obispo y quieren que cante, yo no le besaré la mano, así me
apunten con el cañón de un rifle, que lo único que me queda
aquí dentro es hacerles la puñeta... total, más años ya no me
pueden echar.

MARI CRUZ ... les mando los cuatro reales que gané el mes
pasado lavando la ropa del hospital. No es mucho, pero sé que
les vendrá muy bien y yo aquí no los necesito.

LA MANCA.- ... muchos besos y que a mi Luisito no me lo metan


cura que ya saben que soy muy burra y soy capaz de escaparme
de la cárcel si me entero que mi hermano del alma anda entre
sotanas...

MARI CRUZ.- Háganme caso y no vengan, que yo les quiero


igual.

Aparece Sor Adoración que abre una carta polvorienta.

SOR ADORACIÓN.- ... Aquí las cosas no son como en el


convento. La echo mucho de menos, hermana. Cada día ocurre
algo nuevo y a veces yo no sé cómo proceder. Hay mucho dolor
aquí dentro. Ayer mismo encontré una carta en el interior de un
colchón de lana que estaba deshaciendo. No sé de quién es la
carta, ni cuándo se escribió, ni con qué clase de tinta se ha
escrito... pero no pude contener las lágrimas al leerla... Sólo
pienso que el Señor es piadoso y hará bienaventurados a todos
los que tanto sufrieron... La carta empezaba así: «Que me
saquen las entrañas y los ojos... que no quiero ver...»

Aurelia aparece en escena. Tiene una herida en el brazo, por la


que mana sangre. Con un palito se hurga en la herida y, con él
empapado, escribe en el aire:
AURELIA.- ... que me saquen las entrañas y los ojos, que no
quiero ver, que no quiero sentir el latido de mi corazón
golpeándome el pecho...que no quiero ver, que no abran las
rejas, que me entierren viva si hace falta, que no quiero ver, que
me arranquen las uñas una a una, que me claven una espada en
la garganta, que no quiero ver, que me hagan caminar por una
alfombra de cristales, que estallen mis oídos por los gritos, que
no quiero ver, que no quiero verle, madre, que no quiero verle,
que no quiero que sus manos vuelvan a hurgar en la noche, que
no quiero salir de este agujero...que no quiero ver...

Aurelia se echa las manos a la cabeza como si no quisiera ver y


comienza a cantar.

AURELIA.- Abrieron la jaula a la alondra


La vida le esperaba afuera
Abrieron la jaula un día de sol
Y al gato esperando vio (repite)

Concepción de María aparece en escena, en sus manos una


carta y un escapulario. La canción de Aurelia se va
extinguiendo y ella se va de escena.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Calladamente amor trata conmigo,


Y con despecho arranca el pensamiento,
que me quede yo muda en este intento
de no haber sabido atenazar el frío.

No es eterno el placer ni lo es el llanto.


Si esto es así, ¿por qué mi alma quiere
Expandir su dolor que tanto hiere?
Más grande es todavía mi quebranto.

Quien consolar quisiese algún amigo,


Después de haberle oído mil razones,
De amor y de dolor qué le diría.

Perdióse este consuelo ya conmigo,


Porque antes con el tiempo mis pasiones
Se van acrecentando cada día.
Calladamente amor trata conmigo...

Concepción de María enciende una cerilla y quema la carta en


el escenario. Desaparece y la carta sigue quemándose se en el
suelo.

ESCENA VIII

ESCENA VIII

Magdalena está recostada sobre la camilla en la consulta de


Don Máximo. Don Máximo se muestra un poco nervioso
mientras la ausculta, tal vez intimidado por el espléndido
escote de Magdalena.

DON MÁXIMO.- (Auscultándola) Parece que está mejor; menos


mal que pudo conseguir usted misma la penicilina, con lo que
tenemos aquí no hubiéramos podido hacer remitir la infección...

MAGDALENA.- No me diga que ya no me va a examinar


más; con lo suaves que tiene las manos...

Don Máximo ignora la insinuación; se levanta y se aleja de ella.


Magdalena se abre más el escote.

DON MÁXIMO.- Tómese la dosis de siempre en las comidas, por


lo menos durante tres días mas.

MAGDALENA.- (Muy cerca del médico) ¿No le gusta el olor de mi


jabón?

DON MÁXIMO.- Magdalena, por favor... soy médico. La consulta


ha terminado. Cúbrase, por favor.

Se da la vuelta, disponiéndose a lavarse las manos.


MAGDALENA.- Me han dicho que otra vez no tuvo usted tantos
remilgos.

DON MÁXIMO.- No sé a qué se refiere. Las visitas siempre se


hacen en presencia de una de las hermanas. Ha sido usted
quien ha insistido en quedarse a solas conmigo.

MAGDALENA.- ¿No le parece preferible? No soporto el olor de


esa mujer.

DON MÁXIMO.- Sí, pero la norma...

MAGDALENA.- Esa norma se implantó precisamente a raíz de


aquel incidente.

DON MÁXIMO.- No diga disparates. ¿Quién le ha contado eso?

MAGDALENA.- La hermana Piedad. A aquella desdichada la


encerraron en la celda de castigo, según me han contado, ¿no?

DON MÁXIMO.- No sé qué es lo que le habrán contado, pero...

MAGDALENA.- Todo el mundo lo sabe; todo el mundo sabe que


se enamoró como un colegial, que buscaba cualquier excusa
para verla, que siempre había algo que curarle... ¿Qué le hacía?

DON MÁXIMO.-(Rotundo) Cállate ya, Magdalena, y sal de aquí.

Magdalena no le hace caso y se acerca a él.

MAGDALENA.- Por eso se preocupa tanto por nosotras... En


confianza... ¿cuántas más ha habido? A mí puede decírmelo,
¿cuántas más ha habido?
Vamos, si es natural... es tan fácil: una caricia, un poco de
cariño, el frío... Conozco a muchos como usted, tan serios, tan
formales, tan buenos... tan pulcros... a mi casa venían por
cientos, pero eso sí: ninguno por vicio. Vamos, ¿cuántas más ha
habido?

DON MÁXIMO.- No habido ninguna, ni la habrá... Lárguese ya de


una vez, Sor Piedad le estará esperando.

MAGDALENA.- Llámala. Llámala y acabarás con esta situación.


Don Máximo no lo hace.

Se llamaba Esperanza, ¿verdad?

En ese momento entra Don Martín. Se queda parado al ver que


está Magdalena.

MADRE SAGRARIO.- Disculpe... Sor Piedad me ha dicho que


estaba solo.

DON MÁXlM0.- Pase, Madre... ya hemos terminado.

La Madre Sagrario mira con indisimulado desagrado a


Magdalena, que le sonríe.

MAGDALENA.- (con sorna) Buenas tardes, Madre... ¿qué, mucho


ajetreo con la visita del señor Obispo? Estoy deseando
saludarle...

MADRE SAGRARIO.- (Alarmado) Espero que ni se te ocurra


acercarte a él.

MAGDALENA.- Estamos todas muy nerviosas... ¿tiene usted idea


de a quién va a recomendar para el indulto?

MADRE SAGRARIO.- Como comprenderás, Magdalena, si la


tuviera no te lo iba a decir a ti precisamente.

MAGDALENA.- Qué lástima. (A don Máximo) Bueno, doctor...


pues muchas gracias. (A Don Martín) Adiós, madre. La dejo en
muy buenas manos.

Sale. La situación es incómoda.

MADRE SAGRARIO.- Esa mujer me pone nerviosa. No sé cómo


aguanta usted tener trato con ella... bueno, y con todas las
demás.

DON MAXIMO.- Es mi trabajo. Yo me ocupo de sus cuerpos, y


usted de sus almas... ¿qué la trae por aquí?

DON MARTÍN.- Ah, sí... Vengo por mi pierna. He tenido mucho


trajín preparando la llegada de Su Ilustrísima y... ¿Es posible
que después de tantos
años se haya movido la bala?

DON MÁXIMO.- Tendrá que descubrirse, no puedo mirarle la


pierna con tanta ropa...

Don Martín obedece. Don Máximo le empieza a hacer un


reconocimiento en la pierna. Don Martín grita.

DON MARTÍN.- Pare, por favor, no puedo soportar el dolor, es


como si me dispararan de nuevo.

DON MÁXIMO.- Tendrá que ir al hospital, allí le harán unas


placas. Si la bala se ha movido, la única forma de saberlo es
esa.

DON MARTÍN.- Dijeron que no me causaría problemas, que se


había quedado en el hueso y que..

DON MÁXIMO.- A lo mejor no es eso, es simplemente este


invierno, que ha venido más frío que de costumbre... ¿No le
suelen molestar con los cambios
de tiempo?

DON MARTÍN.- Sí; es curioso. Siempre pensé que eran


habladurías de viejas, y mire ahora. Soy capaz de predecir los
cambios de estación. Cada vez que va
a llover me acuerdo de aquellos malditos milicianos que Dios
confunda. Yo soy un hombre de paz, siempre lo fui, pero... No
era más que un pobre seminarista muerto de miedo, pero... Dios
supo convertir al cordero en lobo cuando fue necesario defender
los suyo. Desdichados, a veces lamento haber enviado sus
almas derechas al infierno. Pero ¿qué iba a hacer? ¿Dejarles
que se fueran llevándose los ornamentos de la iglesia? Que eran
para los pobres, decían. Para los pobres. Y todavía uno de ellos
tuvo tiempo de dispararme... los pobres. Cuantas barbaridades
en nombre de los pobres. Bueno, supongo que estará usted
harto de oírme contar esta historia.

DON MÁXIMO.- Hablaré con el hospital. Vaya usted y pregunte


por el doctor Castro.

DON MARTÍN.- No lo haga todavía, esperaré a que venga el


señor Obispo, tengo demasiadas cosas que hacer. Oiga, hay una
cosa que quería preguntarle... Usted sabe que el Obispo es un
hombre de salud delicada... ¿no habrá peligro en esta visita?
Quiero decir, esas mujeres, ¿no podrán contagiar-
le algo? Sería un desastre que le pasara algo mientras está
aquí. No quiero ni pensar lo que eso significaría en mi situación.

DON MÁXIMO.- No se preocupe...

DON MARTÍN.- ¿No sería prudente mantener a esas mujeres


lejos de él? Mantenerlas una distancia prudencial. Estoy seguro
de que si usted lo ordena...

DON MÁXIMO.- Ya sabe usted lo que hay aquí: sarna, pulgas,


pulmonía... No creo que Su Ilustrísima muera si le pica alguna
pulga. Dios sabrá protegerle. Y si no, puede pedir ayuda a San
Zotal.

DON MARTÍN.- No se ponga usted irreverente; le adivino en el


tono cierta retranca hacia la figura del señor obispo.

DON MÁXIMO.- No me haga hablar.

DON MARTÍN.- Hable y diga lo que tenga que decir...

DON MÁXIMO.- Lo del jubileo de San Perpetuo es una farsa... A


nadie le importan estas mujeres, ni cómo viven, ni cómo
mueren... viven aquí dejadas
de la mano de Dios, sin más consuelo que pensar que cada diez
años San Perpetuo se acordará de una de ellas.

DON MARTÍN.- ¿Le parece poco?

DON MÁXIMO.- Pues sí, me parece poco; me parece que la


magnanimidad de un representante de Dios en la tierra debería
ser más grande.

DON MARTÍN.- Ya sé dónde quiere ir usted a parar y conmigo no,


no le voy a consentir que culpe a la Iglesia de todos nuestros
males. Además, eso no está en nuestras manos. Ni en las del
señor Obispo, ni en la mías. Los indultos ordinarios no son cosa
suya.

DON MÁXIMO.- No me entiende, quería ayuda... quería


aprovechar la visita del Señor Obispo para cursarle alguna
petición que él podría transmitir.

DON MARTÍN.- Ah, no, no... que pienso consentir que nadie
perturbe al señor Obispo durante su visita. De ninguna manera.
Si tiene algo quiere pedirle, pídale audiencia. (Gesto de dolor)
Maldito frío...

DON MÁXIMO.- No fuerce esa pierna. (Con cierta triste ironía) Si


tiene que hincar la rodilla ante el señor Obispo, hinque la otra. A
Su Ilustrísima le dará lo
mismo, estoy seguro.

Don Martín le mira, sin acabar de entenderle, y se va, un poco


renqueante.

Magdalena está recostada sobre la camilla en la consulta de


Don Máximo. Don Máximo se muestra un poco nervioso
mientras la ausculta, tal vez intimidado por el espléndido
escote de Magdalena.

DON MÁXIMO.- (Auscultándola) Parece que está mejor; menos


mal que pudo conseguir usted misma la penicilina, con lo que
tenemos aquí no hubiéramos podido hacer remitir la infección...

MAGDALENA.- No me diga que ya no me va a examinar


más; con lo suaves que tiene las manos...

Don Máximo ignora la insinuación; se levanta y se aleja de ella.


Magdalena se abre más el escote.

DON MÁXIMO.- Tómese la dosis de siempre en las comidas, por


lo menos durante tres días mas.

MAGDALENA.- (Muy cerca del médico) ¿No le gusta el olor de mi


jabón?

DON MÁXIMO.- Magdalena, por favor... soy médico. La consulta


ha terminado. Cúbrase, por favor.

Se da la vuelta, disponiéndose a lavarse las manos.

MAGDALENA.- Me han dicho que otra vez no tuvo usted tantos


remilgos.
DON MÁXIMO.- No sé a qué se refiere. Las visitas siempre se
hacen en presencia de una de las hermanas. Ha sido usted
quien ha insistido en quedarse a solas conmigo.

MAGDALENA.- ¿No le parece preferible? No soporto el olor de


esa mujer.

DON MÁXIMO.- Sí, pero la norma...

MAGDALENA.- Esa norma se implantó precisamente a raíz de


aquel incidente.

DON MÁXIMO.- No diga disparates. ¿Quién le ha contado eso?

MAGDALENA.- La hermana Piedad. A aquella desdichada la


encerraron en la celda de castigo, según me han contado, ¿no?

DON MÁXIMO.- No sé qué es lo que le habrán contado, pero...

MAGDALENA.- Todo el mundo lo sabe; todo el mundo sabe que


se enamoró como un colegial, que buscaba cualquier excusa
para verla, que siempre había algo que curarle... ¿Qué le hacía?

DON MÁXIMO.-(Rotundo) Cállate ya, Magdalena, y sal de aquí.

Magdalena no le hace caso y se acerca a él.

MAGDALENA.- Por eso se preocupa tanto por nosotras... En


confianza... ¿cuántas más ha habido? A mí puede decírmelo,
¿cuántas más ha habido?
Vamos, si es natural... es tan fácil: una caricia, un poco de
cariño, el frío... Conozco a muchos como usted, tan serios, tan
formales, tan buenos... tan pulcros... a mi casa venían por
cientos, pero eso sí: ninguno por vicio. Vamos, ¿cuántas más ha
habido?

DON MÁXIMO.- No habido ninguna, ni la habrá... Lárguese ya de


una vez, Sor Piedad le estará esperando.

MAGDALENA.- Llámala. Llámala y acabarás con esta situación.

Don Máximo no lo hace.

Se llamaba Esperanza, ¿verdad?


En ese momento entra Don Martín. Se queda parado al ver que
está Magdalena.

DON MARTÍN.- Disculpe... Sor Piedad me ha dicho que estaba


solo.

DON MÁXlM0.- Pase, don Martín... ya hemos terminado.

Don Martín mira con indisimulado desagrado a Magdalena, que


le sonríe.

MAGDALENA.- (con sorna) Buenas tardes, don Martín... ¿qué,


mucho ajetreo con la visita del señor Obispo? Estoy deseando
saludarle...

DON MARTÍN.- (Alarmado) Espero que ni se te ocurra acercarte


a él.

MAGDALENA.- Estamos todas muy nerviosas... ¿tiene usted idea


de a quién va a recomendar para el indulto?

DON MARTÍN.- Como comprenderás, Magdalena, si la tuviera no


te lo iba a decir a ti precisamente.

MAGDALENA.- Qué lástima. (A don Máximo) Bueno, doctor...


pues muchas gracias. (A Don Martín) Adiós, padre. Le dejo en
muy buenas manos.

Sale. La situación es incómoda.

DON MARTÍN.- Esa mujer me pone nervioso. No sé cómo


aguanta usted tener trato con ella... bueno, y con todas las
demás.

DON MAXIMO.- Es mi trabajo. Yo me ocupo de sus cuerpos, y


usted de sus almas... ¿qué le trae por aquí?

DON MARTÍN.- Ah, sí... Vengo por mi pierna. He tenido mucho


trajín preparando la llegada de Su Ilustrísima y... ¿Es posible
que después de tantos
años se haya movido la bala?
DON MÁXIMO.- Tendrá que descubrirse, no puedo mirarle la
pierna con tanta ropa...

Don Martín obedece. Don Máximo le empieza a hacer un


reconocimiento en la pierna. Don Martín grita.

DON MARTÍN.- Pare, por favor, no puedo soportar el dolor, es


como si me dispararan de nuevo.

DON MÁXIMO.- Tendrá que ir al hospital, allí le harán unas


placas. Si la bala se ha movido, la única forma de saberlo es
esa.

DON MARTÍN.- Dijeron que no me causaría problemas, que se


había quedado en el hueso y que..

DON MÁXIMO.- A lo mejor no es eso, es simplemente este


invierno, que ha venido más frío que de costumbre... ¿No le
suelen molestar con los cambios
de tiempo?

DON MARTÍN.- Sí; es curioso. Siempre pensé que eran


habladurías de viejas, y mire ahora. Soy capaz de predecir los
cambios de estación. Cada vez que va
a llover me acuerdo de aquellos malditos milicianos que Dios
confunda. Yo soy un hombre de paz, siempre lo fui, pero... No
era más que un pobre seminarista muerto de miedo, pero... Dios
supo convertir al cordero en lobo cuando fue necesario defender
los suyo. Desdichados, a veces lamento haber enviado sus
almas derechas al infierno. Pero ¿qué iba a hacer? ¿Dejarles
que se fueran llevándose los ornamentos de la iglesia? Que eran
para los pobres, decían. Para los pobres. Y todavía uno de ellos
tuvo tiempo de dispararme... los pobres. Cuantas barbaridades
en nombre de los pobres. Bueno, supongo que estará usted
harto de oírme contar esta historia.

DON MÁXIMO.- Hablaré con el hospital. Vaya usted y pregunte


por el doctor Castro.

DON MARTÍN.- No lo haga todavía, esperaré a que venga el


señor Obispo, tengo demasiadas cosas que hacer. Oiga, hay una
cosa que quería preguntarle... Usted sabe que el Obispo es un
hombre de salud delicada... ¿no habrá peligro en esta visita?
Quiero decir, esas mujeres, ¿no podrán contagiar-
le algo? Sería un desastre que le pasara algo mientras está
aquí. No quiero ni pensar lo que eso significaría en mi situación.

DON MÁXIMO.- No se preocupe...

DON MARTÍN.- ¿No sería prudente mantener a esas mujeres


lejos de él? Mantenerlas una distancia prudencial. Estoy seguro
de que si usted lo ordena...

DON MÁXIMO.- Ya sabe usted lo que hay aquí: sarna, pulgas,


pulmonía... No creo que Su Ilustrísima muera si le pica alguna
pulga. Dios sabrá protegerle. Y si no, puede pedir ayuda a San
Zotal.

DON MARTÍN.- No se ponga usted irreverente; le adivino en el


tono cierta retranca hacia la figura del señor obispo.

DON MÁXIMO.- No me haga hablar.

DON MARTÍN.- Hable y diga lo que tenga que decir...

DON MÁXIMO.- Lo del jubileo de San Perpetuo es una farsa... A


nadie le importan estas mujeres, ni cómo viven, ni cómo
mueren... viven aquí dejadas
de la mano de Dios, sin más consuelo que pensar que cada diez
años San Perpetuo se acordará de una de ellas.

DON MARTÍN.- ¿Le parece poco?

DON MÁXIMO.- Pues sí, me parece poco; me parece que la


magnanimidad de un representante de Dios en la tierra debería
ser más grande.

DON MARTÍN.- Ya sé dónde quiere ir usted a parar y conmigo no,


no le voy a consentir que culpe a la Iglesia de todos nuestros
males. Además, eso no está en nuestras manos. Ni en las del
señor Obispo, ni en la mías. Los indultos ordinarios no son cosa
suya.

DON MÁXIMO.- No me entiende, quería ayuda... quería


aprovechar la visita del Señor Obispo para cursarle alguna
petición que él podría transmitir.
DON MARTÍN.- Ah, no, no... que pienso consentir que nadie
perturbe al señor Obispo durante su visita. De ninguna manera.
Si tiene algo quiere pedirle, pídale audiencia. (Gesto de dolor)
Maldito frío...

DON MÁXIMO.- No fuerce esa pierna. (Con cierta triste ironía) Si


tiene que hincar la rodilla ante el señor Obispo, hinque la otra. A
Su Ilustrísima le dará lo
mismo, estoy seguro.

Don Martín le mira, sin acabar de entenderle, y se va, un poco


renqueante.

ESCENA IX

Concepción de María repasa ayudada por un cuaderno de notas


las tareas, enfrente Teodosia que en posición firme no se
inmuta ante la retahíla de la madre superiora.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Se tienen que volver a desinfectar las


celdas, una a una, incluso la de castigo, aunque el señor Obispo
ni se aproxime por allí. La
cocina que brille como una patena. Braulio subió del pueblo
arena del río para limpiar las encimeras. Que todo huela a
limpio. Las sábanas del hospital bien lavadas y bien planchadas;
vendrán a recogerlas mañana por la tarde. Que huela a ropa
limpia, a lejía, a caras lavadas. Hoy no aticen la estufa, ni
mañana; hay que ahorrar leña, que no diga Su Ilustrísima que
pasamos frío, quiero que el día de la visita aquí se pueda pasear
sin que nazca vaho de nuestras bocas. ¿Sabes dónde se ha
metido la hermana Adoración?

TEODOSIA.- La última vez que la vi estaba aseando a Fuensanta,


ya sabe, a veces se orina encima, y si se le descuida, se le
escuecen las piernas. Claro que peor es cuando se va del
vientre y anda por ahí esparciendo el olor a letrina.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- (Cortándola) Ahórrate los detalles.


Concepción de María le hace un gesto a Teodosia para que se
vaya, pero Teodosia permanece en su sitio.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Puedes marcharte. Y no olvides


ninguna de las tareas que te he encomendado. Ya sabes: quiero
que huela a limpio, como olía mi casa cuando venían las visitas,
como olían los pasillos de convento cuando las novicias nos
pasábamos las horas rascando el suelo... la limpieza nos
acerca a Dios, y nos aleja de las enfermedades y de las
miserias... A veces me pregunto por qué Dios, en su sabiduría,
ha hecho que los seres humanos olamos tan mal.

TEODOSIA.- Usted no huele mal, madre, usted siempre huele a


jabón y a veces como a vainilla.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Calla, anda, y vete a hacer lo que te


he dicho.

Se concentra en sus notas. Teodosia sigue allí, ahora mira al


suelo. La Superiora levanta la mirada.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- ¿Qué ocurre? ¿Es que no me has


escuchado?

TEODOSIA.- Madre...

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- (Adivinándolo) ¿Qué pasa, Teodosia?

TEODOSIA.- Madre, quiero ese indulto. Por favor, háblele de mí


al señor Obispo.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Estás en la lista, como todas; el


Obispo hará lo que tenga que hacer. No es el primer San
Perpetuo que pasas aquí. Ya sabes cómo son estas cosas... Si
no recuerdo mal, también estabas en la celebración del Corpus
en Ventas. Aquel Corpus se le perdonó la pena a una decena de
reclusas. Nadie sabe hasta el último momento cuál será la
decisión de Su Ilustrísima.

TEODOSIA.- En Ventas perdonaron a las que tenían dinero.


CONCEPCIÓN DE MARÍA.- No te consiento que hables así. Esos
fueron rumores infundados. Las dos estábamos allí y tanto tú
como yo sabemos que aquellas diez mujeres eran ladronzuelas
de poca monta, no había entre ellas ninguna que...

TEODOSIA.- ... que hubiera matado a su marido, como yo.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- (Desconcertada)... ¿Pero, qué te


ocurre?

TEODOSIA.- Quiero ese indulto, pensé que usted podría hablarle


al obispo de mí. Llevo años con una conducta ejemplar, usted
misma lo dice. Ustedes saben que se pueden fiar de mí, y
siempre estoy dispuesta a prestar cualquier servicio. Saben que
por eso las demás no me quieren, pero no me importa, yo
siempre estoy ahí para ayudarlas a ustedes.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Claro que sí, y por eso tienes los


privilegios que tienes. Comes la misma comida que nosotras;
tienes una celda para ti sola; hasta dos mantas tienes cuando
hace frío... No digo que no te lo hayas ganado, pero de ahí a que
te den el indulto... Tienes un delito de sangre, Teodosia, y eso
es muy grave.

TEODOSIA.- Nunca me preguntó por qué lo hice. Si lo supiera


usted...

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Lo hiciste y por eso estás aquí, no


quiero saber más. El juez te encontró culpable, y yo no soy
quién para saber más ni para preguntar. Dios te ha dado la
oportunidad de arrepentirte...

TEODOSIA.- ¿Arrepentirme? Me golpeaba, desde que éramos


novios y yo pensaba que así tenía que ser, porque así me lo
decía mi madre, que tenía que aguantar, y así me lo decía el
padre Severino, que tenia que aguantar, y así me lo decían las
demás mujeres, que tenía que aguantar, porque así han sido las
cosas siempre... y yo aguantaba, madre. Yo aguantaba,
sabiendo por el sonido de los pasos, por el ruido de la puerta,
por su forma de respirar, lo que iba a venir. Cuando bebía
porque bebía, cuando no bebía porque no bebía... daba igual
porque siempre había algo que yo había hecho mal. Se quitaba
el cinto, lo tensaba y daba un espaldarazo al aire, yo temblaba
antes de que el cuero chocara en mi espalda. Llegó a quemarme
la espalda con los rescoldos de la hoguera...

Teodosia se levanta la camisa y le enseña la espalda.

TEODOSIA•- Dígame si debo arrepentirme.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Sólo Dios es quién para quitar la vida


a un semejante.

TEODOSIA.- ¡No fue Dios quien fusiló a aquellas mujeres en


Ventas!

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Teodosia, por Dios... no sabes lo que


dices.

TEODOSIA.- Algunas eran casi unas niñas... Aún oigo cómo


gritaban y lloraban mientras las sacaban a rastras de la celda...
¿Qué sentía usted cuando oía las descargas? Y los tiros de
gracia... ¿fue Dios quien pegó esos tiros?

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Rezaré por ti, Teodosia, para que Dios


te devuelva la conformidad...

TEODOSIA.- También yo era casi una niña... fui a su cama como


una corderita... y pronto supe lo que iba a ser mi vida. Todavía
tengo aquí el chasquido de aquel cinturón, una día sí, y otro
también... Después llegaban las noches, sus manos buscando
donde calentarse, su boca babeándome los pechos y yo quieta;
sí madre, abusaba de mí una y otra vez, una y otra vez, decía
que si no le podía dar hijos que no fuera porque él no lo
intentaba y si yo me retorcía o intentaba zafarme ahí estaba de
nuevo el cinto, para atarme a la cama... y yo me preguntaba
dónde estaba aquello... Dónde estaba aquello que decían que se
sentía. Aquello que hace que los hombres y las mujeres pierdan
la cabeza... ¿dónde estaba aquello?

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Basta ya, Teodosia. No entiendo qué


te pasa.
TEODOSIA.- Aguanté, aguanté muchos años, lloraba a
escondidas, no salía a la calle, acabé por no hablar, por no
gemir, por no mirarle a la cara, pero todo le parecía mal... Un
noche se desnudó delante de mi, frente a la hoguera, me atrajo
hacia sí y empezó a quitarme la ropa torpemente, después cogió
un ascua con las tenazas y la acercó a mi vientre.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- He dicho que basta ya. Te ordeno que


te retires.

TEODOSIA.- No sé cómo pero conseguí librarme de él, corrí


hacia la mesa y cogí el cuchillo de despiezar los conejos. Le
rajé de arriba abajo. Sangraba... y
los ojos le daban muchas vueltas, así, como si no entendiera lo
que pasaba, como si no se creyera que ahora el conejo era él.
No le digo lo que sentí, porque aún no lo sé; pero era algo que
no había sentido antes y que no he vuelto a sentir; era una cosa
de la que había oído hablar, madre, como habrá oído usted, era
lo que decían que se tiene que sentir cuando... Madre... creo que
cuando lo maté... sentí... «aquello».

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- iCalla! (Expeditiva) Vete de aquí,


Teodosia.

Teodosia reacciona agachando la cabeza y callando.

TEODOSIA.- Perdone, madre, perdone, pero sólo quiero ver cómo


es el mundo sin él, aunque sólo sea un día.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Tienes que desterrar el odio de tu


corazón, Teodosia... si no hay arrepentimiento, no hay perdón; ni
siquiera Dios te puede
perdonar si no te arrepientes. No está bien que hables así...
¿Cómo voy a interceder ante ti, después de lo que he oído?
Sabiendo que aún sientes el mismo odio... Yo te aprecio,
Teodosia. Aprecio lo que haces. Pero después de oírte...

TEODOSIA.- ¿No va ayudarme? ¿No va a ayudarme porque he


sido sincera con usted?

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Haré lo que pueda y lo que mi


conciencia me dicte. Trataré que estés bien situada en esa
lista; pero a cambio...

TEODOSIA.- A cambio haré lo que usted mande... cualquier cosa


que me pida...
CONCEPCIÓN DE MARÍA.- No quiero que hagas nada... sólo
quiero que reces mucho y le pidas a Dios que te conceda
serenidad y que te ayude a perdonar.
Hay que perdonar, Teodosia. Todos tenemos que perdonar.

Teodosia emprende la salida.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- No olvides ninguna de las tareas que


le he encomendado. Ya lo sabes, quiero que huela a limpio. Que
huela todo a limpio. Y tu alma también. Que tu alma huela a
limpio.

Concepción de María se queda sola en la escena viendo como


Teodosia se va intentando contener el llanto.

ESCENA X

En un lado del escenario hay sábanas tendidas, Mari Cruz y La


Manca terminan de tender las que quedan. Al otro lado
Fuensanta con Magdalena y Charito con Macarena doblan las
sábanas secas.

[—Yo dormí una vez en unas sábanas como estas...

—Sí, cuando te desvirgó el señorito, ¿no?

—Mi abuela tiene una sábana enorme para que le


sirva de sudario...

—Pues menudo desperdicio. A mí como si me en-


vuelven en una tela de saco.

—En mi casa tendíamos la ropa blanca en el patio...


y mi madre las guardaba, las sábanas con ramas
de romero, para que olieran bien.

—La mía me bordó un juego de sábanas para el


ajuar... las tenía guardadas en un baúl para
cuando me casara. (Llora)

—Ya estamos con la llantina... ino te limpies ahí los


mocos, leche!]
LA MANCA.- No vayas tan deprisa, que yo tengo una mano y un
muñón.

MARI CRUZ.- Deja de quejarte, Manca.

LA MANCA.- Y tú deja de joder, que bastante nos jodisteis


cuando lo de Barcelona...

MARI CRUZ.- Otra vez con lo mismo. Déjalo ya, Manca...

LA MANCA.- Perdimos la Revolución por vuestra culpa... Es que


todavía me sale un....
TODAS.- (Como si lo hubieran dicho mil veces) ... sarpullido
entre las piernas cada vez que veo un comunista. La madre que
os parió a todos, qué a gusto se
quedó...

La Manca les hace un corte de mangas. Charito aprovecha el


momento en el que se acerca a Macarena con los dobleces de
la sábana para hablar con ella.

CHARITO.- De esto chitón, que no quiero que se entere nadie.

MACARENA.- Ya se te veía a ti la cara de embobada cada vez


que te preguntaba la lección que para qué..

Magdalena se mete entre las dos y alza la voz.

MAGDALENA.- Charito, lo tuyo con el maestro es un secreto a


voces.

CHARITO.- Yo no tengo nada con el maestro.

FUENSANTA.- Don Esteban es muy bueno.

MAGDALENA.- ¿Ya te has abierto de piernas o lo tuyo es


un amor verdadero?

LA MANCA.- Coño con la Charito, qué calladito te lo tenías.

CHARITO.- Déjame en paz, Magdalena... Me quiere mucho y


cuando salga me va a esperar, ¡qué pasa! ¿tienes envidia?
MAGDALENA.- ¿Te quiere tanto como a su mujer?

MACARENA.- Magdalena, guapa, deja a la niña.

CHARITO.- ¿Qué mujer?

LA MANCA.- Charito se acaba de caer del guindo.

MARI CRUZ.- No se ha caído, alguien la ha empujado.

FUENSANTA.- Don Esteban es muy bueno.

CHARITO.- ¿Qué mujer? (A Magdalena), dime qué mujer…

MAGDALENA.- La suya. No me digas que no lo sabías.

CHARITO.- No es verdad, él nunca me ha hablado de su mujer. El


me quiere.

MACARENA.- A lo mejor se ha quedado viudo hace poco, digo


yo..

MAGDALENA.- iViudo! Ese es de los peores. Se pone tierno,


bondadoso, te recita un par de poemas, ¡es tan culto! Y después
se la saca como todos.

CHARITO.- Cállate. Eres una víbora, una mala persona... una...

MAGDALENA.- ¿Una puta? Por eso te lo digo, hija, porque soy


una puta y me los conozco bien.

CHARITO.- No puede ser verdad, ino puede ser verdad!

Charito sale corriendo. Las demás se miran entre sí y siguen


trabajando.

MAGDALENA.- Las veces que le habrá metido mano cantando


los ríos de España.

Macarena y La Manca se echan a reír.

LA MANCA.- El maestro fornicador. Pa escribir una novela.


FUENSANTA.- Don Esteban es muy bueno.

ESCENA XI

Don Mauro está en su despacho. Está sentado y tiene la


cabeza entre las manos. Leandro está con él. Se oye música
clásica.

LEANDRO.- Violette no es como las demás. Sólo hay que verla,


tiene otra educación. Su cuerpo es frágil y su mente... está
destrozada. Pronto conseguiré sacarla de aquí, pero mientras
tanto...

DON MAURO.- Cierre la ventana, por favor. Hace demasiado frío.

LEANDRO.- Señor, la ventana está cerrada.

DON MAURO.- Estará cerrada, pero hace frío... ese viento se


cuela por todas partes...

Leandro, un tanto desconcertado con el comentario de Don


Mauro, sigue hablando.

LEANDRO.- Sólo le pido que mejore un poco sus condiciones de


vida, cámbiele a una celda más soleada, deje que el médico la
visite todos los días y...

DON MAURO.- No tengo más celdas libres y el médico tiene


mucho que hacer. Váyase, ¿no ve que me duele la cabeza?

LEANDRO.- Hay una celda en la fachada sur, está vacía,

Don Máximo entra en el despacho.

DON MÁXIMO.- Esa celda tiene su historia. Una presa se ahorcó


allí hace algunos años. Cuando las reclusas se enteran de esa
historia no quieren estar allí, dicen que se oyen gritos por la
noche. Supersticiones,

DON MAURO.- ¿Ha traído lo que le pedí?


DON MÁXIMO.- Discúlpele, pero no está para atender a nadie.

LEANDRO.- No quiero importunarles más, espero que tengan en


cuenta mis peticiones.

Leandro se va, Don Máximo se acerca a Don Mauro.

DON MÁXIMO.- ¿Qué le ocurre?

DON MAURO.- No he podido dormir, no sé por qué no arreglan


esas ventanas, toda la noche el mismo ruido, el viento azotando
los portillos, no puedo más...

Don Máximo auscultándole.

DON MÁXIMO.- Lo primero que tiene que hacer es tranquilizarse,


tiene taquicardia y...

Don Mauro se zafa de él.

DON MAURO.- Déjese de tonterías... ¿me ha traído los


tranquilizantes?

DON MÁXIMO.- Sí, pero déjeme que le reconozca, por lo que veo
tiene usted una crisis...

DON MAURO.- ¿Qué sabe usted lo que tengo o lo que no tengo?

DON MÁXIMO.- Soy médico.

DON MAURO.- Y yo no soy nadie, ¿no sé yo lo que me pasa, no


sé yo que me estoy volviendo loco aquí dentro, no sé yo que a
todos les importa muy poco lo que me pase...?

DON MÁXIMO.- Respire profundamente, despacio...

DON MAURO.- No me trate como si fuera un imbécil. ¿Se cree


que está por encima de los demás? Me mira por encima del
hombro cada vez que viene. El médico bondadoso, el médico
que vela por el bienestar de sus pacientes, el médico
metomentodo.
DON MÁXIMO.- No le tomaré nada de lo que diga en cuenta. Está
al borde de una crisis nerviosa. Siéntese... Intente
tranquilizarse...

DON MAURO.- Prepotente. Se cree mejor que yo, mejor que


todos... Pues no lo es. ¿O ya no se acuerda de aquella mujer?
Esperanza Martín. ¿Se llamaba o no se llamaba así? ¿Se cree
que no lo sé? He leído el expediente. Leí todos los expedientes
nada más llegar. Yo sé cumplir con mi trabajo. ¿Qué se creen
todos? Sé que me van a dar la medalla del Mérito Penitenciario,
le han hablado al Generalísimo de mí... así que lo sé todo. No me
venga con sermones, porque lo sé todo. ¿Se llamaba o no se
llamaba así? Esperanza Martín.

DON MÁXIMO.- Se llamaba Esperanza. Esperanza Martín


Campillo, natural de Valladolid. Pobre Esperanza, prefirió que
Sor Piedad extendiera el bulo de que era mi amante a contar la
verdad. La primera vez que la vi, me impresionaron su delgadez
y sus pupilas dilatadas, esos enormes ojos color miel. Me pidió
morfina, me la pidió con un hilo de voz roto. Bastante tenía con
soportar las palizas que le dio una funcionaria revirada bajo el
beneplácito de Sor Piedad. Iba todos los días a verla. Le
preparaba su dosis y aprovechaba la ronda de las monjas por la
galería cuatro para acercarme a su celda. Todo eran palabras
de agradecimiento. Sonreía lánguidamente y me decía que
cuando saliera fuera eso se iba a acabar, que tenía que
ayudarla. ¿Hice bien, hice mal? El día que Sor Piedad me vio con
ella fue con el cuento a la madre Concepción. Me obligaron a
coger vacaciones y a ella la metieron en la celda de castigo.
Cuando volví a ella la habían trasladado a otra prisión y mi
reputación... ¡a quién le importa eso! Peor habría sido que me
acusaran por darle la morfina. Después de todo, si se trata de
abusar de una presa, se puede hacer la vista gorda; lo otro era
peor, y ella lo sabía. Se calló la verdad por no perjudicarme unís.
La he buscado, la he buscado durante años, pero parece que se
la ha tragado la tierra. Se llamaba Esperanza Martín Campillo.
¡Pobre Esperanza!

Hay una pausa. Don Máximo saca un bote de pastillas que le


entrega a Don Mauro.

DON MÁXIMO.- Tómese uno y acuéstese. Volveré a verle


mañana.
DON MAURO.- Por qué no deja de soplar ese viento?

ESCENA XII

Todas las presas están de frente en el escenario. Hablan,


gritan, se levantan, se alegran lloran. Un guirigay ensordecedor
inunda la sala de visitas. Teodosia está vigilando y es la única
que en vez de mirar al frente, mira a las presas. Todas hablan a
gritos. Aurelia esta también de frente pero callada.

VIOLETTE.- Tía, está usted muy guapa con ese traje y ese
abrigo.

CHARITO.- Le mandé una carta a tu madre. No estoy triste, que


de verdad que no.

MAGDALENA.-¿Cómo está la niña? Me echa de menos? Cuando


salga de aquí, que Dios quiera que sea pronto, voy a trabajar
como una burra, pa ganar más dinero y llevarla a un médico de
la cabeza que hay en París. Dile, aunque no te entienda, que la
voy a curar, que mí loquita se va a poner buena.

MACARENA.- ¿Por qué no ha venido Antonio? ¿Por qué no ha


venido? Dile que quiero verle, que no sabe la de besos que me
queman en la boca y que he de darle.

MARI CRUZ.- No hacia falta que vinieran, de verdad, yo estoy


bien.

FUENSANTA.- El niño está bien, madre, está muy bien.

LA MANCA.- ¿Qué les pasa? Padre, no me diga que nada, que le


conozco muy bien.

PÁQUITA.- Félix, Félix, el mes que viene que ya te podré


enseñar el niño, ya no me queda nada, no sabes las patadas que
me da, que yo creo que ya quiere salir...
FUENSANTA.- Yo no le maté. No hable así.

MACARENA. ¿Y qué hace la Asunción en mi casa? Por qué está


en mi casa esa puerca?

LA MANGA.- ¿Me lo han metido a cura? Al niño me han metido


cura... Si no es eso qué es lo que pasa... ¿Por qué no me dijeron
que estaba enfermo?

MARI CRUZ.- No me pasa nada, me ha sorprendido la noticia.


¿Se van todos?

La Manca se derrumba entre llantos. El ruido ensordecedor


vuelve.

FUENSANTA.- Es mi niño, mi niño.

MARI CRUZ.- No lloro, padre, ¿me ha visto usted alguna vez


llorar?

LA MANGA.- ¿Por qué no me lo dijeron?

MACARENA.- Tú no me miras a los ojos. Madre. dime qué es lo


que pasa. ¿Por qué no ha venido el Antonio? Madre, dígame lo
que sea que va a ser peor. Madre, ¿por qué llora?

FUENSANTA.- ¿Cómo iba a matar a mi niño? No estoy loca,


madre, que no estoy loca.

MACARENA.- ¡iMecagüen todos sus muertos!! (Se besa los


dedos) ¡Por estas que cuando salga de aquí le rajo! ¡Y en mi
cama, hijo de la gran puta! ¡Poco ha tardado en meterla en mi
cama! Te lo juro, madre ¡que me parta un rayo o que el
Mismísimo me fulmine ahora mismo si cuando salga no le rajo
de arriba abajo! ¡A él y a esa puta de la Asunción, que se ha
tomado en serio lo de ser mi prima hermana pa compartir toó,
hasta el marío! ¡Los voy a matar, madre...! ¡Los voy a matar!!

FUENSANTA.- (Abriendo el trapo que siempre lleva como Si


fuera un niño) No es un trapo, no es un trapo, no es un trapo
viejo... es mi niño... es mi niño...

Teodosia coge a Fuensanta y se la lleva de escena muna gran


llantina entrecortada.
MARI CRUZ.- No hable así, que me recuerda a don Martín. Que
no estoy llorando, déjelo ya. Que tengan buen viaje y que
cuando estén instalados me escriben y que cuando yo salga de
aquí me reúno con ustedes y que..

PAQUITA.- Con una habitación nos apañamos y no te preocupes


que todo va a salir bien.

MAGDALENA.- Le das muchos besos, que el cariño sí que lo


entiende y le dices que en un pispás estoy yo con ella.

CHARITO.- Le das las gracias a la tía por las naranjas.

VIOLETTE.- Gracias por el abogado, tía. Está seguro de que me


sacará pronto de aquí.

LA MANCA.- Que se lo veo en la cara, se nos ha muerto el niño,


se nos ha muerto... ¿por qué no me dijeron nada? ¿por qué?
Dígame que no ha sufrido,
que no ha sufrido. Y todavía se empeñan en decir que Dios
existe. Dios existe ¿para qué? Para llevarse a mi hermano en lo
mejor de la vida, que acaba
de cumplir los veinte... que acababa de cumplir los veinte... ¿por
qué no me han matado a mi? ¿por qué no me explotó la dinamita
en las entra-
ñas? (mirando al cielo) Jodío Dios, maldito seas! iSi querías una
muerte, haberme matado a mí y no a mi niño! Padre, hagan algo,
díganle que me dejen

salir, que quiero verle aunque sea muerto, que quiero verle.

ESCENA XIII

Sobre el oscuro, un grito de Violette, que se repite. Es un grito


desesperado. Al iluminarse la escena, Violette está con
Leandro, que trata de acercarse a ella para consolara. Ella le
evita una y otra vez.
VIOLETTE.- Váyase... idéjeme en paz!

LEANDRO.- Por favor, cálmese... por favor...

VIOLETTE.- iDéjeme! iHa sido usted! iHa sido por su culpa!

LEANDRO.- No diga eso... se enfrentó a los policías que iban por


él... estaba armado. Tuvieron que disparar.

VIOLETTE.- Usted fue quien les envió allí... ¡usted le mató! Yo


me fie de usted y usted le mató. Le vendió... le vendió. ¿Qué le
dieron a cambio?

LEANDRO.- Su libertad. Hice un trato. Atraparían al ladrón y


recuperarían el botín a cambio de sobreseer la causa contra
usted. Usted fue engañada, no sabía que se iba a cometer un
atraco, fue una víctima inocente...

VIOLETTE.- INo es cierto! ¡No es cierto! iYo le ayudé! iiYo le


ayudé!!

LEANDRO.- iiCállese!!

VIOLETTE.- iUsted hizo que lo mataran! ¿Por qué?

LEANDRO.- Ya se lo dije. Mi obligación era sacarla de aquí, y lo


he conseguido. Dentro de unos días usted será libre. Saldrá sin
cargos.

VIOLETTE.- iNo quiero salir!! iYo soy tan culpable como él! iYo
le ayudé a atracar aquella joyería! iYo lo planeé todo! ¿Me han
oído? iiSoy culpable!!

Leandro la abofetea.

LEANDRO.- iCállate! iCállate! iCállate!

La besa. Ella se deja.

VIOLETTE.- Eso es lo que querías, ¿no? Por eso lo entregaste...

LEANDRO.- Lo entregué porque quería verte fuera de aquí. Es lo


que tu tía me pidió.
VIOLETTE.- ¿Y qué quieres a cambio? ¿Qué te prometió mi tía?

LEANDRO.- iNada!

VIOLETTE.- ¿Te dijo que me convencería para que me metiera


en tu cama?

LEANDRO.- Violette, te podían haber condenado a muchos años.


¿Es lo que querías? ¿Pasarte aquí los mejores años de tu vida?
Eres libre, Violette.

VIOLETTE.- iVete!

Esteban y la Charito entran en escena mientras se cubren de


oscuro los rostros de Violette y de Leandro. Esteban parece
contrariado, nervioso, inquieto. Charito se muestra desafiante.

ESTEBAN.- ¿Quién te ha dicho eso?

CHARITO.- Eso no importa. Dígame, ¿es cierto? ¿Es verdad que


está usted casado?

ESTEBAN.- Deja que te explique...

CHARITO.- No quiero que me explique nada. Sólo quiero saber si


es cierto. Quiero oírlo de su boca.

ESTEBAN.- Sí; es cierto.

Charito se encoge con un gemido, como si hubiera recibido una


patada en el vientre. Esteban se acerca a ella.

ESTEBAN.- Charito, tú no lo entiendes... tú no lo entiendes... lo


mío no es un matrimonio... mi mujer está enferma, nunca
dormimos juntos...

CHARITO.- ¿Y tus dos hijos? ¿De dónde salieron? ¿Me vas a


decir que la preñó el Espíritu Santo?

ESTEBAN.- No te consiento que hables así.

CHARITO.- ¿No me consientes? ¿Que no me consientes?

ESTEBAN.- iNo! iiNo te lo consiento!!


CHARITO.- Te estuviste riendo de mí... te divertías mucho
viéndome soñar...

ESTEBAN.- No... no me reía de ti... tú me gustas, Charito... me


gustas mucho... me habría gustado que lo que soñábamos
juntos se pudiera hacer realidad...no era mentira... era un sueño.
Mientras estaba contigo, yo quería creer que era cierto...

CHARITO.- Mentiras. iMentiras!

El oscuro se cierne ahora sobre ellos. Leandro y Violette se


hacen presentes de nuevo en la escena. Leandro está cerca de
ella. Su tono más comprensivo contrasta con la desesperación
de Violette.

LEANDRO.- El no te quería. Pensaba huir con el botín. Lo tenía


todo preparado.

VIOLETTE.- Eso es mentira. iEs mentira! iEl me quería! Ibamos a


casarnos.

LEANDRO.- La verdad duele, Violette, te entiendo... Sé lo que es


sentirse engañado.

VIOLETTE.- iQué vas a saber! Tú no sabes nada. No sabes cómo


me amaba, cómo me miraba cuando estábamos solos, cómo me
tocaba cuando llegaba la
noche. .. No sabes nada. Ha muerto por mí. Viviré atormentada
toda la vida. .. Vete ya de una vez...

LEANDRO.- Dentro de unos días llegará la orden de libertad. Te


estaré esperando ahí fuera. Te ayudaré...

VIOLETTE.- No quiero volver a verte en mi vida.

Leandro entonces se enfrenta a ella.

LEANDRO.- ¿Qué tenía que haber hecho? ¿No delatarle a la


policía y ver cómo día a día te pudrías en esta cárcel? ¿Ir a
verle y decirle que jamás había visto una mujer que pudiera
amar más de lo que tú le amabas a él? No, Violette, no lo
entiendes. Te utilizó, no eras nada para él, solo una coartada.
Que lo mataran fue mala suerte o buena, ¡quién sabe! No se
tiene que amar así a alguien que no se lo merece.

VIOLETTE.- Vete, por favor. i Vete! i i Vete!!

Leandro recoge su maletín y se dispone a marchar, en silencio.


Violette solloza.
Aún se oye la voz de Violette cuando se ilumina otra zona del
escenario.

CHARITO - Mentiras. Mentiras, mentiras... ¡mentiras! ¿Te crees


que eres el primero que me miente? Pues no! Me han mentido
mucho... pero las otras veces yo lo sabía. Para eso me pagaban,
para hacer como que me creía las mentiras, y para mentir yo
también: pero ninguno me había mentido tan bien como tú.
Debías estar muy orgulloso: has conseguido engañar a una puta.

ESTEBAN.- Charito, te juro que...

CHARITO ¿Se lo contabas a tus amigos en el Casino? ¿Les


contabas cómo sobabas a tu puta de la cárcel mientras la
engatusabas diciendo que te la ibas a llevar lejos? ¿Se reían
mucho cuando les contabas lo de los patos?

ESTEBAN.- No... no, no, no, te juro que no le hablaba a nadie de


ti... Charito, tienes que entenderme...

CHARITO.- ¿Qué voy yo a entender? Sólo soy una puta


analfabeta.

ESTEBAN.- No... tú eres distinta._ contigo me sentía de otra


manera... si nos hubiéramos conocido en otra vida... ojalá todo
fuera distinto... ojalá yo pudiera dejar a mi mujer, pero no puedo;
ojalá yo tuviera poder para sacarte de aquí, pero no lo tengo.
Sólo me quedaba soñar, y dejarte soñar... los momentos que he
pasado aquí contigo, imaginando un futuro han sido... ¿por qué
me miras así? ¿Por qué te ríes?

CHARITO.- Porque otra vez quieres engatusarme... pero ya te


conozco, maestrillo. Ya te conozco. Te tengo calao... eres como
todos... un coño joven y caliente... eso es lo que quieres, lo que
quieren todos.

ESTEBAN.- No me hables así.


CHARITO.- ¿Que no te hable cómo?

ESTEBAN.- Como una puta.

CHARITO.- ¿Y por qué no, ricura? ¿No te pone cachondo? Me


tratas como a una puta pero no me dejas que me porte como
una puta... ¿es que te gustan las fantasías, cariño? Claro, tengo
cara de niña. buena, ¿verdad? Muchos viejos le pagaban a la
señora por estar conmigo porque les parecía una niña buena...

ESTEBAN.- Cállate.

CHARITO.- Eres un hipócrita. Un hipócrita, como todos.

ESTEBAN.- ¡Cállate!

CHARITO.- Sí, me callo... me callo, señor maestro. ¿Quiere que


le lea la cartilla? ¿Era eso lo que te ponía cachondo, maestro?
La rata ro-ía la ro-pa... La rana se sa-lió de la pi-la... Na-da, ra-ni-
ta, na-da...

ESTEBAN.- ¡¡Cállate!!

Le tapa la boca. Charito forcejea. Esteban está detrás de ella,


tapándole la boca.
ESTEBAN.- No has entendido nada... ¡no has entendido nada! He
tratado de explicarte lo que sentía, pero te has reído de mí...
Tienes razón, ¡tú no puedes entenderlo! Tú no puedes
entenderlo porque no eres más que una puta. ¡Y te atreves a
juzgarme!

Con la mano que le queda libre, empieza a desabrocharle el


vestido con dedos nerviosos. Charito trata de protestar; pero él
mantiene su boca tapada.

ESTEBAN.- Tú no sabes lo que es vivir con una mujer que no te


da nada por las noches... y luego venir aquí, y estar contigo tan
cerca...

Ha terminado de desabrocharla, le baja el sujetador, le estruja


los pechos.
ESTEBAN.- Ese olor a mujer sucia...

Charito está a punto de asfixiarse, ya que la mano de él le tapa


la boca y casi la nariz. Esteban le mete la mano en las bragas.
Charito forcejea. Esteban la empuja contra una mesa,
haciéndola doblarse hacia delante. Charito gime.

ESTEBAN.- ¿Vas a gritar? Dime, ¿vas a gritar?

Charito niega con la cabeza. Esteban afloja la presión y le baja


la bragas.

ESTEBAN.- No quería hacer esto, Charito... no quería hacer


esto...

Charito solloza.

ESTEBAN.- No quería hacer esto... no...

Esteban se estremece y se derrumba sobre ella, que queda de


bruces sobre la mesa. Hay una pausa. Esteban se incorpora.
Charito empieza a acomodarse la ropa: se sube las bragas, se
abrocha con la mirada perdida, como si fuera una autómata.
Silencio.
Charito se vuelve. Esteban le da la espalda.

ESTEBAN.- iHermana! iiHermana!!

VIOLETTE.- iHermana! iLléveme a mi celda! iHermana!

Tras unos instantes, se oyen los pasos de Sor Piedad. Luego, la


cerradura. Entra Sor Piedad. Sor Piedad mira a los dos,
suspicaz. Mira a Esteban, que esquiva su mirada.

ESTEBAN.- Ya hemos acabado la clase.

PIEDAD.- ¿Tan pronto?

ESTEBAN.- Sí. (Sin volverse) Adiós, Charito.


Y sale.

SOR PIEDAD.- (A Charito) Espero que sepas la suerte que tienes.


Hay que ver las molestias que ese hombre se está tomando para
desasnarte. Ya puedes aprovechar para aprender, ya.

Charito mira a Sor Piedad y llorando se pone de rodillas frente a


ella.

CHARITO.- Quiero salir de aquí, hermana, quiero salir de aquí!

SOR PIEDAD.- El indulto os ha vuelto locas a todas.

Oscuro.

ESCENA XIV

Charito está arrodillada ante el Cura. Este acaba de escuchar


su confesión. Charito solloza convulsivamente. Hay un silencio.
Tras un instante de cavilación, el sacerdote empieza a hablar:

CURA.- Vamos a ver, Charito... eso que me cuentas, así como lo


cuentas, me resulta algo difícil de creer... no, no, tranquila, no
es que diga que estás mintiendo. No creo que seas tan necia
que te atrevas a mentir abiertamente en la confesión; sería
como querer engañar a Dios, y ya sabes que a Dios no se
le puede engañar, ¿verdad? En cambio, es muy fácil engañarse
a uno mismo. Mira, Charito, todos conocemos a don Esteban, y
es un hombre ejemplar, un maestro ejemplar, un padre ejemplar,
un marido ejemplar, un español ejemplar... Puedes preguntar a
quien quieras... bueno, ya sé que no puedes, pero si pudieras,
todo el mundo te diría lo mismo... ¿Y tú vienes a decirme que...?
No me atrevo ni a repetir lo que me has dicho. Recapacita...
¿estás segura de que no hubo provocación tu par- te? Todos
sabemos lo que fuiste antes de venir aquí; y ya se sabe, la cabra
siempre tira al monte... Don Esteban es un hombre joven; yo
diría que atractivo, y las mujeres como tú... mira, yo no digo que
fuera por malicia, sino por... por costumbre. Sí, por costumbre:
estáis acostumbradas a mirar de una forma, a moveros de una
forma... Es ya un hábito inconsciente. Y claro, él no está
protegido por los votos como yo. No es que esté bien dejarse
vencer por la tentación, no; es una grave falta contra
el Sacramento del matrimonio, pero no se le puede culpar del
todo... Aunque ya le advertí yo a don Esteban del peligro a que
se exponía accediendo a darte esas clases a solas. Pero él, con
ese sentido del deber y ese amor por el magisterio, se empeñó,
y ahora mira en qué situación estamos. ¿Así se lo agradeces?
¿Así agradeces el interés que puso en ti? ¿Poniéndole en
situación de pecado, y encima viniendo a contarlo? ¿Qué
pretendes? ¿Eh?
¿Qué pretendes? ¿Que le ponga en vergüenza? ¿Que destroce
ese matrimonio? ¿Que le exponga a recibir una sanción? No,
Charito, no... tendrías
que haberlo pensado antes de ponerle en ese compromiso... es
muy fácil venir ahora a llorar, a pedir perdón, y a exigir... ¿a
exigir qué? ¿Una reparación de la honra? Vamos, Charito, si
todo esto no fuera repugnante, me darían ganas de reír. No, no
pienses que no te tengo lástima, pequeña... Sé que, en cierta
forma, no es culpa tuya, sino de vida lamentable que has
llevado. Y Dios también lo sabe. Y tal vez por eso, en su
Sabiduría, te trajo aquí. Confía en El y en su Misericordia. Ha
sido un mal paso, pero él te va perdonar. Pero no agraves tu
falta con la destrucción de una familia cristiana. Si don Esteban
ha tenido una debilidad, deberá rendir cuenta a su confesor,
pero piensa que también ha sido culpa tuya... No llores más,
hija... vas a re- zar tres rosarios completos y sobre todo, no le
vas a contar a nadie lo que me has contado a mí. Recuerda que
Dios no perdona si no se cumple la penitencia. Y tu penitencia
va a ser callar. Callar y rezar, y pedirle a Dios que haga de ti una
mujer decente, y no un objeto de deseo para los hombres. Ve en
paz, hija. Ahora reza el Señor mío Jesucristo. Ego te absolvo...

El sacerdote empieza a trazar la señal de la cruz, pero Charito


se levanta y se aleja, antes de que el sacerdote concluya la
fórmula absolutoria. El Sacerdote la ve ir, desconcertado.

ESCENA XV

Magdalena, Macarena, Mari Cruz, La Manca, Violette, Paquita,


Fuensanta, Charito y Teodosia están en escena. Todas limpian
el suelo con bayetas, todas menos Charito que está a un lado
ausente. Aurelia la cuida.
[—Venga, frota, que parece que no has limpiado en tu vida...
vaya cuajo.

—Es que tengo las manos entumecidas con este agua tan fría.

—Yo tengo las rodillas despellejadas, llevo to el día fregando a


gatas.

—Pues no te quejes tanto, que aún te quedan años...

—Hay que joderse, vivimos entre mugre y porque viene el


Obispo ahora nos tenemos que frotar hasta el chocho.

—La boca habría que frotaros con estropajo y lejía.

—Dejadlo ya, leche... dejadlo ya.]

MACARENA.- Vísperas del indulto y aquí no hay más que caras


largas.

LA MANCA.- Y qué va a haber. .. Todo el mundo quisiera yo que


estuviera de luto.

PAQUITA.- ¿Qué le pasa a la Charito?

MAGDALENA.- Se ha ido a confesar esta tarde, iquién sabe lo


que le habrá dicho don Martín!

PAQUITA.- iAy! Pa mi que el niño está ya en el chiquero a


puntito de salir.

TEODOSIA.- Déjalo, Paquita, ya termino yo tu parte.

MACARENA.- ¿Y a ti, Teodosia, no ha venido nadie a verte?

TEODOSIA.- Casi mejor, por lo que se ve las visitas no han traído


más que malas noticias.

MACARENA.- A mi la pena me viene cuando me acuerdo, total si


ya se la tengo jurada, a ver si mañana el obispo me da el indulto
y cumplo cuanto antes... Peor es lo de la Manca. La Mari Cruz
tampoco está muy católica...
MAGDALENA.- ¿Y a la franchute qué le pasa, que ni ríe, ni
pasma?

VIOLETTE.- A mi dejadme en paz.

MARI CRUZ.- La Guardia Civil ha matado a su novio.

MACARENA.- (Mira al Cielo) iEh! iEl de arriba! ¿Alguna desgracia


más? Porque aquí andamos bien servidas... Pues sabéis lo que
os digo. Que yo tengo la receta pa espantar las penas. Cuanto
peor me va esta vida perra más ganas me entran de cantar.

MAGDALENA.- Pues canta, hija, canta hasta que revientes o


hasta que Sor Piedad te calle...

MACARENA.- Pues allá va una copla por ser la mujer más


cornuda del mundo...

Fuensanta aplaude.

MACARENA.- (Cantando)

El vino en un barco, de nombre extranjero.


Lo encontré el puerto un anochecer,
cuando el blanco faro sobre los veleros
su beso de plata dejaba caer.

Las presas se han acomodado en el suelo, alrededor de


Macarena. Todas menos Charito y Aurelia que siguen apartadas
y ausentes.
Macarena coge a Teodosia y la obliga a levantarse. Teodosia,
reticente, entra en el juego.

Era hermoso y rubio como la cerveza,


el pecho tatuado con un corazón,
en su voz amarga había la tristeza
doliente y cansada del acordeón.

Macarena se muestra sensual delante de su improvisado


marinero.

Y ante dos copas de aguardiente


sobre el manchado mostrador,
él fue contándome entre dientes
la vieja historia de su amor:

Magdalena se levanta. Macarena y Teodosia se sientan.

Mira mi brazo tatuado


con este nombre de mujer,
es el recuerdo del pasado
que nunca más ha de volver.

Magdalena obliga a Mari Cruz a levantarse y comienza a bailar


con ella como si de verdad fueran una pareja de enamorados.
Mientras, Violette no puede reprimir un buen puñado de
lágrimas y Paquita va sintiendo los dolores de parto.
Bailan, hasta que Paquita interrumpe la función.

PAQUITA.- Ya no puedo más... i Viene, mi niño viene!

FUENSANTA.- iDile que no salga! iDile que no salga!

PAQUITA.- ¡Que se calle esa loca!

TEODOSIA.- Iré a avisar a Sor Piedad y a don Máximo.

Sor Piedad acaba de entrar.

SOR PIEDAD.- No hace falta ir a llamar a nadie. Oí las risas, ya


veo en qué pasáis el tiempo.

MARI CRUZ.- iEstá de parto, parece que ya ha roto aguas! Hay


que avisar a don Máximo y a la matrona del Hospital.

PAQUITA.- Cada vez duele más...

FUENSANTA.- No va a salir, no va a salir...

PAQUITA.- Por favor, que se vaya. i iQue se vaya!!

MARI CRUZ.- iAvise a don Máximo!

SOR PIEDAD.- No hay tiempo. Para cuando llegue, el niño ya


está fuera.

LA MANCA.- i Va a parir aquí mismo... !


SOR PIEDAD.- Llevadla al comedor y ponedla sobre una de las
mesas. Teodosia, tú ve a por agua caliente y trapos y llévate a
Fuensanta y a Charito que parece que se ha vuelto sorda y
muda. ¿Alguna voluntaria para el parto?

Teodosia sale con Fuensanta, Charito y Aurelia.

PAQUITA.- No puedo más... ihaced algo por favor!

MAGDALENA.- Tranquila, yo, he estado en un ciento de partos. ..

MARI CRUZ.- Yo voy también. ..

VIOLETTE.- Yo no sé qué hacer...

MANCA.- No vayas, que con lo fina que eres seguro que te


desmayas... Paquita, si es niño, ya sé que le vas a poner Félix
como su padre. ... Pero me haría mucha ilusión que le pusieras
como mi hermano, por lo menos de segundo, que algo tendrá
que ver con él, que va a nacer el mismo día que él muere...

PAQUITA.- Cuenta con ello, Manca... iAyyy!

Paquita se va con Magdalena, Mari Cruz y Sor Piedad. Macarena


y Violette se quedan fregando el suelo. Charito sigue en el
rincón. Macarena tararea "Tatuaje", Violette se limpia las
lágrimas. El llanto de un bebé calla a Macarena que se santigua.

MACARENA.- Ea, ya está aquí.

VIOLETTE.- Ha nacido preso.

MACARENA.- Pronto saldrá, Paquita cumplirá la pena


enseguidita y mira, ya tiene su churumbel, yo tengo el vientre
seco... diez años con el Antonio y no he sido capaz de darle un
hijo. Que por eso me ha dejado por otra... (llora)

Sor Adoración entra con el niño envuelto en una manta llorando.


Sor Piedad viene detrás. Se oyen los gritos de Mari Cruz que
aparece tras ellas.
MARI CRUZ.- ¿Adónde lleva el niño? ¿Adónde se lo llevan?

Mari Cruz se pone delante de las monjas.

SOR PIEDAD.- Deja ya de meterte en todo y quita del medio.

Sor Piedad se hace paso dando un empujón a Mari Cruz ante la


mirada de Macarena y Violette que se acercan a ver al niño.
Mari Cruz se pone delante de la monja.

MARI CRUZ.- Le he oído hablar por teléfono, van a venir a por él.

SOR PIEDAD.- Deja de comportarse de esa manera tan absurda y


preocúpate por ti. Pregúntate por qué tu familia se va a
Alemania.

MARI CRUZ.- Deje a mi familia en paz.

SOR PIEDAD.- Sor Adoración, baje al niño. Vendrán enseguida a


por él.

MACARENA.- ¿Adónde se lo llevan?

VIOLETTE.- ¿Por qué no se lo dan a su madre?

SOR PIEDAD.- Es lo mejor para el niño. Se criará en el seno de


una familia decente.

MARI CRUZ.- El niño no va a ir a ninguna parte. (A Macarena y


Violette) No la dejéis marchar.

SOR PIEDAD.- iApártate!

MARI CRUZ.- No. No pienso apartarme. Devuélvale ese niño a su


madre. iDevuélvaselo, hija de puta!

SOR PIEDAD.- Pero ¿quién te crees tú que eres para hablarme


así? iUna puta roja! iUna hija de Satanás. ¿Ahora te preocupas
por los niños y sus madres,
después de haber querido destruirlo todo, la familia, la Iglesia,
todo? Ojalá te hubieran fusilado junto a tus compañeras... al
menos tu familia podría
llorar por ti... en cambio ahora, ¿qué? Ya ves, han tenido que
irse porque no pueden seguir aquí, porque lo han perdido todo
por tu culpa... Sí, mejor habría sido para ellos que te hubieran
fusilado... ¿les contaste cómo te libraste? ¿Saben ellos y tus
camaradas lo que hiciste para seguir con tu miserable vida?

Mari Cruz se abalanza sobre la monja y le pega con fuerza.


Violette intenta separarla. Mari Cruz la sigue golpeando.

MARI CRUZ.- iCállese... cállese!

ESCENA XVI

Sobre el oscuro, un quejido malhumorado que se repite. Al


iluminarse la escena, se ve a Sor Adoración curando las
magulladuras de Sor Piedad, que Protesta:

SOR PIEDAD.- iAy! iPor el amor de Dios, hermana, tenga usted


más cuidado!

SOR ADORACIÓN.- Lo siento, hermana, pongo todo el cuidado


que puedo...

SOR PIEDAD.- Si estuviera usted cuidando de un perro, lo haría


con mas delicadeza... lay!

SOR ADORACIÓN.- (Casi llorando) Perdóneme, hermana... no lo


hago a propósito...

SOR PIEDAD.- Me gustaría creer eso.

SOR ADORACIÓN.- Por Dios, hermana, ¿cómo puede pensar así?

SOR PIEDAD.- Usted se alegra, ¿no?

SOR ADORACIÓN.- ¿Qué está diciendo?

SOR PIEDAD.- Vamos, hable claro. Deje caer por un momento


esa máscara de santa que lleva usted las veinticuatro horas del
día.

Sor Adoración empieza a musitar una oración.

SOR PIEDAD.- ¿Qué está mascullando?


SOR ADORACIÓN.- Estoy rezando, hermana. Estoy rezando por
usted.

SOR PIEDAD.- Rezando por mí... Te crees mejor que yo, ¿verdad?
Crees que eres mejor que yo.

SOR ADORACIÓN.- Dios me libre, hermana, rezo por usted


porque creo que necesita ayuda para pasar este trance.

SOR PIEDAD.- Pequeña hipócrita, apenas puedes contener tu


regocijo...

SOR ADORACIÓN.- No sé por qué dice eso. ¿Acaso quiere usted


atormentarme?

SOR PIEDAD.- iAy! iQue Dios te confunda! Aquí la única que está
atormentando a alguien eres tú.

SOR ADORACIÓN.- (Solloza) Basta ya, hermana, se lo ruego. Si


prefiere que la cure alguna otra, yo...

SOR PIEDAD.- Pues sí que estamos bien. Soy yo la que ha


estado a punto de morir a manos de ese demonio y eres tú la
que lloriquea... ¿No te da vergüenza?

SOR ADORACIÓN.- Lo siento...

SOR PIEDAD.- Pues no lo sientas tanto y pon atención. ¿Qué


pinta tiene?

SOR ADORACIÓN.- ¿El qué?

SOR PIEDAD.- Mi cara. Seguro que parezco un Ecce Homo.

SOR ADORACIÓN.- Cierre los ojos, voy a limpiar la herida de la


ceja.

SOR PIEDAD.- Espero que esa arpía pase una buena temporada
en la celda de castigo... al final salió el diablo que llevaba
dentro. Le ha costado, pero al
final ha tenido que dejarlo salir.

SOR ADORACIÓN.- No la creí capaz de una cosa así. Siempre fue


una mujer equilibrada... parecía buena persona.
SOR PIEDAD.- Buena persona... ¿es que no sabes que está aquí
por comunista? ¿Acaso nadie te ha dicho lo que es el
comunismo? Pues es una enfermedad. Una enfermedad grave. Y
no lo digo yo, lo dice la ciencia. Tú no tienes ni idea, pero hay
un médico muy importante... un psiquiatra, que lo ha
demostrado. El doctor Vallejo Nájera. El lo ha demostrado: El
marxismo es una enfermedad. Una tara. Y las mujeres son
especialmente sensibles. Buena persona... qué infeliz. Pero ya
aprenderás... ya aprenderás. Yo también fui una vez como tú...
yo también fui como tú...

Sor Adoración calla.

SOR PIEDAD.- ¿No dices nada? ¿Qué estás pensando?

SOR ADORACIÓN.- Pensaba en esa pobre mujer... en cómo


lloraba cuando... cuando usted la separó de su hijo.

SOR PIEDAD.- Ya salió. Al fin salió. Era lo que te estabas


guardando, ¿no? Claro que lloraba. Cualquier hembra llora
cuando la separan de su retoño. Las ovejas también lloran
cuando les quitan los lechales, ¿y qué? Llora porque tiene que
llorar, porque no es una piedra... claro que llora. Pero eso no
quiere decir que no sea lo mejor. ¿Qué destino le aguarda a ese
niño, criado por esa mujer? Su Félix, el amor de su vida, la
abandonará antes de que cante un gallo
y ahí estará su marido para recogerla y devolverla a su casa, de
dónde no debió salir nunca... ¿tú crees que con un niño él la va
a aceptar? Además no podemos ir contra las leyes, Paquita
sigue casada y su marido consintió en dar ese hijo, cuando
naciera, en adopción... iAy! (le agarra la mano confuerza) Es-
ta vez lo has hecho a posta. ¡Lo has hecho a posta, que me he
dado cuenta!

SOR ADORACIÓN.- Que no, madre, que le aseguro que


no... ;suélteme!

SOR PIEDAD.- Empiezo a conocerte... no creas que me


engañas... empiezo a conocerte... (le suelta la mano)

SOR ADORACIÓN.- Por Dios, hermana, no hable así... ino hable


así! Yo le juro que...
SOR PIEDAD.- ¿No sabes que es un pecado jurar?

Sor Adoración explota y tira la Palangana en la que iba mojando


las gasas.

SOR ADORACIÓN.- (Gritando) Pues le prometo que lo hago lo


mejor que puedo... lo hago lo mejor que puedo... ilo hago lo
mejor que puedo...!

SOR PIEDAD.- (Contundente) No me hable así, hermana.

SOR ADORACIÓN.- Déjeme, usted no tiene corazón, todavía


puedo oír los llantos del niño y el grito de dolor de Paquita. ..

SOR PIEDAD.- Usted no sabe nada de la vida, hermana, y va a


tener que aprenderlo todo de golpe. Yo también lloré el día que
vi como se le moría entre los brazos a su madre una niña de
ojos azules, por tuberculosis...¿eso es lo que hubieras querido
para el hijo de Paquita? Hermana, deja que ese niño tenga una
vida que jamás su madre le podría haber dado. O deja al menos
que viva y que no se muera de frío el próximo invierno en el
pabellón de al lado.

SOR ADORACIÓN.- Las cosas pueden ser de otra manera. El


señor nos iluminará el camino.. ..

SOR PIEDAD.- Sí, claro que pueden ser de otra manera, siempre
pueden ser peores. Mire, debajo de mi cama hay chocolate y
galletas. Cójalas. ¿Se cree que no me he dado cuenta de que
toda su comida la reparte entre Fuensanta y Paquita?

Sor Adoración se queda parada.

SOR PIEDAD.- Rápido, cójalas antes de me arrepienta.

Sor Adoración se va hacia la cama y con Premura busca el


chocolate y las galletas, bajo la mirada de Sor Piedad.
Se va haciendo el oscuro.
ESCENA XVII

La celda de castigo. Concepción de María está con Mari Cruz.


Esta muestra señales de golpes en el rostro.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- ¿Qué le ha ocurrido? No es la primera


vez que eres adalid de alguna causa perdida, pero de ahí a
golpear a Sor Piedad de la manera que lo has hecho...

MARI CRUZ.- (Tocándose el rostro) Ella tampoco se quedó atrás.


Se lo he puesto fácil, ya me tenía ganas. Mire, Madre, nos
conocemos desde hace mucho tiempo, si lo que venía buscando
era una muestra de arrepentimiento, ya puede volverse por
donde ha venido, porque se lo voy a decir bien claro: no
me arrepiento. Esa Sor Piedad es el peor bicho que ha parido la
tierra. Después de unos cuantos que yo me sé, claro. ¿Quiere
que se los mencione?
Pues tome nota, porque los suyos van los primeros. Y me da
igual si me oye alguien. Ya me da igual lo que pase.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Basta ya, Mari Cruz. Es inútil. Aquí


nadie te va a oír, y yo no voy a irles con el cuento.

MARI CRUZ.- Ya. No tiene usted pinta de chivata, a pesar de ser


monja. Hace tiempo que quería preguntárselo. Usted parece una
mujer inteligente y hasta decente. ¿Qué hace usted llevando
ese hábito? ¿Quién la engañó?

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Pero ¿por qué ese odio, Mari Cruz?


¿Por qué ese odio a la religión?

MARI CRUZ.- ¿Por qué ese odio? No me haga hablar, madre, que
usted debía saberlo mejor que nadie. Me han dicho que usted
estaba en la cárcel de Ventas cuando acabó la guerra. Había allí
muchas mujeres y niños. Y muchos murieron sólo por ser
mujeres o hijos de comunistas... ¿Cuántos fueron,
Madre? ¿Cuántas mujeres? ¿Cuántos niños?

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Ocurrieron cosas terribles allí sí,


pero...
MARI CRUZ.- No, madre, no ocurrieron. Alguien las hizo.
Personas con nombres y apellidos; con uniformes y hábitos.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- ¿Acaso tus camaradas no cometieron


atrocidades? ¿Quieres que te cuente lo que sucedió en muchos
conventos con mis hermanas?

MARI CRUZ.- ¿Cree que yo apruebo eso, madre? Era la guerra,


había mucha furia, mucha rabia, mucho rencor de siglos...

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Bonita excusa... ¿por qué no habría de


usarla yo también?

MARI CRUZ.- Porque no sería cierta, madre. Porque yo no hablo


de lo que sucedió en la guerra, sino después. De los miles de
compañeros y compañeras
asesinados fríamente, fusilados o dejados morir en las
cárceles... y ustedes colaboraron. Por eso ese odio, madre.
Usted es una persona decente, estoy
segura, pero ¿cómo pudo ver todo aquello y seguir llevando ese
hábito?¿Cómo es posible callar ante algo así?

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- ¿No callan tus camaradas ante las


barbaridades de tu Stalin? (pausa) Mari Cruz, me has defraudado
dejándote llevar así por la ira. ¿Qué ha ocurrido?

Mari Cruz se encoge de hombros.

MARI CRUZ.- También Jesús se dejó llevar por la ira, cuando


echó a los mercaderes del templo.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- No debes hablar de lo que no sabes.


La ira es un pecado, y Jesús nunca pecó. Jesús es el bien.

MARI CRUZ.- ¿Y el mal? ¿Qué es el mal?

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- He pensado mucho en eso. Creo que


hay muchas clases de mal; pero el peor es aquel que se comete
en nombre del bien. Creo que el mayor triunfo del Demonio se
produce cuando alguien cree que sabe qué es el bien absoluto y
empieza a luchar por imponerlo. Da igual de qué clase de idea
se trate, porque al final el mal acaba apoderándose de ella. Pero
estoy hablando demasiado.
MARI CRUZ.- ¿Cree usted en Dios, madre?

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Pero ¿qué clase de pregunta es esa?

MARI CRUZ.- Respóndame sinceramente. Aquí nadie puede


oírnos. ¿Cree usted en Dios sin ninguna duda, en todo
momento?

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Sólo un alma cándida como la


hermana Adoración puede vivir sin dudas. Pero para eso está la
virtud de la Fe. Para creer a pesar
de las dudas. Para creer por encima de las dudas; incluso por
encima de las aparentes evidencias. Incluso por encima de esa
sensación de vacío que una siente a veces cuando se arrodilla y
se dispone a rezar y... Dios me perdone, no debería hablar así.

MARI CRUZ.- Tranquila, madre, yo tampoco soy una chivata.

Concepción de María sonríe.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Siento que sea aquí donde tengamos


que hablar.

MARI CRUZ.- Tenía que ser aquí. Porque este agujero está fuera
del mundo. En el mundo, usted y yo somos enemigas. Aquí
somos dos mujeres solas en
medio de la oscuridad y el frío, Nadie nos va a oír, usted lo dijo
antes.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Haré lo posible porque te saquen de


aquí cuanto antes.

MARI CRUZ.- Le advierto que no me muero de ganas de ver al


señor Obispo.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Rezaré por ti.

MARI CRUZ.- Se lo agradezco. Hay que tener amigos en todas


partes. Hasta en el infierno; a lo mejor allí tengo ocasión de
echarle una manita...

Concepción de María mueve la cabeza reprendiéndola y se


dispone a salir.
MARI CRUZ.- iMadre!

Concepción de María se vuelve.

MARI CRUZ.- Devuélvale su hijo a Paquita.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Mari Cruz, ese hijo es hijo de un


adulterio.

MARI CRUZ.- Ese hijo es hijo del amor. Claro, usted qué va a
saber de eso. ¿Alguna vez amó a un hombre, madre? ¿Alguna
vez la abrazaron hasta hacerle perder la respiración?

CONCEPCIÓN DE MARÁ.- El amor no es sólo eso.

MARI CRUZ.- No, no es sólo eso. Pero también es eso.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- No pretenderás que ahora nos


pongamos a discutir sobre lo que de verdad es el amor.

MARI CRUZ.- Devuélvanle el niño.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- No está en mi mano.

MARI CRUZ.- iMalditos seáis! i',Malditos seáis todos!! iMalditos


seáis todos! l!

En su despacho, Don Mauro se tapa los oídos, como si los gritos


de Mari Cruz llegaran hasta él, mezclados con el aullido de un
viento que crece. De la radio sale un aña de ópera. Don Mauro
sube el volumen, pero el sonido del viento
también aumenta.

DON MAURO.- iBasta ya! iBasta ya!

Empieza a oírse el cántico de la siguiente escena: «Cantemos al


Amor de los Amores».

ESCENA XVIII

Todas las presas están cantando «Cantemos al Amor de mis


amores», Mari Cruz, con señales en la cara, La Manca, haciendo
aspavientos irreverentes, Paquita, que casi no puede tenerse en
pie, recién parida, Teodosia, con su mirada implacable,
Fuensanta, cantando con devoción, Macarena, esperanzada y
contenta con la inminente llegada del obispo, Aurelia, como
siempre discreta, Magdalena en primer término, con amplio
escote, Charito, en última fila con la mirada perdida y Violette,
soportando dignamente su dolor.
Todas cantan bajo la batuta de la madre Concepción de María.
Sor Piedad llega hasta ella.

SOR PIEDAD.- Dicen que ha hecho mucho frío esta noche y que
la carretera se ha helado... La comitiva ha parado en Villanueva,
desde allí han llamado a
Don Martín. Van a pedir a nuestro Alcalde que esparza unos
cuantos sacos de sal, a ver si consiguen derretir el hielo.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- iVaya por Dios! Ha sido una noche


terrible. El patio también está helado. Baja a la cocina y pide
que echen sal. No sea que Su Ilustrísima consiga llegar hasta
aquí y en nuestra humilde casa se rompa la crisma. Y, de paso,
llame a don Esteban, que ya tenía que estar aquí.

SOR PIEDAD.- Don Esteban no vendrá hoy. Llamó para


excusarse, su mujer ha empeorado y han tenido que ingresarla
en el hospital esta misma noche.

Sor Piedad sale, Concepción de María se dirige al coro.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Paren, paren. Siéntense cada una en


su sitio, puede que Su Ilustrísima tarde un poco más.

Cada una de las presas obedece, busca su sitio y se sienta. Sor


Adoración viene corriendo.

SOR ADORACIÓN.- Madre, no encuentro a don Mauro. Fui a su


casa, pero no había nadie. Luego llamé una y otra vez a la
puerta del despacho y al final me decidí por entrar, como usted
me había dicho y nada. Encontré esto encima de su mesa.

Sor Adoración le tiende un sobre a Concepción de María.

SOR ADORACIÓN.- Pone para Aurora.

Concepción de María se sorprende y la coge.


SOR ADORACIÓN.- ¿Usted sabe quién es esa Aurora? No sé si
debí cogerla, madre, pero yo también estoy muy preocupada por
el señor director.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- No se preocupe, hermana, ya me


encargaré yo de devolverle esta carta cuando aparezca.
(Mirando a las presas) Quédese con ellas, iré a ver si don Martín
sabe algo más de Su Ilustrísima.

Concepción de María sale. Paquita se levanta.

PAQUITA.- Hermana, ¿qué ha pasado con mi niño? ¿Dónde está


mi niño?

SOR ADORACIÓN.- Estará bien. Seguro que estará muy bien.


Cuando salgas podrás verlo, seguro que te dejan verlo.

LA MANCA.- No le mienta, hermana, que ya sabemos que su


marido ha firmado para que se lo quitaran.

PAQUITA.- ¿Eso es verdad, hermana?

Sor Adoración asiente tímidamente.

PAQUITA.- Mal rayo le parta a ese hijo de la gran puta. En mal


hora me casé con él. Que venga el obispo, que me abran las
puertas de esta tumba, que quiero salir de aquí para encontrar a
mi niño.

SOR ADORACIÓN.- Calma, Paquita, calma. A lo mejor Dios te oye


y...

MACARENA.- .. .si el indulto es para la Paquita, ea, pues

enhorabuena, pero si no es para ella que sea pa mí, que también


tengo una buena razón para salir...

TEODOSIA.- Si rajas a tu marido, vuelves aquí a los dos días.

MACARENA.- Eso me da igual, yo le parto en dos y luego que me


quiten lo bailao, que no ha nacío hombre que engañe a la
Macarena.

LA MANCA.- Que me diga alguien lo que tengo que hacer, que si


quieren canto y hasta rezo, que me diga el obispo si quiere que
le bese el culo, pero que me dejen salir hoy, sólo hoy, que
vuelvo, que no hacen falta que me pongan los grilletes, que
quiero verle, que quiero ver su carita antes de que le cubran de
tierra... Hermana, que me diga alguien lo que tengo que hacer. ..

VIOLETTE.- ¿Por qué no puede salir al entierro de su hermano?


Parece que disfrutan todos con nuestro dolor.

MAGDALENA.- Cállate, francesita. El indulto será para quien


quiera el Señor Obispo, aquí todas nos lo merecemos y todas
tenemos razones para salir y razones para volver. Fuensanta,
que la salven por loca, Charito por inocente, Teodosia, por
haberse ahorrado el sueldo de un funcionario. ..

Don Martín aparece con Concepción de María, parece


contrariado.

DON MARTÍN.- El hielo. Tenía que helar esta noche. La


meteorología boicoteando a la Iglesia. Tanto trabajo para nada.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- No se ponga usted así, no ha sido


culpa de nadie. Lo importante es que Su Ilustrísima ha querido
cumplir con la tradición y una
de nuestras presas va a ser indultada. (A las presas) Ponéos de
pie.

Las presas obedecen. Concepción de María deja paso a Don


Martín. Sor Adoración se pone a su lado.

DON MARTÍN.- Su Ilustrísima ha decido cancelar su visita.

LA MANCA.- iQue le zurzan!

TEODOSIA.- ¿Y si no viene? ¿Qué pasa con el indulto?

MACARENA.- Le habrá entrado el canguelo a última hora...

DON MARTÍN.- Un poco de silencio. Su Ilustrísima ha decidido


cancelar su visita por el hielo que hay en la carretera, en las
curvas de Alcazán. Ha sido una noche muy fría, demasiado frío
para esta época del año.
MAGDALENA.- ¿Volverá o no a dar el indulto? Porque todas
teníamos ya los dientes largos y casi empezamos a darnos
mordiscos las unas a las otras.

DON MARTÍN.- El Señor Obispo ha sido piadoso. La madre


Concepción de María mandó a la sede episcopal un informe
detallado de cada una de vosotras. Después de muchas dudas,
Su Ilustrísima ha tenido la delicadeza de expresar su veredicto
por teléfono.

Hablan todas a la vez:

PAQUITA.- ¿Quién es, padre?

TEODOSIA.- No sé si quiero oírlo...

MACARENA.- Por mi Virgen de la Macarena que tengo un


presentimiento. ¿A que soy yo, padre?

MARI CRUZ.- Dígalo de una vez, no las torture más,

Sor Piedad aparece con prisa.

SOR PIEDAD.- Todo está listo en el comedor, el chocolate, los


bizcochos... ¿qué ocurre?

SOR ADORACIÓN.- El Señor Obispo no viene.

DON MARTÍN.- Su Ilustrísima ha decido que la indultada sea


doña Magdalena Cuesta Rivas, acusada de varios delitos contra
la salud pública y de un deli-
to de faltas contra la persona de Marcelino Cuevas.

Charito parece despertar de su letargo.

CHARITO.- ¿Qué voy a hacer ahora?

Teodosia se acerca a Concepción de María.

TEODOSIA.- No hizo nada, ¿verdad? No hizo nada por mí.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Escribí un buen informe, el que te


merecías, es lo que te prometí.
TEODOSIA.- No hizo nada por mí.

Teodosia escupe a los pies de la monja y vuelve a su sitio.

LA MANCA.- Si tuviera las dos manos, aplaudiría hasta que me


sangraran.

Sor Piedad llega hasta Teodosia y la abofetea.

SOR PIEDAD.- ¿Quiere que la lleve a la celda de castigo, madre?

Concepción de María hace un gesto negativo.

DON MARTÍN.- Enhorabuena, Magdalena. Espero que esta gracia


que te ha concedido el señor Obispo no caiga en saco roto y...

MAGDALENA.- ¿Cuándo puedo irme?

El grito desgarrado de Charito las estremece a todos.

CHARITO.- ¿Qué voy a hacer ahora, qué voy a hacer ahora? ...
Padre, llame al obispo, dígale que yo soy buena, que ya no soy
puta, que no. ...que me culpo de lo que pasó si quiere, pero que
me saque de aquí..

Sor Piedad camina hacia Charito.

MACARENA.- (A Magdalena) ¿Qué le has prometido al Señor


Obispo? ¿Eh, qué le has prometido, que eres la peor de todas y
te han tenido que dar el indulto a ti?

MAGDALENA.- No pienso pedir perdón por marcharme de este


infierno.

CHARITO.- (Acercándose a don Martín) Padre, que yo aquí no


puedo quedarme, que ya no tengo ilusión, ni tengo nada...
iPadre, yo quiero salir de aquí! iPadre!

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Llévenla a su celda y llamen a don


Máximo para que la calme.

SOR PIEDAD.- Calla, Charito, Su Ilustrísima ha decidido...


CHARITO.- (Fuera de sí) No se acerque, hermana, no se
acerque..

Charito saca un cuchillo: el cuchillo que Macarena le entregó en


las Primeras escenas, y se lo acerca al cuello a Don Martín.
Todas se asustan. Aurelia se va acercando a Charito. Con sus
gestos trata de impedir lo que va a suceder, pero nadie la ve.
Todas a la vez:

MAGDALENA.- Se ha vuelto loca...

FUENSANTA.- Yo quiero salir, yo también quiero salir...

VIOLETTE.- Charito, ten cuidado.

CHARITO.- iiQue no se acerque nadie!!

DON MARTÍN.- Pero Charito, ¿qué haces?

LA MANCA.- Mirad la cara del curita. Se caga por las patas


abajo... Rece, padrecito, rece, que igual ve a su Señor antes de
lo que se imagina.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- ¿Pero por qué se ha puesto así? ¿Qué


está pasando? iHermana, llame a los guardias! iiLlame a los
guardias!!

Sor Piedad sale corriendo.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Charito, no te portes como una niña...


dame ese cuchillo.

CHARITO.- No se acerque, madre, no se acerque, que usted lo


sabe todo, que supo lo que pasaba y no abrió la puerta.. ..

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- ¿De qué está hablando?

TEODOSIA.- No disimule, madre; calle como calló en Ventas.


Pase lo que pase en esta cárcel, usted nunca tiene la culpa.

MACARENA.- Deja el cuchillo, Charito, déjalo, que va a ser peor.


Que van a entrar loa guardias y va a ser peor.
SOR ADORACIÓN.- Por favor, tú eres buena, Charito eres
buena...

CHARITO.- No soy buena, no soy buena.. ..

Charito llorando, fuera de sí, coge el cuchillo y se da un tajo en


la garganta. El grito de Aurelia justo en ese momento congela la
escena.

AURELIA.- Noooooooooooo...

Aurelia coge en su seno a Charito que ha quedado inerte en el


suelo.

AURELIA.- Me encontraron en mi celda, colgando desnuda de la


reja, con el vestido anudado al cuello, no tenía otra cosa para
acabar con mi vida. Lo enrollé como si fuera una gran cuerda y
lo até a la reja de la ventana, después me subí al jergón y salté.
No fue una muerte rápida, me ahogué poco a poco, notaba como
el aire se acababa. Nadie vino a por mi cuerpo, ni siquiera mi
madre. Me enterraron en el cementerio del pueblo, pero
separada de todos, en la parte civil que es donde le dan
sepultura a los que se matan. Mejor la muerte que la libertad.

Aurelia coge el cuchillo. Lo limpia con su vestido.

AURELIA.- Fue una noche fría como ésta, volvió de trabajar, las
manos y la cara negra de la mina. No creo que hubiera bebido,
no le hacía falta. Mi madre cosía en su habitación con los pies
metidos en una palangana. Puse una silla en la puerta de mi
habitación, por si se acercaba y yo estaba dormida que el ruido
de la silla al abrir la puerta me despertara y me despertó. Se
echó sobre mí, con la fuerza de siempre y yo... yo saqué el
cuchillo debajo de la almohada y juro por Dios que lo único que
quería era matarle... pero sólo le acerté en el
vientre... Cuando me dijeron que ya era libre, que ya había
cumplido mi pena, sabía que me estaría esperando, sabía que
tendría las manos y la cara negra, sabía que mi madre seguiría
cosiendo en la habitación de al lado, sabía que mis gritos serían
mudos y los oídos de mi madre sordos...

Aurelia mira a Charito y la acuna como si fuera una niña.


AURELIA.- Tranquila, Charito... ya se acabó todo... ya no te
pasará nada... tranquila... mi niña...

Los demás vuelven al movimiento aterrorizados por lo que


acaba de pasar.

FUENSANTA.- Está muerta, está muerta. ..

MARI CRUZ.- ¿No piensan hacer nada?

LA MANCA.- Que se ha matao, que se ha matao y no hemos


hecho nada.

Macarena se santigua. Las demás son incapaces de decir

nada.

DON MARTÍN.- iDios mío, Dios mío!

Llega hasta ella.

DON MARTÍN.- Cómo has podido, hija... cómo has podido... qué
insensata...

Empieza a darle la extremaunción.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Don Máximo, estaba de camino. Se


esta desangrando.

SOR PIEDAD.- Sor Adoración, llévalas a las celdas, yo iré a


avisar a Don Máximo y deje de llorar.

Todas salen menos Concepción de María, Don Martín y Charito.

DON MARTÍN.- Ciérrele los ojos, me está mirando... Le dije que


sería un problema publicarlo a los cuatro vientos, que... don
Esteban era un hombre casado, que..

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- ¿De qué está usted hablando, padre?

DON MARTÍN.- Ciérrele los ojos, por lo que más quiera.

Oscuro.
ESCENA XIX

Concepción de María aparece en el despacho vacío de don


Mauro. Hace frío y la madre se echa una toquilla sobre los
hombros, después saca de su manga la carta que le diera Sor
Piedad y comienza a leerla.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- Madre Concepción de María,


permítame el atrevimiento, permítame que por una vez en la
vida le llame por su nombre verdadero.

Don Máximo aparece en escena. Dirige su mirada a la madre


superiora que sigue absorta en la lectura de su carta.

DON MÁXIMO.- Encontraron su coche en el Barranco de


Alcazán. Debió salir de aquí la madrugada del día que iba a
visitarnos el Señor Obispo. En la ciudad dicen que el hielo es
muy traicionero, que era una noche muy fría y que lo más
seguro es que perdiera el control en alguna curva. El frasco de
tranquilizantes que yo mismo le había dado estaba vacío en el
cajón de la mesa de su despacho. Si se tomó todos, puede que
se quedara dormido al volante.

Aparece Don Mauro. Ahora es él quien recita el contenido de su


carta.

DON MAURO.- «Me voy, Aurora, porque no soporto este frío, ni


tanta soledad, ni ese viento que azota mi cabeza. Me voy, no sé
adónde, a oler el mar, a buscar en cada niño la cara de mi hijo, a
respirar un aire que no sepa a llanto, ni a hambre...»

DON MÁXIMO.- Desde que le había dejado su mujer parecía otro.


Decía que oía el viento, que echaba de menos el mar, que se
sentía solo... que le dolía la
cabeza. No sé, quizás pude hacer algo por él y no supe qué.

Don Máximo desaparece de escena al mismo tiempo que Don


Mauro.
Concepción de María apenas puede aguantar la emoción, su voz
se quiebra.

CONCEPCIÓN DE MARÍA.- «Aurora, si tuviera la tentación de


buscarme o de saber de mí, no lo haga, no cometa esa locura.
Volveré al mar, sí, volveré...

Adiós, Aurora, afortunado todo aquel que se cruce con usted,


porque estoy seguro de que le iluminará con su luz».

Concepción de María cierra la carta y la dobla con cuidado


mientras mira la silla vacía de Don Mauro. Va a santiguarse,
pero a mitad de camino lo deja y guarda la carta en su manga.

ESCENA XX

Violetle, vestida con ropa de calle, y Don Leandro.

LEANDRO.- Libertad condicional a la espera de juicio. El juez se


puso un poco duro y no he conseguido liberarte de todos los
cargos. El juicio tardará en salir. Prepararemos muy bien tu
defensa. Estoy seguro de que no volverás a un sitio como este,
saben que has colaborado y...

VIOLETTE.- Te dije que no quería volver a verte.

LEANDRO.- Lo sé. Vengo a traerte unos documentos y... pensé


que reflexionarías. Lo he hecho por ti.

VIOLETTE.- Quiero que me hagas un favor.

LEANDRO.- Lo que quieras.

VIOLETTE.- Llévame a su tumba. Quiero despedirme de él,


después me iré a Francia.

LEANDRO.- No puedes, vulnerarías la libertad condicional. Si


esperas al juicio, yo te prometo...

VIOLETTE.- Me vas a ayudar a pasar la frontera. No puedes


negarte después del daño que me has hecho.

Violette sale delante de él, se vuelve de repente.

VIOLETTE.- Una cosa más. No te enamores de mí. No quiero ni


tu amor, ni tu compasión. Yo nunca volveré a querer a nadie.
ESCENA XXI

Mari Cruz, La Manca, Paquita, Macarena, Fuensanta y Teodosia


comen en silencio. Don Martín bendice la mesa, después sale.
Sor Adoración les sigue. En una esquina están Aurelia y Charito.
Sor Piedad se acerca a Macarena y le sirve leche.

MACARENA.- Seguro que estoy soñando, porque me ha parecido


ver que es leche. Eche un poco más, no sea rácana.

SOR ADORACIÓN.- Sí, es leche recién hervida.

FUENSANTA.- Quiero leche, quiero leche, mi niño está

enfermo....

SOR ADORACIÓN.- Calma Fuensanta, calma, podrás repetir si


quieres. Esta leche la manda doña Magdalena. Rezaremos por
ella, por su bondad, por acordarse de nosotras.

Sor Piedad sirve a Mari Cruz.

MARI CRUZ.- Así que la buena de Magdalena se ha acordado de


nosotras.

MACARENA.- ¿Y no ha mandado jabón?

Mari Cruz se levanta y tira la leche.

MARI CRUZ.- Que me muera de hambre, antes de darle pena a


Magdalena. Que se pudra ella y su dinero, que todas merecían
más el indulto. ¿Cuánto
pagó por él?

La Manca tira la leche también.

LA MANCA.- Por ti, camarada, si nos vamos a morir aquí de asco


que sea de pie, que de rodillas ya se ponen las monjas todos los
días.
PAQUITA.- (Tirándola también) Pa qué quiero la leche si no
tengo a mi hijo...

MACARENA.- (La tira con pena) Que la tiro pa no ser menos que
las demás, que yo también me merecía ese indulto, pero que me
duele también lo digo, que a mi me han enseñao que la comida
es lo más sagrao..

TEODOSIA.- Lamiendo la leche del suelo, me gustaría verla. (La


tira también)

Sólo Fuensanta bebe su leche.

Se va haciendo el oscuro, mientras Charito y Aurelia atraviesan


la escena.

CHARITO.- ¿Cómo era esa canción?

AURELIA.- (Canta) Cantaba la alondra de pena


entre los barrotes presa...
cantaba la alondra su triste canción
y nadie de afuera escuchó.

CHARITO.- Ya recuerdo... «Cantaba la alondra de pena...»

Aurelia se suma a su cántico.

AURELIA Y CHARITO.- (Cantan)


Cantaba la alondra de pena
entre los barrotes presa. ..
cantaba la alondra su triste canción
y nadie de afuera escuchó.
Abrieron la jaula a la alondra
La vida le esperaba afuera
Abrieron la jaula un día de sol
Y al gato esperando vio (repite).

ESCENA XXII

La canción de Charito y Aurelia todavía se escucha cuando


aparece en escena Violette, desnuda. Sor Piedad y Sor
Adoración la fumigan y la asean con esmero.
FIN

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