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¿Qué es y para qué sirve la Historia?

Algunas personas, además de pensar en el pasado y recordarlo, se encargan de llevar a cabo


un estudio sistemático de él. Los historiadores hacen de la Historia una verdadera disciplina,
una Ciencia Social que estudia metódica y sistemáticamente el pasado a través de los rastros
de la actividad humana. Conocer el pasado, sin embargo, puede significar cosas muy
distintas, de manera que los deberes, los métodos y los objetivos de la historia han sido
entendidos de formas muy diversas a lo largo de los siglos.
A continuación, les dejo algunas reflexiones realizadas por numerosos historiadores, desde la
antigüedad hasta nuestros días, que pueden arrojar luz sobre el quehacer histórico y sobre los
debates que permean la actividad.

Al griego Heródoto de Halicarnaso (495 a.C. - 425 a.C.) le interesaba dejar constancia de los
sucesos de su tiempo para evitar que se perdiera su recuerdo.
«Esta es la exposición del resultado de las investigaciones de Heródoto de Halicarnaso para
evitar que, con el tiempo, los hechos humanos queden en el olvido y que las notables y
singulares empresas realizadas, respectivamente, por griegos y bárbaros –y, en especial, el
motivo de su mutuo enfrentamiento– queden sin realce»
Heródoto. Historia, libro I, Proemio).

A su contemporáneo Tucídides (ca. 471–400 a. C.), por otra parte, le preocupaba más el
carácter fidedigno del relato, por lo cual le interesaba recoger especialmente aquellos
acontecimientos de los que el mismo había sido testigo, o cuyas fuentes (relatos) consideraba
igualmente confiables.
«He aquí la historia antigua de Grecia tal como he podido reconstruirla, tarea difícil ya que
no es posible, sin más, conceder autenticidad indistintamente a cualquier testimonio, porque
los hombres aceptan sin fiscalización alguna las tradiciones del pasado, aunque se trata de su
propio país. […] Con todo, el que, de acuerdo con los indicios que he puesto de relieve,
juzgue los hechos, más o menos, tal como los he expuesto, no se engañará, sin conceder más
crédito al canto de los poetas, que exageran los hechos para embellecerlos, ni a las
narraciones de los cronistas, más inclinados a encandilar el oído que a contar la verdad y
toman como tema de sus obras unos hechos que no pueden comprobarse con rigor y que,
dado el enorme lapso de tiempo transcurrido, han llegado a convertirse en meras leyendas
increíbles; piense que mis reconstrucciones se han obtenido apoyándome en las fuentes más
seguras, y que ofrecen un grado suficiente de credibilidad tratándose, como se trata, de
hechos tan remotos. […] Y en lo que concierne a los avatares del conflicto, me he creído en
el deber moral de historiarlos no apoyándome en el testimonio de cualquier informador, o
como yo me los imaginaba; mi narración se basa en lo que personalmente he presenciado y
en las declaraciones de terceros, minuciosamente controladas por una rigurosa crítica.
Investigación laboriosa, porque los testigos oculares de los acontecimientos no coincidían en
sus referencias, sino que cada cual hablaba conforme a su partidismo o a su grado de
memoria».
Tucídides. Historia de la guerra del Peloponeso, libro I.

Plutarco de Queronea (ca. 46–120 d. C.) se preocupará en cambio no ya sólo por reconstruir
la historia, sino también por aprender de ella.
«Cuando me dediqué en un principio a escribir estas Vidas, tuve en consideración a otros;
pero al proseguirlas y espaciarme en ellas he mirado también a mí mismo, procurando con la
historia, como con un espejo, adornar y asemejar mi vida a las virtudes de aquellos varones.
[…] ¿Qué medio más eficaz que éste podemos elegir para la reforma de las costumbres?».
Plutarco. Vidas paralelas, Introducción.

En el romano Cicerón (106 a. C.-43 d. C.) se conjuga la preocupación por narrar la verdad
(preocupación que considera ajena a la poesía) y aprender de ella con la crítica de que no
todo los que dicen contar los hechos tal cual fueron realmente lo hacen:
«Las normas que han de regir para la historia han de ser distintas de las de la poesía […]
puesto que en la primera toda está en función de la verdad; en la segunda, en cambio, casi
todo tiende al placer; aunque es verdad que en Heródoto, padre de la historia, y en Teopompo
se encuentran muchísimas leyendas».
Cicerón. De legibus, libro I.

«La historia, testigo de los tiempos, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida,
mensajera del pasado, ¿por qué otra voz, si no la del orador, puede ser encomendada a la
inmortalidad?».

«¿Quién no sabe, en efecto, que la primera ley de la historia es no osar decir nada falso? ¿Y
la segunda, atreverse a decir toda la verdad, incluso evitar, al escribir, la más mínima
sospecha de parcialidad que pueda ser inspirada por el favor o la enemistad? Estos son los
dos cimientos que, con toda seguridad, nadie ignora»
Cicerón. De Oratore [55 a. C.], libro II.
Tito Livio, también romano, parece considerar más importante el rol pedagógico de la
Historia que el apego a los hechos demostrables:
«Los hechos que precedieron o acompañaron a la fundación de Roma, antes aparecen
embellecidos por fantasías poéticas que apoyados en el irrecusable testimonio de la historia;
no pretendo, sin embargo, afirmarlos ni rechazarlos, debiéndose perdonar a la antigüedad esa
mezcla de cosas divinas y humanas que imprimen caracteres más augustos al origen de las
ciudades. Y, ciertamente, si puede permitirse a pueblo alguno que dé carácter sagrado a su
origen, refiriéndolo a los dioses, sin duda alguna, ese pueblo es el romano; y al pretender que
Marte es su padre y fundador, sopórtenlo con paciencia los demás pueblos, como soportan su
poderío. Poco importa, sin embargo, que se acepte o rechace esta tradición. Lo importante, y
que debe ocupar la atención de todos, es conocer la vida y costumbres de los primeros
romanos, averiguar quiénes fueron los hombres y cuáles las artes, tanto en la paz como en la
guerra, que fundaron nuestra grandeza y le dieron impulso, y seguir, en fin, con el
pensamiento la insensible debilitación de la disciplina y aquella primera relajación de
costumbres que, lanzándose muy pronto por rápida pendiente, precipitaron su caída, hasta
nuestros días, en que el remedio es tan insoportable como el mal. Lo principal y más
saludable en el conocimiento de la historia es poner ante la vista, en luminoso momento,
enseñanzas de todo género, que parecen decirnos: ‘esto debes evitar porque es vergonzoso
pensarlo, y mucho más vergonzoso el hacerlo».
Tito Livio. Ab urbe condita. Prólogo.

Más acá en el tiempo, el español José de Acosta (1539-1600) destacaba en el deber del
historiador no sólo en narrar, sino el explicar los sucesos narrados. Confiaba además Acosta
en que el conocimiento del pasado y del presente nos permitiría obrar con mayor justicia,
pues consideraba que muchas veces se obra mal a causa de la ignorancia.
«Del Nuevo Mundo e Indias Occidentales han escrito muchos autores diversos libros y
relaciones, en que dan noticia de las cosas nuevas y extrañas, que en aquellas partes se han
descubierto, y de los hechos y sucesos de los españoles que las han conquistado y poblado.
Mas hasta agora no he visto autor que trate de declarar las causas y razón de tales novedades
y extrañezas de naturaleza»
José de Acosta. Historia natural y moral de las Indias. Proemio.

«Habiendo tratado lo que toca a la religión que usaban los indios, pretendo en este libro
escrebir de sus costumbres y pulicia y gobierno, para dos fines. El uno, deshacer la falsa
opinión que comunmente se tiene de ellos, como de gente bruta, y bestial y sin
entendimiento, o tan corto que apenas merece ese nombre. Del qual engaño se sigue hacerles
muchos y muy notables agravios (...). El otro fin que puede conseguirse con la noticia de las
leyes y costumbres, y pulicia de los indios, es ayudarlos y regirlos por ellas mismas, pues en
lo que no contradicen la ley de Cristo y de su Santa Iglesia, deben ser gobernados conforme a
sus fueros, que son como sus leyes municipales, por cuya ignorancia se han cometido yerros
de no poca importancia, no sabiendo los que juzgan ni los que rigen, por dónde han de juzgar
y regir sus súbditos».
José de Acosta. Historia natural y moral de las Indias. Libro VI, capítulo 1.

Por su parte el Alemán Leopold Von Ranke, considerado por muchos uno de los padres de
la Historia Moderna, defendió la utilidad de los conocimientos históricos para la vida, en
tanto entendamos por Historia no el mero recuento de hechos sino la explicación a preguntas
que consideramos relevantes:
«Yo, por lo menos, no acierto a creer que nadie que piense cuerdamente se atreva a sostener
que el conocimiento del pasado no sirva para ser aplicado con provecho al presente y al
porvenir, es decir, que no exista ninguna estrecha relación, ninguna afinidad entre la historia
y la política.
[…] La historia no consiste tanto en reunir y acoplar hechos como en comprenderlos y
explicarlos. La historia no es, como algunos piensan, obra de la memoria exclusivamente,
sino que requiere ante todo agudeza y claridad de la inteligencia. No lo pondrá en duda quien
sepa de la enorme dificultad que existe en distinguir lo verdadero de lo falso y escoger entre
muchas referencias la que considera ser la mejor, o quien conozca aunque sólo sea de oídas
aquella parte de la crítica que tiene su asiento en los aledaños de la historiografía.
Y sin embargo, debemos reconocer que no es ésta más que una parte de la misión del
historiador. Otra, más grandiosa e incomparablemente más difícil consiste en observar las
causas de los sucesos y sus premisas, así como sus resultados y sus efectos, en discernir
claramente los planes de los hombres, los extravíos con que los unos fracasan y la habilidad y
sabiduría con que los otros triunfan y se imponen, en conocer por qué unos se hunden y otros
vencen, por qué unos estados se fortalecen y otros se acaban; en una palabra, en comprender
a fondo y con la misma minuciosidad las causas ocultas de los acontecimientos y sus
manifestaciones exteriores».
Leopold von Ranke. Sobre las afinidades y las diferencias existentes entre la historia y la
política.

Ya en el siglo XX, el británico Edward Carr enfatizaba también la importancia de los


estudios históricos para la vida presente:
«Hacer que el hombre pueda comprender la sociedad del pasado, e incrementar su dominio
en la sociedad del presente, tal es la doble función de la historia».
E. H. Carr. ¿Qué es historia?

Marc Bloch, para muchos el historiador más importante del siglo XX destaca lo compleja
que es realmente la tarea del historiador, dado que debe aunar conocimientos de lo más
diversos con un rigor metodológico estricto y una atención no a las regularidades sino a los
cambios que se dan constantemente:
«El oficio de historiador -me refiero al historiador que busca, descubre, reconstruye- es un
oficio hermoso […] pero es un oficio difícil (y cuya preparación está, en mi opinión, muy mal
organizada) […] hacerlo correctamente exige mucho trabajo, muchos conocimientos diversos
y una verdadera fuerza intelectual; curiosidad, imaginación; orden en el espíritu; finalmente,
la capacidad de expresar con claridad y exactitud los pensamientos y los sentimientos de los
hombres.
(...) Porque la historia es en esencia, ciencia del cambio. Ella sabe y enseña que dos
acontecimientos no se reproducen nunca exactamente del mismo modo, porque las
condiciones nunca coinciden con exactitud. Sin duda ella reconoce, en la evolución humana,
elementos que si bien no son permanentes, por lo menos sí son durables. Pero eso para
confesar, al mismo tiempo, la variedad infinita de sus combinaciones. Sin duda ella admite,
de una civilización a otra, ciertas repeticiones, si no punto por punto, por lo menos en líneas
generales de desarrollo. No hace sino constatar, entonces, que en ambos casos las condiciones
dominantes fueron semejantes. Ella puede intentar penetrar en el porvenir; y no es, creo,
incapaz de lograrlo. Pero sus lecciones no dicen en absoluto que el pasado vuelva a empezar,
que lo que fue ayer será mañana. Examinando cómo y por qué el ayer fue diferente a otro
ayer, ella encuentra, en esta comparación, el modo de prever en qué sentido el mañana, a su
vez, se opondrá al ayer. Sobre las hojas de investigación del historiador, las líneas cuyo trazo
dictan los hechos transcurridos, jamás son líneas rectas; la historia no ve más que curvas, y
son curvas, además, que por extrapolación ella se esfuerza por prolongar hacia lo incierto de
los tiempos. Poco importa que la propia naturaleza de su objeto le impida modificar a su
gusto los elementos de lo real, como en el caso de las ciencias experimentales. Para descubrir
las relaciones que vinculan a las variaciones espontáneas de los factores aquéllas de los
fenómenos, bastan, como instrumentos, la observación y el análisis. Así, ella obtiene las
razones de las cosas y de sus mutaciones».
Marc Bloch. Apología para la historia o el oficio de historiador

Lucien Febvre, compatriota de Bloch, veía en la Historia una necesidad humana, y llamaba
la atención contra la tentación, a la que a menudo el historiador sucumbe, de erigirse en juez
de los hechos que debe intentar, tan sólo, comprender:
«No, el historiador no es un juez. Ni siquiera un juez de instrucción. La historia no es juzgar;
es comprender -y hacer comprender. No nos cansamos de repetirlo. Es el precio que cuestan
los progresos de nuestra ciencia.
[…] Yo defino gustosamente la historia como una necesidad de la humanidad -la necesidad
que experimenta cada grupo humano, en cada momento de su evolución, de buscar y dar
valor en el pasado a los hechos, los acontecimientos, las tendencias que preparan el tiempo
presente, que permiten comprenderlo y que ayudan a vivirlo».
Lucien Febvre. Combates por la historia.
Otra advertencia de L. Febvre, esta vez relativa al método: la importancia del documento
escrito no debe encandilar al historiador. Es historia todo lo que el hombre hace, y toda huella
que deja su hacer es entonces objeto de estudio del historiador:
«Indudablemente la historia se hace con documentos escritos. Pero también puede hacerse,
debe hacerse, sin documentos escritos si éstos no existen. Con todo lo que el ingenio del
historiador pueda permitirle utilizar para fabricar su miel, a falta de las flores usuales. Por
tanto, con palabras. Con signos. Con paisajes y con tejas. Con formas de campo y malas
hierbas. Con eclipses de luna y cabestros. Con exámenes periciales de piedras realizados por
geólogos y análisis de espadas de metal realizados por químicos. En una palabra: con todo lo
que siendo del hombre depende del hombre, sirve al hombre, expresa al hombre, significa la
presencia, la actividad, los gustos y las formas de ser del hombre. ¿No consiste toda una parte
y, sin duda, la más apasionante de nuestro trabajo como historiadores en un constante
esfuerzo para hacer hablar a las cosas mudas, para hacerlas decir lo que no dicen por sí
mismas sobre los hombres, sobre las sociedades que las han producido, y en constituir
finalmente entre ellas esa amplia red de solidaridades y mutuos apoyos que suple la ausencia
del documento escrito?»

Cerramos con una reflexión de José Luis Romero, uno de los principales historiadores de la
Argentina, relativa al carácter siempre presente (aunque parezca contradictorio) de la Historia
“No es que el presente condicione al pasado, pero es el presente el que le pregunta al pasado.
Y si no, no hay historia (…) La historia no se ocupa del pasado, le pregunta al pasado cosas
que le interesan al hombre vivo”.
J. L. Romero. Conversaciones con Félix Luna

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