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DEPARTAMENTO DE PSICOANÁLISIS

Revista Letra Analítica

EL TRABAJO METODOLÓGICO: LA DISCIPLINA DEL COMENTARIO

Sara Lía Chiavaro.

Mayo de 1999.

La disciplina del comentario es un ejercicio de larga data, de tradicional escuela

europea, que ha sido retomado por el psicoanálisis como modalidad de trabajo

principal.

Consiste en la selección de un párrafo de interés de un texto y su análisis

minucioso, detallado, a fin de obtener de él las respuestas que plantea a alguna de

las preguntas que propone el mismo.

El objetivo principal es poner en trabajo la metodología de la interrogación, punto

de partida de los trabajos investigativos, desarrollando una técnica basada en el

respeto por la obra del autor, para luego proceder a una hermenéutica del mismo.

Tomar tramos pequeños de un texto no implica en absoluto “descontextualizarlo”,

muy por el contrario, el contexto es fundamental para el comentario e interviene en

el mismo.

¿Qué significa comentar?

Comentar, en términos generales, según definición de la Real Academia Española

es: “dar explicaciones y opinión acerca de una cosa”. Sin bien respetamos esta
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definición del RAE, la metodología que proponemos desarrollas está bien lejos de

basarse en una opinión, sino que intenta escudriñas conceptos para aclararlos y

lograr definiciones precisas.

Otras definiciones se aproximan más a nuestra intención, aquellas en las que un

comentario: “es lo que aporta una explicación, un esclarecimiento de la cosa”

O aquellas otras según las cuales se trata de: “exposición e interpretación de

información”; siendo para la lingüística: “parte del enunciado que agrega algo de

nuevo al tema” (dicc. Larousse.Lexis.1992).

Se trata entonces de: exponer lo que el texto propone a fin de explicitarlo y

explicarlo, esclarecer sus términos, tarea que no podría hacerse de otro modo que

interpretándolo, dentro del contexto de la obra de un autor.

La intención de la propuesta es trabajar sobre un texto para que resulte del mismo

la producción de algo nuevo, nuevo en el sentido de un plus, un aporte, algo más

que viene a decirse a partir de un decir previo. 2

¿Por qué hablamos de disciplina?

El término de disciplina se asocia directamente a la observancia de reglas.

¿Y qué son las reglas?

Lejos de las definiciones coercitivas y morales que se ligan a ellas, lo que

encontramos es que se trata de elementos que nos indican que no es posible

hacer las cosas de cualquier modo, sino a través de un método.


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Las reglas ordenan, dirigen, establecen vías a seguir, muestran caminos,

determinan condiciones necesarias para que se logre tal o cual objetivo. Se trata

de establecer las reglas del trabajo de comentario. Sin ellas no es posible realizar

una apuesta de explicitación rigurosa. Ellas establecen un marco de acción.

¿Hay reglas para la lectura rigurosa de un texto?

Tomaremos la propuesta de Umberto Eco, que en su libro “Interpretación y

sobre interpretación”1 en donde trabaja sobre la dialéctica entre los derechos de

los textos y los derechos de los intérpretes, a partir de observar que en las últimas

décadas se ha hecho demasiado hincapié en los derechos de los intérpretes y

esto ha acarreado algunas desviaciones.

El planteo es interesante. Lo que considera como el trabajo de “crítica”, que motiva

su investigación es haber encontrado que hay textos que se vuelven “sagrados”

para ciertas culturas, siendo frecuentemente objeto de “lectura sospechosa” y de

un “exceso de interpretación.

¿Qué significa “lectura sospechosa”?

Que se intenta buscar sentidos ocultos en el texto, más y más, lo que lleva a un

infructuoso gasto de tiempo y energía.

Comenta Eco que en torno a este tema se produjo un debate clásico que intentaba

decidir si lo que se descubría en un texto era lo que el autor intentaba decir, la

1
Umberto Eco, Interpretación y sobre interpretación; Gran Bretaña, Cambridge University Press,
1995
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intención del autor, o lo que el texto decía independientemente de las intenciones

de su autor; es decir, si de lo que se trata en la lectura era de la intención del

texto.

Si tomamos esta segunda posibilidad se abre la siguiente cuestión: ¿lo que

encontramos en el texto es lo que el texto dice en virtud de su coherencia textual

interna y de un sistema de significación subyacente original; o lo que el lector

descubre en función de su propio sistema de expectativas?

Sin duda, ambas cosas están en juego: hay algo que vamos a buscar al texto pero

también hay algo que allí se muestra , y en general eso que encontramos más allá

de lo que esperábamos –es decir, de lo que ya sabemos- , es precisamente lo que

no se comprende, las oscuridades del texto, las dificultades.

Entonces, entre la intención del autor y la intención del intérprete, existe la

intención del texto. Y la intención del texto no aparece en la superficie textual, o, si

aparece, lo hace en el sentido del A. Poe en el cuento “La carta robada”: hay que

decidir verla. Lo cual nos lleva a considerar que sólo es posible hablar de la

intención del texto como resultado de una conjetura por parte del lector. Esta

conjetura debe ser estrictamente rigurosa, producto de una aplicación

metodológica adecuada.

¿Ven cuál es la dialéctica? La intención del texto tiene que ver con una coherencia

textual interna, pero ésta se construirá desde afuera, requiere del lector que es

quien hará la conjetura sobre la intención del texto.

¿Y qué es una conjetura sino una hipótesis interpretativa?


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El texto, entonces, termina siendo lo que la interpretación del lector hace de él, y a

lo que vamos, es a ver dónde está la regulación de ese acto, puesto que partimos

de sostener que no es posible decir cualquier cosa.

Tenemos:

-la intención del texto

-la interpretación del lector que la construye

-el hecho de que tal interpretación está sujeta a ciertas “reglas”, o, digamos mejor,

requiere de una disciplina.

El texto no es entonces el referente al que acudimos para verificar nuestras

interpretaciones sobre un tema (lo que al mismo tiempo genera un criterio de

autoridad del orden de: “vean que es como yo digo porque lo dice Lacan”) sino

que es el producto de una interpretación.

Podríamos decir: “el texto es su interpretación”, lo que inevitablemente nos evoca:

“el deseo es su interpretación” (Sem.VI de J.Lacan), afirmación que, del mismo

modo, no significa que ese deseo pueda ser cualquiera según decisión arbitraria

del analista, sino que indica el modo en que se articula al Otro y en el Otro.

En la clínica nos suele suceder, cuando recién recibidos nos encontramos con los

primeros pacientes, que tomamos el texto de su discurso como lugar donde validar

hipótesis diagnósticas previas, nos interesa de lo que el paciente dice aquello que

nos permite aplicar lo que sabemos, por ej: si fenómenos conversivos, queja,

insatisfacción, entonces, histeria. Y nos perdemos por supuesto, aquello de lo que


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se trata: la fractura, lo que no se entiende, la pregunta del paciente, aquello que

comience a darnos una pista sobre las vicisitudes de su deseo.

Eso está aún lejos de la clínica psicoanalítica donde se trate del deseo y éste sea

su interpretación.

Ahora bien, retomamos, con Eco, nuestra pregunta: ¿Cómo demostrar la validez

de una conjetura acerca de la “intentio operis” (intención del texto)?

Primeramente –ya lo mencionamos- será en función de la coherencia interna del

texto, esto es, si la confrontación de distintos fragmentos del mismo acepta la

lectura en cuestión, la confirma, la potencia; en cambio quedará invalidada si no

se sostiene en la confrontación , si se ve refutada por algo que aparece en el

mismo texto. Al decir de Eco: “la coherencia textual interna controla los de otro

modo incontrolables impulsos del lector”2.

A esa coherencia textual interna le llamamos nosotros comúnmente “lógica”,

hablamos por ejemplo de la lógica de un caso, esto es, la posibilidad de ordenarlo

en función de una argumentación racional fundada en un criterio clínico; lógica que

permite la construcción del caso a partir de la cual pensar la dirección de la cura.

Que haya límites para la interpretación no significa que no sea potencialmente

ilimitada. Todo texto es factible de múltiples e innumerables interpretaciones, no

tiene potencialmente fin, lo que no quita que un acto de interpretación pueda tener

un final. Esa es la idea con la disciplina del comentario: configurar algunas

respuestas sin que éstas sean únicas ni definitivas.

2 Ibídem. Pág. 70.


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Muchas veces nos ocurre que después de leer un escrito de Lacan o cualquier

texto de Freud lo descubrimos como si fuera la primera vez. Y ello porque lo

volvemos a leer en función de una problemática nueva. Pero ni aún leyéndolo

millones de veces podremos encontrar por ej. en “Posición del Inconsciente” algún

elemento para pensar sobre química inorgánica. El ejemplo es grotesco, pero da

una idea de adónde nos conducen las “interpretaciones sospechosas” de las que

hoy hablábamos.

En el ejercicio de un análisis esto se traduce en maniobras tendientes a forzar la

atribución de significación a elementos fortuitos y sin importancia Por ejemplo

cuando se le pide a un paciente que asocie sobre un elemento del sueño que al

analista le pareció interesante (la tan mentada “atención flotante”); o sobre algo

que dijo al pasar y entonces, porque lo dijo al pasar ha de ser importante;

deformación de lo que son los quiebres, las caídas del discurso, los puntos de

presentificación evanescente del sujeto del inconsciente.

De allí que en el Seminario XI: “Los cuatro conceptos fundamentales del

psicoanálisis”, cap.XIX: “De la interpretación a la transferencia”, Lacan se

preocupa en aclarar que “la interpretación no está abierta a todos los sentidos”;

que es absurdo plantear que todas las interpretaciones son posibles; que la

interpretación es una significación que no es cualquiera. Y que lo que busca, -y

aquí nos adentramos en lo que es privativo de la interpretación en la clínica

psicoanalítica y que hace a la lógica que la sustenta- , que lo que busca entonces,
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como efecto, es aislar en el sujeto un hueso de no-sentido, un significante

irreductible, ( lo que toca nuestro tema, la pulsión ya veremos que qué modo).

Por otra parte, en la particularidad de nuestra práctica, la interpretación que

hagamos de un texto teórico no será nunca ajeno a nuestra clínica, por el

contrario, no podría dejar de fundarse en ella.

Así como la dirección de una cura depende –lo sepa el analista o no- del concepto

que éste tenga de la transferencia y el modo en que – en consecuencia- opere con

ella; así también la interpretación que haga de la teoría estará intrínsecamente

ligada a sus preocupaciones clínicas, a las preguntas que la clínica le genera, y a

las respuestas que va formalizando en función de las curas que dirige.

Y es la clínica la que vendrá a confirmar o refutar las conjeturas teóricas, así como

a aportar las articulaciones esclarecedoras de posibles paradojas conjeturales. Tal

la intertextualidad entre teoría y clínica.

Por otra parte la clínica no es en sí misma sino desde el lugar de cada analista,

desde el modo en que se inscribe su deseo de analizar en el marco de la

particularidad de cada caso.

Decimos entonces que:

-el texto es su interpretación

-dicha interpretación no es, en psicoanálisis, sin la clínica

- y la clínica no es sin el deseo del psicoanalista.


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Ahora bien, hablamos de los límites del acto interpretativo y al mismo tiempo

afirmamos que todo texto es susceptible de innúmeras interpretaciones. No siendo

esto ninguna paradoja.

¿En qué nos fundamos para decir que las interpretaciones son potencialmente

ilimitadas?

Por supuesto, en la estructura del significante que nos enseña que no es posible

decirlo todo, por más que lo intentemos, por más que hablemos durante años

siempre nos quedará algo por decir. La estructura del significante alberga en su

seno una falta que lo define, falta que exige su articulación con otros significantes

para que algo pueda decirse y que al mismo tiempo condena a ese decir a ser un

medio-decir, lo cual no es en absoluto un menos-decir. Que , correlativamente a la

estructura del significante la verdad sea no-toda hace que sólo se acceda a ella

por aproximaciones parciales. Partes, trozos de verdad pueden ser extraídos de

múltiples lecturas.

De allí que no hay LA interpretación, una y sólo una interpretación verdadera de

un texto. Y aún más, sería imposible que la hubiera. En relación a ello una

lingüista contemporánea, Graciela Reyes, argentina lamentablemente (para

nosotros) radicada en los Estados Unidos, en un libro titulado “Polifonía textual”,

plantea que aunque un discurso permanezca literalmente idéntico cada cosa que

se diga sobre ese discurso, cada cita, será diferente porque se produce en otro

momento del tiempo, en otro contexto. Para dar un ejemplo extremo, dice que si

alguien reprodujera textualmente, “El Quijote”, ni aún así sería una réplica exacta,
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ya que por aparecer en otra época y firmado por otro autor, dice ya otra cosa que

aquél, es otro libro, y el acto mismo de hacer un libro idéntico a un clásico

introduce una nueva lectura (muchos se preguntarán qué quiere decir ese libro en

ésta época, se lo interpretará como mensaje político, se lo leerá

detalladamente buscando la diferencia con el primero -es decir con “otro” libro

como referencia permanentemente presente-,etc,etc.). Por lo que leer este Quijote

será por completo diferente a leer aquel otro. Y ello sencillamente en principio

porque este es el segundo, otro número, que hace que ni siquiera sea lo mismo

que leer el primero dos veces.

Esto nos conduce a la idea de que no hay pureza textual y por lo tanto no hay

plagio –o lo hay todo el tiempo, inevitablemente-; y tampoco hay ortodoxia, ya que

no hay texto que no esté sometido a la “perversión” de ser leído, lo que lo altera

inevitablemente.

No hay plagio, entonces, porque no hay texto ortodoxo, es decir, que sea

verdadero fuera de la interpretación que se hace de él.

Por otra parte, tampoco hay pureza interpretativa ya que al leer, como al escribir

citamos permanentemente a otros autores, a otros textos, y ello porque todo

discurso –bien lo sabemos nosotros- incluye otras voces, otros decires, es

“polifónico”3. ¿Quién es dueño de su palabra? En la clínica encontramos: “…lo

que siempre decía mi mamá…”, y aún dichos tácitos, implícitos, hechos carne por

3
Reyes, Graciela. “Polifonía Textual”. Editorial Gredos.1095
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identificación; decires que se citan en el sujeto al punto de no poder éste

sustraerse a ellos incluso ante la evidencia de su presencia.

Un texto escrito con fines científicos evoca también una historia de textos, es

producto de entretejidos textuales de modo tal que, aunque la honestidad

intelectual del autor pretenda referirlos no podrá hacerlo en su totalidad, ya que

desconocerá él mismo ciertas fuentes que se dicen en sus ideas.

Graciela Reyes da como ejemplo paradigmático de polifonía textual, en literatura,

la obra de Borges. Dice así: “Los cuentos de Borges suelen estar construídos

sobre un texto anterior, literario o no, del que el cuento es una nueva versión, un

‘resumen’, un comentario, una supuesta reseña. El narrador indica su fuente en el

texto mismo, o en notas, prólogos y epílogos. Creo que la intención es notoria:

mostrar el mecanismo, buscar la confabulación irónica, hacer recordar al lector

que lo que va a leer, ha leído o está leyendo es un ya dicho porque todo texto lo

es, debe serlo y de eso se trata. En el ya dicho hay una colección, en principio

infinita, de locutores y sus correspondientes interlocutores. Lo ya dicho es un ya

leído (u oído) ante todo por el mismo que ahora lo reescribe, y que entonces se

confunde con los infinitos locutores e interlocutores anteriores, ocupa su lugar en

el espacio ilimitado de la producción textual y hace caer en él al lector (…) la obra

de Borges está construida a conciencia en el uso y el abuso –en el agotamiento-

de la cita. La literatura de Borges trata de la literatura, de temas ya tratados, de


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problemas ya muchas veces expuestos, de personas que son personajes. Sin

embargo Borges es ‘original’”4.

El discurso es multívoco por estructura, y la variedad de voces de su composición

no atenta contra lo nuevo y distinto.

UNA interpretación introduce al menos una novedad, la de fundar una nueva

secuencia. Por el sólo hecho de ser un recuento, constituye un nuevo decir. Y ello

porque quien lee el texto lo hace desde un lugar no compartible que es el de la

pregunta que quiere responderse, lo que allí busca; que aunque sea “igual” a la de

otros es diferente, y aunque pueda transmitirla es particular, lo que se verá

precisamente en las respuestas que construya.

En “La Cosa freudiana o sentido del retorno a Freud en psicoanálisis” (p.404 en

francés; p.147-8 ed. Castellana Siglo veintiuno), dice Lacan refiriéndose a la obra

freudiana y propiciando un retorno al sentido de sus textos: “Textos que se

muestran comparables a aquellos mismos que la veneración humana ha revestido

en otro tiempo de los más altos atributos, por el hecho de que soportan la prueba

de esa disciplina del comentario, cuya virtud se redescubre al servirse de ella

según la tradición, no sólo para volver a situar una palabra (parole) en el contexto

de su tiempo, sino para medir si la respuesta que aporta a las preguntas que

plantea ha sido o no rebasada por la respuesta que se encuentra en ella a las

preguntas de lo actual”.

4
Ibídem. Págs. 47-48
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Destaca allí entonces la coherencia textual interna de la obra freudiana, puesta a

prueba por la disciplina del comentario, a la que le atribuye la virtud de “volver a

situar una palabra en el contexto de su tiempo” y también la de poner a prueba

esa palabra en lo que hace a su posibilidad de responder a los problemas clínicos

actuales.

Este segundo criterio, pragmático, es para mí fundamental.

Que las articulaciones teóricas que de aquí surjan sirvan para nuestra clínica,

sean clínicas, aporten algo de luz para el avance de una cura.

La idea, entonces, con la disciplina del comentario es penetrar en algunas

cuestiones que aparecen oscuras en el texto, tanto teórico como clínico, lo cual es

paradigmático cuando hablamos de pulsión, definida por Freud como “el elemento

más oscuro de la investigación psicoanalítica”.

Para poder pensar algo sobre los párrafos que vamos a tomar en análisis, es

necesario no comprender. No comprender es la premisa necesaria para poder

pensar, escuchar, leer.

En el Cap VII (La tópica de lo imaginario) del Seminario I: “Los escritos técnicos de

Freud” (1953-54),p.87-8 en francés, dice Lacan: “Lo que cuenta, cuando uno

intenta elaborar una experiencia, no es tanto lo que se comprende como lo que no

se comprende (…). Es en ello en lo que el método de los comentarios se revela

fecundo.
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Comentar un texto es como hacer un análisis.

Cuantas veces he hecho observar a quienes controlan cuando me dicen –creo

comprender que él quería decir esto o aquello- una de las cosas de las que

debemos cuidarnos es de comprender demasiado, de comprender más de lo que

hay en el discurso del sujeto.

Interpretar e imaginarse comprender no es en absoluto lo mismo. Es exactamente

lo contrario. Diría incluso que es sobre la base de un cierto rechazo a la

comprensión que franqueamos la puerta de la comprensión analítica”.

Entonces tenemos que: la lectura de un texto científico requiere de no

comprender, al menos no demasiado rápido; así como no comprender lo que un

paciente dice es apostar a su deseo.

Para terminar con lo que hace a la disciplina del comentario quisiera plantear una

última cuestión que pone nuevamente en contacto a este ejercicio de transmisión

con nuestra praxis y que paso a formular de la siguiente manera: hay una

disciplina del comentario como hay una dirección de la cura.

En “La dirección de la cura y los principios de su poder” (1958) Lacan habla de

táctica, estrategia y política para todo tratamiento análisis.

Tomando algunos conceptos de Karl von Clausewits en “De la guerra” 5, decimos

que la táctica, tiene que ver con la forma en que se desarrollan los encuentros

aislados, es decir, cada encuentro a lo largo de una guerra (la metáfora no es feliz

5
Von Clausewitz, Karl. “De la guerra”. Editorial Labor. 1994.
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pero sí de utilidad); la estrategia es el modo en que se organizan esos encuentros

aislados a los fines de la política, que es el objetivo de la guerra.

El modo de trabajar este año la disciplina del comentario, supone como táctica:

que cada encuentro sea una unidad funcional en sí misma; que funcione

dinámicamente permitiendo extraer del análisis detallado del texto, cada vez, un

trozo de verdad respecto del tema central.

La estrategia tiene que ver con la forma en que cada comentario se articula con

los demás en función de una política que aspira a pensar el concepto de pulsión

en ese momento crucial de la enseñanza de Lacan que es el año 1964; y también

a ejercitarnos en una modalidad de transmisión que se aproxima mucho, en su

ética al ejercicio mismo del psicoanálisis.

Una última idea: dijimos con anterioridad que considerar la estructura del

significante nos permitía afirmar las posibilidades potencialmente ilimitadas de

interpretar un texto. Pero que el contexto, la coherencia textual interna y el criterio

pragmático proporcionaban los límites a ser respetados por cualquiera de ellas.

En el discurso de nuestro analizante estos márgenes están dados radicalmente

por el marco de su fantasma.

Ambos textos comparten de modo bien diverso el hecho de estar sujetos a una

“estructuración limitada de la situación en términos significantes”.

En el cap. III del Sem. XI, titulado:”Del sujeto de la certeza”, dice Lacan (p.47):

“¿…por qué relacionar esto con aquello en vez de con cualquier otra cosa?

Indiscutiblemente Freud nos lleva así al centro de la pregunta que plantea el


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desarrollo moderno de las ciencias en tanto demuestran lo que podemos fundar en

el azar.

En efecto, no puede fundarse nada en el azar –cálculo de probabilidades,

estrategias- que no entrañe una estructuración previa y limitada de la situación en

términos de significantes.

Cuando la teoría moderna de los juegos elabora la estrategia de dos

contrincantes, ambos se enfrentarán con las probabilidades máximas de ganar si

cada uno tiene la posibilidad de razonar como el contrario. ¿Qué da su valor a una

operación de esta índole? Pues sencillamente que el mapa ya está trazado, en él

están inscritos los puntos de referencia significantes, y la solución no podrá nunca

rebasarlos”.

Es por ello que la “asociación libre” pretende serlo en el sentido de que lo que de

allí surja -deseo del analista mediante- libere en algo al sujeto de sus “patéticas”

ataduras a los significantes que lo determinan. Pero esa “libertad” asociativa

sabemos que no es en el sentido de decir cualquier cosa, ya que eso no es

posible para ningún ser hablante. Lo que diga estará sujeto a los significantes que

lo determinan –fantasmáticamente si la metáfora del padre ha operado-; a su

articulación histórica; así como al modo particular en que esos significantes se

incrusten en su cuerpo, conformándolo. Nada puede fundarse en el azar, el mapa

ya está trazado, en él están inscriptos los puntos de referencia significantes, y la

solución no podrá nunca rebasarlos.


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Esto establece sin duda, los límites de cualquier interpretación posible, al mismo

tiempo que propicia infinidad de jugadas (la responsabilidad de las mismas queda

a cargo de los participantes), es decir que inaugura innúmeras posibilidades

combinatorias.

Y nos conduce –entre textos y significantes- al dominio de LA LETRA.

La letra es ese trazado que inscribe un rasgo, un borde, un margen que no podrá

ser rebasado. Letra que podría haber sido cualquier otra, y en ese sentido es

contingente, pero que una vez inscripta queda fijada; es ésa y ninguna otra.

Así, los significantes que determinan al sujeto podrían haber sido otros.

Lacan se refiere a ello en términos de “tirada de dados” de la que depende lo que

a cada uno le toca en suerte. Lo contingente se liga en este sentido, en principio,

al azar. Pero una vez realizada la tirada, aquello que resulta se fija en una letra (es

un número) que diferencia ese rasgo de cualquier otro.

Y una vez que se fija deviene único y necesario, no podría ser otro.

Jean Claude Milner, en su libro “La Obra Clara”6 pone en relación a la ciencia y al

sujeto del psicoanálisis en éste punto en q ambos responden a una ley necesaria y

absoluta al mismo tiempo que contingente.

Dice que:”La letra es como es , sin razón alguna que la haga ser como es; al

mismo tiempo no hay razón para que sea diferente de lo que es. Y si fuese

diferente de lo que es, sería solamente otra letra. A decir verdad, a partir del

6
Milner, de Jean-Claude. “La Obra Clara”. Ed. Bordes Manantial. 1996.
Pág.159/60.
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instante en que es, permanece y no cambia (‘el único número que no puede ser

otro’). Como máximo un discurso puede [se refiere en este caso a la Ciencia] no

cambiarla sino cambiar de letra”.

Este “no podría ser de otro modo que como es” no se funda en la fe

religiosa (“Es el que Es”), sino que resulta de una lógica que abre los márgenes de

determinación del sujeto. No se trata de afirmar que necesariamente no podría

haber sido de otro modo (idea cristiana) , sino por el contrario: ”podría haber sido

de otro modo pero desde que así se inscribe no podría haber sido de otra

manera”. Esta diferencia fundamental es lo que vacía de ser a éste del que

hablamos al mismo tiempo que afirma su existencia lógica, la existencia lógica del

sujeto que surge de esa tirada de dados.

Lo que se produce entonces es “… el paso del instante anterior en el que el ser

hablante podría ser infinitamente otro de lo que es –en su cuerpo y en su

pensamiento- al instante ulterior en el que el ser hablante, debido al hecho de su

contingencia misma se transformó en algo muy parecido a una necesidad eterna”.

Determinismo que no es una condena, un destino inconmovible, sino –insisto- un

marco sin el cual no habría posibilidades de elección para un sujeto.

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