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Sherry Thomas - The Elemental Trilogy 02 - The PDF
Sherry Thomas - The Elemental Trilogy 02 - The PDF
alguno.
Capítulo 1 Capítulo 20
Capítulo 2 Capítulo 21
Capítulo 3 Capítulo 22
Capítulo 4 Capítulo 23
Capítulo 5 Capítulo 24
Capítulo 6 Capítulo 25
Capítulo 7 Capítulo 26
Capítulo 8 Capítulo 27
Capítulo 9 Capítulo 28
Capítulo 10 Capítulo 29
Capítulo 11 Capítulo 30
Capítulo 12 Capítulo 31
Capítulo 13 Capítulo 32
Capítulo 14 Capítulo 33
Capítulo 15 Notas
Capítulo 18
SINOPSIS
D espués de pasar el verano lejos el uno del otro, Titus e Iolanthe
(aún disfrazada de Archer Fairfax) están ansiosos por volver al
Colegio Eton para reanudar su entrenamiento para combatir al Bane.
Aunque ya no está atada a Titus por un juramento de sangre, Iolanthe está
más comprometida que nunca a cumplir su destino, especialmente con los
agentes de Atlantis acercándose rápidamente.
Ella parpadeó, e hizo otro movimiento de empuje con la mano. Las partículas
volaron retrocediendo más lejos de su persona. La tormenta de arena en sí
no daba señales de disminuir. De hecho, estaba empeorando, el cielo
poniéndose siniestramente oscuro.
En una tormenta de arena, era mucho mejor ser un mago elemental que
otra cosa. Sin embargo, había algo desconcertante sobre el descubrimiento:
el hecho de que era un descubrimiento; que no había tenido ni idea de esta
habilidad que debería haberla definido desde el momento de su nacimiento.
Tampoco sabía dónde estaba. O por qué. O en dónde había estado antes de
que despertara en un desierto.
Nada. Sin memoria del abrazo de una madre, la sonrisa de un padre, o los
secretos de un mejor amigo. Sin recuerdo el color de la puerta principal, el
peso de su vaso favorito, o los títulos de los libros que cubrían su escritorio.
Era una extraña para sí misma, una desconocida con un pasado tan estéril
como el desierto, cada rasgo determinante enterrado profundamente,
inaccesible.
—Revela omnia —dijo, sorprendida al oír una voz profunda, casi ronca.
Seguramente su aislamiento era solo una ilusión. Cerca de allí debía haber
alguien que pudiera ayudarla: un padre, un hermano, un amigo. Tal vez esa
persona estaba incluso ahora tropezando por ahí, llamándola, ansiosa de
localizarla y asegurarse de que se encontraba bien.
Pero no podía oír voces llevadas sobre el aullido del viento, sólo la
turbulencia de partículas de arena precipitadas por fuerzas más allá de su
control. Y cuando amplió la esfera de aire limpio a su alrededor, descubrió
nada más que arena y más arena.
Enterró su rostro en sus manos por un momento, luego respiró hondo y se
levantó. Tenía intención de iniciar en su ropa, pero a medida que se puso
de pie, se hizo evidente que tenía algo en su bota derecha.
Su corazón dio un salto mortal cuando se dio cuenta de que era una varita.
Desde que los magos se dieron cuenta de que las varitas no eran sino
conductos del poder de un mago, amplificadores que no eran estrictamente
necesarios para la ejecución de los hechizos, las varitas habían pasado de
herramientas veneradas a accesorios queridos, siempre personalizadas, y a
veces hasta a un grado absurdo. Los nombres eran entretejidos en el diseño,
hechizos favoritos, la insignia de la ciudad de uno o la escuela. Algunas
varitas incluso tenían toda la genealogía de sus propietarios grabada con
letras microscópicas.
A ella le encantaría ver su historia familiar desplegada ante ella, pero sería
más que suficiente si la varita tuviera un: En caso de pérdida, devolver
a ______ inscrito en alguna parte.
La varita, sin embargo, estaba tan lisa como un tablón de piso, sin ningún
tipo de tallas, incrustaciones, o motivos decorativos. Y permaneció tan
desnuda cuando se examinó bajo un hechizo de aumento. No tenía idea de
que esas varitas incluso se hicieran.
Sin embargo, la ropa que llevaba: una túnica azul hasta la rodilla y una
túnica interior blanca, eran de tela excepcionalmente buena: sin peso, pero
fuerte, con un brillo discreto. Y a pesar de que su rostro y manos sentían el
calor del desierto, donde quiera que estuviera cubierta por las túnicas,
estaba perfectamente cómoda.
Las túnicas no tenían bolsillos. Los pantalones por debajo, sin embargo, los
tenían. Y uno de esos bolsillos guardaba una pequeña tarjeta, rectangular,
y algo arrugada.
A. G. Fairfax
Territorio de Wyoming
Tuvo que parpadear dos veces para asegurarse de que estaba leyendo
correctamente. ¿Territorio de Wyoming? ¿Al igual que en el Oeste
Americano? ¿La porción no mágica del Oeste Americano?
Había pensado que todo lo que necesitaba era un nombre, la más pequeña
de las pistas. Pero ahora tenía un nombre y una pista, y era peor que si no
hubiera tenido ninguna visión en absoluto. En lugar de mirar a una pared
en blanco, estaba mirando un solo centímetro cuadrado de colores y
texturas tentadoras, con el resto del mural —las personas, los lugares y las
elecciones que habían hecho de ella lo que era— permaneciendo firmemente
fuera de vista.
Sin querer, azotó su varita a través del aire, todo menos gruñendo. La arena
arremolinada se alejó más. Ella contuvo el aliento: a poco más de dos metros
de donde estaba, una lona yacía medio enterrada en la arena.
Colocó el mapa plano contra la arena, que, con el calor del sol bloqueado
por el cielo turbulento, fue perdiendo rápidamente su calor. Casi de
inmediato, un punto rojo apareció en el mapa, en el desierto del Sahara, un
centenar de kilómetros o así al suroeste de la frontera de uno de los Reinos
Bedouinos Unidos.
El medio de la nada.
Sus dedos se aferraron a los bordes del mapa. ¿Dónde debería ir? Low Creek
Ranch, el único lugar que podía nombrar de su vida anterior, estaba a por
lo menos doce mil kilómetros de distancia. Los reinos del desierto
típicamente no tenían fronteras tan firmemente aseguradas como los de los
reinos de la isla. Pero sin papeles oficiales, ella no sería capaz de utilizar
cualquiera de los translocadores dentro de los Reinos Bedouinos Unidos
para saltar océanos y continentes. Incluso podría ser detenida por estar en
un lugar en el que no debería estar, a Atlantis no le gustaban los magos
vagando en el extranjero sin motivos debidamente sancionados.
Pasó la mano por las palabras, apenas notando que sus dedos temblaban.
Un dolor sordo quemaba en la parte posterior de su garganta, por la pérdida
del protector que no podía recordar. Por la pérdida de toda una vida ahora
fuera de su alcance.
La persona que había escrito esto podría haber sido un hermano o un amigo.
Pero estaba casi totalmente segura de que había sido su amor. Cerró los
ojos y buscó algo. Cualquier cosa. Un nombre, una sonrisa, una voz… no
recordó nada.
El viento aullaba.
No, era ella, gritando con toda la frustración que ya no podía contener.
Jadeó, como un corredor después de una dura carrera. Sobre ella, el radio
de aire claro e imperturbable se había multiplicado por diez, expandiéndose
un centenar de metros en cada dirección.
En el espacio entre las dos alas elevadas del fénix del paisaje, un gran
pabellón blanco había sido levantado, brillante a la luz del sol de la tarde.
Bajo el pabellón, una recepción diplomática estaba en plena marcha.
Asistentes en la librea gris de la Ciudadela serpenteaban entre invitados en
túnicas de tonos de joyas, ofreciendo aperitivos y copas de frío vino de
1
Parterre: Jardines florales.
verano. Una hermosa música etérea flotaba en la brisa del mar, y con ella,
el sonido de risas suaves y parloteos.
Ya que él tenía como objetivo destruir al Bane, Lord Alto Comandante del
Gran Reino de Nueva Atlantis y el más grande tirano que el mundo ha
conocido, y Lady Callista era por mucho una sierva del Bane. Sin mencionar,
aunque no tenía evidencia concreta que apoyara su sospecha, que siempre
había creído muy profundamente que Lady Callista había sido la
responsable de la muerte de su madre.
Titus estaba bastante feliz de ver bolsas visibles bajo sus ojos. La vida no
había sido sencilla para ella desde la noche del Cuatro de Junio, cuando el
prisionero más apreciado de Atlantis había desaparecido de la biblioteca de
la Ciudadela. En la misma biblioteca, en la misma noche, la Inquisidora,
una de los lugartenientes más leales y capaces del Bane, se había
encontrado con un repentino e inesperado final.
Una Lady Callista distraída y angustiada era una amenaza menos para
Titus.
Con las presentaciones hechas, Lady Callista dejó a Titus para que charlara
con el nuevo embajador de Kalahari y aquellos miembros de la familia que
lo habían acompañado al Dominio. Titus nunca estaba completamente
cómodo en tales situaciones sociales, sospechaba que se veía tanto rígido
como descortés. Si tan solo pudiera tener a Fairfax a su lado… Ella sabía
instintivamente cómo relajar a las personas y él estaba mucho más relajado
en su compañía.
No obstante, desde el momento en que dio un paso fuera del vagón que
servía como su translocador privado se hizo aparente que sería observado
cada segundo de sus vacaciones. Una cosa aterradora de la que darse
cuenta, cuando la tenía oculta en su persona, en la forma de una diminuta
tortuga, bajo el efecto de una poción que duraba no más de doce horas.
Casi había estallado con alivio… y orgullo: confía en Fairfax para encontrar
siempre una manera, sin importar lo terrible de la situación. A partir de
entonces, era una larga e insoportable espera por el final del verano, por el
momento cuando se encontrarían otra vez.
El final del verano había llegado finalmente. Tenía permiso para marcharse
a Inglaterra inmediatamente después de la recepción. No tenía idea de cómo
mantuvo la compostura, hablando con grupo tras grupo de invitados. Un
minuto estaría falto de aliento ante el pensamiento de sostenerla
apretadamente, al siguiente minuto mareado con pavor… ¿qué si ella no
llegaba a casa de la Sra. Dawlish?
Dos segundos pasaron antes de que Titus se diera cuenta que se esperaba
que le respondiera a la Comandante Rainstone, la principal asesora de
seguridad del regente.
2
Periodo de San Miguel: Se refiere al periodo de principios de septiembre a mediados de
diciembre en el Colegio Eton.
Su Excelencia era el Príncipe Alectus, el regente que gobernaba en lugar de
Titus. Alectus también resultaba ser el protector de Lady Callista.
—Entiendo que cenó aquí en la Ciudadela no hace mucho. Así que no deber
ser tan inusual que deje el Palacio del Comandante.
—¿Esto quiere decir que Lady Callista debería esperarlo para cenar otra vez?
Hace casi cinco meses, en una fiesta muy parecida a esta, Lady Callista
había administrado suero de la verdad a Titus en nombre de Atlantis, y lo
había hecho a través de Aramia, a quien Titus había considerado una amiga.
Si Aramia tenía algún remordimiento concerniente a sus acciones, Titus no
había sido capaz de sentirlo.
—He visto la nueva adición —dijo fríamente—. Fue completada hace dos
años.
—Muestra el camino.
—¿Pero no hay nada que puedas hacer por ella, después de lo que ha hecho
por ti?
Titus elevó una ceja. ¿Después de lo que Lady Callista había hecho por él?
—Sobreestimas mi influencia.
—¡Ahí está! —Llegó una voz clara y musical—. Lo he estado buscando por
todas partes.
La joven que se acercó desde el lado opuesto de la fuente era tan bella que
hacía llorar, piel del color de la azúcar morena, un rostro de casi exagerada
perfección, y una cascada de cabello negro que alcanzaba la parte de atrás
de sus rodillas.
Titus, quien siempre había sido cauteloso con la belleza de tal magnitud,
gracias a su proximidad a Lady Callista mientras crecía, se había movido
más allá de las facciones de la mujer para examinar su túnica. Uno
escuchaba algunas veces ser ridiculizadas a las túnicas por parecerse a la
tapicería, pero esta parecía estar realmente hecha de tapicería, de una
elaborada pantalla para lámpara, se corrigió, con todas las borlas y flecos
todavía unidos.
Se le ocurrió que mientras que ella podía pasar por un miembro del séquito
del embajador de Kalahari, no la había visto más temprano, entre la
multitud bajo el pabellón, y una mujer que se veía como ella lo hacía no
habría pasado desapercibida.
No que nunca hubiera pasado antes, un mago colándose en una fiesta del
palacio sin las credenciales apropiadas. Pero la Ciudadela estaba en alerta
máxima, ¿no era así, después de los eventos de principios de Junio?
—¿Cómo entraste?
Tuvo que luchar contra su conmoción, para no apuntar su varita hacia ella
y hacer algo imprudente. Así que en cambio puso los ojos en blanco.
Su cabello ondeó con la brisa viniendo del mar, como una bandera pirata.
Extendió un brazo y enrolló su manga. En su antebrazo se encontraba una
marca en escuetas líneas blancas, un elefante de cuatro colmillos
aplastando un remolino bajo sus pies, un símbolo de la resistencia en
muchos reinos cerca del ecuador.
—Su Alteza…
La joven, ahora vestida en una túnica ceñida y pantalones del color de las
nubes de tormenta, saltó sobre la alfombra voladora, y con un saludo burlón
a Titus, salió a toda velocidad hacia el barco esperando en la distancia.
CAPÍTULO 3
Traducido por PaulaMayfair
Sacó su varita, aplicó un escudo protector para sí misma, y avanzó con más
cautela. El cuerpo vuelto boca abajo vestía una chaqueta y pantalón negros,
una franja del puño de la camisa blanca asomándose por debajo de una
manga de la chaqueta, ropa no maga para un hombre. Ropa no maga para
un hombre de una parte diferente del mundo.
—¿Hola?
—No te acerques.
—Estás lastimado.
Lo que hubiera querido era que le dijera cosas a cambio de los remedios;
cómo había llegado a estar en el desierto, quién o qué lo había herido, y si
él sabía, por casualidad, de una manera para que ellos alcanzaran la
seguridad de nuevo. Tal vez su falta de reciprocidad indicaba que no estaba
tan desesperadamente herido como parecía estarlo; si ella estuviera tan mal
herida, no sería tan exigente acerca de aceptar ayuda.
—Me ayudaría a decidirme qué remedios darte si me puedes decir qué tipo
de lesión tienes.
Casi dio un paso atrás. Él gruñó como si hubiera nacido para ello, el desdén
en su voz más agudo que los dientes de un wyvern.
Ella sacó un par de odres de agua de la bolsa y deseó que el agua de ríos
subterráneos y oasis fluyeran a ella, mientras que suprimía la necesidad de
pronunciar una réplica salvajemente mezquina. Podría ser maleducado,
pero no podía simplemente abandonarlo sin agua, y no tenía sentido
insultarlo cuando ya estaba en desventaja.
El agua, sin embargo, no se materializó por el comando. Se dijo que el agua,
una sustancia real, tomaría su tiempo en llegar, y en cantidades inciertas,
dependiendo de la distancia y la abundancia de la fuente más cercana.
Ella murmuró en voz baja mientras aseguraba todas las solapas dentro y
fuera de la bolsa y ataba el cierre de la mochila. Por mucho que esperaba de
que este muchacho de rostro dulce pudiera ser su protector, lo único que
alguna vez le importaría a él era él mismo.
—Carros blindados.
No sabía por qué, solo sabía que era imperativo. De lo contrario, todo estaría
perdido.
—No.
—Está bien —dijo con los dientes apretados—. Pero no te voy a dejar entrar
sin un acuerdo de no hacer daño. Pon una gota de tu sangre en la cúpula.
—Solo si es recíproco.
Era como tocar la parte superior de una medusa gigante: fresco, suave, pero
resistente.
El muchacho hizo una mueca. De renuencia, pensó ella, hasta que se dio
cuenta de que era el dolor por moverse para tomar una navaja de bolsillo de
su chaqueta. Se extrajo una gota de sangre y la envió hacia el exterior a la
cúpula, que la absorbió como agua en suelo sediento.
Lo siguiente que ella supo es que estaba adentro hasta el codo. Retrocedió,
sorprendida.
Treinta segundos más tarde llegaron los golpes suaves de carros blindados
aterrizando cerca.
I nglaterra
—¿Ha oído las noticias, príncipe? —Wintervale saludó a Titus con una
cordial palmada en la espalda—. Fairfax está entre los veintidós, junto a mí,
por supuesto.
3Chintz: Tejido calicó estampado con flores, frutas, pájaros y otros diseños en diferentes
colores.
Miguel, veintidós chicos eran seleccionados como candidatos para el equipo
escolar de criquet del año siguiente. Se dividirían en dos equipos y jugarían
entre sí todo el año. Luego, los once mejores serian seleccionados para el
equipo escolar en el Periodo de Verano, por el orgullo y la gloria de
enfrentarse con equipos de Harrow y Winchester.
Wintervale sonrió.
—¿Dónde está?
—¿Para qué?
—Puerto Saíd —dijo Titus—. Así que tiene que atracar en Trieste, cruzar los
Alpes, y atravesar París antes de poder llegar aquí.
Todo el tiempo de las vacaciones de verano apenas era suficiente para viajar
de ida y vuelta de Inglaterra a India. Kashkari sería afortunado si podía
pasar una semana con su familia en Hyderabad.
Déjaselo a Wintervale hablar así cuando hay por lo menos media docena de
chicos que pueden estar oyéndolo. Palabras como “discreción” y “cautela”
no tenían ningún significado para él. Sabía que no debía anunciar
abiertamente que era un mago, pero de otra forma su inclinación era
continuamente escupir la primera cosa que cruzara su mente.
Un coro de “¡Fairfax!” y “¡Oímos que estás entre los veintidós, Fairfax!” ahogó
el resto de la oración de Wintervale.
Bajó un escalón, luego otro, luego dos más. De repente, allí estaba ella, con
un uniforme de chico de último año de camiseta blanca y una chaqueta
negra con cola, regañando juguetonamente a un chico que apenas le llegaba
al hombro.
—¿Qué clase de pregunta es esa, Phillpott? Por supuesto que estaré entre
los once. De hecho, West me echará un vistazo y temblará en sus elegantes
zapatos, porque arrancaré la capitanía de sus manos.
—Su humildad, príncipe, brilla como un faro en la noche más oscura —dijo
mientras subía las escaleras—. Solo podemos aspirar a tener tanta grandeza
y aun así tanta humildad.
Sutherland, detrás de Wintervale, rio tan fuerte que casi se ahogó con la
manzana que estaba comiendo.
—Me alegra que lo hayas logrado, Fairfax —dijo, tan bajo como pudo.
La ausencia de Titus, de todas formas, trajo una fría sensación para nada
relacionada con la temperatura de la noche. ¿Dónde estaba él? No la dejaría
sin alguna manta para calentarse, o sin una nota para explicar sus
movimientos.
¿Había sido capturado por Atlantis? ¿Por eso tenía que alejarla de él, para
que ella no perdiera su libertad al mismo tiempo? El rugir de su sangre era
tan alto que sus oídos zumbaban mientras sombríamente rebuscaba en la
choza por algo para cubrirse.
Le llevó cuatro días, dos y medio de los cuales estuvo pensando que se había
perdido irremediablemente. Afortunadamente, los pueblos y las ciudades
más cercanas estaban acostumbradas a ver excursionistas perdidos
saliendo de las montañas, sucios y desorientados, necesitando
desesperadamente un baño y una comida.
Lo primero que Iolanthe pidió, antes que una ducha y una comida, fue un
periódico. Era casi el aniversario de la coronación de Titus y todos los años,
para marcar la ocasión, se celebraba un desfile en Delamer. Si se cancelaba
el desfile, entonces él estaba en problemas.
Pero no, el desfile se haría el día siguiente, y el Maestro del Dominio asistiría
a varias ceremonias y daría premios a los estudiantes ejemplares.
Llegó a Delamer esa noche. La tarde siguiente, desde mucha distancia, vio
pasar a Titus por Palace Avenue en un balcón flotante, flanqueado por el
regente y Lady Callista. No usaba la medalla de rayos de sol de su abuelo,
para señalar que estaba bajo arresto domiciliario o cualquier tipo de
cautiverio. Pero estaba rodeado de guardias y asistentes, con apenas el
suficiente lugar para respirar.
Había aprendido en las salas de enseñanza del Crisol sobre una tienda
secreta de veleros en la isla más al sur del archipiélago. Las restricciones de
viajes que Atlantis había implementado no prevenían medios no mágicos de
locomoción, y una buena y rápida balandra era, a veces, justamente la forma
para hacer un escape.
Su dominio del agua y aire fueron útiles en los doscientos kilómetros de mar
abierto hacia Flores, una de las islas del noroeste de Azores. Desde allí
negoció un pasaje en un barco pesquero hacia Ponta Delgada, y en Ponta
Delgada se subió a un buque a vapor hacia las Islas Madeira.
Titus había creado una buena historia de fondo para Archer Fairfax, la
identidad que ella había asumido cuando estaba en Eton, al dejar a la
familia Fairfax en Bechuanalandia, un lugar que casi ningún estudiante de
Eton visitaba. Pero ese hechizo persuasible por más efectivo que fuera en la
escuela, se desintegraría si los agentes de Atlantis lo tomaban en sus
cabezas para descubrir la ubicación exacta de la granja de la familia Fairfax.
No se quedó mucho en Ciudad del Cabo, pero pasó todo su tiempo allí
realizando una ferviente campaña de desinformación con una batería de
nuevos hechizos persuasibles. Ahora, si llegaban agentes inquisitivos de
Atlantis, les dirían que los Fairfax acababan de irse: un pariente lejano había
fallecido y le había dejado a la Sra. Fairfax una decente suma de dinero, y
la familia decidió disfrutar su buena fortuna al deshacerse de la granja y
viajar por el mundo, sin su hijo, por supuesto, quien tenía que volver a Eton
para el Periodo de San Miguel.
Cooper charló felizmente sobre los otros pupilos que habían quedado entre
los veintidós, especialmente West, el chico que todos creían que sería el
siguiente capitán del equipo escolar. Iolanthe oyó muy poco de lo que dijo.
No había viajado mil quinientos kilómetros sola por un juego de criquet, sin
importar cuánto se disfrute.
—¿Puedes creer que solo quedan cuatro meses en 1883? —dijo Cooper
mientras se acercaban de nuevo a la puerta de la Sra. Dawlish.
—¿Cómo puedes olvidar que año es? —exclamó Cooper—. A veces olvido el
día de la semana, pero nunca el mes o el año.
Él estaba de regreso. Estaba a salvo. Apenas supo lo que dijo o hizo en los
siguientes minutos, hasta que se alejaron de los otros chicos, con la excusa
de que el príncipe necesitaba desempacar sus cosas.
Ella extendió sus dedos sobre sus hombros, por la cálida y ligeramente
áspera lana de su abrigo. Bajó sus manos, su cuerpo era delgado pero fuerte.
—¿Cómo saliste?
Tocó la parte superior de su cuello. Sus ropas habían sido lavadas con
alguna clase de esencia silvestre; la ligera fragancia le recordaba a las
crestas cubiertas de asbestos de las Montañas Laberínticas.
Pero no estaba lista para que se alejara de su abrazo aún. Tomó su rostro
en sus manos. Cuando pasó por Delamer, había comprado un pendiente
con su retrato en él. Todo el verano, solo había tenido esa diminuta imagen
como compañía. Pero ahora podía beberlo, el oscuro cabello, ligeramente
más largo de lo que recordaba, las cejas rectas, el par de ojos profundos.
—Te he extrañado.
—No fue tu culpa. Ambos nos dejamos llevar por una falsa sensación de
seguridad.
Él tomo su mano entre las suyas.
—Pero no tengo que estar segura —dijo, frotando con su pulgar el borde de
su mano—. Me esperan riesgos temibles y enfrentamientos épicos.
¿Recuerdas? Es mi destino.
—Sí, lo hago. Así que no te disculpes por no haberme cuidado cada segundo
del día. Estoy en el camino que debo seguir… y un poco de peligro por aquí
y por allá sirve para mantener mis reflejos.
—Estoy tan feliz de que seas tú. No podría posiblemente enfrentar esta tarea
con alguien más.
—Ahora hazme algo de té y dime todo sobre cuán terrible fue pasar tu verano
en el mismo opulento palacio que la mujer más bella del mundo.
El dolor quemaba a través de la piel del chico. Apretó sus dientes sobre su
labio inferior, sin saber si intentaba guardar silencio o permanecer
consciente. No ayudaba que la oscuridad debajo de la improvisada duna de
arena fuera espesa e impenetrable, haciéndole pensar que todo lo que tenía
que hacer era cerrar sus ojos y sería suyo el dulce olvido.
—¿…sibilidad, Brigadier?
Una parte de él quería entregarse, Atlantis le daría algo para aliviar el dolor
de la médula ósea en descomposición. Pero el deseo de permanecer libre era
tan grande, era casi primitivo.
El temor que el mago elemental le tenía a Atlantis podía haber sido una
actuación. El chantaje para meterse bajo su cúpula sin duda podría haber
sido un intento de acabar con él. Sin embargo, la disposición del mago
elemental para dar la primera gota de sangre, le había sorprendido.
—Seguro que siempre piensas con claridad y desde todos los ángulos
cuando hay carros blindados dirigiéndose hacia ti —dijo el mago elemental,
con un tono malicioso—. En cualquier caso, mi fracaso anterior de
considerar esta alternativa particular es tu buena suerte. Puedo llevarte
abajo conmigo.
La oferta avivó sus sospechas de nuevo. ¿El mago elemental era algún tipo
de cazadora de recompensas, preocupada de que un premio en efectivo
podría ser estropeado por la llegada de Atlantis a la escena?
—¿Qué?
—Forzarte… ¿has sido criado para caminar de largo cuando hay un mago
gravemente herido tendido en el suelo?
—Espera.
—¿Qué deseas?
—Iré contigo.
—¿Y cómo sabes que mis remedios no están envenenados? —dijo el mago
elemental mientras descendían.
Contuvo el aliento… y siseó por el dolor que lo atravesó. Pero no podía haber
duda de ello.
—¿Y?
Todo el asunto cada vez era más incomprensible. Era bastante malo,
despertarse en medio de un desierto, herido, sin tener ni idea de cómo había
llegado al lugar. ¿Ahora también la vestimenta que usaban los no mágicos?
Se detuvieron.
—Roca firme a casi un metro. —Se deslizó de debajo de él.
—Voy a mirar tu herida. Serás una carga para mí si no puedes moverte por
tu cuenta.
—Adelante.
—Los grises son para la fuerza. Los rojos para el dolor; de lo contrario
todavía te dolerá demasiado como para moverte.
Revisó y comprobó dos veces todas las etiquetas mientras ponía los remedios
en su bolso, con el cuidado de una bibliotecaria acomodando los libros de
acuerdo a un código de referencia particularmente rígido.
Ahora que sabía que era una chica, estaba asombrado de que hubiera creído
que era un chico hasta que estuvieron presionados juntos desde los
hombros hasta las rodillas. Sí, se había puesto ropa de hombre, el pelo corto,
y la voz un poco ronca, pero seguramente… Solo pudo sacudir la cabeza por
dentro ante la potencia de la suposición.
Ella levantó la vista, atrapó su mirada fija, y frunció el ceño, tenía un ceño
fruncido bastante temible.
Encontró la navaja que había usado antes, grabada con un escudo de armas
que tenía un dragón, un ave fénix, un grifo, y un unicornio en los
cuadrantes. El chaleco contenía un reloj, hecho de un agradable gris-plata
metálico, grabado con el mismo escudo de armas. El bolsillo interior de la
chaqueta contenía una cartera y otra vez el mismo escudo de armas.
¿Era él este Príncipe Titus? ¿Qué clase de lugar era Saxe-Limburg? No había
un reino mágico con ese nombre. Y por lo que sabía, no había uno no mágico
tampoco.
—Linea orientalis.
Una tenue línea apareció bajo sus pies, corriendo hacia el este.
—El Nilo.
—¿Qué piensas?
Ella tenía un desafío frío en sus ojos. Se dio cuenta de que le gustaba
mirarla, la disposición de sus facciones era estéticamente agradable. Pero
más que eso, le gustaba la forma segura en la que se conducía, ahora que
ya no se molestaba en ser agradable con él.
—Aproximadamente lo mismo.
¿Pero por qué? ¿Por qué Atlantis vendría corriendo? ¿Era por la misma razón
que prefería soportar cualquier cantidad de dolor que ser capturado?
—Puedo caminar.
Esperaba que dijera algo cortante, algunas líneas sobre que con mucho
gusto lo dejaría atrás si no podía mantener el ritmo. Pero solo le entregó un
cubo nutritivo.
—Supongo que esto también está envenenado, al igual que tus remedios.
La comisura de sus labios se elevó ligeramente.
—Por supuesto.
Su rostro estaba casi en blanco con la concentración, con sus ojos bajos y
medio cerrados. Su pelo era de color negro azulado en la luz mágica y el
corte del mismo le hizo notar su estructura ósea y sus labios llenos.
Así que no había nada, aparte de que era muy probable que todavía fuera
menor de edad y que alguien de su familia admirara a Titus el Grande.
—¿Eso te dice quién eres? —preguntó ella, con la barbilla apuntando hacia
su varita.
I nglaterra
—Echa un vistazo a esto —dijo Iolanthe. Abrió un cajón, sacó una fotografía
enmarcada y se la pasó a Wintervale.
—Linda.
—Bonita.
—He matado más dragones que lo que tú has besado chicas, Fairfax.
—Ninguno.
—Ordinaria.
—Su Alteza está celoso porque desea poder haberla besado él —dijo Iolanthe
a Cooper y Wintervale.
Ciertamente ella era una plebeya, sin una gota de sangre aristocrática. Y
ciertamente, él la había besado en cada oportunidad.
—Todos los días de mi vida son veinticuatro horas de libertinaje —dijo Titus,
con su atención de nuevo en el bote de galletas—. Tendrás que hacerlo mejor
que eso, Sutherland.
Esto tomó por sorpresa a Sutherland. Él era uno de esos chicos que había
considerado a Titus un insignificante principito Continental que reinaba
sobre un castillo deteriorado y diez acres de tierra. Pero después de los
eventos del Cuatro de Junio, Sutherland se había vuelto bastante más
respetuoso. Se detuvo en la puerta, parpadeando un poco, pero no muy
seguro de cómo responder.
—Mi tío tiene una casa en Norfolk, en la costa. Ha acordado dejarme usarla
para entretener a algunos amigos. Podemos hacer un viaje de sábado a
domingo, jugar un poco de criquet, cazar algunos urogallos, y devastar una
colección muy fina de coñac.
Wintervale se levantó.
—Estoy dentro.
—Lo que incluye devastar su colección muy fina de coñac, entiendo —dijo
Iolanthe.
Era posible que durante el verano se hubiera vuelto más ancho de hombros.
Y tal vez un centímetro más alto. Pero sus ojos todavía eran los mismos,
jóvenes y antiguos a la vez. Y su mirada, enfocada totalmente en ella… el
calor barrió a través de ella de nuevo.
Y tenía una corazonada de que en el Crisol, podrían hacer más que solo
besarse.
—Debo irme.
Reunió su resolución.
—¿Has escogido un lugar? ¿Un lugar en el Crisol?
Ella sonrió.
—¿Me veo como alguien que esparciría pétalos sobre algo o en alguna parte?
—Sí. —Su sonrisa se agrandó—. Te ves como alguien que cree que algunos
montones de pétalos de rosa son el epítome del romance.
Mientras las palabras dejaban sus labios, vio el armario abierto detrás de
Wintervale. Cayó en cuenta. Wintervale probablemente era necesitado en
casa por su madre. Su manera habitual de transportarse era el armario, que
actuaba como un portal, pero Lady Wintervale había sellado el portal el
pasado junio, después de que Iolanthe había hecho uso de él sin
autorización.
Wintervale gruñó.
—¿Qué? —hizo eco Iolanthe, dado que se suponía que tampoco entendiera
lo que Wintervale había dicho.
—Por supuesto.
—¡West! Justo la persona que estaba buscando. Wintervale tuvo que irse
por una emergencia familiar y quería que lo supieras.
Los otros chicos y Iolanthe estaban a punto de probar bocado para comer
cuando Cooper gritó desde el balcón superior:
—Es correcto —dijo Cooper—. Se fue en medio de una gran prisa, tanto que
dejó la mitad de un bollo de Chelsea, y sabes que Wintervale nunca deja
comida sin terminar.
Pero cuando habló, fue de nuevo el gran príncipe que no podía ser molestado
con los simples mortales.
El día comenzaba a atardecer cuando fueron hacia la playa. La brisa del mar
se había vuelto fuerte y rígida. Las gaviotas revoloteaban por encima,
buscando un último bocado de la cena mientras que la luz aún persistía.
Sutherland resopló.
—Yo podría no estar en la escuela por mucho tiempo más. Mis padres han
decidido que después de su gira mundial, van a comprar un rancho en el
oeste de Estados Unidos, Territorio Wyoming, para ser específicos. Y tengo
el presentimiento de que querrán que me vaya con ellos para ayudarles.
Era la historia que ella y Titus habían decidido para explicar su probable
partida apresurada de la escuela uno de esos días.
—Tampoco queda mucho tiempo para mí tampoco —dijo Titus—. Tengo
enemigos en casa y tienen los ojos puestos en mi trono.
—Si hubiéramos tenido esta conversación antes de irme a casa para las
vacaciones, hubiera volteado mis manos y hubiera dicho: “Lo siento chicos,
pero no hay mucho en mi vida de lo que pudiera quejarme honestamente”.
—Pero luego fui a casa y llegué justo a tiempo para celebrar el compromiso
de mi hermano. Y resulta que mi hermano se va a casar con la chica de mis
sueños.
Titus estaba de pie en la terraza que daba al lago. Desde lo alto, desde el
enrejado de la pérgola, se arrastraban zarcillos de vid verde y racimos de
florecillas color miel.
Un hermoso lugar, ya sea bañado de la luz del sol o de la luna. Ningún lugar
podía ser lo suficiente perfecto para Fairfax, pero este se acercaba.
Salió del Crisol a los alrededores mucho más mundanos del laboratorio.
Después de que él y Fairfax habían empujado y cargado a los chicos muy
ebrios, había venido a trabajar al laboratorio. Los chicos, de cualquier
forma, no iban a levantarse antes del mediodía, y él quería terminar de hacer
la nueva entrada a la brevedad posible.
Bostezó. Ahora eran casi las nueve de la mañana. Dejó el laboratorio hacia
un granero abandonado en Kent. De ahí era una rápida teleportación de
vuelta a su habitación en Baycrest House.
Fairfax estaba ahí, esperándolo, hojeando las páginas de un libro que había
sacado de la estantería; en deferencia a su rango, a Titus le había sido dado
el mejor cuarto en la casa, con baño privado, un amplio balcón con vista al
mar, y dos estantes llenos de volúmenes encuadernados en cuero.
—Extraño el Crisol —dijo ella—. Deben de haber sido por lo menos tres
meses desde la última vez que estuve dentro.
Después del Cuatro de Junio, había movido su copia del Crisol al laboratorio
para evitar la confiscación por Atlantis. Había otra copia en el monasterio
en las Montañas Laberínticas, pero ellos nunca habían podido visitar el
monasterio durante el verano.
—No pasará mucho tiempo más.
Barriles.
—Sin comentarios.
—Ahora me lo dices.
Sonrió.
—Me estoy haciendo viejo, solía quedarme despierto toda la noche y verme
mejor por eso.
—Tu espejo mintió —dijo ella, poniendo una manta sobre él.
—¿Qué puedo decir? —dijo ella con voz cada vez más débil—. Esta damisela
ama rescatar príncipes en peligro.
Se había reído hasta despertarse, aunque ahora que tenía los ojos abiertos,
no podía recordar lo que ella había dicho.
Al momento siguiente su voz entró por la ventana que había dejado un poco
abierta. Estaba afuera, hablando con Cooper. Sus palabras exactas fueron
veladas por el viento y las olas, pero era suficiente saber que ella estaba
cerca, no solo a salvo sino también de buen humor.
Se sentó, y su mano presionó algo duro en la cama, el libro que ella había
dejado atrás. Un pequeño reloj ornamentado en el alfeizar de la ventana
llamó su atención: catorce minutos después de las dos.
Cualquiera que fuera el artilugio que venía detrás, era grande y se movía
rápido.
La duda cruzó su cara, pero mientras apagaba la luz mágica que iluminaba
su camino solo dijo:
Ella volvió a encender la luz mágica. Con retraso, él se dio cuenta de que
todavía tenía sus brazos alrededor de ella. La soltó.
Pero el hueco que ella había hecho era tan estrecho que todavía estaban casi
nariz con nariz. Su piel estaba teñida de azul ante la luz mágica; una
mancha de polvo de roca en su nariz lucía como pequeñas motas de
lapislázuli.
Él sacudió la cabeza.
—El brigadier dijo que hay una barredora de ida, así como una de venida.
Se encontrarán a mitad de camino y cambiarán de dirección. Así que solo
serán dos o tres minutos, si mucho, antes de que regrese.
—En ese caso, mejor cavo bajo la superficie de la roca. ¿Puedes gatear por
cerca de kilómetro y medio?
—Hagamos eso.
—Me ibas a mostrar algo, antes de que la barredora nos alcanzara —dijo él.
Ella se mofó, pero sin rencor. La esfera de agua se había vuelto más grande.
Ella tomó la cantimplora, la volvió a llenar y la puso de vuelta en su bolso.
Él se dio cuenta solo cuando ella levantó la mirada y sus ojos se encontraron
que no había apartado la vista de ella todo este tiempo.
—Su Alteza —dijo ella, su tono medio burlón—, ¿puedo tener el honor de
excavar ochocientos metros más de pasaje para usted?
Todavía sentía dolor, de modo que se mantenía con cuidado para evitar
movimiento innecesario. La gente reaccionaba diferente al dolor: algunos
querían simpatía y ayuda; otros preferían sufrir solos, no tener testigos de
su hora de aflicción. Él probablemente era de los últimos, del tipo que se
enojaban al enfrentarse con un insistente fariseo.
O…
Él parecía divertido.
—¿Segura de eso?
—¿Cómo lo sabes?
—Cuando dijiste una calle conocida por sus tiendas de ropa hecha a medida
en Londres, simplemente me vino a la mente. —Y aun así no podía recordar
su propio nombre.
4Bel canto: Es un término operístico que se utiliza para denominar un estilo vocal que se
desarrolló en Italia desde finales del siglo XVII hasta mediados del XIX.
En este caso, sin embargo, el umbral de requisito de contacto elevaba
escabrosas preguntas: significaba que su memoria no había sido tomada
por un enemigo, sino posiblemente por alguien que ella conocía muy, muy
bien.
La idea era incomoda, que ella pudiera estar relacionada con este chico de
alguna manera significativa.
Sería ridículo describir la roca como suave, sin embargo, la siguiente sección
de roca que ella cavó ciertamente se sentía más suave, más fácil de
manipular.
—Ya casi llegamos —dijo Titus—. Nos quedan diez o trece metros, a lo
mucho.
Ella se detuvo.
—¿Qué sospechas?
Ella se quedó mirando el final del túnel, a doce pulgadas de su rostro. Lucía
como si hubiera sido excavado por una bestia con sus garras de acero.
—Bueno, no hay otra manera de salir, y no puede ser una buena idea
quedarnos aquí esperando que algo pase.
Trozos de roca cayeron. El final del túnel retrocedió por unas cuantas
pulgadas, y luego unas más, sus poderes elementales trabajando.
Habían estado un largo rato en silencio durante la excavación, así ella podía
concentrarse en la tarea. Pero ahora necesitaba algo que la distrajera.
—Estás asumiendo que quien aplicó los hechizos quería ayudar. —La
empujó hacia adelante de nuevo—. Pero, si…
El dolor la golpeó por dentro de su cabeza, dolor como una estaca ardiente
siendo conducida a través de su cráneo.
I nglaterra
—Es tu turno de jugar, Fairfax —dijo él, un recordatorio de que debía seguir
haciendo su parte.
Titus esperó hasta que terminara, pateó arena y piedras sobre el desastre,
y lo guio a tres metros de distancia. Wintervale se desplomó al suelo. Titus
se puso en cuclillas junto a él, lo limpió con unos pocos hechizos y revisó
su pulso y pupilas.
—¿Qué intentabas hacer? —dijo Wintervale con la voz ronca—. Sabes que
no puedo teleportarme más de ochocientos metros.
Wintervale ya temblaba.
Fairfax.
Él creyó que era una pregunta extraña hasta que ella le tomó la mano:
temblaba sin estar consciente de ello.
Wintervale se había puesto ropa seca pero todavía temblaba. Titus le dio el
remedio que entibiaba que había llevado.
—No —dijo Wintervale, la voz ronca—. Ni siquiera sabían quién era yo.
—Sí.
Wintervale palideció.
Wintervale era más o menos de la misma altura que Titus, pero al menos
seis kilos más pesado. Cuando Titus comenzó su ascenso, con Wintervale
en la espalda, se sintió como Atlas, cargando el peso de todo el mundo.
—¿Grenoble?
Titus se tensó. Una narración siempre tomaba un fatídico giro con la entrada
de carros blindados.
»Fue todo un caos a bordo. Madre preguntó dónde estaba la casa del tío de
Sutherland… más temprano le había dicho que estaba perdiéndome una
fiesta por estar con ella. Le dije que estaba a unos pocos kilómetros de
Cromer. Eso es lo último que supe. Cuando recuperé la consciencia, era de
mañana. Estaba en el bote y este navegaba solo. No tenía idea de dónde
estaba y madre… —Wintervale tragó con fuerza—. Ha sobrevivido en
tiempos duros —dijo fervientemente—. Debe estar bien.
Lady Wintervale era la única persona que sabía que uno de los “chicos” en
casa de la Sra. Dawlish era la gran maga elemental buscada por Atlantis. Si
era arrestada e interrogada… Titus solo podía esperar que Atlantis no
pensara en hacerle preguntas sobre ese tema en particular.
Pero claro, los grandes magos elementales tendían a no ser para nada
extraordinarios de niños, hasta que sus poderes de manifestaban en la
adolescencia. Titus había pensado que era demasiado tarde para que
Wintervale experimentara tal transformación. Pero obviamente estaba
equivocado.
—Sí. Y al siguiente momento, todo este poder que nunca había sentido antes
salió de mí y el mar hizo exactamente lo que yo quería que hiciera.
Supongo… supongo que soy un mejor mago elemental de lo que creía.
El sonido que Wintervale hizo estuvo a medio camino entre una risa y un
sollozo.
Todo, posiblemente.
Fairfax había hecho como él había pedido: nadie abrió ventanas para gritar
en sorpresa ante la aparición repentina de Wintervale. Titus medio cargó,
medio arrastró a Wintervale el resto de la distancia hacia la puerta principal.
—Así que te las arreglaste para salir de la cama a las tres —le dijo Titus a
Kashkari.
—Al menos estás entero —dijo Cooper con bastante humor obsceno,
considerando que él bebió más que cualquier otro—. Sutherland está
todavía gimiendo bajo su cobija, hasta donde sé.
Fairfax osciló su mazo. El timbre sonó de nuevo. Ella se tensó, pero no dijo
nada. Kashkari frotó sus sienes.
El mayordomo apareció.
—Voy a decirle a Sutherland que estás aquí —dijo Cooper mientras pasaba
a Kashkari y Wintervale en las escaleras.
Era una traición decir esas palabras. Pero lo hizo, porque él no le mentía a
ella.
28 de septiembre, AD 1014
El día de su nacimiento.
Se está tambaleando.
13 de noviembre, AD 1014
Alegría lo traspasó. El día antes del nacimiento de Fairfax. Esta tenía que
ser una buena señal.
Cuando solía leer todos los libros a los que podía ponerles mis
manos encima acerca de videntes, casi cada uno de ellos había
mencionado visiones basura, esas visiones que no tenían
significado en absoluto. El mago que siempre veía qué iba a
comer una semana en el futuro, por ejemplo.
Me sorprendió mucho.
Siempre había creído que Eirene era una de las más honorables
magas que había conocido. Pero se negó incluso a darme una
razón por su curiosidad.
27 de marzo, AD 1016
9 de julio, AD 1018
13 de abril, AD 1021
El día después de que su madre descubrió que él, y no ella, podía ser el
próximo soberano del Dominio, cuando se dio cuenta de que su propia
muerte era inminente y que esta visión en particular, por mucho tiempo
considerada insignificante, era en realidad cualquier cosa menos eso.
17 de abril, AD 1021
La última entrada. Llenaría dos páginas enteras, por delante y detrás, luego
serpentear alrededor de todos los márgenes. Solo los primeros pocos
párrafos tratarían de la visión actual. El resto consistía en instrucciones
para Titus, qué debería hacer, qué podía aprender, y cómo él iba a realizar
esta tarea imposible que ella se había dado cuenta sería suya.
Ya lo ha sido.
No había sonreído antes de que el rayo de Fairfax hubiera caído, había salido
desde el Crisol adolorido y sombrío. Pero antes de la llegada de Wintervale,
había estado soñando con Fairfax.
Y tonto que era, había sonreído de oreja a oreja en absoluta felicidad, cuando
todo era sobre Wintervale. Y siempre lo había sido.
Titus cayó sobre los ásperos trozos de piedra que llenaban el fondo del túnel.
El contacto condujo brotes de dolor como de huesos raspándose en su
espalda. Apretó sus dientes, enganchado sus botas con las de Fairfax, y la
tiró hacia atrás unos pocos centímetros.
—No lo sé. Cuando me moví adelante hace un momento, fue como si… como
si clavos estuvieran siendo martillados dentro de mis oídos.
Pensando que tal vez era porque estaba con los pies hacia adelante, se dio
la vuelta y avanzó con la cabeza por delante. Todavía nada.
—No.
—Estoy bien.
Ella tragó.
Él la interrumpió.
Sin hormigueo o sensación de calor sobre su piel, que podría haber esperado
sentir si él fuera el responsable por el círculo de sangre.
—No construí el círculo de sangre, pero parece que estoy emparentado con
la persona que lo hizo.
—No, no voy a ser capaz. Puedo ser capaz de debilitarlo, pero eso podría
simplemente significar que morirás un poco más lentamente si tratas de
pasarlo.
—Es demasiado pronto para desesperarse —dijo él—. Tenemos que agotar
duramente todas las opciones.
—Eso debería haber reducido algo la potencia del círculo de sangre. Puedo
ponerte bajo una congelación de tiempo, que debería además protegerte.
¿Hay algo que puedas hacer para aumentar tus posibilidades de
supervivencia? ¿Cualquier remedio que pueda neutralizar lesiones
traumáticas provocadas por las artes mágicas?
—Entonces, ahora que has debilitado el círculo de sangre, ¿me pondrás bajo
una congelación de tiempo, y me pasarás empujando?
La tomó por el brazo y se teleportó justo cuando la parte superior del túnel
se pulverizó.
CAPÍTULO 10
Traducido por Otravaga y VckyFer.
I nglaterra
En cierto modo, era uno de los chicos más robustos y de aspecto varonil en
toda la escuela. Pero al mismo tiempo también era mucho más infantil que
el príncipe, Kashkari, o incluso alguien como Sutherland. No era de
extrañar: mientras él continuara siendo un muchacho, no tendría que hacer
frente a las fuertes expectativas de ser el único hijo del Barón Wintervale.
—¿Ustedes dos quieren un poco de aire fresco? Podemos hacer que una
doncella venga a sentarse con él por un rato.
—Estoy bien —respondió Kashkari—. Siempre puedo abrir la ventana si
necesito un poco de aire.
Sin esperar a que ella lo incitara, relató lo que le había sucedido a Wintervale
en Grenoble: la trampa que había sido tendida por Atlantis, la huida desde
la plaza, el dique seco que lanzó una embarcación directamente al Mar del
Norte, la fragata Atlante que apareció casi inmediatamente después.
Titus debería alegrarse, por tener a tan poderoso nuevo aliado a la mano, y,
sin embargo, parecía un hombre condenado.
Él habló en voz baja, pero la vehemencia de sus palabras fue un golpe a sus
entrañas. Ya no podía contenerse más.
Él la miró un largo momento, de la forma en que uno haría con los restos
mortales de un ser querido. El terror la estranguló.
Sus palabras parecían llegar a ella desde una gran distancia, cada sílaba
débil y metálica. Ella asintió, con el cuello rígido.
Los ojos de él estaban en las nubes de tormenta que a su paso volvían todo
gris y lúgubre.
»Y así fue el día que nos conocimos. Fui despertado a las dos y catorce. Salí
a mi balcón. Y apenas un minuto después, tu rayo.
Con ellos.
Ella lo miró fijamente. ¿De alguna manera anoche ella había bebido tanto
coñac como Kashkari? Estaba inestable en sus pies, y dentro de su boca
todo era ceniza y gravilla.
—¿Quieres decirme que la profecía de tu madre se refería en realidad a
Wintervale, y no a mí?
—¿Estás seguro?
—Aquí fue cuando lo supe. Hoy sonreía, cuando me desperté, porque había
estado soñando contigo.
La presión aumentó detrás de sus ojos, un dolor que no iba a desaparecer.
Ella siguió leyendo.
—¿Qué?
—Tú sigues sus profecías al pie de la letra, para que se hagan realidad.
—No hay ninguna razón por la que Wintervale deba reemplazarme. Podemos
trabajar juntos, nosotros tres.
—No podemos acercarnos a sus visiones con ese tipo de desparpajo. Una
vidente de su calibre llega una vez cada quinientos años y nosotros no
habríamos logrado nada si no fuera por su orientación.
—Estoy tan bien como muerto: todo está predestinado. Pensé... pensé que
te tendría. —Sus ojos se ensombrecieron—. Pero no puedo discutir con la
fuerza del destino.
—Pero mi madre nunca fue una de las que predijo el nacimiento de un gran
mago elemental en esa noche.
—Si tan sólo la elección fuese mía, sabes que te elegiría mil veces cada día.
Pero esta no es mi elección. Nada de esto es mi elección. Sólo puedo caminar
por la senda que ha sido trazada.
—¡No! —Él ahuecó su rostro entre sus manos—. Nunca puedo echarte de
mi vida. Yo…
—¿Cómo puedo decir eso? ¿Cómo puedes tú decir lo que tú acabas de decir?
¿Quién fue el que juró de aquí para allá que tenía un destino, que siempre
tuve un destino incluso si no lo sabía? ¿Acaso no hace un par de semanas
me dijiste que estabas tan contento de que fuese yo, que no podrías hacer
esto con nadie más? Pero ahora podrás. Ahora dices “gracias, pero no
gracias” ¡como si yo fuese una ayudante de cocina para ser reemplazada a
voluntad!
—Iolanthe…
Rara vez la llamaba por su nombre real. La gran mayoría de las veces,
incluso cuando estaban solos, se dirigía a ella como Fairfax, como para
nunca perder la costumbre.
—No —dijo ella reflexivamente—. A menos que estés a punto de decirme que
estás equivocado, no hay nada que puedas decir que yo quiera oír.
Después de todo lo que pasaron juntos, todo lo que fueron el uno para el
otro, ¿eso era todo lo que él tenía que decir?
—Te enseñaré.
—Bien hecho, Fairfax. Pronto serás tan bueno en la mesa como lo eres en
un campo de criquet.
Su mano se aferró al taco. Ella no había pensado para nada en qué haría
consigo misma, ahora que ya no era requerida para el Gran Intento.
No sabía por qué de repente sus ojos picaban, quizás solo se sentía bien ser
necesitada.
Esto era algo que no había apreciado lo suficiente: tan petrificante como era
ser informada de que era la llave de la caída del Bane, había sido, al mismo
tiempo, un cumplido enorme. Ser señalada de aquella manera significaba
que era especial, que su existencia importaba.
Y escuchar eso del chico por el cual había arriesgado su vida más de una
vez, viajó la mitad de la circunferencia de la tierra, y con quien iba a… no
podía pensar en La Reina de las Estaciones en la villa de verano, ahora libre
de pétalos de flores.
—Bueno, piénsalo.
Una parte de Titus estaba convencido de que estaba siendo castigado por
estar muy feliz, por olvidar que las crueldades de la vida no estaban muy
lejos. La otra parte era mantenida prisionera, gritando en calabozos, sin ser
escuchado por el mundo exterior.
¿Cómo podía hacerle entender que la necesitaba más que nunca? Más,
probablemente: el solo pensamiento de llevar a Wintervale al Palacio del
Comandante en las tierras altas de Atlantis, lo hacía querer arrastrarse
profundo, a un lugar oscuro y nunca salir.
Cooper comenzó a hablar acerca de sus planes para el Periodo, otro torneo
de tenis antes de que se volviera demasiado húmedo para jugar en el césped,
una competencia de ajedrez para esas oscuras y lluviosas noches, y lo que
pensaba Fairfax de que tuviera un conejillo de indias en su habitación.
Titus podía casi sentir su dolor mientras Cooper hablaba. Ella hubiera
disfrutado de todas estas cosas, el conejillo de indias incluido, en un tiempo
diferente, cuando Eton era su refugio y su unión con la normalidad. Sin su
destino, la escuela era solo un lugar con lavabos que no podía usar.
—Mejor no. Su madre no confía en los médicos quienes son extraños para
ella. Wintervale actúa como ella por respeto.
—Déjame verlo.
—Me desperté y no había nadie aquí, así que pensé en levantarme para
unirme a los demás. Quizás solo estaba débil por el hambre.
—Fairfax pidió una bandeja de té para ti antes —dijo Kashkari—. Aún hay
medio emparedado de jamón ahumado y dos pedazos de pastel de Madeira.
Kashkari entró por la puerta, trayendo una bandeja con una taza de té y
unas rebanadas de pan tostado.
—Puedo tener algo que le ayude —dijo Titus—. Déjame ver en mi equipaje.
Tomó con sus manos los que podrían serle de utilidad y regresó al lado de
la cama de Wintervale.
Titus miró a través del resto de los tubos. Vértigo. Apendicitis. Dolor bilioso.
Infección relacionada con la enosis. Inflamación estomacal. Expulsión ajena.
Pero Titus estaba desorientado: pensaba que los propios magos elementales
de Atlantis habían despejado el espacio aéreo dentro del círculo de sangre,
en orden de facilitar su búsqueda.
Excepto que ahora además apenas podían ver más allá de sus manos
extendidas.
Su varita giró cerca de treinta grados en su mano. Él la miró con los ojos
desorbitados, su hechizo tenía como objetivo detectar la presencia de metal
y los únicos grandes objetos metálicos cerca eran los carros blindados. Pero
la idea era justo lo suficientemente loca para tener sentido. Y si recordaba
correctamente, un carro acorazado había aterrizado solo a una corta
distancia.
—No hay necesidad de ser tan noble y estoica. —Apretó su mano—. Guarda
eso para cuando realmente te estés muriendo.
Lo cual podía ser en algunos cortos minutos, si todo lo que habían hecho
probaba ser inadecuado para preservar su vida.
—Voy a ser tan noble y estoica como me apetezca —replicó—, para que así,
en muchos años por venir, aún se te nublen los ojos cuando recuerdes esa
chica imposiblemente valiente del Sahara, antes de que caigas con la cara
por delante en tu bebida.
Los hombros de Titus casi tocaban las botas de un par de soldados. Los
soldados, a pesar de su atavío protector, tenían sus brazos levantados hacia
sus rostros para escudarse contra la tormenta de arena, a medida que
Fairfax azotaba el desierto dentro del círculo de sangre en un frenesí incluso
más grande.
Él hizo lo mejor que pudo para respirar lentamente, con control, una vez
que hiciera su primer movimiento, no podían detenerse hasta que lo
hubieran hecho.
Él y Fairfax salieron de debajo del carro blindado, tomaron las varitas de los
soldados, las cuales tenían la forma de un prisma octogonal, y se apuraron
hacia la escotilla de estribor del carro. La juntura de la escotilla era apenas
visible, pero cuando abrieron dos pequeñas cubiertas redondas y empujaron
las varitas de los Atlantes dentro de las aberturas protegidas debajo, la
escotilla se abrió silenciosamente.
Él ladeó y dio la vuelta a la punta del carro blindado. El lugar donde Fairfax
había señalado su localización estaba en el borde oriental del círculo de
sangre. Él apuntó el carro blindado hacia el suroeste.
Corrió hacia atrás, abrió la escotilla, desató a Fairfax, y la tiró al suelo. Luego
cerró la escotilla, giró el vehículo, y se apresuró de vuelta hacia el círculo de
sangre, usando los medidores en el tablero para volver a trazar su ruta
exactamente. A su llegada, estacionó el vehículo en la misma orientación de
antes, saltó fuera, cerró la escotilla detrás de él, devolvió las varitas a los
soldados, y se teleportó.
I nglaterra
Panacea.
—Espero por Dios que tengas razón —dijo Kashkari—. Por Dios.
El vingt-et-un era un juego de cartas más fácil que los no mágicos que había
jugado hasta el momento, ya que sólo tenía que preocuparse por que los
números de sus cartas sumaran veintiuno, sin pasarse. Pero aun así, se
excusó de nuevas rondas después de que cambiaron de tren en Londres.
Dejando el compartimiento, se puso de pie en el pasillo, a mirar por la
ventana las afueras de la ciudad mientras las farolas y ventanas iluminadas
iban haciéndose cada vez más escasas mientras se dirigían hacia el campo.
—Todo lo que quería era que todo siguiera como antes. Pero los cambios
vienen y no puedo detenerlos. —Ella lo miró—. Ya sabes cómo es.
—En mi caso, es más como, “Ten cuidado con lo que deseas”. Siempre he
querido conocer a la chica de mis sueños.
—Sí, lo es, pero siempre he sabido cómo luce. Me sorprendí al verla en carne
y hueso, y donde menos lo esperaba.
Debieron de pasar por una iglesia; ya que el sonido de las campanas era
audible por encima del estruendo del tren. Iolanthe se preguntó, medio
desesperada si había algo más que decir que: “Lo siento”. Realmente se
sentía muy mal por él, y le hubiera gustado darle más consuelo que solo
unas frases gastadas que no tenían ningún significado.
Kashkari suspiró.
—¿Qué viste?
»No visité al astrólogo por ese sueño, pensé que simplemente quería decir
que visitaría algún día la zona. Pero luego empecé a ver un sueño diferente,
vestía unas ropas extrañas, no indias y me miraba en un espejo. Nos
enteramos de que la ropa era el uniforme de Eton. Fue entonces cuando
consultamos al astrólogo, quien dijo que mis estrellas proclamaban que iba
a pasar la mayor parte de mi juventud lejos de casa. Después de la consulta,
mi madre se volvió hacia mí y dijo: Supongo que ahora sé hacia dónde te
diriges.
No sabía cómo las personas no mágicas podían soñar con el futuro, pero no
era de mente estrecha como para asumir que sólo los magos podían
aprovechar el flujo del tiempo, ya que las visiones no tenían nada que ver ni
con la magia sutil o la elemental.
—Es algo privado, así que no vayas por ahí diciéndole a todo el mundo.
Quiero decir, la gente es muy aficionada a sesiones de espiritismo, pero aun
así.
—Sí.
Su respuesta fue como una muralla. Sí, estoy aquí, pero no eres bienvenido.
Era casi la hora de que se apagaran las lucen en casa de la Sra. Dawlish.
Un último grupo de chicos salía del lavabo. Hanson preguntó si alguien
había visto su léxico griego, lo que llevó a Rogers a correr a su habitación y
devolvérselo. Sutherland, cuya habitación estaba al lado de la de Cooper,
llamó a su puerta; cuando abrió la puerta un par de calcetines voló a través
del pasillo, junto con un “¡Te quitaste los calcetines en mi habitación de
nuevo!”
—¿Cómo está?
—Igual. Duerme a pierna suelta, sus signos vitales son fuertes por lo que
noté. —Kashkari vacilo un momento—. ¿Estás absolutamente seguro de que
no le diste nada más con veneno de abeja?
Había traído consigo todos los remedios que tomó del laboratorio: la panacea
y los medicamentos misceláneos que le dieron a Wintervale tantos
problemas. Titus prefería ordenarlo todo, tenía muy poco tiempo que perder
debido a la desorganización, pero esta noche no podía manejar más que la
simple tarea de recolectar viales en una bolsa y empujar la bolsa en un cajón
vacío.
La panacea, sin embargo, no podía ser tratada de forma displicente. Ese vial
en particular lo volvió a colocar en su lugar en el bolso de emergencia que
preparó para Fairfax.
Trazó sus dedos a lo largo de la correa del bolso, uno de los lugares en el
que dejó mensajes ocultos para ella. Lo mejor hubiera sido que borrara los
mensajes, no tenían que ver con su tarea sino con sentimientos que eran
más fáciles de expresar por escrito que en voz alta. Pero no quería; sería casi
como borrarla mayormente de su vida.
Tomó una dosis para ayudarse con el dolor de cabeza, se sentó en la mesa
de trabajo en el centro del laboratorio, y abrió el diario de su madre. Era el
maestro más cruel que jamás había conocido, pero seguía siendo su guía de
confianza en un paisaje siempre cambiante.
25 de febrero, AD 1021
Así que era cierto, entonces. La causa de la muerte del Barón Wintervale fue
oficialmente un fallo cardiaco, pero el rumor que circuló durante años fue
que murió de una maldición de ejecución ordenada por Atlantis.
Titus recordó aquella tarde. No sólo alimentaron a los peces, sino que
jugaron varios juegos de asedio y dieron un largo paseo por las montañas.
Se había sentido bastante mareado, pero no era frecuente que él recibiera
toda la atención de su madre. Pero bajo su placer, se había producido una
sensación de incomodidad. Que de alguna manera le podrían arrebatar todo.
Ella balanceó sus piernas por el costado de catre y metió el rostro entre sus
manos. ¿Cómo dejar de ser la Elegida? ¿Cómo volver a una vida ordinaria
cuando se había vuelto tan entusiasta en creer que ella era el soporte en el
cual las palancas del universo daban vueltas?
Estoy tan feliz de que seas tú. No podría posiblemente enfrentar esta tarea
con alguien más.
Parecía que el amanecer jamás llegaría y ninguno de los chicos alguna vez
despertaría. Saltó de puro alivio cuando escuchó pisadas y un toque en
alguna parte del pasillo. Pero la duda le llegó mientras agarraba el picaporte.
¿Qué si era Titus?
—Escuché del vigilante nocturno que Wintervale tuvo que ser entrado a la
casa cuando regresaron anoche. —La Sra. Dawlish sacudió la cabeza—.
¿Exactamente, qué actividades sanas hacían ustedes en la casa del tío de
Sutherland?
—¿De verdad? —replicó la Sra. Hancock con una ceja enarcada—. ¿Así es,
Kashkari?
—Usted.
Wintervale gruñó.
—Buenos días, Su Alteza —dijo la Sra. Dawlish—. No dudo que sus remedios
le han hecho mucho bien a Wintervale, pero necesita ser visto por un
médico.
Una opaca luz estaba empezando a atravesar la cortina. Ella agarró una lata
de galletas y caminó a la ventana. Otro día estaba amaneciendo. Una niebla
como vapor ondulaba cerca al piso, pero el cielo estaba despejado, y pronto
un sol naciente cubriría de rubio rojizo las cimas de las arboles.
Las mismas copas de los árboles que ella había visto tristemente por la
ventana de esta habitación, justo antes de que hubiera dejado al príncipe,
porque no había querido tener nada ver con sus locas ambiciones.
Entornó los ojos. ¿Había personas en esos árboles o sus ojos le estaban
jugando una broma? Abrió la ventana y se inclinó hacia afuera, pero ahora
solo podía ver troncos, ramas y hojas que todavía colgaban con el recuerdo
del verano, con solo unas cuantas volviéndose amarillas y carmesí por aquí
y allá.
Cuando ella era pequeña, cada octubre el Maestro Haywood la llevaba a ver
los colores de otoño en Upper Marin March, en donde septiembre y octubre
tendían a ser despejados y soleados. Se quedaban en una cabaña junto a
un lago y despertaban cada día con el esplendor de una pendiente entera de
llamas y follaje cobrizo reflejándose en las aguas tan brillantes como un
espejo.
El Maestro Haywood.
El Maestro Haywood.
Pensaba en él todo el tiempo, por supuesto, pero de una triste manera, como
los astronautas anhelaban las estrellas que no podían alcanzar. Pero el
Maestro Haywood no estaba separado de ella por lo vasto del tiempo y el
espacio; sólo estaba escondido.
La culpa la llenaba. Si lo hubiera deseado lo suficiente, ya habría
descubierto algo de información útil ahora. Excepto que, convencida de su
gran propósito, no había dado un solo paso en torno a localizarlo.
—¡Fairfax! —El brillo de esperanza cautelosa en sus ojos hizo que sus
pulmones dolieran. Él se estiró como si fuera a tocarla, pero se detuvo a sí
mismo—. Por favor, pasa.
Ella se apresuró.
Él se quedó quieto.
La resaca de desesperación, ¿era de ella, o de él? Ella juntó sus manos tras
su espalda.
—No, gracias.
Él la miró.
—¿Segura?
Así que en esto se había convertido, en esta cortesía forzada, como aquella
de una pareja divorciada que debe lidiar con el otro todavía.
Siendo ella la que no había encontrado a nadie más, por supuesto.
CAPÍTULO 13
Traducido por Otravaga
Titus giró alrededor, con el miedo como una daga en sus pulmones. Estaba
a unos siete kilómetros fuera del círculo de sangre. Aquí la verdadera
tormenta de arena rugía y la visibilidad era de menos de un metro. Una
bendición, ya que no podían tener una mejor protección contra sus
perseguidores. Pero él no podría encontrarla, si ella se había movido tan
poco como…
—¿Estás bien?
Le ahuecó el rostro.
Cada artículo venía con una explicación de su uso escrito en un papel tan
fino como la piel de una cebolla y sin embargo tan fuerte como el lienzo.
Explicaciones demasiado detalladas, como si el escritor hubiese esperado
que el bolso terminara en manos de alguien mucho menos capacitado que
Fairfax.
Fue cuando avanzó hacia el compartimento más pequeño del bolso que sus
cejas se elevaron hasta las nubes.
Llaves Ángel, 6.
¿Fairfax tenía la intención de viajar a Atlantis por medios ilegales y, una vez
allí, hacerse pasar por un Atlante y... abrir puertas que no le correspondía
abrir?
Él se dispuso a caminar.
Ella flotaba en el aire junto a él, con las manos metidas en sus propias
mangas, la mayor parte de su cabeza cubierta por un pañuelo que él había
encontrado, y una sábana térmica envuelta sobre sus pantalones y botas,
que no estaban hechas de material mágico. Alrededor de su torso había una
cuerda de caza, anclándola a él.
Había estado caminando durante unas tres horas cuando vio casquetes
surgiendo desde el suelo, como pilares de un palacio en ruinas. Se desvió
hacia ellos. Fairfax estaba comenzando a hundirse, el hechizo de levitación
desvaneciéndose. La noche no tenía luna, pero la masa de estrellas en lo
alto le daba al aire una luminosidad tenue; en las sombras negras como el
carbón de los pilares de roca, sería seguro para él ponerla en el suelo y
descansar durante unos minutos.
Pronto sus botas ya no se hundían centímetros con cada paso. Pero sus
pantorrillas protestaban con una especie diferente de tensión: la tierra se
estaba elevando, lenta pero inexorablemente. Y los pilares de roca, que de
lejos habían parecido notablemente rectos y uniformes, de cerca se resolvían
en zigzag, formas arrastradas por el viento, algunos con la parte superior
como peñascos que se equilibraban precariamente sobre sus troncos
desgastados por la arena.
Fairfax ahora flotaba a una altura no mayor que sus rodillas, el dobladillo
de su túnica rozando ocasionalmente contra el suelo. Quería seguir
llevándola en el aire hasta que estuvieran dentro de la formación rocosa.
Pero ella se estaba hundiendo demasiado rápido como para durar el resto
de la distancia. Él desató la cuerda de caza que los conectaba y la dejó en el
suelo.
Otro hechizo de vista lejana reveló que lo que antes había pensado que era
un solo escuadrón de tres carros blindados al sur eran en realidad tres
escuadrones diferentes. Ahora que él estaba parado en un punto de vista
mucho más alto, podía ver la luz desbordando de sus vientres, iluminando
cada metro cuadrado de desierto en su camino mientras volaban en círculos,
buscando.
Lo más probable es que hubiese otras criaturas que vivían en el interior del
refugio ofrecido por la formación rocosa. El rocío de la mañana que se reunía
en la parte inferior de las piedras podría proporcionar suficiente humedad
para durarle durante días a una criatura bien adaptada. Y donde había
lagartos y tortugas, también habría escorpiones y serpientes. Era mejor que
investigara el terreno, para asegurarse de que no la pondría encima de un
nido de víboras.
Dejando a Fairfax bajo una cúpula extensible, se dirigió hacia la formación
rocosa. Su aliento salía en nubes de vapor. El suelo bajo sus pies estaba
resbaladizo, con una capa de arena encima de la piedra dura. Y sobre su
cabeza, un paisaje nocturno espectacular, la Vía Láctea inclinándose a
través del arco del cielo, un luminoso río azul plateado de estrellas.
Se había detenido justo a tiempo. Las cuerdas de caza sólo habían empezado
a moverse, sintiendo su movimiento. Ahora él y ellas estaban en un punto
muerto. Si él se movía, ellas vendrían tras él… y las cuerdas de caza gozaban
de velocidades muy superiores a las de un mago a pie. Pero si él no se movía,
tanto él como ella quedarían atrapados en el resplandor de las luces de
búsqueda los carros blindados.
Corrió. Detrás de él, decenas de cuerdas de caza cayeron, un sólido plof tras
otro. Sus pies golpeteaban; sus pesadas respiraciones llenaban sus oídos.
Sin embargo, todavía podía oírlas deslizándose, mucho más ligeras y más
rápidas que cualquier serpiente real.
—Trae un escorpión.
Lo que siguió sonó como el suelo siendo azotado con una docena de fustas.
Sólo para retroceder con alarma cuando un rayo de luz vino alrededor de la
formación rocosa, seguido de otro, y otro más. Por encima de ellos, carros
blindados, silenciosos y oscuros atravesaban de la noche, como bestias de
las profundidades.
CAPÍTULO 14
Traducido por IvanaTG
I nglaterra
—Es posible que viera a alguien observando la casa detrás de los árboles en
la mañana. No podría estar segura.
Pero esta era la vida: no importa cuán dramática sea la grieta, en algún
momento, las diarias mundanidades se hacían cargo otra vez, y deben seguir
viviendo uno al lado del otro, cenar en la misma mesa cada noche, e incluso,
ocasionalmente, entrar en contacto físico.
Titus le dio la clave y contraseña. Giró el picaporte de una puerta del armario
de limpieza, y volvió a entrar en el laboratorio por primera vez en meses. Se
veía más o menos lo mismo: libros, equipamiento e ingredientes
cuidadosamente ordenados en los estantes, con muchos armarios y cajones
cuyo contenido aún que tenía que explorar, ya que lo había visitado con tan
poca frecuencia.
Habló con tal cuidado, como si fuera infinitamente frágil y una equivocada
sílaba podría destrozarla. Pero ella no era frágil, era una portadora de rayos
y llamas. Algún día tu fuerza pondrá de cabeza al mundo tal como lo
conocemos, le había dicho una vez.
¿Qué iba a hacer ahora con toda esa fuerza, todo ese poder? ¿Guardarlo
como un guardarropa que había pasado de moda?
Con el tiempo podría convertirse en menos amargo, pero ahora lo único que
escuchó fue la ofrenda de dones menores, como si eso pudiera compensarlo
por quitarle la única cosa que ella realmente quería.
—No harás nada precipitado, ¿no? Sigues siendo la que Atlantis quiere.
—No puedo hacer nada precipitado hasta que tenga la información —le dijo.
Pasos resonaron. Ella dio la vuelta para ver a Titus saliendo de las puertas
abiertas de la villa, a punto de comenzar a descender los escalones que
llevaban a la terraza. Se quedó helado cuando la vio. Sus mejillas
escaldadas; parecía tan mortificado como ella se sentía.
—¿Te gustaron?
Y lo habría sido.
Lo hubiera sido.
Ella había venido porque no fue capaz de evitar su curiosidad. Por muy
difícil que la experiencia pudiera resultar, quiso ver el lugar que preparó
para ella, para ellos. ¿Por qué había vuelto él? Ya sabía exactamente lo que
hizo con el lugar.
Porque ella no era la única que deseaba que el remolino nunca hubiera
sucedido. Que era atraída a la villa de verano, a pesar del dolor que causaría,
para imaginar lo que hubiera sido, si las cosas hubieran sido diferentes.
Levantó su mirada.
—El Maestro Haywood hizo su tesis sobre la magia de la memoria, del tipo
que la guardiana de la memoria eventualmente aplicó sobre él.
La pregunta la sorprendió.
—¿Yo?
¿Qué no recuerdo?
—Sí.
—¿Qué sucedió cuando tenías once años? —Tres días cortos de once años,
en realidad. Fue entonces cuando la línea abruptamente se puso roja.
—Me enteré de que moriría joven. Y decidí librarme de los recuerdos de los
detalles de la profecía, así no estaría constantemente preocupado por ellos.
—Depende de cómo lo haces. ¿Ves esos puntos? —Los puntos eran de color
negro y flotaban por encima de la línea de tiempo. El primero coincidió con
el cambio de color de la línea de tiempo, el resto se distribuía en intervalos
de tres meses—. Muestran cuán a menudo el recuerdo en particular tiene
permitido emerger en mi mente. El color y la forma de los puntos me
aseguran de que el mismo recuerdo exacto es extirpado de nuevo cada vez,
y que nada más ha sido manipulado.
—Es casi imposible que eso suceda sin mi pleno consentimiento, los
herederos de la Casa de Elberon están protegidos por muchos hechizos
hereditarios para asegurarse de que no se conviertan en títeres involuntarios
en manos de otros. Pero puedo hacerlo para mí. Esta herramienta me
asegura que no se me ha persuadido a manipular mis propios recuerdos y
luego olvidarlos. —Hizo un gesto a la línea de la memoria—. ¿Quieres ver el
estado de tus recuerdos?
Durante mucho tiempo no sabía que podía controlar el aire, pero había
pensado que su ignorancia era el resultado de un hechizo diferente. ¿Podría
haber sido causado por magia de memoria en su lugar?
—Muéstrame, entonces.
Su mente no es del todo suya. El Maestro Haywood había dicho eso hace
mucho tiempo, acerca de la anciana madre de uno de sus colegas. Iolanthe
nunca pensó que podría aplicarse a ella, pero lo hacía. Su memoria estaba
llena de agujeros.
—Tu cumpleaños.
A pesar del frío aire nocturno, Titus sudaba. Fairfax no podía ser
teleportada. No conseguiría levitarla de nuevo tan pronto. Ocultarse dentro
la formación rocosa no era una opción: al menos la mitad de las cuerdas de
caza que acababa de desviar vendrían tras ellos en masa. Y no había ni
siquiera suficiente arena bajo los pies en la cual enterrarse, sólo una escasa
media pulgada que no era de ninguna ayuda.
No eran faros normales, sin embargo, los había producido sin siquiera
pensar.
Se empujó dentro de la cúpula extensible y cayó de rodillas.
—Estoy empezando a pensar que no quiero saber quién soy, o quién eres, si
este es el tipo de peligro que nos sigue persiguiendo.
Ella parecía moverse. Ligera y fácilmente, como una balsa llevada corriente
abajo por un río ancho en calma. O podría estar flotando en las nubes, como
uno a veces hacía en los sueños.
Dijo una oración silenciosa por su bienestar antes de que su pesado sueño
la arrastrara de nuevo.
La primera vez que ella lo había tratado a él, había aplicado una generosa
cantidad de analgésico tópico. Pero su efecto habría desaparecido hace ya
bastante tiempo, él no habría podido llegar a todos los rincones de la herida
por sí mismo, y los gránulos sólo serían la mitad de eficaces sin el remedio
tópico calmando la herida en la fuente.
Así que él tenía que estar un poco adolorido, de vez en cuando tomaba aire,
como si lo hiciera a través de dientes apretados. Pero caminaba en silencio
y constantemente, arrastrándola.
Ella miró hacia atrás. No había una bota impresa para ser vista en ningún
lugar, él había tenido la precaución de borrar todo rastro de su caminata.
Suciedad manchaba su rostro. Tenía los ojos hundidos, la voz ronca, sus
labios muy agrietados. Sintió una descarga de algo que no era solo gratitud,
algo que casi se acercaba a la ternura.
Así que todavía no son cuarenta y ocho horas desde que se encontraron en
el Sahara.
—¿No hay moros en la costa? —No estaban bajo custodia de Atlantis, lo que
siempre era algo digno de celebrar.
—¿Se acercaron?
—No demasiado cerca. Encontré algunas bombas incendiarias en tu bolsa
antes de que empezáramos y las hice explotar varias veces. Los pilotos
estaban en su mayoría rondando sobre esos puntos.
Teniendo en cuenta que ya se sentía con sueño de nuevo, eso daba qué
pensar. La gota de agua había crecido lo suficiente, y dirigió una corriente
para llenar los odres de agua.
Él se detuvo.
—Mejor nos detenemos por el día. Vamos a ser muy visibles a la luz del día.
El flujo de la arena era bastante lento, pero podía oírlo levantándose contra
el lado de la tienda. Titus aplicó una corriente de hechizos anti-intrusión,
todos los cuales eran agresivos, algunos al nivel de crueldad.
—Esto es suponiendo que Atlantis pasaría por ese tipo de problemas por
nosotros.
Él suspiró.
—Exactamente.
Fue cuando tomó su primer trago que se dio cuenta de que estaba casi
dormida de nuevo. Cerró los ojos.
—Tú, dormir —dijo, su voz parecía llegar a ella desde muy lejos—. Yo me
encargaré de todo.
CAPÍTULO 16
Traducido por Dianna K & Selene1987
I nglaterra
La Sra. Hancock, por otro lado, no fue engañada. Después de que el médico
se fue, acorraló a Titus en su habitación.
—Su Alteza, con todo respeto, ese hombre era un curandero si alguna vez vi
uno.
—Pero la enfermera que vino con él es una Exiliada y muy calificada en las
técnicas médicas. —Titus mintió con fluidez.
—Lo mismo que lo que el curandero le dijo, que la vida de Wintervale no está
en peligro y que cuando se despierte, en pocos días, debería estar bien.
—Atlantis no tuvo nada que ver con la muerte del Barón Wintervale.
—Veo que Su Alteza está decidido. Por favor, continúe con su explicación.
—¿Y por qué está tan interesada en Wintervale de repente? ¿No está aquí
sólo para informar sobre mí?
Y entonces ella se había ido, dejando a Titus frunciendo el ceño ante esa
pregunta inesperada.
—No supones que tiene la enfermedad africana del sueño, ¿verdad? —le
preguntó Cooper a Kashkari.
Ella se sobresaltó.
—Bien. Después de ti
—Envidio a los griegos —dijo Cooper—. Ellos no tenían que aprender griego,
ya lo sabían.
Iolanthe se rio a pesar de sí misma. Ella era inútil en los juegos de cartas
no mágicos.
El príncipe abrió la puerta y entró. Su risa huyó. Ella miró a Cooper, que
estaba predeciblemente asombrado.
Sin Titus teniendo que decir algo, Cooper había recogido sus libros y notas,
le ofreció un jadeante adiós, y cerró la puerta tras de sí.
Un medidor Conoci-todo.
Ella debe haber pasado cincuenta lecturas aceptables cuando llegó a una
que se mostraba en rojo. Habilidades de motricidad gruesa. No es de
extrañar, ya que Wintervale actualmente no podía ni levantarse de la cama
por su cuenta.
Iolanthe entrecerró los ojos. Pero no, ella no había leído mal.
—Tal vez él se sorprendió por lo que se las arregló para hacer. —Ella
ciertamente no podía sacarlo de su mente. Todas esas poderosas corrientes
de agua, girando alrededor de ese monstruoso ojo siempre más profundo. El
Lobo de Mar, tan pequeño en comparación, tan indefenso.
—Su madre no está del todo bien. No absolutamente loca, al menos no todo
el tiempo. Pero has tratado con ella. Sabes que puede ser poco fiable.
Iolanthe de hecho había tratado con Lady Wintervale, quien una vez casi la
había matado. Pero entonces también fue Lady Wintervale quien más tarde
salvó su vida y al príncipe por extensión.
—Tú ya sabes que creo que Wintervale es la última persona que te debe
acompañar a Atlantis. Pero es temperamentalmente inadecuado para el
trabajo, no está en su sano juicio.
—Adelante.
Él lanzó de nuevo el hechizo y la línea de memoria apareció entre ellos,
llenando casi todo el ancho de su habitación, todos los colores y patrones
haciéndola sentir como si estuviera mirándolo a través de un panel de vitral.
—¿Ver las líneas auxiliares que conectan las formas que representan los
recuerdos reprimidos de la línea principal?
—¿Sí?
—Son de color verde durante la mayor parte de la línea de tiempo. Pero mira
aquí… —Señaló al último conjunto de líneas auxiliares que se ramificaban,
desde el más reciente caso de resurgimiento de sus recuerdos—. Estas
últimas líneas son negras, lo que significa que la guardiana de la memoria
lo ha hecho para que tus recuerdos ya no vuelvan a aparecer.
—¿Nosotros?
—Por supuesto. Sigues siendo la persona que amo. Eres a quien amaré
hasta el día que muera.
Ella quería discutirlo, decirle que sus confesiones eran sólo palabras sin la
fuerza de la acción detrás de ellas. Pero no dijo nada.
¿Y si él lo había hecho?
¿Pero y el sobre?
Casi sin pensarlo, ella alzó la mano y cogió un mechón de su pelo… solo
para volver a sus sentidos de repente, con un pinchazo en su corazón.
—Revela omnia.
—Tiene que haber más. Mis recuerdos suprimidos sólo resurgen cada dos
años. Si algo le sucediera a la guardiana de la memoria antes de que pudiera
dar conmigo, estaría sin hechos importantes para mi supervivencia durante
mucho, mucho tiempo, y me niego a creer que el Maestro Haywood no
hubiera estado preparado para esa posibilidad. —Tocó con su dedo el
sobre—. ¿Puedes hacer que una escritura secreta solamente sea visible si
un encantamiento revelador tiene una refrenda unida?
Los ojos de ella se fueron hasta la segunda posdata. No te preocupes por mí.
La frase se le había dado en dos partes, una como contraseña y la otra como
una refrenda. ¿Pero para qué?
De repente lo supo: para algo que el Maestro Haywood tenía razones para
confiarle solamente a ella.
Su varita.
Una vez había sido su orgullo y alegría, su varita, una extraordinaria pieza
de artesanía. Con hojas de esmeralda y flores de amatista incrustadas en la
superficie; las vetas de las hojas estaban compuestas por filamentos de
malaquita, los pistilos y estamentos de las flores con pequeños diamantes
amarillos.
Pero ahora sabía que no habían sido los Seabourne quienes habían
ordenado tal varita espectacularmente costosa, sino la guardiana de la
memoria, la persona de más poca confianza que ella jamás había conocido.
—Las ostras dan perlas —dijo en voz alta, y recitó el resto en silencio.
Ella los dejó dentro del bolsillo interior de su chaqueta y con cuidado selló
el bolsillo.
Las preguntas sobre el futuro dolían: todos los posibles cursos de acción
invariablemente involucraban que dejara a Titus por partes desconocidas.
—Liberarle y esconderme.
—¿Has pensado en algún lugar?
Meneó la cabeza.
—Tengo tiempo suficiente para pensarlo una vez que pueda liberarle de
verdad.
Ella quería agarrar su cara en sus manos y decirle que no era al miedo a lo
que le temía. Ya no. Pero simplemente asintió.
—De acuerdo con West, cuando elaboraron la lista para los veintidós, yo era
el número veintitrés. Por lo tanto, jugaré en el lugar de Wintervale hasta que
ya no esté incapacitado.
—Es algo.
Iolanthe resopló.
—Hay que aplaudir esa clase de iniciativa. Aunque… —Se giró hacia
Kashkari—. ¿Tú no sabes si llega a los once?
—No tengo ni la más ligera idea. Nunca he soñado sobre los juegos de Eton
y Harrow.
—¿Sobre qué sueñas entonces, más que venir a Eton? ¿Y otros sueños se
han hecho realidad?
—Hubo una vez cuando era pequeño, cuando soñé con una tarta de
cumpleaños por mi séptimo cumpleaños. La verdad, las tartas de
cumpleaños no eran lo normal. En nuestra familia siempre hemos hecho
pastelitos indios para los cumpleaños. Pero en mi séptimo cumpleaños, sí
que me sirvieron una tarta con velas en la parte superior, tal y como había
soñado.
Su versión más joven habría encontrado este don fascinante. Pero ahora su
opinión sobre videntes y visiones había sido coloreada con afilados
prejuicios. Todo el sentido de la vida era la habilidad para crear las
elecciones propias. Saberlo con anterioridad —especialmente las cíclicas,
como la presencia de Kashkari en Eton porque lo había soñado— era una
limitación terrible e iba en contra del concepto de libre albedrío.
—¿Alguna vez has pensado en una vida diferente para ti? ¿Una que no
involucre dejar a tu familia para venir a Eton?
—Es un punto de vista muy occidental ver visiones del futuro como verdades
eternas esculpidas en mármol, que no deben ser alteradas o trastornadas.
Vemos una visión más bien como una sugerencia, una entre muchas
posibilidades. Después de que obtuve un trozo de esa tarta de cumpleaños,
pregunté si también podía tener ladhoos —una golosina que adoraba— y me
dieron también un plato de ladhoos. Y en cuanto a Eton, jamás vi esos
sueños como obligatorios. La cuestión siempre era si quería tener esta
aventura, y al final decidí que sí, que quería.
—Bueno, hubo uno que más o menos decidí ignorar, como un experimento,
porque parecía insignificantemente estúpido y superficial. Lo he visto un par
de veces en los últimos dos años. Yo estaría en la habitación del príncipe
por la noche, con una cantidad de otros chicos. Y entonces, me enrollo las
mangas de mi kurta y escalo por la ventana y bajo por los tubos de desagüe.
Iolanthe se sobresaltó.
—Sólo llevo mi kurta en la cama, lo que significa que fue después de que las
luces se apagaran. Simplemente no pareció como algo que fuera a hacer,
salir por una ventana para hacer una travesura por la noche. Pero cuando
la escena se desarrolló en la realidad, tenía algo que ver con Trumper y Hogg
y su lanzamiento de rocas. De repente pareció como algo que valía la pena
hacer, ir tras ellos.
—Estabas hablando justo antes de que saliera por la ventana. Jamás pude
saber lo que dijiste, pero sí, estabas ahí.
—¿Sí?
Esa posibilidad la distrajo tanto que no fue hasta que habían pasado veinte
minutos de la práctica que el significado de lo que Kashkari había dicho se
había entendido de verdad.
¿Pero por qué le estaba divulgando a ella todos esos secretos guardados? ¿Y
por qué ahora? ¿Estaba intentando decirle algo?
La habitación de Kashkari casi era tan espaciosa como la del príncipe. Una
alfombra que parecía antigua cubría el suelo. En la estantería brillaban
platos de latón que llevaban lámparas de aceite y pequeños montones de
bermellón y cúrcuma. Encima de ese diminuto altar, estaba la imagen
pintada del dios Krishna, sentado con un pie sobre la rodilla opuesta, una
flauta en sus labios.
—Linda cortina. —Ella apuntó con su barbilla hacia la cortina de brocado
de color azul celeste, que proporcionaba un toque de color en la sala de otra
manera simple.
Ella miró el reloj. Habían pasado veinticinco minutos. Cinco minutos más,
y se iba.
Kashkari sacó la carta, se sentó, y entonces, lo que pareció ser una gran
inquietud, se levantó de nuevo.
—Ya me he desahogado con los dos antes. Sería una tontería fingir otra
cosa. —Abrió el sobre y le tendió la fotografía a Iolanthe—. Es ella.
Kashkari suspiró.
—Esa es ella.
—Por supuesto. Lo que quise decir fue, ¿es de la misma ciudad que ustedes?
—Kashkari… —empezó.
Él la cortó.
—Tiene que ser veneno de algún tipo, pero no puedo sentir ningunas marcas
de pinchazos.
—No veo ninguna. —Ella le entregó unos gránulos para el dolor—. Sólo se
ve como si tu piel hubiera sido carcomida por ácido, o algo así.
—Un área así de grande. Casi como si alguien tuviera un cubo de veneno y
sólo lo lanzó hacia ti.
Y aun así él había caminado muchos kilómetros en este desierto,
arrastrándola con él.
—Sí.
—Ahora ¿por qué debes alterar una perfectamente buena hipótesis con
cosas tan molestas como los hechos?
—No tengo la menor idea. Simplemente no quiero ser una de esas personas
que pierden sus recuerdos y deciden que deben ser el Maestro del Dominio.
—Sus cejas se juntaron—. Por otro lado, anteanoche lancé dos faros. Dos
enormes faros con forma de fénix. Y el fénix simboliza la Casa de Elberon.
—Tal vez eras un humilde niño de los establos en una de las casas del
príncipe, donde adquiriste un amor por los fénix. Después de haber tenido
suficiente de palear estiércol día tras día, te fuiste rumbo a una aventura
que te llevó a través de los océanos. Mataste dragones, conociste a chicas
hermosas, y ganaste elogios por tu coraje e hidalguía…
Ella sonrió.
Él se rio.
—Ríete todo lo que quieras. No voy a pedir disculpas por mi ardiente deseo
de tener éxito en mis estudios.
—Revela omnia.
Su protector.
—Tú podrías ser él, por lo que sabemos —dijo, asegurando una nueva pieza
de venda sobre su persona.
Él se movió.
—Yo no podría escribir algo así. Lo siento, pero debería haber una ley en
contra de frases tales como: “El día en que nos conocimos, un rayo cayó”.
Con un movimiento de su mano, ella se deshizo de la arena que se había
quedado atascada en el cabello de él. Algunos otros hechizos de limpieza y
estuvo casi impecable.
—Tu piel está un poco pegajosa —dijo ella rápidamente, aunque no era así
en absoluto—. Todo ese sudor no vino sólo con hechizos. Déjame lavarte con
un poco de agua. Te sentirás más fresco.
Él contuvo el aliento.
Ella abrió la boca para decirle que nada de eso estaba ocurriendo, que tenía
que ser una alucinación de su parte… y de la de ella. Pero el calor de su piel
debajo de su mano no era ninguna ilusión. Y, curiosamente, esa piel se
ponía más fría mientras su mano viajaba a la orilla de su hombro y bajaba
por su brazo.
Ella amaba a su abstracto protector, pero solo conocía a este chico, que le
dio más agua de la que se dio a sí mismo. Ella trazó un dedo por su mejilla.
Él le tomó la mano. Ella contuvo el aliento, sin saber si iba a apartar su
mano o presionar sus labios en su palma.
I nglaterra
Ella le contó las dos conversaciones que había tenido con Kashkari acerca
de sus sueños proféticos, culminando con el sueño que había tenido sobre
ella, mucho antes de que se apareciera en la casa de la Sra. Dawlish.
—Debiste habérmelo dicho antes. Todo lo que te afecte tengo que saberlo
enseguida.
Todo había cambiado, aun así, todo era igual. Él aun pasaba las noches en
vela, preocupado por su seguridad. Y, primero que nada, cuando se
despertaba cada mañana, ella era lo único que invadía sus pensamientos.
Ella golpeó con los dedos la parte superior de una silla, la silla en la que
solía sentarse, cuando entrenaban juntos en el Crisol durante el Periodo de
Verano.
Eso era lo peor que podía decirle, pero no mostró ninguna reacción además
de bajar las comisuras de sus labios.
Su voz, entre enojada y angustiada. Sus ojos, obscuros y feroces. Sus labios,
grandes y rojos, separados por su agitado aliento.
—Has estado en cama por dos días enteros —dijo Titus—. No es una
sorpresa que tus piernas se sientan algo tambaleantes.
—Lo sabía. Aún estás molesto por la vez que comparamos nuestras pelotas.
—La Sra. Hancock quería verte tan pronto como despertaras —dijo
Kashkari, él debió haberla llamado.
Su Alteza Serenísima,
Dalbert.
Con excepción de Grenoble, todas las otras ciudades no mágicas tenían una
gran población de Exiliados. Atlantis estaba lejos de haber terminado con
su represión.
Tal vez era bueno que Wintervale se uniera. Si el remolino que había
hundido el Lobo de Mar era algún indicio, sus poderes hacían que los de ella
dieran vergüenza. Y necesitaban un poder de tal magnitud para derrotar a
Atlantis.
Ella miró la portada del libro. Había sido publicado en el Año del Dominio
853, casi ciento ochenta años atrás. Sabía que el estilizado remolino que
servía como símbolo de Atlantis representaba un remolino real cerca de la
isla, pero no sabía que no siempre había estado allí.
—Muéstrame todo lo que contenga la frase: Las ostras dan perlas, pero sólo
si estás armada con un cuchillo y estás dispuesta a usarlo.
Modificó la búsqueda.
El subtítulo decía:
Sabía que los wyverns de arena eran más grandes que los wyvern normales,
pero este era al menos tres veces más grande de lo que había anticipado, su
envergadura de las dimensiones de una pequeña mansión, y llevaba dos
jinetes, en lugar de uno, que era lo habitual.
Titus dirigió más ataques al jinete restante del wyvern de arena. Pero el
jinete se había agachado detrás del ala derecha del dragón, escudado de los
ataques.
Titus se teleportó varias veces, intentando encontrar un buen ángulo,
esperaba que el wyvern de arena no estuviera acostumbrado a esforzarse
tanto por su cena y que gustosamente dejara al poco cooperativo mago
elemental por una presa más fácil si solo pudiera dejar al jinete comatoso.
—Si excavas, el wyvern de arena excavará más rápido que tú. E incluso si
mantienes a todos los wyverns a raya, solo daría tiempo a que más refuerzos
llegaran.
—No quiero morir —murmuró—. O ser capturada. ¿No hay otras opciones?
La voz de él tembló.
—Si solo pudiera. —Aspiró una bocanada de aire—. Espera un minuto, ¿qué
dijo mi admirador? El día en que nos conocimos, un rayo cayó. ¿Supones que
pudo haberlo dicho literalmente?
No era posible.
—Escucha, Fairfax…
Casi por casualidad, ella levantó la mano libre hacia el cenit del cielo sin
nubes. Su mano se apretó en un puño. Y bajando el rayo llegó.
Él abrió la boca, si para jadear o gritar no sabía precisar. Pero ningún sonido
salió. Se quedó mirando, sus ojos llenándose de lágrimas, mientras la
brillante cometa de electricidad se precipitaba hacia la tierra.
Parpadeando, se volvió hacia ella. Ella se veía tan atónita como se sentía él.
—La Fortuna me proteja —murmuró—. ¿Es esta la razón por la que Atlantis
me quiere?
—Revivisce omnino.
—Tan lejos de Atlantis como sea posible. —Ella miró hacia el norte, hacia la
vista de los carros blindados aproximándose—. ¿Debo asumir que están
construidas para soportar los rayos?
—Sí, deberías.
Suspiró.
—¿Nadie piensa hacer las cosas más fáciles para mí? —Señaló al suelo—.
Mantén al wyvern volando entre las dunas.
Él estaba empezando a tener una idea de lo que ella planeaba hacer. Miró
por encima de su hombro. Los carros blindados estaban a cuatrocientos
metros de distancia y acercándose; también volando cerca del suelo.
—¡Puede que seas la chica más aterradora que conocí! —le dijo a ella.
—No seas dramático —dijo ella secamente—. Soy la única chica que puedes
recordar conocer.
Entonces ella desnudó sus dientes y apuntó su varita. Las dunas se alzaron,
como dos olas enormes aumentando su tamaño, y estrellándose sobre los
carros blindados, enterrándolos debajo de una literal montaña de arena.
Él urgió al wyvern a volar más alto, inclinándose una vez más hacia el este.
I
nglaterra
2 de enero, AD 1010
Casi todos los picos tienen torres de vigilancia sobre ellos, sus
estrechas ventanas brillando como los ojos entrecerrados de
bestias nocturnas. El suelo del valle es muy luminoso, revelando
anillos de defensas.
Cómo me temo que voy a llegar a ser como Padre algún día, dura
y sombría, llena de ira y recriminación. Siéndome recordado
cuán encantador y exuberante había sido él una vez sólo
profundiza ese miedo.
Después de la revelación en el té, lo que Titus quería ver era algo sobre
Kashkari. Pero el diario optó una vez más por confirmar que Titus iría a
Atlantis con una sola persona, alguien que necesitaba ayuda para caminar.
¿Podría ser?
Él no sabía lo que había esperado, pero esto fue un shock. ¿La Comandante
Rainstone?
La casa era cerrada antes de la cena. Después de eso, para irse de nuevo, o
se tenía que subir a través de una ventana o teleportarse. Y cualquier
oportunidad al teleportarse era una posibilidad de ser visto. Para él no
importaba. Para ella, todo importaba. Incluso escalar por una ventana, si
había testigos, podría despertar sospechas de la Sra. Hancock.
Ella siempre había sido escrupulosa antes. Debía recordar que a pesar de
que él podía no llevarla en su misión, ella seguía siendo la maga más
buscada en la Tierra.
Pero él no tenía el corazón para darle un sermón, así que se limitó a decir:
Después de que Titus había visto a Fairfax volver sin peligro, buscó en la
habitación de Wintervale a Kashkari. Pero sólo se encontró con Cooper y
Sutherland, ya en su salida. Wintervale bostezó, sus ojos cerrándose.
—¿Quién eres?
—No soy nadie importante, pero podrías haber oído hablar de mi difunto tío.
Su nombre era Akhilesh Parimu.
Kashkari asintió.
—Él les suplicó que lo mataran, en lugar de ser capturado… o esa ha sido
siempre la versión que me dijeron —dijo Kashkari—. En cualquier caso, en
represalia, Atlantis mató a todos los demás en toda su familia, excepto mi
madre, quien era muy joven en ese momento y había sido enviada lejos para
quedarse con una amiga tan pronto como los poderes de Akhilesh se
manifestaron.
»Mi madre creció sabiendo que era una refugiada maga, pero no sabía nada
acerca de la historia de su familia biológica. Una serie de insurrecciones en
los reinos subcontinentales trajo una afluencia de refugiados de magos a
Hyderabad. Algunos de ellos querían formar una nueva comunidad
coherente; otros simplemente querían desaparecer en la multitud. Ella se
casó con un joven de este último grupo. Él se convirtió en un abogado,
tuvieron dos hijos, y vivieron una vida que en el exterior era apenas
distinguible de las de los no magos a su alrededor.
»Mi poder, resultó, no estaba en los elementos, sino en los sueños proféticos.
¿Fairfax te lo dijo?
Esto no era lo que Titus esperaba oír. Por alguna razón, ya que su
conocimiento de los sueños proféticos de Kashkari había venido primero de
Fairfax, y porque el Oráculo le había dicho a ella que Kashkari era aquel de
quien ella debía buscar ayuda, él había llegado a anticipar que cualquier
otra cosa que Kashkari le diría también giraría en torno a Fairfax.
Pero por supuesto debería haber sabido mejor. Desde el momento en que
Kashkari comenzó su explicación, a pesar de que aún tenía que mencionarlo
específicamente, todas las palabras que había pronunciado se habían
centrado en una cosa: el gran mago elemental no del tiempo de su tío, sino
del suyo propio.
—Y pensar que una vez pensé que tu ambición era ayudar a la India a lograr
su independencia de Gran Bretaña.
—No conozco una forma u otra. Del mismo modo que no puedo decir que mi
persistencia sobre Wintervale todos estos años ha tenido algún efecto.
—Sabes cómo es. O él se vuelve mucho más discreto o la situación tiene que
ser mucho más grave, antes de que me arriesgue a decirle toda la verdad.
—Necesito un consejo.
—Adelante.
—Recientemente tuve el sueño de nuevo y esta vez por fin vi el rostro del
orador, el que dijo: “Por estar cerca de Wintervale, lo salvaste”.
—¿Quién es?
—Esperaba que supieras algo de ella que yo no. Que tal vez simpatiza con
nuestra causa.
—Un malentendido que se fue de las manos. Cuando el mago elemental hizo
caer un rayo, subí en mi peryton y fui a dar un vistazo. Agentes de Atlantis
llegaron al lugar conmigo aun circulando por encima y me han perseguido
desde entonces.
Titus asintió.
—¿Y hay una razón en particular para que eligieras contarle a Fairfax acerca
de tus sueños proféticos?
—Porque para dos personas que se supone que son amigos, a veces
ciertamente parecen como si no pueden soportarse el uno al otro.
Se dieron las buenas noches y Titus caminó hacia la puerta. Cuando estaba
a punto de salir, sin embargo, Kashkari habló de nuevo.
—Su Alteza.
—¿Qué pasa?
—Puede no decir nada de lo que usted cree, Su Alteza, pero recuerde mis
poderes —dijo Kashkari, su voz tranquila y fresca—. He visto quién es, y esa
es la única razón por la que he arriesgado mi vida y las vidas de todos los
que amo diciéndole la verdad. Algún día espero que devuelva esa confianza.
CAPÍTULO 21
Traducido por Helen1
Media hora había pasado desde que Fairfax hizo caer un rayo y enterró los
carros blindados, media hora sin problemas por causa de los esbirros de
Atlantis. El sol estaba fuerte, blanco e implacable; la arena ondulada, como
la superficie de un mar impulsado por el viento. El wyvern de arena, una
criatura resistente, se había recuperado en gran parte de la descarga
eléctrica que había recibido, y volaba de manera constante a velocidades
superiores a ciento veintinueve kilómetros por hora. Pero Titus no se atrevió
a bajar la guardia y mantuvo el escaneo de diferentes partes del cielo con
hechizos de vista lejana. Una vez que él y Fairfax habían sido encontrados,
se hacía mucho más fácil para Atlantis establecer un nuevo rango de
búsqueda. Sus fuerzas ya no necesitaban peinar cada pulgada de arena en
todas las direcciones desde el círculo de sangre original, sino que podían
concentrarse en un área muy reducida.
Titus sacó su varita, los Atlantes no eran los únicos familiarizados con el
lanzamiento de hechizos a distancia. Se concentró, se estabilizó, y encerró
a su objetivo, hechizos dejando sus labios uno tras otro.
Podía ver lo que ellos estaban haciendo y ellos estaban sin duda conscientes
de su acción. Pero ninguna de las partes esquivó, cada uno decidido a
desplegar tantos hechizos como fuera posible, en caso de que la mayoría de
ellos, en un fallo de su puntería, solo se esfumaran en la nada en algún
lugar alto en la atmósfera, o en contra de la superficie del desierto debajo.
—¿A qué se debe la turbulencia? —murmuró Fairfax, con los ojos cerrados.
—Mi héroe. Pero, ¿no puede una chica dormir en paz por aquí? —Hubo un
atisbo de sonrisa socarrona en la esquina de su boca.
Titus desmontó y llevó a la bestia, tan alta como una casa de dos pisos, a la
charca en el centro del oasis.
El hombre mayor con el Corán abrió y cerró la boca varias veces, pero las
palabras no salieron.
Otro joven con turbante marrón ladeó un arma de fuego, pero el anciano le
puso una mano en su brazo. El wyvern bebió y bebió y bebió. Cuando
terminó, Titus lo persuadió para tirar abajo una rama de palmera datilera,
para que pudiera cortar un racimo grande de dátiles.
—No a nosotros, pero hay algunos caravanistas que tendrán historias que
contar a sus nietos. Probablemente tejerán detalles elaborados sobre el
wyvern de arena comiéndose la mitad de sus camellos, mientras que el
demoníaco jinete con cuernos reía.
—Tu elogio hizo que mi cola se cayera. Mira lo que has hecho.
—Creo que sí. Y eso fue pura codicia de parte del wyvern de arena, ellos
pueden andar diez días sin agua.
—Sería bueno si nosotros pudiéramos, aunque no estoy segura de que
quiera que mi piel se vea como eso. —El wyvern de arena era casi invisible
cuando está cerca del suelo del desierto, su exterior se asemeja exactamente
a un montón de pequeñas rocas medio enterradas en arena.
—Odio tener que decirte esto, pero así es como nuestra piel ya se ve.
—Tu apariencia sin duda está sufriendo. Mi belleza, sin embargo, es tan
indestructible como las alas de los Ángeles.
—…mente marchita.
—¿Puedo recordarte que estás hablando con alguien capaz de golpearte con
un rayo?
—¿Hay algún punto en coquetear con una chica que no es capaz de eso?
Él frotó el pulgar sobre su muñeca. Su piel era tan suave como la primera
brisa de verano.
—No —respondió ella, su voz apenas audible—. Pensé que podríamos hacer
saltar algunas chispas. Pero ahora sé que nada de lo que hagamos competirá
con el abrazo apasionado entre una cuerda de caza y una serpiente.
I nglaterra
Él siempre había sido más abierto con Titus que con los otros chicos, más
franco sobre las frustraciones de su vida: su frágil madre, su nostalgia por
el Dominio y, más oblicuamente, su temor a no estar a la altura del gran
nombre de Wintervale.
Pasaron seis días después de que Wintervale se despertara para hablar del
futuro por primera vez, dos oraciones simples, declarativas.
Por naturaleza y por necesidad, se preparó sin cesar para el futuro. Después
de descubrir que durante todo ese tiempo su madre se había referido a
Wintervale, sin embargo, no podía pensar en la próxima semana, o siquiera
en el día siguiente sin que alguna parte de sí mismo retrocediera: sin Fairfax,
¿qué futuro podía haber?
5 de febrero, AD 1011
3 de septiembre, AD 1011
Es Helgira.
19 de septiembre, AD 1011
Pero su madre sí había visto el futuro. Esa había sido Fairfax de pie en el
balcón de Helgira, llamando al rayo de luz que mataría al Bane de un golpe.
Muerto temporalmente, al menos.
El lago se separó.
Era un mar interior, de hecho, tan grande que las lejanas orillas estaban
por debajo del horizonte. En su parte inferior, un grupo de escolares había
quedado atrapado en el interior de una burbuja de aire cada vez más
pequeña.
Titus negó con la cabeza lentamente. ¿Qué podría hacer uno salvo
maravillarse ante tal magnitud de poder?
Titus debería estar feliz: había leído La Vida y Hechos de Grandes Magos
Elementales una y otra vez y Wintervale estaba con toda seguridad dando la
talla. También tendría que estar aliviado por haber tomado la decisión
correcta: aparte de su incapacidad para dirigir un rayo, los poderes de
Wintervale eran en todos los sentidos superiores a los de Fairfax.
Sin embargo, Titus se sentía... incómodo: nunca había sabido lo que era
lograr la meta de uno en un gran salto, en lugar de a través de años de
trabajo intenso. Sacudió la cabeza y se recordó a sí mismo que mejor
disfrutara del momento, ya que la parte más difícil estaba por venir.
Siempre.
—Lo cual sólo puedes hacer cuando hay este tipo de rocas cerca.
El resultado habría sido diferente, tuvo que admitir Titus, al menos para
algunas batallas. Con el Crisol en mano, se levantó del catre de Wintervale,
en el que habían estado sentados hombro con hombro. Había sido un riesgo
calculado llevar el Crisol a la escuela, pero Wintervale nunca había
teleportado bien y Titus no estaba listo para revelar la ubicación de la nueva
entrada al laboratorio.
—Vamos, entonces.
—¡Con cuidado!
Pero todo lo que Titus vio cuando miró afuera, además de un vendedor
ambulante que nunca había visto antes en este Periodo, fue la habitual calle
fuera de casa de la Sra. Dawlish.
Al lado del Crisol en la mesa había una caja de pasteles con una nota por
debajo. Sacó la nota para leer.
Se enderezó.
—Odio sonar como un reloj roto, pero no es seguro para ti dejar la casa de
la Sra. Dawlish después la apagada de luces.
—Lo sé.
Ella lo miró con extrañeza. Él no podía decidir si estaba disgustada con él…
o todo lo contrario.
—¿Qué información?
—Necesito que Wintervale sea capaz de caminar por su propio poder antes
de que podamos salir en busca de Atlantis. Pero antes de eso, tengo que
averiguar qué es exactamente lo que le pasa. —Golpeó el tomo sobre la
mesa—. Esta es la referencia más completa sobre cómo interpretar las
lecturas del indicador Conoci-todo. Algunas combinaciones de inmediato
estrechan la elección a uno o dos diagnósticos probables. Pero el deterioro
de la motora gruesa y la inestabilidad mental abren infinitas posibilidades:
cualquier cosa desde el inicio de una nueva fobia a una fragmentación
irreparable de la psique.
—¿Qué?
—Hace un rato, casi se cayó por intentar llegar a la ventana, porque pensó
que había visto a su madre afuera. Sin embargo, desde donde estaba
sentado, no habría visto nada más que el cielo, y tal vez un poco de techo
del lado opuesto de la calle.
—No, no lo creo. Estaba muy lúcido. Pero el incidente me hizo recordar que
cuando usé el indicador Conoci-todo con Wintervale, todavía estaba bajo el
efecto de la panacea, durmiendo todo el tiempo. En ese momento había
pensado que el indicador dio una lectura del deterioro en las habilidades
motoras gruesas porque no podía moverse sin ser llevado, que el indicador
había sido engañado por la panacea, por así decirlo.
Por ti.
A ella.
CAPÍTULO 23
Traducido por Simoriah
Le llevó a cada una de las dos cuerdas de caza varios viajes para satisfacer
el apetito del wyvern de arena. Mientras la bestia cenaba, Titus la examinó,
como una cortesía de jinete, para asegurarse de que la montura no tuviera
heridas ni incomodidades.
Destruyó todos los localizadores y miró hacia arriba. Nada se cernía todavía
en el cielo. El grupo que había despachado más temprano con hechizos de
distancia probablemente se había encontrado con ellos por casualidad; el
tipo de localizadores que habían sido puestos en el wyvern demandaban un
poco de ensayo y error para ser rastreados.
Se quedó sin habla; debían haber pasado mil años, al menos, desde que
lanzas encantadas fueran las armas más avanzadas en una batalla de
magos.
Pero la ventaja de hacer llover armamento antiguo era que pocos soldados
modernos habían sido entrenados para lidiar con eso. Las lanzas buscaban
a los jinetes, en lugar de hacerlo con los wyverns, el cuero y las escamas de
estos eran demasiado duras para que ser penetradas. Los jinetes ordenaron
a sus wyverns a golpear las lanzas con sus alas, pero una lanza que había
sido derribada al suelo simplemente volvía a saltar hacia arriba e iba tras el
jinete más cercano.
Algunos wyverns exhalaron sobre las lanzas, pero los fuegos de los wyverns
de arena no eran lo suficientemente fuertes para derretir las lanzas, sólo lo
suficientemente calientes para calentarlas al rojo vivo, haciéndolas incluso
más peligrosas.
—¡Vuelen! —se elevó una voz clara y brusca sobre el caos y la confusión.
Titus la reconoció como la del brigadier del primer día de la cacería de
Atlantis—. El encantamiento de esas lanzas no puede durar más de unos
pocos kilómetros. ¡Podemos escapar de ellas!
El estruendo se hizo más distante cuando los Atlantes siguieron la voz del
brigadier. Titus escuchó, tenso. Podía ser un engaño, para hacerlo salir de
su escondite. Pero no tenía muchas opciones. Huir era peligroso; quedarse
en el lugar, igualmente.
—Vamos, chica. Si tenemos suerte, podremos ver el Nilo antes del amanecer.
I nglaterra
—Lo visitaré en unos días —dijo West—. No quiero que Wintervale piense
que dejó de importar cuando dejó de ser uno de los veintidós.
West se había rasurado el bigote que había llevado al inicio del Periodo. Sin
vello facial se veía bastante diferente. Y ella se dio cuenta por primera vez
que se parecía un poco al príncipe, no como hermanos, pero podían pasar
por primos.
—Estoy seguro de que Wintervale estará emocionado por tu visita. —O por
lo menos lo habría estado el viejo Wintervale.
—Al menos no quieres ser abogado, ahí hay algo que decir por el
conocimiento propio.
—No había nadie del otro lado. Tuve suerte de haberme movido en ese
momento, o pudo haber caído sobre mi cabeza. —Kashkari les lanzó una
mirada—. ¿Ustedes dos no me creerán ahora?
—Algunas veces los poltergeists hacen eso —dijo Cooper con mucha
seriedad—. No había escuchado acerca de la biblioteca estando embrujada,
pero esta es una escuela vieja. Debe de haber fantasmas contrariados de
chicos viejos rondando.
—Tal vez la Sra. Dawlish tiene algo para eso. Ya sabes, las ancianas y sus
adoloridos músculos —continuó Cooper.
Era perfectamente entendible, solo con Titus podía ser él mismo. De todas
formas, Iolanthe se sentía mal por Kashkari.
—Eso no puede ser verdad —dijo Cooper—. Creo que Wintervale está
rotundamente agradecido de que siempre estés ahí para ayudarlo. El cielo
sabe que yo lo estaría.
Kashkari suspiró.
—Espero…
—Bueno, mis oídos están zumbando un poco, pero creo que estoy bien. —
Sonrió—. Tendré una historia que contar en la cena.
Iolanthe negó con la cabeza. Trumper y Hogg, dos pupilos que habían dado
muchos problemas a los chicos de la Sra. Dawlish en el Periodo anterior y
habían sido humillados a cambio, ya no estaban en la escuela. Y aunque
hubieran regresado a Eton específicamente para buscar venganza, carecían
de la competencia para organizar un ataque de precisión a distancia, ya que
no había nadie en el techo.
Pero un ataque así, sin embargo, habría sido demasiado fácil para un mago.
¿Pero contra quién? ¿Iolanthe, que todavía era la maga más buscada del
mundo, o Kashkari, quien, al menos de acuerdo a lo que le había dicho al
príncipe, era un enemigo implacable del Bane?
Más chicos llegaron a ver a Cooper. Iolanthe y Kashkari cedieron sus lugares
y salieron al corredor.
—Pude haber sido golpeado por esa teja, si no hubieras reaccionado tan
rápido.
Iolanthe se acercó dando unos pasos. Era el Río Támesis, y el Colegio Eton
al otro lado.
—Lo estamos. —Lady Wintervale se quitó los guantes y los tiró a un lado—.
Todo un cuchitril.
El interior del Castillo de Windsor era pesado, sin duda, pero se sentía lo
suficientemente respetable. Por otra parte, el estado Wintervale, antes de su
destrucción al final de la Insurrección de Enero, se suponía que rivalizaba
a la Ciudadela en magnificencia.
—Lo saben. Creen que soy una de los parientes alemanes de la reina. —Lady
Wintervale se sentó en una silla acolchonada amarillo narciso—. Ahora
dime, ¿cómo está Lee?
—No puede caminar por sí mismo, pero por lo demás parece bien. Pregunta
mucho por usted.
—Yo… nunca lo hace frente a mí, entonces solo puedo relatar lo que he
escuchado de Su Alteza. El príncipe dice que Wintervale siempre está
ansioso por noticias de usted. Y Su Alteza ha estado feliz por no tener
noticias de usted, para no tener que mentirle a Wintervale.
—No lo sabemos. ¿Quiere que el príncipe lo traiga aquí para encontrarse con
usted?
—Bien. Puedes irte —dijo Lady Wintervale, cerrando sus ojos como si
hubiera sigo agotada por la conversación—. Si aprendes algo que debería
saber, regresa a este cuarto y di Toujours fier.
—Estaba en París.
París de nuevo.
No creía que hubiera saltado a través del Canal solo por los productos de
panadería, pero ese era tema para otra ocasión.
—No pregunté.
Parte de ella siempre estaba petrificada con miedo de estar cara a cara con
Lady Wintervale, ya que Lady Wintervale casi la había asfixiado hasta morir
cuando llegó a Inglaterra.
—Dime todo de nuevo —pidió Titus—. Más lentamente esta vez. Dime todos
los detalles.
—¿Por qué crees que Lady Wintervale vino a mí, en lugar de ti?
La Sra. Dawlish suplía tres comidas al día, pero los chicos eran responsables
de su propio té, lo que era en esencia una cuarta comida. El príncipe,
Wintervale, Kashkari e Iolanthe se turnaban para comprar la reserva de té
de una semana para ellos cuatro.
Iolanthe empezó.
—Olvidé completamente por qué estaba ahí en primer lugar. Las tejas.
Le relató el incidente de las tejas, y del libro que se cayó de una estantería
y golpeó a Kashkari.
—Muchos objetos que se caen para ser coincidencia. Kashkari cree que eran
todos para él, el libro y las tejas.
El rostro de Titus estaba serio.
—No.
Él abrió la bolsa de pasteles, le dio a ella un éclair, y tomó uno para sí.
—No estoy seguro de recordar cómo se ve. Iré a ver en tu próxima práctica.
—Entre más pienso acerca de las tejas, más me perturba. Tal vez todos
debemos irnos, antes de que pase mucho tiempo. Una vez que se separen
nuestros caminos, sin embargo, no seré capaz de ayudarte a encontrar a tu
guardián, y quiero, o al menos acercarte lo suficiente.
Algo casi la ahogó, como la ira, pero no por completo. Oposición. Había
estado resignada a su eventual partida de la escuela, de su vida. Pero ahora
que había dicho propiamente esas palabras, la resignación se había
evaporado como bruma matutina.
No quería irse.
Nunca lo quiso.
—Escuché que le pegaste a una teja voladora hoy —dijo Wintervale desde
su catre.
El puñal de la culpa era agudo. Más que nada, ella lo había envidiado. Su
poder. Su destino. Su ahora inquebrantable demanda de Titus. Cuando ella,
de todas las personas, debería entender la dura prueba que tuvo que haber
sido. Y perder su movilidad, sobre todo.
Él suspiró.
—Algunas veces creo que sí. Algunas veces estoy seguro que sí. Y luego, la
siguiente vez que me levanto, es lo mismo de nuevo.
La chica despertó hacia un cielo tachonado con estrellas y el sonido del aire
corriendo sobre sus oídos.
—¿Así que está perdonado por sus crueles ofensas literarias porque estaba
siendo verídico?
—Las partes que tenían que ver con magia elemental, tal vez. Pero todavía
está a la altura de la falta de masculinidad por gimotear “eres mi esperanza,
mi oración, mi destino”.
—Está bien, mi esperanza —pero no voy a decir el resto de eso—, tengo algo
que necesitas sentir.
Él rio suavemente.
Ella sabía que estaban en un tema serio, pero por la agitación de su aliento
en su piel, la lenta pronunciación de sus palabras, calor corrió a lo largo de
todas sus terminaciones nerviosas.
—¿Me gustará?
Entonces había estado helado; ahora ya no estaba frío. Debía de ser la mitad
de un par de rastreadores de calor: la temperatura de un rastreador de calor
aumentaba a medida que la distancia con su pareja disminuía. El
compañero de este rastreador en particular había estado bastante alejado
antes. Pero ahora quien fuera que trajera la otra mitad del par estaba mucho
más cerca.
—¿Cuánto tiempo hay antes de que este mago nos alcance? —Esa idea
funcionaría mejor durante el día.
Por su tono, no pudo decidir si estaba haciendo que cosas tontas sonaran
serias o estaba aligerando algo grave.
Ella se estremeció
—¿Por nosotros?
—Es como mirar una recreación de una batalla histórica, sin duda de eso.
—Si
—¿Cuál es el problema?
—¿Qué?
—Pero pensaba que este wyvern no era de por aquí. Pensaba que había sido
transportado desde Asia Central. Además, todavía no lo hemos tenido por
veinticuatro horas. Apenas doce horas.
—Los Atlantes deben haber dejado un rastro en aerosol para este elixir de
regreso a casa en particular, para guiarlo, y a nosotros, en la dirección de la
base más cercana.
Él juró de nuevo.
—¡Puedo ver eso! Y no quiero escucharte ponerte toda mártir y decirme que
me teleporte solo, no te he traído hasta aquí para entregarte a Atlantis.
—Saltaremos
—¿Qué?
Y siguieron gritando.
CAPÍTULO 26
Traducido por AnnaTheBrave y Jessy
I nglaterra
El que viviese sola podría ser el resultado de tener una vida secreta. Esa
vida secreta se hacía más fácil por el hecho de que no tenía familia. Y las
señales siempre apuntaban a la guardiana de la memoria estando bien
posicionada en la vida y siendo cercana al centro de poder, lo cual
ciertamente se podía decir de la Comandante Rainstone.
Él día que había revelado sus poderes, el Maestro Haywood la había metido
en un baúl portal. Ella había sido transportada a su gemelo, localizado en
el ático de la residencia de los Wintervale en el Exilio, en la parte elegante
de Londres. Lo que significaba que debía haber una conexión entre la
Comandante Rainstone y los Wintervale.
Iolanthe se frotó las sienes. Todas las piezas que había encontrado eran
útiles, por supuesto. Pero ninguna la llevaba a un lugar definitivo.
Ella resopló.
—La segunda vez que mi madre tuvo una visión sobre mí, de pie en el balcón,
ella mencionó a alguien llamada Eirene, quien perdió su confianza tras leer
su diario sin permiso.
“Esto” era una entrevista diferente que había dado la joven Penelope
Rainstone, también de la época en la que había sido nombrada por
graduarse con un sobresaliente de la escuela de oficiales, para el periódico
estudiantil de su vieja academia, situada en la zona menos rica de Delamer.
P: ¿Tienes un apodo?
—¿Recuerdas qué estaba haciendo tu madre la segunda vez que tuvo una
visión?
—¿Qué buscas?
—Registros del Hospital Royal Hesperia de ese tiempo. —Él escaneó varios
volúmenes—. No hay nada acerca de Rainstone dando a luz. Alguien, de
todas maneras, pagó por la mejor suite de maternidad del hospital y solicitó
completo anonimato. Esa futura madre ni siquiera utilizó el personal del
hospital. Pero escucha esto, media hora después de que el bebé naciera, fue
llevado a la enfermería, y no fue llevado de vuelta con la madre hasta varias
horas después, al amanecer.
¿Hasta qué punto había conspirado con Penelope Rainstone para realizar el
cambio? ¿Penelope Rainstone, quien se había enterado lo que le ocurriría a
su propia hija porque había fisgoneado en el diario de visiones de la Princesa
Ariadne? ¿Había él mencionado de pasada que había una niña huérfana en
el hospital, que estaba a punto de ser confiada al cuidado de un familiar
anciano que nunca la había visto antes? ¿De allí había crecido la
inspiración?
La última vez que el Maestro Haywood había visitado el hospital, había sido
en la noche de la tormenta de meteoritos. Él había firmado por su entrada
a las siete de la tarde y de salida una hora después. Junto a la entrada, sin
embargo, había una nota del personal administrativo del hospital: él había
sido encontrado por seguridad a las tres y media de la mañana y escoltado
fuera de las instalaciones.
—No es una mala idea, ella podría saber más de lo que pensamos —dijo
Titus—. Iré contigo.
—¿Podría decirme, mi señora —le dijo Iolanthe—, por qué fui trasladada a
su casa, cuando dejé el Dominio?
—Tú eres la hija ilegítima de mi difunto marido —dijo Lady Wintervale
calmadamente—, y él había prometido protegerte y cuidar de ti, en caso de
que fuera necesario.
Sus labios se abrieron y cerraron varias veces antes de ser capaz de emitir
un sonido.
—Sí.
En su lecho de muerte me hizo jurar por mi sangre que iba a protegerte como
a mi propia hija, le había dicho una vez Lady Wintervale. Debería haberlo
adivinado entonces. ¿Por quién más que no fuera de su propia carne y
sangre un hombre pediría algo así?
—Sí, una aventura muy antigua. Que continuó incluso en su Exilio: solían
verse en Claridges’, en Londres.
—No, nunca fue una Exiliada, era demasiado astuta para mezclarse en una
rebelión. Cuando Atlantis restringió los métodos instantáneos de transporte,
se las apañó para tener algunas lagunas hechas solo para ella misma. Así
que no le era difícil alejarse por una tarde y reunirse con él.
Por ti, él abandonó su honor, le dijo una vez Lady Wintervale a Iolanthe. Por
ti nos destruyó a todos.
—¿Fue por eso que usted dijo que yo le hice perder su honor?
Lady Wintervale levantó la barbilla una fracción de pulgada. Y de pronto ya
no era una Exiliada de aspecto frágil, más bien una maga de gran dignidad
y poder.
—Me casé con mi marido sabiendo muy bien que nunca le sería fiel a una
mujer. Pero en ese momento creí que tenía las marcas de grandeza y estaba
orgullosa de ser su esposa.
»Se convenció a si mismo que necesitaba vivir, porque tú, su hija, sería algún
día la mayor maga elemental de la Tierra, y debías ser protegida de las
fuerzas de Atlantis; aunque nunca entendí por completo por qué Atlantis
estaría detrás de ti. Despertaba de pesadillas gritando de miedo sobre el
juicio de los Ángeles. La historia escapaba de sus labios. Pero después de
un tiempo, fui incapaz de escuchar apropiadamente, porque me di cuenta
de qué me estaba diciendo: había entregado a mi prima a Atlantis a cambio
de su propia vida.
Él sacudió la cabeza.
—No, Su Alteza, fui yo. No podía verlo vivir después de eso. No intentó
detenerme, pero me pidió que hiciera un juramento de sangre prometiendo
cuidar a su hija como si fuera mi propia carne y sangre. No lo hice;
simplemente terminé con él.
—No. —Su respuesta fue firme—. Él no debe saber que estoy aquí.
—Podría ser más fácil después de que tus recuerdos suprimidos reaparezcan
—le recordó él.
Él respiró profundamente.
—¿Estás seguro?
—Cien por ciento seguro, no. Y sin embargo todo tipo de detectives de
chismes y periodistas de investigación, con todos los recursos a su
disposición y promesas de grandes recompensas —todos querían saber la
identidad del hombre que hubo engendrado el próximo heredero al trono—
llegaron con las manos vacías en sus misiones.
A pesar de la insistencia oficial, los Sihar seguían siendo los Otros. Los
refugiados de los reinos Francos, los reinos Subcontinentales, y los reinos
Subsaharianos se habían vuelto a integrar, ella había ido a la escuela y se
había hecho amiga con sus hijos. Pero los Sihar, aunque se había detenido
a escuchar a músicos callejeros Sihar, comprar pasteles de crema de
panaderías Sihar, y una vez, cuando todavía vivía en Delamer, observó una
procesión Sihar a mitad del verano por la Palace Avenue, una celebración
que marcaba su año nuevo y alta de vacaciones, nunca había visitado la
casa de un Sihar, nunca había conocido a un Sihar en la escuela, y nunca
supo que el Maestro Haywood tuviera algún colega Sihar, al menos, nadie
que lo admitiera.
—Lo mismo va para ti, recuerda eso. Para mí, eres, y siempre serás, todo
por lo que vale la pena vivir.
Y para mí, eres, y siempre serás, todo por lo que vale la pena luchar.
—Si fuera un mejor jugador de cartas juagaría contigo, excepto que no creo
que te preocupes tanto por las cartas tampoco.
—No, nunca vi el punto en ellas —dijo él, tamborileando con sus dedos la
parte superior de un libro encuadernado en piel roja gruesa.
Una gota de sangre de Wintervale, eso era lo que necesitaba. Una gota de
sangre de él, una gota de sangre de ella, y Titus sería capaz de hacerle saber
si ella y Wintervale estaban verdaderamente relacionados.
—¿Crees que puedas pedirle a Titus que me acompañe a cenar está noche?
—preguntó Wintervale.
—Me preguntó por qué Titus está tan ocupado todo el tiempo —murmuró
Wintervale.
No, pensó ella. No podía verlo como a un hermano. Al menos, no aún. Quizás
algún día, si eran capaces de trabajar juntos hacia el mismo objetivo…
Por primera vez, vio a los observadores que Fairfax había sospechado
estaban ahí: tres hombres, vestidos con ropa no maga y de pie juntos, con
su atención fija en la casa de la Sra. Dawlish.
Y su interpretación de la misma.
Iolanthe había querido ir hacia Claridge’s el día que se encontraron con Lady
Wintervale, para ver si la guardiana de la memoria todavía estaba haciendo
uso de este. Titus la convenció de esperar hasta que hiciera revisar a Dalbert
el horario de la Comandante Rainstone, para que así pudieran elegir una
hora durante la cual la Comandante Rainstone estuviera de otra manera
ocupada.
Esa oportunidad vino unos días después: la Comandante Rainstone se
esperaba que entregara premios a su alma mater toda la tarde, y Titus e
Iolanthe tenían un día corto de escuela y la práctica de criquet no requería
su asistencia.
El día estaba frío y nublado. Las hojas grisáceas que todavía permanecían
en los arboles temblaron y se estremecieron. Un trio de músicos callejeros
al otro lado de la intersección tocaban una incongruente melodía alegre en
sus violines. Los peatones, vestidos casi siempre en abrigos de marrón o
negro, corrían de aquí para allá, tomándole poca atención a los posters
publicitarios que dos chicos estaban pegando sobre una farola o al hombre
sándwich publicitando el Milagroso Tónico Adelgazante de Johansson.
—Vámonos entonces.
—Déjame ir primero para asegurar que es seguro —dijo él, después de que
estuvieron fuera de la audición del vendedor de periódicos.
Era él.
Y luego Iolanthe apenas podía verlo por las lágrimas en sus ojos. Se lanzó
hacia él.
—Iola. La Fortuna me proteja, eres tú. Pensé que nunca te vería otra vez —
dijo él, sonando aturdido.
Las lágrimas corrieron por sus mejillas. El Barón Wintervale podría haber
proporcionado el principio biológico de su existencia, pero el Maestro
Haywood era su verdadero padre, el que se sentó junto a su cama cuando
estuvo enferma, revisaba su tarea, y la llevaba a donde la Sra. Hinderstone
en los días de verano por helado de piña-melón y luego al zoológico para ver
a los dragones y unicornios.
—Estoy tan contento de que estés a salvo —dijo él con voz ronca—. Tan, tan
contento.
Solo entonces levantó la mirada y notó que ella no había venido sola. La
soltó y se inclinó a toda prisa ante el Maestro del Dominio.
—Su Alteza.
—Sí, sí, y te contaré todo —dijo Iolanthe—. Pero primero dime, ¿Cómo
desapareciste de la Ciudadela esa noche?
—Desearía tener una mejor idea de lo que sucedió. Todas las guardias
nocturnas Atlantes alrededor se mantenían susurrando entre si sobre el
Lord Alto Comandante. Me asustó bastante, pensando que el Bane en
persona podría interrogarme.
Su inflexibilidad desconcertó a Iolanthe. ¿Era otro síntoma del daño que los
hechizos de memoria habían causado?
—Un viejo hechizo de cuando las guerras eran asuntos más íntimos. Si
puedes establecer un círculo de miedo alrededor de tus enemigos, puedes
prácticamente hacerlos morir de hambre por dentro.
Cierto. Uno nunca debe enfadar a un mago elemental, que podría haber sido
instruido a que la violencia era una salida a las emociones desde una edad
temprana.
—Estuviste magnífica.
Ella jadeaba como si hubiera corrido una carrera a pie. Sus dedos se
deslizaron por el labio inferior de él y su otra mano lo agarró por un brazo.
Los latidos del corazón de él, ya inestables, se volvieron completamente
erráticos.
—Y los carros blindados estarán aquí en tres, dos, uno... —murmuró ella,
sus respiraciones más irregulares que nunca.
—Bueno —dijo ella—, esto es desconcertante. Justo cuando creí que mis
besos tenían el poder de alertar a Atlantis de mi presencia en cualquier parte
del mundo.
—Ahora estoy dispuesto a escribir versos muy malos para ti. ¿Eso no
testifica el poder de tus besos?
—Hmm, voy a tener que construir una casa en eso y llamarla Maison de
Doggerel.
—Y ahí vienen —dijo él—. Creerías que trajeran de vuelta nuestro wyvern de
arena para olfatearnos, en caso de que nos escondiéramos debajo de la
arena o entre las dunas
—¿No pueden ver lo que viene? —gritó el piloto—. ¿Por qué están ustedes
ahí de pie? ¡Muévanse!
Estaba tan aturdida por escuchar su nombre que casi no le dio lo que le
pidió. Pero se recuperó a tiempo para producir la más débil llama de fuego,
la cual iluminó a un hombre joven, delgado y guapo de su edad en hábito y
toga de las tribus Beduinas.
I nglaterra
—No entiendo —dijo Iolanthe, estupefacta—. ¿Qué está haciendo ella aquí?
Lady Callista había sido quien había dado a luz en la noche de la tormenta
de meteoros. Lady Callista había sido la que tuvo una aventura con el Barón
Wintervale. Lady Callista, la última en entrar a la biblioteca en la Ciudadela
tras el Maestro Haywood, había sido quien distribuyó los vértices de un
cuasi-teleportador que lo alejó.
—No puede ser usted —se oyó decir Iolanthe—. Ha estado trabajando contra
nosotros todo el tiempo.
—Si te refieres a la instancia del día en que convocaste el rayo, cuando puse
un localizador en la manga del príncipe, eso fue hecho exclusivamente a
petición de Atlantis. No tenía idea que los dirigiría a ti, hasta que llegué a la
escena y vi a agentes de Atlantis trabajando para deshacer los hechizos de
anti-intrusión que Su Alteza había puesto.
—¿Estuvo ahí?
—De eso sólo se puedes culpar a sí mismo, Su Alteza —dijo Lady Callista de
vuelta—. Sí, hice que Aramia le administrara el suero de la verdad: la
Inquisidora me había dicho en términos certeros ver que se cumpliera. Pero
lo que la Inquisidora no sabía era que yo había sustituido un diferente tipo
de suero de la verdad, uno que actuaba más lento.
—Se suponía que tuviera una entrevista con la Inquisidora tan pronto
llegara —prosiguió Lady Callista—. Ella vería la bebida en su mano y sabría
que tenía su dosis. Pero el suero no tendría efecto en usted por casi una
hora, para ese momento usted ya habría terminado con ella y no peor que
como había comenzado. Entonces yo podía comenzar a hacerle preguntas
tan pronto como el suero empezara a actuar, y descubrir el paradero de mi
hija.
—Sólo porque usted misma estaba en riesgo que ser desenmascarada —dijo
Iolanthe de regreso, poniéndose más enojada con cada palabra—. Tenía
miedo de que, si la Inquisidora realmente podía ver a través de los hechizos
de memoria, su propia posición estaría en peligro. Si se preocupaba por él
en absoluto usted no hubiera retenido sus recuerdos de tal manera de
nunca permitirle a él tener acceso.
—¿Es así como trata a las personas que la aman, que dejan todo por amor
a usted?
—Sí. Porque él, —Lady Callista apuntó otra vez un dedo en dirección al
Maestro Haywood—, no me ama. Ama un producto de su propia
imaginación. Mi yo real usa a la gente, los descarta, y no se arrepiente de
nada. ¿Él ama eso?
Se posó ante Lady Callista y comenzó a recitar una larga serie de hechizos.
—El príncipe me pidió que le quitara todos sus recuerdos que tuvieran que
ver contigo. Cuando vuelva en sí, sabrá cómo regresar a la Ciudadela. Pero
no pensará en regresar y perseguirte.
—No es que lo vaya a hacer, de cualquier forma —dijo Titus—. Todos sus
recuerdos que tengan que ver con ustedes dos probablemente han sido
suprimidos por un tiempo, dado que Atlantis la ha estado interrogando día
a día.
Iolanthe negó un poco.
—Ahora que has preguntado otra vez, Iola, creo que he tenido suficiente de
este lugar.
Era extraño como es que ella conocía a ambos hombres tan bien, aun así,
ellos eran esencialmente extraños el uno para el otro. Y el Maestro Haywood,
al menos, parecía determinado a mantener cada etiqueta.
—La conozco a ella en esa capacidad. Por favor continúe —dijo Titus.
—Me encontré con Eirene —la Comandante Rainstone— para tomar un café
y me dijo que se iba a encontrar con su amiga Lady Callista en la tienda de
libros de Eugenides Constantinos después, que si gustaba acompañarla.
Dije que me gustaría, así que así sucedió.
—Dijo que estaba ahí para comprar un libro que un amigo de ella había
desfigurado. Su compañía fue tal placer, que me ofrecí a comprarle el libro.
—Siempre arrastrabas ese libro con nosotros, aunque dijiste que era un
libro terrible.
París.
Iolanthe, incluso con su dolor de cabeza por haber sido teleportada casi
doscientos cuarenta y dos kilómetros —aunque divididos en tres
segmentos— estaba encantada.
Él abrió un cajón y sacó estuches de tarjetas del Sr. Rupert Franklin, del
Sr. Arthur Franklin, y la Srta. Adelia Franklin.
—Así que esto es lo que has estado haciendo en París —dijo Iolanthe
suavemente, más que un poco abrumada por todo lo que él había hecho.
—En parte.
Los llevó por un pasillo hacia otra habitación. Había sido arreglada con un
largo escritorio al centro, y con estantes en las paredes. Iolanthe reconoció
algo del equipo en el escritorio ya que venían del laboratorio.
—Una vez que me di cuenta de que tus recuerdos podrían no regresar, quise
protegerte contra las secuelas de una supresión permanente. Lo que
significa que tenía que encontrar una manera de traer de vuelta tus
recuerdos.
»Decidí duplicar el tipo de protección que había sido puesto en mí. Si alguien
interfiere con mi memoria, y alguien quién cumpla el umbral de contacto
requerido aún pudiera, mi memoria se recuperaría en semanas, si no es que
días. Pero algunos de los ingredientes requeridos para la poción base no
viajan bien, deben ser realmente frescos, y pierden su eficacia si son
teleportados.
—De cualquier forma, no te lo dije antes porque no tenía la poción base lista
y no quería que pensaras que te estaba facilitando que dejaras Eton. Quiero
decir… —Se encogió de hombros—, sabes lo que quiero decir.
Él sacó dos vasos y los llenó a la mitad con una jarra que decía que contenía
agua de mar.
—Necesita agua del primer océano en el que hayas estado, que asumí había
sido el Atlántico para ustedes dos. Y después debes añadir tres gotas de tu
propia sangre, y tres gotas de sangre dadas por voluntad de alguien que te
ama. ¿Le importaría darme un poco de fuego, Srta. Seabourne?
Ahora Titus sacó un vial de polvo gris, lo dividió entre los vasos, y lo agitó
hasta que la poción se volvió brillante y dorada.
—Esto debería durarle hasta que pueda ir al banco. También tiene crédito
en las tiendas más cercanas, si quiere usar eso.
—Otro día —dijo ella, abrazándolo—. Vendré a verte tan pronto como pueda.
—Pero, ¿y si lo es?
—Hmm. —Su tono se tornó burlón—. ¿Me estás pidiendo que escoja en este
momento entre ustedes dos?
—¿No puedes hacer algo respecto a los carros blindados, Fairfax? —gritó el
sujeto en discusión—. Se están acercando con rapidez.
—No creo que siquiera sepa, o le interese, que soy una chica.
Titus tuvo que estar de acuerdo con esa explicación, y se alegraba por ello.
—No puedo desestabilizar los carros blindados. Déjame intentar otra cosa.
¡Agárrate fuerte!
Las últimas palabras fueron dichas a los gritos para que el otro chico las
escuchara. Un segundo después, un viento desde atrás casi voló a Titus de
la alfombra. Ambas alfombras aceleraron como si tuvieran cohetes. Y detrás
de ellos, apenas visible en la oscuridad de la noche, la arena se levantó como
una cortina, oscureciéndolos de la vista de los Atlantes.
Una vez que una alfombra alcanzaba los límites de su rango de vuelo, tenía
que ser bajada, o caería del cielo como una roca. Y una vez en el suelo,
necesitaba más tiempo antes de poder retomar el cielo.
—¿Quieres un poco de agua? —preguntó Fairfax. La esfera de agua que ella
había convocado brilló apenas bajo la luz de las estrellas.
El chico los miró por un momento, ni con consternación ni con celos, sino
con algo como sorpresa.
—No, gracias. Estas ropas fueron hechas para el desierto y agua es todo lo
que necesito.
—El pendiente estaba tan frío al principio que tuve que alejarlo de mi
persona. Y dado que no te estaba buscando específicamente, sino solo
viajando para encontrarme con mi hermano, no le vi el sentido a
comprobarlo. Imagina mi sorpresa cuando llegué al mediodía y estaba casi
tibio.
—Pero uno se desmayó y dos alcanzaron sus rifles cuando vieron al wyvern
de arena.
—Es una buena política que al menos un miembro del grupo finja quedar
inconsciente ante el avistamiento de un mago. Y yo siempre pensé que los
rifles son un toque de genialidad, cada vez que se ve a alguien sosteniendo
un arma de fuego, tu instinto es desecharlo como un no mago.
—¿Qué?
—Pensé que dijiste que aquellos que nos ayudaron usaron lanzas
hechizadas.
—Son los primos de Amara, entonces sí, estoy bastante seguro de que no
son Atlantes haciéndose pasar por rebeldes.
Cuando los rebeldes aterrizaron, el chico presentó a las dos mujeres como
Ishana y Shulini. Cuando llegó el momento de dar el nombre de Fairfax, él
le preguntó:
Fairfax dudó.
—¿Estaban en el oasis?
Se rieron suavemente.
—Fuimos las que agarramos los rifles, señor. Es mucho menos sospechoso
para nosotras ir como hombres no magos —dijo Shulini.
—No quiero ser el Maestro del Dominio —dijo, después de mucho rato. El
Maestro del Dominio no era alguien a quien envidiar ni en los tiempos
mejores. El Maestro del Dominio como un fugitivo de Atlantis era una
posición inmantenible—. ¿Es posible para mí arreglar que sea su mozo de
cuadras en su lugar?
—Deberías tratar —dijo ella, sus dedos apretándose sobre los de él—. De
verdad me gustan los mozos de cuadra, especialmente cuando huelen a la
porquería que han estado paleando todo el día.
—¿Eso crees?
—Sí, lo creo. Por no mencionar, ahora sabes de al menos una chica que te
besaría incluso si no fueras un príncipe… ¿no es eso lo que todos los
príncipes están tratando de encontrar?
—Iba a reservar mis besos hasta que viera ese bloque de cincuenta
toneladas cincelado con versos malos e innombrables. Pero circunstancias
extraordinarias requieren medidas extraordinarias, por lo que puedes tener
un beso ahora.
—¿Mejor?
—Su Alteza, la base está cerca. Debemos empezar nuestro descenso ahora.
Por favor sígame de cerca.
CAPÍTULO 30
Traducido por scarlet_danvers, Mapu, VckyFer, Roci_ito y Mari NC
I nglaterra
Su tono era ligero, pero la verdad de sus palabras lo golpeó duro: ella
confiaba en su propio juicio. Él, por su parte, estaba acostumbrado a llevar
su vida de acuerdo a las instrucciones que su madre había dejado atrás. Lo
cual estaba muy bien cuando él no cuestionaba esas instrucciones. Pero
cuando lo hacía, lo sumía en un estado de parálisis.
—Hubo algo que ella gritó cuando te estaba acusando de ser ingrata —
respondió Titus—. No he sido capaz de sacarlo de mi cabeza.
¿Tienes alguna idea de lo difícil que fue, lo espantoso, descubrir cómo hacer
todo lo que mi futuro yo estaba diciéndole que teníamos que hacer?
Le repitió esas palabras en voz alta a Fairfax.
—¿Notaste algo?
—Eso por un lado. Y está el hecho de que la visión que había dejado que
dominara su vida no era una visión de la acción, sino una de habla: en esa
visión, su yo futuro estaba diciéndole a tu futuro guardián lo que tenían que
hacer.
—Nunca ha habido un acuerdo sobre lo que los magos deben hacer cuando
tienen conocimiento previo de los acontecimientos que aún tienen que
ocurrir. Algunos sienten que mientras uno no esté tratando de evitar ese
futuro, no se necesita hacer más. Algunos piensan lo contrario: el futuro
había sido revelado para que esos en el presente trabajen para alcanzarlo.
Fairfax parpadeó.
—Esto podría complicarse. En sentido estricto, para cumplir la profecía, ella
solo tiene que decir las palabras, no necesita en realidad escribirlas.
Él asintió. Así como los videntes venían en muy diferentes calibres, también
lo hacían las visiones.
—¿Qué?
—Las visiones de mi madre casi siempre tienen que ver con eventos. Mi
coronación fue un evento. La muerte de la Inquisidora, un evento. Ella
misma escribiendo las palabras que un día te inspirarían a llamar un rayo,
una serie de acciones que constituyeron un acontecimiento. —Colocó sus
manos en la parte superior del diario, que durante tanto tiempo había sido
su balsa salvavidas en un mar de incertidumbres—. Pero ahora me doy
cuenta de que algunos de los supuestos más importantes de mi madre no
están fundados en una visión de acción, sino en una de habla.
Como él dirá.
—¿Puedes pedirle al diario que te muestre esa visión, así sabrás de una
manera u otra?
—Puedo, pero tengo miedo de hacerlo. —Alzó la mirada para verla—. ¿Te he
dicho que ella previó la muerte del Barón Wintervale? Pero interpretó mal lo
que vio diciendo que Atlantis había sido responsable de la maldición de
ejecución. Ella era una vidente perfecta, pero no era infalible en las
interpretaciones de sus visiones.
—¿Soy un cobarde?
—¿Porque tienes miedo? No. Solo los tontos nunca tienen miedo.
—A veces lo hace.
24 de abril, 1021
Es Titus, o al menos creo que es Titus, tal vez diez años más o
menos más viejo de lo que es ahora, un muchacho de dieciséis o
diecisiete años, delgado y guapo. Junto a él está otro chico, de la
misma edad, de buen aspecto, pero de una manera que era casi
demasiado bonito para un hombre joven. Parece que están de pie
en la orilla de un lago o un río, tirando guijarros, pero no
reconozco el lugar como cualquiera que haya alguna vez visitado.
—La Fortuna me proteja, ¿qué significa esto? —se oyó murmurar—. ¿Hay
un Elegido o no?
Había sido la cosa más desgarradora para hacer, decirle a Fairfax que ella
no era parte de su destino, pero lo había hecho sin dudarlo porque, como le
dijo, uno no discutía con la fuerza del destino. Ahora, sin embargo, la fuerza
del destino estaba demostrando ser nada más que un enigma tambaleante.
—Escúchame. Olvida cómo ella interpretó todo, las visiones son y siempre
han sido cosas impredecibles. Mira en cambio lo que sus visiones te han
llevado a lograr: me salvaste dos veces y eliminaste a la Inquisidora, la
lugarteniente más capaz del Bane.
»Tu madre murió porque Atlantis la quería muerta. Siempre ibas a ser un
enemigo implacable para Atlantis. Siempre ibas a hacer todo para volcar el
régimen del Bane. La única diferencia fue que la Princesa Ariadne se aseguró
de que estuvieras listo mucho antes de lo que de otra manera hubieras
estado.
—No, no creo que nada de lo que has hecho ha sido en vano. Todo se
cumplirá algún día. Y, además, estoy convencida de que vivirás para ver ese
día.
—Oh, mira, allá esta West. Creo que está viniendo a la casa de la Sra.
Dawlish. —Cooper abrió la ventana, su temido futuro como un reticente
abogado olvidado momentáneamente—. ¿West, vas a entrar? ¿Has visto
donde fui golpeado por una teja voladora?
—Sí, voy a entrar —dijo West, ya vestido con su ropa de críquet—. Pensaba
echarle un vistazo a Wintervale, pero con mucho gusto examinaré tus
heridas de guerra también, Cooper.
Una visita del futuro capitán del equipo de críquet resultó ser un asunto
mucho mayor de lo que Iolanthe había imaginado. La Sra. Hancock
acompañó a West por las escaleras, viéndose tan aturullada como una joven
en su primer baile. Wintervale, quien Iolanthe habría pensado que estaba
por encima de las cosas tales como el críquet y equipos de escuela, después
de un momento de sorpresa, estalló en una sonrisa de placer con la que
Iolanthe hubiera pensado que ya había derrotado al Bane.
—Esa es mi intención.
Cooper cedió su lugar y dio una narración completa sobre lo grandiosa que
había sido la visita de West a Wintervale. Y Titus estaba atrapado
escuchando la rendición de cuentas cargada de detalle, mientras Wintervale
procedía al paso de un caracol con sueño. Les tomó una cantidad ridícula
de tiempo llegar a los campos de juego, donde la mitad de los chicos de la
casa de la Sra. Dawlish —más la Sra. Hancock— estaban presentes como
espectadores.
West.
Si el Bane podía resucitar, ¿quién iba a decir que no sería capaz de lucir
unas décadas más joven? ¿Y venir a Eton para cazar a Fairfax por sí mismo,
donde sus lugartenientes habían fallado?
Fairfax anotó otras dos carreras y estaba hablando una vez más con West,
o el propio Bane, posiblemente. Titus tuvo que sentarse por un minuto, para
así poder tratar de tener algo de calma.
—Así que Su Alteza sí viene a ver una práctica de vez en cuando —dijo West
a Iolanthe mientras él recogía sus cosas.
Él la hizo entrar. Y una vez que la puerta estuvo cerrada, puso un círculo
de silencio y aplicó todos los hechizos de anti-intrusión que matarían a un
rinoceronte a la carrera, haciendo que las cejas de Iolanthe se elevaran casi
hasta la línea de su cabello.
—¿Qué? —gritó—. ¿Qué está sucediendo? Estás temblando como una hoja
en el viento.
Lo miró fijamente.
—Lo que dices no tiene mucho sentido. ¿Acabas de decir que West puede
ser el Bane?
—Pero West no salió de la nada. Ha estado en Eton por el mismo tiempo que
tú. No puedes esperar que crea que por cuatro años el Bane ha estado
caminando entre los estudiantes de una escuela no mágica.
—No sé cómo contar eso. Solo sé que no puedes quedarte aquí un minuto
más.
—No me opongo a estar del lado de la precaución. Pero para mí, desaparecer
sin decir una palabra a alguien, dejar todas mis pertenencias atrás, sería
sospechoso, ¿no es así?
Él se frotó la frente.
—Está ayunando. Y hay algunos rituales que debe seguir mientras ayuna.
Tiene permiso de quedarse en su habitación esta noche.
La Sra. Hancock tampoco llegó a la cena, lo que causó una gran revuelta
comparada con la de Kashkari, la Sra. Hancock nunca fallaba a la cena.
—Sé que es inusual, pero la Sra. Hancock se está sintiendo un poco mal
esta noche —explicó la Sra. Dawlish.
Iolanthe miró.
—¿Okeia? Sí.
—Espera un minuto. Déjame ver mis notas. —Abrió uno de sus propios
cuadernos—. Creo que lo copiaste mal. La palabra es okeanis, del océano,
de dónde es Afrodita.
—Ah, eso está mucho mejor. —Cooper cerró su cuaderno—. ¿Estás segura
que tienes que irte al territorio de Wyoming?
—Déjanos.
Como siempre, Cooper estaba siempre feliz de ser alejado por Su Alteza,
quien miró a la puerta al momento en el que estuvo cerrada.
—¿Encontraste a Kashkari?
—No. Yo n…
Kashkari.
—¿Sí?
—Entra.
Kashkari entró en la habitación de Iolanthe. Titus cerró la puerta.
—No estaría vivo hoy, si no fuera por Fairfax. Lo que sea que tengas que
decir, puedes decirlo ante él. Ya sabe quién eres y cuáles son tus
ambiciones, por cierto.
—Ah, eso tiene sentido —dijo la Sra. Hancock—. Siempre pensé que había
algo inexplicable acerca de usted, Fairfax.
—Vengo esta noche como lo que realmente soy: un enemigo jurado del Bane
—dijo la Sra. Hancock.
Titus resopló.
—Pero ninguno de nosotros está aquí por azar —dijo la Sra. Hancock—.
Kashkari vio su propio futuro. La madre de Wintervale lo envió por usted,
Su Alteza. Y usted y yo, Su Alteza, estamos aquí por un hombre llamado
Icarus Khalkedon.
—En los días que tenía la suficiente fuerza para caminar y levantarse, él
vendría a la librería, donde yo trabajaba. Nos volvimos amigos, muy buenos
amigos. Y eso era todo lo permitido que teníamos convertirnos. No podía
hacer más que hablar con una chica, pues se creía que el contacto carnal
empañaría su don.
»Mi hermana era una maga elemental. Y mi madre solía decir que mi
hermana era el mago elemental más poderoso con el que se había cruzado
alguna vez. Ella tenía que saberlo, había sido una directora por muchos
años.
»La idea fue de Icarus. Era casi el fin de su mes y el Bane estaba por usarlo
de nuevo. Pero en dos semanas, cuando él hubiera recuperado sus fuerzas,
quería que yo hiciera una pregunta: ¿La próxima vez que el Bane pregunte
por el mago elemental más potente que aún no alcanza la adultez, que le
pasaría a ese mago?
»Fue la última pregunta que pude hacerle a Icarus, antes de ser llevado de
vuelta al Palacio del Comandante al final del verano. Pero me habían ofrecido
un puesto permanente en la biblioteca e hicimos un pacto para averiguar
tanto como pudiésemos y encontrarnos de nuevo el próximo verano.
»También se enteró sobre los niveles más bajos del Palacio del Comandante.
Él había pensado que el palacio tenía tres niveles bajo tierra, pero en
realidad tiene cinco. Solo el mismo Bane, y ocasionalmente uno de sus
lugartenientes de mayor confianza, eran permitidos en los niveles secretos.
»Busqué información sobre los otros nombres que Icarus le había dado al
Bane a través de los años, esos que habían sido las amenazas del Bane. La
mayoría eran nombres de los que nunca había escuchado. Algunos los
encontré en periódicos extranjeros que teníamos en la biblioteca, magos de
varios otros reinos que habían sido arrestados poco después de que sus
nombres habían sido entregados y que a menudo eran ejecutados
posteriormente con cargos de asesinato, corrupción e incluso enormes
incidencias.
»Le rogué que no pensara más en eso. La idea de que en el más allá su
hermosa alma no sería capaz de volar con los Ángeles… no podía soportarlo.
Pero su decisión estaba tomada. Era la única manera, dijo. Pero antes de
eso todavía teníamos que hacerle algunas preguntas.
»La pregunta que él quería que hiciera me asustaba tanto que casi no podía
hablar en voz alta. ¿Cómo podría ser asesinado el Bane? La respuesta: “Al
aventurarse al nivel más profundo del Palacio del Comandante y abrir su
cripta”.
»No fue una buena respuesta para nosotros. Además de sus poderes de
oráculo, Icarus no tenía entrenamiento en ninguna otra clase de magia. Y
yo era una simple bibliotecaria lejos en la capital. La desesperación de Icarus
casi nos amenaza con remolcarnos a ambos, pero le dije que tenía que
mantenerse fuerte y parecer normal, por lo que haría una pregunta distinta
el mes siguiente.
»Mi pregunta fue: ¿Cómo puedo hacer mi parte para ayudar a matar al Bane?
Fue la primera vez que me había intervenido a mí misma en una pregunta;
lágrimas de terror caían por mi rostro incluso mientras hablaba. Recuerdo
su respuesta palabra por palabra. “Cuando el gran cometa haya venido y se
haya ido, el Bane entrará en la casa de la Sra. Dawlish en el Colegio Eton”.
»El Dominio aún era un rico reino con un relativamente vigoroso mandatario
y un centralizado poder estructurado, el Bane siempre lo vio como una
potencial fuente de problemas. La princesa heredera del Dominio estaba
esperando un bebé y las dos preguntas más recientes que el Bane le había
hecho a Icarus se referían al sexo del niño y si el niño tomaría algún día el
trono. Así que sabíamos que el futuro heredero de la Casa de Elberon estaba
más que ciertamente en la mente del Bane.
»De vez en cuando, él le preguntaría a Icarus qué debería hacer como medida
de precaución. Icarus acordó que la próxima vez que le hicieran la pregunta,
solo pretendería hundirse en un trance —él había sido tan confiable por
tanto tiempo, que el Bane ya no verificaba si sus trances eran o no
verdaderos trances— y decirle al Bane que el heredero de la Casa de Elberon
debía ser enviado a esta escuela no mágica y yo debería ser delegada como
una enviada especial del Departamento de Administración de Ultramar para
mantener un ojo en él.
»Icarus planeaba seguir como el oráculo del Bane por otro medio año, por lo
que sus palabras sobre Eton y yo no resaltaríamos. Y luego se suicidaría de
forma tal que parecería haber muerto de causas naturales.
—Esa fue la última vez que lo vi o hablé con él. Regresó al Palacio del
Comandante tres días después y para la próxima primavera estaba muerto.
Su muerte no levantó sospechas, todos siempre habían asumido que no
viviría mucho; esos poderes parecían simplemente demasiado milagrosos
para continuar existiendo.
»Ahora era solo cuestión de esperar. El cometa vino el año pasado. Los no
magos estaban tan entusiasmados como los magos. Los periódicos
reportaron avistamientos hasta febrero de este año. Pensé que estaba
preparada, pero aun así, cuando Fairfax vino ese abril, la primera noche yo
estaba tan nerviosa que apenas podía dar las gracias antes de la cena.
—Pensé que tal vez eras un explorador. Entonces, esta tarde, West vino.
—He visto al Bane muy pocas veces en mi vida. Cuando West entró en mi
oficina para firmar el registro de visitantes, creí que mis rodillas —y también
mi corazón— fallarían. Fue exactamente como Icarus había dicho: Cuando
el gran cometa haya venido y se haya ido, el Bane entrará en la casa de la
Sra. Dawlish en el Colegio Eton.
»El príncipe estaba convencido de que la Sra. Hancock era una leal agente
de Atlantis. Esperaba que fuese de otra forma, pero no tenía evidencia.
Entonces hoy, la Sra. Hancock vino a ver la práctica de críquet, lo que pensé
que era extraño, dado que ella nunca deja la casa…
—No quería estar aquí cuando el Bane entrara —dijo la Sra. Hancock.
—Luego la vi desde mi ventana, yéndose de nuevo. La seguí, lo que me llevó
a la casa de residencia de West. Cuando ella entró a la habitación de West,
decidí que muy bien podía confrontarla justo allí.
—Kashkari dijo: “Soy un enemigo del Bane. Si también lo eres, dilo ahora”.
Después de que me recuperé tanto de mi sorpresa como del espanto, exigí
un pacto de verdad(15). Con el pacto de verdad en su lugar, procedimos con
bastante rapidez. Y cuando disolvimos el pacto un cuarto de hora después,
recomendé que verificáramos las oficinas de la escuela por el registro de
West.
»Ya nada tenía sentido. ¿Por qué desapareció West? ¿Alguien lo secuestraría
con falsas premisas? Y si él no es el Bane, entonces ¿a qué se refería Icarus,
exactamente, cuando dijo que el Bane entraría a la casa de la Sra. Dawlish?
—Sentí que debíamos hablar con usted, príncipe —dijo Kashkari—. La Sra.
Hancock estuvo de acuerdo, porque ella había escuchado que su difunta
madre era una vidente. Si Su Alteza dejó alguna visión que pudiese ser de
ayuda para nosotros, por favor háganos saber.
Iolanthe podría haber predicho palabra por palabra lo que Titus diría y él no
se desvió de la forma.
El jardín del Oráculo era muy diferente de cuando Titus lo había visto por
última vez, en la primavera. Eso también había sido en la noche, pero había
estado perfumado con el aroma de las resplandecientes flores y avivado con
el sonido de amorosos insectos. Ahora la luz de los faroles brillaba sobre las
desnudas ramas y hojas caídas crujían bajo los pies.
—Solo pueden hacer una pregunta que ayudará a alguien más —le dijo a
Kashkari y a la Sra. Hancock.
—Me gustaría hacer una pregunta —dijo la Sra. Hancock. Ella subió las
escaleras y miró dentro de la piscina, pero entonces se giró de vuelta a los
otros—. No tengo idea de qué preguntar que pueda conformarse con los
requerimientos del Oráculo. Cada noche pienso en la muerte, todas las
muertes: mi hermana, Icarus, y todos los demás que el Bane ha asesinado
y torturado a lo largo del camino. La necesidad de justicia me ha conducido
todos estos años. No estoy segura de que pueda decir honestamente que
estoy tratando de ayudar a alguien vivo.
Antes de que ninguno de los magos presentes pudiera decir nada, el Oráculo
se rio suavemente en su plateada voz.
—Estoy segura de que hay al menos un alma viva que se vería beneficiada
de ello —dijo el Oráculo con gentileza.
—Aquí está otra opción —le dijo a la Sra. Hancock—. Pregúntele al Oráculo
cómo puede ayudar a la persona que más la necesita.
—¿Qué quiso decir el Oráculo con “lo has visto antes”? —preguntó Iolanthe,
después de que regresaron a su habitación.
—Lo que queda del Bane —reflexionó Kashkari—. Lo que queda del Bane.
¿Qué le falta al Bane?
—O tal vez lo hace. Tal vez comenzó a preocuparse por su alma cuando ya
era demasiado tarde —dijo Titus—. Tal vez es por eso que está empeñado en
prolongar su vida por cualquier medio posible, así no tiene que averiguar lo
que sucede después de la muerte de alguien que ya no tiene alma.
—¿Y qué cree que quería decir con los repuestos? —preguntó la Sra.
Hancock—. ¿Y por qué íbamos a querer salvarlos?
—No sé por qué —dijo Kashkari—, pero estoy pensando en ese libro sobre
el Dr. Frankenstein… ¿alguno de ustedes lo ha leído?
Todos los demás negaron con la cabeza. Iolanthe recordaba que Kashkari
tenía el libro con él el día que Wintervale había hecho girar el torbellino.
—¿Tiene que ser qué? —preguntó la Sra. Hancock, su tono de voz apenas
un susurro.
—Me imagino que el Bane hizo todo lo posible para asegurarse de que su
propia gente nunca escuchara los rumores… cualquier cosa remotamente
conectada a magia de sacrificio socavaría la legitimidad de su gobierno.
—Es por eso que West fue secuestrado. No para ser canibalizado por
repuestos, sino para usarlo al completo. —Se volvió hacia Titus—. ¿Te
acuerdas de lo que dijeron en la Ciudadela cuando el Bane resucitó el verano
pasado? Dijeron que regresó luciendo más joven y más robusto que antes.
—Así que no es sobre la primera vez que West entró en casa de la Sra.
Dawlish de lo que debemos preocuparnos. Es la próxima vez —dijo Iolanthe.
—La próxima vez que lo veamos, muy bien podría ser el Bane usando el
cuerpo de West.
Se hizo el silencio.
—Me pregunto cuánto tiempo le toma al Bane tener un cuerpo listo para su
uso —murmuró Kashkari.
—Algo así tiene que ser de contacto obligatorio —dijo Iolanthe—. Setenta y
dos horas, por lo menos.
—No tiene caso. Todos sabemos ahora que el Bane no puede ser asesinado,
excepto en su propia guarida, donde es mantenido su cuerpo original. A
menos que lo que sé de magia de sacrificio sea completamente erróneo,
cuando sacrifica otro mago, el Bane también debe sacrificar algo de sí
mismo. Es por eso que siempre quiere al más poderoso mago elemental
disponible… ya que debe sacrificar una parte de sí mismo sin importar qué,
él querría obtener la mayor cantidad de cada sacrificio posible. Y me imagino
que lo que recibe del sacrificio de un mago elemental verdaderamente
fenomenal debe ser órdenes de magnitud mayor que lo que podía lograr con
uno más ordinario.
—¿Cómo el Bane sabe eso con certeza? —preguntó Kashkari—. Mi tío fue
asesinado antes de que el Bane pudiera llegar a él. La chica que hizo caer el
rayo sigue eludiendo su alcance, por lo que alguien sabe. Antes de ellos, no
hubo ningunos grandes magos elementales en siglos.
—Hubo uno dentro del tiempo de vida del Bane, debe haber habido, y en la
misma Atlantis, no menos —dijo Iolanthe—. Recientemente me encontré con
un viejo cuaderno de viaje. Algunos viajeros en ruta hacia Atlantis, en la
época en que nadie podía visitar el reino, habían descrito el gran torbellino
de Atlantis, que acababa de llegar a existir no mucho antes. Esa es magia
elemental estupenda, crear un remolino que todavía existe casi dos siglos
más tarde. Pero nunca he oído hablar de un mago tal. ¿Alguien quiere
apostar a que quizás este pobre mago elemental habría sido el primero que
el Bane sacrificó?
Titus asintió.
—Tú puedes hacerlo —dijo Titus—, pero yo no puedo, por desgracia. Tengo
que dar cuenta de mi paradero cada veinticuatro horas. Si estoy
desaparecido durante setenta y dos horas entonces otro cuerpo caliente
debe ser puesto en el trono. Así que no puedo irme hasta absolutamente el
último minuto.
—Pero he estado diciéndoles a los chicos que me voy para Estados Unidos
—dijo Iolanthe—. Nadie estaría tan sorprendido por mi partida. Así que, si
se me necesita, puedo llevar a Wintervale a una casa de seguridad.
—No estoy seguro de cuál es la razón del príncipe, pero yo te diré la mía.
Tres semanas después de que nos conocimos, Wintervale me enseñó un
truco. Él ahuecó sus palmas juntas y cuando las separó, había una pequeña
llama en suspensión en el aire. Yo no fui el único al que mostró el truco,
estoy seguro de que la mitad de los chicos de esta planta lo han visto, por lo
menos todos los que juegan críquet, esa es.
»Tuve un poco de crisis después de eso. ¿Viajé casi doce mil novecientos
kilómetros, dejando a mi familia atrás, para mantener a este niño a salvo?
Este niño que no podía dejar de mostrarse a no magos, porque necesitaba
desesperadamente aprobación y admiración.
—Su madre está aquí, pero no quiere que él sepa que está aquí —dijo Titus—
. Todos nosotros debemos actuar con cautela similar. —Y la suya fue la
última palabra sobre el tema.
—¿Asustado?
—Petrificado.
—Tenías razón sobre mí, que mi vida no iba a ser nada sino completamente
enredada con la del Bane. —Él exhaló—. ¿Pero qué si fallamos?
Él asintió lentamente.
Ella puso una cafetera en la estufa. No iban a dormir mucho esta noche, por
lo que bien podría tener un poco de té.
—La última vez Atlantis puso una zona de no teleportación en la escuela.
Podrían muy bien hacer lo mismo otra vez, y esta vez no tendríamos el
armario de Wintervale como portal.
—Pero tenemos una serie de alfombras, Kashkari tiene dos y yo tengo una,
que juntas deben ser suficientes para transportarnos a todos nosotros.
Tengo el Crisol, que puede actuar como un portal en emergencias. Por no
hablar de que tienes un cuasi-teleportador.
—Voy a hacer eso. Estoy seguro de que puedo pensar en algo que decirle sin
dar a conocerlo todo.
Él le había dicho eso a ella varias veces, y siempre lo había aceptado sin
preguntas. Pero ahora ya no estaba tan segura.
Ella añadió más fuego a la estufa, por lo que el agua herviría más rápido.
Titus envolvió sus brazos alrededor de ella desde atrás. Ella se apoyó en él.
—Es bueno verte a salvo. Me temo que tu hermano no está aquí. Pero no te
preocupes, está bien, era un miembro del grupo que asaltó la base Atlante
y no pueden regresar por lo menos en otros cinco días en caso de que
Atlantis esté tras ellos.
—Encantado de conocerte.
Kashkari se alarmó.
—¿Tienes una alfombra rápida de largo alcance que podamos pedir? —dijo
Titus—. Debemos salir de inmediato, el propio Bane está en el Sahara.
—He querido decirte esto —dijo Iolanthe—: No tenemos la más mínima idea
de quién…
—¡Durga Devi! —Ishana venía a toda velocidad en una alfombra mágica, casi
tumbando a Iolanthe—. Durga Devi, el equipo de mantenimiento encontró
un localizador en el Oasis III.
Titus maldijo.
Ishana exhaló, claramente nerviosa por la idea de algo yendo muy mal.
Los lindworms eran los dragones voladores más grandes, no muy rápidos,
pero brutales. Iolanthe había tenido la impresión de que eran imposibles de
domesticar, pero al parecer Atlantis gustaba abrir nuevos caminos en la cría
de animales.
Una alfombra voló abajo e hizo una parada detrás de ellos. Era Shulini,
luciendo frenética.
—Su Alteza, Durga Devi pide que venga conmigo, y todos los demás también.
Hay algo que ella necesita que todos vean.
Una cúpula campana era un arma de asedio, casi tan antigua como las
lanzas hechizadas. Pero una vez en el lugar, sería casi imposible abrir una
brecha para aquellos que están dentro.
—¡Date prisa! —exclamó Kashkari—. Puede ser que aún consigamos sacar
a Fairfax.
—El Lord Alto Comandante del Gran Reino de Nueva Atlantis busca a la
fugitiva Iolanthe Seabourne. Entréguenla, y todas las otras vidas se
salvarán.
—Y no soy tan fácil de dañar. —Pero a pesar de todo, ella estaba muy
asustada.
Ishana bajó la alfombra. Estaban en la cima del macizo que se alzaba desde
el suelo del desierto. De pie en él, inspeccionando la cúpula campana, se
encontraba Amara.
Iolanthe entendió al fin que estaban hablando de una forma de hacer que
sea imposible al Bane tenerla: matándola ellos mismos. A juzgar por la forma
en que la mano de Titus se tensó sobre la de ella, también entendía.
—Sé lo que le pasó a tu tío, Mohandas —dijo Amara—. Y a pesar de que eso
fue una tragedia, impidió al Bane convertirse en inimaginablemente fuerte.
—¿Y cómo nos ayuda eso? Inimaginablemente fuerte o no, el Bane sigue en
el poder después de tantos años.
—Por lo menos estás a salvo por el momento. —Kashkari puso una mano
sobre su pecho—. Mi corazón no había palpitado tan fuerte desde el asunto
con Wintervale.
I nglaterra
Fairfax fue a ver a Lady Wintervale; ella pensaba que debía saber que su
hijo no estaría en la escuela por más tiempo. Titus regresó al laboratorio
para hacer un último barrido de artículos que tal vez quisiera poner en la
bolsa de emergencia.
Se encontró con una bolsa en un cajón que debía estar vacío: los remedios
que había tomado del laboratorio para darle a Wintervale, cuando la
condición de éste repentinamente empeoró, aquel día en la casa del tío de
Sutherland frente al Mar del Norte. Desafortunadamente, cada remedio que
Titus administró había empeorado las cosas, el último haciendo
convulsionar a Wintervale, que requirió una doble dosis de panacea para
refrenarlo.
Normalmente, Titus nunca dejaba remedios por ahí. Pero cuando regresó al
laboratorio esa noche, había estado profundamente desesperado. En lugar
de poner los remedios de vuelta a donde pertenecían, había dejado la bolsa
a un lado, para no tener que verla de nuevo.
Pero, ahora que él y Fairfax habían reparado su ruptura, no había ninguna
otra razón para evadirlo. Abrió el cajón que contenía remedios abdominales
y puso los viales que estaban en la bolsa de nuevo en su lugar, uno tras
otro. Vértigo. Apendicitis. Complejo bilioso. Vómito de origen infeccioso.
Inflamación de las paredes del estómago.
¿O no?
—Las cosas se están moviendo tan rápido que no sabemos qué pasará en la
próxima hora. O incluso en el minuto siguiente —dijo Iolanthe, sentada en
el salón principal en el Castillo Windsor que Lady Wintervale había
apropiado para su uso—. Probablemente, tendremos que llevar a su hijo
lejos de la escuela, y posiblemente sea pronto, por su seguridad. Pensé que
querría saber eso.
Lady Wintervale miró por la ventana hacia Eton, justo a través del Río
Támesis. Su voz tenía una calidad lejana:
Iolanthe estaba contando las horas hasta que ella y Titus hubieran tomado
todas las precauciones, para que pudiera hacer que él la llevara a París a
ver al Maestro Haywood, quien tendría que estar ansioso por sus noticias.
Después de eso, no había forma de decir cuándo se encontrarían de nuevo.
O si lo harían.
—Espera.
Iolanthe parpadeó.
—No entiendo.
»Sin saber qué más hacer, fui de vuelta a casa. Solo para recibir un
telegrama, de todas las cosas, de Lee, desde Grenoble, preguntándome
donde estaba yo. Así que me apresuré a volver, y ahí estaba él, sano y salvo.
Dijo que cuando no me pudo encontrar en el barco, pensó que yo debía
haber estado apurada por alcanzar el tren, así que salió corriendo a la
estación. Pero, en París, donde debía hacer transbordo, se dio cuenta de su
error y regresó a Calais, solo para darse cuenta que yo sí había tomado el
tren a Grenoble. Así que él volvió allí, y probablemente llegó a la ciudad justo
cuando yo me había ido.
—También pensé eso. Pero, luego recordé que Lee había estado lejos de mí
por setenta y dos horas en ese viaje.
Iolanthe esperó que ella dijera más, pero Lady Wintervale solo ondeó su
mano.
Su fiel sirviente,
Dalbert.
Su fiel sirviente,
Dalbert.
Algo se agitó en su memoria. ¿Qué era lo que había leído en ese diario de
viaje la primera vez?
Los turistas de hace cerca de dos siglos habían navegado a Atlantis para ver
la demolición de un hotel flotante que había sido condenado. El método de
condenación no había sido otro más que lanzar el hotel flotante al torbellino
de Atlantis.
Una vena palpitó en su sien. Cuando ella había revisado el mar después de
que el torbellino había ido y venido, también había visto restos, pero no
cuerpos.
Nadie había vuelto del servicio del domingo todavía, no era tan inusual que
el sermón se alargara. Titus se puso de pie en el interior de la habitación de
Fairfax y miró a su alrededor.
—La confundí con una palabra similar, o eso creía yo. ¿Es posible que el
nombre real no sea nada como lo que yo pensaba que fuera en ambas
ocasiones?
—Si estoy en lo correcto sobre el nombre del barco, entonces debe ser Lobo
de Mar o Feroz. Dalbert te había confirmado —y a mí de nuevo hoy— que no
hay una embarcación naval Atlante llamada Lobo de Mar. Pero había una
llamada Feroz, y la habían retirado del servicio hace tres años.
»No vi cuerpos cuando examiné el mar ese día. Restos, pero no cuerpos.
¿Crees que es posible que el barco hubiera estado vacío? ¿Que —ella tragó—
, era todo un espectáculo?
—No estoy segura de lo que quiero decir, y no estoy segura de que quiero
saber. —Su mano se acercó a su garganta—. La Fortuna me proteja, eso es
casi exactamente lo que dijo Lady Wintervale.
—¿Qué? ¿Cuándo?
—Tienes que estar en contacto físico directo con alguien durante tanto
tiempo con el fin de... de...
Y cuando regresó, el chico que apenas podía encender una vela con sus
poderes elementales se había vuelto lo suficientemente poderoso como para
crear un remolino espectacular.
Poseída.
—La Fortuna nos proteja a todos. —Su voz era ronca—. ¿Le diste a
Wintervale un revela exorcismo?
—Nada. Así era como solían decir si alguien está realmente poseído o
simplemente fingiendo. Pones un revela exorcismo en su comida y si no
muestran alguna reacción, es sólo un acto. Pero si empiezan a
convulsionar…
Ya habían deducido que el Bane era capaz de “conducir” otros cuerpos que
se veían como el suyo. ¿Quién iba a decir que no podía tomar el mando de
uno que no se parecía a su ser original?
Ellos no habían sido asignados para vigilar a Titus, como él había asumido,
sino más probablemente para garantizar la seguridad de otra persona.
—Siempre pensé que fue un milagro que Atlantis te dejara volver a la escuela
este Periodo. Yo no lo hubiera hecho.
Titus la aferró.
—Es todo por ti, ¿no lo ves? Había fracasado en encontrarte antes, por lo
que todo este engaño es entrar en mi mente, porque si él podía hacer eso,
todos mis secretos estarían abiertos a él. Después de lo que pasó la última
vez, no había manera de que me pudiera poner bajo Inquisición de nuevo
sin primero provocar una guerra, ni tiene en cualquier lugar cerca a tan
poderoso mago mental a su disposición estos días, después de que yo
matara a la Inquisidora. Y los hechizos de memoria comunes o los de control
mental no funcionan en mí porque los herederos de la Casa de Elberon están
protegidos desde el nacimiento contra tales manipulaciones. Su única
manera de entrar en mi mente era a través de medios de contacto
obligatorio.
Ella negó.
—Pero él no tiene esas horas todavía. Así que estoy a salvo. Y todavía estás
a salvo. Y…
—Si tú…
—Por supuesto que no. Acabo de estar en estado de shock y tenía que
confirmarlo.
Fairfax jadeó.
—¿Qué es?
Kashkari se estremeció.
—Algo está mal con Wintervale. Estaba mirando estas fotos y luego de
repente empezó a reír… y no paraba.
—Ahora por fin entiendo. —Se volvió hacia Kashkari—. Por estar cerca de
Wintervale, lo salvaste a él, a Su Alteza, no a Wintervale.
—Vamos.
Los carros blindados estaban muy arriba, dando vueltas como una bandada
de pájaros. Ellos bajarían en picada en el instante, en que Titus y Iolanthe
se atrevieran a hacer un escape en la alfombra de repuesto de Kashkari. Por
no hablar, la velocidad máxima de un carro blindado era mucho mayor que
los doscientos kilómetros por hora de la alfombra.
—Guardaremos eso hasta que no tengamos otra opción. Por ahora todavía
tenemos esto. —Titus puso el Crisol en la mesa.
—Ustedes dos mejor dejen esta habitación —dijo Fairfax, a Kashkari y a la
Sra. Hancock—. No han sido comprometidos todavía. El Bane no sabe que
están involucrados con nosotros, así que hagan lo que puedan para
mantenerse a ustedes mismos a salvo.
—Podemos esperar.
—¿Qué tan lejos está la Isla Prohibida? —gritó Iolanthe, sobre el aire
precipitándose sobre la alfombra a doscientos kilómetros por hora.
También había un portal en Sima de Briga, pero ese llevaba a la copia del
Crisol que se había perdido, y sin saber dónde estaba esa copia del Crisol,
Titus no había estado dispuesto a asumir el riesgo. Así que se dirigían a la
Isla Prohibida, para acceder a la copia del Crisol en el monasterio, que
todavía era un lugar seguro para el Maestro del Dominio, si podía llegar a
él.
—Me hubiera gustado que hubieran elegido las historias más fáciles para
usar como portales —dijo ella, sabiendo muy bien que el punto de
seleccionar ubicaciones difíciles era disminuir la probabilidad de que uno
fuera seguido de un Crisol a otro—. Puedo volver papilla al Lobo Feroz en
un día cualquiera.
—Y me atrevería a decir que los siete enanos no son rival para mi destreza
—dijo Titus, girando con cuidado para mirar detrás de ellos.
—Todavía no.
—No.
Probablemente era la última vez que iba a ver a los chicos. Esperaba que
Cooper todavía la recordara, cuando él fuera un abogado corpulento, de
mediana edad, de regreso a la escuela cada año el Cuatro de Junio para
celebrar los recuerdos de su juventud.
—A la cuenta de tres —gritó Titus—, levanta tus pies y lanza todo tu peso
hacia tu cabeza. Uno, dos, tres.
Una ráfaga rugió hacia ellos y la alfombra salió a volar volteándose varias
veces, habrían caído si no fuera por los arneses de seguridad que los
mantenían en su lugar.
Ella convocó un rayo, dirigido al Bane. Pero el rayo sólo golpeó un escudo,
y el Bane pasó por debajo ileso. Ella insistió en convocar más rayos, que
brillaban y chisporroteaban como si estuvieran en medio de una tormenta
eléctrica.
—Hacer que pase a través del humo, por lo menos. Si sólo Wintervale
sufriera de asma.
Tan pronto como ella terminó de hablar la alfombra se desvió hacia el norte.
Titus había traído a Iolanthe aquí en los primeros días después de haberse
conocido, antes de que pudiera controlar el aire. En esa casa había tratado
de forzarla, y casi se había ahogado en miel.
Pero ahora estaban usando el Crisol como un portal, y todas las reglas
cambiaban: las heridas causaban verdadero daño y la muerte era
irreversible.
Envió otro rayo al camino del Bane. Y, para distraerlo todavía más, arrancó
ramas más pequeñas con vientos acelerados, las prendió con fuego, y las
lanzó hacia él.
El Bane alejó con un ademán las ramas encendidas como si fueran muchos
mondadientes. Y contraatacó arrancando de raíz árboles enteros en su
camino, obligando a Titus a volar la alfombra por encima de la línea de
árboles, dándole al Bane una línea clara de visión.
Titus gritó y los lanzó bruscamente hacia la izquierda. Algo pasó tan cerca
de la cabeza de Iolanthe que levantó su cabello. Un tablón de la cerca, su
punta triangular mortalmente a alta velocidad.
Un tablón se precipitó hacia ellos por detrás, uno por la derecha, uno por la
izquierda, mientras un árbol, con terrones todavía cayendo de sus raíces, se
alzó en el aire y vino hacia ellos desde el frente.
—Casi.
El mismo suelo se hinchó y casi los tiró de la alfombra voladora. Una enorme
bola de fuego apareció alrededor de ellos. Iolanthe apenas tuvo tiempo de
abrir un agujero en la llamarada para que la atravesaran. Su propia
chaqueta se incendió, pero apagó las llamas antes de que pudieran
lastimarla.
Miró hacia atrás. Sí, había logrado alzar el enjambre de abejas a la altura
de la alfombra del Bane. Con la corriente más poderosa que podía generar,
las envió directo al Bane.
Él se rio y fuego onduló a través del aire que lo rodeaba. Las abejas cayeron
como gotas de lluvia. Pero entre el enjambre había un número más pequeño
que Iolanthe había protegido. Atravesaron el fuego y aterrizaron en su
persona.
Lady Wintervale.
—¿Crees por un instante que el Bane lo dejaría antes que eso? No, mientras
pueda obtener una oportunidad que para que ustedes crean que él es
Leander Wintervale otra vez, se quedará y será la ruina de todos.
Al fin, silencio.
Los tres levantaron escudos al mismo tiempo, Titus para Iolanthe, Iolanthe
para Titus, y Lady Wintervale para los dos. Aun así, Titus se tambaleó hacia
adelante, agarrando su pecho.
Tenía lágrimas en sus ojos. Las lágrimas ya estaban derramándose por las
mejillas de Iolanthe. Wintervale, por ser tan abierto, tan confiado, y tan
ingenuo su vida entera, había hecho que sus amigos más cínicos se
aferraran a sus secretos. Y haciéndolo, se habían protegido del Bane.
—No, estoy aquí solo por mi hijo. Haré un homenaje apropiado y ofreceré
sus cenizas a los Ángeles. Que su alma vuele un largo tiempo.
—Casi me mata decir esto —dijo Lady Wintervale, sus propias lágrimas
cayendo finalmente—. Pero… vivieron felices para siempre.
Titus fue el que señaló que las ropas de Iolanthe estaban hechas jirones. Se
cambió a unas túnicas de la bolsa de emergencia y despegaron de nuevo.
Más perseguidores, en wyverns y pegasos, estaban al alcance de la mano,
los Atlantes tuvieron que haber allanado los establos de varias historias.
Llegaron al borde Sima de Briga, con los Atlantes apenas a sesenta metros.
La espesa niebla que llenaba el abismo entero se retorcía y fluía,
oscureciendo todo debajo.
Ella nunca había usado la localización para entrenar, pero había leído la
historia de Sima de Briga hace mucho tiempo. Criaturas nauseabundas
vivían en los túneles, no tanto resguardándolos si no simplemente cazando
cualquier cosa o persona que entrara.
Más adelante, algo se deslizó a través del suelo. Podía haber sido una
serpiente pequeña, o un miembro removible de uno de los nauseabundos
pulpwyrms, enviado a explorar.
La boca bajo los ojos se abrió. No había dientes dentro. Todo estaba
aterrorizante y asquerosamente suave, y goteando con lo que parecían ser
busheles7 de saliva negra.
El príncipe la lanzó hacia el túnel, la otra criatura o tal vez la parte trasera
de esta, había pasado al fin. Pero la que estaba detrás de ellos, a pesar de
viajar a una gran velocidad, se las arregló para darse la vuelta a tiempo en
el mismo túnel.
—Los ocupantes son ciertamente más bonitos, te concedo eso —replicó él.
Él miró alrededor.
—No me gusta esto. Todos los túneles conducen arriba. Debe de haber al
menos uno que conduzca hacia abajo.
Ella soltó una maldición: de cada uno de los cinco túneles que conducían al
claro salía una pequeña cosa arrastrándose.
Había salido la luna, una enorme media luna en el cielo. El primer grupo de
defensores de los rebeldes se elevó en el aire, volando en círculos, con un
par de pequeños escuadrones virando para investigar la cúpula campana.
—Cállate de una puta vez —replicó Titus, en tono casi casual—. La única
vez que la verás es con sus ojos fríos y muertos.
—Así que… —dijo Kashkari—. ¿No recuerdan nada más, pero se recuerdan
el uno al otro?
—Estás bien?
—Yo… yo…
—Va a volver. Las precauciones que se han puesto en su lugar para nosotros
aseguraran que nunca tenemos que sufrir los efectos de un hechizo de
memoria para por mucho tiempo, pero la hora exacta probablemente variará
un poco de persona a persona.
—Durga Devi quiere que tengan esas, en caso de que Atlantis ponga algo
fétido en el aire.
Iolanthe ató su máscara, que era mucho más cómoda de lo que había
anticipado.
—No existe más. —Hubiera sido un rebelde dedicado y traído alegría a todos
los que lucharan junto a él… ella parpadeó para contener las lágrimas—. Lo
siento mucho.
—Temía eso.
—¿Delante de ti?
»Los Atlantes también habían mirado en las habitaciones de los otros niños
en busca de elementos sospechosos. Tomaron una alfombra de mi piso, una
alfombra no maga que no vuela más de lo que habla. Pero ahora me
preguntaba si este hombre había reconocido que mi cortina era en realidad
una alfombra voladora, y si algún agente de Atlantis no se daría cuenta de
lo mismo.
»Esa noche embrujé todos los cojines de los asientos para volar fuera de la
ventana de la sala común, creando una distracción. Mientras que los
Atlantes estaban preocupados con eso, me escabullí y tomé el último tren.
—Kashkari tomó un pedazo de papel de su bolsillo interior y se lo dio a
Titus—. Y este es el mensaje.
—Echa un vistazo
La nota decía:
Esto implicaba que Lady Callista había sido la que colocó el objetivo del
cuasi-teleportador en el Desierto del Sahara, y adjuntara un hechizo de
memoria a su activación: una Iolanthe que no conocía su propia identidad
sería más fácil de engañar y de controlar. El círculo de sangre habría sido
una medida de precaución, de modo que Iolanthe no se extraviara antes de
que Lady Callista pudiera encontrarla; tan poco favorecedora como su
opinión de Lady Callista era, Iolanthe no creía que ésta en realidad intentara
matarla.
Una iluminación mucho más brillante que la luz mágica azul parpadeó en
el mensaje. Iolanthe levantó la cabeza para ver un faro blanco-plata
expandirse.
Kashkari gimió.
Titus apretó su mano. Incluso con la máscara de respiración, ella podía ver
que estaba haciendo muecas. Ella apoyó su peso contra él justo cuando
tropezó.
—Si alguna vez vuelvo a verlo de nuevo, voy a decirle que dijiste que era un
valor incalculable.
—El fénix de guerra —dijo Titus—. Liberado cuando el Maestro del Dominio
está bajo ataque.
—Es cierto, pero no estamos sin amigos cercanos. La primera noche que
estuvimos en el desierto, carros blindados se acercaron demasiado, así que
solté dos faros fénix para distraerlos, sin saber exactamente lo que estaba
haciendo. Y uno de los faros era un fénix de guerra. Cuando eso sucede, mi
ubicación exacta se da a conocer al consejo de guerra en casa. ¿Recuerdas
que te dije que la segunda noche había jinetes en pegasos? Las fuerzas
Atlantes no hacen uso de pegasos, pero nosotros sí. ¿Y recuerdas las lanzas
hechizadas? ¿Adivina quién tiene esa cantidad de lanzas hechizadas?
Iolanthe jadeó.
—¡Claro! Incluso dijiste que era como ver una recreación histórica. El Museo
en Homenaje a Titus el Grande tiene miles de ellas para tal fin.
—Así que sólo tenemos que aguantar el tiempo suficiente para que el relevo
llegue aquí. Y luego vamos a tener que desaparecer en la multitud de una
ciudad no maga hasta que el peligro haya pasado.
—¿Cuánto tiempo crees que pasará antes de que el relevo llegue aquí?
—Cuanto antes, mejor —dijo Kashkari, con voz tensa—. En cuanto a lo que
viene, no estoy seguro de que podamos durar mucho tiempo.
Dos grupos más de los defensores de los rebeldes tomaron el aire justo en
ese momento, oscureciendo la vista de Iolanthe del cielo. Y entonces lo vio,
entrando en la cúpula campana, un enjambre montañoso de bestias aladas,
un brillo como de llama ominosa relucía en sus escalas en la luz del fénix
de guerra.
—El Bane está en el Sahara, ¿dónde más estaría el batallón wyvern? —dijo
Titus, desplegando la alfombra que los había llevado a la base rebelde—.
Ahora, ¿vamos?
Los wyverns se cernían en el aire, el batir de sus alas como miles de sábanas
húmedas siendo sacudidas a la vez. Incluso sin respirar fuego, su presencia
trajo un olor sulfuroso al aire, que fue afortunadamente apagado por la
máscara de respiración.
Titus tocó con su varita dos veces contra su palma. Las siete coronas con
incrustaciones de diamantes a lo largo de la longitud de la varilla
comenzaron a brillar.
—Pero esa es Validus. —Ella estaba nerviosa por su gesto: Validus había
pertenecido a Titus el Grande. Por no hablar, que era una de las últimas de
las varitas espada, un amplificador más potente del poder de un mago que
una varita ordinaria.
—El Lord Alto Comandante del Gran Reino de Nueva Atlantis se dirige a Su
Alteza Serenísima, el Maestro del Dominio. —La sonora voz llegó de nuevo—
. Atlantis y el Dominio en la actualidad gozan de una asociación pacífica y
mutuamente beneficiosa. Entregue a Iolanthe Seabourne al cuidado de
Atlantis y la amistad continuará.
—Me gustaría. Pero cada vez que la voz habla, prefiero ahogarme con miedo.
Incluso el poder de Validus en su mano no era suficiente para expulsar ese
miedo.
—Y yo me pongo cada vez más indignado de que alguien todavía piense que
voy a renunciar a ti. —Él murmuró un hechizo. Cuando volvió a hablar, su
voz, aunque no se elevó en lo más mínimo, viajó por kilómetros—. El Maestro
del Dominio considerará la entrega de un kilómetro cúbico de excremento
de elefante al cuidado de Atlantis, pero nada más. Y extiende sus más
cálidos saludos al Lord Alto Comandante Supremo. Pronto el Lord Alto
Comandante partirá hacia el vacío, donde está desde hace mucho tiempo.
—El Maestro del Dominio es sin duda el chico más estúpido que jamás haya
vivido —respondió Titus—. Pero se enorgullece de no ser un hombre viejo y
vil que practica magia de sacrificio, como lo hace el Lord Alto Comandante.
—Atlantis está siempre del lado de la paz y la amistad. Pero usted ha traído
la guerra a sí mismo, Titus de Elberon.
Las lágrimas caían sin control por las mejillas de Iolanthe. Tiró de Titus
hacia ella y lo besó con fuerza.
—Perdóname —dijo él, entre besos—, por estar tan equivocado en todo este
Periodo.
Él la besó de nuevo.
Con un rugido un wyvern arrojó una llama brillante. Cien wyverns más
siguieron el ejemplo. Al instante, el aire se volvió caliente y acre. Los wyverns
se abalanzaron sobre los rebeldes, lloviendo fuego.
Una vez, hace unos veinte años, me las arreglé para convencer a un joven
local para que me llevara a una excursión rápida. La excursión se convirtió
en siete días terribles errando en lo salvaje. Si no hubiéramos tropezado
accidentalmente con una salida, habríamos perecido en esas montañas
implacables.
Pero qué bonitas eran, las montañas: tan vírgenes y vivas como el primer
día del mundo.
Uno de los legados de estos episodios variados de Helenización fue que los
barcos Atlantes, tanto los de la armada y los de la marina mercante, tendían
a tener nombres griegos. En la época de la Insurrección de Enero, los buques
de reinos Helenísticos reales habían sido conocidos por pintar sus nombres
en el alfabeto latino, a fin de no ser tomado por una nave Atlante y ser
saboteado.
Después del reinado de Titus VI, uno de los soberanos más agraviados de la
historia de la Casa de Elberon, el nombre Titus ha caído casi totalmente
fuera de uso entre la población del Dominio. La Casa de Elberon ha estado
dudado en reclamar el nombre que una vez había sido asociado con varios
de sus miembros más ilustres: el niño príncipe es el primer niño nacido de
la casa que se llama Titus en más de doscientos años.
12. Me entristece enormemente que Titus VI, uno de los magos más
principistas y valientes que jamás respiraron, es referido casualmente por
los redactores de El Observador de Delamer como “agraviado” en el artículo
“La Reacción Ambivalente al Nombre del Niño Príncipe”. Me entristece aún
más que los lectores en general de El Observador de Delamer acepten esa
afirmación sin ninguna pregunta.
Sí, todos hemos aprendido en la escuela que Titus VI tuvo que abdicar al
trono en favor de su hermana menor, después de que usó fuerza letal contra
sus propios súbditos. ¿Pero nadie fuera de la comunidad Sihar recuerda el
contexto de las decisiones de Titus VI?
Aquellos habían sido algunos de los días más oscuros de los Sihar del
Dominio: establecimientos Sihar arrasados en todas las grandes ciudades,
niños Sihar golpeados en plena luz del día, y Sihar perfectamente
respetuosos de la ley forzados a huir de sus hogares. Turbas insubordinadas
convergían en Lower Marin March, proclamando con orgullo que no se
detendrían hasta que hubieran llevado a todos los Sihar al mar.
Titus VI ordenó a las turbas dispersarse por todos los medios necesarios.
Hubo 104 muertes antes de las turbas finalmente se disolvieran, pero el
número de Sihar que habrían perecido, si Titus VI se hubiera hecho a un
lado y no hubiera hecho nada, habría sido indecibles decenas de miles.
La protección, sin embargo, también segregaba en efecto a los Sihar del resto
del Dominio. No fue sino hasta doscientos años después que un decreto
principesco por Titus V concedió a los Sihar la libertad de circulación en
todo el reino. Titus VI, durante su reinado, revocó el requisito de que los
Sihar debían llevar marcas de identificación mientras viajaran fuera de
Lower Marin March.
Así, mientras el último rey de Atlantis no puede ser criticado por erigir un
gran complejo lujoso con muchos de sus súbditos sufriendo, puede ser
ampliamente culpado por la decisión de derribar y reconstruir la mitad de
Royalis porque no le gustaba cómo se veía.
E
han
n una persecución que ha
abarcado continentes, Titus,
Iolanthe, y sus amigos se las
arreglado siempre para
mantenerse un paso por delante de
las fuerzas Atlantes. Pero ahora el
Bane, el monstruoso tirano que
abarca todo el mundo mágico, ha
emitido su ultimátum: Titus debe
entregar a Iolanthe, o ver como todo
su reino es destruido en una
devastación mortal. Quedándose sin
tiempo y sin opciones, Iolanthe y
Titus deben actuar decisivamente
para dar un golpe definitivo al Bane,
poniendo fin a su reinado de terror
para siempre.
Staff de traducción
âmenoire90 karliie_j Roci_ito
Staff de corrección
areli97 Jane' Selene
Mari NC