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Tawny Moreno Baloco

El pensamiento ecológico
(Fragmentos seleccionados)

Morton, Timothy. (2018). El pensamiento ecológico. Barcelona: Paidós.

El pensamiento ambientalista a menudo condena el cartesianismo como prototipo


del temible dualismo que establece una distinción entre mente y cuerpo, yo y
mundo, sujeto y objeto. Descartes está considerado como el enemigo público
número uno del ambientalismo (página 24).

El panorama ecológico que nos espera no es una imagen de algún objeto acotado o
«economía restrictiva», un sistema cerrado. Es una extensa malla de
interconexiones sin un centro o contorno determinados. Es intimidad radical, es
coexistencia con unos seres, ya sean sensibles o no (¿cómo es que los
distinguimos con tanta facilidad?). El pensamiento ecológico plantea preguntas
relativas a los cíborgs, la inteligencia artificial y la irreductible incertidumbre de qué
es una persona. Ser una persona significa no estar nunca seguro de que lo eres. En
una ecología sin naturaleza, trataríamos a muchos más seres como personas, al
mismo tiempo que deconstruiríamos nuestras ideas acerca de aquellos que cuentan
como personas. Pensemos en Blade Runner o Frankenstein: la ética del
pensamiento ecológico reside en considerar a los seres como personas aunque no
lo sean. El animismo antiguo trata a los seres como personas, prescindiendo del
concepto de “Naturaleza” (página 25).

Los parques eólicos tienen una magnificencia y un tamaño un tanto intimidatorios.


Se podría interpretar que encarnan la estética de lo sublime (que no de lo hermoso).
Pero es una sublimidad ética la que dice que los seres humanos decidimos no
utilizar carbono (una decisión visible en las gigantescas turbinas). Tal vez sea esa
visibilidad la que hace que los parques eólicos resulten molestos: decisiones
evidentes en lugar de conductos secretos que se extienden bajo el -en apariencia-
impoluto paisaje (una palabra más adecuada para un cuadro que para los árboles y
el agua de verdad) (página 27).

El pensamiento ecológico afecta a todos los aspectos de la vida, la cultura y la


sociedad. Además del arte y la ciencia, debemos construir el pensamiento ecológico
a partir de la filosofía, la historia, la sociología, la antropología, la religión, los
estudios culturales y la teoría crítica. Combinaré la teoría de la evolución empírica
con el pensamiento continental acerca del ser y la «existencia» (página 29).

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La ciencia trata sobre la capacidad de admitir que nos hemos equivocado, lo que
significa que, si queremos vivir en una sociedad basada en la ciencia, tendremos
que vivir a la sombra de posibles injusticias (página 30).

Ver la tierra desde el espacio es el comienzo del pensamiento ecológico. Los


primeros aeronautas, los pilotos de globos aerostáticos, enseguida percibieron la
tierra como un mundo extraño. Verte a ti mismo desde otro punto de vista es el
comienzo de la ética y la política. Cuando pensamos a lo grande suceden cosas
curiosas (página 32).

El pensamiento ecológico se ocupa tanto de abrir la mente como de “conocer” algo


en particular. Cuando llega al límite, se abre a todo de manera radical. El
pensamiento ecológico está por tanto lleno de sombras y penumbras (página 33).

El pensamiento ecológico debe trascender el lenguaje del apocalipsis. Resulta


irónico que nos imaginemos el hundimiento de los hielos antárticos antes que el
derrumbe bancario y, aunque no lo parezca, mientras se escribía este libro, el
sistema bancario ya se estaba desmoronando. El pensamiento ecológico debe
imaginarse el cambio económico; de lo contrario, sería otra pieza del tablero de la
ideología capitalista. La aburrida y voraz realidad que hemos construido, con sus
conocidos, furiosos y estáticos torbellinos, no es el estado final de la historia (página
37).

Conducimos por ahí usando trozos de dinosaurios aplastados (página 49).

La crisis ecológica nos hace conscientes de la interdependencia de todas las cosas.


Consecuencia de ello es la estremecedora sensación de que ya no existe ningún
mundo. Hemos ganado Google Earth, pero hemos perdido el mundo. Mundo
significa un lugar, un contexto en el que nuestras acciones cobran sentido. Pero en
una situación en la que todo es potencialmente significativo estamos perdidos. Es la
misma situación en la que se encuentra el esquizofrénico, el cual es incapaz de
distinguir entre información (primer plano) y ruido (segundo plano) (página 50).

Estamos perdiendo hasta el suelo que pisamos. En lenguaje filosófico, no sólo


estamos perdiendo niveles ontológicos de significación. Estamos perdiendo lo
óntico, el verdadero nivel físico en el que durante tanto tiempo confiamos. Imagínate
que todo el aire que respiramos se vuelve irrespirable (página 51).

«Nadie es ya un ser determinado que se distingue de otros seres», H. P. Lovecraft.

Cuanto más sabemos, menos independientes nos volvemos como seres humanos
(página 57).

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El pensamiento ecológico suprime las distancias. Pensar en la interdependencia


implica la eliminación de la barrera que separa el por aquí del por allá y, lo que es
más importante, la ilusión metafísica de sólidas fronteras entre dentro y fuera
(página 60).

La ecología no gira sólo entorno a la inmensidad del espacio, sino también entorno
a la inmensidad del tiempo. El tiempo ecológico y el tiempo geológico son difíciles
de comprender de maner intuitiva (página 64).

Ya somos responsables del otro para siempre (página 72).

El pensamiento ecológico comprende que nunca hubo un auténtico mundo, lo que


no significa, sin embargo, que no podemos hacer lo que nos plazca con el lugar en
que vivimos. Pensar a lo grande significa darse cuenta de que siempre hay algo
más que nuestro punto de vista. Hay, sin duda, un entorno, pero cuando lo
examinamos descubrimos que está compuesto por extraños forasteros (página 81).

De cerca, el pensamiento ecológico tiene que ver con el calor, la ternura, la


hospitalidad, el asombro y el amor, la vulnerabilidad y la responsabilidad. El
pensamiento ecológico, aunque sea una forma de reduccionismo, debe ser
personal, puesto que se abstiene de mantener una distancia clínica, intelectual o
estética (sádica). El pensamiento ecológico versa sobre las personas; es las
personas. En vez de vislumbrar la inclusión, deberíamos visualizar la intimidad.
Necesitamos umbrales, no esferas ni círculos concéntricos, para imaginar dónde
pasa el tiempo el extraño forastero (página 103).

La democracia implica coexistencia; la coexistencia implica encuentros entre


extraños forasteros (página 104).

El espléndido ejemplo del test de Turing no trata de un ser humano y un ser no


humano, sino de un hombre y una mujer. el extraño forastero (página 108).

«Puedo yo solo» es lo que les enseñan a pensar a los chicos estadounidenses. El


regreso a la naturaleza representa el mito del hombre hecho a sí mismo,
suprimiendo el amor, el calor, la vulnerabilidad, la ambigüedad (página 110).

Para tener ecología, debemos renunciar a la naturaleza; pero, puesto que llevamos
siendo adictos a la “Naturaleza” desde hace tanto tiempo, la renuncia será dolorosa.
Renunciar a una fantasía es más difícil que renunciar a la realidad (página 123).

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Remontándose desde un árbol hasta la inmensidad del espacio, al igual que Milton,
Kant representa la vastedad del pensamiento ecológico (página 124).

La infinita responsabilidad de unos seres conscientes en relación a los otros (página


124).

Estamos obligados a frenar el calentamiento global. No hacen falta pruebas de que


lo hayamos causado nosotros: buscar pruebas concluyentes entorpece nuestra
reacción.

Eso es complicado: asumir responsabilidades por algo que no puedes ver. Pero no
es más complicado que asumir responsabilidades, digamos, por no matar: no
necesitas una razón, simplemente no matas, y luego te preguntas por qué. Por eso
se llama decisión ética (página 127).

El capitalismo marca sólo el comienzo de un pensamiento ecológico que va más allá


de nuestro patio trasero. Las versiones de la ecología adaptadas a los intereses de
las empresas son distorsiones temporales (página 129).

La reflexión profunda sobre la colaboración es un deber del pensamiento ecológico.


Todos los extraños forasteros ya están colaborando. Sobre todo espero que la crisis
producida por la alteración del clima no sea una actualización del capitalismo, sino
una profunda reflexión sobre por qué estamos vivos y qué queremos hacer al
respecto, todos juntos (página 130).

Debemos pasar a la acción ecológica en la ética, no en la estética. La acción


ecológica no nos hará sentir bien, y el «no mundo» no tendrá un aspecto elegante
(página 155).

Ese “aperturismo” es como un sistema operativo para la política: no te dice


exactamente qué hacer, pero te abre la mente a fin de que puedas pensar con
claridad acerca de lo que tienes que hacer. El uso de la mente para ir más allá de
nuestras circunstancias materiales. En términos de cuánto nos abren al
pensamiento ecológico, yo situaría la compasión, la curiosidad, la humildad, la
sinceridad, la tristeza y la ternura en lo más alto (página 157).

Por dentro, la verdadera compasión tal vez se parezca a la impotencia; pero


entonces consistiría en refrenar la violencia y la agresividad. La autoridad y la
armonía salen. Entran la colaboración y la diversidad. Los pitagóricos trataban a
todos los seres vivos como hermanos (página 158).

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El localismo, el nacionalismo y la inmersión en el baño ideológico del entorno vital


ya no convencen a nadie. Lo que necesitamos es «una comunidad sin
presuposiciones y sin sujetos» (página 159).

Hay una razón evidente para que los republicanos estadounidenses nieguen de tal
manera el calentamiento global. Aceptar la verdad del calentamiento global
significaría que la realidad no tiene instalación para el neoliberalismo o el
individualismo o las jerarquías rígidas o casi ninguna de las otras vacas sagradas de
la derechona. La primera es directamente una orden: «bueno, el calentamiento
global se está produciendo, pero dejemos que la “naturaleza/evolución” siga su
curso». Ese mandato implica que no somos culpables ni responsables del
sufrimiento de seres vivos ni de la alteración de los ecosistemas. También implica
que en cierto modo se está desarrollando un proceso automatizado (llamado
“Naturaleza”) en el que no deberíamos interferir: es una mano invisible, conectada a
esa realidad que hay allá lejos, más allá de nuestras intenciones, más allá de la
sociedad (que a su vez se inspira, desde ese punto de vista, en un contrato social
entre personas libres). El segundo género de afirmación es una negación de la
totalidad: «bueno, la semana pasada nevó en Boise, Idaho, luego no están subiendo
las temperaturas donde me encuentro yo, luego esa chorrada del calentamiento
global...». Hay demasiadas razones para negar el calentamiento global, razones que
se contradicen entre sí. El calentamiento global se está produciendo y nosotros
deberíamos dejar que la “Naturaleza” siguiera su curso; el calentamiento global no
se está produciendo, así que deja de lloriquear. En realidad hay un tercer género de
afirmación, algo así como «de acuerdo, se está produciendo, pero no hay pruebas
de que lo hayamos causado nosotros».

¿Qué podemos aprender de esos géneros de negación del calentamiento global?


Quizás lo primero sea que la amenaza percibida es mucho más que simplemente
real; es también una amenaza fantasmagórica, o sea, una amenaza a la fantasía
reaccionaria en cuanto tal. Aceptar el calentamiento global es renunciar a la fantasía
de que somos individuos que acabamos de acordar en igualdad de condiciones la
firma de un contrato social; [es aceptar sin más] que el capitalismo es un proceso
automatizado que debe seguir adelante sin la intervención de tan siquiera un grupo
ligeramente socialdemócrata. Estas dos mitades de la doctrina reaccionaria ya están
intrínsecamente en desacuerdo: una habla de pactos libres; la otra de un proceso
automatizado tal que hay que dar rienda suelta. La idea del calentamiento global,
desde el punto de vista reaccionario, supone dar la vuelta a las dos mitades de la
doctrina. La sociedad no es un acuerdo entre individuos presociales, sino una
totalidad existente de la que somos directamente responsables (páginas 161 a 162).

El capitalismo es un torbellino de impertinencia; nos muestra que las cosas están


siempre cambiando y desplazándose, pero no es la perspectiva fundamental de la
significación. El capitalismo tiene una estructura, que es la relación entre

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propietarios y trabajadores, por ejemplo. Y, curiosamente, el capitalismo crea cosas


que son más robustas que nunca. Junto con el calentamiento global, los
hiperobjetos serán nuestra herencia más duradera. Algunos materiales como el
humilde poliestireno o el temible plutonio sobrevivirán, con mucho, a las actuales
formas biológicas y sociales. Estamos hablando de cientos y miles de años. Dentro
de cinco siglos, los objetos de poliestireno, como las tazas y las fiambreras, aún
existirán. Hace 10.000 años, Stonehenge no existía. Dentro de 10.000 el plutonio
seguirá existiendo. Hay un chiste acerca de querer reencarnarse en una taza de
poliestireno: dura para siempre (páginas 162 a 163).

El cambio climático -el fruto de dos siglos de industrialización- podría modificar la


tierra durante miles de años. El plutonio seguirá presente mucho más tiempo que la
«historia» que llevamos registrada. Si quieres un monumento, mira a tu alrededor
(página 164).

Las ideologías son órdenes disfrazadas de descripciones (página 164).

¿No es imposible que el hombre del futuro haya construido con esos materiales
alguna cosa semejante a la espiritualidad? Llegará un día en que cuidemos los
hiperobjetos. Los hiperobjetos son los verdaderos tabúes, la inversión demoníaca de
las sustancias sagradas de la religión (página 165).

La “Naturaleza” como tal aparece cuando la perdemos, y se la conoce como


pérdida. La desorientación del mundo moderno va acompañada de una tristeza
indescriptible (página 166).

Desde sus inicios el capitalismo ha utilizado las guerras y las catástrofes para
reinventarse. La catástrofe actual no es una excepción. Deberíamos rechazar la
falsa elección entre la «política de la posibilidad» y «el regreso a la naturaleza».
Usemos, en cambio, este momento para imaginar qué clase de sociedad
anticapitalista queremos (página 166).

Podría haber en la religión semillas de futuras formas de estar juntos, como las hay
en el arte. Quizás las nuevas ecorreligiones sean indicios de una coexistencia
poscapitalista (página 168).

El pensamiento ecológico debe imaginar placeres poscapitalistas, no un placer


burgués para las masas, sino formas de un nuevo placer más amplio y más
irracional: no se trata de la realidad burguesa, que es machacona y aburrida, ni de
neveras y coches y anorexia para todos, sino un mundo del ser, no del tener, como
dice Erich Fromm. El capitalismo ha acaparado hasta tal punto la idea de
«progreso» que cualquier otra cosa, como dijo un filósofo, sería como tirar del freno
de mano (página 168).

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Cómo cuidar del prójimo, eso es, del extraño forastero, y del hiperobjeto: son los
problemas que plantea el pensamiento ecológico. Este desarrolla
considerablemente nuestro concepto del tiempo y del espacio (páginas 168 a 169).

Los extraños forasteros y los hiperobjetos nos conducen a niveles más altos de
conciencia, lo que implica más estrés, más decepción, menos gratificación (aunque
tal vez más satisfacción) y más perplejidad. Pero una vez que empiezas a pensar en
él (pensamiento ecológico), no puedes desaprenderlo. Nosotros hemos empezado a
pensar en él. En el futuro, todos pensaremos en el pensamiento ecológico. Es
irresistible, como el verdadero amor (página 169).

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