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"Adicciones en La Sociedad Actual Una Perspectiva Psico - NO TAN IMP
"Adicciones en La Sociedad Actual Una Perspectiva Psico - NO TAN IMP
Facultad de Psicología
D.N.I: 338071240
D.N.I: 20665324
Año: 2021
1° Cuatrimestre
Índice
Introducción ............................................................................................................ 2
Objetivos ................................................................................................................. 6
Metodología ............................................................................................................ 6
Desarrollo.............................................................................................................. 16
Conclusión ............................................................................................................ 25
1
Introducción
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contexto social, uno de los ejes más indagados como influyente en el sujeto
adicto. En este sentido, es importante establecer que el contexto social al ser
entramado de sentido también estructura y le otorga al sujeto los significantes
con los que podrá ocupar un lugar como ser hablante.
De esta manera, es notable la relevancia de indagar sobre las adicciones
y sus emergencias en la sociedad actual ya que las dinámicas del deseo y goce,
y la simbolización mediante la función de la palabra atraviesan y dan forma a
ambos constructos.
Desde el psicoanálisis la intención es comprender al sujeto atravesado
por la adicción, y no al individuo rotulado por lo tóxico, es decir, comprender a la
adicción como emergencia ante la imposibilidad de armar un síntoma.
Esta problemática enmarcada en el contexto actual donde el consumo
funciona como un mandato social a seguir, en otras palabras, “consumir para
ser”, se desarrollará acorde a los lineamientos conceptuales freudianos y
lacanianos complementados con aportes de autores contemporáneos,
recuperados en coherencia del contenido de las cátedras que conforman la
Licenciatura en Psicología.
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Planteamiento del Problema
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satisfacción inmediata. Tal es la magnitud de dicha compulsión que termina en
una satisfacción inmediata y desmedida que denota una falla el entramado
significante, donde hay efectivamente una sobrecarga del objeto.
Allí donde existe la adicción a la sustancia existe una palabra o un
significante obturado que debe manifestar-se.
Ahora bien, según Milmaniene (2014) la sociedad actual de consumo
ordena a gozar como una institución de “deber para ser”, lo cual influye en las
manifestaciones subjetivas adictivas o no. De esta manera la ley del consumo
que impone el mercado se denota en las adicciones como formas de actuar
dentro de la estructura familiar del individuo. Así, la escena montada de la
adicción expresa una postura narcisista mediante la cual el sujeto solo se
satisface a través del objeto que consume y con el que se identifica. Lo que
posibilita develar a las adicciones como manifestaciones o evidencias de la
sociedad de consumo refiere al abandono del elemento estructurante de la ley,
el abandono ante la función paterna o la declinación del Padre de la Ley, es decir,
el declinamiento de lo simbólico (Milmaniene, 2014).
Entonces, pensar en las adicciones en la sociedad de consumo actual
implica tener en cuenta que la conducta de consumo parece permitir y sentar las
bases para que lo adictivo sea una respuesta posible para el malestar del sujeto,
y por esta razón no puede definirse a la adicción “como una enfermedad o
anomalía que afecta a la sociedad” (Réquiz, 2000 citado por Blanco González,
2015, p. 7).
No obstante, la adicción como toda manifestación subjetiva reviste de
singularidad y el consumo pensado desde lo socioeconómico no explica
enteramente dichas particularidades, aunque profundizarlas permite una
comprensión más cercana a la problemática del sujeto y su forma de negar la
propia falta.
Acorde a este planteo se disponen como preguntas ejes del trabajo las
siguientes cuestiones:
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¿De qué manera se distingue la relación deseo-goce en el consumo en la
sociedad actual y en la adicción?
¿Cuál es la función de la palabra como estructurante en las adicciones en el
contexto actual?
Objetivos
Objetivo general
Analizar la emergencia de las adicciones en la sociedad de consumo actual
desde la perspectiva psicoanalítica
Objetivos específicos:
- Indagar acerca de las manifestaciones subjetivas de la adicción desde el
Psicoanálisis.
- Develar y distinguir la relación deseo-goce en la sociedad de consumo y en la
conducta adictiva.
- Profundizar sobre la función del campo de la palabra en las adicciones en la
actualidad.
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Metodología
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Marco teórico
Las adicciones
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actual), adicción a la comida o por ejemplo, la adicción vincular o hacia la relación
de pareja, entre otras manifestaciones de índole singular.
En los términos restrictivos del DSM V entonces, la adicción a sustancia
puede implicar la noción específica de lo llamado droga-adicción, o en cuanto a
adicción a sustancia tóxica se la podrá denominar toxicomanía, como lo define
la OMS. Por ello resulta relevante distinguir que el comportamiento adictivo no
siempre refiere a la toxicomanía.
Ahora bien, desde una perspectiva psicoanalítica, desde Freud se
encuentran aportes del psicoanálisis sobre la adicción, por un lado, y sobre la
función del tóxico en un contexto y época determinados por el otro, pero sin
especificidad sobre el tema.
En la Carta 79 a Whilhelm Fliess, Freud (1895) se refiere a la adicción
indicando que: “se me ha abierto la intelección de que la masturbación es el único
gran hábito que cabe designar “adicción primordial”, y las otras adicciones sólo
cobran vida como sustitutos y relevos de aquella” (p. 314). En estos términos la
noción freudiana de lo adictivo refería a la postura autoerótica que supone la
masturbación para el sujeto: el darse placer narcisista desde y hacia su propio
cuerpo, y es en tal sentido, que la adicción opera siempre en torno a la díada
placer-displacer.
Luego, en Tres ensayos sobre teoría sexual, Freud (1905) define al
autoerotismo como la pulsión que se satisface en el propio cuerpo sin estar
dirigida a otra persona. Por otro lado, en Fantasías histéricas y su relación con
la bisexualidad (Freud, 1908) aclara que el acto masturbador está compuesto de
dos elementos: por un lado, la evocación de la fantasía que desatará la tensión
sexual, y por otro, la operación activa de autosatisfacción, que serían los
movimientos mecánicos y tocamientos concretos para producir la excitación
(Naparstek, 2014).
Ahora bien, que Freud indique que esa adicción primordial, esa
masturbación, es autoerótica, significa que prescinde de uno de los dos
elementos del acto masturbador: el de la convocación de la fantasía, por tanto,
la convocación de otro. En este mismo texto, plantea que, en un momento
originario, la acción masturbatoria era una empresa autoerótica para obtener
placer de un determinado lugar del cuerpo, y sólo a posteriori, esa acción
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mecánica se soldó con la fantasía, esto es, fantaseando el objeto (Naparstek,
2014).
Es decir, que le da a la adicción primordial el estatuto de masturbación
puramente erótica, allí donde no hay aún soldadura con la evocación de la
fantasía. Desde aquí se colige que la falta del fantaseo implica la ausencia de
simbolización, el sujeto no metaforiza al objeto como luego lo explicará Lacan
(Naparstek, 2014).
Siguiendo con la Carta 79, todas las otras adicciones segundas a la
adicción primordial sustituyen la masturbación.
Finalmente, si bien la cuestión del autoerotismo y el narcisismo fue
continuada en Introducción al narcisismo (1914) es en El malestar en la cultura
(Freud, 1930) donde se vislumbran mayores aportes: en dicho libro Freud parte
de la idea de que la cultura trae aparejada un malestar que le es inherente, c omo
estructural, independientemente de la época y el contexto.
Acorde a su perspectiva, existen tres fuentes desde las que el sufrimiento
amenaza al ser humano, a saber: el propio cuerpo que envejece y se deteriora
(la noción de la propia finitud); las fuerzas hiperpotentes y destructoras de la
naturaleza, lo que representaría el mundo exterior como fuente de posibles
penurias, y, por último, y acaso el que mayor malestar acusa al sujeto, son los
vínculos con otros seres humanos. Freud explica que, para conseguir la meta
última del ser humano, regido por el principio de placer, de alcanzar la dicha y
mantenerla, por un lado, el sujeto pretende evitar la ausencia de dolor y
displacer, y al mismo tiempo, vivenciar intensos sentimientos de placer.
Pero luego continua con el veredicto de la realidad humana: “ya nuestra
constitución, pues, limita nuestras posibilidades de dicha. Mucho menos difícil es
que lleguemos a experimentar desdicha” (p.76). En la página anterior, plantea lo
siguiente:
La vida, como nos es impuesta, resulta gravosa, nos trae hartos dolores,
desengaños, tareas insolubles. Para soportarla, no podemos prescindir de
calmantes. Los hay, quizás, de tres clases: poderosas distracciones, que
nos hagan valuar un poco nuestras miserias; satisfacciones sustitutivas,
que las reduzcan, y sustancias embriagadoras, que nos vuelvan insensibles
a ellas (p.75).
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En concreto, va a nombrar formas para paliar el dolor inherente a la
cultura, a la religión, el amor, el delirio y la sublimación (el arte y la ciencia). Pero
aclara que, de todos los calmantes, la intoxicación por sustancias es la forma
más eficaz para quitar o paliar el sufrimiento, y de hecho las llama “quitapenas”.
Señala que éstas actúan sobre el quimismo del cuerpo y logran procurar, por un
lado, sensaciones placenteras, pero a la vez también alteran la percepción
sensitiva del mundo exterior impidiendo recibir mociones displacenteras.
Por una parte, entonces, ganancia inmediata de placer, por la otra, cierta
desconexión del ser humano con el mundo exterior, donde es posible sustraerse
de la realidad dolorosa, apremiante e intolerable. Esto último, para Freud, reviste
el carácter peligroso del tóxico, aunque no dice exactamente el porqué de dicha
peligrosidad. Cabe destacar, a diferencia de los otros paliativos para el malestar,
como el amor, la religión o la sublimación, que con los “quitapenas” no se intenta
resolver dicho sufrimiento desde el campo simbólico, el de la palabra.
De ello puede comprenderse que el amor, la religión o la sublimación
permiten o dan lugar a los procesos de simbolización donde emerge la cadena
significante como luego destacará Lacan como pivote de la estructura subjetiva.
Un idéntico desarrollo teórico periférico ocurre en los planteos de Lacan:
la mirada lacaniana no ofrece puntualización sobre la adicción o la adicción a
sustancias, pero sí existen fragmentos que comentan y articulan conceptos en
torno a la problemática desde una mirada psicoanalítica.
Desde la visión lacaniana se distingue la contextualización de lo adictivo
como un reflejo de la relación sujeto-objeto por fuera de lo simbólico: el sujeto
sostiene una compulsión con la sustancia droga, la cual es su objeto de deseo y
la misma funciona como un reemplazo de lo fálico. Esto plantea Lacan (1974) en
el discurso de la clausura de la Jornadas de Estudio de los Cárteles de la Escuela
Freudiana: “(…) de allí el éxito de la droga, por ejemplo, no hay ninguna otra
definición de la droga más que esta, es lo que permite romper el matrimonio con
el pequeño pipí” (p.15). En tal sentido, Lacan retoma lo referido por Freud como
autoerotismo del sujeto por la satisfacción en su propio cuerpo siendo el “pipí” el
órgano que en principio produce un “goce real” hasta el momento en que se
produce la inscripción del falo, es decir, momento en el que el órgano es tocado
por el significante para poder responder a él y trasformar ese órgano en un
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instrumento que permita acceder al Otro, al Otro sexo, por lo tanto, al Otro del
lenguaje. Retomando la cuestión que plantea Lacan de que, efectivamente la
droga permite romper con el falo (Naparstek, 2014), explica que allí se muestra
entonces la verdadera toxicomanía, porque al perderse la regulación fálica se
pierde toda medida, por ende, esta satisfacción desmedida queda por fuera del
campo simbólico.
El campo de lo real, lo imaginario y lo simbólico en Lacan sostiene una
importancia en toda su obra, pero con respecto a la adicción, la forma en la que
plantea el psicoanálisis lacaniano a la toxicomanía es en referencia a la
inexistencia del discurso: en la toxicomanía no hay encadenamiento simbólico ni
propiciación de la palabra, que signifiquen algo del sujeto como sujetado al
deseo, sino que en lo adictivo lo subjetivo queda sin palabra, sin sostén ni
regulación o límite. Lo que acontece es que se calla la falta, se la obtura o tapona
en el cuerpo mismo: lo adictivo implica que la sustancia modifica por completo la
composición química del organismo, generando la intoxicación de dicho cuerpo.
Ahora bien, como punto teórico de importancia vale profundizar en la
cuestión de la palabra, ya que, dentro del planteo de lo simbólico en Lacan, se
comprende a la adicción a lo tóxico (droga específicamente nombrada por Lacan)
como una forma de sujeción a algo que no puede hablarse o metaforizarse en
palabras.
La toxicomanía puede ser entendida por las diferentes miradas del campo
de la salud mental al igual que la noción de la adicción, pero dentro de la
que posee toxicidad, que afecta el quimismo y que puede referirse a drogas o
bien sustancias como el alcohol o el tabaquismo, como lo reconoce el
Psicoanálisis contemporáneo acorde a Ortega Bobadilla (2015).
Dado que se ha delimitado la cuestión del goce en el comportamiento
adictivo, vale remarcar que en la toxicomanía el goce se comprende también por
la inscripción en los registros real, imaginario y simbólico ya mencionados o R-
S-I, expuestos por Lacan (1955-1956) en el Seminario III Las Psicosis.
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Lo que puede denominarse “real” implica todo aquello que no está
mediatizado (o elaborado) en la cadena de significantes. Eso real es con lo que
se encuentra el sujeto cuando se satisface (inmediatamente) como remarca Le
Poulichet (1996). Esa satisfacción inmediata proviene de un momento anterior
donde un objeto de deseo originario pudo ser incorporado por el sujeto,
registrando mnémicamente la experiencia de satisfacción, desde la que todo
posterior deseo emerge.
Para Lacan ello supone recordar la angustia del infante ante la ausencia
de la madre y del pecho materno ya que satisface su necesidad de alimento con
ese cuerpo fragmentado. Ante la ausencia de la madre surge el llanto como
expresión de la falta, lo cual sostendrá la eventual palabra que dará cuenta de lo
que el infante desea y que nombra para que regrese.
La cadena de significantes estructura al psiquismo, delimita una
organización: se nombra para que exista, se simboliza para que exista un sujeto-
sujetado-al-lenguaje. En consecuencia, como lo indica Lacan en el Seminario III,
el lenguaje, la posibilidad de la palabra es la evidencia de que se ha instaurado
una legalidad, una norma que separa la célula bebé-madre… esa ley no es más
que la función paterna (o algo que funcione como tercero entre dicha célula). En
esta dinámica de instauración de la ley simbólica puede ser pensada también la
adicción y la toxicomanía: la sustancia tóxica es aquello que reemplaza al
significante y por dicho reemplazo, lo simbólico se disipa y el sujeto se cosifica
se hace-uno-con-la-sustancia en la búsqueda de la satisfacción inmediata. Como
lo indica Ortega Bobadilla (2015):
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Es importante aclarar que según lo planteado por Naparstek (2014), la
toxicomanía desde lo psicoanalítico parece responder a ese puro autoerotismo:
“es decir, donde efectivamente, la droga permite romper con el falo y se pierde
toda medida” (p. 48). A ello agrega que: “la posible ruptura con el falo es lo que
hace que se pase a la manía por lo tóxico, entendiendo a la manía, como aquello
que lleva al sujeto por fuera de un anclaje fálico” (p. 48).
Lo que plantea Lacan (1955-1956) con respecto a la cosificación del sujeto
por la confusión o simbiosis con la sustancia que se produce en la adicción a lo
tóxico se comprende en las originarias nociones de Freud (1925) de la amalgama
primaria entre sujeto y objeto, ya que inicialmente en el aparato psíquico no
existe tal distinción y la comprensión del mundo se genera desde dicha confusión
guiada enteramente por el principio de placer que luego irá cobrando otros
matices acordes a las sustituciones en las que el sujeto pueda reencontrar al
objeto del que se separó.
un “montaje adictivo” que sirve para dar forma a un yo que intenta paliar
la amenaza de algo insoportable. La droga ayuda a mantener la ilusión
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“maníaca” de fortaleza yoica y de dominio sobre el propio cuerpo y sobre
el mundo (…) El “montaje adictivo” se centra en la procuración del objeto-
droga, e implica el rechazo a pasar por el Otro, así como la
instrumentación del otro como medio para acceder a la satisfacción que
la droga aporta (citado por Lutereau y Belucci, 2017, pp. 16-17).
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tanto, el objeto que la sociedad ofrece facilita su consumo: en este sentido, Le
Poulichet (1996) indica que la toxicomanía, no se encuentra predeterminada en
el sujeto, sino que “se aprehenden en un efecto de espejo” (p. 47). Lo que implica
esta especularidad es que la experiencia con lo tóxico y la toxicomanía en sí, es
particular.
Lo que ocasiona el consumo como norma en las subjetividades según lo
antedicho implica entonces, que el sujeto entrega su subjetividad, su
singularidad y vida al sistema objetal que le ofrece el mundo exterior. En esa
dinámica dominada por el sistema de la mercancía el sujeto, dirá Pavón Cuellar,
se engaña, cree que simboliza. A ello se refiere Milmaniene (2014) con respecto
a que el Psicoanálisis ante la sociedad de consumo funciona para desmentir
estos engaños.
Finalmente, el autor explica que el sistema capitalista que demarca a la
sociedad consumista es caprichoso, al igual que el comportamiento adictivo que
goza cuando cree que se satisface y siente placer, y lo que aún es más negativo
cree que puede desalinearse cuando no existe operación inversa de la función
de lenguaje nunca instaurada y a la cual retornar.
Ante ello, la salida posible al consumo es encontrarse allí donde la falta
es reconocida, donde el sujeto reconoce que el objeto perdido está y pueda decir
su ausencia.
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Desarrollo
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ello, Freud (1895) explica que lo alucinatorio de la satisfacción primaria del deseo
se entiende porque es reactivada la vivencia de satisfacción ligada al objeto del
deseo mediante la imagen mnémica del mismo.
Existe entonces un registro del objeto deseado y su investidura libidinal,
por lo que su recuerdo (alucinado) produce una satisfacción ficcionada,
aparente.
Si bien puede colegirse que esta alucinación refiere a la satisfacción
primaria, la vivencia subjetiva sobre la satisfacción por el consumo del farmakon,
debe indagarse según cada sujeto, puesto que la falta que es taponada por la
sustancia, es completamente singular.
En este sentido vale decir que las manifestaciones subjetivas son
diversas, heterogéneas, ya que el dolor por la ausencia del objeto de deseo es
una representación, una forma de respuesta (Le Poulichet, 1996). Una respuesta
a “una falta de elaboración del cuerpo, que evoca, según las diferentes
toxicomanías, una perturbación del narcisismo” (Le Poulichet, 1996, p. 67).
Consecuentemente, si el cuerpo falla en elaborar la falta, ello solo puede
implicar una imposibilidad de simbolización… la operación del farmakon, de lo
tóxico tiene lugar fuera del entramado de significantes: la manifestación subjetiva
en la toxicomanía así, escapa de considerarse sintomática puesto no existe
metaforización del malestar mediante la cadena significante, en cambio el sujeto
y el cuerpo obturado por el tóxico se hacen uno (Le Poulichet, 1996), y ante ello…
¿en la toxicomanía podemos hablar de sujeto?.
Ahora bien, ante la manifestación del malestar subjetivo y el dolor por el
objeto deseado ausente ¿de qué manera se actúa en el dispositivo
psicoanalítico?: en el tratamiento de casos clínicos sobre histeria, Freud (1917)
incorporó el uso de sustancias que, en su efecto en el cuerpo provocaba
síntomas, pero estos no podían descomponerse en análisis, lineamiento
freudiano. Esta consideración se sostiene en la noción de que el síntoma efecto
del consumo no posee un sentido, y carente de significación, no hay
develamiento posible sobre él.
Vale decir, el consumo adictivo genera un acallamiento de la palabra y por
lo tanto no habría síntoma allí, es decir, la adicción no puede tomarse como
síntoma desde el dispositivo psicoanalítico porque la sustancia silencia los
significantes, “hace como si” no existiera una falta.
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Le Poulichet (1996) recordando a Freud reafirma que “el tóxico no tiene
nada para significar y que pertenece al campo de lo real” (p. 100), un más allá
del lenguaje. Tal idea refiere a considerar a la llamada sustancia-objeto como un
“incógnito”, esto es; en la adicción es difícil hallar al sujeto, y tampoco puede
entenderse al objeto de igual forma que aquel de la relación objetal porque el
sujeto está ausente.
Ante la ausencia o borramiento subjetivo a causa de la operación del
farmakon, vale cuestionarse sobre como abordar esa incógnita más-allá-de-los-
significantes, para lo cual ha de admitirse que la toxicomanía es en sí misma,
paradójica.
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No obstante, hay toxicomanías que se presentan dando lugar a otras
manifestaciones, y la especificidad de cada una de ellas se funda en como se
conducen en cuanto al goce y al deseo: ciertas toxicomanías radicales, dirá Le
Poulichet (1996) se sostienen por reafirmar la claudicación del deseo y la
persistencia del goce. En estos casos, se cuida de la “máquina”, esto es, un
cuerpo que, si bien no se ha perdido, sí se ha automatizado según el consumo
de la sustancia, como se explicó previamente. En estos mecanismos tóxicos, no
existen códigos, ni significantes primordiales, Padre u Otro, por tanto, quien
consume es el único que puede preservar la maquinaria consumista, adicta,
eliminando todo deseo. Además, puede considerarse que actualmente, la
sociedad dictamina una nueva legalidad o normativa (un código) de consumo
explícita, una forma de regulación al sujeto acorde a lo que posee o tiene.
He aquí donde ciertos tipos de toxicomanías pueden dar lugar a
patologías psicóticas, o bien, asemejarse a ellas puesto que, en ambas
condiciones, existe una suplencia del deseo por una postura narcisista. De esta
manera en las adicciones radicales se niega u omite la ausencia (no se registra
la falta), y se “exilia el deseo”, además de que la operación del farmakon funciona
para armarse un nuevo cuerpo, aunque dicho cuerpo no sea tal, sino una
máquina, sometida al andamiaje del goce del Otro (Le Poulichet, 1996).
En la toxicomanía, y también en el consumo determinado por la sociedad,
resulta difícil, sino incierto, precisar qué tipo de objeto resulta satisfactorio según
cada estructura psíquica, no sólo por la multiplicidad de ofertas de consumo sino
porque la selección del farmakon quizás no recae en sus cualidades, más bien
recae en que responda a la inmediatez de taponar la falta: compréndase, el
objeto debe funcionar rellenando el agujero, debe serle económico al sujeto para
que no se cuestione sobre su malestar y ofrecerle una engañosa completud.
En efecto, el consumo adictivo es económico pues evita toda operación
de simbolización sobre la falta en el sujeto, como acontece en patologías como
el duelo o la depresión.
Pero ¿qué es lo que se economiza en la toxicomanía?: se economiza el
deseo. Resulta esto una paradoja (como el abordaje de la toxicomanía misma),
puesto que el deseo emerge en las relaciones humanas mismas y del sujeto
consigo mismo, y aún así, hay formas de omitirlo, taparlo, callarlo que generan
como consecuencia perturbaciones y malestares en estas dinámicas. Alberro
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(2014) establece que la falta de deseo, deseo considerado como un más allá de
la necesidad, sería un regreso a la animalidad, esto es, una destrucción de la
civilización.
Así, las civilizaciones luchan permanentemente por lo que desean o lo que
socialmente se construye o erige como “lo valioso”, siendo la obtención de lo
deseado una consecución de poder.
Vale aclarar que, en las sociedades de consumo capitalista, los códigos
simbólicos de valor son tan amplios que el acto de consumir objeto tras objeto,
debido a que son indeterminados y débiles, intercambiables, si se quiere; puede
dar lugar a las llamadas “adicciones generalizadas” y de esta manera, todo o
cualquier sujeto es adicto a “algo” (Lutereau y Belucci, 2017).
Ahora bien, en la sociedad de consumo los bienes, las cosas, simbolizan
algo para el sujeto, principalmente simbolizan la capacidad de obtener (tener y
ser) aquello que también puede ser deseado por otro, en plena competencia
entre sujetos (Alberro, 2014).
Esto no acontece en la toxicomanía, sino una operación opuesta: quien
consume no lo hace por desear lo que desea o posee otro, sino para no desear
y fingir la ausencia de falta, nuevamente. En tal caso, la competencia y lucha
interna se da entre el sujeto que intenta simbolizar reconociendo la falta y el
maquinista que va tras el consumo para encontrarse con algo “real” que le
implica un goce. Por ello, según Alberro (2014), las adicciones, los consumos
excesivos responden a un “miedo al vacío”, o bien en términos lacanianos a un
“deseo de no tener falta” (o denegación). Lutereau y Belucci (2017) explican
sobre esto que:
El adicto sostiene una máscara yoica, que puede llegar a una inflación
“maníaca” del yo, y que permite sortear la angustia, el dolor, la inhibición
y el síntoma, esto es, las marcas de la división subjetiva (y de la
castración). La droga funciona también, para el adicto, como la promesa
de salir de un estado de vacío, marcado por la abulia y el desinterés, o por
diversos estados de tonalidad depresiva (p. 8).
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manifestaciones de la depresión, el pánico, el insomnio. Como se mencionaba
anteriormente, el duelo y la depresión son formas de respuesta ante ese “deseo
de no tener falta”, una suerte de sentir-se muerto, simular la muerte para no
temer a la muerte (Fédida, 1978), lo cual se comprende en una sociedad actual
que facilita y promueve un consumo constante.
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malestar y ante ello emerge lo adictivo, el tóxico, que resulta en una forma
incógnita de poner en escena la falta.
Esta escenificación es armada en análisis por el adicto, pero resulta muy
difícil la instauración de la transferencia con el analista, porque:
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La palabra perdida deberá ser reencontrada para que allí emerja el sujeto,
sostenido por la cadena de significantes, el Padre y el Otro. Es decir, que
reaparezca el deseo para que el malestar taponado por lo tóxico, se elabore y
simbolice.
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Conclusión
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del vacío por el tóxico que de manera compulsiva se incorpora (e introyecta) para
lograr una satisfacción inmediata.
Entonces, el objeto consumido, la sustancia tóxica ocasiona un encuentro
de algo real en dicha satisfacción, que no puede ser sustituido por significantes.
Sin embargo, las toxicomanías más radicales en las que opera la
denegación y la falta de simbolización no son las únicas formas de consumo
adictivo actuales, puesto que la sociedad de consumo promueve el exceso como
parte de la identidad subjetiva: tener para ser. Aun así, en las adicciones
generalizadas, producto de la sociedad de consumo, pueden existir
manifestaciones subjetivas factibles de significarse en el entramado del lenguaje,
puesto que no consiguen la caída de la cadena del significante necesariamente
como en los casos más extremos, en los que usualmente una toxicomanía puede
dar lugar a una psicosis, por ejemplo.
De esta manera una sociedad donde su máxima es el consumo, la
demanda y la oferta, facilita manifestaciones subjetivas adictivas donde el vacío
se rellena, como en el pánico, la depresión y la ansiedad.
Por otra parte, el deseo y el goce emergen en el consumo como
formadores de respuestas al malestar, y a su vez, desde la mirada clínica,
permiten distinguir las modalidades de las toxicomanías en radicales o de
suplencia y en otras adicciones que pueden llamarse las “generalizadas”. Como
se explicó anteriormente, en las toxicomanías de suplencia el deseo está
exiliado, la falta está rellenada por la sustancia y el cuerpo se encuentra con un
real en su satisfacción inmediata: allí no hay deseo ni palabra. En cuanto a las
adicciones generalizadas, son todas las que la sociedad actual ha fomentado y
sostenido como manera de tapón de los agujeros de la falta, pero manteniendo
la simbolización: allí hay deseo, pero es permanentemente satisfecho con
objetos y el malestar, puede ponerse en palabras.
De esta manera, el cuerpo en la toxicomanía de la suplencia se ha
transformado en algo automático dispuesto al goce, esto es al mero consumo
que le habilita al sujeto (que ya no es sujeto) ficcionar la ausencia de falta.
En tanto en las adicciones generalizadas, el cuerpo se preserva como
envase y a su vez, puede elaborar la falta.
Estas diferenciaciones en cuanto a las condiciones en la que emerge cada
adicción y su particularidad tornan específico al camino del análisis, pero éste
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adecuará su andamiaje en consideración de la existencia o no de la palabra. Por
eso resulta imperativo indicar que las adicciones pueden tratarse por fuera del
campo de lo sintomático, pues allí no hay representación del malestar porque “la
falta está ausente”. La toxicomanía se erige como una manifestación narcisística
en la que el sujeto y su cuerpo son uno solo, y en tanto lo corporal es
omnipresente y solo su satisfacción importa.
En esa automatización propia del consumo (como compulsión de
repetición y habituación como lo indicaba Freud), el campo de la palabra deja de
ser un eje de sentido para ese sujeto, que en tanto autómata abandona el
entramado del lenguaje y carece de cadena de significantes para hablar su
malestar.
El campo de la palabra implica la posibilidad de tener herramientas de
simbolización de la falta, de manera que el deseo continúe su “circuito” y
preserve la vida, pero ante la ruptura o la caída de dicha red de contención, no
hay Padre ni Otro que puedan sostener al padecer ni ponerlo en palabras. El
tóxico entonces opera (la operación del farmakón) como tapón, parche de esa
ruptura a veces, y otras veces, como anulación ficticia del agujero.
La palabra en el dispositivo analítico se presta en la transferencia para
permitirle al sujeto relatar sobre ese malestar, novelar la falta, pero ello no es un
camino fácil, puesto que como se indagó, ciertas disposiciones toxicomaníacas
saturan la falta de tal forma que la palabra no puede “escenificarse”. Por ello no
es inusual enfrentarse a toxicomanías acompañadas de psicosis, puesto que esa
caída del entramado del lenguaje escinde y aliena al sujeto de su cadena de
significantes: allí no hay significante que pueda instaurarse para el retorno de lo
subjetivo… la sustancia-objeto, o el objeto-droga (dirán Lutereau y Belucci)
“representan” el bastón sobre el que se apoya el ser.
Estas exposiciones han permitido profundizar sobre las adicciones
actuales, tanto para distinguir sus formas como para indagar si en algunas de
ellas o en todas, o en ninguna, se inscribe un sujeto.
Ante ello se devela que el sujeto no siempre está presente en el consumo
adictivo y que esta particularidad, que determinará lo singular de poder o no
poner en palabras el malestar (el agujero o vacío) permite considerar a las
adicciones como formaciones que responden a otra cosa que no es un síntoma.
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Así, poder esgrimir otra posibilidad por fuera de lo sintomático habilita a
un camino de cura diverso mantenido en el caso a caso, donde el síntoma no
predetermina al sujeto padeciente.
Ahora bien, si la adicción y específicamente la toxicomanía no refieren a
un síntoma, habrá allí una operatividad diferente, una economía peculiar que ha
de construirse en el análisis mismo.
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