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Universidad de Buenos Aires

Facultad de Psicología

Tesis de Grado: Licenciatura en Psicología

Título: “Adicciones en la sociedad actual: una


perspectiva psicoanalítica”

Autor/a: Carolina Soledad Disantis

D.N.I: 338071240

Tutor/a: María Rizzi

D.N.I: 20665324

Año: 2021

1° Cuatrimestre
Índice

Introducción ............................................................................................................ 2

Planteamiento del Problema ................................................................................... 4

Objetivos ................................................................................................................. 6

Metodología ............................................................................................................ 6

Marco teórico .......................................................................................................... 8

Las adicciones ........................................................................................................ 8

Concepciones sobre la conducta adictiva: DSM V y Psicoanálisis: .............................. 8

Estado del Arte .......................................................... Error! Bookmark not defined.

Desarrollo.............................................................................................................. 16

Sobre las manifestaciones subjetivas de la adicción desde el Psicoanálisis ...... 17

La relación deseo-goce en la sociedad de consumo y en la conducta adictiva .. 19

La función del campo de la palabra en las adicciones en la actualidad .............. 22

Conclusión ............................................................................................................ 25

Referencias bibliográficas .................................................................................... 29

1
Introducción

La presente Tesis de Licenciatura presenta como tema las adicciones en


la actualidad desde una perspectiva psicoanalítica, por lo que el desarrollo del
contenido implica una mirada desde las posturas teóricas freudianas y
lacanianas sobre la adicción. En consideración de ello, se planteará la relación
del deseo y el goce en la conducta adictiva y la dinámica de estos conceptos en
el consumo en el contexto actual. Además, se tendrá en cuenta la importancia
de la función de la palabra como estructurante de la subjetividad en las
adicciones y en la sociedad consumista presente. De manera semejante será
pertinente especificar las adicciones en cuanto a las toxicomanías desde la
postura psicoanalítica.
Será imperante comprender inicialmente las conceptualizaciones sobre
adicción que sostiene el Psicoanálisis poniendo énfasis en la relación objetal del
sujeto adicto y la dinámica del deseo mencionada como eje del aparato psíquico.
Acorde al Psicoanálisis, el sujeto se enfrenta a la persistente restricción
que la realidad material le antepone, limitaciones que generan frustraciones,
pues lo subjetivo se estructura por el deseo, esto es, el deseo es el motor de la
vida del sujeto. En ciertas subjetividades el ser puede metaforizar dicha falta a
través de cadenas de significantes, pero ello no supone que las únicas
manifestaciones del malestar respondan a tal encadenamiento.
Ahora bien, las adicciones aparecen como manifestaciones que
pretenden taponar ese agujero de la falta, son una respuesta ante la castración
simbólica, ante el deseo y lo fálico. En este aspecto las adicciones emergen en
diferentes formas y conductas, por lo que cabe cuestionar si el contexto actual
de la sociedad de consumo implica particularidades en el consumo adictivo y la
postura psicoanalítica al respecto.
El consumo en sí mismo, es pensado como una operación de
incorporación de lo ajeno o externo para que conforme parte de lo interno o
propio, y en tanto la conducta consumista implica una relación con el objeto de
que se consume: en las adicciones sucede una dinámica sujeto-objeto
semejante.
Por su parte, las adicciones en su explicación etiológica resultan una
problemática que puede desencadenarse por múltiples factores siendo el

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contexto social, uno de los ejes más indagados como influyente en el sujeto
adicto. En este sentido, es importante establecer que el contexto social al ser
entramado de sentido también estructura y le otorga al sujeto los significantes
con los que podrá ocupar un lugar como ser hablante.
De esta manera, es notable la relevancia de indagar sobre las adicciones
y sus emergencias en la sociedad actual ya que las dinámicas del deseo y goce,
y la simbolización mediante la función de la palabra atraviesan y dan forma a
ambos constructos.
Desde el psicoanálisis la intención es comprender al sujeto atravesado
por la adicción, y no al individuo rotulado por lo tóxico, es decir, comprender a la
adicción como emergencia ante la imposibilidad de armar un síntoma.
Esta problemática enmarcada en el contexto actual donde el consumo
funciona como un mandato social a seguir, en otras palabras, “consumir para
ser”, se desarrollará acorde a los lineamientos conceptuales freudianos y
lacanianos complementados con aportes de autores contemporáneos,
recuperados en coherencia del contenido de las cátedras que conforman la
Licenciatura en Psicología.

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Planteamiento del Problema

El contexto actual caracterizado por la producción y el consumo, gestado


por modelos políticos y socioeconómicos capitalistas, posibilita un acceso
ilimitado a distintos objetos, gracias a la globalización y el libre mercado,
empujando al sujeto al consumo incesante e inmediato de objetos y a gozar de
manera ilimitada, invitándolo así a taponar con el tener, la falta en ser, que
conlleva todo ser humano por estructura. Esto ocasiona más malestar y
confusión porque la sociedad actual hace creer que por “tener” se es mejor. Pero
desde el Psicoanálisis, se comprende esta falta estructural como la razón del
deseo permanente y el motor de la subjetividad, subjetividad que logra surgir
cuando se intenta no taponar la falta, sino bordearla.
Desde la mirada psicoanalítica se plantea que la pertenencia en la
sociedad, la culturización, ocasiona un malestar que es tanto inherente como
estructurante del sujeto, lo cual se relaciona con las frustraciones de este y las
formas en las que el individuo da respuesta a dichas carencias. Las respuestas
al malestar yoico son variadas y acorde a la postura freudiana, también funcionan
para dar al hombre una sensación de completud engañosa, por ende, la adicción
se considera como un tapón o relleno de la falta.
La comprensión de la adicción desde el Psicoanálisis en el marco de una
sociedad que delimita al sujeto en cuanto a su deseo implica tratar con una
definición y conceptualización compleja, ya que, en los planteamientos clásicos
tanto en Freud como Lacan, las adicciones no han sido específicamente
teorizadas, aunque sí se encuentran las nociones de las estructuras y dinámicas
psíquicas que circundan al sujeto en torno al objeto de su adicción. La conducta
adictiva implica una introyección del objeto, o sea una introducción de objetos
exteriores en la esfera yoica (Ferenczi, 1912). El objeto, en la adicción es la
sustancia consumida por vía corporal para aliviar lo psíquico, pero refiere a una
singularidad que la distingue de cualquier otro tipo de consumo subjetivo. Existe
una dinámica peculiar en lo adictivo: la adicción implica una compulsión de
repetición hacia un objeto que luego toma entidad de sujeto dada por la misma
persona. Se le cede a la droga mayor protagonismo que a su ser. Quien consume
no es sin ello (sin la sustancia) cayendo en la anulación del deseo y dando lugar
a una demanda acuciante, que no encuentra tope, y que por lo tanto busca una

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satisfacción inmediata. Tal es la magnitud de dicha compulsión que termina en
una satisfacción inmediata y desmedida que denota una falla el entramado
significante, donde hay efectivamente una sobrecarga del objeto.
Allí donde existe la adicción a la sustancia existe una palabra o un
significante obturado que debe manifestar-se.
Ahora bien, según Milmaniene (2014) la sociedad actual de consumo
ordena a gozar como una institución de “deber para ser”, lo cual influye en las
manifestaciones subjetivas adictivas o no. De esta manera la ley del consumo
que impone el mercado se denota en las adicciones como formas de actuar
dentro de la estructura familiar del individuo. Así, la escena montada de la
adicción expresa una postura narcisista mediante la cual el sujeto solo se
satisface a través del objeto que consume y con el que se identifica. Lo que
posibilita develar a las adicciones como manifestaciones o evidencias de la
sociedad de consumo refiere al abandono del elemento estructurante de la ley,
el abandono ante la función paterna o la declinación del Padre de la Ley, es decir,
el declinamiento de lo simbólico (Milmaniene, 2014).
Entonces, pensar en las adicciones en la sociedad de consumo actual
implica tener en cuenta que la conducta de consumo parece permitir y sentar las
bases para que lo adictivo sea una respuesta posible para el malestar del sujeto,
y por esta razón no puede definirse a la adicción “como una enfermedad o
anomalía que afecta a la sociedad” (Réquiz, 2000 citado por Blanco González,
2015, p. 7).
No obstante, la adicción como toda manifestación subjetiva reviste de
singularidad y el consumo pensado desde lo socioeconómico no explica
enteramente dichas particularidades, aunque profundizarlas permite una
comprensión más cercana a la problemática del sujeto y su forma de negar la
propia falta.
Acorde a este planteo se disponen como preguntas ejes del trabajo las
siguientes cuestiones:

¿De qué manera emergen las adicciones en la sociedad de consumo actual


desde la perspectiva psicoanalítica?
¿Cuáles son las manifestaciones subjetivas de la adicción según el
Psicoanálisis?

5
¿De qué manera se distingue la relación deseo-goce en el consumo en la
sociedad actual y en la adicción?
¿Cuál es la función de la palabra como estructurante en las adicciones en el
contexto actual?

Objetivos
Objetivo general
Analizar la emergencia de las adicciones en la sociedad de consumo actual
desde la perspectiva psicoanalítica
Objetivos específicos:
- Indagar acerca de las manifestaciones subjetivas de la adicción desde el
Psicoanálisis.
- Develar y distinguir la relación deseo-goce en la sociedad de consumo y en la
conducta adictiva.
- Profundizar sobre la función del campo de la palabra en las adicciones en la
actualidad.

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Metodología

La tesis presente se enmarca en una metodología de tipo cualitativa que


se define como la investigación que maneja datos abstractos, no mensurables y
de los que puede establecerse relaciones. Dado que los datos no pueden ser
cuantificados (De Souza, 2004), se plasmará una articulación de teoría y
conceptualizaciones desde la mirada psicoanalítica, lo que fundamenta la
utilización de la técnica de Revisión bibliográfica para desarrollar la temática.
Dicha revisión es factible mediante la recopilación de fuentes, en este
caso primarias y secundarias, es decir tanto libros de Psicoanálisis, como
artículos y compendios de investigaciones sobre el tema dentro de dicha
corriente psicológica.
Se considera que la implementación de esta metodología permite la
comprensión de un fenómeno subjetivo de complejidad (Sampieri, 2006) debido
a que favorece la contrastación y análisis teórico de los desarrollos
psicoanalíticos.
De esta manera, el análisis de los datos teóricos, revisiones y
articulaciones conceptuales se organizará acorde a los objetivos planteados
previamente para dar cuenta de la temática de manera coherente.

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Marco teórico

El marco teórico sobre el cual se sustentará el desarrollo de los objetivos


de la presente tesis es el psicoanalítico. Para ello, se recogerán los aportes y
planteos de la mirada de Freud y Lacan además de la complementariedad que
suponen las perspectivas de autores contemporáneos como Le Poulichet (1996),
Milmaniene (2014) entre otros.
A su vez resulta pertinente esgrimir las distinciones conceptuales sobre
adicción expuestas por el paradigma psiquiátrico desde lo expuesto en el DSM
V y la comprensión etiológica y discursiva de la misma desde el Psicoanálisis.
Esta diferencia basal será el pilar sobre el que se colegirán las relaciones
conceptuales psicoanalíticas eje y la contextualización actual del consumo y la
adicción mediante escritos de novedad.

Las adicciones

Concepciones sobre la conducta adictiva: DSM V y Psicoanálisis:

Desde el Manual de Salud Mental DSM V se considera a la adicción como


un trastorno mental, en el que media una sustancia (alcohol, cannabis,
alucinógenos, inhalantes, opiáceos, sedantes o hipnóticos, cafeína, tabaco,
anfetaminas y estimulantes y otras sustancias), e incluye también al juego
patológico como una adicción.
Considera a la adicción como resultado de la activación directa general
del sistema de recompensa cerebral, que producen placer. Dado que el DSM V
refiere a una estandarización o categorización de los malestares la referencia de
la adicción previa, deja afuera a cualquier comportamiento de modalidad adictiva
o compulsiva lo cual distingue notoriamente su tratamiento del expuesto por la
Organización Mundial de la Salud (OMS en siglas).
La OMS por su parte reconoce que la adicción no responde
necesariamente a sustancias, sino que puede circunscribirse a patrones
comportamentales existiendo la adicción al sexo, a las compras, a las nuevas
tecnologías (imperativo del estudio de la adicción ante la sociedad consumista

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actual), adicción a la comida o por ejemplo, la adicción vincular o hacia la relación
de pareja, entre otras manifestaciones de índole singular.
En los términos restrictivos del DSM V entonces, la adicción a sustancia
puede implicar la noción específica de lo llamado droga-adicción, o en cuanto a
adicción a sustancia tóxica se la podrá denominar toxicomanía, como lo define
la OMS. Por ello resulta relevante distinguir que el comportamiento adictivo no
siempre refiere a la toxicomanía.
Ahora bien, desde una perspectiva psicoanalítica, desde Freud se
encuentran aportes del psicoanálisis sobre la adicción, por un lado, y sobre la
función del tóxico en un contexto y época determinados por el otro, pero sin
especificidad sobre el tema.
En la Carta 79 a Whilhelm Fliess, Freud (1895) se refiere a la adicción
indicando que: “se me ha abierto la intelección de que la masturbación es el único
gran hábito que cabe designar “adicción primordial”, y las otras adicciones sólo
cobran vida como sustitutos y relevos de aquella” (p. 314). En estos términos la
noción freudiana de lo adictivo refería a la postura autoerótica que supone la
masturbación para el sujeto: el darse placer narcisista desde y hacia su propio
cuerpo, y es en tal sentido, que la adicción opera siempre en torno a la díada
placer-displacer.
Luego, en Tres ensayos sobre teoría sexual, Freud (1905) define al
autoerotismo como la pulsión que se satisface en el propio cuerpo sin estar
dirigida a otra persona. Por otro lado, en Fantasías histéricas y su relación con
la bisexualidad (Freud, 1908) aclara que el acto masturbador está compuesto de
dos elementos: por un lado, la evocación de la fantasía que desatará la tensión
sexual, y por otro, la operación activa de autosatisfacción, que serían los
movimientos mecánicos y tocamientos concretos para producir la excitación
(Naparstek, 2014).
Ahora bien, que Freud indique que esa adicción primordial, esa
masturbación, es autoerótica, significa que prescinde de uno de los dos
elementos del acto masturbador: el de la convocación de la fantasía, por tanto,
la convocación de otro. En este mismo texto, plantea que, en un momento
originario, la acción masturbatoria era una empresa autoerótica para obtener
placer de un determinado lugar del cuerpo, y sólo a posteriori, esa acción

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mecánica se soldó con la fantasía, esto es, fantaseando el objeto (Naparstek,
2014).
Es decir, que le da a la adicción primordial el estatuto de masturbación
puramente erótica, allí donde no hay aún soldadura con la evocación de la
fantasía. Desde aquí se colige que la falta del fantaseo implica la ausencia de
simbolización, el sujeto no metaforiza al objeto como luego lo explicará Lacan
(Naparstek, 2014).
Siguiendo con la Carta 79, todas las otras adicciones segundas a la
adicción primordial sustituyen la masturbación.
Finalmente, si bien la cuestión del autoerotismo y el narcisismo fue
continuada en Introducción al narcisismo (1914) es en El malestar en la cultura
(Freud, 1930) donde se vislumbran mayores aportes: en dicho libro Freud parte
de la idea de que la cultura trae aparejada un malestar que le es inherente, c omo
estructural, independientemente de la época y el contexto.
Acorde a su perspectiva, existen tres fuentes desde las que el sufrimiento
amenaza al ser humano, a saber: el propio cuerpo que envejece y se deteriora
(la noción de la propia finitud); las fuerzas hiperpotentes y destructoras de la
naturaleza, lo que representaría el mundo exterior como fuente de posibles
penurias, y, por último, y acaso el que mayor malestar acusa al sujeto, son los
vínculos con otros seres humanos. Freud explica que, para conseguir la meta
última del ser humano, regido por el principio de placer, de alcanzar la dicha y
mantenerla, por un lado, el sujeto pretende evitar la ausencia de dolor y
displacer, y al mismo tiempo, vivenciar intensos sentimientos de placer.
Pero luego continua con el veredicto de la realidad humana: “ya nuestra
constitución, pues, limita nuestras posibilidades de dicha. Mucho menos difícil es
que lleguemos a experimentar desdicha” (p.76). En la página anterior, plantea lo
siguiente:

La vida, como nos es impuesta, resulta gravosa, nos trae hartos dolores,
desengaños, tareas insolubles. Para soportarla, no podemos prescindir de
calmantes. Los hay, quizás, de tres clases: poderosas distracciones, que
nos hagan valuar un poco nuestras miserias; satisfacciones sustitutivas,
que las reduzcan, y sustancias embriagadoras, que nos vuelvan insensibles
a ellas (p.75).

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En concreto, va a nombrar formas para paliar el dolor inherente a la
cultura, a la religión, el amor, el delirio y la sublimación (el arte y la ciencia). Pero
aclara que, de todos los calmantes, la intoxicación por sustancias es la forma
más eficaz para quitar o paliar el sufrimiento, y de hecho las llama “quitapenas”.
Señala que éstas actúan sobre el quimismo del cuerpo y logran procurar, por un
lado, sensaciones placenteras, pero a la vez también alteran la percepción
sensitiva del mundo exterior impidiendo recibir mociones displacenteras.
Por una parte, entonces, ganancia inmediata de placer, por la otra, cierta
desconexión del ser humano con el mundo exterior, donde es posible sustraerse
de la realidad dolorosa, apremiante e intolerable. Esto último, para Freud, reviste
el carácter peligroso del tóxico, aunque no dice exactamente el porqué de dicha
peligrosidad. Cabe destacar, a diferencia de los otros paliativos para el malestar,
como el amor, la religión o la sublimación, que con los “quitapenas” no se intenta
resolver dicho sufrimiento desde el campo simbólico, el de la palabra.
De ello puede comprenderse que el amor, la religión o la sublimación
permiten o dan lugar a los procesos de simbolización donde emerge la cadena
significante como luego destacará Lacan como pivote de la estructura subjetiva.
Un idéntico desarrollo teórico periférico ocurre en los planteos de Lacan:
la mirada lacaniana no ofrece puntualización sobre la adicción o la adicción a
sustancias, pero sí existen fragmentos que comentan y articulan conceptos en
torno a la problemática desde una mirada psicoanalítica.
Desde la visión lacaniana se distingue la contextualización de lo adictivo
como un reflejo de la relación sujeto-objeto por fuera de lo simbólico: el sujeto
sostiene una compulsión con la sustancia droga, la cual es su objeto de deseo y
la misma funciona como un reemplazo de lo fálico. Esto plantea Lacan (1974) en
el discurso de la clausura de la Jornadas de Estudio de los Cárteles de la Escuela
Freudiana: “(…) de allí el éxito de la droga, por ejemplo, no hay ninguna otra
definición de la droga más que esta, es lo que permite romper el matrimonio con
el pequeño pipí” (p.15). En tal sentido, Lacan retoma lo referido por Freud como
autoerotismo del sujeto por la satisfacción en su propio cuerpo siendo el “pipí” el
órgano que en principio produce un “goce real” hasta el momento en que se
produce la inscripción del falo, es decir, momento en el que el órgano es tocado
por el significante para poder responder a él y trasformar ese órgano en un

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instrumento que permita acceder al Otro, al Otro sexo, por lo tanto, al Otro del
lenguaje. Retomando la cuestión que plantea Lacan de que, efectivamente la
droga permite romper con el falo (Naparstek, 2014), explica que allí se muestra
entonces la verdadera toxicomanía, porque al perderse la regulación fálica se
pierde toda medida, por ende, esta satisfacción desmedida queda por fuera del
campo simbólico.
El campo de lo real, lo imaginario y lo simbólico en Lacan sostiene una
importancia en toda su obra, pero con respecto a la adicción, la forma en la que
plantea el psicoanálisis lacaniano a la toxicomanía es en referencia a la
inexistencia del discurso: en la toxicomanía no hay encadenamiento simbólico ni
propiciación de la palabra, que signifiquen algo del sujeto como sujetado al
deseo, sino que en lo adictivo lo subjetivo queda sin palabra, sin sostén ni
regulación o límite. Lo que acontece es que se calla la falta, se la obtura o tapona
en el cuerpo mismo: lo adictivo implica que la sustancia modifica por completo la
composición química del organismo, generando la intoxicación de dicho cuerpo.
Ahora bien, como punto teórico de importancia vale profundizar en la
cuestión de la palabra, ya que, dentro del planteo de lo simbólico en Lacan, se
comprende a la adicción a lo tóxico (droga específicamente nombrada por Lacan)
como una forma de sujeción a algo que no puede hablarse o metaforizarse en
palabras.

Las particularidades de las toxicomanías desde la perspectiva freudo-lacaniana:

La toxicomanía puede ser entendida por las diferentes miradas del campo
de la salud mental al igual que la noción de la adicción, pero dentro de la

psicoanalisis comprensión plausible psicoanalítica, se puede establecer que la toxicomanía


-toxicomania implica el vínculo adictivo, compulsivo del sujeto que se sujeta a una sustancia

que posee toxicidad, que afecta el quimismo y que puede referirse a drogas o
bien sustancias como el alcohol o el tabaquismo, como lo reconoce el
Psicoanálisis contemporáneo acorde a Ortega Bobadilla (2015).
Dado que se ha delimitado la cuestión del goce en el comportamiento
adictivo, vale remarcar que en la toxicomanía el goce se comprende también por
la inscripción en los registros real, imaginario y simbólico ya mencionados o R-
S-I, expuestos por Lacan (1955-1956) en el Seminario III Las Psicosis.

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Lo que puede denominarse “real” implica todo aquello que no está
mediatizado (o elaborado) en la cadena de significantes. Eso real es con lo que
se encuentra el sujeto cuando se satisface (inmediatamente) como remarca Le
Poulichet (1996). Esa satisfacción inmediata proviene de un momento anterior
donde un objeto de deseo originario pudo ser incorporado por el sujeto,
registrando mnémicamente la experiencia de satisfacción, desde la que todo
posterior deseo emerge.
Para Lacan ello supone recordar la angustia del infante ante la ausencia
de la madre y del pecho materno ya que satisface su necesidad de alimento con
ese cuerpo fragmentado. Ante la ausencia de la madre surge el llanto como
expresión de la falta, lo cual sostendrá la eventual palabra que dará cuenta de lo
que el infante desea y que nombra para que regrese.
La cadena de significantes estructura al psiquismo, delimita una
organización: se nombra para que exista, se simboliza para que exista un sujeto-
sujetado-al-lenguaje. En consecuencia, como lo indica Lacan en el Seminario III,
el lenguaje, la posibilidad de la palabra es la evidencia de que se ha instaurado
una legalidad, una norma que separa la célula bebé-madre… esa ley no es más
que la función paterna (o algo que funcione como tercero entre dicha célula). En
esta dinámica de instauración de la ley simbólica puede ser pensada también la
adicción y la toxicomanía: la sustancia tóxica es aquello que reemplaza al
significante y por dicho reemplazo, lo simbólico se disipa y el sujeto se cosifica
se hace-uno-con-la-sustancia en la búsqueda de la satisfacción inmediata. Como
lo indica Ortega Bobadilla (2015):

(…) la toxicomanía se sitúa en el intervalo que separa la perversión de la


psicosis, según la clínica razonada en la teoría lacaniana, sin llegar a ser
del todo una estructura clínica, oscilando la posición del sujeto adicto entre
esos dos mundos aparentemente incompatibles. Por la droga y en
búsqueda de la droga se tocará el terreno de la violencia del deseo sin
restricciones, el terreno del Mal que es el otro nombre del deseo. El pasaje
al acto y otras formas de substitución del lenguaje serán así corrientes en
el quehacer del drogadicto (p. 4).

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Es importante aclarar que según lo planteado por Naparstek (2014), la
toxicomanía desde lo psicoanalítico parece responder a ese puro autoerotismo:
“es decir, donde efectivamente, la droga permite romper con el falo y se pierde
toda medida” (p. 48). A ello agrega que: “la posible ruptura con el falo es lo que
hace que se pase a la manía por lo tóxico, entendiendo a la manía, como aquello
que lleva al sujeto por fuera de un anclaje fálico” (p. 48).
Lo que plantea Lacan (1955-1956) con respecto a la cosificación del sujeto
por la confusión o simbiosis con la sustancia que se produce en la adicción a lo
tóxico se comprende en las originarias nociones de Freud (1925) de la amalgama
primaria entre sujeto y objeto, ya que inicialmente en el aparato psíquico no
existe tal distinción y la comprensión del mundo se genera desde dicha confusión
guiada enteramente por el principio de placer que luego irá cobrando otros
matices acordes a las sustituciones en las que el sujeto pueda reencontrar al
objeto del que se separó.

Estado del arte

Si bien lo precisado sobre la adicción y las toxicomanías desde el


Psicoanálisis reviste un basamento teórico de relevancia, ello no refiere
particularmente a las manifestaciones de lo adictivo en el sujeto acorde al
contexto contemporáneo del consumo. La consideración de la contextualización
del consumo adictivo implica reconocer primeramente al consumo como una
norma autoritaria actual del modelo capitalista, como se había mencionado, en
la cual al igual que en la adicción a lo tóxico, se insta a gozar, a taponar el deseo
en la identificación del sujeto con el objeto mismo, un regreso a la posición
narcisista y autoerótica planteada por Freud.
En las sociedades donde el consumo simboliza una posición, un status,
cabe la posibilidad de que las subjetividades adictivas develen singularidades a
profundizar.
Para Staude (1998) el consumo adictivo presenta

un “montaje adictivo” que sirve para dar forma a un yo que intenta paliar
la amenaza de algo insoportable. La droga ayuda a mantener la ilusión

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“maníaca” de fortaleza yoica y de dominio sobre el propio cuerpo y sobre
el mundo (…) El “montaje adictivo” se centra en la procuración del objeto-
droga, e implica el rechazo a pasar por el Otro, así como la
instrumentación del otro como medio para acceder a la satisfacción que
la droga aporta (citado por Lutereau y Belucci, 2017, pp. 16-17).

Según Milmaniene (2014), la sociedad de consumo le facilita al sujeto un


escenario donde puede “actuar” su falta y en esta oferta, la adicción emerge
como un pacto con el objeto ya que solo ésta sustancia o conducta satisface al
individuo, engañado y evadiendo la falta originaria. Milmaniene (2014) compara
a la sociedad del mercado consumista con los pactos incestuosos históricos de
las familias, que generaban transgresiones y distorsiones actuadas de los hijos
(s.p.).
En su análisis de la sociedad posmoderna agrega que, tal como se
planteaba en la postura lacaniana de lo simbólico, en la actualidad hay una
exclusión de la dimensión de la falta mediante su negación y ante ello sostiene
que:
la política del psicoanálisis implica un acto de confrontación radical con la
sociedad de consumo, dado que ésta exalta la desmentida como su
mecanismo defensivo esencial: la experiencia poética del amor es
desmentida por el encuentro fetichístico de los cuerpos; (…) la experiencia
del placer, por la posesión exagerada de objetos (…) (s.p.).

No obstante, Naparstek (2014) explicará que la actualidad no presenta


una multiplicidad de variantes para responder al malestar subjetivo, sino que
existe un único camino: el consumo. Lo que emerge como múltiple son las
opciones de qué objeto consumir y por ello se puede indicar en concordancia
con Ortega Bobadilla (2015) que la adicción implica una posición perversa en
torno al objeto.
De esta manera la falla en la instauración de lo simbólico como en el caso
clínico de la psicosis, genera la alienación del individuo (no sujeto) en el
consumo.
En la sociedad consumista siempre existe un mecanismo de referencia
con el otro, es decir, existe un reflejo especular con lo que otro tiene o es, por lo

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tanto, el objeto que la sociedad ofrece facilita su consumo: en este sentido, Le
Poulichet (1996) indica que la toxicomanía, no se encuentra predeterminada en
el sujeto, sino que “se aprehenden en un efecto de espejo” (p. 47). Lo que implica
esta especularidad es que la experiencia con lo tóxico y la toxicomanía en sí, es
particular.
Lo que ocasiona el consumo como norma en las subjetividades según lo
antedicho implica entonces, que el sujeto entrega su subjetividad, su
singularidad y vida al sistema objetal que le ofrece el mundo exterior. En esa
dinámica dominada por el sistema de la mercancía el sujeto, dirá Pavón Cuellar,
se engaña, cree que simboliza. A ello se refiere Milmaniene (2014) con respecto
a que el Psicoanálisis ante la sociedad de consumo funciona para desmentir
estos engaños.
Finalmente, el autor explica que el sistema capitalista que demarca a la
sociedad consumista es caprichoso, al igual que el comportamiento adictivo que
goza cuando cree que se satisface y siente placer, y lo que aún es más negativo
cree que puede desalinearse cuando no existe operación inversa de la función
de lenguaje nunca instaurada y a la cual retornar.
Ante ello, la salida posible al consumo es encontrarse allí donde la falta
es reconocida, donde el sujeto reconoce que el objeto perdido está y pueda decir
su ausencia.

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Desarrollo

Sobre las manifestaciones subjetivas de la adicción desde el Psicoanálisis

Acorde a la perspectiva sobre la adicción como cuestión particular y


subjetiva, se puede indicar que en dicha particularidad se encontraría tanto el
sujeto (sujetado a lo tóxico, cuestión a debatir) y su cuerpo como un medio sobre
el que opera el farmakon, dirá Le Poulichet (1996). La autora plantea la operación
del farmakon, aquella que designa el acto característico de una toxicomanía. El
concepto de farmakon proviene de la obra de Derrida, que a su vez se inspiró en
Platón. Esta palabra griega tiene un sentido ambiguo: significa tanto veneno
como remedio. El cuerpo se encuentra saturado por lo tóxico y por ello, el sujeto
no puede representar la falta ni tampoco significarla mediante el discurso: el
cuerpo del sujeto en tanto envase que se satura de lo consumido y que también
se lesiona si reaparece la falta de la sustancia.
En esta disposición corporal, a merced del farmakon y su efecto, emerge
la figura del miembro fantasma. Es importante explicar que la sustancia-objeto
en la toxicomanía funciona taponando la falta, una insatisfacción, y, por ende,
rellena el vacío, toma el lugar de la vacuidad.
Ahora bien, si la sustancia-objeto rellena el hueco de la falta, el consumo
de ésta genera una satisfacción inmediata, y sin su ingesta reaparece el vacío:
el hueco es manifestado en el sujeto como una amputación, la incompletud del
cuerpo insatisfecho que duela lo faltante.
El miembro ya no está allí y en su lugar, el malestar y dolor sí.
Dirá Le Poulichet (1996) al respecto:

Esta evocación de un miembro fantasma, como un órgano ausente que


empero produce dolor, designa, sin duda, una forma de paradoja situada
en el centro de ese cuestionamiento sobre la abstinencia. Me servirá de
apoyo para articular dos dimensiones esenciales de la operación del
farmakon, que son lo alucinatorio y el dolor (p. 54).

De esta manera se puede comprender que, si el cuerpo expresa en el


cese del consumo una dolencia, ello remite a que, el consumo funciona
subjetivamente como una ficción o alucinación de satisfacción inmediata. Sobre

17
ello, Freud (1895) explica que lo alucinatorio de la satisfacción primaria del deseo
se entiende porque es reactivada la vivencia de satisfacción ligada al objeto del
deseo mediante la imagen mnémica del mismo.
Existe entonces un registro del objeto deseado y su investidura libidinal,
por lo que su recuerdo (alucinado) produce una satisfacción ficcionada,
aparente.
Si bien puede colegirse que esta alucinación refiere a la satisfacción
primaria, la vivencia subjetiva sobre la satisfacción por el consumo del farmakon,
debe indagarse según cada sujeto, puesto que la falta que es taponada por la
sustancia, es completamente singular.
En este sentido vale decir que las manifestaciones subjetivas son
diversas, heterogéneas, ya que el dolor por la ausencia del objeto de deseo es
una representación, una forma de respuesta (Le Poulichet, 1996). Una respuesta
a “una falta de elaboración del cuerpo, que evoca, según las diferentes
toxicomanías, una perturbación del narcisismo” (Le Poulichet, 1996, p. 67).
Consecuentemente, si el cuerpo falla en elaborar la falta, ello solo puede
implicar una imposibilidad de simbolización… la operación del farmakon, de lo
tóxico tiene lugar fuera del entramado de significantes: la manifestación subjetiva
en la toxicomanía así, escapa de considerarse sintomática puesto no existe
metaforización del malestar mediante la cadena significante, en cambio el sujeto
y el cuerpo obturado por el tóxico se hacen uno (Le Poulichet, 1996), y ante ello…
¿en la toxicomanía podemos hablar de sujeto?.
Ahora bien, ante la manifestación del malestar subjetivo y el dolor por el
objeto deseado ausente ¿de qué manera se actúa en el dispositivo
psicoanalítico?: en el tratamiento de casos clínicos sobre histeria, Freud (1917)
incorporó el uso de sustancias que, en su efecto en el cuerpo provocaba
síntomas, pero estos no podían descomponerse en análisis, lineamiento
freudiano. Esta consideración se sostiene en la noción de que el síntoma efecto
del consumo no posee un sentido, y carente de significación, no hay
develamiento posible sobre él.
Vale decir, el consumo adictivo genera un acallamiento de la palabra y por
lo tanto no habría síntoma allí, es decir, la adicción no puede tomarse como
síntoma desde el dispositivo psicoanalítico porque la sustancia silencia los
significantes, “hace como si” no existiera una falta.

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Le Poulichet (1996) recordando a Freud reafirma que “el tóxico no tiene
nada para significar y que pertenece al campo de lo real” (p. 100), un más allá
del lenguaje. Tal idea refiere a considerar a la llamada sustancia-objeto como un
“incógnito”, esto es; en la adicción es difícil hallar al sujeto, y tampoco puede
entenderse al objeto de igual forma que aquel de la relación objetal porque el
sujeto está ausente.
Ante la ausencia o borramiento subjetivo a causa de la operación del
farmakon, vale cuestionarse sobre como abordar esa incógnita más-allá-de-los-
significantes, para lo cual ha de admitirse que la toxicomanía es en sí misma,
paradójica.

La relación deseo-goce en la sociedad de consumo y en la conducta


adictiva

En cuanto a la relación deseo-goce, se puede decir que la sociedad de


consumo le induce al sujeto, objetos a desear, todos ellos sustituciones del
objeto de deseo original y, por ello, funcionan como elementos de ficción. Pero,
que se ficcione no quiere decir que se simboliza: el sujeto está atravesado por el
goce, que se produce en la satisfacción inmediata (alucinatoria) por el consumo
y la operación del farmakon. Esto supone que el goce no responde a lo
simbolizable, es decir que se ocasiona ante “el encuentro con algo ´real´” (Le
Poulichet (1996, p. 115).
Eso real, lo es porque no puede expresarse en la cadena significante, sólo
es; y, por tanto, no existe forma de metaforizarlo, reemplazarlo, sustituirlo.
Entonces ante la imposibilidad de sustitución, ¿qué lugar tiene el deseo en la
adicción?... pues ninguno, o el de la ausencia.
Cuando se efectúa la operación del farmakon como lo dice Le Poulichet
(1996), la adicción funciona para mantener esa maquinaria de consumo, puesto
que nada más importa, esto es: ese algo real y el cuerpo, que, más que cuerpo
es máquina, es omnipresente y ante ello, el deseo no está compuesto, no existe
trama de lenguaje para simbolizar, solo hay ese real que genera goce, o bien lo
incógnito, como se mencionó previamente.

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No obstante, hay toxicomanías que se presentan dando lugar a otras
manifestaciones, y la especificidad de cada una de ellas se funda en como se
conducen en cuanto al goce y al deseo: ciertas toxicomanías radicales, dirá Le
Poulichet (1996) se sostienen por reafirmar la claudicación del deseo y la
persistencia del goce. En estos casos, se cuida de la “máquina”, esto es, un
cuerpo que, si bien no se ha perdido, sí se ha automatizado según el consumo
de la sustancia, como se explicó previamente. En estos mecanismos tóxicos, no
existen códigos, ni significantes primordiales, Padre u Otro, por tanto, quien
consume es el único que puede preservar la maquinaria consumista, adicta,
eliminando todo deseo. Además, puede considerarse que actualmente, la
sociedad dictamina una nueva legalidad o normativa (un código) de consumo
explícita, una forma de regulación al sujeto acorde a lo que posee o tiene.
He aquí donde ciertos tipos de toxicomanías pueden dar lugar a
patologías psicóticas, o bien, asemejarse a ellas puesto que, en ambas
condiciones, existe una suplencia del deseo por una postura narcisista. De esta
manera en las adicciones radicales se niega u omite la ausencia (no se registra
la falta), y se “exilia el deseo”, además de que la operación del farmakon funciona
para armarse un nuevo cuerpo, aunque dicho cuerpo no sea tal, sino una
máquina, sometida al andamiaje del goce del Otro (Le Poulichet, 1996).
En la toxicomanía, y también en el consumo determinado por la sociedad,
resulta difícil, sino incierto, precisar qué tipo de objeto resulta satisfactorio según
cada estructura psíquica, no sólo por la multiplicidad de ofertas de consumo sino
porque la selección del farmakon quizás no recae en sus cualidades, más bien
recae en que responda a la inmediatez de taponar la falta: compréndase, el
objeto debe funcionar rellenando el agujero, debe serle económico al sujeto para
que no se cuestione sobre su malestar y ofrecerle una engañosa completud.
En efecto, el consumo adictivo es económico pues evita toda operación
de simbolización sobre la falta en el sujeto, como acontece en patologías como
el duelo o la depresión.
Pero ¿qué es lo que se economiza en la toxicomanía?: se economiza el
deseo. Resulta esto una paradoja (como el abordaje de la toxicomanía misma),
puesto que el deseo emerge en las relaciones humanas mismas y del sujeto
consigo mismo, y aún así, hay formas de omitirlo, taparlo, callarlo que generan
como consecuencia perturbaciones y malestares en estas dinámicas. Alberro

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(2014) establece que la falta de deseo, deseo considerado como un más allá de
la necesidad, sería un regreso a la animalidad, esto es, una destrucción de la
civilización.
Así, las civilizaciones luchan permanentemente por lo que desean o lo que
socialmente se construye o erige como “lo valioso”, siendo la obtención de lo
deseado una consecución de poder.
Vale aclarar que, en las sociedades de consumo capitalista, los códigos
simbólicos de valor son tan amplios que el acto de consumir objeto tras objeto,
debido a que son indeterminados y débiles, intercambiables, si se quiere; puede
dar lugar a las llamadas “adicciones generalizadas” y de esta manera, todo o
cualquier sujeto es adicto a “algo” (Lutereau y Belucci, 2017).
Ahora bien, en la sociedad de consumo los bienes, las cosas, simbolizan
algo para el sujeto, principalmente simbolizan la capacidad de obtener (tener y
ser) aquello que también puede ser deseado por otro, en plena competencia
entre sujetos (Alberro, 2014).
Esto no acontece en la toxicomanía, sino una operación opuesta: quien
consume no lo hace por desear lo que desea o posee otro, sino para no desear
y fingir la ausencia de falta, nuevamente. En tal caso, la competencia y lucha
interna se da entre el sujeto que intenta simbolizar reconociendo la falta y el
maquinista que va tras el consumo para encontrarse con algo “real” que le
implica un goce. Por ello, según Alberro (2014), las adicciones, los consumos
excesivos responden a un “miedo al vacío”, o bien en términos lacanianos a un
“deseo de no tener falta” (o denegación). Lutereau y Belucci (2017) explican
sobre esto que:

El adicto sostiene una máscara yoica, que puede llegar a una inflación
“maníaca” del yo, y que permite sortear la angustia, el dolor, la inhibición
y el síntoma, esto es, las marcas de la división subjetiva (y de la
castración). La droga funciona también, para el adicto, como la promesa
de salir de un estado de vacío, marcado por la abulia y el desinterés, o por
diversos estados de tonalidad depresiva (p. 8).

De esta manera se puede pensar en las adicciones en la sociedad actual


como enfermedades del vacío, que acorde a Alberro (2014) serían las

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manifestaciones de la depresión, el pánico, el insomnio. Como se mencionaba
anteriormente, el duelo y la depresión son formas de respuesta ante ese “deseo
de no tener falta”, una suerte de sentir-se muerto, simular la muerte para no
temer a la muerte (Fédida, 1978), lo cual se comprende en una sociedad actual
que facilita y promueve un consumo constante.

Ahora bien, el consumo excesivo es una elección del sujeto mismo,


aunque la sociedad le facilite o proponga objetos de consumo, y es en esa
dinámica de oferta-demanda donde, como indica Alberro (2014):

El consumo en exceso de cualquier objeto ha ido transformando al sujeto


en objeto de consumo provocando estos sufrimientos. El capitalismo
global impone un sometimiento, que se apoya en un miedo al vacío.
Mediante el consumo este vacío será llenado de cosas. Pero es un vacío
lleno que ha perdido su dimensión trágica. Ya no constituye una palanca
liberadora (s.p.).

Entonces, vale decir que en la toxicomanía se ha perdido el encuentro del


sujeto con lo traumático porque este es taponado de objetos y así, el sujeto
pierde los códigos para referirse sobre su malestar, pero el consumo en la
sociedad actual si bien fomenta las “adicciones generalizadas” estas pueden
significar su malestar más o menos desdibujando al sujeto, no eliminándolo
completamente.

La función del campo de la palabra en las adicciones en la actualidad

Como se indicaba anteriormente, en las adicciones actuales la palabra se


pierde en el taponamiento de la falta con los objetos consumidos. Esto puede
remitir a una caída del entramado del lenguaje, a una pérdida completa de los
códigos y de lo simbólico, como sucede en la toxicomanía, o no.
Cada consumo adictivo se manifiesta acorde a lo que el sujeto expone de
ella en una “escena”, en la que el “sujeto atestigua su sufrimiento en la palabra”
(Le Poulichet, 1996, p. 170). Pero, no siempre hay palabra como testimonio del

22
malestar y ante ello emerge lo adictivo, el tóxico, que resulta en una forma
incógnita de poner en escena la falta.
Esta escenificación es armada en análisis por el adicto, pero resulta muy
difícil la instauración de la transferencia con el analista, porque:

Si la palabra concurre a una forma de efracción, si el trabajo del


pensamiento es referido a un peligro, ello ocurre sin duda porque no se
pone en juego una dimensión de “la ausencia” que deje libertad a las
palabras. Los decires, en el acto de proferirse, no parecen desprenderse
verdaderamente para dejar caer al objeto real que los causa (Le Poulichet,
1996, p. 175).

En las toxicomanías de la suplencia, aquellas en las que se exilia el deseo


para dar lugar a un nuevo cuerpo en formato de máquina, la transferencia
difícilmente se consigue, porque la palabra no se ajusta a la falta ni al deseo del
Otro: es quien maneja la “máquina” quien tiene el control del malestar, de ese
nuevo cuerpo.
Cabe distinguir que la importancia de la palabra se enmarca en la
situación de análisis con el sujeto, puesto que es en la dinámica transferencial
donde se construye la palabra elaborada por la falta, por la ausencia. Por ello,
como dirá Le Poulichet (1996), si existen relaciones primarias con el Otro, débiles
o insuficientes, el sujeto puede simbolizar la falta armando su “novela familiar” ,
su “escena”, dentro de la “escena” del análisis.
De esta manera la palabra, al estar perdida por la adicción y el
taponamiento que genera el objeto, deberá surgir para que pueda recuperarse
el cuerpo que se ha transformado en máquina, aunque ello no suele lograrse en
las toxicomanías del suplemento porque no hay deseo allí, solo goce. En este
sentido, se puede pensar que en las condiciones radicales de adicción el sujeto
está completamente velado y la demanda analítica está “dispuesta a fallar” desde
un primer momento (Le Poulichet, 1996).
Sin embargo, este es el intento en las adicciones: reconstituir el deseo en
esa “máquina” operando la falta en el marco de la transferencia analítica, para
que ello dé lugar a la palabra, un relato.

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La palabra perdida deberá ser reencontrada para que allí emerja el sujeto,
sostenido por la cadena de significantes, el Padre y el Otro. Es decir, que
reaparezca el deseo para que el malestar taponado por lo tóxico, se elabore y
simbolice.

En este punto resulta relevante indicar que el campo de la palabra es tanto


un marco que se borra en la toxicomanía como la esperanza de su reinstauración
en el análisis, y que, la existencia o no de los decires pueden dar lugar a plantear
posibilidades de cura, basadas en la transferencia, en la posibilidad de que el
sujeto construya una novela ante el Otro analista.

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Conclusión

La temática de las adicciones en la actualidad desde la perspectiva


psicoanalítica ha denotado una compleja investigación bibliográfica, pero
relevante por su relevancia en la sociedad y por la mirada particular que posee
la mirada del Psicoanálisis sobre las toxicomanías, aun sin haber especificado
sobre ellas en el campo teórico clásico.
No obstante, la manera de desentramar a la cuestión de la toxicomanía
implicó revisar varios conceptos que circunscriben o delinean al consumo
adictivo actual. Por ello se partió desde la base teórica freudiana la cual planteó
las nociones de compulsión de repetición, habituación, placer y displacer,
necesidad y deseo, todos ellos elementos del andamiaje de la adicción. A su vez,
fue importante destacar las interpretaciones lacanianas sobre dichos conceptos
y el lugar que ocupa el deseo, el goce y la palabra en el consumo adictivo,
especialmente porque ante lo adictivo se cuestionó si existe en dicha condición
un sujeto o el mismo esta desdibujado.
De esta manera se dispuso la noción de que la adicción presenta
manifestaciones subjetivas con particularidades y que, en su singularidad puede
no considerársela como síntoma, sino como una respuesta alternativa al
malestar ante la falta original. Ello implicó indagar sobre la conceptualización de
adicción y de lo tóxico, ante lo cual el psicoanálisis explica la disposición
compulsiva ante algo como un tapón que rellena el agujero de la ausencia en el
sujeto, aquello que lo hace “sujetado a”, y por ello siempre está barrado.
Pero, en tal distinción, se comprendió que dicho taponamiento produce un
engaño de completud en la que lo adictivo consume a lo subjetivo, y, por ende,
el objeto consumido o el tóxico, se hace uno con el sujeto: ya no existe sujeto
sino la sustancia-objeto. Este desdibujamiento del sujeto supone que no existe
sintomatología en la adicción, sino que la falta no tiene un sentido posible de ser
expresado mediante la cadena de significantes, de manera tal, que el adicto no
simboliza su padecimiento, lo deniega, como indicará la perspectiva lacaniana.
En este sentido, se estableció que, en la adicción, lo que es consumido
rellena el agujero de la falta a manera de ficción, mediante la cual se cree que la
falta no existe y el vacío que genera tampoco. Hay una obturación y saturación

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del vacío por el tóxico que de manera compulsiva se incorpora (e introyecta) para
lograr una satisfacción inmediata.
Entonces, el objeto consumido, la sustancia tóxica ocasiona un encuentro
de algo real en dicha satisfacción, que no puede ser sustituido por significantes.
Sin embargo, las toxicomanías más radicales en las que opera la
denegación y la falta de simbolización no son las únicas formas de consumo
adictivo actuales, puesto que la sociedad de consumo promueve el exceso como
parte de la identidad subjetiva: tener para ser. Aun así, en las adicciones
generalizadas, producto de la sociedad de consumo, pueden existir
manifestaciones subjetivas factibles de significarse en el entramado del lenguaje,
puesto que no consiguen la caída de la cadena del significante necesariamente
como en los casos más extremos, en los que usualmente una toxicomanía puede
dar lugar a una psicosis, por ejemplo.
De esta manera una sociedad donde su máxima es el consumo, la
demanda y la oferta, facilita manifestaciones subjetivas adictivas donde el vacío
se rellena, como en el pánico, la depresión y la ansiedad.
Por otra parte, el deseo y el goce emergen en el consumo como
formadores de respuestas al malestar, y a su vez, desde la mirada clínica,
permiten distinguir las modalidades de las toxicomanías en radicales o de
suplencia y en otras adicciones que pueden llamarse las “generalizadas”. Como
se explicó anteriormente, en las toxicomanías de suplencia el deseo está
exiliado, la falta está rellenada por la sustancia y el cuerpo se encuentra con un
real en su satisfacción inmediata: allí no hay deseo ni palabra. En cuanto a las
adicciones generalizadas, son todas las que la sociedad actual ha fomentado y
sostenido como manera de tapón de los agujeros de la falta, pero manteniendo
la simbolización: allí hay deseo, pero es permanentemente satisfecho con
objetos y el malestar, puede ponerse en palabras.
De esta manera, el cuerpo en la toxicomanía de la suplencia se ha
transformado en algo automático dispuesto al goce, esto es al mero consumo
que le habilita al sujeto (que ya no es sujeto) ficcionar la ausencia de falta.
En tanto en las adicciones generalizadas, el cuerpo se preserva como
envase y a su vez, puede elaborar la falta.
Estas diferenciaciones en cuanto a las condiciones en la que emerge cada
adicción y su particularidad tornan específico al camino del análisis, pero éste

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adecuará su andamiaje en consideración de la existencia o no de la palabra. Por
eso resulta imperativo indicar que las adicciones pueden tratarse por fuera del
campo de lo sintomático, pues allí no hay representación del malestar porque “la
falta está ausente”. La toxicomanía se erige como una manifestación narcisística
en la que el sujeto y su cuerpo son uno solo, y en tanto lo corporal es
omnipresente y solo su satisfacción importa.
En esa automatización propia del consumo (como compulsión de
repetición y habituación como lo indicaba Freud), el campo de la palabra deja de
ser un eje de sentido para ese sujeto, que en tanto autómata abandona el
entramado del lenguaje y carece de cadena de significantes para hablar su
malestar.
El campo de la palabra implica la posibilidad de tener herramientas de
simbolización de la falta, de manera que el deseo continúe su “circuito” y
preserve la vida, pero ante la ruptura o la caída de dicha red de contención, no
hay Padre ni Otro que puedan sostener al padecer ni ponerlo en palabras. El
tóxico entonces opera (la operación del farmakón) como tapón, parche de esa
ruptura a veces, y otras veces, como anulación ficticia del agujero.
La palabra en el dispositivo analítico se presta en la transferencia para
permitirle al sujeto relatar sobre ese malestar, novelar la falta, pero ello no es un
camino fácil, puesto que como se indagó, ciertas disposiciones toxicomaníacas
saturan la falta de tal forma que la palabra no puede “escenificarse”. Por ello no
es inusual enfrentarse a toxicomanías acompañadas de psicosis, puesto que esa
caída del entramado del lenguaje escinde y aliena al sujeto de su cadena de
significantes: allí no hay significante que pueda instaurarse para el retorno de lo
subjetivo… la sustancia-objeto, o el objeto-droga (dirán Lutereau y Belucci)
“representan” el bastón sobre el que se apoya el ser.
Estas exposiciones han permitido profundizar sobre las adicciones
actuales, tanto para distinguir sus formas como para indagar si en algunas de
ellas o en todas, o en ninguna, se inscribe un sujeto.
Ante ello se devela que el sujeto no siempre está presente en el consumo
adictivo y que esta particularidad, que determinará lo singular de poder o no
poner en palabras el malestar (el agujero o vacío) permite considerar a las
adicciones como formaciones que responden a otra cosa que no es un síntoma.

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Así, poder esgrimir otra posibilidad por fuera de lo sintomático habilita a
un camino de cura diverso mantenido en el caso a caso, donde el síntoma no
predetermina al sujeto padeciente.
Ahora bien, si la adicción y específicamente la toxicomanía no refieren a
un síntoma, habrá allí una operatividad diferente, una economía peculiar que ha
de construirse en el análisis mismo.

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