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Índice
Sinopsis Capítulo 19

Capítulo 1 Capítulo 20

Capítulo 2 Capítulo 21

Capítulo 3 Capítulo 22

Capítulo 4 Capítulo 23

Capítulo 5 Capítulo 24

Capítulo 6 Capítulo 25

Capítulo 7 Capítulo 26

Capítulo 8 Capítulo 27

Capítulo 9 Capítulo 28

Capítulo 10 Capítulo 29

Capítulo 11 Capítulo 30

Capítulo 12 Capítulo 31

Capítulo 13 Capítulo 32

Capítulo 14 Capítulo 33

Capítulo 15 Notas

Capítulo 16 The Immortal Heights

Capítulo 17 Sherry Thomas

Capítulo 18
SINOPSIS
D espués de pasar el verano lejos el uno del otro, Titus e Iolanthe
(aún disfrazada de Archer Fairfax) están ansiosos por volver al
Colegio Eton para reanudar su entrenamiento para combatir al Bane.
Aunque ya no está atada a Titus por un juramento de sangre, Iolanthe está
más comprometida que nunca a cumplir su destino, especialmente con los
agentes de Atlantis acercándose rápidamente.

Poco después de llegar a la escuela, sin embargo, Titus hace un


sorprendente descubrimiento, uno que le hace cuestionar todo lo que creía
anteriormente acerca de su misión. Frente a esta devastadora realización,
Iolanthe se ve obligada a llegar a un acuerdo con su nuevo papel, mientras
que Titus debe elegir entre seguir las profecías de su madre y forjar un
camino divergente a un futuro desconocido.
Para Donna Bray, quien es simplemente la mejor.
CAPÍTULO 1
Traducido por Mari NC

Corregido por Shilo

L a chica volvió en sí con un sobresalto.

Estaba siendo bombardeada con arena. La arena estaba en todas partes.


Debajo, sus dedos se clavaban en ella, caliente y áspera. Por encima, la
arena azotada por el viento bloqueaba el cielo, haciendo al aire tan rojo como
la superficie de Marte.

Una tormenta de arena.

Se sentó. Arena se arremolinaba sobre toda ella, millones de partículas de


sepia. Por reflejo las empujó, deseando que se mantuvieran alejadas de sus
ojos.

La arena permaneció alejada.

Ella parpadeó, e hizo otro movimiento de empuje con la mano. Las partículas
volaron retrocediendo más lejos de su persona. La tormenta de arena en sí
no daba señales de disminuir. De hecho, estaba empeorando, el cielo
poniéndose siniestramente oscuro.

Ella tenía poder sobre la arena.

En una tormenta de arena, era mucho mejor ser un mago elemental que
otra cosa. Sin embargo, había algo desconcertante sobre el descubrimiento:
el hecho de que era un descubrimiento; que no había tenido ni idea de esta
habilidad que debería haberla definido desde el momento de su nacimiento.

Tampoco sabía dónde estaba. O por qué. O en dónde había estado antes de
que despertara en un desierto.

Nada. Sin memoria del abrazo de una madre, la sonrisa de un padre, o los
secretos de un mejor amigo. Sin recuerdo el color de la puerta principal, el
peso de su vaso favorito, o los títulos de los libros que cubrían su escritorio.
Era una extraña para sí misma, una desconocida con un pasado tan estéril
como el desierto, cada rasgo determinante enterrado profundamente,
inaccesible.

Cien pensamientos se agitaban alrededor en su cabeza, como una bandada


de pájaros asustados en vuelo. ¿Cuánto tiempo había estado en este estado?
¿Siempre había estado así? ¿No debería haber alguien que cuidara de ella,
si ella no sabía nada acerca de sí misma? ¿Por qué estaba sola? ¿Por qué
estaba sola en el medio de la nada?

¿Qué había ocurrido?

Puso dos dedos sobre su esternón. La presión en el interior hacía difícil


respirar. Abrió la boca, tratando de inhalar aire más rápido, tratando de
llenar sus pulmones de modo que no se sentirían tan vacíos como el resto
de ella.

Pasó un minuto antes de que reuniera suficiente compostura para examinar


su persona, orando en busca de pistas —o respuestas directas— que le
dijeran todo lo que necesitaba. Sus manos no eran comunicativas: unos
callos en su palma derecha y poco más de nada. Tirando de las mangas
reveló antebrazos blancos. Una mirada a la piel de su abdomen igualmente
cedió nada.

—Revela omnia —dijo, sorprendida al oír una voz profunda, casi ronca.

—Revela omnia —dijo de nuevo, con la esperanza de que el sonido de su


propia voz pudiera desencadenar una cascada repentina de recuerdos.

No fue así. Tampoco el hechizo sacó a la luz cualquier escritura secreta en


su piel.

Seguramente su aislamiento era solo una ilusión. Cerca de allí debía haber
alguien que pudiera ayudarla: un padre, un hermano, un amigo. Tal vez esa
persona estaba incluso ahora tropezando por ahí, llamándola, ansiosa de
localizarla y asegurarse de que se encontraba bien.

Pero no podía oír voces llevadas sobre el aullido del viento, sólo la
turbulencia de partículas de arena precipitadas por fuerzas más allá de su
control. Y cuando amplió la esfera de aire limpio a su alrededor, descubrió
nada más que arena y más arena.
Enterró su rostro en sus manos por un momento, luego respiró hondo y se
levantó. Tenía intención de iniciar en su ropa, pero a medida que se puso
de pie, se hizo evidente que tenía algo en su bota derecha.

Su corazón dio un salto mortal cuando se dio cuenta de que era una varita.
Desde que los magos se dieron cuenta de que las varitas no eran sino
conductos del poder de un mago, amplificadores que no eran estrictamente
necesarios para la ejecución de los hechizos, las varitas habían pasado de
herramientas veneradas a accesorios queridos, siempre personalizadas, y a
veces hasta a un grado absurdo. Los nombres eran entretejidos en el diseño,
hechizos favoritos, la insignia de la ciudad de uno o la escuela. Algunas
varitas incluso tenían toda la genealogía de sus propietarios grabada con
letras microscópicas.

A ella le encantaría ver su historia familiar desplegada ante ella, pero sería
más que suficiente si la varita tuviera un: En caso de pérdida, devolver
a ______ inscrito en alguna parte.

La varita, sin embargo, estaba tan lisa como un tablón de piso, sin ningún
tipo de tallas, incrustaciones, o motivos decorativos. Y permaneció tan
desnuda cuando se examinó bajo un hechizo de aumento. No tenía idea de
que esas varitas incluso se hicieran.

Un peso opresivo se posó sobre su pecho. Padres amorosos no le darían a


un niño tal varita más de lo que lo enviarían a la escuela en prendas hechas
de papel. ¿Era huérfana entonces? ¿Alguien que había sido descartada en
el nacimiento y criada en una institución? Los magos elementales pequeños
sufrían de una mayor tasa de abandono, ya que daban muchos problemas
en su infancia.

Sin embargo, la ropa que llevaba: una túnica azul hasta la rodilla y una
túnica interior blanca, eran de tela excepcionalmente buena: sin peso, pero
fuerte, con un brillo discreto. Y a pesar de que su rostro y manos sentían el
calor del desierto, donde quiera que estuviera cubierta por las túnicas,
estaba perfectamente cómoda.

Las túnicas no tenían bolsillos. Los pantalones por debajo, sin embargo, los
tenían. Y uno de esos bolsillos guardaba una pequeña tarjeta, rectangular,
y algo arrugada.
A. G. Fairfax

Low Creek Ranch

Territorio de Wyoming

Tuvo que parpadear dos veces para asegurarse de que estaba leyendo
correctamente. ¿Territorio de Wyoming? ¿Al igual que en el Oeste
Americano? ¿La porción no mágica del Oeste Americano?

Intentó varios hechizos de desenmascaramiento diferentes, pero la tarjeta


no proporcionó mensajes ocultos. Expulsando un lento suspiro, puso la
tarjeta en el bolsillo del pantalón.

Había pensado que todo lo que necesitaba era un nombre, la más pequeña
de las pistas. Pero ahora tenía un nombre y una pista, y era peor que si no
hubiera tenido ninguna visión en absoluto. En lugar de mirar a una pared
en blanco, estaba mirando un solo centímetro cuadrado de colores y
texturas tentadoras, con el resto del mural —las personas, los lugares y las
elecciones que habían hecho de ella lo que era— permaneciendo firmemente
fuera de vista.

Sin querer, azotó su varita a través del aire, todo menos gruñendo. La arena
arremolinada se alejó más. Ella contuvo el aliento: a poco más de dos metros
de donde estaba, una lona yacía medio enterrada en la arena.

Se lanzó hacia la bolsa, sacándola de la arena. La correa estaba rota, pero


la propia bolsa estaba en buen estado. No era terriblemente grande —de
unos cincuenta centímetros de ancho, cincuenta centímetros de alto y veinte
centímetros de profundidad— ni estaba terriblemente pesada: tres
kilogramos más o menos. Pero era bastante notable en el número de bolsillos
que tenía: al menos doce en el exterior, y decenas y decenas en su interior.
Desabrochó un gran bolsillo exterior: contenía un cambio de ropa. Otro de
un tamaño similar almacenaba un rectángulo de tela apretada que supuso
se ampliaría en una pequeña tienda de campaña.

Los bolsillos en el interior estaban cuidadosa y claramente etiquetados:


Nutrición, cada paquete al día. Ayudas de teleportación: cinco gránulos a la
vez, no más de tres veces al día. Sábana térmica: en caso de que requieras
calor, pero tiene que permanecer invisible.

En caso de que tú requieras calor.


¿Se habría tratado a sí misma en segunda persona, o era evidencia de que
alguien había estado íntimamente involucrado en su vida, alguien que sabía
que tal bolsa de emergencia podría ser práctica algún día?

Treinta y seis bolsillos de todo un compartimiento interior estaban rellenos


con remedios. No remedios para enfermedades, sino para lesiones: todo,
desde miembros rotos a quemaduras por fuego de dragón. Su pulso se
aceleró. Esta no era una bolsa de acampar, sino un bolso de emergencia
preparado a la espera de significativo, quizás abrumador, peligro.

Un mapa. La persona que había abastecido meticulosamente el bolso tenía


que haber incluido un mapa.

Y allí estaba, en uno de los pequeños bolsillos exteriores, tejido de hilos de


seda tan delgados que apenas podían distinguirse a simple vista, con los
reinos de magos en verde y los no mágicos en gris. En la parte superior
estaba escrito: Coloca el mapa en el suelo o en un cuerpo de agua, si es
necesario.

Colocó el mapa plano contra la arena, que, con el calor del sol bloqueado
por el cielo turbulento, fue perdiendo rápidamente su calor. Casi de
inmediato, un punto rojo apareció en el mapa, en el desierto del Sahara, un
centenar de kilómetros o así al suroeste de la frontera de uno de los Reinos
Bedouinos Unidos.

El medio de la nada.

Sus dedos se aferraron a los bordes del mapa. ¿Dónde debería ir? Low Creek
Ranch, el único lugar que podía nombrar de su vida anterior, estaba a por
lo menos doce mil kilómetros de distancia. Los reinos del desierto
típicamente no tenían fronteras tan firmemente aseguradas como los de los
reinos de la isla. Pero sin papeles oficiales, ella no sería capaz de utilizar
cualquiera de los translocadores dentro de los Reinos Bedouinos Unidos
para saltar océanos y continentes. Incluso podría ser detenida por estar en
un lugar en el que no debería estar, a Atlantis no le gustaban los magos
vagando en el extranjero sin motivos debidamente sancionados.

Y si ella intentara rutas no mágicas, estaba a casi mil seiscientos kilómetros


de ambos: Tripoli y El Cairo. Una vez que llegara a la costa del Mediterráneo,
suponiendo que podía, seguiría estando a por lo menos tres semanas del
Oeste Americano.
Más palabras aparecieron en el mapa, esta vez por encima del gran desierto
en el que estaba varada.

Si estás leyendo esto, amada, entonces lo peor ha pasado y ya no


puedo salvaguardarte más. Sabes que has sido la mejor parte de
mi vida y no me arrepiento.

Que la Fortuna te proteja largo camino.

Vive para siempre.

Pasó la mano por las palabras, apenas notando que sus dedos temblaban.
Un dolor sordo quemaba en la parte posterior de su garganta, por la pérdida
del protector que no podía recordar. Por la pérdida de toda una vida ahora
fuera de su alcance.

Has sido la mejor parte de mi vida.

La persona que había escrito esto podría haber sido un hermano o un amigo.
Pero estaba casi totalmente segura de que había sido su amor. Cerró los
ojos y buscó algo. Cualquier cosa. Un nombre, una sonrisa, una voz… no
recordó nada.

El viento aullaba.

No, era ella, gritando con toda la frustración que ya no podía contener.

La tormenta de arena se encogió, como si tuviera miedo de lo que ella podría


hacer.

Jadeó, como un corredor después de una dura carrera. Sobre ella, el radio
de aire claro e imperturbable se había multiplicado por diez, expandiéndose
un centenar de metros en cada dirección.

Aturdida se dio la vuelta, buscando lo que no se atrevía a esperar encontrar.

Nada. Nada. Absolutamente nada.

Luego, la silueta de un cuerpo en la arena.


CAPÍTULO 2
Traducido por Areli97

Corregido por Shilo

E l Dominio, Siete Semanas Antes

—Su Alteza Serenísima el Príncipe Titus el Séptimo —anunciaron los fénix


de piedra que resguardaban las cuatro esquinas de la gran terraza, sus
voces como campanas y resonantes.

Titus se detuvo en el borde de la terraza, el celebrado jardín de la Ciudadela


frente a él. En otras partes del jardín, había áreas informales, incluso
íntimas, pero no aquí. Aquí hectáreas de arbustos de hojas perennes habían
sido meticulosamente recortadas en cientos de parterres1, los cuales cuando
eran vistos desde arriba formaban un estilizado fénix, el símbolo de la Casa
de Elberon.

Los arbustos, cultivados por los botánicos maestros de la Ciudadela,


florecían a finales del verano. Y cada año el color de las flores cambiaba.
Este año las flores eran de un profundo naranja vibrante, el color del
amanecer. Dalbert, el ayudante de cámara y espía personal de Titus, reportó
que había visto los emblemas de fénix en los edificios públicos de Delamer
pintados de un matiz similar de fuego, frecuentemente acompañados por un
apresurado garabateo ¡El fénix está en llamas!

La última vez que el fénix estuvo en llamas, la Insurrección de Enero había


seguido poco después.

En el espacio entre las dos alas elevadas del fénix del paisaje, un gran
pabellón blanco había sido levantado, brillante a la luz del sol de la tarde.
Bajo el pabellón, una recepción diplomática estaba en plena marcha.
Asistentes en la librea gris de la Ciudadela serpenteaban entre invitados en
túnicas de tonos de joyas, ofreciendo aperitivos y copas de frío vino de

1
Parterre: Jardines florales.
verano. Una hermosa música etérea flotaba en la brisa del mar, y con ella,
el sonido de risas suaves y parloteos.

Titus inhaló. Estaba nervioso. Era posible que estuviese respondiendo a la


tensión debajo de la aparente alegría de la fiesta, pero la verdad era, como
siempre, todo acerca de Fairfax, su poderosa e incandescente maga
elemental.

Descendió un tramo de amplios y someros escalones, y caminó la distancia


de una avenida alineada con estatuas, con un séquito de doce a cuestas. A
medida que se aproximaba al pabellón, toda la concurrencia se inclinó e
hizo una reverencia. Quizás no tuviera ningún poder real, pero aún era,
hablando ceremoniosamente, señor y maestro del Dominio(1).

Una mujer excepcionalmente hermosa avanzó, una sonrisa en su rostro:


Lady Callista, la anfitriona oficial del palacio, la más famosa bruja de la
belleza de su generación, y una de las personas menos favoritas de Titus
sobre la faz de la tierra.

Ya que él tenía como objetivo destruir al Bane, Lord Alto Comandante del
Gran Reino de Nueva Atlantis y el más grande tirano que el mundo ha
conocido, y Lady Callista era por mucho una sierva del Bane. Sin mencionar,
aunque no tenía evidencia concreta que apoyara su sospecha, que siempre
había creído muy profundamente que Lady Callista había sido la
responsable de la muerte de su madre.

—Mi señora —la saludó.

—Su Alteza —arrulló Lady Callista—, estamos encantados de que pudiera


unírsenos. Por favor, permítame presentarle al nuevo embajador del Reino
de Kalahari.

Titus estaba bastante feliz de ver bolsas visibles bajo sus ojos. La vida no
había sido sencilla para ella desde la noche del Cuatro de Junio, cuando el
prisionero más apreciado de Atlantis había desaparecido de la biblioteca de
la Ciudadela. En la misma biblioteca, en la misma noche, la Inquisidora,
una de los lugartenientes más leales y capaces del Bane, se había
encontrado con un repentino e inesperado final.

Lady Callista tuvo la mala suerte de ser la última persona en entrar en la


biblioteca antes de la desaparición de Haywood. También había sido la que
había ordenado limpiar un charco de sangre de la biblioteca, cuando a
Atlantis le habría gustado bastante tener algunas gotas de esa sangre, para
encontrar quién había sido responsable por la muerte de la Inquisidora.

Como resultado, a pesar de sus años de servicio como una agente de


Atlantis, era vigilada tan fuertemente como Titus, sus movimientos
confinados a los límites de la Ciudadela. Es más, todas las semanas tenía
que reunirse con investigadores Atlantes, cada entrevista durando horas,
algunas veces un día entero.

Una Lady Callista distraída y angustiada era una amenaza menos para
Titus.

Con las presentaciones hechas, Lady Callista dejó a Titus para que charlara
con el nuevo embajador de Kalahari y aquellos miembros de la familia que
lo habían acompañado al Dominio. Titus nunca estaba completamente
cómodo en tales situaciones sociales, sospechaba que se veía tanto rígido
como descortés. Si tan solo pudiera tener a Fairfax a su lado… Ella sabía
instintivamente cómo relajar a las personas y él estaba mucho más relajado
en su compañía.

Debería haber sido un verano idílico en las Montañas Laberínticas para


ellos: observando el cambio de las cimas, explorando cascadas ocultas,
quizás incluso escabulléndose a los nidos de los fénix en las crestas más
altas, con la esperanza de ver un ardiente renacer. No es que no fueran a
trabajar duro: sus planes incluían cientos de horas de extenuante
entrenamiento, al igual que muchas dedicadas al dominio de nuevos
hechizos, sin mencionar una empresa encubierta para descubrir dónde
había terminado su guardián después de desaparecer de la biblioteca de la
Ciudadela. Pero la cosa más importante era que iban a estar juntos, tanto
como fuese posible, en cada paso del camino.

No obstante, desde el momento en que dio un paso fuera del vagón que
servía como su translocador privado se hizo aparente que sería observado
cada segundo de sus vacaciones. Una cosa aterradora de la que darse
cuenta, cuando la tenía oculta en su persona, en la forma de una diminuta
tortuga, bajo el efecto de una poción que duraba no más de doce horas.

Se las arregló para sacarla de contrabando del castillo en un enervante


arranque, dejándola, todavía en forma de tortuga, dentro de una
abandonada cabaña de un pastor. Tenía la intención de volver más tarde
para escoltarla hacia la casa segura que había preparado, pero diez minutos
después de que regresó al castillo se encontró a sí mismo siendo arrastrado
a la Ciudadela, la residencia oficial del Maestro del Dominio en la capital,
desde la cual no podía escapar a las montañas ya fuera con facilidad o sigilo.

Él y Fairfax habían discutido docenas de planes de emergencia, pero nada


tan cerca a este escenario, en el que ella estaría varada en las Montañas
Laberínticas sola. Durante días él apenas pudo comer o dormir, hasta que
vio un anuncio de tres líneas en la parte de atrás de El Observador de
Delamer, anunciando la disponibilidad de varios bulbos para la siembra de
otoño: Era ella, informándole que se encontraría con él de vuelta en Eton,
al comienzo del Periodo de San Miguel.2

Casi había estallado con alivio… y orgullo: confía en Fairfax para encontrar
siempre una manera, sin importar lo terrible de la situación. A partir de
entonces, era una larga e insoportable espera por el final del verano, por el
momento cuando se encontrarían otra vez.

El final del verano había llegado finalmente. Tenía permiso para marcharse
a Inglaterra inmediatamente después de la recepción. No tenía idea de cómo
mantuvo la compostura, hablando con grupo tras grupo de invitados. Un
minuto estaría falto de aliento ante el pensamiento de sostenerla
apretadamente, al siguiente minuto mareado con pavor… ¿qué si ella no
llegaba a casa de la Sra. Dawlish?

—… antes gobernará bajo su propio derecho. Debo admitir que había


esperado verlo en algunas de mis sesiones informativas este verano.

Dos segundos pasaron antes de que Titus se diera cuenta que se esperaba
que le respondiera a la Comandante Rainstone, la principal asesora de
seguridad del regente.

—De acuerdo a la tradición de la corte, debo tener diecisiete antes de tomar


parte en reuniones del consejo y sesiones informativas de seguridad —dijo.

Y no cumpliría diecisiete por varias semanas.

—¿Qué diferencia hacen algunos días? —preguntó la Comandante


Rainstone, sonando molesta—. Su Alteza llegará a la mayoría de edad en el
momento más inestable y necesitará toda la experiencia que pueda juntar.
Si yo fuera Su Excelencia, habría insistido en que Su Alteza se familiarizara
con el funcionamiento del estado mucho antes.

2
Periodo de San Miguel: Se refiere al periodo de principios de septiembre a mediados de
diciembre en el Colegio Eton.
Su Excelencia era el Príncipe Alectus, el regente que gobernaba en lugar de
Titus. Alectus también resultaba ser el protector de Lady Callista.

—¿Qué haría de mi conocimiento? —le preguntó Titus a la Comandante


Rainstone.

Ella había sido un miembro de los empleados personales de su madre, hace


mucho, antes de que él fuera lo suficientemente mayor para recordar nada.
Conocía a la Comandante Rainstone principalmente por sus viajes
ocasionales al castillo en las Montañas Laberínticas, para informarle sobre
asuntos que tenían que ver sobre la seguridad del reino, o por lo menos
aquellos asuntos que ella pensaba que era lo suficientemente mayor para
entender.

La Comandante Rainstone echó un vistazo a la multitud y bajó la voz.

—Tenemos información, mi señor, de que el Lord Alto Comandante de Nueva


Atlantis ha dejado su fortaleza en las tierras altas.

Esto eran noticias para Titus, noticias que enviaron un estremecimiento de


frío por su columna.

—Entiendo que cenó aquí en la Ciudadela no hace mucho. Así que no deber
ser tan inusual que deje el Palacio del Comandante.

—Pero ese acontecimiento en sí mismo era extraordinario: era la primera vez


que había salido del Palacio del Comandante desde el fin de la Insurrección
de Enero.

—¿Esto quiere decir que Lady Callista debería esperarlo para cenar otra vez?

La Comandante Rainstone frunció el ceño.

—Su Alteza, este no es un asunto de risa. El Lord Alto Comandante no


abandona a la ligera su guarida y…

Se detuvo. Aramia, la hija de Lady Callista, se estaba aproximando.

—Su Alteza, Comandante —dijo Aramia amablemente—. Me disculpo por la


intrusión, pero realmente creo que al primer ministro le gustaría tener unas
palabras con usted, Comandante.

—Por supuesto. —La Comandante Rainstone se inclinó—. Si me disculpa,


Su Alteza.
Aramia se giró hacia Titus.

—Y probablemente no ha visto la nueva adición a la fuente de la Derrota del


Usurpador, Su Alteza, ¿cierto?

Hace casi cinco meses, en una fiesta muy parecida a esta, Lady Callista
había administrado suero de la verdad a Titus en nombre de Atlantis, y lo
había hecho a través de Aramia, a quien Titus había considerado una amiga.
Si Aramia tenía algún remordimiento concerniente a sus acciones, Titus no
había sido capaz de sentirlo.

—He visto la nueva adición —dijo fríamente—. Fue completada hace dos
años.

Aramia enrojeció, pero su sonrisa fue persistente.

—Permítame apuntar algunas características que quizás no haya notado.


¿Me acompaña, mi señor?

Consideró negarse abiertamente. Pero un paseo lejos del pabellón sí tenía


algunos méritos, por lo menos no tendría que hablar con nadie.

—Muestra el camino.

La Derrota del Usurpador, la más grande y más elaborada de las noventa y


nueve fuentes de la Ciudadela, era del tamaño de una pequeña colina,
presentando veintenas de wyverns siendo derribados por los poderes
elementales de Hesperia la Grande. El largo estanque reflejante ante ella se
extendía casi hasta el borde del promontorio artificial sobre el cual se
asentaba la Ciudadela. Acantilados caían noventa metros hacia abajo
directamente a las olas del Atlántico que golpeaban. En la distancia, una
embarcación de recreo, todas sus velas recogidas, se balanceaba sobre el
mar iluminado por el sol.

Aramia echó un vistazo hacia atrás. El séquito de Titus, ocho guardias y


cuatro sirvientes, los habían seguido. Pero ahora, con un movimiento de su
mano, frenaron y se mantuvieron fuera del alcance del oído.

—Madre estará furiosa conmigo si supiera lo que estoy a punto de hacer. —


Aramia alcanzó la fuente y sacudió la superficie ondulante—. Y ella no lo
admitirá, pero está bastante asustada por todas las reuniones con
investigadores de Atlantis. La hacen tomar suero de la verdad y ellos son…
no son amables del todo.
—Eso es lo que se siente al ir en contra de Atlantis.

—¿Pero no hay nada que puedas hacer por ella, después de lo que ha hecho
por ti?

Titus elevó una ceja. ¿Después de lo que Lady Callista había hecho por él?

—Sobreestimas mi influencia.

—Pero de todas formas…

—¡Ahí está! —Llegó una voz clara y musical—. Lo he estado buscando por
todas partes.

La joven que se acercó desde el lado opuesto de la fuente era tan bella que
hacía llorar, piel del color de la azúcar morena, un rostro de casi exagerada
perfección, y una cascada de cabello negro que alcanzaba la parte de atrás
de sus rodillas.

Aramia la miró fijamente, boquiabierta, como si fuera incapaz de creer que


existiera alguien que rivalizaba a su madre en pura belleza.

Titus, quien siempre había sido cauteloso con la belleza de tal magnitud,
gracias a su proximidad a Lady Callista mientras crecía, se había movido
más allá de las facciones de la mujer para examinar su túnica. Uno
escuchaba algunas veces ser ridiculizadas a las túnicas por parecerse a la
tapicería, pero esta parecía estar realmente hecha de tapicería, de una
elaborada pantalla para lámpara, se corrigió, con todas las borlas y flecos
todavía unidos.

—¿Te molestaría darme un momento con Su Alteza? —se dirigió a Aramia,


su tono cortés pero inconfundiblemente firme.

Aramia dudó, mirando a Titus.

—Puedes dejarnos —dijo Titus. No tenía nada más que decirle.

Aramia se alejó, mirando hacia atrás todo el tiempo.

—Su Alteza —dijo la joven.

Se había dirigido a él sin que él se hubiera dirigido primero a ella. Titus no


se aferraba a esas tonterías cuando estaba en la escuela, pero aquí estaba
en su propio palacio, en una recepción diplomática, nada menos, donde los
invitados amaban tales protocolos casi tanto como amaban a sus propias
madres, posiblemente más.

Se le ocurrió que mientras que ella podía pasar por un miembro del séquito
del embajador de Kalahari, no la había visto más temprano, entre la
multitud bajo el pabellón, y una mujer que se veía como ella lo hacía no
habría pasado desapercibida.

No que nunca hubiera pasado antes, un mago colándose en una fiesta del
palacio sin las credenciales apropiadas. Pero la Ciudadela estaba en alerta
máxima, ¿no era así, después de los eventos de principios de Junio?

—¿Cómo entraste?

La mujer sonrió. No era mucho mayor que Titus, veinte o veintiuno.

—Un hombre inmune a mis encantos… me gusta eso, Su Alteza. Permítame


ir al punto entonces. Estoy interesada en el paradero de su maga elemental.

Tuvo que luchar contra su conmoción, para no apuntar su varita hacia ella
y hacer algo imprudente. Así que en cambio puso los ojos en blanco.

—Tus jefes ya me han preguntado todas las mismas preguntas. Incluso me


han puesto bajo Inquisición. ¿Debemos atravesar más de lo mismo?

Su cabello ondeó con la brisa viniendo del mar, como una bandera pirata.
Extendió un brazo y enrolló su manga. En su antebrazo se encontraba una
marca en escuetas líneas blancas, un elefante de cuatro colmillos
aplastando un remolino bajo sus pies, un símbolo de la resistencia en
muchos reinos cerca del ecuador.

—No soy una agente de Atlantis.

—¿Y por qué debería de cambiar eso mi respuesta? No tengo conocimiento


del paradero de esa chica.

—Sabemos que ella es la de la profecía, una maga elemental más poderosa


de lo que se ha visto en siglos. También sabemos que sería desastroso para
aquellos de nosotros que anhelamos la libertad si cayera en las manos del
Bane. Déjenos ayudarla. Podemos asegurarnos de que el Bane nunca se
acerque a ella.
¿Qué harían si el Bane se acercara a ella? ¿La matarían para que así él nunca
la obtenga? ¿Y qué los detendría de asesinarla desde el principio, si su único
objetivo es mantenerla alejada de él?

—Buena suerte encontrándola, entonces.

Se inclinó más cerca de él, obviamente no a punto de darse por vencida.

—Su Alteza…

Gritos estallaron. Titus se giró en redondo. Guardias estaban bajando


corriendo los escalones. Su propio séquito viniendo a toda velocidad hacia
él.

—Oh cielos —dijo la mujer—. Parece que debo retirarme Su Alteza.

Con un tirón, su ridícula túnica se desprendió completamente. Una rápida


sacudida y se alisó y aplanó en —por supuesto— una alfombra voladora,
mucho más grande y elegante que la que Titus poseía(2).

La joven, ahora vestida en una túnica ceñida y pantalones del color de las
nubes de tormenta, saltó sobre la alfombra voladora, y con un saludo burlón
a Titus, salió a toda velocidad hacia el barco esperando en la distancia.
CAPÍTULO 3
Traducido por PaulaMayfair

Corregido por Shilo

D esierto del Sahara

La chica guardó el mapa en su bolsillo, tomó la bolsa, y corrió hacia el


cuerpo. Pero instintos que ni siquiera sabía que poseía la detuvieron a mitad
de camino. Su pérdida de memoria, los remedios de trauma en la bolsa de
emergencia, la nota sobre el mapa —lo peor ha pasado y ya no puedo
salvaguardarte más— todo sobre su situación gritaba serio y, tal vez, peligro
implacable. La persona en la arena era igual de probable que fuera un
enemigo como un aliado.

Sacó su varita, aplicó un escudo protector para sí misma, y avanzó con más
cautela. El cuerpo vuelto boca abajo vestía una chaqueta y pantalón negros,
una franja del puño de la camisa blanca asomándose por debajo de una
manga de la chaqueta, ropa no maga para un hombre. Ropa no maga para
un hombre de una parte diferente del mundo.

Era larguirucho en construcción, su pelo oscuro a pesar de una capa de


polvo, su cabeza apartada de ella. Su estómago se apretó. ¿Era él? ¿Si veía
su rostro, si él la llamaba y estrechaba su mano, todo rápidamente volvería,
al igual que la felicidad y la buena fortuna que uno siempre recuperaba al
final de un cuento heroico?

A pesar de su atuendo no mago, tenía una varita en la mano. La parte


posterior de su chaqueta había sido rasgada, dejando al descubierto un
chaleco de color sombrío debajo, ¿había intentado protegerla? A medida que
se acercaba, los dedos de él se flexionaron y luego se cerraron sobre la varita.
Una oleada de alivio se apoderó de ella: todavía estaba vivo y no estaba
completamente sola en la inmensidad del Sahara.

Fue con mucha dificultad que se contuvo de ir hasta él. En cambio, se


detuvo a tres metros de distancia.
—¿Hola?

Él ni siquiera miró en su dirección.

—¿Hola?

Una vez más, sin respuesta.

¿Había perdido el conocimiento? ¿Fue el movimiento de sus dedos que había


visto anteriormente solo los movimientos involuntarios de alguien que sufre
de una conmoción cerebral? Tomó unos cuantos granos de arena y los tiró
suavemente en su dirección, un golpe tentativo por así decirlo. A metro y
medio de él, la arena golpeó una barrera invisible en el aire.

Volvió la cabeza hacia ella y levantó su varita.

—No te acerques.

Era joven y bien parecido. Pero su rostro no logró desencadenar una


avalancha de recuerdos. Ni siquiera provocó alguna punzada vaga de
recogimiento, excepto para hacerla preguntarse si ella era tan joven como
él.

—No quiero hacerte daño —dijo.

—Entonces vamos a separarnos como extraños amistosos.

El corazón se le contrajo ante la palabra “extraños”. Luego sus ojos se


abrieron: Lo que había pensado que era su chaleco, bajo la chaqueta
desgarrada, era en realidad carne que había sido, ¿qué? ¿quemada?
¿infectada? Lo que hubiera sucedido, se veía horrible.

—Estás lastimado.

—Puedo cuidar de mí mismo.

Seguía siendo civilizado, pero su significado era inconfundible: Vete. No eres


bienvenida aquí.

No quería forzarlo a su compañía, incluso si fuera la única persona en un


radio de cien kilómetros. Pero aquella herida… podía morir por ella.

—Tengo remedios que te pueden ayudar.

Él exhaló, como si el esfuerzo necesario para hablar lo agotara.


—Entonces déjalos.

Lo que hubiera querido era que le dijera cosas a cambio de los remedios;
cómo había llegado a estar en el desierto, quién o qué lo había herido, y si
él sabía, por casualidad, de una manera para que ellos alcanzaran la
seguridad de nuevo. Tal vez su falta de reciprocidad indicaba que no estaba
tan desesperadamente herido como parecía estarlo; si ella estuviera tan mal
herida, no sería tan exigente acerca de aceptar ayuda.

O al menos eso suponía. En verdad no tenía idea de cómo habría actuado,


ya que no tenía recuerdos para guiar sus decisiones.

Negó con la cabeza un poco y buscó en su mochila.

—Me ayudaría a decidirme qué remedios darte si me puedes decir qué tipo
de lesión tienes.

—Necesito remedios que alivien el dolor, desinfecten, expulsen toxinas y


regeneren la piel y el tejido —respondió, su tono cortante y distante.

Estaba empezando a lamentar su ofrecimiento de ayuda. ¿Cómo sabía que


ella misma no necesitaría esos remedios en el futuro cercano? Pero extrajo
los remedios que había pedido, junto con una cantidad de cubos de
alimento, y los envió a la orilla de su escudo con un hechizo de levitación.

—¿Eres un mago elemental con poder sobre el agua? —preguntó ella.

Su respuesta fue una media mueca seguida de silencio.

—¿Lo eres o no? —persistió. Todos los remedios en el mundo no le harían


ningún bien cuando la sed lo matara en pocos días.

—¿Cuánto tiempo vas a extender este adiós?

Casi dio un paso atrás. Él gruñó como si hubiera nacido para ello, el desdén
en su voz más agudo que los dientes de un wyvern.

Ella sacó un par de odres de agua de la bolsa y deseó que el agua de ríos
subterráneos y oasis fluyeran a ella, mientras que suprimía la necesidad de
pronunciar una réplica salvajemente mezquina. Podría ser maleducado,
pero no podía simplemente abandonarlo sin agua, y no tenía sentido
insultarlo cuando ya estaba en desventaja.
El agua, sin embargo, no se materializó por el comando. Se dijo que el agua,
una sustancia real, tomaría su tiempo en llegar, y en cantidades inciertas,
dependiendo de la distancia y la abundancia de la fuente más cercana.

Pero ¿y si ella no tenía poder sobre el agua? Entonces estaba condenada


como el muchacho.

Pasó un minuto antes de que la primera gota se materializara, suspendida


en el aire; ella cerró brevemente los ojos con alivio. El chico vio como el
glóbulo de agua creció, permaneciendo completamente poco impresionado.

Llenó los odres de agua, y los arrojó en su dirección. Uno aterrizó


directamente en la arena con un gorgoteo y un plop. La otra, que ella había
arrojado un poco más fuerte, hizo su escudo brillar ligeramente antes de
caer al suelo.

Eso le llamó la atención. El odre habría rebotado en un escudo normal. Pero


aquí, si sus ojos no la engañaban, el escudo, que estaba en la forma de una
cúpula, había absorbido el impacto.

Una cúpula extensible. Si el muchacho la había hecho él mismo, debía ser


un gran mago.

—¿Ahora que ya has mostrado tu bondad prodigiosa, vas a irte? —casi


gruñó el chico.

—Sí, lo haré —replicó ella—. Ahora que has demostrado tu inmensa


gratitud.

Tuvo la decencia de no responder.

Ella murmuró en voz baja mientras aseguraba todas las solapas dentro y
fuera de la bolsa y ataba el cierre de la mochila. Por mucho que esperaba de
que este muchacho de rostro dulce pudiera ser su protector, lo único que
alguna vez le importaría a él era él mismo.

Su corazón dolía por el aliado incondicional que ya no podía recordar. Sus


dedos se extendieron a la mochila, la manifestación física del cuidado
meticuloso que había tomado con ella. Pero cómo deseaba poder recordar
un solo detalle acerca de él. Su risa, pensó, por lo menos, era el recuerdo
que le gustaría llevar con ella por...
Sus orejas se irguieron. La tormenta de arena aullaba como siempre lo
hacía. Pero ahora sonaba como si estuviera golpeando grandes objetos en el
aire, objetos grandes acercándose a una velocidad tremenda.

¿Estaba el rescate en camino? ¿O más peligro? En cualquier caso, sería


mejor ver quién venía antes de decidir si los dejaba verla. Anteriormente
había limpiado el aire casi cien metros alrededor de ella; ahora permitió que
la tormenta de arena se hiciera cargo, a excepción del espacio entre ella y el
chico.

Él, también, escuchó con atención, con el ceño fruncido por la


concentración.

No había vibraciones en el suelo por lo que los objetos aproximándose tenían


que ser vehículos aéreos, lo que implicaba la presencia de magos, ya que los
globos aerostáticos y dirigibles endebles de los no magos no serían capaces
de avanzar contra una tormenta de arena de tal magnitud.

El chico siseó. Por primera vez, su expresión delataba miedo.

—Carros blindados.

Su corazón cayó. Estaba en lo cierto, los sonidos eran metálicos. Solo


Atlantis tenía este tipo de vehículos. Y a toda costa, debía permanecer lejos
de las garras de Atlantis.

No sabía por qué, solo sabía que era imperativo. De lo contrario, todo estaría
perdido.

El estruendo del golpeteo de arena golpeando metal disminuyó, luego


desapareció por completo. La tormenta de arena no había disminuido; los
Atlantes estaban limpiando el aire como lo había hecho ella antes.

—Déjame entrar bajo tu cúpula —demandó.

Estaría bastante indefensa aquí, si los carros blindados decidieran


dispensar lluvia de la muerte; podía hacer que el aire se moviera, pero no
podía purificarlo.

—No.

Sería una pérdida de tiempo apelar a su mejor naturaleza, así que no se


molestó.
—¿Te gustaría que les indique dónde estás? —preguntó, mientras recogía
los cubos de nutrición, los remedios y los odres de la arena—. A mi entender
no puedes moverte mucho.

El chico le enseñó los dientes.

—Tu bondad es realmente notable.

—Y contemplar tu gratitud me llena de humildad. Ahora déjame entrar o


prepárate para Atlantis.

Su crueldad la sorprendió. ¿Había sido siempre una negociadora tan dura,


o estaba respondiendo a la sangre fría del chico?

—Está bien —dijo con los dientes apretados—. Pero no te voy a dejar entrar
sin un acuerdo de no hacer daño. Pon una gota de tu sangre en la cúpula.

Un chico que practicaba magia de sangre, tembló(3). Un acuerdo de no hacer


daño no era tan temible como un juramento de sangre, pero aun así, toda
la magia de sangre era poderosa y peligrosa, se practicaba solo con extrema
precaución.

—Solo si es recíproco.

—Tú primero —dijo él.

Ella sacó un set de herramientas compactas que había visto en su bolsa


antes, pinchó un delgado palillo en su dedo y tocó la cúpula.

Era como tocar la parte superior de una medusa gigante: fresco, suave, pero
resistente.

El muchacho hizo una mueca. De renuencia, pensó ella, hasta que se dio
cuenta de que era el dolor por moverse para tomar una navaja de bolsillo de
su chaqueta. Se extrajo una gota de sangre y la envió hacia el exterior a la
cúpula, que la absorbió como agua en suelo sediento.

Lo siguiente que ella supo es que estaba adentro hasta el codo. Retrocedió,
sorprendida.

—Date prisa —dijo el chico.


La cúpula era ligeramente pegajosa sobre su piel mientras entraba.
Sentándose al lado del chico, le ordenó a la arena subir y cubrir la cúpula,
sin parar hasta que estuvo oscuro.

Treinta segundos más tarde llegaron los golpes suaves de carros blindados
aterrizando cerca.

Atlantis, al parecer, sabía exactamente dónde encontrarlos.


CAPÍTULO 4
Traducido por Pilar

Corregido por Areli97

I nglaterra

Dos horas después de que la intrusa hubiera escapado de la Ciudadela,


Titus atravesó la puerta principal de su residencia en el Colegio Eton. El
salón de la Sra. Dawlish, rebosante con chintz3 impresos y flores cocidas,
estaba tan ordenado y apropiado como siempre. Pero las paredes
reverberaban con el sonido de los treinta y cinco pupilos yendo y viniendo
con fuertes pisadas, saludando a sus amigos que no habían visto desde el
final del Periodo de Verano.

Una sensación agridulce se expandió por el pecho de Titus: en esta casa


había pasado algunas de las horas más felices de su vida. Casi podía oír las
palabras presumidas de Fairfax y ver la expresión alegremente engreída en
su rostro.

Comenzó a correr, pasando a un grupo de chicos de años inferiores


obstruyendo el salón, y subió los escalones de tres en tres. Al final de las
escaleras del siguiente piso había un grupo de chicos de último año, pero
ella no estaba entre ellos.

En la fracción de segundo que le tomó, tratando de decidir si también


empujar a esos chicos, Leander Wintervale giró y lo vio.

—¿Ha oído las noticias, príncipe? —Wintervale saludó a Titus con una
cordial palmada en la espalda—. Fairfax está entre los veintidós, junto a mí,
por supuesto.

Pasó un largo momento antes de que la oración de Wintervale tuviera


sentido: estaba hablando sobre criquet. Al comenzar el Periodo de San

3Chintz: Tejido calicó estampado con flores, frutas, pájaros y otros diseños en diferentes
colores.
Miguel, veintidós chicos eran seleccionados como candidatos para el equipo
escolar de criquet del año siguiente. Se dividirían en dos equipos y jugarían
entre sí todo el año. Luego, los once mejores serian seleccionados para el
equipo escolar en el Periodo de Verano, por el orgullo y la gloria de
enfrentarse con equipos de Harrow y Winchester.

—¿Lo… lo sabe Fairfax?

Wintervale sonrió.

—Fairfax no ha dejado de alardear desde que oyó las noticias.

El alivio atravesó a Titus, mareándolo. Ella estaba aquí. Había regresado.

—¿Dónde está?

—Ha ido a la Calle Principal con Cooper.

Titus tragó su decepción.

—¿Para qué?

—Para la cosa del té de mañana, por supuesto, o no tendríamos nada que


comer —dijo Wintervale, sin notar ninguna de las emociones que
abofetearon a Titus—. Por cierto, Kashkari no estará con nosotros por
algunos días. La Sra. Dawlish tenía un mensaje de él. Su buque a vapor se
encontró con mal clima en el Océano Índico y llegó recién hoy a Puerto Saíd.

Por cuatro años, Titus no le había prestado ninguna atención en particular


a Kashkari, el pupilo hindú con quien él y Wintervale tomaban el té de la
tarde; Kashkari era principalmente amigo de Wintervale. Pero unos meses
atrás, Kashkari, sin saberlo, había tenido un papel crucial en mantener
fuera del alcance de Atlantis a Titus.

—Puerto Saíd —dijo Titus—. Así que tiene que atracar en Trieste, cruzar los
Alpes, y atravesar París antes de poder llegar aquí.

Todo el tiempo de las vacaciones de verano apenas era suficiente para viajar
de ida y vuelta de Inglaterra a India. Kashkari sería afortunado si podía
pasar una semana con su familia en Hyderabad.

—Olvidaste mencionar el Canal de la Mancha. Es el peor. —Wintervale se


estremeció—. En el primer año de nuestro Exilio, mi padre quería que
nuestra familia tuviera una auténtica experiencia no mágica. Así que
cruzamos el Canal de la Mancha en un buque a vapor y vomité hasta las
tripas. Después de eso les tuve más respeto a los no magos, quiero decir,
las dificultades a las que esta gente se enfrenta.

Déjaselo a Wintervale hablar así cuando hay por lo menos media docena de
chicos que pueden estar oyéndolo. Palabras como “discreción” y “cautela”
no tenían ningún significado para él. Sabía que no debía anunciar
abiertamente que era un mago, pero de otra forma su inclinación era
continuamente escupir la primera cosa que cruzara su mente.

Era parte de su encanto, que fuera tan franco y descuidado.

—De cualquier forma —siguió Wintervale—, Kashkari no…

Un coro de “¡Fairfax!” y “¡Oímos que estás entre los veintidós, Fairfax!” ahogó
el resto de la oración de Wintervale.

Titus se aferró a la barandilla y muy lentamente se giró. Pero a través del


espacio entre los balaustres, solo podía ver a un montón de chicos de tercer
año con sus chaquetas hasta la cintura.

Bajó un escalón, luego otro, luego dos más. De repente, allí estaba ella, con
un uniforme de chico de último año de camiseta blanca y una chaqueta
negra con cola, regañando juguetonamente a un chico que apenas le llegaba
al hombro.

—¿Qué clase de pregunta es esa, Phillpott? Por supuesto que estaré entre
los once. De hecho, West me echará un vistazo y temblará en sus elegantes
zapatos, porque arrancaré la capitanía de sus manos.

La elegancia en sus ojos, la seguridad de su tono, y la gentileza innata con


la que despeinaba el cabello del chico… una feroz alegría inundó a Titus.

—¿Alguna vez adquirirás algo de humildad, Fairfax?

Ella levantó la cabeza y lo observó por dos segundos completos.

—Lo haré, en el momento en que usted adquiera algo de gracia social, Su


Alteza.

Su respuesta fue acompañada de una sonrisa, no la amplia sonrisa que


había mostrado a los chicos de tercero, solo un leve movimiento con la
esquina de sus labios. Él sintió su alivio, y detrás de ese alivio, un rastro de
cansancio.
Su pecho se apretó. Pero en el siguiente instante, ella estaba irradiando
alegría de nuevo, y empujando el brazo del chico de último año a su lado.

—No te quedes allí, Cooper, di algo a Su Magnificencia.

Cooper hizo una reverencia con un ademán.

—Bienvenido de nuevo, Su Alteza. Nuestra humilde morada se honra con


su majestuosa presencia.

De todos los chicos en la casa, Cooper era probablemente el favorito de


Fairfax, porque era tan tonto y entusiasta como un cachorro, y porque
disfrutaba el asombro con ojos abiertos de Cooper ante la principesca
actitud distante de Titus.

Titus mantuvo esa principesca actitud distante.

—Uno podría decir que mi majestuosa presencia se ve disminuida por su


humilde morada, pero no pensaré mucho en el asunto.

Fairfax rio, el sonido era profundo y rico.

—Su humildad, príncipe, brilla como un faro en la noche más oscura —dijo
mientras subía las escaleras—. Solo podemos aspirar a tener tanta grandeza
y aun así tanta humildad.

Sutherland, detrás de Wintervale, rio tan fuerte que casi se ahogó con la
manzana que estaba comiendo.

Ella se puso a la altura de Titus. El placer de su cercanía era casi doloroso.


Y cuando puso una mano sobre su hombro, la sensación era pura
electricidad.

—Me alegra que lo hayas logrado, Fairfax —dijo, tan bajo como pudo.

Ahora podía respirar de nuevo. Ahora estaba completo de nuevo.

Cuando Iolanthe Seabourne apareció en la absoluta oscuridad, desnuda y


en agonía, no había estado ni remotamente alarmada: el dolor era parte del
curso para regresar a su forma humana después de que el efecto de un
hechizo de transfiguración se desvaneciera. Su falta de recuerdos de las
horas que había pasado como una pequeña tortuga tampoco la molestaban:
sin el juramento de sangre que la uniera al príncipe, no había nada para
preservar la continuidad de su conciencia mientras cambiaba de una forma
a otra.

La ausencia de Titus, de todas formas, trajo una fría sensación para nada
relacionada con la temperatura de la noche. ¿Dónde estaba él? No la dejaría
sin alguna manta para calentarse, o sin una nota para explicar sus
movimientos.

¿Había sido capturado por Atlantis? ¿Por eso tenía que alejarla de él, para
que ella no perdiera su libertad al mismo tiempo? El rugir de su sangre era
tan alto que sus oídos zumbaban mientras sombríamente rebuscaba en la
choza por algo para cubrirse.

Su ansiedad se aplacó un poco cuando desenterró un cambio de ropa, cubos


nutricionales, y monedas en la aparentemente abandonada choza. Incluso
mejor, un pase de estudiante tramitado por un pequeño conservatorio en
algún lugar al noreste del Dominio. No había sido arrojada en algún lugar
al azar en la desesperación. Algo había ocurrido y él la necesitaba fuera del
castillo; sin suficiente tiempo para dejarla en alguna casa segura adecuada,
la había depositado en una estación de paso.

Vestida y con medio cubo nutricional en su estómago, salió de la choza para


investigar su nuevo paradero. El castillo no estaba a más de cinco kilómetros
al norte. Un hechizo de vista lejana reveló la bandera del Dominio, un fénix
plateado sobre un fondo color zafiro, volando en el parapeto más alto.

Frunció el ceño. Si el Maestro del Dominio estaba en la residencia, su


estandarte personal, la de un ave fénix y un wyvern custodiando un escudo
con siete coronas, debería ser la bandera que volara sobre el castillo.

¿Dónde estaba? Sus recelos volvieron con venganza. Debía salir de la


montaña y descubrir qué estaba sucediendo.

El castillo estaba situado cerca del frente oriental de las Montañas


Laberínticas. Teóricamente, no debería ser más de treinta o cuarenta
kilómetros, en línea recta, desde las llanuras. Pero cuando las montañas se
movían sin ritmo o patrón, treinta o cuarenta kilómetros en línea recta bien
podrían llevar una semana a pie.

Sin tener en cuenta que podría perderse irremediablemente(4).

Le llevó cuatro días, dos y medio de los cuales estuvo pensando que se había
perdido irremediablemente. Afortunadamente, los pueblos y las ciudades
más cercanas estaban acostumbradas a ver excursionistas perdidos
saliendo de las montañas, sucios y desorientados, necesitando
desesperadamente un baño y una comida.

Lo primero que Iolanthe pidió, antes que una ducha y una comida, fue un
periódico. Era casi el aniversario de la coronación de Titus y todos los años,
para marcar la ocasión, se celebraba un desfile en Delamer. Si se cancelaba
el desfile, entonces él estaba en problemas.

Pero no, el desfile se haría el día siguiente, y el Maestro del Dominio asistiría
a varias ceremonias y daría premios a los estudiantes ejemplares.

Un amable granjero se ofreció a llevarla en su antigua carroza, tirada por


un pegaso aún más antiguo, hacia la ciudad más cercana que tenía servicios
urgentes. Desde allí ella pudo tomar un translocador a una ciudad más
grande, que resultó ser un centro de autopistas aceleradas.

Estar en el centro hacia que su corazón palpitara: podría haber agentes de


Atlantis, esperándola. Pero tenía que moverse rápido, y estaba protegida por
un Encantamiento Irrepetible que hacía imposible que su imagen fuera
reproducida y transmitida.

Llegó a Delamer esa noche. La tarde siguiente, desde mucha distancia, vio
pasar a Titus por Palace Avenue en un balcón flotante, flanqueado por el
regente y Lady Callista. No usaba la medalla de rayos de sol de su abuelo,
para señalar que estaba bajo arresto domiciliario o cualquier tipo de
cautiverio. Pero estaba rodeado de guardias y asistentes, con apenas el
suficiente lugar para respirar.

No podía acercarse a él mientras estuviera así de rodeado. Su única opción


era dejarle un mensaje codificado en El Observador de Delamer, dirigirse a
Eton, y esperar que a él también le permitieran regresar a la escuela no
mágica.

Partir tan pronto —y sola— no era como había imaginado su verano. Se


debatía entre quedarse en Delamer por más tiempo, para poder arreglar una
reunión con Titus o descubrir ella misma algo sobre el paradero del Maestro
Haywood. Pero al final, decidió que era demasiado riesgoso quedarse más
tiempo: había una sutil tensión en el ambiente de la capital; incluso
haciendo fila para comprar algo para comer, oyó susurros sobre los agentes
de Atlantis estando particularmente activos.
Salir del Dominio por medios instantáneos requería documentos que no
poseía. Pero viajar dentro del Dominio era lo suficientemente fácil con un
pase de estudiante. Mediante autopistas aceleradas y ferris llegó al
Archipiélago Melusine, una de las cadenas de islas periféricas del Dominio.

Había aprendido en las salas de enseñanza del Crisol sobre una tienda
secreta de veleros en la isla más al sur del archipiélago. Las restricciones de
viajes que Atlantis había implementado no prevenían medios no mágicos de
locomoción, y una buena y rápida balandra era, a veces, justamente la forma
para hacer un escape.

Su dominio del agua y aire fueron útiles en los doscientos kilómetros de mar
abierto hacia Flores, una de las islas del noroeste de Azores. Desde allí
negoció un pasaje en un barco pesquero hacia Ponta Delgada, y en Ponta
Delgada se subió a un buque a vapor hacia las Islas Madeira.

Podría haberse quedado en Madeira. Pero cuando supo, momentos después


de desembarcar, que un carguero francés en el puerto estaría levantando
ancla y partiendo a Sudáfrica en dos horas, dudó solo un minuto antes de
correr hacia la oficina del agente del puerto para preguntar si el carguero
francés también recibía pasajeros.

Titus había creado una buena historia de fondo para Archer Fairfax, la
identidad que ella había asumido cuando estaba en Eton, al dejar a la
familia Fairfax en Bechuanalandia, un lugar que casi ningún estudiante de
Eton visitaba. Pero ese hechizo persuasible por más efectivo que fuera en la
escuela, se desintegraría si los agentes de Atlantis lo tomaban en sus
cabezas para descubrir la ubicación exacta de la granja de la familia Fairfax.

No se quedó mucho en Ciudad del Cabo, pero pasó todo su tiempo allí
realizando una ferviente campaña de desinformación con una batería de
nuevos hechizos persuasibles. Ahora, si llegaban agentes inquisitivos de
Atlantis, les dirían que los Fairfax acababan de irse: un pariente lejano había
fallecido y le había dejado a la Sra. Fairfax una decente suma de dinero, y
la familia decidió disfrutar su buena fortuna al deshacerse de la granja y
viajar por el mundo, sin su hijo, por supuesto, quien tenía que volver a Eton
para el Periodo de San Miguel.

Más adecuada, como historia, pero Iolanthe siempre había imaginado a


estos padres ficticios de Fairfax como la clase de personas que se sentían
atraídos a África por nociones románticas, solo para desilusionarse porque
la vida agrícola no tenía mucho romance… o ganancias, para el caso. Con
un golpe de suerte inesperado, con mucho gusto partirían hacia partes
desconocidas, por la aventura y emoción que África hacía mucho tiempo
había dejado de proveer.

Sin su “familia” en el futuro inmediato, Iolanthe se reservó para sí misma


un lugar en el siguiente buque a vapor con destino a Liverpool desde Ciudad
del Cabo. Por las siguientes tres semanas la esperanza y el miedo batallaron
por la supremacía en su corazón. En un momento estaría extasiada al
pensar en ver a Titus de nuevo, y al siguiente, presa de la inquietud. ¿Y si
no regresaba a Eton? ¿Tenía más sentido, o no, que a él lo mantuvieran en
el Dominio y con una correa mucho más corta?

Mientras más se acercaba a Eton, peor era el hormigueo. Llegar a casa de


la Sra. Dawlish y no encontrar rastro de él la inundaba con temor. Escapó
de la conmoción de la casa al quedarse con Cooper, que estaba yendo a
poner todo en orden para la cosa del té en la Calle Principal.

Cooper charló felizmente sobre los otros pupilos que habían quedado entre
los veintidós, especialmente West, el chico que todos creían que sería el
siguiente capitán del equipo escolar. Iolanthe oyó muy poco de lo que dijo.
No había viajado mil quinientos kilómetros sola por un juego de criquet, sin
importar cuánto se disfrute.

—¿Puedes creer que solo quedan cuatro meses en 1883? —dijo Cooper
mientras se acercaban de nuevo a la puerta de la Sra. Dawlish.

—¿Es 1883? —Iolanthe tragó—. Lo sigo olvidando.

—¿Cómo puedes olvidar que año es? —exclamó Cooper—. A veces olvido el
día de la semana, pero nunca el mes o el año.

Reunió el coraje para abrir la puerta de la Sra. Dawlish. En el medio de la


sala, rodeado de chicos de tercer año, la voz de Titus viajó hacia ella. Y, de
repente, estaba lista para ganar cientos de partidos de criquet, escribir
cientos de trabajos en latín, y vivir entre docenas de chicos ruidosos y a
veces olorosos por el resto de su vida.

Él estaba de regreso. Estaba a salvo. Apenas supo lo que dijo o hizo en los
siguientes minutos, hasta que se alejaron de los otros chicos, con la excusa
de que el príncipe necesitaba desempacar sus cosas.

En el momento en el que la puerta se cerró detrás de ellos, él la beso. Y


siguió besándola hasta que ambos estaban sin aliento.
—Estoy tan feliz de que estés a salvo —dijo él, su frente contra la suya.

Ella extendió sus dedos sobre sus hombros, por la cálida y ligeramente
áspera lana de su abrigo. Bajó sus manos, su cuerpo era delgado pero fuerte.

—Tenía miedo que no te dejaran salir del Dominio.

—¿Cómo saliste?

Tocó la parte superior de su cuello. Sus ropas habían sido lavadas con
alguna clase de esencia silvestre; la ligera fragancia le recordaba a las
crestas cubiertas de asbestos de las Montañas Laberínticas.

—Te lo diré después de que me hagas una taza de té.

El Maestro del Dominio comenzó a alejarse.

—Lo haré ahora.

Pero no estaba lista para que se alejara de su abrazo aún. Tomó su rostro
en sus manos. Cuando pasó por Delamer, había comprado un pendiente
con su retrato en él. Todo el verano, solo había tenido esa diminuta imagen
como compañía. Pero ahora podía beberlo, el oscuro cabello, ligeramente
más largo de lo que recordaba, las cejas rectas, el par de ojos profundos.

Acarició su labio inferior con un dedo. Sus ojos se oscurecieron. La empujó


contra la pared y la besó otra vez.

—Entonces... ¿crema o azúcar en tu té? —preguntó él después de unos


minutos, su respiración irregular.

Ella sonrió y descansó su mejilla sobre su hombro, sus respiraciones tan


poco gobernadas como las suyas.

—Te he extrañado.

—Fue un error regresar juntos al Dominio. Debería haber sabido que


cuando los agentes de Atlantis no pudieran encontrarte aquí en la escuela,
creerían que aún seguías en el Dominio. Debería haber sabido que me
vigilarían sin descanso.

Ella depositó su mano en el frente de su chaqueta.

—No fue tu culpa. Ambos nos dejamos llevar por una falsa sensación de
seguridad.
Él tomo su mano entre las suyas.

—Por supuesto que fue mi culpa. Mi tarea es mantenerte segura.

—Pero no tengo que estar segura —dijo, frotando con su pulgar el borde de
su mano—. Me esperan riesgos temibles y enfrentamientos épicos.
¿Recuerdas? Es mi destino.

Él se alejó, la sorpresa estaba escrita en su rostro.

—Entonces, ¿lo crees ahora?

Después de los terribles y maravillosos eventos del Periodo previo, ¿cómo


podría no hacerlo?

—Sí, lo hago. Así que no te disculpes por no haberme cuidado cada segundo
del día. Estoy en el camino que debo seguir… y un poco de peligro por aquí
y por allá sirve para mantener mis reflejos.

La maravilla llegó a sus ojos, la maravilla y la gratitud. Tocó su frente con


la suya otra vez, sus manos cálidas sobre sus mejillas.

—Estoy tan feliz de que seas tú. No podría posiblemente enfrentar esta tarea
con alguien más.

Ante la captura en su voz, unas lágrimas inesperadas picaron en la parte


trasera de sus ojos. Estarían uno al lado del otro hasta el final, eso era algo
que ella apreciaba incluso aunque también lo temía.

—Te mantendré seguro —dijo ella suavemente—. Nada ni nadie te alejará


de mí.

Porque era demasiado temprano en el Periodo para llorar de verdad, añadió:

—Ahora hazme algo de té y dime todo sobre cuán terrible fue pasar tu verano
en el mismo opulento palacio que la mujer más bella del mundo.

—Huh —dijo él.

Y retrasó hacer el té un poco más.


CAPÍTULO 5
Traducido por Verae y Jadasa Youngblood (SOS)

Corregido por Areli97

D esierto del Sahara

El dolor quemaba a través de la piel del chico. Apretó sus dientes sobre su
labio inferior, sin saber si intentaba guardar silencio o permanecer
consciente. No ayudaba que la oscuridad debajo de la improvisada duna de
arena fuera espesa e impenetrable, haciéndole pensar que todo lo que tenía
que hacer era cerrar sus ojos y sería suyo el dulce olvido.

—He establecido un círculo de sonido unidireccional así nadie puede


escucharnos —llegó la voz baja, algo áspera del mago elemental de la que
no podía deshacerse—. Ahora voy a amplificar las voces exteriores.

Instantáneamente una voz ronca resonó en el oído del chico.

—¿…sibilidad, Brigadier?

—Tendremos a nuestros magos elementales limpiando la zona tanto como


sea posible, para mejorar la visibilidad —respondió una mujer—. Se ha
establecido un radio de un kilómetro y medio. Reforzaron las posiciones y
se puso en marcha la emboscada. Un regimiento desde el centro hacia
afuera, dos en la periferia.

Una parte de él quería entregarse, Atlantis le daría algo para aliviar el dolor
de la médula ósea en descomposición. Pero el deseo de permanecer libre era
tan grande, era casi primitivo.

Era lo único que sabía.

Ni su nombre, ni su pasado, ni un solo evento que podría arrojar luz sobre


cómo llegó a estar en medio de un desierto, gravemente herido, solo esto: no
podía permitirse a sí mismo ser capturado por Atlantis o sus aliados, o todo
estaría perdido.
Ahora las demandas y gritos eran solo aquellas de soldados obedeciendo
órdenes. El mago elemental revocó el hechizo anterior para amplificar la voz.
Un repentino silencio descendió, sosegado y sofocante.

El chico sopesó sus escasas opciones. Sin ningún recuerdo, no podía


teleportarse, incluso si tenía el rango de teleportación para irse más allá del
radio que Atlantis estaba estableciendo. Si fuera capaz de ver algo a la
distancia, entonces podría teleportarse a ciegas. Pero con la tormenta de
arena oscureciéndolo todo, eso también era imposible.

Si tan solo hubiera tenido el aplomo de pedirle al mago elemental perforar


un túnel de aire claro en la tormenta de arena, entonces habría sido capaz
de distanciarse de ese torrente de atención sospechosa.

Había estado casi totalmente convencido de que el mago elemental había


sido responsable de su herida. ¿Quién más podría estar tan cerca, sino un
enemigo? ¿Quién más podría continuar merodeando en la periferia de su
cúpula, a pesar de su expreso deseo de que lo dejasen solo?

El temor que el mago elemental le tenía a Atlantis podía haber sido una
actuación. El chantaje para meterse bajo su cúpula sin duda podría haber
sido un intento de acabar con él. Sin embargo, la disposición del mago
elemental para dar la primera gota de sangre, le había sorprendido.

Uno podría causar mucho daño ofreciendo voluntariamente la sangre. Solo


un tonto —o alguien sin ningún motivo oculto— se habría atrevido como lo
hizo el mago elemental. Ahora, de un casi seguro enemigo, se había
convertido en una incógnita en la ecuación.

—¿Escuchaste su plan de acción? —dijo el mago elemental.

Él gruñó una respuesta.

—Iré bajo la superficie, es lo que debería haber hecho en primer lugar, en


vez de involucrarme en cualquier tipo de magia de sangre.

—¿Entonces por qué no lo hiciste?

—Seguro que siempre piensas con claridad y desde todos los ángulos
cuando hay carros blindados dirigiéndose hacia ti —dijo el mago elemental,
con un tono malicioso—. En cualquier caso, mi fracaso anterior de
considerar esta alternativa particular es tu buena suerte. Puedo llevarte
abajo conmigo.
La oferta avivó sus sospechas de nuevo. ¿El mago elemental era algún tipo
de cazadora de recompensas, preocupada de que un premio en efectivo
podría ser estropeado por la llegada de Atlantis a la escena?

—¿Por qué insistes en aferrarte a mí?

—¿Qué?

—Me fuerzas a tolerarte.

—Forzarte… ¿has sido criado para caminar de largo cuando hay un mago
gravemente herido tendido en el suelo?

—Lo pregunta el que se involucra en chantaje.

El mago elemental murmuró algo que rayaba en la obscenidad.

—Entonces, supongo que prefieres quedarte aquí. Adiós y ojalá la Fortuna


proteja tu ser tan encantador.

No podía ver en la oscuridad, pero podía sentir la arena moviéndose a su


derecha, el mago elemental se hundía.

—Espera.

—¿Qué deseas?

Vaciló por un momento.

—Iré contigo.

Un pacto de no lastimar no aseguraba un vínculo como un juramento de


sangre: nada le impedía al mago elemental entregarlo a un tercero que le
deseaba el mal. Pero bajo la superficie, donde no había terceros, debería
estar lo suficientemente seguro.

—¿Estás seguro? Podría tomarlo como un permiso para forzarte a tolerar


aún más mi compañía.

La voz del mago elemental destilaba sarcasmo. Tranquilizador, eso: prefería


enormemente a alguien que no quería tener nada que ver con él.

—Tendré que soportarla por tus remedios.

El mago elemental se metió debajo de él, el movimiento causando una oleada


de agonía. Apretó sus dientes y se concentró en la modificación de la cúpula
extensible a un escudo móvil normal, el cual debería mantener una burbuja
de aire alrededor de ellos y evitar que la arena cayera sobre su espalda.

El mago elemental envolvió un brazo alrededor de su cuello y enganchó una


pierna detrás de sus rodillas. Comenzaron a hundirse, arena excavada fluía
desde abajo a cada costado del escudo hasta arriba.

—¿Y cómo sabes que mis remedios no están envenenados? —dijo el mago
elemental mientras descendían.

—Asumo que lo están.

—Entonces, espero con interés aplicártelos.

Se hundieron más rápidamente. Algo no estaba del todo bien. El mago


elemental había parecido de cuerpo delgaducho, pero con sus torsos
presionados tan juntos, no se sentía casi tan esquelético como había
anticipado. De hecho... de hecho...

Contuvo el aliento… y siseó por el dolor que lo atravesó. Pero no podía haber
duda de ello.

—Eres una chica.

No se inmutó por su descubrimiento.

—¿Y?

—Estás vestida como un hombre.

—No estás vestido como un mago.

No sabía eso. Cuando había recuperado la conciencia, había estado


recostado sobre su espalda, arena caliente excavando en la herida abierta
en su espalda. Todo lo que pudo hacer fue colocarse boca abajo y construir
la cúpula extensible, que no había prestado atención a lo que vestía. Y más
tarde, cuando necesitaba implementar algo afilado, simplemente intentó con
uno de sus bolsillos, sin pensar si el traje de mago tendría un bolsillo en ese
lugar en particular.

Todo el asunto cada vez era más incomprensible. Era bastante malo,
despertarse en medio de un desierto, herido, sin tener ni idea de cómo había
llegado al lugar. ¿Ahora también la vestimenta que usaban los no mágicos?

Se detuvieron.
—Roca firme a casi un metro. —Se deslizó de debajo de él.

Sus uñas se clavaron en el centro de la palma de su mano, luchando contra


el nuevo dolor punzante causado por su movimiento.

Una luz clara y mágica de color azul aumentó y se extendió.

—Voy a mirar tu herida. Serás una carga para mí si no puedes moverte por
tu cuenta.

Establecido el acuerdo de no hacer lastimarse, ella no podía hacer nada para


empeorar su condición. Aun así, la inquietud se apoderó de él ante la idea
de estar más o menos a su merced. Pero no tenía otra opción.

—Adelante.

Cortó su ropa y roció un líquido fresco y aromático en su herida, una lluvia


que empapó una quemadura arrasadora. Se escuchó jadear, por la bendita
reducción del dolor.

—Ahora necesito limpiar la herida —le advirtió.

Innumerables partículas de arena habían penetrado su piel. Sacarlas todas


podría ser, literalmente, un baño de sangre. El temor rugió en su cabeza,
apretó sus dientes y no dijo nada.

El dolor volvió, agudo y lacrimoso. Se tragó un grito y se preparó para más.


Pero ella solo salpicó más de lo que debían ser lágrimas de Ángeles en su
espalda.

—Terminé —dijo—. Removí todos los granos de arena a la vez, ya que no


tenemos mucho tiempo.

Habría expresado gratitud, si no estuviera temblando demasiado como para


hablar.

Aplicó capas y capas de diferentes ungüentos, vendó su herida, y le ofreció


un puñado de gránulos.

—Los grises son para la fuerza. Los rojos para el dolor; de lo contrario
todavía te dolerá demasiado como para moverte.

Se los tragó enteros.

—Quédate en donde estás por un minuto, mientras te hace efecto. Luego


debemos seguir adelante.
—Gracias —se las arregló para decir.

—Cielos, palabras que pensé que nunca escucharía de ti —dijo ella.

Revisó y comprobó dos veces todas las etiquetas mientras ponía los remedios
en su bolso, con el cuidado de una bibliotecaria acomodando los libros de
acuerdo a un código de referencia particularmente rígido.

Ahora que sabía que era una chica, estaba asombrado de que hubiera creído
que era un chico hasta que estuvieron presionados juntos desde los
hombros hasta las rodillas. Sí, se había puesto ropa de hombre, el pelo corto,
y la voz un poco ronca, pero seguramente… Solo pudo sacudir la cabeza por
dentro ante la potencia de la suposición.

Ella levantó la vista, atrapó su mirada fija, y frunció el ceño, tenía un ceño
fruncido bastante temible.

—¿Qué es esa cosa fría dentro de tu ropa?

Apenas comenzaba a ser consciente de un escalofrío contra su corazón, que


apenas había notado antes, cuando el dolor de su espalda había desplazado
a todas las demás sensaciones. Con cautela, puso una mano bajo su
chaqueta. Sus dedos entraron en contacto con algo gélido.

En un intento de moverlo se irritó la parte posterior de su cuello. Ese algo


era un colgante. Tiró de la cuerda alrededor de su cuello.

El colgante tenía la forma de medio óvalo. La otra mitad claramente faltaba.


¿Dónde estaba? ¿Quién lo tenía? ¿Y la temperatura de su mitad del colgante
indicaba que la otra mitad estaba lejos, muy lejos, tal vez en un continente
totalmente diferente?

Se sentó y examinó su ropa arruinada, chaqueta, chaleco y camisa. De


acuerdo con las etiquetas cosidas en las costuras, habían sido hechas por
un sastre de Savile Row, Londres.

Encontró la navaja que había usado antes, grabada con un escudo de armas
que tenía un dragón, un ave fénix, un grifo, y un unicornio en los
cuadrantes. El chaleco contenía un reloj, hecho de un agradable gris-plata
metálico, grabado con el mismo escudo de armas. El bolsillo interior de la
chaqueta contenía una cartera y otra vez el mismo escudo de armas.

Dentro de la cartera había una cantidad insignificante de monedas no


mágicas, británicas, por el aspecto de las monedas. Pero lo más importante,
había varias tarjetas, todas con el mismo escudo de armas una vez más, y
en el otro lado, las palabras S.A.S. Príncipe Titus de Saxe-Limburg.

¿Era él este Príncipe Titus? ¿Qué clase de lugar era Saxe-Limburg? No había
un reino mágico con ese nombre. Y por lo que sabía, no había uno no mágico
tampoco.

Ella le entregó una túnica de su mochila. Él destruyó la ropa arruinada,


guardó el colgante dentro de la cartera, y empujó la cartera y el reloj en los
bolsillos de su pantalón. Una ardiente sensación desagradablemente rozó
su espalda mientras levantaba los brazos para ponerse la túnica, pero la
ignoró.

Ella arrojó un odre de agua en su dirección. Bebió casi la mitad del


contenido de la cantimplora, se lo regresó y señaló la correa rota de su bolso.

—Puedo reparar eso por ti.

—Adelante, si eso hará que tu conciencia se sienta mejor.

Volvió a unir las dos partes de la correa.

—¿Por qué asumes que tengo una conciencia?

—De hecho. ¿Cuándo dejaré de ser tan patán?

Hizo más amplio el espacio en el que se encontraban y se puso de pie.

—Linea orientalis.

Una tenue línea apareció bajo sus pies, corriendo hacia el este.

—¿A dónde te diriges? —preguntó, una mejor pregunta que ¿Dónde


estamos? No quería delatar el hecho de que no tenía ni idea de su ubicación.

—El Nilo.

Así que estaban en el Sahara.

—¿Qué tan lejos estamos del Nilo?

—¿Qué piensas?

Ella tenía un desafío frío en sus ojos. Se dio cuenta de que le gustaba
mirarla, la disposición de sus facciones era estéticamente agradable. Pero
más que eso, le gustaba la forma segura en la que se conducía, ahora que
ya no se molestaba en ser agradable con él.

—No sé lo suficiente para decirlo.

Ante su confesión, le lanzó una mirada especulativa.

—Estamos a mil doscientos kilómetros al oeste del Nilo.

—¿Y cuán el sur del Mediterráneo?

—Aproximadamente lo mismo.

Eso los colocaba aproximadamente a doscientos, doscientos cincuenta


kilómetros al suroeste del reino Beduino más cercano, uno aliado con
Atlantis, nada menos. El carro blindado debe haber despegado de una
instalación de Atlantis en ese reino, lo que explicaría cómo se las arreglaron
para llegar a escena tan rápido.

¿Pero por qué? ¿Por qué Atlantis vendría corriendo? ¿Era por la misma razón
que prefería soportar cualquier cantidad de dolor que ser capturado?

Se puso de pie, y se habría tambaleado si no hubiera puesto una mano en


la pared de arena, que se sentía casi húmeda contra su piel.

—¿Puedes caminar? —preguntó ella, su tono al borde de lo severo.

—Puedo caminar.

Esperaba que dijera algo cortante, algunas líneas sobre que con mucho
gusto lo dejaría atrás si no podía mantener el ritmo. Pero solo le entregó un
cubo nutritivo.

—Hazme saber cuándo necesites descansar.

Una extraña sensación se apoderó de él: después de un momento o dos lo


reconoció como vergüenza. Humillación, casi. Por supuesto, todavía había
una probabilidad de que todo en ella fuera una pretensión. Pero parecía
cada vez más probable que fuera simplemente una persona muy decente,
incluso compasiva.

Le dio un mordisco al cubo nutritivo, que sabía como aire ligeramente


saborizado.

—Supongo que esto también está envenenado, al igual que tus remedios.
La comisura de sus labios se elevó ligeramente.

—Por supuesto.

Ella excavó a lo largo de la línea que había hecho, mantenimiento el espacio


lo suficientemente grande como para que caminaran uno al lado del otro. El
aire que respiraba era fresco y ligeramente húmedo. La arena que crujía bajo
sus pies tenía un brillo apenas perceptible de humedad. Por encima y a cada
lado de ellos, la arena retrocedía, haciendo que se sintiera un poco mareado.
Haciéndolo sentir como si estuviera en un barco submarino, navegando en
las profundidades oscuras de un extraño océano.

Una rápida comprobación le dijo que estaban a treinta metros bajo la


superficie. Una cúpula móvil —incluso una cúpula adamantina— no podía
sostenerse bajo el peso de tanta arena. Solo los poderes elementales de la
chica les impedían ser enterrados vivos.

Su rostro estaba casi en blanco con la concentración, con sus ojos bajos y
medio cerrados. Su pelo era de color negro azulado en la luz mágica y el
corte del mismo le hizo notar su estructura ósea y sus labios llenos.

Lo miró, él había estado mirando fijamente. Volvió su atención a su varita


en su lugar, que reconoció como una réplica de Validus, la varita de Titus el
Grande. Al entrar a la edad adulta los magos solían optar por encargar
diseños originales para sus varitas; antes de eso, se les daba a menudo
varitas que eran copias de aquellas esgrimidas por archimagos legendarios.

Así que no había nada, aparte de que era muy probable que todavía fuera
menor de edad y que alguien de su familia admirara a Titus el Grande.

—¿Eso te dice quién eres? —preguntó ella, con la barbilla apuntando hacia
su varita.

La importancia de su pregunta no se le escapó. ¿Eso te dice quién eres? Ella


asumía que no tenía otra forma de conocer su propia identidad. Lo cual era
del todo cierto, pero difícilmente la conclusión a la que alguien llegaría
conociéndolo unos cuantos minutos, a menos…

A menos que ella tampoco supiera sobre sí misma.

Él le entregó una de las tarjetas de su cartera. Ella la examinó


cuidadosamente, por delante y por detrás, murmurando hechizos para
revelar escritura oculta. Pero era lo que era, una tarjeta ordinaria no mágica.
—¿Tienes algo que te diga quién eres? —Hizo la misma pregunta de vuelta.

Ella levantó la vista por un segundo, como si se debatiera si quería darle


alguna respuesta, metió la mano en los bolsillos de sus pantalones… y
permaneció completamente inmóvil. Él también lo escuchó. Algo estaba
viniendo desde detrás de ellos, algo grande y metálico, arañando la roca a
medida que se acercaba.
CAPÍTULO 6
Traducido por âmenoire90 y Salilakab

Corregido por Areli97

I nglaterra

—Echa un vistazo a esto —dijo Iolanthe. Abrió un cajón, sacó una fotografía
enmarcada y se la pasó a Wintervale.

Wintervale, Cooper y Titus estaban en su habitación. Justo habían


regresado de su última clase en un día corto. Faltaban horas para tomar el
té, pero había ofrecido compartir un pastel de High Street y los chicos de la
Sra. Dawlish eran conocidos por no rechazar oportunidades para comer.

Wintervale silbó ante la fotografía.

—Linda.

Cooper tomó la fotografía de él.

—Bonita.

—La besé —dijo Iolanthe

Titus, que había estado examinando un bote de galletas de su alacena, no


levantó la mirada.

—He matado más dragones que lo que tú has besado chicas, Fairfax.

—¿Y cuántos dragones ha matado, Su Alteza? —preguntó Cooper


ansiosamente.

—Ninguno.

Wintervale codeó a Iolanthe.

—Fairfax, creo que el príncipe ha insultado tu hombría.


—Mi querido Wintervale —dijo Iolanthe—, el príncipe simplemente ha
admitido nunca haber derrotado a ningún dragón escupe fuego en toda su
vida. ¿Cómo podría él posiblemente insultar mi hombría?

Titus la miró entonces, una leve sonrisa conocedora en su cara. El efecto de


esa sonrisa fue una veta de calor por su piel.

Cooper empujó la fotografía hacia Titus.

—¿Quiere ver a la chica a la que besó Fairfax, príncipe?

El príncipe apenas miró la imagen.

—Ordinaria.

—Su Alteza está celoso porque desea poder haberla besado él —dijo Iolanthe
a Cooper y Wintervale.

—No beso plebeyas —dijo Titus, mirándola a los ojos de lleno.

Ciertamente ella era una plebeya, sin una gota de sangre aristocrática. Y
ciertamente, él la había besado en cada oportunidad.

—Con razón está tan malhumorado todo el tiempo —contestó ella.

Wintervale y Cooper se rieron.

La puerta se abrió y Sutherland asomó su cabeza

—Caballeros, tengo excelentes noticias: podríamos estar enfrentando


veinticuatro horas de libertinaje.

—Todos los días de mi vida son veinticuatro horas de libertinaje —dijo Titus,
con su atención de nuevo en el bote de galletas—. Tendrás que hacerlo mejor
que eso, Sutherland.

Esto tomó por sorpresa a Sutherland. Él era uno de esos chicos que había
considerado a Titus un insignificante principito Continental que reinaba
sobre un castillo deteriorado y diez acres de tierra. Pero después de los
eventos del Cuatro de Junio, Sutherland se había vuelto bastante más
respetuoso. Se detuvo en la puerta, parpadeando un poco, pero no muy
seguro de cómo responder.

—No lo escuches, Sutherland. Su Alteza sabe tanto sobre libertinaje como


lo hace sobre matar dragones —dijo Iolanthe—. Ahora dime tus noticias.
Sutherland aclaró su garganta con algo de timidez.

—Mi tío tiene una casa en Norfolk, en la costa. Ha acordado dejarme usarla
para entretener a algunos amigos. Podemos hacer un viaje de sábado a
domingo, jugar un poco de criquet, cazar algunos urogallos, y devastar una
colección muy fina de coñac.

Wintervale se levantó.

—Estoy dentro.

—¿Y todos los demás? —Sutherland señaló a los demás en la habitación.

—Ellos también, por supuesto —contestó Wintervale por ellos

—Excelente. Haré que mi tío le mande una carta a la Sra. Dawlish,


declarando que él asegurará supervisión adecuada y solo nos permitirá
actividades que fortalezcan nuestro cuerpo y alma.

—Lo que incluye devastar su colección muy fina de coñac, entiendo —dijo
Iolanthe.

—¡Precisamente! —Guiñó Sutherland—. Y si Kashkari regresa a tiempo,


háganle saber que también está invitado.

Sutherland salió. Wintervale y Cooper partieron también, después de que


hubieran saqueado la provisión de pastel de Iolanthe. Titus permaneció,
comiéndose un bísquet a un paso sin prisa, estudiándola a través de la
habitación.

Era posible que durante el verano se hubiera vuelto más ancho de hombros.
Y tal vez un centímetro más alto. Pero sus ojos todavía eran los mismos,
jóvenes y antiguos a la vez. Y su mirada, enfocada totalmente en ella… el
calor barrió a través de ella de nuevo.

Se habían besado en cada oportunidad, pero esas oportunidades eran


mucho menos frecuentes de lo que a ella le gustaría. Solo cerraba su puerta
para cambiarse o bañarse, así que los chicos estaban acostumbrados a
entrar a su cuarto tras un golpe superficial, a menudo sin incluso esperar
una respuesta, y los chicos iban y venían todo el tiempo. Cambiar eso
abruptamente podría hacer que alguien como Cooper le preguntara el por
qué frente a otros chicos.
La habitación de él era el lugar más seguro, pero no había estado mucho en
su cuarto últimamente: estaba construyendo otra entrada a su laboratorio,
un estrecho espacio que actualmente solo era accesible a través de un faro
que estaba a más de ochocientos kilómetros de distancia, una distancia
extenuante para que ella se teleportara día tras día.

Pero cuando hubiera terminado, sería capaz de llegar al laboratorio desde


una antigua cervecería a unos pocos kilómetros de distancia. En el
laboratorio, tendrían seguridad y privacidad. Sin mencionar que en el
laboratorio estaba el Crisol.

Y tenía una corazonada de que en el Crisol, podrían hacer más que solo
besarse.

—¿Qué estás tramando? —Inclinó su cabeza hacia la fotografía, dejada por


Cooper sobre su escritorio—. ¿Quién es la chica?

—Esa es la chica que te salvará el pellejo.

Su expresión cambió, ahora entendía que la chica en la fotografía era ella.


Pero dado que estaba protegida por un Encantamiento Irrepetible, su
imagen no podía ser capturada exactamente. Ella había querido ver qué
pasaría si era fotografiada, y la respuesta era que había aparecido una cara
completamente diferente.

Él levantó la fotografía y la miró de nuevo. Vería a una joven mujer con


buena estructura ósea y un par de grandes ojos en un turbante de moda.

—¿Dónde fue esto?

—Tenerife, las Islas Canarias. En mi camino a Ciudad del Cabo.

El barco de vapor había estado medio día en el puerto para recoger


provisiones. Ella había ido a la orilla, caminando por ahí, vio un estudio de
fotografía, y decidió divertirse un poco.

—Quizá necesito repensar mi política de no besar plebeyas —dijo.

—Me alegra que puedas superar tus prejuicios —murmuró.

La vio un rato más.

—Debo irme.

Reunió su resolución.
—¿Has escogido un lugar? ¿Un lugar en el Crisol?

Para cuando quisieran hacer más que solo besarse.

Él frotó un dedo a lo largo de la parte posterior de una silla.

—¿Has estado en “La Reina de las Estaciones”?

—No. —Había tantas historias en el Crisol.

No miró exactamente hacia ella.

—Tiene una villa de verano.

Se acercó a él lentamente y posó su mano contra el chaleco negro de


cachemir que se asomaba por debajo de su chaqueta del uniforme.

—¿Estás poniendo la villa de verano extra linda para mí?

Sus ojos se encontraron.

—¿Qué si lo estoy haciendo?

Ella sonrió.

—Solo recuerda, sin pétalos de flores sobre algo, en ningún lado.

Su expresión cambió brevemente.

—¿Me veo como alguien que esparciría pétalos sobre algo o en alguna parte?

—Sí. —Su sonrisa se agrandó—. Te ves como alguien que cree que algunos
montones de pétalos de rosa son el epítome del romance.

Tiró de ella hacia él para un beso que duró medio segundo.

—No hago promesas.

Y entonces se había ido, dejándola sola con sus labios todavía


hormigueando.

La siguiente tarde era la primera práctica de criquet.

Iolanthe se puso su conjunto y tocó la puerta de Wintervale. Nadie contestó.


Raro, tenía la impresión de que iban a caminar juntos hacia la práctica. Y
Wintervale tomaba tales cosas en serio.
Tocó de nuevo.

—¡Wintervale! ¿Estás ahí?

Se escuchó un golpe, como si alguien hubiera saltado de una silla y hubiera


aterrizado fuertemente.

Estuvo a punto de tocar de nuevo cuando la puerta se abrió.

—¿Dónde está el príncipe? —preguntó Wintervale con urgencia, sin


preámbulos.

—Salió a caminar. ¿Algo con lo que te pueda ayudar?

Mientras las palabras dejaban sus labios, vio el armario abierto detrás de
Wintervale. Cayó en cuenta. Wintervale probablemente era necesitado en
casa por su madre. Su manera habitual de transportarse era el armario, que
actuaba como un portal, pero Lady Wintervale había sellado el portal el
pasado junio, después de que Iolanthe había hecho uso de él sin
autorización.

Lo irónico era que Iolanthe podía teleportarse lo suficientemente lejos para


llevar a Wintervale a su casa en Londres. Pero no se atrevía a revelarle su
secreto.

Wintervale empujó una mano en su cabello.

—No, tiene que ser Titus.

—Ah, Wintervale, ahí estás —dijo la Sra. Dawlish, resoplando un poco


después de haber subido las escaleras—. Tengo un telegrama de tu madre.
Te necesita urgentemente en casa. Ya he enviado a que traigan el carruaje
para que te lleve a la estación de tren. Deberías estar en casa en una hora
y media.

Wintervale gruñó.

—¿Una hora y media? Eso es una eternidad. Si solo fuera un teleportador


más fuerte.

—¿Qué? —pregunto la Sra. Dawlish.

—¿Qué? —hizo eco Iolanthe, dado que se suponía que tampoco entendiera
lo que Wintervale había dicho.

Wintervale negó con la cabeza, como si estuviera reprendiéndose a sí mismo.


—No es nada. Gracias, Sra. Dawlish. Bajaré en un momento. Y, ¿puedes
disculparme con West, Fairfax? Probablemente no regresaré antes de la
cena.

—Por supuesto.

Iolanthe acompañó Wintervale al carruaje que esperaba abajo, luego caminó


sola hacia la práctica. A medida que se aproximaba a los campos de juego,
alguien dijo su nombre.

Se giró. Era un chico de unos diecinueve años, también con su conjunto,


alto, de piernas largas y delgado. Su cabello rubio oscuro estaba corto y
llevaba un impresionante bigote. Sus rasgos, ligeramente demasiado
irregulares para ser clasificado clásicamente apuesto, aun así eran bastante
atractivos de ver.

Le tomó un momento reconocerlo, la última vez que lo había visto, había


tenido el cabello más largo y no tenía bigote.

—¡West! Justo la persona que estaba buscando. Wintervale tuvo que irse
por una emergencia familiar y quería que lo supieras.

West, como Wintervale, había sido un miembro del equipo de criquet el


pasado Periodo de Verano. La elección de Wintervale había emocionado a
todos en la casa de la Sra. Dawlish. Pero West estaba mucho más alto en la
jerarquía que Wintervale, dado que era ampliamente esperado que fuera el
capitán de los once el próximo verano.

Iolanthe lo había conocido brevemente cuando el equipo de su casa había


jugado con el equipo de la casa de él. Su equipo había perdido, pero había
sido un juego excelente con un resultado incierto hasta cerca del final.

West le ofreció su mano para estrecharla.

—Espero que nada esté terriblemente mal en la casa de Wintervale.

—Pensaría que no, pero a su madre le gusta tenerlo a la mano cuando se


está sintiendo indispuesta.

Caminaron en silencio por aproximadamente un minuto, antes de que West


preguntara:

—Eres amigo de Titus de Saxe-Limburg, ¿no es así?


Hasta el pasado Cuatro de Junio, habría dicho que la mayoría de los chicos
en la casa de la Sra. Dawlish probablemente no podían recordar el nombre
del principado de origen prusiano inventado por Titus. Pero desde entonces,
había contestado algunas preguntas de los chicos que habían visto al gran
séquito de familia que había ido a la escuela y consecuentemente habían
curioseado sobre el príncipe.

—Sí, vivo al lado de Su Alteza.

—Parece un personaje interesante —dijo West.

Iolanthe no necesitó contestar, ya que habían llegado y el maestro de criquet


quiso unas palabras con West.

Pero sí, un personaje infinitamente interesante, su príncipe.

Baycrest House, propiedad del tío de Sutherland en Norfolk, estaba


asentada en un alto promontorio que se adentraba en el Mar del Norte, con
muchos frontones, un jardín enclaustrado a su espalda y una pequeña
media luna de playa al lado, a la que se accedía por treinta metros de
escaleras desvencijadas que habían sido construidas en los acantilados.

Los chicos estaban bastante extasiados. Cooper, en particular, gritó


mientras corría arriba y abajo, como si nunca hubiera visto el mar —o una
casa, para el caso— en toda su vida.

Los otros chicos y Iolanthe estaban a punto de probar bocado para comer
cuando Cooper gritó desde el balcón superior:

—Señores, ¡nuestro amigo del subcontinente ha llegado!

Iolanthe y el príncipe intercambiaron una mirada. A ella le gustaba


Kashkari. Estaba, además, muy agradecida por la ayuda que había recibido
de él hacia Titus y ella misma. Aun así, estaba más que un poco nerviosa
por encontrarse con Kashkari de nuevo: Kashkari escuchaba y sus
inteligentes ojos no se perdían nada.

Pero este Periodo estaba mejor preparada. Durante su verano de viajes en


barco de vapor había hecho su camino por una serie de libros de las
bibliotecas del barco, especialmente los relacionados con la geografía
política del Imperio Británico. Desde que llegó a las costas de Inglaterra
había leído diariamente The Times. Cuando tenía tiempo había echado un
vistazo a The Daily Telegraph, The Illustrated London News y The Manchester
Guardian; a veces sentía cómo que había estudiado para el regreso de
Kashkari más diligentemente de lo que se había preparado para cualquier
examen en su vida.

Kashkari se veía igual: ojos saltones, llamativo y elegante. Pero después de


un cuarto de hora aproximadamente, Iolanthe realmente comenzó a
relajarse. El chico que entró a Baycrest House no parecía tener los mismos
poderes de observación que Iolanthe había estado temiendo.

Cuando él preguntó por sus vacaciones y su familia, y le contó sobre el


ingreso de algo de dinero de los Fairfax y la venta de la granja, él solo asintió
y dijo que era buen momento para salir de Bechuanalandia, antes de que la
hostilidad entre ingleses y Boer iniciara una guerra abierta.

Y luego se movió a la ausencia de Wintervale.

—¿Alguien sabe algo de la emergencia en el hogar de Wintervale? La Sra.


Hancock me dijo que había ido a casa a principios de semana y aún no ha
regresado.

—Es correcto —dijo Cooper—. Se fue en medio de una gran prisa, tanto que
dejó la mitad de un bollo de Chelsea, y sabes que Wintervale nunca deja
comida sin terminar.

—¿Alguien le vio irse?

—Yo estaba ahí —dijo Iolanthe.

Esta vez, la atención de Kashkari, estaba más centrada en ella.

—¿Cómo se veía él?

—Molesto, pero difícilmente en un estado de devastación.

Iolanthe había esperado que Wintervale regresara al día siguiente. Cuando


dos días habían pasado y no había signo de Wintervale se había preocupado.
Pero Titus le había dicho que no era inusual que Wintervale se ausentara
por una semana si su madre lo necesitaba.

—Debería volver pronto, ¿no es así? —preguntó Kashkari con el ceño


fruncido ligeramente.

—No me sorprendería que esté aquí mañana. Conoces a Wintervale, no se


perdería esto si puede evitarlo —dijo Sutherland—. Pero de vuelta a
nosotros, caballeros. ¿Qué les parece si vamos a la playa, hacemos un fuego
y contamos historias de fantasmas cuando oscurezca?

Cooper casi chilló.

—¡Me encantan las historias de terror!

Titus le miró. Siempre miraba a Cooper como si fuera un Cocker Spaniel


que de alguna manera se las arreglaba para hablar de forma humana. Pero
estos días Iolanthe se había dado cuenta de que Titus había empezado a
traicionarse con una ligera predilección por el chico.

Pero cuando habló, fue de nuevo el gran príncipe que no podía ser molestado
con los simples mortales.

—Los plebeyos y su entusiasmo —dijo—. ¿Dónde está el coñac que se me


ha prometido?

El día comenzaba a atardecer cuando fueron hacia la playa. La brisa del mar
se había vuelto fuerte y rígida. Las gaviotas revoloteaban por encima,
buscando un último bocado de la cena mientras que la luz aún persistía.

Iolanthe sacudió la cabeza mientras ayudaba a recoger trozos de madera: la


gran maga elemental de su tiempo, sin permiso de chasquear los dedos y
convocar una fogata de la nada. Para cuando tenían el fuego encendido y
salchichas chorreando en las flamas, ya se encontraba bastante oscuro, las
estrellas diminutos alfileres contra el cielo de tinta.

Las historias de fantasmas comenzaron con la visita de Cooper a una casa


embrujada, seguida por la experiencia del tío de Sutherland en una
particular sesión de espiritismo que ponía los pelos de punta, y el cuento de
Kashkari de un espíritu que continuaba visitando a su bisabuelo, hasta que
este último reconstruyó una casa que había sido quemada por fuegos
artificiales en Diwali. Iolanthe contribuyó con una historia que había leído
en los periódicos. Titus sorprendiéndola —y probablemente a todos los
demás alrededor de la fogata— contó un escalofriante relato de un
nigromante que levantó un ejército de muertos.

Cuando todas las historias de fantasmas se habían dicho y todas las


salchichas que habían llevado abajo se habían asado y comido, Sutherland
sacó otra botella de coñac para compartir. Iolanthe y el príncipe llevaron la
botella a sus labios sin llegar a beber realmente, cualquier cosa que tuviera
un fuerte sabor propio podría disfrazar la adición de suero de la verdad u
otras pociones peligrosas. Todo el mundo bebía con diversos grados de
propósito y dedicación. Kashkari, en particular, asombró a Iolanthe
tomando liberales tragos, ella pensaba que él bebería con moderación, en
todo caso.

Un pequeño silencio cayó… y se quedó. Los chicos miraron fijamente el


fuego. Iolanthe estudió el juego de luces y sombras sobre sus rasgos,
especialmente de Kashkari. Titus también observaba a Kashkari.

Algo no estaba del todo bien con él.

—No sé lo que voy a hacer —dijo Cooper de la nada—. Mi padre está


contando los días hasta que pueda unirme a su bufete de abogados. Y yo
creo que nunca le podré decir que no tengo el más mínimo interés en leyes.

Iolanthe fue sorprendida por el repentino giro en la conversación.

—Entonces, ¿qué quieres hacer?

—Esa es la cosa. No tengo la más remota idea. Difícilmente puedo ir con el


viejo y decirle: “Lo siento padre, no sé lo que me gusta, pero sé que odio lo
que haces”. —Agarró la botella de Sutherland—. Por lo menos no tienes que
emprender una profesión, Sutherland. Tienes un condado que te espera.

Sutherland resopló.

—¿Has visto el condado? La mansión se está cayendo sobre sí misma. Voy


a tener que casarme con la primera heredera que venga a mí, y
probablemente nos odiaremos mutuamente por los siguientes cincuenta
años.

Ahora todo el mundo miraba expectante a Iolanthe. Ella empezó a entender:


el alcohol era el suero de la verdad de los no magos, excepto que ellos
participaban voluntariamente y compartían bajo su influencia lo que no
podían decirse completamente sobrios.

—Yo podría no estar en la escuela por mucho tiempo más. Mis padres han
decidido que después de su gira mundial, van a comprar un rancho en el
oeste de Estados Unidos, Territorio Wyoming, para ser específicos. Y tengo
el presentimiento de que querrán que me vaya con ellos para ayudarles.

Era la historia que ella y Titus habían decidido para explicar su probable
partida apresurada de la escuela uno de esos días.
—Tampoco queda mucho tiempo para mí tampoco —dijo Titus—. Tengo
enemigos en casa y tienen los ojos puestos en mi trono.

Esto causó una inspiración colectiva, el más ruidoso fue Cooper,


naturalmente.

—No habrá un golpe de estado, ¿o sí? —preguntó con voz temblorosa.

—¿Quién sabe? —Titus se encogió de hombros—. Hay todo tipo de intrigas


ocurriendo a mis espaldas. Pero no tienes que preocuparte, Cooper. Lo que
es mío, lo mantengo.

Cooper se tambaleó un poco. Por un momento Iolanthe pensó que quizás se


fuera a caer debido al efecto combinado del coñac y la emoción, esta debía
ser una de las pocas veces que Titus se había dirigido a él sin ordenarle
abandonar las instalaciones.

Pero Cooper se enderezó y los chicos se volvieron a Kashkari, quien señaló


la botella.

—Si hubiéramos tenido esta conversación antes de irme a casa para las
vacaciones, hubiera volteado mis manos y hubiera dicho: “Lo siento chicos,
pero no hay mucho en mi vida de lo que pudiera quejarme honestamente”.

Tomó un trago de coñac.

—Pero luego fui a casa y llegué justo a tiempo para celebrar el compromiso
de mi hermano. Y resulta que mi hermano se va a casar con la chica de mis
sueños.

Iolanthe estaba sorprendida, no tanto por las características específicas de


la revelación de Kashkari sino por el hecho de que él eligió divulgar algo tan
intensamente privado. Seguro, apenas lo había conocido hace unos meses,
pero nada de lo que conocía de él le indicaba en lo más mínimo que fuera
del tipo de ser abierto acerca de su dolor.

—Dios —murmuró Cooper—. Lo siento mucho.

—Exactamente mis sentimientos. —Kashkari sonrió sombríamente y


levantó la botella—. Brindo por la vida, que te pateará los dientes tarde o
temprano.
La villa de verano de la Reina de las Estaciones se asentaba en una estrecha
península que cortaba un gran lago glacial profundo. El sol acababa de subir
por encima de los picos que rodeaban el lago; el agua era casi del mismo
tono que la hiedra exuberante que subía por las paredes color crema de la
villa.

Titus estaba de pie en la terraza que daba al lago. Desde lo alto, desde el
enrejado de la pérgola, se arrastraban zarcillos de vid verde y racimos de
florecillas color miel.

Un hermoso lugar, ya sea bañado de la luz del sol o de la luna. Ningún lugar
podía ser lo suficiente perfecto para Fairfax, pero este se acercaba.

—Y vivieron felices para siempre.

Salió del Crisol a los alrededores mucho más mundanos del laboratorio.
Después de que él y Fairfax habían empujado y cargado a los chicos muy
ebrios, había venido a trabajar al laboratorio. Los chicos, de cualquier
forma, no iban a levantarse antes del mediodía, y él quería terminar de hacer
la nueva entrada a la brevedad posible.

La vida era incierta, la de él en particular.

Bostezó. Ahora eran casi las nueve de la mañana. Dejó el laboratorio hacia
un granero abandonado en Kent. De ahí era una rápida teleportación de
vuelta a su habitación en Baycrest House.

Fairfax estaba ahí, esperándolo, hojeando las páginas de un libro que había
sacado de la estantería; en deferencia a su rango, a Titus le había sido dado
el mejor cuarto en la casa, con baño privado, un amplio balcón con vista al
mar, y dos estantes llenos de volúmenes encuadernados en cuero.

—¿Ya está listo? —preguntó. Se refería a la nueva entrada del laboratorio.

—Casi. Tengo que esperar cerca de veinticuatro horas y entonces podré


completar el paso final.

—Extraño el Crisol —dijo ella—. Deben de haber sido por lo menos tres
meses desde la última vez que estuve dentro.

Después del Cuatro de Junio, había movido su copia del Crisol al laboratorio
para evitar la confiscación por Atlantis. Había otra copia en el monasterio
en las Montañas Laberínticas, pero ellos nunca habían podido visitar el
monasterio durante el verano.
—No pasará mucho tiempo más.

—¿Has tenido que palear baldes de pétalos de flores? —bromeó.

Barriles.

—Sin comentarios.

—Bueno, no voy por la decoración, de todas formas.

—Ahora me lo dices.

Sonrió.

—Ve a dormir. Te ves cansado.

Él cayó de espaldas en la cama.

—Me estoy haciendo viejo, solía quedarme despierto toda la noche y verme
mejor por eso.

—Tu espejo mintió —dijo ella, poniendo una manta sobre él.

Él tomó su mano y besó las yemas de sus dedos.

—Gracias —dijo—. Por todo.

—¿Qué puedo decir? —dijo ella con voz cada vez más débil—. Esta damisela
ama rescatar príncipes en peligro.

Él sonrió a medida que se quedaba dormido.

Y cuando despertó, seguía sonriendo.

Había soñado con ellos dos en la terraza de la Reina de las Estaciones en la


villa de verano. Pero en vez de besarse, habían estado sentados en el
parapeto ornamental, y ella le había estado contando una broma larga y
complicada.

Se había reído hasta despertarse, aunque ahora que tenía los ojos abiertos,
no podía recordar lo que ella había dicho.

Al momento siguiente su voz entró por la ventana que había dejado un poco
abierta. Estaba afuera, hablando con Cooper. Sus palabras exactas fueron
veladas por el viento y las olas, pero era suficiente saber que ella estaba
cerca, no solo a salvo sino también de buen humor.

Se sentó, y su mano presionó algo duro en la cama, el libro que ella había
dejado atrás. Un pequeño reloj ornamentado en el alfeizar de la ventana
llamó su atención: catorce minutos después de las dos.

Interesante. Era la hora exacta mencionada en la visión de su madre en la


que lo vio presenciar la hazaña de magia elemental que cambiaría las vidas
de todos los involucrados. Debido a esa visión, cada vez que estaba en el
castillo, solía acostarse después de comer y hacía que Dalbert le llamara
precisamente a las dos y catorce minutos, así todo sería, al pie de la letra,
lo que ya había sido ordenado.

Salió al balcón, a la brisa tonificante del mar. En el horizonte, una tormenta


se reunía, pero aquí todo estaba soleado y templado, o tan templado como
podía ser para inicios de otoño en el Mar del Norte. Abajo, Cooper y Fairfax
jugaban un juego de croquet en el césped. Ambos le saludaron en cuanto lo
vieron. Él asintió muy regiamente.

—¿Se nos unirá, Su Alteza? —gritó Cooper.

Estaba a punto de responder cuando su varita se calentó de repente. El


calentamiento era rítmico, un momento caliente, un momento normal, la
varita estaba emitiendo una señal de socorro. Y no cualquier señal de
socorro, una náutica, específica para navíos marítimos.

¿Había un barco de magos cerca?

—Dame unos minutos —le dijo a Cooper.

Escaneó el mar, pero no había embarcaciones alrededor. Fairfax, también,


estaba buscando. Habría sentido la señal de socorro en su varita de repuesto
que ahora llevaba en su bota.

Estableció un hechizo de vista lejana… y se tambaleó. A ocho kilómetros, en


el medio del Mar del Norte, navegaba un navío Atlante. No era un buque de
guerra de ninguna manera, pero parecía mucho más grande que una lancha
patrullera. Una lancha de motor, utilizadas para la persecución en el mar.

¿Qué estaba persiguiendo?

Pasaron varios segundos antes de que encontrara al bote huyendo de la


lancha de motor.
Se tambaleó de nuevo al reconocer al único pasajero en el bote: Wintervale.
CAPÍTULO 7
Traducido por Liseth Johanna

Corregido por Helen1

D esierto del Sahara

Cualquiera que fuera el artilugio que venía detrás, era grande y se movía
rápido.

Titus se giró hacia la chica.

—¿Puedes romper a través de la roca?

La duda cruzó su cara, pero mientras apagaba la luz mágica que iluminaba
su camino solo dijo:

—Veamos. Agárrate de mí.

Él envolvió sus brazos alrededor de ella. Bajaron a través de varios metros


de arena, y luego, más lentamente, hacia el sólido lecho de roca, que se
fracturaba bajo sus pies, los escombros apartándose de su camino para
permitirles pasar.

Justo a tiempo para que el artilugio les pasara sobre la cabeza,


fragmentando la roca como una enorme peinilla de metal. Los dientes de la
peinilla estaban solo a cuatro centímetros entre sí, no había manera de que
ellos pudieran atravesarlos.

—¿Qué tan rápido crees que se está moviendo? —preguntó la chica.

Ella volvió a encender la luz mágica. Con retraso, él se dio cuenta de que
todavía tenía sus brazos alrededor de ella. La soltó.

—A dieciséis kilómetros por hora, aproximadamente.

Pero el hueco que ella había hecho era tan estrecho que todavía estaban casi
nariz con nariz. Su piel estaba teñida de azul ante la luz mágica; una
mancha de polvo de roca en su nariz lucía como pequeñas motas de
lapislázuli.

—El área de búsqueda está en un radio de kilómetro y medio —dijo ella—.


La barredora necesitaría seis minutos para ir desde el centro a la periferia,
y seis minutos para regresar al centro. Dependiendo de qué tan lejos
estamos del centro, podemos seguir por cinco o seis minutos antes de que
la encontremos de nuevo.

Él sacudió la cabeza.

—El brigadier dijo que hay una barredora de ida, así como una de venida.
Se encontrarán a mitad de camino y cambiarán de dirección. Así que solo
serán dos o tres minutos, si mucho, antes de que regrese.

Ella frunció el ceño. Seria ineficiente, por no mencionar peligroso, que se


detuvieran cada dos minutos para hacer un hoyo.

—En ese caso, mejor cavo bajo la superficie de la roca. ¿Puedes gatear por
cerca de kilómetro y medio?

—Puedo, pero no necesitamos hacerlo. Podemos levitarnos el uno al otro(5).

Ella casi lució sorprendida por su idea.

—Hagamos eso.

Excavó un pasaje horizontal a metro veinte desde la cima de la roca y se


arrastró sobre su estómago. Él, detrás de ella, metió los pies primero con la
cabeza arriba, hasta que las suelas de sus botas se tocaron. Se hicieron
levitar a unos cuantos centímetros del piso del pasaje. Un pequeño río de
restos de roca empezó a fluir bajo ella, hacia la parte trasera. Cada quince
segundos más o menos, él presionaba las paredes del túnel y los impulsaba
hacia adelante.

Progresaron regularmente mientras la barredora se movía atrás y adelante


sobre sus cabezas. Cuando había pasado media hora, ella agrandó el túnel
para que pudieran sentarse y descansar. Él bebió vorazmente de la
cantimplora que ella le pasó, sorprendido por lo sediento que estaba,
aunque el túnel estaba tan frio como un sótano.

Su reloj medía la distancia al igual que el tiempo. Le mostró a ella que se


habían movido cerca de ochocientos metros desde donde habían comenzado
bajo la superficie del desierto.
Ella asintió.

—¿Te encuentras bien?

Su herida dolía, insistente y notablemente. Pero comparado con la agonía


anterior, el dolor no era nada.

—Estoy bien. ¿Y tú?

Ella pareció sorprendida por la pregunta.

—Bien, por supuesto.

A su lado, una pequeña esfera de agua apareció, girando perezosamente en


el aire mientras se hacía más grande. En estos días, los magos elementales
tendían a ser entretenedores en fiestas de cumpleaños más que cualquier
otra cosa. Los poderes de ella, por otro lado…

—Me ibas a mostrar algo, antes de que la barredora nos alcanzara —dijo él.

—Oh, eso. —Sacó una tarjeta de su bolsillo y la sostuvo hacia él.

Él examinó la tarjeta. A. G. Fairfax.

—¿Te importa si te llamo así?

Ella se encogió de hombros.

—Adelante. —El frío desafío se mostró en sus ojos—. ¿Debería dirigirme a ti


como Su Alteza Serena?

—Puedes anunciar a un príncipe de esa manera, pero te diriges a él solo con


“Su Alteza” —dijo él—. Por ejemplo: “Su Alteza, ha sido un privilegio gatear
por un estrecho túnel falto de aire con usted”.

Ella se mofó, pero sin rencor. La esfera de agua se había vuelto más grande.
Ella tomó la cantimplora, la volvió a llenar y la puso de vuelta en su bolso.
Él se dio cuenta solo cuando ella levantó la mirada y sus ojos se encontraron
que no había apartado la vista de ella todo este tiempo.

—Su Alteza —dijo ella, su tono medio burlón—, ¿puedo tener el honor de
excavar ochocientos metros más de pasaje para usted?

—Pero, por supuesto —respondió el, devolviéndole su tarjeta—. Cuando


regrese al trono, debo recordar y recompensar su lealtad y devoción.
Ella sacudió la cabeza por su pomposidad, pero él pudo ver el movimiento
de sus labios, como si estuviera divirtiéndose. Y lo sorprendió que en medio
del todo el peligro y la incertidumbre, sentía una pizca de puro deleite por
hacerla sonreír.

Se dieron cuenta al siguiente minuto que no podían hacerse levitar de


nuevo.

—Los hechizos de levitación que usamos antes posiblemente estaban a


punto de acabarse cuando nos detuvimos, no nos habríamos dado cuenta
porque estábamos apenas a ocho centímetros del piso —dijo el chico que
podría o no ser un príncipe—. Si ese fuera el caso, una espera de un cuarto
de hora sería lo necesario. Lo que significa que podemos volverlo a intentar
en... —Miró su reloj—, siete minutos.

Todavía sentía dolor, de modo que se mantenía con cuidado para evitar
movimiento innecesario. La gente reaccionaba diferente al dolor: algunos
querían simpatía y ayuda; otros preferían sufrir solos, no tener testigos de
su hora de aflicción. Él probablemente era de los últimos, del tipo que se
enojaban al enfrentarse con un insistente fariseo.

O…

—¿Pensaste que fui yo quien te hirió?

Él parecía divertido.

—¿Eso es todo lo que se te ocurre ahora?

—¿Por qué se me tuvo que haber ocurrido antes? Yo no lo hice.

Él enarcó una ceja.

—¿Segura de eso?

La pregunta la tomó por sorpresa, no tenía manera de saberlo con certeza,


¿o sí? Si él había herido a su protector, entonces podía verse a sí misma
cobrando venganza. Pero, por otro lado, la de él no era una herida causada
por poderes elementales.

Ella le señaló eso.


Él movió sus labios en una elocuente representación de un encogimiento de
hombros.

—¿Me estás diciendo que no sabes cómo hacer una poción?

¿Sabía? Con la pregunta, empezó a recordar todo tipo de recetas, para


clarificar, interpretar bel canto4, elixir de luz. Se frotó las sienes.

—¿Sabes por qué estás bajo el aspecto de un no mágico?

—Podría ser un Exiliado. La ropa que tenía venia de un lugar en Londres,


Inglaterra, y la reconocí como una calle conocida por sus tiendas de ropa
hecha a medida.

—¿Savile Row? —El nombre salió fácilmente de su lengua, sorprendiéndola.

Sorprendiéndolo a él también. Se movió, e hizo una mueca de dolor.

—¿Cómo lo sabes?

—Cuando dijiste una calle conocida por sus tiendas de ropa hecha a medida
en Londres, simplemente me vino a la mente. —Y aun así no podía recordar
su propio nombre.

—Así que retenemos conocimiento y habilidades que hemos adquirido —dijo


él—, pero no tenemos recuerdos personales.

Esto implicaba el uso de hechizos de precisión de memoria. Los hechizos


para forzar la memoria requerían solo la voluntad de hacer daño, pero los
hechizos de precisión de memoria requerían contacto: el mago que con tanto
esmero había bloqueado sus recuerdos debió haber acumulado horas de
contacto físico directo con ella, para poder ejercer esos hechizos sobre ella.

La mayoría de los hechizos que requerían contacto necesitaban treinta y seis


horas de contacto; los más poderosos requerían setenta y dos horas.
Excepto en niños que vivían con padres o familiares, o amantes que no
podían alejarse, los magos simplemente no se tocaban lo suficiente para
poder desplegar hechizos de contacto. Por supuesto que había maneras,
pero en general el requisito de contacto aseguraba que hechizos
potencialmente peligrosos no fueran usados libremente por cualquiera con
resentimiento.

4Bel canto: Es un término operístico que se utiliza para denominar un estilo vocal que se
desarrolló en Italia desde finales del siglo XVII hasta mediados del XIX.
En este caso, sin embargo, el umbral de requisito de contacto elevaba
escabrosas preguntas: significaba que su memoria no había sido tomada
por un enemigo, sino posiblemente por alguien que ella conocía muy, muy
bien.

Ese alguien se había asegurado que ella retuviera su miedo a Atlantis. Y


quien fuera que había aplicado los hechizos de memoria en el chico, había
hecho lo mismo.

—¿Crees… crees que nos conocíamos?

Él la miró un largo rato.

—¿Cuáles crees que son las posibilidades de que dos extraños


completamente desconectados terminaran en la mitad del Desierto del
Sahara, dentro de un pasaje de roca, ambos habiendo perdido sus
recuerdos?

La idea era incomoda, que ella pudiera estar relacionada con este chico de
alguna manera significativa.

—Pero sigue sin saberse si somos aliados o enemigos —añadió el chico.


Revisó su reloj—. ¿Seguimos?

Sería ridículo describir la roca como suave, sin embargo, la siguiente sección
de roca que ella cavó ciertamente se sentía más suave, más fácil de
manipular.

Avanzaron más rápidamente, lo que debió haberla complacido, pero entre


más se acercaban al límite del kilómetro y medio, más intranquila se sentía.

—Ya casi llegamos —dijo Titus—. Nos quedan diez o trece metros, a lo
mucho.

Ella se detuvo.

—¿Estás bien? —preguntó él.

—Nuestro progreso ha sido muy fácil, ¿no lo crees?

—¿Qué sospechas?

Ella sacudió la cabeza.


—No puedo estar segura, pero los carros blindados sabían exactamente en
dónde encontrarnos, así que es razonable que los soldados que nos buscan
sepan que soy una maga elemental. Deben saber que puedo abrirme paso a
través de la roca, y sin embargo, se han contentado con solo escudriñar la
arena.

—Puedo saltar a la superficie y revisar.

—No, eso sería demasiado peligroso.

—¿Quieres quedarte aquí un rato, y ver si algo pasa?

Ella se quedó mirando el final del túnel, a doce pulgadas de su rostro. Lucía
como si hubiera sido excavado por una bestia con sus garras de acero.

—Olvídalo. Solo sigamos.

—No deberías ignorar tu instinto.

—Bueno, no hay otra manera de salir, y no puede ser una buena idea
quedarnos aquí esperando que algo pase.

Trozos de roca cayeron. El final del túnel retrocedió por unas cuantas
pulgadas, y luego unas más, sus poderes elementales trabajando.

—Muévenos —le dijo ella.

Después de un segundo más o menos, él hizo lo que le pidió.

—Los hechizos de memoria que han usado en nosotros, son bastante


sofisticados, ¿no crees? —preguntó ella, después de que avanzaran unos
cuantos metros más.

Habían estado un largo rato en silencio durante la excavación, así ella podía
concentrarse en la tarea. Pero ahora necesitaba algo que la distrajera.

—Y bastante ilegales —respondió él.

—No entiendo el punto de ello. Los hechizos de memoria fueron hechos


específicamente para que pudiéramos hacer lo mejor por mantenernos lejos
del agarre de Atlantis, pero, ¿no sería más fácil si supiéramos por qué?

—Estás asumiendo que quien aplicó los hechizos quería ayudar. —La
empujó hacia adelante de nuevo—. Pero, si…
El dolor la golpeó por dentro de su cabeza, dolor como una estaca ardiente
siendo conducida a través de su cráneo.

Apenas reconoció el ensordecedor grito como suyo.


CAPÍTULO 8
Traducido por Simoriah & Silvia Carstairs

Corregido por Helen1

I nglaterra

Todo el cuerpo de Wintervale tembló. Sus labios se movieron; ya fuera con


maldiciones o rezos, Titus no podía decirlo. Y continuamente miraba hacia
atrás, al barco enemigo que se le acercaba.

Titus maldijo. Cinco minutos atrás, si alguien le hubiera preguntado,


hubiera dicho que Fairfax era la única persona por quien él arriesgaría lo
que fuera. Pero no podía simplemente permitir que Wintervale cayera en las
manos de Atlantis, no cuando toda la cosa se desarrollaba frente a sus ojos.

Respiró hondo. Antes de que pudiera teleportarse, sin embargo, Wintervale


giró y apuntó su varita hacia la lancha de motor.

La superficie del mar pareció estremecerse. Luego se volvió


inquietantemente calma, como una sábana que ha sido estirada hasta estar
perfectamente plana sobre un colchón. En el momento siguiente, Titus tuvo
la sensación más extraña de que el mar cedía. Lo estaba: un remolino se
formó, enormes corrientes de agua agitándose alrededor de un ojo central.

La lancha de motor, atrapada en el centro de este torbellino, intentó salir.


Pero el torbellino se expandió con aterrorizante velocidad, su ojo
profundizándose y ensanchándose continuamente, exponiendo el fondo del
mar cientos de metros más abajo.

La lancha de motor cayó en este colosal cráter. Inmediatamente, el torbellino


cesó su rotación. Toda el agua que había sido expulsada hacia afuera
regresó adentro rápidamente, aplastando a la lancha de motor bajo su
volumen y peso.

Titus aferró la baranda, boquiabierto.


—Fairfax, ¿qué miras? —vino la voz de Cooper—. Es tu turno.

Fairfax, ¿ella había causado el torbellino? Pero ella lo miraba, la expresión


tan sorprendida como él se sentía.

—Es tu turno de jugar, Fairfax —dijo él, un recordatorio de que debía seguir
haciendo su parte.

Él se retiró a su habitación y volvió a aplicar el hechizo de vista lejana. El


desplazamiento de tanta agua había causado violentas olas, sacudiendo el
bote de Wintervale. Wintervale no parecía notarlo en absoluto. Sus brazos
envolvían el pequeño mástil, su rostro mojado por el agua de mar, ¿o eran
lágrimas? Y su expresión no era una de confusión, sino de asombro e
incredulidad, como si supiera exactamente cómo había surgido el remolino
que había tragado a sus perseguidores, pero que simplemente no podía creer
que había sucedido de verdad.

Una ola particularmente grande zarandeó el bote. La siguiente le dio una


vuelta de campana. Titus apretó los dientes y se teleportó. Como era
esperado, aterrizó en las heladas aguas del Mar del Norte, el frío como
esquirlas de vidrio.

Teleportarse a ciegas —paradójicamente nombrado, ya que uno se


teleportaba a ciegas con los ojos bien abiertos, usando solo pistas visuales
como guía, en lugar de la memoria personal— era notoriamente inexacto. Él
podría haberse vuelto a materializar a un kilómetro y medio de distancia.
Pero afortunadamente, en esta instancia, solo estaba a treinta metros
aproximadamente del bote dado vuelta.

Wintervale salió a la superficie, jadeando y agitando los brazos.

—Eleveris —gritó Titus, nadando hacia Wintervale, sin atreverse a


teleportarse una vez más por miedo a encontrarse más lejos.

Wintervale gritó por encontrarse repentinamente en el aire. Se sacudió,


volviéndose una y otra vez a unos metros sobre las olas, como si rotara en
un asador.

Las olas golpeaban a Titus. Pero al menos Wintervale, sostenido sobre el


agua, no podía ahogarse. Los músculos de Titus protestaron cuando peleó
hacia Wintervale. Cincuenta metros. Siete metros. Tres metros.

—¡Titus! —gritó Wintervale—. Gracias a Dios. La Fortuna ya no me escupe


en el rostro.
Titus cerró los últimos metros de distancia entre ellos, tomó el brazo de
Wintervale y los teleportó a la playa debajo de la casa del tío de Sutherland.

Wintervale rápidamente vomitó.

Titus esperó hasta que terminara, pateó arena y piedras sobre el desastre,
y lo guio a tres metros de distancia. Wintervale se desplomó al suelo. Titus
se puso en cuclillas junto a él, lo limpió con unos pocos hechizos y revisó
su pulso y pupilas.

—¿Qué intentabas hacer? —dijo Wintervale con la voz ronca—. Sabes que
no puedo teleportarme más de ochocientos metros.

—A menos que pudieras nadar ocho kilómetros hacia la orilla, teleportarnos


era nuestra única opción.

Wintervale ya temblaba.

—Espera aquí. —Titus se teleportó a su habitación, tomó una toalla y una


muda de ropa y regresó abajo teleportándose—. Necesitas cambiarte esa
ropa.

Los dedos de Wintervale temblaron cuando intentó desprender los botones


de su chaqueta.

—Exue —dijo Titus.

La chaqueta de Wintervale cayó. Mientras Titus repetía el hechizo, el chaleco


y la camisa de Wintervale también se esfumaron.

—Fa-fantástico hechizo ese —tartamudeó Wintervale, sus dientes


castañeando.

—Las damas están de acuerdo contigo —dijo Titus.

Se volvió antes de desprender los pantalones de Wintervale. Luego se


teleportó de regreso a Baycrest House para cambiarse sus propias ropas que
goteaban, mirando el océano en busca de señales de otras fuerzas de
Atlantis mientras lo hacía. Un golpe familiar sonó en su puerta mientras se
prendía la camisa nueva.

Fairfax.

—Entra —dijo, poniéndose otro chaleco.

El rostro de ella estaba pálido cuando cerró la puerta detrás.


—¿Qué sucede? ¿Dónde está Wintervale?

Él metió un brazo en una chaqueta.

—En la playa, cambiándose la ropa. Descubriré qué sucede.

Ella se acercó más.

—¿Tú estás bien?

Él creyó que era una pregunta extraña hasta que ella le tomó la mano:
temblaba sin estar consciente de ello.

—Debe haber sido el frío… el agua estaba helada —dijo, sacando un


pequeño frasco de un paquete de remedios de emergencia en su equipaje.

Pero mientras hablaba, no pensaba en lo helado del mar, sino en esos


momentos justo antes de que llegara la señal de peligro marítimo: levantarse
de la cama, mirar el reloj, notar la hora, catorce minutos después de las dos,
luego salir al balcón.

Había una aterrorizante familiaridad en la cadena de acciones. Y eso, al


igual que sus ropas húmedas, lo habían hecho temblar.

La acercó y presionó los labios contra su mejilla.

—Mantén a los chicos en el costado de la casa lejos de la playa. Vigila el


mar. Y no hagas nada que te revele a alguien… ni siquiera pienses en usar
tus poderes para secar esas ropas mías, por ejemplo. Si Wintervale no está
seguro, tampoco lo estamos nosotros.

Wintervale se había puesto ropa seca pero todavía temblaba. Titus le dio el
remedio que entibiaba que había llevado.

—Necesito llevarte a algún lugar donde puedas descansar. Piensa


cuidadosamente: ¿los Atlantes sabían dónde ibas?

—No —dijo Wintervale, la voz ronca—. Ni siquiera sabían quién era yo.

—¿Estás absolutamente seguro?

—Sí.

Titus estaba lejos de estar seguro, pero no tenía muchas opciones.


—En ese caso, te llevaré a la casa del tío de Sutherland.

Wintervale palideció.

—Por favor no me teleportes de nuevo.

Wintervale no estaba en estado para ser teleportado de nuevo por ahora. De


hecho, apenas podía levantarse. Titus echó un vistazo al empinado
acantilado y las desvencijadas escaleras, y suspiró.

—Podemos hacerlo sin teleportarnos.

Wintervale era más o menos de la misma altura que Titus, pero al menos
seis kilos más pesado. Cuando Titus comenzó su ascenso, con Wintervale
en la espalda, se sintió como Atlas, cargando el peso de todo el mundo.

—¿Por qué Atlantis te perseguía? Creímos que estabas en casa con tu


madre.

—No me perseguían a mí. Y no estábamos en casa. Mi madre y yo estábamos


en Francia. En Grenoble.

Titus trepó una protuberancia de rocas para llegar a la siguiente escalera,


esforzándose para no inclinarse hacia atrás.

—¿Grenoble?

Según lo que sabía, la ciudad no alojaba una comunidad Exiliada de


cualquier tamaño apreciable.

—¿Sabes quién es Madame Pierredure? —preguntó Wintervale.

—¿La anciana que peleó contra Atlantis? —Madame Pierredure de hecho


había sido anciana, pero también había sido la estratega en jefe de la
rebelión en las Juras diez años atrás, y había sido responsable de una serie
de brillantes victorias. Nadie había sabido de ella desde el final de esa serie
de rebeliones e insurrecciones. Si todavía estaba viva, debía ser bastante
anciana—. Creí que estaba muerta.

—Eso es lo que todos creíamos —dijo Wintervale—. Luego madre oyó


noticias de que Madame estaba en Grenoble. Le entusiasmaba ver con sus
propios ojos que Madame estaba todavía viva… se habían conocido en su
día. Y quería que yo fuera, para conocer a Madame en persona, si los
rumores resultaban ser verdaderos.
»Viajamos bajo nombres falsos y nos quedamos en hoteles de no magos.
Todo estaba bien hasta anoche, cuando tuvimos noticias de que Madame
había llegado a un hotel en centre-ville. Fuimos a un café en la plaza fuera
del hotel. Había magos de derecha a izquierda… podíamos oírlos susurrar
sobre Madame Pierredure. Fue en ese momento en el que madre se puso de
pie y me dijo que nos íbamos. Dijo que algo se sentía mal, que si era todo
silencioso y secreto, con las noticias viajando solo a través de los canales
confiados, entonces no debería haber tantos magos reunidos en un lugar
que tiene tan poca presencia de Exiliados, esperando poder echar un vistazo
a Madame.

»Debería haberla escuchado. Pero en cambio… —Wintervale respiró hondo.


Titus casi podía verlo hacer una mueca—. En cambio dije que debíamos
quedarnos, por la oportunidad de ser testigos de algo histórico. Discutíamos
cuando ella dejó de hablar y simplemente me agarró. Fue ahí que me di
cuenta de que los magos en el extremo más alejado de la plaza quedaban
inconscientes. Y luego levanté la mirada y vi los carros blindados.

Titus se tensó. Una narración siempre tomaba un fatídico giro con la entrada
de carros blindados.

—No podíamos teleportarnos, así que huimos —continuó Wintervale, su voz


tensa—. Si hubiéramos regresado a nuestro alojamiento, probablemente
hubiéramos estado bien. Pero un hombre en nuestra esquina de la plaza
gritó que tenía acceso a un dique seco y podía llevarnos rápido a Inglaterra(6).

»Alrededor de veinte de nosotros lo seguimos a una casa en las afueras de


la ciudad. Nos movimos en masa a un barco en la bodega. Al momento
siguiente este cayó al mar y todos creímos que estábamos a salvo. Pero
menos de dos minutos después, teníamos una fragata Atlante detrás de
nosotros.

»Fue todo un caos a bordo. Madre preguntó dónde estaba la casa del tío de
Sutherland… más temprano le había dicho que estaba perdiéndome una
fiesta por estar con ella. Le dije que estaba a unos pocos kilómetros de
Cromer. Eso es lo último que supe. Cuando recuperé la consciencia, era de
mañana. Estaba en el bote y este navegaba solo. No tenía idea de dónde
estaba y madre… —Wintervale tragó con fuerza—. Ha sobrevivido en
tiempos duros —dijo fervientemente—. Debe estar bien.

Lady Wintervale era la única persona que sabía que uno de los “chicos” en
casa de la Sra. Dawlish era la gran maga elemental buscada por Atlantis. Si
era arrestada e interrogada… Titus solo podía esperar que Atlantis no
pensara en hacerle preguntas sobre ese tema en particular.

Estaban casi a mitad de camino en su ascenso del acantilado. Titus avanzó


lentamente por el angosto sendero que lo llevaría a la siguiente escalera,
ajustando los brazos de Wintervale para que éste no lo estrangulara sin
notarlo.

Con la historia de Wintervale terminada, Titus no tenía opción excepto hacer


la pregunta que lo perturbaba mucho más de lo que debería.

—¿Tú hiciste el remolino?

Wintervale había, en gran parte, dejado de tiritar, pero ahora temblaba.

—No estoy seguro de cómo sucedió. La lancha de motor Atlante salió de la


nada. En un minuto dormitaba y al siguiente estaba ahí. —Exhaló con
fuerza, como si intentara alejar el recuerdo—. Entré en completo pánico.
Todo en lo que podía pensar era que si tan sólo yo fuera un mago elemental
más poderoso, abriría un enorme remolino justo frente a la lancha de motor
y luego estaría a salvo de esta.

El hecho de que Wintervale era un mago elemental nunca fue lo primero,


segundo, tercero o ni siquiera cuarto que Titus recordaba de él. Si quiero
encender fuego, uso un fósforo, le había confesado una vez Wintervale a
Titus. Y ésa no había sido falsa modestia. Carbones gastados podían
producir chispas más grandes que la trémula luz del fuego que Wintervale
convocaba. Y uno probablemente moriría de sed esperando que él llenara
un vaso con agua.

Pero claro, los grandes magos elementales tendían a no ser para nada
extraordinarios de niños, hasta que sus poderes de manifestaban en la
adolescencia. Titus había pensado que era demasiado tarde para que
Wintervale experimentara tal transformación. Pero obviamente estaba
equivocado.

—¿Así que quisiste hacer un enorme remolino?

—Sí. Y al siguiente momento, todo este poder que nunca había sentido antes
salió de mí y el mar hizo exactamente lo que yo quería que hiciera.
Supongo… supongo que soy un mejor mago elemental de lo que creía.

Los brazos de Titus ardieron cuando tiró hacia el siguiente escalón.


—Podrías meterte en La Vida y Hechos de Grandes Magos Elementales si no
eres cuidadoso.

El sonido que Wintervale hizo estuvo a medio camino entre una risa y un
sollozo.

—Desearía que madre pudiera haberlo visto. Cuando todavía vivíamos en el


Dominio, estaba tan poco impresionada con mis poderes que no se molestó
en declararme. Le hubiera… le hubiera gustado ver lo que fui capaz de hacer
hoy.

—Sí, esto cambia las cosas —dijo Titus lentamente.

Todo, posiblemente.

Para cuando él alcanzó la cima del acantilado, cada músculo en el cuerpo


de Titus gritaba.

Fairfax había hecho como él había pedido: nadie abrió ventanas para gritar
en sorpresa ante la aparición repentina de Wintervale. Titus medio cargó,
medio arrastró a Wintervale el resto de la distancia hacia la puerta principal.

—Voy a teleportarme al interior. Espera unos segundos antes de tocar el


timbre —le dijo a Wintervale—. Y si alguien pregunta por qué te ves como
muerto, diles que fue algo que comiste en el tren.

De vuelta en su cuarto, Titus apuntó con su varita a sus suelas y se deshizo


de cualquier escombro que se aferraba a ellas. El timbre resonó a lo lejos.
Dio un paso sobre el balcón. Fairfax y Cooper estaban todavía con su juego
de croquet, con Kashkari agregado como un observador.

—Así que te las arreglaste para salir de la cama a las tres —le dijo Titus a
Kashkari.

—Estaba fuera de la cama al mediodía —dijo Kashkari. Sé veía como si no


se le hubiera permitido dormir en tres días—. Pasé las próximas dos horas
sobre el piso, retorciéndome en agonía.

—Al menos estás entero —dijo Cooper con bastante humor obsceno,
considerando que él bebió más que cualquier otro—. Sutherland está
todavía gimiendo bajo su cobija, hasta donde sé.
Fairfax osciló su mazo. El timbre sonó de nuevo. Ella se tensó, pero no dijo
nada. Kashkari frotó sus sienes.

—¿Alguien está tocando el timbre?

El mayordomo apareció.

—Está aquí un visitante de nombre Wintervale. ¿Debo decirle si está en la


casa el Sr. Sutherland?

—¡Sí! —contestaron Kashkari y Cooper al mismo tiempo. Kashkari


balanceándose ligeramente, se puso en marcha por la casa. Cooper se
apresuró para ponerse al día. Fairfax después de una mirada a Titus, siguió
sus pasos. Titus fue el último en llegar al frente de la casa, donde Wintervale
estaba siendo calurosamente recibido de vuelta en el redil.

—¿Cuál es el problema? —Kashkari lo miró con atención—. ¿Has estado


bebiendo también? No te ves bien.

—Algo que comí en el viaje. —Wintervale se volvió al mayordomo—. Me


gustaría acostarme por un rato, si tiene una cama de sobra.

—Nos llevará solo un minuto preparar un cuarto para usted, señor.

—Puedes usar mi cuarto hasta entonces —ofreció Kashkari, asegurando su


brazo alrededor de la cintura de Wintervale.

Wintervale miró hacia Titus, aparentemente renuente a ir con Kashkari.


Pero este último ya estaba moviéndolo hacia allí.

—Cuida tus pasos.

—Puedes tomar todo el descanso que quieras —le recordó Titus a


Wintervale. La cama de Kashkari era tan buen lugar como cualquiera.

—Voy a decirle a Sutherland que estás aquí —dijo Cooper mientras pasaba
a Kashkari y Wintervale en las escaleras.

Fairfax no los siguió, pero se acercó a Titus.

—Voy a pedir una bandeja de té para ti, Wintervale. —Ella habló lo


suficientemente fuerte para que todos escucharan. Luego en un susurro
solo a él—: ¿Quieres decirme lo que sucedió?

Ella estaba preocupada por él, e interesada en la situación. Pero, aunque


estaba nerviosa, permaneció muy controlada.
Mientras él se sentía como la lancha de motor Atlante, capturada en un
inevitable remolino.

—Hay algo que necesito verificar primero. ¿Podrías mantener un ojo en


Wintervale hasta que yo vuelva?

—Por supuesto. ¿Qué es lo que necesitas verificar?

Era una traición decir esas palabras. Pero lo hizo, porque él no le mentía a
ella.

—El diario de mi madre.

El diario de la Princesa Ariadne yacía al centro de la mesa de trabajo en el


laboratorio de Titus. Lo miró. ¿Había cometido el error de una vida? Su
visión, la de él de pie sobre un balcón, presenciando un estupendo acto de
poder elemental… ¿ella se había referido a Wintervale, en lugar de Fairfax?

Necesito verlas de nuevo, esas entradas.

Todo en él anhelaba a Fairfax. En un mundo de total incertidumbre, ella


había demostrado ser la fuerza en la que él podía confiar, cuando su propia
fuerza fallaba.

Pero, ¿qué si no era ella?

Por favor, deja que sea Fairfax.

El diario respondió, al menos la primera parte de su petición.

28 de septiembre, AD 1014

El día de su nacimiento.

Un hombre está de pie en algún lugar. Puede estar dondequiera,


en la cima de una montaña, un campo, o ante una ventana
abierta. Todo lo que veo es la parte de atrás de su cabeza y el
cielo azul más allá. Sin embargo en tan limitada visión, veo —o
más bien, siento— su conmoción.

Se está tambaleando.

Y eso fue todo.

13 de noviembre, AD 1014

Alegría lo traspasó. El día antes del nacimiento de Fairfax. Esta tenía que
ser una buena señal.

La misma visión, ligeramente ampliada. Ahora sé que tiene lugar


cerca de un cuarto después de las dos en punto. Aunque el
tiempo puede ser engañoso, así como la fecha lo había sido en la
librería de Eugenides Constantinos.

Cuando solía leer todos los libros a los que podía ponerles mis
manos encima acerca de videntes, casi cada uno de ellos había
mencionado visiones basura, esas visiones que no tenían
significado en absoluto. El mago que siempre veía qué iba a
comer una semana en el futuro, por ejemplo.

Me pregunto si ésta es una visión basura. Aunque, por supuesto,


cada visión basura eventualmente predice algo. El mago que veía
qué comía dejó de tener estas visiones, y una semana más tarde
estaba muerto.

Y es extraño que parezco tener esta visión en particular solo


cuando alguien está en confinamiento por el nacimiento de un
niño.

¿El confinamiento de quién? ¿Quién da a luz en la noche de la tormenta de


meteoros?

Él dio vuelta a la página.


Atrapé a Eirene leyendo de mi diario.

Me sorprendió mucho.

Siempre había creído que Eirene era una de las más honorables
magas que había conocido. Pero se negó incluso a darme una
razón por su curiosidad.

Mi confianza está destrozada. ¿Soy tan terrible juzgando el


carácter? ¿Estoy rodeada por magos buscando traicionar mi
confianza?

Él había revisado la nómina del personal de su madre de la fecha de la


entrada del diario, pero no había encontrado a nadie con el nombre de
Eirene.

27 de marzo, AD 1016

Esta visión de nuevo.

Nada nuevo, excepto que ahora estoy convencida de que el


hombre en la visión es muy joven, tal vez un muchacho todavía.
No puedo decir por qué lo creo así, pero lo hago.

9 de julio, AD 1018

Una visión más amplia del hombre joven. Mientras el fenómeno


que lo asombra se desdobla, sus manos aprietan la barandilla
del balcón, sus nudillos rígidos y blancos.

Titus recordó esto, apretar la barandilla en estupefacción ante el remolino


de Wintervale.

Y el término, “barandilla”. ¿Podía la balaustrada de mármol que cercaba el


gran balcón fuera de su dormitorio en el castillo ser llamada una barandilla?
¿Y había estado su mano en algún lugar cerca de la balaustrada cuando el
rayo de Fairfax había caído?
No podía recordar todo.

Su corazón golpeaba con temor.

13 de abril, AD 1021

El día después de que su madre descubrió que él, y no ella, podía ser el
próximo soberano del Dominio, cuando se dio cuenta de que su propia
muerte era inminente y que esta visión en particular, por mucho tiempo
considerada insignificante, era en realidad cualquier cosa menos eso.

He estado esperando que esta visión regresara.


Afortunadamente no tuve que esperar demasiado.

Finalmente veo la cara del hombre joven. Tenía la sospecha de


que este podría ser Titus, pero ahora sé que lo es. Parece estar
dormido al principio, su mano sobre un viejo libro, mi copia del
Crisol, ¿o algo más? Ahora se levanta, ve la hora, catorce minutos
pasadas las dos, y camina al balcón.

¿Pero qué es lo que todo esto significa? Siento como si debiera


saberlo, pero no lo hago.

17 de abril, AD 1021

La última entrada. Llenaría dos páginas enteras, por delante y detrás, luego
serpentear alrededor de todos los márgenes. Solo los primeros pocos
párrafos tratarían de la visión actual. El resto consistía en instrucciones
para Titus, qué debería hacer, qué podía aprender, y cómo él iba a realizar
esta tarea imposible que ella se había dado cuenta sería suya.

Él había venido esperando justificar el lugar de Fairfax en su vida. Ahora


todo lo que quería era que no hubiera más detalles que hicieran inclinar la
balanza a favor de Wintervale. Siempre que nada lo obligara a concluir que
debía ser Wintervale, él seguiría creyendo que su destino yacía con Fairfax.
Deseo tanto que esta visión no sea desde atrás, porque amo
mirar al rostro de mi hijo en los momentos antes de que el
fenómeno elemental lo sacude. Sí, ahora sé que será un
fenómeno elemental y ahora sé que será un terrible momento
decisivo.

Ya lo ha sido.

Pero hasta que ocurre, él sonríe, mi hijo, su rostro radiante con


alegría y anticipación.

Eso era todo lo que Titus podía hacer para no gritar.

No había sonreído antes de que el rayo de Fairfax hubiera caído, había salido
desde el Crisol adolorido y sombrío. Pero antes de la llegada de Wintervale,
había estado soñando con Fairfax.

Y tonto que era, había sonreído de oreja a oreja en absoluta felicidad, cuando
todo era sobre Wintervale. Y siempre lo había sido.

Cerró el diario y sepultó su cara en sus manos.

Tan tranquilo, casi imperceptible, el sonido de sueños astillándose.


CAPÍTULO 9
Traducido por Silvia Carstairs

Corregido por Helen1

D esierto del Sahara

Titus cayó sobre los ásperos trozos de piedra que llenaban el fondo del túnel.
El contacto condujo brotes de dolor como de huesos raspándose en su
espalda. Apretó sus dientes, enganchado sus botas con las de Fairfax, y la
tiró hacia atrás unos pocos centímetros.

—¿Qué está mal?

Ella resopló como si hubiera estado muy cerca de estrangularlo.

—No lo sé. Cuando me moví adelante hace un momento, fue como si… como
si clavos estuvieran siendo martillados dentro de mis oídos.

La clase de levitación que usaban no era una que necesitara constante


cuidado. Por eso la falla repentina usualmente implicaba que el mago que
sostenía el hechizo había perdido el conocimiento. Pero ella no lo había
hecho. Él solo podía imaginar qué clase de agonía real habría causado a su
mente retroceder así.

—¿Estás mejor ahora?

Su voz era inestable, desconcertada.

—Mucho, mucho mejor, después de que me halaste de vuelta. Me siento…


me siento casi bien.

No era una maldición programada, entonces, o una reacción a sustancias


tóxicas en el aire.

—¿Puedes ampliar este túnel lo suficiente para conseguir que te pase?


Quiero ver si me encuentro con lo mismo.
Cuando ella terminó lo que le pidió, él se llevó al lugar donde ella comenzó
a gritar, luego, pasó el lugar. Nada le sucedió.

Pensando que tal vez era porque estaba con los pies hacia adelante, se dio
la vuelta y avanzó con la cabeza por delante. Todavía nada.

—¿No? —preguntó ella.

—No.

Sus respiraciones hicieron eco en el estrecho espacio.

—Déjame tratar de nuevo.

—Puede no ser una buena idea. —Aunque él probablemente habría escogido


hacer lo mismo.

Ella ajustó su mandíbula.

—Lo sé. Y siento haberte dejado caer sobre tu espalda antes.

—Estoy bien.

Él se aseguró de tener una mano alrededor de su tobillo mientras ella se


arrastró hacia adelante. Al momento gritó de nuevo, él tiró de ella hacia
atrás. Temblaba, su rostro cenizo.

Ahora sabía por qué Atlantis no tenía prisa.

—El radio de kilómetro y medio es un círculo de sangre.

—¿Qué es eso? —Por primera vez había miedo en su voz.

—Magia avanzada de sangre. Puede matarte si te aventuras fuera del


círculo.

Ella tragó.

—Entonces es mejor que te vayas. Toma el agua, toma…

Él la interrumpió.

—Olvidas que podría ser el que construyó el círculo de sangre.

Ella parpadeó. No lo suficientemente cínica, esta chica. Ellos no sabían nada


el uno del otro, excepto que habían terminado en el mismo lugar al mismo
tiempo, con uno de ellos lastimado, por supuesto podían ser enemigos
mortales.

—Si ese es el caso —continuó él—, puedo romperlo.

Enemigos mortales o no, ella le había proporcionado ayuda crucial. Y él no


iba a abandonarla en su hora de necesidad.

Tal vez él no era lo suficientemente cínico tampoco.

La esperanza se encendió en sus ojos, pero se extinguió rápidamente.

—Atlantis habría intentado mucho más fuerte si supieran que el círculo de


sangre no sería capaz de acorralarme adentro.

—Tal vez no saben que estoy aquí.

Él se dirigió de nuevo a donde el círculo de sangre debía estar y sacó su


navaja. Con una gota de sangre fresca en su palma, empujó su mano a la
frontera invisible.

—Sanguis dicet. Sanguis docebit.

La sangre dirá. La sangre mostrará.

Sin hormigueo o sensación de calor sobre su piel, que podría haber esperado
sentir si él fuera el responsable por el círculo de sangre.

—Espera —dijo ella.

Ella extinguió la luz mágica. En la consiguiente oscuridad, algo brilló


débilmente ante sus ojos, una pared casi transparente.

—¿Eso cuenta como una reacción? —preguntó.

Él retiró su mano; la oscuridad se hizo completa. Empujó su mano hacia


adelante; la pared apareció de nuevo, una celosía fosforescente.

—No construí el círculo de sangre, pero parece que estoy emparentado con
la persona que lo hizo.

La magia de la sangre se desarrolló en un principio para determinar el


parentesco. Cualquier gota dada voluntariamente, no importa con qué otro
propósito había sido hecho, todavía podía dar fe de consanguinidad.
—¿Eso significa que todavía puedes romper el círculo? —Su voz delató una
vibración de emoción.

—No, no voy a ser capaz. Puedo ser capaz de debilitarlo, pero eso podría
simplemente significar que morirás un poco más lentamente si tratas de
pasarlo.

En la oscuridad solo había el sonido de sus rápidas respiraciones. Él llamó


a la luz. Una luminiscencia azul impregnó el espacio del túnel. Ella se sentó
con sus muñecas sobre sus rodillas, su rostro ensombrecido.

—Es demasiado pronto para desesperarse —dijo él—. Tenemos que agotar
duramente todas las opciones.

Sus dientes se hundieron dentro de su labio inferior.

—Sabes más acerca de la magia de sangre de lo que yo lo hago. ¿Qué


sugieres?

—Primero, quiero ver si estás emparentada a la persona que colocó el círculo


de sangre. Podría ayudar si esta persona no tiene derecho de parentesco
sobre ti(7).

Ella extrajo una gota de sangre enviándola flotando hacia el círculo de


sangre. Mientras la sangre de él había sido absorbida inmediatamente por
el círculo de sangre, la pequeña esfera flotando de la de ella rebotó como un
guijarro chocando contra un tronco de árbol.

Que él estuviera relacionado a la persona que había colocado el círculo de


sangre y ella no en absoluto planteaba incómodas preguntas. Pero no se
molestó en considerar esas preguntas: no era como si no fuera consciente
de la posibilidad de que ellos se hubieran deseado daño mutuo antes de que
los hechizos de memoria les hubieran quitado su pasado.

—Por el privilegio del parentesco —dijo él en latín, y ofreció otra gota de su


propia sangre—. Pido que el círculo de sangre no dañe a alguien que me
importe.

Era lenguaje estándar, a pesar de todo se sentía extrañamente cierto: la


chica le importaba.

—Eso debería haber reducido algo la potencia del círculo de sangre. Puedo
ponerte bajo una congelación de tiempo, que debería además protegerte.
¿Hay algo que puedas hacer para aumentar tus posibilidades de
supervivencia? ¿Cualquier remedio que pueda neutralizar lesiones
traumáticas provocadas por las artes mágicas?

Ella corrió sus dedos sobre la parte superior de la mochila, entonces su


expresión se iluminó.

—Tengo panacea aquí.

Sus ojos se ampliaron: la panacea era extraordinariamente difícil de


conseguir.

—Toma una dosis triple.

Ella extrajo un frasco, sacando tres pequeños gránulos, y los tragó.

—Entonces, ahora que has debilitado el círculo de sangre, ¿me pondrás bajo
una congelación de tiempo, y me pasarás empujando?

—Desearía que fuera así de simple. Aunque deberías sobrevivir, todavía


estarías en estado crítico. Y no puedo perforar a través de la piedra, así
que…

Un fuerte crujido, como un peñasco dividiéndose en dos. Miraron hacia


arriba: el techo del túnel estaba fracturándose. Cuando ella había tratado,
sin saberlo, de cruzar el círculo de sangre, pudo haber señalado su posición
precisa.

Y ahora Atlantis la había encontrado.

—Agarra todo —vociferó él, abalanzándose hacia ella.

La tomó por el brazo y se teleportó justo cuando la parte superior del túnel
se pulverizó.
CAPÍTULO 10
Traducido por Otravaga y VckyFer.

Corregido por Jane’

I nglaterra

Algo estaba mal, Iolanthe estaba segura de eso, la sensación de


presentimiento era un peso duro sobre su pecho.

¿Pero, qué estaba mal?

En la sólida cama con dosel en el cuarto de Kashkari, Wintervale roncaba


suavemente. Kashkari estaba sentado en una silla junto a la cama, con un
sándwich en la mano tipo canapé de la bandeja de té que Iolanthe había
pedido, leyendo una novela titulada Frankenstein; o, El Moderno Prometeo.
Le había dado un libro llamado Veinte Mil Leguas De Viaje Submarino a
Iolanthe, pero ella lo había dejado después de las primeras líneas sobre un
“misterioso y desconcertante” fenómeno en el mar.

Se movió por la habitación, examinando el empapelado densamente


estampado con peltre en azul, enderezando las chucherías en la repisa de
la chimenea, y metiendo el edredón más seguramente alrededor de los pies
de Wintervale. Su frente estaba húmeda pero fresca. Sus párpados
revolotearon ante su toque, pero seguía dormido.

Siempre le sorprendía que Wintervale no fuese más alto que el príncipe, él


parecía ocupar mucho más espacio: nunca se paraba en una puerta excepto
con ambos brazos sobre la cabeza, con las manos sobre el dintel; su discurso
siempre estaba acompañado por una gran cantidad de animada
gesticulación; y sin importar lo mucho que la Sra. Dawlish se quejara,
continuaba deslizándose por las barandillas y aterrizando con grandes
golpes que resonaban por toda la casa.

En cierto modo, era uno de los chicos más robustos y de aspecto varonil en
toda la escuela. Pero al mismo tiempo también era mucho más infantil que
el príncipe, Kashkari, o incluso alguien como Sutherland. No era de
extrañar: mientras él continuara siendo un muchacho, no tendría que hacer
frente a las fuertes expectativas de ser el único hijo del Barón Wintervale.

Siempre había estado dentro de Wintervale el miedo a ser demasiado común,


a no ser nada ni nadie en comparación con su padre. Pero ahora ya no
necesitaba preocuparse. Ahora se había revelado a sí mismo como un
portador de la clase de poderes elementales de los que ella sólo podía
maravillarse.

Si tan sólo su logro no hubiese hecho a Titus, probablemente la persona


más dueña de sí misma que ella conocía, actuar de manera tan extraña y
nerviosa.

Se acercó a la ventana y utilizó un hechizo de vista lejana para explorar las


aguas grises del Mar del Norte. En el lugar aproximado donde Wintervale
había creado el torbellino, restos del naufragio se balanceaban sobre las
agitadas olas, pero por suerte ningún cuerpo… o partes de cuerpos. Y
ningún carro blindado sobrevolaba la zona, listo para volver la mirada hacia
la costa de Norfolk.

Lobo de Mar. Ese había sido el nombre de la lancha de motor Atlante,


pintado en letras griegas blancas —ΛΑΒΡΑΞ— contra el gris de acero del
casco(8). La nave se había hundido tan rápido; la tripulación probablemente
ni siquiera había tenido tiempo para transmitir una señal de socorro.

Un suave golpe a la puerta sonó. Se volteó para ver a Titus escabullirse


dentro de la habitación.

—¿Cómo está? —preguntó él.

—No estoy seguro —respondió Kashkari, dejando a un lado su libro—. Dijo


que fue algo que comió, ¿no? Pero su estómago no parece molestarle, por lo
que puedo notar. Por otra parte, está pegajoso y su pulso es irregular.

Titus le echó un vistazo a Iolanthe y su inquietud aumentó. Kashkari podría


no verlo, pero Titus estaba inquieto. No, afligido. Ella recordó el momento
en que la Inquisidora sugirió que su madre no estaba sino usándolo para
satisfacer sus propias necesidades megalómanas.

Titus le tomó el pulso a Wintervale.

—¿Ustedes dos quieren un poco de aire fresco? Podemos hacer que una
doncella venga a sentarse con él por un rato.
—Estoy bien —respondió Kashkari—. Siempre puedo abrir la ventana si
necesito un poco de aire.

—Iré contigo —dijo Iolanthe.

Titus guio el camino. Tomaron un sendero que bordeaba el arrecife hasta


una cornisa debajo de una saliente, la cual no podía ser vista desde la casa.
El mar crecía debajo de ellos: las nubes de tormenta estaban traspasando
la costa, el viento con olor a sal, frío e insistente. Titus dibujó un círculo
impasible doble.

Sin esperar a que ella lo incitara, relató lo que le había sucedido a Wintervale
en Grenoble: la trampa que había sido tendida por Atlantis, la huida desde
la plaza, el dique seco que lanzó una embarcación directamente al Mar del
Norte, la fragata Atlante que apareció casi inmediatamente después.

A lo largo del relato, su voz se mantuvo completamente apagada. Así no era


como uno contaba una historia triunfal. Wintervale era un enemigo jurado
de Atlantis, y un muchacho cuyo entusiasmo y amabilidad contradecían un
profundo miedo al fracaso. Hoy, enfrentando el momento más peligroso de
su vida, perseguido por el mismísimo enemigo que había llevado a su familia
al exilio, él había dado la talla para la ocasión como pocos podían.

Titus debería alegrarse, por tener a tan poderoso nuevo aliado a la mano, y,
sin embargo, parecía un hombre condenado.

Un temor indescriptible se retorció dentro de Iolanthe.

—Lady Wintervale debe haber dejado aturdido a Wintervale con el fin de


alejarlo por seguridad —dijo Titus—. Pero Atlantis lo encontró, y el resto lo
viste.

—De haber sido Lady Wintervale, yo habría desactivado la señal de socorro


en el bote salvavidas —dijo ella, tratando de sonar normal—. Eso
probablemente fue lo que le permitió a Atlantis rastrear a Wintervale.

La garganta de Titus se movió.

—Ojalá ella hubiese recordado hacer eso.

Él habló en voz baja, pero la vehemencia de sus palabras fue un golpe a sus
entrañas. Ya no podía contenerse más.

—Hay algo que no me estás diciendo. ¿Qué es?


De pronto parecía demacrado, como si hubiese estado viajando a pie
durante meses y meses, y apenas podía mantenerse en pie. Ella levantó una
mano para sostenerlo antes de que se diera cuenta de lo que estaba
haciendo.

—Sólo dime. No puede ser peor que dejarme desinformada.

Él la miró un largo momento, de la forma en que uno haría con los restos
mortales de un ser querido. El terror la estranguló.

—Cuando leímos el diario de mi madre después de mi Inquisición,


¿recuerdas la entrada en la que me menciona de pie en un balcón, siendo
testigo de algo que me sacudiría profundamente?

Sus palabras parecían llegar a ella desde una gran distancia, cada sílaba
débil y metálica. Ella asintió, con el cuello rígido.

Los ojos de él estaban en las nubes de tormenta que a su paso volvían todo
gris y lúgubre.

—Siempre había asumido que se refería el balcón fuera de mi alcoba en el


castillo. Cada vez que estaba en el castillo, después del almuerzo, me
acostaba y utilizaba el Crisol: porque eso era lo que ella había visto en la
visión, a mí despertando con mi mano en un viejo libro que podría ser el
Crisol. Y siempre hacía que Dalbert me llamara catorce minutos después de
las dos, la hora que ella había especificado en su visión.

»Y así fue el día que nos conocimos. Fui despertado a las dos y catorce. Salí
a mi balcón. Y apenas un minuto después, tu rayo.

Por alguna razón, el hecho de que lo tuviera programado con precisión la


llenó de horror. O tal vez era la forma en que hablaba, como un autómata,
como si sólo pudiera pronunciar las palabras fingiendo que no tenían nada
que ver con él.

Con ellos.

—Esta tarde —continuó—, me desperté a exactamente catorce minutos


después de las dos, y salí a un balcón.

Ella lo miró fijamente. ¿De alguna manera anoche ella había bebido tanto
coñac como Kashkari? Estaba inestable en sus pies, y dentro de su boca
todo era ceniza y gravilla.
—¿Quieres decirme que la profecía de tu madre se refería en realidad a
Wintervale, y no a mí?

Su voz, tentativa y translúcida, apenas sonaba como la suya.

Él asintió lentamente, todavía sin mirarla.

La voz de ella tembló.

—¿Estás seguro?

Él estaba inmóvil, con la expresión completamente en blanco. Un instante


después se encontraba de rodillas, con las manos sobre su rostro. La
conmoción la consumió. Este era un muchacho que había mantenido la
compostura incluso en medio de una Inquisición. Pero ahora se derrumbaba
frente a ella.

El entumecimiento se propagó en ella, gris y rígido. No entendía nada en


absoluto. ¿Cómo podría Wintervale ser el Elegido cuando dependía de ella
enfrentarse a los peligros, derrotar al Bane y mantener con vida a Titus a
través de todo eso?

—Lo siento. —Llegaron las palabras apenas audibles de Titus—. Lo siento


mucho.

Ella simplemente sacudió la cabeza… y siguió sacudiendo la cabeza. Este


era su destino, su destino, no una vieja chaqueta que podía ser heredada a
otra persona.

Él estaba equivocado. Tenía que haber cometido un error.

—Muéstrame el diario de tu madre —dijo—. Quiero leer esas visiones yo


misma.

Un minuto más tarde, el diario se encontraba en su mano. Las palabras que


aparecieron se revolvían un poco, pero las leyó cuidadosamente con una
resolución que se sentía casi frívolamente optimista al lado de la
desesperanza sombría de él.

Cuando se encontró con el inicio de la última entrada, él dijo:

—Aquí fue cuando lo supe. Hoy sonreía, cuando me desperté, porque había
estado soñando contigo.
La presión aumentó detrás de sus ojos, un dolor que no iba a desaparecer.
Ella siguió leyendo.

Repentinamente todo tiene sentido. Esto no es una visión al azar,


este es el momento en que Titus vislumbra su destino por primera
vez. Todo lo que yo había aprendido hasta ahora sobre magia
elemental y los magos elementales apunta a una reveladora
hazaña que anuncia la llegada a escena de un mago elemental
extraordinario.

El muchacho que debía ser el gran mago elemental de mi


generación se decía que había revivido un volcán extinto, la
erupción visible desde cientos de kilómetros. (También se dijo que
había muerto joven de una enfermedad, pero Callista me informó
de manera estrictamente confidencial que el entonces Inquisidor
Hyas le dijo que no, que la propia familia del muchacho lo mató,
en lugar de dejarlo ser tomado en custodia por la Inquisición
local.)

Esto es, entonces, más probablemente lo que Titus está


presenciando, la manifestación del gran mago elemental que
será, como él dirá en una visión diferente, su compañero para la
tarea.

Ella estaba totalmente confundida.

—¿Eso es todo? ¿Cómo tú dirás en una visión diferente? ¿Está hablando de


esa conversación que tuvimos el día que llegué a Eton, cuando por primera
vez me dijiste lo que pensabas hacer?

La ironía podría matarla directamente.

—Nunca me he encontrado con la visión que ella mencionó.

Iolanthe siempre había contemplado las visiones de la Princesa Ariadne con


algo parecido a la admiración. Su exactitud y relevancia casi sobrecogedoras
habían abierto su mente a la posibilidad de que ella podría estar destinada
a algo más grande que un profesorado, y podría tener la responsabilidad de
ocuparse no sólo de sí misma y del Maestro Haywood, sino del mundo en
general.
Así que fue con un sentido de desorientación que vio por primera vez
cuántas de las visiones de la Princesa Ariadne dependían de la acción de
Titus para conseguir ser realizadas. Hace años, había leído algo que trataba
sobre esta paradoja de una profecía llegando a ocurrir porque, y sólo porque,
los que vieron la profecía trabajaron incansablemente para hacer que
sucediera.

¿Cuál era el término para eso?

—Realidad creada —dijo ella.

—¿Qué?

—Tú sigues sus profecías al pie de la letra, para que se hagan realidad.

Él parecía incómodamente a la defensiva.

—Uno nunca puede cambiar lo que ya ha sido predestinado.

Al crecer, ella había escuchado eso un centenar de veces. Todo el mundo lo


había hecho.

—No entrometerse en el camino de una profecía no es lo mismo que


renunciar a tu vida entera para hacer que hasta el último detalle de la
realidad coincida con lo que ella había dejado por escrito hace décadas.

—No conozco ninguna otra forma de hacer que esto funcione.

Él parecía tan derrotado, que la parte posterior de su garganta ardió.

El resto de la entrada no ayudó a su causa, ya que seguía refiriéndose al


Elegido.

—No hay ninguna razón por la que Wintervale deba reemplazarme. Podemos
trabajar juntos, nosotros tres.

—Pero mi madre siempre especificó un compañero y solo un compañero.

—¿Ella te prohibió tener más de uno?

—No podemos acercarnos a sus visiones con ese tipo de desparpajo. Una
vidente de su calibre llega una vez cada quinientos años y nosotros no
habríamos logrado nada si no fuera por su orientación.

Podía ser tan cínico, su príncipe, y sin embargo su fe en su madre era


desgarradoramente pura.
—Pero eso significa que te dirigirás a Atlantis con Wintervale. —La idea le
heló la sangre—. Entonces estarás tan bien como muerto.

—Estoy tan bien como muerto: todo está predestinado. Pensé... pensé que
te tendría. —Sus ojos se ensombrecieron—. Pero no puedo discutir con la
fuerza del destino.

Ella agarró su brazo.

—¿Acaso no tengo también la fuerza del destino de mi parte? Fue tu madre


la que escribió las mismísimas palabras que me llevaron a convocar mi
primer rayo. Podrías estar muerto hoy si yo no hubiera matado al Bane en
el Crisol. Por no mencionar que nací en la noche de la tormenta de
meteoros… no puedes pretender decirme que la fecha de nacimiento de
Wintervale fue falsificada también.

—Pero mi madre nunca fue una de las que predijo el nacimiento de un gran
mago elemental en esa noche.

—Bien, entonces las fechas de nacimiento no tienen importancia. Pero


recuerda, Helgira en el Crisol luce exactamente como yo. Eso tiene que
significar algo, ¿no?

—Por supuesto que sí. Pero leíste lo que mi madre escribió…

—Estás moviendo todo en torno al menor y más mínimo de los detalles. Tu


madre no mencionó nombres. Me viste hacer caer un relámpago catorce
minutos pasadas las dos, en un balcón. ¿Eso no es suficiente? ¿Nuestra
asociación no es algo que valga la pena preservar?

—Si tan sólo la elección fuese mía, sabes que te elegiría mil veces cada día.
Pero esta no es mi elección. Nada de esto es mi elección. Sólo puedo caminar
por la senda que ha sido trazada.

Ella lo soltó, entendiendo al fin: el diario no era simplemente las palabras


de su madre. Para él, era su madre, la voz del destino mismo. Y él nunca
desobedecería a la Princesa Ariadne, en este mundo o el siguiente.

—¿Entonces este es mi despido?

—¡No! —Él ahuecó su rostro entre sus manos—. Nunca puedo echarte de
mi vida. Yo…

No lo digas, gritó ella en su cabeza. No lo digas.


—Te amo —dijo él.

De repente, la desdicha dentro de ella se convirtió en ira. Empujó el diario


de vuelta a él.

—Tú no me amas. Amabas una ventaja… amabas que yo resultara encajar


en tus planes.

Sus ojos estaban llenos de herida perplejidad.

—¿Cómo puedes decir eso?

—¿Cómo puedo decir eso? ¿Cómo puedes tú decir lo que tú acabas de decir?
¿Quién fue el que juró de aquí para allá que tenía un destino, que siempre
tuve un destino incluso si no lo sabía? ¿Acaso no hace un par de semanas
me dijiste que estabas tan contento de que fuese yo, que no podrías hacer
esto con nadie más? Pero ahora podrás. Ahora dices “gracias, pero no
gracias” ¡como si yo fuese una ayudante de cocina para ser reemplazada a
voluntad!

—Iolanthe…

Rara vez la llamaba por su nombre real. La gran mayoría de las veces,
incluso cuando estaban solos, se dirigía a ella como Fairfax, como para
nunca perder la costumbre.

—No —dijo ella reflexivamente—. A menos que estés a punto de decirme que
estás equivocado, no hay nada que puedas decir que yo quiera oír.

Él aferró el diario contra su pecho, con el rostro pálido.

—Lo siento. Perdóname.

Después de todo lo que pasaron juntos, todo lo que fueron el uno para el
otro, ¿eso era todo lo que él tenía que decir?

Ella se dio la vuelta y se alejó.

—Allí estás —gritó Cooper, entrando a la casa—. Wintervale está


indispuesto, Kashkari está como enfermera y Sutherland está haciendo una
llamada a la casa de su vecino. Me aburría de mi propia compañía. ¿Qué
dices sobre un juego de billar?
Iolanthe no quería formar parte de un pasatiempo tan pacífico. Si tan solo
Cooper hubiera sugerido algunas rondas de boxeo… como una maga
elemental se le sugería canalizar su ira por medio de la violencia, ella estaba
con una necesidad desesperada de aplastar su puño contra el rostro de
alguien.

—No sé cómo jugar —le dijo a Cooper.

—Te enseñaré.

Él se miraba tan esperanzado que ella no tuvo el corazón para rechazarlo.


Titus podía emocionar a Cooper diciendo que no, pero eso era porque Cooper
veía a Titus como un semidiós, poderoso y caprichoso, no como alguien para
razonar. A Iolanthe Cooper la consideraba como un amigo, y él era mucho
más sensible a cómo sus amigos lo trataban.

—Muéstrame el camino, entonces —dijo ella. Tragar su propia miseria o


jugar un juego extraño y no mágico, ¿cuál era la diferencia?

Las primeras gotas de lluvia golpeaban la ventana cuando ellos alcanzaron


el salón de billar, el cual apestaba a humo de cigarro, el olor incrustado en
las cortinas color carmesí y el papel tapiz azul.

En el turno de Iolanthe, Cooper actuaba como su consejero, explicando


ángulos y selecciones de tiro. Cuando Iolanthe metió su primera bola, él
aplaudió.

—Bien hecho, Fairfax. Pronto serás tan bueno en la mesa como lo eres en
un campo de criquet.

Y para lo que le serviría. Pero no dijo nada.

En el próximo turno de Cooper, cuando el circuló por la mesa, estratificando,


preguntó:

—¿Realmente dijiste anoche que nos dejarías por el Oeste Americano?

Su mano se aferró al taco. Ella no había pensado para nada en qué haría
consigo misma, ahora que ya no era requerida para el Gran Intento.

—Mis padres no son buenos planeando. Mañana puede ser un esquema


diferente.

—Si no quieres ir al Territorio de Wyoming, puedes venir y trabajar en la


firma de mi padre —dijo Cooper, con la esperanza de todo su corazón—.
Quizás la abogacía no sea tan terrible, si tengo un amigo cerca. Y tú serías
un buen abogado, apuesto dinero por ello.

No sabía por qué de repente sus ojos picaban, quizás solo se sentía bien ser
necesitada.

Esto era algo que no había apreciado lo suficiente: tan petrificante como era
ser informada de que era la llave de la caída del Bane, había sido, al mismo
tiempo, un cumplido enorme. Ser señalada de aquella manera significaba
que era especial, que su existencia importaba.

Ahora, lo opuesto: que no importaba y que no era especial, y cualquier


ilusión de grandeza era eso, ilusión.

Y escuchar eso del chico por el cual había arriesgado su vida más de una
vez, viajó la mitad de la circunferencia de la tierra, y con quien iba a… no
podía pensar en La Reina de las Estaciones en la villa de verano, ahora libre
de pétalos de flores.

—Gracias por la oferta —le dijo a Cooper, y apretó su hombro brevemente—


. Es muy apreciada.

Cooper se veía tanto satisfecho como apenado.

—Bueno, piénsalo.

No podía. Algún intento responsable y realístico de considerar su futuro era


como respirar agua: un agudo e indescriptible dolor irradiaba dentro de toda
cavidad de su cráneo.

Era todo lo que podía hacer para contenerse, para no quemar


accidentalmente la casa del tío de Sutherland.

Cada respiración era desesperación.

Una parte de Titus estaba convencido de que estaba siendo castigado por
estar muy feliz, por olvidar que las crueldades de la vida no estaban muy
lejos. La otra parte era mantenida prisionera, gritando en calabozos, sin ser
escuchado por el mundo exterior.

Cuando la lluvia comenzó en serio, regresó al laboratorio, para guardar


seguramente el diario de su madre. Luego se fue en un insano apuro, para
no ser tentado a tomar el diario y arrojarlo a través de la habitación.
¿Por qué debería olvidarse de Fairfax? ¿Por qué, si era prisionero de su
propio destino, no podía tener su pequeña ventana, su pequeño cuadro de
cielo azul arriba?

De regreso en Baycrest House, estuvo mucho tiempo fuera de la habitación


de billar, escuchando los sonidos del taco golpear el marfil, y la explicación
de Cooper de cómo podía dar el siguiente tiro.

¿Cómo podía hacerle entender que la necesitaba más que nunca? Más,
probablemente: el solo pensamiento de llevar a Wintervale al Palacio del
Comandante en las tierras altas de Atlantis, lo hacía querer arrastrarse
profundo, a un lugar oscuro y nunca salir.

Cooper comenzó a hablar acerca de sus planes para el Periodo, otro torneo
de tenis antes de que se volviera demasiado húmedo para jugar en el césped,
una competencia de ajedrez para esas oscuras y lluviosas noches, y lo que
pensaba Fairfax de que tuviera un conejillo de indias en su habitación.

Titus podía casi sentir su dolor mientras Cooper hablaba. Ella hubiera
disfrutado de todas estas cosas, el conejillo de indias incluido, en un tiempo
diferente, cuando Eton era su refugio y su unión con la normalidad. Sin su
destino, la escuela era solo un lugar con lavabos que no podía usar.

Se fue, porque no podía soportar el dolor de su propio cuerpo. No quería ir


a ver a Wintervale, pero caminó hacia la habitación de Kashkari: de nada de
esto tenía culpa Wintervale, que era tan títere de la Fortuna como el resto
de ellos.

Un preocupado Kashkari estaba en el pasillo afuera de su habitación.

—¿Qué sucede? —preguntó Titus.

—Fui al armario de agua. Cuando regresé, Wintervale se encontraba en el


suelo, inconsciente. Dijo que no podía recordar qué había sucedido y no me
dejó llamar a un médico. Acabo de meterlo en la cama y estaba a punto de
ir a buscarte para preguntarte si puedo obviar sus deseos y llamar a uno de
todas maneras.

—Mejor no. Su madre no confía en los médicos quienes son extraños para
ella. Wintervale actúa como ella por respeto.

—¿Pero qué pasa si tiene una contusión?


—¿Y qué puede hacer un médico si tiene una contusión? —Titus solo tenía
el conocimiento rudimentario de medicina no mágica; esperaba tener razón
en eso.

—Cierto —coincidió Kashkari—. ¿Pero qué hay acerca de la posibilidad de


hemorragia craneal?

—Déjame verlo.

Wintervale estaba despierto.

—Escuché que te saliste de la cama y te caíste —dijo Titus.

Wintervale se veía avergonzado.

—Me desperté y no había nadie aquí, así que pensé en levantarme para
unirme a los demás. Quizás solo estaba débil por el hambre.

Titus lo dudó. Wintervale había mencionado a magos cayendo inconscientes


en Grenoble. Estuvo en la vecindad; podría haber inhalado algo.

—Fairfax pidió una bandeja de té para ti antes —dijo Kashkari—. Aún hay
medio emparedado de jamón ahumado y dos pedazos de pastel de Madeira.

Titus negó con la cabeza.

—No, nada más pesado que una simple tostada.

Kashkari ya se había dirigido hacia la puerta.

—Puedo traerte algo de la cocina.

—¿Lo harías? —dijo Wintervale agradecido.

Cuando Kashkari se hubo marchado, Wintervale pidió la ayuda de Titus


para caminar hacia el armario de agua.

—¿Recuerdo que me dijiste el último Periodo que Atlantis cazaba un mago


por hacer caer un rayo? —preguntó Wintervale mientras se arrastraba con
el paso de un anciano artrítico.

—De lo último que escuché, todavía están buscándolo.

Condujo a Wintervale hasta el armario de agua y esperó afuera. Cuando


Wintervale hubo terminado, se apoyó en Titus para caminar de regreso.

—¿Por qué exactamente Atlantis quiere un poderoso mago elemental?


—Nunca me lo dijeron y espero que no tengas que averiguarlo.

—¿Entonces… qué tengo que hacer? —Wintervale sonaba temeroso.

Regresas en el tiempo. Dejas esa cuadra cuando tu madre te dice que lo


hagas. Nunca encuentras los carros blindados. Nunca hundes las naves
Atlantes. Y nunca destruyes nada que es precioso para mí.

—¿Qué quieres hacer? —dijo Titus cuidadosamente. Él estaba casi seguro


de que no sonaba amargado.

—No lo sé. No quiero sentarme en casa y acobardarme. No me atrevo a


pedirle a ningún Exiliado ayuda para encontrar a madre, siempre dijo que
había informantes entre los Exiliados. No sé dónde guardan nuestro dinero
y no conozco a alguien que no sea un Exiliado o un Etoniano.

—Atlantis me observó en la escuela —dijo Titus, ayudando a Wintervale a


regresar a la cama—. Así que, si tratas de ocultarte de ellos, la escuela no
es el mejor lugar para ti. Puedo prestarte fondos para que descanses en
algún lugar.

La Fortuna lo escudaba, deliberantemente trataba de alejar a Wintervale.

—Déjame pensarlo —dijo Wintervale, mordiendo sus labios—. Por un


momento realmente estaba feliz. Estábamos por unirnos a la rebelión y tener
un propósito finalmente. Pero ahora… ya no sé qué más hacer.

El pecho de Titus se contrajo: Fairfax podía decir exactamente esas mismas


palabras.

Kashkari entró por la puerta, trayendo una bandeja con una taza de té y
unas rebanadas de pan tostado.

—¿Estás bien? —le preguntó a Wintervale—. ¿No has empeorado, no es así?

—No —respondió Wintervale—. Aún no.

La comida terminó siendo una idea desastrosa. Wintervale comenzó a dar


arcadas desde el momento en el que tragó lo último de su té y tostadas.
Luego vació todo el contenido de su estómago en el orinal.
Y justo cuando pensaron que había terminado, las arcadas comenzaron una
vez más, hasta que Titus estuvo seguro que vomitó su bazo, y quizás su
apéndice también.

Entre los espasmos abdominales de Wintervale, Kashkari empujó a Titus


afuera.

—Debe ver a un doctor. Si continua así, puede deshidratarse


peligrosamente.

—Puedo tener algo que le ayude —dijo Titus—. Déjame ver en mi equipaje.

Dejó la habitación y regresó a su laboratorio, donde había miles de remedios.


El problema era que no era un médico entrenado. No podía saber lo que
enfermaba a Wintervale y los antieméticos que tenía a mano tenían una
aplicación específica. Eliminó esos que tenían que ver con embarazo,
envenenamiento por comida, enfermedad motora, y un sobre consumismo
de alcohol, pero eso aún lo dejaba con docenas de opciones.

Tomó con sus manos los que podrían serle de utilidad y regresó al lado de
la cama de Wintervale.

—¿Cargas todos estos medicamentos contigo para problemas estomacales?


—preguntó Kashkari, sonando tanto impresionado como desconcertado.

—Constitución delicada, ¿qué puedo decir?

Titus midió una cucharada de un antídoto, comenzaba a sospechar que la


fragata Atlante que había perseguido al barco lanzado del muelle dejó algo
en el agua, así esos que saltaron del barco se encontrarían deshabilitados.
Y quizás algunas de las olas bañaron a Wintervale mientras se alejaba.

Wintervale se levantó y vomitó una vez más.

Titus maldijo y le dio un remedio destinado para dolencias mágicas, quizás


alguna maldición había sido dirigida especialmente a Wintervale. Wintervale
vomitó sangre.

—¿Qué le estás dando? —gritó Kashkari—. ¿Contiene veneno de abeja, por


alguna casualidad? Es alérgico al veneno de abeja.

—Le estoy dando la medicina alemana más avanzada —repuso Titus,


mientras tomaba un pañuelo y limpiaba la sangre de la barbilla de
Wintervale—. Y no contiene nada de veneno de abeja.
—Por el amor a Dios, no le des más.

—De seguro tendrás algo que funcione —chirrió Wintervale.

Titus miró a través del resto de los tubos. Vértigo. Apendicitis. Dolor bilioso.
Infección relacionada con la enosis. Inflamación estomacal. Expulsión ajena.

Levantó el último, un elixir que ocasionaría que cualquier sustancia dañina


en el cuerpo se vomitara y fuera expulsado.

—Prueba esto y reza mucho.

No debieron haber rezado lo suficiente, porque Wintervale se quedó inmóvil.


CAPÍTULO 11
Traducido por Areli97

Corregido por Jane’

D esierto del Sahara

El viento aullaba, tan intenso como el de un huracán. La arena oscurecía el


cielo y apedreaba a Titus. Fairfax y él estaban de vuelta en el mismo lugar
dónde estuvieron antes de que ella los llevara debajo de la superficie, y
afortunadamente no se habían materializado justo encima de un Atlante.

Pero Titus estaba desorientado: pensaba que los propios magos elementales
de Atlantis habían despejado el espacio aéreo dentro del círculo de sangre,
en orden de facilitar su búsqueda.

—Es mi culpa —dijo Fairfax en su oído—. No quería que fuéramos vistos.

Excepto que ahora además apenas podían ver más allá de sus manos
extendidas.

—Deprehende metallum —murmuró ella.

Su varita giró cerca de treinta grados en su mano. Él la miró con los ojos
desorbitados, su hechizo tenía como objetivo detectar la presencia de metal
y los únicos grandes objetos metálicos cerca eran los carros blindados. Pero
la idea era justo lo suficientemente loca para tener sentido. Y si recordaba
correctamente, un carro acorazado había aterrizado solo a una corta
distancia.

Él extendió un círculo de silencio y esbozó un plan de acción a Fairfax. Ella


escuchó, su expresión era seria.

—¿Puedes pilotear un carro blindado?

—Es mi entendimiento que opera en el mismo principio exacto que un carro


jalado por bestias. Pero esa es la parte fácil.
O por lo menos, fácil en comparación al problema de su supervivencia.

Ella exhaló lentamente.

—Hagámoslo, entonces. Que la Fortuna camine contigo.

—No hay necesidad de ser tan noble y estoica. —Apretó su mano—. Guarda
eso para cuando realmente te estés muriendo.

Lo cual podía ser en algunos cortos minutos, si todo lo que habían hecho
probaba ser inadecuado para preservar su vida.

—Voy a ser tan noble y estoica como me apetezca —replicó—, para que así,
en muchos años por venir, aún se te nublen los ojos cuando recuerdes esa
chica imposiblemente valiente del Sahara, antes de que caigas con la cara
por delante en tu bebida.

Sus palabras eran maliciosas, pero su mano temblaba en la de él.


Repentinamente, la idea de perderla se hizo impensable.

—Y tú, para entonces una bruja desdentada, me golpearás en la parte de


atrás de la cabeza y me gritarás que no me duerma a las diez en punto de
la mañana. —La atrajo hacia él y la besó en la mejilla—. Morirás, pero no
hoy, no si tengo algo que decir sobre ello.

Se arrastraron debajo del carro blindado más cercano. En el suelo, el


vehículo asemejaba un pájaro de vientre pesado, rechoncho y desgarbado.
Pero los carros blindados nunca se habían tratado acerca de la elegancia,
solo mortalidad.

Los hombros de Titus casi tocaban las botas de un par de soldados. Los
soldados, a pesar de su atavío protector, tenían sus brazos levantados hacia
sus rostros para escudarse contra la tormenta de arena, a medida que
Fairfax azotaba el desierto dentro del círculo de sangre en un frenesí incluso
más grande.

Él hizo lo mejor que pudo para respirar lentamente, con control, una vez
que hiciera su primer movimiento, no podían detenerse hasta que lo
hubieran hecho.

O fallado del todo.


Ella puso una mano sobre su hombro, señalándole que la tormenta de arena
era tan violenta como podía hacerla. Él tomó otra respiración profunda y
dijo con los labios: Tempus congelet. Tempus congelet.

El caos de la escena proveyó una rara oportunidad para aplicar un hechizo


de congelación de tiempo a cada soldado Atlante. Esto le daba a Titus
aproximadamente tres minutos.

Él y Fairfax salieron de debajo del carro blindado, tomaron las varitas de los
soldados, las cuales tenían la forma de un prisma octogonal, y se apuraron
hacia la escotilla de estribor del carro. La juntura de la escotilla era apenas
visible, pero cuando abrieron dos pequeñas cubiertas redondas y empujaron
las varitas de los Atlantes dentro de las aberturas protegidas debajo, la
escotilla se abrió silenciosamente.

El interior del carro blindado era apropiadamente austero para un vehículo


militar de transporte, todos lados de acero y coberturas de titanio. Titus
aplicó el hechizo de congelación de tiempo en el piloto antes de que este
pudiera girarse.

Fairfax y él entraron en el carro blindado y cerraron la escotilla.


Inmediatamente aplicó el hechizo de congelación de tiempo en ella. Un mago
bajo un hechizo de congelación de tiempo era inmune a la mayoría de los
hechizos y maldiciones; esperaba que esto le ofreciera una protección
adicional frente al círculo de sangre. Si no, por lo menos debería retrasar su
reacción por algunos minutos.

La ató a uno de los arneses unidos al fuselaje y corrió hacia el piloto,


esquivando correas de asidero que colgaban del techo. La varita del piloto
ya estaba encajada en una abertura octogonal al lado del asiento.

Enfrente del piloto, elevándose por ranuras en el suelo, había un juego de


riendas. Titus envolvió sus manos alrededor de las del piloto, recogió las
riendas, y las sacudió. El carro blindado se elevó, silencioso con excepción
del inexorable asalto de la tormenta de arena.

Él ladeó y dio la vuelta a la punta del carro blindado. El lugar donde Fairfax
había señalado su localización estaba en el borde oriental del círculo de
sangre. Él apuntó el carro blindado hacia el suroeste.

Un vistazo hacia atrás mostró que Fairfax estaba inmóvil, viéndose


perfectamente normal para alguien bajo un hechizo de congelación de
tiempo.
Ahora todo era cuestión de suerte.

Empujó el carro blindado a su máxima velocidad, usando el reloj cerca del


asiento del piloto para estimar la cantidad de tiempo restante que tenía. Al
minuto con quince segundos dentro de su vuelo, tiró fuerte de las riendas.
El carro se detuvo abruptamente y lo habría tirado contra las ventanas si
no se hubiese sostenido en el piloto atado.

Corrió hacia atrás, abrió la escotilla, desató a Fairfax, y la tiró al suelo. Luego
cerró la escotilla, giró el vehículo, y se apresuró de vuelta hacia el círculo de
sangre, usando los medidores en el tablero para volver a trazar su ruta
exactamente. A su llegada, estacionó el vehículo en la misma orientación de
antes, saltó fuera, cerró la escotilla detrás de él, devolvió las varitas a los
soldados, y se teleportó.

Pero cuando alcanzó el punto en el desierto donde había dejado a Fairfax,


ella había desaparecido sin dejar rastro.
CAPÍTULO 12
Traducido por Selene

Corregido por Jane’

I nglaterra

Titus se apresuró al laboratorio y extrajo un vial con gránulos, cada uno


valía su peso en oro.

Panacea.

Cuando regresó a Baycrest House, Kashkari estaba luchando para evitar


que Wintervale se ahogara con su propia lengua. Titus sostuvo la cabeza de
Wintervale y de alguna manera logró forzar una dosis doble de panacea por
su garganta.

Casi de inmediato, las convulsiones de Wintervale disminuyeron hasta


convertirse en meros estremecimientos. Gotas de sudor aparecieron en su
frente y labio superior. Jadeaba, a pesar de que un poco de color regresó a
su rostro. A los diez minutos, cayó en un sueño profundo totalmente
exhausto.

Kashkari se limpió el sudor de su frente.

—Bueno, esa es medicina alemana que no me importaría mantener cerca.

Titus miró su reloj, necesitaban regresar a casa de la Sra. Dawlish antes de


que apagaran las luces.

—Será mejor que lo llevemos a la estación de trenes —le dijo, todavía


jadeando del susto—, o vamos a perder nuestro tren.

Kashkari se agarró al respaldo de una silla, respirando pesadamente.

—Tenemos todas esas fuertes espaldas… llevarlo allí es la menor de


nuestras preocupaciones. Sólo espero que el movimiento del tren no lo vaya
a enfermar más.
—Estará bien —dijo Titus.

Wintervale tenía suficiente panacea en él como para sobrevivir a una


maldición de ejecución, así que, un poco de traqueteo en un vagón no sería
problema.

—Espero por Dios que tengas razón —dijo Kashkari—. Por Dios.

Iolanthe compartió un compartimiento con Cooper y Sutherland, donde


jugaron un juego de vingt-et-un, apostaron medios peniques sobre el
resultado de cada mano. En el siguiente compartimiento, otros tres chicos
mantuvieron un silencio ininterrumpido. Antes de abordar el tren, el
príncipe la había llamado hacia un lado y le contó que Wintervale estaba
bajo el efecto de la panacea. Ella asintió y se dirigió hacia Cooper de nuevo.

El vingt-et-un era un juego de cartas más fácil que los no mágicos que había
jugado hasta el momento, ya que sólo tenía que preocuparse por que los
números de sus cartas sumaran veintiuno, sin pasarse. Pero aun así, se
excusó de nuevas rondas después de que cambiaron de tren en Londres.
Dejando el compartimiento, se puso de pie en el pasillo, a mirar por la
ventana las afueras de la ciudad mientras las farolas y ventanas iluminadas
iban haciéndose cada vez más escasas mientras se dirigían hacia el campo.

La puerta del siguiente compartimento se abrió y se cerró. Su corazón se


retorció. Pero la persona que vino a pararse junto a ella no fue Titus, sino
Kashkari.

—Lamento escuchar que podrías dejarnos —le dijo.

Él hablaba de los Fairfax y la ganadería en el Territorio de Wyoming.

—Todo lo que quería era que todo siguiera como antes. Pero los cambios
vienen y no puedo detenerlos. —Ella lo miró—. Ya sabes cómo es.

Kashkari sonrió débilmente.

—En mi caso, es más como, “Ten cuidado con lo que deseas”. Siempre he
querido conocer a la chica de mis sueños.

—Amor a primera vista, ¿eh?

—Más bien como asombro a primera vista.


—¿Es así de hermosa?

Kashkari tenía una mirada de nostalgia.

—Sí, lo es, pero siempre he sabido cómo luce. Me sorprendí al verla en carne
y hueso, y donde menos lo esperaba.

Debieron de pasar por una iglesia; ya que el sonido de las campanas era
audible por encima del estruendo del tren. Iolanthe se preguntó, medio
desesperada si había algo más que decir que: “Lo siento”. Realmente se
sentía muy mal por él, y le hubiera gustado darle más consuelo que solo
unas frases gastadas que no tenían ningún significado.

Entonces observo a Kashkari. Siempre he sabido cómo luce. La chica de mis


sueños.

—¿Quieres decir, que literalmente la has visto en la noche, mientras


duermes?

Kashkari suspiró.

—Excepto que mis sueños no me mostraron que estaría comprometida con


mi hermano.

¿Estaba Kashkari hablando de sueños proféticos?

—¿Recuerdas el último Periodo, cuando me dijiste que un astrólogo te


aconsejó asistir a Eton? Mi conocimiento de la astrología es muy superficial,
pero sé lo suficiente para saber que las estrellas raramente dan detalles. ¿El
astrólogo estaba interpretando un sueño para ti?

—Buena deducción. Sí, lo hizo.

—¿Qué viste?

—El primer sueño me mostró caminando alrededor de Eton. Yo no sabía


dónde estaba, pero después de ver el mismo sueño un par de veces, le
pregunté a mi padre acerca de una escuela en una ciudad inglesa con un
río, con un castillo visible en la distancia. Dibujé para él el contorno del
castillo. Él no lo reconoció, pero cuando se lo mostró a un amigo que había
estado en Inglaterra varias veces, el amigo sí pudo, y dijo que se parecía el
Castillo Windsor.

»No visité al astrólogo por ese sueño, pensé que simplemente quería decir
que visitaría algún día la zona. Pero luego empecé a ver un sueño diferente,
vestía unas ropas extrañas, no indias y me miraba en un espejo. Nos
enteramos de que la ropa era el uniforme de Eton. Fue entonces cuando
consultamos al astrólogo, quien dijo que mis estrellas proclamaban que iba
a pasar la mayor parte de mi juventud lejos de casa. Después de la consulta,
mi madre se volvió hacia mí y dijo: Supongo que ahora sé hacia dónde te
diriges.

—Eso es… increíble —dijo Iolanthe, asombrada.

No sabía cómo las personas no mágicas podían soñar con el futuro, pero no
era de mente estrecha como para asumir que sólo los magos podían
aprovechar el flujo del tiempo, ya que las visiones no tenían nada que ver ni
con la magia sutil o la elemental.

—Es algo privado, así que no vayas por ahí diciéndole a todo el mundo.
Quiero decir, la gente es muy aficionada a sesiones de espiritismo, pero aun
así.

—Entiendo —dijo Iolanthe.

Se acercaban a Slough cuando recordó preguntar:

—Así que… ¿significa esto que no estabas enamorado de la chica de tus


sueños, sólo que seguías viéndola?

Ella así lo esperaba por el bien de Kashkari.

—Ojalá. —Kashkari suspiró—. He estado enamorado de ella durante toda


mi vida.

Titus tocó la puerta de Fairfax.

—¿Estás ahí, Fairfax?

Un largo silencio transcurrió antes de que su respuesta llegara.

—Sí.

Su respuesta fue como una muralla. Sí, estoy aquí, pero no eres bienvenido.

Era casi la hora de que se apagaran las lucen en casa de la Sra. Dawlish.
Un último grupo de chicos salía del lavabo. Hanson preguntó si alguien
había visto su léxico griego, lo que llevó a Rogers a correr a su habitación y
devolvérselo. Sutherland, cuya habitación estaba al lado de la de Cooper,
llamó a su puerta; cuando abrió la puerta un par de calcetines voló a través
del pasillo, junto con un “¡Te quitaste los calcetines en mi habitación de
nuevo!”

Ella había amado esto: la normalidad y la necedad de tantos niños metidos


en espacios reducidos. Titus puso su mano en la puerta y deseó poder forzar
al tiempo a que retrocediera.

—Buenas noches —dijo, odiando la futilidad de todo.

Ella no dijo nada.

Al final del pasillo, Kashkari salió de la habitación de Wintervale: a pesar de


que Titus tenía la certeza de que la condición de Wintervale no empeoraría
mientras dormía, Kashkari había optado por permanecer junto a él.

Titus se acercó a Kashkari.

—¿Cómo está?

—Igual. Duerme a pierna suelta, sus signos vitales son fuertes por lo que
noté. —Kashkari vacilo un momento—. ¿Estás absolutamente seguro de que
no le diste nada más con veneno de abeja?

—Sí, estoy seguro —dijo Titus, no especialmente preocupado de qué creía


Kashkari—. Buenas noches.

Su cabeza dolía mientras caminaba una vez más a su laboratorio después


de apagar las luces. Tenía un rango de teleportación de casi quinientos
metros a la vez y nunca se había teleportado lo suficiente para establecer el
límite superior para un día. Pero con todos estos viajes al laboratorio en las
últimas veinticuatro horas, podría estar acercándose a ese límite.

Había traído consigo todos los remedios que tomó del laboratorio: la panacea
y los medicamentos misceláneos que le dieron a Wintervale tantos
problemas. Titus prefería ordenarlo todo, tenía muy poco tiempo que perder
debido a la desorganización, pero esta noche no podía manejar más que la
simple tarea de recolectar viales en una bolsa y empujar la bolsa en un cajón
vacío.

La panacea, sin embargo, no podía ser tratada de forma displicente. Ese vial
en particular lo volvió a colocar en su lugar en el bolso de emergencia que
preparó para Fairfax.
Trazó sus dedos a lo largo de la correa del bolso, uno de los lugares en el
que dejó mensajes ocultos para ella. Lo mejor hubiera sido que borrara los
mensajes, no tenían que ver con su tarea sino con sentimientos que eran
más fáciles de expresar por escrito que en voz alta. Pero no quería; sería casi
como borrarla mayormente de su vida.

El agotamiento se apoderó de él, y no sólo la fatiga, sino la pérdida de la


esperanza.

Tomó una dosis para ayudarse con el dolor de cabeza, se sentó en la mesa
de trabajo en el centro del laboratorio, y abrió el diario de su madre. Era el
maestro más cruel que jamás había conocido, pero seguía siendo su guía de
confianza en un paisaje siempre cambiante.

25 de febrero, AD 1021

Odio las visiones de muerte. En especial las visiones sobre las


muertes de las personas que amo.

Titus casi cerró el diario. No quería que le recordaran los detalles de su


muerte, los detalles la hacían real e ineludible.

Pero no podía dejar de seguir leyendo.

O, en todo caso, una muerte que causará angustia a alguien que


amo. Pero supongo que no hay manera de evitarlo. La muerte
viene cuando quiere y los sobrevivientes siempre deben estar
tristes.

Él exhaló. No era su muerte. ¿De quién entonces?

Niebla, espesa y amarilla, como mantequilla que ha estado


cayendo sobre la tierra. Pasan unos segundos antes de que
pueda distinguir una cara en la niebla. La reconozco
inmediatamente como la de Lee, el querido hijo de Pleione.
Wintervale.

Sigue siendo un niño, pero lo veo varios años mayor de lo que es


ahora, mirando detrás de una ventana cerrada, la niebla
pareciera estar empujándose contra el vidrio, buscando una
manera de entrar.

Está en un dormitorio. El suyo, tal vez. No lo puedo decir, ya que


tiene muchas cosas y está oscuro, con un estilo extraño a mis
ojos.

No hay sonidos dentro o fuera de la casa. Empiezo a pensar que


esto podría ser una visión silenciosa cuando él suspira
audiblemente, un sonido demasiado melancólico, demasiado
pesado por la pérdida y el anhelo para un niño tan joven, un niño
que no debería anhelar nada.

Un grito rompe el silencio. Lee retrocede, pero corre a la puerta de


su habitación y grita:

—¿Estás bien, mamá?

Solo recibe por respuesta otro grito que me hiela la sangre.

Corre por el pasillo de la casa, estoy segura de que es una casa


lujosa, pero se siente demasiado vieja y estrecha para alguien
con la fabulosa riqueza del Barón Wintervale.

Ahora está en un más grande, y más adornado dormitorio.


Pleione está sobre el cuerpo de su marido. Ella está sollozando
incontrolablemente.

—¿Mamá? ¿Papá? —Lee se queda cerca de la puerta, como si


tuviera miedo de moverse—. ¿Mamá? Papá está...

Pleione tiembla, Pleione que siempre ha sido tan centrada, tan en


control de sí misma.

—Baja las escaleras y dile a la Sra. Nightwood que te lleve a la


casa de Rosemary Alhambra. Y cuando llegues allí, dile a la
señorita Alhambra que venga y traiga al mejor médico que pueda
encontrar entre los Exiliados.

Lee permanece donde está.

—¡Ve! —le grita Pleione.

Él corre, sus pasos hacen eco por el corredor.

Pleione regresa a su marido inerte. Tiernamente recorre su cara


y le da un beso en los labios. Su mano se arrastra y levanta el
pelo en su frente. Di un grito ahogado cuando vi el tenue punto
rojo en su frente, el signo revelador de la maldición de ejecución.

Así que era cierto, entonces. La causa de la muerte del Barón Wintervale fue
oficialmente un fallo cardiaco, pero el rumor que circuló durante años fue
que murió de una maldición de ejecución ordenada por Atlantis.

Debe haber estado muerto por horas, teniendo en cuenta lo


atenuado que estaba el punto rojo. En el momento en que Lee
regresó con Rosemary Alhambra y un médico competente, el
punto en su frente había desaparecido por completo.

La mirada de Pleione era dura. Agarraba su mano sin vida.

—Tal vez los Ángeles tendrán misericordia. Pero yo no lo haré. No


voy a olvidar y no perdonaré.

Y entonces se derrumbó de nuevo sobre él y lloró.

Mi visión termina allí. Fui a ver a Titus jugando solo, trazando


con una pequeña ramita la superficie de un estanque.

Corrí hacia él y lo abracé con fuerza. Esto le sorprendió, pero me


dejó abrazarlo durante mucho tiempo.

Me he preguntado por qué, en mi visión del funeral de la


Baronesa Sorren, no asistieron muchas personas. Reconozco que
era más admirada que amada, pero era tan respetada que
siempre había encontrado el vacío en su funeral un tanto
inquietante y siniestro.
Ahora lo entendía.

Esta insurrección nuestra va a fallar. Pocos se atreverán a


presentar sus últimos respetos a la Baronesa Sorren porque será
ejecutada por Atlantis. Y el Barón Wintervale, mientras podría
escapar mientras tanto, en poco tiempo también sucumbirá a la
venganza de Atlantis.

Y yo, ¿qué hay de mí? En caso de que nuestros esfuerzos


colapsen, ¿sería un secreto o mi participación será revelada? Si
así ocurre, ¿cuáles serían las consecuencias?

—¿Quieres darle de comer a los pescaditos conmigo, mamá? —


pregunta Titus.

Le besé la parte superior de la cabeza, mi dulce y maravilloso


niño.

—Sí, querido. Hagamos algo juntos.

Mientras todavía podamos.

Titus recordó aquella tarde. No sólo alimentaron a los peces, sino que
jugaron varios juegos de asedio y dieron un largo paseo por las montañas.
Se había sentido bastante mareado, pero no era frecuente que él recibiera
toda la atención de su madre. Pero bajo su placer, se había producido una
sensación de incomodidad. Que de alguna manera le podrían arrebatar todo.

Lo había sido, sólo unas semanas después.

Y ahora de nuevo, todo lo que le importaba podrían arrebatárselo.

Nada ni nadie te alejará de mí, había dicho Fairfax.

Nada ni nadie, excepto la pesada mano del mismo destino.

Le parecía a Iolanthe que no dormía ni un poco, aun así, en la mañana de


repente se despertó. Estaba negro como el carbón afuera. Llamó un poco de
fuego para poder ver la hora. Diez minutos para las cinco.

La ironía. Esta era la hora a la que se había despertado diariamente en el


último Periodo. Con cara de sueño, se pondría algo de ropa e iría a la
habitación de Titus, donde él ya tendría una taza de té esperándola. Unos
cuantos sorbos y estaba en el Crisol, para entrenarla en los límites de su
resistencia.

Ya que esperaban la terminación de la nueva entrada al laboratorio —él ya


no se atrevía a mantener el Crisol en la escuela—, el entrenamiento aun no
empezaba para este Periodo. Pero ella había sabido que sería más arduo.
Porque habían ganado una batalla y no la Guerra. Porque el camino todavía
era largo.

Y ahora sus caminos habían divergido y el suyo se había dado de golpe


contra una pared.

Ella balanceó sus piernas por el costado de catre y metió el rostro entre sus
manos. ¿Cómo dejar de ser la Elegida? ¿Cómo volver a una vida ordinaria
cuando se había vuelto tan entusiasta en creer que ella era el soporte en el
cual las palancas del universo daban vueltas?

Se lavó, vistió, se hizo una taza de té y se sentó en su mesa para memorizar


los versos en latín que habían sido asignados en clase, todo el tiempo
sintiéndose como una actriz en escena, representando una secuencia
coreografiada de acciones.

Vivo por ti, y solo por ti.

Estoy tan feliz de que seas tú. No podría posiblemente enfrentar esta tarea
con alguien más.

Cuán fácilmente aquellas fervientes declaraciones perdían su significado,


como las hojas verdes del verano tornándose frágiles y sin vida con el inicio
del invierno. Él la había amado porque ella era la parte más integral de su
misión. Ahora que ya no lo era, se había vuelto como un periódico de ayer.

No podía respirar por la agonía en su pecho.

Y lo terrible era que su corazón —y su mente—, entendían que había sido


descartada, pero su cuerpo no. Sus nervios y huesos anhelaban estar dentro
del Crisol, luchando contra dragones, monstruos, y magos oscuros. No
podía detener a sus dedos de golpetear inquietamente contra el borde de la
mesa. Y cada tanto se levantaba de su silla para caminar por la habitación
que se había vuelto una prisión.

Parecía que el amanecer jamás llegaría y ninguno de los chicos alguna vez
despertaría. Saltó de puro alivio cuando escuchó pisadas y un toque en
alguna parte del pasillo. Pero la duda le llegó mientras agarraba el picaporte.
¿Qué si era Titus?

Abrió la puerta de todas maneras.

Era la Sra. Dawlish y su segunda al mando, la Sra. Hancock, quien también


resultaba ser una enviada especial del Departamento de Administración de
Ultramar de Atlantis.

La puerta de Kashkari se abrió al mismo tiempo.

—Buenos días, Kashkari. Buenos días, Fairfax —dijo la Sra. Dawlish,


sonriendo—. Se han levantado temprano.

—Esas líneas no se memorizan solas —respondió Iolanthe, inyectando en


su voz una alegría que no sentía—. Y buenos días para usted, señora.
Buenos días, Sra. Hancock.

—Escuché del vigilante nocturno que Wintervale tuvo que ser entrado a la
casa cuando regresaron anoche. —La Sra. Dawlish sacudió la cabeza—.
¿Exactamente, qué actividades sanas hacían ustedes en la casa del tío de
Sutherland?

—Nadar en frígidas aguas todo el día y cantar himnos alrededor de la


chimenea toda la noche, señora —dijo Iolanthe.

—¿De verdad? —replicó la Sra. Hancock con una ceja enarcada—. ¿Así es,
Kashkari?

—Bastante cerca. —Kashkari salió al corredor con su túnica blanca y


pantalones de pijama—. Pero Wintervale no vino a nosotros hasta ayer en la
tarde. Algo que comió en el camino le sentó mal.

La Sra. Hancock abrió la puerta de Wintervale, entró y encendió la lámpara


de gas en la pared. La Sra. Dawlish entró después de ella. Kashkari e
Iolanthe intercambiaron una mirada y las siguieron.

Wintervale dormía, profunda y pacíficamente. La Sra. Hancock tuvo que


sacudirlo varias veces antes de que abriera un ojo.

—Usted.

Entonces, él volvió a dormir.

La Sra. Hancock lo sacudió de nuevo.


—Wintervale, ¿se encuentra bien?

Wintervale gruñó.

La Sra. Hancock se giró hacia Iolanthe y Kashkari.

—Esa es una rara clase de enfermedad estomacal, ¿no?

—Estaba muy mal anoche, vomitando sus tripas —respondió Kashkari—.


El príncipe le dio alguna medicina preparada por el curandero de la corte
de…. de…

—Del principado de Saxe-Limburg —dijo la Sra. Dawlish amablemente.

—Correcto, gracias, señora. Imagino que la medicina era en su mayor parte


opio y Wintervale simplemente está durmiendo por sus efectos.

—Y yo imagino que el Señor Doktor von Schnurbin no estaría complacido


de que discutieras abiertamente los ingredientes secretos en sus remedios
más excelentes —llegó la voz del príncipe desde la puerta.

Iolanthe se sintió asfixiada, por tanto como permaneciera en Eton, tendría


que jugar el papel de amigo de Titus. Pero ahora no había ya ningún
fundamento para su amistad: su destino conjunto había sido su gran lazo;
sin eso, ella era un error que él había cometido en alguna parte del camino.

—Buenos días, Su Alteza —dijo la Sra. Dawlish—. No dudo que sus remedios
le han hecho mucho bien a Wintervale, pero necesita ser visto por un
médico.

Iolanthe miró a la Sra. Hancock. La Sra. Hancock sabía quién era


Wintervale. Probablemente también sabía que Lady Wintervale jamás
consentiría tal cosa como que a él lo viera un médico no mágico. Pero la Sra.
Hancock pareció bastante contenta con dejar a la Sra. Dawlish tomara el
mando.

—Mejor envíen un telegrama a su madre, entonces —dijo el príncipe—. Ella


enviará a su médico privado, los Wintervale son muy selectivos en su
elección de doctores. Y dispongan que una de las limpiadoras se siente con
él, en caso de que necesite algo.

La Sra. Dawlish no se opuso a su tono imperioso, pero fue bastante firme


en su propia respuesta.
—Ese médico privado probablemente vendrá hasta mañana, a lo mucho.
Somos responsables por el bienestar de Wintervale mientras esté bajo
nuestro techo y tales cosas no pueden esperar. Ahora ustedes, chicos,
alístense para la escuela.

La Sra. Dawlish y la Sra. Hancock se fueron. Kashkari bostezó y regresó a


su propia habitación.

—Fairfax —dijo el príncipe.

Ella lo ignoró, pasó a su lado hacia su propia puerta y la cerró.

Una opaca luz estaba empezando a atravesar la cortina. Ella agarró una lata
de galletas y caminó a la ventana. Otro día estaba amaneciendo. Una niebla
como vapor ondulaba cerca al piso, pero el cielo estaba despejado, y pronto
un sol naciente cubriría de rubio rojizo las cimas de las arboles.

Las mismas copas de los árboles que ella había visto tristemente por la
ventana de esta habitación, justo antes de que hubiera dejado al príncipe,
porque no había querido tener nada ver con sus locas ambiciones.

Entornó los ojos. ¿Había personas en esos árboles o sus ojos le estaban
jugando una broma? Abrió la ventana y se inclinó hacia afuera, pero ahora
solo podía ver troncos, ramas y hojas que todavía colgaban con el recuerdo
del verano, con solo unas cuantas volviéndose amarillas y carmesí por aquí
y allá.

Cuando ella era pequeña, cada octubre el Maestro Haywood la llevaba a ver
los colores de otoño en Upper Marin March, en donde septiembre y octubre
tendían a ser despejados y soleados. Se quedaban en una cabaña junto a
un lago y despertaban cada día con el esplendor de una pendiente entera de
llamas y follaje cobrizo reflejándose en las aguas tan brillantes como un
espejo.

El Maestro Haywood.

El Maestro Haywood.

Pensaba en él todo el tiempo, por supuesto, pero de una triste manera, como
los astronautas anhelaban las estrellas que no podían alcanzar. Pero el
Maestro Haywood no estaba separado de ella por lo vasto del tiempo y el
espacio; sólo estaba escondido.
La culpa la llenaba. Si lo hubiera deseado lo suficiente, ya habría
descubierto algo de información útil ahora. Excepto que, convencida de su
gran propósito, no había dado un solo paso en torno a localizarlo.

Caminó fuera de su habitación y tocó la puerta del príncipe.

—¡Fairfax! —El brillo de esperanza cautelosa en sus ojos hizo que sus
pulmones dolieran. Él se estiró como si fuera a tocarla, pero se detuvo a sí
mismo—. Por favor, pasa.

Ella entró en el que había sido uno de sus lugares favoritos.

—¿Algo de té? —Él ya se estaba moviendo hacia la chimenea.

Ella se apresuró.

—No, gracias. Solo quiero preguntarle si la nueva entrada al laboratorio está


lista.

Él se quedó quieto.

—Lo estará en la tarde.

—¿Está bien si lo uso? Necesito buscar algunas cosas en la sala de lectura.

—Sí, por supuesto. Eres más que bienvenida. Cuando quieras.

La resaca de desesperación, ¿era de ella, o de él? Ella juntó sus manos tras
su espalda.

—Es muy amable de su parte, Su Alteza. Gracias.

—¿Hay algo más que pueda hacer por ti?

—No, gracias.

Él la miró.

—¿Segura?

—Sí, estoy segura —se hizo decir.

Regresó a su habitación y se inclinó por un minuto contra la puerta.

Así que en esto se había convertido, en esta cortesía forzada, como aquella
de una pareja divorciada que debe lidiar con el otro todavía.
Siendo ella la que no había encontrado a nadie más, por supuesto.
CAPÍTULO 13
Traducido por Otravaga

Corregido por Jut

D esierto del Sahara

Titus giró alrededor, con el miedo como una daga en sus pulmones. Estaba
a unos siete kilómetros fuera del círculo de sangre. Aquí la verdadera
tormenta de arena rugía y la visibilidad era de menos de un metro. Una
bendición, ya que no podían tener una mejor protección contra sus
perseguidores. Pero él no podría encontrarla, si ella se había movido tan
poco como…

Una mano lo agarró alrededor del tobillo. Su varita estaba apuntada y un


salvaje hechizo de asalto estaba a punto de salir de sus labios cuando se dio
cuenta de que era ella. Se había ocultado a sí misma debajo de una capa de
arena.

Se agachó, la tomó por el brazo y la sacó.

Estaba apenas consciente y él podía ver manchas de sangre en sus labios,


pero ella se las arregló para abrir los ojos.

—¿Estás bien?

Antes de que él pudiera responder, ella vomitó un chorro de sangre en la


arena.

Apenas podía respirar por el pánico que brotó en su interior. Si la panacea


no podía mantenerla con vida, entonces ningún poder que él poseyera
ayudaría.

Le ahuecó el rostro.

—Ve a dormir. Ve a dormir y estarás bien.

Sus ojos se cerraron y se quedó dormida.


No tenía sentido hacer nada excepto guarecerse. Titus sacó una tienda de
campaña que había sido plegada en un apretado cuadrado de uno de los
bolsillos más grandes en el exterior del bolso de Fairfax. Cuando la arena
que volaba por los aires se estrelló con ella, el material de la tienda de
campaña cambió de un verde indefinido al mismo color y opacidad exacta
de la arena: una tienda de campaña de camuflaje. Incluso mejor, podía ser
armada de varias formas, algunas de ellas imitaciones bastante aceptables
de formaciones naturales. La instaló en una que parecía una suave
ondulación del terreno, maniobró para meter a Fairfax, se arrastró detrás
de ella, y selló la tienda de campaña desde adentro.

Su espalda de nuevo se sentía como si estuviera en llamas. Tomó más


remedios para el dolor y se permitió una pequeña siesta, despertando de un
sobresalto cada vez que llegaba el ruido de arena contra el metal, un carro
blindado en las proximidades, luego quedándose dormido de nuevo cuando
el peligro se desvanecía.

Cuando despertó definitivamente, se comió la mitad de un cubo nutricional,


e hizo un estudio a fondo del contenido de su bolso. Además de la farmacia
bien surtida, ella tenía todo lo que un fugitivo podría posiblemente necesitar,
incluyendo una balsa, sábanas térmicas, cuerdas de caza, y riendas que
podrían lograr a adaptarse a wyverns, perytones, y una variedad de otros
corceles alados.

Cada artículo venía con una explicación de su uso escrito en un papel tan
fino como la piel de una cebolla y sin embargo tan fuerte como el lienzo.
Explicaciones demasiado detalladas, como si el escritor hubiese esperado
que el bolso terminara en manos de alguien mucho menos capacitado que
Fairfax.

Fue cuando avanzó hacia el compartimento más pequeño del bolso que sus
cejas se elevaron hasta las nubes.

Varitas civiles Atlantes, 2.

Llaves Ángel, 6.

Interruptor de destino para el Aeropuerto Interreino de Delamer


Este, Translocador 4.
Las varitas civiles atlantes eran emitidas por el estado, cada una numerada
y registrada, utilizada como medio de identificación personal. Las sanciones
por informar robo, pérdida o destrucción accidental eran altas, para
desalentar a cualquier Atlante de poseer duplicados.

Pero los duplicados todavía surgían de la nada periódicamente en el


mercado negro. Por otro lado, las llaves ángel, llamadas así porque no había
puertas que ellas no pudieran abrir, eran mucho más raras y casi
prohibitivamente costosas. Y un interruptor de destino adaptado a un
translocador específico… eso no habría podido ser obtenido en el mercado
negro, incluso si uno tenía una fortuna para gastar.

¿Fairfax tenía la intención de viajar a Atlantis por medios ilegales y, una vez
allí, hacerse pasar por un Atlante y... abrir puertas que no le correspondía
abrir?

Le tomó la mano. Su pulso latía, lento y constante.

El cese de la tormenta de arena fue tan abrupto como el de una tormenta


de verano: inundación en un momento, cielo despejado al siguiente. Él le
soltó la mano y escuchó durante un minuto en la abertura de la tienda de
campaña antes de aventurarse fuera a investigar.

Las estrellas habían salido, brillantes e innumerables. Entrecerró los ojos,


buscando puntos oscuros moviéndose en el cielo: sin las arenas volando en
el aire golpeándolos y delatando sus ubicaciones, los carros blindados
podrían estar descendiendo justo encima de él y podría no enterarse. Pero,
por ahora, ningún peligro se cernía por encima de ellos.

Sus opciones eran extraordinariamente pocas. Ella no estaba en forma para


ser teleportada: en su estado actual, teleportarse tres metros podría
matarla. No tenían vehículos ni bestias de carga. Permanecer en el lugar
estaba fuera de discusión: aún estaban demasiado cerca del círculo de
sangre. Cuanto más lejos estuvieran, menos probable sería que Atlantis los
encontrara.

Él se dispuso a caminar.

El viento era cortante como carámbanos. Las temperaturas habían caído; la


nariz y las mejillas de Titus estaban entumecidas por el frío.
Sin embargo, su ligera túnica lo mantenía caliente. La capucha de la túnica
protegía la parte posterior de su cuello y la parte superior de su cabeza; las
manos las mantenía dentro de las mangas, solo sacándolas de vez en
cuando para comprobar el pulso de Fairfax.

Ella flotaba en el aire junto a él, con las manos metidas en sus propias
mangas, la mayor parte de su cabeza cubierta por un pañuelo que él había
encontrado, y una sábana térmica envuelta sobre sus pantalones y botas,
que no estaban hechas de material mágico. Alrededor de su torso había una
cuerda de caza, anclándola a él.

Ella dormía plácidamente.

Cada minuto más o menos apuntaba su varita detrás de sí mismo para


borrar sus huellas de la arena. Cada treinta segundos escaneaba el cielo
con un hechizo de vista lejana. Se estaba dirigiendo al suroeste. El primer
escuadrón de carros blindados que divisó volaba a toda velocidad hacia el
noreste, lejos de ellos. El siguiente escuadrón estaba más
inconvenientemente ubicado a varios kilómetros hacia el sur. Aunque no
era exactamente en su camino, había una posibilidad de que pudieran volar
en círculos por los alrededores y pasar por encima de ellos.

Había estado caminando durante unas tres horas cuando vio casquetes
surgiendo desde el suelo, como pilares de un palacio en ruinas. Se desvió
hacia ellos. Fairfax estaba comenzando a hundirse, el hechizo de levitación
desvaneciéndose. La noche no tenía luna, pero la masa de estrellas en lo
alto le daba al aire una luminosidad tenue; en las sombras negras como el
carbón de los pilares de roca, sería seguro para él ponerla en el suelo y
descansar durante unos minutos.

Pronto sus botas ya no se hundían centímetros con cada paso. Pero sus
pantorrillas protestaban con una especie diferente de tensión: la tierra se
estaba elevando, lenta pero inexorablemente. Y los pilares de roca, que de
lejos habían parecido notablemente rectos y uniformes, de cerca se resolvían
en zigzag, formas arrastradas por el viento, algunos con la parte superior
como peñascos que se equilibraban precariamente sobre sus troncos
desgastados por la arena.

Fairfax ahora flotaba a una altura no mayor que sus rodillas, el dobladillo
de su túnica rozando ocasionalmente contra el suelo. Quería seguir
llevándola en el aire hasta que estuvieran dentro de la formación rocosa.
Pero ella se estaba hundiendo demasiado rápido como para durar el resto
de la distancia. Él desató la cuerda de caza que los conectaba y la dejó en el
suelo.

Su temperatura estaba bien, ninguna hipotermia iniciando. Su pulso


también estaba bien, lento pero constante. Cuando la convenció de
despertar para beber un poco de agua, ella le sonrió antes de volverse a
dormir.

¿Acaso ella soñaba? Su respiración era profunda y regular. Ningún ceño


fruncido o aleteo de los párpados estropeaba la tranquilidad de sus rasgos,
casi invisibles a excepción de un ligero brillo en su mejilla y la cresta de su
nariz. Ella no se parecía ni remotamente a una rebelde que quería derrocar
imperios. Él habría supuesto que era una estudiante de la academia
superior, del tipo cuya competencia y dedicación molestaría a sus
compañeros de clase, de no ser por su disposición a ayudarles a prepararse
para sus exámenes.

Giró su mano en la suya, mirando fijamente su palma a través de la


oscuridad, como si las líneas que ni siquiera podía ver delinearan los
acontecimientos que la habían conducido a este momento y lugar. Él llevó
su mano a sus labios. Un instante después se dio cuenta de lo que estaba a
punto de hacer y dejó caer su mano a toda prisa, avergonzado.

Otro hechizo de vista lejana reveló que lo que antes había pensado que era
un solo escuadrón de tres carros blindados al sur eran en realidad tres
escuadrones diferentes. Ahora que él estaba parado en un punto de vista
mucho más alto, podía ver la luz desbordando de sus vientres, iluminando
cada metro cuadrado de desierto en su camino mientras volaban en círculos,
buscando.

Estaban acercándose. Necesitaba mover a Fairfax y a sí mismo al interior de


la formación rocosa, o serían demasiado visibles para esa aguda luz fría.

Lo más probable es que hubiese otras criaturas que vivían en el interior del
refugio ofrecido por la formación rocosa. El rocío de la mañana que se reunía
en la parte inferior de las piedras podría proporcionar suficiente humedad
para durarle durante días a una criatura bien adaptada. Y donde había
lagartos y tortugas, también habría escorpiones y serpientes. Era mejor que
investigara el terreno, para asegurarse de que no la pondría encima de un
nido de víboras.
Dejando a Fairfax bajo una cúpula extensible, se dirigió hacia la formación
rocosa. Su aliento salía en nubes de vapor. El suelo bajo sus pies estaba
resbaladizo, con una capa de arena encima de la piedra dura. Y sobre su
cabeza, un paisaje nocturno espectacular, la Vía Láctea inclinándose a
través del arco del cielo, un luminoso río azul plateado de estrellas.

Contra este telón de fondo se alzaba la más cercana de las columnas de


piedra. En la parte superior de la columna descansaba un protuberante
peñasco imposiblemente equilibrado. Se detuvo y entrecerró los ojos. Algo
parecía estar balanceándose en el peñasco. ¿Una serpiente? ¿Una docena
de serpientes?

Su sangre se heló. Cuerdas de caza. Por supuesto que Atlantis habría


colocado cuerdas de caza en un lugar así, probablemente en todos los
lugares así en un radio de ochenta kilómetros, refugios hacia los que él
gravitaría cuando se diera cuenta de lo difícil que sería permanecer oculto
al aire libre.

Se había detenido justo a tiempo. Las cuerdas de caza sólo habían empezado
a moverse, sintiendo su movimiento. Ahora él y ellas estaban en un punto
muerto. Si él se movía, ellas vendrían tras él… y las cuerdas de caza gozaban
de velocidades muy superiores a las de un mago a pie. Pero si él no se movía,
tanto él como ella quedarían atrapados en el resplandor de las luces de
búsqueda los carros blindados.

Corrió. Detrás de él, decenas de cuerdas de caza cayeron, un sólido plof tras
otro. Sus pies golpeteaban; sus pesadas respiraciones llenaban sus oídos.
Sin embargo, todavía podía oírlas deslizándose, mucho más ligeras y más
rápidas que cualquier serpiente real.

Se deslizó en la cúpula extensible justo cuando lo alcanzaban. Sin embargo,


su seguridad era temporal. Ya estaban cavando. El suelo debajo de la cúpula
era duro y compacto, pero aun así, sólo sería cuestión de tiempo antes de
que salieran por debajo de él.

Alcanzó la bolsa de emergencia. Mientras lo hacía, el borde de su mano rozó


algo largo y flexible. Saltó, con un grito subiendo a su garganta, antes de
darse cuenta de que era la cuerda de caza atada a la persona de Fairfax, su
cuerda de caza, y no una a punto de atacarlo.
Un rápido hechizo de desate y la cuerda de caza se soltó de Fairfax,
separándose en tres longitudes. Él tomó una larga y la frotó de extremo a
extremo en tres ocasiones.

—Trae un escorpión.

La cuerda de caza salió disparada de la cúpula extensible en dirección a la


formación rocosa. Todas las demás cuerdas de caza que habían estado
saltando sobre la cúpula extensible, o tratando de cavar por debajo de ella,
corrieron a toda velocidad tras ésta.

Lo que siguió sonó como el suelo siendo azotado con una docena de fustas.

Su cuerda de caza, mientras estuviera a la caza, no se detendría tratando


de llegar a su objetivo, incluso si fuese derribada por dos docenas de cuerdas
de caza tratando de encontrarla y atarla. La algarabía debería atraer a todas
las demás cuerdas de caza en la zona, si hubiera más de ellas al acecho, y
mantener su atención lejos de él.

Agarró la mano de Fairfax en alivio.

Sólo para retroceder con alarma cuando un rayo de luz vino alrededor de la
formación rocosa, seguido de otro, y otro más. Por encima de ellos, carros
blindados, silenciosos y oscuros atravesaban de la noche, como bestias de
las profundidades.
CAPÍTULO 14
Traducido por IvanaTG

Corregido por Jut

I nglaterra

Iolanthe estaba junto a la ventana, asomándose desde un espacio en la


cortina, cuando el príncipe entró en su habitación.

—¿Qué es? —preguntó él.

—Es posible que viera a alguien observando la casa detrás de los árboles en
la mañana. No podría estar segura.

—No me sorprendería. En lo que respecta a Atlantis, sigo siendo su única


ventaja a tu paradero. Si yo fuera ellos, también me tendría bajo vigilancia.

Tenía sentido. Ella se apartó de la ventana.

—¿Nos vamos entonces?

Él le ofreció su brazo para que pudiera engancharse en la teleportación con


él. Ella mordió el interior de su labio inferior: no lo había tocado desde que
se había dado la noticia de su error en seleccionarla como su compañera.

Pero esta era la vida: no importa cuán dramática sea la grieta, en algún
momento, las diarias mundanidades se hacían cargo otra vez, y deben seguir
viviendo uno al lado del otro, cenar en la misma mesa cada noche, e incluso,
ocasionalmente, entrar en contacto físico.

Ella puso su mano en su antebrazo y aparecieron en el interior de un


pequeño edificio vacío, una cerrada fábrica de cerveza en los terrenos de una
casa de campo. Al parecer, no era inusual que el mayordomo de una finca
Inglesa elaborara su propia cerveza, especialmente cuando la bebida a
menudo se representaba como parte de la remuneración de los criados. Pero
el actual amo de la casa era un líder del movimiento antialcohólico. Como
resultado, el equipo de elaboración de cerveza había sido desechado y la
instalación cerró.

Titus le dio la clave y contraseña. Giró el picaporte de una puerta del armario
de limpieza, y volvió a entrar en el laboratorio por primera vez en meses. Se
veía más o menos lo mismo: libros, equipamiento e ingredientes
cuidadosamente ordenados en los estantes, con muchos armarios y cajones
cuyo contenido aún que tenía que explorar, ya que lo había visitado con tan
poca frecuencia.

Tres veces en total, de hecho: la primera vez en el día que se conocieron; la


siguiente vez, cuando la convirtió en un canario; la tercera vez, al final del
Periodo de Verano, justo antes de que viajaran de nuevo al Dominio juntos.

Ella había estado incandescente de felicidad esa última vez. Ambos lo


estuvieron, superaron mucho y se hicieron muy cercanos. Recordó correr
mano a mano con él hacia el laboratorio, mareada de esperanza y valentía.

Había sido una diferente edad del mundo en total.

—Fairfax —dijo en voz baja.

Ella dio la vuelta. Sus miradas se sostuvieron por un momento. Él parecía


agotado; ella, probablemente peor.

Dejó el Crisol en la mesa de trabajo.

—Aquí tienes. Es tuyo por el tiempo que lo necesites.

Habló con tal cuidado, como si fuera infinitamente frágil y una equivocada
sílaba podría destrozarla. Pero ella no era frágil, era una portadora de rayos
y llamas. Algún día tu fuerza pondrá de cabeza al mundo tal como lo
conocemos, le había dicho una vez.

¿Qué iba a hacer ahora con toda esa fuerza, todo ese poder? ¿Guardarlo
como un guardarropa que había pasado de moda?

—Y no dudes en hacer uso del laboratorio en cualquier momento —agregó—


, ahora que puedes llegar fácilmente.

Con el tiempo podría convertirse en menos amargo, pero ahora lo único que
escuchó fue la ofrenda de dones menores, como si eso pudiera compensarlo
por quitarle la única cosa que ella realmente quería.

—Gracias —dijo inexpresivamente—, muy amable de tu parte.


Un incómodo silencio siguió.

Ella se mordió el interior de su mejilla, se sentó a la mesa de trabajo, y puso


su mano en el Crisol.

—Voy a irme, entonces.

—Si no te importa que te pregunte, ¿qué estás esperando encontrar en la


sala de lectura?

—La identidad de la guardiana de la memoria. —La que había defraudado


al Maestro Haywood. Iolanthe no tenía dudas de que la mujer estaba
implicada en su desaparición.

Titus pareció alarmado.

—No harás nada precipitado, ¿no? Sigues siendo la que Atlantis quiere.

Simplemente ya no era la que él necesitaba. Todas las molestias de la vida


fugitiva y ninguna de las satisfacciones que realmente importaban.

—No puedo hacer nada precipitado hasta que tenga la información —le dijo.

Pero no fue directamente a la sala de lectura. En cambio, visitó “La Princesa


Dragón”, uno de los cuentos más apocalípticos en todo el Crisol. Ruinas
ardían bajo un cielo de llamas enturbiadas; el aire era todo humo y cenizas.
Alto sobre la muralla de la última fortaleza vigente, medio ensordecida por
los chillidos del dragón, ella invocó un rayo tras otro, ensuciando la tierra
quemada con wyverns muertos y basiliscos inconscientes.

Un mago elemental siempre era más potente en un estado de confusión


emocional.

El esfuerzo la agotaba, nunca había invocado tantos relámpagos en tan poco


tiempo. Su fatiga la envolvió, como un capullo, y la hacía sentirse segura,
porque estaba demasiado cansada para sentir.

Y así fue como tomó la decisión de ir a la villa de verano de la Reina de las


Estaciones.

Era un lugar impresionante, tejados ocres y jardines en terrazas contra el


telón de fondo de un escarpado y empinado macizo. Brillantes flores rojas
florecían en urnas de piedra que debían ser de siglos de antigüedad; fuentes
salpicando y burbujeando, alimentándose en un estanque desde el cual se
elevaban decenas de nenúfares de un lavanda pálido, sus pétalos unidos
como manos en oración.

El aire estaba perfumado con el aroma de la madreselva, mezclado con el


sol caliente, una nota resinosa del bosque de cedros que se extendía en las
colinas circundantes. La temperatura era la de un perfecto día de verano,
con suficiente brisa que uno nunca se encontraba caliente, pero también el
suficiente calor para que fuera agradable una bebida fría.

En una terraza a la sombra de las parras, este tipo de bebidas ya se habían


distribuido, junto con un surtido de helados. Probó uno que parecía un
helado de piña-melón, y se sorprendió al darse cuenta, a medida que los
ácidos sabores frescos irrumpían en su lengua, que era en verdad helado
piña-melón, que no había probado en años, ya que era una especialidad de
la tienda de dulces de la Sra. Hinderstone, en University Avenue, a pocos
minutos del campus del Conservatorio de Artes y Ciencias Mágicas, donde
ella y el Maestro Haywood habían vivido.

Pasos resonaron. Ella dio la vuelta para ver a Titus saliendo de las puertas
abiertas de la villa, a punto de comenzar a descender los escalones que
llevaban a la terraza. Se quedó helado cuando la vio. Sus mejillas
escaldadas; parecía tan mortificado como ella se sentía.

Después de un silencio interminable, él apoyó su mano en la barandilla de


la escalera y aclaró su garganta.

—¿Cómo encuentras el helado?

—Muy agradable al paladar —Ella logró encontrar su voz—. Solo he tenido


uno con sabor a piña-melón de la Sra. Hinderstone en Delamer.

—Cuando estuve en Delamer este verano, hice a Dalbert traerme algunos de


los helados de la Sra. Hinderstone para probarlos, ya que mencionaste el
lugar.

Ella lo había mencionado una sola vez, de pasada, cuando estaban


discutiendo algo completamente distinto.

—¿Te gustaron?

—Lo hicieron, sobre todo el sabor uva-fresa. Pero el piña-melón también es


muy bueno.

—El Maestro Haywood siempre pedía el uva-fresa. Yo prefería el piña-melón.


—Tenía la esperanza de uno de ellos fuera tu favorito —dijo en voz baja.

A partir de lo que él le había dicho, no era difícil modificar los detalles de


una historia dentro del Crisol: bastaba con escribir los cambios en los
márgenes de las páginas. Así que no era como si se hubiera escabullido de
nuevo en el Dominio y contrabandeado los helados contra toda posibilidad.
Pero aun así algo revoloteó en su estómago, seguido por una sensación de
constricción en su pecho.

Él había querido que todo fuera perfecto.

Y lo habría sido.

Lo hubiera sido.

En su silencio, él aclaró su garganta de nuevo.

—Estaba a punto de irme. Disfruta de tu helado.

Desapareció al final de esas palabras, dejándola sola en un lugar donde se


suponía que debían estar juntos.

Ella había venido porque no fue capaz de evitar su curiosidad. Por muy
difícil que la experiencia pudiera resultar, quiso ver el lugar que preparó
para ella, para ellos. ¿Por qué había vuelto él? Ya sabía exactamente lo que
hizo con el lugar.

Porque ella no era la única que deseaba que el remolino nunca hubiera
sucedido. Que era atraída a la villa de verano, a pesar del dolor que causaría,
para imaginar lo que hubiera sido, si las cosas hubieran sido diferentes.

Secó sus lágrimas con el dorso de su mano.

¿Cómo uno se desenamora sin desmoronarse al mismo tiempo?

La sala de lectura, la biblioteca principal en las salas de enseñanza del


Crisol, era enorme. Podría muy bien ser infinita, por todo lo que Iolanthe
sabía: estantes continuaban hasta que convergían en un solo punto en la
distancia.

Se acercó a la mesa de ayuda —una estación vacía cerca de la puerta— y


dijo:
—Me gustaría todo lo disponible de Horatio Haywood de los últimos
cuarenta años.

Libros poblaron el estante detrás de la mesa: recopilaciones de periódicos


estudiantiles en los que había servido como reportero y editor; revistas que
publicaron sus artículos académicos; la tesis que había escrito para su
grado de Maestría del Arte y Ciencia de la Magia del Conservatorio.

Recogió su disertación. Había habido una copia de la misma en su casa, que


ella trató de leer como una niña y no había entendido nada. Pero ahora,
mientras hojeaba las páginas, sus ojos se abrieron más y más. Sabía que la
especialidad de investigación del Maestro Haywood había sido el Archivo
Mágico, que se ocupa de la preservación de los hechizos y las prácticas que
ya no están en uso popular. Pero no tenía idea de que su disertación giraba
en torno a magia de la memoria.

En la disertación, el Maestro Haywood trazó el desarrollo de la magia de la


memoria y registró la notable precisión de los hechizos en el apogeo de su
popularidad(9). Uno podría borrar los recuerdos por la hora, por minuto si
uno realmente quería. Y por los contornos de eventos precisos y concretos.
¿Disfrutaba alguien enormemente en una fiesta, con la excepción de un beso
ebrio? Con un rápido movimiento de la varita, sería como si el beso nunca
hubiera sucedido, la fiesta era ahora un largo e intacto momento de
memorias pendientes.

Salió de la sala de lectura a regañadientes, había ocasiones en el día,


llamadas Ausencias, cuando la Sra. Dawlish y la Sra. Hancock contaban a
sus niños, para asegurarse de que estos no habían desaparecido. El príncipe
se encontraba todavía en el laboratorio, sentado frente a ella, volteando las
páginas del diario de su madre.

Era como si un puño se hubiera cerrado alrededor de su corazón, al verlo


pasar tiempo con su único y verdadero amor.

Levantó su mirada.

—¿Encontraste algo útil?

Estaba decidida a hablar normalmente.

—El Maestro Haywood hizo su tesis sobre la magia de la memoria, del tipo
que la guardiana de la memoria eventualmente aplicó sobre él.

—¿Así que aportó el aspecto que se usó contra él?


—Probablemente.

Él se quedó en silencio por un momento.

—¿Quieres saber si tú tienes lapsos de memoria?

La pregunta la sorprendió.

—¿Yo?

Él apuntó con su varita a sí mismo.

—¿Quid non memini?

¿Qué no recuerdo?

Una línea apareció en el aire, recta y marcada en intervalos regulares, como


una cinta métrica. Con un movimiento de su varita, la línea se acercó más
a Iolanthe, para que ella pudiera ver que era una línea de tiempo, dividida
en años, meses, semanas y días. Alrededor de las tres quintas partes de la
línea de tiempo era blanca, el resto rojo.

Nunca había visto nada igual. Incluso el Maestro Haywood no había


mencionado nada de eso.

—¿Esto representa el estado de tus recuerdos?

—Sí.

—¿Qué sucedió cuando tenías once años? —Tres días cortos de once años,
en realidad. Fue entonces cuando la línea abruptamente se puso roja.

—Me enteré de que moriría joven. Y decidí librarme de los recuerdos de los
detalles de la profecía, así no estaría constantemente preocupado por ellos.

No morirías joven, no si yo... ella apenas se contuvo de decir esas palabras


en voz alta. Wintervale tendría que mantenerlo vivo ahora, Wintervale que
no era conocido por su capacidad de mantener la calma bajo presión.

Ella dijo en cambio:

—¿Es perjudicial, no lo crees, suprimir los recuerdos por tanto tiempo?

—Depende de cómo lo haces. ¿Ves esos puntos? —Los puntos eran de color
negro y flotaban por encima de la línea de tiempo. El primero coincidió con
el cambio de color de la línea de tiempo, el resto se distribuía en intervalos
de tres meses—. Muestran cuán a menudo el recuerdo en particular tiene
permitido emerger en mi mente. El color y la forma de los puntos me
aseguran de que el mismo recuerdo exacto es extirpado de nuevo cada vez,
y que nada más ha sido manipulado.

—¿Te preocupas por la gente manipulando tus recuerdos?

—Es casi imposible que eso suceda sin mi pleno consentimiento, los
herederos de la Casa de Elberon están protegidos por muchos hechizos
hereditarios para asegurarse de que no se conviertan en títeres involuntarios
en manos de otros. Pero puedo hacerlo para mí. Esta herramienta me
asegura que no se me ha persuadido a manipular mis propios recuerdos y
luego olvidarlos. —Hizo un gesto a la línea de la memoria—. ¿Quieres ver el
estado de tus recuerdos?

—¿Crees que mis recuerdos se han manipulado?

Su pregunta pareció sorprenderlo.

—¿No lo crees así? Tu guardián es un experto. La guardiana de la memoria


es otra experta. Tenían un gran secreto para proteger en ti. Entre ambos,
sería casi imposible que puedas salir ilesa.

Durante mucho tiempo no sabía que podía controlar el aire, pero había
pensado que su ignorancia era el resultado de un hechizo diferente. ¿Podría
haber sido causado por magia de memoria en su lugar?

—Muéstrame, entonces.

Él la apuntó con su varita. Ella abrió su boca: la representación del estado


de sus recuerdos había sido una línea simple, pero la suya era todo un
mural. No había casi ninguna parte de la línea de tiempo de casi diecisiete
años que no había sido manipulada. Se mostraba blanco solo para los
primeros meses de su vida. Entonces todos los colores del arco iris
aparecieron, algunos en varias gradaciones. Por encima de la línea de tiempo
no había solo puntos, sino triángulos, cuadrados y pentágonos... todo el
camino hasta dodecágonos. Y mientras que en la línea de la memoria del
príncipe, el punto que representaba su recuerdo reprimido permanecía del
mismo tamaño, en su línea, las formas seguían aumentando de tamaño en
cada reiteración.

Su mente no es del todo suya. El Maestro Haywood había dicho eso hace
mucho tiempo, acerca de la anciana madre de uno de sus colegas. Iolanthe
nunca pensó que podría aplicarse a ella, pero lo hacía. Su memoria estaba
llena de agujeros.

El príncipe miró la línea de tiempo.

—Son todos sucesos compuestos.

—¿Qué es un suceso compuesto?

—Cuando mi memoria reprimida es permitida a surgir, y luego sobre-


reprimida; recuerdo el surgimiento, solo que no recuerdo lo que surgió. Pero
para ti, cada vez que tus recuerdos tienen permitido surgir, todos los
recuerdos de todos los surgimientos también se reprimen. Así que no te das
cuenta de que hay cosas sobre ti misma que no puedes recordar.

Ella examinó el patrón del resurgimiento.

—Cada dos años.

—Dos años es el límite máximo del margen de seguridad.

Así que la guardiana de la memoria no quería dañar la salud de su mente,


pero tampoco quería que Iolanthe recordara con más frecuencia de lo que
era absolutamente necesario.

—La próxima vez recordaré a mediados del mes de noviembre, si el patrón


se mantiene.

—Tu cumpleaños.

Su cumpleaños, durante la lluvia de meteoritos, la que al final no había


presagiado excelencia. El truco de la guardiana de la memoria, los sacrificios
por parte del Maestro Haywood, todos eran finalmente sin propósito.

—Podrían haberse ahorrado una gran cantidad de problemas —dijo ella, su


tono áspero—. El Maestro Haywood tiró toda su vida.

El príncipe bajó su mirada, cerró el diario de su madre, y le dijo:

—Vámonos. El médico de Wintervale debería llegar ahora en cualquier


momento.
CAPÍTULO 15
Traducido por PaulaMayfair

Corregido por Mari NC

D esierto del Sahara

Los carros blindados avanzaban con demasiada rapidez.

A pesar del frío aire nocturno, Titus sudaba. Fairfax no podía ser
teleportada. No conseguiría levitarla de nuevo tan pronto. Ocultarse dentro
la formación rocosa no era una opción: al menos la mitad de las cuerdas de
caza que acababa de desviar vendrían tras ellos en masa. Y no había ni
siquiera suficiente arena bajo los pies en la cual enterrarse, sólo una escasa
media pulgada que no era de ninguna ayuda.

Murmuró una oración, se deslizó fuera de la cúpula extensible, y se teleportó


ciegamente hacia el horizonte occidental, materializándose a medio camino
de una duna enorme. Señalando su varita hacia el cielo, envió una
llamarada de color blanco plateado que estalló en pleno vuelo en un
intrincado patrón que no podía reconocer desde donde se encontraba.

Se teleportó ciegamente de nuevo, esta vez hacia el norte, y envió otra


llamarada, esperando que pareciera ser una señal de respuesta a la primera,
la cual no sólo todavía flotaba en el aire, sino que se había expandido a
dimensiones extraordinarias, brillante y enorme contra el paisaje estelar: un
ave fénix, sus alas levantadas.

Una respiración profunda y estaba de vuelta en la formación rocosa, para


defender a Fairfax, en caso de que los carros blindados se mostraran poco
dispuestos a desviarse. Los carros blindados, sin embargo, se habían ido, a
toda velocidad hacia los faros, el segundo de los cuales también era una
enorme ave fénix color fuego y belicosa.

No eran faros normales, sin embargo, los había producido sin siquiera
pensar.
Se empujó dentro de la cúpula extensible y cayó de rodillas.

—Estoy empezando a pensar que no quiero saber quién soy, o quién eres, si
este es el tipo de peligro que nos sigue persiguiendo.

Ella dormía, inconsciente de su peligro. Él apoyó la palma contra el cabello


de ella por un minuto, feliz por su seguridad.

Pero nunca había descanso para los cansados.

—Es hora de darnos a la fuga de nuevo, Bella Durmiente.

Ella parecía moverse. Ligera y fácilmente, como una balsa llevada corriente
abajo por un río ancho en calma. O podría estar flotando en las nubes, como
uno a veces hacía en los sueños.

Cada vez que se detenía, se le daba tomando agua. En algunas de esas


ocasiones, trató de despertar; otras veces ni siquiera poseía la voluntad para
intentarlo, bebiendo mientras dormía.

Cuando por fin se abrió paso de nuevo a la conciencia, parecían estar en


una cueva de algo oscuro, cálido y sofocante. Ella no podía verlo a él, pero
podía oírlo a su lado, su respiración profunda y lenta.

Dijo una oración silenciosa por su bienestar antes de que su pesado sueño
la arrastrara de nuevo.

La próxima vez que se despertó, estaba en el mismo espacio, y era lo


suficientemente brillante para ver que estaba sola. Los dos odres de agua
estaban allí. Uno a su lado tenía un trago de agua; el otro, ni siquiera una
gota. Con sus ojos medio cerrados, deseó que agua de ríos subterráneos y
lagos de oasis, o incluso la humedad que se adhería a la cara inferior de las
rocas, fluyeran a ella. Pasaron varios minutos antes de que la primera gota
se materializara. Llenó su odre de agua tres cuartos de su capacidad antes
de que se sintiera demasiado cansada, apenas logrando tapar el odre de
agua antes de que cayera de su mano.

El mismo sueño vino a ella de nuevo, de flotar suavemente por un río


tranquilo. Viajaba a lo largo del Nilo, o eso parecía, antes de que se diera
cuenta de que en realidad estaba flotando, pero en aire, gracias a un hechizo
de levitación.
Era el amanecer. La mitad del cielo se había vuelto de un tono como el
vientre de un pez translucido. A su izquierda, en la parte superior de una
duna montañosa, la arena ya era del color del oro fundido. ¿Habían estado
moviéndose toda la noche?

La primera vez que ella lo había tratado a él, había aplicado una generosa
cantidad de analgésico tópico. Pero su efecto habría desaparecido hace ya
bastante tiempo, él no habría podido llegar a todos los rincones de la herida
por sí mismo, y los gránulos sólo serían la mitad de eficaces sin el remedio
tópico calmando la herida en la fuente.

Así que él tenía que estar un poco adolorido, de vez en cuando tomaba aire,
como si lo hiciera a través de dientes apretados. Pero caminaba en silencio
y constantemente, arrastrándola.

Ella miró hacia atrás. No había una bota impresa para ser vista en ningún
lugar, él había tenido la precaución de borrar todo rastro de su caminata.

—Estás despierta —dijo, volviéndose hacia ella.

Suciedad manchaba su rostro. Tenía los ojos hundidos, la voz ronca, sus
labios muy agrietados. Sintió una descarga de algo que no era solo gratitud,
algo que casi se acercaba a la ternura.

—Dame los odres de agua ahora, no sé cuánto tiempo pueda permanecer


despierta.

Él presionó los odres de agua en su mano.

—¿Cuánto tiempo he estado durmiendo?

—Esta es la segunda mañana desde que nos encontramos.

Así que todavía no son cuarenta y ocho horas desde que se encontraron en
el Sahara.

—¿No hay moros en la costa? —No estaban bajo custodia de Atlantis, lo que
siempre era algo digno de celebrar.

—No —dijo—. Están buscándonos.

—¿Es por eso que estamos viajando solo por la noche?

—Buscan en la noche también. Anoche había jinetes en pegasos.

—¿Se acercaron?
—No demasiado cerca. Encontré algunas bombas incendiarias en tu bolsa
antes de que empezáramos y las hice explotar varias veces. Los pilotos
estaban en su mayoría rondando sobre esos puntos.

—No puedo creer que dormí en medio de todo.

—La panacea te mantendrá dormida tanto tiempo como estés al borde de la


muerte.

Teniendo en cuenta que ya se sentía con sueño de nuevo, eso daba qué
pensar. La gota de agua había crecido lo suficiente, y dirigió una corriente
para llenar los odres de agua.

Él se detuvo.

—Mejor nos detenemos por el día. Vamos a ser muy visibles a la luz del día.

Ella tapó los odres de agua.

—¿Encontraste una cueva ayer?

—No, utilicé tu tienda. La incliné en la sombra de una duna de arena, pero


todavía era calurosa en la tarde, cuando alumbró el sol a su alrededor. Hoy
tengo la intención de moverla al mediodía.

Él puso la tienda de campaña en la forma de un medio tubo y maniobró


para ponerla a ella adentro.

—Puedo cubrir la carpa con la arena —dijo mientras sellaba la entrada de


la tienda.

—No, no debes esforzarte más de lo necesario. Recuerda que recibiste un


golpe casi mortal hace menos de cuarenta y ocho horas.

—Voy a ver lo que puedo hacer antes de dormirme de nuevo.

El flujo de la arena era bastante lento, pero podía oírlo levantándose contra
el lado de la tienda. Titus aplicó una corriente de hechizos anti-intrusión,
todos los cuales eran agresivos, algunos al nivel de crueldad.

—En realidad no esperas que seamos hallados bajo la arena, ¿verdad? —


preguntó, alarmada.

—Me preocupan los wyverns de arena.

—Pero el Sahara no tiene dragones.


—Los desiertos de Asia Central los tienen. Si yo fuera Atlantis, enviaría
wyverns de arena al momento en que me diera cuenta de que necesito
buscar fugitivos en un desierto. Se especializan en olfatear la presa que está
oculta bajo capas de arena, o incluso roca. Y pueden excavar a velocidades
aterradoras, por lo que incluso si estuvieras a plena capacidad, tu habilidad
para sacarnos bajo tierra sería inútil contra ellos.

—Esto es suponiendo que Atlantis pasaría por ese tipo de problemas por
nosotros.

Él suspiró.

—Tengo la sensación de que lo harían. Tengo una sensación muy


desagradable de que nosotros, o al menos tú, realmente podríamos ser
importantes.

Esto la puso nerviosa.

—No quiero ser importante.

—He seguido la pista de los carros blindados en la persecución, ya que cada


uno tiene un número de identificación único. Esa misma primera noche,
conté veintitrés diferentes. Ahora, si asumimos que el círculo de sangre es
el centro de un plano de coordenadas, y que todos los carros blindados que
vi estaban buscando un cuadrante, eso significa que casi un centenar de
carros blindados estaban buscándonos, muy posiblemente más. —Él la
miró—. Ahora dime si somos importantes o no.

—La Fortuna me proteja —murmuró ella.

—Exactamente.

La arena había cubierto toda la tienda. Ahora estaba tranquilo y oscuro. Él


llamó luz mágica y le entregó un odre de agua.

—Bebe. Estás agotada con los elementos tanto como yo lo estoy.

Fue cuando tomó su primer trago que se dio cuenta de que estaba casi
dormida de nuevo. Cerró los ojos.

—Entonces, ¿qué vamos a hacer?

—Tú, dormir —dijo, su voz parecía llegar a ella desde muy lejos—. Yo me
encargaré de todo.
CAPÍTULO 16
Traducido por Dianna K & Selene1987

Corregido por Selene

I nglaterra

El médico era un curandero, por supuesto, pero era un curandero de


aspecto distinguido que parloteaba lo suficiente seguramente diciendo
tonterías para convencer a la Sra. Dawlish de que Wintervale despertaría
rejuvenecido, y pronto.

La Sra. Hancock, por otro lado, no fue engañada. Después de que el médico
se fue, acorraló a Titus en su habitación.

—Su Alteza, con todo respeto, ese hombre era un curandero si alguna vez vi
uno.

—Pero la enfermera que vino con él es una Exiliada y muy calificada en las
técnicas médicas. —Titus mintió con fluidez.

La Sra. Hancock frunció el ceño, posiblemente en un intento de recordar a


la insulsa enfermera.

—¿Y cuál fue su opinión?

—Lo mismo que lo que el curandero le dijo, que la vida de Wintervale no está
en peligro y que cuando se despierte, en pocos días, debería estar bien.

La Sra. Hancock ajustó los puños perfectamente almidonados de su blusa.

—Eso es lo que hace la panacea, repara el cuerpo mientras duerme. Pero lo


que me interesa, Su Alteza, es la causa fundamental de la condición de
Wintervale.

—La enfermera no fue capaz de determinar eso.

—¿Y usted? —Su mirada era penetrante—. ¿Usted no lo sabe tampoco?


Titus apoyó los pies sobre su escritorio, sabiendo bien que la falta de respeto
a los muebles molestaba a la Sra. Hancock.

—Esto es lo que pasó el domingo. Wintervale llegó a la casa del tío de


Sutherland en alguna parte entre las dos y media y cuarto para las tres. Se
veía sudado y dijo que no le importaría tomar una siesta. Durmió por un
tiempo, luego tomó unas tostadas sencillas, que le hicieron vomitar.
Naturalmente, sospeché que sería envenenamiento hecho por Atlantis, así
que le di dos antídotos.

La Sra. Hancock levantó una ceja.

—¿Naturalmente sospechó un envenenamiento hecho por Atlantis, Su


Alteza?

—Dada la sospechosa forma en que murió el Barón Wintervale, por


supuesto.

—Atlantis no tuvo nada que ver con la muerte del Barón Wintervale.

—No, no, claro que Atlantis no trataría de atacar a un líder de la


Insurrección de Enero que todavía era lo suficientemente joven y ambicioso
para tener una segunda oportunidad en la rebelión algún día.

La Sra. Hancock estuvo en silencio por un momento.

—Veo que Su Alteza está decidido. Por favor, continúe con su explicación.

—Los antídotos hicieron peor los vómitos de Wintervale, así que le di un


remedio diferente, que desafortunadamente contiene veneno de abeja como
ingrediente, y yo desconocía que Wintervale es altamente alérgico al veneno
de abeja. En ese momento tuvo un ataque y no tuve más remedio que
administrar la panacea.

Titus había pintado deliberadamente una imagen de incompetencia. Mucho


mejor dar la impresión de que su remedio había puesto a Wintervale
devastadoramente enfermo que dejar que la Sra. Hancock sospechara que
algo estaba realmente mal con Wintervale.

Y si ella fuera a preguntarle a Kashkari, este último probablemente le diría


que Titus le dio algo a Wintervale con veneno de abeja, pero entonces no era
como si el Maestro del Dominio fuera a admitir un error tan estúpido de su
parte a un don nadie no mágico.
—Yo aconsejaría que Su Alteza no practicara medicina en los chicos de esta
casa en el futuro —dijo la Sra. Hancock con ironía.

Titus frunció el ceño.

—Wintervale sólo recibió ayuda porque es un primo segundo. Los otros


chicos de esta casa no valen la excelencia de mis remedios.

—Entonces la Sra. Dawlish y yo debemos considerarnos afortunadas.


Vamos a mantener una estrecha vigilancia sobre Wintervale.

Titus la fulminó con la mirada.

—¿Y por qué está tan interesada en Wintervale de repente? ¿No está aquí
sólo para informar sobre mí?

La Sra. Hancock ya estaba en la puerta. Ella se giró unos pocos grados.

—Oh, ¿es por eso que estoy aquí, Su Alteza?

Y entonces ella se había ido, dejando a Titus frunciendo el ceño ante esa
pregunta inesperada.

—No supones que tiene la enfermedad africana del sueño, ¿verdad? —le
preguntó Cooper a Kashkari.

Ellos estaban en la habitación de Wintervale, que había estado demasiado


llena antes de que Cooper y Iolanthe entraran. Pero ahora, sólo quedaba
Kashkari, haciendo su trabajo escolar en el escritorio lleno de Wintervale.

—La Sra. Dawlish preguntó y el médico dijo que no —respondió Kashkari.

—Bueno, de cualquier manera, es una magnífica hazaña de siesta —dijo


Cooper, inclinándose sobre Wintervale.

Despierto, Wintervale era una persona inquieta, un chico de tremenda


energía que no siempre sabía cómo deshacerse de ella. Dormido, parecía
más tranquilo y más maduro. Iolanthe lo miró, deseando que él fuera una
persona diferente cuando se despertara, una persona a quien se atreviera
confiarle la vida de la persona que amaba.

No te atrevas a escuchar lo que dice acerca de su temprana muerte. No te


atrevas a creerlo y dejarlo atrás.
Cooper le dio un codazo.

—¿Vamos a nuestra tarea griega?

Ella se sobresaltó.

—Bien. Después de ti

Fueron a la habitación de ella y abrieron sus libros.

—Envidio a los griegos —dijo Cooper—. Ellos no tenían que aprender griego,
ya lo sabían.

—Tienes razón, suertudos —dijo Iolanthe—. Dios, cómo odio el griego.

—Pero eres buena en ello.

—Sólo porque eres terrible, así que mi mediocridad se ve bien en


comparación.

Cooper rio entre dientes.

—Sé lo que quieres decir, me haces quedar como un jugador de cartas


decente.

Iolanthe se rio a pesar de sí misma. Ella era inútil en los juegos de cartas
no mágicos.

El príncipe abrió la puerta y entró. Su risa huyó. Ella miró a Cooper, que
estaba predeciblemente asombrado.

Se preguntó si Titus estaba haciendo un esfuerzo extra por Cooper en estos


días: él siempre era más distante, más majestuoso cuando Cooper estaba
cerca.

El pensamiento dolió, como si alguien hubiera clavado una aguja en su


corazón.

Sin Titus teniendo que decir algo, Cooper había recogido sus libros y notas,
le ofreció un jadeante adiós, y cerró la puerta tras de sí.

—¿Puedo ayudarte? —preguntó ella, evitando cambiar el tono de su voz.

—Necesito hablar contigo. —Él colocó un círculo de sonido—. La Sra.


Hancock estuvo preguntando acerca de la condición de Wintervale, y eso me
hizo recordar que en realidad tenía una herramienta de diagnóstico en el
laboratorio.

De su bolsillo sacó algo que parecía un termómetro de mercurio utilizado


por no magos.

Un medidor Conoci-todo.

—Pensé que nadie los utilizaba ya.

—Debido a que no ofrecen un diagnóstico inmediato, no porque sean


inexactos. —Le entregó el medidor a Iolanthe—. Revisé a Wintervale hace un
momento.

Iolanthe lo sostuvo a la luz. En lugar de las pequeñas líneas que marcaban


grados Fahrenheit, el indicador tenía pequeños puntos con igualmente
pequeñas palabras escritas junto a ellos. Mientras giraba la varilla de vidrio
triangular, los lentes integrados en la varilla magnificaban las letras y las
lecturas.

Función del corazón. Función hepática. Densidad ósea. Fuerza muscular.


Etcétera, docenas y docenas de signos vitales y parámetros evaluados.

Ella debe haber pasado cincuenta lecturas aceptables cuando llegó a una
que se mostraba en rojo. Habilidades de motricidad gruesa. No es de
extrañar, ya que Wintervale actualmente no podía ni levantarse de la cama
por su cuenta.

Casi al final de la larga lista, otra lectura inaceptable. Estabilidad mental.

Iolanthe entrecerró los ojos. Pero no, ella no había leído mal.

—¿Estás seguro de que el medidor está calibrado correctamente?

—Lo he probado en mí primero. Está bien.

—Pero no hay nada de malo en la estabilidad mental de Wintervale. —


Wintervale podría no poseer una mente extraordinaria, pero sin duda estaba
bien.

—Eso es lo que siempre pensé.

—Tal vez él se sorprendió por lo que se las arregló para hacer. —Ella
ciertamente no podía sacarlo de su mente. Todas esas poderosas corrientes
de agua, girando alrededor de ese monstruoso ojo siempre más profundo. El
Lobo de Mar, tan pequeño en comparación, tan indefenso.

Titus apartó la mirada.

—Su madre no está del todo bien. No absolutamente loca, al menos no todo
el tiempo. Pero has tratado con ella. Sabes que puede ser poco fiable.

Iolanthe de hecho había tratado con Lady Wintervale, quien una vez casi la
había matado. Pero entonces también fue Lady Wintervale quien más tarde
salvó su vida y al príncipe por extensión.

—Si a veces está desequilibrada, es debido a su Exilio y la muerte de su


marido, no es algo innato que Wintervale heredara.

Él se quedó en silencio. De repente se preguntó si él había esperado que la


lectura del medidor Conoci-todo podría ser su manera de salir de una
asociación con Wintervale.

Si lo necesitaba, ella aceptaría esa razón —confiaba en sí misma para


mantenerlo con vida mucho más que en Wintervale— pero ella no sería feliz
con ello. Quería que él la escogiera porque se atrevía a desafiar los dictados
de su madre desde el más allá, no porque una herramienta de diagnóstico
anticuada no supiera la forma de evaluar el estado mental de una persona
bajo un sueño inducido por panacea.

—Tú ya sabes que creo que Wintervale es la última persona que te debe
acompañar a Atlantis. Pero es temperamentalmente inadecuado para el
trabajo, no está en su sano juicio.

Él se acercó a la ventana y se asomó por el hueco de la cortina, como lo


había hecho antes, cuando había llegado para llevarla al laboratorio.
Después de un minuto más o menos, él le devolvió la mirada.

—¿Recuerdas los hechizos de memoria que descubrimos en ti esta tarde?

—¿Cómo puedo olvidarlo? —La conmoción de ello, tener su memoria


presente para ser agujereada con más agujeros que un colador.

—¿Puedo echar un vistazo a tu línea de memoria de nuevo?

Ella se encogió de hombros.

—Adelante.
Él lanzó de nuevo el hechizo y la línea de memoria apareció entre ellos,
llenando casi todo el ancho de su habitación, todos los colores y patrones
haciéndola sentir como si estuviera mirándolo a través de un panel de vitral.

—¿Hay algo específico que deseas comprobar?

—¿Ver las líneas auxiliares que conectan las formas que representan los
recuerdos reprimidos de la línea principal?

Las líneas auxiliares eran tan finas como la seda de araña.

—¿Sí?

—Son de color verde durante la mayor parte de la línea de tiempo. Pero mira
aquí… —Señaló al último conjunto de líneas auxiliares que se ramificaban,
desde el más reciente caso de resurgimiento de sus recuerdos—. Estas
últimas líneas son negras, lo que significa que la guardiana de la memoria
lo ha hecho para que tus recuerdos ya no vuelvan a aparecer.

La implicación de eso fue un duro golpe en la parte posterior de su cabeza.

—¿Voy a terminar como el Maestro Haywood?

El Maestro Haywood se había convertido en una cáscara de sí mismo: debido


a que a sus recuerdos enterrados no se les había permitido resurgir, su
mente subconsciente había presionado por más y más medios
autodestructivos para atraer la atención de la guardiana de la memoria.

Titus disipó la línea de memoria.

—¿Alguna vez sientes en tu mente un estado de inquietud ingobernable?

—No. Por lo menos, no todavía.

—Entonces todavía tienes tiempo. Y encontraremos una manera.

Ella se echó a reír, más que un poco cortante.

—¿Nosotros?

Él la miró fijamente a los ojos.

—Por supuesto. Sigues siendo la persona que amo. Eres a quien amaré
hasta el día que muera.
Ella quería discutirlo, decirle que sus confesiones eran sólo palabras sin la
fuerza de la acción detrás de ellas. Pero no dijo nada.

Él besó su frente, la miró fijamente un momento, y se fue.

A la tarde siguiente Iolanthe estaba en la sala de lectura de nuevo,


examinando minuciosamente la tesis del Maestro Haywood. Esta vez, la
sección sobre cómo poder protegerse uno mismo de hechizos de memoria.

Ante el peso de la popularidad de la magia de memoria, los magos intentaron


alcanzar una cierta cantidad de inmunidad ante posibles ataques. La tesis
listaba páginas y páginas sobre diferentes defensas para minimizar el
borrado y la reestructuración de los recuerdos.

Iolanthe apretó el puente de su nariz. El Maestro Haywood había sabido


todo esto, pero no había pensado en defenderse, o a ella, con unas cuantas
de esas defensas.

Él debió haber confiado en la guardiana de la memoria como ella había


confiado en el príncipe, sin creer jamás ni por un momento que un vínculo
como el suyo podría ser otra cosa que invencible.

Pensándolo, incluso si nunca hubiera pensado estar pendiente de la


guardiana de la memoria, aún debió haber tratado de darle a Iolanthe más
información, sabiendo que la guardiana de la memoria podría ser incapaz
de contactar a Iolanthe, ella podía quedarse sin información vital.

¿Y si él lo había hecho?

Se puso más tensa. En el paquete de emergencia que él le había impuesto


en sus manos, justo antes de que abandonara el Dominio, había una carta.
Había buscado en la carta alguna escritura escondida. No había ninguna, o
al menos ninguna que estuviera en su poder revelar.

¿Pero y el sobre?

No pudo decir la contraseña para salir del Crisol lo suficientemente rápido.

De vuelta en el laboratorio, alguien la agarró de la mano.

El príncipe. La estaba observando, el anhelo en sus ojos era palpable.


Sigues siendo la persona que amo. Eres a quien amaré hasta el día que
muera.

Casi sin pensarlo, ella alzó la mano y cogió un mechón de su pelo… solo
para volver a sus sentidos de repente, con un pinchazo en su corazón.

Se levantó del taburete en el que había estado sentada y caminó hacia el


armario que contenía las cosas que había traído con ella del Dominio.
Encontró la carta del Maestro Haywood, y colocó la carta y el sobre en la
mesa.

—Revela omnia.

—Ya lo he intentado con el sobre —dijo el príncipe.

Claro que lo habría intentado, él quien abordaba su misión con


minuciosidad.

—Tiene que haber más. Mis recuerdos suprimidos sólo resurgen cada dos
años. Si algo le sucediera a la guardiana de la memoria antes de que pudiera
dar conmigo, estaría sin hechos importantes para mi supervivencia durante
mucho, mucho tiempo, y me niego a creer que el Maestro Haywood no
hubiera estado preparado para esa posibilidad. —Tocó con su dedo el
sobre—. ¿Puedes hacer que una escritura secreta solamente sea visible si
un encantamiento revelador tiene una refrenda unida?

—Podrías. Pero entonces requiere que sepas la refrenda.

Ella escaneó la carta. No sabía la refrenda. Si el Maestro Haywood utilizó


una, la debió haber incluido en la carta. Y si lo había hecho, habría hecho
que llamara la atención apartándola de alguna manera.

Los ojos de ella se fueron hasta la segunda posdata. No te preocupes por mí.

¿Podría ser? Intentó el encantamiento revelador en el sobre de nuevo,


mientras recitaba en silencio. No te preocupes por mí como refrenda.

Inmediatamente una nueva escritura apareció en el sobre.

Pero sólo si estás armada con un cuchillo y dispuesta a usarlo.

—Pruébalo también con la carta —dijo el príncipe, con la voz llena de


emoción.

Lo hizo, y obtuvo como recompensa: Las ostras dan perlas.


—“Las ostras dan perlas, pero sólo si estás armada con un cuchillo y estás
dispuesta a usarlo” —leyó la frase en voz alta—. ¿Debería significarme algo?

—Dame un momento. —El príncipe entró dentro del Crisol y regresó un


minuto más tarde—. Es una frase de una obra de teatro de Argonin llamada
La Peregrinación del Pescador.

Argonin era considerado uno de los mejores dramaturgos que el Dominio


había producido. Iolanthe había estudiado algunas de las obras de Argonin
en el colegio, pero no La Peregrinación del Pescador.

La frase se le había dado en dos partes, una como contraseña y la otra como
una refrenda. ¿Pero para qué?

De repente lo supo: para algo que el Maestro Haywood tenía razones para
confiarle solamente a ella.

Su varita.

Su varita también estaba guardada en el laboratorio, sería difícil pasar como


alguien no mágico si la pillaran con ella. La recuperó del armario y la llevó
hacia la luz.

Una vez había sido su orgullo y alegría, su varita, una extraordinaria pieza
de artesanía. Con hojas de esmeralda y flores de amatista incrustadas en la
superficie; las vetas de las hojas estaban compuestas por filamentos de
malaquita, los pistilos y estamentos de las flores con pequeños diamantes
amarillos.

Una varita especialmente fabricada para su nacimiento, le había contado el


Maestro Haywood, para que fuera una reliquia de familia. Y ella no se había
preguntado mucho cómo sus padres, ambos aún estudiantes, ambos con
unos orígenes modestos, habían podido permitírsela.

Pero ahora sabía que no habían sido los Seabourne quienes habían
ordenado tal varita espectacularmente costosa, sino la guardiana de la
memoria, la persona de más poca confianza que ella jamás había conocido.

Su madre, si el príncipe tenía razón al respecto.

—Las ostras dan perlas —dijo en voz alta, y recitó el resto en silencio.

La varita se partió en dos. Las incrustaciones se habían hecho sobre una


carcasa, que ahora estaba separada de la base de la varita para revelar un
núcleo separado. Cuatro pequeños objetos habían sido incrustados en el
núcleo; eran idénticos, unos bultos del tamaño de un guisante tan negros
como el carbón.

El príncipe dio un salto.

—Son los vértices de un cuasi-teleportador(10).

El único dispositivo conocido para burlar una zona establecida de no-


teleportación, y probablemente lo que había permitido la desaparición del
Maestro Haywood de la Ciudadela el pasado junio.

—He estado intentando comprar un cuasi-teleportador en el mercado negro


durante cinco años —siguió el príncipe—. Ni uno siquiera apareció a la venta
en todo ese tiempo.

Pero ahora ella tenía uno a su disposición y podría escapar de cualquier


lugar. Una vez.

Él recogió los bultos y se los entregó.

—Los vértices tienen que estar necesariamente en contacto y tienen que


estar contigo durante al menos setenta horas antes de que puedan
transportarte. Es muy probable que ya se haya hecho cuando eras una niña,
pero querrás asegurarte.

Ella los dejó dentro del bolsillo interior de su chaqueta y con cuidado selló
el bolsillo.

—Pero, ¿dónde está el blanco?

Un cuasi-teleportador completo venía con cinco piezas, cuatro vértices y un


blanco para ser colocado con anterioridad. Estaba muy segura de que el
blanco no estaría dentro de un volcán activo, pero habría preferido saber a
dónde se dirigía.

—En algún lugar que Atlantis no pueda encontrar, espero —dijo el


príncipe—. Estás haciendo unos progresos impresionantes, por cierto. ¿Qué
planeas hacer cuando localices a tu guardián?

Las preguntas sobre el futuro dolían: todos los posibles cursos de acción
invariablemente involucraban que dejara a Titus por partes desconocidas.

—Liberarle y esconderme.
—¿Has pensado en algún lugar?

Meneó la cabeza.

—Tengo tiempo suficiente para pensarlo una vez que pueda liberarle de
verdad.

—Por favor hazme saber si puedo ayudar de cualquier modo —dijo


solemnemente—. Aún es peligroso para ti ahí fuera.

Ella quería agarrar su cara en sus manos y decirle que no era al miedo a lo
que le temía. Ya no. Pero simplemente asintió.

—Gracias. Mejor que me vaya ahora… práctica de criquet en veinte minutos.

Cuando Iolanthe llegó a la práctica, para su sorpresa, Kashkari ya estaba


allí, vestido con su kit, nada más y nada menos.

Ella le dio la mano.

—¿Se une a nosotros, señor?

—De acuerdo con West, cuando elaboraron la lista para los veintidós, yo era
el número veintitrés. Por lo tanto, jugaré en el lugar de Wintervale hasta que
ya no esté incapacitado.

—Me sorprende que estuvieras dispuesta a alejarte de su lado. ¿Cómo está


hoy?

—Ya he estado con él un tiempo. Se despertó durante unos treinta


segundos.

—Es algo.

—Sin duda es algo. Y parece estar de buen humor, aunque se decepcionó al


no ver al príncipe.

Llegaron varios jugadores más, seguidos de un hombre que llevaba un


estuche negro que parecía pesado. El hombre abrió el estuche y empezó a
montar un aparato: una cámara.

—¿Qué está pasando aquí? —le preguntó a Kashkari—. ¿Es Roberts?


—Es Roberts. Es su último año y la tercera vez que le han elegido para los
veintidós, pero aún no ha llegado a los once. Dicen que ha estado hablando
acerca de tomarse una fotografía, así, ya sea que lo elijan para los once o
no, parecería que sí lo han hecho.

Iolanthe resopló.

—Hay que aplaudir esa clase de iniciativa. Aunque… —Se giró hacia
Kashkari—. ¿Tú no sabes si llega a los once?

Kashkari podría haberlo soñado, para todo lo que sabía.

—No tengo ni la más ligera idea. Nunca he soñado sobre los juegos de Eton
y Harrow.

—¿Sobre qué sueñas entonces, más que venir a Eton? ¿Y otros sueños se
han hecho realidad?

—Hubo una vez cuando era pequeño, cuando soñé con una tarta de
cumpleaños por mi séptimo cumpleaños. La verdad, las tartas de
cumpleaños no eran lo normal. En nuestra familia siempre hemos hecho
pastelitos indios para los cumpleaños. Pero en mi séptimo cumpleaños, sí
que me sirvieron una tarta con velas en la parte superior, tal y como había
soñado.

Su versión más joven habría encontrado este don fascinante. Pero ahora su
opinión sobre videntes y visiones había sido coloreada con afilados
prejuicios. Todo el sentido de la vida era la habilidad para crear las
elecciones propias. Saberlo con anterioridad —especialmente las cíclicas,
como la presencia de Kashkari en Eton porque lo había soñado— era una
limitación terrible e iba en contra del concepto de libre albedrío.

—¿Pero querías una tarta de cumpleaños?

—No pensé mucho si quería o no una tarta de cumpleaños. En ese momento,


sólo uno de mis otros sueños se hizo realidad: que la vieja compañera de
estudios de mi abuela se quedara con nosotros. Así que estaba más
interesado en si este sueño también era profético.

—¿Alguna vez has pensado en una vida diferente para ti? ¿Una que no
involucre dejar a tu familia para venir a Eton?

—Claro que lo he pensado.


—¿Te arrepientes del camino no elegido? Los sueños, no te dejan mucha
elección, ¿no?

—Es un punto de vista muy occidental ver visiones del futuro como verdades
eternas esculpidas en mármol, que no deben ser alteradas o trastornadas.
Vemos una visión más bien como una sugerencia, una entre muchas
posibilidades. Después de que obtuve un trozo de esa tarta de cumpleaños,
pregunté si también podía tener ladhoos —una golosina que adoraba— y me
dieron también un plato de ladhoos. Y en cuanto a Eton, jamás vi esos
sueños como obligatorios. La cuestión siempre era si quería tener esta
aventura, y al final decidí que sí, que quería.

—¿Entonces hay sueños que has ignorado?

—Bueno, hubo uno que más o menos decidí ignorar, como un experimento,
porque parecía insignificantemente estúpido y superficial. Lo he visto un par
de veces en los últimos dos años. Yo estaría en la habitación del príncipe
por la noche, con una cantidad de otros chicos. Y entonces, me enrollo las
mangas de mi kurta y escalo por la ventana y bajo por los tubos de desagüe.

Iolanthe se sobresaltó.

—Sólo llevo mi kurta en la cama, lo que significa que fue después de que las
luces se apagaran. Simplemente no pareció como algo que fuera a hacer,
salir por una ventana para hacer una travesura por la noche. Pero cuando
la escena se desarrolló en la realidad, tenía algo que ver con Trumper y Hogg
y su lanzamiento de rocas. De repente pareció como algo que valía la pena
hacer, ir tras ellos.

Y al hacerlo, se había revelado como el “escorpión” del que el Oráculo de las


Aguas Tranquilas había hablado, alguien a quien debía pedir ayuda.

—¿Estuve yo ahí en tu sueño?

—Estabas hablando justo antes de que saliera por la ventana. Jamás pude
saber lo que dijiste, pero sí, estabas ahí.

—Caballeros, odio interrumpir esta absorbente conversación, pero la


práctica está a punto de empezar —dijo West.

Sí que había sido una conversación absorbente. Iolanthe ni siquiera se había


dado cuenta de que West se había acercado. Le dio la mano.

—Hemos atraído a una multitud hoy.


West miró a las docenas y docenas de chicos reunidos en el campo de juego.

—Eso no es nada. Espera hasta el Periodo de Verano.

—Cooper y Rogers, por ahí —dijo Iolanthe a Kashkari.

Cooper saludó. Iolanthe le lanzó un beso exagerado. Tanto Cooper como


Rogers se rieron, como si hubiera sido lo más gracioso que hubieran visto
jamás.

—¿No viene el príncipe a verte jugar? —preguntó West.

—Le interesa el críquet tanto como la gramática francesa en el medievo —


respondió Iolanthe.

—¿Sí?

El tono de West parecía casual, pero Iolanthe podía notar su decepción: un


movimiento sutil en su mandíbula, la manera en la que llevaba el bate más
cerca de él.

¿Por qué le importaría a West si Titus venía a la práctica?

¿Era un agente de Atlantis, por casualidad?

Esa posibilidad la distrajo tanto que no fue hasta que habían pasado veinte
minutos de la práctica que el significado de lo que Kashkari había dicho se
había entendido de verdad.

Kashkari la había visto —o a Fairfax— varias veces en sueños en los últimos


dos años, mientras que Fairfax se suponía que solamente había estado
ausente de la escuela durante tres meses, de acuerdo a las estipulaciones
del hechizo persuasible del príncipe que había creado y mantenido la ficticia
identidad de Fairfax.

Cuando Iolanthe finalmente apareció, bajo el nombre de Fairfax, Kashkari


habría sabido que Fairfax no había estado ausente durante tres meses, sino
que jamás había sido visto en la casa de la Sra. Dawlish hasta ese momento.

No había duda de por qué al principio de su relación él le había hecho a


Iolanthe tantas preguntas y la había puesto tan nerviosa. Había sospechado
desde el primer segundo que algunas piezas de Fairfax no encajaban.
Ese Fairfax, que se suponía que había vivido bajo el techo de la Sra. Dawlish
durante los últimos cuatro años, no existió hasta el principio del Periodo de
Verano.

Iolanthe siguió mirando a Kashkari mientras caminaban juntos hacia la


casa de la Sra. Dawlish. Posiblemente había sido más difícil de leer que el
príncipe, y lo había logrado sin la arrogancia que el último llevaba como una
armadura con clavos.

La impresionaba ahora, detrás de esa amabilidad gentil, lo mucho que


Kashkari se había guardado para sí mismo. No solamente sus propios
secretos, sino los de ella también, no revelando nunca sus pensamientos
internos, excepto quizás alguna pregunta ocasional que la dejaba dando
vueltas por una respuesta.

¿Pero por qué le estaba divulgando a ella todos esos secretos guardados? ¿Y
por qué ahora? ¿Estaba intentando decirle algo?

¿O era una advertencia?

El príncipe salió de su habitación mientras ella y Kashkari llegaban al


peldaño de su pasillo en la casa de la Sra. Dawlish.

—Nuestros lacayos tienen nuestro té casi preparado.

Normalmente tomaban el té en la habitación de Wintervale. Ahora que


Wintervale estaba indispuesto, la localización temporalmente se había
movido a la habitación de Kashkari. Iolanthe no quería té, pero tampoco
quería arrastrar al príncipe de vuelta a su habitación para aliviarse, no con
Kashkari ya diciendo:

—Es un placer tener de invitados a mis amigos.

La habitación de Kashkari casi era tan espaciosa como la del príncipe. Una
alfombra que parecía antigua cubría el suelo. En la estantería brillaban
platos de latón que llevaban lámparas de aceite y pequeños montones de
bermellón y cúrcuma. Encima de ese diminuto altar, estaba la imagen
pintada del dios Krishna, sentado con un pie sobre la rodilla opuesta, una
flauta en sus labios.
—Linda cortina. —Ella apuntó con su barbilla hacia la cortina de brocado
de color azul celeste, que proporcionaba un toque de color en la sala de otra
manera simple.

—Gracias. Algo más sustancial en la ventana para el invierno inglés, de lo


contrario el aire frío se filtra.

Los chicos menores entraron, con platos de judías calientes en tostadas y


huevos. Kashkari sirvió té. Hablaron sobre la condición de Wintervale, las
últimas noticias de la India, Prusia y Bechuanalandia: este último forzando
a Iolanthe a participar. A la silla bien podía estarle creciendo espinas.
¿Cuánto tiempo más deberían mantenerlo así? ¿Y por qué había venido el
príncipe en absoluto? Ayer había pedido quitar el té.

Ella miró el reloj. Habían pasado veinticinco minutos. Cinco minutos más,
y se iba.

Un ruido suave llegó tras la puerta.

Era la Sra. Hancock, con una carta para Kashkari.

—Esto acaba de llegar al correo para ti, querido.

Kashkari se levantó, aceptó la carta de la Sra. Hancock, le dio las gracias y


regresó a la mesa. El sobre era marrón, cuadrado, con grandes letras negras
escritas tanto por delante como por detrás. FOTOGRAFÍA EN EL INTERIOR.
POR FAVOR NO DOBLAR.

Kashkari sacó la carta, se sentó, y entonces, lo que pareció ser una gran
inquietud, se levantó de nuevo.

—No sirve de nada.

—¿Qué? —preguntó el príncipe.

—Sé lo que es: una descripción de la fiesta de compromiso de mi hermano.


No puedo evitarla para siempre así que más vale que lo abra ya.

—Si quieres que te demos algo de privacidad… —empezó Iolanthe.

—Ya me he desahogado con los dos antes. Sería una tontería fingir otra
cosa. —Abrió el sobre y le tendió la fotografía a Iolanthe—. Es ella.

Tres personas estaban en la fotografía: Kashkari, una mujer joven con un


sari y un hombre apuesto que debía ser el hermano de Kashkari. El pelo de
la mujer estaba cubierto por el sari. Un gran anillo en la nariz, con una
cadena atada a algún lugar de su pelo, ocultaba un poco su cara. Pero aún
era fácil ver que era extraordinariamente encantadora.

—Es lo suficientemente hermosa para ser la chica de los sueños de


cualquiera.

Kashkari suspiró.

—Esa es ella.

Iolanthe le pasó la fotografía al príncipe, quien dio un sorbo al té mientras


aceptaba la fotografía.

Casi inmediatamente empezó a toser, y siguió tosiendo.

Iolanthe estaba desconcertada: el Maestro del Dominio no era el tipo de


chico que se ahogara con su té. Kashkari se puso de pie y golpeó al príncipe
entre los omóplatos.

El príncipe, jadeando, le devolvió la fotografía.

—Mi té… se fue por el lado equivocado. Ella es… preciosa.

—Parece tener un efecto muy fuerte no solamente en ti —le dijo Iolanthe a


Kashkari.

El príncipe la miró extrañamente.

—¿Cómo se conocieron tu hermano y ella, Kashkari?

—Es un matrimonio concertado, por supuesto.

—Por supuesto. Lo que quise decir fue, ¿es de la misma ciudad que ustedes?

—No. Pertenecemos a la misma comunidad, pero su familia se instaló hace


años en Punjab. —Kashkari sonrió débilmente—. Podrían haberle
encontrado cualquier otra chica para ser la novia de mi hermano, y tuvo que
ser ella.

El príncipe se levantó para marcharse justo después. Iolanthe se quedó un


minuto más. Luego estuvo llamando en su puerta —tenía que hablarle de
las implicaciones de los sueños proféticos de Kashkari— y se encontró que
la arrastraba al interior.

—Kashkari… —empezó.
Él la cortó.

—Esa mujer de la fotografía… fue la que entró en la fiesta de jardín en la


Ciudadela. La que escapó en una alfombra voladora. La que preguntó por ti.
CAPÍTULO 17
Traducido por Mari NC

Corregido por Selene

D esierto del Sahara

Él todavía estaba dormido, con su hombro tocando el suyo, cuando ella se


despertó, sudando.

Dentro de la tienda enterrada, estaba tenue y prodigiosamente caliente.


Convocó agua, bebió hasta llenarse, y llenó las cantimploras. Entonces se
sentó, convocó un poco de luz mágica, y fijó su atención en el príncipe.
Estaba durmiendo sobre su estómago, sin su túnica. Contuvo el aliento al
ver el vendaje en su espalda: si fuera de un rojo brillante, sería una cosa,
pero era sangre mezclada con una entintada sustancia oscura, un
espectáculo atroz.

—Sólo es mi cuerpo expulsando el veneno. —Sus palabras eran lentas y


soñolientas—. Tomé cada antídoto en tu bolsa.

Ella quitó el vendaje viejo y lo destruyó.

—¿Qué en el mundo era?

—Tiene que ser veneno de algún tipo, pero no puedo sentir ningunas marcas
de pinchazos.

—No veo ninguna. —Ella le entregó unos gránulos para el dolor—. Sólo se
ve como si tu piel hubiera sido carcomida por ácido, o algo así.

—Pero esta sustancia es orgánica, debido a que los antídotos hicieron el


trabajo.

Ella negó con la cabeza.

—Un área así de grande. Casi como si alguien tuviera un cubo de veneno y
sólo lo lanzó hacia ti.
Y aun así él había caminado muchos kilómetros en este desierto,
arrastrándola con él.

Ella limpió su herida, aplicó más analgésico tópico, y luego extendió un


remedio regenerativo.

—¿Sabes lo que me viene a la memoria? ¿Has leído la historia Sima de Briga?

—Sí.

—¿Te acuerdas de los pulpwyrms que custodian la entrada al abismo? ¿Esas


criaturas repugnantes que son grandes como carreteras? Se dice que
arrojan un flujo interminable de una sustancia negra que puede disolver a
un mago hasta dejar solo dientes y pelo.

—Pero los pulpwyrms no son reales.

—Ahora ¿por qué debes alterar una perfectamente buena hipótesis con
cosas tan molestas como los hechos?

Las comisuras de sus labios se levantaron, e interrumpió el hilo de sus


pensamientos. Ella miró su perfil, más tiempo del que debería, antes de
recordar que tenía una tarea en cuestión.

—¿Cuánto tiempo has estado despierta? —preguntó él.

Ella sacó otros dos viales.

—Cinco minutos más o menos. Llené las cantimploras.

—Realmente suenas despierta, por una vez.

—Estoy un poco aturdida, pero no me siento como si estuviera por empezar


a roncar en cualquier minuto.

Él siseó mientras ella roció el contenido de un vial sobre su espalda.

—Bien. Estaba a punto de quedarme sordo por tus ronquidos.

—¡Ja! —Ella decantó otro remedio en su herida, contando las gotas


cuidadosamente—. Hablando de ser importante, el Maestro del Dominio no
es llamado Titus? No es un nombre muy común(11).

Él pensó por un momento.

—Es bastante común entre los Sihar(12).


Ella se sorprendió, pero casi tenía sentido, los Sihar eran conocidos por su
entusiasmo y dominio de la magia de sangre.

—¿Crees que eres Sihar(13)?

—No tengo la menor idea. Simplemente no quiero ser una de esas personas
que pierden sus recuerdos y deciden que deben ser el Maestro del Dominio.
—Sus cejas se juntaron—. Por otro lado, anteanoche lancé dos faros. Dos
enormes faros con forma de fénix. Y el fénix simboliza la Casa de Elberon.

Ella guardó todos los remedios y volvió a vendar su espalda.

—Tal vez eras un humilde niño de los establos en una de las casas del
príncipe, donde adquiriste un amor por los fénix. Después de haber tenido
suficiente de palear estiércol día tras día, te fuiste rumbo a una aventura
que te llevó a través de los océanos. Mataste dragones, conociste a chicas
hermosas, y ganaste elogios por tu coraje e hidalguía…

—¿Y acabé medio-paralizado en medio de un desierto?

—Toda historia debe tener un momento terrible, o no sería interesante.

Él dejó escapar una bocanada de aire.

—Creo que he tenido bastante de aventuras. En las últimas treinta y seis


horas, al menos tres veces pensé que iba a expirar de susto. Estoy dispuesto
a pedirle a Su Alteza que me acepte de vuelta en sus empleos, para que
pueda palear estiércol de sus establos en paz y tranquilidad por el resto de
mi vida.

Ella sonrió.

—Amo a un hombre con ambición.

Él sonrió de nuevo. Y de nuevo ella estuvo muy, muy distraída.

—Tengo que admitir —dijo él—, el cielo nocturno del desierto es


impresionante. No me importaría la oportunidad de disfrutar de él sin
Atlantis tras de mí… una fogata, una taza de algo caliente, y todo el cosmos
para mi placer visual.

—Un hombre de ambición… y gustos simples.

—¿Qué harías tú, si Atlantis no estuviera persiguiéndonos desde un extremo


del Sahara al otro?
Ella lo pensó.

—Puede que te rías, pero si Atlantis no estuviera en la foto, me preguntaría


si estoy quedándome atrás en mis clases por estar en el Sahara en el medio
de un periodo académico.

Él se rio.

—Ríete todo lo que quieras. No voy a pedir disculpas por mi ardiente deseo
de tener éxito en mis estudios.

—Por favor, no lo hagas. Además, apuesto a que es lo que a tu novio le gusta


más de ti.

Ella se sentó sobre sus caderas.

—¿Cómo sabes de él?

—La escritura oculta en la correa de tu bolsa.

Ella agarró la bolsa.

—Revela omnia.

Palabras aparecieron. La noche en que naciste, estrellas cayeron. El día en


que nos conocimos, un rayo cayó. Tú eres mi pasado, mi presente, mi futuro.
Mi esperanza y mi oración, mi destino.

Su protector.

—El hombre está loco por ti —dijo Titus.

Ella le devolvió la mirada, la suciedad, el agotamiento, los labios agrietados


de la pura desecación del desierto. Los labios de ella no estaban ni de cerca
en tan mal estado, él la había cuidado mejor de lo que lo había hecho de sí
mismo.

—Tú podrías ser él, por lo que sabemos —dijo, asegurando una nueva pieza
de venda sobre su persona.

Él se movió.

—Yo no podría escribir algo así. Lo siento, pero debería haber una ley en
contra de frases tales como: “El día en que nos conocimos, un rayo cayó”.
Con un movimiento de su mano, ella se deshizo de la arena que se había
quedado atascada en el cabello de él. Algunos otros hechizos de limpieza y
estuvo casi impecable.

—Tal vez estabas demasiado ocupado empacando para cualquier


eventualidad como para pulir tus palabras.

—Nosotros los ex-mozos de cuadra paleadores de estiércol podemos


empacar y producir prosa inmortal al mismo tiempo.

La luz mágica atrapó unas cuantas manchas de decoloración sobre sus


hombros: un puñado de pecas, las cuales ella no había notado antes. Todo
un detalle atractivo en una, de otra forma, estructura fuerte y estrecha,
como una constelación para explorar con la yema del dedo, para pasarla de
un punto a otro y…

La textura de su piel —y el hecho de que él se sobresaltó— la hizo darse


cuenta de que lo estaba tocando.

—Tu piel está un poco pegajosa —dijo ella rápidamente, aunque no era así
en absoluto—. Todo ese sudor no vino sólo con hechizos. Déjame lavarte con
un poco de agua. Te sentirás más fresco.

—Eso podría ser mucho problema. Debes descansar más.

—La Fortuna me proteja, literalmente he estado durmiendo durante días.

El glóbulo de agua que convocó giró furiosamente en el aire, reflejando su


agitación. ¿Cuál era el problema con ella? Debía tomar la excusa que le
ofreció y dejarlo en paz. Pero no parecía poder detenerse.

Ella humedeció su cabello y usó el jabón en barra de la mochila, el cual


produjo una espuma suave y grasosa. Sus dedos presionaron en su cuero
cabelludo, llenando de espuma cada hebra. Convocó más agua para verter
sobre su cabello. El agua que se escurrió, la envió de nuevo fuera de la
tienda, hacia el centro de la duna cercana.

Cuando terminó, reunió el agua que todavía se aferraba a su pelo y la alejó.


Con las yemas de sus dedos, ella le palmeó el cabello, asegurándose de que
se había secado correctamente.

Y ahora, levantaría su mano y le diría: todo listo.


En cambio, su palma se deslizó hasta su nuca. Entonces, mientras
observaba, medio horrorizada, sus dedos se extendieron hacia donde su
hombro se unía a su cuello.

Él contuvo el aliento.

Ella abrió la boca para decirle que nada de eso estaba ocurriendo, que tenía
que ser una alucinación de su parte… y de la de ella. Pero el calor de su piel
debajo de su mano no era ninguna ilusión. Y, curiosamente, esa piel se
ponía más fría mientras su mano viajaba a la orilla de su hombro y bajaba
por su brazo.

De repente él estaba de rodillas, frente a ella. Se miraron el uno al otro. Los


ojos de él eran de color gris azulado, notó por primera vez, el color de los
océanos de profundidades insondables.

Ella amaba a su abstracto protector, pero solo conocía a este chico, que le
dio más agua de la que se dio a sí mismo. Ella trazó un dedo por su mejilla.
Él le tomó la mano. Ella contuvo el aliento, sin saber si iba a apartar su
mano o presionar sus labios en su palma.

Un rugido que sacudió la tierra destrozó el momento.


CAPÍTULO 18
Traducido por karliie_j

Corregido por Selene

I nglaterra

—Eso tiene sentido.

Cualquier reacción que Titus hubiera esperado de Fairfax, al saber que la


amada de Kashkari era la maga que quería entregarla, no era esta.

—¿Qué quieres decir?

Ella le contó las dos conversaciones que había tenido con Kashkari acerca
de sus sueños proféticos, culminando con el sueño que había tenido sobre
ella, mucho antes de que se apareciera en la casa de la Sra. Dawlish.

—Es razonable asumir que Kashkari proviene de una familia de magos,


probablemente una en el Exilio.

—Debiste habérmelo dicho antes. Todo lo que te afecte tengo que saberlo
enseguida.

Todo había cambiado, aun así, todo era igual. Él aun pasaba las noches en
vela, preocupado por su seguridad. Y, primero que nada, cuando se
despertaba cada mañana, ella era lo único que invadía sus pensamientos.

Ella golpeó con los dedos la parte superior de una silla, la silla en la que
solía sentarse, cuando entrenaban juntos en el Crisol durante el Periodo de
Verano.

—Kashkari no me ha traicionado, por ahora podemos asumir que no


pretende hacernos daño. Lo que necesitamos saber es por qué, después de
mantener en secreto su propia identidad durante tanto tiempo, decidió
revelarse ahora ante nosotros.
El interior del cráneo de Titus palpitó. No podía creer que había vivido en la
misma casa que Kashkari por tanto tiempo sin haberse percatado de la
verdad. ¿Qué más había pasado por alto?

—Necesito consultar el diario de mi madre primero.

Eso era lo peor que podía decirle, pero no mostró ninguna reacción además
de bajar las comisuras de sus labios.

—Preferiría tomar mi decisión después de haber reunido toda la información


posible. Sería un delito ignorar lo que ella haya previsto. — Él odiaba sentir
que debía defender como decidía proceder con sus acciones.

Ella sonrió ligeramente, ¿O fue una mueca?

—Debes hacer lo que creas correcto, por supuesto.

—No ansió hacerlo, lo sabes. Yo solo...

Lo tomó por el frente de su camisa.

—No. Ya tomaste tu decisión. ¡Ahora comprométete a ello! Si vas a pedirle a


Wintervale que enfrente al Bane, entonces él se merece al menos eso de tu
parte.

Su voz, entre enojada y angustiada. Sus ojos, obscuros y feroces. Sus labios,
grandes y rojos, separados por su agitado aliento.

Él no debió, pero sostuvo su rostro entre sus manos y la besó. Porque ya


habían pasado el punto en que las palabras sobraban. Porque de nuevo
estaba asustado de morir. Porque la amaba tanto como a la vida misma.

Un fuerte golpe los hizo separarse de repente.

—¿Estás ahí, príncipe? —llamó Kashkari—. Wintervale está despierto y


quiere verte.

Wintervale estaba sentado en su cama, con una enorme sonrisa en su


rostro.

—Titus, que bueno verte. A ti también, Fairfax. ¿Cómo estuvo la práctica de


críquet? ¿Me extrañaron?
—Desesperadamente —dijo Fairfax, sonriendo convincentemente—. Los
chicos se tiraron al piso, llorando y golpeando el suelo cuando tu ausencia
se hizo presente.

Wintervale puso una mano sobre su pecho.

—Eso me llena el corazón de alegría.

Arrojando a un lado su sábana, puso sus pies en el suelo. Titus y Fairfax


saltaron hacia delante para ayudarlo. Pero Wintervale levantó una mano
para indicar que quería levantarse solo.

Fairfax, fuerte como era, apenas pudo sostenerlo cuando tropezó.

—¡Santo Cielo, Wintervale! Debe haber novillos en Wyoming menos pesados


que tú.

La sorpresa estaba escrita en todo el rostro de Wintervale.

—¿Qué sucede? Me sentía completamente bien hace un momento.

—Has estado en cama por dos días enteros —dijo Titus—. No es una
sorpresa que tus piernas se sientan algo tambaleantes.

—Supongo que alguno de ustedes tendrá que llevarme al baño, entonces.

—Este es trabajo para un hombre de verdad —dijo Titus—. Me temo que


tendrás que hacerte a un lado, Fairfax.

—Lo sabía. Aún estás molesto por la vez que comparamos nuestras pelotas.

Wintervale rio nerviosamente mientras se arrastraba con el brazo sobre los


hombros de Titus.

Él fue cálidamente recibido por todo el corredor. En su viaje de regreso, se


detuvieron varias veces para hablar con chicos que querían saber si ya se
encontraba mejor.

—Caballeros, permitan que Wintervale regrese a la cama —dijo la voz firme


de la Sra. Hancock—. Si desean visitarlo para cotillear, háganlo de una
manera que no lo abrume.

—La Sra. Hancock quería verte tan pronto como despertaras —dijo
Kashkari, él debió haberla llamado.

Wintervale le sonrió a la mujer.


—Claro que querría, querida Sra. Hancock.

Fairfax aún se encontraba dentro de la habitación de Wintervale cuando


regresaron. Ayudó a Wintervale a regresar a la cama. Pero tan pronto como
más y más chicos entraban en la habitación, ella se fue, pasando
desapercibida.

Iolanthe abrió la puerta del laboratorio y se encontró con el sonido de una


máquina de escribir.

El príncipe tenía una que transmitía mensajes de parte de Dalbert, su espía


personal. La bola de escribir había estado una vez en un cajón en su
habitación en casa de la Sra. Dawlish, pero había tenido que moverla al
laboratorio por seguridad.

Las teclas de latón, que parecían gruesas plumas de puercoespín, dejaron


de moverse de arriba a abajo mientras se acercaba. Desenrolló la hoja de
papel que había estado en la bandeja.

Parecería que el mensaje estaba en gibberish, pero él le había enseñado a


descifrar el código. Ella se lo había pedido, recordó con una punzada, el día
en que había decidido que lo ayudaría con su imposible tarea.

Un pensamiento extraño burbujeó desde la profundidad de su mente. Ella


había calificado su amor como débil, porque él no la escogería antes que a
las palabras de su madre, pero ¿Qué pasaba con el amor de ella? ¿Era más
fuerte y constante? Él estaba, como siempre, aventurándose hacia algo
peligroso, y lo dejaría ir con nada más que un “Que la fortuna te proteja”.

Se detuvo un momento con los dedos sobre su nuca, tratando de liberar la


tensión en su cuello que parecía nunca desaparecer. Después suspiró y leyó
el reporte de Dalbert.

Su Alteza Serenísima,

Debido a sus instrucciones, he investigado acerca de los sucesos


en Grenoble, Francia. De acuerdo a mis fuentes en Lyon y
Marsella, las comunidades de Exiliados en esas ciudades fueron
advertidas sobre Grenoble, porque sugerían que era una trampa.
Los Exiliados de esas comunidades fueron a Grenoble, pero con
el exclusivo propósito de advertir a los magos que habían llegado
de lugares tan lejanos como el Cáucaso, atraídos por el rumor del
regreso de Madame Pierredure. Ellos reportan que lograron
desalojar exitosamente a un gran número de magos, pero hubo
otros que no fueron contactados a tiempo o que no pudieron ser
convencidos.

El ataque a Grenoble es la trampa más reciente de Atlantis,


usando a Madame Pierredure como señuelo. Reportes
convincentes sobre la muerte de Madame surgieron hace ocho
años y medio, pero nunca fueron divulgados debido a que ella se
quitó la vida. (Es bien sabido que, en las rebeliones de hace diez
años, Atlantis capturó a sus hijos y nietos y los torturó hasta
matarlos).

Pero muchas de las trampas, antes de que la verdad saliera a la


luz, habían sido efectivas. La muerte de la última Inquisidora y
el rumor de la muerte del Bane han sido una apertura, una señal
de debilidad por parte de Atlantis. Nuevos grupos de resistencia
se han formado; grupos antiguos han resurgido de su estado de
inactividad. Las aparentes resurrecciones anteriores del Bane no
disminuyeron su entusiasmo, todos piensan que ya no puede
volver a resurgir.

Ahora muchos de estos grupos de rebeldes, los viejos y los


nuevos, han sido diezmados, sus miembros más inteligentes y
entusiastas han sido llevados a Atlantis bajo custodia.

Extiendo mis más humildes buenos deseos hacia la salud y


bienestar de Su Alteza.

El más diligente súbdito y sirviente de Su Alteza.

Dalbert.

Habiendo pasado todo el verano en casi completo aislamiento, Iolanthe no


tenía idea de que lo que el príncipe y ella habían logrado la noche del Cuatro
de Junio había inspirado a muchos otros a revelarse contra Atlantis, y
menos que Atlantis había respondido rápida y rudamente para someter
estas nuevas ambiciones.
Le dolía el corazón con una consternación que no tenía nada que ver con su
propia expulsión del estrecho sendero del destino, pero sí tenía que ver con
todas las esperanzas hechas polvo de todos aquellos quienes habían creído
que la luz del amanecer estaba finalmente sobre ellos.

Dejó el mensaje de Dalbert sobre el escritorio. Ahí había una copia de El


Observador de Delamer, hecha de una fina pero resistente seda, que podía
ser doblada y llevada por ahí en un bolsillo. El periódico estaba abierto en
la última página, llena con anuncios de tres líneas promocionando potros
de unicornio, tónicos de belleza, y capas que prometían hacerte casi
imposible de ver durante la noche.

¿Qué habría estado buscando el príncipe?

Después lo vio, apretujado cerca de una esquina, un anuncio de


Avistamiento de Aves Grandes. Curiosas e inusuales aves, recientemente
vistas en Tangier, Grenoble y Tashkent.

Mientras leía, el texto cambió a vistas recientemente en Grenoble, Tashkent,


y San Petersburgo.

Con excepción de Grenoble, todas las otras ciudades no mágicas tenían una
gran población de Exiliados. Atlantis estaba lejos de haber terminado con
su represión.

Entró a la sala de lectura con pesadez del corazón y se detuvo frente al


escritorio de información, aun distraída.

Tal vez era bueno que Wintervale se uniera. Si el remolino que había
hundido el Lobo de Mar era algún indicio, sus poderes hacían que los de ella
dieran vergüenza. Y necesitaban un poder de tal magnitud para derrotar a
Atlantis.

Un suceso vino a su mente nuevamente, el barco atrapado como una hoja


en un remolino, sin oportunidad de escapar.

—Un torbellino que hunde barcos —murmuró.

Un libro apareció en un estante detrás del escritorio de información, quien


debió haber pensado que quería algo acerca de eso. Lo tomó y cambió las
páginas ausentemente.
Era un diario de viaje escrito por un mago que había navegado con un grupo
de amigos desde el Dominio hasta Atlantis, para presenciar la demolición de
un hotel flotante que había sido declarado en ruinas.

De camino a la Bahía de Lucidias, pasamos cerca de un torbellino


Atlante, una visión terrorífica y alucinante al mismo tiempo. Tenía
aproximadamente dieciséis kilómetros de diámetro, las oscuras
aguas batiendo sin cesar para formar un embudo. Por encima
volaban carruajes y jinetes sobre pegasos, este fenómeno es tan
nuevo y sorprendente para los Atlantes como para los turistas. Y
aunque la mayoría del país era pobre, la elite aun poseía el
suficiente poder para hacer el viaje de ochenta kilómetros hacia
la costa.

Nadie sabe cómo se formó el remolino. Un día no estaba ahí, y al


siguiente allí se encontraba. Mis amigos declararon que era un
avistamiento extraordinario desde las cimas cambiantes de las
Montañas Laberínticas, y debo estar de acuerdo.

Ella miró la portada del libro. Había sido publicado en el Año del Dominio
853, casi ciento ochenta años atrás. Sabía que el estilizado remolino que
servía como símbolo de Atlantis representaba un remolino real cerca de la
isla, pero no sabía que no siempre había estado allí.

Interesante, pero había venido con un propósito diferente. Devolvió el libro.

—Muéstrame todo lo que contenga la frase: Las ostras dan perlas, pero sólo
si estás armada con un cuchillo y estás dispuesta a usarlo.

El diario de viaje desapareció, para ser remplazado por cientos de ediciones


de las obras de Argonin.

Modificó la búsqueda.

—Todo lo que no sea una obra.

Aún quedaban demasiadas opciones.

—Quita todos los libros de texto y los libros con citas.


Tres libros permanecieron. El primero, quizá no tan sorprendentemente, era
la tesis del Maestro Haywood. La línea estaba en la última página, sin
ninguna explicación o contexto.

El siguiente era una compilación anual de El Observador de Delamer del Año


del Dominio 1007, seis años antes del nacimiento de Iolanthe. El artículo
que contenía la cita tenía como tema el baile de gala que celebraba el
tricentenario del nacimiento de Argonin, y para marcar el inicio del año en
el que sus obras, mayores y menores, se renovarían.

La mayoría de los invitados se disfrazaron de personajes creados


por Argonin. Un gran número de ellos se vistieron del mismo
Argonin, siempre es sorprendente para algunos que Argonin no
fuera una sola persona sino dos escritores, un equipo conformado
por un matrimonio. Y una joven dama, quien no nos autorizó usar
su nombre e imagen, ya que era menor de edad y había acudido
sin permiso, causó sensación con un disfraz de ostra que se abría
para revelar una gran perla luminosa; junto con su amiga, quien
llevaba un llamativo cuchillo, formando una interpretación visual
de su frase favorita de Argonin: Las ostras dan perlas, pero sólo
si estás armada con un cuchillo y estás dispuesta a usarlo.

El último era un artículo de una publicación oficial de la escuela más


prestigiosa del Dominio para la formación de oficiales militares. Cinco
cadetes fueron honrados como los graduados más prometedores de ese año.

Y la cita de Argonin aparecía como la frase favorita de un cadete con el


nombre de Penelope Rainstone.

El corazón de Iolanthe palpitó. ¿Quién era Penelope Rainstone?

Su pregunta fue fácilmente contestada con la información en la sala de


lectura: Penelope Rainstone era la asesora principal de seguridad del
regente, especializada en relaciones exteriores con el Dominio.

Iolanthe regresó al artículo original, el cual pintaba a la Comandante


Rainstone como leal, brillante y perseverante. Parecía que tenía todas las
características de un soldado perfecto, pero después en la sección de
entrevistas, cuando le preguntaron si estaría dispuesta a romper las reglas
alguna vez, dijo: disfruto del orden y la disciplina como todos los soldados.
Pero debemos recordar, las reglas y leyes son creadas normalmente para
mantener la paz y durante condiciones típicas, mientras que nosotros, los
futuros oficiales de las fuerzas de seguridad del Dominio, somos entrenados
para el caos y la guerra. En circunstancias extraordinarias, se deben tomas
decisiones extraordinarias.

En otras palabras, si fuera necesario, no dudaría en romper todas las reglas


del libro.

Las manos de Iolanthe se cerraron en torno al borde de la mesa. Pero no


podía hacer nada más que preguntarle al módulo de información la siguiente
pregunta lógica.

—Muéstrame todo lo que tengas acerca de Horatio Haywood y Penelope


Rainstone juntos.

Y ahí estaban, en una edición especial de El Observador de Delamer,


posando juntos en una recepción en la Ciudadela, para los graduados más
sobresalientes en los colegios de todo el Dominio.

El subtítulo decía:

Horatio Haywood, 18, del Colegio Tridente e Hipocampo en


Sirenheaven, Islas Sirena, y Penelope Rainstone, 19, Academia
Delamer del Bien Común. Aceptados en el Conservatorio de Artes
y Ciencias Mágicas y el Centro de Artes Marciales de Titus el
Grande, respectivamente. A pesar de que el Sr. Haywood y la
Señorita Rainstone se conocieron en la recepción, no podían dejar
de elogiarse el uno al otro.

Los jóvenes de la foto estaban mirándose mutuamente, sus rostros brillando


de placer.

¿Era ella? ¿Era la Comandante Rainstone la guardiana de la memoria?

¿Era la madre de Iolanthe?


CAPÍTULO 19
Traducido por flochi

Corregido por Mari NC

D esierto del Sahara

El rugido se escuchó una vez más.

Fairfax buscó la mochila. Titus agarró su túnica y sacó la barita de su bota.

Ella hizo un movimiento de empuje con su mano. Un rugido casi tan


aterrador como el rugido de un dragón retumbó a través de la tienda, ella
estaba causando una avalancha, destinada a asustar y distraer al wyvern
de arena que se encontraba afuera.

—Quédate en este lugar —ordenó Titus a la vez que se ponía la túnica.

Se teleportó afuera, e inmediatamente se encontró enterrado bajo una


avalancha de arena. Volvió a teleportarse, hacia la cima de una duna alta,
justo cuando el wyvern de arena, casi del color exacto que el Sahara, se alejó
hacia el cielo dando chillidos, sus alas batiéndose con fuerza.

Sabía que los wyverns de arena eran más grandes que los wyvern normales,
pero este era al menos tres veces más grande de lo que había anticipado, su
envergadura de las dimensiones de una pequeña mansión, y llevaba dos
jinetes, en lugar de uno, que era lo habitual.

Los jinetes, con uniformes Atlantes, intentaron frenar al wyvern de arena y


maniobraron una vez más su nariz en la dirección general donde se
encontraba Fairfax. Titus lanzó una sucesión de hechizos golpea-escudos
hacia los jinetes, seguidos por un hechizo de aturdimiento.

Un jinete se desplomó. El wyvern de arena se dio la vuelta y lanzó un chorro


de fuego en dirección a Titus. Él se escudó con un hechizo y dirigió un
ataque al vientre de la bestia. Los wyverns —los wyverns comunes por lo
menos— tenían un vientre suave, la razón por la que podían ser capturados
y entrenados por magos expertos.

Pero el wyvern de arena ni siquiera reaccionó cuando el hechizo


desestabilizador de Titus lo golpeó directamente en el abdomen, excepto que
arremetió contra él, con una enorme garra extendida.

Esperando llamar la atención del wyvern y apartarlo de Fairfax, se teleportó


hacia la cima de la siguiente duna; había dispuesto un campamento en el
estrecho valle entre dos ondas de imponentes dunas que estaban cercanas
y paralelas entre sí, esperando una mejor protección del calor del sol
durante el día. Al teleportarse a ciegas siendo lo que era, terminó a medio
camino de la ladera de arena a la que tenía intención de ir, en vez de en la
cima, con el wyvern de arena sobre sus talones. Mirando hacia abajo del
valle al punto en la distancia donde las dunas aparecían, volvió a
teleportarse.

Esta vez, se rematerializó al menos a cuatrocientos metros de distancia. El


wyvern de arena rodó y se lanzó hacia él. Entonces a mitad del aire se
sacudió, casi como si convulsionara, y con un enorme rugido, regresó hacia
Fairfax, a pesar de que Titus le lanzó varios hechizos de espina.

Maldijo y volvió a teleportarse a la tienda, solo para encontrarse a sí mismo


completamente enterrado en la arena. No solamente Fairfax se había ido, la
tienda también, no estaba. Volviendo a maldecir, fue a un lugar alto.

Fairfax estaba de pie en el valle entre las dunas, completamente eclipsada


por el wyvern de arena, no más que a seis metros de ella. Ella tenía los
brazos levantados, como si estuviera indicándole a la bestia que se
detuviera. Y la bestia pareció estar cooperando en una manera muy
civilizada, cerniéndose, la punta de su cola casi tocando el suelo.

Dos segundos pasaron antes de que Titus entendiera exactamente lo que


estaba viendo. El wyvern de arena estaba intentando avanzar, centímetro a
centímetro, contra el viento que Fairfax había creado, el cual envió arena
ondeando en su camino. Ella dio un grito. El wyvern de arena, con sus
treinta metros de envergadura, fue de hecho soplado hacia atrás unos
cuantos metros.

Titus dirigió más ataques al jinete restante del wyvern de arena. Pero el
jinete se había agachado detrás del ala derecha del dragón, escudado de los
ataques.
Titus se teleportó varias veces, intentando encontrar un buen ángulo,
esperaba que el wyvern de arena no estuviera acostumbrado a esforzarse
tanto por su cena y que gustosamente dejara al poco cooperativo mago
elemental por una presa más fácil si solo pudiera dejar al jinete comatoso.

Finalmente, encontró un lugar adecuado que le dio relativamente una vista


libre de obstáculos. Levantó el brazo. Pero, ¿qué estaba escuchando?
Mezclado con el aullido del viento, la arena siendo llevada como los
sedimentos de un río, y el golpeteo de las alas del wyvern de arena, ¿había
algo más?

Se teleportó lejos, justo cuando un choque de calor alcanzó su piel.

Un escuadrón de wyverns albinos había llegado. Se teleportó de regreso a


Fairfax. Seguía siendo demasiado arriesgado para ella teleportarse, pero no
sabía de qué otra forma podría sacarla de esto.

Él lanzó un escudo sobre ella, apenas a tiempo para un torrente combinado


de fuego de los wyverns. Ella levantó una mano hacia los wyverns,
redirigiendo el fuego de uno hacia otro, obligándolos a romper la formación
y dispersarse.

Pero con esta interrupción en su concentración, la corriente de aire que


había usado para contener al wyvern de arena se volvió menos intensa. El
wyvern de arena, todavía batiendo sus alas poderosamente, pasó más allá.

Él convocó otro escudo, el más poderoso que conocía.

—Si excavas, el wyvern de arena excavará más rápido que tú. E incluso si
mantienes a todos los wyverns a raya, solo daría tiempo a que más refuerzos
llegaran.

Y los jinetes deberían delimitar una zona temporal de no-teleportación —


una con unos tres metros de diámetro, factible en quince minutos, lo que
los enceraría a ambos— entonces incluso él no sería capaz de teleportarse.

La única opción que le quedaba era teleportarla, una decisión


potencialmente fatal que no deseaba tomar por ella. La tomó de la mano.

—¿Quieres venir conmigo?

Las puntas de sus dedos temblaron contra los de él.

—¿Cuáles son mis posibilidades de supervivencia?


—Diez por ciento. En el mejor de los casos.

—No quiero morir —murmuró—. O ser capturada. ¿No hay otras opciones?

La voz de él tembló.

—Convocar un ciclón. Volarlos a todos.

—Si solo pudiera. —Aspiró una bocanada de aire—. Espera un minuto, ¿qué
dijo mi admirador? El día en que nos conocimos, un rayo cayó. ¿Supones que
pudo haberlo dicho literalmente?

No era posible.

—Escucha, Fairfax…

Casi por casualidad, ella levantó la mano libre hacia el cenit del cielo sin
nubes. Su mano se apretó en un puño. Y bajando el rayo llegó.

Él abrió la boca, si para jadear o gritar no sabía precisar. Pero ningún sonido
salió. Se quedó mirando, sus ojos llenándose de lágrimas, mientras la
brillante cometa de electricidad se precipitaba hacia la tierra.

A medida que se acercaba, el rayo se dividió en media docena de


ramificaciones. Cada ramificación azotó a un wyvern. Cada wyvern se
sacudió y cayó, golpeando el desierto con golpes que sacudieron el cráneo
de Titus.

Parpadeando, se volvió hacia ella. Ella se veía tan atónita como se sentía él.

—La Fortuna me proteja —murmuró—. ¿Es esta la razón por la que Atlantis
me quiere?

La mención de Atlantis lo sacó de su aturdimiento: el rayo actuaría como


un faro para cualquier perseguidor cercano. Empezó a correr, tirando de
ella.

—Apresúrate. Los carros blindados estarán aquí en cualquier momento.

El wyvern de arena era el único con un asiento doble. Desató y empujó a un


lado a los inconscientes pero todavía vivos jinetes, mientras buscaba
rastreadores, los corceles Atlantes por lo general llevaban varios como parte
de su táctica.
Cuando ella desechó un puñado de pequeños discos, la ayudó a subir a la
silla delante de él. Ya a la distancia podía distinguirse un trío de carros
blindados acercándose.

Ella apuntó la varita al wyvern de arena.

—Revivisce omnino.

La bestia se sacudió y tambaleó a sus pies. Titus sacudió las riendas. El


wyvern de arena desplegó sus alas y dando tumbos se lanzó en un vuelo
tambaleante. Un wyvern en condiciones óptimas podría arreglárselas con
los carros blindados por una corta carrera, pero este no estaba en
condiciones óptimas y tenían un largo camino que recorrer.

Él giró al wyvern de arena hacia el este.

—Querías dirigirte al este, si recuerdo correctamente.

—Tan lejos de Atlantis como sea posible. —Ella miró hacia el norte, hacia la
vista de los carros blindados aproximándose—. ¿Debo asumir que están
construidas para soportar los rayos?

—Sí, deberías.

Suspiró.

—¿Nadie piensa hacer las cosas más fáciles para mí? —Señaló al suelo—.
Mantén al wyvern volando entre las dunas.

Él dirigió al wyvern a las arenas más bajas. Los carros blindados


persiguiéndolos los siguieron al valle, al mismo tiempo acercándose.

—Aún más cerca de la tierra —dijo ella.

Él estaba empezando a tener una idea de lo que ella planeaba hacer. Miró
por encima de su hombro. Los carros blindados estaban a cuatrocientos
metros de distancia y acercándose; también volando cerca del suelo.

—Vamos —murmuró Fairfax, mirando en torno a él—. Acérquense un poco


más.

—¡Puede que seas la chica más aterradora que conocí! —le dijo a ella.

—No seas dramático —dijo ella secamente—. Soy la única chica que puedes
recordar conocer.
Entonces ella desnudó sus dientes y apuntó su varita. Las dunas se alzaron,
como dos olas enormes aumentando su tamaño, y estrellándose sobre los
carros blindados, enterrándolos debajo de una literal montaña de arena.

Él urgió al wyvern a volar más alto, inclinándose una vez más hacia el este.

—Si hay una competición de chica aterradora, pondría hasta mi última


moneda en ti.

Ella simplemente se echó a reír y apoyó la cabeza contra su hombro,


durmiéndose nuevamente a los pocos minutos.
CAPÍTULO 20
Traducido por NataliCQ

Corregido por Mari NC

I
nglaterra

2 de enero, AD 1010

Está turbio, anochecer o amanecer, no puedo decirlo. Desde la


parte de atrás, veo dos hombres —o más parecidos a chicos
crecidos— caminando, uno sosteniendo al otro. Se mueven
sigilosamente, mirando constantemente en todas direcciones.

Cuando finalmente se detienen y se agachan detrás de una roca,


veo el lugar al que están acercándose. Una fortaleza palaciega,
o una fortaleza-palacio, ubicada sobre una colina rocosa que
domina el centro de un amplio valle rodeado de picos similares a
dientes.

Casi todos los picos tienen torres de vigilancia sobre ellos, sus
estrechas ventanas brillando como los ojos entrecerrados de
bestias nocturnas. El suelo del valle es muy luminoso, revelando
anillos de defensas.

Había escrito lo anterior por la mañana, apurada porque estaba


a punto de llegar tarde a una reunión con el alto consejo al que
Padre deseaba que asistiera. Durante todo el día recordaría la
visión y me preguntaría qué en el mundo estaba viendo.

Justo ahora visité a Padre en su salón de enseñanza. Él es tan


difícil en el presente, pero el viejo él, el “registro y semejanza”
que había dejado atrás en las salas de enseñanza del Crisol…
adoraba a ese joven hombre. Y me rompe el corazón darme
cuenta que considero a alguien que ya no existe no sólo un
querido amigo, sino la única persona que entiende la vida que
vivo ahora y todas las responsabilidades que voy a enfrentar.

Cómo me temo que voy a llegar a ser como Padre algún día, dura
y sombría, llena de ira y recriminación. Siéndome recordado
cuán encantador y exuberante había sido él una vez sólo
profundiza ese miedo.

Pero estoy divagando. El joven Gaius me dijo que sin lugar a


dudas había visto el Palacio del Comandante, la retirada del
Bane en el interior de Atlantis.

Los hombres jóvenes que vi en la visión o son los más valientes


o los más estúpidos magos vivos.

Después de la revelación en el té, lo que Titus quería ver era algo sobre
Kashkari. Pero el diario optó una vez más por confirmar que Titus iría a
Atlantis con una sola persona, alguien que necesitaba ayuda para caminar.

Cerró el diario. Al otro lado de la mesa, Fairfax estaba levantándose, saliendo


del Crisol.

—¿Conoces a alguien llamada Penelope Rainstone? —preguntó ella, con una


llanura extraña en su voz.

—Es la principal asesora de seguridad del regente.

—¿Qué clase de persona es?

—Extremadamente capaz. Parece devota a la corona. No hay evidencia de


ningún trato extracurricular con Atlantis. ¿Por qué estás interesada en ella?

No respondió, pero lucía inestable.

¿Podría ser?

—¿Diste con su nombre mientras estabas buscando pistas sobre la


identidad de la guardiana de la memoria?

Porque esa era la forma en que él encontraría su camino a Horatio Haywood,


desenmascarando primero la identidad de la guardiana de la memoria.

Ella se bajó del taburete y se apretujó en la chaqueta de uniforme que había


puesto a un lado en la mesa de trabajo.
—La línea de Argonin es su cita favorita. Y ella y el Maestro Haywood se
habían conocido hace muchos años, durante una recepción en la Ciudadela,
incluso antes de que comenzaran sus estudios universitarios. Pero nada
concluyente.

Él no sabía lo que había esperado, pero esto fue un shock. ¿La Comandante
Rainstone?

—Me dirijo de vuelta —dijo Fairfax.

La casa era cerrada antes de la cena. Después de eso, para irse de nuevo, o
se tenía que subir a través de una ventana o teleportarse. Y cualquier
oportunidad al teleportarse era una posibilidad de ser visto. Para él no
importaba. Para ella, todo importaba. Incluso escalar por una ventana, si
había testigos, podría despertar sospechas de la Sra. Hancock.

Ella siempre había sido escrupulosa antes. Debía recordar que a pesar de
que él podía no llevarla en su misión, ella seguía siendo la maga más
buscada en la Tierra.

Pero él no tenía el corazón para darle un sermón, así que se limitó a decir:

—Déjame ir primero y asegurarme de que no hay moros en la costa.

Después de que Titus había visto a Fairfax volver sin peligro, buscó en la
habitación de Wintervale a Kashkari. Pero sólo se encontró con Cooper y
Sutherland, ya en su salida. Wintervale bostezó, sus ojos cerrándose.

Kashkari estaba en su propia habitación.

—Toma asiento, príncipe —dijo mientras Titus entraba—. El círculo de


sonido ya se ha establecido, por cierto.

Titus fue al punto.

—¿Quién eres?

—No soy nadie importante, pero podrías haber oído hablar de mi difunto tío.
Su nombre era Akhilesh Parimu.

Tito miró a Kashkari, el nombre no significaba nada para él. Entonces lo


hizo de repente.
—Akhilesh Parimu, el mago elemental nacido en la noche de la gran
tormenta de meteoros en 1833, ¿el que volvió a despertar un volcán muerto?

Kashkari asintió.

—Entonces también sabrás qué pasó con él.

—Su familia lo mató en lugar de dejar que Atlantis lo tuviera.

—Él les suplicó que lo mataran, en lugar de ser capturado… o esa ha sido
siempre la versión que me dijeron —dijo Kashkari—. En cualquier caso, en
represalia, Atlantis mató a todos los demás en toda su familia, excepto mi
madre, quien era muy joven en ese momento y había sido enviada lejos para
quedarse con una amiga tan pronto como los poderes de Akhilesh se
manifestaron.

»La amiga, la mujer que he conocido como mi abuela, convenció a su marido


de que debían tomar a mi madre y huir a un reino no mágico, y así lo
hicieron, dejando su isla en el Mar Arábigo para establecerse en el
subcontinente, en Hyderabad.

»Mi madre creció sabiendo que era una refugiada maga, pero no sabía nada
acerca de la historia de su familia biológica. Una serie de insurrecciones en
los reinos subcontinentales trajo una afluencia de refugiados de magos a
Hyderabad. Algunos de ellos querían formar una nueva comunidad
coherente; otros simplemente querían desaparecer en la multitud. Ella se
casó con un joven de este último grupo. Él se convirtió en un abogado,
tuvieron dos hijos, y vivieron una vida que en el exterior era apenas
distinguible de las de los no magos a su alrededor.

»Y entonces ella quedó embarazada de nuevo y nací durante la gran


tormenta de meteoros de 1866. Esto asustó a mis abuelos, que recordaban
lo que le había pasado la vez anterior a un niño de la línea de sangre de mi
madre que nació durante una tormenta de meteoros. Finalmente le dijeron
a mi madre la verdad sobre su hermano y sus padres, y a pesar de que los
poderes elementales rara vez se presentan en familias, juntos me
observaban con ansiedad.

»Mi poder, resultó, no estaba en los elementos, sino en los sueños proféticos.
¿Fairfax te lo dijo?

Titus debatió si implicar a Fairfax en la conversación.

—Encontró tu capacidad bastante novedosa.


—Cuando mi familia se dio cuenta de que no era un mago elemental, se
relajaron lo suficiente para permitirme tomar mi propia decisión en cuanto
si quería venir a Inglaterra para la escolarización. Nosotros, los de la
herencia Oriental no vemos las visiones del futuro como algo que debe ser
aceptado, así que me incliné hacia permanecer con mi familia, hasta que
tuve un nuevo sueño que inclinó mi decisión.

»El sueño era sólo un fragmento, de un número de personas en una


habitación, tu habitación de hecho, y uno de ellos que me decía: “Por estar
cerca de Wintervale, lo salvaste”.

Esto no era lo que Titus esperaba oír. Por alguna razón, ya que su
conocimiento de los sueños proféticos de Kashkari había venido primero de
Fairfax, y porque el Oráculo le había dicho a ella que Kashkari era aquel de
quien ella debía buscar ayuda, él había llegado a anticipar que cualquier
otra cosa que Kashkari le diría también giraría en torno a Fairfax.

Pero por supuesto debería haber sabido mejor. Desde el momento en que
Kashkari comenzó su explicación, a pesar de que aún tenía que mencionarlo
específicamente, todas las palabras que había pronunciado se habían
centrado en una cosa: el gran mago elemental no del tiempo de su tío, sino
del suyo propio.

Y a pesar de todo lo ferozmente que lo deseaba Titus, ese mago era


Wintervale, y no Fairfax.

—Así que viniste a salvar a Wintervale —dijo, cuidando de mantener la


decepción fuera de su voz.

—Sabía quién era el Barón Wintervale, la Insurrección de Enero tuvo tanto


éxito durante un tiempo que su nombre se convirtió en sinónimo de
esperanza en todos los reinos magos. Mi familia no podía dejar de hablar de
todas sus nuevas victorias, no supimos hasta más tarde que él tenía a la
Baronesa Sorren como su estratega; pensamos que era todo él, sin ayuda
burlando y abrumando a Atlantis. Y recuerdo que mis abuelos susurraban
entre sí acerca de la posibilidad de que finalmente fueran a volver a casa, ya
no ser Exiliados.

»Toda la esperanza se vino abajo cuando la Insurrección de Enero fue


aplastada. Y en el momento en que empecé a tener ese sueño en particular,
el Barón Wintervale ya estaba muerto. Pero me dije a mí mismo: ¿Qué si esto
significa que tengo un papel más importante de lo que había imaginado? ¿Qué
si estoy destinado a rescatar al hijo del Barón Wintervale de algún terrible
peligro y ayudarlo a reavivar el sueño de su padre?

—Y pensar que una vez pensé que tu ambición era ayudar a la India a lograr
su independencia de Gran Bretaña.

—No, mi ambición ha sido siempre el derrocamiento del Bane —dijo


Kashkari fácilmente, como si fuera la cosa más natural del mundo—.
Justicia para mi tío y toda su familia. Justicia para todas las otras familias
que han sido sacrificadas en la búsqueda del Bane de más poder.

—¿Y piensas que Wintervale es la clave de todo eso?

—No conozco una forma u otra. Del mismo modo que no puedo decir que mi
persistencia sobre Wintervale todos estos años ha tenido algún efecto.

Titus se había dado cuenta de lo mucho que Kashkari se había apegado a


Wintervale en las últimas semanas. Pero ahora pensando en eso, los dos
habían sido casi inseparables durante años.

—¿Le has dicho a Wintervale?

Kashkari negó con la cabeza.

—Sabes cómo es. O él se vuelve mucho más discreto o la situación tiene que
ser mucho más grave, antes de que me arriesgue a decirle toda la verdad.

—¿Por qué me estás diciendo, entonces?

—Necesito un consejo.

Titus sintió un extraño presentimiento.

—Adelante.

—Recientemente tuve el sueño de nuevo y esta vez por fin vi el rostro del
orador, el que dijo: “Por estar cerca de Wintervale, lo salvaste”.

—¿Quién es?

—La Sra. Hancock.

—¿Qué? —¿La Sra. Hancock, la enviada especial de Atlantis del


Departamento de Administración de Ultramar?
—He estado en su salón. He visto el símbolo del torbellino en su tirador —
dijo Kashkari—. Sé que es una agente de Atlantis. Pero Atlantis tiene
muchos agentes, y no todos ellos son leales al Bane.

—No he visto nada de la Sra. Hancock que sugiera que no es


extremadamente leal al Bane.

El rostro de Kashkari cayó.

—Esperaba que supieras algo de ella que yo no. Que tal vez simpatiza con
nuestra causa.

—Tu causa, no la nuestra —le recordó Titus, intencionadamente.

—Pero Amara me dijo que Atlantis te considera un adversario. Dijo que


Atlantis también cree que estás albergando a un mago elemental tan
poderoso como mi tío había sido.

Amara debía ser la que se había escabullido en la fiesta en la Ciudadela, la


que estaba supuestamente comprometida con el hermano de Kashkari.

Titus hizo su tono desdeñoso.

—Un malentendido que se fue de las manos. Cuando el mago elemental hizo
caer un rayo, subí en mi peryton y fui a dar un vistazo. Agentes de Atlantis
llegaron al lugar conmigo aun circulando por encima y me han perseguido
desde entonces.

—Ya veo —dijo Kashkari cuidadosamente.

—Pero no necesitas preocuparte de que todo lo que digas aquí encontrará


su camino a los oídos equivocados. Podré no tener la misma ambición que
tú, pero no tengo amor por Atlantis y no me interpondré en tu camino.

Titus estaba a punto de dirigirse a la puerta cuando se acordó de algo.

—¿Te importaría decirme por qué llegaste tarde a la escuela? Sabiendo lo


que sé ahora, me imagino que no estabas atascado en un barco no mago en
el Océano Índico.

—No, estaba en África en el compromiso de mi hermano, la familia de su


novia se trasladó al Reino de Kalahari hace varias generaciones e incluso en
Exilio no se trasladaron lejos del Kalahari.

—¿Así que la mujer realmente es tu futura cuñada?


—Me temo que sí. —La mirada de Kashkari paseó brevemente a la fotografía
de la fête5 de compromiso—. En cualquier caso, allí estuvimos, hablando.
Amara relató lo que había pensado de tan alentadoras noticias, que Madame
Pierredure había surgido para distribuir armamento y poderes a los magos
en varios reinos que estaban planeando secretamente ataques a las
instalaciones de Atlantis.

—Cuando en realidad se suicidó hace años.

—En nuestra casa, no menos; ella y mi abuela habían sido amigas en la


escuela y había aparecido en la puerta después de que las rebeliones
hubieran fracasado. Le dijimos a Amara todo. Los días siguientes fueron
una mancha, eso fue lo que retrasó mi regreso a Gran Bretaña.

Titus asintió.

—¿Y hay una razón en particular para que eligieras contarle a Fairfax acerca
de tus sueños proféticos?

—Fairfax es un caso raro. Tenía la esperanza de que serías capaz de decirme


más, ya que siempre se entendió que era tu amigo. Pero mientras yo sé que
él nunca había estado aquí antes del comienzo del pasado Periodo, lo que
no puedo decidir es si tú lo pusiste aquí, o si Atlantis lo puso aquí y debes
hacer tu mejor esfuerzo para tolerarlo.

Titus miró a Kashkari. Se preocupó por muchas cosas y urdió un sinfín de


escenarios posibles para defenderse, pero nunca se le había ocurrido que
alguien pudiera ver a Fairfax como un posible agente de Atlantis.

—¿Por qué crees que Atlantis lo puso aquí?

—Porque para dos personas que se supone que son amigos, a veces
ciertamente parecen como si no pueden soportarse el uno al otro.

A veces Titus olvidaba el gran desencuentro entre él y Fairfax a principios


del Periodo de Verano. La brecha entre ellos había parecido un abismo
insalvable, completamente. Lo cual sin embargo lograron salvar.

¿Significaba que había esperanza para ellos esta vez también?

—¿Has mencionado tus sospechas acerca de Fairfax a alguien, alguien en


absoluto?

5 Fête: Palabra francesa que significa fiesta.


—No. Sin embargo, él llegó a nuestro medio, ha sido más que útil en todo.

Belleza interior. Eso era a lo que los muchachos habían respondido en


Fairfax desde el principio, su amabilidad, su confortable compañía, su fácil
aceptación de ellos como eran.

—Yo no iría hablando por ahí nada de Fairfax.

—Entiendo. ¿Y la Sra. Hancock?

La Sra. Hancock era un problema muy diferente. Titus no tenía la menor


intención de confiar en alguien con el símbolo del torbellino en su tirador.

—Déjame preguntar por ahí.

Se dieron las buenas noches y Titus caminó hacia la puerta. Cuando estaba
a punto de salir, sin embargo, Kashkari habló de nuevo.

—Su Alteza.

Titus no se dio vuelta.

—¿Qué pasa?

—Puede no decir nada de lo que usted cree, Su Alteza, pero recuerde mis
poderes —dijo Kashkari, su voz tranquila y fresca—. He visto quién es, y esa
es la única razón por la que he arriesgado mi vida y las vidas de todos los
que amo diciéndole la verdad. Algún día espero que devuelva esa confianza.
CAPÍTULO 21
Traducido por Helen1

Corregido por Mari NC

D esierto del Sahara

Media hora había pasado desde que Fairfax hizo caer un rayo y enterró los
carros blindados, media hora sin problemas por causa de los esbirros de
Atlantis. El sol estaba fuerte, blanco e implacable; la arena ondulada, como
la superficie de un mar impulsado por el viento. El wyvern de arena, una
criatura resistente, se había recuperado en gran parte de la descarga
eléctrica que había recibido, y volaba de manera constante a velocidades
superiores a ciento veintinueve kilómetros por hora. Pero Titus no se atrevió
a bajar la guardia y mantuvo el escaneo de diferentes partes del cielo con
hechizos de vista lejana. Una vez que él y Fairfax habían sido encontrados,
se hacía mucho más fácil para Atlantis establecer un nuevo rango de
búsqueda. Sus fuerzas ya no necesitaban peinar cada pulgada de arena en
todas las direcciones desde el círculo de sangre original, sino que podían
concentrarse en un área muy reducida.

Efectivamente, antes de que otros cinco minutos pasaran, vio a un trío de


wyverns albinos. Se encontraban a varios kilómetros detrás, pero eran más
rápidos, las criaturas más pequeñas y esbeltas eran a menudo más rápidas
en el vuelo.

Además, el problema no estaba en esos tres wyverns, sino en todos los


demás que seguro vendrían, ahora que él y Fairfax habían sido vistos de
nuevo.

Después de estudiar a los jinetes más de cerca, sin embargo, cambió de


opinión acerca de ellos no siendo su mayor preocupación. Los jinetes habían
lanzado una red detrás de ellos, que se asemejaba a una capucha poco
práctica de aspecto desgastado en una cabeza invisible.
Un acelerador de hechizo: estaban a punto de implementar un lanzamiento
de hechizos a distancia.

En el lanzamiento de hechizos a distancia, el equipo de búsqueda estaba en


desventaja, ya que el objetivo seguía alejándose, lo que significaba que un
hechizo tenía que viajar más lejos. Mientras que una cierta cantidad de
distancia era necesaria para que la fuerza del hechizo se construyera —5
kilómetros en general se consideraba la distancia más óptima— más allá de
eso el hechizo comenzaba a debilitarse de nuevo.

Pero un acelerador de hechizo impulsaba tanto la potencia y la resistencia


del hechizo, lo que presagiaba problemas a dos fugitivos.

Titus sacó su varita, los Atlantes no eran los únicos familiarizados con el
lanzamiento de hechizos a distancia. Se concentró, se estabilizó, y encerró
a su objetivo, hechizos dejando sus labios uno tras otro.

Podía ver lo que ellos estaban haciendo y ellos estaban sin duda conscientes
de su acción. Pero ninguna de las partes esquivó, cada uno decidido a
desplegar tantos hechizos como fuera posible, en caso de que la mayoría de
ellos, en un fallo de su puntería, solo se esfumaran en la nada en algún
lugar alto en la atmósfera, o en contra de la superficie del desierto debajo.

En el último momento posible, Titus envió al wyvern de arena en picada casi


vertical.

Detrás de él, el trío de wyverns albinos, que habían estado volando en


formación cerrada, respondió a la caída brusca del peso de sus jinetes y se
desviaron en diferentes direcciones.

El wyvern de arena se retiró de la inmersión y comenzó a ganar altitud de


nuevo.

—¿A qué se debe la turbulencia? —murmuró Fairfax, con los ojos cerrados.

—Esquivamos ciertos lanzamientos de hechizos a distancia.

—Mi héroe. Pero, ¿no puede una chica dormir en paz por aquí? —Hubo un
atisbo de sonrisa socarrona en la esquina de su boca.

Él besó la parte superior de su cabeza.


—Por supuesto. Personalmente voy a garantizar un viaje tan suave como el
de una alfombra voladora.

Pero el wyvern de arena no quería cooperar. En el momento en que un


pequeño oasis apareció en el horizonte, se dirigió directamente hacia el
bosque de palmeras datileras. Y Titus, a pesar de su mejor esfuerzo, no pudo
desviarlo de su curso.

Solo podía apuntar una serie de hechizos de pacificación en el tren de


camellos parados muy cerca unos de otros, justo detrás de las palmeras.

Los camellos masticaron y miraron plácidamente al wyvern de arena,


mientras las palmeras se balanceaban en la corriente generada por sus
enormes alas. Los humanos, sin embargo, no poseían tal ecuanimidad. De
los cuatro bronceados hombres barbudos, uno se desmayó de plano, dos
alcanzaron sus rifles, y otro su Corán.

Titus desmontó y llevó a la bestia, tan alta como una casa de dos pisos, a la
charca en el centro del oasis.

—Assalamu alaykum —dijo a los tres hombres que estaban todavía


conscientes.

La paz sea contigo.

El hombre mayor con el Corán abrió y cerró la boca varias veces, pero las
palabras no salieron.

Un hombre joven en un polvoriento keffiyeh6 rojo carraspeó algo, pero como


el árabe de Titus se limitaba a algunas frases de cortesía, no se molestó en
responder.

Otro joven con turbante marrón ladeó un arma de fuego, pero el anciano le
puso una mano en su brazo. El wyvern bebió y bebió y bebió. Cuando
terminó, Titus lo persuadió para tirar abajo una rama de palmera datilera,
para que pudiera cortar un racimo grande de dátiles.

Con otro “Assalamu alaykum” a los caravanistas, todavía agazapados, instó


al wyvern de arena a tomar el cielo de nuevo.

6 Keffiyeh: Es un pañuelo tradicional de Oriente Medio y Arabia, Se suele llevar envolviendo


la cabeza de diversos modos.
Después de una hora o así, Titus bajó al wyvern de arena a una distancia
de un kilómetro y medio de una colina rocosa baja. La colina se veía estéril,
pero cualquier sombra del desierto, en cualquier parte donde el agua podía
condensarse y recogerse, jugaba como huésped para la vida. Él envió a los
dos tramos de cuerda de caza todavía en su poder para encontrar una buena
cena para el wyvern de arena y se agachó para darle un poco de agua a
Fairfax.

Ella bebió con los ojos cerrados.

—¿Me quedé dormida de nuevo?

—Con la panacea, incluso cuando dejes de dormir todo el tiempo, todavía


dormirás mucho. Además, te esforzaste demasiado cuando Atlantis nos
encontró.

Lo cual podía obstaculizar su recuperación. Idealmente, debería ser más que


descanso para ella, hasta que su patrón de sueño volviera a la normalidad.

—¿Más cosas peligrosas ocurrieron después del lanzamiento de hechizos de


distancia?

—No a nosotros, pero hay algunos caravanistas que tendrán historias que
contar a sus nietos. Probablemente tejerán detalles elaborados sobre el
wyvern de arena comiéndose la mitad de sus camellos, mientras que el
demoníaco jinete con cuernos reía.

Ella rio entre dientes.

—Eso suena como tú.

—Estoy muy orgulloso de mi cola bifurcada, pero voy a negar la existencia


de cuernos hasta mi último aliento.

Ahora ella entreabrió los ojos.

—Todo lo que veo es un halo.

—Tu elogio hizo que mi cola se cayera. Mira lo que has hecho.

Ella se rio de nuevo, en voz baja.

—¿Entonces el wyvern de arena tuvo suficiente agua?

—Creo que sí. Y eso fue pura codicia de parte del wyvern de arena, ellos
pueden andar diez días sin agua.
—Sería bueno si nosotros pudiéramos, aunque no estoy segura de que
quiera que mi piel se vea como eso. —El wyvern de arena era casi invisible
cuando está cerca del suelo del desierto, su exterior se asemeja exactamente
a un montón de pequeñas rocas medio enterradas en arena.

—Odio tener que decirte esto, pero así es como nuestra piel ya se ve.

Ella cerró los ojos de nuevo.

—Tu apariencia sin duda está sufriendo. Mi belleza, sin embargo, es tan
indestructible como las alas de los Ángeles.

—Bueno —dijo él—, te ves real…

Sus pestañas revolotearon.

—…mente marchita.

Sus labios se curvaron.

—¿Puedo recordarte que estás hablando con alguien capaz de golpearte con
un rayo?

—¿Hay algún punto en coquetear con una chica que no es capaz de eso?

—¿Así que esta es tu idea de coquetear?

Él le acunó su mano en una de las de él para comprobar su pulso.

—Como sea que yo lo llame, tu corazón está latiendo rápidamente.

—¿Estás seguro de que no es un efecto residual de la panacea?

Él frotó el pulgar sobre su muñeca. Su piel era tan suave como la primera
brisa de verano.

—Estoy absolutamente seguro.

La respiración de ella se aceleró. Sus labios se abrieron ligeramente. Y de


repente, el corazón de él latía fuerte, sangre corriendo a sus oídos.

Al siguiente momento, él fue sorprendido por una cuerda de caza de regreso,


envuelta alrededor de una serpiente aun retorciéndose.

Ella se rio y rio mientras él luchaba con la cuerda de caza, tratando de


aflojarla sin ser mordido por la serpiente, mientras que el hambriento
wyvern de arena gruñó con impaciencia.
Con el wyvern de arena por fin disfrutando de su merienda, regresó a su
lado. Ya estaba casi dormida de nuevo.

—Bueno —dijo—, por lo menos esta vez no fuimos interrumpidos por un


wyvern de arena.

—No —respondió ella, su voz apenas audible—. Pensé que podríamos hacer
saltar algunas chispas. Pero ahora sé que nada de lo que hagamos competirá
con el abrazo apasionado entre una cuerda de caza y una serpiente.

Se durmió con una sonrisa en su rostro. Él la miró un largo tiempo,


sonriendo.
CAPÍTULO 22
Traducido por martinafab

Corregido por Mari NC

I nglaterra

El balance y la movilidad de Wintervale se negaron a mejorar. Una semana


después de que se despertara de su largo sueño, todavía no podía
mantenerse en pie por sí mismo, mucho menos bajar por la barandilla con
un golpe y un grito triunfal, como solía hacer.

Para ir y volver de las clases, comer en el comedor, incluso para ir al baño,


otra persona tenía que acompañarlo. Ese alguien era casi siempre Kashkari,
quien había tomado sitio en la habitación de Wintervale, por lo que este
último no tenía la necesidad de gritar a todo pulmón si necesitaba una
galleta de su gabinete o necesitaba abrir la ventana para tomar un poco de
aire fresco.

Pero esa no era la única cosa diferente de Wintervale.

Él siempre había sido más abierto con Titus que con los otros chicos, más
franco sobre las frustraciones de su vida: su frágil madre, su nostalgia por
el Dominio y, más oblicuamente, su temor a no estar a la altura del gran
nombre de Wintervale.

Atisbos de una vida interior. Visiones fugaces, mientras Wintervale estaba


decidido a divertirse al máximo y era bastante adepto —o eso es lo que Titus
sospechaba— a enterrar cualquier confusión emocional bajo una nueva
ronda de diversión.

El nuevo Wintervale todavía mantenía esa apariencia externa de convivencia


dicharachera. Pero ahora, cuando se encontraban a solas —rara vez ya que
Kashkari era su casi constante compañero— Titus lo encontraba como
alguien más tranquilo y más inquisitivo.
Su ansiedad principal era por su madre y Titus se alegraba de decirle la
verdad: no había noticias sobre Lady Wintervale. Wintervale también quería
saber qué había pasado con todos los otros magos atrapados por Atlantis
esa noche en Grenoble; de la que Titus también le permitió tener la verdad,
la cual era que Titus no sabía realmente.

Fue cuando Wintervale preguntó sobre el estado de la resistencia en general


que Titus azucaró sus respuestas. No quería que Wintervale se viera
desmoralizado por el fuerte golpe con el que había tratado Atlantis a la
resistencia, tampoco quería dar la impresión de que estaba interesado
personalmente en los acontecimientos que estaban tomando lugar.

Pasaron seis días después de que Wintervale se despertara para hablar del
futuro por primera vez, dos oraciones simples, declarativas.

—Voy a encontrar a la resistencia. Y voy a unirme a ella.

—No puedes caminar por ti mismo.

El problema desconcertaba a Titus. Wintervale podía mover los dedos de los


pies. La mayoría de sus extremidades inferiores ciertamente tenían
sensibilidad: calor, frío, tacto, él los sentía. Con apoyo, se arrastraba, con
eficacia suficiente como para llegar a donde tenía que ir. Pero sin la fuerza
de otro para compensar su propia falta de equilibrio, incluso si se apoyara
de espaldas contra una pared, después de un minuto o así comenzaría a
inclinarse hacia un lado y no sería capaz de enderezarse.

Le habían dicho a todos que Wintervale había forzado gravemente un


músculo, mantener la verdad escondida, de otra manera, haría que la Sra.
Dawlish insistiera en atención médica adicional, y Wintervale no querían ser
pinchado y cortado.

—No necesito caminar para usar mis poderes elementales —dijo


Wintervale—. Pueden montarme en un wyvern.

—Nunca antes has montando un wyvern.

—Puedo aprender, después de encontrar a la rebelión. ¿Estás seguro de que


no tienes ningún contacto?

—Estoy seguro. —Al menos en este frente Titus no tenía la necesidad de


mentir. Su madre había muerto por su implicación con los rebeldes; no tenía
planes para repetir ese error—. Que tengas suerte en localizar a la
resistencia sin ser descubierto por Atlantis.
La expresión del rostro de Wintervale no era tanto la decepción como la
desesperación: él había sobrevivido a ser perseguido por Atlantis, había
descubierto una habilidad rara y maravillosa en sí mismo, y sin embargo
permanecía atrapado en esta escuela no mágica, sin forma de encontrar a
su madre o contribuir con la resistencia.

A continuación, Kashkari entró en la habitación, Cooper y Sutherland


detrás. Titus salió, pero la angustia de Wintervale permaneció con él.

Por naturaleza y por necesidad, se preparó sin cesar para el futuro. Después
de descubrir que durante todo ese tiempo su madre se había referido a
Wintervale, sin embargo, no podía pensar en la próxima semana, o siquiera
en el día siguiente sin que alguna parte de sí mismo retrocediera: sin Fairfax,
¿qué futuro podía haber?

Pero no podía permitir que esa peligrosa auto-indulgencia continuara. Sus


sentimientos personales no importaban, nunca lo hicieron. Sólo la tarea era
primordial.

Lo que más necesitaba, obviamente, era que Wintervale recuperara el


equilibrio y la movilidad. Era imposible para él arrastrar a Wintervale en su
condición actual a través de toda la amplitud de Atlantis hasta el Palacio del
Comandante en las tierras altas, o al menos muy desaconsejable.

En algún momento tendría que decirle a Wintervale todo, o como mínimo


admitirle a Wintervale que él también estaba dispuesto a encargarse de
Atlantis. Pero con el historial de Wintervale de indiscreción, Titus planeaba
esperar hasta que fuera absolutamente necesario.

Lo que podía hacer mientras tanto, tanto para preparar a Wintervale e


impulsar la moral de este último, era llevarlo al Crisol. Atlantis ya sabía
sobre el Crisol. Así que incluso si Wintervale inadvertidamente parloteara
sobre ello, no alertaría a Atlantis de nada nuevo.

Antes de que se atreviera a enseñarle el Crisol a Wintervale, sin embargo,


debía purgar todos los rastros de Fairfax del libro.

Se sentó en el laboratorio y estudió sus imágenes durante un largo tiempo,


en las ilustraciones de “El Oráculo de las Aguas Tranquilas” y “La Bella
Durmiente”. Sin esas ilustraciones, después de que ella dejara la escuela, él
nunca podría ser capaz de verla de nuevo.
Deshizo los cambios que había hecho y devolvió las ilustraciones a su estado
original.

Cuando estaba a punto de cerrar el Crisol, se acordó de echar un vistazo a


“La Batalla de Bastión Negro”, la historia de Helgira. Y ahí estaba, el rostro
de Fairfax. Él había añadido su imagen a las otras dos historias, pero no a
esta. Un rápido examen al registro de modificaciones que el Crisol mantenía
le informó de que la imagen había sido alterada hace veinte años.

Hace veinte años esta copia del Crisol perteneció a su madre.

No lo hagas, se dijo. ¿Qué importaba ahora el por qué la Princesa Ariadne


había realizado el cambio?

Pero tomó el diario y lo abrió.

5 de febrero, AD 1011

Muchas veces veo un lugar en mis visiones y no tengo ni idea de


la ubicación. Esta vez no. Esta vez reconozco de inmediato la
forma descomunal del Bastión Negro, uno de los lugares más
difíciles en el Crisol.

Es de noche, pero la fortaleza está iluminada por antorchas. Y


cerca de la cima del baluarte, en un balcón que durante el día
tendría una magnífica vista, se encuentra una mujer joven en un
vestido blanco, sus largos cabellos negros agitándose en el
viento.

¿Es esta Helgira?

Padre había querido que practicara el entrar en las cámaras


interiores en el Bastión Negro con el fin de utilizar la alcoba de
oración de Helgira como un portal. Para ello, una vez me había
disfrazado de criada para entregar una jarra de vino, pero había
sido reconocida como una impostora casi de inmediato y tuve
apenas tiempo para gritar “Y vivieron felices para siempre” para
evitar ser cortada en pedazos.

Cuando la visión me dejó, encontré mi copia del Crisol y volví a


la historia de Helgira. La ilustración muestra a una mujer de
unos treinta años, todavía hermosa pero llena de cicatrices y
aguerrida, nada como la belleza elegante que había visto en el
balcón.

¿Quién es ella, entonces?

3 de septiembre, AD 1011

Es Helgira.

La mujer joven con el vestido blanco y el pelo largo agitado


levanta las manos y lanza el rayo de luz más imponente que he
presenciado, la energía de todo un cielo turbulento concentrado
en un haz singular de poder.

Helgira la portadora de la luz. Nunca ha habido ningún otro.

Así que así es como luce.

19 de septiembre, AD 1011

He cambiado el rostro de Helgira en mi propia copia del Crisol, la


copia del monasterio y de la copia de la Ciudadela; espero que a
padre no le importe, ya que consideraba la copia de la Ciudadela
como su copia personal.

Pero ahora que lo he hecho, empiezo a preguntarme por qué


debería haber visto esta visión en absoluto. Las hazañas de un
personaje folclórico que sólo existe en la ficción —y en el Crisol—
no son algo que uno debe ver en una visión sobre el futuro,
¿verdad?

Pero su madre sí había visto el futuro. Esa había sido Fairfax de pie en el
balcón de Helgira, llamando al rayo de luz que mataría al Bane de un golpe.
Muerto temporalmente, al menos.

Debido a que la Princesa Ariadne había alterado la imagen de Helgira dentro


del Crisol, Fairfax había sido capaz de moverse libremente por Bastión
Negro. Y cuando los Atlantes habían exigido respuestas sobre la chica que
había hecho caer el rayo, Titus había sido capaz de encogerse de hombros y
decirles que aprendieran algo sobre el folclore del Dominio.

Fairfax había sido magnificada a lo largo de su vida.

¿Por qué entonces no podía seguir siendo la Elegida?

El lago se separó.

Era un mar interior, de hecho, tan grande que las lejanas orillas estaban
por debajo del horizonte. En su parte inferior, un grupo de escolares había
quedado atrapado en el interior de una burbuja de aire cada vez más
pequeña.

Fairfax había pasado una buena cantidad de tiempo en este cuento,


tratando de rescatar a los escolares. Nunca había tenido éxito completo.
Pero ahora, con Wintervale en la tarea, las profundas aguas del lago se
abrieron para revelar un camino fangoso, de kilómetro y medio hacia la
burbuja de aire.

Titus negó con la cabeza lentamente. ¿Qué podría hacer uno salvo
maravillarse ante tal magnitud de poder?

Llevó a Wintervale a una historia diferente: “El Otoño de Las Langostas”.


Wintervale echó un vistazo a la multitud de langostas que se acercaban al
campo de un pobre granjero, y, con una sonrisa de lobo, levantó las manos.
Invocó tal ciclón, que todo el enjambre salió volando sin dejar rastro.

En otra historia, levantó rocas de cincuenta toneladas como si no fueran


más pesadas que unas pelotas de tenis y construyó fácilmente un alto muro
alrededor de una ciudad a punto de ser pisoteada por gigantes. Desde lo alto
de la pared, la gente del pueblo atacó los blandos puntos vulnerables en la
parte superior de las cabezas sin protección de los gigantes, llevándolos a
una emocionante victoria.

—¡Esta es la mejor sensación que experimentado en toda mi vida! —le gritó


Wintervale a Titus, mientras los gigantes caían como fichas de dominó,
haciendo que la muralla debajo de sus pies golpeara.

Titus debería estar feliz: había leído La Vida y Hechos de Grandes Magos
Elementales una y otra vez y Wintervale estaba con toda seguridad dando la
talla. También tendría que estar aliviado por haber tomado la decisión
correcta: aparte de su incapacidad para dirigir un rayo, los poderes de
Wintervale eran en todos los sentidos superiores a los de Fairfax.

Sin embargo, Titus se sentía... incómodo: nunca había sabido lo que era
lograr la meta de uno en un gran salto, en lugar de a través de años de
trabajo intenso. Sacudió la cabeza y se recordó a sí mismo que mejor
disfrutara del momento, ya que la parte más difícil estaba por venir.

Siempre.

El entusiasmo de Wintervale no paró de cesar mientras salían del Crisol.

—Ni siquiera puedo decirte cuán listo estoy para encargarme de un


escuadrón de carros blindados y saludarlos con estas enormes rocas.

—Lo cual sólo puedes hacer cuando hay este tipo de rocas cerca.

—O puedo arrancarlas de un tirón de los huesos de la tierra. —Wintervale


se entusiasmó—. Imagina si mi padre hubiera tenido a alguien como yo
durante la Insurrección de Enero.

El resultado habría sido diferente, tuvo que admitir Titus, al menos para
algunas batallas. Con el Crisol en mano, se levantó del catre de Wintervale,
en el que habían estado sentados hombro con hombro. Había sido un riesgo
calculado llevar el Crisol a la escuela, pero Wintervale nunca había
teleportado bien y Titus no estaba listo para revelar la ubicación de la nueva
entrada al laboratorio.

—¿Te importaría llevarme al baño antes de marcharte? —le preguntó


Wintervale.

Los poderes elementales de Wintervale habían estallado en amplitud, pero


su vejiga parecía haberse reducido en tamaño, por lo menos cuando Titus
estaba cerca.

—Vamos, entonces.

Wintervale se levantó, no en la dirección de la mano extendida de Titus, sino


hacia la ventana, y casi se dio un cabezazo por su problema. Titus apenas
le impidió golpearse con una esquina de sus estantes.

—¡Con cuidado!

Wintervale quedó con la frente apoyada contra el cristal de la ventana.


—Por un momento... por un momento pensé que era mi madre.

Pero todo lo que Titus vio cuando miró afuera, además de un vendedor
ambulante que nunca había visto antes en este Periodo, fue la habitual calle
fuera de casa de la Sra. Dawlish.

Cuando Iolanthe llegó al laboratorio, después de que se apagaran las luces,


el príncipe ya estaba allí. O más bien, él estaba en el Crisol, con la mano
sobre el libro, la cabeza apoyada en la mesa.

Incluso aparentemente dormido, parecía tenso y preocupado. Su corazón se


encogió, deseaba todavía poder ayudarle.

¿Entonces por qué no lo haces?, le preguntó otra parte de ella. Incluso si no


eres la gran heroína que imaginaste que ibas a ser, todavía hay mucho que
hacer.

Pero él no quiere mi ayuda.

Él sólo dijo que no eres la Elegida. ¿Cuándo te dijo que ya no necesitaba tu


ayuda?

Al lado del Crisol en la mesa había una caja de pasteles con una nota por
debajo. Sacó la nota para leer.

Dalbert me dijo que la tienda de la Sra. Hinderstone también


vende pasteles Francos, que son muy populares entre los
clientes. Estos son de París. Espero que te gusten.

“Estos” eran dos bollos de crema, una pequeña tarta de frutas, y un


milhojas, que consistía en capas alternas de crema pastelera suave y
hojaldre de mantequilla.

Casi apartó la caja de su alcance, asustada de que en su contenido sólo


podría degustarse angustia y rechazo. Pero de alguna manera un pedazo de
la tarta de frutas encontró su camino hacia su boca. Estaba deliciosa más
allá de lo creíble, y en lo único que podía pensar era en el cuidado que
siempre había tenido él con ella.
Ella puso su mano sobre la suya y la mantuvo allí durante varios minutos,
antes de que empezara la contraseña y la refrenda para entrar en el Crisol.

En la sala de lectura, Titus estaba sentado con la frente apoyada contra el


libro tamaño gabinete delante de él, con los ojos llorosos.

—¿Estás bien? —dijo la voz de Fairfax.

Se enderezó.

—Odio sonar como un reloj roto, pero no es seguro para ti dejar la casa de
la Sra. Dawlish después la apagada de luces.

—Lo sé.

Ella lo miró con extrañeza. Él no podía decidir si estaba disgustada con él…
o todo lo contrario.

—No estás durmiendo lo suficiente —le dijo ella.

—Yo no duermo bien, en cualquier caso. Pero no estaba dormido,


simplemente abrumado por la información.

—¿Qué información?

—Necesito que Wintervale sea capaz de caminar por su propio poder antes
de que podamos salir en busca de Atlantis. Pero antes de eso, tengo que
averiguar qué es exactamente lo que le pasa. —Golpeó el tomo sobre la
mesa—. Esta es la referencia más completa sobre cómo interpretar las
lecturas del indicador Conoci-todo. Algunas combinaciones de inmediato
estrechan la elección a uno o dos diagnósticos probables. Pero el deterioro
de la motora gruesa y la inestabilidad mental abren infinitas posibilidades:
cualquier cosa desde el inicio de una nueva fobia a una fragmentación
irreparable de la psique.

—¿Qué?

Él negó con la cabeza.

—El caso de la fragmentación de la psique data de hace casi quince siglos,


en la época en la que los magos seguían debatiendo si el cáncer era un
castigo divino por fechorías ilícitas. No voy a prestarle atención a nada de
eso.
—Entonces, ¿qué te preocupa?

—Hace un rato, casi se cayó por intentar llegar a la ventana, porque pensó
que había visto a su madre afuera. Sin embargo, desde donde estaba
sentado, no habría visto nada más que el cielo, y tal vez un poco de techo
del lado opuesto de la calle.

—¿Crees que estaba alucinando?

—No, no lo creo. Estaba muy lúcido. Pero el incidente me hizo recordar que
cuando usé el indicador Conoci-todo con Wintervale, todavía estaba bajo el
efecto de la panacea, durmiendo todo el tiempo. En ese momento había
pensado que el indicador dio una lectura del deterioro en las habilidades
motoras gruesas porque no podía moverse sin ser llevado, que el indicador
había sido engañado por la panacea, por así decirlo.

—Y esperabas que la lectura de la inestabilidad mental también hubiera


sido influenciada por la panacea —dijo—, porque no es normal que alguien
duerma todo el tiempo.

—A menos que el indicador haya resultado estar del todo en lo cierto en


cuanto a su dificultad para moverse.

Él se preguntaba a medias si ella de nuevo lo acribillaría por su falta de


compromiso con Wintervale, pero se limitó a decir, en voz baja:

—Nada nunca ha sido fácil para ti, ¿verdad?

Algo en su tono le llamó la atención: la ausencia de ira. Desde el día del


torbellino, sin importar que tan amablemente hablara, él siempre había
oído, en voz alta y clara, la furia debajo de sus palabras.

Pero no en este momento. En este instante no era más que su amiga.

—No, estás equivocada —dijo él—. He sido una persona inmensamente


afortunada, sobre todo por los amigos que tengo.

Por ti.

Ella lo miró por un largo momento, luego se metió la mano en la chaqueta y


sacó un pequeño sobre.

—Toma esto. Un regalo de cumpleaños.


Era su decimoséptimo cumpleaños, un día que él había querido dejar pasar
desapercibido, pero le emocionó que ella se hubiera acordado. Cuando abrió
el sobre, sin embargo, vio que contenía los vértices del cuasi-teleportador.

—No —dijo conmocionado—. No, no puedo. Son para mantenerte a salvo.

Ella rodeó el escritorio y metió el sobre en su bolsillo.

—Estoy lo suficientemente a salvo. Tienes que cuidar de ti mismo.

Después de que la hubiera visto volver de forma segura a su habitación,


Titus se quedó acostado en la cama por un largo tiempo, el sobre sobre su
esternón, pensando en lo inmensamente afortunado que era por tener a sus
amigos.

A ella.
CAPÍTULO 23
Traducido por Simoriah

Corregido por Mari NC

D esierto del Sahara

Le llevó a cada una de las dos cuerdas de caza varios viajes para satisfacer
el apetito del wyvern de arena. Mientras la bestia cenaba, Titus la examinó,
como una cortesía de jinete, para asegurarse de que la montura no tuviera
heridas ni incomodidades.

Casi no vio la ligera decoloración en la cresta de la columna del wyvern. Una


sensación de frío en la nuca lo hizo mirar de nuevo: un localizador que había
sido hecho del color exacto del wyvern, excepto que se había desvanecido
ligeramente por la exposición a los elementos.

Casi aturdidamente, revisó el resto de la cresta de forma extraña. Dos


localizadores más. ¿Cuántos más no había encontrado?

Destruyó todos los localizadores y miró hacia arriba. Nada se cernía todavía
en el cielo. El grupo que había despachado más temprano con hechizos de
distancia probablemente se había encontrado con ellos por casualidad; el
tipo de localizadores que habían sido puestos en el wyvern demandaban un
poco de ensayo y error para ser rastreados.

La indecisión lo paralizó: la mitad de él quería saltar sobre el wyvern y salir


volando; la otra reconocía que no tenía sentido ir a ningún lado a menos que
le quitara todos los localizadores a la montura.

Buscó, inspeccionando cada centímetro cuadrado del exterior escamoso de


la criatura y toda la envergadura de sus alas. Encontró un localizador
pegado a la garra, otro en la punta del hueso de un ala.

¿Eso era todo?


Se estaba poniendo oscuro, pero no había error en la nube de tormenta que
se extendía en el horizonte, la cual no era una nube de tormenta en
absoluto, sino cientos de wyverns volando en cercana formación.

Que la fortuna lo protegiera, porque nada más lo haría.

En lugar de destruir la última tanda de localizadores, los lanzó hacia abajo.


Tomó asiento en la montura detrás de Fairfax, ya atada y profundamente
dormida, e instó al wyvern de arena a volar, pero tan cerca de la tierra como
era posible sin que las puntas de sus alas golpearan la superficie.

Cuando quizás había hecho un kilómetro y medio, hizo aterrizar al wyvern,


lo hizo echarse y realizó un hechizo de hipnosis. El wyvern resopló un par
de veces y cerró los ojos. Él levantó a Fairfax de la silla de montar, quitó la
montura del lomo del wyvern y la ocultó debajo de una de las alas del
wyvern. A continuación, estableció un círculo de sonido y un escudo
extensible más allá, para que la presencia del wyvern no pudiera ser
percibida ya fuera por su olor o su respiración como ronquidos.

Fairfax y él se ocultaron bajo la otra ala del wyvern. Debería distanciarlos


del wyvern, pero si la bestia probaba ser todavía rastreada, estaban
condenados en cualquier caso, ya que él no podría hundirlos en las dunas
y la tienda de camuflaje no era algo en lo que él se atreviera a confiar cuando
una luz brillante podía ser emitida directamente sobre ella.

Con un ruido como mil banderas flameando en un vendaval, sus


perseguidores llegaron. Él contuvo el aliento y levantó el ala del wyvern de
arena lo suficiente para espiar. Wyverns y carros blindados oscurecían el
cielo ya sombrío. Algunos hicieron círculos encima de ellos, algunos bajaron
en patrones cruzados y otros se dirigieron directamente hacia el lugar donde
él había dejado caer los localizadores.

La escala de la caza le quitó el aliento.

Un wyvern aterrizó a sesenta metros de distancia. Él tomó la mano de


Fairfax. No le hacía sentir menos miedo tener la mano de ella en la de él,
pero hacía que la miseria de tener miedo fuera más soportable.

Otro wyvern aterrizó, incluso más cerca.

Una conmoción atravesó a los Atlantes. Gritos se elevaron.

—¡La base está siendo atacada!


—¡Debemos regresar!

—¡Debemos proteger al Lord Alto Comandante!

El Lord Alto Comandante. Fairfax soltó un quejido; Titus estaba aplastando


su mano con la suya. Obligó a sus dedos a aflojarse. ¿El Bane estaba en el
Sahara?

—¡No iremos a ninguna parte! —respondió una voz ronca y autoritaria—.


Nuestra orden vino directamente del Lord Alto Comandante y esa orden es
capturar a esos dos fugitivos.

Algo atravesó el aire. Fue seguido de un penetrante grito, como si un jinete


hubiera sido atravesado en el estómago.

Más proyectiles, un bosque de largos y delgados objetos, fueron lanzados


hacia los Atlantes. Por un momento Titus pensó que miraba cientos de
cuerdas de caza. Pero no, eran lanzas, encantadas para perseguir y
atravesar enemigos.

Se quedó sin habla; debían haber pasado mil años, al menos, desde que
lanzas encantadas fueran las armas más avanzadas en una batalla de
magos.

Pero la ventaja de hacer llover armamento antiguo era que pocos soldados
modernos habían sido entrenados para lidiar con eso. Las lanzas buscaban
a los jinetes, en lugar de hacerlo con los wyverns, el cuero y las escamas de
estos eran demasiado duras para que ser penetradas. Los jinetes ordenaron
a sus wyverns a golpear las lanzas con sus alas, pero una lanza que había
sido derribada al suelo simplemente volvía a saltar hacia arriba e iba tras el
jinete más cercano.

Algunos wyverns exhalaron sobre las lanzas, pero los fuegos de los wyverns
de arena no eran lo suficientemente fuertes para derretir las lanzas, sólo lo
suficientemente calientes para calentarlas al rojo vivo, haciéndolas incluso
más peligrosas.

—¡Vuelen! —se elevó una voz clara y brusca sobre el caos y la confusión.
Titus la reconoció como la del brigadier del primer día de la cacería de
Atlantis—. El encantamiento de esas lanzas no puede durar más de unos
pocos kilómetros. ¡Podemos escapar de ellas!

El estruendo se hizo más distante cuando los Atlantes siguieron la voz del
brigadier. Titus escuchó, tenso. Podía ser un engaño, para hacerlo salir de
su escondite. Pero no tenía muchas opciones. Huir era peligroso; quedarse
en el lugar, igualmente.

Murmuró una rápida plegaria antes de ponerse de pie y volver a poner la


montura en el lomo del wyvern. Levantando a Fairfax en sus brazos, la llevó
a la montura y la volvió a atar a ella.

—Vamos, chica. Si tenemos suerte, podremos ver el Nilo antes del amanecer.

Si no lo hacían, bien podrían ver al Bane.


CAPÍTULO 24
Traducido por Shilo

Corregido por Selene

I nglaterra

—¿Está mejor Wintervale?

La pregunta vino de West, al final de la práctica, mientras Iolanthe se ponía


un abrigo de lana sobre su equipo. En los últimos días, el clima se había
vuelto frío, casi penetrante. Los veintidós habían practicado en una ligera
lluvia con bruma, con los espectadores frotando sus manos y saltando en
sus sitios para mantenerse calientes.

—Igual que antes, más o menos —dijo Iolanthe, abotonando su abrigo.

—¿Cómo lo está tomando, no ser capaz de moverse por sí solo?

—Con admirable estoicismo, debo decir.

Ella había escuchado acerca de la facilidad con la que él hizo uso de su


poder ante el príncipe, quien lo había acompañado al Crisol. Lo que era
seguramente la razón por la que Wintervale, de otra manera activo y casi
inquieto, había podido soportar su pérdida de movilidad con tal gracia. ¿Qué
importaban ya las victorias o derrotas en el campo de críquet, cuando el
chico que siempre había temido una vida de mediocridad ahora tenía la
oportunidad de ser un héroe por los siglos?

—Lo visitaré en unos días —dijo West—. No quiero que Wintervale piense
que dejó de importar cuando dejó de ser uno de los veintidós.

West se había rasurado el bigote que había llevado al inicio del Periodo. Sin
vello facial se veía bastante diferente. Y ella se dio cuenta por primera vez
que se parecía un poco al príncipe, no como hermanos, pero podían pasar
por primos.
—Estoy seguro de que Wintervale estará emocionado por tu visita. —O por
lo menos lo habría estado el viejo Wintervale.

Iolanthe reunió su equipo y se dirigió a la casa de la Sra. Dawlish, Cooper y


Kashkari junto a ella. Después de un minuto, más o menos, notó que
Kashkari caminaba cojeando ligeramente.

—¿Qué es lo que pasa con tu pierna? —preguntó.

—No me creerías si te lo dijera.

—Yo lo haría —dijo Cooper ansiosamente, mientras envolvía una bufanda


alrededor de su cuello—. Mis hermanos siempre me dicen que yo creería
cualquier cosa.

Iolanthe sacudió su cabeza con afectuosa exasperación.

—Al menos no quieres ser abogado, ahí hay algo que decir por el
conocimiento propio.

—Bueno, esta es la historia —dijo Kashkari—: Wintervale y yo nos


detuvimos en la biblioteca ayer, debido a que tiene que pasar mucho tiempo
reposando, quería algo para leer. Entonces ahí estaba yo, buscando, y este
libro enorme se cayó de la estantería opuesta y me golpeó en la parte trasera
de la pantorrilla.

Los libros simplemente no se caían de los estantes, aunque podía provocarse


que lo hicieran, lo suficientemente fácil. En la antigua escuela de Iolanthe
en Delamer, había habido un aviso destacado en la biblioteca: No se
permiten los hechizos de convocatoria. Los infractores se reportarán
directamente en la oficina del director.

—¿Alguien lo empujó del otro lado? —preguntó Cooper.

—No había nadie del otro lado. Tuve suerte de haberme movido en ese
momento, o pudo haber caído sobre mi cabeza. —Kashkari les lanzó una
mirada—. ¿Ustedes dos no me creerán ahora?

—No te recuerdo cojeando ayer —dijo Iolanthe. Kashkari había ayudado a


Wintervale tanto a ir como a venir de la cena, la noche pasada.

—Lo siento más hoy. Y la práctica ha puesto todo peor.

—No crees que el libro fracturó un hueso, ¿verdad?


—No, pero ciertamente dejó un gran moretón.

—Algunas veces los poltergeists hacen eso —dijo Cooper con mucha
seriedad—. No había escuchado acerca de la biblioteca estando embrujada,
pero esta es una escuela vieja. Debe de haber fantasmas contrariados de
chicos viejos rondando.

Un viento feroz sopló. Iolanthe presionó su sombrero para prevenir que se


lo llevara.

—Tal vez la Sra. Dawlish tiene algo para eso. Ya sabes, las ancianas y sus
adoloridos músculos —continuó Cooper.

—Puede que le pregunte —dijo Kashkari, no sonando demasiado


entusiasmado por pedirle un remedio a la Sra. Dawlish—. Si esto se pone
peor, no seré capaz de cargar a Wintervale a sus clases.

Cooper, siempre esperando ser útil, saltó ante la oportunidad.

—Yo lo haré. Ya has hecho demasiado.

—Gracias —dijo Kashkari. Luego después de un momento—: me temo que


Wintervale encuentra mi compañía un poco mustia, estos días. Un cambio
para él podría ser bienvenido.

Wintervale solía ser bastante indiscriminado: pasaba una gran cantidad de


tiempo con Kashkari, pero era igualmente feliz si pasaba tiempo con otros
chicos de la casa de la Sra. Dawlish. Ahora, parecía desear solo la compañía
de Titus.

Era perfectamente entendible, solo con Titus podía ser él mismo. De todas
formas, Iolanthe se sentía mal por Kashkari.

—Eso no puede ser verdad —dijo Cooper—. Creo que Wintervale está
rotundamente agradecido de que siempre estés ahí para ayudarlo. El cielo
sabe que yo lo estaría.

Kashkari suspiró.

—Espero…

Algo llamó la atención de los sentidos de Iolanthe, una impresión de objetos


que se precipitaban hacia ella. Balanceó su bate de cricket… y sintió el
impacto del golpe profundamente en su hombro.
Cooper gritó, entre un barullo de golpes y chasquidos.

Tejas, de la casa de la Sra. Dawlish, cuando ya estaban a punto de entrar


por su puerta.

Iolanthe había golpeado una teja y la había enviado en varios pedazos a la


mitad de la calle. Kashkari se veía alterado, pero ileso. Cooper, sin embargo,
había sido golpeado por otra teja y estaba sangrando un poco por un costado
de su cabeza.

Iolanthe miró al techo, no había nadie ahí. Cruzando la calle, el vendedor


ambulante algo sospechoso que había estado merodeando en la tarde
tampoco estaba ahí. Rompió a correr y rodeó la casa, pero no había nadie
en el otro lado de la cresta del techo, ni alguien trepándose por una ventana
o innegablemente escapando.

Cuando regresó a la cuneta fuera de la puerta principal, Kashkari estaba


sosteniendo un pañuelo contra el cráneo de Cooper.

—¿Te sientes débil? ¿O con náuseas? ¿O algo fuera de lo ordinario?

Cooper miró fijamente con fascinación a la mancha roja brillante en su


mano.

—Bueno, mis oídos están zumbando un poco, pero creo que estoy bien. —
Sonrió—. Tendré una historia que contar en la cena.

Kashkari negó con la cabeza.

—Vamos. Vamos a llevarte a un dispensario primero.

Después de que la herida de Cooper había sido limpiada y vendada, Iolanthe


le compró un cono de papel lleno de castañas tostadas de un vendedor
ambulante. De vuelta en la casa de la Sra. Dawlish, lo acomodaron en su
cuarto con una taza de té y un emparedado. Sutherland, Rogers y unos
cuantos chicos abarrotaron su cuarto.

Cooper contó su extraño accidente con gran gusto.

Sutherland, sin embargo, frunció el entrecejo.

—No supones que Trumper y Hogg están detrás de esto, ¿verdad?

Iolanthe negó con la cabeza. Trumper y Hogg, dos pupilos que habían dado
muchos problemas a los chicos de la Sra. Dawlish en el Periodo anterior y
habían sido humillados a cambio, ya no estaban en la escuela. Y aunque
hubieran regresado a Eton específicamente para buscar venganza, carecían
de la competencia para organizar un ataque de precisión a distancia, ya que
no había nadie en el techo.

Pero un ataque así, sin embargo, habría sido demasiado fácil para un mago.

¿Pero contra quién? ¿Iolanthe, que todavía era la maga más buscada del
mundo, o Kashkari, quien, al menos de acuerdo a lo que le había dicho al
príncipe, era un enemigo implacable del Bane?

Más chicos llegaron a ver a Cooper. Iolanthe y Kashkari cedieron sus lugares
y salieron al corredor.

—Gracias —dijo Kashkari.

—No fue nada.

—Pude haber sido golpeado por esa teja, si no hubieras reaccionado tan
rápido.

—O tal vez yo pude haber sido.

—Tal vez —dijo Kashkari, no sonando terriblemente convencido—. Mejor voy


a chequear a Wintervale.

Y ella, decidió Iolanthe, mejor iría a hablar con el príncipe.

El príncipe no estaba en su cuarto. Tampoco estaba en el laboratorio. La


otra entrada del laboratorio era por medio de un faro en Cabo Wrath,
Escocia. Se puso el impermeable del cuidador del faro y salió a pesar del
aullante viento y la lluvia constante, algunas veces al príncipe le gustaba
caminar en el promontorio, cuando había estado leyendo por demasiado
tiempo.

No había señal de alma alguna por ningún lado. Confundida, regresó a la


casa de la Sra. Dawlish. De ahí, caminó a High Street, preguntándose si se
había ido a comprar algunos alimentos; usualmente no lo hacía, prefiriendo
teleportarse a Londres por sus suministros, yendo a una tienda diferente
cada vez, para poder asegurarse de que sus pasteles y latas no habían sido
alteradas.

Un enemigo del Bane tenía muchas preocupaciones.


Ella se compró un panecillo con una cruz de azúcar en la panadería y
acababa de salir de la tienda cuando alguien la tomó del brazo.

Lady Wintervale, pálida, agotada, y casi esquelética.

Iolanthe casi dejó caer el panecillo de su mano. Pasó un largo momento


antes de que pudiera levantar su sombrero de bateador unos centímetros.

—Buenas tardes, mi señora.

Sin replicar una palabra, Lady Wintervale guio a Iolanthe a un callejón y se


teleportó. Se rematerializaron en un cuarto con papel tapiz de seda color
marfil, una chimenea enorme y un cielo raso dorado. Una gran ventana daba
a…

Iolanthe se acercó dando unos pasos. Era el Río Támesis, y el Colegio Eton
al otro lado.

—¿Estamos en la casa de la reina inglesa?

—Lo estamos. —Lady Wintervale se quitó los guantes y los tiró a un lado—.
Todo un cuchitril.

El interior del Castillo de Windsor era pesado, sin duda, pero se sentía lo
suficientemente respetable. Por otra parte, el estado Wintervale, antes de su
destrucción al final de la Insurrección de Enero, se suponía que rivalizaba
a la Ciudadela en magnificencia.

—¿El personal sabe que está aquí?

—Lo saben. Creen que soy una de los parientes alemanes de la reina. —Lady
Wintervale se sentó en una silla acolchonada amarillo narciso—. Ahora
dime, ¿cómo está Lee?

El nombre dado a Wintervale era Leander, pero nadie lo llamaba así, o


ninguna variación de él.

—No puede caminar por sí mismo, pero por lo demás parece bien. Pregunta
mucho por usted.

—¿Qué pregunta acerca de mí?

—Yo… nunca lo hace frente a mí, entonces solo puedo relatar lo que he
escuchado de Su Alteza. El príncipe dice que Wintervale siempre está
ansioso por noticias de usted. Y Su Alteza ha estado feliz por no tener
noticias de usted, para no tener que mentirle a Wintervale.

Lady Wintervale colocó dos dedos contra su sien.

—¿Y por qué Lee no puede caminar por sí mismo?

—No lo sabemos. ¿Quiere que el príncipe lo traiga aquí para encontrarse con
usted?

La cabeza de Lady Wintervale se levantó bruscamente.

—No. No. Eso sería demasiado peligroso. Absolutamente no. Y no le digas


nada a Lee de mi presencia, ¿entiendes? Ni una palabra.

La mujer siempre ponía nerviosa a Iolanthe.

—Sí, mi señora, entiendo. Wintervale no debe saber que está aquí.

—Bien. Puedes irte —dijo Lady Wintervale, cerrando sus ojos como si
hubiera sigo agotada por la conversación—. Si aprendes algo que debería
saber, regresa a este cuarto y di Toujours fier.

Esta vez el príncipe estaba en el laboratorio.

—¿Dónde estabas? —Iolanthe apenas podía contenerse a sí misma—. He


estado buscándote por todos lados.

—Estaba en París.

París de nuevo.

—¿Qué estabas haciendo ahí?

—Comprando cosas para ti, obviamente. —Señaló una bolsa de pasteles


colocados en la mesa de trabajo.

No creía que hubiera saltado a través del Canal solo por los productos de
panadería, pero ese era tema para otra ocasión.

—Acabo de hablar con Lady Wintervale.

Su expresión cambió instantáneamente.

—¿Cómo se escapó? ¿O la dejaron ir?


El corazón de Iolanthe cayó medio metro.

—No pregunté.

Parte de ella siempre estaba petrificada con miedo de estar cara a cara con
Lady Wintervale, ya que Lady Wintervale casi la había asfixiado hasta morir
cuando llegó a Inglaterra.

—Yo estaba en shock. Nos teleportamos al Castillo Windsor, me preguntó


unas cuantas cosas acerca de Wintervale, me dijo que no le dijera acerca de
su presencia, y me despidió.

Y había estado demasiado contenta al ser dejada libre.

—Dime todo de nuevo —pidió Titus—. Más lentamente esta vez. Dime todos
los detalles.

Lo hizo, mientras él escuchaba atentamente. Luego preguntó:

—¿Por qué crees que Lady Wintervale vino a mí, en lugar de ti?

—Sabe que estoy siendo vigilado, ahora más que nunca.

El vendedor ambulante que siempre merodeaba frente a la casa de la Sra.


Dawlish, la persona que podría o no estar escondiéndose en la arboleda
detrás, eran solo la punta del iceberg. Algunos días, cuando Iolanthe
caminaba a la escuela con los otros chicos, podía sentir la vigilancia todo el
camino.

—¿Y qué estabas haciendo en High Street? —preguntó el príncipe—. No es


tu turno de proveer pare el té.

La Sra. Dawlish suplía tres comidas al día, pero los chicos eran responsables
de su propio té, lo que era en esencia una cuarta comida. El príncipe,
Wintervale, Kashkari e Iolanthe se turnaban para comprar la reserva de té
de una semana para ellos cuatro.

Iolanthe empezó.

—Olvidé completamente por qué estaba ahí en primer lugar. Las tejas.

Le relató el incidente de las tejas, y del libro que se cayó de una estantería
y golpeó a Kashkari.

—Muchos objetos que se caen para ser coincidencia. Kashkari cree que eran
todos para él, el libro y las tejas.
El rostro de Titus estaba serio.

—Demasiadas, especialmente tejas. Antes de que fuera enviado aquí, magos


del Dominio vinieron y mejoraron la casa de arriba abajo. ¿Alguna vez has
notado drenajes tapados, escalones que crujen o chimeneas estropeadas en
esta casa?

Tuvo que pensarlo.

—No.

Cuando las cosas pasaban suavemente, también lo hacían desapercibidas.

—Y no van a haber, no mientras permanezca aquí, y tal vez ni siquiera por


años después. Entonces es bastante imposible que las tejas se hayan caído.
Esas tejas tuvieron que haber permanecido en su lugar aunque un tornado
se desviara hacia la casa de la Sra. Dawlish.

Él abrió la bolsa de pasteles, le dio a ella un éclair, y tomó uno para sí.

—¿Algo más que necesite saber?

Algo molestaba al fondo de su mente. Le tomó unos pocos segundos darse


cuenta de lo que era.

—West, el jugador de críquet. Parece más interesado en ti de lo que tiene


razón de estar.

El entrecejo de Titus se frunció.

—No estoy seguro de recordar cómo se ve. Iré a ver en tu próxima práctica.

Pasaron unos minutos en silencio, comiendo. Se sentía cómodo, casi.

Cuando ya había terminado con su éclair, la miró, como si hubiera tomado


una decisión.

—Acerca de Lady Wintervale, en realidad pienso que son buenas noticias.


Sabe acerca de ti, entonces si no está siendo interrogada por Atlantis, es
mejor para ti. Y por West, no sé lo suficiente para temer. Pero las tejas
voladoras son otro asunto completamente.

»Probablemente no eran para ti: Atlantis te quiere completa, no lisiada. Pero


algo golpeando tan cerca de ti me preocupa. Ya sea porque el autor de la
jugarreta quiera herir a Kashkari porque es parte de la resistencia o porque
le protege el camino a Wintervale, el punto es, alguien sabe algo.
Él exhaló.

—Deberías irte. Pronto.

El corazón de ella se ralentizó; tal vez se detuvo también.

—¿Quieres que me vaya?

—Entre más pienso acerca de las tejas, más me perturba. Tal vez todos
debemos irnos, antes de que pase mucho tiempo. Una vez que se separen
nuestros caminos, sin embargo, no seré capaz de ayudarte a encontrar a tu
guardián, y quiero, o al menos acercarte lo suficiente.

Una vez que se separen nuestros caminos.

Algo casi la ahogó, como la ira, pero no por completo. Oposición. Había
estado resignada a su eventual partida de la escuela, de su vida. Pero ahora
que había dicho propiamente esas palabras, la resignación se había
evaporado como bruma matutina.

No quería irse.

Nunca lo quiso.

Un cuarto de hora después, Iolanthe fue la primera persona que entró al


cuarto de Wintervale por té.

Antes de que Wintervale se convirtiera en el Elegido, ella y él raramente


habían pasado tiempo a solas, siempre habían interactuado como miembros
de un grupo. Después de eso, no veía razón para que eso cambiara. Mejor
mantener la presencia de alguien más, o de muchos algunos más,
amortiguando entre ellos. Más fácil para ella actuar como si nada hubiera
cambiado, solo otro joven engreído, que sucedía que era un poco demasiado
mandón.

Caminó hacia el fuego que ardía en su chimenea y sostuvo su mano hacia


el calor.

—Se está poniendo frío.

—Escuché que le pegaste a una teja voladora hoy —dijo Wintervale desde
su catre.

Iolanthe se encogió de hombros.


—Ganar la admiración de West en el campo. Salvar la vida de mi amigo en
el camino a casa. Solo otro día en la extraordinaria vida de Archer Fairfax.

El viejo Wintervale pudo haberse reído a carcajadas, y luego gemir por el


resto del día de que se había perdido esa vista maravillosa. Pero el nuevo
Wintervale solo sonrió… y solo media sonrisa a eso.

Se le ocurrió a Iolanthe que se veía cansado, tan cansado como se veía a


veces el príncipe, un cansancio más allá de lo que podía ser limpiado por
una buena y larga noche de sueño.

El puñal de la culpa era agudo. Más que nada, ella lo había envidiado. Su
poder. Su destino. Su ahora inquebrantable demanda de Titus. Cuando ella,
de todas las personas, debería entender la dura prueba que tuvo que haber
sido. Y perder su movilidad, sobre todo.

Y su madre también, o al menos eso creía.

—¿Te está afectando, no poder moverte?

Él suspiró.

—Tantos planes. Tantas visiones de grandeza, y ni siquiera puedo mear por


mí mismo.

—¿Has mejorado desde que dejaste de dormir todo el tiempo?

—Algunas veces creo que sí. Algunas veces estoy seguro que sí. Y luego, la
siguiente vez que me levanto, es lo mismo de nuevo.

—Bueno, no te puedes rendir —dijo suavemente—. Esos planes y visiones


de grandeza no se realizan solos, ¿sabes?

Este Wintervale, menos robusto y más serio, asintió.

—Tienes razón, Fairfax. Y eso puede ser exactamente lo que necesito


escuchar ahora.

Cuerdo, tan cuerdo. Consumido, tal vez, pero incuestionablemente bien y


sobrio. Y ahora, con pruebas de que su madre estaba cerca, sabían con
certeza que nunca había alucinado, si no que había visto en realidad a Lady
Wintervale, quien probablemente había estado sobre un techo en el lado
opuesto de la calle, para obtener una mejor vista de su cuarto.
¿Entonces por qué estaba el dispositivo Conoci-todo tan correcto acerca de
sus habilidades de motora gruesa, pero tan equivocado acerca de su estado
mental?

Los chicos junior entraron con bandejas de huevos fritos y salchichas


asadas. Kashkari entró después, viéndose calmado y un poco sombrío. Y la
conversación se movió a temas que, esencialmente, no le importaban a
nadie.
CAPÍTULO 25
Traducido por âmenoire90

Corregido por Mari NC

D esierto del Sahara

La chica despertó hacia un cielo tachonado con estrellas y el sonido del aire
corriendo sobre sus oídos.

Se estaba moviendo, sujeta a la montura en la parte posterior de un gran


corcel volador. Alguien la sostenía desde atrás con un brazo.

—Acaba de caer una estrella —dijo Titus.

Ella inclinó su cabeza sobre su hombro.

—Estoy empezando a pensar que tal vez tu admirador no estaba siendo


hiperbólico, sino literal, en lo que escribió: pudiste haber nacido durante
una lluvia de estrellas y pudiste haber hecho que cayeran rayos el día en
que tú y él se conocieron.

—¿Así que está perdonado por sus crueles ofensas literarias porque estaba
siendo verídico?

—Las partes que tenían que ver con magia elemental, tal vez. Pero todavía
está a la altura de la falta de masculinidad por gimotear “eres mi esperanza,
mi oración, mi destino”.

—¿Puedo recordarte que es la única forma apropiada para dirigirse a una


chica que blande relámpagos? Algo menos relevante y, poof, el pelo de uno
está en llamas y su cerebro revuelto.

—Está bien, mi esperanza —pero no voy a decir el resto de eso—, tengo algo
que necesitas sentir.

Ella fingió el sonido de indignación.


—¡Pero si apenas nos conocemos, señor!

Él rio suavemente.

—Pero debes sostenerlo en tu mano y sentirlo cambiar —urgió, en su oído—


. Insisto. No puedo esperar más.

Ella sabía que estaban en un tema serio, pero por la agitación de su aliento
en su piel, la lenta pronunciación de sus palabras, calor corrió a lo largo de
todas sus terminaciones nerviosas.

—¿Me gustará?

—Bueno, tengo que disculparme por su tamaño. Es más bien pequeño. —Y


con eso, presionó algo bastante pequeño en su mano.

Era un dije en una cadena, y mientras la cadena estaba fría, el pendiente


estaba caliente.

—¿Recuerdas el primer día, me preguntaste qué estaba tan frío bajo mi


ropa? Era esto.

Entonces había estado helado; ahora ya no estaba frío. Debía de ser la mitad
de un par de rastreadores de calor: la temperatura de un rastreador de calor
aumentaba a medida que la distancia con su pareja disminuía. El
compañero de este rastreador en particular había estado bastante alejado
antes. Pero ahora quien fuera que trajera la otra mitad del par estaba mucho
más cerca.

—En poco rato, deberemos aterrizar y poner el dije a alguna distancia de


nosotros —continuó Titus—, así podemos ocultarnos y ver quién viene antes
de que nos vean.

—¿Cuánto tiempo hay antes de que este mago nos alcance? —Esa idea
funcionaría mejor durante el día.

—Depende de nuestra velocidad relativa. Sólo mantén un ojo en eso.

Ella asintió y lo puso de vuelta en el bolso.

—Hay algo más que probablemente deberías saber —dijo.

Por su tono, no pudo decidir si estaba haciendo que cosas tontas sonaran
serias o estaba aligerando algo grave.

—¿Hablaremos sobre dimensiones de nuevo?


—Sí, del increíblemente enorme tamaño de mi… bueno, si debo ser
específico, nuestro… problema: el Bane está aquí en el Sahara.

Ella se estremeció

—¿Por nosotros?

—Por ahora eso asumiré, hasta que averigüemos otra cosa.

—Y para empezar, ¿cómo averiguaste eso?

Él dio una breve recopilación de los localizadores adicionales que había


encontrado en el wyvern, lo que llevó a las fuerzas Atlantes a cercarlos, antes
de que esos batallones fueran atacados.

—¿Lanzas hechizadas? —Su mandíbula cayó—. ¿En qué siglo estamos


viviendo?

—Es como mirar una recreación de una batalla histórica, sin duda de eso.

—¿Qué tipo de magos cargan con ellos cientos de lanzas hechizadas?

—El tipo que no quiere que Atlantis descubra quiénes son.

—¿Y están ayudándonos?

—Accidentalmente, creería. Probablemente le están causando problema a


Atlantis porque eso es para lo que viven.

Ella asintió lentamente, digiriendo todo lo que le había dicho.

—¿Y este es el mismo wyvern de arena que antes?

—Si

—¿Estás seguro de que te has deshecho de todos los localizadores Atlantes?

—Difícil de decir. Pero no hemos tenido problema en la última hora y…

Miró hacia su reloj y juró

—¿Cuál es el problema?

—De acuerdo a la brújula construida dentro de mi reloj, estamos volando


en la dirección equivocada. Había establecido una ruta con un embudo de
carreras hacia el sudeste, pero ahora estamos dirigiéndonos hacia el norte.
Un embudo de carreras era un hechizo usado para mantener a un wyvern
en el camino más directo posible durante una prueba de velocidad. Un
wyvern en un embudo de carreras no tenía razón para desviarse de la ruta
establecida.

El murmuró, reestableciendo el embudo de carreras. Pero en lugar de eso el


wyvern giró hacia el norte, luego gradualmente, hacia el noroeste.

—¿Está llevándonos hacia la costa del Mediterráneo?

Su brazo se apretó alrededor de su cintura.

—No, creo que nos está llevando en dirección de la base Atlante.

—¿Qué?

—Elixir de regreso a casa.

Para la caballería, e incluso para grandes establos privados, la práctica era


bastante común. Las bestias criadas en esos establecimientos eran
alimentadas con pequeñas cantidades de elixir para mantenerlas dóciles y
felices. Esos elixires, cuando eran formulados específicamente para el
establecimiento, también servían para prevenir bestias perdidas o robadas
por desviarse muy lejos, porque al estar más de veinticuatro horas sin él les
haría regresar automáticamente hacia su hogar.

—Pero pensaba que este wyvern no era de por aquí. Pensaba que había sido
transportado desde Asia Central. Además, todavía no lo hemos tenido por
veinticuatro horas. Apenas doce horas.

—Los Atlantes deben haber dejado un rastro en aerosol para este elixir de
regreso a casa en particular, para guiarlo, y a nosotros, en la dirección de la
base más cercana.

—Entonces debemos bajarnos. ¡Llévalo abajo!

Él juró de nuevo.

—Se está negando a seguir instrucciones, y estamos elevados como unos


ochocientos metros.

Ella tragó fuerte.

—¿Puedes teleportarnos a ciegas hacia el suelo?


—Todavía es demasiado pronto para que te teleportes. No puedo tomar ese
riesgo.

Ella utilizó un hechizo de vista lejana.

—¡Pero hay carros blindados enfrente!

—¡Puedo ver eso! Y no quiero escucharte ponerte toda mártir y decirme que
me teleporte solo, no te he traído hasta aquí para entregarte a Atlantis.

Ella apenas podía respirar.

—¿Entonces qué hacemos?

—Saltaremos

—¿Qué?

Él ya había desamarrado su arnés.

—Si puedes producir una corriente de aire suficiente para mantener a un


pesado wyvern de arena en su lugar, puedes producir una que evite nuestra
caída.

Él se puso de pie y la levantó. Ella apenas era capaz de levantarse con la


fuerza del viendo corriendo.

—¿Qué si no produzco esa corriente de aire?

—Lo harás. —Tomó su mano en la de él, su tono no permitía discusión—.


Ahora a la cuenta de tres. Uno. Dos. Tres.

Cayeron, acelerando hacia el suelo con la fuerza de la gravedad.

La caída libre parecía empujar el corazón y los pulmones de Titus hacia


arriba, comprimiéndolos a la mitad de su tamaño contra la parte posterior
de su caja torácica. El aire pasando hizo que sus ojos se humedecieran, pero
no se atrevía a cerrarlos.

¿Dónde estaba la corriente de aire que los salvaría?

—¡Has algo! —gritó.

—¡Cállate! ¡Lo estoy intentando!


Golpearon algunas pequeñas bolsas de aire que no hicieron nada para
desacelerar su clavado, salvo hacerlos girar y revolcarse. La noche estrellada
y el oscuro desierto pasaban a través de su visión mientras giraba en todas
direcciones.

El suelo se acercaba hacia ellos a una velocidad aterradora. Gritaron.

Y siguieron gritando.
CAPÍTULO 26
Traducido por AnnaTheBrave y Jessy

Corregido por Mari NC

I nglaterra

En su escritorio en la sala de lectura, Iolanthe observó la imagen de una


joven Comandante Rainstone, luciendo atractiva como la mujer de un
pirata, con un machete en la mano. La fotografía era de un artículo diferente
que Iolanthe había encontrado acerca del baile de gala por el tricentenario
del Argonin, evidencia de que la Comandante Rainstone efectivamente había
sido parte del dúo que asistió como representación del lema del Argonin “Las
ostras dan perlas, pero sólo si estás armada con un cuchillo y estás dispuesta
a usarlo”.

Era más fácil descubrir información de la joven Comandante Rainstone que


encontrar algo acerca de ella en el presente. No había sido noticia ni causado
controversias en la actualidad. Jamás se había casado o tenido hijos, al
menos no que hubiese registro. Vivía una vida tranquila fuera de su trabajo,
prefiriendo veladas tranquilas en casa a la glamorosa vida social de la
Ciudadela.

El que viviese sola podría ser el resultado de tener una vida secreta. Esa
vida secreta se hacía más fácil por el hecho de que no tenía familia. Y las
señales siempre apuntaban a la guardiana de la memoria estando bien
posicionada en la vida y siendo cercana al centro de poder, lo cual
ciertamente se podía decir de la Comandante Rainstone.

—Muéstrame todo lo que tienes de Penelope Rainstone, o bien del Barón o


de Lady Wintervale —le pidió Iolanthe al escritorio de ayuda.

Él día que había revelado sus poderes, el Maestro Haywood la había metido
en un baúl portal. Ella había sido transportada a su gemelo, localizado en
el ático de la residencia de los Wintervale en el Exilio, en la parte elegante
de Londres. Lo que significaba que debía haber una conexión entre la
Comandante Rainstone y los Wintervale.

Y aquello fue confirmado por una imagen de la Comandante Rainstone de


pie junto al Barón Wintervale, quien le había entregado un distinguido
premio de graduación cuando ella había finalizado sus estudios en el Centro
de Aprendizaje Marcial de Titus el Grande.

Iolanthe se frotó las sienes. Todas las piezas que había encontrado eran
útiles, por supuesto. Pero ninguna la llevaba a un lugar definitivo.

—¿Ningún progreso? —dijo el príncipe del otro lado de la mesa. Él la había


estado ayudando con su búsqueda desde hacía una hora, una vez que había
vuelto de su misterioso propósito en Francia.

Ella resopló.

—Es muy difícil encontrar… —Su voz se apagó. La luz de la emoción en la


cara de él… había desenterrado algo útil—. ¿Qué tienes?

—La segunda vez que mi madre tuvo una visión sobre mí, de pie en el balcón,
ella mencionó a alguien llamada Eirene, quien perdió su confianza tras leer
su diario sin permiso.

Iolanthe tenía un vago recuerdo de ello. No había leído esas visiones en


condiciones óptimas.

—Solo le pedí al escritorio de ayuda cualquier cosa que mencionara a la


Comandante Rainstone y Eirene juntas —continuó Titus—. Y esto fue lo que
encontré.

“Esto” era una entrevista diferente que había dado la joven Penelope
Rainstone, también de la época en la que había sido nombrada por
graduarse con un sobresaliente de la escuela de oficiales, para el periódico
estudiantil de su vieja academia, situada en la zona menos rica de Delamer.

Titus señaló un párrafo.

P: ¿Tienes un apodo?

R: Algunos de mis amigos me llaman Eirene, por diversión.


Eirene es la diosa de la paz, pero yo estudio el arte de la guerra.
Las puntas de los dedos de Iolanthe hormiguearon. Lo que recordaba haber
leído sobre las visiones de la Princesa Ariadne era que la primera vez había
sucedido el día del nacimiento de príncipe, y la segunda vez, había sido
horas precedentes al nacimiento de Iolanthe.

—¿Recuerdas qué estaba haciendo tu madre la segunda vez que tuvo una
visión?

—Sí —dijo Titus—. Estaba en el parto de alguien.

En el parto de Eirene. Y Eirene había leído en su diario una visión que


probablemente no tenía sentido para la Princesa Ariadne, pero la cual Eirene
había reconocido por ser ella misma y su bebé, y que la había hecho llegar
a tales extremos para asegurarse de que su hija no fuera encontrada por
Atlantis.

Y Eirene era la Comandante Rainstone.

—Lo comprobé —dijo Titus—. En esa época Penelope Rainstone trabajaba


para el personal de mi madre, pero en cuestión de semanas fue reasignada
al personal general de la Ciudadela: ella había perdido su confianza.

Se sentía extrañamente desalentador escuchar eso de la Comandante


Rainstone. Iolanthe supuso que era porque aún estaba intentando conectar
a la Comandante Rainstone con la guardiana de la memoria.

—Ella no tuvo hijos. Habría tenido que disimular todo un embarazo. Y si


hizo pasar a su propia hija como Iolanthe Seabourne, ¿qué habrá hecho con
el bebé de los Seabourne, la Iolanthe Seabourne real?

—Ha ocurrido antes, una mujer escondiendo su embarazo de todos. Y podría


haber encontrado padres adoptivos para el bebé.

La Iolanthe Seabourne real había nacido en el Hospital Royal Hesperia, casi


a finales de septiembre. Su nacimiento había sido dos meses y medio
prematuro. Durante las semanas en las que ella permaneció en el hospital,
sus ansiosos padres la visitaban cada día y permanecían allí tanto como
podían.

Al final de una visita particular, conduciendo a casa en un carro prestado,


ellos habían chocado en pleno vuelo con un vehículo mucho más grande
lleno de turistas borrachos. Según el Maestro Haywood, ambos, Jason y
Delphine Seabourne, habían muerto instantáneamente.

En la fatídica noche de la lluvia de meteoritos, la real Iolanthe Seabourne


tenía seis semanas, pero fácilmente podría haber pasado por un recién
nacido. Y el cambio había tenido lugar. Ella se había ido… a alguna parte.
Y el bebé de la Comandante Rainstone había sido llevado al Maestro
Haywood como Iolanthe Seabourne.

Titus estaba delante del escritorio de ayuda de nuevo.

—¿Qué buscas?

—Registros del Hospital Royal Hesperia de ese tiempo. —Él escaneó varios
volúmenes—. No hay nada acerca de Rainstone dando a luz. Alguien, de
todas maneras, pagó por la mejor suite de maternidad del hospital y solicitó
completo anonimato. Esa futura madre ni siquiera utilizó el personal del
hospital. Pero escucha esto, media hora después de que el bebé naciera, fue
llevado a la enfermería, y no fue llevado de vuelta con la madre hasta varias
horas después, al amanecer.

Cuando había sido devuelto, no era el mismo bebé.

—Y tu guardián estaba visitando el hospital al mismo tiempo.

Titus empujó el grueso libro de registros de visitantes hacia Iolanthe. Ella lo


hojeó, el sonido de las páginas dando vuelta sonaba anormalmente fuerte
en sus oídos.

El Maestro Haywood había visitado primero la enfermería del Hospital en


septiembre, poco después de que naciera la Iolanthe Seabourne real. En los
días posteriores él fue frecuentemente, su razón por las visitar era siempre:
“Para tomar el lugar de los padres para darles algún descanso”. Después de
que los Seabourne murieran, él continuó yendo varias veces a la semana
para “Visitar brevemente a la hija huérfana de mis amigos”.

¿Hasta qué punto había conspirado con Penelope Rainstone para realizar el
cambio? ¿Penelope Rainstone, quien se había enterado lo que le ocurriría a
su propia hija porque había fisgoneado en el diario de visiones de la Princesa
Ariadne? ¿Había él mencionado de pasada que había una niña huérfana en
el hospital, que estaba a punto de ser confiada al cuidado de un familiar
anciano que nunca la había visto antes? ¿De allí había crecido la
inspiración?
La última vez que el Maestro Haywood había visitado el hospital, había sido
en la noche de la tormenta de meteoritos. Él había firmado por su entrada
a las siete de la tarde y de salida una hora después. Junto a la entrada, sin
embargo, había una nota del personal administrativo del hospital: él había
sido encontrado por seguridad a las tres y media de la mañana y escoltado
fuera de las instalaciones.

Pero había tenido suficiente tiempo para el cambio.

—Quiero hablar con Lady Wintervale —dijo Iolanthe.

Cuando ella apareció en el ático de la casa de Londres de los Wintervale,


Lady Wintervale estuvo a punto de matarla. No porque pensara que Iolanthe
fuera un intruso, más bien porque mantenía que Iolanthe era responsable
de la perdida de honor de alguien.

Iolanthe había escapado convencida de que Lady Wintervale estaba


completamente loca. Pero ahora que sabía que Lady Wintervale estaba en
su mayoría lucida y solo ocasionalmente inestable, veía las palabras de Lady
Wintervale de manera diferente.

—No es una mala idea, ella podría saber más de lo que pensamos —dijo
Titus—. Iré contigo.

Cinco minutos después, ellos estaban en la sala de estar del Castillo


Windsor donde Lady Wintervale había llevado primero a Iolanthe.

—Toujours fier —dijo Iolanthe.

No tuvieron que esperar demasiado antes de que las puertas de la sala se


abrieran y Lady Wintervale entrara. Al ver al príncipe, se inclinó.

—Mi señora, tome asiento —dijo Titus.

—Gracias, Su Alteza. ¿He de llamar por té?

—No, no será necesario. Estaríamos agradecidos si usted pudiera responder


unas cuantas preguntas para mi amiga.

—Por supuesto, Su Alteza —dijo Lady Wintervale.

—¿Podría decirme, mi señora —le dijo Iolanthe—, por qué fui trasladada a
su casa, cuando dejé el Dominio?
—Tú eres la hija ilegítima de mi difunto marido —dijo Lady Wintervale
calmadamente—, y él había prometido protegerte y cuidar de ti, en caso de
que fuera necesario.

Un gong resonó en la cabeza de Iolanthe. Titus se veía casi estupefacto.

Sus labios se abrieron y cerraron varias veces antes de ser capaz de emitir
un sonido.

—¿Soy hija del Barón Wintervale?

—Sí.

En su lecho de muerte me hizo jurar por mi sangre que iba a protegerte como
a mi propia hija, le había dicho una vez Lady Wintervale. Debería haberlo
adivinado entonces. ¿Por quién más que no fuera de su propia carne y
sangre un hombre pediría algo así?

—¿Y… —La voz de Iolanthe sonaba como un eco en su propia cabeza—, y


también sabe quién es mi madre?

—Por supuesto. Pero no diré el nombre de esa mujer.

—Entonces… ¿ellos tuvieron una aventura?

Iolanthe podría haberse pateado a sí misma en cuanto la pregunta salió de


sus labios. Por supuesto que tuvieron una aventura.

—Sí, una aventura muy antigua. Que continuó incluso en su Exilio: solían
verse en Claridges’, en Londres.

—¿Es ella una Exiliada también? —Eso significaría que la guardiana de la


memoria era alguien más que la Comandante Rainstone.

—No, nunca fue una Exiliada, era demasiado astuta para mezclarse en una
rebelión. Cuando Atlantis restringió los métodos instantáneos de transporte,
se las apañó para tener algunas lagunas hechas solo para ella misma. Así
que no le era difícil alejarse por una tarde y reunirse con él.

Por ti, él abandonó su honor, le dijo una vez Lady Wintervale a Iolanthe. Por
ti nos destruyó a todos.

—¿Fue por eso que usted dijo que yo le hice perder su honor?
Lady Wintervale levantó la barbilla una fracción de pulgada. Y de pronto ya
no era una Exiliada de aspecto frágil, más bien una maga de gran dignidad
y poder.

—Me casé con mi marido sabiendo muy bien que nunca le sería fiel a una
mujer. Pero en ese momento creí que tenía las marcas de grandeza y estaba
orgullosa de ser su esposa.

»Pero, por desgracia, fui engañada. A finales de la Insurrección de Enero,


cuando el resultado se hizo evidente, la Baronesa Sorren tuvo el coraje de
su convicción para enfrentar la ejecución, pero él no podía soportar la idea
de perder su vida.

»Se convenció a si mismo que necesitaba vivir, porque tú, su hija, sería algún
día la mayor maga elemental de la Tierra, y debías ser protegida de las
fuerzas de Atlantis; aunque nunca entendí por completo por qué Atlantis
estaría detrás de ti. Despertaba de pesadillas gritando de miedo sobre el
juicio de los Ángeles. La historia escapaba de sus labios. Pero después de
un tiempo, fui incapaz de escuchar apropiadamente, porque me di cuenta
de qué me estaba diciendo: había entregado a mi prima a Atlantis a cambio
de su propia vida.

Titus se puso de pie, su rostro estaba mortalmente pálido. El entendimiento


golpeó a Iolanthe como un martillo en la sien: la prima de la que Lady
Wintervale estaba hablando era no otra que la Princesa Ariadne, la madre
de Titus. Y el Barón Wintervale, el héroe de la rebelión, había sido quien la
había traicionado.

—¿Por qué nunca me lo dijo? —La voz de él sonaba ronca.

—Por el bien de Leander, lo mantuve en secreto. No quise que Lee supiera


que su padre había sido tal infiel cobarde. —Ella sonrió un poco, una
extraña sonrisa vacía—. Pero no tema, Su Alteza. Yo vengué a su madre.

Él sacudió la cabeza.

—Atlantis puso la maldición de ejecución en él.

—No, Su Alteza, fui yo. No podía verlo vivir después de eso. No intentó
detenerme, pero me pidió que hiciera un juramento de sangre prometiendo
cuidar a su hija como si fuera mi propia carne y sangre. No lo hice;
simplemente terminé con él.

Lady Wintervale apretó y aflojó sus manos.


—Asesinato, eso cambia a las personas. Solía ser tranquila, imperturbable,
inclusive. Pero después de eso, a veces yo… yo… —Rígidamente, se levantó
de su silla—. Espero haber respondido todas las preguntas para su
satisfacción, señor.

La mandíbula de Titus se movió.

—Gracias, mi señora. ¿Hay algún mensaje que le gustaría que le


entregásemos a su hijo? Él estaría aliviado de saber que usted se encuentra
sana y salva.

—No. —Su respuesta fue firme—. Él no debe saber que estoy aquí.

—Pero se ha vuelto muy callado. ¿No está de acuerdo, príncipe? —dijo


Iolanthe—. No creo que…

—Señorita, usted me va a permitir saber mejor que hacer en esta situación


—la interrumpió Lady Wintervale. Se inclinó de nuevo hacia Titus—. Su
Alteza.

Después de que la puerta se cerró tras Lady Wintervale, ni Titus ni Iolanthe


dijeron nada por un minuto. Y luego, casi en el momento exacto, se dieron
vuelta hacia el otro y se unieron en un fuerte abrazo. Iolanthe no estaba
segura si él la estaba consolando, o viceversa. Probablemente ambos.

—¿Estás bien? —preguntó ella.

—Estoy bien —respondió él, dejando caer la cabeza en el hueco de su


hombro—. Es extraño ¿no? Siempre he querido vengar a mi madre. Pero
ahora que ya ha sido vengada, desearía que no hubiera sido al costo de un
padre para Wintervale… y un padre para ti.

—Y la paz mental de Lady Wintervale, para siempre destruida. —Suspiró—.


No creo que alguna vez pueda ver al Barón Wintervale como mi padre.

—Podría ser más fácil después de que tus recuerdos suprimidos reaparezcan
—le recordó él.

Ella estuvo en silencio por un minuto.

—¿No te molesta, que mi padre sea responsable por la muerte de tu madre?

Él negó con la cabeza.


—Soy el nieto de un hombre que asesinó a su hija, lejos es para mí juzgar a
cualquiera por su línea de sangre. Además… —Su voz se apagó.

—¿Qué ibas a decir? —Ella pasó sus dedos por su cabello.

Él respiró profundamente.

—Que ha sido por mucho tiempo mi sospecha que mi padre es Sihar.

Ella se quedó inmóvil.

—¿Estás seguro?

—Cien por ciento seguro, no. Y sin embargo todo tipo de detectives de
chismes y periodistas de investigación, con todos los recursos a su
disposición y promesas de grandes recompensas —todos querían saber la
identidad del hombre que hubo engendrado el próximo heredero al trono—
llegaron con las manos vacías en sus misiones.

»Esto me dice que mi abuelo estuvo involucrado de alguna manera. La Casa


de Elberon no es nada de lo que una vez fue, pero dentro del Dominio, es
todavía una fuerza a tener en cuenta. Y si mi abuelo quería silenciar a
testigos, tenía sus medios.

»La ciudadanía del Dominio disfruta sacar a relucir el número y la existencia


relativamente no molestada de los Sihar como una señal de sus actitudes
progresistas. Pero la verdad es que los Sihar son parias en el Dominio, al
igual que en otras partes. Y mi abuelo nunca habría permitido siquiera un
soplo de insinuación de que su hija y su heredero podrían haberse
involucrado con un Sihar.

Los libros de texto de Iolanthe habían enfatizado enérgicamente que la


magia de sangre, en la cual los Sihar se especializaban, no era magia de
sacrificio, y que los Sihar habían sido condenados al ostracismo
injustamente a lo largo de la historia, un chivo expiatorio fácil cuando las
cosas iban mal y los magos querían señalar con el dedo respecto a quién
había provocado la ira de los Ángeles.

A pesar de la insistencia oficial, los Sihar seguían siendo los Otros. Los
refugiados de los reinos Francos, los reinos Subcontinentales, y los reinos
Subsaharianos se habían vuelto a integrar, ella había ido a la escuela y se
había hecho amiga con sus hijos. Pero los Sihar, aunque se había detenido
a escuchar a músicos callejeros Sihar, comprar pasteles de crema de
panaderías Sihar, y una vez, cuando todavía vivía en Delamer, observó una
procesión Sihar a mitad del verano por la Palace Avenue, una celebración
que marcaba su año nuevo y alta de vacaciones, nunca había visitado la
casa de un Sihar, nunca había conocido a un Sihar en la escuela, y nunca
supo que el Maestro Haywood tuviera algún colega Sihar, al menos, nadie
que lo admitiera.

Hasta el Maestro del Dominio.

Ella ahuecó su rostro.

—Todavía eres tú. Nada ha cambiado.

Él la miró por un momento.

—Lo mismo va para ti, recuerda eso. Para mí, eres, y siempre serás, todo
por lo que vale la pena vivir.

Y para mí, eres, y siempre serás, todo por lo que vale la pena luchar.

No dijo las palabras, solo lo acercó y lo besó.

Wintervale estaba en su catre, como de costumbre, apoyado sobre una pila


de almohadas. Sonrió ligeramente cuando Iolanthe entró.

—Fairfax, viejo amigo, ¿vienes a ver al paciente? ¿Dónde está Su Alteza?

—Probablemente en los baños, fregando su piel principesca. —O, más


probable, en París, en su misterioso negocio, el cual Iolanthe sospechaba
tenía algo que ver con la condición de Wintervale. París acogía una de las
mayores comunidades de Exiliados en el mundo, con una población de
magos más grande que la de algunos reinos más pequeños. Y ella había
escuchado buenas cosas sobre la reputación de sus magos médicos—.
¿Cómo estás?

Wintervale se encogió de hombros.

—Podría ser peor, supongo, pero no le desearía esto a nadie.

Tenía varios libros al lado de su cama y la vista de ellos más bien la


entristecía: Wintervale prefería actividades vigorosas a esas que requerían
que permaneciera sentado por largos periodos de tiempo.

—¿Los libros son buenos?


Él se encogió de hombros otra vez.

—Ayudan a pasar el tiempo.

Se había vuelto pálido de estar tanto en el interior. Y regordete, esa gran


constitución atlética empezando a perder su musculatura por la falta de
ejercicio, o incluso movimiento.

—Si fuera un mejor jugador de cartas juagaría contigo, excepto que no creo
que te preocupes tanto por las cartas tampoco.

—No, nunca vi el punto en ellas —dijo él, tamborileando con sus dedos la
parte superior de un libro encuadernado en piel roja gruesa.

Ella estudió su rostro. ¿Se parecía a ella? Si su madre estaba en lo cierto,


entonces él era su medio hermano. Pero al intentar como lo hizo, no pudo
ver ninguna de sus propios rasgos en él.

Una gota de sangre de Wintervale, eso era lo que necesitaba. Una gota de
sangre de él, una gota de sangre de ella, y Titus sería capaz de hacerle saber
si ella y Wintervale estaban verdaderamente relacionados.

Pero uno no podía simplemente ir hacia un mago y pedirle una gota de


sangre. El estigma de la magia de sangre corría profundamente y la mayoría
de los magos vigilaban su sangre como lo harían con sus vidas.

—¿Crees que puedas pedirle a Titus que me acompañe a cenar está noche?
—preguntó Wintervale.

El tono lastimero en su voz la hizo sentir culpable: Si no fuera por ella,


Wintervale muy probablemente tendría la completa e indivisible atención de
Titus.

—Si lo veo antes de la cena, se lo haré saber.

—Me preguntó por qué Titus está tan ocupado todo el tiempo —murmuró
Wintervale.

No, pensó ella. No podía verlo como a un hermano. Al menos, no aún. Quizás
algún día, si eran capaces de trabajar juntos hacia el mismo objetivo…

La puerta se abrió y entró Kashkari.

—Fairfax —dijo él, un poco sorprendido—. ¿Estas encaminando a


Wintervale a cenar?
—Lo haría si él quisiera. Pero creo que Wintervale tiene su corazón puesto
en el príncipe, como cualquier hombre biempensante haría —dijo ella,
deslizándose más allá de Kashkari—. Iré a encontrar a tu príncipe para ti,
Wintervale.

En medio de la noche, Titus se sentó de golpe en su cama.

Había estado en un estado de medio sueño, pero ahora no podía recordar


qué le había provocado despertar de un tirón. Se levantó a tomar algo de
agua, y, vaso en mano, se asomó desde atrás de la cortina.

Por primera vez, vio a los observadores que Fairfax había sospechado
estaban ahí: tres hombres, vestidos con ropa no maga y de pie juntos, con
su atención fija en la casa de la Sra. Dawlish.

Cuando se apartó de la ventana, la idea de qué lo había arrancado de su


sueño intranquilo regresó: tenía que ver con la visión de su madre de la
muerte del Barón Wintervale.

Y su interpretación de la misma.

La mayor parte del tiempo la Princesa Ariadne no ofrecía su propio punto


de vista sobre la importancia de sus visiones, confiando en que la
suficientemente larga y detallada visión era su mejor explicación. Pero con
la visión de la muerte del Barón Wintervale había interpretado
inmediatamente que la maldición de ejecución había sido ordenada por
Atlantis, nunca sospechando que su esposa en duelo, una experta y
poderosa maga en su propio derecho, podría ser su asesina.

Y si la Princesa Ariadne estuvo equivocada una vez, ¿quién dice que no


podría haber cometido otro error en otro lugar, en una visión que tenía un
impacto mucho mayor en la vida de Titus?

Iolanthe había querido ir hacia Claridge’s el día que se encontraron con Lady
Wintervale, para ver si la guardiana de la memoria todavía estaba haciendo
uso de este. Titus la convenció de esperar hasta que hiciera revisar a Dalbert
el horario de la Comandante Rainstone, para que así pudieran elegir una
hora durante la cual la Comandante Rainstone estuviera de otra manera
ocupada.
Esa oportunidad vino unos días después: la Comandante Rainstone se
esperaba que entregara premios a su alma mater toda la tarde, y Titus e
Iolanthe tenían un día corto de escuela y la práctica de criquet no requería
su asistencia.

Claridge’s, un gran hotel ubicado en la zona de Mayfair en Londres, se


llenaba con respetabilidad y lo inglés. Mientras el príncipe hacia su
reconocimiento dentro del hotel —todavía seguía renuente a dejarla ser vista
en cualquier parte salvo la escuela— Iolanthe esperaba en el stand de un
quiosco de la esquina, fingiendo examinar la selección.

El día estaba frío y nublado. Las hojas grisáceas que todavía permanecían
en los arboles temblaron y se estremecieron. Un trio de músicos callejeros
al otro lado de la intersección tocaban una incongruente melodía alegre en
sus violines. Los peatones, vestidos casi siempre en abrigos de marrón o
negro, corrían de aquí para allá, tomándole poca atención a los posters
publicitarios que dos chicos estaban pegando sobre una farola o al hombre
sándwich publicitando el Milagroso Tónico Adelgazante de Johansson.

Actualmente el príncipe apareció a su lado.

—Encontré una suite de la que no puedo pasar de la antesala.

Las plantas de sus pies se estremecieron. Le pagó al vendedor de periódicos


por un mapa de Londres y lo metió en el bolsillo del abrigo.

—Vámonos entonces.

—Déjame ir primero para asegurar que es seguro —dijo él, después de que
estuvieron fuera de la audición del vendedor de periódicos.

—Quiero ir contigo. —La guardiana de la memoria había pasado por una


gran cantidad de problemas para mantenerla fuera del alcance de Atlantis,
así que no debería estar en peligro por ese lado. Y, en cualquier caso, si
Dalbert tenía razón, la Comandante Rainstone estaría ocupada toda la
tarde—. Tú seguridad es al menos tan importante como la mía, no estoy
segura de que Wintervale pueda durar cinco minutos en Atlantis sin ti.

—Muy bien —cedió él—. Pero no bajes la guardia.

Desde un callejón vacío cercano, la teleportó a la antesala de la suite del


hotel. El pequeño espacio estaba cubierto con papel pintado carmesí;
Iolanthe recordó a alguien, probablemente Cooper, diciéndole que no tenía
sentido hacer paredes interiores en Londres, excepto de color oscuro; la
calidad del aire era tal que era garantizado tener paredes oscuras en unos
cuantos años, sin importar qué.

El príncipe se puso a trabajar, desenrollando hechizos anti intrusión. Ella


no sabía suficiente de las técnicas para ayudarlo, así que se mantuvo en
una esquina, fuera de su camino, e intentó respirar lentamente y
uniformemente. Para no emocionarse tanto, o dejar que sus esperanzas se
salieran de…

Pasos se acercaban desde el otro lado de la puerta.

Titus dio un salto hacia atrás e inmediatamente comenzó la colocación de


los escudos. Iolanthe tenía su varita afuera, apuntando hacia la puerta, el
miedo y una sensación de vértigo turnándose en acelerar su pulso.

Los pasos se detuvieron. La manilla de la puerta dio vuelta y lentamente la


puerta se entreabrió, revelando la familiar cara del Maestro Haywood.

El cabello del Maestro Haywood había sido cortado, y lucía un bigote de


aspecto gracioso, pero no cabía duda de que era él.

Era él.

Y luego Iolanthe apenas podía verlo por las lágrimas en sus ojos. Se lanzó
hacia él.

—¡Perdóneme! Perdóname por tardarme tanto en encontrarlo.

Él congregó sus brazos con fuerza a su alrededor.

—Iola. La Fortuna me proteja, eres tú. Pensé que nunca te vería otra vez —
dijo él, sonando aturdido.

Las lágrimas corrieron por sus mejillas. El Barón Wintervale podría haber
proporcionado el principio biológico de su existencia, pero el Maestro
Haywood era su verdadero padre, el que se sentó junto a su cama cuando
estuvo enferma, revisaba su tarea, y la llevaba a donde la Sra. Hinderstone
en los días de verano por helado de piña-melón y luego al zoológico para ver
a los dragones y unicornios.

—Estoy tan contento de que estés a salvo —dijo él con voz ronca—. Tan, tan
contento.
Solo entonces levantó la mirada y notó que ella no había venido sola. La
soltó y se inclinó a toda prisa ante el Maestro del Dominio.

—Su Alteza.

—Maestro Haywood —le reconoció Titus—. Con su permiso, me gustaría


registrar el local por translocadores.

—Por supuesto, señor. ¿Debo calentar un poco de té, señor?

—No, no es necesario. Puede estar a gusto.

Titus se alejó hacia el interior de la suite. El Maestro Haywood lo miró


boquiabierto por un segundo más, y luego se dio la vuelta hacia Iolanthe y
la hizo entrar a la sala de estar.

—¿Así que todo el tiempo has estado en esa escuela no maga a la me


llevaron, la escuela del príncipe?

—Sí, sí, y te contaré todo —dijo Iolanthe—. Pero primero dime, ¿Cómo
desapareciste de la Ciudadela esa noche?

—Desearía tener una mejor idea de lo que sucedió. Todas las guardias
nocturnas Atlantes alrededor se mantenían susurrando entre si sobre el
Lord Alto Comandante. Me asustó bastante, pensando que el Bane en
persona podría interrogarme.

»Estuve en la Ciudadela por casi una hora antes de dirigirme a la biblioteca.


Mis rodillas golpeaban. Apenas podía sentir el suelo bajo mis pies. Lo
siguiente que supe fue que estaba dentro de esta suite de hotel, con una
nota en la mesa que me daba instrucciones de nunca dejar los perímetros,
si quería mantenerme al margen de la Inquisición. Y aquí es donde he estado
desde entonces.

—¿De verdad no has salido ni una vez?

La sala de estar, con las mismas paredes color carmín, eran de un


tamaño decente. Y el dormitorio, el cual podía ver a través de la puerta
abierta, lo mismo. Pero, aun así, no dejar este espacio limitado por cuatro
meses enteros…

—Comparado con la Inquisición, esto es el paraíso. Un montón de espacio


para estirar mis piernas, nadie que me cuestione, y todos los libros y
periódicos no mágicos que pueda pedir para ser entregados. Excepto por la
falta de tus noticias, realmente no puedo quejarme.

Su corazón se encogió al recordar su pequeña celda en la Inquisición.

—¿Pero puedes dejar este hotel si quieres?

El Maestro Haywood palideció.

—Yo… no quiero. Es demasiado peligroso ahí afuera. Estoy mucho mejor


aquí, adentro.

—Pero si sales de aquí, entonces nadie sabrá dónde estás. Serás


completamente anónimo y eso te protegerá mejor que cualquier hechizo anti
intrusión.

—No, no. Es impensable. —El Maestro Haywood apretó el respaldo de una


silla—. Fue porque destruí esa tanda de elixir de luz que llamaste al rayo, y
ahora nunca estarás a salvo. Al permanecer aquí, al menos no te causaré
más problemas.

Su inflexibilidad desconcertó a Iolanthe. ¿Era otro síntoma del daño que los
hechizos de memoria habían causado?

—Por el sonido de ello, Fairfax. Diría que tú guardián ha sido colocado


dentro de un circulo de miedo —dijo el príncipe, saliendo del dormitorio.

—¿Qué es eso? —Iolanthe nunca había escuchado tal cosa.

—Un viejo hechizo de cuando las guerras eran asuntos más íntimos. Si
puedes establecer un círculo de miedo alrededor de tus enemigos, puedes
prácticamente hacerlos morir de hambre por dentro.

Iolanthe miró al Maestro Haywood, quien estaba intentando absorber las


noticias de lo que él temía era el miedo mismo.

Ella se volvió hacia el príncipe.

—¿Encontraste algún portal?

—Hay dos armarios y una bañera; puse alertas para…

Su expresión cambió. Tomando a Iolanthe por el brazo, los ocultó a ambos


detrás de las pesadas cortinas azules.
Iolanthe se asomó. El Maestro Haywood acababa de darse la vuelta hacia la
puerta abierta del dormitorio. El borde de lo que parecía ser una capa
marrón apareció por un momento cerca del piso; al otro lado de la pared,
alguien se estaba escondiendo, esperando a reconocer la situación en la sala
de estar.

El príncipe abrió silenciosamente la ventana francesa que daba a un balcón


estrecho. Iolanthe mantuvo el aire quieto para que las cortinas no aletearan
con la corriente entrando. Él desapareció del balcón. Unos segundos
después, se re materializó, luciendo un poco aturdido.

—Ella está aquí —dijo el príncipe—. La puse bajo un hechizo de congelación


de tiempo desde fuera de la ventana del dormitorio, pero no puedo llegar a
ese lugar porque todavía tiene hechizos anti intrusión.

—¿Te refieres a la Comandante Rainstone? —La voz de Iolanthe sonó como


un chillido.

—Ve a ver. No puede dañar a nadie ahora.

Un hechizo de congelación de tiempo duraba al menos tres minutos.


Iolanthe respiró profundamente y entró en la habitación, y casi cayó de
espaldas del shock mientras miraba hacia el bello rostro de Lady Callista.
CAPÍTULO 27
Traducido por Salilakab

Corregido por Jane’

D esierto del Sahara

Estrellas giraban ante la visión de Titus, vetas frías y brillantes. La mano de


Fairfax intentó escapar de la suya. Él instintivamente apretó con más fuerza,
incluso cuando caía de cabeza.

Un instante después se dio cuenta de que ya no estaba cayendo tan rápido.


Él había pensado que, aunque ella tuviera éxito, de seguro sufrirían heridas,
chocando contra una poderosa corriente de aire en la dirección contraria a
su aceleración. Pero ella había convocado múltiples corrientes de aire, por
lo que él se sentía cuidado, casi abrazado, y apenas a la velocidad necesaria
para disminuir su velocidad en lugar de llegar a un punto muerto.

Mientras el suelo los recibía, desaceleraron de manera constante y luego


más rápidamente mientras la distancia para el impacto disminuía. Cuando
cayó de bruces sobre arena fría y dura, fue como su hubiera caído de una
distancia de tres metros, en lugar de casi cien metros de altura.

Poniéndose de rodillas se echó a reír. Oh, era la sensación más maravillosa


estar vivo.

—Lo hiciste. La Fortuna nos proteja, en realidad lo hizo.

Ella estaba de rodillas también, aferrando su pecho.

—Mi corazón va a explotar. Va a estallar de mi pecho y salpicará sangre a


dieciséis kilómetros a la redonda.

—Estamos bien. Estamos bien. Estuviste magnífica.

—Magnífico, mi trasero. No eras responsable por salvarnos en caída libre,


estúpido idiota. Hacia el final debimos haber estado cayendo en picada a
más de doscientos kilómetros por hora. ¿Cómo esperas que alguien
contrarreste eso solamente con aire? ¿Qué tipo de suposición estúpida fue
esa? ¡Si no me muero del susto, me habría muerto de vergüenza del fracaso!

Su ira solo parecía aumentar mientras arremetía contra él.

—Fue lo más temerario, más tonto, más irreflexivo, más...

Las palabras le fallaron, pero su puño no lo hizo: se conectó con su plexo


solar y lo noqueó de pleno.

Cierto. Uno nunca debe enfadar a un mago elemental, que podría haber sido
instruido a que la violencia era una salida a las emociones desde una edad
temprana.

Pero solo se rio de nuevo, eufórico de estar a salvo. Su regocijo la enfureció


aún más. Ella saltó encima de él, lo agarró por el cuello, y levantó su puño.

Él tiró de ella y la besó en su lugar. Un estremecimiento la recorrió.

Él levantó su rostro y repitió para sí mismo.

—Estuviste magnífica.

Ella jadeaba como si hubiera corrido una carrera a pie. Sus dedos se
deslizaron por el labio inferior de él y su otra mano lo agarró por un brazo.
Los latidos del corazón de él, ya inestables, se volvieron completamente
erráticos.

Él hundió las manos en su pelo, la atrajo hacia sí y la besó de nuevo.

—Y los carros blindados estarán aquí en tres, dos, uno... —murmuró ella,
sus respiraciones más irregulares que nunca.

Los carros blindados no llegaron a tiempo.

—Bueno —dijo ella—, esto es desconcertante. Justo cuando creí que mis
besos tenían el poder de alertar a Atlantis de mi presencia en cualquier parte
del mundo.

—Ahora estoy dispuesto a escribir versos muy malos para ti. ¿Eso no
testifica el poder de tus besos?

—¿Qué tan malos?

—Éxtasis se verá obligado a rimar con destino.


Ella se rio y se puso en pie.

—Eso es, debo admitir, satisfactoriamente atroz. Haz que lo enmarquen


antes de presentármelo.

Tomó la mano que ella le ofrecía y se levantó también.

—¿Enmarcado? Haré que lo cincelen en una losa de cincuenta toneladas


que incluso tú tendrás problemas para moverla.

—Hmm, voy a tener que construir una casa en eso y llamarla Maison de
Doggerel.

De la mano, hombro con hombro, escanearon el cielo.

—Y ahí vienen —dijo él—. Creerías que trajeran de vuelta nuestro wyvern de
arena para olfatearnos, en caso de que nos escondiéramos debajo de la
arena o entre las dunas

No era la mejor idea en cualquier caso. Si se quedaba dormida de nuevo,


podrían quedarse atascados en el interior de la roca. O peor, enterrados bajo
una montaña de arena.

—¿Crees que el Bane esté con ellos?

—Realmente espero que n…

Un movimiento en la periferia de su visión le hizo volverse hacia el oeste;


ella reflejó su movimiento casi al unísono. Alguien se precipitaba hacia ellos
en una alfombra mágica.

Tenían sus varitas listas.

La alfombra voladora llegó en un aterrizaje completo y repentino.

—¿No pueden ver lo que viene? —gritó el piloto—. ¿Por qué están ustedes
ahí de pie? ¡Muévanse!

Titus y Fairfax se miraron. No podían ver muy bien en la oscuridad, pero la


voz era la de un hombre joven.

—No tenemos corcel y ella no puede teleportarse —dijo Titus.

El piloto parecía estupefacto.

—¿Qué paso con la alfombra que les di?


Él saltó de su propia alfombra y se acercó a ellos.

—¿Podrías darme una chispa o dos Fairfax?

Estaba tan aturdida por escuchar su nombre que casi no le dio lo que le
pidió. Pero se recuperó a tiempo para producir la más débil llama de fuego,
la cual iluminó a un hombre joven, delgado y guapo de su edad en hábito y
toga de las tribus Beduinas.

En un violento y rápido movimiento, rasgó la parte exterior de la bolsa que


llevaba sobre ella, haciéndola jadear.

El exterior de la bolsa no era parte de la mochila, sino un estuche con


bolsillos. Y el estuche era una gran pieza de tela que había sido doblada
apretada y finamente que se ajustaba al cuerpo de la bolsa sin arrugas o
protuberancias.

Con un movimiento vigoroso de las muñecas del jinete, la envoltura se


separó por completo. Y murmurando una contraseña, se levantó del piso y
la alfombra voladora estuvo lista para su uso.

Titus y Fairfax intercambiaron otra mirada estupefacta.

—¡Apúrense! —gritó el jinete de nuevo, empujándolos físicamente a la


alfombra voladora—. ¿Qué está mal con ustedes dos? ¡Vamos!
CAPÍTULO 28
Traducido por Lalaemk

Corregido por Mari NC

I nglaterra

—No entiendo —dijo Iolanthe, estupefacta—. ¿Qué está haciendo ella aquí?

¿Lady Callista era la guardiana de la memoria?

—Rápido —dijo el príncipe—. Necesito la ayuda de todos para un domo de


contención.

Un domo de contención no protegía al mago en su interior contra fuerzas


externas, sino todo lo contrario: era un escudo para proteger a aquellos
afuera de los que estaban dentro.

Apenas y terminaron el domo antes de que el hechizo de congelación de


tiempo se desvaneciera. Lady Callista parpadeó, encontrándose
repentinamente rodeada.

—Supongo que mi secreto se ha descubierto —dijo, aparentemente


despreocupada, pero sus dedos de apretaron fuertemente alrededor de una
varita con joyas no muy diferente a la que pertenecía a Iolanthe.

Lady Callista había sido quien había dado a luz en la noche de la tormenta
de meteoros. Lady Callista había sido la que tuvo una aventura con el Barón
Wintervale. Lady Callista, la última en entrar a la biblioteca en la Ciudadela
tras el Maestro Haywood, había sido quien distribuyó los vértices de un
cuasi-teleportador que lo alejó.

—No puede ser usted —se oyó decir Iolanthe—. Ha estado trabajando contra
nosotros todo el tiempo.

—Si te refieres a la instancia del día en que convocaste el rayo, cuando puse
un localizador en la manga del príncipe, eso fue hecho exclusivamente a
petición de Atlantis. No tenía idea que los dirigiría a ti, hasta que llegué a la
escena y vi a agentes de Atlantis trabajando para deshacer los hechizos de
anti-intrusión que Su Alteza había puesto.

—¿Estuvo ahí?

—Por supuesto, había convertido tu varita en un localizador. Debería


haberte recogido ese día y haber terminado con todo este sin sentido desde
hace mucho.

Pero ella no había sido capaz. Titus e Iolanthe habían escapado al


laboratorio. Desde ese entonces, la varita de Iolanthe había sido guardada
en el laboratorio, en un espacio que no podía ser localizado, y así Lady
Callista había perdido el rastro de Iolanthe.

—No creo en usted —dijo Titus—. Me dio suero de la verdad en su gala de


primavera, justo antes de mi Inquisición. ¿Qué había esperado lograr? ¿Qué
la Inquisidora se enterara del paradero de su hija mucho antes?

—De eso sólo se puedes culpar a sí mismo, Su Alteza —dijo Lady Callista de
vuelta—. Sí, hice que Aramia le administrara el suero de la verdad: la
Inquisidora me había dicho en términos certeros ver que se cumpliera. Pero
lo que la Inquisidora no sabía era que yo había sustituido un diferente tipo
de suero de la verdad, uno que actuaba más lento.

Titus entrecerró los ojos.

—Se suponía que tuviera una entrevista con la Inquisidora tan pronto
llegara —prosiguió Lady Callista—. Ella vería la bebida en su mano y sabría
que tenía su dosis. Pero el suero no tendría efecto en usted por casi una
hora, para ese momento usted ya habría terminado con ella y no peor que
como había comenzado. Entonces yo podía comenzar a hacerle preguntas
tan pronto como el suero empezara a actuar, y descubrir el paradero de mi
hija.

»Pero no tuvo su conversación con ella en la Ciudadela. En su lugar, sobre


la objeción de todos, usted fue a la Inquisición. Y no comenzó su Inquisición
hasta que el suero hubo tomado efecto.

Algo aún no tenía sentido para Iolanthe.

—Usted estuvo ahí en nuestra escuela el Cuatro de Junio. La Inquisidora


pudo haberme capturado. Usted solo se sentó ahí. No hizo nada.
—¿Qué pude haber hecho? Estuve ahí, como mencionaste. Tuve que
reprimir todos mis recuerdos para no desenmascararme. Y arriesgué todo
para alejarlo a él de la Ciudadela esa noche, ¿o no?

Lady Callista señaló al Maestro Haywood, quien lucía completamente


sorprendido por lo acontecido.

—Sólo porque usted misma estaba en riesgo que ser desenmascarada —dijo
Iolanthe de regreso, poniéndose más enojada con cada palabra—. Tenía
miedo de que, si la Inquisidora realmente podía ver a través de los hechizos
de memoria, su propia posición estaría en peligro. Si se preocupaba por él
en absoluto usted no hubiera retenido sus recuerdos de tal manera de
nunca permitirle a él tener acceso.

Las facciones de Lady Callista se endurecieron.

—A veces hay que tomar decisiones difíciles. Eres demasiado joven y no


conoces a los hombres. Cuando te quieren harán y dirán lo que sea, pero no
puedes esperar constancia de su parte. ¿Cómo podría confiar en eso si lo
dejara recordar, él aún continuaría manteniendo mi secreto, o te
mantendría a salvo?

Los dedos de Iolanthe se apretaron en puños.

—¿Es así como trata a las personas que la aman, que dejan todo por amor
a usted?

—Sí. Porque él, —Lady Callista apuntó otra vez un dedo en dirección al
Maestro Haywood—, no me ama. Ama un producto de su propia
imaginación. Mi yo real usa a la gente, los descarta, y no se arrepiente de
nada. ¿Él ama eso?

Iolanthe estaba sin palabras.

—Y tú, pequeña ingrata. —Lady Callista se estaba poniendo más


vehemente—. ¿Tienes idea de lo difícil que fue, cuan espantoso, el darme
cuenta cómo hacer todo lo que mi yo futuro estaba diciéndole a Haywood
que teníamos que hacer?

Un sonido tintineante. El príncipe abrió la mano y su varita, que había caído


al piso, regresó a su mano. Iolanthe lo miró fijamente: él no tenía más
probabilidades de dejar caer su varita de las que tenía de perder el diario de
su madre.
—¿Y para qué? —prosiguió Lady Callista—. Nunca he tenido un
agradecimiento de tu parte. Todo lo que haces es quejarte acerca de que no
estoy ayudando a tu precioso Maestro Haywood.

No había discusión con la auto-justificación de tal magnitud e Iolanthe no


se molestó en intentar.

—Rompa el círculo de miedo. Déjelo irse, nosotros la dejaremos ir. Es un


trato bastante justo.

—Absolutamente no. No te permitiré huir y causarme más problemas.


Vendrás conmigo. Te mantendrás en bajo perfil. Y no se oirá de ti hasta que
ya sea que el mundo termine o yo vaya a los Ángeles.

El príncipe palmeó al Maestro Haywood en el brazo y susurró en su oído. El


Maestro Haywood parecía indeciso. Pero Titus habló nuevamente. Y el
Maestro Haywood asintió.

Se posó ante Lady Callista y comenzó a recitar una larga serie de hechizos.

—¿Cómo te atreves? —gritó Lady Callista.

Ella disparó varios hechizos para aturdirlo y silenciarlo, pero el domo de


contención los hacía ineficaces.

—¡Cómo te atreves! —gritó nuevamente.

Pero el Maestro Haywood prosiguió tenazmente con sus hechizos. Y cuando


quedó en silencio, Lady Callista cayó al suelo, inconsciente.

Titus la puso bajo otro hechizo de congelación de tiempo antes de deshacer


el domo de contención. Levantándola en sus brazos, comenzó a llevarla
hacia la puerta delantera.

—¿Qué le hiciste? —le preguntó Iolanthe al Maestro Haywood.

—El príncipe me pidió que le quitara todos sus recuerdos que tuvieran que
ver contigo. Cuando vuelva en sí, sabrá cómo regresar a la Ciudadela. Pero
no pensará en regresar y perseguirte.

—No es que lo vaya a hacer, de cualquier forma —dijo Titus—. Todos sus
recuerdos que tengan que ver con ustedes dos probablemente han sido
suprimidos por un tiempo, dado que Atlantis la ha estado interrogando día
a día.
Iolanthe negó un poco.

—¿Entonces cómo sabrá venir aquí?

—Puedes hacer provisiones especiales. Para mí, mis recuerdos de leer la


visión de mi muerte regresarán con toda fuerza cuando ponga un pie en
Atlantis. —Apoyó a Lady Callista contra la puerta y puso su mano en la
perilla.

—¿Qué haces ahora? —preguntó Iolanthe.

—Necesito su mano en la puerta para romper el círculo de miedo. Gracias a


la providencia que ella no estableció un círculo de sangre, eso no hubiera
sido tan sencillo de romper. Pero otra vez, la autoría de un círculo de sangre
puede ser verificada, así que probablemente ella no tomaría ese riesgo a
menos que sintiera que no tiene otra opción.

Él murmuró los encantamientos necesarios. Iolanthe lo observó


cuidadosamente, preguntándose exactamente lo que Lady Callista había
dicho antes para causar que dejara caer su varita. Lucía un poco triste, pero
aparte de eso, parecía suficientemente normal.

Cuando hubo terminado, él y el Maestro Haywood llevaron juntos a Lady


Callista al diván en la sala de estar.

—Maestro Haywood —dijo Iolanthe—. ¿Hay alguna posibilidad de que haya


cambiado de opinión acerca de dejar este lugar?

El Maestro Haywood comenzó a negar, pero se detuvo. Una sonrisa


lentamente apareció en su rostro.

—Ahora que has preguntado otra vez, Iola, creo que he tenido suficiente de
este lugar.

Lady Callista permaneció inconsciente después de que el tiempo de


congelamiento expiró.

—No hay que preocuparse —dijo Titus—. Mientras el hechizo de memoria


hace efecto, no es raro que un mago permanezca inconsciente por una hora.

El Maestro Haywood suspiró.

—Aun así, pensaba que ella era encantadora.


—Necesitamos comprobar que no haya localizadores en su persona —le dijo
Titus al Maestro Haywood.

Mientras buscaban, Iolanthe preguntó:

—¿Cómo conociste a Lady Callista, Maestro Haywood?

—A través de mi amiga Eirene. Puede que la conozca como la Comandante


Rainstone, la principal asesora de seguridad del regente, Su Alteza —dijo el
Maestro Haywood, con una deferente inclinación hacia el príncipe.

Era extraño como es que ella conocía a ambos hombres tan bien, aun así,
ellos eran esencialmente extraños el uno para el otro. Y el Maestro Haywood,
al menos, parecía determinado a mantener cada etiqueta.

—La conozco a ella en esa capacidad. Por favor continúe —dijo Titus.

—Me encontré con Eirene —la Comandante Rainstone— para tomar un café
y me dijo que se iba a encontrar con su amiga Lady Callista en la tienda de
libros de Eugenides Constantinos después, que si gustaba acompañarla.
Dije que me gustaría, así que así sucedió.

Iolanthe removió los zapatos y calcetines del Maestro Haywood para


asegurarse que estuvieran libres de localizadores.

—¿Y qué estaba haciendo Lady Callista en la tienda de libros? No me parece


como alguien con interés en los libros.

—Dijo que estaba ahí para comprar un libro que un amigo de ella había
desfigurado. Su compañía fue tal placer, que me ofrecí a comprarle el libro.

—La Poción Completa.

—Sí, ¿cómo adivinaste?

Iolanthe mordió el interior de su mejilla.

—Siempre arrastrabas ese libro con nosotros, aunque dijiste que era un
libro terrible.

—Sí, valor sentimental. Era hermosa, pero me llamó la intensidad de su


presencia. Siempre pensé que era una pena que no la volviera a ver, aunque
tenía toda la intención de volver a hacerlo. —El Maestro Haywood quedó en
silencio mientras se daba cuenta de que hablaba de recuerdos
incompletos—. Quizás hubiera sido mejor si no la hubiera visto otra vez.
—Hablando por mí mismo, esta vez es lo más encantadora que la he visto
—dijo Titus—. Al menos fue veraz por una vez. Mi conjetura es que aún hay
suero de la verdad es su sistema de su último interrogatorio.

Una vez que estuvieron satisfechos de que el Maestro Haywood no tuviera


ningún localizador en su persona, y que ninguno tuviera alguno, Iolanthe
de repente se dio cuenta de que no había planeado a dónde llevarlo.

—¿Deberíamos ponerlo en un diferente hotel desde ahora, hasta que


encontremos un alojamiento más permanente? —preguntó.

—Tengo un lugar que gustosamente pondría a su disposición —dijo Titus al


Maestro Haywood—. Si no le importa que esté al otro lado del Canal Inglés.

¿Al otro lado del Canal Inglés?

París.

El otoño en París tenía poco parecido con su contraparte en Londres. El aire


era fresco pero nítido, el cielo azul, y las altas y claras ventanas por todo el
tranquilo boulevard iluminadas con el sol poniéndose. El apartamento que
había escogido el príncipe tenía cuartos espaciosos, techos altos pintados
con un suave dorado, y enormes pinturas de no magos vestidos en ropas de
una era diferente, retozando en un campo con tintes de nostalgia.

Iolanthe, incluso con su dolor de cabeza por haber sido teleportada casi
doscientos cuarenta y dos kilómetros —aunque divididos en tres
segmentos— estaba encantada.

—Es un lugar encantador.

Titus le dio otra dosis de ayuda de teleportación.

—La conserje tiene la impresión de que hay varias personas en la familia:


un tío, y una sobrina y un sobrino que son gemelos. Así que no estará
sorprendida de ver, ya sea a un hombre joven o a una mujer joven venir por
aquí, o a un hombre mayor.

Él abrió un cajón y sacó estuches de tarjetas del Sr. Rupert Franklin, del
Sr. Arthur Franklin, y la Srta. Adelia Franklin.

—La panadería de la esquina es bastante buena. El bar-restaurante es


similar. Tres veces a la semana hay un mercado en la plaza más abajo del
camino. Y la familia Franklin tiene una cuenta con el Banco de París que
debería durarle años.

—Así que esto es lo que has estado haciendo en París —dijo Iolanthe
suavemente, más que un poco abrumada por todo lo que él había hecho.

—En parte.

—¿En parte? ¿Qué otra cosa?

Los llevó por un pasillo hacia otra habitación. Había sido arreglada con un
largo escritorio al centro, y con estantes en las paredes. Iolanthe reconoció
algo del equipo en el escritorio ya que venían del laboratorio.

—Una vez que me di cuenta de que tus recuerdos podrían no regresar, quise
protegerte contra las secuelas de una supresión permanente. Lo que
significa que tenía que encontrar una manera de traer de vuelta tus
recuerdos.

»Decidí duplicar el tipo de protección que había sido puesto en mí. Si alguien
interfiere con mi memoria, y alguien quién cumpla el umbral de contacto
requerido aún pudiera, mi memoria se recuperaría en semanas, si no es que
días. Pero algunos de los ingredientes requeridos para la poción base no
viajan bien, deben ser realmente frescos, y pierden su eficacia si son
teleportados.

»Así que necesito poner un laboratorio temporal aquí en París, es la ciudad


más cercana con un mago botánico que me puede abastecer. Y mientras
buscaba por un lugar adecuado, decidí que también establecería un lugar
para que ustedes dos puedan vivir cómodamente, después de que se
reunieran.

El Maestro Haywood hizo una profunda reverencia. Iolanthe no hizo nada,


no sabía qué hacer.

Titus les hizo señas hacia el escritorio.

—De cualquier forma, no te lo dije antes porque no tenía la poción base lista
y no quería que pensaras que te estaba facilitando que dejaras Eton. Quiero
decir… —Se encogió de hombros—, sabes lo que quiero decir.

Él sacó dos vasos y los llenó a la mitad con una jarra que decía que contenía
agua de mar.
—Necesita agua del primer océano en el que hayas estado, que asumí había
sido el Atlántico para ustedes dos. Y después debes añadir tres gotas de tu
propia sangre, y tres gotas de sangre dadas por voluntad de alguien que te
ama. ¿Le importaría darme un poco de fuego, Srta. Seabourne?

—Ella hizo una pequeña esfera de fuego.

El príncipe abrió su navaja de bolsillo, pasó la cuchilla sobre el fuego, y se


la entregó a Iolanthe. Ella dejó caer tres gotas de sangre en cada vaso, pasó
la cuchilla nuevamente por el fuego, y se la entregó al Maestro Haywood.

Cuando el Maestro Haywood hubo presionado tres gotas de su sangre en un


vaso, y estaba a punto de hacer lo mismo con el otro vaso, el príncipe lo
detuvo.

—Me gustaría tener el honor con la poción de la Srta. Seabourne.

Sangre de alguien que te ama.

El Maestro Haywood miró a Iolanthe, no tan sorprendido como reflexivo.

Ahora Titus sacó un vial de polvo gris, lo dividió entre los vasos, y lo agitó
hasta que la poción se volvió brillante y dorada.

Sabía a luz solar y a té de manzanilla.

El Maestro Haywood nuevamente se inclinó ante Titus, quien lo llevó a otra


habitación y le mostró dónde guardaba una provisión de dinero en efectivo.

—Esto debería durarle hasta que pueda ir al banco. También tiene crédito
en las tiendas más cercanas, si quiere usar eso.

Se volvió hacia Iolanthe.

—Casi es tiempo de otra condenada Ausencia a la escuela. Es mejor que


volvamos.

—Recuento —le explicó Iolanthe al Maestro Haywood—. Siempre están


contando a los chicos.

—Pero aún no he oído tu historia —protestó el Maestro Haywood.

—Otro día —dijo ella, abrazándolo—. Vendré a verte tan pronto como pueda.

De vuelta en su habitación en casa de la Sra. Dawlish, Titus se volvió hacia


ella y dijo:
—Estas son para ti.

“Estas” eran tarjetas de presentación para A. G. Fairfax, del Rancho Low


Creek, en territorio de Wyoming.

—Antes de que te vayas de la casa de la Sra. Dawlish, dale estas tarjetas a


tus amigos. Cuando escriban a esta dirección, las cartas irán a la casa
segura. Y las cartas que envíes de la casa segura les llegarán como si
hubieran sido escritas desde el Oeste Americano.

—Gracias. —Más palabras no podrían explicar mejor sus sentimientos.

—No hay necesidad —respondió él con suavidad—. Es algo compulsivo de


mi parte darte todo, mientras aún pueda.
CAPÍTULO 29
Traducido por flochi y Shilo (SOS)

Corregido por Mari NC

D esierto del Sahara

El recién llegado era increíblemente rápido en su alfombra. Titus tuvo que


hacer un verdadero esfuerzo para no quedar más que la longitud de un
cuerpo detrás.

Y considerando que Titus puso su alfombra en un ángulo de


aproximadamente diez grados, con la parte delantera de la alfombra
enrollada debajo, la alfombra del recién llegado estaba inclinada en una
pendiente de al menos treinta grados, con dos pliegues en el cuerpo por lo
que de perfil parecía como una alargada Z al revés.

Un dragón podía mantener su propio curso, pero una alfombra por lo


general se basaba en la distribución del peso del jinete por direcciones. Un
jinete nuevo, mientras aprendía, podía accidentalmente poner la alfombra
en picada al hacer otra cosa más que intentar mirar por encima de su
hombro. Este joven, sin embargo, se dio la vuelta casualmente, una mano
sosteniendo la alfombra en su curso, la otra levantada lanzando un hechizo.

Lanzamientos de hechizos de distancia —mientras los perseguidores más


cercanos estaban todavía a kilómetros detrás— y con sorprendente
precisión. El chico era un francotirador que observar.

Titus se dio la vuelta hacia Fairfax, quien estaba mirando boquiabierta al


recién llegado, y dijo:

—¿Hay alguna posibilidad de que él sea tu admirador?

Ante su pregunta, ella estrechó los ojos.


—Probablemente no. Dado que, ya que vino en su alfombra para llevarnos
a la nuestra, pudo fácilmente haberme dado un beso. Pero me empujó en la
alfombra como a un saco de patatas.

—Pero, ¿y si lo es?

—Hmm. —Su tono se tornó burlón—. ¿Me estás pidiendo que escoja en este
momento entre ustedes dos?

—Ahora me elegirás, por supuesto. Pero, ¿qué pasará cuando recuerdes? —


la pregunta lo puso más nervioso de lo que quería admitir.

—¿No puedes hacer algo respecto a los carros blindados, Fairfax? —gritó el
sujeto en discusión—. Se están acercando con rapidez.

—¡Muy bien! —gritó ella—. Lo intentaré.

Entonces, en la oreja de Titus:

—No creo que siquiera sepa, o le interese, que soy una chica.

Titus tuvo que estar de acuerdo con esa explicación, y se alegraba por ello.

—Mantén la alfombra firme —le dijo ella, y se dio la vuelta.

Luego de un minuto más o menos, volvió a tumbarse.

—No puedo desestabilizar los carros blindados. Déjame intentar otra cosa.
¡Agárrate fuerte!

Las últimas palabras fueron dichas a los gritos para que el otro chico las
escuchara. Un segundo después, un viento desde atrás casi voló a Titus de
la alfombra. Ambas alfombras aceleraron como si tuvieran cohetes. Y detrás
de ellos, apenas visible en la oscuridad de la noche, la arena se levantó como
una cortina, oscureciéndolos de la vista de los Atlantes.

El otro chico hizo señales para que descendieran.

—Mi alfombra casi ha alcanzado los límites de su rango.

Una vez que una alfombra alcanzaba los límites de su rango de vuelo, tenía
que ser bajada, o caería del cielo como una roca. Y una vez en el suelo,
necesitaba más tiempo antes de poder retomar el cielo.
—¿Quieres un poco de agua? —preguntó Fairfax. La esfera de agua que ella
había convocado brilló apenas bajo la luz de las estrellas.

El chico sostuvo la cantimplora.

—Sí, me gustaría, gracias.

—¿Algo de comida o una manta de calor? —preguntó Titus, poniendo su


brazo sobre el hombro de Fairfax.

Si el chico era su admirador, entonces debería competir por su afecto o


renunciar a ellos por siempre.

El chico los miró por un momento, ni con consternación ni con celos, sino
con algo como sorpresa.

—No, gracias. Estas ropas fueron hechas para el desierto y agua es todo lo
que necesito.

Se quedaron en silencio. Titus estaba a punto de decirle al chico que no


tenía idea de quién era cuando volvió a hablar.

—El pendiente estaba tan frío al principio que tuve que alejarlo de mi
persona. Y dado que no te estaba buscando específicamente, sino solo
viajando para encontrarme con mi hermano, no le vi el sentido a
comprobarlo. Imagina mi sorpresa cuando llegué al mediodía y estaba casi
tibio.

»Tenía un cuaderno de doble sentido conmigo así que contacté a mi hermano


y… su prometida. Me respondieron inmediatamente diciendo que faros de
fénix habían sido vistos en el desierto unas pocas noches antes, y sus
exploradores estaban al acecho buscándote. Y he aquí, unas pocas horas
después me topé con ustedes en un oasis llevando un wyvern de arena.

La mandíbula de Titus cayó boquiabierta.

—Los de la caravana, ¿eran magos?

—Ciertamente la mayoría lo eran.

—Pero uno se desmayó y dos alcanzaron sus rifles cuando vieron al wyvern
de arena.

—Es una buena política que al menos un miembro del grupo finja quedar
inconsciente ante el avistamiento de un mago. Y yo siempre pensé que los
rifles son un toque de genialidad, cada vez que se ve a alguien sosteniendo
un arma de fuego, tu instinto es desecharlo como un no mago.

—Debo recordar eso —murmuró Fairfax.

—Y no solo los caravanistas eran magos, el oasis mismo es un translocador


—dijo el chico con obvio orgullo—. Hemos construido tres como ese. Atlantis
no les presta mucha atención a los no magos y sus camellos apiñados
alrededor de un agujero insignificante en el suelo. Le permite a nuestros
exploradores moverse libremente por el desierto.

»De todas maneras, los exploradores te reconocieron y a Fairfax. Ellos


reportaron de regreso. La decisión que se tomó fue tomar cualquier medida
necesaria para mantenerlos fuera de las manos de Atlantis. Razón por la
cual, cuando vieron el contingente de bestias y carruajes blindados dejando
la base, decidieron atacar la base para obligar a los Atlantes a regresar y
defender su instalación.

—¿Por qué tus amigos decidieron hechizar lanzas? —preguntó Fairfax.

—¿Qué?

Fairfax se volvió hacia Titus.

—Pensé que dijiste que aquellos que nos ayudaron usaron lanzas
hechizadas.

—Teníamos que utilizar unos métodos pocos ortodoxos, pero no hechizamos


lanzas —dijo el chico—. No estamos tan desesperados todavía.

—Los Atlantes que estaban literalmente sobre nosotros no iban a regresar a


la base para ayudar. Tenían órdenes de cazarnos e iban a obedecer sus
órdenes hasta que les dijeran lo contrario —le dijo Titus al chico—. No sé
qué habría pasado si ese montón de lanzas hechizadas no hubiesen llegado
a tiempo para obligarlos a marcharse.

—Eso es extraño. No tengo conocimiento de ningún grupo de rebeldes que


use armamento antiguo. ¿Hay algo más que puedas decirme al respecto,
príncipe?

Fairfax estaba a punto de volver a cargar la cantimplora del chico. El chorro


de agua que apuntó falló, aterrizando con un splat en la arena.
Titus también sintió como si el suelo se hubiese movido de debajo de sus
pies.

—¿Me llamaste príncipe?

El chico sonó desprevenido.

—Mis disculpas, Su Alteza. En la escuela no seguimos de cerca el protocolo.


Pero me aseguraré de corresponderle con todo el respeto debido al Maestro
del Dominio.

Al Maestro del Dominio.

Agarró el brazo de Fairfax, inseguro de incluso poder entender esas


palabras. O si quería hacerlo.

El chico escaneó el cielo.

—Patrulla nocturna de la base, excelente. Puedo conseguir que ellos me


lleven y no tenemos que esperar a que mi alfombra esté lista de nuevo.

—¿Estás seguro que podemos confiar en ellos? —preguntó Fairfax.

Él dobló su alfombra, luego la enrolló en un tubo apretado y la ajustó a un


delgado bolso que se colocó diagonalmente a lo largo de su espalda.

—Son los primos de Amara, entonces sí, estoy bastante seguro de que no
son Atlantes haciéndose pasar por rebeldes.

Cuando los rebeldes aterrizaron, el chico presentó a las dos mujeres como
Ishana y Shulini. Cuando llegó el momento de dar el nombre de Fairfax, él
le preguntó:

—¿Debería presentarte como Fairfax, o por tu verdadero nombre?

Fairfax dudó.

—Mi verdadero nombre.

Sonó casi asustada. Titus se sentía asustado. ¿Conocer su verdadera


identidad sería una experiencia tan infeliz para ella como había sido conocer
el suyo para él?

—Iolanthe Seabourne —dijo el chico.


Iolanthe Seabourne: un nombre tanto con estructura como fuerza, sin
embargo, uno que no trajo ningún reconocimiento, para ninguno de ellos.
Ella tomó su mano. Estaba aliviada, él se dio cuenta. Pero mezclado con el
alivio estaba tal vez una ligera decepción de que permaneciera sin aclararse
quién era ella.

—Encantado de conocerlas —dijo Titus a Ishana y Shulini.

Las mujeres inclinaron su cabeza respetuosamente.

—Un placer encontrarnos con Su Alteza de nuevo —dijo Ishana. Y luego a


Fairfax—: Te vimos antes también, pero estabas dormida en el lomo del
wyvern de arena.

Los ojos de Titus se ampliaron.

—¿Estaban en el oasis?

Se rieron suavemente.

—Fuimos las que agarramos los rifles, señor. Es mucho menos sospechoso
para nosotras ir como hombres no magos —dijo Shulini.

Quince segundos después estaban en el aire. La alfombra que llevaba a


Shulini, Ishana y al chico era, si eso era posible, todavía más rápida de lo
que había sido la del chico. Pero esta vez, a Titus no le importó.
Deliberadamente se retrasó unos cuantos metros. Fairfax tomó su mano y
no dijo nada.

Los kilómetros pasaron. El aire nocturno del desierto atravesaba duramente


la piel expuesta de su rostro, pero estaba casi feliz por el dolor sordo, por la
distracción que ofrecía.

—No quiero ser el Maestro del Dominio —dijo, después de mucho rato. El
Maestro del Dominio no era alguien a quien envidiar ni en los tiempos
mejores. El Maestro del Dominio como un fugitivo de Atlantis era una
posición inmantenible—. ¿Es posible para mí arreglar que sea su mozo de
cuadras en su lugar?

—Deberías tratar —dijo ella, sus dedos apretándose sobre los de él—. De
verdad me gustan los mozos de cuadra, especialmente cuando huelen a la
porquería que han estado paleando todo el día.

Él estaba entre la risa y las lágrimas.


—No puedo pensar en algo que quiera hacer menos que ser responsable de
un reino entero.

—Bueno, si cuidas al Dominio la mitad de bien de lo que me has cuidado a


mí, tanto el Dominio como tú estarán bien.

—¿Eso crees?

—Sí, lo creo. Por no mencionar, ahora sabes de al menos una chica que te
besaría incluso si no fueras un príncipe… ¿no es eso lo que todos los
príncipes están tratando de encontrar?

—Esto ha sido un terrible shock —dijo lentamente—. Necesitaré besos por


docenas para ayudarme a lidiar con él.

—Iba a reservar mis besos hasta que viera ese bloque de cincuenta
toneladas cincelado con versos malos e innombrables. Pero circunstancias
extraordinarias requieren medidas extraordinarias, por lo que puedes tener
un beso ahora.

Él se las arregló, apenas, para no mandar a la alfombra en picada.

—¿Mejor?

—Uno más, y tal vez seré capaz de seguir adelante.

Pero uno más no estaba en las cartas. Adelante, Ishana gritó:

—Su Alteza, la base está cerca. Debemos empezar nuestro descenso ahora.
Por favor sígame de cerca.
CAPÍTULO 30
Traducido por scarlet_danvers, Mapu, VckyFer, Roci_ito y Mari NC

Corregido por Shilo

I nglaterra

—¿Qué es lo que pasa? —Llegó la voz de Fairfax.

Titus se sobresaltó… ni siquiera se había dado cuenta de que había llegado


al laboratorio.

—Veo que todavía estás decidida a no escucharme sobre no aventurarte


afuera después de que se apaguen las luces.

Se sentó frente a él en la mesa de trabajo.

—Nunca te escucho cuando sé lo suficiente como para decidir por mí misma.

Su tono era ligero, pero la verdad de sus palabras lo golpeó duro: ella
confiaba en su propio juicio. Él, por su parte, estaba acostumbrado a llevar
su vida de acuerdo a las instrucciones que su madre había dejado atrás. Lo
cual estaba muy bien cuando él no cuestionaba esas instrucciones. Pero
cuando lo hacía, lo sumía en un estado de parálisis.

—¿Es algo que Lady Callista dijo? —preguntó Fairfax.

Había estado sorprendida al ver a Lady Callista revelada como la guardiana


de la memoria, pero no había parecido especialmente afectada después,
probablemente porque siempre le había disgustado la guardiana de la
memoria, y probablemente debido a que todos sus recuerdos personales de
Lady Callista como su madre estaban aún inaccesibles.

—Hubo algo que ella gritó cuando te estaba acusando de ser ingrata —
respondió Titus—. No he sido capaz de sacarlo de mi cabeza.

¿Tienes alguna idea de lo difícil que fue, lo espantoso, descubrir cómo hacer
todo lo que mi futuro yo estaba diciéndole que teníamos que hacer?
Le repitió esas palabras en voz alta a Fairfax.

—¿Notaste algo?

—Sí, lo hice —dijo ella lentamente—. Siempre hemos asumido que la


guardiana de la memoria había estado trabajando en contra de una visión
de futuro, y por eso todo eventualmente salió mal. Pero fue al revés: Lady
Callista había hecho todo en su poder para hacer que la visión se hiciera
realidad.

—Eso por un lado. Y está el hecho de que la visión que había dejado que
dominara su vida no era una visión de la acción, sino una de habla: en esa
visión, su yo futuro estaba diciéndole a tu futuro guardián lo que tenían que
hacer.

Fairfax frunció el ceño.

—No estoy segura de entender.

—Nunca ha habido un acuerdo sobre lo que los magos deben hacer cuando
tienen conocimiento previo de los acontecimientos que aún tienen que
ocurrir. Algunos sienten que mientras uno no esté tratando de evitar ese
futuro, no se necesita hacer más. Algunos piensan lo contrario: el futuro
había sido revelado para que esos en el presente trabajen para alcanzarlo.

»Mencionaste la paradoja de la realidad creada hace un tiempo: un futuro


que probablemente no se habría hecho realidad, si no hubiera sido revelado
y luego asiduamente hecho que pasara. Obviamente no me importa un poco
de realidad creada. Pero incluso entre los magos que creen que uno debe
trabajar hacia un futuro revelado, hay enormes diferencias de opinión sobre
lo mucho que debería hacerse.

»Por ejemplo, mi madre se vio a sí misma escribiendo “No hay un elixir de


luz, contaminado como fuese, que no pueda ser revivido por un rayo” en los
márgenes de un ejemplar de La Poción Completa. No hay mucho argumento
ahí, definitivamente debería hacerlo cuando se encuentre a sí misma en la
situación prevista.

»Pero, ¿qué si se había visto a sí misma diciéndole a alguien que es lo que


había hecho? ¿Debería aun así escribir sobre elixires de luz y rayos en el
manual de pociones?

Fairfax parpadeó.
—Esto podría complicarse. En sentido estricto, para cumplir la profecía, ella
solo tiene que decir las palabras, no necesita en realidad escribirlas.

—Se vuelve aún más complicado. ¿Y si ella se había visto a sí misma


diciéndole a alguien que planea escribir estas palabras dentro de una copia
de La Poción Completa?

—Y estás diciendo que es el equivalente a la visión a partir de la cual Lady


Callista trabajó, una visión de un plan siendo discutido en voz alta.

Él asintió. Así como los videntes venían en muy diferentes calibres, también
lo hacían las visiones.

—Una visión de alguien discutiendo sobre sus planes es mucho menos


importante que una visión de acontecimientos reales. Pero no tiene que ver
con Lady Callista lo que me preocupa... —Casi no pudo decir las siguientes
palabras—: Es la visión de mi madre la que me está haciendo dudar.

Ella se levantó de su asiento.

—¿Qué?

—Las visiones de mi madre casi siempre tienen que ver con eventos. Mi
coronación fue un evento. La muerte de la Inquisidora, un evento. Ella
misma escribiendo las palabras que un día te inspirarían a llamar un rayo,
una serie de acciones que constituyeron un acontecimiento. —Colocó sus
manos en la parte superior del diario, que durante tanto tiempo había sido
su balsa salvavidas en un mar de incertidumbres—. Pero ahora me doy
cuenta de que algunos de los supuestos más importantes de mi madre no
están fundados en una visión de acción, sino en una de habla.

Esto es, entonces, más probablemente lo que Titus está presenciando, la


manifestación del gran mago elemental que será, como él dirá en una visión
diferente, su compañero para la tarea.

Como él dirá.

—¿Puedes pedirle al diario que te muestre esa visión, así sabrás de una
manera u otra?

—Puedo, pero tengo miedo de hacerlo. —Alzó la mirada para verla—. ¿Te he
dicho que ella previó la muerte del Barón Wintervale? Pero interpretó mal lo
que vio diciendo que Atlantis había sido responsable de la maldición de
ejecución. Ella era una vidente perfecta, pero no era infalible en las
interpretaciones de sus visiones.

Sin embargo, las instrucciones de toda su vida se habían establecido en la


fuerza de esas interpretaciones.

Ella rodeó la mesa y se paró junto a él, su mano en su hombro.

Él puso su mano sobre la de ella.

—¿Soy un cobarde?

—¿Porque tienes miedo? No. Solo los tontos nunca tienen miedo.

Él miró fijamente el borde dorado de las páginas del diario.

—¿Qué si todo cambia?

—A veces lo hace.

—Odio cambios de ese tipo.

—Lo sé —dijo ella suavemente—. Yo también.

Él respiró hondo y abrió el diario, en silencio pidiendo que le mostrara la


visión en la que él hablaba del gran mago elemental que sería su compañero
en la tarea.

24 de abril, 1021

Solo unos días antes de la muerte de la princesa Ariadne.

Es Titus, o al menos creo que es Titus, tal vez diez años más o
menos más viejo de lo que es ahora, un muchacho de dieciséis o
diecisiete años, delgado y guapo. Junto a él está otro chico, de la
misma edad, de buen aspecto, pero de una manera que era casi
demasiado bonito para un hombre joven. Parece que están de pie
en la orilla de un lago o un río, tirando guijarros, pero no
reconozco el lugar como cualquiera que haya alguna vez visitado.

—Voy a eliminar al Bane —dice Titus.


Tuve que caminar lejos de mi escritorio por un momento para
recobrarme. Así que esto es a lo que todas las otras visiones
habían estado dirigiéndose. Por milésima vez, deseo que nunca
hubiera sido maldecida con este “don”.

—¿Por qué? —pregunta el otro muchacho, sonando tan temeroso


y estupefacto como me siento.

—Porque eso es lo que estoy destinado a hacer —responde Titus,


con una certeza inquebrantable.

Cerró el diario de golpe. Era la conversación que él y Fairfax tuvieron a la


orilla del Támesis, cuando le había dicho acerca de su destino.

—Recuerda, esto no disminuye el poder de tu madre como una vidente —


dijo Fairfax con urgencia.

No, pero ponía en duda su interpretación de todo. La Princesa Ariadne


escribió que iba a haber un compañero para Titus porque el futuro Titus lo
había dicho. Pero el futuro Titus lo había dicho porque la Princesa Ariadne
lo había escrito así. Era una paradoja completa y viciosa.

—La Fortuna me proteja, ¿qué significa esto? —se oyó murmurar—. ¿Hay
un Elegido o no?

Había sido la cosa más desgarradora para hacer, decirle a Fairfax que ella
no era parte de su destino, pero lo había hecho sin dudarlo porque, como le
dijo, uno no discutía con la fuerza del destino. Ahora, sin embargo, la fuerza
del destino estaba demostrando ser nada más que un enigma tambaleante.

—¿Importa? —preguntó ella.

—¿Cómo puede no importar? Si no hay Elegido, entonces, ¿qué se supone


que yo, aquel cuya tarea es entrenar y guiar al Elegido, haga?

Ella giró su silla para que él la mirara.

—Escúchame. Olvida cómo ella interpretó todo, las visiones son y siempre
han sido cosas impredecibles. Mira en cambio lo que sus visiones te han
llevado a lograr: me salvaste dos veces y eliminaste a la Inquisidora, la
lugarteniente más capaz del Bane.
»Tu madre murió porque Atlantis la quería muerta. Siempre ibas a ser un
enemigo implacable para Atlantis. Siempre ibas a hacer todo para volcar el
régimen del Bane. La única diferencia fue que la Princesa Ariadne se aseguró
de que estuvieras listo mucho antes de lo que de otra manera hubieras
estado.

»Wintervale no necesita ser el Elegido para levantar su varita contra Atlantis,


quiere ser parte de algo más grande que sí mismo. Yo no necesito ser la
Elegida tampoco, si puedo hacer una diferencia, entonces estoy dispuesta a
hacer mi máximo esfuerzo. Pero sí te necesitamos, estás mejor preparado
para derrocar al Bane que cualquier otro mago en la Tierra. Así que no me
digas que ya no sabes qué es lo que debes hacer. Tu papel no ha cambiado
en absoluto. Sacúdete y retómalo.

La miró a los ojos y sintió que algo de su desesperación se iba.

—¿Así que no piensas que todo lo que he hecho es en vano?

—No, no creo que nada de lo que has hecho ha sido en vano. Todo se
cumplirá algún día. Y, además, estoy convencida de que vivirás para ver ese
día.

Él tomó las manos de ella entre las suyas.

—Cuando el momento llegue, ¿vendrás a Atlantis con Wintervale y conmigo?

—Lo haré. —Lo besó en su cabello—. Ahora ve a dormir un poco. El camino


es largo todavía.

—No puedo creerlo —dijo Cooper, mirando la tarjeta de presentación—.


Rancho Low Creek, Territorio Wyoming. ¿De verdad estás dejándonos?

Iolanthe caminó hacia la ventana de Cooper.

—No falta mucho ahora. Realmente extrañaré esta vida fácil.

Cooper llegó para pararse al lado de ella.

—¿Sabes qué? Tal vez un día huiré y te acompañaré en el Territorio


Wyoming. Al menos no tendré que ser un abogado, si estoy pastoreando el
ganado.
—Buena suerte encontrándome. Te apuesto a que este rancho olvidado por
Dios está a quinientos kilómetros de distancia sin carretera de la estación
de tren más cercana. Estarás mejor presentándote al príncipe para
convertirte en su secretario.

—¿Sabes qué me gustaría? Me gustaría ver mi futuro, así puedo dejar de


preocuparme por él.

Iolanthe bufó y sacudió su cabeza.

—Oh, mira, allá esta West. Creo que está viniendo a la casa de la Sra.
Dawlish. —Cooper abrió la ventana, su temido futuro como un reticente
abogado olvidado momentáneamente—. ¿West, vas a entrar? ¿Has visto
donde fui golpeado por una teja voladora?

Ya no necesitaba usar su vendaje, pero todavía disfrutaba presumiendo la


costra.

—Sí, voy a entrar —dijo West, ya vestido con su ropa de críquet—. Pensaba
echarle un vistazo a Wintervale, pero con mucho gusto examinaré tus
heridas de guerra también, Cooper.

—Primero tienes que ir a la oficina de la Sra. Hancock para firmar un


registro de visitante. Ella está determinada a mantener influencias
malsanas fuera de esta casa —le dijo Iolanthe.

—Entonces, ¿qué es lo que están haciendo adentro? —replicó West en tono


amistoso.

—Obviamente su vigilancia no supera mi ingenio.

Una visita del futuro capitán del equipo de críquet resultó ser un asunto
mucho mayor de lo que Iolanthe había imaginado. La Sra. Hancock
acompañó a West por las escaleras, viéndose tan aturullada como una joven
en su primer baile. Wintervale, quien Iolanthe habría pensado que estaba
por encima de las cosas tales como el críquet y equipos de escuela, después
de un momento de sorpresa, estalló en una sonrisa de placer con la que
Iolanthe hubiera pensado que ya había derrotado al Bane.

Otros chicos senior estaban alineados en la pared de Wintervale, mientras


que los chicos junior estaban amontonados delante de su puerta. Iolanthe
tuvo que empujarse para salir cuando se dio cuenta de que todavía no se
había cambiado para la práctica de críquet. Buscó en la habitación de Titus,
esta sería una buena oportunidad para que viera a West de cerca y quizás
descubrir por qué West estaba interesado en él.

Pero Titus no estaba ahí.

Desde el laboratorio, Titus volvió a su habitación a tomar un abrigo. Le había


dicho a Fairfax que vendría y se formaría una opinión de West en la práctica
de críquet, e intentaría ser cálido y agradable mientras cumplía su promesa,
o al menos tan cálido y agradable como fuera posible, en otro inhóspito y
frío día.

Mientras abotonaba su abrigo, giró su cabeza hacia la habitación de


Wintervale, para ver cómo el último lo estaba sobrellevando. La habitación
de Wintervale estaba vacía. Pero un rápido vistazo a la ventana de
Wintervale mostraba a Wintervale y Cooper no lejos de la calle, moviéndose
en dirección de los campos de juego.

Dejó la casa y los alcanzó.

—¿Viniendo a ver la práctica de críquet con nosotros, príncipe? —dijo


Wintervale.

—Esa es mi intención.

—Excelente —dijo Wintervale—. Entonces puedes ser mi soporte. Lo siento


Cooper, pero Su Alteza tiene una mejor estatura para mí.

Cooper cedió su lugar y dio una narración completa sobre lo grandiosa que
había sido la visita de West a Wintervale. Y Titus estaba atrapado
escuchando la rendición de cuentas cargada de detalle, mientras Wintervale
procedía al paso de un caracol con sueño. Les tomó una cantidad ridícula
de tiempo llegar a los campos de juego, donde la mitad de los chicos de la
casa de la Sra. Dawlish —más la Sra. Hancock— estaban presentes como
espectadores.

Agazapado detrás de Fairfax, junto al wicket, estaba un chico cuyo rostro


era instantáneamente familiar.

West.

Inclusive si uno tenía muy poco interés en la élite deportiva de la escuela,


todavía terminaba sabiendo quiénes eran. Pero esa no era la razón del
reconocimiento que reverberó en Titus, produciendo olas de lo que pudo
etiquetar solo como miedo.

Fairfax golpeó la pelota e hizo dos carreras, volviendo a su posición original.


West dejó su lugar, se le acercó, y le habló brevemente.

Mientras tomaba su lugar de nuevo, miró en la dirección de Titus, casi


estudiándolo, antes de devolver su atención al juego.

Titus sintió como si hubiera caído a través de hielo fino.

Cuando le había echado un breve vistazo al Bane la noche del Cuatro de


Junio, se acordó de que el Bane le parecía vagamente familiar. Ahora sabía
por qué. Había una extraña semejanza entre West y el Bane.

Estaban por lo menos a treinta años de diferencia, y el Bane había lucido


una barba perfectamente arreglada. Pero no había duda de ello, sus rasgos
eran de una notable similitud.

Si el Bane podía resucitar, ¿quién iba a decir que no sería capaz de lucir
unas décadas más joven? ¿Y venir a Eton para cazar a Fairfax por sí mismo,
donde sus lugartenientes habían fallado?

Fairfax anotó otras dos carreras y estaba hablando una vez más con West,
o el propio Bane, posiblemente. Titus tuvo que sentarse por un minuto, para
así poder tratar de tener algo de calma.

¿Y si West simplemente extendía la mano y agarraba a Fairfax? ¿Qué tan


rápido podría reaccionar ella? ¿Qué tan rápido podría reaccionar Titus? ¿Y
qué tan rápido podría Wintervale, también sentado en el suelo y disfrutando
ávidamente el juego por la expresión de su rostro, entender que él estaba
por desatar todo el poder a su disposición para mantener a Fairfax lejos del
daño?

Sí, estaba dispuesto a exponer los poderes elementales de Wintervale por


ella. Incluso estaba dispuesto a arriesgar la vida de Wintervale por ella.
Debería avergonzarse, pero no le importaba.

El partido, sin embargo, continuó en calma, plácidamente. A medida que el


sol tocó el horizonte occidental, West señaló que ellos se dispersarían por el
día. Y Fairfax se marchó sin saber que durante dos horas seguidas había
estado al alcance de la mano del Lord Alto Comandante del Gran Reino de
Nueva Atlantis.
El príncipe era capaz de tener una enorme sangre fría —sentarse con
aparente indiferencia encima de una silla en su propia Inquisición,
mantenerse completamente quieto y actuando aburrido cuando debía haber
creído que Iolanthe estaba en la cúspide de ser alejada— pero por la
duración de la práctica, se sentó y se levantó por lo menos tres veces.

Era el equivalente de alguien como Cooper corriendo por la calle, gritando y


quitándose su ropa.

No se acercó a ella de inmediato hasta el final de la práctica. De hecho, no


estaba cerca para ser visto.

—Así que Su Alteza sí viene a ver una práctica de vez en cuando —dijo West
a Iolanthe mientras él recogía sus cosas.

—Su Alteza, como siempre, hace lo que se le plazca.

Wintervale estaba decepcionado de que Titus se hubiera escapado sin


decirle nada a nadie. Kashkari se ofreció como muleta para el camino de
regreso de Wintervale, una oferta que Wintervale aceptó con una tibia
gratitud.

Normalmente, cuando Iolanthe se encontraba compartiendo una acera con


Wintervale, se detendría lo suficiente como para poder caminar a su lado.
Pero ese día tenía que hablar con Titus para saber qué lo tenía tan inestable.

Usando su sed como una excusa, pasó a Kashkari y a Wintervale,


caminando tan rápido que el pobre Cooper apenas podía mantener el ritmo.
En la puerta de Titus, antes de que pudiera tocar, una mano se posó en su
hombro. Saltó. Pero solo era Titus.

—He estado detrás de ti todo este tiempo —dijo silenciosamente.

Él la hizo entrar. Y una vez que la puerta estuvo cerrada, puso un círculo
de silencio y aplicó todos los hechizos de anti-intrusión que matarían a un
rinoceronte a la carrera, haciendo que las cejas de Iolanthe se elevaran casi
hasta la línea de su cabello.

Aferrándola a él, besó su mejilla, su oreja, y sus labios.


—Toma un poco de ayuda de teleportación. Voy a llevarte a París en este
momento. No hay necesidad de empacar nada. Todo lo que necesites puedes
comprarlo nuevo allí.

—¿Qué? —gritó—. ¿Qué está sucediendo? Estás temblando como una hoja
en el viento.

Una exageración de su parte, pero sus dedos sí temblaban.

—West puede ser el Bane.

Lo miró fijamente.

—Lo que dices no tiene mucho sentido. ¿Acabas de decir que West puede
ser el Bane?

—Vi al Bane de cerca, ¿recuerdas? Créeme cuando te digo que West se


parece al Bane exactamente, si sustraes los efectos de envejecimiento.

—Pero West no salió de la nada. Ha estado en Eton por el mismo tiempo que
tú. No puedes esperar que crea que por cuatro años el Bane ha estado
caminando entre los estudiantes de una escuela no mágica.

—No sé cómo contar eso. Solo sé que no puedes quedarte aquí un minuto
más.

—Pero estuve junto a él por dos horas y nada me sucedió.

—Aún. Cualquier cosa podría pasar en cualquier momento.

Eso no lo dudaba, a pesar de que permaneció poco convencida de que él


estaba en lo cierto acerca de West.

—No me opongo a estar del lado de la precaución. Pero para mí, desaparecer
sin decir una palabra a alguien, dejar todas mis pertenencias atrás, sería
sospechoso, ¿no es así?

Él frunció el ceño, pero no respondió.

—Además, si se ha vuelto tan peligroso para mí permanecer en esta escuela,


entonces también es peligroso para ti y para Wintervale. Y probablemente
para Kashkari también.

Él se frotó la frente.

—¿Qué sugieres que hagamos?


—Debemos hablar con Kashkari y Wintervale.

—No, no con Wintervale, aún no.

—¿No crees que estás siendo demasiado precavido?

—No más que su madre.

Iolanthe no podía discutir con eso.

—Está bien, entonces. Hablemos con Kashkari. Él es excelente guardando


secretos. Y ya tiene planes para dejar la escuela rápidamente, en caso de
emergencia.

Kashkari, sin embargo, no estaba en ningún lugar. Ni si quiera se presentó


en la cena, fue Sutherland quien ayudó a Wintervale a llegar al comedor.

—¿Dónde está Kashkari? —le preguntó Iolanthe a Sutherland.

—Está ayunando. Y hay algunos rituales que debe seguir mientras ayuna.
Tiene permiso de quedarse en su habitación esta noche.

Iolanthe intercambió una mirada con Titus. El reino nativo de Kashkari no


era uno que entrara en las banderas de la Hueste Angelical. Pero aun así,
era rara la creencia mágica que miraba al ayuno como una forma de
acercarse a lo divino.

La Sra. Hancock tampoco llegó a la cena, lo que causó una gran revuelta
comparada con la de Kashkari, la Sra. Hancock nunca fallaba a la cena.

—Sé que es inusual, pero la Sra. Hancock se está sintiendo un poco mal
esta noche —explicó la Sra. Dawlish.

Iolanthe no había estado particularmente nerviosa antes, cuando Titus ya


estaba finalizando con la creencia de que West era el Bane. Pero la
inesperada y simultánea ausencia de dos magos la hacía sentirse tensa.
Habló poco, y escuchó solo con media oreja a Cooper.

Después de la cena, como solía hacerlo, Cooper caminó de regreso con


Iolanthe a su habitación, por un poco de ayuda con su tarea. Él abrió un
cuaderno y pasó varias páginas.

—Ah, aquí está. ¿Esta es la palabra que significa rápido en griego?

Iolanthe miró.
—¿Okeia? Sí.

—¿Pero cuándo fue Afrodita descrita como rápida?

Le tomó a Iolanthe dos segundos darse cuenta de lo que él estaba hablando,


mucha de su atención estaba en las pisadas en el corredor, escuchando el
regreso de Titus. Había ido a buscar a Kashkari una vez más y estaba
empezando a preocuparse por el último.

—Espera un minuto. Déjame ver mis notas. —Abrió uno de sus propios
cuadernos—. Creo que lo copiaste mal. La palabra es okeanis, del océano,
de dónde es Afrodita.

Las dos se veían lo suficientemente similares en griego que era un error


entendible.

—Ah, eso está mucho mejor. —Cooper cerró su cuaderno—. ¿Estás segura
que tienes que irte al territorio de Wyoming?

—Desafortunadamente, sí. Y más pronto que tarde, me temo.

El príncipe entró en ese momento. Miró a Cooper y dijo:

—Déjanos.

Como siempre, Cooper estaba siempre feliz de ser alejado por Su Alteza,
quien miró a la puerta al momento en el que estuvo cerrada.

—Algún día en verdad voy a extrañar a ese idiota.

—¿Encontraste a Kashkari?

—No. Yo n…

Tocaron la puerta —no a su puerta, si no la del príncipe— seguido de:

—¿Está allí, príncipe?

Kashkari.

Titus estaba inmediatamente en la puerta.

—¿Sí?

—Unas palabras con usted, Su Alteza.

—Entra.
Kashkari entró en la habitación de Iolanthe. Titus cerró la puerta.

—Mis disculpas a Fairfax —dijo Kashkari, mirando a Titus—. ¿Pero podría


hablarle en privado?

—Soy el guardaespaldas personal de Su Alteza —dijo Iolanthe. Desde el


momento en el que supo que Kashkari se había dado cuenta de que había
algo que no estaba bien acerca de Archer Fairfax, había pensado en qué
decirle que pudiera explicarlo todo y mantener su secreto intacto—. Hay
otros en esta casa y alrededor de esta escuela dedicados a su protección,
pero fue decidido temprano en el año, dado al incremento de peligro de Su
Alteza, que debía entrar en la identidad que había sido creada hace tiempo,
en caso de que alguien necesitara que lo defendiera incluso en sus
habitaciones.

—Ya veo —dijo Kashkari lentamente—. Ahora lo veo.

Titus le siguió el juego.

—No estaría vivo hoy, si no fuera por Fairfax. Lo que sea que tengas que
decir, puedes decirlo ante él. Ya sabe quién eres y cuáles son tus
ambiciones, por cierto.

Kashkari estudió a Iolanthe por un momento, sacó un cuaderno de su


bolsillo, y escribió algo dentro. Casi un segundo después, la Sra. Hancock
se materializó en la habitación. Iolanthe estaba tan sorprendida como para
tomar un paso atrás, golpeándose contra la orilla de su escritorio.

Titus se paró delante de Iolanthe.

—¿Qué significa esto, Kashkari?

—Déjeme poner un círculo de sonido —respondió Kashkari. Cuando él hubo


terminado, se giró hacia la Sra. Hancock—. Fairfax es el guardaespaldas
personal de Su Alteza. Podemos hablar libremente ante él.

—Ah, eso tiene sentido —dijo la Sra. Hancock—. Siempre pensé que había
algo inexplicable acerca de usted, Fairfax.

—Que estás haciendo, Kashkari —demandó Titus—. ¿Con el enviado


especial del Departamento de Administración de Ultramar de Atlantis?

—Vengo esta noche como lo que realmente soy: un enemigo jurado del Bane
—dijo la Sra. Hancock.
Titus resopló.

—Tengo mis dudas de que esta residencia, que contiene la mayoría de no


magos que nunca han escuchado hablar de Atlantis, excepto como rumores
antiguos, pueda albergar a tantos enemigos jurados del Bane. Es
estadísticamente improbable.

—Pero ninguno de nosotros está aquí por azar —dijo la Sra. Hancock—.
Kashkari vio su propio futuro. La madre de Wintervale lo envió por usted,
Su Alteza. Y usted y yo, Su Alteza, estamos aquí por un hombre llamado
Icarus Khalkedon.

Iolanthe no había escuchado ese nombre antes, pero aparentemente Titus


sí.

—¿Te refieres al viejo vidente del Bane?

—El viejo oráculo del Bane —contestó la Sra. Hancock.

Titus e Iolanthe intercambiaron miradas de asombro. Los videntes eran


considerados que poseían un raro talento, pero eran receptores, limitados
por lo que veía el universo y este les revelaba. Los oráculos, por su parte,
eran capaces de contestar preguntas específicas. Muchos de los oráculos en
el mundo mágico eran objetos inanimados, guardados celosamente por
devotos, y los peregrinos podían recorrer miles de kilómetros y aun
negárseles la oportunidad de preguntar su única pregunta candente.

No era casi escuchado que una persona fuera un oráculo.

—¿Cuándo lo encontró el Bane? —preguntó Iolanthe.

—No lo sé y tampoco Icarus, pero mis suposiciones son el Reino Kalahari.


Los magos de todo el mundo se han quedado allí y casado unos con otros.
Eso a veces produce una belleza sorprendente en los hijos, diferente de
cualquier cosa que uno esté acostumbrado a ver.

La Sra. Hancock suspiró.

—Yo lo conocí cuando fui honrada para un aprendizaje en Royalis(14). Por


esos días el Bane rara vez deja el Palacio del Comandante en las tierras
altas, pero ese verano estaba quedándose en la capital. Y por supuesto,
donde estaba el Bane, Icarus nunca estaba muy lejos.
»El Bane le preguntaba una cosa al mes. Le tomaba a Icarus dos semanas
recuperarse de una pregunta y el Bane usualmente lo dejaba tener las otras
dos semanas de… normalidad, yo supongo. De no estar tan cansado de que
apenas podía mover una pestaña.

—En los días que tenía la suficiente fuerza para caminar y levantarse, él
vendría a la librería, donde yo trabajaba. Nos volvimos amigos, muy buenos
amigos. Y eso era todo lo permitido que teníamos convertirnos. No podía
hacer más que hablar con una chica, pues se creía que el contacto carnal
empañaría su don.

»Parte de mí deseaba que nuestra historia solo fuera la de amantes


prohibidos, mi vida sería más simple. Pero no, ambos estábamos en medio
de una crisis de fe, concerniendo nuestra devoción al Bane. Y en ese sentido,
yo era la mejor y peor amiga que él podía hacer y viceversa.

»Sí me aterrorizaba enterarme de que el Bane no preguntaba cosas para la


mejor dirección del reino, o la persona más calificada para liderar una
iniciativa. En su lugar, muchas de sus preguntas corrían entre las líneas
de: ¿Quién será mi mayor amenaza el próximo año?

»Pero mi consternación solo estaba comenzando. Cuando Icarus era un


niño, solía caer inconsciente luego de una sesión de oráculo, y no tendría
idea ni de la pregunta o de la respuesta que él había dado. Cuando creció y
ganó más control sobre su don, sin embargo, empezó a recordar lo que tenía
lugar en sus sesiones con el Bane.

»De noche, en su cama, él decía silenciosamente esos nombres que había


dado como respuestas todos esos años. Me repitió esos nombres, esos pesos
duros en su conciencia. Y cuando llegó a un nombre en particular, yo…

La Sra. Hancock cerró sus ojos momentáneamente.

—Escuché el nombre de mi hermana. Mi hermana tenía diecisiete cuando


desapareció en un viaje a acampar con sus amigos. Fue vista entrando en
su tienda en la noche, pero en la mañana no estaba allí. Sus amigos
buscaron y buscaron. Mis padres y yo —y todos los que conocíamos, además
de un gran número de magos que no conocíamos— peinamos el lugar entero
de principio a fin, pero no había rastro de ella. El área había sido conocida
por tener serpientes gigantes en el pasado y nadie en la familia podía
soportar mencionarlo, pero todos nos habíamos convencido de que mi bella
hermana se había convertido en la cena de una terrible bestia, porque no
podía haber ninguna otra explicación.

»Pero ahora su nombre salió. Yo le pregunté a Icarus si podía recordar la


pregunta. La recordaba. La pregunta era: ¿Quién es el mago elemental más
potente que aún no ha alcanzado la adultez?

»Mi hermana era una maga elemental. Y mi madre solía decir que mi
hermana era el mago elemental más poderoso con el que se había cruzado
alguna vez. Ella tenía que saberlo, había sido una directora por muchos
años.

»Icarus y yo nos vimos mutuamente, impresionados, casi paralizados, por


las posibles implicaciones de nuestro descubrimiento. ¿Pero cómo
podríamos saber si era solo una coincidencia, su nombre pasando por sus
labios seguida de su desaparición una semana después, o si había fuerzas
siniestras trabajando en ello?

»La idea fue de Icarus. Era casi el fin de su mes y el Bane estaba por usarlo
de nuevo. Pero en dos semanas, cuando él hubiera recuperado sus fuerzas,
quería que yo hiciera una pregunta: ¿La próxima vez que el Bane pregunte
por el mago elemental más potente que aún no alcanza la adultez, que le
pasaría a ese mago?

»Hicimos lo planeado. Yo hice la pregunta, temblando por todo el lugar, y él


se hundió en un profundo trance. Después de casi un cuarto de hora, él
habló en una voz profunda: “Ese mago elemental será usado en un sacrificio
mágico”.

Iolanthe sintió como si hubiese sido ensartada a través de su pecho.

—Pero la magia de sacrificio, eso es tabú.

—No —murmuró Kashkari, como para sí mismo—. No. No. No.

—Ustedes ya piensan lo peor del Bane —dijo la Sra. Hancock—. ¿Pueden


imaginar la fuerza del impacto, sobre dos jóvenes que aún no se habían
desilusionado totalmente? Se sintió como un terremoto, la base de toda una
vida rompiéndose.

»El mes siguiente le pregunté a Icarus lo que el Bane esperaba lograr la


próxima vez que practicara magia de sacrificio. Prolongar su vida fue la
respuesta que recibimos. Eso no tenía sentido. Si el Bane estaba al final de
su vida, tal vez uno podría entender la desesperación que lo llevó a la magia
de sacrificio. Pero era un hombre en la plenitud de su vida. Así que el
siguiente mes preguntamos cuántos años cumpliría en su próximo
cumpleaños. Ciento setenta y siete fue la respuesta.

»Recuerdo lo asqueada que me sentí, lo húmeda. La sola idea de ello era


repugnante y horrible: que él se haya dado a si mimo esta antinatural larga
vida sacrificando jóvenes magos elementales como mi hermana.

»Fue la última pregunta que pude hacerle a Icarus, antes de ser llevado de
vuelta al Palacio del Comandante al final del verano. Pero me habían ofrecido
un puesto permanente en la biblioteca e hicimos un pacto para averiguar
tanto como pudiésemos y encontrarnos de nuevo el próximo verano.

»Cuando Icarus no estaba en modo oráculo, las personas tendían a


considerarlo como una especie de niño descuidado, porque se le mantenía
deliberadamente en un estado de ignorancia, autorizado a leer libros sobre
naturaleza o cuentos de hadas, pero no tenía permitido ningún acceso a
noticias, por temor a que el conocimiento del mundo real pudiese corromper
sus respuestas. Icarus había siempre jugado a eso. Así que, durante esos
diez meses, fue capaz de utilizar eso —y el hecho de que él era una de las
posesiones más preciadas del Bane— a su beneficio.

»Y se enteró de que, en efecto, durante sus años de permanencia como el


oráculo del Bane, tres magos elementales habían tenido “audiencias
privadas” con el Bane. Los guardias con los que había hablado eran de
seguridad de nivel inferior y eran casi tan ignorantes como él, solo que
mucho menos curiosos. Simplemente asumían que, tras las audiencias, los
jóvenes magos elementales habían sido llevados de vuelta a la capital a
través de alguna clase de vías rápidas, lo cual era el por qué nadie los había
visto de nuevo.

»También se enteró sobre los niveles más bajos del Palacio del Comandante.
Él había pensado que el palacio tenía tres niveles bajo tierra, pero en
realidad tiene cinco. Solo el mismo Bane, y ocasionalmente uno de sus
lugartenientes de mayor confianza, eran permitidos en los niveles secretos.

»Busqué información sobre los otros nombres que Icarus le había dado al
Bane a través de los años, esos que habían sido las amenazas del Bane. La
mayoría eran nombres de los que nunca había escuchado. Algunos los
encontré en periódicos extranjeros que teníamos en la biblioteca, magos de
varios otros reinos que habían sido arrestados poco después de que sus
nombres habían sido entregados y que a menudo eran ejecutados
posteriormente con cargos de asesinato, corrupción e incluso enormes
incidencias.

»Diez meses habíamos tenido para acostumbrarnos a la monstruosidad del


Bane. Pero aun así, cuando finalmente nos encontramos de nuevo e
intercambiamos todo lo que habíamos aprendido, ninguno de nosotros
podía dejar de temblar. Fue entonces cuando Icarus me dijo que ya no podía
vivir de esta forma. Que incluso el verano pasado había pensado en quitarse
la vida.

»Le rogué que no pensara más en eso. La idea de que en el más allá su
hermosa alma no sería capaz de volar con los Ángeles… no podía soportarlo.
Pero su decisión estaba tomada. Era la única manera, dijo. Pero antes de
eso todavía teníamos que hacerle algunas preguntas.

»La pregunta que él quería que hiciera me asustaba tanto que casi no podía
hablar en voz alta. ¿Cómo podría ser asesinado el Bane? La respuesta: “Al
aventurarse al nivel más profundo del Palacio del Comandante y abrir su
cripta”.

»No fue una buena respuesta para nosotros. Además de sus poderes de
oráculo, Icarus no tenía entrenamiento en ninguna otra clase de magia. Y
yo era una simple bibliotecaria lejos en la capital. La desesperación de Icarus
casi nos amenaza con remolcarnos a ambos, pero le dije que tenía que
mantenerse fuerte y parecer normal, por lo que haría una pregunta distinta
el mes siguiente.

»Mi pregunta fue: ¿Cómo puedo hacer mi parte para ayudar a matar al Bane?
Fue la primera vez que me había intervenido a mí misma en una pregunta;
lágrimas de terror caían por mi rostro incluso mientras hablaba. Recuerdo
su respuesta palabra por palabra. “Cuando el gran cometa haya venido y se
haya ido, el Bane entrará en la casa de la Sra. Dawlish en el Colegio Eton”.

—El gran cometa ya ha venido y se ha ido —dijo Kashkari, su voz insegura—


. Los astrónomos mágicos habían descubierto primero el cometa en agosto
del año anterior. A su máximo brillo, el cometa casi rivalizaba con el brillo
de la corona solar, un hermoso, si también ligeramente ominoso, presagio
que dominaba el cielo nocturno e incluso podía ser visto durante el día.

—Tenía que echarle un vistazo al Colegio Eton y a la casa de la Sra. Dawlish.


Conseguí lo primero, pero no lo último, y tanto Icarus como yo estábamos
desconcertados del por qué el Bane se dignaría a visitar esta imposiblemente
insignificante escuela no mágica. Luego decidimos que no importaba. Yo
estaría en la casa de la Sra. Dawlish en el Colegio Eton, lista y esperando,
cuando el Bane entrara, cuando quiera que eso fuera.

»El Dominio aún era un rico reino con un relativamente vigoroso mandatario
y un centralizado poder estructurado, el Bane siempre lo vio como una
potencial fuente de problemas. La princesa heredera del Dominio estaba
esperando un bebé y las dos preguntas más recientes que el Bane le había
hecho a Icarus se referían al sexo del niño y si el niño tomaría algún día el
trono. Así que sabíamos que el futuro heredero de la Casa de Elberon estaba
más que ciertamente en la mente del Bane.

»De vez en cuando, él le preguntaría a Icarus qué debería hacer como medida
de precaución. Icarus acordó que la próxima vez que le hicieran la pregunta,
solo pretendería hundirse en un trance —él había sido tan confiable por
tanto tiempo, que el Bane ya no verificaba si sus trances eran o no
verdaderos trances— y decirle al Bane que el heredero de la Casa de Elberon
debía ser enviado a esta escuela no mágica y yo debería ser delegada como
una enviada especial del Departamento de Administración de Ultramar para
mantener un ojo en él.

»Icarus planeaba seguir como el oráculo del Bane por otro medio año, por lo
que sus palabras sobre Eton y yo no resaltaríamos. Y luego se suicidaría de
forma tal que parecería haber muerto de causas naturales.

La Sra. Hancock exhaló lentamente.

—Esa fue la última vez que lo vi o hablé con él. Regresó al Palacio del
Comandante tres días después y para la próxima primavera estaba muerto.
Su muerte no levantó sospechas, todos siempre habían asumido que no
viviría mucho; esos poderes parecían simplemente demasiado milagrosos
para continuar existiendo.

»Pedí una transferencia al Departamento de Administración de Ultramar. A


tiempo fui enviada para reconocer Eton. La Sra. Dawlish acababa de
comenzar su propia casa de residencia para los chicos. Apliqué por un
puesto. Ella tomó a alguien más primero, pero la mujer resultó ser
inadecuada. Me las arreglé para entrar unas cuentas semanas antes de que
Su Alteza viniera a la casa.

»Ahora era solo cuestión de esperar. El cometa vino el año pasado. Los no
magos estaban tan entusiasmados como los magos. Los periódicos
reportaron avistamientos hasta febrero de este año. Pensé que estaba
preparada, pero aun así, cuando Fairfax vino ese abril, la primera noche yo
estaba tan nerviosa que apenas podía dar las gracias antes de la cena.

Iolanthe se quedó de piedra.

—¿Pensó que yo era el Bane?

—Pensé que tal vez eras un explorador. Entonces, esta tarde, West vino.

Titus le envió una mirada a Iolanthe de: qué-fue-lo-que-te-dije.

—He visto al Bane muy pocas veces en mi vida. Cuando West entró en mi
oficina para firmar el registro de visitantes, creí que mis rodillas —y también
mi corazón— fallarían. Fue exactamente como Icarus había dicho: Cuando
el gran cometa haya venido y se haya ido, el Bane entrará en la casa de la
Sra. Dawlish en el Colegio Eton.

»Lo observé en la práctica de críquet, para asegurarme de que no había


dejado que alguna errónea primera impresión abrumara mi juicio. Cuanto
más lo observaba, más estaba segura de que tenía que ser él. Decidí que no
tenía sentido esperar más. Procedería inmediatamente.

»Imaginen mi sorpresa y consternación cuando llegué a su casa y descubrí


que se había ido solo unos minutos antes: su padre había enviado a buscarlo
porque su madre se estaba sintiendo mal, de acuerdo con el dueño de su
casa. Me teleporté a las tres estaciones más cercanas. Él no se presentó en
ningún lugar. Sin saber que más hacer, entré sigilosamente en su
habitación y busqué a través de sus posesiones. Lo siguiente que supe fue
que Kashkari estaba en la habitación conmigo, una varita en su mano.

—Si el príncipe te dijo lo que yo le dije —le dijo Kashkari a Iolanthe—,


entonces ya sabes que vine a Eton por lo que alguien dijo sobre Wintervale
en uno de mis sueños. Pero no descubrí, sino hasta hace muy poco, que la
persona quien habló era la Sra. Hancock.

»El príncipe estaba convencido de que la Sra. Hancock era una leal agente
de Atlantis. Esperaba que fuese de otra forma, pero no tenía evidencia.
Entonces hoy, la Sra. Hancock vino a ver la práctica de críquet, lo que pensé
que era extraño, dado que ella nunca deja la casa…

—No quería estar aquí cuando el Bane entrara —dijo la Sra. Hancock.
—Luego la vi desde mi ventana, yéndose de nuevo. La seguí, lo que me llevó
a la casa de residencia de West. Cuando ella entró a la habitación de West,
decidí que muy bien podía confrontarla justo allí.

—Kashkari dijo: “Soy un enemigo del Bane. Si también lo eres, dilo ahora”.
Después de que me recuperé tanto de mi sorpresa como del espanto, exigí
un pacto de verdad(15). Con el pacto de verdad en su lugar, procedimos con
bastante rapidez. Y cuando disolvimos el pacto un cuarto de hora después,
recomendé que verificáramos las oficinas de la escuela por el registro de
West.

»Su padre es un profesor de la Universidad de Oxford. Ninguno de los dos


había estado en Oxford así que no nos pudimos teleportar. Kashkari ofreció
su alfombra voladora. Dimos algunas excusas, saltamos la cena y volamos
a Oxford.

»La familia estaba a punto de sentarse a cenar. Nos ocultamos en la


habitación de al lado, pero era bastante obvio que la Sra. West no tenía
ninguna clase de problemas de salud. Entonces una chica preguntó si su
hermano estaría en casa para su cumpleaños. Y el Profesor West respondió
que había recibido una carta de West hoy afirmando que efectivamente
estaría en casa el próximo sábado.

»Ya nada tenía sentido. ¿Por qué desapareció West? ¿Alguien lo secuestraría
con falsas premisas? Y si él no es el Bane, entonces ¿a qué se refería Icarus,
exactamente, cuando dijo que el Bane entraría a la casa de la Sra. Dawlish?

—Sentí que debíamos hablar con usted, príncipe —dijo Kashkari—. La Sra.
Hancock estuvo de acuerdo, porque ella había escuchado que su difunta
madre era una vidente. Si Su Alteza dejó alguna visión que pudiese ser de
ayuda para nosotros, por favor háganos saber.

Iolanthe podría haber predicho palabra por palabra lo que Titus diría y él no
se desvió de la forma.

—Antes de ayudarlos, voy a necesitar un juramento de sangre de ustedes


dos de que están diciendo la verdad y que no buscan herir a Fairfax o a mí
de ninguna forma, ahora o nunca.

Kashkari asintió. La Sra. Hancock tragó antes de dar un brusco


asentimiento. Titus convocó la llama verde de la veracidad y formuló el
juramento.
—Nos dispersaremos por ahora y nos reuniremos de nuevo aquí en quince
minutos después de que se apaguen las luces.

Quince minutos después de que las luces se apagaron, cuando la Sra.


Hancock y Kashkari se teleportaron de vuelta a la habitación de Fairfax,
Titus colocó el Crisol sobre el escritorio.

—El diario de mi madre, el cual guarda un record de todas sus visiones, no


me muestra nada en relación a West o al Bane. Pero puedo llevarlos a ver al
Oráculo de las Aguas Tranquilas.

El jardín del Oráculo era muy diferente de cuando Titus lo había visto por
última vez, en la primavera. Eso también había sido en la noche, pero había
estado perfumado con el aroma de las resplandecientes flores y avivado con
el sonido de amorosos insectos. Ahora la luz de los faroles brillaba sobre las
desnudas ramas y hojas caídas crujían bajo los pies.

—Solo pueden hacer una pregunta que ayudará a alguien más —le dijo a
Kashkari y a la Sra. Hancock.

—¿Podemos cada uno plantear una pregunta? —peguntó Kashkari.

—No. Ella responderá una pregunta a la semana, si es una buena pregunta.


Y solo pueden tener una pregunta contestada por ella en su vida. Aunque a
veces podría decir algo extra, si le agradan.

—Me gustaría hacer una pregunta —dijo la Sra. Hancock. Ella subió las
escaleras y miró dentro de la piscina, pero entonces se giró de vuelta a los
otros—. No tengo idea de qué preguntar que pueda conformarse con los
requerimientos del Oráculo. Cada noche pienso en la muerte, todas las
muertes: mi hermana, Icarus, y todos los demás que el Bane ha asesinado
y torturado a lo largo del camino. La necesidad de justicia me ha conducido
todos estos años. No estoy segura de que pueda decir honestamente que
estoy tratando de ayudar a alguien vivo.

Antes de que ninguno de los magos presentes pudiera decir nada, el Oráculo
se rio suavemente en su plateada voz.

—Gaia Archimedes, también conocida como Sra. Hancock, bienvenida. No


he encontrado una gran cantidad de honestidad como la tuya. Al menos
entiendes que tus motivos son venganza por los muertos.
—Gracias, Oráculo. ¿Pero eso no me ayuda con una pregunta, no es así?

—¿Qué es aquello que buscas entender?

—Quiero saber si Icarus estaba en lo correcto. Si el Bane ha venido a la casa


de la Sra. Dawlish. Y cómo puedo aprovechar la oportunidad de hacer una
diferencia. He dedicado la mayor parte de mi vida adulta al esfuerzo y no
quiero fallarme a mí misma o a los muertos que cuentan conmigo.

—Estoy segura de que hay al menos un alma viva que se vería beneficiada
de ello —dijo el Oráculo con gentileza.

—Pienso que todo el mundo mágico se beneficiaria de ello. Pero estoy en un


extravío para nombrar a una persona en particular.

—¿Qué hay de West? —preguntó Fairfax—. Si podemos descubrir quién está


detrás de su secuestro, eso podría ayudarlo.

El rostro de la Sra. Hancock se arrugó con agonizante indecisión. Titus


entendía su renuencia: si ella solo tenía una pregunta, West parecía muy
periférico como participante en estos eventos como para ser presentado en
un papel tan central.

—Aquí está otra opción —le dijo a la Sra. Hancock—. Pregúntele al Oráculo
cómo puede ayudar a la persona que más la necesita.

Esta había sido la pregunta de Fairfax la primavera pasada. Había pensado


entonces que ella había preguntado por su guardián; solo después le había
dicho lo que su pregunta había sido.

Ayúdame a ayudar a quien más lo necesita.

Y la respuesta que ella le había dado lo había salvado.

La Sra. Hancock dudó otro minuto. Finalmente, con su mandíbula firme, le


preguntó al Oráculo:

—Debe haber alguien a quien pueda ayudar en particular, incluso si no


puedo decir el nombre de él o ella. Dime cómo puedo ayudar.

El agua del estanque se volvió brillante como un espejo. Cuando el Oráculo


habló de nuevo, era como si las silabas se emitieran desde el suelo bajo sus
pies, rasposas y resonantes.

—Destruye lo que queda del Bane, si deseas salvar los repuestos.


La Sra. Hancock miró hacia atrás, la incomprensión escrita en todo su
rostro.

Agradécele, articuló Titus.

La Sra. Hancock lo hizo, su tono bajo.

El agua siseó y se evaporó antes de calmarse a esa placida piscina de nuevo.


Con cansancio, el Oráculo dijo:

—Adiós, Gaia Archimedes. Y sí, lo has visto antes.

—¿Qué quiso decir el Oráculo con “lo has visto antes”? —preguntó Iolanthe,
después de que regresaron a su habitación.

—Este libro, creo —respondió la Sra. Hancock—. Pero, por supuesto, lo he


visto muchas veces; el príncipe lo guardó en su habitación durante años y
tengo la obligación de revisar periódicamente su habitación, tanto como
parte de mis deberes en casa de la Sra. Dawlish y como parte de mi papel
como los ojos de Atlantis en él.

—Lo que queda del Bane —reflexionó Kashkari—. Lo que queda del Bane.
¿Qué le falta al Bane?

—Su alma —respondió la Sra. Hancock, no una pregunta, sino una


afirmación—. Una persona que se dedica a la magia de sacrificio se dice que
no le queda alma.

—El Bane no parece preocuparse demasiado sobre su alma, ¿verdad? —dijo


Iolanthe.

—O tal vez lo hace. Tal vez comenzó a preocuparse por su alma cuando ya
era demasiado tarde —dijo Titus—. Tal vez es por eso que está empeñado en
prolongar su vida por cualquier medio posible, así no tiene que averiguar lo
que sucede después de la muerte de alguien que ya no tiene alma.

A veces Iolanthe olvidaba que él había pensado mucho de la vida y la muerte.

—¿Y qué cree que quería decir con los repuestos? —preguntó la Sra.
Hancock—. ¿Y por qué íbamos a querer salvarlos?

—No sé por qué —dijo Kashkari—, pero estoy pensando en ese libro sobre
el Dr. Frankenstein… ¿alguno de ustedes lo ha leído?
Todos los demás negaron con la cabeza. Iolanthe recordaba que Kashkari
tenía el libro con él el día que Wintervale había hecho girar el torbellino.

—Se trata de este científico que ensambló un monstruo a partir de partes


de restos humanos —continuó Kashkari.

Iolanthe sintió como si un engrane en su cerebro repentinamente se


ajustara.

—¿West va a ser canibalizado por partes?

Titus la miró fijamente.

—¿Crees que “repuesto” se refiere a West?

—Tiene sentido, ¿no es así? Si quieres repuestos, ¿no te gustarían repuestos


que se parezcan a ti, en lugar de alguien m… —Ella fue golpeada por el
asombro y el horror por igual y tuvo que agarrar el borde de la repisa de la
chimenea antes de que pudiera hablar de nuevo—. Repuestos. Repuestos.
La Fortuna me proteja… crees que así es como él… como él…

Titus parecía igualmente abrumado.

—Sí, tiene que ser.

—¿Tiene que ser qué? —preguntó la Sra. Hancock, su tono de voz apenas
un susurro.

—Esta debe ser la forma en que resucita.

Kashkari cayó en una silla.

—Hemos oído rumores, pero nunca los habíamos creído.

—Nunca he escuchado esos rumores —dijo la Sra. Hancock aturdida—. ¿Por


qué nunca he oído esos rumores?

—Me imagino que el Bane hizo todo lo posible para asegurarse de que su
propia gente nunca escuchara los rumores… cualquier cosa remotamente
conectada a magia de sacrificio socavaría la legitimidad de su gobierno.

Iolanthe encontró su voz de nuevo.

—Es por eso que West fue secuestrado. No para ser canibalizado por
repuestos, sino para usarlo al completo. —Se volvió hacia Titus—. ¿Te
acuerdas de lo que dijeron en la Ciudadela cuando el Bane resucitó el verano
pasado? Dijeron que regresó luciendo más joven y más robusto que antes.

—Porque volvió en un cuerpo diferente, pero de aspecto similar —coincidió


Titus—. Y así fue como, a pesar de que habían volado sus sesos en el
Cáucaso, aún estaba en condiciones de volver al día siguiente, luciendo no
peor que desgastado.

—Apoderarse de otro cuerpo en su totalidad… es un poder terrible. ¿Alguna


vez han oído hablar de otra instancia de ello? —preguntó la Sra. Hancock,
con voz débil.

Kashkari negó con la cabeza.

—Sólo en las historias.

—Así que no es sobre la primera vez que West entró en casa de la Sra.
Dawlish de lo que debemos preocuparnos. Es la próxima vez —dijo Iolanthe.

—¿Qué quieres decir? —preguntó la Sra. Hancock.

—La próxima vez que lo veamos, muy bien podría ser el Bane usando el
cuerpo de West.

Se hizo el silencio.

—Me pregunto cuánto tiempo le toma al Bane tener un cuerpo listo para su
uso —murmuró Kashkari.

—Algo así tiene que ser de contacto obligatorio —dijo Iolanthe—. Setenta y
dos horas, por lo menos.

—Vamos a suponer lo peor —dijo Titus—. Supongamos que él estará de


regreso mañana.

La Sra. Hancock hizo un sonido como el gemido de un animal herido.

—¿Qué podemos hacer? ¿Lo atacamos directamente?

Titus negó con la cabeza.

—No tiene caso. Todos sabemos ahora que el Bane no puede ser asesinado,
excepto en su propia guarida, donde es mantenido su cuerpo original. A
menos que lo que sé de magia de sacrificio sea completamente erróneo,
cuando sacrifica otro mago, el Bane también debe sacrificar algo de sí
mismo. Es por eso que siempre quiere al más poderoso mago elemental
disponible… ya que debe sacrificar una parte de sí mismo sin importar qué,
él querría obtener la mayor cantidad de cada sacrificio posible. Y me imagino
que lo que recibe del sacrificio de un mago elemental verdaderamente
fenomenal debe ser órdenes de magnitud mayor que lo que podía lograr con
uno más ordinario.

—¿Cómo el Bane sabe eso con certeza? —preguntó Kashkari—. Mi tío fue
asesinado antes de que el Bane pudiera llegar a él. La chica que hizo caer el
rayo sigue eludiendo su alcance, por lo que alguien sabe. Antes de ellos, no
hubo ningunos grandes magos elementales en siglos.

—Hubo uno dentro del tiempo de vida del Bane, debe haber habido, y en la
misma Atlantis, no menos —dijo Iolanthe—. Recientemente me encontré con
un viejo cuaderno de viaje. Algunos viajeros en ruta hacia Atlantis, en la
época en que nadie podía visitar el reino, habían descrito el gran torbellino
de Atlantis, que acababa de llegar a existir no mucho antes. Esa es magia
elemental estupenda, crear un remolino que todavía existe casi dos siglos
más tarde. Pero nunca he oído hablar de un mago tal. ¿Alguien quiere
apostar a que quizás este pobre mago elemental habría sido el primero que
el Bane sacrificó?

—Y tal vez cuando lo hizo, no necesitó más sacrificios durante mucho


tiempo, ya que había sido un poderoso sacrificio —dijo Kashkari—. Y
entonces, cuando el efecto comenzó finalmente a disminuir…

Titus asintió.

—En cualquier caso, el Bane está aquí porque necesita desesperadamente


al próximo gran mago elemental… hay sólo tantas partes del cuerpo que
puede dar antes de que no quede nada de él. Es nuestra tarea asegurarnos
de que nunca atrape a ese mago elemental.

—Pero ni siquiera sabemos dónde está la chica del rayo.

—No la chica del rayo —dijo Titus—. Wintervale.

—¿Qué? —exclamaron Kashkari y la Sra. Hancock al unísono.

Titus describió brevemente la visión de su madre, y luego el cumplimiento


de esa visión en la casa del tío de Sutherland.

Una luz casi beatífica apareció en el rostro de Kashkari.


—¡Al fin! Me he estado preguntando durante años el propósito exacto para
el que estoy protegiendo a Wintervale. Debemos tomar a Wintervale e irnos.
Ahora.

—Tú puedes hacerlo —dijo Titus—, pero yo no puedo, por desgracia. Tengo
que dar cuenta de mi paradero cada veinticuatro horas. Si estoy
desaparecido durante setenta y dos horas entonces otro cuerpo caliente
debe ser puesto en el trono. Así que no puedo irme hasta absolutamente el
último minuto.

—Yo tampoco —dijo la Sra. Hancock—, sin mis supervisores


inmediatamente sabiendo que algo está mal.

—Pero he estado diciéndoles a los chicos que me voy para Estados Unidos
—dijo Iolanthe—. Nadie estaría tan sorprendido por mi partida. Así que, si
se me necesita, puedo llevar a Wintervale a una casa de seguridad.

—Tengo una alfombra de repuesto que puedes utilizar, si no deseas viajar


por medios no magos —ofreció Kashkari—. Puede llevar 400 libras, viajar a
ciento treinta kilómetros por hora, e ir ochocientos kilómetros sin tocar
tierra.

—Espera un minuto —dijo la Sra. Hancock—. ¿Por qué Wintervale no está


involucrado en ninguna de nuestras discusiones?

Kashkari miró a Titus.

—No estoy seguro de cuál es la razón del príncipe, pero yo te diré la mía.
Tres semanas después de que nos conocimos, Wintervale me enseñó un
truco. Él ahuecó sus palmas juntas y cuando las separó, había una pequeña
llama en suspensión en el aire. Yo no fui el único al que mostró el truco,
estoy seguro de que la mitad de los chicos de esta planta lo han visto, por lo
menos todos los que juegan críquet, esa es.

»Tuve un poco de crisis después de eso. ¿Viajé casi doce mil novecientos
kilómetros, dejando a mi familia atrás, para mantener a este niño a salvo?
Este niño que no podía dejar de mostrarse a no magos, porque necesitaba
desesperadamente aprobación y admiración.

»No me malentienda. Me gusta Wintervale bastante, pero no creo que haya


cambiado mucho en todos los años que le conozco y no me atrevo a confiar
en él con secretos que deben permanecer secretos.
—¿Así que planea simplemente tomar a Wintervale en el último segundo
posible, sin decirle nada a él antes de tiempo? —preguntó la Sra. Hancock,
luciendo dudosa.

—Su madre está aquí, pero no quiere que él sepa que está aquí —dijo Titus—
. Todos nosotros debemos actuar con cautela similar. —Y la suya fue la
última palabra sobre el tema.

Después de que la Sra. Hancock y Kashkari se fueron, Titus tomó a Iolanthe


en sus brazos.

Ella lo abrazó con fuerza.

—¿Asustado?

—Petrificado.

—Yo también —admitió ella.

Las revelaciones de la noche eran un remolino loco en su cabeza. Ella quería


irse a la cama y olvidar por un tiempo, pero tenía miedo de que, si fuera a
caer dormida, entonces sería atrapada desprevenida si algo llegara a suceder
en el medio de la noche.

—Y pensar que la Sra. Hancock es la responsable de tú siendo educado


fuera del Dominio, en esta escuela no mágica —continuó—. Es cierto lo que
dicen, los hilos de la Fortuna se tejen misteriosamente.

—Tenías razón sobre mí, que mi vida no iba a ser nada sino completamente
enredada con la del Bane. —Él exhaló—. ¿Pero qué si fallamos?

—Muy probablemente lo haremos. Lo sabes. Como yo, y todos los demás


magos que nunca han tomado las varitas contra Atlantis. —Ella le dio un
beso en la mejilla—. Así que olvídate de eso y vamos a concentrarnos en lo
que tenemos que hacer.

Él asintió lentamente.

—Tienes razón de nuevo.

Ella puso una cafetera en la estufa. No iban a dormir mucho esta noche, por
lo que bien podría tener un poco de té.
—La última vez Atlantis puso una zona de no teleportación en la escuela.
Podrían muy bien hacer lo mismo otra vez, y esta vez no tendríamos el
armario de Wintervale como portal.

—Pero tenemos una serie de alfombras, Kashkari tiene dos y yo tengo una,
que juntas deben ser suficientes para transportarnos a todos nosotros.
Tengo el Crisol, que puede actuar como un portal en emergencias. Por no
hablar de que tienes un cuasi-teleportador.

—Dale los vértices del cuasi-teleportador a Wintervale. —Ellos necesitarían


tres días en su persona antes de que pudieran trabajar en él—. Va a ser el
más difícil de mover para todos nosotros, mucho mejor si puede utilizar el
cuasi-teleportador.

Él abrió su gabinete y sacó la lata de hojas de té de ella.

—Voy a hacer eso. Estoy seguro de que puedo pensar en algo que decirle sin
dar a conocerlo todo.

Una vez más esta falta de confianza en Wintervale.

—¿Es posible que tu juicio se ve empañado por haber conocido a Wintervale


durante tanto tiempo? Siento que ha sido mucho más sobrio y menos
indiscreto después del torbellino.

—Es muy posible que tenga prejuicios contra el viejo Wintervale y no el


nuevo. Pero recuerda, nadie está buscando a Wintervale, pero todos los
agentes de Atlantis aún te buscan a ti.

Él le había dicho eso a ella varias veces, y siempre lo había aceptado sin
preguntas. Pero ahora ya no estaba tan segura.

—¿Estás seguro de que nadie está buscando a Wintervale? Hundió un


buque Atlante. ¿Incluso si nadie a bordo logró enviar una señal de socorro,
o sobrevivió para contarlo, Atlantis no investigaría una completa
desaparición de un barco?

—Dalbert tiene un ojo en la situación. No ha escuchado nada sobre el Lobo


de Mar.

Su conversación con Cooper más temprano vino a su mente. Cooper había


copiado mal una palabra; ¿y si Iolanthe había leído mal el nombre de la
nave? Después de todo, el griego siempre le había dado problemas.
—Tal vez me equivoqué sobre el nombre de la nave. ¿Puedes preguntarle a
Dalbert si hay alguna noticia para un barco llamado Feroz?

Escrito en mayúsculas, ΛΑΒΡΑΞ —lobo de mar— y ΛΑΒΡΟΣ —feroz—


habrían sido lo suficientemente similares como para causar confusión.

—Haré eso esta misma noche —dijo.

—Toma un poco de té antes de irte.

Ella añadió más fuego a la estufa, por lo que el agua herviría más rápido.
Titus envolvió sus brazos alrededor de ella desde atrás. Ella se apoyó en él.

—¿Por qué tengo la sensación de que la situación está a punto de salirse de


control?

—Probablemente porque lo está. —Él la besó en la sien—. Una parte de mí


quisiera que estés muy lejos, más allá del peligro y la locura. Pero el resto
de mí no podría estar más agradecido de que seguirás estando aquí,
conmigo, cuando el infierno se desate.
CAPÍTULO 31
Traducido por Helen1

Corregido por Shilo

D esierto del Sahara

Una pendiente se levantaba agudamente desde el suelo del desierto. Parecía


como si Titus e Iolanthe se dirigían directamente hacia el acantilado, cuando
la alfombra delante de ellos desapareció. Iolanthe se agarró fuerte en la parte
delantera de la alfombra mientras se precipitó en una estrecha fisura. La
fisura se retorcía y giraba, o al menos ella supuso que ese era el caso, ya
que estaba muy oscuro, pero la alfombra zigzagueaba a un ritmo vertiginoso.

—¿Cómo la estás dirigiendo? ¿Puedes ver algo?

—No estoy dirigiéndola —respondió Titus—. La alfombra conoce la


disposición de la tierra.

Todo a la vez, la fisura se ensanchó en un espacio cavernoso, iluminada con


una luz cálida y luminosa. A lo largo de las paredes interiores de esta
cámara, cientos de cuevas y nichos más pequeños habían sido tallados en
la roca, pero Iolanthe no podía ver escalones o escaleras para acceder a ellos,
hasta que recordó que, por supuesto, todos los que vivían en la base rebelde
probablemente tenían una alfombra.

La mitad del suelo de la caverna estaba ocupada con horticultura: torres de


hojas verdes, colocadas de modo que recibían el máximo de luz y sin
proyectar sombras sobre las otras, se elevaban a casi a la altura del techo.
La otra mitad se encontraba dedicada a la fabricación y mantenimiento de
alfombras voladoras. Y a pesar de lo avanzado de la hora, por lo menos un
centenar de magos estaban trabajando, cosechando frutas y verduras,
operando los telares que hacían nuevas alfombras, o reparando alfombras
deshilachadas de aspecto más viejo.
Aterrizaron en una gran cornisa de seis metros por encima del suelo de la
caverna. Una impresionante y hermosa joven los esperaba en el andén,
vestida con una túnica sencilla, de color beige con un par de pantalones a
juego.

Abrazó al chico que había traído a Titus e Iolanthe.

—Es bueno verte a salvo. Me temo que tu hermano no está aquí. Pero no te
preocupes, está bien, era un miembro del grupo que asaltó la base Atlante
y no pueden regresar por lo menos en otros cinco días en caso de que
Atlantis esté tras ellos.

El chico se volvió hacia Titus e Iolanthe.

—Les presento a Amara, comandante de la base y mi futura cuñada.

Iolanthe captó algo extrañamente sombrío en el tono de su voz. Ella miró de


él a Amara.

—Por aquí también es conocida como Durga Devi, es nuestra tradición


asumir un nombre de guerra para tiempos de guerra —continuó el
muchacho—. Pueden escuchar a la gente referirse a mí como Vrischika, pero
no duden en seguir llamándome Kashkari.

Así que ese era su nombre.

Titus asintió gravemente a la joven.

—Encantado de conocerte.

—Nos sentimos honrados por su presencia, Su Alteza. Y la suya, señorita


Seabourne. —Amara sonrió, e Iolanthe estuvo casi cegada por su belleza.

—¿Usted, Su Alteza, por fin ha traído a la señorita Seabourne a nuestra


custodia?

—No —dijo Titus decisivamente—. Abusaremos de tu hospitalidad solo


brevemente, Atlantis está demasiado cerca para estar cómodos. Si tienen un
translocador sobre la premisa, nos gustaría hacer uso de él, sobre todo si
nos llevaría cerca o dentro de una ciudad no mágica importante.

Iolanthe estaba totalmente de acuerdo. Una ciudad llena de gente era un


mucho mejor escondite para ellos. El Cairo era su primera opción. Pero
incluso Jartum, con su inestabilidad política, lo haría en caso de apuro.
—Tenemos dos translocadores, pero por desgracia no han estado en
funcionando durante los últimos tres días.

Kashkari se alarmó.

—¿Estás seguro de que Atlantis no te ha encontrado?

Una sombra cruzó el rostro de Amara.

—Nos preguntamos lo mismo, pero todo lo demás ha estado normal.

—¿Tienes una alfombra rápida de largo alcance que podamos pedir? —dijo
Titus—. Debemos salir de inmediato, el propio Bane está en el Sahara.

Esto produjo mucha sorpresa tanto en Amara y Kashkari.

—¿Por qué no me dijiste nada antes? —exigió Kashkari.

—He querido decirte esto —dijo Iolanthe—: No tenemos la más mínima idea
de quién…

—¡Durga Devi! —Ishana venía a toda velocidad en una alfombra mágica, casi
tumbando a Iolanthe—. Durga Devi, el equipo de mantenimiento encontró
un localizador en el Oasis III.

—¿Qué? —exclamó Amara—. ¿Cómo es esto posible? Pensé que habías


dicho que no encontraron a nadie todo el tiempo que estuvieron fuera.

—Es verdad. Nadie vino al oasis excepto Su Alteza y la señorita Seabourne.

Titus maldijo.

—El wyvern de arena. No sabíamos entonces que todavía llevaba


localizadores. Es más que posible que uno se cayera cuando el wyvern de
arena rozó las palmeras.

Iolanthe agarró su brazo.

—Entonces Atlantis creerá que estamos aquí y lo estamos.

—Vamos a conseguir algunas alfombras nuevas y los llevaremos a Luxor —


dijo Kashkari—. Si empezamos ahora, podemos estar allí antes del mediodía.

Ishana los transportó hasta el almacén de las alfombras nuevas. Iolanthe


no vio nada que pareciera una alfombra tradicional, gruesa y lanosa. En
cambio, las alfombras, colgadas en varillas de acero, parecían mantas de
picnic, toallas y cortinas, incluso capas.

Ishana se detuvo ante un estante de alfombras que tenían el aspecto de


sábanas sobre ellos.

—Estas son lo mejor que tenemos. Tienen un rango de alrededor de mil


kilómetros y pueden navegar a ciento ochenta kilómetros por hora con una
carga de hasta doscientos veintiséis kilogramos.

—Necesito alfombras que no puedan hacerlas volver en caso de que la base


sea invadida —dijo Kashkari.

Ishana exhaló, claramente nerviosa por la idea de algo yendo muy mal.

—Correcto. Entonces es mejor que tomes estas de mil trecientos kilómetros


de alcance, ciento ochenta y cinco kilómetros por hora, y noventa y un
kilogramos de carga.

—¿Puedes manejar una alfombra por tu cuenta? —le preguntó Titus a


Iolanthe.

—Yo controlo el aire, lo manejaré.

El estruendo de redoble de tambores llenó el aire, seguido de una voz


femenina de sonido agradable.

—Todos los pilotos de combate informan a los líderes de escuadrón. Carros


blindados avistados. Wyverns avistados. Lindworms avistados.

Los lindworms eran los dragones voladores más grandes, no muy rápidos,
pero brutales. Iolanthe había tenido la impresión de que eran imposibles de
domesticar, pero al parecer Atlantis gustaba abrir nuevos caminos en la cría
de animales.

Una alfombra voló abajo e hizo una parada detrás de ellos. Era Shulini,
luciendo frenética.

—Su Alteza, Durga Devi pide que venga conmigo, y todos los demás también.
Hay algo que ella necesita que todos vean.

La siguieron hasta el techo de la caverna y se precipitaron en una abertura,


lo que llevaba a un túnel que serpenteaba hacia arriba. El aire se hizo más
y más frío y de repente estaban bajo las estrellas.
—¡Mire! ¡Mire! —gritó Shulini. Iolanthe no podía discernir nada fuera de lo
común. Brevemente se preguntó si debería usar un hechizo de vista lejana,
y luego un movimiento cerca del borde del cielo le llamó la atención: una
distorsión del aire que hacía a las estrellas más allá ensancharse y destellar.
Mientras lo seguía, se dio cuenta de que la distorsión era como un anillo
enorme y algo desigual, yendo alrededor y cayendo rápidamente hacia el
suelo.

—La Fortuna me proteja —dijo Titus—, una cúpula campana.

Una cúpula campana era un arma de asedio, casi tan antigua como las
lanzas hechizadas. Pero una vez en el lugar, sería casi imposible abrir una
brecha para aquellos que están dentro.

—¡Date prisa! —exclamó Kashkari—. Puede ser que aún consigamos sacar
a Fairfax.

Como si lo hubiera oído, la cúpula campana se vino abajo con fuerza.

—Demasiado tarde —dijo Titus, a través de dientes apretados. Una voz de


hombre, dorada y de gran alcance, sonó.

—El Lord Alto Comandante del Gran Reino de Nueva Atlantis busca a la
fugitiva Iolanthe Seabourne. Entréguenla, y todas las otras vidas se
salvarán.

Titus inmediatamente tuvo la mano de Iolanthe en la suya.

—Nadie va a hacerte daño.

Ella le apretó la mano.

—Y no soy tan fácil de dañar. —Pero a pesar de todo, ella estaba muy
asustada.

Ishana bajó la alfombra. Estaban en la cima del macizo que se alzaba desde
el suelo del desierto. De pie en él, inspeccionando la cúpula campana, se
encontraba Amara.

—Parece que tenemos un dilema en nuestras manos —dijo con calma.

—No, en absoluto —respondió Kashkari, cuando Iolanthe había esperado


que Titus fuera el primero en oponerse—. No se la daremos al Bane, ni
siquiera si el costo es diez veces la vida de todos en esta base.
—Por supuesto que no —dijo Amara—. Dejar que el Bane la tenga sería la
ruina. Pero la verdad es que somos pocos y la fuerza de Atlantis es grande.
Puede que no seamos capaces de prevenir que el Bane se la lleve, incluso si
hacemos todo lo posible.

Sorprendiendo aún más a Iolanthe, Kashkari dio un paso delante de ella.

—No, ni siquiera pienses en ello.

—Estamos en guerra, mi amigo. Tengo que pensar en todas las


eventualidades

—Entonces, piénsalo y desestímalo.

Iolanthe entendió al fin que estaban hablando de una forma de hacer que
sea imposible al Bane tenerla: matándola ellos mismos. A juzgar por la forma
en que la mano de Titus se tensó sobre la de ella, también entendía.

—Sé lo que le pasó a tu tío, Mohandas —dijo Amara—. Y a pesar de que eso
fue una tragedia, impidió al Bane convertirse en inimaginablemente fuerte.

Kashkari tenía su varita en la mano.

—¿Y cómo nos ayuda eso? Inimaginablemente fuerte o no, el Bane sigue en
el poder después de tantos años.

—Pero si la familia de tu tío no hubiera hecho lo que hizo…

—Entonces, tal vez estaríamos viviendo en un mundo muy diferente. La


ayuda les llegó poco después de que mataron a mi tío, veo que no sabías
esto, ¿verdad? Incluso mi hermano no lo hace. Ojalá todo el mundo no
hubiera perdido la esperanza antes de tiempo, mi tío podría haber sido capaz
de desarrollar la plenitud de su poder y podría haber hecho toda la diferencia
en las batallas más cruciales de hace diez años.

Kashkari respiró hondo.

—Además, ya he soñado con el futuro: mi amiga se acercará el Palacio del


Comandante con su propio poder y por su propia voluntad, para terminar
con el Bane, para no ser la próxima víctima en sus rituales de sacrificio. Eso
significa que ella burla al Bane este día y se las arregla para mantener no
sólo su vida, sino su libertad.
La mandíbula de Iolanthe se aflojó. ¿Ella, acercándose al Palacio del
Comandante voluntariamente? ¿Y por qué Kashkari presenta un simple
sueño como si tuviera algún significado?

Pero ciertamente hizo que Amara hiciera una pausa.

—¿Estás seguro de que eso es lo que has soñado?

—Sin duda. Y créeme, nuestra resistencia contra el Bane sería de poca


utilidad si no podemos atacar directamente dentro de su guarida.

—Muy bien, entonces, Mohandas. —Amara apretó el hombro de Kashkari—


. Es hora de que me vaya abajo y reúna a los jinetes. Cuida a nuestros
huéspedes por mí. —Ishana y Shulini se fueron con ella, dejando a
Kashkari, Titus e Iolanthe por cuenta propia en la parte superior del macizo.

—¿Es verdad lo que dijiste de Fairfax? ¿Y acerca de tu tío? —preguntó Titus,


sonando dudoso.

—No, me inventé todo.

—Oh —dijo Iolanthe. Ella no le había creído a Kashkari completamente, pero


había sonado tan apasionado, tan seguro de sí mismo, que había querido
mucho que lo que había dicho fuera verdad.

—Por lo menos estás a salvo por el momento. —Kashkari puso una mano
sobre su pecho—. Mi corazón no había palpitado tan fuerte desde el asunto
con Wintervale.

Iolanthe y Titus intercambiaron una mirada.

—Estoy más que un poco avergonzada de decirte —dijo Iolanthe—, pero Su


Alteza y yo estamos bajo un hechizo de memoria y no recordamos nada de
antes del desierto.

—¡Qué! —exclamó Kashkari. Él miró de Iolanthe a Titus y de vuelta—.


¿Cómo no se acuerdan de Wintervale?

Ambos se encogieron de hombros. Kashkari se quedó boquiabierto.

—No creo esto. ¿Realmente han olvidado todo?


CAPÍTULO 32
Traducido por Liseth Johanna, scarlet_danvers y Shilo

Corregido por Jut

I nglaterra

El siguiente día era domingo, y el servicio de la mañana era obligatorio para


todos los chicos.

La capilla de Eton, aunque lucía impresionante, se había vuelto demasiado


pequeña para la población estudiantil. Normalmente, los de último año
recibían asientos en los bancos, y los de primer año tenían que quedarse de
pie en los pasillos, en la parte trasera, e incluso esparcirse por la puerta del
santuario. Hoy, Titus y Fairfax se habían asegurado de estar en la parte
trasera del público, y cuando nadie los veía, se escabulleron.

Fairfax fue a ver a Lady Wintervale; ella pensaba que debía saber que su
hijo no estaría en la escuela por más tiempo. Titus regresó al laboratorio
para hacer un último barrido de artículos que tal vez quisiera poner en la
bolsa de emergencia.

Se encontró con una bolsa en un cajón que debía estar vacío: los remedios
que había tomado del laboratorio para darle a Wintervale, cuando la
condición de éste repentinamente empeoró, aquel día en la casa del tío de
Sutherland frente al Mar del Norte. Desafortunadamente, cada remedio que
Titus administró había empeorado las cosas, el último haciendo
convulsionar a Wintervale, que requirió una doble dosis de panacea para
refrenarlo.

Normalmente, Titus nunca dejaba remedios por ahí. Pero cuando regresó al
laboratorio esa noche, había estado profundamente desesperado. En lugar
de poner los remedios de vuelta a donde pertenecían, había dejado la bolsa
a un lado, para no tener que verla de nuevo.
Pero, ahora que él y Fairfax habían reparado su ruptura, no había ninguna
otra razón para evadirlo. Abrió el cajón que contenía remedios abdominales
y puso los viales que estaban en la bolsa de nuevo en su lugar, uno tras
otro. Vértigo. Apendicitis. Complejo bilioso. Vómito de origen infeccioso.
Inflamación de las paredes del estómago.

El último, expulsión Exterior, era el que había provocado el ataque a


Wintervale. Titus lo giró entre sus dedos, sacudiendo la cabeza por el caos
que dicho remedio había causado.

Se quedó quieto. Había escogido el remedio porque había pensado que


precipitaría y expulsaría sustancias dañinas del cuerpo, pero esa era la
provincia de un remedio que se llamaba “extracción exterior”. Expulsión
Exterior, por el otro lado, era para deshacerse de los parásitos y eso.

¿O no?

Sacó un grueso volumen de referencias farmacológicas y buscó el remedio.

Expulsión Exterior: un remedio antiguo, ahora no tan común.


Bueno para desparasitar. También puede ser usado para
expulsar objetos tragados y atrapados en varios orificios
corporales. Puede ayudar a detener la tenencia intangible.

¿Qué, en el mundo, era tenencia intangible?

Quería buscarlo. Pero un rápido pulso de su bolsillo le recordó que el servicio


de la mañana casi había terminado. Kashkari traería a Wintervale de vuelta
a casa de la Srta. Dawlish, y Titus debía darle a Wintervale los vértices del
cuasi-teleportador para que los llevara consigo, con un reporte
adecuadamente serio de los peligros que se elevaban sobre ellos, sin
mencionar nada en específico.

Él hizo una nota mental de buscar “tenencia intangible” luego y dejó el


laboratorio.

—Las cosas se están moviendo tan rápido que no sabemos qué pasará en la
próxima hora. O incluso en el minuto siguiente —dijo Iolanthe, sentada en
el salón principal en el Castillo Windsor que Lady Wintervale había
apropiado para su uso—. Probablemente, tendremos que llevar a su hijo
lejos de la escuela, y posiblemente sea pronto, por su seguridad. Pensé que
querría saber eso.

Lady Wintervale miró por la ventana hacia Eton, justo a través del Río
Támesis. Su voz tenía una calidad lejana:

—Quieres decir que, después de esto, puede que no lo vea en un tiempo,


¿tal vez nunca?

—Es muy posible.

Iolanthe esperó que Lady Wintervale ejerciera su derecho paterno, algo en


las líneas de que, si ellos estaban sacando a Wintervale de la escuela,
entonces él también podría estar bajo la protección de su madre. Pero Lady
Wintervale solo continuó mirando fijamente por la ventana.

—¿Le gustaría verlo antes de que se vaya? Queremos asegurarnos de que


nadie rastree sus movimientos hacia usted. Y me atrevo a decir que él no
hablaría de su paradero con nadie. Se ha vuelto más prudente
recientemente, ciertamente se las ha arreglado para ocultar el hecho de que
ahora es un gran mago elemental.

Lady Wintervale contrajo su mano y, de nuevo, no respondió.

Iolanthe estaba contando las horas hasta que ella y Titus hubieran tomado
todas las precauciones, para que pudiera hacer que él la llevara a París a
ver al Maestro Haywood, quien tendría que estar ansioso por sus noticias.
Después de eso, no había forma de decir cuándo se encontrarían de nuevo.
O si lo harían.

La distancia que Lady Wintervale insistía en mantener de su hijo no tenía


ningún sentido.

—¿Puedo preguntar, señora, por qué no quiere ver a su hijo?

Lady Wintervale se movió a otra ventana. Su mandíbula se movió, pero ella


permaneció en silencio. Contra las profundas cortinas de bermellón, era
pálida como un espectro y casi tan insustancial.

El desconcierto de Iolanthe se volvió intranquilidad, ya que ahora podía


sentir el miedo irradiando de Lady Wintervale.
—Por favor, mi lady, se lo ruego. Si hay algo que importe, no lo contenga.
Hay vidas en riesgo aquí, muchas vidas.

—¿Crees que no sé eso? —gruñó Lady Wintervale.

Pero no dijo más. Después de un tenso e interminable intervalo, Iolanthe


tuvo que aceptar que no escucharía nada más de Lady Wintervale.

—Gracias por recibirme, señora. Que la Fortuna la acompañe siempre.

Mientras se levantaba, Lady Wintervale dijo:

—Espera.

Iolanthe se sentó de nuevo, tensa por la anticipación, y no menos miedo.

Otro minuto pasó antes de que Lady Wintervale dijera:

—Perdí a Lee en nuestro último viaje.

Iolanthe parpadeó.

—No entiendo.

—Entre las comunidades de Exiliados, hemos construido nuestra propia red


de translocadores. Pero, desde la primavera, Atlantis ha interferido
activamente con el funcionamiento de los mismos. Para comienzos de
septiembre, cuando Lee y yo partimos, todos los translocadores de los que
los Exiliados de Londres habían dependido por años, quedaron fuera de
servicio.

»Teníamos la opción de usar alfombras o ir en un barco por el Canal Inglés.


A Lee no le importa ninguno. Pero, hoy en día, hay excelentes remedios para
el mareo, así que él decidió ir por el barco. Una vez que yo lo había visto en
su litera —el remedio le había permitido dormir durante el curso— fui arriba
para tomar algo de aire fresco, mientras disfrutaba del océano.

»Cuando el barco atracó en Calais, fui a despertarlo. Él ya no estaba en su


litera, y su maleta tampoco. Pensé que nos habíamos perdido ambos, que él
ahora estaba en la cubierta buscándome. Pero, no, tampoco estaba en la
cubierta. Y en el embarcadero tampoco. Pedí ayuda del personal del barco y
de los capitanes de puerto, pero nadie pudo encontrarlo.

»Escribí frenéticamente en mi cuaderno bimodal, pero él no respondió. Al


final, fui a la estación del ferrocarril y, ahí, alguien recordó a un joven
hombre de su descripción, comprando un boleto para Grenoble.
Inmediatamente, empecé por Grenoble, preguntando en todas las estaciones
en el camino. Cuando llegué ahí, busqué en todos los lugares posibles y no
posibles de alojamiento, sin éxito.

»Sin saber qué más hacer, fui de vuelta a casa. Solo para recibir un
telegrama, de todas las cosas, de Lee, desde Grenoble, preguntándome
donde estaba yo. Así que me apresuré a volver, y ahí estaba él, sano y salvo.
Dijo que cuando no me pudo encontrar en el barco, pensó que yo debía
haber estado apurada por alcanzar el tren, así que salió corriendo a la
estación. Pero, en París, donde debía hacer transbordo, se dio cuenta de su
error y regresó a Calais, solo para darse cuenta que yo sí había tomado el
tren a Grenoble. Así que él volvió allí, y probablemente llegó a la ciudad justo
cuando yo me había ido.

»Yo estaba terriblemente aliviada de verlo. Los eventos siguientes ya los


conoces. Terminamos en un barco en el Mar del Norte, perseguidos por
Atlantis. Él no tenía su alfombra con él, justo como tampoco tenía su
cuaderno bimodal. Así que tuve que ponerlo en un bote salvavidas. Quería
ir en el bote con él, pero estábamos bajo ataque y no pude salir
inmediatamente. Cuando lo hice, en mi alfombra, fui perseguida, todo el
camino de regreso a Francia. Y habría sido capturada, de no ser por una
niebla tremenda que se formaba desde el Canal.

»Me tomó varios días regresar a Inglaterra. Si él lo hubiera logrado, habría


ido a casa o a Eton. Yo no me atreví a ir a casa, así que probé con Eton. Y
encontré la casa de la Sra. Dawlish protegida a todo su alrededor.

—Son los Atlantes observando al príncipe —dijo Iolanthe.

—También pensé eso. Pero, luego recordé que Lee había estado lejos de mí
por setenta y dos horas en ese viaje.

Lady Wintervale miró a Iolanthe como si Iolanthe debiera llegar a alguna


deducción significativa a partir de lo ella acababa de decir.

Iolanthe se quedó en blanco.

—No estoy segura de entender el significado de sus palabras, señora.

—No estoy segura de entender lo que estoy diciendo tampoco. No estoy


segura de que quiero. —Lady Wintervale cruzó la habitación para quedarse
frente a la ardiente chimenea, como si las corrientes que entraban por la
ventana le hubiesen provocado frío—. Pero, tienes razón. Debería ir a ver a
Lee. Puede que sea mi última oportunidad.

Iolanthe esperó que ella dijera más, pero Lady Wintervale solo ondeó su
mano.

—Por favor, déjame.

Iolanthe se apresuró al laboratorio. La conversación con Lady Wintervale la


había intranquilizado profundamente, y necesitaba hablar con Titus.

Él no estaba ahí, pero su bola de escritura estaba repiqueteando. Cuando


se detuvo, ella sacó el mensaje:

Su Gran Alteza Serenísima,

En lo que concierte a su pregunta pobre el barco naval Atlante,


el Feroz — ΛΑΒΡΟΣ, en el griego original—, era una embarcación
que pertenecía a la Defensa Costera Atlante, que una vez tuvo
ese nombre. Por los historiales que puedo encontrar, fue
decomisado hace tres años y recientemente desechado.

Su fiel sirviente,

Dalbert.

Iolanthe escaneó el mensaje de nuevo y, por tercera vez, su confusión creció


con cada lectura adicional. No había escuchado nada sobre que Atlantis
careciera de barcos disponibles para navegar. ¿Por qué fue enviado un barco
decomisado cuando tenían suficientes navíos activos?

Ella le envió un mensaje de respuesta a Dalbert: ¿Puede confirmar de nuevo


que no hay un barco Atlante llamado Lobo de Mar?

La respuesta de Dalbert llegó rápidamente.


Su Gran Alteza Serenísima,

Puedo confirmar que no hay ningún barco Atlante, naval o civil,


con el nombre de Lobo de Mar (o ΛΑΒΡΑΞ, para usar el griego
orinal).

Su fiel sirviente,

Dalbert.

Algo se agitó en su memoria. ¿Qué era lo que había leído en ese diario de
viaje la primera vez?

Entró al salón de lectura y corrió a la mesa de ayuda. El diario de viaje


estuvo en su mano en segundos. Pasó a través de las páginas con dedos
repentinamente torpes.

Los turistas de hace cerca de dos siglos habían navegado a Atlantis para ver
la demolición de un hotel flotante que había sido condenado. El método de
condenación no había sido otro más que lanzar el hotel flotante al torbellino
de Atlantis.

Tan espectacular como era la destrucción en sí misma, dejando


Atlantis, nos encontramos con la vista no tan agradable de los
restos del hotel en nuestro camino, una pila de basura. Pero, al
menos, a diferencia de un verdadero desastre marítimo, no había
cadáveres siendo arrastrados con las piezas de casco y cubierta.

Una vena palpitó en su sien. Cuando ella había revisado el mar después de
que el torbellino había ido y venido, también había visto restos, pero no
cuerpos.

Si el barco que había tropezado contra el torbellino de Wintervale había


estado decomisado y vacío, entonces debía haber habido una conspiración
entre las partes involucradas. Eso significaba que alguien deliberadamente
envió un viejo barco inútil tras Wintervale, como para no gastar personal o
barcos activos, porque sabían que en algún punto sería destruido.
¿Quién podría haber sabido que el barco sería destruido? Wintervale, de
acuerdo con el príncipe y Kashkari, había sido el más débil de los magos
elementales, apenas capaz de hacer encender el fuego en la chimenea.
¿Quién podría haber predicho, antes de tiempo, que él solo llevaría un barco
Atlante a la ruina?

Ella se mordió los labios y se estiró por la bolsa de emergencia.

Nadie había vuelto del servicio del domingo todavía, no era tan inusual que
el sermón se alargara. Titus se puso de pie en el interior de la habitación de
Fairfax y miró a su alrededor.

Él había decorado la habitación años antes de su llegada, con una imagen


de la reina en la pared, postales de transatlánticos, e imágenes que
representaban Bechuanalandia, su supuesta casa. Ella había reemplazado
la fotografía de la Reina Victoria con la de una belleza de alta sociedad y
puso cortinas nuevas, pero por lo demás dejó la habitación, más o menos
como estaba.

Su mirada se posó en la fotografía de ella que no se parecía en absoluto.


Había pasado la foto el día en que Sutherland emitió su invitación para que
todos ellos fueran a la casa de su tío, lo que parecía un increíblemente largo
tiempo.

Ella se materializó a su lado, la bolsa de emergencia atada sobre los


hombros. Alarma pulsó a través de él.

—¿Por qué tienes la bolsa? ¿Cuál es el problema?

—¿Qué piensas de mi vista? —preguntó ella, su tono tenso.

Esa no era la pregunta que él había esperado.

—Perfectamente buena. Ahora dime por qué llevas ya la bolsa de


emergencia.

Ella ignoró su demanda.

—¿Qué piensas de mi comprensión del griego?

Podía gritar a pleno pulmón para que ella respondiera a su pregunta en


primer lugar, pero así era Fairfax, nunca hacía nada sin una buena razón.
Él se contuvo.
—No está mal.

—¿Crees que es probable que haya malinterpretado por completo el nombre


de la nave que hundió Wintervale?

—Pero acabas de decirme anoche que probablemente la has leído mal.

—La confundí con una palabra similar, o eso creía yo. ¿Es posible que el
nombre real no sea nada como lo que yo pensaba que fuera en ambas
ocasiones?

—Todo es posible. —Recordó la lancha de motor, girando alrededor en el


borde exterior del torbellino antes de hundirse—. Pero si ya estabas
prestando atención, no hay ninguna razón por la que deberías haber estado
tan equivocada.

Ella agarró su brazo, con fuerza.

—Si estoy en lo correcto sobre el nombre del barco, entonces debe ser Lobo
de Mar o Feroz. Dalbert te había confirmado —y a mí de nuevo hoy— que no
hay una embarcación naval Atlante llamada Lobo de Mar. Pero había una
llamada Feroz, y la habían retirado del servicio hace tres años.

»No vi cuerpos cuando examiné el mar ese día. Restos, pero no cuerpos.
¿Crees que es posible que el barco hubiera estado vacío? ¿Que —ella tragó—
, era todo un espectáculo?

Él la miró fijamente, empezando a sentir como si él también hubiera estado


atrapado en una enorme trampa, con una corriente demasiado fuerte para
escapar.

—¿Qué quieres decir?

—No estoy segura de lo que quiero decir, y no estoy segura de que quiero
saber. —Su mano se acercó a su garganta—. La Fortuna me proteja, eso es
casi exactamente lo que dijo Lady Wintervale.

—¿Qué? ¿Cuándo?

—Cuando visité a Lady Wintervale hace un momento, me dijo que ella y


Wintervale se habían separado en su camino a Grenoble por más de setenta
y dos horas.
Con la discusión del Bane todavía fresca en su memoria, un gong sonó fuerte
en la cabeza de Titus: setenta y dos horas era el umbral para los más
poderosos conjuros de contacto obligatorio.

—Tienes que estar en contacto físico directo con alguien durante tanto
tiempo con el fin de... de...

Una desaparición de setenta y dos horas.

Y cuando regresó, el chico que apenas podía encender una vela con sus
poderes elementales se había vuelto lo suficientemente poderoso como para
crear un remolino espectacular.

Que la Fortuna lo protegiera.

—El remedio que le di a Wintervale, el que lo hizo entrar en una convulsión…


¿sabes lo que significa “tenencia intangible”?

Un sonido ahogado salió de su garganta.

—He oído hablar de ello antes, el Maestro Haywood tenía un colega en el


Conservatorio que investigaba el ocultismo. ¿No es decir que alguien está
bajo tenencia intangible sólo una forma más locuaz de decir que esa persona
está poseída?

Poseída.

—La Fortuna nos proteja a todos. —Su voz era ronca—. ¿Le diste a
Wintervale un revela exorcismo?

¿Lo había hecho?

—¿Qué pasa si le das a alguien un revela exorcismo por accidente?

—Nada. Así era como solían decir si alguien está realmente poseído o
simplemente fingiendo. Pones un revela exorcismo en su comida y si no
muestran alguna reacción, es sólo un acto. Pero si empiezan a
convulsionar…

Se miraron boquiabiertos el uno al otro en horror. Eso era exactamente lo


que había sucedido con Wintervale.

Y luego, en pánico, Titus había forzado una enorme cantidad de panacea


por la garganta de Wintervale. El único objetivo de la panacea era la
estabilización de todo el sistema. Esta detuvo el exorcismo y detuvo
cualquier otra batalla que el cuerpo de Wintervale pudo haber estado
lanzando para deshacerse de… de lo que había tomado posesión de él.

Titus recordó la señal de auxilio náutico que recibió, advirtiéndole de la


presencia de Wintervale. También recordó lo que Fairfax le había dicho: Si
yo hubiera sido Lady Wintervale, habría desactivado la señal de socorro en
el bote salvavidas. Eso fue probablemente lo que le permitió a Atlantis seguirle
la pista.

¿Qué pasa si la señal de auxilio había sido habilitada deliberadamente, para


asegurarse de que Titus viera todo?

Ya habían deducido que el Bane era capaz de “conducir” otros cuerpos que
se veían como el suyo. ¿Quién iba a decir que no podía tomar el mando de
uno que no se parecía a su ser original?

—La inestabilidad mental que el dispositivo Conoci-todo detectó en


Wintervale —se oyó decir, su voz casi plana—. ¿Y si estaba exactamente en
lo correcto?

—Y la incapacidad de Wintervale de caminar sin ayuda… debe ser porque


no se parece en nada al que manejaba su cuerpo —dijo Fairfax—. Hay una
razón por la que hasta ahora el Bane solo ha utilizado cuerpos de similar
aspecto, la mente probablemente no puede engañarse a sí misma lo
suficiente para controlar completamente todo si el rostro se ve tan diferente.

—Y los guardias fuera de la casa de la Sra. Dawlish… ellos no estaban allí


en el comienzo del Periodo. Sólo vinieron después del torbellino de
Wintervale.

Ellos no habían sido asignados para vigilar a Titus, como él había asumido,
sino más probablemente para garantizar la seguridad de otra persona.

Fairfax tiró de su cuello, como si hubiera llegado a estar demasiado


apretado.

—Siempre pensé que fue un milagro que Atlantis te dejara volver a la escuela
este Periodo. Yo no lo hubiera hecho.

Icarus Khalkedon había estado en lo correcto. Después de que el gran


cometa se había ido y venido, el Bane había de hecho entrado en la casa de
la Sra. Dawlish, y lo había hecho en el cuerpo de Wintervale. Y West había
desaparecido porque lamentablemente se parecía al Bane, y el Bane siempre
podría utilizar otro repuesto.
—Lo que todavía no entiendo es para qué es todo esto —continuó Fairfax—
. ¿Qué es lo que está tratando de lograr el Bane al hacer todo esto?

Titus la aferró.

—Es todo por ti, ¿no lo ves? Había fracasado en encontrarte antes, por lo
que todo este engaño es entrar en mi mente, porque si él podía hacer eso,
todos mis secretos estarían abiertos a él. Después de lo que pasó la última
vez, no había manera de que me pudiera poner bajo Inquisición de nuevo
sin primero provocar una guerra, ni tiene en cualquier lugar cerca a tan
poderoso mago mental a su disposición estos días, después de que yo
matara a la Inquisidora. Y los hechizos de memoria comunes o los de control
mental no funcionan en mí porque los herederos de la Casa de Elberon están
protegidos desde el nacimiento contra tales manipulaciones. Su única
manera de entrar en mi mente era a través de medios de contacto
obligatorio.

Ella negó.

—Por eso es que siempre quería que tú le ayudaras cuando caminaba a


algún lugar. Y es por eso que atacó a Kashkari con el libro y las tejas del
techo, porque Kashkari obstaculizaba sus esfuerzos de tratar de acumular
suficientes horas de contacto directo contigo.

—Pero él no tiene esas horas todavía. Así que estoy a salvo. Y todavía estás
a salvo. Y…

La puerta se abrió de golpe. Titus casi hizo un agujero en la casa antes de


que se diera cuenta de que era sólo Kashkari.

—Sé quién eres —dijo Kashkari, a Fairfax.

Ella se tambaleó, pero se recuperó rápidamente.

—Ya te dije quién soy. Soy el guardaespaldas del príncipe.

Kashkari cerró la puerta.

—Tú eres la chica que hizo caer el rayo.

Titus se puso delante de ella, sacó su varita.

—Si tú…
—Por supuesto que no. Acabo de estar en estado de shock y tenía que
confirmarlo.

—¿Acabas de adivinarlo todo, de repente? —exigió Titus bruscamente—. ¿Y


dónde está Wintervale? ¿Está aquí?

—No, él está todavía deambulando fuera de la capilla, la Sra. Hancock lo


está cuidando. Y lo adiviné porque Roberts estaba pasando fotografías
tomadas hace varias semanas.

—¿Quién es Roberts y qué fotografías? —exigió Titus.

—Jugador de criquet. Nunca llegó a los once. Quería falsificar evidencia


fotográfica para la posteridad de que él era parte del equipo de la escuela.
Fui incluido en algunas de las fotografías de la periferia y al lado de mí
estaba alguien con… —Kashkari miró alrededor de la habitación y cogió la
foto de Fairfax, la que no se parecía en nada a ella—, esta cara. No entendí
lo que estaba viendo en un primer momento. Recuerdo que Fairfax estaba
sentado junto a mí ese día. No había ninguna razón para que él se viera tan
diferente, hasta que me acordé de la fotografía en su habitación.

»Entonces me acordé de que Atlantis tiene problemas para encontrar a la


chica que hizo caer el rayo porque su imagen no puede ser pintada o de otra
manera capturada. Y ahí fue también cuando recordé que el día en que
Fairfax llegó por primera vez a esta escuela fue el día en que la chica
manifestó sus poderes.

Fairfax jadeó.

Titus instantáneamente tenía su brazo alrededor de sus hombros.

—¿Qué es?

—Wintervale. Alguien le va a pasar esas fotos a él, tarde o temprano.

—¿Y? —dijo Kashkari.

—Wintervale es el Bane, o lo ha sido desde el día en que llegó a la casa del


tío de Sutherland.

Kashkari se estremeció.

—No. Por favor, no.


La Sra. Hancock se materializó entre ellos. Antes de que nadie pudiera exigir
por qué no estaba vigilando a Wintervale, dijo:

—Algo está mal con Wintervale. Estaba mirando estas fotos y luego de
repente empezó a reír… y no paraba.

—Wintervale es el Bane. Y yo soy la que hizo caer el rayo. Él ha estado


tratando de llegar a un umbral de contacto obligatorio con el príncipe, para
que pueda averiguar dónde estoy —dijo Fairfax—. Pero esas fotografías que
estaba mirando le hicieron saber que ya me ha encontrado, y he estado bajo
su nariz todo el tiempo.

La Sra. Hancock se tambaleó hacia atrás un paso.

—Ahora por fin entiendo. —Se volvió hacia Kashkari—. Por estar cerca de
Wintervale, lo salvaste a él, a Su Alteza, no a Wintervale.

Kashkari la miró boquiabierto, atónito.

—Tenemos que irnos —dijo Titus a Fairfax—. Ahora mismo.

Ella agarró la bolsa de emergencia ya atada a sus hombros.

—Vamos.

Pero no pudieron teleportarse. El Bane debe haber llegado a la misma


conclusión que Kashkari tenía. Y si había estado en Eton todo este tiempo,
la zona de no-teleportación debe haber estado lista casi el mismo tiempo, a
la espera de su orden para que se efectuara.

Kashkari corrió a la ventana.

—Tampoco pueden usar una alfombra voladora. Hay carros blindados


afuera.

Los carros blindados estaban muy arriba, dando vueltas como una bandada
de pájaros. Ellos bajarían en picada en el instante, en que Titus y Iolanthe
se atrevieran a hacer un escape en la alfombra de repuesto de Kashkari. Por
no hablar, la velocidad máxima de un carro blindado era mucho mayor que
los doscientos kilómetros por hora de la alfombra.

—El cuasi-teleportador, entonces —dijo Fairfax.

—Guardaremos eso hasta que no tengamos otra opción. Por ahora todavía
tenemos esto. —Titus puso el Crisol en la mesa.
—Ustedes dos mejor dejen esta habitación —dijo Fairfax, a Kashkari y a la
Sra. Hancock—. No han sido comprometidos todavía. El Bane no sabe que
están involucrados con nosotros, así que hagan lo que puedan para
mantenerse a ustedes mismos a salvo.

—¿Nos encontraremos de nuevo? —preguntó Kashkari.

Titus desenredó la mitad de su colgante y se lo dio a Kashkari.

—Podemos esperar.

Kashkari y la Sra. Hancock se fueron. Titus y Fairfax pusieron sus manos


en el Crisol, la suya sobre la de él.

Titus comenzó la contraseña.

—¿Qué tan lejos está la Isla Prohibida? —gritó Iolanthe, sobre el aire
precipitándose sobre la alfombra a doscientos kilómetros por hora.

—Ciento cuarenta y cinco kilómetros —gritó Titus.

Cuarenta y cinco minutos, entonces.

Estaban apretados en la alfombra, que era de no más de un metro de ancho


y metro y medio de largo. A esta velocidad sólo había una manera de montar:
de plano sobre su estómago, las manos fuertemente agarradas en la parte
frontal de la alfombra, un arnés de seguridad sujetado sobre el torso.

Abajo, el suelo se acercaba rápido. Reconoció la Llanura de los Gigantes. Y


en algún lugar al norte, Sima de Briga, apenas visible por el vapor de
contaminación surgiendo de las profundidades de su profundo barranco, un
vapor que se retorcía y se movía, casi como una niebla, bajo la luz del sol.

También había un portal en Sima de Briga, pero ese llevaba a la copia del
Crisol que se había perdido, y sin saber dónde estaba esa copia del Crisol,
Titus no había estado dispuesto a asumir el riesgo. Así que se dirigían a la
Isla Prohibida, para acceder a la copia del Crisol en el monasterio, que
todavía era un lugar seguro para el Maestro del Dominio, si podía llegar a
él.

—Me hubiera gustado que hubieran elegido las historias más fáciles para
usar como portales —dijo ella, sabiendo muy bien que el punto de
seleccionar ubicaciones difíciles era disminuir la probabilidad de que uno
fuera seguido de un Crisol a otro—. Puedo volver papilla al Lobo Feroz en
un día cualquiera.

—Y me atrevería a decir que los siete enanos no son rival para mi destreza
—dijo Titus, girando con cuidado para mirar detrás de ellos.

—¿Alguien que nos persigue?

—Todavía no.

—Supongo que nunca podremos volver a la escuela de nuevo.

—No.

Probablemente era la última vez que iba a ver a los chicos. Esperaba que
Cooper todavía la recordara, cuando él fuera un abogado corpulento, de
mediana edad, de regreso a la escuela cada año el Cuatro de Junio para
celebrar los recuerdos de su juventud.

Y el Maestro Haywood. Tenía una de sus tarjetas del Territorio Wyoming en


su bolsillo, en caso de que no pudiera ir a París en persona, iba a enviársela
a él, para hacerle saber que no la esperara durante un tiempo. Se preguntó
si todavía podía publicarlo en algún lugar, de modo que él se preocuparía
menos.

Se volvió hacia Titus.

—Espero que Kashkari y la Sra…

La alfombra giró violentamente a lo largo de su eje mayor, el mundo un


caleidoscopio de la tierra y el cielo que revolvía el estómago. Ella gritó.
Maldijo y buscó una esquina de la alfombra. Con un tirón repentino la
alfombra se estabilizó… al revés.

Pero no se había detenido, todavía se desplazaba a toda velocidad al revés.


Su visión del cielo estaba obstruida, pero cuando ella inclinó la cabeza hacia
atrás, el suelo debajo se acercaba, haciéndola sentir mareada.

—A la cuenta de tres —gritó Titus—, levanta tus pies y lanza todo tu peso
hacia tu cabeza. Uno, dos, tres.

Su movimiento combinado le dio la vuelta a la alfombra. Ya no estaban al


revés, pero la alfombra había frenado hasta detenerse, ya que ahora
enfrentaban la dirección opuesta.
Y viniendo por ellos, en el cuerpo de Wintervale, estaba el Bane, montando
su propia alfombra.

Por desgracia, el Bane ya sabía cómo entrar en el Crisol cuando estaba en


medio de ser utilizado como un portal, y no había nadie en la escuela con la
capacidad para detenerlo.

La alfombra de Titus e Iolanthe se sacudió para reiniciarse. Inclinaron su


peso hacia un lado. La alfombra se ladeó, girando.

Una ráfaga rugió hacia ellos y la alfombra salió a volar volteándose varias
veces, habrían caído si no fuera por los arneses de seguridad que los
mantenían en su lugar.

—No dejes que el Bane juegue con nosotros —gritó Titus.

Ella convocó un rayo, dirigido al Bane. Pero el rayo sólo golpeó un escudo,
y el Bane pasó por debajo ileso. Ella insistió en convocar más rayos, que
brillaban y chisporroteaban como si estuvieran en medio de una tormenta
eléctrica.

Hábil y fácilmente, el Bane zigzagueó entre las corrientes de electricidad,


esquivando los ataques de Iolanthe.

Y él era demasiado rápido. No alcanzarían la Isla Prohibida antes de que los


alcanzara.

Ella tiró varias bolas de fuego enormes, poniendo el paisaje de abajo en


llamas.

—¿Qué estás haciendo? —gritó Titus.

—Hacer que pase a través del humo, por lo menos. Si sólo Wintervale
sufriera de asma.

Tan pronto como ella terminó de hablar la alfombra se desvió hacia el norte.

—¿A dónde vamos? —preguntó, sorprendida.

—Asma —dijo Tito fuerza—. O tal vez algo aún mejor.

La estación dentro del Crisol casi siempre reflejaba la exterior: no había


flores en los árboles del huerto, que también habían sido limpiados de sus
frutos. En la distancia se levantaba una casa con la forma de una colmena
de mimbre, pequeña en el fondo, abultada en el medio y luego estrechándose
de nuevo en la cima.

Titus había traído a Iolanthe aquí en los primeros días después de haberse
conocido, antes de que pudiera controlar el aire. En esa casa había tratado
de forzarla, y casi se había ahogado en miel.

O más bien, las sensaciones habían sido las cercanas a un ahogamiento,


pero nunca había estado en peligro real: la vasta mayoría del tiempo que
habían usado el Crisol como un campo de prueba, y las heridas, o inclusive
la muerte, dentro del Crisol no tenían pertinencia en el mundo real de
afuera.

Pero ahora estaban usando el Crisol como un portal, y todas las reglas
cambiaban: las heridas causaban verdadero daño y la muerte era
irreversible.

Volaron bajo, entre filas de manzanos podados cuidadosamente. Iolanthe,


con una larga rama en mano, volcaba cada colmena con la que se
encontraban, liberando enjambres de abejas agitadas y zumbantes. Detrás
de la alfombra, las abejas formaban una masa nebulosa, que se mantenía
junta, y lejos de Titus e Iolanthe, por corrientes de aire que las atrapaba
como peces en una red.

El Bane se estaba acercando. Iolanthe dividió las abejas en dos grupos y,


forzándolas hacia el suelo, las despachó a la periferia del huerto.

Envió otro rayo al camino del Bane. Y, para distraerlo todavía más, arrancó
ramas más pequeñas con vientos acelerados, las prendió con fuego, y las
lanzó hacia él.

Mientras empujaba a las abejas fuera de la vista.

El Bane alejó con un ademán las ramas encendidas como si fueran muchos
mondadientes. Y contraatacó arrancando de raíz árboles enteros en su
camino, obligando a Titus a volar la alfombra por encima de la línea de
árboles, dándole al Bane una línea clara de visión.

—Solo un poco más lejos —imploró Iolanthe en voz baja.

Titus gritó y los lanzó bruscamente hacia la izquierda. Algo pasó tan cerca
de la cabeza de Iolanthe que levantó su cabello. Un tablón de la cerca, su
punta triangular mortalmente a alta velocidad.
Un tablón se precipitó hacia ellos por detrás, uno por la derecha, uno por la
izquierda, mientras un árbol, con terrones todavía cayendo de sus raíces, se
alzó en el aire y vino hacia ellos desde el frente.

Con un grito Iolanthe convocó otro relámpago, partiendo el árbol en dos,


justo a tiempo para que ellos volaran por el medio, casi cegándose en el
proceso.

—¿Estás las abejas listas? —demandó Titus.

—Casi.

El mismo suelo se hinchó y casi los tiró de la alfombra voladora. Una enorme
bola de fuego apareció alrededor de ellos. Iolanthe apenas tuvo tiempo de
abrir un agujero en la llamarada para que la atravesaran. Su propia
chaqueta se incendió, pero apagó las llamas antes de que pudieran
lastimarla.

Era ahora o nunca.

Miró hacia atrás. Sí, había logrado alzar el enjambre de abejas a la altura
de la alfombra del Bane. Con la corriente más poderosa que podía generar,
las envió directo al Bane.

Él se rio y fuego onduló a través del aire que lo rodeaba. Las abejas cayeron
como gotas de lluvia. Pero entre el enjambre había un número más pequeño
que Iolanthe había protegido. Atravesaron el fuego y aterrizaron en su
persona.

El Bane dejó de reírse. Miró con algo parecido a la incomprensión a su mano,


en donde no había una, ni dos, si no tres abejas. Su mano se hinchó frente
a los ojos de Iolanthe.

Él se agarró su garganta. La alfombra perdió altitud, enganchándose con las


ramas de un árbol antes de caer al suelo.

La mente que controlaba al cuerpo de Wintervale podría ser


inimaginablemente poderosa, pero el cuerpo de Wintervale tenía una gran
debilidad: era alérgico al veneno de abeja.

Titus aterrizó la alfombra y escarbó la bolsa de emergencia. Había preparado


antídotos para Wintervale, en caso de que hubiera picaduras de abeja en el
futuro. Sacó una pequeña caja, que contenía unos cuantos viales.
—¡No! —gritó alguien—. ¡No lo ayuden!

Lady Wintervale.

Se bajó de una alfombra propia y se colocó entre Titus y Wintervale.

—¡No podemos verlo morir! —gritó Iolanthe.

—¿Crees por un instante que el Bane lo dejaría antes que eso? No, mientras
pueda obtener una oportunidad que para que ustedes crean que él es
Leander Wintervale otra vez, se quedará y será la ruina de todos.

En el suelo Wintervale se sacudía y retorcía. Iolanthe temblaba. Presionó su


rostro contra la espalda de Titus. Pero todavía escuchaba a Wintervale
haciendo gárgaras, como un mudo tratando de hablar.

Al fin, silencio.

—No, no asuman que está muerto —previno Lady Wintervale—. ¿Tienen


algún instrumento?

El príncipe encontró el dispositivo Conoci-todo. Con un hechizo de levitación


lo colocó sobre Wintervale. La punta del dispositivo se mostraba verde.

Los tres levantaron escudos al mismo tiempo, Titus para Iolanthe, Iolanthe
para Titus, y Lady Wintervale para los dos. Aun así, Titus se tambaleó hacia
adelante, agarrando su pecho.

—Estoy bien —dijo, ya apuntando su varita para colocar otro escudo.

El Bane se retorció de nuevo. Su mano cayó sobre el dispositivo. El verde se


desvaneció lentamente a un gris oscuro. El gris oscuro se volvió rojo.

Wintervale estaba muerto.

Lady Wintervale tenía la mano de su hijo en la suya. Sus labios temblaban.

—Tenía un alma tan hermosa, mi Lee. Se preocupaba porque no sería un


gran hombre como su padre, pero siempre fue un hombre mejor.

Miró alrededor del huerto.

—Cuando estábamos pequeñas, Ariadne a veces me traía aquí a jugar.


Nunca pensé que aquí sería donde mi hijo encontrara su final.
Titus se arrodilló y besó a Wintervale en la frente.

—Adiós, primo. Nos salvaste a todos.

Tenía lágrimas en sus ojos. Las lágrimas ya estaban derramándose por las
mejillas de Iolanthe. Wintervale, por ser tan abierto, tan confiado, y tan
ingenuo su vida entera, había hecho que sus amigos más cínicos se
aferraran a sus secretos. Y haciéndolo, se habían protegido del Bane.

El cuerpo de Wintervale desapareció. El Crisol no conservaba a los muertos.

—¿Quiere venir con nosotros, señora? —le preguntó Iolanthe a Lady


Wintervale.

Lady Wintervale sacudió su cabeza.

—No, estoy aquí solo por mi hijo. Haré un homenaje apropiado y ofreceré
sus cenizas a los Ángeles. Que su alma vuele un largo tiempo.

—Sobre las alas de los Ángeles —dijeron juntos Iolanthe y Titus.

—Casi me mata decir esto —dijo Lady Wintervale, sus propias lágrimas
cayendo finalmente—. Pero… vivieron felices para siempre.

Y ella, también, salió del Crisol.

Titus fue el que señaló que las ropas de Iolanthe estaban hechas jirones. Se
cambió a unas túnicas de la bolsa de emergencia y despegaron de nuevo.
Más perseguidores, en wyverns y pegasos, estaban al alcance de la mano,
los Atlantes tuvieron que haber allanado los establos de varias historias.

—No llegaremos a la Isla Prohibida a tiempo —dijo Titus sombríamente.

Lo que dejaba únicamente Sima de Briga.

Llegaron al borde Sima de Briga, con los Atlantes apenas a sesenta metros.
La espesa niebla que llenaba el abismo entero se retorcía y fluía,
oscureciendo todo debajo.

—¿Podemos ponernos lentes de niebla y conducirnos a través de eso? —


preguntó ella mientras corrían hacia la entrada de los túneles que llevaban
al fondo del abismo.
Dobló la alfombra y la amarró a la bolsa de emergencia, de la manera en que
Kashkari les había enseñado. La alfombra, que era en realidad una sábana
de lona con bolsillos, cambió de color para igualar el de la bolsa.

—Lo traté una vez. Eso no es niebla y es prácticamente impenetrable aún


con los lentes.

Ella se estremeció cuando pisó el extraño suelo esponjoso en los túneles.


Una luz enfermiza se filtraba por grietas en el techo de piedra. Todas las
superficies se veían húmedas. Babosas.

—Asegúrate de no tocar nada —dijo Titus, presionando los vértices del


cuasi-teleportador en su mano.

Ella nunca había usado la localización para entrenar, pero había leído la
historia de Sima de Briga hace mucho tiempo. Criaturas nauseabundas
vivían en los túneles, no tanto resguardándolos si no simplemente cazando
cualquier cosa o persona que entrara.

Alguien gritó. Se detuvieron por un momento y escucharon. Probablemente


alguien que no sabía que uno no debería tocar nunca las paredes de los
túneles, que secretaban una sustancia corrosiva.

Más adelante, algo se deslizó a través del suelo. Podía haber sido una
serpiente pequeña, o un miembro removible de uno de los nauseabundos
pulpwyrms, enviado a explorar.

Otro grito provino de detrás de ellos.

—Idiotas —murmuró Iolanthe en voz baja, agudamente consciente de que


las heridas y las muertes eran demasiado reales aquí. Algunas familias
Atlantes estarían extrañando amados hijos e hijas en los días de fiesta este
año.

Ninguno de ellos lo merecía, morir por la megalomanía de un viejo retorcido.

Un pulpwyrm, con el diámetro de un tren y casi tan largo, pasó en una


bifurcación. Iolanthe agarró el brazo del príncipe y trató de no tener arcadas.

—Algo está viniendo detrás de nosotros —dijo.

Pero el camino todavía estaba bloqueado por el monstruo deslizante frente


a ellos. Y por todo lo que sabían, viniendo detrás de ellos estaba exactamente
la misma criatura. Se arrastraron tan cerca de la bifurcación como se
atrevieron. Iolanthe no sabía lo que era peor, mirar al enorme tubo de carne,
peludo y arrugado, que se deslizaba más allá de ellos, o ver la cabeza con
seis pares de ojos multifacéticos y reflectivos que rápidamente se
aproximaban por detrás.

La boca bajo los ojos se abrió. No había dientes dentro. Todo estaba
aterrorizante y asquerosamente suave, y goteando con lo que parecían ser
busheles7 de saliva negra.

Iolanthe miró fijamente, petrificada.

El príncipe la lanzó hacia el túnel, la otra criatura o tal vez la parte trasera
de esta, había pasado al fin. Pero la que estaba detrás de ellos, a pesar de
viajar a una gran velocidad, se las arregló para darse la vuelta a tiempo en
el mismo túnel.

Corrieron, sus botas hundiéndose en el suelo esponjoso.

Solo para ver otra docena de ojos viniendo hacia ellos.

Esta vez no había túneles.

—Rompe una pared —la urgió Titus—. Puedes hacerlo.

Lo hizo, aunque el sonido de la pared desmoronándose era menos de piedra


partiéndose que el del chasquido enfermizo del hueso crujiendo. Corrieron
hacia un túnel adyacente.

—Bastión Negro se siente casi como un centro turístico de lujo en


comparación, ¿no crees? —De alguna manera se las arregló a decir mientras
corrían.

—Los ocupantes son ciertamente más bonitos, te concedo eso —replicó él.

El túnel conducía a algún tipo de claro.

Él miró alrededor.

—No me gusta esto. Todos los túneles conducen arriba. Debe de haber al
menos uno que conduzca hacia abajo.

Ella soltó una maldición: de cada uno de los cinco túneles que conducían al
claro salía una pequeña cosa arrastrándose.

7 Busheles: Medida inglesa equivalente a aproximadamente treinta y cinco litros.


—Espero que esto no signifique que hay cinco grandes que nos siguen
detrás.

Su esperanza fue arruinada cuando cinco enormes y monstruosas cabezas


entraron al claro casi al mismo tiempo.

Ella dejó caer los vértices del cuasi-teleportador al suelo.

—Vamos a salir de aquí. Ahora.

Titus no puso objeciones, solo que se quitó el bolso de su espalda y lo


aseguró a la de ella.

—En caso de que nos separemos.

Tomados de las manos, entraron en el cuasi-teleportador, justo cuando la


criatura más cercana lanzaba un chorro de saliva negra hacía ellos.
CAPÍTULO 33
Traducido por iarii

Corregido por Mari NC

D esierto del Sahara

Había salido la luna, una enorme media luna en el cielo. El primer grupo de
defensores de los rebeldes se elevó en el aire, volando en círculos, con un
par de pequeños escuadrones virando para investigar la cúpula campana.

—¿Así que no se acuerdan de mí, tampoco? —preguntó Kashkari mientras


aceptaba un cubo de nutrición de Titus—. ¿Todo este tiempo no han tenido
la menor idea de quién soy?

—Me temo que no —dijo Iolanthe, recargando la cantimplora de Kashkari.

Ella trató de mantener el miedo a raya, pero no estaba segura de si estaba


teniendo éxito. Era una cosa ser cazados por Atlantis, otra muy distinta es
saber que incluso los magos quienes deberían ser sus aliados podrían tener
designios sobre ella.

—Seguidores de Durga Devi —de nuevo vino la dorada voz resonante—,


renuncien a Iolanthe Seabourne y no tendrán sufrir ninguna baja esta
noche.

Ella tragó saliva.

—Cállate de una puta vez —replicó Titus, en tono casi casual—. La única
vez que la verás es con sus ojos fríos y muertos.

—Gracias, Su Alteza. —Ella le sonrió, aunque un poco débil.

—Para ti, mi destino, nada menos.

Ahora ella no pudo evitar sonreír, recordando su declaración anterior de


nunca llamarla “mi destino”. Agradecida por este poco de humor interior, lo
besó en la mejilla.
—Es casi mejor que un mal verso.

Él la sostuvo contra él por un momento.

—Nada va a pasarte, no mientras todavía pueda esgrimir una varita.

La cantimplora de Kashkari estaba llena. Ella la tapó y se la devolvió.

—Así que… —dijo Kashkari—. ¿No recuerdan nada más, pero se recuerdan
el uno al otro?

—No —respondió Iolanthe—. Pero nada construye camaradería como huir


de…

Su cabeza se sentía extraña, y no por lo avanzado de la hora. Ella se levantó,


brillantes rayas rasgaron a través del interior de su cráneo, como meteoros
cruzando el cielo, quemando, aun así helados en el núcleo.

Apretó los dientes y se apretó las sienes.

Titus la sostuvo por los hombros.

—Estás bien?

Se tambaleó. Un instante después estaba en sus manos y rodillas,


temblando.

—¿Deberíamos llevarte abajo, Fairfax? —preguntó Kashkari con urgencia—


. Tenemos varios buenos médicos.

Ella levantó una mano.

—Yo… yo…

Estaba más allá de las náuseas por la imagen parpadeando a través de su


mente, la de una asquerosamente grande criatura gusano, goteando saliva
negra, retorciéndose hacia ella.

Lady Wintervale, las lágrimas cayendo por sus mejillas huecas.

Wintervale, que yacía muerto en el suelo.

Y entonces los recuerdos se apresuraron a regresar como el agua más allá


de una represa en ruinas, en tales torrentes e inundaciones que ella temía
que se desbordaran de su cráneo. Pero parecían encajar de nuevo en su
cabeza muy bien y ya la incomodidad se estaba desvaneciendo, dejando sólo
una leve sensación de desorientación.

Titus estaba a su lado, su brazo alrededor de su cintura. Kashkari también


se había agachado, mirándola con ansiedad. Ella se levantó para estar
sentada sobre sus talones y puso su mano por un momento en la manga de
Kashkari.

—Me acuerdo de ti.

Girándose hacia Titus, apoyó la palma de su mano en su mejilla.

—Y me acuerdo de ti. Y me temo que no hay escapatoria para ti de la


vergüenza de escribir esas sobrexcitadas palabras en la correa de mi bolsa…
nunca

Alivio cruzó su rostro. Y luego, frustración.

—Pero ¿por qué yo no recuerdo?

—Va a volver. Las precauciones que se han puesto en su lugar para nosotros
aseguraran que nunca tenemos que sufrir los efectos de un hechizo de
memoria para por mucho tiempo, pero la hora exacta probablemente variará
un poco de persona a persona.

Ishana voló y entregó a todos una máscara de respiración delgada y flexible.

—Durga Devi quiere que tengan esas, en caso de que Atlantis ponga algo
fétido en el aire.

Iolanthe ató su máscara, que era mucho más cómoda de lo que había
anticipado.

—Entonces, ¿qué pasó con Wintervale? —preguntó Kashkari, ajustando su


propia máscara.

—No existe más. —Hubiera sido un rebelde dedicado y traído alegría a todos
los que lucharan junto a él… ella parpadeó para contener las lágrimas—. Lo
siento mucho.

Kashkari pasó su mano frente a su cara.

—Temía eso.

Iolanthe se limpió las comisuras de sus ojos.


—Dime lo que pasó después de que nos fuimos. ¿Está bien todo el mundo
en casa de la Sra. Dawlish?

—Esperé en el lavabo hasta que el Bane entró al cuarto de Fairfax —


respondió Kashkari—. Entonces les hablé a los otros muchachos de un
juego del fútbol, chicos grandes contra jóvenes; yo no quería que estuvieran
en la casa si fuera a colapsar, ni nada por el estilo.

»Todavía todos teníamos que cambiarnos antes de que pudiéramos jugar,


estaba nervioso como para recordar que todo el mundo estaba en su ropa
de domingo. Fue entonces cuando llegó Lady Wintervale. Le susurré al oído
que su hijo era el Bane y señalé a tu habitación. Aproximadamente un
minuto después, un equipo de agentes de Atlantis subió las escaleras.
Varios de ellos tomaron el Crisol y se fueron inmediatamente. El resto
comenzó a sacar a todo el mundo de sus habitaciones.

—¿Delante de ti?

—Delante de todos. Cooper, bendito sea, de inmediato comenzó a parlotear


sobre lo que el príncipe había dicho durante nuestra noche de hoguera en
la playa: que algunos bastardos traidores en Saxe-Limburg estaban
buscando quitarlo del trono. Y, por supuesto ya que eres conocida como su
amigo más cercano entre los chicos, naturalmente tu habitación también
tenía que ser tamizada por evidencia de los crímenes con los que iban a
cargar al príncipe. Y cuando empezaron a cargar cosas de la habitación de
Wintervale, Cooper hizo la conexión de que Wintervale en realidad era de
alrededor de las mismas partes que el príncipe y debía, por tanto, estar
también involucrado en esas intrigas, que fue exactamente por lo que su
madre había llegado de repente a casa de la Sra. Dawlish, porque sabía que
el peligro venía y quería advertirle de huir.

—No puedo decir si este Cooper es un idiota o un genio —dijo el príncipe.

—En cualquier caso, él estaba bastante decidido a viajar a Saxe-Limburg


algún día para asegurarse de que todo el mundo está bien. Le dije que,
incluso si estabas en problemas, no serías enviado a prisión, pero serías
puesto bajo arresto domiciliario, en una mansión de lujo con jardines y un
parque de tiro. Espero que me crea, o estaría en un momento frustrante,
tratando de encontrar Saxe-Limburg.

—¿Y cómo te escapaste? —preguntó Iolanthe.


—Iba a esperar unos días. Pero después de que tu habitación —y la de
Wintervale— habían sido limpiadas, un hombre se acercó a la Sra. Dawlish
y dijo que era el ayudante del príncipe. Pidió hablar con algunos de tus
amigos. Después de que se hubo ido, encontré con un trozo de papel en el
bolsillo de mi chaleco. Podría ser un mensaje para usted, príncipe. No pude
descifrarlo, pero me puso nervioso que me había señalado.

»Los Atlantes también habían mirado en las habitaciones de los otros niños
en busca de elementos sospechosos. Tomaron una alfombra de mi piso, una
alfombra no maga que no vuela más de lo que habla. Pero ahora me
preguntaba si este hombre había reconocido que mi cortina era en realidad
una alfombra voladora, y si algún agente de Atlantis no se daría cuenta de
lo mismo.

»Esa noche embrujé todos los cojines de los asientos para volar fuera de la
ventana de la sala común, creando una distracción. Mientras que los
Atlantes estaban preocupados con eso, me escabullí y tomé el último tren.
—Kashkari tomó un pedazo de papel de su bolsillo interior y se lo dio a
Titus—. Y este es el mensaje.

Titus llamó una pequeña esfera de luz, escaneó el mensaje y se lo pasó a


Iolanthe.

—Echa un vistazo

La nota decía:

Lady Callista fue interrogada bajo el efecto de suero de la verdad


en un momento que coincide con el resurgimiento de ciertos
recuerdos. Al parecer, ella ha entregado información crucial para
la captura potencial del mago elemental que puede controlar el
rayo.

Así que Lady Callista había sido capturada después de todo.

Era posible que su memoria estuviera protegida, lo que significaba que el


hechizo del Maestro Haywood de suprimir todos sus recuerdos de Iolanthe
tuvo sólo un efecto temporal, y expiró en un momento inoportuno, en medio
de una entrevista con los investigadores Atlantes.
También era posible que mientras Lady Callista estaba siendo interrogada
bajo suero de la verdad, Iolanthe y Titus utilizaran la cuasi-teleportador,
cuyo funcionamiento servía como una disposición especial para activar el
retorno de los recuerdos reprimidos de Lady Callista.

Esto implicaba que Lady Callista había sido la que colocó el objetivo del
cuasi-teleportador en el Desierto del Sahara, y adjuntara un hechizo de
memoria a su activación: una Iolanthe que no conocía su propia identidad
sería más fácil de engañar y de controlar. El círculo de sangre habría sido
una medida de precaución, de modo que Iolanthe no se extraviara antes de
que Lady Callista pudiera encontrarla; tan poco favorecedora como su
opinión de Lady Callista era, Iolanthe no creía que ésta en realidad intentara
matarla.

Una iluminación mucho más brillante que la luz mágica azul parpadeó en
el mensaje. Iolanthe levantó la cabeza para ver un faro blanco-plata
expandirse.

—¡Bien! —dijo Kashkari—. Amara está llamando a mi hermano y los otros


que asaltaron la base Atlante.

Iolanthe sintió un salto de emoción.

—¿Y no es así como se rompe una cúpula campana? ¿Teniendo aliados


aproximándose desde el exterior?

Pero el faro se disipó mientras tocaba la parte superior de la cúpula.

Kashkari gimió.

—Tiene que subir mucho más. O no lo verán.

Titus apretó su mano. Incluso con la máscara de respiración, ella podía ver
que estaba haciendo muecas. Ella apoyó su peso contra él justo cuando
tropezó.

—Yo… recuerdo todo ahora —dijo, inclinándose hacia ella—. Y he aclarado


una cosa: Cooper es, sin duda, un idiota, pero uno muy valioso.

Ella sonrió de oreja a oreja.

—Si alguna vez vuelvo a verlo de nuevo, voy a decirle que dijiste que era un
valor incalculable.

Él se rio en voz baja y tocó su frente con la suya.


—Tú, y solo tú.

Ella tomó sus manos entre las suyas.

—Vive para siempre.

No tenían que decir nada más.

Él levantó su varita. Un faro de color de llamas se encendió, muy por encima


de la cúpula campana.

—¿Qué es? —preguntó Kashkari.

—El fénix de guerra —dijo Titus—. Liberado cuando el Maestro del Dominio
está bajo ataque.

—¿Será de alguna utilidad? —preguntó Iolanthe—. Estamos a miles de


kilómetros del Dominio.

—Es cierto, pero no estamos sin amigos cercanos. La primera noche que
estuvimos en el desierto, carros blindados se acercaron demasiado, así que
solté dos faros fénix para distraerlos, sin saber exactamente lo que estaba
haciendo. Y uno de los faros era un fénix de guerra. Cuando eso sucede, mi
ubicación exacta se da a conocer al consejo de guerra en casa. ¿Recuerdas
que te dije que la segunda noche había jinetes en pegasos? Las fuerzas
Atlantes no hacen uso de pegasos, pero nosotros sí. ¿Y recuerdas las lanzas
hechizadas? ¿Adivina quién tiene esa cantidad de lanzas hechizadas?

Iolanthe jadeó.

—¡Claro! Incluso dijiste que era como ver una recreación histórica. El Museo
en Homenaje a Titus el Grande tiene miles de ellas para tal fin.

—Así que sólo tenemos que aguantar el tiempo suficiente para que el relevo
llegue aquí. Y luego vamos a tener que desaparecer en la multitud de una
ciudad no maga hasta que el peligro haya pasado.

—¿Cuánto tiempo crees que pasará antes de que el relevo llegue aquí?

—Cuanto antes, mejor —dijo Kashkari, con voz tensa—. En cuanto a lo que
viene, no estoy seguro de que podamos durar mucho tiempo.

Dos grupos más de los defensores de los rebeldes tomaron el aire justo en
ese momento, oscureciendo la vista de Iolanthe del cielo. Y entonces lo vio,
entrando en la cúpula campana, un enjambre montañoso de bestias aladas,
un brillo como de llama ominosa relucía en sus escalas en la luz del fénix
de guerra.

—La Fortuna me proteja —murmuró—. ¿Está todo el batallón wyvern aquí?

—El Bane está en el Sahara, ¿dónde más estaría el batallón wyvern? —dijo
Titus, desplegando la alfombra que los había llevado a la base rebelde—.
Ahora, ¿vamos?

Los wyverns se cernían en el aire, el batir de sus alas como miles de sábanas
húmedas siendo sacudidas a la vez. Incluso sin respirar fuego, su presencia
trajo un olor sulfuroso al aire, que fue afortunadamente apagado por la
máscara de respiración.

Las alfombras de los rebeldes también se cernían. Iolanthe y Titus se


sentaron hombro con hombro en su alfombra, la mano de ella en la nuca de
él.

Titus tocó con su varita dos veces contra su palma. Las siete coronas con
incrustaciones de diamantes a lo largo de la longitud de la varilla
comenzaron a brillar.

—Toma esto y dame la tuya.

—Pero esa es Validus. —Ella estaba nerviosa por su gesto: Validus había
pertenecido a Titus el Grande. Por no hablar, que era una de las últimas de
las varitas espada, un amplificador más potente del poder de un mago que
una varita ordinaria.

—Sí, ya sé eso, también sé que uno de nosotros puede encargarse de un


mayor número de wyverns. —Apretó la varita en su mano—. Vas a hacer un
mejor uso de Validus.

—El Lord Alto Comandante del Gran Reino de Nueva Atlantis se dirige a Su
Alteza Serenísima, el Maestro del Dominio. —La sonora voz llegó de nuevo—
. Atlantis y el Dominio en la actualidad gozan de una asociación pacífica y
mutuamente beneficiosa. Entregue a Iolanthe Seabourne al cuidado de
Atlantis y la amistad continuará.

—¿No disfrutas cómo ha sido su enunciado? —dijo Titus suavemente.

—Me gustaría. Pero cada vez que la voz habla, prefiero ahogarme con miedo.
Incluso el poder de Validus en su mano no era suficiente para expulsar ese
miedo.

—Y yo me pongo cada vez más indignado de que alguien todavía piense que
voy a renunciar a ti. —Él murmuró un hechizo. Cuando volvió a hablar, su
voz, aunque no se elevó en lo más mínimo, viajó por kilómetros—. El Maestro
del Dominio considerará la entrega de un kilómetro cúbico de excremento
de elefante al cuidado de Atlantis, pero nada más. Y extiende sus más
cálidos saludos al Lord Alto Comandante Supremo. Pronto el Lord Alto
Comandante partirá hacia el vacío, donde está desde hace mucho tiempo.

Iolanthe quedó estupefacta: Titus acababa de decirle al Bane que se fuera


al infierno. Furiosos gritos surgieron de los jinetes wyvern. Los rebeldes,
como Iolanthe, estaban intimidados.

La sonora voz era ahora un tanto más oscura.

—El Maestro del Dominio es un niño impetuoso. Pero el Lord Alto


Comandante está dispuesto a pasar por alto la locura de la juventud por un
bien mayor. Renuncie a Iolanthe Seabourne y todavía podrá mantener su
trono.

—El Maestro del Dominio es sin duda el chico más estúpido que jamás haya
vivido —respondió Titus—. Pero se enorgullece de no ser un hombre viejo y
vil que practica magia de sacrificio, como lo hace el Lord Alto Comandante.

Iolanthe podría haber caído de la alfombra si no hubiera sido atada a esta.


Esta vez, los Atlantes se quedaron atónitos en silencio; los rebeldes gritaban
en estado de shock.

—Cada palabra que el príncipe dice es verdad —se levantó la voz de


Kashkari—. Voy a dar fe de ello con mi vida.

Lo que Iolanthe había llegado a pensar mientras la voz de Atlantis volvió a


hablar, y sonaba como piedras siendo molidas.

—Atlantis está siempre del lado de la paz y la amistad. Pero usted ha traído
la guerra a sí mismo, Titus de Elberon.

La mano de Titus llegó a descansar sobre la de Iolanthe. Él tenía miedo, su


temor pulsaba dentro de la sangre de ella. Pero mientras miraba su perfil,
ella recordó el día en que se conocieron, esa conversación fatídica por el Río
Támesis. Ella había pensado que era increíblemente valiente entonces, como
si hubiera nacido bajo las alas de los Ángeles, ahora sabía que lo hacía.
—Yo estoy contigo —dijo en voz baja—. Siempre.

Su mano se cerró sobre la de ella y le dijo al Bane y todos sus secuaces:

—Que así sea.

Pero él no había terminado. Con su voz todavía audible por kilómetros,


agregó:

—La Fortuna favorece a los valientes.

Otro momento de silencio absoluto. Y luego, Iolanthe se encontraba gritando


a lo máximo de sus pulmones, su voz casi ahogada por el bramido de todos
los rebeldes presentes:

—¡Y que el valiente haga su propia fortuna!

El grito de guerra de la Insurrección de Enero, retomada después de todos


estos años.

Las lágrimas caían sin control por las mejillas de Iolanthe. Tiró de Titus
hacia ella y lo besó con fuerza.

—Perdóname —dijo él, entre besos—, por estar tan equivocado en todo este
Periodo.

—No hay nada que perdonar. Y no estabas equivocado acerca de yo no


siendo la Elegida, ya que no hay Elegido.

—Sin embargo, cuando pienso en lo cerca que estuve de perderte…

—Pero no lo hiciste. Estoy aquí… y te amo. Siempre te he amado.

Él la besó de nuevo.

—Y yo te amaré hasta el fin del mundo.

Con un rugido un wyvern arrojó una llama brillante. Cien wyverns más
siguieron el ejemplo. Al instante, el aire se volvió caliente y acre. Los wyverns
se abalanzaron sobre los rebeldes, lloviendo fuego.

Iolanthe levantó la varita que había pertenecido a Titus el Grande y convocó


un rayo, un destello al rojo vivo que iluminó el cielo.

La guerra contra Atlantis había comenzado por fin.


NOTAS
1. El Dominio es el término común para los Principados Unidos de los
Pilares de Hércules, llamados así porque los dos extremos de su territorio
en el momento de la unificación: el Peñón de Gibraltar y la Torre de
Poseidón, una columna de basalto que sobresale del Atlántico, a unos
cuarenta y ocho kilómetros al norte de la punta más septentrional de las
islas Sirena; había sido conocido colectivamente como los Pilares de
Hércules.

—De El Dominio: Una Guía de su Historia y Costumbres

2. En reacción a las restricciones de Atlantis en los canales de viaje, los


magos en reinos bajo su dominio se cambiaron hacia modos de transporte
más antiguos y menos avanzados que habían sido abandonados en gran
medida a favor de la velocidad y la comodidad de los medios más modernos.
Diques secos hicieron una reaparición en los reinos sin litoral. Fuselajes
fueron fabricados en grandes cantidades en talleres secretos. Y alfombras
voladoras, en resurgimiento, alcanzaron un nivel de desarrollo que superó
las glorias de su antiguo apogeo.

—De Un Estudio Cronológico de la Última Gran Rebelión

3. Un error común en relación con la magia de sangre implica su propósito


original, que se ideó primero para forzar magos a actuar en contra de su
propia voluntad. La verdad es mucho más compleja: la magia de sangre,
desde su creación, ha sido utilizada para mantener tribus y clanes unidos y
asegurarse de que los miembros individuales no dañen el bien del grupo.

¿Significa esto que a veces la magia de sangre ha sido puesta en coercitivos


usos? Indudablemente. Es un arma de doble filo, como lo es cada rama de
la magia.

—De El Arte y la Ciencia de la Magia: Una Cartilla


4. Le aconsejo cautela a los magos que intenten visitar la sección de las
Cimas Centrales de las Montañas Laberínticas. Las razones son dos. Una:
gran parte de la sección es un terreno principesco no abierto al público. Dos:
toda la región cambia y se mueve sin un patrón discernible —una táctica
defensiva implementada hace siglos por Hesperia la Magnífica para proteger
su castillo— por lo que es difícil incluso para los habitantes cercanos actuar
como guías.

Una vez, hace unos veinte años, me las arreglé para convencer a un joven
local para que me llevara a una excursión rápida. La excursión se convirtió
en siete días terribles errando en lo salvaje. Si no hubiéramos tropezado
accidentalmente con una salida, habríamos perecido en esas montañas
implacables.

Pero qué bonitas eran, las montañas: tan vírgenes y vivas como el primer
día del mundo.

—De Montañas Laberínticas: Una Guía para Excursionistas

5. Los hechizos de levitación son algunos de los logros más antiguos de la


magia sutil. Al igual que todos los hechizos destinados a imitar magia
elemental, ningún hechizo de levitación se ha acercado siquiera a la escala
de la gloria de esta última: sólo magos elementales pueden mover enormes
rocas a voluntad. Pero mientras que la magia elemental desplaza solamente
tierra y agua, los hechizos de levitación han sido adaptados para una amplia
variedad de propósitos.

—De El Arte y la Ciencia de la Magia: Una Cartilla

6. Los diques secos fueron una vez comúnmente encontrados en reinos


mágicos sin litoral: con un dique seco, se podía lanzar un barco
directamente al mar, incluso si la costa más cercana estaba a más de mil
kilómetros de distancia. Pero con el advenimiento de tránsitos más
instantáneas que evitaban del todo viajes por mar, los diques secos se
volvieron obsoletos como un medio de transporte.

—De Viaje Mago a través de los Siglos


7. Debido a que la magia de sangre está tan estrechamente ligada a los
conceptos de familia y consanguinidad, esta está sujeta al privilegio de
parentesco. Por ejemplo, una hermana puede modificar ciertos hechizos
tejidos por un hermano, al igual que en la vida real ella puede persuadirlo
de que cambie de opinión sobre algo.

Pero si el objeto de un caso particular de magia de sangre es el hijo del


hermano, entonces la influencia de la tía se convierte en limitada: un padre
tiene un mayor derecho sobre su propio hijo.

—De El Arte y la Ciencia de la Magia: Una Cartilla

8. En varios puntos en la historia de Nueva Atlantis, sus gobernantes habían


intentado instalar Griego Clásico, el lenguaje, supuestamente, de la mítica
Antigua Atlantis, como el lenguaje oficial del reino. El último rey de Atlantis
emitió un edicto de que toda la comunicación oficial, tanto escrita como
hablada, debía estar en griego. La ineficiencia y la falta de comunicación
provocada por esta política jugó gran parte en la caída de su casa.

Uno de los legados de estos episodios variados de Helenización fue que los
barcos Atlantes, tanto los de la armada y los de la marina mercante, tendían
a tener nombres griegos. En la época de la Insurrección de Enero, los buques
de reinos Helenísticos reales habían sido conocidos por pintar sus nombres
en el alfabeto latino, a fin de no ser tomado por una nave Atlante y ser
saboteado.

—De Un Estudio Cronológico de la Última Gran Rebelión

9. La regulación de la magia a menudo va a la zaga del desarrollo de la


magia. Los hechizos entusiastamente introducidos en el mundo mago y tan
ansiosamente aceptados muy bien podrían ser rechazados una o dos
generaciones más tarde.

Tal ha sido el caso con la magia de la memoria, que se ha convertido en mal


vista —y muchos de sus hechizos más crudos declarados ilegales— por su
intrusión y el daño potencial que inflige.
Estos días la madia de la memoria por lo general se despliega por los
delincuentes que no quieren que sus víctimas recuerden por quién han sido
robados, y en ocasiones por los licenciados profesionales médicos para
borrar el recuerdo de un trauma indecible, pero sólo después de que la
víctima del trauma haya pasado por un sustancial proceso de aprobación.

—De El Arte y la Ciencia de la Magia: Una Cartilla

10. El cuasi-teleportador no se había inventado para eludir zonas de no-


teleportación, sino para hacer que los magos que no podían teleportarse
parecieran como si poseyeran la capacidad. Los cuatro trozos pequeños,
llamados vértices, se activan cuando son colocados en el suelo de una
manera tal que marque las esquinas de un cuadrilátero. Un mago entrando
en este cuadrilátero sería inmediatamente transportado a un objetivo
preestablecido, y los vértices se desintegrarían, sin dejar rastros.

Cuando los magos se dieron cuenta de que los cuasi-teleportadores podían


burlar zonas de no-teleportación, exigieron que el inventor diera información
de propiedad para que los nuevos hechizos anti-teleportación pudieran
formularse para no permitir cuasi-teleportadores. El inventor, una anciana
excéntrica, retiró sus productos del mercado en lugar de divulgar sus
secretos comerciales, los cuales llevó con ella a su pira.

No hace falta decir que los cuasi-teleportadores de inmediato se convirtieron


en los más buscados en el mercado negro, y mucho más cuando Atlantis
comenzó a construir sus Inquisiciones en las capitales magas de todo el
mundo.

—De Un Estudio Cronológico de la Última Gran Rebelión

11. El anuncio de hoy de que la Princesa Ariadne ha nombrado a su


primogénito Titus ha causado un gran revuelo entre los observadores de
palacio.

Después del reinado de Titus VI, uno de los soberanos más agraviados de la
historia de la Casa de Elberon, el nombre Titus ha caído casi totalmente
fuera de uso entre la población del Dominio. La Casa de Elberon ha estado
dudado en reclamar el nombre que una vez había sido asociado con varios
de sus miembros más ilustres: el niño príncipe es el primer niño nacido de
la casa que se llama Titus en más de doscientos años.

—De “Reacción Ambivalente al Nombre del Niño Príncipe”, El Observador


de Delamer.

28 de septiembre, Año del Dominio 1014

12. Me entristece enormemente que Titus VI, uno de los magos más
principistas y valientes que jamás respiraron, es referido casualmente por
los redactores de El Observador de Delamer como “agraviado” en el artículo
“La Reacción Ambivalente al Nombre del Niño Príncipe”. Me entristece aún
más que los lectores en general de El Observador de Delamer acepten esa
afirmación sin ninguna pregunta.

Sí, todos hemos aprendido en la escuela que Titus VI tuvo que abdicar al
trono en favor de su hermana menor, después de que usó fuerza letal contra
sus propios súbditos. ¿Pero nadie fuera de la comunidad Sihar recuerda el
contexto de las decisiones de Titus VI?

Aquellos habían sido algunos de los días más oscuros de los Sihar del
Dominio: establecimientos Sihar arrasados en todas las grandes ciudades,
niños Sihar golpeados en plena luz del día, y Sihar perfectamente
respetuosos de la ley forzados a huir de sus hogares. Turbas insubordinadas
convergían en Lower Marin March, proclamando con orgullo que no se
detendrían hasta que hubieran llevado a todos los Sihar al mar.

Titus VI ordenó a las turbas dispersarse por todos los medios necesarios.
Hubo 104 muertes antes de las turbas finalmente se disolvieran, pero el
número de Sihar que habrían perecido, si Titus VI se hubiera hecho a un
lado y no hubiera hecho nada, habría sido indecibles decenas de miles.

Y que no se diga que el nombre Titus ha caído en desuso entre la población


del Dominio. Nosotros los Sihar hacemos un 9 por ciento de la población del
Dominio y nombramos muchos, muchos de nuestros hijos, Titus, en
recuerdo y gratitud eterna.

—De “Cartas al Editor”, El Observador de Delamer.

30 de septiembre, Año del Dominio 1014


13. La mayor población Sihar en el mundo vive en el Dominio, concentrada
principalmente en Lower Marin March, aunque comunidades más pequeñas
son encontradas en ciudades y pueblos más considerables.

Los Sihar habían sido históricamente marginados de la gran comunidad


mágica por su práctica de magia de sangre. Persecuciones, especialmente
en los reinos del Continente, llegaron a un punto álgido durante el reinado
de Hesperia la Magnífica. La historia tantas veces contada de su llegada al
Dominio por lo general comienza con la dramática declaración de la Gran
Matriarca de los Sihar a Hesperia, quién ésta, entonces una nueva madre,
habría simpatizado con la desesperación de la matriarca y concedido a los
Sihar un lugar de refugio.

Hesperia accedió a la petición de la matriarca. A los Sihar se les ofreció un


estatus especial como invitados de la princesa y se les dio tierra en Lower
Marin March para su uso, las fronteras del lugar asegurados por los propios
guardias de la princesa para su protección.

La protección, sin embargo, también segregaba en efecto a los Sihar del resto
del Dominio. No fue sino hasta doscientos años después que un decreto
principesco por Titus V concedió a los Sihar la libertad de circulación en
todo el reino. Titus VI, durante su reinado, revocó el requisito de que los
Sihar debían llevar marcas de identificación mientras viajaran fuera de
Lower Marin March.

Pero aun así su estatus permaneció en calidad de invitados y por lo tanto


sujetos a desalojo en cualquier momento.

—De Una Reseña Etnográfica del Dominio

14. A menudo se dice que la construcción de Royalis derribó al último rey


de Atlantis. Esa afirmación es sólo parcialmente cierta. Fue su padre quien
inició —y completó— la construcción de un nuevo palacio, mientras las
hambrunas hacían estragos fuera de la ciudad capital de Lucidias.

Así, mientras el último rey de Atlantis no puede ser criticado por erigir un
gran complejo lujoso con muchos de sus súbditos sufriendo, puede ser
ampliamente culpado por la decisión de derribar y reconstruir la mitad de
Royalis porque no le gustaba cómo se veía.

—De Imperio: El Surgimiento del Nuevo Atlantis


15. Los magos han ideado muchos medios diferentes de obligar o esclarecer
la verdad, muchos de los cuales de dudosa legalidad. El pacto de verdad es
uno de los pocos métodos que se consideran irreprochables, ya que requiere
de participantes dispuestos en el inicio y no inflige ningún castigo ante la
detección de mentiras: el halo que rodea a las partes en el pacto se disuelve
al momento en que alguien se convierta en mentiroso, sin dolor, sin
sufrimiento, nada más que la cortesía y civilidad alrededor.

—De El Arte y la Ciencia de la magia: Una Cartilla


THE IMMORTAL
HEIGHTS

E
han
n una persecución que ha
abarcado continentes, Titus,
Iolanthe, y sus amigos se las
arreglado siempre para
mantenerse un paso por delante de
las fuerzas Atlantes. Pero ahora el
Bane, el monstruoso tirano que
abarca todo el mundo mágico, ha
emitido su ultimátum: Titus debe
entregar a Iolanthe, o ver como todo
su reino es destruido en una
devastación mortal. Quedándose sin
tiempo y sin opciones, Iolanthe y
Titus deben actuar decisivamente
para dar un golpe definitivo al Bane,
poniendo fin a su reinado de terror
para siempre.

Sin embargo, llegar al Bane significa


lograr lo imposible: encontrar una
manera de infiltrarse en su cripta en
los más profundos recovecos de la fortaleza más ferozmente custodiada en
Atlantis. Y todo sólo se hace más difícil cuando nuevas profecías salen a la
luz, prediciendo un esfuerzo condenado al fracaso...

Iolanthe y Titus pondrán su amor y sus vidas en la línea. Pero, ¿será


suficiente?

Con The Inmortal Heights, Sherry Thomas trae la aclamada trilogía de


Elemental a su impresionante conclusión.
SHERRY THOMAS
S
herry Thomas es una de las autoras
románticas más aclamadas de hoy. Sus
libros reciben regularmente reseñas con
estrellas de publicaciones comerciales y se
encuentran con frecuencia en las listas de
mejores del año. También es ganadora en dos
ocasiones del prestigioso Premio RITA de
Escritores de Romance de Estados Unidos.

El inglés es el segundo idioma de Sherry, ha


recorrido un largo camino desde los días en que
hizo su laborioso camino a través de Sweet Savage Love de Rosemary Roger
con un diccionario Inglés-Chino. A ella le gusta excavar hasta el núcleo
emocional de las historias. Y cuando no está escribiendo, piensa en el zen y
extravagancia de su profesión, juega juegos de ordenador con sus hijos, y
lee tantos libros fabulosos como puede encontrar.
AGRADECIMIENTOS
Moderadora
Mari NC

Staff de traducción
âmenoire90 karliie_j Roci_ito

AnnaTheBrave lalaemk Salilakab

areli97 Liseth Johanna scarlet_danvers

Dianna K Mapu Selene

flochi Mari NC Selene1987

Helen1 martinafab Shilo

iarii Natalicq Silvia Carstairs

IvanaTG otravaga Simoriah

Jadasa Youngblood PaulaMayfair VckyFer

Jessy Pilar Verae

Staff de corrección
areli97 Jane' Selene

Helen1 Jut Shilo

Mari NC

Recopilación y revisión Diseño


Mari NC Mari NC y ƸӜƷKhaleesiƸӜƷ
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