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El oficio de historiador

No hay ninguna Providencia que proporcione al historiador hechos brutos, hechos dotados por lo extraordinario
de una existencia perfectamente definida, simple, irreductible.

Es el historiador quien da a luz los hechos históricos, incluso los más humildes. Sabemos que los hechos, esos
hechos ante los cuales se nos exige con tanta frecuencia que nos inclinemos devotamente, son abstracciones entre las que
tenemos que elegir necesariamente – y abstracciones cuya determinación obliga a recurrir a los más diversos e incluso
contradictorios testimonios-.

Así es que esa colección de hechos, que tan a menudo se nos presentan como hechos brutos que compondrían
automáticamente una historia transcrita en el mismo momento en que se producen los acontecimientos, tiene también una
historia.

Y lo sabemos: la historia de los progresos del conocimiento y de la consciencia de los historiadores. En tal
medida que, para aceptar la lección de los hechos, tenemos perfecto derecho a reclamar que se nos asocie primero al
trabajo crítico que sirvió para preparar el encadenamiento de los hechos en el espíritu de quien los invoca.

En el mismo sentido, me veo obligado a declarar en bien del oficio, de la técnica, del esfuerzo científico, que si el
historiador no se plantea problemas, o planteándoselos no formula hipótesis para resolverlos, está atrasado con respecto al
último de nuestros campesinos. Porque los campesinos saben que no es conveniente llevar a los animales a la buena de
Dios para que pasten en el primer campo que aparezca: los campesinos apriscan el ganado, lo atan a una estaca y lo
obligan a pacer en un lugar mejor que en otro. Y saben por qué.

La historia es la ciencia del hombre. No lo olvidemos nunca. Ciencia del perpetuo cambio de las sociedades
humanas, de su perpetuo y necesario reajuste a nuevas condiciones de existencia material, política, moral, religiosa,
intelectual. Ciencia de ese acuerdo que se negocia, de la armonía que, perpetua y espontáneamente, se establece en todas
las épocas entre las diversas y sincrónicas condiciones de existencia de los hombres: condiciones materiales, condiciones
técnicas, condiciones espirituales. Por ahí es donde la historia descubre la vida. Por eso deja de ser maestra de siervos y
de perseguir un sueño mortífero en todos los sentidos de la palabra: imponer a los vivos la ley dictada, pretenciosamente,
por los muertos de ayer.

En la historia pasa como en cualquier otra disciplina. Necesita buenos obreros y buenos aparejadores, capaces de
ejecutar correctamente los trabajos de acuerdo con planos de otros. Necesita también algunos buenos ingenieros. Y éstos
deben ver las cosas desde un poco más arriba que el pie de la pared. Éstos deben tener la posibilidad de trazar planos,
vastos planos, amplios planos, en cuya realización puedan trabajar después con provecho los buenos obreros y los buenos
aparejadores. Para trazar planos, vastos planos, amplios planos, hacen falta espíritus vastos y amplios. Se precisa una
visión clara de las cosas. Es necesario trabajar de acuerdo con todo el movimiento de su tiempo. Hay que tener horror de
lo pequeño, de lo mezquino, de lo pobre, de lo atrasado. En una palabra hay que saber pensar.

Eso es lo que, por desgracia, falta a los historiadores, sepamos reconocerlo, desde hace medio siglo. Y eso es lo
que no debe faltarles ya. De lo contrario, a la pregunta ¿hay que hacer historia? yo os diría muy claro: responded que no.
No perdáis vuestra vida. No tenéis este derecho. Por lo demás, una visión clara y amplia de las relaciones que unen a la
historia con las demás ciencias no es un impedimento para captar los problemas concretos y plantearlos de forma positiva
y práctica. ¡Al contrario! Y si acaso los historiadores toman más gusto e interés por esas lecciones que por su
introducción, les pediría que pensaran, simplemente, que todo sirve. Y que una buena cultura general es para el arquitecto
quizá más útil que una buena práctica de los secretos de albañilería.

Extraído de: Lucien Febvre. Combates por la historia. Editorial Planeta-Agostini. España. Ps. 43 a 58. Síntesis
realizada por Prof./Mag. Andrés Noguez.

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