Está en la página 1de 762

Derechos de autor © 2022 Karin Santana

Todos los derechos reservados

Los personajes y eventos que se presentan en este libro son ficticios. Cualquier
similitud con personas reales, vivas o muertas, es una coincidencia y no algo
intencionado por parte del autor.

Ninguna parte de este libro puede ser reproducida ni almacenada en un sistema


de recuperación, ni transmitida de cualquier forma o por cualquier medio,
electrónico, o de fotocopia, grabación o de cualquier otro modo, sin el permiso
expreso del editor.

ISBN-13: 9781234567890
ISBN-10: 1477123456

Diseño de la portada de: Sara Anahí Vera Vizuete


Número de control de la Biblioteca del Congreso: 2018675309
Impreso en los Estados Unidos de América
Besos
con
saboR
a
MueRte
Dulce agonía. Libro 1
KARIN SANTANA
No merezco desear la muerte porque puedo soportar la
vida. Simplemente no me apetece hacerlo. Quiero volver a
ser miserable, sin este miedo constante de perder lo que el
cielo o el infierno me han brindado. Quiero deshacerme del
anhelo y la esperanza. Quiero pudrirme de dolor y
ahogarme en lágrimas.
 

 
Alexandra Moreno
 

 
BESOS CON SABOR A MUERTE
 
Dicen que cada uno se destruye a su manera; yo decidí
hacerlo en manos de un demonio de ojos grises: cruel,
sádico, egocéntrico, cínico y asesino por naturaleza. No, no
es una buena persona; no, no debes esperar nada bueno de
él. Nada, salvo una delirante tortura a base de sus adictivos
besos y sus infames caricias. Mi pecado fue haberme dejado
seducir por su sádica alma que calmaba el masoquismo de
la mía. Mi condena por pagar es la agonía más placentera
que jamás creí que pudiera llegar ha experimentar.
 

 
A todos mis lectores han estado a mi
lado desde el inicio y a lo largo del camino.
Por creer en mí y no rendirse conmigo.
A mi padre, por ser mi principal motivación
INTRODUCCIÓN

—Se informa que la Mansión Kürten ardió en llamas la


noche de ayer. A pesar de que los bomberos acudieron de
inmediato, ya no pudieron hacer nada; el fuego se había
extendido a todo el lugar y fue imposible sacar a la familia
con vida.  
»El importante empresario Eleazar Kürten, su esposa y
tres de sus hijos murieron en este lamentable accidente. »
Los peritos informan que las llamas se iniciaron en la
habitación de la hija más pequeña. Al parecer la niña jugaba
con fuego en un descuido de sus padres, pero las cosas se
salieron de su control, y para cuando estos se dieron cuenta
ya era demasiado tarde; los cuerpos de todos los miembros
de la familia quedaron totalmente calcinados…
Mantengo mi mirada atenta sobre el hombre del
noticiero; este continúa hablando y exponiendo más
información sobre la noticia en cuestión. En la pantalla se
muestran imágenes del lugar donde ocurrió el accidente, y
entonces decido mirar a otro lado. Tras liberar un suspiro,
me dedico a tomar mi desayuno. Esa clase de noticias son
tan comunes hoy en día, que es difícil sorprenderse con ello;
aun así, no puedo evitar sentirme mal por las víctimas, pues
el hecho de que haya sido una familia entera pesa más.
Yo ni siquiera puedo imaginar mi vida sin mi amada
familia.
—Pobres —escucho decir a mamá de manera compasiva.
Creo que el embarazo la tiene más sentimental de lo normal
—. Morir de esa manera es realmente horrible.
—Morir quemado… —Hago una mueca y me estremezco
de solo imaginarlo—, debe ser horrible y muy, muy
doloroso.
—No creo que haya una manera de morir que no sea
horrible —comenta papá, para después apagar la pantalla.
—No lo sé; hay muertes que son instantáneas o menos
dolorosas, pero quemarte hasta morir... realmente es una
muerte horrible.
—En eso tienes razón, pero no pensemos más en ello. —
Mi padre se pone de pie tras terminar su desayuno y le da
las gracias a mamá antes de encaminarse hacia la sala—.
Aisa, apúrate, en diez minutos salimos.
—Sí.
Me apresuro a terminar el desayuno para después
cepillar mis dientes, me despido de mamá, tomo mis cosas
y salgo a prisa donde mi padre me espera ya dentro del
auto.
Durante todo el camino al instituto, e incluso durante las
clases, no dejo de pensar en lo que debe sentirse morir
quemado, y ni siquiera sé por qué pienso en ello, pero todo
lo que habita en mi mente parece ser un fuego abrasador,
que me hipnotiza con su anaranjada y danzante llamarada.
Suspiro, cierro mis ojos y acaricio mis brazos sintiendo el
suave y caliente tacto de mis manos. Ahora me figuro el
ardor del propio fuego; lo imagino con tanta intensidad que
casi siento cómo quema mi piel. Mi mente comienza a
divagar, metiéndome en escalofriantes y aterradores
escenarios donde mis padres, estando envueltos en llamas,
arden hasta la muerte. Me veo a mí misma llorando y
gritando, siendo incapaz de salvarles mientras son
devorados por las llamas. La escena se siente tan real, que
el dolor recorre mi piel y profundiza hasta mi alma.
—Señorita Barret. —Abro los ojos de golpe cuando
escucho la voz del profesor justo a mi lado. Lo miro,
asustada, y me encuentro con su rostro de preocupación—,
¿se siente mal? —pregunta, y entonces me percato de que
varias lágrimas recorren mis mejillas; me sumergí tanto en
mis pensamientos, que me desconecté de la realidad sin
darme cuenta.
—N-no… yo estoy bien —respondo, a la vez que tallo mis
mejillas con el dorso de mi mano, limpiando así las lágrimas
que se me han escapado.
—¿Está segura?
—Sí, es solo que no dormí bien y tengo los ojos irritados.
—Sonrío de manera convincente, el profesor me mira por
unos segundos más y finalmente asiente.
—Bueno, me alegra que esté todo bien.
—Sí, gracias.
El profesor vuelve a su lugar frente a la clase. Miro sobre
mi hombro buscando el rostro de mis dos amigas, América y
Amanda. Ambas me miran confusas y preocupadas, pero les
sonrío para que vean que estoy bien y me vuelvo hacia el
frente.
¿Qué demonios fue eso?
Me torturaba con la clara imagen de la muerte de mis
padres, incluso la mía. No entiendo el porqué, pero el dolor
que sentí ante la idea de verlos morir había sido tal, que las
lágrimas salieron sin que me diera cuenta.
Miro mis manos; estas tiemblan de manera leve y el
ritmo de mi corazón aún no vuelve a su normalidad. Me
sorprendo por la forma en que mi cuerpo reacciona ante mis
pensamientos; pensé con tanta intensidad y me concentré
de tal manera que casi podía sentirme en medio de aquellas
llamas. ¿Por qué?
Pienso en la pregunta… pero la respuesta no la sé.
Una súbita melancolía me abraza; mi corazón se siente
sofocado, como si estuviera siendo drenado. Hay un
sentimiento de enajenación en mi cabeza que hace que me
sienta fuera de la realidad, como si estuviera siendo
arrancada de mí misma. De la nada también me envuelve
una tristeza enorme, como si algo muy valioso me hubiera
sido arrebatado. No es la primera vez que me sucede,
aunque no es un sentir muy recurrente; aun así lo odio,
pues me hace sentir incompleta, como si algo me faltara,
pero no puedo saber qué es. Lo que nunca me había pasado
era eso de imaginar la muerte de mis padres. El solo
recordarlo me llena de miedo y culpa. No quiero invocar a la
muerte con el pensamiento.
«Estás loca, solo presta atención a clase».
Intento hacer caso a ese último pensamiento y olvidar lo
ocurrido. Me enfoco en la clase y me obligo a poner
atención; sin embargo, hay una vocecilla en mi cabeza que
no deja de susurrarme suavemente que, en definitiva, hay
algo mal conmigo.
1
Insana Obsesión

«La chica rubia camina con pasos lentos y temerosos a


través del largo y oscuro pasillo; en cada paso que da se
escucha el crujir de la madera. Llega hasta la sala de estar,
y tapa su nariz y boca ante el hedor de cuerpos en
descomposición. Mira a su alrededor, observando el lugar en
el que se encuentra: una vieja y descuidada sala de paredes
agrietadas y mohosas, con manchas de origen cuestionable
y cuya pintura original apenas se puede apreciar. Las
ventanas tienen tablones sobre ellas, evitando que se
pueda ver hacia el exterior o que la luz del sol pase entre
ellas. Los muebles están viejos y destartalados, y de estos
se desprende un fétido olor.
Con cuidado, los evade al pasar entre ellos, pero
entonces vislumbra un extraño bulto detrás de uno de los
sillones; con pasos lentos e inseguros acorta la distancia.
Cuando logra ver mejor la figura, reprime un grito al notar
que se trata del cuerpo mutilado de su amado novio. Se
arrodilla ante él y las lágrimas caen sobre el cuerpo sin vida.
Con horror contempla los miembros arrancados de manera
cruel y despiadada: el abdomen se encuentra abierto con
los órganos internos desparramados. La imagen es
demasiado para ella, por lo que termina vomitando…
—¡Te encontré! —se escucha una penetrante y burlona
voz a sus espaldas.
—¡No, no, por favor! —grita mientras retrocede, tratando
de escapar del despiadado asesino, aunque algo dentro de
ella sabe que no habrá un mañana…».
—¡Mátala ya! El repentino grito de Amanda nos hace a
América y a mí dar un respingo; las tres nos encontramos
tumbadas sobre la alfombra de mi habitación, debajo de las
sábanas, con las luces apagadas y un enorme tazón de
palomitas y latas de refrescos.
—¡Amanda, no grites así! —la regaña América con la
mano en el pecho.
—¡Es que es tan desesperante! ¿Por qué le deja sentir
que aún hay esperanza? ¡Que la mate de una vez!
—Sabemos que lo va a hacer, así que cálmate —digo,
antes de echarme un puñado de palomitas a la boca.
—Bien… silencio.
Fijamos nuevamente nuestra atención en la pantalla para
ver el inminente final de la chica:
«El cruel asesino ha apuñalado su pierna, impidiéndole
que pueda salir corriendo. Una enorme y desquiciada
sonrisa adorna su rostro y es acompañada por una
ensordecedora risa que logra erizar la piel.
—¡Por favor, no me mates! —suplica ella, aferrada a esa
última esperanza de mantenerse con vida.
—Eso es, preciosa. ¡Llora y suplica por tu vida! —exclama
el asesino extasiado por los gritos de la rubia.
—P-por favor… Ella se da cuenta de que ha llegado al
final de la habitación, está acorralada contra la pared y no
hay salida. Las lágrimas corren por sus mejillas y sus ojos
pierden el brillo, resignándose a lo que viene.
—Esto ha sido aburrido —dice en tono burlón el
despiadado asesino, antes de tomarla por los cabellos para
obligarla a ponerse de pie—. Pensé que lo harías más
interesante. Levanta su enorme cuchillo y rasga la mejilla de
la joven.
La sangre comienza a salir y ella se retuerce del dolor.
Una vez más clava el cuchillo y hace un camino desde su
oreja hasta su cuello para después dejarla caer al suelo.
Entonces, la chica hace otro vano intento por salir de ahí,
pero el asesino le corta los tendones de los tobillos, a lo que
solo le queda llorar y gritar con más fuerza.
Él se inclina levemente hacia ella y la hace dar la vuelta.
Después se sienta sobre sus piernas, y con el cuchillo rasga
su delicada blusa anteriormente azul, que ahora yace teñida
de un hermoso rojo sangre. Una vez que ha dejado al
descubierto su abdomen, encaja la punta de su gran
cuchillo en la boca del estómago, y con un solo movimiento,
rápido y sucio, rasga todo su abdomen y deja ver sus
órganos. A continuación, se escucha un penetrante grito…».
—¡Chicas!
La inesperada voz de mamá nos hace gritar tan alto, que
estoy segura de que nos escucharon hasta el centro de la
ciudad. La luz se enciende y la imagen en la pantalla de la
chica siendo descuartizada desaparece cuando mamá
apaga el televisor con el control remoto.
—¡Mamá, nos has asustado! —me quejo sacando la
cabeza de debajo de la sábana.
—Aisa, ya es tarde y mañana tienen clases.
—Pero la película está muy buena...
—Mañana podrán terminar de verla.
—¡Pero nos quedamos en la mejor parte!
—Nada de peros —cruza sus brazos y pone una mirada
un poco más severa, tratando de parecer una madre
estricta—, no quiero que mañana anden todas desveladas,
así que por favor vayan a dormir.
—Bien. —Me levanto, tomo el tazón de palomitas medio
vacío, las tres latas de refresco y las pongo sobre sus
brazos.
—Aisa, ¿qué crees que haces? —pregunta arqueando una
ceja.
—Bájalos por mí, ¿sí? —La miro con ojos de cachorrito y
solo niega.
—¿Qué voy a hacer contigo? —se queja mientras sale de
la habitación.
—¡Gracias, mamá, te quiero! —grito, antes de cerrar la
puerta.
—Otra película a medias —se queja América, metiéndose
a la cama—. Tu mamá no se da cuenta de que ya no somos
niñas pequeñas.
—Ya habrá oportunidad de verla mañana —digo,
metiéndome junto a ella. Amanda hace lo mismo, de forma
que América queda en medio de las dos.
—Me pregunto si el Asesino de la Luna será como el de la
película. —Ante las palabras de América, Amanda y yo
ponemos nuestra atención en ella. En segundos el ambiente
se vuelve un poco tenso.
—El Asesino de la Luna... —repito, sintiendo un suave
escalofrío recorrer mi espalda. 
La primera vez que escuchamos hablar de él fue hace un
poco más de un año y, desde entonces, este extraño
asesino ha causado mucho furor en toda la población, pues
ha cometido una oleada de crímenes por todo el país. Entre
sus víctimas hay hombres y mujeres, también jóvenes y
adultos; realmente no importa quién seas o qué edad
tengas, porque todos están al alcance del Asesino de la
Luna. ¿Y por qué se llama así? Porque esa es su marca
personal; siempre deja tatuada en el ojo derecho de las
víctimas una medialuna. Nadie que le haya visto cara a cara
ha logrado sobrevivir así que no se sabe mucho de él; de
dónde vino o por qué. Solo se ha dicho que usa un cuchillo
de caza para mandar al otro mundo a sus víctimas. No
pueden atraparlo porque jamás han encontrado evidencia
en la escena del crimen que pueda ayudar a dar con él. Es
como una sombra, como la niebla... es un misterio.
Misterio que me causa mucha intriga.
—Sí, el Asesino de la Luna. ¿Qué creen que pasaría si nos
topáramos de frente con él?
—Si eso pasa, no tendría oportunidad de matarme,
porque seguramente me moriría del susto al primer instante
—contesto, mientras imagino una situación en la que estoy
impelida por el miedo, con un infarto a punto de
fulminarme.
—¡Yo igual! —concuerda mi amiga y ambas soltamos una
risa boba.
—Oh vamos, ¿no pondrían resistencia? —cuestiona ahora
Amanda mientras gira su cuerpo de lado y acomoda su
cabeza sobre su brazo—. Yo no dejaría que me atrapara.
—¿Qué harías tú?  
—No lo sé, tal vez hacerle creer que estoy de su parte,
para así ganarme su confianza.
—Pero, en caso de que no quiera compañía, te matará de
todas formas.
—No lo permitiría.
—Bueno, qué más da. —Abrazo mi almohada para
acurrucarme y cierro solo un ojo—. Espero nunca tener que
toparme con él.
—Yo pienso que sería interesante —dice Amanda,
logrando que América y yo le miremos atentas.
—¿Por qué? —inquiero, y ella se encoge de hombros.
—Amanda, estás loca —América le da una patada y la
hace caer de la cama. 
—¡Oye! —Se levanta furiosa y toma una almohada para
estamparla en el rostro de América.
—¡No comiencen! —Me pongo de rodillas sobre la cama,
sirviendo de árbitro entre ambas.
—¡Ella comenzó! —se queja Amanda.
—Y luego preguntas por qué te tratan como niña
pequeña —se burla Amanda y yo también rio, mientras que
América se muestra falsamente indignada.
—Vuelvan a la cama ya.
Ambas me miran con malicia, y antes de darme cuenta,
soy víctima de una lluvia de almohadazos. Como si aún
tuviéramos ocho años, comenzamos una guerra de
almohadas y rompemos en carcajadas que resuenan en la
habitación. Minutos después terminamos tumbadas sobre la
cama, completamente rendidas, por lo que no tardamos
mucho en quedarnos dormidas.
 

Por la mañana, suaves pero constantes toquecitos en la


puerta hacen que despierte de mi plácido sueño. Me siento
sobre la cama, mirando a mis amigas dormir. Perezosa, me
acurruco una vez más, deseosa de volver a mis sueños,
pero ese deseo se ve frustrado cuando escucho la puerta de
mi habitación abrirse; cautelosos pasos sobre la alfombra
me avisan de la pequeña personita que ha hecho
intromisión en mis sagrados aposentos.
—¡Aisa! —la adorable voz de mi hermano Dan entra por
mis oídos, llenándome de una sensación tan cálida que
enseguida sonrío—. Mamá dice que bajen a desayunar —
habla lentamente para no tropezarse con sus propias
palabras.
—No quiero... —balbucea América, adormilada.
Me siento a la orilla de la cama, tallo mis somnolientos
ojos, y después de bostezar miro a mi pequeño hermano; él
me observa con esos grandes y hermosos ojos miel que
posee, muy diferentes a los míos, que son de un azul
profundo.
Teniendo la certeza de que mi hermano es el niño más
adorable del mundo, lo tomo en mis brazos y lo subo a la
cama, mientras lo coloco sobre las chicas, quienes
comienzan a protestar. Dan ríe a carcajadas por las
cosquillas que hago en su barriga. Apenas puedo creer lo
rápido que ha pasado el tiempo y lo grande que está ya;
pronto cumplirá tres años.
—¡Aisa, se hace tarde! ¡Bajen a desayunar! —escucho el
grito de mamá desde la cocina.
—Qué manera de despertar es esta —se queja Amanda.
—¡La mejor de todas!
Me pongo de pie con mi hermano sobre mi hombro, me
coloco las pantuflas y salgo corriendo de la habitación. Bajo
las escaleras de la misma manera y mamá me regaña como
siempre, diciendo que es muy peligroso lo que hago, y más
llevando a mi hermano; pero como siempre, solo le doy un
sonoro beso en la mejilla, al igual que a papá, y tras
acomodar a Dan en su silla me siento yo en la mía. Tanto
América como Amanda nos dan alcance minutos después,
para acompañarnos en la mesa.
—¿Qué tal la película de ayer? —pregunta papá.
—Estaba muy buena —comenta América con emoción—,
pero no pudimos ver el final.
—¿Por qué no?
—Porque mamá llegó a interrumpir —contesto.
—Era más de medianoche —dice mamá, poniendo los hot
cakes frente a nosotros—, y además no me gusta que vean
ese tipo de películas porque son muy fuertes.
—Señora Barret, ya estamos grandes; es normal que nos
gusten ese tipo de películas —dice Amanda con gran
simpleza.
—Aun así, no me gusta que vean esas cosas —objeta
mamá mirándonos seriamente—. Preferiría que se
desvelaran contando chismes y hablando de chicos.
—Prefiero que se la pasen viendo películas, en vez de
que anden coqueteando con chicos —comenta papá
mientras toma el control de la pantalla para encenderla.
—Ya las veré llorando después a causa de las pesadillas
—dice finalmente mamá antes de sentarse a la mesa y
nosotras solo nos limitamos a sonreír.
Como todas las mañanas, papá sintoniza el noticiero,
pero yo no presto mucha atención y me dedico a platicar
con las chicas, a la vez que hago morisquetas a mi
hermano, quien rompe en carcajadas. Sin embargo, la
mención de alguien en especial hace que pongamos
nuestros ojos sobre la pantalla.
»El importante empresario Fabián Parker se ha convertido
en la más reciente víctima del Asesino de la Luna. Al igual
que los demás, Fabian tuvo una muerte violenta; su cuerpo
recibió una docena de apuñaladas y su rostro quedó casi
irreconocible. El asesino dejó su marca distintiva, pero,
como siempre, no hay pistas que lleven a descubrir su
identidad ni sus motivos para cometer tan atroces
crímenes...
Continúo escuchando. Presto toda mi atención hasta que
el locutor cambia de tema, y entonces vuelvo la vista a mi
plato, pero ya no sigo comiendo. Ahora lo único que puedo
pensar es en ese famoso homicida al que llaman el Asesino
de la Luna.  
—Se está acercando —dice América, y todos la miramos
—; en cada noticia se encuentra más cerca de esta ciudad.
—Espero que no se le ocurra llegar aquí —dice papá.
Siento un escalofrío, pues la preocupación en su mirada es
evidente.
—¡Espero que pronto atrapen a ese horrible asesino!
¿Cómo es que aún sigue libre? No puedo entenderlo.
—¿Qué es un asesino, mami? —pregunta con gran
inocencia mi pequeño hermano, mientras hace un batidero
con su desayuno.
—Una persona mala —explica ella. Toma una servilleta, le
limpia la cara y Dan hace una mueca—. Es hora de ir al
instituto —dice, recuperando la compostura—. Yo debo
llevar a Dan a la guardería para después irme a trabajar.
Asentimos en silencio y abandonamos la mesa. Un rato
después, papá nos deja en la puerta del instituto.
Caminamos hacia el interior del plantel, y al ir por los
pasillos podemos darnos cuenta de que muchos hablan del
Asesino de la Luna, de su nueva víctima y del hecho de que
se encuentra cada vez más cerca de nuestra ciudad. Se
siente tensión y miedo en el ambiente.
—¿Quién será la próxima víctima? —la inesperada voz de
Zac detrás nuestro hace que peguemos grito en el cielo, lo
que provoca que llamemos la atención de todos alrededor.
—¡Zac! —Lo golpeo en el hombro—. No nos asustes así. 
—No necesitas ser tan agresiva —chilla, mientras se soba
—. Para ser chicas que aman el suspenso son muy
miedosas. —Lo miro mal y él ríe.
Zac es el típico amigo juguetón y bromista, además es el
primo de América. Siempre está a nuestro alrededor pues
por alguna razón, prefiere estar con nosotras que hacer más
amigos. También sé que le gusto, pero nunca se ha atrevido
a decirme nada y yo actúo como si no lo supiera.
—Todo el mundo está con los pelos de punta —susurra
Amanda, mordiendo su labio inferior en muestra de su
nerviosismo.
—¿Por el tal Asesino de la Luna? Si ese tipo llega a poner
un pie aquí, se las verá conmigo —alardea Zac haciéndose
el valiente.
—Hasta ahora nadie ha logrado atraparlo —comenta
América, en tanto observa a un punto indeterminado del
pasillo—. Tú jamás podrías con él.
—No estés tan segura; si me lo propongo podría
demostrar que soy incluso mucho mejor que él.
—¿Mejor en qué? —cuestiono.
—En todo.
—Sigue soñando —me burlo, y me mira mostrando su
disgusto.
—Ya, en serio, si realmente llega a venir aquí y nos
topáramos con él —todos miramos a América; sigue con la
mirada perdida, pero ahora en sus labios se dibuja una
sonrisa nerviosa—, ¿creen que nos dejaría vivir? —
cuestiona, mientras gira su rostro lentamente hacia
nosotras—, o ¿nos mataría sin dudarlo?
—Seguramente te mataría sin pensarlo —habla Amanda,
después de un corto silencio—. Dicen que es demasiado
cruel.
—Dicen tantas cosas. —Bostezo—. Parece que saben
mucho de él, pero al mismo tiempo no saben nada. Me
pregunto cuándo irán a atraparlo.
—No será pronto, de eso estoy segura.
—Me pregunto cuáles serán sus motivos para matar de
esa manera —balbucea América en tono suave.
—No lo sé, pero creo que realmente sería interesante
conocerlo.
—¿Para qué quieres conocerlo?
—No lo sé. —Amanda se adelanta y nos deja atrás—. Para
ponerle un poco de emoción a mi vida.
En el transcurso del día, el Asesino de la Luna sale a
relucir varias veces en nuestras pláticas: Zac solo
fanfarronea sobre cómo le atrapará si se llega a cruzar en
su camino, mientras que América y Amanda se la pasan
diciendo las mil maneras en que Zac moriría en manos del
asesino. Ninguno lo toma en serio, ¿y por qué hacerlo? Un
asesino como él suena como un asunto demasiado ajeno a
nuestra aburrida y pacífica vida.
2
UN DÍA COMÚN NADA COMÚN

El camino a casa, después de un día escolar, es tal vez


uno de mis momentos favoritos; es una rutina que llevo con
América y Amanda desde que las tres éramos pequeñas.
Nos gustaba jugar durante todo el camino, compartíamos
anécdotas y muchas risas, cosa que no se ha perdido con el
tiempo. Aunque, en esta ocasión hemos decidido platicar
sobre lo que vamos a hacer al terminar el instituto, después
de todo estamos en último año y es hora de pensar en el
futuro; debemos prepararnos para el examen de admisión a
la universidad, y ni siquiera hemos elegido a cuál iremos.
—Somos un desastre... —me quejo mirando hacia el
cielo; éste está completamente oscurecido por las grandes y
espesas nubes que lo cubren.
—Aún siento como si tuviera catorce —dice Amanda con
humor amargo—. No quiero pensar en qué voy a hacer por
el resto de mi vida.
—Tenemos que pensar en ello. —De las tres, Amanda es
la única que parece más centrada y menos perdida.
—Sí, pero que no sea hoy —pide América arrugando la
nariz—. Perder el ritmo de la vida que llevamos no es algo
que desee.
—No podemos retrasar más lo inevitable, es mejor ir
pensando en ello.
—Una vez que entremos a la universidad, ya no
tendremos tiempo para vernos como ahora.
—¡Eso no pasará! —Amanda se coloca frente a nosotras,
mostrando una gran sonrisa llena de confianza—. No
importa a qué tan ocupadas estemos, siempre buscaremos
la manera de pasar tiempo juntas.
—¡Tienes razón!
—Claro que la tengo. —De pronto su celular emite un
pitido y se detiene para averiguar de qué se trata. Al ver la
pantalla su sonrisa se borra.
—¿Pasa algo? —inquiero.
—No, es mamá. Quiere que vaya directo a casa.
Continuamos hablando de todo y nada hasta que
llegamos a casa de Amanda. Nos despedimos de ella, y
América y yo seguimos nuestro camino. He decidido
acompañarla a su casa, pues mis padres aún no llegan.
—Parece que no tardará en llover —dice, mirando el cielo.
—Espero que sí, ¡me encanta el olor a lluvia! —exclamo,
extendiendo mis brazos.
—¿Recuerdas cuando tu mamá olvidó pasar por nosotras
después del cine y tuvimos que regresar a pie?
—Sí, lo recuerdo. Ese día nos agarró una tormenta; todo
era un caos, las calles parecían ríos, no podíamos caminar
bien y había mucho lodo.
—¡Amanda agarró una bola de lodo y te la aventó!
—¡Dio justo en mi boca! —Hago un gesto, recordando el
sabor del lodo.
—Estabas furiosa y le aventaste otra bola de lodo, y
después comenzamos una guerra…
—¡Hasta que entre en una de esas bolas de lodo iba una
piedra y te dio justo en la frente! Comenzó a salirte
demasiada sangre. Estábamos súper asustadas.
—Cómo olvidar el regaño que nos metieron nuestras
madres.
—Lo bueno de todo eso fue haber faltado a clases debido
a tremendo catarro que nos dio.
—Recuerdo que a escondidas de mamá comí helado.
¡Estuve disfónica como por tres días!
Terminamos soltando fuertes carcajadas y con dolor de
panza debido a la risa que nos ocasionan tan divertidos
recuerdos, pero entonces un relámpago cruza el cielo, y
este abre sus compuertas para que la lluvia comience a
caer. Gritando y riendo comenzamos a correr hacia la casa
de mi amiga.
—¡Chicas, entren rápido! —nos alienta Ágata, la madre
de América, quien nos espera en el pórtico. Llegamos y
entramos en una carrera.
—¡Hola, Ágata! —saludo sonriente mientras escurro mi
largo cabello negro.
—Hola, Aisa. ¿Cómo estás?
—Mojada —digo, y comenzamos a reír las tres.
—Vayan a cambiarse. Mientras les prepararé un té
caliente.
Subimos a la habitación de América y nos despojamos de
los mojados uniformes. Ella me presta un pants y una
sudadera, pero debido a mi estatura termino nadando
dentro de su ropa, pues es mucho más alta que yo.
—¡Odio ser tan pequeña! —me quejo mientras doblo las
mangas de la sudadera negra.
—No digas eso, Aisa, eres bastante linda y provocas
mucha ternura.
—¡No quiero provocar ternura! —me hago la indignada—.
Soy más fuerte que cualquier chica de mi edad.
—De eso no hay duda.
Terminamos de vestirnos y echamos los uniformes a la
secadora. Después bajamos a la cocina donde nos espera
un delicioso té caliente.
—¿Cómo está tu familia, Aisa? —pregunta Ágata.
—Muy bien, con mucho trabajo. Dan ya está enorme y es
muy travieso.
—Me alegra saber que están bien. Mándale saludos a tu
madre de mi parte.
—Claro.
—¿Te quedarás a dormir?
—Aún no sé.
—Hay una gran tormenta allá fuera y no parece que vaya
a parar pronto. Si quieres yo llamo a tus padres para
avisarles que te quedas.
—Bueno. —Sonrío. Ágata es como una segunda madre
para mí.
Con nuestro té caliente nos vamos a sentar al sillón y
encendemos la pantalla, pero tan solo unos segundos
después se vuelve a apagar. Al parecer se ha ido la luz.
—¡Estupendo! —escucho gritar con frustración a Ágata
desde la cocina.
—¿Qué pasa, mamá?
—Se fue la luz antes de poder comunicarme con Rosalba.
Ese es el nombre de mi madre.
—Hay que esperar a que regrese la luz…
—No hay de otra.
Ágata saca un par de velas y nos las da para tener un
poco de luz. América y yo nos sentamos en la sala y
comenzamos a hablar sobre el tema que todo el mundo trae
en la mente.
—¿Tú crees que El Asesino de la Luna venga a nuestra
ciudad? — pregunta casi en un susurro, esperando que su
madre no la escuche.
—No lo sé, espero que no.
—Quisiera saber qué es lo que busca, por qué viaja de un
lugar a otro.
—Supongo que para hacer más difícil su captura.
—Pues ojalá que lo atrapen pronto. No puedo si quiera
imaginar lo que haría si llegara a topármelo de frente.
La puerta se abre de repente y entra la brisa de la lluvia.
Un relámpago cruza el cielo y la silueta de un sujeto se
visualiza en el marco de la puerta. América y yo nos
abrazamos y gritamos a todo pulmón. Ágata entra a la sala,
alarmada por los gritos.
—¿Qué pasa, chicas?
—¡El asesino! —gritamos.
—Cuál asesino… es tu padre, América.
—¿E-eh? —Miramos hacia la entrada, y en efecto se trata
del señor Alcalá que nos mira con cara de asombro y terror.
—¡Vaya susto me han metido, chicas! —dice, mientras
cierra la puerta.
—¡Lo siento, papá! —América corre a ayudar a su padre a
quitarse el impermeable.
—Buenas noches, señor Carlos —saludo
respetuosamente.
—Buenas noches, Aisa. ¿Te quedarás esta noche?
—Eso pretendo, pero avisé a mis padres, y Ágata no se
puede comunicar a mi casa.
—Espera un rato más; no te puedes ir con este clima.
—Sí.
—¿Y qué hacían?
—Contando historias de terror... —digo vagamente.
—Debí suponerlo.
Las horas transcurren, tenemos una agradable cena a la
luz de las velas, la tormenta cesa y después de un rato la
luz vuelve; pero Ágata aún no logra comunicarse a casa.
—Es el quinto intento —dice, poniendo el teléfono en su
lugar—: marca fuera de servicio.
—Es extraño…
—¿Ya trataste con tu celular? —pregunta América.
—No, aún no. —Saco mi móvil, pero sigue apagado
debido a que también se mojó.
—Está muerto.
—Prueba con el mío —dice el padre de América,
ofreciéndome su celular.
Lo tomo y marco primero a mamá; timbra, pero nadie
contesta. Intento con papá y pasa exactamente igual.
—Esto… es muy raro —digo, sintiendo una incómoda
sensación en mi interior—. Creo que no podré quedarme
después de todo.
—¿Te irás ahora? —cuestiona Ágata, mostrándose
preocupada—, es un poco tarde…
—Lo sé, pero no puedo comunicarme y no quiero
quedarme aquí sin avisarles.
—Bueno. Está bien, pero deja que Carlos te acompañe.
—No se preocupe. —Sonrío para tranquilizarla, a ella y a
mí misma—, sabe que mi casa no está muy lejos de aquí.
No hago ni cinco minutos; nada me pasará.
—¿Estás segura?
—Sí. —Tomo mi mochila y mi uniforme, que ahora está
seco, y después camino a la puerta, acompañada de la
familia Alcalá.
—Ve con mucho cuidado. Cuando llegues a casa
llámame.
—Sí, no se preocupe.
—Nos vemos mañana en clases. —América me da un
corto abrazo.
—Sí.
En el camino, me deleito con el aroma a fresco que
quedó gracias a la lluvia; inhalo con impetú, parece tener el
poder de purificar cada rincón del alma.
Todo está muy tranquilo, solo se escucha el sonido de los
riachuelos que se formaron y el caer de las gotitas de entre
los arbustos. Miro a mi alrededor: no hay más que sombras
entre los árboles; el viento mece sus ramas y las hace
chillar de manera espeluznante. Comienzo a sentir
escalofríos y apresuro el paso. Doblo en una esquina y
alcanzo a visualizar mi casa.
Una mala sensación me recorre el cuerpo al ver todas las
luces apagadas. Doy pequeños brincos para esquivar los
charcos. Subo las escaleras del pórtico, y cuando llego
frente a la puerta, una fría y desagradable sensación recorre
mi espina dorsal; el vello sobre mi piel se eriza. Tomo el
pomo de la puerta y lo giro, la abro lentamente y miro al
interior de la casa que está en total penumbra; no hay
rastro de mi familia.
Pronto las rodillas comienzan a temblarme, y mi
respiración se hace agitada al presentir algo malo.
—¿Mamá? ¿papá?
Nadie contesta y el pánico me invade. Por varios minutos
me mantengo en el umbral de la puerta y dudo en entrar.
Debí dejar que el señor Carlos me acompañara. Doy un paso
adentro y una corriente de aire me congela hasta las venas.
—¿Mamá? ¿papá?
Nuevamente no obtengo respuesta. Decidida, camino
hasta la cocina chocando con uno que otro mueble en el
camino. A ciegas busco el cajón donde sé que papá guarda
una linterna. Cuando la tengo en mi posesión, la prendo e
ilumino mi alrededor; todo parece estar en su lugar y no hay
nada fuera de lo normal. Salgo de la cocina, y llego al
comedor, donde noto que los platos para la cena están
servidos, aunque la comida en ellos ya se enfrió. Hay cuatro
platos en total… ¿Acaso estaban esperándome para la
cena? 
—Tal vez fueron a buscarme —me digo en voz alta para
lograr calmar mis nervios.
Camino hacia la salida para ver si logro encontrarme con
mis padres. Entonces, escucho un fuerte sonido proveniente
de la parte trasera de la casa. La linterna se me cae de las
manos y mi corazón comienza a latir con desenfreno, tanto
que temo escupirlo por la boca. Me agacho con torpeza,
recojo la linterna y camino hacia la puerta que da al patio
trasero para asomarme, pero no logro ver nada. Voy de
regreso cuando paso por las escaleras que dan al piso de
arriba, y sin dudarlo las subo, pero al llegar al pasillo me
quedo sin aliento.
Mis manos comienzan a temblar con descontrol y me
miego a creer lo que está frente a mis ojos: una mancha
oscura forma un camino a lo largo del pasillo, inicia en el
sitio donde me encuentro parada y termina en la habitación
de mis padres.
Sé que la decisión correcta es ir y buscar ayuda, pero
después pienso en mi familia; si están heridos quizá
necesitan ayuda de manera urgente.
Por sentido común sé que no es buena idea que me
adentre yo sola; en el fondo de mi cabeza hay un
pensamiento que golpetea fuertemente diciendo que,
aunque lo niegue, sé bien qué es lo que sucede. Pero no, no
quiero pensar en ello, y como pretendo encontrar una mejor
explicación, me adentro en el pasillo.
También noto frágiles las piernas, pero me obligo a
continuar hasta llegar a la habitación de mis padres. Tras
abrir la puerta y observar adentro, un jadeo escapa de mis
labios debido a la sorpresa. En un instante, las lágrimas se
dan paso para correr un maratón cuesta abajo por mis
mejillas, y yo no sé como reaccionar ante la perturbadora
imagen ante mí.
La escena es igual o incluso peor que las películas de
terror que tanto me gusta ver, solo que la única y gran
diferencia es que aquí las víctimas son mi amada familia.
Los cuerpos de mis padres se encuentran sobre la cama.
En medio está el mutilado cuerpecito de mi hermano: la
poca luz que entra por la ventana apenas me permite ver
que le han sacado sus hermosos ojos miel, y ahora dos
huecos ensangrentados manchan su angelical rostro.
Una media luna se deja ver del lado izquierdo.
Los tres están desnudos y solo los cubre una capa de
sangre. Los pechos de mis padres están abiertos; sus
brazos, piernas y cabezas se encuentran cercenados, y sus
cabezas se hallan volteadas la una hacia la otra, como si se
estuvieran mirando. Sus brazos están acomodados para que
parezca que abrazan a mi hermanito, en una aparente pose
protectora, cual si el asesino hubiera querido trasmitir
ternura; pero aquello, obviamente, no tiene nada de tierno.
Los bracitos de Dan, al final de la cama, se encuentran
cruzados, y en cada una de sus manitas se encuentra un
corazón; los corazones de mis padres.
La linterna se me vuelve a caer, y la luz se extingue con
el golpe. Grito muy fuerte, hasta hacerme daño en la
garganta. Caigo de rodillas cuando estas no me sostienen
más, compruebo que las manchas del pasillo eran sangre, la
sangre de mi familia.
Tiro de mi cabello debido a la desesperación. El dolor y la
impotencia me golpean de frente y no sé cómo hacerles
frente. De la nada, unas manos se posan sobre mis hombros
y me pongo histérica, en tanto doy más gritos y patadas al
aire.
—¡Aisa! ¡Aisa, tranquila, soy yo, el señor Carlos!
Al escuchar su voz me dejo de mover. Lo veo caminar
hacia la cama, pero a medio camino se regresa y saca su
móvil para llamar a la policía. De la nada, todo a mi
alrededor se vuelve una neblina y me desconecto del
mundo tras golpear mi cabeza sobre el piso de madera.
3
solo un asesinato más

Al despertar, solo me encuentro con el inmaculado


blanco del techo. Estoy tan confusa y perdida que parece
que he estado sumida en un sueño por demasiado tiempo.
Giro mi cabeza y me doy cuenta de que estoy en la
habitación de un hospital. Al lado de mi cama hay una silla,
y, sobre esta, Ágata descansa. Está ligeramente recargada
sobre la camilla y una de sus manos sostiene con fuerza la
mía.
Con solo verla ahí, la asfixiante zozobra oprime mi pecho
con tanta fuerza que me siento morir; sé lo que significa
que esté a mi lado o el propio hecho de que yo esté aquí. He
deseado que todo fuera una alucinación, y he pedido en
ruegos que los recuerdos de mi familia muerta sean solo
parte de una pesadilla, pero no es así. Son imágenes muy
dolorosas, y se proyectan en mi mente de una forma tan
vívida, que el sufrimiento que me embarga hace que sienta
cómo mi mente se pierde y cómo de a poco sucumbo a la
locura que me seduce desde tiempo atrás.
El sentimiento provocado me asusta tanto como lo hace
la misma realidad. Entonces comienzo a llorar. La bruma
cubre mi cabeza y la angustia me supera llegando a un nivel
que no puedo controlar. Un aire frío me rodea; creo estar
cayendo al abismo mientras soy presa de un colapso
mental.
Ágata despierta tras mis gritos y no dice nada, pero de
inmediato me abraza. Yo intento alejarme, porque siento
que sus brazos me queman. Ella lo impide y yo solo me
desespero más; mi cuerpo acumula tanta ansiedad que
necesito sacarla, pero lo hago a través de rasguños y
golpes, por lo que se apresura a inmovilizar mis manos.
Grito y lloro por unos minutos más, hasta que simplemente
me quedo inmóvil y recargada en su hombro, sintiendo
cómo mi alma se drena y me quita hasta los deseos de vivir.
Durante todo el día no hago más que estar tumbada en
esa camilla. No quiero hablar con nadie, mucho menos con
la policía. Para mi fortuna, los doctores no dejan que nadie
entre, pues no creen que esté en condiciones para
responder preguntas. Yo misma no sé si lo estoy o no; una
parte de mí quiere hablar y así ayudar a encontrar al
culpable.
Por otro lado, simplemente me cuesta demasiado hablar.
Pero, aunque no pueda hacerlo, no he dejado de pensar;
todo lo que va y viene en mi cabeza son esos inútiles
hubieras que me hacen imaginar distintos resultados de
esta fatídica situación. ¿Qué habría pasado si hubiera
estado ahí? ¿Habría cambiado algo o simplemente habría
muerto yo también?
 

Los siguientes tres días se convierten en los más


agobiantes y dolorosos de mi vida, pues finalmente no solo
debo hacer frente a la policía y sus docenas de preguntas,
sino que tengo que dar el último adiós a mi familia.
Los cuerpos nos son entregados en ataúdes
completamente cerrados. Por supuesto que lo entiendo, ni
siquiera yo podría mirarlos después de cómo quedaron.
Agradezco que al menos puedo despedirme de ellos como
es debido.
—Lamento mucho tu pérdida, cariño.
La señora Soto, madre de Amanda, me da un fuerte
abrazo. No sé que decir, así que me quedo en silencio. Ella
se queda conmigo por un largo rato, como si creyera que
dejarme sola es mala idea. Lo agradezco en verdad, pero lo
que quiero es precisamente estar sola. No quiero más
preguntas ni escuchar más palabras de condolencias.
—¿Quieres un café?
—Por favor. —Se aleja, y entonces Ágata se acerca.
—¿Cómo estás?
—No lo sé. —Ella sonríe con tristeza, pero a la vez trata
de darme ánimos. —Gracias por encargarte de todo el
papeleo, Ágata —digo casi en un susurro, mientras me
hundo un poco más en el sillón.
—No agradezcas nada. Te ayudaré en cualquier cosa que
necesites, Aisa.
Sonrío en forma de agradecimiento y miro a las personas
que han venido al velorio de mi familia. En una esquina
están mis amigos, abatidos y tristes. Tal vez no saben qué
hacer por mí.
Quisiera decirles que dejen de preocuparse por esas
cosas. Después de todo, no hay nada que se pueda hacer.
Su cariño y apoyo que han mostrado hacia mí son algo que
agradezco infinitamente.
Fuera de ellos no tengo una gran conexión con los demás
presentes. Quisiera agradecerles, pero la verdad siento un
poco de recelo hacia ellos. Ahora todos saben que El
Asesino de la Luna ha cobrado nuevas víctimas, pues el
caso abarca los titulares de todos los periódicos. Mi familia
está en boca de todos. Me miran con lástima, y muchos me
dan el pésame, pero parecen agradecidos de que haya sido
a mí y no a ellos.
La mayoría están sorprendidos de que siga con vida,
porque es la primera vez que el asesino deja vivo a un
miembro de las familias que toma por víctimas. Estoy
segura de que la única razón de que haya sido así es porque
no estaba en casa en ese momento. Tal vez él no se dio
cuenta de que había alguien más en la familia; pero
después de salir tantas veces en las noticas, seguro ahora lo
sabe. No he dejado de preguntarme... ¿Será que ahora él
vendrá por mí?
Muchos apuestan a que sí.  
El Asesino de la Luna... He escuchado tantas cosas de él,
que llegué a cierto punto en el que sentía que ya lo conocía,
aunque siempre fue una existencia ajena a mí, pues nunca,
de verdad nunca creí que nuestros caminos se cruzarían y
que mi vida se arruinaría por su culpa.
Es extraño cuando lo pienso, porque por mucho tiempo
me tocó estar frente al noticiero, escuchando sobre sus
crímenes y viendo fotos de sus víctimas. Ahora soy yo; es
mi familia quienes aparecemos en todos esos programas
informativos y amarillistas.
Siento demasiada culpa porque en muchas ocasiones lo
imaginé. Sí, imaginé cómo me encontraba con él. Incluso,
de manera estúpida soñé cómo me enfrentaba a él, y cómo
lo capturaba y lo entregaba a la policía. Ahora el solo
recordar tales pensamientos no solo resulta humillante, sino
que me llenan de una culpa infinita.
—Aisa.
Me exalto al escuchar mi nombre, y rápidamente me
acomodo en el sillón e intento alejar los pensamientos de mi
cabeza; siempre he tenido un miedo irracional a que alguien
pueda leerme la mente y se entere de todo lo que hay en
ella.
—¿Qué sucede?
Pongo mi atención en Ágata, que está acompañada de un
hombre que no había visto antes; moreno, alto, fornido, de
pelo castaño, ojos color café y de unos cuarenta años más o
menos.
—Este hombre te busca, es detective —explica—. Dice
que necesita hablar contigo. No quería que te molestara en
este momento, pero dijo que era urgente.
—Es un placer conocerla, señorita Barret. Mi nombre es
Michael Hans y soy parte del DDCE, un pequeño grupo que
fue destinado a investigar los crímenes de este asesino en
particular.
El hombre me ofrece su mano. Lo miro con suspicacia, en
tanto lo examino con minuciosidad; algunas canas adornan
ya su cabello, las líneas de expresión están demasiado
marcadas, las bolsas bajo sus ojos dicen que ha pasado
muchas noches sin dormir bien y el brillo de sus ojos
muestra la experiencia que ha adquirido a lo largo de su
vida; además, una cicatriz cruza por su cuello y me da
curiosidad por saber la historia tras ella. Retira la mano al
ver que no me muevo y continúa hablando.
—Lamento molestarle en este momento. Sé que un
interrogatorio es lo que menos necesita, pero realmente es
importante que hablemos.
—Si no hay de otra...
De mala gana me pongo de pie y salgo de la sala de
velación hacia el jardín. La señora Soto viene con la taza de
café, pero no se acerca al ver al detective, le sonrío y le
digo que espere un poco. Una vez que estamos alejados de
todos, me giro hacia el hombre, esperando a que hable.
—Hasta ahora no había ocurrido algo parecido; quiero
decir, El Asesino de la Luna nunca ha dejado cabos sueltos.
Así que hablar con usted es de suma importancia para mí.
—Espero que haber quedado con vida sirva para algo.
—Sé que ya le han hecho demasiadas preguntas, pero
me gustaría hacerle algunas más.
—Responderé lo que sea, con tal de que usted me
asegure que hará de todo por encontrar al asesino —digo y
el hombre agacha la mirada con pesar, tal vez con culpa.
—Estamos haciendo todo lo posible.
—Quisiera que eso fuera cierto —digo, con un deje de
resentimiento.
—¿Dónde se encontraba la noche del suceso? —pregunta
directamente, ignorando mi comentario anterior.
—¡Estaba en mi casa! —contesta Ágata sin mesura.
—Señora, le recuerdo que es ella quien debe contestar.
—Está bien —se muestra algo apenada.
—¿Por qué decidió ir a casa de su amiga?
—Era algo muy común. Después de las clases no suele
haber nadie en casa, así que por lo general me desvío con
mi amiga.
—¿Se comunicó con su familia en ese lapso?
—Lo intenté, pero no pude.
—Entiendo, ¿cómo fue que encontró la escena del
crimen?
—Lo he dicho muchas veces, ¿tengo que volver a
hacerlo? —pregunto con fastidio, pero más que nada con
dolor por tener que revivir tal pesadilla una y otra vez.
—Por favor, será la última vez. —Suspiro y comienzo a
contar lo sucedido.
—Eran un poco más de las nueve, acababa de llover y se
había ido la luz, por lo que pensé que la línea del teléfono se
había desconectado o algo, ya que no nos podíamos
comunicar a casa. —El detective asiente, animándome a
continuar—. Debido a eso decidí irme, y aunque la señora
Ágata insistía en que su esposo me acompañara, yo quise ir
sola. Cuando alcancé a ver mi casa sentí que algo andaba
mal, ya que todas las luces estaban apagadas. Al llegar
llamé a mis padres, pero no contestaron. Dudé un poco,
pero decidí entrar, y lo primero que hice fue buscar la
linterna para inspeccionar. Vi que había cuatro platos
servidos en la mesa, por lo que supuse que me habían
estado esperando para cenar y que me habían ido a buscar.
Estaba por salir cuando escuché un ruido en la parte
trasera. Fui a ver de qué se trataba, pero no vi nada. Decidí
subir las escaleras y fue cuando me encontré con el camino
de sangre. —Mi respiración se hace lenta y comienzo a
alterarme, por lo que inhalo a profundidad y continúo—.
Caminé hasta la habitación y al abrir la puerta me encontré
con… —Un nudo se forma en mi garganta—. ¡Usted ya sabe
qué! Un poco después llegó el señor Carlos y entonces ya
no supe más.
—¿Por qué decidió su esposo ir a buscar a la joven? —
pregunta el detective ahora a Ágata.
—Yo le dije a Aisa que me llamara en cuanto llegara, pero
como se estaba tardando me preocupé, así que le dije que
fuera a ver qué pasaba. El detective asiente una vez más y
luego se dirige hacia mí.
—Bien. Tengo entendido que su padre trabajaba para una
empresa importante en la ciudad, ¿es así?
—Sí.
—¿Solía hacer viajes a causa de los negocios?
—Algunas veces, pero no con mucha frecuencia.
—¿Nunca supo qué tratos tenía con otras empresas del
país?
—No, nunca le pregunté nada referente a su trabajo, ¿por
qué?
—Quiero encontrar la conexión de la muerte de su familia
con las demás víctimas.
—¿A qué se refiere? —Lo miro confundida.
—Bueno, hasta ahora, todas las víctimas pertenecían a la
misma empresa; todas habían sido parte del corporativo, o
eran importantes y reconocidos en la sociedad.
—No entiendo —digo, haciendo una mueca al hecho de
que recalque la diferencia en la posición social.
—Quiero decir que el asesino ha hecho un salto bastante
drástico en su victimología; de matar a exitosos
empresarios se fue por una familia de clase media alta, por
lo tanto, debemos saber si está cambiando sus tácticas o si
su padre tenía relación con las anteriores víctimas.
Bajo la mirada, tratando de recordar si alguna vez mi
padre dijo algo sobre los hombres con los que trabajaba,
pero no viene nada a mi mente. Trabajaba en una
importante empresa, pero en realidad él no era tan
importante en ella; era un empleado más.
—No lo sé, todo lo que tiene que ver con su trabajo lo
desconozco. 
—He investigado el historial de su padre y no encontré
nada que lo conecte con las demás víctimas.
—Si mi familia no tenía nada en común con aquellas
personas, ¿entonces por qué el asesino decidió matarlos?
—Eso es lo que quiero saber. Hace unos días creía tener
una idea certera sobre los posibles motivos del asesino,
pero ahora me encuentro bastante desconcertado; la
muerte de su familia sale por completo de los estándares
que teníamos sobre él y ahora es como comenzar de nuevo.
—Eso significa que no lo atraparán, ¿cierto? —Empuño
las manos y siento cómo la impotencia y la indignación se
apoderan de mí. Mis ojos se encuentran anegados, pero no
dejo salir ni una lágrima esta vez—. Él seguirá libre como
hasta ahora, y seguirá matando, y ustedes seguirán sin
hacer nada.
—Tal vez mi palabra ahora no vale mucho para usted,
pero le prometo que no descansaré hasta dar con él.
Admito que siento gran resentimiento hacia las
autoridades, pero también tengo la necesidad de creer. Al
menos este hombre me trasmite más sinceridad que todos
los policías que me interrogaron antes. Para aquellos era
cosa de rutina; solo un asesinato más.
—¿Puedo confiar en usted? ¿Puedo confiar en que no se
rendirá hasta encontrar a ese asesino?
—Le pido que confíe. Entregaré todo de mí; mi vida y mi
tiempo a este caso. No descansaré hasta haberle atrapado.
Siento como si acabáramos de sellar algún tipo de pacto;
la determinación con la que me mira es como una especie
de promesa, como si me dijese que no va a fallarme, y yo,
llena de deseo de justicia, decido creer en él.
Después de contarle todo mínimo detalle de aquel
maldito día, el detective Hans se marcha, no sin reiterarme
una vez más que no se rendirá hasta que sus esfuerzos den
los frutos deseados. Yo no estoy del todo segura de que mi
testimonio ayude en algo, porque a pesar de todo lo
sucedido, no hay ni una pista que ayude a saber quién es el
asesino o al menos su motivo por el cual fue tras mi familia.
Dejo escapar un suspiro un tanto frustrado y Ágata me
abraza. Recargo mi mentón sobre su hombro y miro el
pasillo por el cual el detective se marchó. Siento la atención
de los presentes sobre mí; cuchichean cosas y otra vez
ponen esa expresión que tanto malestar me causa. Decido
cerrar los ojos, notando cómo un sentimiento cada vez más
oscuro se apodera de mí corazón.
 

Después del último adiós a mi familia, fui a vivir a casa


de América.
Su familia me abrió las puertas de su hogar y me
recibieron con brazos abiertos, un gesto que agradezco
desde el fondo de mi corazón; pero no puedo dejar de
sentirme afligida, pues tengo mucho miedo de lo que pueda
pasar ahora.
Las últimas noches no he logrado dormir bien: mi cabeza
da vida a uno y mil pensamientos que no hacen más que
torturarme. Estoy harta de ellos, pero no puedo acallarlos.
Suspiro y miro a América, que duerme plácidamente
mientras yo me mantengo en vigilia.
La lluvia ha vuelto a caer; las pequeñas y heladas gotas
chocan con la ventana y se deslizan por toda su superficie.
Resulta atrayente, hechizante; ver cómo se impactan sobre
el cristal, para después desvanecerse. Hay algo en ellas que
me mantiene intranquila y triste, pero desconectada y
alejada de la realidad, una que me empeño en negar.
Levanto mi mano de manera lenta, casi temerosa, y con
el dedo índice comienzo a dibujar sobre el cristal. De forma
inconsciente, o tal vez no, dibujo una medialuna, luego otra,
y otra. Al hacerlo; al pasar mi dedo sobre la mancha que
forma el vaho en el vidrio, mi mano comienza a temblar y
siento cómo el desasosiego se acumula en el pecho, para
impedirme respirar con normalidad. Lleno la ventana con
medialunas que parecen sangrar debido a las pequeñas
gotas de agua que de ellas resbalan. Las observo por varios
segundos, pero la culpa que siento también me llena de ira,
así que pongo ambas manos en la ventana, y,
completamente desesperada, borro hasta la última de las
lunas.
Ahora la desesperación me sofoca. Abro la ventana, y lo
hago con cuidado para no hacer ruido y no despertar a mi
amiga. Una vez abierta la ventana, las gotas de agua
comienzan a escabullirse al interior, y muchas de estas
caen en mi rostro. Saco la cabeza y miro la enredadera por
la cual he subido y bajado muchas veces.
Entonces, sin pensar en nada y por puro impulso, me
cruzo del otro lado y comienzo a bajar. Antes de darme
cuenta ya estoy pisando el suelo. Echo la cabeza hacia
atrás, con la vista al cielo, y dejo que mi cara quede
empapada. Contemplo la aparente tranquilidad que me
rodea, y, sin más, comienzo a caminar hacia mi casa.
Cuando llego, tomo una respiración profunda, me armo
de valor y cruzo la cinta amarilla que dice «no pasar». La
puerta emite un tétrico chillido que me hace dar un
respingo. Cuando estoy dentro observo cada detalle del
interior y me embarga una fuerte opresión en el pecho.
Subo las escaleras y noto que aquel rastro sanguinolento
aún adorna el pasillo. La puerta de la habitación de mis
padres también está sellada con la cinta amarilla. El cuarto
de mi hermano ni siquiera la miro; su pérdida es la que más
me duele, porque es como si parte de mi alma hubiese sido
arrancada.
Algunas noches creo escucharle llamar mi nombre una y
otra vez en un desesperado llamado de auxilio. Su alegre y
adorable voz con la que solía despertarme todas las
mañanas es remplazada por una llena de angustia y miedo.
No quiero imaginar lo que vivió; me rehúso a pensar en
cómo fueron sus últimos minutos de vida. No tengo la
fuerza para soportar algo así, por eso intento bloquear la
imagen de su cuerpo muerto. Deseo borrar incluso su
recuerdo.
Me odio por eso.
—Dan… lo siento tanto.
Contengo el deseo de llorar y paso de largo hasta mi
habitación. Todo está tal y como lo dejé días atrás. Seco un
poco mi cabello antes de tomar una maleta para meter ropa
y cosas personales.
No quiero volver aquí por un tiempo, así que me llevaré
lo necesario. De una repisa, tomo un retrato de mi familia,
guardo todo y arrastro la maleta fuera de la habitación, a
través del pasillo.
Bajo con un poco de dificultad, pero entonces me percato
de una silueta que espera a los pies de la escalera.
Sabía que vendría por mí, pero no me imaginé que sería
tan pronto.
4
el asesino de la luna

Suelto la maleta, y rueda escaleras abajo, hasta dar justo


al lado de sus pies, calzados con unas imponentes botas
militares. Tengo miedo de ver su rostro, porque sé que me
encontraré de frente con la misma muerte.
Este último pensamiento causa en mí una extraña fusión
de sentimientos; tengo miedo, pero una súbita ola de
euforia crece y comienza a recorrerme de pies a cabeza.
Esto es lo que he estado deseando, lo que tanto he
esperado, y de alguna manera agradezco que el momento
haya llegado mucho antes de lo que creí.
Tomo una fuerte bocanada de aire, y mientras hallo el
valor suficiente, repaso su figura de abajo para arriba, lo
más lento que puedo. Me sorprende que continúe allí, y que
aún no haya hecho nada para matarme. Estoy
conmocionada por estar frente al asesino del que tanto he
escuchado hablar y al que le he dedicado más
pensamientos de los que jamás me atrevería aceptar. La
situación es tan inverosímil, igual a esas historias que
piensas que jamás te llegarán a pasar.
No obstante, lo observo sin más, en silencio.
He escuchado docenas de rumores sobre él, pero nada
me daba una imagen exacta de cómo podría ser. Y a pesar
de que ahora no tengo que esforzarme en imaginarlo, tal
vez no tendré oportunidad de contarlo después.
Él... viste todo de negro, seguramente para fundirse con
la noche. Lleva puesta la capucha de la sudadera para
impedir que su cabello quede a la vista, y aunque no se
cubre el rostro, su identidad permanece oculta por una
máscara de cuero negro que se acopla muy bien a sus
facciones. Una pequeña luna de contorno rojo resalta sobre
su cuenca derecha, y a mi vista solo quedan expuestos sus
ojos, boca y mentón.
Sus iris son de un turbio y enigmático color grisáceo que
parecen tener el poder de apuñalar y matar con solo
posarse sobre ti. Y me estudian a través de esa máscara.
De pronto me sobresalto cuando noto el cuchillo
empuñado en su mano derecha, que está enfundada en un
guante de cuero negro. El metal del cuchillo está reluciente,
y hasta tiene un leve brillo proporcionado por la tenue luz
del ambiente; pero lo imagino de un intenso color rojo, igual
que la sangre de todas las vidas que ha robado. ¿Estará la
sangre de mi familia aún impregnada en él? Por alguna
razón, ahora también imagino mi propia sangre recorriendo
la extensión de su arma, después de haber salpicado todo el
lugar. Incluso puedo ver las gotas que escurren sobre el
suelo.
Cierro los ojos con fuerza y sacudo levemente la cabeza
para quitarme aquellas imágenes. Resignada, me siento
tentada a pedir que termine con esto de una vez. Pero, al
mirar su rostro, estremezco al no poder adivinar ninguna
emoción en él; no puedo imaginar el tipo de cosas que
puede estar pensando.
Varios segundos después, por fin se mueve y yo vuelvo a
quedarme impelida por el terror. Comienza a subir los
escalones lentamente, y conforme se acerca, mi cuerpo se
va poniendo frío. No deja de mirarme y me siento
hipnotizada, pues no soy capaz de apartar mi vista de él.
Cuando lo tengo a menos de un metro, me encuentro lista
para recibir cualquier ataque, pero se limita a pasar a mi
lado, como si mi existencia no tuviera importancia alguna
para él. Incluso palpo mis extremidades como para
comprobar que realmente estoy ahí.  
—¡Espera! —mi voz sale casi como un chillido. Me volteo
con rapidez y le veo subir las escaleras; sin hacer caso de
mi llamado o de mi presencia, sigue tranquilamente su
camino—. ¡Dije que esperes!
¿Por qué me ignora? Me toma varios segundos
recuperarme de la primera impresión, pero una vez que lo
hago, corro para alcanzarlo e interponerme en su camino, y
entonces se detiene. Me mira por un segundo, pero al notar
que no digo ni hago nada, me esquiva y sigue su camino.
Me increpo mi propia actitud, y tratando de deshacer la
maraña de pensamientos que tengo, lo persigo de nuevo y
lo encuentro observando las manchas de sangre que hay en
el pasillo. Me estremezco al pensar en lo sucedido; los
recuerdos no paran de torturarme y quiero llorar otra vez.
Ya no sé si estoy asustada, enojada o triste.
—¿Cómo te atreves a volver?
No acepto el nivel de cinismo que tiene como para
reaparecer y actuar como si nada después de lo sucedido
—¿Por qué mataste a mi familia? ¿Has venido para
matarme?
No entiendo por qué insisto en hacer preguntas
estúpidas, pero aún más, no entiendo por qué sigue
ignorándome. Camina hacia la habitación de mis padres,
con su cuchillo retira la cinta, abre la puerta y entra. Me la
pienso un poco, pero decido entrar tras él; aunque, con tan
solo hacerlo, siento que desfallezco, pues me basta mirar la
cama para que mi mente recree aquella escena que tanto
dolor causa en mí. Las rodillas me fallan, así que me recargo
en la pared.
El asesino recorre la habitación en busca de algo,
examina cada rincón y aún hace caso omiso a mi
presencia.    Sé que debería aprovechar la ocasión para
escapar o buscar ayuda, pero desde el instante en que lo vi,
he estado esperando a que sea él quien actúe. Solo no
entiendo por qué no lo hace.
—¿Puedes dejar de ignorarme y decirme qué demonios
haces?
Camino hacia él, estiro la mano con intención de tomarlo
del brazo, pero con un ágil movimiento se aleja,
impidiéndome tocarlo. Eleva el brazo con su cuchillo en
mano y lo pone frente a mí, y entonces me hago pequeñita
ante su notable altura. Miro su boca, para evitar su mirada;
sus labios están agrietados, como si hubiera estado
envuelto en alguna pelea. Pronto pone el filoso cuchillo en
mi brazo y me hace a un lado para quitarme de su camino.
Me giro hacia él sin entender nada, y aquel persiste en
buscar algo; mira por debajo de la cama y detrás de los
muebles, o quita cosas y las vuelve a acomodar en el mismo
sitio. Después de unos cuantos minutos camina hacia la
salida, pero me le adelanto y vuelvo a cerrarle el paso.
—¡Deja de ignorarme! —exijo con furia. Pero cuando
hacemos contacto visual, mi estómago se encoge—. Si
viniste a matarme... hazlo de una vez.
—¿Tanto así deseas morir?
Un escalofrío eriza mi piel y todo en mí se estremece al
escuchar su voz por primera vez. No debería pensarlo,
mucho menos decirlo, pero su voz es... sumamente
hermosa, varonil, sensual; entra por mis oídos y retumba en
todo mi interior. Es el tipo de voz que solo basta escuchar
una vez, para ser recordada por siempre.
—¿Quieres morir? —repite.
—Sí —respondo sin pensarlo mucho.
¿Quiero morir? Sí, por supuesto que sí; quiero ir a donde
mi familia. Desde lo sucedido me he cuestionado infinidad
de veces por qué no morí junto con ellos, y admito que he
deseado hacerlo también. Así que sí, sí quiero morir y
alcanzarles donde sea que estén, por eso no he huido. Por
eso he estado buscándole el modo al asesino, para hacer
que me mate.
—Si quieres morir, entonces…
Su tono de voz es frío, pero habla de una manera tan
calmada y relajada que hace que la situación se sienta
demasiado extraña, más de lo que es por sí sola. Levanta su
cuchillo para acariciar mi mentón con él, lo desliza por mi
cuello y cierro los ojos al creer que ha llegado mi fin.
No doy batalla; simplemente me entrego a ello con la
creencia de que mi deseo será cumplido. Un pequeño ardor
aparece en mi cuello y enseguida algo húmedo recorre mi
piel: una gota de sangre, que ha escapado de su lugar de
origen y huye con total libertad. Pero los segundos discurren
y sigo viva. Juego con los dedos de mis manos. He
comenzado a impacientarme, ¿a qué hora planea matarme?
Un suave jadeo de sorpresa escapa de mi garganta al sentir
el tacto de algo tibio y húmedo recorrer el camino que ha
marcado la gota de sangre. Abro los ojos a tope.
¿Acaso acaba de lamerme?
Sí, definitivamente eso ha hecho.
Lo miro confusa: él hace una mueca divertida y
maliciosa. Mi corazón late frenético y me quedo perdida en
ella, mientras una eufórica sensación emana de mi interior.
—No te mataré —dice, sacándome de mi trance.
—¿Eh?
—Si quieres morir, entonces te dejaré vivir… ¿No es un
mejor castigo dejarte vivir una vida miserable que dejarte
disfrutar del sosiego que trae consigo la muerte?
—¿¡Qué!?
Decepcionada y quizá un poco ofendida, lo miro sin poder
creer lo que acaba de decir. Su maldad toma forma de
sonrisa. Eso me molesta, pero al parecer no es algo que le
importe, pues con un rudo movimiento me quita de su
camino y se dirige hacia las escaleras.
Contrariada, voy tras él en un acto totalmente impulsivo
o hasta suicida. Con la clara determinación de obligarle a
matarme, me tomo el atrevimiento de aventarle una
patada, que él esquiva con facilidad, y luego lo escucho
sisear:
—¡Déjame en paz!
Su voz ahora se escucha agitada. Se encorva un poco y
con su mano izquierda aprieta su costado. Sigue su camino
como si quisiera huir de mí, comienza a bajar las escaleras,
pero a medio camino lo veo caer. Me quedo como estúpida,
observando cómo da vueltas hasta llegar abajo. ¿Qué
demonios acaba de pasar? Corro hacia él y me paro junto a
su cuerpo tendido. Su respiración se nota muy acelerada.
—Oye... —Me hinco a su lado y observo sus ojos cerrados
—, As...
Callo, muerdo mis labios y miro a mi alrededor. Por un
segundo me cuestiono si esto está sucediendo o si solo
estoy teniendo un extraño sueño. Con lentitud estiro mi
brazo y le sacudo suavemente, pero parece que ha quedado
inconsciente. Noto en mi mano un espeso liquido rojo. Abro
un poco los ojos debido a la sorpresa, pues me doy cuenta
de que la sangre es de él.
Sin pensarlo mucho, subo su sudadera dejando al
descubierto una piel tan pálida, que parece la de un muerto.
Al seguir subiendo descubro una gran herida en su costado
izquierdo; no parece reciente, ya que está a medio
cicatrizar, pero tal parece que el movimiento que hizo al
esquivarme provocó que se le volviera a abrir. Me pregunto
quién habrá hecho tal herida, ¿se habría envuelto en una
pelea?
—¡Te lo mereces, estúpido! —vocifero en tono de triunfo,
pero con una amarga insatisfacción—. Ahora morirás de una
manera patética. Ya me imagino los titulares del periódico
mañana: “El gran Asesino de la Luna muere por caer de
unas escaleras” —rio ante mi mal chiste, pero la verdad es
que la situación no me causa gracia, sino una terrible
decepción.
De la nada, decido quitarme el suéter y ponerlo sobre la
herida, haciendo presión. Me sorprenden, molestan y
decepcionan mis propios actos; de verdad no entiendo qué
hago intentando salvarle la vida.
Solo debería llamar a la policía. Sí, debería... debería,
pero no lo hago. ¿Qué es lo que pasa conmigo? Quisiera
saberlo. Y es que, aunque llame a la policía y lo atrapen,
¿qué haré yo después? ¿cómo continuaré viviendo una vida
que en realidad ya no es?
Una vez más soy víctima de esa sensación de estar
siendo arrancada de mí misma, como si fuera extraída,
dejando así un cuerpo vacío y sin vida.

Me siento a mí misma
perdida en la lejanía.

Vuelvo a mirar la sangre que cubre mi mano. Después


recorro su figura de pies a cabeza y mi atención recae sobre
el puñal. Estiro mi brazo con intención de tomarlo, sintiendo
que mi corazón se saldrá debido a la adrenalina que recorre
mis venas. Logro tomar el cuchillo y lo observo por varios
segundos, mientras pienso en todas las veces que ha
estado cubierto de sangre. Sí, han sido muchas las vidas
que ha quitado.
Y el rostro del asesino no muestra cambio alguno.
Ahora pienso que tal vez para él sea una gran
humillación morir por la hoja de su propia arma. Con dicho
pensamiento, sujeto la empuñadura con fuerza y miro una
vez más su rostro oculto tras la máscara; sus labios rojizos
resaltan por la blancura de su piel, e inconscientemente
llevo una mano a ellos acariciando el labio inferior con el
pulgar. Desvío la mirada hasta el contorno de su máscara y
deslizo lentamente la mano, y apenas la toco cuando siento
cómo me sujeta con fuerza de la muñeca. Suelto un jadeo
de sorpresa y alzo la otra mano con el cuchillo, pero en
cuestión de segundos también me la detiene.
—¿Qué crees que haces? El agarre que ejerce sobre mi
muñeca hace que la navaja caiga de mi mano. Entonces me
suelta y retrocedo de inmediato.
—¡Auch! —me quejo mientras sobo la piel adolorida.
—Si vuelves a hacer algo así… te cortaré la mano —
amenaza. Se pone de pie con algo de dificultad y yo me
quedo en un estado de aturdimiento. Él dibuja una leve
sonrisa con esos labios que acabo de tocar—. Era tu
oportunidad perfecta para matarme, pero debido a que solo
eres una cobarde, ahora vivirás para arrepentirte toda tu
vida.
—¿Por qué no quieres matarme? —pregunto, poniéndome
de pie..
—Porque no tengo interés en ti. No voy a matarte por
más que lo desees.
—¡Pero mataste a mi familia! —Siento el ardor rozar mis
ojos, esta vez más por coraje que por tristeza. Él solo hace
otro gesto sardónico, y finge lástima por mí.  
—Si no soportas la idea de estar viva, ve y aviéntate
frente un camión.
—Esa no es una manera linda de morir —susurro.
—Y crees que si te mato yo… ¿será lindo?
—No, supongo que no.
—Supones bien. —Comienza a caminar hacia la salida,
pero se encorva nuevamente por el dolor.
—¿Desde cuándo llevas esa herida? —indago por simple
curiosidad.
—Poco más de una semana… —contesta y después
suelta una maldición—. No sé ni por qué te estoy
contestando.
—¿Cómo te la hiciste?
—¡No te importa!
—Se ve fea y creo que es algo profunda…
—¡Deja de meterte donde no te llaman!
—Podría infectarse…
—¿Y a ti qué?
Sale de la casa y camina hacia el bosque. Mientras se
aleja, lo sigo de forma casi involuntaria. Pronto se da cuenta
de que lo hago, se detiene y retrocede hasta a mí.
—¿Por qué estás siguiéndome?
—No lo sé…
Y en verdad no lo sé.
—¡No lo hagas!
—Solo... quiero saber por qué no quieres matarme.
—¿Otra vez con eso? —Su voz suena desesperada. Estoy
segura de que he comenzado a impacientarle.
—Quiero saber por…
Mis palabras son interrumpidas cuando, de manera
abrupta, su mano sujeta mi cuello con demasiada fuerza, y
con un rápido y brusco movimiento me estampa contra un
árbol, de manera que todo el aire escapa de mis pulmones.
Todo sucede tan rápido y de una manera tan inesperada,
que me lleno de terror por completo.
—No tientes mi paciencia, pequeña niña —dice con una
fría y escalofriante voz—. He decidido no matarte, pero eso
no significa que no pueda hacerte daño. Recuerda que el
peor dolor se siente estando vivo, no muerto.
Pone más fuerza en el agarre de mi cuello y comienzo a
sentir que me asfixio al no poder respirar. De manera
instintiva, pataleo y suelto manotazos, pero todo es en
vano; mi vista se nubla poco a poco, hasta llegar a la
oscuridad total.
 

Despierto cuando una fría ventizca sacude mi cuerpo.


Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que estoy en la
parte trasera de mi casa.
Me abrazo a mí misma y revivo en mi mente los hechos
sucedidos apenas. ¿Hay alguna posibilidad de que todo
haya sido un extraño sueño? Me pongo de pie con intención
de volver al interior de la casa, pero estoy tan entumida que
me cuesta un poco caminar.
—Tenía la esperanza de no despertar jamás.
Toco mi cuello, aún lo siento adolorido y estoy segura de
que han quedado marcas.
—¡Maldito As...! —Por alguna razón me siento estafada—.
¿Por qué no solo me matas?
Una vez adentro, miro la maleta y el suéter sucio y
sanguinolento. Lo tomo y me siento al pie de la escalera.
¿Qué se supone que debo hacer ahora? Mi mano aún tiene
rastros de sangre, lo que me recuerda que lo tuve a mi
merced... Pude matarlo y no lo hice.
Él no quiere matarme y yo no entiendo el porqué. Miro mi
reloj de mano. Son casi las seis de la mañana; pronto saldrá
el sol en su totalidad, y América se dará cuenta de que no
estoy, así que me pongo de pie, tomo la maleta y guardo el
suéter. Después salgo rumbo a su casa.
Él dijo que me arrepentiría por no haberlo matado, pero
he decidido que seré yo quien lo haga lamentarse el
dejarme con vida.
5
decisión suicida

Al llegar a casa de América, intento entrar por la puerta


principal, ya que no puedo cargar la maleta y al mismo
tiempo trepar por la enredadera. Con mucho cuidado y
queriendo hacer el menor ruido posible, intento abrir la
puerta, pero ésta está cerrada con seguro.
Debí intuir que así sería.
Sin más, dejo la maleta escondida detrás de una gran
maceta junto a la puerta y doy la vuelta a la casa, de
regreso a la enredadera. Trepo y entro sin ningún percance;
América sigue profundamente dormida, acurrucada cual
bebé debajo de las cobijas.
Sin hacer ruido salgo de la habitación para dirigirme a la
puerta principal a recoger mi maleta, pero al bajar las
escaleras me doy cuenta de que Ágata y su esposo ya están
despiertos; ambos conversan en la cocina. Me muevo con
cautela y cruzo la sala, pero antes de llegar al recibidor me
detengo por completo al escuchar mi nombre. Entonces
caigo en cuenta de que están hablando de mí y no puedo
resistirme a averiguar qué es lo que dicen, así que cambio
de dirección y me acerco lo suficiente a la cocina para
escuchar su conversación:
—Estoy haciendo todo lo posible por encontrarle. Creo
que es lo mejor para Aisa —escucho decir al señor Carlos.
—Pero me gustaría que se quedara aquí —dice Ágata con
algo de pesar en su voz. 
—A mí también, pero nosotros no podemos cuidarla
debidamente, ¿qué haremos si el asesino vuelve por ella?
—Quiero creer que ese monstruo ya está lejos de esta
ciudad.
—Aun así, no quiero arriesgarme.
Por un instante tengo el impulso de salir de mi escondite
y decirles que no deben preocuparse de eso, que el asesino
no tiene interés en mí, pero me detengo, porque, claro, no
pueden saber que me he topado con el asesino. ¿Cómo
puedo explicar de manera coherente lo sucedido? ¿Cómo
justificaré el haberle dejado ir, el no haber llamado a la
policía?
Me alejo de la cocina hacia la puerta principal, la abro
con cuidado, tomo mi maleta y me escabullo con rapidez a
la habitación de América. Me siento a la orilla de mi cama y
me hundo en mis confusos pensamientos. ¿A quién está
buscando el padre de América? ¿Realmente quiere que me
vaya? Supongo que sí; mi estancia en este lugar supone un
peligro.
Había planeado ir a la policía y decirles de mi encuentro
con el asesino, dejando ciertos detalles solo para mí, ya que
mi único objetivo era obligarlo a que me buscara; pero
ahora me doy cuenta de la mala idea que es, porque al
hacer eso solo arriesgaría a la familia de América, y yo no
quiero que nada les pase a ellos.
Me dejo caer sobre la cama. Refriego mis ojos con fuerza
debido a la frustración que siento, pero, al hacerlo, recuerdo
que aún están manchadas de sangre. Comienzo a sentir
gran aflicción, culpa más que nada. ¿Qué fue lo que hice?
Mi corazón se estruja ante el imperdonable acto de
traición hacia mi propia familia, pero se estruja aún más por
desear que mi alma sea arrastrada a lo más profundo del
infierno.
 

El permiso especial que recibí para ausentarme de clases


ha terminado; han pasado diez días ya desde la muerte de
mi familia y debo volver a clases. Pero decidí quedarme en
casa un día más; no me siento lista para retomar una vida
que, en sí, no sé si quiero seguir.
Me remuevo en el taburete, incómoda, y me recuesto
sobre la barra del desayunador. Estoy demasiado agotada,
no he logrado dormir bien, pues no dejo de pensar en lo que
sucedió aquella noche en que me encontré con él. Tampoco
puedo dejar de pensar en las palabras del señor Carlos. Le
he visto demasiado nervioso, o asustado, diría yo, y lo
entiendo, es comprensible que lo esté; creo que siente que
su familia corre peligro al estar yo aquí.
—Aisa. —Doy un suave respingo y miro a Ágata, que
también se ve agotada, y su mirada muestra gran
preocupación—. ¿Estás bien?
—Sí —contesto, pero ella sabe que no es así. Ahora me
siento culpable, pues ellos han pasado malas noches debido
a mí—. Lo siento —susurro, dejando caer un par de
lágrimas.
—¿Por qué, pequeña? —Se sienta a mi lado y me abraza
—. No tienes que sentirte apenada por nosotros. Ahora
somos tu familia y vamos a darte todo el apoyo que
necesitas.
—Gracias. —Limpio las lágrimas, aunque inútil resulta el
acto, ya que no dejan de salir.
—¡Eres tan fuerte y valiente, Aisa! En verdad te admiro
mucho.
A punto estoy de replicar en contra de eso para decir que
yo soy todo menos fuerte y valiente, pero unos golpes en la
puerta me impiden abrir la boca. Ágata se levanta y va a
ver quién llama, mientras yo hago un esfuerzo por controlar
el llanto.
—Aisa. —Volteo al llamado de Ágata y veo a un par de
policías que la acompañan. Los miro asustada, sintiendo
que ellos saben de mi encuentro con el Asesino de la Luna
—. Aisa, estos policías quieren hablar contigo.
—¿Por qué? —cuestionó de inmediato. Mi corazón late a
prisa. Ahora, por algún ridículo motivo, siento que soy yo la
causante de esta situación—. ¿Dónde está el detective
Hans?
Aunque me costará mirarle a los ojos después de lo que
hice, me da curiosidad saber por qué no ha venido él. Los
dos policías se miran entre sí ante mi pregunta. Parecen
incómodos.
—El detective Hans ya no estará por aquí más. Ha dejado
el caso.
—¿Qué? —Me pongo de pie y los miro en completo
desconcierto—, ¿cómo que dejó el caso?
—Le ofrecieron uno nuevo y él decidió tomarlo. Se
marchó de la ciudad hace dos noches, así que ahora
nosotros nos haremos responsables de usted.
—¿Ustedes?
—Sí. Estamos aquí porque hemos pensado en una forma
de poder atrapar al asesino y necesitamos su colaboración.
—¿Cuál?
—Creemos que él va a volver por usted. —Mis ojos se
abren con sorpresa; supongo que no me esperaba eso—. No
estamos seguros de por qué la dejó con vida, pero ante la
posibilidad de que él vuelva se presenta una oportunidad,
así que solo debe quedarse aquí. Le asignaremos protección
y estaremos vigilando, esperando a que aparezca.
—¿Acaso es una broma? —Comienzo a alterarme: la
decepción y una gran indignación se apoderan de mí—. ¿Se
sentarán a esperar a que llegue solo? ¡Deberían estar
buscándolo!
Se miran una vez más entre ellos y resoplan de manera
cansina, como si tratar de resolver el caso les diera dolor de
cabeza. Entonces me doy cuenta de lo que sucede.
—Creemos que habrá una oportunidad si él viene por
usted…
—¡No voy a exponer así a Aisa, no la usarán como
carnada! —replica de pronto Ágata, tomándome de los
brazos—. Ustedes son unos buenos para nada. En vez de
estar perdiendo el tiempo y esperar a que pique solo,
deberían estar buscando hasta por debajo de las piedras a
ese malnacido.
—Señora, cálmese...
—Sé que no le atraparán. —Los miro con furia y ellos solo
se encogen en su sitio—. El crimen hacia mi familia quedará
impune al igual que ha pasado con todas las demás
víctimas.
—Nosotros... hacemos lo que podemos.
—No es suficiente.
—¡Largo de mi casa! —furiosa, Ágata echa a los policías,
quienes no replican y se marchan sin más.
Después caigo en cuenta de que en verdad no les
importa; nunca les ha importado. ¿Cómo pueden actuar de
esa manera? No es un caso aislado, ¿no deberían estar los
mejores detectives del país detrás del asesino? ¿Por qué no
le dan la atención debida? Yo realmente creí en las palabras
de aquel hombre. Me sentí tan mal cuando creí que le había
defraudado, pero resulta que se rindió sin siquiera
intentarlo. Él simplemente decidió dejar el caso, dejarme a
mí.
—¡No te preocupes, Aisa! —Ágata regresa a mi lado y me
abraza—. Te prometo que te protegeremos. Por la larga
amistad y profundo cariño que nos teníamos tu madre y yo,
no dejaré que nada te pase.
Sus palabras me hacen feliz, pero al mismo tiempo me
llenan de amargura y aflicción; sé que el asesino no volverá
por mí. No tiene interés alguno en mi persona, pero ellos no
lo saben y viven con el constante miedo a que de pronto
aparezca; y yo, por mi parte, vivo con culpa por mi sola
existencia.
Por la noche, cuando todos duermen y el ambiente
calmado y silencioso solo es perturbado por el sonido de la
lluvia al caer, medito en lo que será mi vida de ahora en
adelante. Ha quedado claro que justicia no habrá, al menos
no por parte de las autoridades, y la única oportunidad que
parecía ser casi divina, la he dejado escapar.

Ahora viviré para arrepentirme...

Muerdo con fuerza mi labio inferior e incrusto mis uñas


en los brazos de manera dolorosa; quiero arrancarme la
piel, quiero quitarme... desprenderme a mí misma.
Esta noche la lluvia ha vuelto a caer, y lo hace también
en mi interior; siento cómo el dolor y la agonía están
anegando mi alma. Me estoy ahogando en un sentimiento
tempestuoso que desea destruirlo todo. Puedo sentirlo,
puedo escucharlo: cómo todo dentro de mí se cae a
pedazos, cómo se desborda la tristeza y la culpa que en
este momento me gobiernan.
Desde ese día hay pensamientos turbios dentro de mi
cabeza. Son como un torbellino ocasionando caos y
destrucción total dentro de mi inestable mente.
Continuamente me estrello de lleno contra algo que no
puedo explicar; es un sentimiento que no sé cómo
expresarlo, pero que me motiva y me obliga a actuar.
Me giro y miro a América, que duerme plácidamente a mi
lado. Ella es mi mejor amiga, una hermana para mí; nos
conocemos desde preescolar y hemos estado siempre
juntas. No quiero que algo le pase a ella o a sus papás,
tampoco quiero seguir siendo una carga así que…
—Debo marcharme —digo en un susurro. América hace
un gesto y se acurruca contra las almohadas.
Me pongo de pie, y de debajo de la cama saco mi maleta,
la cual preparé con antelación. Me visto adecuadamente y
tras dejar una carta sobre mi cama, miro a mi amiga,
dándole el último adiós. Luego, salgo de la casa y me dirijo
a la mía. No me demoro mucho, solo me llevo dinero que
tenía ahorrado, y tomo una peluca rubia que utilicé en una
fiesta de disfraces el año pasado. La usaré para tratar de
evitar que me reconozcan, en caso de que la familia de
América decida buscarme.
También saco de un baúl una katana que, por mero
capricho, papá me compró años atrás. Recuerdo que
desarrollé una obsesión por las armas blancas después de
ver una película, así que estuve semanas insistiendo para
que me comprara una, y le harté tanto que tras un viaje de
negocios llegó con la espada. Mamá se molestó mucho,
pero en ese momento fui la hija más feliz.
Retiro con cuidado la funda dejando ver la hermosa arma
mortal que brilla con magnificencia a la luz. Está tan afilada
que, por jugar con ella una vez, estuve a punto de perder un
brazo, y por ese mismo motivo mamá me prohibió volver a
usarla, pero ahora es tiempo de darle el uso correcto.
—Tal vez debería hacer el harakiri.
Debería. Y de alguna manera es lo que estoy por hacer,
aunque no de la manera tradicional. Pero después de la
decisión que he tomado, me aseguraré de que el resultado
sea el mismo.
Sonrío amargamente. Guardo la katana en su funda de
piel negra y bajo las escaleras en busca de mi maleta. Me
pongo la peluca, una boina, y minutos después salgo con
dirección a la ciudad.
6
¡al acecho!

Tomo el primer autobús que lleva a la ciudad y unos


treinta minutos después llego. Me pongo en busca de un
hotel barato, me registro bajo un nombre falso y subo a la
habitación 16. Cierro bien la puerta tras de mí, me recargo
en esta y miro la pequeña habitación; solo tiene una cama,
un tocador y una pantalla. Suspiro, me siento incómoda y
ajena a todo lo que me rodea.
Acomodo la maleta a un lado de la cama, me dejo caer
sobre el colchón y contemplo el techo. En los últimos días,
mi cabeza ha sido invadida por docenas de ideas tontas,
demasiado riesgosas, y estoy consciente de lo mal que
podrían salir; pero el primer paso ya lo di: escapar de casa.
Tal vez debí ir directamente a la policía y contarles lo que ha
pasado, para después sentarme a esperar, esperar algo que
sé que nunca llegará; pero hubo algo que me motivó a no
hacerlo, sino a ir por mi propia cuenta.
Tal vez es mi reciente personalidad suicida que comienza
a hacerse presente.
No quiero meter a la familia de América en esto, ni a
nadie de mis amigos. He decidido sucumbir al pensamiento
más oscuro que grita en mi cabeza desde lo sucedido con
mi familia y eso implica ir detrás del Asesino de la Luna. Él
no quiere matarme y yo quiero saber por qué. Es estúpido,
sí, y no, no es una buena idea. Creo que por eso mismo lo
hago: entiendo el riesgo y consiente estoy de que puede o
no funcionar.
No me detendré hasta el final.
Quiero saber qué es lo que le motiva, quiero entender
qué vio en mi familia que no ve en mí. Pero más que nada,
yo quiero...
—Realmente creí que esto sería fácil —digo en voz alta,
interrumpiendo mi propio pensamiento. Creí que lo más
difícil sería encontrarlo y lo fácil sería hacer que me matara,
pero resultó ser todo lo contrario.
Deambulando entre tantos pensamientos confusos,
termino por quedarme dormida y solo el hambre me
despierta pasado el mediodía. Me levanto, tomo un corto
baño y salgo en busca de algo para comer. Afuera hace
bastante frío y parece que volverá a llover. Entro a una
pequeña cafetería y me siento en un rincón. Pido un
chocolate caliente y un pastelillo. Tengo una gran debilidad
por las cosas dulces, sobre todo por el pastel de chocolate
que hace mamá… que hacía mamá.
Miro el pastelillo frente a mí y el rostro sonriente de mi
madre aparece en mi mente. Ella amaba cocinar, en
especial cosas que sabía que nos hacían felices, como mi
pastel de chocolate, las albóndigas que tanto gustaban a
papá o el flan que amaba Dan. Un nudo se forma en mi
garganta; otra vez siento que la vida se me cae al recordar
a mi familia. ¡Los extraño tanto! ¿Por qué tuve que
desviarme ese día a casa de América? ¿Por qué no estuve
con ellos?
Tal vez no hubiera podido evitar que murieran, pero al
menos hubiera muerto con ellos. Eso hubiera sido mucho
mejor que el haber quedado sola y con este insoportable
dolor.
—¡Maldito As! ¿Por qué no me mataste? —Seco
bruscamente una lagrima que se ha escapado y me obligo a
no llorar.
Llorar no resuelve nada, y yo lo que en estos momentos
quiero es hacer justicia con mis propias manos. Justicia...
«Si eso quisieras, lo hubieras matado cuando quedó
indefenso.»
Es cierto, lo hubiera hecho. Creo que cualquiera en mi
situación habría aprovechado dicha oportunidad. ¿Qué fue
lo que impidió que lo hiciera? No lo sé, trato de averiguarlo.
«¿Segura que no lo sabes?»
A veces mis propios pensamientos me asustan, al grado
que prefiero ignorarlos. Miro a mi alrededor y visualizo un
pequeño monitor que cuelga sobre la pared, en el que está
sintonizado el canal de las noticias. No me sorprende que mi
nombre aparezca en el titular. Sabía que la carta que dejé a
América no sería suficiente para calmarles. Han hecho el
reporte de mi desaparición y una foto mía sale en la
pantalla pidiendo que, si alguien me ve, llame de inmediato.
Nuevamente me siento culpable por América y sus
padres; deben de estar muy preocupados por mí. Pero no
me arrepiento, porque hago esto para protegerlos.
Después de terminar de comer, salgo de la cafetería para
regresar al hotel. No quiero arriesgarme a que me
encuentren, aunque vaya disfrazada. El viento ha arreciado
y se pueden sentir las gotas de lluvia en el aire. Cubro con
mis manos mi cabeza, no vaya a ser que el viento se lleve
mi peluca.
Tan solo llegar al hotel saco la katana, miro a lo largo de
la hoja para sentir su filo.
«¿Estás segura de la locura que estás a punto de
cometer?»
No, claro que no.
Me pongo de pie y blando la katana. Enmendaré mi error;
no dejaré que ese maldito se salga con la suya, y no importa
cuánto tiempo me lleve, iré tras él con la intención de
matarlo. Si quiere evitarlo tendrá que matarme él a mí, así
que solo queda ver qué pasará primero. Con dicho
pensamiento me pongo a “entrenar”. Papá me enseñó
algunos movimientos. Otros más los aprendí en internet, por
lo cual creo tener un buen manejo de la espada.
—¡De hecho soy muy buena! —alardeo.
Mi entrenamiento termina entrada la noche. Estoy muy
agotada, pero dicho agotamiento me relaja. Tomo una
botella de agua y dejo que su contenido me refresque.
Después enciendo la pantalla y pongo las noticias, mientras
saco un cambio ligero para después de bañarme. Una vez
todo listo entro al baño, pero salgo corriendo al escuchar
algo de sumo interés.
—El Asesino de la Luna ataca otra vez…
—¿Qué? ¿otra vez? —repito sorprendida.
»Es la primera vez que esto sucede —prosigue la
presentadora—; nunca había cometido dos asesinatos en
tan poco tiempo ni en la misma ciudad. ¿Será que seguirá
matando hasta encontrar a la sobreviviente de sus pasadas
víctimas?
—¿¡Qué!? —Miro la pantalla, completamente indignada—.
¿Acaso son idiotas? ¿Ahora resulta que es mi culpa? —grito
como si la locutora pudiera escucharme—, y... ¡no es por
eso porque, aunque ustedes no lo saben, puñado de idiotas,
ya me encontró y no me mató! —remarco la última frase—.
¡Así que si aquí hay alguien culpable por que siga
asesinando no soy yo, son ustedes! ¡Son tan ineptos que no
pueden atraparlo! ¡Idiotas!
Apago la pantalla y lanzo el control con un puñetazo Me
recuesto sobre la cama y hago un par de ejercicios de
respiración para controlarme. Después de un rato lo
consigo. Todo lo que dicen ese puñado de ineptos es
estúpido. Siento que solo buscan maneras de justificar el
gran fracaso que son, ¿no sienten que hay algo más?
Yo tengo ese presentimiento. Sé que los motivos de ese
asesino no tienen que ver conmigo, y por eso mismo, ahora
más que antes, quiero saber por qué lo está haciendo;
quiero saber por qué volvió a matar.
Es cierta la parte de que nunca lo había hecho en el
mismo lugar, menos en tan poco tiempo. ¿Qué es lo que lo
motiva en primer lugar? Hay tantas cosas a las que no le
encuentro sentido y que quiero saber. ¿Por qué mató a mi
familia, pero a mí me deja vivir? El detective Hans dijo que
el asesino tenía una victimología concreta. Todos tenían algo
en común; eran empresarios importantes, e incluso la
mayoría pertenecía o habían pertenecido a la misma
empresa, ¿qué es lo que anhelaba de ellos? ¿dinero? O tal
vez algo más. No lo sé, pero con el asesinato de mi familia
él ha cambiado por completo su victimología. ¿Qué había en
mi familia que él deseara? ¿Qué es lo que me falta para que
no quiera matarme? Quiero saberlo... Por eso me daré a la
tarea de buscarlo, de pedirle, no, de exigirle una explicación
y después...
«¿Y después?».
—Me pregunto sí tendré la misma suerte de la última
vez...
Si intento encontrarme con él, ¿tan si quiera podré
hacerlo? Al menos sé que sigue en la ciudad, pero no sé por
cuánto tiempo. Y ¿cómo voy a encontrarle? Si voy a la
última escena del crimen, tal vez tenga la suerte de
toparme con él, como pasó en casa de mis padres. Aún sigo
cuestionándome el porqué estaba ahí, siendo muy
arriesgado para él. Parecía estar buscando algo; no creo que
haya sido casualidad que estuviera ahí, y tal vez no fue
simple suerte el haberme topado con él. No sé cuántas
posibilidades hay de encontrarlo otra vez si visito la escena
del crimen, pero...
—No pierdo nada con solo intentarlo.
Por la mañana hago la pequeña rutina del día anterior,
solo que esta vez compro en una tienda de servicio algo
para comer durante el día y por la noche; compro comida
suficiente como para una semana, así no tendré que salir y
exponerme.
Durante el transcurso del día me preparo para los
sucesos que ocurrirán por la noche. Estoy consciente de que
la posibilidad de que As aparezca es muy baja, pero aun así
lo intentaré una y otra vez hasta agotar por completo toda
posibilidad.
—Es hora —me digo cuando el reloj marca la
medianoche.
Primero con un poco de duda y después con decisión,
tomo la katana y salgo rumbo a la escena del crimen. Me he
dado la tarea de buscar la dirección donde ha ocurrido el
asesinato: queda a poco más de veinte minutos a pie, desde
el hotel donde me encuentro.
Al salir a la calle, el viento frío choca en mi cara. Me
abrazo, pues, a pesar de que mi sudadera es gruesa, siento
el frío calar mis huesos. Durante todo el trayecto miro a
todos lados, sintiéndome un poco paranoica. Me da miedo
caminar sola a medianoche, sentimiento tonto y
contradictorio, ya que ahora mismo me encamino a una cita
con la que podría ser mi muerte.
Cuando llego a una cuadra del lugar me doy cuenta de
que aún hay policías alrededor, por lo que es imposible que
el asesino aparezca. Un poco decepcionada, vuelvo al hotel.
Los siguientes tres días igual… El quinto y sexto día ya no
hay policías. Me quedo esperando hasta las cinco de la
mañana, pero él no aparece.
—¡Último intento! —me digo al salir del hotel. Es la
séptima noche… hoy tiene que aparecer.
Me dirijo una vez más a la escena del crimen, deseosa de
que esta vez pueda encontrarlo. Cuando llego, cruzo esa
cinta amarilla que comienza a ser tan familiar. Entro a la
casa y me dirijo a la habitación donde se cometió el
asesinato. Un escalofrío me pone la piel de gallina al estar
frente a la habitación donde ocurrieron los hechos.
Tomo aire, tratando de sacar algo de valor, y me escondo
en la habitación de enfrente. Dejo la puerta ligeramente
abierta y me pongo a esperarlo con la esperanza de que en
esta ocasión sí llegue. Pasa una hora y comienzo a
impacientarme. Estoy a punto de rendirme; creo que de
verdad fue pura causalidad haberlo encontrado aquella
ocasión. Pero cuando estoy por marcharme, escucho pasos
en el pasillo.
Con mucho cuidado me asomo y lo visualizo: está de
enfrente a la otra habitación, por lo que solo le veo la
espalda. Saca su cuchillo, quita la cinta, abre la puerta y
entra. Dejo pasar un par de minutos para poder salir de mi
escondite, y lo hago de manera lenta, tratando de no hacer
ruido.
Me sitúo junto a la puerta, pegada a la pared, y sujeto
con fuerza la katana para sorprenderle cuando salga. El
tiempo se burla de mí, haciendo que los minutos parezcan
horas. Pronto una fina capa de sudor cubre mi frente,
debido a los nervios que siento. Mis sentidos se ponen en
alerta cuando lo escucho acercarse. Me preparo sujetando
con firmeza la katana, y en cuanto lo veo cruzar el marco de
la puerta, la empuño con fuerza contra él.
De manera sorprendente, él reacciona muy rápido y
detiene el golpe con su cuchillo. Después todo pasa muy
rápido y no sé qué sucede hasta que siento algo frío sobre
mi cuello. La katana vuela a unos cuantos metros de mí, lo
que descarta la idea de que soy buena con ella. Trago saliva
con dificultad y mis piernas flaquean.
Él está situado detrás de mí; con una sola mano detiene
mis dos brazos por detrás de mi espalda y con la otra
aprieta su cuchillo sobre la delicada piel de mi cuello.
—¿Otra vez tú? —pregunta con desconcierto y fastidio—,
¿por qué estás siguiéndome? ¡Te dije que me dejaras en
paz! ¿Cómo me encontraste?
—S-solo lo deduje por tus actos de la última vez.
—¿Solo lo dedujiste?  
—Creo que tuve suerte.
—¿Crees que encontrarte conmigo es cosa de suerte?
—Lo creo.
—Parece que tienes una obsesión conmigo.
—Tuviste razón al decir que me arrepentiría por no
haberte matado. Ahora enmendaré mi error y cobraré
venganza por lo de mi familia.
—¿Venganza?
—¡Sí! He venido a matarte. —Trato de sonar intimidante,
pero me quedo en desconcierto cuando explota en
carcajadas. Parece que la situación le divierte demasiado,
pero no me siento molesta por la forma en que se burla de
mí.
—Sí, eso noté —dice, refiriéndose a mi katana—. No
niego que me has sorprendido, pero lamento decirte que no
tienes lo necesario para matarme.
—¡Entonces acaba tú conmigo!
—Oh, ya veo lo que pretendes, pero no lo conseguirás.
No voy a matarte.
—¿¡Por qué!? ¡Quiero que me digas cuáles son tus
razones para dejarme con vida!
—¿Quieres? No me importa lo que tú quieras.
—Sé que no te importa, pero tendrás que hacerlo.
—¿Y si no?
—¡Tendrás que morir!
—¿Cómo pretendes matarme? Solo eres una niña
traviesa que debe ser castigada por meterse donde no
debe. —Tras decir eso, siento cómo encaja la punta de su
cuchillo en mi cuello.
Dejo escapar un chillido y aprieto los dientes ante el
dolor. Trato de zafarme, pero mis esfuerzos son inútiles ante
su fuerza, incluso comienzo a creer que no es humano.
—Si no dejas de seguirme, te torturaré de una deliciosa
manera hasta hacerte suplicar clemencia, la cual por
supuesto no tendré.  
Ese líquido carmesí tan esencial para la vida sale
lentamente de las heridas. Cierro los ojos y mi cuerpo se
estremece al sentir otra vez el tacto de su húmeda y tibia
lengua, que recorre el camino que ha dejado mi sangre;
desliza la punta de esta, de manera lenta y con suma
delicadeza, provocando un sinfín de extrañas sensaciones
en mi interior.
Su respiración cerca de mi oído y su lengua sobre mi piel
son una extraña y delirante tortura que me hace
experimentar algo que no imaginé que fuera posible.
Poco a poco afloja el agarre de mis brazos, y, en un
rápido movimiento, me suelta por completo y se aleja,
dejándome aturdida. Sin moverme ni un centímetro, le miro
caminar hacia mi katana, la sujeta entre sus manos y la
observa con detalle.
—Lindo juguete —dice, y la avienta a mis pies.
—¿Acaso tú... eres un vampiro? —es lo primero que se
me ocurre preguntar.
—¿Qué? —Me mira desconcertado, para después reírse a
carcajadas—. ¿Eres estúpida?
—B-bueno es que tú acabas de… —Siento mis mejillas
tornarse rojas. Afortunadamente no hay suficiente luz como
para que él lo note.
—Solo estaba aplicándote un pequeño castigo. Tu sangre
es dulce, pero no… lo siento, no soy un vampiro.
—Tienes una extraña forma de… castigar.
—Yo diría que es una hermosa manera de torturar. Pero si
me sigues fastidiando, no seré tan amable la próxima vez.
—El tono de su voz me dice que no bromea—. Deberías
olvidar tu estúpida idea de matarme o hacer que te mate.
Mejor ve y vive tu vida.
—Tú destruiste mi vida… —me mira y después suspira.
—Ah sí, maté a tu familia, ¿no? Lo había olvidado, pero
bueno, ni modo. Ya supéralo. —Se encoje de hombros, a la
vez que sonríe quitándole importancia al asunto. El cinismo
de sus palabras enciende una mecha interna.
—¡Eres un maldito! ¡Si no puedo matarte entonces iré
directo a contarle a la policía todo lo que sé de ti! —Mis
palabras no causan el efecto deseado: él no parece
preocupado por lo que la policía pueda hacerle. —Si
quisieras acusarme ya lo habrías hecho.   
—Esta vez no me detendré. Saliendo de aquí iré directo a
la policía...
—¿Lo harás?
Al sentir su fría mirada sobre mí, mi corazón comienza a
bombear con más fuerza; sus ojos ahora reflejan un
desprecio tan intenso hacia mi persona, que siento una
pavorosa sensación paralizarme. Retengo el aliento cuando
me muestra su cuchillo, a la vez que comienza a caminar
hacia mí, y yo retrocedo hasta que mi espalda choca con la
pared.
Una vez que acorta toda la distancia entre ambos, se
cierne sobre mí, haciéndome encoger en mi sitio. Dobla su
brazo izquierdo y lo recarga sobre la pared, para inclinarse
así sobre mi cabeza. Clavo mi vista al suelo y siento cómo
su pesada respiración hace cosquilleos en mi cuero
cabelludo.
—En realidad, la policía me tiene sin cuidado. Pero no
puedo seguir pasando por alto tus estúpidas amenazas, así
que... —Pone el filo del cuchillo sobre mi mentón y levanta
mi rostro dejándolo muy, muy cerca del suyo—, ¿debería
cortarte la lengua? Así me aseguro de que no digas nada
para que dejes de fastidiarme.
El terror se trasluce a través de mi mirada, y el
aturdimiento que causan los incontrolables latidos de mi
corazón hacen que vea negro por segundos. Su cuchillo se
mueve lentamente y sube hasta mis labios, los acaricia de
forma delicada con el filo del metal y después lo introduce
obligándome a abrir la boca.
Aunque quiero apartarlo, mi cuerpo no reacciona. Suelto
un quejido de dolor cuando corta sobre mi lengua. El sabor
de la sangre inunda mi boca, y esta misma se desliza por la
comisura de mis labios. Entonces se inclina aún más sobre
mí y con su lengua limpia la sangre que se ha derramado.
—Deja de jugar conmigo, niña estúpida. Si sigues
provocándome de esta manera, haré que sufras, que sufras
mucho —advierte, dejando caer su aliento sobre mi boca.
Su mirada se ha ensombrecido por completo, y sus ojos
parecen los ojos de un demonio. Por último, saca su cuchillo
de mi boca y se aleja. Las piernas me tiemblan tanto que ya
no puedo sostenerme, por lo que caigo de rodillas. Le veo
limpiar la sangre que ha quedado en su cuchillo, y tras
guardarlo se marcha por el pasillo sin mirar atrás,
desvaneciéndose así en la profunda oscuridad de la noche.
7
encuentros no casuales

Mi encuentro con el Asesino de la Luna fue un desastre,


claro que lo fue, supongo que me vi demasiado estúpida e
ingenua creyendo que tenía lo necesario para someterlo o
hacerle ceder a mis deseos.
Cuando me quedé sola en aquel tenebroso lugar, con el
corazón a mil y el sabor a sangre inundando mi boca, me di
cuenta de lo inútil que era mi esfuerzo. Ni siquiera estaba
segura de lo que realmente quería. Tenía miedo y estaba
humillada, llena de indignación y vergüenza hacia mí
misma. Lloré una vez más, y pensé en regresar a casa de
América, pedir perdón y tratar de comenzar de nuevo.
Incluso estaba decidida a ir a la policía y contarles todo.
Pensé que sería el movimiento perfecto para vengarme de
él por haberme subestimado, pero a último minuto me
retracté y decidí no hacerlo.
En realidad, no sé por qué, pero sigue atascado dentro de
mí ese maldito sentimiento que no hace más que llevarme
hacia él. Hay algo que quiero, y siento que no debo
detenerme hasta conseguirlo. Acusarlo estropeará mi
deseo.  
—Aunque, seguramente acusarlo no serviría de nada.
De hecho, él parecía demasiado seguro de que no lo
acusaría, o tal vez despreocupado, como si supiera que no
van a buscarle, que no van a encontrarle. Ese es un hecho
que me intriga demasiado y me hace presentir que aquí hay
algo más de lo que se ve en los noticieros, más de lo que yo
misma puedo imaginar... algo más allá de sus asesinatos. 
Me cuesta imaginar qué puede ser tan grande como para
que la policía evada el caso de manera tan descarada.
—Necesito saberlo.
Me miro al espejo: tengo una bandita en mi mejilla, y las
heridas de mi cuello aún no sanan; se ha formado un
horrible moretón alrededor de la zona dañada, el cual está
ligeramente hinchado; y no se diga mi lengua, que aún
punza y duele cada que la muevo.
—De seguro esta vez terminaré con una nueva herida,
aun así... lo haré.
Cierro los ojos, y tras liberar un fuerte suspiro tomo la
katana. La observo mientras pienso que lo más seguro es
que no me sirva de mucho, pero aun así la llevaré. Hoy es la
séptima noche del tercer asesinato y tengo esa ligera
impresión de que tendré la misma suerte de encontrarme
con él.
—Él vuelve la séptima noche, ¿por qué?
Salgo del hotel rumbo a la escena del crimen. Esta vez se
trata de una bodega abandonada. La víctima había sido un
hombre de mediana edad. Solo Dios sabe qué estaría
haciendo allí a la medianoche, pero fuese lo que estuviese
haciendo, estoy segura de que nunca imaginó que ahí daría
su último respiro.
El lugar se encuentra algo apartado de la ciudad; me
cuesta casi una hora llegar. Mis pies duelen y muero de
sueño, pero no me retractaré ni me rendiré antes de que el
juego comience. La bodega está escondida entre los árboles
y solo la tenue luz de luna la ilumina.
Como no sé por cuál dirección va a llegar, decido
quedarme a unos cuantos metros para observar a distancia,
me agacho y me oculto entre unos matorrales. Por fortuna,
en esta ocasión no tengo que esperar tanto, pues tan solo
unos diez minutos después él aparece de entre las sombras
de los árboles.
Camina con toda la tranquilidad del mundo mientras
juega con su cuchillo a lanzar y atrapar. Cuando lo veo
desaparecer dentro de la bodega, salgo de entre los
matorrales y con sigilo me muevo hacia la entrada. Echo un
vistazo dentro y le veo de cuclillas. Logro visualizar la
silueta marcada del cuerpo de la víctima. Unos minutos
después se pone de pie y camina alrededor del lugar,
analizándolo. Revisa en los rincones por todo el sitio, y sigo
sin entender qué es eso que busca.
Entrecierro los ojos cuando lo veo agarrar algo de entre
una pila de escombros, pero no logro ver qué es y me
escondo cuando camina hacia la salida.
¡Aquí vamos de nuevo!
Estoy por desenvainar la katana, pero entonces siento un
leve cosquilleo sobre mi hombro, y al voltear con rapidez
me encuentro con una enorme araña. Retengo el aliento y
siento que mi cuerpo se paraliza, porque yo... yo le tengo
pavor a las arañas. Sin pensarlo suelto la katana y comienzo
a dar manotazos, esperando que la horrible araña se caiga;
pero como siento que hay cientos de arañitas trepando por
mi cuerpo, caigo presa del pánico y me olvido de dónde
estoy hasta que me doy media vuelta y choco con algo
duro, pero suave...
Mi sangre se va de mi cabeza hasta los pies, trago saliva
con dificultad y levanto la mirada poco a poco. Ese par de
enigmáticos, hechizantes y cautivadores ojos grises que
tanto miedo me causan, me miran sin expresión alguna.
Pone su enorme cuchillo sobre mi hombro, y la araña que
seguía aferrada a mí se aleja, sobre el metal, como si yo
fuera la villana y él el héroe. Me tenso cuando pasa uno de
sus dedos por las heridas de mi cuello y las acaricia con
suavidad.
—¿Dando un paseo nocturno? —Su voz suena más
tranquila de lo que esperé.
—S-sí. —Agacho la vista, su mirada me intimida en gran
manera.
—No debería andar sola a tan altas horas de la noche una
pequeña niña como tú.
—¡No soy pequeña! —replico de inmediato—, ya tengo
dieciocho...
—Pareces de diez...
—¡Oye! —¿Cómo que parezco de diez?
—¿Y siempre acostumbras a pasear con una espada?
—Y-yo...
—No es un encuentro casual ¿cierto?
—Pues...
—¿Viniste a matarme?
—¡No! No... cómo crees...
—Pensé que te había quedado claro la última vez que no
tienes oportunidad contra mí.
—Me quedó muy claro... 
—No lo creo, tal parece que el castigo que recibiste no
fue suficiente.
—¡Sí lo fue! —digo poniendo la mano sobre mi cuello.
—¿Lo fue? —Me toma del hombro, me empuja contra la
pared y me acorrala con sus brazos. Se inclina hasta quedar
a mi altura, y se acerca tanto que puedo sentir su aliento en
mi rostro.
—¿P-por qué en vez de solo jugar… no me matas?
—¿Por qué en vez de joderme la vida no te suicidas?
—No tengo el valor para suicidarme...
—Y quieres que haga el trabajo por ti, lo sé. —Mi mirada
baja de sus ojos a sus labios y un fuerte estremecimiento se
apodera de mí.
—Solo no entiendo por qué no quieres matarme.
—Ya te lo dije: tú no tienes lo que busco en una víctima.
—Mataste a mi familia, ¿qué tenían ellos que no tenga
yo?
—Nada.
—Mi pequeño hermano... solo tenía tres años. —Se hace
un nudo en mi garganta al recordar a ese pequeño que
tanto amaba—. ¿Qué puede haber en un niño de tres años
que no haya en mí?
—Nada.
—¿Entonces?
—¿Por qué no lo superas y dejas de meterte en mis
cosas? Tu familia está muerta; no importa lo que hagas,
ellos jamás volverán.
—Lo sé... pero hay algo que me propuse y no descansaré
hasta conseguirlo.
—¿Matarme? —Asiento levemente sin desviar la mirada.
—Lo seguiré intentando hasta que lo consiga. —Sus ojos
desprenden un misterioso brillo ante mis palabras.
—Pero yo no debo morir aún, y no planeo dejarme matar
por una chica estúpida como tú.
—No sería placentero si no fuera así. —Una divertida risa
se escapa de sus labios y casi logra contagiarme.
—¿Planeas seguirme hasta el fin del mundo?
—Te mataré antes de que llegues allá.
—No lo creo.
Con su cuchillo quita la bandita de mi mejilla y acaricia la
herida con la punta, abriéndola nuevamente. Muerdo mis
labios y reprimo un gemido de dolor.
—Me encanta tu cara llena de aflicción —susurra contra
mi rostro con una cínica sonrisa.
—Qué bien, porque, ¿sabes?, en mi vida no hay nada más
importante para mí que complacerte —digo con claro
sarcasmo.
—Pues en ese caso, dame un poco más de placer,
¿quieres? —Con su cuchillo levanta la sudadera junto a la
blusa que llevo puesta.
—¿¡Qué haces!? —pregunto alarmada, tratando de bajar
mi blusa, pero me lo impide; toma mis manos y las somete
por arriba de mi cabeza.
—Vamos, no arruines la diversión. ¿No dijiste que te
gusta complacerme?
—¡No estaba hablando en serio! —grito, tratando de
zafarme.
—¿En verdad? Qué lástima, pero ahora tendrás que
cumplir.
—¿Qué vas a hacer?
—Ya lo verás, no seas tan impaciente. —Con un rápido
movimiento corta mi blusa con su cuchillo hasta la parte
inferior de mi sostén, dejando solo a la vista mi vientre.
—P-pero qué...
—¡Deja de moverte!
—¡Estás demente!
—No me digas que apenas lo notas. —El pánico me
invade al sentir la punta de su cuchillo sobre la boca de mi
estómago. Las imágenes de la chica rubia de la película
vienen a mi mente.
—¡Para! —chillo, y me vuelvo a retorcer. Sé que he
estado insistiendo para que me mate, pero la idea de morir
con los órganos desparramados no me agrada mucho.
—¿Por qué? La diversión apenas comienza.
—¡Para! —La punta del cuchillo se clava en mi piel y me
estremezco por el dolor—. ¡Para! ¡Para!
—No... no lo haré ¡Dame placer, pequeña niña! ¡Grita
más fuerte! —Comienza a rasgar mi piel con lentitud y los
gritos no se hacen esperar; el dolor recorre cada fibra de mi
cuerpo—. ¡Eso es! ¡Grita, llora, suplícame para que me
detenga!
La gran sonrisa que se plasma en su rostro no deja duda
de cuánto disfruta el momento. Tiene la mirada perdida,
acompañada de un demencial e inexplicable placer
provocado por mis gritos de dolor. Al caer en cuenta de que
mis súplicas para que se detenga solo le alientan a seguir
adelante, decido quedarme callada, lo cual solo incrementa
la tortura al tener que contenerme ante tanto dolor. Él se
desespera al no escucharme gritar, por lo que encaja aún
más la punta del cuchillo y rasga más lento, incrementando
mi suplicio. Muerdo mi labio inferior con fuerza para
obligarme a no gritar, cierro los ojos y retengo las lágrimas.
Para cuando llega a mi ombligo, mi labio sangra por lo
fuerte que he apretado.
Finalmente se detiene y tomo un respiro.
—¿Has tenido suficiente?
No respondo.
—Pregunté que, si has tenido suficiente, ¿o deseas que
continúe?
—Sacudo la cabeza.
—Y-ya tuve suficiente...
—Bien, mírame a los ojos —ordena y obedezco.
Me encuentro con su fija mirada que me hiela hasta las
venas. Su sonrisa permanece extática. Entonces se acerca
lentamente y lame la sangre de la comisura de mis labios.
Me estremezco ante el acto, me suelta y me dejo caer al
suelo.
—No seré tan amable la próxima vez, así que, espero no
volver a verte.
Da media vuelta para marcharse y después, se pierde en
la penumbra. Me quedo en el suelo sin poderme mover. El
dolor por la herida en mi abdomen es insoportable. Dejo
salir el llanto que tenía retenido y me abrazo para darme
algo de calor.
No me sorprende que las cosas hayan terminado así. Era
casi lo obvio, y aunque estoy muy adolorida, no me
arrepiento de haber venido. Y si cree que ya se deshizo de
mí le demostraré que está equivocado.
Cualquiera que me viera en esta situación diría que soy
una chica masoquista y demasiado estúpida, y sí, lo soy,
porque no voy a detenerme. De manera contradictoria, el
dolor, el miedo, la angustia y todas esas emociones que me
asaltan cada vez que estoy cerca de él son como un
incentivo para seguir yendo tras su persona.
«¿Por qué?».
Sonrío con amargura. Quisiera saber por qué cada vez
que se divierte conmigo, cada vez que me lastima provoca
el efecto contrario al que debería.
«Tal vez lo sabes e intentas ignorarlo».
Tras casi una hora de solo observar la luna, me pongo de
pie con algo de dificultad. Siento un ardor insoportable,
como si me quemara por dentro en la zona dañada. Me
atrevo a bajar la vista y veo la terrible herida. Por lo menos
ha dejado de salir sangre.
Tal vez no es una herida mortal, pero estoy segura de
que me dejará una espantosa cicatriz para toda la vida.
Me lleva unas dos horas llegar al hotel debido que no
puedo caminar rápido. Llego y me quito la blusa o lo que
queda de ella y me sitúo frente al espejo. No es una escena
agradable de ver. Camino al baño mientras me deshago de
mi ropa y entro bajo la regadera. El agua sobre la herida me
causa una sensación agradable. Veo la sangre irse por la
coladera y solo queda una línea de piel abierta. Me seco con
mucho cuidado, y tras ponerme mi ropa interior, agarro
algodón y agua desinfectante. Mojo el algodón con el agua y
lo paso sobre la herida. Un aullido de dolor sale de mi boca,
aunque, al mismo tiempo, el ardor provocado me hace
sentir más tranquila.
Cuando termino me quedo tumbada en la cama sin
moverme, hasta que logro quedarme dormida.
 

El ardor de la herida continua insoportable por los


siguientes tres días. No puedo usar blusas ajustadas porque
me causan un dolor terrible; pero después de la primera
semana me muevo con mayor libertad y a las dos semanas
me siento del todo bien. As ha estado muy ocupado en
estas dos semanas que pasaron; dos asesinatos y cinco en
total desde que llegó. Aún no sé el porqué, ya que siempre
me detiene y tortura antes de que pueda siquiera
preguntarle.
Obviamente no he ido a buscarle en el pasado asesinato,
pero en este lo haré. Seguro piensa que por fin se libró de
mí, pero hoy se llevará una gran sorpresa. Tomo la katana —
en esta ocasión más por costumbre que por otra razón—,
salgo del hotel y camino como siempre a la escena del
crimen, que ahora está en un edificio de departamentos del
centro.
Llego más temprano de lo común y subo las escaleras
con toda la calma del mundo. Cuando por fin llego al quinto
piso, veo el departamento y me percato de que esta vez no
hay cintas amarillas que sellen la puerta, por lo que tengo
una mala sensación.
—Vamos, Aisa, no es momento para echarse atrás. —
Entro al departamento y un desagradable olor hace que me
tape la nariz y boca con la mano.
Echo un vistazo y encuentro el lugar donde murió la
víctima: el sofá. Me siento en el suelo y me pongo a esperar.
Esta vez no me esconderé, si no que planeo encararlo de
frente. Me pongo a jugar con la katana hasta que veo la
puerta abrirse dejando ver a As. Él me mira sorprendido,
pero casi de inmediato sus labios forman una sonrisa cínica
y burlona.
—Creí que no volvería a verte.
—Creíste mal.
—¿Qué tal va la herida? —pregunta de lo más casual.
—Ha sanado.
—Qué bien. —Camina hacia el sofá y observa las ya
secas manchas de sangre y después camina alrededor de
este.
—¿Por qué siempre regresas a la escena del crimen?
—No te importa.
—Realmente quiero saber.
—Yo también quiero saber por qué no te has suicidado.
—Te dije que no me rendiría hasta matarte o hasta hacer
que me mates.
—¿Tengo que volver a torturarte?
—Hazlo si lo deseas. —Me encojo de hombros—. No
importa qué hagas, regresaré una y otra vez.
—¿No tienes nada mejor que hacer? Salir con amigos, ir a
la escuela o tener citas... ¿No tienes novio?
—No.
—Pero tienes amigas, ¿cierto?
—Voy a matarte antes de que puedas hacerles daño.
—Si quisiera hacerles daño, ya lo hubiera hecho.
—¿Por qué sigues en esta ciudad? Nunca habías
cometido tantos asesinatos en el mismo lugar.
—¿Cuándo vas a aprender a no meterte en lo que no te
importa?
—¿Cuándo dejarás de contestarme con otra pregunta?
—¿Cuándo dejarás de hacer preguntas?
—Cuando me des respuestas.
—¿Por qué mejor no te avientas del balcón?
—¿Por qué no me quieres matar?
—¿Por qué no me dejas en paz?
—Lo haré cuando te mate o cuando me mates, antes no.
—Realmente eres un dolor de cabeza.
—Vine a pedirte que pelees conmigo.
—¿Qué? —Había estado examinando algo en el suelo,
pero ahora me presta atención.
—Pelea conmigo. —Me pongo de pie y desenvaino mi
espada—. Estoy harta de que me derrotes sin hacer nada.
—Oh vamos... ¿es en serio?
—Sí.
—Si peleo contigo, ¿te irás y me dejarás en paz?
—Sí, pero solo por hoy.
—No... me dejarás en paz para siempre.
—Ya te dije que hasta que no te mate no te dejaré en
paz. Si quieres impedirlo, solo mátame.
—¿Entonces planeas seguirme adondequiera que vaya?
—Lo haré si es necesario.
—Bien... será divertido. —Sonríe de lado, toma su cuchillo
y me hace señas para que vaya a por él.
Me abalanzo con la espada empuñada, tiro con fuerza,
pero la esquiva fácilmente. Voy contra él una y otra vez, se
escucha el sonido del metal chocando. Yo doy todo de mí,
pero parece que para él es solo un juego. Todo el tiempo soy
yo quien va tras él, que solo me esquiva con tanta facilidad
que me hace enojar. Tiro con más fuerza, pero solo logro
cansarme. Bajo el ritmo y entonces él aprovecha: se
abalanza sobre mí y comienzo a retroceder hasta chocar
con la pared.
Pronto mi espada vuela lejos de mí... Ambos estamos
algo agitados, aunque soy yo la que parece estar más
cansada; tengo una ligera capa de sudor en mi frente y mi
pecho sube y baja con acelerado ritmo. 
—Te gané —susurra chocando su aliento en mi cara.
—Lo acepto —digo, llevando las manos al aire—. ¡Tú
ganas!
—Ahora cobraré mi recompensa. —Muestra una amplia
sonrisa que manda un choque eléctrico por mi espina
dorsal.
—¿Recompensa? —repito, confundida—. ¿Qué
recompensa?
—Bueno —de nuevo acaricia mi mejilla con su cuchillo.
Su mirada está fija en la punta de este, siguiendo el camino
que va marcando—, cedí ante tu estúpida solicitud, así que
ahora me toca divertirme un poco contigo. —Pone el filo en
mi mentón, y empuja, para que eche la cabeza hacia atrás.
—¿El perder no es castigo suficiente?
—No para mí.
—Para mí sí lo es.
Le doy un empujón e intento huir, pero solo he dado dos
pasos, cuando siento cómo una de sus manos se envuelve
en mi cintura tirando de mí hacia atrás. Pega mi espada a
su pecho y nos da media vuelta, volviendo a pegarme
contra la pared. Pongo las palmas de mis manos en ésta
para no embarrar mi cara en el cemento frío.
—¿Por qué te gusta acorralar gente contra la pared?
—Es divertido.
—Solo para ti.
—No dejaré que te vayas sin saldar tu deuda conmigo.
—¿Qué deuda? Eres tú el que debe pagar, no yo.
—Oh, ¿en verdad? —Separa mis piernas usando su rodilla
y pega un poco más su cuerpo al mío.
Mi piel se eriza al sentir su respiración en mi cuello.
Cierro los ojos y trato de controlarme, para no llevarme por
las extrañas y confusas sensaciones que comienzo a
experimentar.
—¿Qué pretendes? —cuestiono.
—Ya te lo dije —pone su mano izquierda encima de la
mía, ejerciendo presión. Vuelvo a sentir el filo de su cuchillo
juguetear en el área de mi cuello—: cobro mi recompensa
por haber ganado, y a la vez te aplico un castigo por
hacerme perder mi tiempo de esta manera.
—Si me dejas ir, no te haré perder más tiempo...
—Ya que me hiciste perderlo. Que valga la pena, ¿no
crees?
Usa el cuchillo para hacer mi cabello hacia un lado y a la
vez ir cortando, para después inclinarse sobre mí. Casi
siento sus labios sobre mi piel, y la pura anticipación me
mata de los nervios.
Espero sentir el tacto húmedo de su lengua recorrer el
camino que la gota de sangre ha marcado, pero me quedo
en espera porque de la nada me suelta. Confundida, me giro
hacia él. Estoy a punto de replicar algo, pero me quedo
callada al escuchar voces.
Ambos nos miramos con un poco de confusión. Las voces
se hacen cada vez más presentes. Me altero al darme
cuenta de que vienen en nuestra dirección. As se aleja por
completo de mí y alista su cuchillo mientras mantiene una
expresión divertida; planea enfrentarse a ellos él solo.
8
PACTO

As

Pasaron dos semanas desde mi último encuentro con esa


chica extraña. Por un momento llegué a pensar que al fin
había logrado deshacerme de ella, pero al cruzar la puerta
del lugar donde ocurrió el quinto asesinato, la encuentro
sentada sobre el suelo, recargada en la pared y jugando con
su katana. Me sorprendo al mirarle ahí, esperándome con
tanta tranquilidad, como si de antemano hubiéramos
acordado una cita. Esperaba no volver a verla; pero tras la
sorpresa inicial sonrío. Tal parece que mi diversión con ella
aún no termina.
Tras una estúpida conversación, me pide que pelee con
ella. Me sorprende lo mucho que pide a gritos que la mate,
pero fuera de eso pienso que puede ser divertido, así que
acepto. No me cuesta nada ganarle y me propongo
divertirme un poco más cobrando mi recompensa, pero
unas extrañas voces llaman nuestra atención. Se escuchan
sumamente cerca; están a punto de cruzar la puerta. Me
preparo para atacar pensando que finalmente tendré mi
oportunidad para un baño de sangre, pero de pronto me
empujan con brusquedad hacia la puerta de un ropero.
—¿Qué crees que haces? —pregunto molesto a la
culpable.
—Cállate y entra ahí… —dice la chica sin dejar de
empujarme.
—¿Por qué?
—¡Entra!
Me empuja por completo al interior del ropero y entra
junto conmigo, apretándose con fuerza contra mí. En cuanto
cierra la puerta, se escucha que los hombres han entrado.
Ella retiene el aliento y se sujeta con fuerza de mi brazo
izquierdo, enterrando los dedos en mi piel. Nuestros cuerpos
están demasiado juntos. No me puedo ni mover y eso me
molesta e incomoda.
—¿Por qué has hecho eso? —pregunto en un susurro,
pues sus acciones me son desconcertantes.
—Son policías —murmura también, pero su voz suena
agitada.
—¿Cómo lo sabes?
—He reconocido la voz de uno.
—¿Y qué importa que sean policías? No les tengo miedo.
—Son varios y están armados. En cuanto te vean te
llenarán de plomo. No puedes hacer nada contra ellos. —
Suspiro con fastidio al creer que tiene razón, pero…
—¿Por qué me has hecho esconder? ¿No es mejor para ti
que me encuentre la policía?
—No puedo dejar que te maten. —Su respiración suena
cada vez más entrecortada, parece que algo no anda bien.
—¿Por qué? —pregunto intrigado—, ¿no querías vengarte
de mí por la muerte de tu familia?
—Precisamente por eso no puedo dejar que ellos te
maten. Quiero ser la única con ese derecho. —Sonrío ante
sus palabras. Esta chica es extraña y estúpida, pero
comienza a agradarme.
—¿Así que tú eres quien va a matarme? —pregunto
divertido.
—Así es… no puedes dejarte matar por nadie que no sea
yo, ¿entendiste?
—Estás demente.
—Bueno, estoy escondida en un ropero con un asesino…
por supuesto que lo estoy.
—Bien, no me dejaré matar por nadie que no seas tú,
pero no puedes darte por vencida nunca. No descansarás
hasta matarme, ¿entiendes?
—Eso puedes apostarlo.
—Bien, ¿es un trato?
—¡Es un pacto! ¡No puedes romperlo, no puedes
romperlo por nada en el mundo! 
—Correcto, lo mismo va para ti.
Nos quedamos callados. Solo se escuchan nuestras
respiraciones, aunque sigo pensando que la de ella es un
poco anormal. Fuera del armario se escucha mucho
movimiento, trato de prestar atención a lo que dicen, pero
poco puedo entenderles.
—No ha quedado nada —escucho decir a uno—. Todo
está limpio.
—Perfecto. —Se escucha ahora una voz más gruesa.
—¿Qué es esto? —dice un tercero—. ¿Por qué hay una
espada aquí?
—La katana —dice la pequeña, muy alarmada.
—Serás idiota.
—Creo que hay alguien más aquí —dice el de voz gruesa
—. ¡Busquen en todos lados! —Pasos indican que alguien se
acerca al armario.
—No salgas, ni hagas ningún ruido —me susurra antes de
abrir la puerta y saltar hacia afuera. En ese momento me
doy cuenta de lo que está mal.
En el momento en que ella sale, siento la tensión de mi
mano liberarse, me doy cuenta de que mi cuchillo tiene un
poco de sangre y al parecer es de ella. La tonta se lo enterró
cuando me metió a fuerza y se pegó a mí. No me di cuenta
antes por la manera tan abrupta en que sucedieron las
cosas y el espacio limitado no me permitía moverme. Sonrío
con ironía, ¿cómo dice con tanta seguridad que me matará?
A este paso morirá primero ella. Abro ligeramente la puerta
del armario, lo suficiente para ver lo que ocurre afuera.
—Señorita Barret —le saluda uno de los hombres
presentes. Es un policía y se muestra bastante sorprendido
por el encuentro tan inesperado. —, ¿qué está haciendo
usted aquí?
—Solo quería ver el lugar. —Su voz tiembla. Él la mira con
asombro.
—¿Por qué?
—Curiosidad…
—¿Quién es ella? —inquiere el dueño de la voz gruesa.
Ahora que puedo verle me doy cuenta de que no usa
uniforme, así que tal vez es algún detective. No lo había
visto antes, y tampoco he visto a al detective Hans desde
que llegué a esta ciudad. ¿Dónde estará?
—Es la señorita Aisa Barret —explica uno de ellos—, es la
chica que sobrevivió al ataque de aquella familia. 
—Así que es ella. —El hombre la mira con detenimiento;
hay cierto brillo en sus ojos que me deja saber que no es un
interés común el que siente por la chica—. ¿Qué hacía
escondida en el armario?
—Me asusté cuando escuché las voces, así que me
escondí. ¿Quién es usted?
—Soy el detective Samuel Días, estoy aquí en lugar del
detective Hans.
—¿Usted no cambiará el caso como lo hizo él? —pregunta
ella y me llevo una pequeña sorpresa; no imaginé que aquel
detective dejaría este caso. ¿Por qué lo haría?
—No, no lo haré —contesta impasible—. Esta espada…
¿es suya?
—Sí, la traje para defenderme de algún ladrón… —Casi
tengo que morderme la lengua para no soltar una
carcajada; ella realmente es muy estúpida. ¿Cómo da ese
tipo de excusa bajo tales circunstancias?
—¿Defenderse? Esa es un arma mortal, ¿tiene permiso
para tenerla?
—A-ah… sí… creo.
—¿No le da miedo andar sola sabiendo que un asesino
está detrás de usted?
—Tal vez un poco.
—¿Por eso trae la espada consigo? ¿Acaso está tratando
de buscar venganza por mano propia?
—No puedo esperar a que ustedes hagan algo —contesta
ella con recelo.
—Pues tendrá que hacerlo. No puede andar por ahí con
una espada y arriesgando su vida de esa manera. Además,
la familia de su amiga está muy preocupada; no hemos
parado de buscarla.
—¿De la misma forma en que buscan al asesino de mi
familia? —El hombre entrecierra los ojos ante el comentario
de la chica; parece molesto, y la mira como si ella fuera un
estorbo.
—¿Dónde ha estado todo este tiempo?
—Por ahí… —Su voz se hace aún más débil y la veo
agarrarse el estómago. ¿Será que la herida es profunda? Si
lo es, podría morir desangrada.
—¿Se encuentra bien?
—Sí…
—¿Se da cuenta de que no podemos dejarla desaparecer
nuevamente?
—Sí.
—Tendrá que acompañarme, tengo muchas preguntas
para usted.
El hombre hace señas a sus compañeros y estos salen,
seguidos por él y la chica. Salgo del armario y me escabullo
por el pasillo hasta una ventana y salgo por ahí. Desciendo
hasta la planta baja, llego a las escaleras y las bajo
rápidamente. Me escondo detrás de la patrulla y espero.
Pronto los veo aparecer. La cara de la pequeña está
pálida; me impaciento. Saco mi cuchillo y rasgo el metal de
la patrulla, enseguida se enciende la alarma y llama la
atención de todos. Salgo de ahí y me escondo tras una
pared. Uno de los policías apaga la alarma, después se
reúnen con el detective, intercambian algunas palabras y él
mira a todos lados como si sospechara que hay alguien
observando.
Ella también observa alrededor, buscándome. Por último,
el detective les hace una señal a los policías, estos se
meten a la patrulla y se alejan a alta velocidad. Sujeta a la
chica con firmeza y la lleva hacia el auto. Se mueve con
dificultad y apenas puedo creer que él no se dé cuenta de lo
mal que está. Me doy cuenta de que no puedo seguir
esperando, pues si no actúo ahora, podría resultar mal. Sin
pensarlo más, salgo de mi escondite y me dirijo hacia ellos.
La pequeña me siente llegar y se gira para mirarme. Sus
ojos se abren por la sorpresa, sonrío a la vez que me acerco
a ella y detiene sus pasos.
—¿Qué pasa con usted, señorita? —pregunta el policía
cuando la chica se detiene, pero antes de que se gire lo
golpeo en la cabeza y lo dejo inconsciente.
Voy por la katana que está dentro del auto y camino
hacia la pequeña. Tan solo llego a ella se desvanece en mis
brazos. Levanto su ropa para ver la herida. No creo que
haya hemorragia interna, ya que en realidad no fue muy
profunda; aun así, debo detener el sangrado o de lo
contrario podría resultar peligroso.
—Juraste matarme —susurro a su oído—, así que no
puedes morir.
Aisa
De a poco y con dificultad, abro los ojos; los párpados me
pesan demasiado y estoy confundida. No estoy del todo
segura de lo que ha pasado. Lo último que recuerdo es a As
caminando hacia mí. Después, todo se llenó de neblina.
¿Dónde estoy?
Miro a mi alrededor, pero no logro distinguir muy bien; mi
vista aún está algo borrosa y el lugar demasiado oscuro.
Intento moverme, pero entonces percibo un ardor en mi
abdomen, acompañado de suaves y placenteras caricias.
Llevo mi mano hasta ahí y siento el calor de otra mano.
—¿Quién es? —pregunto alarmada.
—Ya despertaste. Qué bien, ya era hora de que lo
hicieras.
—¿As?
Una tenue luz aparece en medio de la profunda
oscuridad; una vela ha sido prendida y la esplandor que
despliega me permite ver el rostro de As escondido tras su
máscara. Sus ojos reflejan la luz de la vela, y sus perfectas
facciones se oscurecen con un aspecto más misterioso y un
poco aterrador.
—¿Dónde estamos? —Lo observo por largos segundos,
sintiéndome más confundida que antes, pero más que nada
intrigada.
—En mi escondite —responde con simpleza. Intento
sentarme, pero siento un fuerte dolor en el abdomen que
me lo impide.
—¿Por qué? —cuestiono, mostrándome verdaderamente
curiosa.
—¿No recuerdas nada?
—Lo último que recuerdo es a ti caminando hacia mí.
—¿Y no recuerdas que por aventarme hacia el ropero y
apretujarte contra mí, te encajaste mi cuchillo?
—Ah… sí, esa parte sí la recuerdo.
—Eres una tonta… ¡casi mueres!
—¿Y tú salvaste mi vida?
—Sí...
—No solo te niegas a matarme, sino que ahora salvas mi
vida, ¿por qué?
—Si te dejaba morir, entonces no podría cobrar mi
recompensa.
—¿Qué?
—Además, no puedes morir, ¿cómo me matarás si
mueres antes que yo? —Decir que estoy sorprendida es
poco. ¿Qué clase de asesino es este?
—Tienes razón. —Sonrío a medias y me dejo caer otra
vez, con la mirada perdida hacia una oscura esquina de la
habitación—. No puedo morir sin antes matarte... —digo,
ocultando muy, muy dentro de mí, un sentimiento de
decepción.
—No, no puedes.
—¿Debo agradecerte por salvar mi vida?
—No seas boba, no tienes por qué agradecer nada.
Además, ya te dije que lo hice porque no podía dejarte morir
sin antes pagarme mi recompensa.
—¿De qué hablas? —le miro; una sonrisa maliciosa
adorna su boca.
—¿Tan rápido lo olvidaste?
—¡Tengo hambre! —exclamo, cambiando el tema—.
Siento que no he comido en años.
—Supongo que es normal. Has estado durmiendo
veinticuatro horas seguidas.
—¿En verdad?
—Perdiste algo de sangre. Tuve que desinfectar y coser la
herida.
—¡Genial, otra cicatriz!
—¡Deja de quejarte! ¡Nadie te dijo que te encajaras en mi
cuchillo!
—¿Qué hora es?
—Como las tres de la mañana.
—¿No hay luz?
—No sé si la instalación eléctrica aún funciona, pero me
gusta más estar bajo la iluminación de las velas; llama
menos la atención. Ahora si ya te sientes mejor puedes irte.
—¿Quieres que me vaya a tan altas horas de la
madrugada?
—Sí —contesta con bastante simpleza.
—¡Oye! Qué cruel…
—Claro que soy cruel. Soy asesino, ¿lo olvidas?
—Cómo olvidarlo. Pero eres el asesino que ha salvado mi
vida…
—Deja de mencionarlo. No lo hice por bondad. Ahora
vete.
—No puedo irme; la herida aún me duele. —Creo que
puedo soportar el dolor y marcharme, pero la curiosidad que
siento me empuja a indagar en la extrañeza de su persona.
—Ese ya no es mi problema. —Comienza a jugar con su
cuchillo; lo observa y le da vueltas como cerciorándose de
que no haya ni una gota de sangre en él.
—¡Fue tu cuchillo el que me la hizo! —reprocho, y de
inmediato pone su atención en mí.
—¡Yo no te lo encajé! —se defiende. Su voz sale con un
deje de indignación que me causa cierta gracia.
—Básicamente sí lo hiciste, ya que lo sostenías en tu
mano.
—¡Bueno ya! —Se pone de pie—. Te quedarás solo hasta
que amanezca y después te irás, ¿entendido?
—Ya que… —De nuevo ha sido una reacción inesperada
que me deja más que sorprendida.
—Ahora vuelve a dormir —se dirige a la puerta.
—Ya no tengo sueño, tengo hambre... —murmuro sin
dejar de mirarle.
—Eso tampoco es mi problema. —Lo último que veo es la
puerta cerrándose tras él.
Libero el aliento que, sin darme cuenta, había estado
reteniendo. Miro a mi alrededor y me quedo observando las
sombras en la pared que crea la llama de la vela. No sé qué
es lo que está ocurriendo. Ni siquiera estoy segura de que
algo esté ocurriendo, pues en algunos momentos tengo la
sensación de no estar aquí, sino en medio de un sueño, o
flotando entre espesas nubes.
Llevo mi mano a donde está la herida, aprieto un poco, y
de mi boca escapa un quejido. El dolor provoca una
sensación confusa y contradictoria de la cual aún no tengo
explicación. No sé cuánto tiempo pasa, pero cuando
comienza a aclarar vuelvo a quedarme dormida.
—¡Hey, pequeña niña, despierta! —Mi cuerpo se sacude
bajo unos leves empujones, pero no logro conectar con la
realidad—. ¿Cuánto más planeas seguir durmiendo?
—Solo un rato más —balbuceo.
—¡Vamos, levántate!
—As, déjame dormir. —Con cuidado me pongo boca abajo
y hundo la cara en la almohada.
—No me llamo As. —Su voz deja en claro su malestar,
pero esta vez no hay ninguna alarma interior que me haga
temer.
—Y yo no soy pequeña niña, mi nombre es Aisa.
—Eso no te quita lo pequeña. —Le ignoro y sigo
durmiendo hasta que siento un peso encima de mí,
entonces abro los ojos de golpe, pero la luz de la mañana
me lastima obligándome a cerrarlos nuevamente.
—¿As? —pregunto desconcertada al no saber qué trama.
—Que no me llamo As.
—¿Y cómo te llamas?
—No te importa.
—Entonces te seguiré diciendo As.
—¿Por qué As?
—¡No puedo ir por ahí diciéndote asesino! Además, qué
pereza decir “Asesino” todo el tiempo, así que solo digo
“As”.
—No eres muy brillante, ¿cierto?
—¡Como sea! ¿Puedes decirme que estás haciendo?
—¿A qué te refieres?
—¡Estás encima de mí!
—Ah, sí...
—¡Quítate!
—No. —¿Por qué tengo la sensación de estar peleando
con un niño?
—¡Pesas y haces que la herida duela!
—Lo sé… —Mueve mi cabello a un lado, dejando mi
cuello descubierto.
—¿Qué harás? —Castigarte por desobedecerme y
aprovechar para cobrar mi recompensa de una vez.
—¿¡Qué!? ¿No cobraste tu recompensa ya? 
—No, nos interrumpieron, ¿lo olvidas? —Una de sus
manos empieza a deslizarse por debajo de mi blusa, y antes
de que pueda defenderme, ya tiene mis dos brazos
retenidos por encima de mi cabeza.
—¡Ay no, otra vez no!
—¡Oh, sí, otra vez sí!
Sus manos dan suaves masajes en mi espalda, y lo
admito: eso no se siente tan mal. Pronto se inclina más
hacia mí y mi piel se eriza al sentir su respiración en mi
cuello. ¿Por qué actúa de esa manera? Solo logra
confundirme más y más.
—Me iré, ¿puedes detenerte? —Aunque una parte de mí
no quiere que se detenga, la otra sabe que algo malo se
avecina. Además, no me gusta la forma en que late mi
corazón por tenerlo tan cerca.
—No me detendré. —Siento su lengua en mi cuello,
acariciando la pequeña herida que hizo con anterioridad.
Contengo el aliento. ¡Esa maldita lengua suya!
—¡Por favor!
—No.
—¡Haré lo que quieras, pero detente!
—¡No quiero hacerlo! —Vuelve a pasear su cuchillo en mi
cuello; a eso me refería con que algo malo se avecinaba.
Hace una pequeña herida justo debajo de la otra y de
inmediato pasa su lengua sobre esta.
—¿Seguro que no eres vampiro?
—Seguro.
—Pues como vampiro haces muy buen trabajo.
—¿Crees? —Hace otra herida y vuelve a lamer. Mueve
lentamente su lengua y masajea la zona de la herida,
provocándome así una sensación de dolor y placer al mismo
tiempo. ¿Cómo es eso posible?
—¿P-puedes detenerte ahora?
—No, todavía no. —Encaja sus dientes, chupa, lame y
muerde con fuerza, mandando vibraciones a todas partes
de mi cuerpo; el dolor se mezcla con un extraño y culposo
placer.
—M-me dejarás una marca —digo con la voz
entrecortada. Esto definitivamente no es bueno.
—Es lo que quiero. 
—¿Por qué me torturas de esta manera? —No te quejes
tanto, no es tan malo. Puedo sentir que lo disfrutas… ¿no es
así?
—¡C-claro que no! —Siento mis mejillas arder. Por fortuna
estoy boca abajo y él no me ve.
—¿En serio? —Con la punta de su lengua hace un
caminito de mi cuello hacia mi espalda y luego regresa. Me
da una pequeña mordida y me hace soltar un leve gemido.
—¿Y ese gemido? —pregunta, divertido.
—¡Fue de dolor! ¡Me mordiste y me dolió!
—Claro...
—¡Quítate de encima!
—Deja de moverte o te dolerá más.
—¿Pretendes que me quede quieta mientras drenas mi
sangre?
—Sí.
—¡Estás loco!
—Más de lo que te imaginas —dicho eso siento que se
sienta sobre mí y lleva mi blusa por encima de mi cabeza.
Aprieto los puños y muerdo mis labios con fuerza al sentir
cómo corta la piel de mi espalda con la punta de su cuchillo.
—¿¡Qué estás haciendo!? ¡Detente!
—Solo te hago un bonito tatuaje…
—¡Estás lastimándome!
—Lo sé, no sería divertido si no fuera así.
—¡Por favor, para ya!
A pesar de mis súplicas, él solo ríe cínicamente como si
estuviera haciendo lo más divertido del mundo. Olvidé que
entre más suplique solo lo incito a que prosiga. Me siento
estúpida por no haberme asustado cuando desperté y supe
que estaba en su escondite. ¿Por qué no me fui cuando me
lo dijo?
Mientras él rasga mi piel, yo cierro los ojos para contener
las lágrimas de dolor y muerdo con fuerza mi brazo para no
gritar. El dolor se vuelve demasiado familiar, pero no quiero
seguir de esta manera. No quiero que continúe y crezca esa
maldita sensación de necesidad que le acompaña y que he
estado ignorando.
No debo olvidar que él es un asesino, uno sádico que
disfruta con el dolor ajeno y, sobre todo, él es la persona
que les quitó la vida a mis padres. Lo sé, estoy tan
consciente de ello, pero entonces... ¿Por qué tengo está
maldita necesidad irracional de mantenerme cerca de él?
9
IRRACIONAL

Continuo con los puños apretados en torno a la almohada


mientras muerdo mis labios. Sé de sobra que no importa
cuánto llore o implore, As no se detendrá; al contrario, él
disfruta con mi dolor. Así que, ya que yo sola me metí en
esto, solo me toca aguantarme.
Me quedo quieta hasta que termina su “obra de arte”.
Entonces se quita de encima de mí y me doy la vuelta,
sintiendo el ardor en mi espalda.
—¡Terminé! —dice victorioso con una gran sonrisa
perversa mientras observa la sangre que ha quedado en la
punta de su cuchillo.
—¡Felicidades! —Trato de incorporarme, pero el dolor en
mi estomago se ha incrementado.
—¿Ahora qué pasa? —pregunta, mirándome de lado al
ver que me he quedado tiesa.
—La herida de mi estomago ha vuelto a abrirse.
—¿En verdad? —Trata de acercarse, pero retrocedo de
inmediato.
—¡No te acerques ni me toques! —Con todo y dolor hago
un sobreesfuerzo para ponerme de pie. Miro con fastidio la
pequeña mancha de sangre que comienza a formarse en mi
camiseta blanca... ¿Camiseta? ¿blanca?
—¿D-donde está mi ropa?
—Se estropeó y la tiré. Tuve que prestarte algo de la mía.
—Aunque sus palabras salen de su boca con total
tranquilidad, yo no puedo evitar alterarme.
—Quieres decir que —trago saliva antes de continuar—,
¿me desvestiste?
—Sí; si no, ¿cómo te iba a cambiar y a curar?
—¡Oh, Dios! —Llevo mis manos a mis mejillas,
avergonzada.
—¿Ahora qué pasa contigo? —pregunta, mientras enarca
una ceja interrogativamente. Yo le miro con la boca abierta:
me es imposible entenderle.
—¡Demonios, As! ¡Me viste desnuda!
—Creo que eso es obvio.
—¿¡Y lo dices así de tranquilo!?
—No le veo nada de especial. He visto muchas chicas
desnudas, así que no vi nada nuevo. —Su desvergonzada
manera de hablar me hace enojar.
—¡Me largo!
—Espera…
—¡No te acerques!
—¿Y ahora por qué no me dejas acercarme?
—¡Porque siempre que lo haces termino herida!
—Pero no deberías dejar que sangres mucho…
—¿¡Y de quién crees que fue la culpa de que volviera a
sangrar!? Si no te hubieras colocado encima de mí no
estaría así…
—No has comido, estás débil… puedes desmayarte —
continúa diciendo, ignorando por completo mis reclamos.
—¿Y ahora resulta que te preocupas por mí?
—No en realidad, pero te necesito viva. —Corro la mirada
y doy un paso, pero el dolor hace que me doble—. ¡Vuelve a
la cama, niña!
—¡No soy una niña!
—Para mí lo eres.
—Entonces tú debes ser muy viejo.
—No lo soy.
—Como sea, no importa eso ahora. Ni de loca me quedo
un minuto más… ¡me largo!
—No te vas a ir sangrando. Te detendrán en cuanto te
vean, si es que logras llegar a la ciudad.
—¿Qué quieres decir? —pregunto curiosa—.
¿Exactamente dónde estamos?
—A las afueras de la cuidad, más específicamente en el
antiguo hospital.
—Le miro, incrédula.
—¿El antiguo hospital?
Si mal no recuerdo, cuando se construyó un hospital más
grande y de mayor calidad cerca de la ciudad, el antiguo
hospital quedó abandonado. Ahora es una zona poco
concurrida, y tenía entendido que sería demolido, ya que no
está en muy buenas condiciones, así que nunca nadie anda
por aquí… o eso creía.
—Bueno, como ya imaginarás, yo no tengo eso que
ustedes llaman “un hogar”. Y como tú misma lo dijiste, me
la paso viajando de un lugar a otro y nunca me quedo tanto
tiempo en una sola ciudad. Por eso no necesito una casa;
pero como mi estancia aquí se ha alargado, me vi obligado
a buscar un lugar donde quedarme y al mismo tiempo estar
bien oculto. No podía quedarme en un hotel, ya que hay
demasiada gente rondando por ahí.
—¿Y se te ocurrió elegir un hospital abandonado?
—Sí; nunca nadie viene por aquí así que estoy seguro.
—Esto es tétrico…
—¡Perfecto para un asesino como yo! —dice, mostrando
una perfecta sonrisa de psicópata.
—Sí, claro. Bueno yo me marcho.
—Camino como puedo rumbo a la puerta.
—Aún no te vas... —Me toma de los brazos y
bruscamente me avienta de vuelta a la cama. El fuerte
movimiento hace que la herida se abra más y un
desgarrador grito de dolor escapa de mi boca.
—¡Maldito, eso dolió! —chillo, mientras trato de averiguar
qué duele más, si la herida de mi estomago o la de mí
espalda.
—Quédate quieta. Voy a limpiar esa sangre y a cerrar la
herida otra vez. 
—¡No quiero que lo hagas! ¡Y no quiero que me toques!
—Suerte que no acostumbro a obedecer, y menos a
niñitas como tú.
—No entiendo por qué te aferras en curarme. Siendo un
asesino sería más lógico si me dejas morir.
—Quedamos en que no morirías antes que yo. Ahora deja
de quejarte y deja que me haga cargo de todo —dicho esto
se coloca sobre mí y lleva mis brazos por encima de mi
cabeza. Le miro con furia y después con curiosidad.
—¿Exactamente cómo planeas curarme estando en esa
posición? —Como respuesta recibo una sonrisa macabra de
parte de él, y al momento la piel de mi cuerpo se eriza.
—Ya verás.
Pasa su lengua por su labio superior mientras sujeta mis
manos con su mano izquierda, y la derecha la desliza hasta
mi vientre. Entonces, lentamente sube la blusa y deja mi
abdomen al descubierto. Quita el broche que sujeta la
venda y comienza a desenrollarla.
—Levanta la cadera —ordena, y yo le miro sin entender
—. Necesito sacarte la venda… levanta la cadera.
Con esfuerzo hago lo que me pide, pero al levantar la
cadera esta choca con la de él, tomando en cuenta que se
encuentra encima de mí. Mientras él retira las vendas yo
siento que mis mejillas arden debido al acercamiento de esa
parte de mi cuerpo con esa parte de su cuerpo, pero por la
expresión de su rostro él ni parece notarlo.
—Bájala —vuelve a ordenar una vez que hubo quitado la
venda, y deja a la vista mi horrible herida.
Con las yemas de sus dedos da pequeños masajes
alrededor de la zona dañada. Cierro los ojos ante la
placentera sensación. No comprendo por qué ama hacer
eso: lastimarme y al mismo tiempo darme placer. Muerdo
mis labios con suavidad al sentir una vez más esa húmeda
lengua suya deslizarse por la piel desnuda.
Aunque ya debería estar acostumbrada a sus extraños
actos, me sorprendo al sentir que limpia mi herida con su
lengua. ¿En verdad que no es vampiro? ¿Qué clase de
fetiche u obsesión tiene con la sangre? Esta vez no replico
ni me opongo, pues lo hace de una manera tan lenta y
cuidadosa, que en vez de sentir dolor me envuelve una
sensación bastante placentera.
Se toma su tiempo para hacer su trabajo a la perfección,
utilizando sus labios y su lengua de manera magistral,
mandando todo tipo de sensaciones y vibraciones a cada
extremo de mi cuerpo. Admito que nunca había sentido
nada igual.
Abro los ojos cuando siento que retira su lengua de mi
piel. Nuestras miradas se encuentran, y aunque no puedo
verme, estoy segura de que estoy toda colorada. Él me mira
con una odiosa sonrisa arrogante.
—Parece que lo has disfrutado —dice, lamiendo los
rastros de sangre que quedaron en la comisura de sus
labios.
—¿Por qué lo haces? —pregunto y solo se encoje de
hombros.
—Me da placer.
—¿Hiciste que la herida se abriera para poder llevar a
cabo tus extraños rituales?
—Sí, creo que sí; pero se nota que te ha gustado. No
puedes quejarte. —Sonríe de manera insinuante.
—¡Cállate! —Giro la cabeza para esconder mi vergüenza.
Le escucho soltar una carcajada burlona y se quita de
encima de mí. Camina hacia una mesita y toma una nueva
venda junto con algunas medicinas. —¿Dónde conseguiste
eso?
—En la farmacia.
—¿Fuiste a la farmacia?
—Por supuesto.
—Pero…
—No creerás que siempre ando con esta máscara en
modo asesino, ¿o sí?
—Supongo que no. —En realidad, por una estúpida razón
sí lo creía.
Camina de regreso a mí, se vuelve a colocar en la
posición anterior y comienza a aplicar el medicamento para
desinfectar la herida.
—Levanta las caderas.
—Y-yo sola me pondré la venda.
—Dije que levantes las caderas.
—Pero…
—¡Hazlo! —Dejo escapar un bufido y le obedezco.
Comienza a enredar la venda por mi cintura y la ajusta bien.
Me toma de las manos y tira suavemente, haciéndome
sentar en la cama—. ¡Levanta las manos!
—¿Eh?
—Deja de decir «¿eh?» y limítate a obedecer.
—Pero qué carácter…
—Obedece.
—Ya, ya voy. —Levanto las manos y un jadeo de sorpresa
escapa de mi garganta cuando siento la camiseta deslizarse
sobre mí. Tapo mis pechos cuando me quedo expuesta ante
él—. ¡Qué estás haciendo!
—¿Por qué eres tan escandalosa?
—¡Me quitaste la camiseta!
—Bueno creí que querrías ponerte una limpia. Pero si
quieres quedarte con esa puedes volver a ponértela. —La
simpleza que trasluce su mirada me confunde, ¿por qué
actúa como si esta situación fuera de lo más común?
—Ah… no. —Agacho la mirada; por alguna razón me irrita
que se muestre tan tranquilo—. Sí quiero cambiármela.
—Eres muy rara, ¿ya le lo había dicho? —No respondo ni
le miro. Me quedo mirando un punto fijo en la habitación
hasta que otra playera aterriza en mi cabeza—. Deberías
dejar que la herida de tu espalda se seque o volverás a
ensuciar la playera.
—Y qué... ¿planeas que me quede desnuda?
—Bueno, solo decía. Haz lo que quieras.
—¿Qué fue lo que me hiciste?
—No sé a qué te refieres.
—En mi espalda. Dijiste que me estabas haciendo un
tatuaje.
—Ah, eso. Dibujé una luna. En fin, yo me voy; tengo
cosas que hacer.
—Sí... —Levanto la mirada hasta que escucho la puerta
cerrarse.
Entonces al encontrarme sola en la habitación, tengo una
extraña sensación de desolación. Dejo escapar un gran
suspiro. No me entiendo ni entiendo a As; todo esto es
extraño, es irracional… ¿por qué le muestro tanta confianza
al asesino de mi familia?
Siento culpa, pero esa culpa hace que crezca más la
necesidad de no alejarme de él, como si buscara alguna
clase de castigo divino. No sé ni por qué, pero le hago caso
y me quedo desnuda hasta que la herida de mi espalda se
seca. Después de un rato decido marcharme.
Camino por los pasillos del hospital abandonado lo más
rápido que puedo, pues la verdad ese lugar me da bastante
miedo. Siento que de la nada saldrá algún fantasma.
Cuando salgo del bosque que rodea el hospital y llego a la
avenida, me doy cuenta de que no tengo dinero para tomar
el bus o algún taxi, y ahora tendré que caminar.
Casi dos horas después logro llegar al hotel medio
moribunda. Al entrar a mi habitación, lo primero que hago
es acabarme las botellas de agua. Después me aviento a la
cama, donde me quedo profundamente dormida debido al
cansancio de tanto caminar.
Por el resto del día no hago nada. Ni siquiera me levanto
de la cama; solo doy vueltas en esta, recreando en mi
mente una y otra vez todo lo sucedido en el escondite del
Asesino de la Luna. Hice un pacto con él, un pacto de
muerte; he jurado matarle y seguirle hasta los confines de
la Tierra con el único fin de cumplir dicho juramento. Él
simplemente lo aceptó y dio su palabra de no morir a
menos que sea en mis manos.
No parece temerle a la muerte, ¿tal vez la busca sin
deseos de encontrarla? Tal como hago yo. No lo sé, pero
estoy segura de que hay una razón para todo lo que está
haciendo; aún no sé cuál es, por eso no lo entiendo y no sé
si alguna vez logre hacerlo, pero mientras más tiempo paso
con él, más intriga causa en mí. Su comportamiento, sus
acciones, su forma de tratarme y hablarme, la manera en
que le gusta burlase de mí... todo, todo él es un enigma. Me
lastima, pero lo hace como un pretexto para llevar a cabo
sus extraños rituales fetichistas; me tortura provocando
dolor y me confunde proporcionando placer.
Qué persona tan extraña es...
Mis manos se mueven solas, y viajan hasta la herida en
mi abdomen. Acaricio con cuidado, en tanto se sienten las
punzadas de dolor. Él se tomó la molestia de curarme...
—¿Qué demonios hay en esa cabeza?
«¿Qué hay en la tuya?» —escucho la voz en mi mente,
pero una vez más opto por ignorar el pensamiento.
Siento una fuerte opresión; los latidos profundos y lentos
de mi corazón retumban en mi pecho. Incluso puedo
sentirlos en mi garganta. ¿Qué es esta sensación que me
embarga cuando pienso en él y en el pacto que ahora nos
une?
 

A la mañana siguiente, despierto muy temprano debido


al hambre que tengo, así que me abrigo bien y salgo a
buscar algo de comer, pues mis reservas se han agotado.
Llego a la misma cafetería donde estoy tomando por
costumbre comer y pido un chocolate caliente y una tarta
de frutas.
Ahora comienzo a pensar en lo que debo hacer de aquí
en adelante; quería encontrar al asesino de mi familia y lo
hice, aunque nada ha sido como esperaba o como creí que
sería. La situación ha dado un giro de ciento ochenta grados
y ahora no sé cuál es la mejor manera de seguir. Juré
matarlo, pero ¿cómo voy a hacerlo? Él no me tiene miedo,
pero es porque sabe que no tengo la fuerza ni la habilidad
suficiente para matarlo. Entonces, ¿cómo debo proceder?
—Tal vez el que no me tenga miedo es una ventaja, ya
que no me ve como una amenaza. Puedo usar ese detalle a
mi favor.
Me quedo un rato más en la cafetería, pero entonces
escucho mi nombre; nuevamente están pasando un retrato
de mí pidiendo informes de mi paradero. Con horror
descubro que no llevo la peluca, así que solo me cubro con
la capucha de la chamarra y salgo disparada hacia el hotel.
Al llegar me encuentro con una pequeña sorpresa.
—¿Qué? —miro incrédula a la señorita de recepción.
—Los días que equivalían al pago que hizo ya se
vencieron —dice con desinterés—. Si desea seguir
quedándose aquí necesita pagar esta noche y los días
siguientes que se vaya a quedar.
—P-pero… ya no tengo dinero —admito avergonzada, y la
chica me mira con fastidio. ¿Cómo es que ha pasado tanto
tiempo y tan rápido? He agotado mis ahorros y ni me di
cuenta.
—Señorita, lo siento, pero esto es un hotel, no un
albergue.
—¡Ya lo sé! —exclamo ofendida. ¿Es que me ve cara de
mendiga?
—¿Entonces va a hacer sus pagos?
—¡Ya le dije que no tengo dinero!
—Entonces tendré que pedirle que desocupe la
habitación.
—Pero… no tengo a dónde ir. —La recepcionista me mira
dandome a entender que a ella no le interesa mi vida. 
—Tiene solo esta noche. Mañana a primera hora debe
desocupar la habitación.
—Bien, ya entendí. Gracias. —Corro la mirada y subo
arrastrando los pies. Entro a mi habitación y comienzo a
empacar mis cosas; son pocas, pero como las tengo regadas
por doquier, me tardo un poco. Busco mi katana y no la
encuentro, y entonces recuerdo que la olvidé en donde As.
Una vez que tengo todo listo, me vuelvo a acostar y
comienzo a pensar en lo que debo hacer.
Ha pasado casi un mes, aunque parece que solo ha
pasado un día, pero ahora mis ahorros se han agotado y no
tengo acceso a la cuenta bancaria de mi padre.
—Debí arreglar eso con el banco antes de escaparme. —
¿Por qué no pensé en ello?
Ahora no puedo hacer uso del dinero a menos que me
presente con la documentación necesaria; y para ello
tendría que volver a casa de América. Pero si lo hago, no
dejarán que me vaya de nuevo. ¿Qué voy a hacer sin dinero
y sin un lugar donde quedarme? Cierro los ojos tratando de
relajarme por un segundo, pero, al dejar de pensar, el dolor
de mis dos heridas se hace presente, y aun sin desearlo me
concentro en ellas, sometiéndome a un estado de
adormecimiento. Muy temprano por la mañana, después de
haber sido echada del hotel, decido dirigirme hacia el único
lugar que se me ocurre.
10
ME QUITASTE TODO, AHORA TE AGUANTAS

Uso lo último que me queda de dinero para poder llegar


al hospital abandonado. Ahora me he quedado
completamente pobre. Me quedo buen rato parada afuera,
viendo el viejo edificio. Mi corazón palpita con fuerza y sigo
cuestionando el porqué de mi decisión.
«Todavía estás a tiempo. Piénsalo bien».
De todas las malas decisiones que pude tomar, esta es la
peor de todas, y el estar consciente de ello me hace sentir
que me he superado a mí misma en cuanto al tipo de
acciones estúpidas que me puedo permitir hacer. Pero en
realidad lo he pensado mucho, e incluso he creado un plan
para cumplir lo pactado con As.
Él dice que no me matará, y si me mantengo junto a él,
tal vez descubra algo que me ayude a saber quién es, por
qué asesina y, más que nada, puedo encontrar la manera
de vencerlo.
Asiento, tratando de convencerme de que todo saldrá
según mis planes. Entonces tomo una fuerte respiración y,
sin más, entro y me dirijo a la habitación donde dormí hace
dos noches. Al llegar descubro que el lugar está vacío, así
que me siento en el suelo a esperar la llegada de As. Es
escalofriante estar en un hospital completamente vacío.
Siento que puedo escuchar el eco de las voces de los
antiguos pacientes, y mi piel se eriza al pensar en todas
esas muertes ocurridas.
—Eres muy estúpida —me digo mientras miro mis manos
—; has optado por ir al escondite de un asesino y un
solitario hospital te asusta... 
Echo mi cabeza hacia atrás y fijo mi vista al techo.
Cuento hasta diez en mi mente al sentirme aburrida; muevo
mis pies, trueno mis dedos y muerdo mis uñas. Estoy
demasiado impaciente por la llegada de As. ¿Dónde está y
por qué se tarda tanto? Las horas pasan y la noche
comienza a caer.
Miro en cada esquina de la habitación y noto una mochila
que está en un rincón. La vez pasada también la vi, pero la
dejé pasar. Ahora la curiosidad comienza a picarme. Me
pongo de pie y me acerco a la mochila. Sin pensarlo mucho
la abro y esculco dentro, pero no hay nada relevante. Solo
hay ropa.
En las bolsas más pequeñas encuentro dinero, una
cantidad considerable; mis ojos se abren por la impresión de
ver tanto dinero junto. ¿De dónde lo obtendrá? ¿Será que
les roba a sus víctimas? No recuerdo que haya robado algo
de casa de mis padres. El informe no decía nada de eso.
Busco algún papel que revele su identidad, pero no hay
nada, absolutamente nada que me ayude a saber quién es.
En el bolsillo más pequeño hay un encendedor. Lo tomo y
después enciendo las pequeñas velas que están esparcidas
por todo el cuarto.
Las pequeñas llamas que alumbran el lugar bailotean
cuando la puerta se abre, y el chico a quien espero aparece
frente a mí. Lo miro algo asustada y bastante nerviosa.
Intento sonreír, pero descarto esa opción al ver su
semblante oscurecido, no solo por la misma oscuridad, sino
que está demasiado serio. Primero ve mi maleta y luego me
mira a mí.
—Hola, As —saludo, tratando de sonar lo más casual
posible, aunque esta situación no tenga nada de casual.
—¿Qué haces aquí? —cuestiona. Por su tono de voz
puedo saber que no está enojado; aun así, su mirada es
muy fría.
—Ya no tengo dinero para el hotel…
—¿Viniste a que te preste dinero?
—¡Por supuesto que no!
—¿Entonces?
—B-bueno... —Comienzo a moverme de un lado a otro,
mientras enredo mis dedos en mi cabello para formar
pequeños rulos.
—¡Habla ya!
—Necesito un lugar para quedarme.
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? 
—Quiero quedarme aquí. —Un incómodo silencio sigue a
mis palabras. Él me mira fijamente sin expresión alguna, y
yo siento que muero de nervios.
—Por eso no me gusta ser amable con los perros
callejeros, luego querrán seguirte —dice finalmente.
—¡Oye!
—No puedes quedarte aquí.
—Pero…
—¡Dije que no!
—As…
—No, niña… ¡No!
—¿Por qué no?
—No quiero cuidar de una pequeña niña. Soy asesino, no
niñero.
—No soy una niña y no vine a que me cuidaras. Yo puedo
cuidarme sola…
—¿Ah sí? —Entra por completo a la habitación y cierra la
puerta detrás de él y camina hacia mí—. Te sabes cuidar tan
bien que vienes a meterte al escondite de un asesino.
—Sé que tú no vas a matarme —contesto firme, tratando
de sonar segura.
—Eso es cierto. —Pone su cuchillo frente a mí, a la vez
que me acorrala contra la pared—. Pero recuerda que hay
mil maneras en las que puedo hacerte sufrir.
—Vamos, As, ya deja eso. Creo que te has divertido
bastante conmigo.
—Nunca es suficiente para mí. —Acaricia mi cabello con
el cuchillo. Su mirada y tono de voz me ponen nerviosa.
No es la primera vez que hace algo así, pero sí es la
primera vez que lo hace mirándome de una manera tan fría,
sin una pisca de gracia y humor en sus actos. Generalmente
se burla de mí, pero ahora parece estar hablando muy en
serio.
—Solo necesito un lugar donde dormir…
—Ve a otro lado.
—No tengo a dónde ir.
—Ese no es mi problema.
—¡Sí lo es! Te recuerdo que por culpa tuya perdí mi
hogar.
—Ve a casa de una de tus amigas.
—No puedo hacer eso…
—¿Por qué?
—Porque… tengo que cumplir lo que me prometí.
—Y eso es…
—Como no quieres matarme, yo tengo que matarte a ti.
Sus ojos grises se clavan en los míos y siento cómo
penetra mi alma con ellos. En estos momentos no muestran
nada; no tengo ni la menor idea de lo que puede estar
pensando. Lentamente retira sus manos de mi cabello, lo
deja alborotado y se aleja de mí. Examina su cuchillo,
hundiéndose en sus pensamientos. Juego con mis manos
hasta que le veo caminar de regreso hacia mí, entonces me
toma bruscamente del brazo y me echa de la habitación.
—¿Qué estás haciendo?
—Ve a otra parte, no te quiero aquí.
—Este lugar no es tuyo.
—Por ahora lo es.
—¡As!
—¡Ya basta, niña! —grita, y me sobresalta—. He perdido
demasiado tiempo jugando contigo y no puedo hacerlo más,
así que deja de molestarme. Si quieres matarme primero,
prepárate, porque con tu condición actual jamás lo lograrás.
Una vez que te creas capaz de hacerlo vienes y me
enfrentas… hasta entonces no me molestes.
—¡Lo haré! Entrenaré hasta tener lo suficiente para
matarte; pero mientras lo hago, me quedaré aquí.
—¡Que no te quiero aquí!
—No puedes solo correrme.
—¡Yo hago lo que se me da la gana! —Sé bien que le
estoy impacientando, que le empujo a perder el control,
pero decido arriesgarme un poco más.
—Este es un lugar donde yo también puedo estar… es
demasiado grande y podemos compartirlo.
—Bien, perfecto. Te comparto la mitad del hospital. Vete
a tu mitad y no me molestes. —Trata de cerrar la puerta en
mi cara, pero se lo impido y me vuelvo a meter a la
habitación, colándome por debajo de sus brazos. Ser
pequeña a veces tiene sus ventajas—. ¡Largo, niñita! No
quieras poner a prueba mi paciencia. Hasta ahora he sido
amable contigo, pero créeme que puedo llegar a ser muy
malo.
—¿Hoy despertaste de malas? ¿Los asesinatos que
cometes no son suficiente para calmarte?
—No, no lo son, y si no quieres que me desquite
contigo… ¡desaparece!
—Ya te dije que no te tengo miedo. Me has demostrado
que no vas a matarme.
—¿Sabes? comienzo a creer que lo que a ti te gusta es mi
forma de castigarte, ¿cierto?
La sonrisa burlona y cínica que ya estoy acostumbrada a
ver sobre sus labios hace su aparición y de inmediato sé
que algo trama. Acomoda su máscara, y antes de caminar
hacia mí, trato de hacerme la valiente y me quedo en mi
sitio sin moverme ni un centímetro
—Ya veo —dice mientras me toma del mentón.
—¿Qué cosa...? —Trago saliva, intentando mantenerme
calmada, pero simplemente no lo consigo; su presencia tan
cercana altera todo en mí.
—Te gusto —dice más como afirmación que como
pregunta, a lo cual tuerzo la mirada en una expresión llena
de repugnancia.
—¡Por supuesto que no! —replico de inmediato alejando
su mano de un golpe.
—¿No? Entonces dime, pequeña niña… —Pone ambas
manos en mis caderas y me obliga a caminar hacia atrás
mientras inútilmente le empujo en un vano intento por
alejarlo—. ¿Por qué sin importar cuántas veces te lastime y
torture regresas a mí una y otra vez? — Se acerca más a mí
conforme habla, chocando así su aliento en mi rostro. Dejo
de caminar cuando algo me lo impide y maldigo hacia mis
adentros cuando descubro que ese algo es la vieja camilla.
Él me da un fuerte empujón tumbándome sobre esta, y sin
perder ni un segundo se coloca a horcajadas sobre mí—, ¿no
dices nada?
—Aléjate…
—¿Por qué? Sé que te gusta cuando te acorralo, cuando
te toco, cuando paso mi hermoso cuchillo sobre tu suave
piel… 
—¡No es verdad!
—Oh, sí que lo es… lo niegas, pero tu cuerpo me dice
otra cosa. — Como ya es costumbre, inmoviliza mis manos
por encima de mi cabeza, mientras siento cómo mi
respiración comienza a acelerarse.
—As, deja de jugar…
—Te he dicho que yo no juego. —Cierro los ojos cuando
siento el frío metal de su cuchillo en mi vientre—. ¿Sabes,
pequeña niña?, yo creía que eras una loca masoquista y que
por eso me seguías, pero solo eres una pequeña
acosadora… ¿estás enamorada de mí?
—¡Claro que no!
—Confiésalo, mueres por sentir el roce de mi lengua
sobre tu piel… ¿no es así? Porque nadie, aparte de mí, es
capaz de hacer despertar esas maravillosas sensaciones en
tu interior.
—N-no sé de qué hablas…
—Oh, claro que lo sabes. Puedo notar en este preciso
momento cómo tu cuerpo tiembla debajo del mío.
—Es por el miedo…
—Yo no lo creo. —Lentamente desliza su cuchillo por mi
piel, subiendo al mismo tiempo mi blusa.
—As… detente…
—Vamos, pequeña, no finjas… sé que no quieres que me
detenga. —Continúa jugando con su cuchillo, mientras
provoca ligeras cosquillas en mi barriga, en conjunto con un
sinfín de sensaciones más.
Muerdo mis labios cuando los suyos besan la delicada y
sensible piel de mi cuello. Es extraño que haga eso cuando
no me ha hecho ni una sola herida. Por lo general me besa
para drenar mi sangre, pero hoy no ha hecho nada que
provoque la salida de esta.
Sus besos pasan de mi cuello a mi estómago. Toda mi
piel se eriza y siento mi interior estremecerse al sentir el
roce de sus labios, combinado con el calor de su respiración.
Me sorprende cuando suelta mis manos y acaricia mi
cabello de una manera distinta de lo habitual.
Continúa con el maratón de besos sobre mi abdomen, y
de vez en cuando utiliza su magistral lengua para mandar
vibraciones a todas partes de mi cuerpo. Me relajo por
completo y simplemente me entrego al disfrute de tan
placenteras sensaciones, hasta que siento que se detiene y
entonces abro los ojos. Mis mejillas se tornan rojas y las
siento arder cuando me encuentro con su sonrisa. 
—¿Lo ves? Mueres por mí. —Tal vez en más de un
sentido.
—N-no es…
—Si no fuera así me hubieras alejado cuando solté tus
manos y no lo hiciste. —Me quedo sin saber qué más decir.
Se levanta y yo me reclino sobre la cama, sintiéndome
demasiado apenada. Lo veo tomar mi maleta y camina con
ella hacia la puerta. Después la abre, la avienta hacia afuera
y me mira. —¡Fuera!
—As...
—Pequeña niña… yo en verdad no sé qué es lo que
quieres de mí, pero no conseguirás nada; no somos amigos,
ni compañeros ni nada. Se supone que debes matarme, no
tratar de seducirme.
—¡Yo no he hecho eso! —exclamo enojada, poniéndome
de pie.
—Qué bien, porque eres pésima en ello.
—¿Qué significa eso?
—Que no hay nada en ti que me resulte atractivo.
Confieso que me gusta drenar tu sangre, pero solo eso, así
que olvídalo… no importa lo que hagas, no podrás
seducirme.
—¡Ya te dije que no he intentado seducirte!
—Pues ni lo intentes, y espero que no hayas confundido
mi paciencia con amabilidad. Eres mi enemiga. No lo
olvides: yo soy un asesino y tú quien va a matarme. No
puedo bajar la guardia contigo ni tú conmigo… no somos
amigos —dice lentamente, enfatizando la última oración.
—Eso lo sé…
—Pues no lo parece. Ya no me tienes miedo y eso es algo
malo para ti. El hecho de que no te mate no significa que no
pueda hacerte sufrir. Así que si no quieres sufrir y llorar
como nunca… ¡vete ahora!
—¿No he llorado y sufrido demasiado por tu culpa ya?
Recuerda que gracias a ti ya no tengo familia. —Me observa
por varios segundos. Parece querer decir algo, pero no lo
hace y solo entrecierra los ojos como tratando de
analizarme más a fondo.
—No. —Al final abre la boca, pero esta se tuerce en una
sonrisa maliciosa—. Si sigues yendo detrás de mí de la
manera en que lo haces, te darás cuenta de que lo que has
sufrido no es nada en comparación, así que lárgate de una
vez —dice y siento ganas de llorar por la frustración, pero
no dejaré que se deshaga de mí
—¡No me voy a ir!
—¿Por qué sigues de terca?
—¡Tú me quitaste todo, ahora te aguantas!
—¿Qué?
—Por tu culpa no tengo una casa a donde volver, así que
hasta que no te mate o tú a mí no te dejaré en paz. Estaré
todo el tiempo detrás de ti. Seré como tu sombra, y si no te
gusta… ¡mátame ahora!
Visiblemente desesperado me toma del brazo y ahora sí
me echa de la habitación. Esta vez no me resisto y dejo que
lo haga, pero antes de que me cierre la puerta en la cara
decido dejarle las cosas claras.
—Escúchame bien, As —digo con voz firme—, no voy a
negar que me pones nerviosa; pero no me gustas. Cualquier
chico que haga lo mismo que tú me pondría igual, de modo
que no te lo tomes personal y deja ya de creerte la gran
cosa. Desde nuestro primer encuentro no has hecho más
que someterme y burlarte de mí. Pero eso se acabó: no
dejaré que vuelvas a hacerlo.
—Ajá...
—¡Entrenaré y lograré vencerte! ¡Haré que te arrepientas
de mantenerme viva!
—Suena bien, aunque creo que he comenzado a
arrepentirme ya.
—¡Y ya estoy harta de que me digas pequeña niña! Mi
nombre es Aisa y no soy una niña. Soy una mujer y voy a
demostrártelo.
—¿En verdad? —Muestra una sonrisa divertida con un
toque de perversión—. ¿Y cómo piensas demostrármelo?
—Ya lo verás —digo, tomando mi maleta—, pero haré que
te arrepientas por haberte burlado de mí. Y espero que
hayas tenido suficiente de mi sangre, porque no volverás a
probarla.
—Eso depende mí. Si decido hacerlo, lo haré.
—¡Claro que no! Es mi sangre, así que lo decido yo. Ya no
harás conmigo lo que se te dé la gana.
—Será interesante ver cómo lo impides. Sé que no
puedes resistirte a mí.
—Te crees demasiado.
—No me creo nada. Sé de lo que soy capaz, y créeme,
pequeña, que tú no tienes ni la menor idea. Y eso de que
me demuestres que ya eres una mujer me agrada… dime,
¿no me puedes dar un adelanto?
—No, y cuídate la espalda, que cuando menos te lo
esperes te haré caer ante mí —dicho eso me doy media
vuelta y comienzo a caminar por el pasillo hacía otra de las
habitaciones.
Solo escucho su risa burlona antes de que la puerta
vuelva a cerrarse. Mi corazón palpita como loco. Estoy
enojada, y en verdad deseo mostrarle de lo que soy capaz.
Ahora será mi turno de jugar con él.
11
AYÚDAME A MATARTE

Entro a la habitación contigua a la de As, cierro la puerta


y me deslizo hasta el suelo. Suspiro con pesar; estoy harta
de que se la pase burlándose de mí, de que no me tome en
serio en ningún sentido.
La oscuridad reina el lugar. Apenas puedo notar la pintura
blanca en las paredes que está por caer. Las esquinas están
mohosas, y las manchas dan un toque más escalofriante.
Además, tengo la impresión de que el lugar aún huele a
muerte. Miro la vieja camilla que está casi destartalada y
me pregunto cuántas personas murieron ahí.
—No debería estar pensando en eso. —Me siento en la
esquina de la cama, y al instante los viejos y desgastados
metales de esta comienzan a chirriar.
No pienso en nada mientras miro al frente un buen
tiempo. Ahora no sé qué se supone que voy a hacer.
«Después de escupir semejante discurso en la cara del
asesino, no puedes quedarte sin hacer nada».
«Lo sé...».
—Bien, Aisa ¡a echarle todas las ganas! —exclamo,
parándome de un jalón. Pero enseguida me arrepiento al
sentir una fuerte punzada proveniente de mi herida.
Me deslizo de nuevo al suelo, abrazo mis rodillas y hundo
mi rostro en los brazos. Dejo escapar un gran suspiro.
¿Exactamente qué pretendo al actuar tan valientemente,
cuando sé que en verdad soy una cobarde? Jamás lograré
vencer a As. No habrá justicia por la muerte de mis padres.
Él seguirá manteniéndome con vida solo para burlarse de
mí.
—Y seguiré viviendo de esta patética manera... —Tal vez
debería solo ir a casa de América, comenzar de nuevo.
Debería, pero no puedo; en realidad no quiero.
Entre tanto pensamiento caótico escucho el chillar de mis
tripas; el hueco en mi estómago se hace más y más grande.
No sé cómo conseguir comida, dinero no tengo, dije que
vencería a As, y no tengo suficiente energía para ello.
«Podrías dejarte morir de inanición».
«Sí, tal vez es la mejor opción. Si eso es… me dejaré
morir».
Cierro los ojos y me concentro en dormir. Si lo hago, el
tiempo pasará más rápido y sufriré menos; ese es mi
pensamiento e intención inicial, pero tan solo cerrar mis
ojos, mis padres y Dan vienen a mi mente. Tengo tanta
necesidad de ir con ellos; pero nuevamente esa maldita
incomodidad se hace presente. Tengo esta irracional
necesidad de aferrarme a tan demencial existencia.
—Ah, ese idiota. —Abro los ojos y contemplo el techo—.
Tengo que hacer algo. No puedo rendirme tan fácil.
Decidida, salgo de la habitación y voy a la de As. Dudo un
poco antes de decidirme a tocar. Espero paciente a que
abra, pero no obtengo respuesta, por lo que vuelvo a
llamarlo.
Silencio.
Abro la puerta y me doy cuenta de que otra vez no está.
Solo tomo la katana y vuelvo a la otra habitación. Me pongo
a analizar la situación y se me ocurre una que otra idea
loca, pero mi mente no da para mucho más y termino
cediendo al cansancio. 
 

Por la mañana vuelvo a buscar a As, sin éxito alguno. ¿No


ha llegado o se fue muy temprano? No lo sé, ni siquiera sé
si quiero saber qué está haciendo.
Sin poder hacer más, salgo del hospital. La luz del sol me
ciega unos segundos y casi caigo sobre el césped al
sentirme mareada, pero creo que es normal, pues no he
comido nada. Además, como en los últimos días he perdido
sangre de poquita en poquita, no me he repuesto.
Me acuesto sobre el pasto y miro al cielo; está muy
despejado y no parece que vaya a llover, así que es buen
momento para entrenar. Me levanto y camino en busca de
una buena sombra debajo de un árbol y comienzo mi
calentamiento. Cierro los ojos y me concentro escuchando el
sonido del viento y de la naturaleza. Estiro mi brazo con mi
espada, mientras trato de sentir que soy una con ella…
papá siempre decía que mi espada y yo debíamos ser una,
que no la viera como algo ajeno a mí, sino como una
extensión más de mi cuerpo.
Empiezo a blandirla, lentamente, sintiendo el choque de
su filosa hoja con el viento. Es maravilloso: siento como si
pudiera rasgarlo. Poco a poco pongo más y más fuerza y
velocidad en los movimientos. Trato de recordar todas esas
técnicas que mi padre me enseñó para ponerlas en práctica,
pero, al hacerlo, mi corazón se encoge ante la sonrisa de mi
padre que se pinta en mi mente; su tono de voz, sus ojos
risueños, sus grandes manos sostenido las mías. El pequeño
Dan también me echa porras en mis pensamientos. Con sus
hermosos ojitos color miel mira emocionado cómo su
hermana mayor aprende a usar una espada japonesa, y
mamá… ella aparece saliendo de casa con agua fresca y
bocadillos.
Muerdo mis labios, y las lágrimas comienzan a salir,
lágrimas de dolor y tristeza. Pronto siento mis mejillas
empapadas. As aparece en mi mente con su cínica sonrisa y
la ira se apodera de mí… Él me arrebató todo, ¿cómo puedo
olvidarlo tan fácilmente? ¿Por qué sigo jugando con él?
En un intento de liberar el dolor y la ira que siento, cargo
con más potencia los movimientos de mi katana, pero al no
medir mi fuerza suelto un fuerte alarido de dolor, tras haber
provocado que mi herida se haya vuelto a abrir. Abro los
ojos y suelto la katana.
Miro hacia mi abdomen y chasqueo la lengua al ver otra
vez la pequeña mancha roja. Ahora las lágrimas salen más
abundantes por la impotencia que me ha invadido. Grito con
frustración y me tumbo en el pasto, mientras hago
berrinche como si fuera una pequeña niña. Pero eso solo
logra que mi herida duela más; aun así, no me detengo
hasta que una sombra cae sobre mí. Muerdo mis labios para
que dejen de temblar y miro esos ojos grises a través de la
máscara, en sus labios se dibuja una suave pero burlona
sonrisa.
Lo contemplo mientras siento los confusos pensamientos
agruparse en mi cabeza. ¿Por qué cuando cierro los ojos y
pienso en él siento odiarlo con todas mis fuerzas, pero con
tan solo verlo, siento una tormentosa calma? Sobo mis
sienes tratando de alejar esos pensamientos, ruedo sobre el
pasto y después gateo fuera de su vista.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta con un tono muy
casual.
—Entrenando para matarte.
—Ya veo… ¿y cómo vas?
—Excelente…
—Qué bien, entonces esa mancha en tu blusa no es
debido a que tu herida ha vuelto a abrirse por hacer
movimientos fuertes, ¿verdad?
—No… es salsa de tomate.
—Ya comiste… qué bien.
—Déjame en paz, As.
—No te estoy haciendo nada…
—Tu presencia me molesta.
—Lástima, no pienso irme.
—Muy bien, entonces me voy yo.
Gateo de nuevo, hasta donde se encuentra mi katana. La
tomo y me pongo de pie, pero me quedo unos segundos,
tiesa, debido a otra punzada de dolor. Inhalo profundamente
antes de comenzar a caminar hacia lo que ahora es mi
nueva residencia.
 

As

Pasé toda la noche buscando, tratando de seguir las


pistas que se me han dejado, pero no he tenido éxito
alguno. Se me fue el tiempo, y antes de darme cuenta ya
estaba amaneciendo; entonces aproveché para comprar
cosas que necesitaba antes de volver al hospital.
Mientras camino, algo distraído, mirando la luz que se
trasluce entre las hojas de los espesos árboles, me doy
cuenta de que esa pequeña idiota está en el claro frente al
hospital. Me detengo en seco cuando la veo, pues no traigo
la máscara puesta; pero ella no se percata de mi presencia,
ya que está demasiado concentrada en blandir su espada.
Sin prestarle mucha atención, me pongo la máscara y entro
a mi habitación, dejo las cosas y me siento sobre la cama a
replantear mis métodos, mientras analizo la poca
información que he recolectado. Pero no pasa mucho tiempo
cuando pierdo por completo la concentración.
He de admitir que me encuentro algo impaciente.
Creo que mi curiosidad puede más que yo, así que salgo
nuevamente; ella sigue ahí. Me siento debajo de un árbol y
me concentro en observar a la pequeña idiota en lo que
supongo es su entrenamiento; sus movimientos son suaves
pero firmes y rápidos.
Puedo deducir que no tienen suficiente potencia, pero su
técnica es buena para ser solo una principiante, aunque con
su nivel definitivamente no podrá matarme. Noto cómo ese
angelical rostro que posee se desfigura por culpa de una
extraña mueca. La tranquilidad que había en su mirada se
desvanece y se remplaza por lo que parece ser ira y dolor.
Sé que piensa en su familia fallecida. Sus pálidas mejillas se
ponen rojas, lo que me hace saber que ahora está llorando.
De un momento a otro sus movimientos se hacen más
potentes, pero más torpes, y ella termina soltando un grito
de dolor. Su katana cae al suelo y en segundos una mancha
de sangre adorna su blusa. Al darse cuenta de lo que acaba
de hacer se enoja consigo misma y comienza a llorar más
fuerte, y después de soltar un grito desesperado se deja
caer al suelo. Suspiro profundamente.
No sé lo que hay en esa loca cabecita; dice querer
justicia, pero solo me sigue en vez de decirle a la policía lo
que sabe de mí; dice que quiere matarme, pero sus
acciones son más suicidas que vengativas. Me pongo de pie
y camino hasta donde está. Mi sombra cae sobre su cuerpo.
Cuando posa sus ojos sobre los míos hay un intenso
desprecio hacia mí en ellos, pero este se va disipando con
forme pasan los segundos.
Después de solo mirarme por largo tiempo, gatea para
salir de mi vista. Se ve demasiado agotada. La mancha de
su blusa se hace más notoria con sus movimientos, y tras
intercambiar algunas palabras, ella decide marcharse y yo
solo me quedo observándola. Desaparece dentro del edificio
y yo vuelvo a sentarme debajo del árbol. Echo la cabeza
hacia atrás y observo el esqueleto de este mientras pienso
en que la intromisión de esa pequeña en mi vida la está
volviendo un caos.
Me divierte tanto molestarle, que de repente olvido el
motivo por el cual estoy aquí, y eso me hace enojar. Ella
logra sorprenderme; me gusta el hecho de que me rete y
me enfrente de la manera en que lo hace, pero a la larga
eso podría ser problemático si no tengo cuidado. Será mejor
deshacerme de ella lo antes posible. 
—Solo es una distracción —me digo sobando mis sienes.
«Una distracción muy divertida», dice la voz de mis
pensamientos.
—Yo diría que más bien es molesta…
«Pero te diviertes, ¿no es así?».
Sonrío para mí; es cierto. Ella me divierte, no lo puedo
negar. Me encanta la forma en que sus ojos tiemblan
cuando la miro con escrutinio. Me gusta sentir su cuerpecillo
estremecerse bajo mi tacto. Me encanta burlarme de ella y,
¿por qué no hacerlo?, yo puedo hacer lo que quiera con ella
cuando quiera, y si quiero seguir molestándola entonces lo
haré.
—Y creo que en este instante estoy aburrido, así que es
un buen momento para molestarle. —Me levanto y voy en
su búsqueda.
Entro casi corriendo a la habitación donde se queda, pero
tras cruzar la puerta me quedo quieto al ver su pequeño
cuerpo tumbado sobre el suelo polvoriento… ¿está dormida?
«Está desmayada... estúpido».
Me acerco con calma y la observo; su piel está más
pálida de lo habitual, sus labios resecos y tiene grandes
ojeras. Sin más, la tomo en mis brazos y la llevo a mi
habitación, que está más habitable que la de ella. La pongo
sobre la cama y le saco la blusa. La venda está hecha bola y
la herida sangra demasiado. Lo primero que hago es retirar
la venda para limpiar la sangre. Retiro con cuidado las
puntadas que le había puesto y vuelvo a coserla. Decido no
colocarle la venda para que se ventile, y después de que
termino con eso, le quito los zapatos y me deshago de sus
pantalones color morado, que están llenos de polvo,
dejándola solo en ropa interior, la cual consiste en un panty
también de color morado y un sostén negro. Sonrío ante su
“sexy ropa” y después la cubro con la sabana. Salgo en
busca de medicina para desinfectar y algo de comida que le
ayude a recuperar fuerzas.
«¿No que te es una molestia?».
—Lo es, pero la necesito viva.
Un par de horas después regreso con todo lo que
necesitaba, pero al llegar descubro mi habitación vacía; no
está ni la katana ni su ropa.
—Ah, esa tonta se fue a seguir entrenando. —Doy media
vuelta con la intención de ir a buscarla, pensando que
estará en el claro de afuera, pero me equivoco; cuando
cruzo la puerta me veo obligado a agacharme, y al perder el
equilibrio me caigo de espaldas.
—¡Te tengo! —grita la chica, saltando encima de mí con
su estúpida espada en la mano. Sin darme cuenta y
actuando por reflejo levanto mi pierna, golpeando su
estómago. Su cuerpo se dobla y cae de rodillas mientras
escupe sangre.
—¡Qué demonios estás haciendo!
—¡T-te mataré!
—Primero morirás tú… ¡fíjate cómo estás!
—Es tu culpa… que yo esté así es solo tu culpa… tú
tienes la culpa de todo.
—Ya me cansé de ti. —Me levanto de un solo salto y le
arrebato la katana, para mandarla a volar por alguna parte
de la habitación. La tomo de los brazos y la obligo a ponerse
de pie, mientras chilla debido a que una vez más la herida
ha vuelto a abrírsele.
—¡Suéltame!
—¡Cállate! —La aviento sobre la cama y voy por las cosas
que traje.
—¿Qué vas a hacer?
—Curar tu herida…
—No quiero que lo hagas. Ya no quiero que vuelvas a
tocarme, y no entiendo por qué tienes que desnudarme…
¿no te cansas de humillarme?
—No.
—Pues yo ya me cansé, y te dije que no iba a dejar que
volvieras a tocarme.
—Impídelo. —Trato de someterla para colocarme encima
de ella, pero la pequeña comienza a manotear y a
revolverse como gusano, dificultándome mi cometido—.
¡Quédate quieta!
—¡No!
Una pequeña batalla se da entre ambos, y yo gano…
como era obvio. La inmovilizo, sentándome encima de ella y
sosteniendo sus manos por encima de su cabeza. Eso en
verdad me gusta: tenerla tan vulnerable y expuesta ante
mí. Su pecho sube y baja aceleradamente y su cara está
roja debido al coraje. Yo lo único que hago es reír. Con mi
cuchillo rasgo su blusa y me deshago de ella.
—¿¡Qué haces, idiota!?
—Lo siento, pero ese trapo estorbaba.
—¡Esa blusa era una de mis favoritas!
—Oh… ni modo.
—¡Eres detestable! ¿Por qué siempre me desnudas? No lo
veo necesario.
—Lo sé, pero me gusta tenerte así.
—¿Por qué?
—Porque me divierte tu cara avergonzada.
—Es eso… o te gusta observarme.
—¿Observar qué?
—Mi cuerpo desnudo…
—¡Qué tontería! —me burlo—. Ya te dije que no tienes
nada bueno que mostrar, así que no hay motivo por el cual
quiera verte desnuda. Solo lo hago porque es divertido
hacerte enojar.
—Idiota. —Carcajeo al verla apretar los labios y mirar
hacia otro lado. Reviso la herida. Tal parece que no se
estropearon las puntadas, así que solo debo limpiar la
sangre. Si sigue así, esta niña morirá desangrada.
—Creo que hoy es un buen día para probar tu dulce
sangre…
—¡No te atrevas!
—Si puedes, impídelo…
La miro con una maliciosa sonrisa y comienzo a acariciar
su abdomen con las yemas de mis dedos de una manera
lenta y sumamente suave. De inmediato siento cómo su
cuerpo comienza a estremecerse y sonrío con satisfacción.
Me concentro solo en hacer figurillas abstractas y la
pequeña mantiene sus ojos bien abiertos, mirando a un
punto fijo de la habitación. Tal parece que mantiene una
lucha consigo misma.
Dispuesto a ganar yo esa batalla, me inclino hasta poder
rozar su abdomen con mi lengua. Comienzo con lentitud,
dejando un caminito alrededor de la herida y saboreando la
sangre que hay esparcida. Bajo hasta su ombligo y dejo
pequeños besos húmedos alrededor de este.
El éxtasis que me provoca se incrementa al sentir sus
reacciones. Su cuerpo responde demasiado rápido ante mis
provocaciones, pero ella sigue luchando en contra del placer
que su cuerpo desea, y que se niega a aceptar. Veo cómo
muerde sus labios y frunce con fuerza el entrecejo. Verla de
esa manera solo hace que para mí sea mucho más
divertido.
Deseoso de escuchar uno de esos involuntarios gemidos
que sé robarle, subo mi camino de besos por su vientre y
me tomo el atrevimiento de pasar entre sus pechos, lo que
provoca que un gritito de sorpresa se escape de su boca.
Sonrío y sigo hasta llegar a su cuello. Deslizo mi lengua
lentamente y después encajo mis dientes con levedad.
Siento cómo su respiración se acelera, y sé que estoy
ganando la batalla; es imposible que se resista tanto a mí.
Llevo mi cuchillo a su cuello y hago una pequeña herida de
donde chupo, logrando probar su dulce sangre.
Creyéndola completamente rendida, suelto sus manos y
llevo la mía a su cadera, dándole suaves masajes, mientras
que con la otra sostengo mi peso para no caer sobre ella y
lastimar su herida. Estoy bastante concentrado atacando su
cuello, cuando una fuerte corriente eléctrica recorre mi
cuerpo de pies a cabeza debido al toque de sus pequeñas
manos en mi espalda. No puedo evitarlo y sonrío… ¡ya la
tengo!
Sus manos acarician lentamente la piel de mi espalda, y
lo hacen con las yemas de sus dedos. Empiezo a bajar poco
a poco y deslizo la punta de mi lengua desde su cuello hasta
el monte de sus senos. Un gruñido involuntario sale de mi
garganta cuando sus manos se enredan en mi cabello… eso
comienza a sorprenderme. ¿Qué busca? Los leves jalones
que da a algunos mechones de mi cabello hacen que mi
cuerpo reaccione más de lo que yo mismo deseo, y
entonces creo que es hora de parar; pero cuando estoy por
alejarme, ella tira de mí con fuerza y después levanta una
de sus piernas, mientras me toma por completo con la
guardia baja.
Suelto un aullido de dolor cuando su rodilla da lleno en mi
parte más sensible. Me empuja con fuerza y me hace caer
de espaldas de la cama. Eso… definitivamente no me lo
esperaba.
—¡P-pero qué!
—¡Te dije que no volvieras a tocarme! —dice
notablemente molesta. Se levanta de la cama, toma las
cosas que compré para curarla y camina hacia la puerta,
mientras yo trato de incorporarme—. Espero que lo hayas
disfrutado, porque esta será la última vez que podrás poner
tus manos sobre mi cuerpo y tu lengua sobre mi piel. Ya no
tendrás el privilegio de volver a drenar mi sangre… ¡ya no!
—Me quedo perplejo viendo la puerta cerrarse detrás de
ella.
 

Aisa

Entro a mi habitación hecha una fiera… ¿quién se cree


ese idiota para jugar conmigo como se le dé la gana? Ya me
tiene harta. Odio que siempre me ataque de la misma
manera, y lo que más odio es el hecho de que le funciona
muy bien.
—¡Malditas hormonas! —refunfuño, y percibo aún todas
esas sensaciones que As despierta en mí.
No puedo negarlo: todo mi cuerpo responde ante cada
pequeño acto de él. Pero ya no puedo seguir así… ya no.
Debo mostrarle que soy fuerte y que ya no puede jugar
conmigo cada vez que se le antoja. Y aunque no quiera
admitirlo, la verdad es que a mí me gusta la forma en que
me tortura, pero a la vez hiere mi orgullo; no soy una niña
que se vuelve loca ante las caricias de cualquier chico.
Se supone que le dejaría claro que soy una mujer, pero
ahora que lo pienso bien… ¿cómo demonios voy a hacer
eso?
«¡Eso no importa, solo concéntrate en matarlo!».
¿Pero cómo voy a matarle?
«Piensa, Aisa… piensa».
¿Hay alguna forma en que pueda agarrarlo con la guardia
baja?
«El chico tiene buenos reflejos y es muy fuerte…».
Lo sé, ¿qué puedo hacer entonces?
«Hace unos minutos lograste golpearlo, ¿por qué?».
Porque estaba distraído.
«¿Con qué?».
Conmigo...
«¡Exacto!».
—¡Ay no! —Una estúpida, muy, muy estúpida y
arriesgada idea surca por mi mente… ¿será posible?
As dice que mi cuerpo es insignificante, pero él sigue
siendo hombre, y todos los hombres son iguales, ¿o no?
Sacudo la cabeza con fuerza ante el pensamiento.
—¡No, Aisa! No puedes hacer eso…
«¿Por qué no?».
Es estúpido, vergonzoso y muy arriesgado.
«Pero no pierdes nada con intentarlo».
¡Claro que sí! Mi dignidad, mi orgullo, y tal vez termine
perdiendo otra cosa, así que mejor no.
«Solo tienes que ser más lista que él».
Vamos, vocecita estúpida, ambas sabemos que no tengo
ni la más mínima idea de cómo piensa… ¿Cómo puedo
enfrentarme a él?
«Sigue siendo humano… debe tener una debilidad».
No, es muy arriesgado. Solo entrenaré y con mi fuerza le
ganaré.
«¡Jamás lo lograrás y lo sabes!».
Opto por ignorar la voz, y con urgencia me cubro la
herida, me pongo una blusa y busco entre las bolsas que le
robé a As. Solo hay medicinas, suero y bebidas energéticas.
Sonrío con ironía; él ha comprado todo esto para mí, para
que me recupere, pero ¿por qué? ¿Quiere que sane para
que pueda volver a herirme?
Seguramente es así. Suena como algo que él haría.
Me tomo el suero y me subo a la cama. La idea que se
me ha metido no deja de darme vueltas; pero por más que
lo pienso me parece algo muy estúpido. ¿Es posible hacer
que As baje la guardia si le permito jugar conmigo? Pero
solo de pensarlo siento que muero de la vergüenza.
Además, le dije que no dejaría que volviera a tocarme. No
puedo ahora ir y provocarle para que lo haga…
—Entonces… ¿qué hago? —debatiéndome en una lucha
moral interna, se me va el tiempo hasta quedarme dormida.
Despierto al sentir que muero de frío, me hago bolita y
abro los ojos. Siento que todo me da vueltas. Debo
conseguir algo de comida, pero no tengo nada de dinero.
Mis tripas gruñen con fuerza cuando un delicioso aroma
entra e inunda mis fosas nasales. Me levanto con poca
estabilidad y voy a la habitación de As. He pensado algo en
los últimos segundos o no sé si ya estoy delirando debido al
hambre, pero como sea es lo único que se me ha ocurrido.
—¡As! —grito y entro abriendo la puerta bruscamente. As
me mira con fastidio desde la cama donde le veo comer lo
que parece ser sopa instantánea. Sin pensarlo dos veces
camino hasta donde está y literalmente se la arrebato—.
¡Mía!
—¿Qué demonios haces? ¡Dame eso!
—Es mío…
—Pero qué…
—Es tu deber mantenerme. Recuerda que gracias a ti ya
no tengo nada. Por cierto, ¿de dónde consigues dinero? —
pregunto, comiendo un poco de la sopa que en ese
momento me sabe a gloria.
—Niña loca. —Aprieta la mandíbula y toma una botella de
agua para llevarla a su boca.
—As…
—¡¿Qué demonios quieres?! —grita exasperado y le miro
con diversión.
—Ayúdame…
—¿Qué? —Me mira como si le hubiera hablado en un
idioma desconocido.
—Ayúdame a entrenar…
—¿Por qué haría algo así?
—Porque deseo matarte, pero con mi condición actual es
imposible… tú mismo lo dijiste.
—¿Acaso eres estúpida?
—No...
—¡Me estás pidiendo que te entrene para que puedas
matarme!
—Sí, así es…
—Debes creerme demasiado estúpido…
—De hecho…
—¡Hey! —As se abalanza hacia mí con su cuchillo y me
acorrala contra la pared, en tanto empuña su arma contra
mi cuello. Siento la sangre irse a mis pies, y aun así sonrío.
—Casi haces que tire la sopa… tonto.
—¿Es que no entiendes tu situación, pequeña niña idiota?
—Sí la entiendo: yo deseo matarte, pero no puedo; tú
eres muy fuerte y puedes ayudarme a matarte, pero no
quieres. Sé que deseas matarme, pero por una razón que
aún desconozco no puedes hacerlo, y como gracias a ti lo
perdí todo, ya no tengo dinero, así que debes mantenerme.
Como agradecimiento seré buena chica, y limpiaré tu
habitación, aunque ya esté demasiado limpia y…
—Ya cállate. —Aprieto los labios cuando As desliza su
cuchillo abriendo mi piel. Sonrío internamente al haber
conseguido justo lo que quería.
Siento mi sangre caliente salir y las claras intenciones de
As de drenarla, pero cuando él comienza a acortar la
distancia de su boca a mi cuello, vierto el vaso con sopa
sobre su cabeza. Casi quiero llorar por tal desperdicio.
—¡Qué demonios acabas de hacer… joder! —se aleja
enseguida, limpiándose la sopa, y me mira con verdadero
instinto asesino. Me tiemblan las piernas, pero debo seguir
con el plan.
—As, sé que no me toleras, pero no pienso irme; ya te lo
dije: te molestaré a diario y seré como tu sombra. Ahora
también debes alimentarme y entrenarme. Prometo no
atacarte mientras duermes o algo así. Solo lo haré cuando
esté lista y te tenga frente a mí…
—De verdad que eres…
—¡Déjame terminar, As! Sé que te gusta molestarme y
burlarte de mí, y al parecer disfrutas mucho drenando mi
sangre, pero como te lo dije antes: no permitiré que vuelvas
a hacerlo a menos que cedas a mis condiciones, lo cual sé
que no harás. El hecho es que solo tienes dos opciones…
soportarme o matarme. Tú decides, As. Y una de las más
perfectas, hermosas, espeluznantes, sicóticas y aterradoras
sonrisas se pinta en su rostro. Sus ojos brillan intensamente
y me siento emocionada, pero oh-oh.
¿En qué lio me metí?
 
12
LA CHICA TERRORISTA

«El hecho es que solo tienes dos opciones… soportarme


o matarme. Tú decides, As».
Eso fue lo que dije, porque realmente creí que existían
solo esas dos posibilidades, pero olvidé que con quien me
enfrento es un loco y cínico asesino… ¿Cómo puedo ser tan
idiota?
—Soportarte o matarte —repitió mis palabras y llevó su
mano a su barbilla, para simular que piensa—. Ninguna
opción me convence.
—Tienes que elegir —dije, cruzándome de brazos.
—Bien… elijo someterte a mi manera.
—¿Eh?
—En las últimas semanas te has dedicado a acecharme y
cazarme. Creo que es mi turno. Si te encuentro con la
guardia baja… ¡Haré contigo lo que quiera!
—Bueno, pero tomando en cuenta que mi cuerpo es tan
insignificante y nada atractivo, sé que no me harás nada,
más que drenarme la sangre ¿no es así?
—Quién sabe… ni yo mismo sé lo que haré de un
momento a otro.
—Si me tocas de otra manera daré por sentado que te
gusto…
—¿Qué? Eso es estúpido —se burló, soltando una sonora
carcajada—. ¡Jamás me gustaría una niñita como tú! 
—Perfecto, entonces no tendrás problemas para no tocar
mi cuerpo.
—Aceptaré jugar tu juego: si logras atraparme, permitiré
que drenes mi sangre o me castigues cortándome con tu
cuchillo o haciéndome otro tatuaje, no lo sé…
—Aunque no me lo permitas de todas formas lo haré.
—¡Sin embargo!... No puedes atacarme mientras duermo.
Tampoco puedes tocarme más allá, ni puedes pasar tu
lengua por ninguna parte que no sea mi cuello. Si lo haces…
¡tú pierdes!
—Y si pierdo…
—Tendrás que entrenarme, alimentarme y darme dinero.
—Eso es estúpido, ¿por qué lo haría?
—¿Temes perder?
—¡Por supuesto que no!
—¿Entonces qué pero pones?
—Es estúpido, ya te lo dije.
—Fuiste tú el que eligió esto.
—No quiero estar bajo tus condiciones.
—No veo el problema, As, tú eres un asesino y yo solo
una indefensa chica. Mi cuerpo es pequeño, débil y frágil;
seguro me atraparás fácilmente. Además… como mi cuerpo
es tan insignificante y no te atrae, estoy segura de que no
caerás en la tentación de tocarme… a como yo lo veo tienes
todas las de ganar.
—Así es… ¿aun así quieres intentarlo?
—Sí, no me rendiré sin hacerlo.
—Si gano, y ganaré… tú…
—Te dejaré en paz —me adelanté a decir—, me iré a
entrenar por mi propia cuenta y no me volverás a ver hasta
que se llegue el día en que esté lista para matarte.
—¿Me aseguras que no te volveré a ver?
—Sí… te doy mi palabra.
—Perfecto. —Estrechamos nuestras manos para pactar el
acuerdo.
¡Oh, bien hecho, Aisa!
Después de eso me di cuenta de lo estúpida que fui; él es
un experto en acechar a sus víctimas. Seguro no le costará
nada atraparme.
«¿Qué haremos?».
Me sumerjo en mis pensamientos, buscando la manera
de impedir que As me atrape fácilmente. Y después de
mucho pensar, termino elaborando un plan, un plan muy
descabellado; pero si funciona como espero… me
mantendrá a salvo. Salgo de la habitación, asomo la cabeza
y echo un vistazo. Al cerciorarme de que el pasillo está
vacío, salgo corriendo, alerta de cualquier posible ataque.
Pero pronto me doy cuenta de que As no está. Aprovecho
eso y salgo del hospital con dirección a mi casa.
Después de mucho caminar, por fin logro llegar a mi
antiguo vecindario. Voy con cuidado, escondiéndome entre
las casas para evitar que alguien me vea, y siento nostalgia
cuando me veo obligada a pasar por la casa de América.
Corro hasta llegar a la mía y entro por la puerta de atrás.
Todo está exactamente igual que la última vez que
estuve ahí, con la única diferencia de que una ligera capa
de polvo lo cubre todo. Voy a la despensa y saco unas
botellas de agua, consumo el líquido y las aviento por
alguna parte. Tomo una bolsa grande y meto diferente tipo
de comida deshidratada y en conserva. También llevo
algunas velas.
Subo las escaleras hasta mi habitación y me aviento a la
cama. ¡Qué bien se siente! Me quedo un rato mirando al
techo. La cama es tan cómoda, que mis ojos comienzan a
cerrarse hasta que no puedo mantenerlos más, debido a la
falta de descanso de las últimas noches, y me sumerjo en
un profundo sueño.
 

Me estiro sobre la cama y abro poco a poco los ojos y


después observo hacia la ventana: ya es de noche y la luz
de luna ilumina la estancia de manera tenue. Hay
demasiada tranquilidad y solo se escucha un grillito por ahí
perdido. Parece una noche normal, una de las tantas que he
pasado en esta casa.
Hundo mi rostro en la almohada e inhalo con fuerza; ésta
aún huele a limpio, y el aroma del suavizante de telas que
apenas se percibe me trasporta al pasado, a aquellos días
en que mi vida seguía su flujo normal. Mi corazón se
apachurra y de pronto siento ganas de llorar. Me giro y miro
hacia la puerta: no entra nada de luz por debajo de esta,
pues todas las luces están apagadas.
Cierro los ojos y espero a escuchar el cuchicheo de las
voces de mis padres o las chilletas de mi hermano, pero
solo percibo desolación.
—Mamá… ¿ya está la cena? —Mi voz parece resonar en
toda la casa. Más silencio es lo que obtengo de respuesta, y
entonces la esperanza de que todo lo ocurrido haya sido
solo una terrible pesadilla se derrumba.
Salgo de la cama, y, antes de encender la luz, coloco una
cobija gruesa sobre la ventana con el fin de evitar que
desde afuera se vea la luz encendida. La zozobra comienza
a ponderarse de mí, así que me apresuro a buscar ropa en
mis cajones y corro al baño a tomar una ducha. No quiero
estar mucho tiempo aquí.
El baño resulta muy placentero después de tantos días de
no tomar uno, pero intento no alargarlo mucho. Una vez que
termino, me seco y después me visto. Me pongo un
pequeño short morado y una blusa negra que deja ver mi
vientre plano. Aunque las heridas me incomodan, sé que
son una tentación para él. Cuando termino de arreglarme
me miro al espejo y sonrío.
No es por creerme mucho, pero estoy consciente de que
no soy fea: mis ojos azules son hermosos; son lo que más
me gusta de mí. Mis facciones tampoco están nada mal; mi
nariz tiene el tamaño y forma perfecta, y mis labios son
pequeños pero carnosos, de un rosa natural. Mi cuerpo
también es pequeño, pero no tengo de qué quejarme, ya
que mis pechos tienen un tamaño perfecto al no ser ni muy
grandes ni muy pequeños. Mi vientre está plano gracias a
todo el ejercicio que hago, y mis piernas están firmes y bien
torneadas.
—¿Cómo puede decir As que soy insignificante? —Sonrío
con malicia—. ¿Realmente podrás resistirte a mí, As?
Guardo un par de cambios en otra maleta, y después de
pensarlo un poco, decido llevar también mi ropa interior con
encaje. Empaco un abrigo, ya que aún hace frío, y también
un par de sábanas. Ya con todo dispuesto, vuelvo al
hospital, sintiéndome lista para enfrentarme a As.

As

Otro asesinato y una nueva escena del crimen. Después


de estar toda la tarde investigando, regreso al hospital ya
pasada la medianoche. Estoy molesto debido a que no he
conseguido nada de verdadera importancia. Sigo dando
vueltas a pistas falsas. Siento que estoy perdiendo
demasiado tiempo y comienzo a tener problemas para
contenerme, pero si me dejo llevar solo empeoraré las
cosas.
Si tan solo tuviera una forma de desquitar toda está
energía negativa que se acumula en mí...
«La tienes...».
Esbozo una media sonrisa y me dirijo sigilosamente a
donde se queda esa chiquilla. Pienso que estará dormida,
pero al abrir la puerta me encuentro un espacio vacío. Miro
en otras habitaciones y no hay nada. No sé dónde está, pero
no me pondré a buscarla, así que decido irme a mi
habitación.
Al poco rato se escuchan pisadas en el pasillo y después
la puerta de la habitación contigua se abre y se cierra.
Retiro mi sudadera, quedándome con una playera negra sin
mangas. Estoy por irme a dormir, pero la tentación de
molestar a la pequeña idiota me invade, así que me pongo
de pie, salgo al pasillo y me dirijo a la habitación contigua.
Con cuidado echo un vistazo a través de la pequeña
ventana en la puerta. Cuando me encuentro con su figura
elevo la ceja y mi sonrisa se hace más grande.
La pequeña lleva un conjunto demasiado revelador. He
visto su cuerpo varias veces, pero ahora se ve distinta, y no
sé decir en qué exactamente, pero mi mente es invadida
por una infinidad de pensamientos de lo que podría hacerle.
Incluso me imagino tomándola y arrancándole la ropa
salvajemente. Tomo el pomo de la puerta con intenciones de
abrirla y entrar, pero me detengo al momento.
—Se supone que no debo tocarla —susurro para mí
mismo y maldigo.
«¿Quién dice que no puedes tocarla?».
—Si lo hago perderé...
«¿Y qué? No eres alguien que se rige por reglas. Eres un
asesino; puedes hacer lo que quieras a quien quieras y
cuando quieras».
—Cierto, pero…
«Si la deseas, tómala».
—No, no debo desearla… no a ella.
«No te resistas, no necesitas hacerlo… jamás lo has
hecho. ¡Solo tómala!».
—No… dejemos que esto se haga más divertido.
Renunciando a la diversión, decido regresar a mi
habitación e irme directo a dormir. Por hoy la dejaré en paz,
pero seguro mañana la venceré fácilmente. Entonces se irá
y dejará de fastidiarme. Así ya no tendré que preocuparme
de eso. No la necesito, no a ella. Además, eso no tiene
relevancia en estos momentos. Tengo cosas más
importantes en las cuales concentrarme, y ella solo me
distrae, así que sin falta la atraparé mañana para poder
deshacerme de ella.
Despierto temprano en la mañana y hago mi rutina de las
últimas semanas. Cuando regreso por la tarde, lo hago
dispuesto a atrapar a la niñita, pero al llegar a la planicie
frente al hospital me detengo en seco al verle entrenando
como si nada, toda despreocupada y sin percatarse de mi
presencia. Está muy claro que ella ya no se está cuidando
de mí y también está claro el porqué.
Aprieto los puños y sonrío… ¿Qué demonios pretende esa
cría? ¿Quién en este asqueroso mundo entrena con una
espada a la luz del sol, usando solo ropa interior?
«Y es negra con encaje… ¡sexy!».
Sonrío, ya veo a lo que juega. ¡Qué astuta! Trata de
seducirme para provocar que quiera tocarla.
«¿Y no quieres?».
Por supuesto que quiero y lo haré, pero no ahora. Dejaré
que me muestre todo lo que tiene. Esto se pone divertido.
«¿Y podrás resistir?».
Claro…
«¿Por qué no solo la tomas y después la matas? Drena
toda su sangre, marca su hermoso cuerpecito».
¡Oh, eso me encantaría! Pero no puedo matarla… no aún.
 

Un día… dos días… tres días pasan y sigo sin poder


someterla. ¿Y por qué? Simple; no he podido siquiera
acercarme a ella. Siempre trae puesto algo que hace que
quiera pasar mi lengua por cada centímetro de su piel. Sé
que si me acerco a ella perderé por completo el control.  
¡Quiero tocarla! Y no debo… joder.  
Me asomo por la ventana, recargándome en el marco, y
miro la luna que brilla intensamente en el cielo. Cierro los
puños y contengo las ganas de ir a la habitación de al lado.
«Patético… ella es la que te somete ahora».
Claro que no.
«¿En verdad? Entonces ve en este momento y tómala.
¿Qué importa si pierdes? Así ella se quedará y podrás
tocarla cuando desees».
Lo que deseo es que se vaya de mi vida.
«Entonces solo tómala y mátala».
No puedo hacer eso.
«¿Por qué? ¿Dejarás que ella te controle? ¿En verdad?
¿Serás como su mascota? Es solo una insignificante niñita.
Solo tómala y mátala».
No.
«¡Eres un maldito asesino!».
Y ella es como una terrorista, porque solo vino a sembrar
pánico…
«Es una chiquilla tonta. No dejes que te gane. Si sigues
con este estúpido juego solo le demostrarás que eres débil.
Ella no te teme; un asesino que no es temido es un asesino
patético».
¡Yo no soy patético!
«¡Demuéstralo! Saca tu verdadero yo, eres un jodido
asesino».
Sí, un asesino...
«Un sádico y demente asesino que ama ver sangre».
Sentirla, olerla, saborearla...
«Y te gusta su sangre…».
Me encanta…
«Amas su mirada asustada, su cuerpo tembloroso».
Me excita… me envuelve en un delicioso éxtasis.
«Tómala ahora… ¡ahora!».
¿Por qué debería seguir sus reglas?, ¿por qué continuar
con este estúpido juego? Ella está provocándome y lo ha
conseguido correctamente. Creyó que actuaba astutamente,
pero es una tonta… ¿acaso olvida quien soy yo? Puedo
tomarla ahora, hacerla mía; después de todo, siempre hago
lo que quiero.
Así soy yo y no me detendré. No soy una buena persona,
no pretendo serlo y ella debe tenerlo claro.
Salgo de la habitación, camino decidido a la de ella y
abro la puerta con brusquedad, la llama de las pequeñas
velas bailotea ante la corriente que provoca la puerta al
abrirse. La pequeña se levanta enseguida del suelo donde
se encontraba. El libro en sus manos cae y me mira
asustada. Deslizo mi mirada por su cuerpo; solo lleva una
pequeña bata de noche de satín morado con negro.
—Te gusta mucho el color morado, ¿cierto? —pregunto,
luego de entrar a la habitación y cerrar la puerta tras de mí.
—Sí…
—Es muy notorio, todo el tiempo pareces una uva.
—¿Qué haces aquí?
—Vine a acabar con este estúpido juego.
—¿Eh? —La pequeña me mira y ladea la cabeza mientras
en sus ojos se refleja la confusión.
—Tú ganas —digo sonriendo y caminando hacia ella.
—¿Cómo que yo gano?, ¿qué significa eso? —pregunta
más confundida que antes y comienza a retroceder.
—Significa que tu plan ha funcionado, has hecho que
quiera tocarte.
—P-pero no debes...
—Sí debo, créeme, y esta noche serás mía —digo y su
cuerpo se queda estático y veo una luz misteriosa brillar en
sus ojos… miedo tal vez.
Camino hasta ella, la tomo del brazo y le aviento a la
cama. Un grito ahogado sale de su garganta cuando aterriza
sobre esta. Me coloco rápidamente sobre ella, levanto mi
cuchillo y rasgo la fina tela, clavando la punta levemente
sobre su piel. Es satisfactorio sentir los temblores de su
cuerpo bajo el mío.
Arranco la tela, que retiro por completo para dejar al
descubierto su pequeña ropa interior de encaje. Un hilo de
sangre comienza a formarse en su piel por donde pasé mi
cuchillo. Conecto mis ojos con los suyos y le dedico una
cínica y perversa sonrisa.
13
Ten cuidado con lo que deseas

Limpié la habitación hasta dejarla un poco más decente;


coloqué una manta rosa sobre la cama y doblé la ropa que
me traje. También puse varias velas en la habitación para
tener luz.
La miro, sintiéndome satisfecha. Saco una lapicera con
una pluma de pavorreal y me pongo a escribir un rato, pero
por la falta de concentración me aburro rápidamente. Miro
hacia la ventana; la luna está en lo alto brillando con
intensidad. Suspiro.
Han pasado tres días desde que no cruzo palabra con As.
Creo que mi plan funcionó demasiado bien, ya que él no se
me ha acercado. Debería estar feliz, pero de alguna forma
me siento decepcionada. Es estúpido, lo sé, pero realmente
esperaba que me atrapara e intentara tocarme, tal vez
porque quería que perdiera y así no tuviera que irme.
Sé que ni siquiera debería estar cerca de él; es mi
enemigo después de todo, pero es algo alucinante e
inexplicable lo que me hace sentir cuando pone sus manos
en mi cuerpo, cuando corta mi piel...
—Estás loca, Aisa. —Paso mis manos por mi rostro y
libero un nuevo suspiro.
«Ten cuidado con lo que deseas, pequeña Aisa».
¿Desear? ¿Qué se supone que deseo?
«Te gusta sentir sus manos en tu cuerpo, la forma en que
te acaricia, la manera en que logra elevarte y todas esas
sensaciones que despierta en tu interior»
—Las hormonas están de rebeldes… solo eso.
«¿Y por qué no darles lo que quieren? Utilízalo como él te
utiliza a ti».
—No, no puedo hacerlo… no con él.
«Deja de pensar y solo déjate llevar».
—Jamás sale nada bueno de eso...
Cierro los ojos, tratando de sacar esa vocecilla de mi
cabeza, pero lo único que consigo es ver el rostro de As en
mi mente. La piel de mi cuerpo se eriza al recordar la forma
en que siempre me acaricia. Debo admitir que me gusta de
verdad, pero jamás lo admitiré frente a él. Es mi enemigo…
no debo desearlo…
«Ya lo haces».
—Oh, cállate. —Me levanto de la cama y esculco en mis
maletas hasta encontrar mi libro.
Me siento en el suelo y me pongo a leerlo a ver si así
consigo extinguir este deseo que comienza a crecer dentro
de mí. Comienzo a distraer mi mente cuando de pronto la
puerta se abre y As aparece. Me toma tan de sorpresa que
siento que mi corazón está a punto de salirse de mi pecho.
De inmediato me pongo de pie dejando caer el libro. Lo miro
asustada, pues no creí que entraría de esa manera, y menos
después de que ha estado evitándome los últimos días. Me
siento algo apenada cuando pasa su vista por todo mi
cuerpo.
—Te gusta mucho el color morado, ¿cierto? —inquiere,
luego de cerrar la puerta tras de sí.
—Sí —contesto, y desvío la mirada.
—Es muy notorio… todo el tiempo pareces una uva.
—¿Qué haces aquí? —comienzo a ponerme nerviosa y no
puedo mirarle, no después de estar pensando en él de
extraña manera.
—Vine a acabar con este estúpido jueguito.
—¿Eh?
—Tú ganas. —Sonríe, camina hacia mí y me deja más
confundida.
—¿Cómo que yo gano? ¿qué significa eso? 
—Significa que tu plan ha funcionado, has hecho que
quiera tocarte.
—Pero no debes...
—Sí debo, créeme.
Me quedo inmóvil y completamente muda… eso no me lo
esperaba, ¿acaso escuchó cuando dije que le deseaba? Creí
que lo que más deseaba era deshacerse de mí y ahora se
da por vencido; no tiene lógica.
Aún incrédula por sus palabras, le observo acercarse a
mí. Yo no me muevo de mi sitio ni un centímetro, pero las
rodillas me tiemblan levemente. Llega hasta mí,
imponiéndose con su altura, y miro mis pies descalzos, que
lucen muy pequeños junto a sus botas militares.
—Esta noche serás mía —dice con voz aterciopelada,
dejando que el aire tibio salido de su boca acaricie mi
cabello.
El estremecimiento de mi cuerpo casi me hace jadear.
Juega con un mechón de mi cabello y después desliza su
mano hasta dejarla sobre mi cadera. Me da un empujón, y
un grito ahogado sale de mi garganta cuando caigo sobre la
cama.
Con ojos bien abiertos le veo colocarse sobre mí. Sin
perder el tiempo rasga mi hermosa bata de satín morado
con negro. Me estremezco cuando la punta de su cuchillo
abre ligeramente mi piel. Antes de darme cuenta, retira por
completo la tela y me deja solo en ropa interior. Mis mejillas
arden y los temblores en mi cuerpo aumentan.
Quiero aventarlo, apartarlo de mí, pero mi cuerpo no
obedece las órdenes que le mando. Su mirada está puesta
sobre la herida de mi vientre, que apenas comienza a
sanar… me avergüenza que la mire, así que, sin pensarlo,
llevo mi mano a su rostro y lo levanto para que nos veamos
el uno al otro.
«¿Qué se supone que estoy haciendo?», me reprocho en
mi fuero interno.
Retiro mi mano y me doy cuenta de lo mucho que esta
tiembla. Los ojos de As están oscurecidos, y me mira sin en
realidad hacerlo. Empiezo a asustarme por el vacío que hay
en ellos, y me remuevo debajo de él tratando de zafarme,
pero solo logro que ponga más peso encima de mí, para
dejarme atrapada.
—As… —por fin logro hablar—, estás bromeando, ¿cierto?
—Te he dicho muchas veces que yo no bromeo.
—¿Qué quisiste decir con eso de “serás mía”?
—¿No sabes lo que eso significa?
—Viniendo de ti no…
—¿Quieres que te lo explique o prefieres que te lo
muestre?
—As…
—Dijiste que ya eras una mujer. Quiero que me lo
demuestres.
—¿Eh?
—¿Tienes miedo? —Una perfecta sonrisa adorna sus
labios. Siento mi interior estremecerse—. ¿Tienes miedo? —
repite.
—Sí, tengo miedo —musito.
—¿Yo te doy miedo?
—Sí...
—¡Excelente!
Doy un grito cuando su cuchillo rasga profundamente mi
piel y cierro los puños apretando la manta sobre la cual
estamos acostados.
—Me gusta que me temas —dice entre risas cínicas—. Tu
mirada aterrada me excita en demasía… tu voz afligida…
tus gritos… ¡quiero oírlos!
—¡Para! —pido cuando siento su mano en mi cadera,
encajando sus dedos y lastimándome—. ¿Por qué estás
haciendo esto así tan de repente?
—¿Acaso no es lo que querías? Por eso has estado
provocándome… ¿no es así?
—No, tú dijiste que no me tocarías… ¡debes cumplir!
—Tal vez no te has dado cuenta, pero no soy la clase de
persona que sigue las reglas. Siempre hago lo que quiero.
—¡Pero se trata de mi cuerpo y no quiero que me toques!
Además dijiste que no te gusto y jamás te gustaría alguien
como yo…
—No es necesario que me gustes… solo será sexo.
—¡No! No puedes hacerlo —digo con firmeza—. ¡Yo no
quiero tener sexo contigo!
—Sabes que no es verdad...
—¡Déjame en paz, no puedes obligarme!
—No necesito obligarte; tú solita desearás entregarte a
mí.
—¡No va a pasar! 
—¡Oh, pequeña, de eso me encargaré yo!
—Pierdes tu tiempo, As, no lo conseguirás.
—¿Quieres apostar? —Me dedica una arrogante mirada y
todo en mí vibra. Siento miedo y dolor, pero en mi interior
hay una parte que muere de emoción por saber qué pasará.
Ya he confesado que su tacto me vuelve loca, y bueno,
me he dado el atrevimiento de fantasear un poco… ¡pero
cielos! Hay una gran diferencia entre la fantasía y la
realidad; en mi mente puedo permitirme hacer y soñar una
y mil cosas, pero en la realidad no puedo permitirlo para
nada. No puedo tener sexo con As, eso sería algo
imperdonable.
«Solo déjate llevar; déjate arrastrar por el deseo impuro
que causa en ti; deja que la perversidad que habita en ti te
consuma. Disfruta de esta agonía tan placentera. Lo
mereces, mereces hundirte en el fango de tu propia
inmundicia».
—¡Hey, pequeña idiota! —la voz de As me saca de mi
trance—. Sabes que quieres hacerlo. Deja de resistirte y
ahórranos tiempo.
—Cínico. Eso no pasará, solo en tus sueños.
—Oh, he soñado mucho contigo. Permíteme que esos
gemidos se hagan realidad. —Mis mejillas arden ante sus
palabras… ¿acaba de admitir que fantasea conmigo?
Ya no digo nada… solo nos miramos largo rato y él toma
mi silencio como un reto que acepta en seguida. ¡Soy de lo
peor! La curiosidad puede más y sé que será una tortura,
pero veré hasta dónde resisto… ¡Puedo lograrlo! Tengo una
fuerte voluntad… ¿Cuál es el problema?
Cierro los ojos, dejándome por completo a su merced.
Escucho su risa llena de satisfacción y arrogancia. La cama
se hunde un poco y después siento su respiración en mi
oído.
—No te arrepentirás, pequeña —susurra suavemente con
una voz tan varonil y sensual, que manda corrientes
eléctricas a todas partes de mi cuerpo—. ¡Haré que vengas
a mí… deseosa de más!
Me quedo un rato esperando a que haga algo, pero él no
se mueve. Abro levemente mis ojos y le encuentro
observándome. Sonríe y ladea la cabeza. Mi corazón da un
vuelco y siento grandes deseos de quitarle esa máscara
para verlo cara a cara.
Sin pensarlo, levanto mi mano, toco su rostro y lo acaricio
mientras él se mantiene quieto. Su sonrisa se desvanece
cuando llego a la máscara, aun así, me tomo mi tiempo para
tocarla, y juegar con ella, aunque no me animo a quitársela,
de modo que alejo mi mano. Entonces vuelve a sonreír.
Toma mi mano entre la suya. Juega, separando mis
dedos, y después, ante mi sorpresa, lleva uno a su boca y lo
muerde de una manera que hace que todo mi interior reciba
un choque eléctrico. Muevo mi dedo dentro de su boca e
intento sacarlo, pero él lo muerde aún más y lo evita. Su
lengua juega con mi dedo, y más que algo asqueroso
resulta bastante interesante. Finalmente lo libera para
después estirar su brazo y tomar mi lapicera. La mira, y
después comienza a rozar la pluma de pavorreal sobre la
piel de mi vientre, generando cosquillas. Se quita de encima
de mí y pasa la pluma por todo mi cuerpo, sin tocarme con
sus manos. El toque de esta incrementa las cosquillas de mi
estómago… ¿Por qué alarga mi tortura de esta manera?
De pronto chasquea la lengua, lanza la pluma y coge el
cuchillo… ¡demonios! Lo pone en mi mejilla y baja por mi
barbilla, muy lento. Al llegar a mi cuello aprieta un poco y
encaja la punta metálica y fría en mi piel. Vuelve a bajar,
pasa por en medio de mis pechos y corta en el acto mi
sostén.
Contengo el aliento al sentirme todavía más expuesta
ante él, pero, sin perder su concentración, sigue su camino
hasta llegar a mi ombligo. Tiro de la manta con fuerza y dejo
de respirar cuando se inclina y comienza a utilizar su
magistral lengua. Como era de esperarse, lo primero que
hace es lamer la sangre de la reciente y pequeña herida que
ha hecho. Da pequeños besos y sube muy despacio, hasta
llegar a mi cuello, su parte favorita creo yo. Hace una
pequeña fisura y se mete en su papel de chico vampiro
cuando comienza a succionar mi sangre. Siento un poco de
dolor al absorber con fuerza y encajarme los dientes, pero
también me ofrece una sensación muy placentera.

¡Oh, justo ahora puedo sentir


cómo me hundo en mi inmundicia!
Dejo salir un jadeo de sorpresa cuando me toma de las
manos y tira de mí, para reclinarme por la fuerza. Sin previo
aviso, toma mis caderas y me levanta, haciendo que quede
sentada sobre él, con mis piernas a los lados de su cadera.
No esperaba que hiciera eso, y la posición es realmente
vergonzosa, además de que me permite sentir su miembro
en mi entrepierna, lo cual lo hace aún más tortuoso. Estoy
segura de que en estos momentos estoy más roja que un
tomate. 
As aprieta con fuerza mi cadera repagándome más hacia
él. La fricción es tan placentera que muerdo mis labios, de
manera que el esfuerzo mayor posible por acallar los
gemidos que desean salir es inútil. Llevo mis manos por
detrás al no saber dónde colocarlas y giro la cabeza
mirando hacia otro lado; pero siento el metal del cuchillo en
mi barbilla, que me obliga a volver mi rostro hacia él. Sus
ojos se ven tan oscuros que casi parecen negros. En cambio,
miro sus labios, y me arrepiento… Sus labios son mi más
grande tentación. Siempre lo han sido, y siempre me he
preguntado y he deseado saber… ¿A qué saben sus besos?
14
besos con sabor a muerte

As

Al entrar a la habitación de la pequeña idiota lo hago con


el deseo de poseerla al instante, pero me contengo por el
simple capricho de querer hacer que ella ceda a sus oscuros
deseos. No pretendo tomarla a la fuerza, sino solo después
de que ella decida entregarse a mí por su propio deseo.
Y por supuesto que lo consigo.
Hasta ahora no ha habido mujer que se me resista, y
siempre voy directo a mi objetivo. Me gusta hacerlo lento
pero salvaje. Aunque, por ahora me voy tranquilo…
demasiado para mi propio gusto. Solo deseo hacerla sufrir,
que sienta la tortura que por su culpa yo sentí. Deseo elevar
su deseo al máximo nivel y hacer que ruegue que me
deslice en su interior.
Mis manos aún están sobre sus caderas. Acaricio su
suave piel con la yema de mis dedos, dando masajes
circulares. Mis ojos están puestos sobre los de ella, y los
suyos sobre mis labios. Sonrío de forma involuntaria… así
que desea besarme. Deslizo una de mis manos por la piel
desnuda de su espalda hasta llegar a su nuca y la acerco
lentamente. Nuestros labios están a milímetros de rozarse.
Ella cierra los ojos y yo sonrío… pobre pequeña idiota,
tendré que decepcionarla. En el último segundo desvío el
camino y llevo mis labios a su cuello. Chupo donde antes le
había hecho una herida y succiono con tanta fuerza que
logro sacarle más sangre, junto con un gemido de dolor.
La misma corriente eléctrica de la última vez que me
tocó, vuelve a aparecer cuando sus manos me toman del
cuello y me alejan. La miro confuso: está inexpresiva. Paso
mi lengua sobre mis labios para saborear su sangre…
nuestros ojos no pierden la conexión. Sé lo que quiere, pero
no acostumbro a besar a las chicas con las que me acuesto.
Mantengo mis ojos en los de ella, expectante a alguna
clase de movimiento. Me pierdo por unos segundos en el
profundo y hermoso azul de sus ojos hasta que siento sus
manos tirar de mi cabello; eso hace que todo el deseo
acumulado que he estado controlando salga disparado.
Suelto un ligero y ronco gemido, cierro los ojos un par de
segundos y los abro para notar la aproximación de la
chiquilla, tan terca de lograr su objetivo. Sonrío y la aprieto
contra mí antes de aferrarla con fuerza y ponerme de pie,
tomándola por sorpresa. Instintivamente, enreda sus
piernas en mi cadera, pero antes de darle tiempo de
reaccionar, la coloco sobre la cama y me posiciono entre sus
piernas. De inmediato sus mejillas se tornan rojas… odio eso
con la misma intensidad en que me gusta. Quiero poseerla,
destrozarla… pero algo en ella me mantiene bajo control, y
eso lo odio también.
Con un poco más de desesperación, muerdo su cuello,
bajo hasta su clavícula y sin previo aviso ataco sus pechos.
Su cuerpo se tensa al instante y un jadeo escapa de sus
labios. Ya no puedo esperar más.
Me deshago de lo que queda de su sostén y enseguida
ella lleva sus manos a sus senos para cubrirlos, ahora
completamente expuestos ante mí. Parece asustada, y eso
logra aumentar mi excitación.
Llevo mis manos sobre las de ella y las quito con algo de
brusquedad. Tomo uno de sus senos con una mano y lo
aprieto, mientras que el otro lo introduzco en mi boca para
morderlo con salvajismo. Jadeos y gemidos escapan de su
boca, mezclados con dolor y placer. Me empujo contra ella y
rozo su intimidad. Siento cómo su espalda se arquea y echa
su cabeza hacia atrás. Sus manos se enredan una vez más
en mi cabello y tiran de él con suavidad. Suelto un gruñido
mientras sigo mi ataque en su ahora erecto pezón. Paso mis
manos con desesperación por su cuerpo, toco su herida y
ella suelta un chillido de dolor, pero no me detengo y
continúo con mi labor. Libero su pezón y dejo besos
húmedos alrededor de su pecho. Hago lo mismo con el otro.
Me gustan sus senos porque tienen el tamaño perfecto al
no ser muy grandes ni muy pequeños, y fácilmente puedo
abarcarlos con la palma de mi mano. Los aprieto con
suavidad, y bajo, dejando un camino de besos. Deslizo mi
lengua y la muevo de manera circular.
El calor dentro de mi cuerpo es tanto, que me alejo un
poco. Deslizo mi sudadera por mis brazos hasta sacarla y la
desaparezco por alguna parte de la habitación. Hago lo
mismo con mi playera negra, para que así mi torso quede
desnudo frente a la pequeña, que se ruboriza una vez más.
 

Aisa

Bien, queda confirmado que mi fuerza de voluntad no es


mucha… ¿En verdad pensaba poder resistirme a él? ¡Oh,
qué ingenua! En este punto ya no importa. Mi mente está
tan cegada de deseo, que lo único que quiero es que no se
detenga hasta hacerme suya.
No niego que me siento nerviosa, ya que es mi primera
vez, y al mismo tiempo la culpa también me golpea, pues sé
que mi primera vez será con el asesino de mi familia. Pero
mi mente ya no piensa y mi cuerpo ya no reacciona más
que al tacto de As. La vergüenza que sentí cuando mis
pechos quedaron desnudos a su vista se desvaneció en los
segundos siguientes, pero una vez más volvió ahora que As
está frente a mí con su torso desnudo. No puedo dejar de
apreciarle… ¡es hermoso!
Su cuerpo es perfecto a mi vista: no muy musculoso,
pero sí con brazos y abdomen bien trabajados; aunque,
logro ver una cicatriz que doy por sentado que es de la
herida que tenía cuando lo conocí. Su piel es igual o más
pálida que la mía; parece hecha de porcelana, e invita a
tocarla. ¿Y por qué no hacerlo?
Estiro mis manos y lo toco sin timidez alguna. As me mira
con una sonrisa que muestra satisfacción y también una
pisca de burla; siento como si me dijera: «¡Te dije que no
podrías resistirte a mí!». Pero bah… qué importa ahora. Un
estremecimiento me correcorre completa y hasta suelto un
gemido cuando se empuja contra mí una vez más. Es
increíble esa energía que me recorre por dentro. Jamás
había sentido nada igual, y tampoco tenía idea de que se
pudiera sentir algo así.
As se recuesta sobre mí sin echar todo su peso encima,
enredo mis piernas en su cintura, empujándolo más contra
mí, y él mueve sus caderas. Ambos soltamos un gemido; la
fricción de su pecho desnudo contra el mío es un exquisito
delirio. Aún con su pantalón puesto es muy notoria su
erección, la cual siento perfectamente entre mis piernas.
Pronto me olvido de cualquier cosa que tenga que ver
con pena, vergüenza o timidez, y me concentro en disfrutar
del coctel de tan excitantes sensaciones, y lo demuestro,
dejando libres un sinfín de gemidos y jadeos. Sonrío cuando
escucho sus gemidos que se mezclan con los míos. Sé que
el chico hace lo que hace por orgullo, simple deseo y esa
personalidad de querer someter, pero no me quejo… solo lo
disfruto.
Cierro los ojos y me dejo envolver por el placer impartido
por sus caricias y besos que deja por todo mi cuerpo.
Desprevenida me toma cuando me sujeta de los brazos, y
me da la vuelta para colocarme boca abajo. Besa la zona
donde dejó su marca personal: la luna. Baja por mi espina
dorsal hasta llegar al inicio de mi última prenda. Me congelo
cuando siento sus manos, que acarician mis muslos y se
acercan peligrosamente a mi zona más sensible.
Ahogo un grito cuando siento un fuerte choque eléctrico
al entrar en contacto con la piel de bajo de mis bragas.
Juega con el resorte, sube y baja un poco la prenda,
incrementando mi tortura, pero decide dejarlo por el
momento y vuelve a subir. Muerdo mis labios cuando, una
vez más, siento su cuchillo cortar mi piel. La sangre sale y
se desliza, pero él la lame sin esperar. Entonces me giro y
me acomodo de frente a él, que frunce el ceño por tan
repentino acto.
Mi sangre aún sigue en la comisura de sus labios. Sin
pensarlo ni dudarlo llevo mis manos a su cabello y tiro de él
hacia mí… en cuestión de segundos mis labios chocan con
los suyos. Mi último acto lo toma tan de sorpresa que se
pone rígido al instante. Me da la impresión de que va a
alejarse y comienzo a arrepentirme por lo que hice hasta
que sus labios se mueven sobre los míos, primero de forma
lenta, pero en cuestión de segundos incrementa tanto la
intensidad del beso, que me roba todo el aliento y me
cuesta seguirle el ritmo.
Sus labios son tan suaves y se mueven con salvajismo y
posesividad, simplemente delicioso… delirante. Los labios
del asesino saben a frialdad, a deseo, a lujuria, a cinismo...
a sangre. Es extraño que sienta sus labios fríos cuando no lo
están, pero es como estar besando un cadáver, y de una
manera muy extraña y difícil de explicar es agradable.
Deseosa de más, yo misma pego mi cuerpo al de él. Le
abrazo y deslizo mis manos por la piel de su espalda,
sintiendo el fuego que emana de su interior. Pero de manera
inesperada, él me aparta, se levanta de la cama y me deja
desconcertada. Me mira y arruga el entrecejo, chasquea la
lengua, toma su cuchillo, levanta su ropa y así sin más sale
de la habitación…
¿Qué demonios acaba de pasar?
Me quedo sin saber qué hacer. Miro mi cuerpo y la
timidez vuelve a mí. Enseguida tapo mi desnudez con la
manta y comienzo a sentirme estúpida. Me quedo perdida
un rato, como si flotara en una nube de lujuria.
Reproduzco las imágenes de lo que acaba de pasar una y
otra vez en mi mente. Sonrío sin darme cuenta y llevo una
de mis manos a mis labios. Los acaricio y los relamo; los
besos de As… saben a muerte.
15
Sin sentido

Aisa

Pasan las horas y sigo despierta sin poder entender el


comportamiento de As. Me siento estúpida. Él me rechazó,
¿no? ¿Por qué se fue tan de repente? ¿Hice algo mal? Quiero
preguntarle, pero no me animo a verlo en estos momentos.
¿¡Cómo se atrevió a dejarme así!? ¡Estúpido As!
Aguzo mis sentidos cuando escucho la puerta de al lado
abrirse y cerrarse. Luego se escuchan pasos que se alejan
por todo el largo del pasillo. Me asomo y compruebo que As
se está yendo, ¿a dónde? Son casi las dos de la
madrugada… ¿A dónde va tan tarde?
«De seguro va a asesinar».
Por supuesto, él es un asesino… ¡No, culpa, no vengas
ahora!
Me hago ovillo sobre la cama y cierro los ojos. De
inmediato su cuerpo aparece en mi mente. Mis manos se
queman ante el recuerdo del tacto de su tibia piel. Con solo
repasar las caricias en mi mente, mi cuerpo vuelve a arder.
Me siento frustrada y confundida, algo molesta conmigo
misma; me dejé llevar, dejando todo mi orgullo de lado, y al
final he terminado con tremenda decepción.
Sigo sin entender qué fue lo que pasó. Cuando As se
levantó y se fue, su boca estaba torcida en una mueca de
desagrado, pero tan solo momentos atrás parecía
disfrutarlo. ¿Qué fue lo que cambió?
—Se fue justo después de que lo besé. ¿Le resultaría
desagradable?
La idea de que así sea hace que algo dentro de mí se
estruje. Sentir sus labios, probar sus besos, ha sido una de
las experiencias más excitantes de mi vida, pero tal vez
para él no fue así.
Toco mis labios y sonrío; aún puedo sentir los suyos; aún
tengo su sabor en mi boca, el dulce sabor a muerte.
Delirante y adictivo, como la más mortífera droga.

Me sentí elevar sin darme cuenta


de que en realidad caía.

Necesito sacarlo de mi cabeza, pero lo único que mi


mente proyecta son cortos y saltados recuerdos de su
cuerpo bajo el toque de mis manos. Puedo verlo
perfectamente, como si lo tuviera frente a mí justo ahora.
Abro los ojos al revivir la imagen de la cicatriz en su
costado.
De pronto mi mente me transporta a aquel día que le
conocí; él se desmayó por la herida. Ésta parecía ser
bastante profunda, aunque ya tenía días con ella, más de
una semana creo que dijo. ¿Cómo se la haría? ¿Tuvo un
accidente, o será que alguien logró herirlo? De ser así, debió
ser una gran batalla.
Él estaba muy agotado, e incluso quedó a mi merced por
unos cuantos minutos… cosa que desperdicié como nunca,
pero… ¿Más de una semana? Me reclino de un tirón y arrugo
el entrecejo. No, no tiene sentido; la herida de As era seria.
Solo bastó un leve movimiento para que esta se abriera y él
cayera desmayado.  
—¡No tiene sentido! —exclamo, y me pongo de pie.
Yo me encontré con As la séptima noche después de que
asesinó a mi familia. Él ya tenía la herida y ésta ya llevaba
ahí más de una semana. ¿Entonces cómo fue que…? La
noche que encontré muerta a mi familia, la puerta de la
casa estaba abierta; la mesa estaba servida y había cuatro
platos, no había ningún tipo de desorden y no parecía haber
nada raro.
Según lo que pude ver, mis padres fueron torturados
mientras estaban atados a la cama, y fuera del piso de
arriba no había más rastros de sangre en el resto de la casa,
pero...
—¿Cómo logró As vencer a mi padre bajo esas
condiciones? —muerdo mis uñas, camino hasta la ventana y
me asomo. Pienso y pienso y cada vez le encuentro menos
sentido al asunto.
Mi padre era un hombre alto y fornido, y tenía un cuerpo
fuerte, además de que sabía unas cuantas técnicas de
defensa personal. ¿Cómo fue que murió tan fácil sin dar
señales de haberse defendido? La casa no estaba
desordenada y no parecía que alguien hubiera mantenido
una lucha. Y estoy segura de que mi padre no pudo haberse
quedado de brazos cruzados; tuvo que haber peleado, y con
As en ese estado es imposible que haya podido contra mi
padre. Además, ¿cómo hizo para llevar los dos grandes
cuerpos de mis padres hasta la habitación? Su herida pudo
haberse abierto con tanto esfuerzo.
—Algo no cuadra y voy a averiguar qué es.
 

As
Son más de las tres de la madrugada y camino por las
calles de la ciudad. Es increíble el hecho de que aún haya
gente en la calle a estas horas, pero las hay, aunque la
mayoría son rameras, pandilleros y borrachos.
Camino hasta entrar en un bar y pido un vodka, sin
intención alguna de beberlo. Paso mis manos por mi cabello
con desesperación. ¿Qué fue lo que pasó conmigo?
«¡Cobarde!», se burla esa maldita voz dentro de mi
cabeza.
Aún no sé bien la razón por la que salí prácticamente
huyendo de la habitación de aquella idiota. Pero pude sentir
cómo sus manos, sus besos, su mirada… toda ella me
devoraba como un ardiente fuego, y yo temí quemarme en
ese fuego. ¡No debí dejar que me besara! ¡Debí apartarle!
¡No debí besarle yo! Jamás había sentido eso que ella me
hizo sentir con sus besos, por eso odio besar. ¡Por eso nunca
lo hago!
—¡Maldición! Debí controlarme…
«No necesitas controlarte… ¿Por qué hacerlo? Solo no
dejes que vuelva a suceder y así no volverás a confundirte».
¿Pero qué demonios hago con el deseo de poseerla, que
aún me quema por dentro?  
«Sácalo… sácalo con un nuevo asesinato».
Sí, sí, eso haré…
Llevo tanto tiempo sin poder encajar mi cuchillo como
quiero, que hoy saciaré ese deseo. Salgo del lugar y camino
por las calles. Me acerco a lugares donde hay gente y los
estudio buscando una víctima.
—Hola… —escucho una voz de mujer detrás de mí.
Sonrío para mis adentros; la presa cayó sola en la trampa.
Me giro y me encuentro con una ramera que sonríe
provocadoramente—. ¿Te apetece compañía?
—Me encantaría.
Sigo caminando y ella me sigue de cerca. Una vez que
nos encontramos un poco retirados de la demás gente, la
tomo del brazo y la llevo hacia un callejón oscuro. Quiero
desaparecer el rastro que esa pequeña idiota dejó en mí e
impregnarme de uno nuevo, así que sin esperar nada voy
directo a mi objetivo. La acorralo contra la pared y desgarro
su ropa, a lo cual la chica me mira asustada y eso me
gusta… ¡Que me teman!
—Q-qué estás… —Tapo su boca antes de que continúe
hablando, juego con sus senos que quedan a mi disposición,
pasando el cuchillo alrededor de estos, y el miedo en su
mirada se incrementa, pero aun así no logro excitarme lo
suficiente.
—Es una lástima: el placer será solo para mí —digo antes
de colocar el cuchillo en su cuello. En este punto ella ya está
llorando.
Empujo el arma con fuerza, para que este atraviese su
piel. Las vibraciones que ocasiona el metal al abrirse paso
entre la carne hacen me estremezca de placer y sienta
cómo toda la tensión acumulada se vaya dispersando. La
sangre se derrama por mis manos y su textura me relaja
aún más.
Cuando retiro el cuchillo, el cuerpo de la chica cae. Es la
primera vez que mato a alguien de esta manera; es la
primera vez que me veo obligado a arriesgarme a que me
vean, y todo es culpa de esa chiquilla.
Miro el cuerpo en el suelo y me pregunto si ese estúpido
detective ahora sí tendrá algo para investigar como debe
ser. Por último, limpio mi cuchillo y camino de regreso al
hospital. Cuando llego y abro la puerta de mi habitación, me
quedo parado en el marco, mientras contemplo a la
pequeña idiota, que está en el suelo y recargada en la
cama. Trae puesta una larga bata que parece de abuelita.
De alguna manera lo agradezco, y como ahora lo que
menos quiero es verla y hablar con ella, doy media vuelta
con la intención de marcharme.
«Cobarde».
—¿As? —ignoro su voz y salgo, pero la siento venir tras
de mí.
—No me sigas.
—Necesito hablar contigo.
—¿Sobre qué? —Me giro hacia ella y la miro con fijeza.
Escruta mi cuerpo lleno de sangre y traga saliva, con
nerviosismo. Puedo ver en ella una extraña combinación de
emociones; miedo, y un ligero toque de decepción. Me
causa gracia; creo que a veces ella olvida lo que soy.
—Quiero que me expliques algo —dice finalmente.
—¿Quieres una explicación de lo sucedido hace un rato?
—Sonrío—. Si te preguntas el por qué reaccioné así,
realmente no hay mucho que decir. Solo me cansé de jugar.
—¿Qué quieres decir? —pregunta, enarcando una ceja.
—Bueno tú estabas provocándome con esa ropita que
usabas, así que quise castigarte y fingir que te deseaba.
Solo quería demostrar que puedo hacerte caer ante mí en el
momento en que se me dé la gana.
—Ya veo. —Me parece ver que el brillo de sus ojos se
desvanece, pero ella se queda ahí como si esperara otra
cosa—. No quería hablar de eso. No me importan las
razones por las que hiciste lo que hiciste. La verdad no me
interesa…  
—Ah, ¿no? ¿Entonces qué es lo que quieres?
—Hablar sobre el día que asesinaste a mis padres —dice,
y esta vez soy yo quien eleva la ceja. Por nueva cuenta,
esta niña me sorprende. En verdad que pensé en todo,
menos en esto.
16
As... ¡te descubrí!

Aisa

Con la mente en total confusión, decido ir a esperar a As


para que me dé respuestas. Me pongo una bata nada
provocativa —bueno, lo que provoca es risa—, pero no
importa. Salgo de mi habitación y voy a la de As.
Me siento a esperarlo, pero él tarda demasiado. Ya está
amaneciendo cuando comienzo a dormirme, pero entonces
le siento llegar, levanto la vista y noto que vuelve a
marcharse. Le llamo, pero me ignora, y en una carrera voy
tras él.
—No me sigas —ordena con voz seca.
—Necesito hablar contigo.
—¿Sobre qué? —Entonces contengo el aliento al verle
cubierto de sangre.
Verlo así, con la mirada tan oscurecida, los labios
apretados y algunas gotas de sangre sobre su mentón, se
disipa por completo la pequeña duda que se había instalado
en mi interior. He estado haciendo demasiadas
suposiciones, e incluso guardé una estúpida ilusión que se
ha desvanecido por completo. Ahora quiero reírme de mí
misma. ¿Qué era lo que esperaba? Aun así, aún hay algo de
lo que debo asegurarme.
—Quiero que me expliques algo. 
—¿Quieres una explicación de lo sucedido hace un rato?
—Sonríe de manera burlesca—. Si te preguntas el por qué
reaccioné así, realmente no hay mucho que decir. Solo me
cansé de jugar —dice con bastante simpleza y logra
confundirme.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno tú estabas provocándome con esa ropita que
usabas, así que quise castigarte y fingir que te deseaba.
Solo quería demostrar que puedo hacerte caer ante mí en el
momento en que se me dé la gana. Siento un dolor agudo
en el pecho después de escuchar sus palabras. Supongo
que soy una verdadera tonta como para haber creído que su
deseo por mí era real.
—Ya veo —digo, tratando de no demostrar lo afectada
que me siento por sus palabras—. No quería hablar de eso.
No me importan las razones por las que hiciste lo que
hiciste. La verdad no me interesa…
—Ah, ¿no? ¿Entonces qué es lo que quieres?
—Hablar sobre el día que asesinaste a mis padres.
As se tensa en el momento en el que le menciono a mis
padres. Veo la confusión en su mirada, pero la desvanece
sonriendo. Yo intento mantenerme calmada para no llorar.
Es estúpido, pero sus palabras anteriores donde confesaba
que solo se estaba burlando de mí dolieron de verdad.
—¿Y exactamente de qué quieres hablar? —pregunta,
cruzándose de brazos.
—Tengo unas preguntas.
—Hazlas…
—Cuando mataste a mi hermano le sacaste sus hermosos
ojos azules, ¿dónde los colocaste?
—Me deshice de ellos.
—¿Entonces por qué se los sacaste?
—Por diversión.
—¿Cómo lograste vencer a mi padre? Él era tan alto
como tú y era muy fuerte…
—¿Quieres decir que yo soy débil?
—No dije eso, pero…
—Los agarré desprevenidos; tu papá no tuvo tiempo ni de
reaccionar cuando lo golpeé por detrás en la nuca y lo dejé
inconsciente.
—Y mi madre y Dan, ¿dónde estaban en ese momento?
—En la sala viendo TV.
—¿Cómo mataste a mi madre?
—Igual que a tu padre.
—¿Y a Dan?
—De la misma manera.
—¿Por qué los colocaste en esa posición?
—Se me dio la gana.
—Cuando llegaste a mi casa, ¿qué estaba haciendo mi
familia?
—Viendo la TV.
—¿Sabías que tenían otra hija?
—¿Cómo iba a saberlo?
—Cierto…
—¿Por qué me preguntas todas esas cosas?
—Simple. —Sonrío, para que me mire con desconfianza
—. As… ¡Te descubrí!
—¿De qué estás hablando? 
—Dime… ¿recuerdas la mirada de mi pequeño hermano?
¿recuerdas sus ojos azules?
—Oh, claro, me miraban con mucho temor, y lloraba,
llamando a papi y a mami —dice en un tono burlón que
consigue hacerme enojar, pero logro controlarme.
—As…
—¿¡Qué demonios quieres ahora!?
—Quiero decirte que eres un mentiroso…
—¿¡Por qué me llamas así!? —Bastante alterado, As
camina hacia mí y me toma del cuello. Verlo así, mientras
está todo bañado en sangre, asusta en serio, pero una vez
más me mantengo bajo control.
—Mi pequeño hermano Dan tenía ojos miel, no ojos
azules.
—Y eso qué… es un pequeño detalle que olvidé.
—Mis padres estaban cenando cuando se supone que los
atacaste, y mi familia jamás ve la tele mientras cenamos. La
marca de la medialuna que dejas en tus víctimas siempre es
del lado derecho, pero mis padres y hermano la tenían del
lado izquierdo. —Conforme mis palabras salen, su
semblante se endurece y veo cómo aprieta la quijada—. El
cuerpo de mi padre era grande y pesado: él era un hombre
muy fuerte y sabía defenderse muy bien. Jamás hubieras
logrado vencerlo, y menos con la herida que tenías…
As se aleja de mí unos cuantos metros y me mira con la
mirada ensombrecida. Cada una de sus reacciones
confirman mis sospechas, y por alguna razón siento una
pizca de alegría ante mi descubrimiento. Aunque no tiene
razón de ser, después de todo sigue siendo un ser
despreciable que asesina a gente inocente.
—Déjate de tantos rodeos, niña… ¿a dónde quieres llegar
con todo esto?
—¿Aún no lo sabes?
—Esto es estúpido, me largo.
—Deja de hacerte idiota, As… Una vez te pregunté qué
tenía mi familia que no tuviera yo para que no quisieras
matarme y dijiste que nada, y sí, exacto, mi familia no tenía
nada porque tú, As, querido Asesino de la luna, tú no
mataste a mi familia. 
17
Un objetivo en común

As

Por largos segundos me dedico solo a observar a la


pequeña. No hay duda en sus recientes palabras; ella está
segura de que no fui yo quien asesinó a su familia. Sabía
que debía de arreglar ese problema antes de que alguien lo
descubriera. Ahora ella lo ha hecho, aunque, pensándolo
bien, se hubiera dado cuenta tarde o temprano.
—Bien, me descubriste —digo con calma, tratando de
quitarle importancia al tema—. Ahora, déjame en paz. —Una
vez más me doy media vuelta para marcharme lejos de ella,
pero me detiene y me impide avanzar.
—¿Lo dices solo así? —Tiene el semblante oscurecido y
una mirada llena de ira.
—¿Qué quieres que te diga?
—¿¡Por qué me has estado engañando todo este
tiempo!? ¿¡Por qué dijiste que los asesinaste tú!?
—Jamás dije que yo los asesiné, tú asumiste que lo hice y
yo solo te seguí el juego.
—¿¡Por qué!?
—¡Solo márchate y déjame en paz! —grito, y la aviento
con fuerza, provocando que se caiga.
—¡As!
—¡Que me dejes en paz, joder! ¡Ya no tienes nada que te
una a mí! Ya sabes que no asesiné a tu familia; ya no tienes
por qué estar detrás de mí, así que lárgate y deja de
fastidiarme la vida.
—¡No! Necesito saber… hay tanto que tengo que saber.
Si tú no asesinaste a mi familia, ¿quién lo hizo? ¡Dime quién
lo hizo! —exige, poniéndose de pie y parándose frente a mí.
—¡Lárgate de aquí!
—¡As!
—¡Basta! —En un desesperado movimiento, la tomo de
su pequeño y fino cuello y la estampo en la pared. Sus ojos
se cierran con fuerza debido al golpe. Hace una mueca de
dolor antes de que sus ojos vuelvan a abrirse—. Yo no soy el
asesino de tus padres. Ya no tienes motivo para fastidiarme,
así que vete o me obligarás a acabar contigo de una vez por
todas.
—N-no… ¡no voy a hacerlo!
—¿¡Por qué eres tan terca!? —Tal vez para ti las cosas
han cambiado, pero para mí no. Todavía hay un asesino al
cual deseo matar y tú vas a decirme quién es, y vas a
ayudarme a matarlo.
—¡No voy a hacer eso!
—¿Por qué lo proteges? ¡Eso te hace tan culpable como
él!
Siento la ira y ese instinto asesino que me domina correr
por mis venas. Yo intento no lastimarla de más, pero ella me
obliga, me lleva a mis límites y hace que no pueda
controlarme. Pongo tanta fuerza en el agarre de su cuello,
que sus ojos se abren con sorpresa y terror.
De inmediato lleva sus manos alrededor de mi brazo para
intentar zafarse, pero no lo logra. Me causa gracia el que
me haya pedido tantas veces que la mate, pero estando
ante la muerte ella lucha con todas sus fuerzas. Comienza a
ponerse morada mientras el oxígeno en sus pulmones se
extingue. Patalea y me golpea inútilmente, pues nada logra
hacer que la suelte.
Sus ojos comienzan a perder el brillo, y su cuerpo se
vuelve débil. Una vez que pierde el conocimiento, dejo que
su cuerpo caiga al suelo y entonces me marcho, dejándola
ahí sin sentir remordimiento o algo parecido.
Salgo del hospital sin un rumbo fijo. Lo único que
necesito es calmarme y pensar bien lo que haré de ahora en
adelante. Además, debo intensificar mi búsqueda antes de
que ese tipo me cause más molestias.
 

Aisa

Sintiendo un intenso dolor de cabeza, me reincorporo.


Llevo mis manos a mi cuello, mientras un gran ardor me
embarga.
Vuelvo a la habitación, busco un pequeño espejo de
mano que traje conmigo y reviso mi cuello. Hago una mueca
de desagrado al ver los moretones que lo adornan. Son
horribles y enormes.
Me dejo caer en la cama, confundida. Tengo una gran
mezcla de sentimientos y no sé cómo reaccionar. Por un
lado me alegra, y demasiado, saber que As no es el asesino
de mi familia, pero por otro lado sigo sintiéndome muy
molesta, porque él protege al verdadero asesino.
¿Ahora qué voy a hacer? Que As no sea el asesino que
busco me alegra, pero eso cambia por completo mis planes,
mis deseos... mi único propósito. Vuelvo a tocar mi cuello; él
pudo haberme matado de haberlo deseado así. Me
aterrorizo al pensarlo. Sonrío también.
Soy una pequeña cobarde. ¿Cuál es mi deseo? Estoy
comenzando a cuestionarme las motivaciones de mi
perverso y moribundo corazón.
—Pero ahora entiendo un poco más. —Al menos sé la
razón por la que en un principio se negó a matarme.
Él no tenía interés en mí, así como no la tuvo en mi
familia. As no los asesinó. Sonrío como estúpida ante la
idea. Cuando pensé en la herida e hilé todo hasta llegar a la
conclusión de que él no lo había hecho, albergué la estúpida
esperanza de que no fuera en sí un asesino; después de
todo se negaba a matarme, me salvó la vida y me ayudó,
aunque de extrañas maneras.
Mi mente se abrió y creí entenderlo todo. Incluso
comencé a crear un montón de teorías con respecto a su
persona, su origen y sus motivos. Quería convencerme a mí
misma de que mi pecado no era tan grande, de que mi alma
no sería condenada para siempre, pero entonces llegó
cubierto de sangre. 
—Bien —río amargamente—, seguimos sobre el camino.
—Deslizo los dedos por la adolorida piel, dando pequeños
masajes, cierro los ojos y suspiro—. As: hasta no cumplir mi
condena, seguirás siendo mi verdugo.

Eres el más dulce de los castigos...


el más lento de los suicidios.

Ahora tengo dos propósitos: uno se cumple por sí solo


durante el trayecto, pero el otro, el otro es algo más
complicado. As no asesinó a mi familia, pero alguien más lo
hizo. ¿Quién? ¿Por qué? ¿As lo sabe?
Tal vez lo sabe, pero no parece dispuesto a decirme de
quién se trata. Si no lo hace, entonces buscaré información
por mi propia cuenta. No dejaré que ninguno se salga con la
suya.
Con eso en mente salgo del hospital y me dirijo
nuevamente a mi casa. Creo que me instalaré ahí por un
tiempo en lo que descubro algo. Después de todo a lo que
noté la última vez, nadie entra a la casa, ¿quién lo haría? Es
la casa donde se cometió un atroz asesinato, nadie entraría.
Cuando llego, lo primero que hago es tomar comida de la
despensa para calmar a mis hambrientas tripas. En este
momento agradezco que mamá fuera tan precavida como
para mantener siempre la despensa llena; siempre
compraba comida para un periodo de seis meses.
Subo las escaleras y corro por el pasillo sin mirar hacia el
cuarto de mis padres. Incluso cierro los ojos y me esfuerzo
en apartar todo pensamiento de aquel suceso, de lo
contrario mi estadía aquí sería insoportable.
Una vez en mi habitación, decido tomar un baño y ahora
sí aprovecho y me tardo todo lo que deseo debajo de la
regadera. Una vez que termino me enredo de una toalla y
salgo del cuarto de baño, busco en mi ropero y me visto.
Entonces me aviento a mi cama y enciendo la televisión.
Pongo el canal de noticias y tal como lo esperaba están
hablando de As. Se ha cometido otro asesinato durante los
días que estuve con él.
Se habla sobre la forma de muerte y la marca de As, y es
cuando me doy cuenta de que todos los asesinatos
ocurridos en mi ciudad no han sido cometidos por As,
comenzando con mi familia. Todos y cada uno de ellos tiene
la marca personal de As en el lado izquierdo, y son atroces y
demasiado sádicos. A las víctimas les cortan partes de sus
cuerpos, cosa que nunca se había escuchado en los
anteriores asesinatos cometidos por As.
Hay varias cosas que me preocupan: primero, que As
permita que le culpen por algo que no ha hecho, y segundo:
¿cómo pueden seguir culpándolo a él? ¿No es su modus
operandi lo suficientemente distinto como para que sepan
que no ha sido él? Incluso recuerdo que el detective Hans
me dijo que estaban demasiado confundidos por tan
drástico cambio. ¿Acaso no se han dado cuenta de que se
trata de dos personas distintas? ¿O tal vez lo saben, pero no
quieren decirlo? Tal vez el detective dejó el caso, porque se
dio cuenta de que no se trataba del mismo, ¿existe dicha
posibilidad? ¿Qué es exactamente lo que está pasando? ¿De
dónde salió este asesino? ¿Por qué se hace pasar por As y
por qué este no hace nada?
As… él es tan orgulloso y se cree tanto. Piensa que es el
mejor en todo y tiene ese aire de superioridad que jamás le
permitiría admitir que hay alguien mejor que él. Le gusta
toda la atención que tiene y que lo cataloguen como el
mejor asesino, jactándose de que no pueden encontrarlo y
atraparlo, ¿entonces por qué deja que otro se haga pasar
por él?
La misma pregunta me da la respuesta.
Abro los ojos por la impresión al darme cuenta, ¡es tan
obvio! Tan claro que me siento estúpida al no haberme dado
cuenta antes. Entendiendo sus motivos, me quedo más
tranquila. Ahora creo saber cómo debo proceder, aunque,
debido a lo sucedido la última vez, decido darle más tiempo
a As y quedarme en casa por unos días. Así estará más
tranquilo y no se echará sobre mí cuando me vea. Le haré
creer que se ha librado de mí, mas no lo dejaré hacerlo. No
le dejaré hasta que esta situación termine por completo, y
menos ahora que ambos tenemos un objetivo en común.

Una semana, espero una semana enclaustrada en mi


casa, sin salir ni asomarme por las ventanas. En ese tiempo
aprovecho para limpiar y desvanecer toda la sangre que
aún había esparcida en la escena del crimen.
Es escalofriante caminar por un pasillo con manchas de
sangre. A la única habitación en la cual no me atreví entrar
fue en la de mis padres; sin embargo, lo hago el último día
antes de volver con As.
Creo que una semana es más que suficiente para darle
tiempo de calmarse. Respiro profundamente antes de abrir
la puerta, y de inmediato las imágenes de cuando los
encontré me golpean con fuerza.
Siento las lágrimas acumularse al ver todavía la
habitación con manchas de sangre por doquier. Mandaron a
limpiarla, pero aun así muchas manchas quedaron
impregnadas en la madera.
Me paro frente al espejo del tocador y algo en la esquina
me llama la atención: una pulsera de tela color rojo. La
tomo y la observo; esa es la pulsera que le regalé a
América. Ella, Amanda y yo tenemos pulseras iguales,
aunque cada una es de un color diferente, y representan
algo así como nuestra amistad. ¿Por qué la pulsera está
aquí? Quizá América la perdió, mi mamá la encontró, la
guardó y esperó la ocasión para entregarla.
Como no soporto mucho la lluvia de recuerdos, salgo de
la habitación y vuelvo al hospital con la esperanza de que
As no se haya ido de ahí. Llego al hospital como a la
medianoche y solo veo una pequeña y tenue luz que de
seguro es proporcionada por una vela, lo cual me confirma
que As sí está.
Siento una extraña emoción por volver a verlo después
de una semana. Corro por el pasillo y abro la puerta, pero
antes de reaccionar y saber qué es lo que pasa me
encuentro en el suelo con él sobre mí.
—¡Auch! Eso dolió —chillo por el golpe que mi cabeza
recibió al estamparse contra el suelo.
—Ah… solo eres tú —dice, quitándose de encima.
—¿Solo soy yo? ¿Acaso esperabas a alguien más?
—No creí que volverías —dice, y se sienta sobre la cama.
Y me echo sobre el piso y lo miro, y al hacerlo mi respiración
se detiene, mientras que mi corazón comienza a latir
demasiado rápido. As mira hacia la ventana con expresión
neutral, pero él… ¡él no lleva la mascará! Me quedo como
idiota mirando por primera vez su rostro, que es iluminado
por los rayos plateados de la luna que entran por la
ventana.
¡Él es hermoso!
Así de sencillo; es joven, y curiosamente su apariencia no
es intimidante. Su cabello negro cae sobre su rostro, y cubre
un poco esos hermosos y enigmáticos ojos grises que
posee. Parece ser un chico tan desalineado y de esos que no
les importa nada de lo que ocurra a su alrededor. ¿Cómo
alguien como él puede ser un asesino cruel y despiadado?
Ni siquiera parece un demente sociópata como lo ha
demostrado ser.
—¿As? —le llamo con desconfianza, pero él se dedica a
ignorarme. Me pongo de pie y me acerco de manera
insegura; algo me dice que no recuerda que no lleva la
máscara.
«Tal vez debas salir antes de que lo note».
Tal vez sí debería hacerlo. No sé cómo reaccionará
cuando sepa que su identidad ha quedado expuesta ante
mí. Seguro no le agradará nada. Pero, aunque el sentido
común me dice que huya, otra parte en mi interior me dice
que no tengo nada de que temer. Con cuidado me acerco y
me hinco frente a él, quien de inmediato vuelve su rostro
para mirarme. Cuando sus ojos se ponen sobre los míos
siento a mi corazón dar un vuelco, y mis mejillas comenzar
a hervir. ¡Demonios!
Aún serio y callado, él es tan atractivo y jodidamente
sexy. Es como si su existencia fuera una invitación al
pecado. ¿Acaso es un aliado del diablo? Eso explicaría mi
irracional obsesión.
—¿Por qué estás aquí? —pregunta con fastidio—, creí que
por fin me había deshecho de ti.
—Jamás… jamás podrás deshacerte de mí, As.
—¿¡Ahora qué demonios es lo que quieres de mí!?
—Lo mismo… quiero que me entrenes.
—¡No voy a hacerlo! ¡No tengo por qué hacerlo! Ya no
hay nada que nos ligue a ti y a mí.
—Sí lo hay. Yo deseo hacer justicia por la muerte de mis
padres y tú deseas encontrar a quien mancha tu nombre.
—¿Eh? —As me mira confundido y enarca una de sus
cejas.
—No sabes quién es, ¿cierto? No sabes quién es la
persona que se hace pasar por ti. Eres tan arrogante y
orgulloso que no quieres que nadie lo sepa. Dejas que crean
que tú has cometido todos esos asesinatos porque sería un
fuerte golpe a tu orgullo que otros sepan que hay otro
asesino tan bueno como tú.
—¡No me compares con esa mierda! —grita con evidente
enojo y se pone de pie, para después empujarme. Caigo de
un sentón—, ¡esa escoria jamás podrá comparase conmigo!
—Ha cometido asesinatos en las últimas semanas y no le
han encontrado. Lo hace tan bien, que parece que nadie se
da cuenta de que es otro, lo cual lo convierte en igual o
incluso mejor que tú. ¡As, ya no eres el mejor!
—¡Cierra la maldita boca!
—Es por esa razón que visitas las escenas del crimen,
para encontrar pistas sobre él.
—¡Que te calles!
—¡Pero no has encontrado nada! Yo te encontré a ti y de
manera fácil, debo decir, pero tú no has podido dar con él.
—¿No me estás escuchando? ¡Cierra la maldita boca o
voy a matarte!
—Tus amenazas ya no me asustan; siempre dices lo
mismo y jamás me matas.
—Por tu culpa he estado demasiado distraído. Ahora lo
único que quiero es que salgas de mi vida. No quiero verte
nunca más… ¡deja de hacerme perder la paciencia o ya no
seré tan amable contigo como lo he sido hasta ahora!
—¡Sí que has sido amable! —digo con sarcasmo,
mientras me cruzo de brazos.
—Mira, solo déjame hacer mi trabajo y desaparécete.
—¿Tu trabajo? Cuál… ¿perseguir al asesino que ha
logrado superarte? Yo puedo ayudarte. Recuerda que soy
buena en eso ¡Logré encontrarte!
—Voy a cortarte la lengua si no te callas.
—Adelante, ¡hazlo! Si eso te hace sentir mejor; pero eso
no quita el hecho de que hay alguien mejor que… —Antes
de pueda terminar de hablar, As se abalanza sobre mí, caigo
de espaldas y somete mi cuerpo a horcajadas. Me
sobresalto al verle levantar su cuchillo a la altura de mi
corazón. ¡Aquí vamos de nuevo!
—Antes no te había matado porque creía no tener un
motivo en concreto para hacerlo, pero estos últimos días me
has dado demasiados motivos. ¿Por qué no matarte?
—Porque puedo ayudarte —farfullo.
—No necesito tu ayuda.
—¡Sí la necesitas! ¡Por favor, As! Deja tu orgullo de lado y
hazme caso. Yo deseo tanto o más que tú encontrar al
asesino que se hace pasar por ti.
—Encontrarle es mi deber, no el tuyo.
—¡Te equivocas! ¡Es mi deber! Él me arrebató todo lo que
tenía… me despojó de mi razón de vivir y de toda
posibilidad de ser feliz. ¡Debe pagar!
—Yo lo mataré por ti…
—¡No! Quiero hacerlo yo.
—Tú no eres una asesina.
—¡Por eso vas a entrenarme!
—No lo voy a hacer.
—¡As!
—Vete de aquí —dice, quitándose de encima.
—¿Ves? No eres tan malo como aparentas ser.
—¿¡Ah!? —Me mira enojado y al instante me arrepiento
de lo que dije—. ¿Qué quieres decir con que no soy tan
malo?
—B-bueno es que… el hecho de que siempre me dejes
vivir y el que no quieras que me convierta en una asesina
me hace pensar eso. —Tras mis palabras, comienza a reír
como loco, asustándome un poco.
—Mira, niñita estúpida, que no te confunda el hecho de
que yo no haya asesinado a tus padres. No los asesiné a
ellos, pero sí he cometido muchos, muchos más asesinatos.
Mis manos están bañadas de sangre, y el que te deje vivir
no significa que sea bueno o menos malo. Tengo una razón
para eso.
—Entonces mátame ahora, porque no voy a dejar de
insistir; o me ayudas, o me matas. Son las únicas dos
opciones que tienes, y no importa cuánto amenaces, ni
cuánto me hieras o drenes mi sangre, si no me matas ahora
volveré a ti una y otra vez.
As pasa sus manos por su cabello, con desesperación, y
las desliza por su rostro. Se queda inmóvil en el acto; por fin
se ha dado cuenta de que no trae puesta la máscara. Deja
caer sus manos y me escruta, lo que me provoca un
escalofrío. La sorpresa es notoria en su rostro, pero a mí no
me sorprende cuando vuelve a abalanzarse sobre mí con su
arma.
Ruedo sobre el piso e impido que el cuchillo se clave en
mi cara. Me pongo de pie y corro hacia la puerta, pero no
puedo avanzar más cuando me toma de mi cabello, y me
estampa en la pared, en tanto coloca de inmediato su filosa
navaja en mi garganta.
—Ahora tendrás que morir —dice, y comienza a cortar mi
piel. Siento la sangre correr y la mirada de As sobre ella.
—E-espera...
—Finalmente voy a cumplir tu deseo de morir. Me has
visto y eso no estaba en mis planes. Lo siento, pero ahora sí
tendré que matarte.
—¡Espera! prometo que no diré nada.
—No te creo, ¿por qué he de confiar en ti?
—¡Porque te necesito! —Mis palabras hacen que su
mirada vaya de mi cuello a mis ojos—. ¡Te necesito para
vengar la muerte de mis padres! Eres el único en el que
puedo confiar para que se haga justicia.
—Yo no confío en ti.
—N-no voy a traicionarte, As, si no lo he hecho hasta
ahora… ¡no lo haré nunca!
—Hasta hace poco deseabas matarme.
—Pues porque creía que eras el asesino de mi familia.
Pero la verdad es que tampoco deseaba matarte. Solo lo
hacía porque sentía que era mi deber, pero ahora que sé
que tú no los asesinaste, me siento aliviada.
—¿Por qué?
—No lo sé, solo es así como es.
—¿Acaso terminaste enamorada de mí? —pregunta en
broma con su típico tono burlón y mirada arrogante. Eso me
tranquiliza; está más calmado.
—Tal vez —digo, tomándolo por sorpresa, pero de
inmediato se recupera.
—¡No es raro! Toda chica que me conoce se enamora de
mí.
—Eso parece. Una de mis amigas está obsesionada
contigo.
—¡Interesante! Como sea, lamento romper tu corazón,
pero no puedo corresponder tu amor —dice con sorna.
—Lo superaré —digo y se pone serio una vez más.
—Desde que me convertí en asesino no he vuelto a
confiar en nadie… ¿cómo confiar en ti?
—Tenemos un objetivo en común, y la confianza se basa
precisamente en creer en alguien sin un argumento en
claro… ¡dame tu confianza, As! No voy a defraudarte.
—Si lo haces… ¡iré a asesinar a cada uno de tus seres
queridos que aún conservas y te dejaré vivir solo para que
te pudras en tu miseria y soledad!
—Sus palabras provocan un poco de temor. No quiero ver
muertas a las personas que me quedan, pero eso no pasará
porque no lo voy a defraudar y él… ¿acaba de aceptarme?
—¡Entendido! —digo, sin evitar sonreír.
—Pero habrá ciertas reglas que debes seguir al pie de la
letra.
—¿Cuáles? —Primera: no te quejarás durante el
entrenamiento.
—Bien.
—Segunda: harás exactamente lo que yo te diga sin
poner peros.
—Ah... ¿bien?
—Tercera: dormirás conmigo a partir de hoy. Ahora que
sabes mi identidad, no volverás a salir de mi vista, ya que
aún no confío del todo en ti. Todo el tiempo estarás a mi
lado, y cuando yo salga irás conmigo.
—Con esta suenas muy paranoico, pero está bien.
—Cuarta: drenaré tu sangre cuando yo quiera y cuantas
veces lo desee, tocaré tu cuerpo si me apetece, pero haga
lo que yo haga… ¡no debes besarme!
—¿Ah? ¿Qué clase de regla es esa?
—¡Quita esa cara de tonta! Si no aceptas, no habrá
ningún trato.
—¡Bien! ¡Bien!
—Quinta: jamás, y en verdad es jamás, me hables de
amor, de amistad o de algún tipo de ridículo sentimiento. No
somos amigos y no me interesa que estés enamorada de
mí. Nunca en esta vida esperes que te ame yo a ti. En el
primer momento en que te atrevas a mencionar algo de eso
se acaba nuestro trato.
—Bien...
—Sexta: cuando esto se acabe, saldrás de mi vida sin
poner peros y no volverás a cruzarte en mi camino ¡nunca
más!
—Pero...
—¡Nunca más!
—¡Bien!
—Por último y lo más importante: si al final de todo esto
las cosas no salen bien y la policía nos descubre, actuarás
como si fueras mi rehén y ¡deberás matarme! —Mi boca se
abre para decir algo en contra de esa petición, pero As me
pone su cuchillo sobre mis labios, impidiéndome hablar—.
Prometiste que me matarías, no lo olvides. Tal vez yo no soy
el asesino que buscas, pero al final una promesa es una
promesa, y tú la cumplirás en caso de que lleguen a
atraparme. Prefiero morir antes que ir a la cárcel, y tú te
encargarás de eso. Si algo no te parece, entonces no hay
trato. Qué dices, ¿lo cumplirás?
—S-sí.
—Muy bien. —Sonríe, satisfecho, y me toma de las
caderas mientras sonríe maliciosamente—. He estado a
dieta de ti por una semana — dice con una profunda voz
que me hace estremecer.
—¿E-eh?
—Ahora podré saciar mi deseo como es debido. Un
pequeño grito de sorpresa cae de mis labios cuando hunde
su cabeza en mi cuello, para lamerlo y morderlo. Sin
oponerme, echo mi cabeza hacia atrás y le doy total acceso.
Me levanta de la cintura, y en automático enredo mis
piernas en su cadera. Camina conmigo hacia la cama y me
avienta con un poco de brusquedad. Caigo sobre el
acolchonado y quito unos mechones rebeldes de cabello
que han caído sobre mi rostro. Mi pecho se hincha a un
ritmo acelerado.
Me sorprendo a mí misma, por la forma tan rápida en que
As afecta todo mi ser. Le miro sintiéndome un poco
avergonzada. Él tiene mirada de lobo hambriento, y sus ojos
brillan con intensidad bajo la poca luz lunar.
No soy muy experimentada, pero puedo darme cuenta de
que ese brillo que desprenden sus ojos es causado por puro
deseo y lujuria. Mi cuerpo comienza a temblar solo por estar
debajo de esa mirada. El fuego en mi interior se enciende
de una manera increíble, y llena cada rincón de mi cuerpo
con un indescriptible anhelo de sentirlo. Bajo mi mirada,
sintiéndome algo cohibida. El acolchonado a mi alrededor se
hunde cuando sube a la cama y pone sus brazos a mi
alrededor.
—Mírame —exige con una voz tan ronca y sensual que
retumba y hace eco en mi interior.
Obedezco y levanto mi mirada, clavando mis azulados
ojos sobre los grisáceos de él. Se acerca con gran calma, y
mi ritmo cardiaco aumenta conforme se posa sobre mí.
Toma el pliegue de mi blusa negra y la desliza por mi cuerpo
hasta sacarla por completo, para desaparecerla por alguna
parte.
Sigue inclinándose, y cierro los ojos cuando llega a su
destino: mi cuello. Chupa y utiliza su lengua con total
maestría. Me empuja con el mínimo esfuerzo para
acostarme toda sobre el acolchonado. Contengo la
respiración cuando sus labios bajan por mi estómago, y
reparten sobre mi piel desnuda sus húmedos besos. Mete
sus manos por debajo de mi espalda, y con un hábil
movimiento desabrocha mi sostén. En segundos se deshace
de él.
La poca vergüenza que me queda viene a mí, pero se
desvanece de repente cuando comienza a masajearlos con
un poco de fuerza. Reprimo un gemido, y mi espalda se
arquea involuntariamente cuando mete uno de mis senos
en su boca. Comienza a mover su lengua alrededor de mi
pezón y me aferro con fuerza a la sábana debajo de mí.
—No te contengas —le escucho decir—. Déjame
escucharte gemir.
Me avergüenzo un poco por sus palabras. Aunque él lo
diga tan fácil, no lo es, no para mí… me resulta bastante
vergonzoso. Muerdo mis labios cuando atrapa mi pezón,
mientras acaricia el otro con sus manos. Se entretiene ahí
unos minutos y después comienza a descender, trazando un
caminito con su lengua.
Vuelvo a mirarlo cuando siento sus manos desabrochar
mis jeans y luego los desliza muy fácil por mis piernas, en
tanto los saca junto con mis zapatos. Se detiene y me
observa por un momento: estoy frente a él, con solo mis
pequeñas bragas moradas.
Se inclina hacia mí y desliza sus manos desde mi cintura
hasta tomar mi pequeña prenda interior, y la saca de mi
cuerpo con una increíble velocidad, dejándome
completamente desnuda.
—¡No me veas! —exclamo apenada, haciéndome bolita.
—¡No! No hagas eso —Toma mis piernas y las abre para
colocarse entre ellas—. No te cubras, déjame verte.
Relame sus labios antes de descender hasta mi parte
intima. Levanta mis piernas y las acomoda por encima de
sus hombros. En ese momento me siento tan expuesta y
avergonzada, que quiero echar a correr.
—¿A-as? —le llamo mientras me remuevo algo incomoda.
—Quédate quieta.
—¿Q-que vas a hacer?
—Algo que te encantará.
Empiezo a temblar cuando siento su respiración en esa
zona tan sensible de mi cuerpo. Sin previo aviso, hunde su
lengua en mí, y me arranca un fuerte gemido. Mi cuerpo se
tensa y la cabeza me da vueltas por la embriagadora
sensación.
No puedo reprimir los sonidos guturales que escapan de
mi boca al por mayor. Jamás en mi vida había sentido nada
igual. Es una sensación tan indescriptiblemente placentera,
que envuelve todo mi cuerpo en un manto de deseo y
lujuria jamás imaginado, con sensaciones nunca
experimentadas, que hacen que todo en mí vibre.
Mueve su lengua dentro de mí, con mucha rapidez y
habilidad, y en movimientos involuntarios mi espada se
arquea. Mis manos se enredan en su cabello. Mientras sigue
usando su lengua, grito al sentir algo dentro de mí, y pronto
me doy cuenta de que es uno de sus dedos el que mueve
en círculos. Mis caderas se levantan pidiendo más; es como
si mi cuerpo tuviera mente propia.
Comienza a bombear su dedo dentro y fuera de mí con
tanta rapidez, que siento que moriré de tanto desbordante
placer. Empiezo a sentir un remolino dentro de mi
estómago, y un fuerte choque eléctrico en cada extremidad
de mi cuerpo. Mis piernas tiemblan violentamente sin que
pueda controlarlas. Mis músculos se contraen una y otra vez
y sufro de pequeñas convulsiones, mientras siento que me
elevo dentro de una burbuja.
As masajea mi clítoris con su lengua mientras hace más
rápidas y fuertes las pequeñas embestidas que proporciona
con su dedo. Cierro los ojos con fuerza y tiro de su cabello
cuando una onda de calor me golpea y se acumula en mi
interior, recorriéndome y viajando por todo mi cuerpo, hasta
llegar a mi centro de placer. Entonces estalla y se lleva con
ella un fuerte gemido, acompañado de un grito que denota
el placer en su forma más pura.
De un momento a otro todos mis músculos se relajan a
tal grado que me siento como gelatina. As se reclina y me
mira mientras lame sus labios. Sonríe son satisfacción al
verme en el estado del cual él es culpable. Mi cuerpo sigue
temblando y estoy empapada en sudor, y por alguna razón
me siento agotada, aunque no haya hecho nada.
—¿Te gustó? —pregunta con una sonrisa arrogante. Solo
asiento sin tener energías ni para hablar.
Se echa a mi lado y pone su vista en techo. Mis ojos
comienzan a cerrarse, y antes de darme cuenta, me
sumerjo en un profundo y reparador sueño. 
18
Aprendiz de asesino

Las gotas de sudor se deslizan por mi cuerpo a la vez que


se mezclan con la sangre. Exsausta, pongo mis manos sobre
mis rodillas buscando controlar mi respiración.
—No me digas que ya te cansaste —se burla As mientras
maniobra su cuchillo en sus manos.
—No, claro que no. Sudar, sangrar y quedarme sin
oxígeno son cosas que hago a diario —digo sarcástica, y él
solo ríe.
—Vamos, entrenaremos un rato más.
—Está bien.
Me reclino y ante su señal me dejo ir sobre él; pero al
igual que en las últimas dos horas no logro hacerle nada.
Blando mi espada una y otra vez, pero todo es inútil, ya
que, con una habilidad increíble, As evita todos mis ataques
y me deja todavía más agotada.
—Ya no puedo más —digo apenas entre jadeos y me echo
sobre el pasto.
—Dijiste que no te quejarías en el entrenamiento.
—Ya lo sé, pero en verdad estoy cansada.
—Con que sigas así jamás lograrás vencer ni a una
mosca.
—Solo déjame descansar unos minutos.
—¿No has pensado en mejor usar un arma de fuego? No
creo que logres mucho con esa espada. 
—Tal vez lo pensé en algún momento, pero no tengo un
arma de fuego, y en algún punto llegué a la conclusión de
que no será igual de satisfactorio si no logro atravesarlo con
esta katana.
—Pues si en verdad quieres lograrlo, tendrás que
entrenar muy duro, pequeña.
—¿Y qué crees que hago?
—Lloriquear.
—No fastidies... —Pongo mi brazo sobre mis ojos para
tapar los rayos del sol y me dispongo a relajarme un poco.
—¿Tienes idea de lo comestible que te ves con todo ese
sudor y esa sangre corriendo por tu cuerpo? —Muevo mi
brazo lo suficiente para poder mirarlo y sonrío.
—Creo que eres el único chico sobre la faz de la Tierra
que piensa así.
—Bueno… soy único —dice con aires de superioridad.
—Ya lo creo.
Se sienta a mi lado, con los codos sobre sus rodillas. Al
verlo sin su máscara, sonrío; me alegra que se sienta
cómodo y seguro en mi presencia, aunque él no lo admita.
No puedo evitar perderme en su hermosura. A pesar de
estar sudado y con el cabello pegado a su frente, aun así se
ve hermoso y bastante sexy.
—Deja de mirarme y mejor pongámonos a entrenar.
—Está bien.
Nos ponemos de pie una vez más, pero en esta ocasión
As no se contiene; a decir verdad, no lo ha estado haciendo,
y se viene con todo sobre mí, mientras me hace retroceder
con torpeza fuera del rango de sus ataques. Aprieto con
fuerza los labios cuando siento su cuchillo cortar mi piel;
líneas de sangre se dibujan sobre esta.
Solo llevo un pequeño top morado y un short a juego, así
que mucha piel queda a la vista, y no es muy agradable
verla llena de heridas y sangre por doquier. Empiezo a
respirar por la boca cuando As pone mucha más fuerza en
sus ataques. Retrocedo enseguida y suelto un grito de
sorpresa cuando mi espalda choca con un árbol. Dejo de
respirar cuando su cuchillo queda en mi cuello.
—Gané otra vez —dice con arrogancia.
—No te creas la gran cosa por ganarle a una chica como
yo —digo, alejando su cuchillo de un manotazo. 
—Comienzo a creer que perdemos el tiempo; tú jamás
lograrás vencerme ni a mí ni a nadie.
—¿Te vas a dar por vencido?
—No, mientras tú no lo hagas.
—¡Jamás lo haré! —Una sonrisa se pinta en sus labios
antes de tomarme de las caderas. Se acerca lentamente
hasta hundir su rostro en mi cuello y suelta su tibio aliento
sobre mi piel.
—Así me gusta —susurra a mi oído antes de darse media
vuelta y alejarse. Al darse cuenta de que no le sigo, se
detiene y se gira para mirarme—. Hey, pequeña uva,
muévete y ven aquí.
—¿Pequeña uva?
—O pequeña idiota, ambos te quedan bien.
—¡Oye!
—Solo muévete. Por hoy hemos terminado el
entrenamiento.
—¿Qué haremos a continuación? —pregunto, ya a su
lado.
—Ir a la ciudad. Tengo que investigar algunas cosas,
además de que tenemos que comprar provisiones, ya que
nos hemos quedado sin comida. ¡Eres muy tragona! No sé
dónde metes tanto.
—¿Puedo saber de dónde sacas tanto dinero? ¿Lo robas
de tus víctimas?
—Soy rico desde que nací, así que no tengo nada de qué
preocuparme. —Le observo con sorpresa; es la primera vez
que me cuenta algo de su vida. Aunque es un detalle muy
pequeño, la necesidad por saberlo todo de su persona crece
en mi interior. Él gira su rostro hacia mí y sonríe ante mi
mirada expectante—. No voy a contarte nada de mi vida —
dice como si hubiera leído mi mente.
—¿Por qué te volviste asesino? —me atrevo a preguntar.
—No te lo diré… no te diré nada así que no preguntes.
—Decido no hacerlo y quedarme callada. Tomamos una
ligera ducha con agua que se ha acumulado en un aljibe,
que antes era utilizado por el hospital para recoger y
almacenar el agua de lluvia. Por fortuna, el agua se
mantiene limpia; por desgracia, está helada.
—Podríamos bañarnos en mi casa. Aún hay luz y agua
potable... agua calientita.
—No voy a arriesgarme.
—¿Quieres dejar de mirarme? —pregunto, tratando de
tapar mi cuerpo semidesnudo.
—No —dice con simpleza—. Además ya te he visto
desnuda. No sé de qué te quejas.
—¡Es vergonzoso! No sé por qué también tengo que
bañarme frente a ti.
—Ya te lo dije: no dejaré que salgas de mi vista.
—¿No puedes tenerme un poco de confianza?
—No. —Bufo, y me pongo de espaldas a él para tratar de
bañarme—. Lindo trasero...
—Calla...
Unas dos horas después ya nos encontramos en el centro
de la ciudad. Yo llevo mi peluca y mis lentes de sol a pesar
de que el cielo está amenazante, cubierto con todas esas
oscuras nubes. Me abrazo para darme un poco de calor y
apresuro el paso para caminar a su lado.
—¿Exactamente qué investigas?
—El tipo de noticia que dan. Me gusta saber la
información que guardan y las mentiras que dan al público
general.
—¿Me puedes explicar mejor?
—Hay dos asesinos con dos modus operandi muy
distintos entre sí. Al menos debería haber alguien que
sospeche algo, pero ni en los noticieros ni en los periódicos
hablan de esos detalles, lo que significa que están
ocultando la información... en caso de que las autoridades lo
sepan.
—Vaya, no fui la única que pensó en ello.
—¿También lo pensaste?
—Sí; el detective Hans hizo énfasis en ese cambio que
mencionas. Dijo que toda la información que tenían sobre ti,
sobre tu modo de actuar y tus posibles motivos cambiaban
por completo con la muerte de mi familia. Se le veía
bastante confundido. Quiero creer que él sospechaba de
que se trataba de dos asesinos distintos, aunque no puedo
asegurarlo.
—Hans... él comenzó a seguirme la pista después de mi
tercer asesinato. Lo sentía tan cerca que creí que de un
momento a otro me atraparía. Pero de pronto decidió darse
por vencido.
—Me dijeron que dejó el caso, pero, ¿no es eso raro?
—No lo sé, no me interesa en realidad. Con él fuera de mi
camino, me siento menos presionado.
—Supongo. Siendo sincera, tenía fe en él. Debo admitir
que me sentí decepcionada cuando supe que dejó el caso.
Nadie fuera de él se veía con verdaderas intenciones de
atraparte. Era como si estuvieran resignados. Por eso creo
que, si no te han atrapado a ti, tampoco atraparán al
impostor.
—Por eso lo haremos nosotros. Pero no te confíes, ellos
juegan su propio juego.
—¿Quiénes?
—Todos los que están detrás de mí. Parece que no saben
nada de lo que hago o de mis motivos, pero te aseguro que
saben más de lo que dicen en los noticieros. —Le miro con
atención; siento que con eso de “los que están detrás de
mí” no se refiere nada más a la policía.
—Si eso es verdad, ¿por qué mentir? —Guarda silencio
por un par de minutos. Parece dudar en su respuesta.
—El motivo de sus mentiras es la piedra angular que
constituye mi existencia como asesino.
—Entonces sabes por qué guardan la información —
presiono un poco más. Asiente manteniendo la mirada al
frente.
—Creo saberlo.
—Entonces dime, explícame, porque no entiendo nada.
—En este caso hay cosas que no necesitas saber.
—¿Qué? ¿por qué?
—Si no me equivoco, y si mis sospechas son verdaderas,
significa que estoy directamente involucrado. En caso de ser
así, es asunto mío, no tuyo, así que no tienes por qué
saberlo.
—¡Pero claro que estás directamente involucrado, eres el
asesino al que buscan! —Me mira de soslayo y sonríe a
medias.
—Solo olvídate de mí. Debes concentrarte en el otro
asesino.
—Pero para saber de quién se trata, primero debo saber
de ti.
—No, no es necesario; él no tiene nada que ver conmigo.
—¿Cómo sabes? Tal vez te conoce y te ha estado
siguiendo.
—No, él ya estaba aquí desde antes de que yo llegara. —
Me detengo y miro su espalda.
—¿Quieres decir que esa persona es originaria de aquí?
—Eso mismo. —Siento un escalofrío recorrerme de pies a
cabeza.
—¿Cómo lo sabes? —Porque tu familia murió antes de
que yo llegara a esta ciudad, así que no puede ser alguien
que estuviera siguiéndome.
No hago más preguntas y le sigo en silencio. No me había
pasado por la cabeza la idea de que se tratara de alguien de
aquí. Aunque tiene lógica; pero al pensarlo siento un miedo
más profundo, porque, aunque bien pudo elegir a mi familia
al azar, también significa que pudo ser alguien que los
conocía con anterioridad.
El solo imaginarlo observándonos, espiando cada uno de
nuestros movimientos o buscando la oportunidad perfecta,
hace que me estremezca de manera desagradable. Ahora
siento más odio por esa persona, y la necesidad de
atraparle incrementa.
 

Durante una semana As me somete a un intenso


entrenamiento, decide no ser indulgente y va tras de mí
como si de verdad quisiera matarme. El resultado son
múltiples heridas en diferentes partes de mi cuerpo,
ninguna de ellas graves, pero todas con la suficiente
profundidad para hacerme sangrar y parecer una coladera
andante.
Al final de cada entrenamiento, él se ocupa
personalmente de limpiar y desinfectar cada una de las
heridas. Si bien el ritual de curación sigue siendo tan
placentero como siempre, no puedo evitar deprimirme al
verme llena de heridas.
—Hoy te hice una herida menos que ayer, vas mejorando
—dice mientras pone un poco de desinfectante en una
herida de mi brazo.
—No te burles...
—Necesitas realmente querer hacerlo.
—¿El qué?
—Matarme. De otra forma no lograrás hacerme nada.
—No quiero matarte.
—Ese pensamiento impide que des todo de ti, si sigues
así no conseguirás nada.
—Sacaré todo de mí cuando esté frente a él.
—Espero que así sea, de lo contrario terminarás muerta.
—A este paso moriré antes de encontrarlo.
—No exageres, solo son pequeñas heridas.
—Eso dices tú porque a ti no te duelen.
Vuelve a reír y deja el algodón a un lado. Lleva su mirada
por todo mi cuerpo semidesnudo y ladea la cabeza.
—Aquí hay otra herida. No la había visto, ¿cómo llegó
ahí? —Miro el lugar que señala y veo un pequeño corte en la
parte interna de mi muslo, cierro las piernas y me encojo de
hombros.
—Es muy pequeña, no importa. —Me siento algo
avergonzada sobre el cómo llegó ahí.
—Pero puede infectarse. Debo curarla.
—No es necesario.
—Sí lo es. —Me toma de los tobillos y tira de mí. Quedo
recostada sobre la cama, y, aunque protesto, igual termina
por hundir su rostro entre mis muslos—. Yo no corté aquí, lo
habría recordado.
—Ya te dije que no importa, olvídalo. —Intento
reincorporarme, pero me lo impide. Pone mis pantorrillas
sobre sus hombros y mi piel se encrespa cuando su lengua
cubre la herida.
—Dime qué sucedió.
—Me corté con la katana al caer, ¿feliz? —digo en tono de
derrota y él solo ríe y vuelve a lamer.
—Pequeña idiota —le escucho susurrar antes de hacer lo
suyo.
Suelto un suspiro.
Él no se detiene a la hora de tocarme. Le gusta recorrer
mi cuerpo con sus labios, con su lengua; probarme y
deleitarse conmigo, pero todo se queda en eso, en besos
sangrientos e infames caricias.
Se da por satisfecho y no se atreve a poseerme por
completo; eso me confunde y me frustra. Me hace pensar
que no desea hacerme suya y que solo se divierte con esa
sádica manera de incrementar mi agonía por la acumulación
de este deseo, que entre más tiempo pasa, más intenso y
doloroso se vuelve.
Y no me atrevo a replicar, menos a pedirle que termine lo
que empieza. No quiero que se dé cuenta de mi necesidad,
así que me esfuerzo por aparentar indiferencia.

¡Que agonía tan


perversa y placentera!
 

En las últimas semanas el asesino impostor no ha


tomado nuevas víctimas; eso significa que no tenemos una
escena del crimen que investigar ni pistas nuevas que
seguir; aun así, salimos todas las mañanas, pues leyendo el
periódico o viendo las noticas en algún restaurante, es la
única forma que tenemos de enterarnos de los últimos
acontecimientos.
Así que después de comprar algunos productos que
necesitamos, As y yo nos vamos a un pequeño y discreto
restaurante a comer. Me quito las gafas y me quedo
concentrada observándolo mientras él lee el periódico: no
hay rastro del otro asesino. A este paso no sé cuándo lo
vamos a atrapar.
Sigo observándolo, pero de pronto mi atención es
captada por un chico que se para a un lado de mí. Levanto
la mirada y mis ojos se abren de más al ver quién es.
—¿Aisa? —Su voz suena temblorosa y llena de asombro.
Me quedo muda sin saber cómo reaccionar—. ¡Eres tú, Aisa!
Tira de mí y me obliga a ponerme de pie. Pronto sus
brazos me rodean por completo, es entonces cuando
reacciono. El abrazo se siente tan familiar, tan cálido y
agradable, que sin dudarlo me recargo en su pecho y le
abrazo de igual forma.
—Zac…
—¡Por dios, Aisa! —La voz de mi amigo se escucha
todavía más quebrada, y transmite tantas emociones a la
vez: alegría, enojo, sorpresa—. ¡Hemos estado tan
preocupados por ti! —Me toma de los hombros y me mira al
rostro.
—Lo siento… yo…
—¿Has estado bien? ¿Dónde has estado? ¿Qué has
estado haciendo? ¿Por qué te fuiste de esa manera?
—Yo tenía que hacerlo… lo lamento en verdad.
—¡Pero por qué, no entiendo! ¿Por qué te fuiste? Creímos
que estabas muerta. Un detective fue a ver a mis tíos, dijo
que el Asesino de la Luna te había llevado con él.
—A-ah… sí, bueno… —Me impresiona el hecho de que
aun sabiendo que había sido secuestrada por un asesino,
las autoridades no hicieron mucho por encontrarme.
—¿Cómo hiciste para escapar de él?
—B-bueno y-yo…
—Yo le rescaté —se escucha la fría y gruesa voz de As
detrás de mí. Al momento de escucharlo mi piel se eriza,
pues es la primera vez que le escucho con ese tono de voz
tan oscuro.
Me giro lentamente hasta encontrarme con su mirada
puesta sobre Zac. Aunque mantiene una expresión serena,
puedo notar lo tenso que se encuentra.
—¿Y tú eres...? —pregunta Zac, mirándolo con seriedad.
—Mi nombre es Dominik, y yo, al igual que ella, soy una
víctima de ese asesino. Por eso estamos juntos, para
atraparlo y acabar con él.
—¿Eso es verdad, Aisa?
—Sí —contesto, algo distraída… ¿As acaba de revelar su
nombre?
—¡No pueden hacer eso, es peligroso!
—Quiero que haya justicia por la muerte de mis padres,
Zac.
—Lo entiendo, pero debes dejar que las autoridades se
encarguen de eso. Tú no debes arriesgarte.
—¡Las autoridades no harán nada!
—Pero, Aisa…
—¡Zac, entiéndeme por favor! Tengo que hacer esto. Por
favor no le digas a nadie que me viste. Y a todo esto, ¿cómo
fue que me reconociste? Traigo peluca y…
—Tus ojos… —me interrumpe, y me toma de amabas
mejillas—. Reconocería tus ojos entre un millón. —Mi
estomago se estruja por sus palabras y mi corazón
comienza a palpitar más fuerte al ver su mirada cristalizada.
Me siento muy culpable por todo el dolor que les he
causado.
—Zac…
—¡No quiero que nada te pase! —suelta con afligida voz
—, Aisa… ¡no tienes idea de lo mucho que he sufrido con tu
desaparición! Todos los días han sido una tortura, y aunque
todo el mundo diga que estás muerta y ya hayan dejado de
buscarte, América, sus padres, Amanda y yo sabíamos que
estabas viva… ¡No te dejaré desaparecer otra vez!
—Zac, no puedo quedarme…
—¡Te he dicho que no te dejaré más! —dice,
abrazándome con mucha fuerza.
—Zac, yo debo irme… ¡Debo hacer esto!
—¡No! Es demasiado arriesgado. No voy a dejar te vayas,
y menos para que te pongas en peligro.
—No quiero regresar aún. Debo hacer esto, entiende...
—Entonces lo haremos juntos; América, Amanda, tú y
yo… ¡somos tus amigos, debes apoyarte en nosotros, no en
un extraño!
—No, Zac, no quiero involucrarlas a ellas.
—Entonces seremos solo tú y yo… ¡Juntos atraparemos al
malnacido Asesino de la Luna! No me rechaces por favor.
—No quiero arriesgarte.
—¡Pero yo quiero tomar el riesgo! Sabes que haría
cualquier cosa por ti.
—Creo que estás exagerando.
—¿Exagerando? ¿Es en serio, Aisa? Siempre he sabido
que eres despistada, pero… ¿en verdad no te das cuenta?
—¿De qué? —inquiero y me toma con firmeza de los
hombros haciéndome parar de puntitas, y luego me deja a
escasos centímetros de su rostro.
—Mírame a los ojos y dime qué ves.
Trago saliva al ver tan profunda mirada clavada en mí. Sé
a dónde quiere llegar, y que me lo diga así tan de repente
me toma por sorpresa.
—¿Puedes verlo? — pregunta, y suelta su aliento sobre
mis labios.
Asiento. Todo mi cuerpo se pone tenso cuando siento el
roce de sus labios sobre los míos, eso sin duda no me lo
esperaba. Zac aprieta con más fuerza mis labios con los
suyos y cierra los ojos mientras yo me quedo estática sin
saber qué hacer.
—No te dejaré ir —dice al separarse.
—Si deseas quedarte, hazlo. Yo me voy. —Me vuelvo y
noto cómo As comienza a tomar todas las bolsas de
despensa. Me mira sin expresión alguna y después a Zac—.
Cuídala, que el asesino puede ir tras ella —dice
desinteresado, y después comienza a alejarse.
Me giro de inmediato hacia él, pero la mano de Zac me
sostiene con firmeza. Le miro y siento mi corazón dar un
vuelco al ver su mirada tan anhelante y esperanzada para
que me quede. Por un momento lo pienso, dudo.
Zac tiene razón: debería confiar más en él, en América y
Amanda, que son mis amigos de toda la vida, en vez de As,
que es un loco asesino que se la pasa burlándose de mí,
pero no puedo evitar pensar en sus palabras.
«Desde que me convertí en asesino no he vuelto a
confiar en nadie… ¿Cómo confiar en ti?». «Si lo haces… ¡Iré
a asesinar a cada uno de tus seres queridos que aún
conservas y te dejaré vivir solo para que te pudras en tu
miseria y soledad!».
—No puedo hacerlo —le digo a Zac—. Lo siento, pero
prometo que iré a verte después.
Con gran decepción, Zac se queda ahí parado, luego de
haber soltado su mano. Después, salgo a la calle en busca
de As, aunque ya no logro verlo.
De pronto la gente comienza a correr para cubrirse de
una lluvia inesperada. Sin importar más, me dirijo al
hospital. No es el hecho de que As me haya amenazado lo
que me hace ir con él, sino el hecho de que me brindó su
confianza. Soy la primera persona en la que confía y yo no
quiero defraudarle.
 

As

Llego al hospital un tanto mojado. Dejo las cosas en el


suelo y me dejo caer junto a la cama. Echo mi cabeza hacia
atrás y cierro los ojos. Busco relajarme, pero el tiempo pasa
y mi mal humor continúa; de hecho cada vez incrementa
más. Aprieto los puños con fuerza y maldigo una y otra vez
en mis pensamientos. ¿Por qué estoy tan enojado? ¡Por fin
pude deshacerme de esa niña molesta! Debería estar feliz.
«Deberías estar preocupado. ¿Qué pasará si ella habla?».
—No lo hará… ella no hablará.
«¿Cómo puedes estar tan seguro?»
—No sé el porqué, pero estoy seguro de que ella no
hablará. Me dio su palabra: dijo que no me fallaría.
«Ella prefirió quedarse con ese niño bonito».
Aprieto con mucha más fuerza mis manos hasta volver
blancos los nudillos… la imagen de la chiquilla siendo
besada por ese imbécil me pone de verdadero mal humor.  
«Te trae como idiota», se burla la estúpida voz
haciéndome enojar aún más.
Siento la ira correr por mis venas. El instinto asesino se
dispara y el deseo de bañarme en sangre se hace presente.
Me levanto y tomo mi cuchillo. Camino decidido en ir a
buscar con quién saciar mi ira, pero antes de poder abrir la
puerta, esta se abre y deja ver a la pequeña niña,
completamente empapada y con la respiración
entrecortada.
Me sorprendo, y por alguna razón, al verla ahí parada
frente a mí, siento un gran alivio; pero, aun así, me obligo a
mostrarme desinteresado.
—Ya… vine —dice con timidez.
—Creí que ya no volverías.
—Te dije que no voy a dejarte, As.
—¡Eres una tonta! Esa era tu oportunidad perfecta para
escapar de esta mierda y vivir feliz al lado de tu noviecito
ese.
—Yo… no quiero escapar de esta mierda. Voy a quedarme
contigo hasta el final. —Estrecho los labios al sentir una
especie de punzada en mi interior. Fue como una chispa…
una chispa de alegría al escucharle decir que no me dejaría.
«Joder, Dominik, pareces un tonto».
—Eres una tonta —repito.
Ella solo sonríe y entra a la habitación. La observo de
pies a cabeza: sus cabellos escurren, su rostro está algo
pálido y sus labios se ven morados debido al frío. La ropa se
pega a su cuerpo y deja ver sus definidas curvas.
—Oh, Dios… ¡muero de frío! —chilla mientras busca en
sus maletas algo de ropa.
Se cambia la ropa mojada por un pijama bastante
infantil. Doblo mis brazos cuando me descubro a mí mismo
con el deseo de abrazarla y hacerle algunas cosillas que no
puedo permitirme hacer.
—Así está mejor —exclama. Se da la vuelta y me regala
una esplendorosa sonrisa.
—Eres una terrorista.
—¿Eh? —Ladea su cabeza y hace un gesto de confusión.
Cierro los puños; esos pequeños e insignificantes actos
me hacen enojar porque la hacen ver tan condenadamente
inocente, que el deseo de profanar su cuerpo y manchar su
alma se apoderan de mí. Deseo poseerla por completo con
todas mis fuerzas, como es debido, pero no debo hacerlo,
pues por mi propio bien debo contenerme.
—Iré a dar una vuelta.
—Voy hacia la puerta.
—Pero ya está oscureciendo.
—Lo sé.
—Entonces me cambiaré rápido para acompañarte.
—No… deseo ir solo. —La pequeña me mira con sorpresa
ante mis palabras.
—Pero dijiste que…
—Sé lo que dije, pero no te irás a ningún lado, ¿cierto?
—Cierto.
—Entonces no hay problema.
—Bien, entonces ve con cuidado, que yo te espero aquí.
Asiento, y salgo de la habitación con la intención de
buscar un remplazo para saciar todo este deseo que ella
provoca en mí.
19
Un asesino siempre será un asesino

As

Sin importar lo fuerte que esté lloviendo, decido salir y


sar una vuelta; lo único que deseo es matar y descargar
toda la furia que siento conmigo mismo. El darme cuenta de
lo mucho que me hizo enfurecer ver a esa chica siendo
besada por ese tipo, y el haberme sentido aliviado cuando
la vi regresar me confirman que comienzo a perder el
enfoque. ¡Eso no está bien! ¿Desde cuándo me interesan las
cosas que le pasen a ella o a los demás?
Siento que me voy ablandando mientras más tiempo
paso a su lado, y el hecho de que ella ya no me tema
tampoco es algo bueno, pues comienza a verme como un
amigo y debe tener claro que no lo somos. ¡No somos nada!
Después de caminar por largo rato, al fin logro llegar a la
calle que estaba buscando: es un vecindario residencial, con
grandes casas y alrededores limpios y bien cuidados.
Debido a la fuerte lluvia, las clles están vacías, aun así,
camino con el rostro al suelo y con la capucha puesta.
Tomando en cuenta la clase de lugar que es, es seguro que
hay cámaras de seguridad.
Continúo caminando con tranquilidad entre las grandes
recidencias, hasta que llego a una marcada con el número.
Es una casa bastante grande, con una fachada sofisticada y
un enorme jardín.
—Parece que has vivido muy bien todo este tiempo,
Marcos.
Desde que llegué a esta asquerosa ciudad no he
cometido ningún asesinato con mi firma personal, y ya es
hora de que lo haga. Había aplazado esta situación por
buscar al asesino impostor, pero ya no lo haré más.
Miro a mi alrededor y al ver que no hay ni una sola alma
a la vista, abro la pequeña rendija y entro a la propiedad.
Camino por un senderito de piedra y atravieso el jardín. Es
una casa enorme para que solo dos personas vivan en ella.
Saco mi cuchillo antes llego a la puerta, estoy alerta por
cualquier posible ataque, pero no parece haber ningún tipo
de seguridad. No sé si el dueño de la casa es muy confiado
o solo despistado. 
Antes de tocar el timbre me pongo la máscara y espero
pacientemente a que abran. A los pocos minutos se abre
dejándome ver a un hombrecillo chaparro y calvo con traje
de mayordomo. Me mira con sorpresa,a después con terror,
pero no le doy oportunidad de avisar a sus amos, pues con
un rápido y sencillo movimiento corto su cuello. Entonces
cae al suelo y comienza a desangrarse. Sus manos van
alrededor de su cuello y sus ojos se abren como dos canicas
que pronto saldrán de sus cuencas. Trata de articular
palabras, pero la sangre que inunda su boca lo evita.
Me coloco de cuclillas a su lado, y con mi cuchillo dibujo
la luna sobre su ojo derecho, dejando que la sangre resbale
por su rostro. Dejo al moribundo y continúo con mi camino,
dejando las huellas de sangre detrás de mí.
Subo las escaleras con demasiada calma, mientras juego
con mi cuchillo ensangrentado. Llego al pasillo de la
segunda planta y, en tanto lo recorro, rasgo las paredes. Me
detengo frente a la puerta de la habitación principal y la
abro; en la cama está una mujer dormida, y junto a ella un
hombre que lee un libro. Él lo baja para poder mirarme, e
igual que los ojos de su mayordomo, los suyos se abren con
terror.
—Buenas noches, Marcos —saludo, quitándome la
máscara. Su sorpresa es evidente al verme—. Ha pasado
mucho tiempo desde la última vez que nos vimos.
—D-Dominik, ¿c-cómo es qué estás aquí? —pregunta con
nerviosismo y se sienta sobre la cama—. T-tú estás m-
muerto...
—Sí; me he tomado la molestia de venir del más allá para
visitar a un viejo amigo de la familia.
—¿C-cómo... cómo es que estás vivo?
—La vida quiso darme una segunda oportunidad para
poder vengar la muerte de mi amada familia —digo con
burla, entonces me mira de pies a cabeza y su rostro
palidece cuando nota mi hermoso cuchillo aún con la sangre
de su mayordomo.
—E-esa mascara y ese cuchillo… tú eres el asesino del
que tanto hablan.
—¡Acertaste! ¡Guau! Eres muy inteligente, me
sorprendes.
—¡Fuiste tú quién asesinó a los demás!
—Claro que fui yo, me impresiona el hecho de que
puedas seguir con tu vida como si nada. ¿A caso no
presentías que tarde o temprano vendría por ti?
—No, y-yo… yo no tengo nada que ver. Dominik, todo lo
que pasó con tu familia fue un malentendido… 
—Ah, claro, no eres culpable denada. Soy yo el que
entiende mal las cosas. Sí, lo sé… siempre es así, ¿no?
—¡Yo no quería que nada de eso pasara!
—Lo sé, lo sé… tú no eres culpable. De igual manera yo
no seré el culpable de nada de lo que pase hoy.
Sonrío con demencia mientras le muestro mi cuchillo y
doy unos cuantos pasos hacia él. Entonces se mueve y saca
un arma del cajón de la mesa de noche y sin más dispara
hacia mí. Apenas logro evitar la bala que, solo rasga mi
brazo. Siento un agudo dolor, pero no me detengo; no es
una herida que deba preocuparme.
El sonido del disparo provoca que su mujer despierte
asustada, pero antes de darle tiempo a saber qué ocurre,
lanzo mi cuchillo con tanta potencia que se entierra
exactamente en su cuello, y sin hacerse esperar, la sangre
comienza a salir casi a chorros. La mujer pone los ojos en
blanco antes de caer hacia atrás, ya sin vida.
Marcos mira con horror a su esposa y sus lágrimas
comienzan a salir yenandome de gran satisfacción.
Entonces me mira con sus ojos llenos de odio y me apunta
una vez más con la pistola. Dudo por medio segundo, pero
al ver como sus manos tiemblan y le impiden mantener el
control del arma, decido actuar sin perder tiempo.
Me dejo ir contra él, vuelve a disprara, pero esta vez la
bala ni siquiera llega a tocar los bellos de mi piel. En
cambio, logro arrebatar el arma de sus manos tras un leve
forcejeo para lanzarla fuera de su alcance.
Saco mi cuchillo del cuello de la mujer haciendo que la
sangre salpique alrededor. Marcos cae de la cama y gatea,
tratando de alejarse de mí. Me dirijo hacia él sin prisa y
evito que siga arrastrándose cual cucaracha con solo poner
un pie en su espalda. Acto seguido me siento sobre él y
coloco mi cuchillo en su cuello.
—Quiero oírte decirlo, Marcos.
—No podrás salirte con la tuya, Dominik, morirás antes
de que mates a todos.
—Yo no diría eso, después de todo solo faltan tú y
Fernando.
—¿¡Qué!?
—Así es, y hoy… tú te reunirás con tus antiguos amigos.
Podrán maldecirme desde el infierno.
—¡Yo no hice nada!
—¡Te pusiste en contra de mi padre!
—¡No podía hacer nada! 
—Dijiste que eras su amigo y lo traicionaste… ¡La traición
se paga con la muerte!
—¡No, Dominik, por favor, no puedes matarme!
—Oh, claro que puedo y lo haré.
—¡Yo te veo como a un hijo!
—Di lo mucho que lo sientes…
—¡No he podido vivir en paz desde que pasó eso! En
verdad estoy muy arrepentido. Si pudiera regresar el tiempo
me gustaría que las cosas fueran diferentes, pero créeme
cuando te digo que no podía hacer nada por tu padre.
—Desafortunadamente el tiempo no puede volver y mi
familia tampoco, así que, puedes pedirle perdón en persona
a mi padre cuando te reúnas con él en el más allá.
—¡No, Dominik!
—Adiós, Marcos, ha sido un placer poder verte de nuevo
—. Levanto mi cuchillo y con fuerza lo encajo en su espalda.
Hago lo mismo una y otra vez tratando de sacar toda la
energía negativa que me consume y asfixia.
Continúo con el maratón de puñaladas, haciendo que la
sangre salpique por doquier, y me detengo solo hasta que el
charco de sangre bajo su cuerpo crece a nuestro alrededor.
Mantengo el cuchillo en el aire y respiro de manera agitada
con más furia de la que tenía cuando inicié.
Matar a Marcos no ayudó en nada a controlarme. Aún
mantengo el deseo de más, pero lamentablemente por hoy
debo parar. Me pongo de pie, limpio la sangre que se
derrama por mi rostro y, algo mareado, camino hasta salir
de la habitación. La furia que corre por mis venas aumenta
en vez de calmarse.
Marcos es uno más de los que arruinó mi vida, pero con
haberle matado yo a él no cambia nada. Sigo estando solo y
sigo siendo miserable, pero ¡qué más da! Gracias a eso me
he vuelto más fuerte y he dejado libre esa parte de mí que
en verdad me gusta: mi lado asesino.
Salgo a la calle, me doy un paseo tranquilo y levanto la
vista al cielo, para que la lluvia se lleve el rastro de sangre
de mi cara y ropa. Camino con la máscara y el cuchillo en
cada una de mis manos, sin sentir ese miedo de ser
atrapado que algunas veces me molesta.
Contrario a lo que dicen de mí, siempre he sido
descuidado, al menos lo suficiente para dejar pistas de lo
que hago y por qué; por eso llegué a la conclusión de que, si
sigo libre, no es solo porque las autoridades sean en verdad
incompetentes, sino porque hay alguien que cubre mis
huellas. Aún no puedo confirmarlo, pero estoy casi seguro
de ello.
Cuando llego al hospital, la lluvia no ha cesado; al
contrario, está cada vez más fuerte. Entro a la habitación
con un fuerte portazo y noto cómo la chiquilla brinca en la
cama debido al susto. Me mira con ojos somnolientos, y
después de restregarlos un poco, su boca se abre con
asombro mientras me escruta de arriba a abajo. La sangre
en mi ropa aún puede notarse a pesar de lo mojada que
está. Las manchas de sangre continúan ahí, delatando mi
reciente acto.
—As…
—¡No me hables! —Mi voz sale más molesta de lo que
pretendía. Ella se inmuta y me mira con sorpresa. Por eso
no quería ser amable con ella, porque entonces todo el
tiempo esperaría que la tratase de la misma manera.
—¿T-te pasa algo? —pregunta, se reincorpora y viene
hacia mí. Cierro los ojos con fuerza. ¿Por qué no puede
mantenerse callada cuando se lo pido?
—¡No me toques, no me hables… solo mantente alejada!
¡Estoy muy, muy enojado, y es mejor que no te acerques!
—¿Por qué estás…?
—¡Que cierres la maldita boca, joder! —Siento que en
cualquier momento puedo perder el control. La chiquilla
salta en su sitio y me mira con miedo. Sonrío. Amo que me
mire de esa manera.
—Eres un maldito bipolar —susurra, pero para su mala
fortuna la escucho.
La tomo del brazo y, sin medir mis fuerzas, arrojo su
cuerpo contra la pared. Pero el golpe es tan fuerte que su
cabeza rebota y su cuerpo se desliza hasta el suelo
mientras me mira con evidente terror. Todo el tiempo estoy
tratando de mantenerme bajo control. Sé que de no hacerlo
ya la habría matado por puro impulso.
Sobo mis sienes; siento como si hubiera cientos de voces
en mi cabeza que me confunden y hacen que mi ira
aumente: imágenes de la muerte de mis padres, mis
hermanos, sus gritos… toda esa sangre. Miro a la pequeña
idiota. Las voces siguen gritando; gritan con fuerza que la
mate, que arranque cada uno de sus miembros, que le
saque el corazón. Necesito salir de aquí o terminaré
cediendo ante ellas. Me doy media vuelta para marcharme,
pero nuevamente escucho su voz...
—Idiota... —dice con toda la intención de que la escuche.
Me giro, y mientras sonrío igual que un maniático,
camino hacia ella. La revolución de voces en mi cabeza me
impide pensar con claridad. La tomo del brazo con
demasiada fuerza y la hago ponerse de pie. Suelta un grito
y golpea mi brazo tratando de zafarse.
—¡As, ¿qué demonios te sucede?!
—Nada, solo estoy siendo yo.
—¡Me lastimas!
—Lo sé. —La hago caminar hasta la cama y la empujo.
Me coloco a horcajadas sobre ella como ya es una
costumbre.
—¿Por qué estás comportándote así tan de repente?
—¿Así? ¿Así cómo? Siempre he sido de la misma manera.
—Tú… traes sangre en la ropa.
—Soy un asesino… no lo has olvidado, ¿verdad? Justo
ahora vengo de matar a tres personas, ¿cómo ves?
—¡As!
—¡Qué! ¿Creías que ya no asesinaría más? ¿O por qué
pareces tan sorprendida?
—No, pero prefiero no saber lo que haces… me siento
como tu cómplice.
—Pues es eso lo que eres… mi cómplice.
—¡No me gusta recordarlo! Y por favor quítate de encima
que quiero dormir.
—Nunca te quejas de que esté encima de ti.
—As… solo aléjate.
—Tú jamás me obedeces.
—¡As, por favor! —suplica, y comienza a removerse
debajo de mí.
—Vamos, pequeña aguafiestas… divirtámonos solo un
poco.
—No me gusta tu definición de diversión.
—Sabes… he cortado a demasiada gente con mi cuchillo,
pero definitivamente tú eres a quien más disfruto lastimar.
—¿Qué?
—Tu rostro lleno de temor, de dolor… me encanta. —
Levanto el cuchillo y le doy vueltas en mi mano justo frente
a su rostro. 
—¡No hagas eso! ¡Puede caerse!
—Eso sería muy malo, no queremos arruinar tu bonita
cara.
—As, en verdad tengo sueño y quiero dormir... —dice
esto con aparente calma, pero puedo sentir cómo tiembla
del miedo.
—¡Me importa una mierda lo que desees! Resulta que
tengo deseos de divertirme contigo, y si mal no recuerdo
estuviste conforme con eso y prometiste no negarte. —Subo
su blusa con la punta del cuchillo y lo encajo al mismo
tiempo en su piel. Siento cómo se retuerce del dolor, lo que
me da más ánimo para continuar.
—Solo… no quiero que me lastimes —dice con los ojos
llorosos, cosa que solo logra hacerme enojar más.
—¡No llores ahora! —exijo, imprimiendo más fuerza en el
cuchillo, lo que provoca que de su garganta salga un fuerte
grito de dolor.
—¡As, detente!
—¿Por qué? Dime… ¿Por qué debo detenerme?
—¡Me haces daño!
—Sí, pequeña… eso hago, es justo lo que quiero.
—¿Por qué me haces esto?
—¿Y por qué no?
—Yo creí que…
—¿Qué? ¿Qué creíste?
—Ayer te comportaste tan bien conmigo que creí que tú y
yo…
—¿Éramos amigos? ¿Recuerdas la quinta regla? —
pregunto, y su mirada se ensombrece—, ¿la recuerdas?
—Sí…
—Dímela.
—N-nunca… nunca hablarte de…
—¡De amor, amistad o cualquier otro ridículo
sentimiento! Métete en la cabeza, pequeña idiota, que tú y
yo nunca llegaremos a ser ami gos. Solo estamos juntos
porque tenemos un objetivo en común. Solo eso. —Tras mis
palabras, su semblante se ensombrece mucho más y las
lágrimas se deslizan por sus mejillas hasta mojar el colchón.
 

Aisa

Y aquí estoy una vez más debajo de As, con el abdomen


herido, con los ojos llorosos y sintiéndome demasiado
estúpida. ¿Cuántas veces ha pasado lo mismo? Él me
lastima. Después se porta un poco amable. Yo de tonta creo
que comenzamos a ser amigos y la cadena se repite de
nuevo.
Ahora estamos en esa etapa donde su lado asesino sale a
flote y yo me encuentro a merced de sus locas y sádicas
ideas… sí, debería estar consciente de lo que me atengo
estando al lado de él; debería tener en claro que él no es
como los demás, que él es aún asesino, que no cambiará,
porque no es para nada una buena persona. ¿Por qué trato
de negarme a la verdad?
«Lo sabes...».
Lo sé...
Aprieto los dientes cuando arranca mi blusa con su
estúpido cuchillo, el cual se encaja en la piel. No dejo de
pensar en la nueva cicatriz que se añadirá a la colección.
—Vamos, pequeña… ¡Grita para mí! —pide con una
sonrisa maniaca mientras recorre el cuchillo desde la parte
inferior de mis senos hasta mi ombligo. Lo hace de una
manera tan cruel que me es imposible no gritar—. ¡Eso es,
nena! ¡Grita más fuerte! —La sonrisa en su rostro se
distorsiona de una manera que en verdad logra aterrarme.
—¡D-detente! —suplico mientras las lágrimas continúan
saliendo—. ¡Por favor, As, ¡detente!
—¿Recuerdas cuando dije que podría llegar a ser muy
cruel contigo? Mis palabras no eran en vano.
—Para ya con esto... por favor.
—Me gusta que supliques… pero amo más cuando gritas
de dolor, así que, ¡grita… vamos, grita!
Arqueo la espalda cuando la profundidad de la herida se
incrementa, el dolor recorre cada parte de mi cuerpo de tal
manera que mis fuertes gritos inundan la habitación y se
mezclan con la risa sicótica de As. Sus dedos delinean la
herida y los entierra un poco para arrancarme otro alarido.
Mi respiración se corta cuando hace una línea horizontal que
cruza la herida vertical.
El dolor es infernal y no quiero seguir soportándolo, así
que como puedo, levanto mis manos, las poso en su pecho
y lo golpeo para tratar de alejarlo, pero no se mueve ni un
poco.
—¡Quédate quieta, pequeña! —dice, tomando mis
manos. Me remuevo debajo de él en un fallido intento por
zafarme.
—¡Quiero que te alejes de mí! —grito, pero lo único que
logro es que As ría con más fuerza.
—Yo también quería que te alejaras de mí y no lo
hiciste...
—Basta...
—¿Por qué? Nos estamos divirtiendo.
—¡Yo no! Solo quiero que me dejes en paz. ¡Aléjate de mí,
maldito imbécil! —Levanto la rodilla y consigo golpear a As.
Retrocede solo un poco, pero con eso es suficiente para
empujarlo y lograr levantarme.
Grito otra vez cuando mi piel se estira al ponerme de pie.
Con terror miro hacia abajo y aprieto los labios al ver la
espantosa herida. Sale demasiada sangre y esta se desliza
por mi vientre hasta mi short, dejando una gran mancha. Me
quedo quieta en mi lugar, ya que no me puedo mover.
Siento que si doy un solo paso mi estómago se abrirá y
entonces mis órganos internos caerán al suelo, pero claro…
eso no puede pasar, ¿o sí?
—Pareces asustada. Creí que querías morir. —La burla
que hay en sus palabras hace que sienta una enorme ira, y
al mismo tiempo crece un sentimiento de contradicción ante
tal afirmación. Sí, quería morir. No sé en qué momento la
idea fue perdiendo importancia.
—Solo déjame en paz —digo, e intento ir a la puerta, pero
no me puedo mover como quisiera debido al dolor.
—¿A dónde pretendes ir? —pregunta con una sonrisa
burlona.
—¡Lejos de ti!
—¡Oh, no! No puedes dejarme. Recuerda que no debes
salir de mi rango de visión.
—¡No me interesan tú y tus estúpidas reglas! ¡Solo quiero
alejarme de ti! —Hago un nuevo esfuerzo por caminar a la
puerta, y un aullido de dolor escapa cuando As me toma en
sus brazos. Me deja caer una vez más sobre la cama.
—Lo siento. Ahora soy yo quien no quiere que te vayas.
Aún no hemos terminado de jugar.
—¡Jódete y déjame en paz! —Con gran dificultad logro
sentarme y después me alejo lo más que puedo.  
—¡Qué boquita! —Suelta una carcajada. ¿Qué demonios
le sucede? Parece haber perdido la razón—. Pero ¿sabes?
Estoy seguro de que puedes hacer cosas mejores con esa
bonita boca tuya.
—¡Muérete!
—No estás ayudando en nada. Si sigues hablando así te
irá mucho peor.
—¡Tus amenazas ya no me interesan! ¡Ya no importa
nada! ¡Solo termina de jugar de una maldita vez! Si vas a
matarme, hazlo. ¡Córtame la cabeza, sácame el corazón! En
verdad ya no importa… me lo merezco por haberte
preferido a ti, en vez de haberme quedado con Zac. —Me
doy cuenta de que mis palabras han sido un terrible error
cuando veo cómo su mandíbula se endurece, su frente se
arruga y sus ojos parecen tornarse rojos.
Suelto un alarido cuando me toma de los pies y me jala
para deslizarme sobre la cama. Se sienta sobre mí, toma mi
cabello y me obliga a reclinarme, lo que ocasiona que la
herida duela mucho más. Enreda su mano en mi cabello, lo
jala y hace que mi cabeza se incline un poco hacia atrás.
Cierro los ojos y muerdo mis labios, tratando de controlar
todo el dolor que siento.
Mi piel se encrespa cuando siento su respiración agitada
en mi cuello. Esta vez sí que está enojado; pero no dice
nada, solo me mira de una manera que me es imposible
descifrar. Toma su cuchillo y corta cerca de mi clavícula.
Muerdo más fuerte mis labios. Mete una de sus manos entre
nosotros y me hace gritar otra vez cuando aprieta la herida.
Siento de inmediato la sangre salir y empapar por completo
mi ropa. Me pregunto cuánto más aguantaré así.
Quizá esta vez en verdad voy a morir.
—Debes aprender cuándo mantener tu boquita cerrada
—susurra en mi oído.
Su lengua se desliza de mi cuello a mi clavícula y
comienza a lamer, pero entonces siento que me
desvanezco, tal vez por la pérdida de sangre. Pone más
agarre en mi cabello y suelto un leve gemido cuando sus
dientes se incrustan en mi piel. En un acto algo
inconsciente, pongo mis manos en sus brazos y me aferro a
él, pues siento que me iré hacia atrás si no me sujeto. La
mano que estaba en mi herida la desliza por mi costado
dejando el rastro de sangre en mi piel, me rodea de la
cintura y me acerca más a su cuerpo. Cuando deja de
morder la piel de mi clavícula, me encuentro con sus ojos
grises, ahora difusos; son los ojos de un demonio, y él es el
demonio que me ha sometido al suplicio más agridulce y a
la agonía más perversamente placentera que jamás en mi
vida creí experimentar.
Mi vista se nubla cada vez más. Ya muy débil, casi
rendida, me recargo en su hombro, lo abrazo con la poca
fuerza que me queda y cierro los ojos. Siento los latidos de
su corazón retumbar en mi pecho. Late con fuerza y se
siente demasiado bien para ser verdad.
Apenas alcanzo a sonreír cuando siento cómo su mentón
descansa sobre mi cabeza. Sin poder resistirlo más, me
abandono y me pierdo por completo en la oscuridad; estoy
descendiendo al infierno. La sensación es sofocante, pero
resulta satisfactoria estando en compañía del demonio de
ojos grises.
20
Círculo vicioso

As

La estúpida niña termina desmayándose en mis brazos


debido al dolor y la pérdida de sangre. La mantengo
aferrada a mí, dejando que la ira vaya disminuyengo de a
poco. Una vez que me siento tranquilo, la recuesto sobre la
cama; su pijama está completamente manchado de rojo,
además de que se ha mojado debido a mi ropa, que sigue
empapada.
Me cambio de ropa y después reviso su herida; esta vez
sí que hice cortes muy profundos. Intenté no lastimarla,
pero me fue imposible detenerme una vez que comencé.
Quisiera lamentarlo, pero no puedo, pues sus gritos de dolor
y súplicas causan un efecto tranquilizador, a la vez que me
envuelven en un éxtasis que me somete de una manera
adictiva.
Limpio su herida, le cambio el pijama y la dejo descansar.
Me siento en el suelo, recargado en la pared y suspiro con
cansancio. Toda la ira y frustración que sentía cuando llegué
ya ha desaparecido. El haber jugado con ella logró
tranquilizarme. No entiendo cómo ni por qué, pero su
presencia me altera al mismo tiempo que me mantiene bajo
control.
 

Por la mañana, despierto adolorido por haber dormido en


una posición incómoda. Me levanto y estiro mi cuerpo. Le
echo un vistazo a la chica, que sigue en la misma posición
en que la dejé anoche. La venda otra vez está manchada de
sangre. Su piel está demasiado pálida, y una sombra
oscurece su semblante.
Busco entre las cosas que compré el día anterior, pero no
traje nada para curar una herida así, después de todo no
había vuelto a herirla de manera que necesitara suturas. No
creí que perdería el control como lo hice anoche. Paso mis
manos por mi cabello con desesperación y decido salir en
busca de material para curarla como es debido. 
Cuando llego a la ciudad aprovecho para comprar el
periódico; la muerte de Marcos ya es tema público y todos
saben que fue obra del Asesino de la Luna. Sonrío con gran
satisfacción; me gusta esa sensación de ser temido. La
gente tiene miedo y vive en la incertidumbre sin saber qué
es lo que les espera el día de mañana. Temen ser las
siguientes víctimas y yo me divierto con ello. Caminar junto
a ellos mientras me burlo de su ignorancia es de las cosas
que más me gustan. Todos me miran y no saben quién soy.
No imaginan que sea esa persona a la que tanto temen. Es
tan gratificante la sensación, que debe disfrutarse como
solo yo sé hacerlo.
Tardo un poco más de lo planeado. Cuando llego al
hospital ya pasa del mediodía. Entro a la habitación,
esperando que la chica me grite y reclame por la nueva
cicatriz que seguro le quedará, pero me sorprendo al ver la
habitación vacía.
Ella se ha marchado.
Mi primera reacción es enojarme, ¿cómo se atreve a
desobedecerme y salirse? Me preocupa que por lo molesta
que esté conmigo abra la boca y me acuse, pero ella no lo
hará… ¡No puede hacerlo! Es mi cómplice; si yo caigo, ella
caerá conmigo.
Me paseo por la habitación, desesperado sin saber qué
hacer. ¿Debo dejarla o debo salir a buscarla? Estaba
demasiado herida y había perdido mucha sangre. ¿Y si se
desmayó en el camino? Eso no debe importarme. Si se
muere, por mí mejor.
Trato de apartarla de mi mente y concentrarme solo en
mis asuntos, pero las horas pasan y no lo consigo. Doy
vueltas en la habitación, desesperado, sin poder dejar de
pensar en la pequeña idiota y su paradero actual. ¿Dónde
puede estar? Tal vez se fue con su amigo, el idiota ese, o
puede que haya ido a la policía. Yo sé que no puedo confiar
en nadie, y aunque dijo que no me traicionaría, no sé si
después de lo que le hice aún mantenga su palabra.
Cuando anochece intento dormir, pero no hago más que
dar vueltas en la cama. En plena madrugada me doy cuenta
de que no podré dormir. Sonrío para mí mismo al darme
cuenta de las ganas que tengo de poder escuchar una vez
más los gritos de esa chiquilla. Tiene una voz demasiado
encantadora, y me excita demasiado cuando grita y suplica
que me detenga.
Me pongo de pie y me visto. He decidido encontrarla para
dejarle claro que ahora no puede irse cuando se le dé la
gana. Tomo mi cuchillo y salgo hacia el único lugar donde se
me ocurre que puede estar. Si no le encuentro ahí, entonces
me daré por vencido y no la buscaré más.
 
Aisa

Con mucho trabajo y sintiendo un dolor infernal, logro


salir del hospital y dirigirme a casa. Una vez que llego me
acuesto sobre mi cama y no me levanto más. No he comido
nada, no tengo fuerzas ni para moverme, mucho menos
para levantarme e ir a buscar comida.
Aún no estoy segura del por qué terminé huyendo de As.
Yo sé cómo es él y estoy a su lado por una razón. No debería
de sorprenderme su comportamiento. Me quedó claro que él
jamás cambiará y que nunca llegaremos a ser amigos, pero
no he podido soportar la manera en que me hirió. De verdad
estaba asustada; creí que moriría, y resulta toda una
contradicción que, a pesar de buscar una manera de ya no
seguir más aquí, al mismo tiempo sigo aferrándome
desesperadamente a este lugar.
Sé que estoy viviendo de una manera patética; sé que es
preferible morir a vivir así. Es como dijo el mismo As: la
propia vida es un peor castigo que la muerte. Pero cuando
pienso a detalle en eso, cuando me detengo y miro en
retrospectiva, caigo en cuenta de lo que soy, de lo que he
estado haciendo y entonces creo que no debería morir.
Tengo que vivir, vivir y sufrir.

Sufrir para pagar el pecado


en el que estoy viviendo.

«Lo sabes, sabes que mereces el dolor que estás


sintiendo».
Lo sé...

Ahora la vida se ha convertido


en un castigo merecido.

Libero un suspiro. Siento cómo las lágrimas se


aglomeran, deseosas de salir, y en mi estomago se forma
un hoyo negro que me consume poco a poco. La aflicción
que siento es tal, que comienza a asfixiarme.
Llevo mis manos a donde está la venda que cubre la
herida y la aflojo lo suficiente. No la he revisado, tengo
miedo de verla, y me lleno de gran amargura al saber que
todo mi estómago ha quedado desfigurado por tantos
cortes. Ahora no podré ser capaz de mostrarle a nadie mi
cuerpo desnudo… Me estremezco al posar los dedos sobre
la herida; duele demasiado.
Comienzo a masajear toda el área alrededor del corte. Se
siente bien. Este deseo destructivo que hay en mí me hace
tomar el dolor como algo que es merecido y lo trasforma en
una especie de analgésico; duele la piel, pero mi
atormentada alma se siente liberada. Sí, así es como es…

El dolor de mi carne
es morfina a mi alma.

Cierro los ojos mientras continúo sobando la piel herida, y


entonces el rostro de As aparece en mi mente. ¿Por qué no
puedo dejar de pensar en él? Quisiera poder continuar con
mi vida sin sentir esta corrosiva necesidad de volver con él.
Ahora sé que en verdad me he vuelto loca. As es mi
verdugo, y yo de estúpida siento el deseo estar a su lado;
pero, claro está que mi deseo no se deriva de un
sentimiento puro, sino de uno más perverso. Otra sonrisa
amarga.
De seguro, en este momento As está feliz por haberse
librado de mí, ¿o estará enojado? Sí, eso es lo más probable.
Aunque, de lo que sí estoy segura es de que no vendrá a
buscarme.
Cierro los ojos y espero dormir un poco, pero los abro de
golpe cuando escucho un fuerte sonido provenir de la planta
baja; sonó como una puerta que ha sido forzada. Me quedo
tiesa en mi lugar y aguzo mis sentidos. Entro en pánico
cuando escucho fuertes pisadas. No puede ser él... Es más
seguro que sea un ladrón a que sea As. Solo espero que no
se le ocurra entrar a esta habitación, porque no tengo
fuerzas ni para gritar, mucho menos para intentar
defenderme.
Mi corazón comienza a bombear sangre con un increíble
ritmo, y se detiene un poco cuando escucho girar la perilla
de la puerta. Cierro los ojos y me hago la dormida,
esperando que quien esté del otro lado se apiade de mi
pobre alma. 
La puerta se abre, siento una presencia, e
inmediatamente sé de quién se trata. Mi corazón brinca y
no estoy segura si es de la emoción o de miedo, pero
apenas puedo creer que en verdad él haya venido a
buscarme. Le siento pararse junto a la cama, justo a mi
lado.
Una corriente eléctrica recorre mi cuerpo cuando quita
unos mechones de cabello de mi frente. La cama se hunde
cuando se sienta en la orilla. Siento sus manos halar la
manta que me cubre hasta que mi piel se eriza por el frío.
Sus manos suben desde mis piernas hasta el pliegue de mi
blusa, que está llena de sangre. Trato de mantenerme bajo
control cuando sus manos comienzan a subirla,
descubriendo mi piel, y tiran de la venda. Después se
hunden en mi espalda para poder así deshacerse del trapo
ensangrentado. Al momento, los recuerdos de la noche
anterior me asaltan y de la nada me lleno de miedo; no
quiero que se repita de nuevo.
Quiero levantarme y alejarme de él, pero mi cuerpo pesa
demasiado. Una vez que As logra quitar por completo la
venda, traza la herida con la yema de sus dedos, y como
siempre... duele, pero al mismo tiempo se siente bien. Me
estremezco cuando siento su lengua deslizarse por la zona
dañada, y odio que se sienta muy bien. As se sube a
horcajadas sobre mi cuerpo y sube sus manos hasta mis
pechos.
En una acción por completo involuntaria, levanto como
puedo mis brazos y sujeto con las palmas de mis manos sus
mejillas, obligándole a levantar la mirada. Cuando sus ojos
se conectan con los míos, todo en mí da vueltas. Sus ojos
brillan intensamente a pesar de la oscuridad que hay en la
habitación. Sus labios están curvados en una cínica y
burlona sonrisa.
—Te he despertado —dice, quitando mis manos de sus
mejillas—. Lo siento, pero no pude resistirme a probarte.
—¿Qué haces aquí? —No quiero olvidar lo que me hizo
anoche; eso fue demasiado cruel y aún no me recupero para
otro de sus juegos.
—¿Sigues enojada?
—Vete, As, no me molestes.
—¿Por qué te fuste del hospital?
—¿Todavía lo preguntas?
—No voy a disculparme por lo que pasó.
—Por eso me fui. No soporto el ritmo en el que cambian
tus emociones.
—Mis emociones no cambian, son siempre las mismas. —
Entierra levemente sus dedos en mi herida y un quejido
lastimero sale de mi garganta. Ya no puedo ni gritar, en
verdad estoy cansada.
—Solo déjame en paz, por favor. Estoy muy débil y no
soportaré otro más de tus estúpidos juegos.
—Debes estar curando esa herida o se te va a infectar.
—¿Y a ti en qué te afecta?
—Me afecta mucho. Si se te infecta, tardará más en
sanar, y mi diversión se retrasará; no puedo volver a
lastimarte hasta que estés curada de esta herida.
—¡Largo! —Ya no estés enojada; tú sabes cómo soy yo.
Ahora guarda silencio y déjame curar tu herida. —Sin
energías para replicar, dejo caer mis brazos a mis costados
y me relajo. Ya estoy herida, ¿qué más puede pasar?
Cuando As ve que ya no me muevo, sonríe con
satisfacción, y baja de nuevo su rostro a mi estómago.
Cierro los ojos cuando continúa con lo que hacía hace un
momento. Mientras se concentra en limpiar y masajear con
su lengua mi sensible y adolorida piel, mis ojos se van
cerrando por el cansancio, y termino en un profundo sueño.
Despierto cuando siento unas leves sacudidas. Abro los
ojos, con mucha pesadez, y veo la figura de As frente a mí:
trae una charola en sus manos. Es un desayuno, y entonces
abro los ojos con impresión. ¿Me ha traído el desayuno a la
cama?
—Ya, despierta —dice con seriedad—. Es tarde. Debes
comer o te dará algo. —Como puedo me reclino sobre la
cama y dejo caer el peso de mi cuerpo en el respaldo. Me
duele todo y me cuesta moverme con libertad—. ¡Come! —
Pone la charola en mis piernas. Puedo ver que es un plato
de sopa y un vaso de zumo de naranja.
—¿Tú lo preparaste? —pregunto algo asombrada.
—Por supuesto, si no quién más.
—¿Lo hiciste para mí?
—No, solo hice mi desayuno y te estoy trayendo lo que
me sobró.
—Pero aun así lo has traído a mi cama.
—Puedo arrastrarte al comedor si quieres.
—No, gracias, aquí estoy bien.
—Entonces cierra la boca y come.
—¿Cómo voy a comer con la boca cerrada? —pregunto
con burla, pero al ver su mirada asesina, mejor decido
ocultar la risa. Me concentro en comer la sopa, y debo
admitir que está deliciosa—. Cocinas muy bien.
—Por supuesto que sí —dice con arrogancia y solo ruedo
los ojos.
—¿Usaste mi cocina?
—Sí, ¿hay algún problema?
—No, pero me sorprende que aún funcione.
—Toda la casa está en perfecto estado. Solo está
demasiado sucia.
—Mi padre construyó esta casa con mucho esfuerzo.
Cada año le daba mantenimiento, por eso todo se encuentra
bien cuidado.
—¿Qué harás con ella?
—No lo sé; amo estar aquí, pero me siento incapaz de
vivir sola en este lugar. —Observo mi habitación a detalle y
libero un suspiro—. Cómo deseo que todo esto sea una
pesadilla. Quiero despertar y escuchar los pasos de mi
pequeño Dan entrando a hurtadillas. Anhelo oír la voz de
mamá diciendo que bajemos a desayunar, a papá
preparándose para ir a trabajar… los extraño. No puedo vivir
en este lugar que me recuerda a ellos en todo momento.
—Yo nunca hubiera matado a tu familia —dice en un
susurro mientras mira hacia otra parte—. Tal vez no me
creas, pero yo no mato al azar. Tengo objetivos en
específico, y tu familia o tus amigos no entran en mi lista.
—¿Es por eso no me has matado? —Sí, aunque ganas no
me faltan.
—¿Por qué crees que el otro asesino mató a mi familia?
—Piensa mi pregunta y suspira. Puedo ver en su rostro un
gran malestar ante la mención de aquel individuo. Pero hay
algo más...
—No lo sé... —responde de manera vaga, pero siento que
su respuesta no es del todo cierta.
—Debemos encontrarlo.
—Entonces apresúrate a recuperarte para seguir con el
entrenamiento.
—¡No hables como si fuera mi culpa! Te recuerdo que
estoy así gracias a ti.
—Fue tu culpa; tú me provocaste. Te dije que te
mantuvieras callada y lejos de mí, pero desobedeciste.
—Excusas —digo, antes de darle un sorbo a mi sopa.
—Cierto —Sonríe con malicia—. La verdad es que amo
lastimarte y probar la sangre directamente de tu piel. —Los
vellos de mi cuerpo se erizan ante su mirada y sus palabras.
¿Cómo hace para que algo tan perverso suene tan
provocador? La manera en que lo dice es tan sensual que
hace que me estremezca.
Continúo comiendo en silencio, mientras As se dedica a
observarme y por más que trato de ignorar su mirada, no
puedo dejar de sentirme nerviosa. No sé si estar tranquila o
asustada. Ahora me doy cuenta de que As se comporta
demasiado amable, y eso es malo, porque justo después se
vuelve loco, y eso también significa dolor y más dolor para
mí. No sé sus motivaciones para hacer lo que hace, solo sé
mis razones para quedarme a pesar de ello. Lo sé, soy una
gran idiota, ya que por más daño que él me haga, termino
nuevamente a su lado…
No sé dónde está mi familia ahora. No sé si realmente
hay algo más allá de la muerte. Solo espero que donde sea
que estén, ellos no puedan ver en lo que me he convertido.
Sé que estarían decepcionados de todas mis acciones y
malas decisiones. Quisiera rectificar mi camino, pero no
puedo. Estar con As, pelear con él, jugar, platicar, y todo lo
que tiene que ver con su persona, se ha convertido en un
círculo vicioso del cual no me puedo desprender, y lo peor
de todo es que me gusta.

Él representa ese placer culposo


que viene después de una herida;
su existencia es mi agonía.
Me mantiene presa en una dicotomía;
el sufrimiento agrieta mi alma,
pero no puedo dejar de deleitarme
con el dolor y la sangre que
por mi piel se derrama.
21
Zac, América y Amanda

Aisa

Después de pasar casi todo el día dormida, finalmente


despierto, y lo hago para encontrarme con habitación en
total oscuridad; es de noche, pero no sé qué tan tarde es.
Me muevo con la intención de sentarme. Un pequeño aullido
de dolor escapa de mi boca al sentir un punzante dolor en
mi estómago.
Tomo una profunda respiración y me reclino con cuidado
sobre la cama. Tengo que morder mis labios, para
evitarsoltar una que otra maldición debido al dolor que me
asalta. Enciendo la lámpara de noche y con cuidado subo mi
blusa para comprobar que la herida no se haya infectado; la
zona está entre roja y morada. Se ve terrible y duele
condenadamente horrible.
—Eso se ve feo —se escucha de pronto la voz de As,
proveniente de una esquina de la habitación, y me da un
tremendo susto.
—¡As, me has asustado! No salgas así de la nada.
—No salí de la nada; he estado todo el tiempo aquí. Ha
estado lloviendo, así que no me ha apetecido salir.
—¿Hay medicamentos para desinfectar mi herida?
—Aquí no. Si no te hubieras escapado, ya te habría
curado como debe ser. 
—¡Te recuerdo que fue tu culpa!
—Sí, claro...
—Maldición, duele demasiado.
—En cuanto amanezca iré por el medicamento —dice
antes de salir de su escondite. Hace su conocida sonrisa y
después sale de la habitación.
Vuelvo a cerrar los ojos con la esperanza de recuperar el
sueño, pero me es imposible, ya que he dormido
demasiado. El dolor de la herida se intensifica conforme
pasan las horas y comienzo a sentirme muy mal. Me
remuevo en la cama, incómoda, y siento mucho frío. Me
tapo con la cobija hasta la cabeza y me hago bolita.
Cuando logro dormirme no me dura mucho el gusto, ya
que mi sueño es atormentado con recuerdos de la noche en
que mi familia fue asesinada. Veo sus cuerpos bañados en
sangre, sangre que se encuentra en todas partes. Puedo
verme parada en el umbral de la puerta de la habitación de
mis padres. Ellos apenas siguen vivos, y sus cuerpos están
mutilados. Una sombra se aprecia al final del lugar, pero no
alcanzo a distinguir de quién se trata. Solo veo su silueta
acercarse a ellos para comenzar a destazarlos. Quiero gritar
por ayuda, pero ni mi cuerpo se mueve ni mi voz sale; lo
único que puedo hacer es observar… observar cómo mis
padres son asesinados.
Abro los ojos de golpe y me reclino rápidamente sobre la
cama, lastimándome un poco más. Miro a mi alrededor y me
doy cuenta de que ha amanecido. Mi cabeza da vueltas,
tengo náuseas y no hay rastro de As.
Trato de levantarme para ir al baño, pero no lo consigo,
pues no solo mi herida duele si no que mi cuerpo está
demasiado débil y mis piernas no me sostienen. También
me doy cuenta de que mi ropa está empapada en sudor, tal
vez provocado por la reciente pesadilla. Mi boca está seca y
mis labios partidos; creo que me estoy deshidratando.
Haciendo un gran sobreesfuerzo consigo ponerme en pie,
pero no duro mucho, pues mis rodillas se doblan y caigo con
fuerza al piso. Intento levantarme, pero no puedo. Solo me
quedo ahí esperando a que As aparezca, pero eso no
sucede. Al pasar de los minutos, mi vista comienza a
nublarse y cada vez me cuesta más respirar. Me tranquilizo
al escuchar pasos que se acercan pues pienso que As
llegará a ayudarme, pero me llevo una gran sorpresa
cuando la puerta se abre y escucho la voz de alguien que no
es As.
—¡Aisa! —Contengo el aliento al ver a Amanda de
cuclillas frente a mí.
Detrás de ella está América, quien marca por teléfono
para pedir una ambulancia. Quiero decirle que no lo haga,
pero estoy demasiado débil incluso para hablar. Mis ojos se
vuelven a cerrar, y una vez más me envuelve la oscuridad.
 

As

Doy vueltas por la habitación de los padres de la


pequeña. Aunque ya han limpiado el lugar, aún pueden
apreciarse rastros de sangre sobre el piso. Pese a que son
muy opacas, ahí están. Pienso en la manera en que su
familia murió, siendo un modus operandi demasiado distinto
al mío. Estoy seguro de que ellos ya deberían saber que no
fui yo.
«Lo saben, pero no lo dicen para no generar más
pánico».
—Tal vez. No creo que les convenga que se sepa que hay
más de un asesino. —Ahora quisiera saber si ellos están tras
de mí o tras él—. ¿Qué estará haciendo ese estúpido
detective?
Me muevo por la habitación y contemplo algunos retratos
familiares; sí que ella era feliz: en todas las fotos sonríe, y
sus ojos brillan con anhelo y amor por la vida. Pero cuando
la tuve frente a mí por primera vez, ya había perdido ese
brillo. No ha vuelto a aparecer, y sé que nunca lo hará. Es lo
mismo que pasó conmigo.
Tomo un portarretrato donde se muestra la pequeña con
un niño en brazos; y al levantarlo, veo que algo cae al suelo.
Miro cuidadosamente. Al ver la pequeña nota doblada,
sonrío.
—Así que aquí estabas. —Dejo el retrato en su lugar y me
agacho para tomar la nota. La abro, y al leer su contenido
sonrío aún más.
Salgo de la habitación y me dirijo al de la chica. Me
pregunto si debo contarle acerca de las notas o dejar la
información solo para mí. Cuando entro, me acerco a ella, y
compruebo que duerme profundamente; sin embargo, su
entrecejo se arruga varias veces, y así me doy cuenta de
que sus sueños son perturbados por una que otra pesadilla.
Observo su rostro con detenimiento: su piel está demasiado
pálida pero sus mejillas están coloradas, y a su frente la
cubre una capa de sudor. La toco con cuidado para no
despertarla, para comprobar que está hirviendo en fiebre.
Chasqueo la lengua, le quito la cobija y levanto su blusa. La
herida sangra de nuevo y se ve horrible. Está muy
infectada.
«Creo que esta vez realmente me pasé».
Tomo mis cosas en un santiamén y salgo con la intención
de traer los antibióticos y el material de curación para
desinfectar la herida. Tardo solo un poco más de lo previsto,
pero cuando vuelvo me percato de que hay una ambulancia
afuera de la casa.
Me detengo a un par de calles de distancia y observo;
aparte de los paramédicos hay dos chicas. También está el
mismo idiota que se atrevió a besarla la otra vez en la
cafetería. Observo atento cómo los paramédicos la sacan en
una camilla.
Después de que la suben a la ambulancia, una de sus
amigas entra junto con ella y los otros dos entran en un
auto que se va tras la ambulancia. Cuando los pierdo de
vista, resoplo con molestia y arrojo la bolsa con fuerza
provocando que el contenido se esparza por el suelo.
Ahora que la chica está con ellos no puedo hacer nada.
No me queda opción más que confiar en su palabra de que
no me delatará y aguantarme. Tal parece que ahora sí
nuestra relación nada común ha terminado por completo.
Debería estar feliz de que al fin pude deshacerme de ella,
pero en realidad me siento muy molesto.
 

Aisa

Siento un apretón en mi mano izquierda y una cálida


sensación me envuelve. Por una estúpida, muy estúpida
razón, el rostro de As aparece en mi mente, y una sonrisa
boba se pinta en mis labios.
—¿Aisa? —La suave voz de Zac entra por mis oídos, y
entonces recuerdo que América y Amanda me han
encontrado. Abro los ojos solo para comprobar que ahora
estoy en la habitación de un hospital. Zac está a un lado de
mí y me mira con verdadera preocupación.
—Hola, Zac —Mi voz sale muy quedito a causa de mi
debilidad. Una leve sonrisa adorna el rostro de Zac.
—Qué bueno que despiertas, ¿cómo te sientes? 
—Horrible.
—Me imagino. Estabas muy herida, ¿cómo fue que
terminaste de esa manera, Aisa? ¿Quién te hizo eso?
—Solo… yo… —No sé qué decirle.
—¿Fue el asesino? ¿Te has encontrado con él?
—S-sí, pero ya estoy bien.
—¿Bien? Tuviste suerte de que Amanda y América te
encontraran. Tu cuerpo estaba demasiado débil. Dijeron que
has perdido mucha sangre en los últimos días. Además,
estabas deshidratada y tenías mucha fiebre por la infección
de la herida. Si hubieran tardado más tiempo hubiera sido
fatal. ¡Aisa, pudiste haber muerto!
—Pero no fue así.
—¿Por qué fuiste a tu casa en vez de venir con nosotros?
—No quería preocuparlos.
—Día a día vivimos preocupados por ti. En verdad me
arrepiento de haberte dejado ir la otra vez, pero esta vez no
volverás a marcharte.
—Zac…
—No, Aisa, cuando salgas de aquí te irás a la casa de
América y no te dejaremos sola. No vas a volver a
desaparecer.
—Tengo que ir con… con As.
—¿As? ¿Quién es As?
—Quiero decir… con Dominik.
—Ese estúpido amigo tuyo es un bueno para nada; te
dejó abandonada.
—No es así.
—¿Y por qué no ha venido a verte? Si le preocuparas lo
hubiera hecho, pero no se ha parado por aquí. Además,
¿dónde estaba cuando te hirieron? No, Aisa, no regresarás
con él. Ahora te toca confiar en tus amigos y familia, que
América y sus padres son ahora tu familia y tienes que
apoyarte en ellos. —Decido no decir nada más. Está claro
que no lograré hacer cambiar de opinión a Zac.
Se queda conmigo un rato más, después sale y una
enfermera entra. Me hace un chequeo, y cuando ella sale,
Amanda y América hacen su aparición.
—¡Aisa! —Ambas se echan sobre mí con lágrimas en los
ojos. Una me regaña y la otra me dice cuánto me ha
extrañado. Río y, como puedo, las abrazo a las dos. Ahora
me doy cuenta de la mucha falta que me han hecho.
—¡Eres una tonta! —exclama América—. ¿Por qué te has
escapado así? ¿Sabes lo angustiadas que hemos estado?
—Lo siento —digo, sintiéndome demasiado culpable por
el dolor que les he causado.
—¿Dónde has estado todo este tiempo? —pregunta
Amanda—. Zac dijo que estabas con un joven.
—Sí... él también fue víctima del asesino, así que
estamos juntos para dar con él.
—¿Sabes lo arriesgado que eso es? —Amanda me mira
con los brazos cruzados tal como una madre con su hija.
—Lo sé, pero no podía quedarme sin hacer nada, viendo
cómo el asesinato de mis padres quedaba impune, y sabes
que las autoridades son muy incompetentes. ¡Yo quiero que
se haga justicia!
—Lo comprendo, pero has puesto tu vida en juego. ¿Y si
mueres?
—¡No importa, mientras logre mi objetivo!
—¡Aisa, no digas eso!
—No moriré... no deben preocuparse.
—No puedes estar segura, ¡solo mírate! Estuviste a punto
de morir —exclama América.
—¿Cómo fue que terminaste herida de esa manera? —
cuestiona Amanda—. Tienes muchas heridas y cicatrices, así
como muchos golpes y moretones tanto recientes como de
hace varias semanas.
—He tenido algo de acción —digo riendo, pero a ellas
parece no causarles gracia.
—¿Te has topado con el asesino? —pregunta América—.
¿Fue él quien te hirió de esa manera?
—M-me topé con él una vez —digo algo insegura. No
debería de mencionar eso, pero ¿de qué otra forma
explicaría las heridas?
—No puedo creer que después de encontrarte con él
sigas viva. Sí que tienes suerte.
—Él no va a matarme —digo, y de inmediato me
arrepiento. Ambas me miran con el ceño fruncido como si
pidieran explicaciones. 
—¿Qué quieres decir con eso?
—B-bueno es que… si quisiera matarme creo que ya lo
hubiera hecho, pero no es así. Por eso digo que no va a
matarme.
—Eso no tiene sentido...
—¿Cómo es él? —pregunta América con verdadero
interés y sonrío al pensar en As.
—No lo sé. Ya saben que siempre lleva una máscara...
—¿Has hablado con él? —esta vez pregunta Amanda—,
¿Exactamente qué tipo de encuentros han tenido?
Miro entre ambas. Tienen toda su atención sobre mí y
esperan mi respuesta. Yo muero por contarles la verdad y
decirles del asesino impostor, pero le prometí a As que no
diría nada a nadie, así que por más que desee decirles todo,
simplemente no puedo hacerlo.
—Solo me he encontrado con él una vez. Quise
enfrentarlo y hacer justicia, pero ya ven: siendo un asesino
es alguien de cuidado. El tipo está loco. ¡Solo miren cómo
me ha dejado!
—Pero no te mató —dice América como observación—.
¿Cómo lo encontraste?
—Él… me encontró a mí.
—Te buscó, pero no te mató, ¿qué es lo que quiere de ti?
—No lo sé...
—Ese chico con el que estás… ¿Cómo se llama? —
pregunta Amanda, desviando el otro tema, y de alguna
manera se lo agradezco.
—Dominik. —Recuerdo cuando se presentó así con Zac.
Aunque, no estoy segura si ese es su nombre real o solo lo
inventó al momento.
—¿Y dónde está él?
—No lo sé, no lo he visto desde ayer.
—¿Estaba contigo en tu casa?
—Sí.
—¿Y qué hacían ahí? —Los observo sin saber cómo
responder a eso, ¿qué debo decirles?, ¿que salí huyendo de
él después de medio matarme?
—No teníamos dónde más quedarnos, así que decidimos
ir ahí. ¿Cómo supieron dónde estaba? 
—Una vecina dijo que había escuchado ruidos, así que
quisimos ir a ver si todo estaba bien. No esperábamos
encontrarte tirada en tu habitación en ese estado. Ha sido
una gran sorpresa.
—Y nos llevamos un gran susto —agrega Amanda.
—En verdad lamento por todo lo que les he hecho pasar.
—No desaparecerás de nuevo, ¿verdad? —pregunta
América, mientras se refleja la preocupación en sus ojos.
—No, no volveré a irme. —Ambas sonríen con
satisfacción. Se sientan una a cada lado de la cama y
comienzan a contarme lo que ha pasado en las últimas
semanas en que no he estado. 
22
Encuentros inesperados

As

Ha pasado una semana desde que la pequeña idiota se


fue, y yo me encuentro cada día más y más desesperado.
Solo pierdo el tiempo al recorrer una y otra vez las escenas
del crimen, buscando algo que tal vez dejé pasar, pero no
encuentro nada. El maldito impostor parece estarse
escondiendo y yo no logro dar con el lugar correcto para
encontrarme con él. Solo se sigue burlando de mí; tengo la
impresión de estar siguiendo pistas falsas.
—¡Ese maldito imbécil! ¡En cuanto lo tenga enfrente lo
mataré!
Cuando llegué a esta ciudad lo hice solo para ir en busca
de Marcos y su esposa, pero antes de siquiera haber
llegado, ya se había anunciado un asesinato supuestamente
cometido por mí; tal hecho me tomó por sorpresa. Llegué a
pensar que podría usarlo como señuelo y distraer a aquellos
que me siguen la pista, pero no me agradó que algún
cobarde se ocultara tras mi nombre para cometer sus
fechorías.
La manera en que actúa, en que asesina, siento como si
se burlara de mí, como si quisiera decirme que él es capaz
de ir más allá de lo que yo me permito hacer y no hacer.
Como si con mucha sutilidad me dijera: «Soy mejor que tú».
La idea me hacer hervir la sangre. Tal vez solo debería
marcharme en busca de Fernando; él es más importante,
pero no tengo idea de dónde está, y en vez de buscarlo y
completar mi venganza, sigo perdiendo mi tiempo en este
lugar, buscando a un maldito obsesionado.
Llego al hospital, colmado de energía negativa. Ahora
que la chiquilla ya no está, no tengo con quién sacarla, y
aunque podría nada más ir y buscar una víctima, no quiero
caer y ceder ante esa idea, porque entonces no podré
detenerme nunca más.
Abro la puerta de mi habitación, y, tras cruzarla, siento
un escalofrío recorrer toda mi piel. Sujeto con fuerza mi
cuchillo y me quedo estático mirando la silueta frente a mí.
Mi sorpresa es evidente, no esperaba encontrarme de frente
conmigo mismo.
—Hasta que llegas —dice con una voz distorsionada—.
Como no has podido encontrarme, he venido yo por ti.
—Qué amable de tu parte —sonrío—, me has ahorrado la
molestia de buscarte. Ahora puedo matarte sin problema.
Tengo la intención de abalanzarme sobre él, pero me
detengo cuando le veo sacar un arma de fuego, para
después apuntarme con ella. Aunque no pretendo dejarme
intimidar, sí prefiero ir con cuidado; no lo conozco, no sé de
sus habilidades y no hay mucho lugar para cubrirme;
además, a él no le tiembla la mano como sucedió con
Marcos. Este no dudará en volarme los sesos si le doy un
motivo.
—No me obligues a acabar contigo antes de que siquiera
comience la verdadera diversión.
—Las armas de fuego son de cobardes.
—Solo soy precavido. No es mi intención subestimarte.
Deberías ser agradecido.
—¿Cómo diste con este lugar? —inquiero. Me molesta la
idea de que ya me tuviera ubicado mucho antes de que yo
lograra encontrarlo.
—Creí que serías más listo, pero te ha tomado demasiado
tiempo seguirme el rastro. Si te soy sincero, me siento
decepcionado.
—Me distraigo muy fácil cuando algo no es de mi interés.
—Me encojo de hombros.
—¿Tratas de decir que encontrarme no es de tu interés?
—Al menos no era un asunto primordial —miento—. He
estado ocupado haciendo cosas más interesantes. Ahora
que has desviado las pistas de mí, tengo más tiempo libre.
—No deberías ser tan confiado. Si quisiera podría hacer
que todos sepan quién eres; estarías preso en un abrir y
cerrar de ojos. —Sus palabras logran captar mi atención. Me
siento intrigado y odio no tener el control de la situación,
pues no puedo saber si miente o no.
—Tú eres quién actúa con mucha confianza —digo de
manera vaga. No quiero mostrarme afectado—. Si no sabes
nada de mí, no hables tan a la ligera.
—Sé lo necesario.
—No sabes nada, de lo contrario no perderías tu tiempo
siendo una simple imitación.
—Creí que, en las notas, mis motivos quedaban claros.
—Oh, lo lamento. Tus notas parecen poesía barata y no
les he prestado la suficiente atención. —Aunque no puedo
ver su rostro, puedo sentir que mis palabras le han
molestado. Claro que sé de sus intenciones, pero mostrar mi
desinterés es mi mejor arma en estos momentos.
—Deberías hacerlo, si es que quieres continuar siendo el
Asesino de la Luna.
—¿Te atreves a amenazarme?
—En realidad, lo que quiero es proponerte algo que nos
beneficiará a ambos —da un paso más hacia mí al notar que
ha llamado mi atención—, algo que nos dará mucha
diversión.
—Habla...
 

Aisa

Miro a través de la ventana: el cielo está despejado y


hace un lindo día, tan lindo que me crea un gran vacío en mi
interior. Han pasado dos semanas desde que me
encontraron y he vuelto a casa de América. Sus padres me
recibieron muy felices, aunque me regañaron. Ágata se
puso a llorar y a decir que estaba muy aterrada de que algo
me hubiera pasado.
Todos me han dado mucho apoyo, y en verdad me alegra
estar otra vez a su lado. Me han cuidado mucho, mi cuerpo
está fuerte de nuevo y las heridas han sanado ya, y por eso
debería estar feliz; pero no lo estoy, y no puedo evitar sentir
culpa ante sus amorosos cuidados, pues en vez de estar
agradecida por esta nueva oportunidad, lo único que hago
es pensar en As.
Como era de esperarse, él no ha dado señales de vida y
parece que no le importa que ya no esté con él; de hecho,
estoy casi segura de que está feliz de que por fin ha podido
deshacerse de mí. Pero como la chica tonta y estúpida que
soy, no puedo dejar de sentir cierta decepción de ya no
estar más a su lado. ¿Qué tan mal debo estar como para
extrañarlo? Acabo de recuperarme de las heridas que él
mismo me hizo y siento que necesito volver a sentir ese
dolor. ¿Qué pasa conmigo? Es increíble mi nivel de falta de
cordura, pero no puedo evitar sentirme ansiosa, más que
nada preocupada. Tengo esta incomoda sensación en el
pecho de que algo malo va a pasar con él, como si algún
mal le estuviera acechando.
—Él es quién acecha... el que hace mal —me recuerdo. A
veces tiendo a olvidarlo, pero lo sea o no, no dejo de tener
este mal presentimiento.
Durante mi estadía en el hospital, el detective Días fue a
verme. No quería recibirlo. Estaba muy molesta, pues sentía
que solo estaba ahí para aparentar. Me dio por muerta
desde aquella vez en que As me llevó con él. No se molestó
en buscarme, y, debido a eso, nada puede sacarme de la
cabeza que hay algo extraño con él.
Cuando me interrogó me sentí nerviosa, asustada
incluso. Al mirarlo a los ojos tenía la impresión de que podía
saber todo lo que había pasado, con quién y qué estuve
haciendo.
—¿Recuerda el lugar donde la tuvo capturada? —inquirió
a la vez que clavaba sus ojos en los míos, buscando
cualquier signo de duda.
—No.
—¿Logró ver su rostro?
—No.
—¿Segura? —Insistió, al dudar de la veracidad de mi
respuesta.
—Segura. Me mantuvo atada y con los ojos vendados.
—¿Le dijo por qué la llevó con él?
—No.
—¿Acaso no dijo nada en todo el tiempo que la mantuvo
cautiva?
—Nada. Yo misma le cuestioné sus motivos y nunca me
dijo sus razones.
—Si la tenía atada, ¿cómo es que logró escapar? —Esa
pregunta me puso muy nerviosa y él lo notó.
—Logré aflojar las cintas…
—Su amigo Zac comentó que un chico la rescató del
asesino.
—No, bueno, sí, pero… —Tragué saliva, mi pulso
comenzaba a acelerarse debido a la ansiedad que se
apoderaba de mí—. Yo logré escapar por mi cuenta y
después me encontré con él.
—¿Y él es…?
—Él… dijo que era otra víctima de asesino.
—Creí que usted era la única víctima con vida.
—Al parecer no lo soy.
—Me gustaría saber el nombre de su amigo. Quisiera
hacerle algunas preguntas, tal vez él sea un testigo
importante para la captura del asesino. —No estaba segura
si Dominik era el nombre real de As o no, pero algo me
decía que no debía decirlo, aunque si Zac había hablado, lo
más seguro es que el hombre ya lo supiera. Sentía que, más
bien, estaba probándome; quería saber que tanto era lo que
yo sabía.
—Si es un testigo tan importante, ustedes deberían saber
quién es. Después de todo, ¿no han estado investigando a
todas las víctimas del asesino?
—Han sido muchas las víctimas.
—Sí, gracias a que ustedes no hacen nada, y así como
van las cosas, el número de víctimas seguirá creciendo. —Mi
acusación no le hizo el mínimo de gracia, pero tampoco se
veía afectado por ella. Es como si yo fuera una molestia y
no el punto de interés de su investigación.
«El motivo de sus mentiras es la piedra angular que
constituye mi existencia como asesino», fue lo que As dijo
una vez. Quisiera saber qué es lo que sucede, pero él es tan
cerrado, que no es capaz de decirme nada.
—¿Aisa? —la voz de la señora Ágata me saca de mis
cavilaciones. Me giro y la encuentro con la cabeza asomada
a la habitación de su hija—, ¿estás bien?
—Sí. —Entra por completo y se acerca a mí. Me mira con
cierta tristeza que hace doler mi alma. Pone su mano en mi
mejilla y me acaricia con la misma gracia que hace una
madre con su hijita.
—Sé que no estás bien, y me duele no ser de mucha
ayuda. 
—No diga eso, sin ustedes no sé qué haría.
—No pude evitar que te pasaran todas estas cosas. El día
que me toque ver de nuevo a tu madre, me sentiré muy
avergonzada.
—Para nada, ella estaría muy agradecida con lo que ha
hecho por mí. Siguen cuidándome a pesar de que no es su
deber.
—Todos estamos indignados por el desinterés que hay
por parte de las autoridades. Los vecinos daban por hecho
que estabas muerta, y ahora que has aparecido no dejan de
hablar del mal trabajo que hace la policía y todos esos
investigadores que no hacen nada más que perder el
tiempo.
—Sé que a los vecinos no les gusta la idea de que esté
aquí. Sienten que atraigo el peligro.
—No pienses eso, ellos solo están molestos y
preocupados por la seguridad de sus seres queridos.
—Tienen muchos motivos para estar así.
—La vecina de enfrente dijo que estaban planeando
hacer una manifestación. Esperan que las autoridades
hagan algo.
—¿Debo participar?
—Preferiría que no. Lo que quiero es que te quedes
quieta y no vuelvas a huir. Si lo haces otra vez, nada nos
garantiza que volverás. Estando aquí, es la mejor manera
que tenemos de cuidarte.
—Sí, entiendo, y de nuevo lamento el haberlos
preocupado tanto.
—Aisa, tienes que ver a un terapeuta. El doctor lo
recomendó y yo pienso que es lo más razonable. Necesitas
hablar con alguien que te ayude a sobrellevar lo sucedido.
—No quiero hacerlo. —Miro hacia el exterior para no
encontrarme con su mirada abatida.
—Necesitas orientación para encontrar de nuevo tu
camino. Debes continuar con tu vida, pero no sabes cómo
hacerlo. Por favor, deja que un profesional te ayude.
—No estoy lista para hablar de ello.
Estoy consciente de que ver a un terapeuta podría ser
positivo, pero eso que habita en mí le teme a la luz y busca
de manera desesperada descender a un lugar cada vez más
oscuro. Aunque me esfuerzo por no caer, la verdad es que
yo misma quiero dar el brinco. 
—Cuando estés lista, ¿me lo harás saber?
—Lo haré. Gracias, Ágata.
—Has estado encerrada todo el tiempo aquí, ¿no quieres
bajar un rato a hacerme compañía en lo que América llega
del instituto?
—Yo… yo quiero estar sola un rato.
—Bueno. —Suspira y se da por vencida—. Está bien.
Sale de la habitación y yo vuelvo mi vista al cielo azul.
Ahora que me he recuperado por completo de mis heridas,
debo volver al instituto. Ya había dado por perdido el año,
pero el director dijo que me daría la oportunidad de retomar
mis clases. Solo debo ponerme al corriente y presentar
algunos exámenes. Aunque agradezco el gesto, no me
siento con ganas de volver.
Suspiro una vez más antes de alejarme de la ventana, y
después me dejo caer a la cama. Me acuesto boca arriba y
pongo las palmas de mis manos sobre mi cuello para
comenzar a acariciarlo con lentitud, cierro los ojos, y la
mirada grisácea de As aparece de inmediato en mi mente,
con su sonrisa tan llena de cinismo, pero cargada de
extrema sensualidad, que te envuelve con mucha facilidad y
te hace perder la cordura. ¡Es un maldito demonio! Sabe
cómo tentar y arrastrar hacia el pecado a las almas débiles,
como yo.
Acaricio con la yema de mis dedos las zonas de mi cuello
donde ha cortado con su cuchillo. Algo dentro de mí se
estremece solo de recordar aquella ocasión en la que me
llevó a la cima del placer. Siento mis mejillas enrojecer por
aquel momento tan íntimo que hemos compartido.
Sigo dentro de mi ensoñación. Cuando escucho que la
puerta se abre, como pienso que es América, no me molesto
en levantar la mirada; pero cuando la cama se hunde por el
peso de alguien que se sienta junto a mí, la piel de mi
cuerpo se eriza de esa manera en que lo hace solo cuando
As se me acerca. Abro los ojos de inmediato y lo encuentro
sentado junto a mí, mirándome fijamente con sus hermosos
y brillantes ojos. Sus labios forman una sonrisilla traviesa.
—¿As? —pregunto, incrédula de tenerle frente a mí.
—Hola, pequeña idiota. —Hace ese gesto de rodar los
ojos y sonreír con arrogancia, y yo solo quiero echarme
sobre él.
—¿Cómo entraste aquí? —cuestiono con auténtica
sorpresa.
—La mamá de tu amiga me ha dejado entrar. Solo le dije
que era un amigo tuyo y no ha dudado en darme acceso.
—¿Por qué has venido?
—He perdido mi juguete favorito —dice con una sonrisa
burlona—. Es muy aburrido estar sin ti.
—¡Eres un idiota! —sonrío—. Pero te he extrañado tanto.
—Y me dejo ir contra sus brazos, a lo que suelta una risa
juguetona.
—Sé que me amas, pero por favor no seas tan
demostrativa —dice, haciéndome a un lado.
—¡Es que estoy feliz de que estés aquí! Creí que no
volvería a verte.
—No puedes librarte de mí tan fácil. Tenemos un pacto y
estaremos juntos hasta que lo cumplas.
—¿Por qué tardaste tanto en venir?
—He estado haciendo investigaciones, pero eso por
ahora no importa —dice, mientras se levanta hacia la
puerta. Pone el pestillo y después se gira con una malvada
sonrisa en su rostro.
—¿Qué haces?
—Te he dicho que he estado muy aburrido. —Su sonrisa
se ensancha aún más y camina hacia mí. Le miro con
nerviosismo y trago en seco cuando se sube a la cama y se
posiciona sobre mí—. Muero por probar tu piel —dice cerca
de mi oído, y su aliento me provoca un escalofrío.
—As… —Trato de que mi voz suene amenazante, pero
suena más a gemido y As ríe divertido.
—No niegues que también deseas que te toque.
—No lo negaré —digo con una sonrisa, y su mirada se
vuelve más oscura y profunda.
Atrapo mi labio inferior entre mis dientes cuando baja
hasta la piel de mi cuello y comienza a besarla. Sus manos
se deslizan por mis piernas desnudas, cortesía del pequeño
short que uso. Sube hasta el pliegue de mi blusa y continúa
subiendo sus manos, llevándola consigo, levanto los brazos
para permitirle que la saque por completo. Observa mis
pechos con lascivia, y sus ojos brillan con deseo mientras yo
siento una llama encenderse en mi interior. Sus labios
vuelven a mi piel y su lengua dibuja una línea desde mi
cuello, bajando por mi clavícula hasta llegar a uno de mis
senos.
Un gemido sale de mi garganta y mi espalda se arquea
por sí sola. Enredo mis manos en su cabello mientras él
continúa esparciendo besos húmedos por toda mi piel, y
varios suspiros escapan de mis labios debido a sus suaves
caricias.
Me estremezco cuando besa alrededor de mi ombligo
para después subir sus manos y acunar ambos pechos con
ellas. Los acaricia con suavidad, y más gemidos salen de mi
boca. Sus labios se mueven por todo mi cuerpo y dejan
besos en todas partes. Siento cómo abre mis piernas con las
suyas y se posiciona entre ellas.
Abro los ojos y le miro, para perderme en ese color tan
triste y hermoso a la vez. La comisura de sus labios se estira
dándole vida a una perfecta y dulce sonrisa.
Mi respiración se acelera cuando su mirada se pone sobre
mis labios, y entonces la distancia entre ambos comienza a
disminuir. Su respiración se mezcla con la mía, y cuando sus
labios rozan los míos, mi nombre escapa de ellos.
—Aisa... —Gimo en respuesta y cierro los ojos, esperando
ese beso que llevo anhelando desde hace mucho tiempo;
pero por más que espero, este no llega. Lo que siento es un
fuerte agarre sobre mis brazos y una sacudida—. ¡Aisa!
Mis ojos se abren y la realidad me golpea al ver a
América frente a mí. Miro a mi alrededor y no hay rastros de
As. ¡Claro que no los hay! Con mucha decepción me doy
cuenta de que solo he estado soñando. Tomo una almohada
y tapo mi rostro. ¡Que patética soy! ¿En verdad creí que As
vendría? Además, él nunca ha sido amable y tierno a la hora
de tocarme.
La dulzura y suavidad no se relacionan con él. As es
salvaje y violento, y jamás me besaría por su propia cuenta;
y otra cosa, él nunca me ha llamado por mi nombre, ¿cómo
no noté antes que solo había sido un sueño?
—¿Aisa, estás bien?
—No —chillo, sintiéndome patética.
—¿Te sientes mal?
—No. —América retira la almohada de mi cara y me
observa atenta.
—Estás toda roja. Creo que te ha vuelto la fiebre.
—No, estoy bien.
—¿Segura?
—Sí...
—¡Anímate! —Muestra una esplendorosa sonrisa—. Allá
abajo hay un chico guapo que ha venido a buscarte.
—¿¡Qué!? —Me reincorporo de inmediato, ¿será posible?
—¿Por qué no bajas?
—¡Sí!
Sin prestarle atención a mis fachas, corro descalza por
las escaleras y entro a la sala, casi yéndome de narices. Mi
sonrisa se desvanece cuando veo sentando en uno de los
sillones a Zac. Él sonríe al verme, y como puedo le devuelvo
la sonrisa.
«En verdad, Aisa, debes dejar de pensar en As. ¡Él jamás
vendrá porque no le interesas! Por fin se libró de ti, ¿por qué
vendría a buscarte?».
Trago el nudo que se formó en mi garganta y camino
hasta Zac para sentarme a su lado. Él besa mis mejillas y
las acaricia con cariño. Hasta ahora no hemos hablado de
aquel beso que me dio en la cafetería, él no lo ha
mencionado y de alguna manera lo agradezco. No quiero
sacar el tema porque no sé cómo manejarlo, pero no ignoro
la especial atención que ha tenido conmigo desde que volví.
Sus ojos muestran el brillo que jamás habrá en los ojos
de As.
—¿Cómo has estado?
—Bien...
—América me dijo que no has salido para nada y eso no
es bueno. Estás demasiado pálida, te hace falta tomar sol.
—Estoy bien.
—¡Salgamos!
—Ágata quiere que me quede aquí.
—No, ella quiere que no huyas y que no andes sola por
ahí arriesgándote, pero puedes salir si vas acompañada.
—La verdad es que no tengo ganas de salir.
—Aisa, no puedes seguir así. Tu vida continúa y tienes
que salir adelante. ¡Vamos, anímate!
—Es que…
—¡Por favor! —Me toma de las manos y me mira
suplicante—. Hace tanto que no salimos. Vayamos al cine o
al parque, pero hagamos algo.
—Bueno, está bien... —Al final cedo, pero sin muchos
ánimos.
—Llamemos a Amanda y vayamos los cuatro al parque
de diversiones, ¿te parece? Sé lo mucho que te gustan los
juegos mecánicos.
—Está bien. Mientras le llamas a Amanda, subiré a
cambiarme y a decirle a América.
—¡Sí! —Subo las escaleras, y al entrar a la habitación,
América me recibe con una gran sonrisa.
—¿Cuándo podré comenzar a llamarte prima? —pregunta
con voz insinuante y levanta las cejas una y otra vez.
—América...
—¡Qué! Yo sé lo mucho que le gustas a Zac. Siempre le
has gustado y no vas a negarme que te parece guapo.
—Bueno, sí, pero…
—¿Ves? Aisa, sé que mi primo te quiere mucho y desea
verte feliz de nuevo, como todos nosotros, así que no lo
rechaces. Por favor, recupera tu vida. —Irónicamente siento
como si mi vida se hubiera detenido desde que no estoy con
As; pero él no volverá y yo debo continuar.
—Nos invitó al parque de diversiones. —Trato de mostrar
emoción—. Ahora le está llamando a Amanda, así que tú
también arréglate.
—Genial. Tiene mucho que no vamos al parque de
diversiones.
Mientras me visto mi mente sigue perdida en
pensamientos sobre As: ¿cómo está?, ¿qué está haciendo?,
¿me extrañará?, ¿estará feliz sin mí? Tengo muchas
preguntas que creo quedarán sin respuesta, pues tal parece
que esta vez sí he salido de su vida por completo. Aunque,
él se quedará para siempre en la mía. 
23
El asesino impostor

Aisa

Ha pasado un mes desde la última vez que vi a As, y no


estoy segura de cómo he sobrevivido. He tenido algunos
ataques de ansiedad y he deseado escapar en más de una
ocasión, pero cada que recuerdo a Ágata llorando por mí,
me detengo.
Todas las noches dejo la ventana sin seguro esperando
que As venga, pero esa no es la clase de cosas que él haría.
Soy yo la que está desesperada por encontrar en él algo
que me diga que le importo, aunque sea un poco.
Como han pasado varias semanas desde el ultimo
asesinato, muchos especulan que finalmente ha
abandonado la ciudad; eso me alegraría si fuera el caso del
impostor, pero no si se trata de As. También he pensado que
tal vez logró dar con él y lo mató, de ahí que no haya más
asesinatos; eso también me gustaría, pero, en caso de ser
así, As ya no tendría nada que hacer aquí. Si se ha
marchado, la oportunidad de volver a vernos es nula.
He regresado al instituto.
No me gusta; todos me miran raro, ya que me creían
muerta. Algunos más cuchichean cosas como que soy ave
de mal agüero. Eso no solo me ofende, también duele.
El detective Días hizo un comunicado después de que
varios vecinos fueran a hacer protesta fuera de su oficina.
Dijo que estaban haciendo todo lo posible por encontrar al
asesino, y pidieron a la comunidad mantenerse tranquilos,
pero vigilantes ante cualquier situación. Creo que eso los
alteró más; a nadie le gusta tener que cuidarse las espaldas
en todo momento. Algunos querían implementar un toque
de queda, pero la mayoría no estuvo a favor. Creo que
muchos piensan que, si muero, todo esto terminará.
También me siento extraña cuando escucho comentarios
sobre As. Ahora que no lo veo como el asesino de mis
padres y que sé que ha sido el otro el que ha estado
cometiendo todos esos asesinatos, me incomodan de
alguna manera los comentarios horribles que hacen contra
él, aunque sé que no debería ser así, pues como él mismo
me dijo: aunque no haya asesinado a mi familia, sí ha
asesinado a docenas de personas más. Y no es como que
sea un tipo bueno, en realidad.
En las últimas semanas Zac ha estado muy atento
conmigo, y he salido varias veces con él. Le dije que quería
que siguiéramos siendo amigos por ahora, pero ese «por
ahora» le dio esperanzas, así que ha estado haciendo cosas
para ganar mi corazón.
—¿Lista para la fiesta del viernes? —pregunta Amanda,
mientras se sienta a mi lado. Estamos en la hora del
almuerzo.
—No quiero ir —me quejo y escondo mi rostro en los
brazos.
—Anda, Aisa, no has salido mucho en estos días.
—Pero es que en verdad no tengo ganas de ir.
—Siento que estás más deprimida de lo normal, ¿hay
algún motivo?
—As —susurro, pero ella logra escucharme.
—¿As?
—Nada, olvídalo.
—Dime que irás.
—No sé, tal vez —digo, Amanda pone los ojos en blanco y
se limita a darle una mordida a su hamburguesa.
—Mmh, esto sabe muy bien —murmura con la boca llena.
América y Zac se unen a nosotros minutos después y por
más que insisten en que los acompañe a la fiesta, nada más
no logran convencerme, así que el viernes por la noche me
quedo sola en casa de América, ya que sus padres también
han salido a una cena de negocios del señor Carlos. Zac se
ofrece a quedarse conmigo, pues le preocupa que me quede
sola; pero después de prometerles que no saldré y que me
encerraré muy bien terminan por irse, aunque no se veían
muy convencidos.
Después de asegurarme de que todas las puertas tengan
el cerrojo puesto, apago las luces de la planta baja, y subo a
la habitación de América. Corro las cortinas antes de
quitarme la ropa e ir a darme un buen chapuzón en la
bañera. Enciendo mi celular, y con todo el sentimiento, me
pongo a cantar Missing You de 2NE1. Cuando comienza
Good to you pongo la voz a cuello.
Sigo cantando y al mismo tiempo me entretengo
haciendo ruidos graciosos en la bañera, mientras tallo los
dedos de mis pies contra esta. Me quedo quieta al escuchar
un extraño ruido proveniente de la habitación, bajo el
volumen del celular y aguzo los oídos para ver si vuelve a
escucharse, pero no sucede. Pensando que fue algo que se
cayó, vuelvo a subir el volumen y comienzo ahora a cantar
como loca la siguiente canción.
Salgo de la bañera cuando la batería del celular se agota,
me enredo en una toalla morada y me pongo una más chica
en la cabeza, para envolver mi cabello. Cuando tomo el
pomo de la puerta del baño siento un extraño escalofrío.
—Tranquilízate, Aisa, no tienes por qué estar asustada.
No sé por qué estoy tan nerviosa; no debería, sé que no
hay nadie en la casa. As podría infiltrase sin problema, pero
su presencia no me causa miedo ni nada parecido. Bueno…
sí me da miedo, pero la clase de miedo que siento en estos
momentos es como un presentimiento de que algo malo va
a pasar.
Tomando una bocanada de aire, giro el pomo y abro la
puerta lentamente. Los goznes rechinan de manera
espeluznante, y aumentan así mi ritmo cardiaco. La
habitación se encuentra a oscuras y no recuerdo haber
apagado la luz. Sujeto con fuerza la toalla sobre mi pecho y
voy a encender la luz, una vez que queda iluminada me
tranquilizo un poco más. Miro a todo mi alrededor y no veo
nada extraño. Decido ponerle el seguro a la puerta de la
habitación, solo por si acaso, y me cercioro de que las
ventanas también estén bien cerradas. Las dejaba abiertas
por si As venía, pero a estas alturas es obvio que eso no
sucederá.
Me apresuro a ponerme el pijama y me meto bajo las
cobijas, pongo mi celular a cargar y después pongo música.
Casi de inmediato, entra una llamada. El tono de timbre
resuena en toda la habitación; la pantalla prende y apaga
siguiendo su ritmo. Lo tomo con manos temblorosas y
contesto.
—¿Hola? —Espero a escuchar respuesta, pero nada
sucede—, ¿Amanda? ¿América? ¿Zac? —Espero que alguno
de mis tontos amigos me esté haciendo una broma al
reproducir una escena tan cliché, pero esta escena cliché
logra ponerme los pelos de punta cuando del otro lado solo
escucho una pesada respiración.
Corto de inmediato la llamada y veo el número que
marca como privado. Me hago bolita debajo de las cobijas y
me tapo hasta la cabeza, en tanto me cercioro de que ni un
solo agujero quede sin cubrir. Es estúpido, pues de ninguna
manera eso me ayuda, pero sí logra mantenerme más
tranquila.
Los minutos pasan y yo mantengo mis ojos pelados como
lechuza. Mis sentidos están pendientes de cada pequeño
sonido, y hasta me asusto yo sola con mi propia respiración.
Vuelvo a saltar cuando se escucha un pitido que proviene de
mi celular. Miro la pantalla y compruebo que me ha llegado
un mensaje de Zac.

Zac _ 11:30 pm ¿No has cambiado de opinión?


Puedo ir por ti ahora si deseas.

Aisa _ 11:30 pm ¡Estoy bien, gracias!


Además, ya es muy tarde.

Zac _ 11:31pm El ambiente apenas comienza a ponerse


bueno.
Amanda y América también quieren que vengas.

Aisa _ 11:31 pm Estoy cansada y quiero dormir.

Zac _ 11:32 pm No es divertido si no estás acá con


nosotros,
¿segura que no quieres venir?

Aisa _ 11:32 pm No, pero ustedes diviértanse.

Zac _ 11:33 pm Bueno, no dudes en llamar si necesitas


algo ;)
Te quiero.

Aisa _ 11:33 pm :)

Ya un poco más tranquila, trato de dormir mientras sigo


escuchando mi música. Canto en mi cabeza, mientras siento
cómo el sueño poco a poco comienza a apoderarse de mí.
Un rato después, me remuevo con incomodidad sobre la
cama al tener un extraño presentimiento. Abro los ojos,
pesados todavía, y veo la hora en la pantalla de mi celular:
«00:45».
La música suena en la silenciosa habitación. Trato de
mover mi mano para tomar el celular y apagarlo, pero me
detengo, pues ni mis manos ni ninguna parte de mi cuerpo
me responde. Tengo la sensación de estar siendo observada
y siento una presencia extraña en la habitación. Escucho el
sonido de pasos justo a los pies de mi cama. Trago con
dificultad antes de abrir la boca.
—¿A-América? —Mi voz apenas logra salir, y suena
demasiado temblorosa—. ¿Has vuelto?
No obtengo respuesta, pero la respiración se me corta
cuando la habitación se sumerge en una oscuridad
abrumadora. No se ve siquiera el reflejo de las luces de las
lámparas de afuera, es como si hubiera ocurrido un apagón.
De pronto, la cobija que me cubre comienza a deslizarse
sobre mi cuerpo desde la parte de mis pies, dándome un
susto de muerte. Empiezo a temblar, y mi respiración es tan
acelerada, que me cuesta respirar.
Me quedo inmóvil cuando siento que mi cabeza ha
quedado al descubierto. Hay un bulto al pie de la cama, una
figura humana que, aunque no puedo distinguirla, puedo
sentir cómo me mira. Mi agitada respiración es lo único que
logra escucharse en la habitación. Cuando mis ojos
comienzan a acostumbrarse a la oscuridad, logro distinguir
una máscara, una igual a la de As.
—As, ¿eres tú?
Con la espera de escuchar su sonrisa cínica y burlona,
me quedo mirándole fijamente, pero la persona que está ahí
no emite ningún sonido, y yo estoy segura de que no es As,
porque él no actúa de esta manera. No logro ver sus ojos,
pero puedo sentir su mirada, una sumamente hostil. Trato lo
mejor que puedo de apreciarle mejor, pero no logro ver
mucho, debido a que va todo de negro; sin embargo, logro
darme cuenta de que esta persona es mucho más baja de
estatura que As. Al darme cuenta de a quién pertenece esa
figura ante mí, el miedo que siento poco a poco comienza a
disiparse y la ira lo sustituye.
—Eres el asesino… —digo con tono acusador, y una muy
apenas perceptible risa se escucha.
Todo mi ser se siente perturbado, el miedo intenta
inmovilizarme, pero tomo fuerzas y me reclino, solo para
segundos después soltar un fuerte grito al ver cómo la
figura se mueve a una velocidad increíble hacia mí.
Salto fuera de la cama y trato de alejarme, pero su mano
se enreda en mi cabello y me hala hacia atrás. Caigo y me
golpeo en la espalda baja con mucha fuerza. Un quejido de
dolor se escucha en toda la habitación. Cierro los ojos ante
el fuerte agarre que mantiene, obligándome a inclinar la
cabeza hacia atrás. Intento tomar sus muñecas para aflojar
el agarre. Clavo las uñas en su piel, pero parece no
afectarle. Mi fuerte respiración me ensordece, pero trato de
controlarme al ver que el asesino no se mueve.
—No vas a salirte con la tuya. Pagarás por todo lo que
has hecho —digo con furia. Él sigue sin emitir palabra
alguna. Me remuevo, tratando de liberarme, pero ejerce
más presión sobre mi cabello. Me alerto cuando se escuchan
voces y el sonido de pisadas que suben por las escaleras.
—¿Aisa? —la voz de Ágata se escucha. En un instante el
asesino me suelta y brinca sobre mí para después dirigirse
hacia la ventana.
Intento detenerlo, y hasta saco medio cuerpo por la
ventana, pero no logro tocarle, pues él se desliza con
increíble rapidez, para fundirse con la oscuridad de la
noche. La luz vuelve y mis ojos se ciegan por unos
segundos. La puerta de la habitación se abre y los padres de
América aparecen, y se muestran sorprendidos al verme
con medio cuerpo fuera de la ventana. Miro hacia el otro
lado de la calle: no se distingue nada, solo sombras en la
oscuridad; pero sé que continua ahí, observándome y
burlándose.
—¿Qué estás haciendo? —cuestiona Ágata. Me
reincorporo, cierro la ventana y pongo el seguro.
—Solo tomaba el fresco. —Ambos me miran extrañados,
algo preocupados.
—¿Está todo bien? —pregunta el señor Carlos, y por
largos segundos solo los miro. Sé que debo decirles lo que
acaba de pasar, pero decido no hacerlo.
—Sí...
—No vuelvas a apagar todas las luces de la casa; nos
asustamos al ver todo oscuro. Además, te escuchamos
gritar y nos preocupamos, ¿qué fue lo que sucedió?
—Oh, me golpeé la cabeza al sacarla por la ventana —
miento.
Tal vez estoy actuando como una estúpida, pero
asustarlos no servirá de nada. Ahora la policía no me da
confianza. Creo que incluso ellos están involucrados de
manera extraña en el caso de As. No puedo decirles nada
del asesino impostor o me someterán a otro interrogatorio
sobre cómo llegué a dicha conclusión, y no quiero mover el
asunto de manera que se incline hacia As, porque entonces
mis posibilidades de verlo disminuyen.
—Ya veo. —Una sonrisa divertida se pinta en el rostro de
ambos—. Debes tener más cuidado.
—Sí. —Nosotros nos iremos a dormir. Ya es tarde y
venimos muy cansados. Tú deberías descansar también.
—Sí, buenas noches.
Con una sonrisa se despiden, y cuando la puerta se cierra
me giro y miro hacia afuera a través de la ventana. Me llevo
una gran sorpresa cuando veo la misma silueta que me ha
atacado minutos atrás; está recargado sobre la pared al otro
lado de la calle. Sigo sin poder ver su rostro, pero tengo la
sensación de verle sonreír. Me hace una seña, como si me
saludara, pero se burla de mí. Sigo sus movimientos hasta
que desaparece de mi vista y se pierde en la oscuridad de la
noche.
Estoy muy angustiada, no solo por el enojo o por el
propio susto, sino por las cosas que he descubierto, como el
hecho de que él supiera en qué momento llegar, lo que
significa que me vigila, y eso me confirma que no eligió a mi
familia al azar; él nos había estado acechando. Planeó con
antelación su muerte; ¿también planeó el dejarme con vida?
Me alejo de la ventana, no sin antes cerciorarme de que
esté bien cerrada. Todavía no entiendo cómo entró. Yo
estaba segura de haber cerrado todo correctamente.Mis
rodillas chocan entre ellas debido al temblor que invade mi
cuerpo al darme cuenta de que él no entró por la ventana,
sino por la puerta principal. ¿Habrá estado aquí antes? Me
aterra darme cuenta de que puede hacerle daño a América
y a su familia en el momento en que se lo proponga.
Queda claro que estamos a su merced, y aun no logro
entender por qué no intentó matarme. La oportunidad la
tuvo cuando estaba dormida, y aún después de estar
despierta, siempre me tuvo en sus manos, ¿qué es lo que
busca de mí? ¿qué es lo que espera?
Cuando lo identifiqué como el asesino de mi familia soltó
una risa burlona. Es obvio que está jugando conmigo. Es
como si me dijera que me puede hacer conmigo lo que le
plazca y no puedo evitarlo ni hacer nada contra ello.
¿Será que he cometido un error al no decirles la verdad a
los padres de América? Miro mis manos, y recuerdo que lo
rasguñé, si en estos momentos fuera a la policía podrían dar
con él. ¿Fue descuidado o sabía que no diría nada?
—¿Cómo podría saberlo? —Necesito ver a As. Debo
comentarle lo sucedido; mis sospechas y todas las dudas
que me han surgido.
 
—Qué bueno que no fuiste a la fiesta —me dice Amanda
mientras se refriega los ojos; estamos en su habitación,
pero ninguna de las tres tiene muchos ánimos para una
buena plática. Ellas están desveladas y yo demasiado
ansiosa por encontrarme con As.
—Fue horrible —se queja América hundiendo su rostro en
sus brazos.
—¿Por qué?
—Estaba lleno de chicos —contesta Amanda—, parecía
que todo el instituto estaba ahí. No se podía ni caminar
bien.
—Algunos se pasaron de copas, terminaron vomitando y
haciendo un batidero. —América arruga la nariz mientras
habla—. Olía asqueroso.
—Terminamos perdiéndonos y estuvimos muy buen rato
separados sin poder encontrarnos; de hecho, no pudimos
encontrar a Zac. Hubo un momento en el que simplemente
se esfumó y no supimos dónde quedó. Intenté llamarle, pero
su celular mandaba a buzón. 
—Suena terrible —digo sin verdadero interés—. ¿Y dónde
está Zac ahora?
—No lo sé, ya no lo he visto desde ayer.
—Aunque de tanto desastre salió algo bueno. —América
sonríe de manera insinuante a Amanda, quien suelta un
soplido de fastidio.
—Ya deja eso, América, te dije que no tiene relevancia.
—Pues por lo que vi, diría que es todo lo contrario.
—Viste mal, ya te lo dije.
—¿Qué sucede? —pregunto curiosa.
—¡Amanda conoció a un chico! —responde América con
exagerada alegría—, y es muy guapo. Hacen muy buena
pareja.
—Oh, ¿en verdad? —miro a Amanda, asiente y sonríe por
lo bajo. Puedo notar un leve rubor en sus mejillas, pero
intenta ocultarlo.
—Solo platiqué con él por unos minutos. No fue para
tanto.
—Pero te digo que se le notaba lo mucho que le gustas.
—Estás exagerando.
—¿Cómo se llama? —pregunto.
—No recuerdo. Realmente no tiene importancia, así que
dejemos el tema.
—¡Eres tan aburrida, Amanda! —chilla América y
omienzan a discutir sobre el tema, pero no les presto mucha
atención. Toda mi mente está sumergida en los recuerdos
del día de ayer. Necesito ver a As para decirle lo que ha
sucedido.
Por la noche, después de cenar, les digo a América y a
sus padres que estoy muy cansada y subo a la habitación a
dejar todo listo para mi escape. América sube unos minutos
después y me pregunta si estoy bien, le digo que sí, y
después, con una gran sonrisa, comienza a bombardearme
con preguntas sobre Zac. De todos creo que es ella quien
más desea que su primo y yo estemos juntos.
—Ya te dije que ahora no quiero pensar en eso —le digo
antes de apagar la luz y correr hacia mi cama.
—Pues deberías. —Se acomoda sobre su cama de
manera que queda muy cerca de la mía y así poder platicar. 
—Tengo muchas cosas mejores en las que pensar.
—¿Como hacer justicia por la muerte de tu familia?
—América, no empecemos.
—¿No crees que a ellos les gustaría verte feliz?
—Es difícil pensar en ser feliz cuando ellos no están aquí.
—Lo sé, créeme que te entiendo. Me sentiría igual si algo
les pasara a mis padres, pero… también sé que ellos
querrían que siguiera con mi vida. Ser infeliz no cambiará
las cosas. Es hora de que dejes el pasado atrás, de que
comiences a vivir tu presente y veas por un buen futuro.
Ni siquiera sé si quiero un futuro.
—Es lo que intento hacer, pero mientras el asesino esté
suelto no podré pensar en un futuro.
—Solo ten paciencia, ya verás cómo van a atraparlo. —
América suelta un bostezo y me sonríe antes de cerrar los
ojos—. Buenas noches, Aisa.
—Buenas noches...
Cuando me aseguro de que está bien dormida, me
levanto, me pongo los zapatos y tomo una pequeña
mochila. Abro la ventana con mucho cuidado y me deslizo
hasta el suelo. Sin perder más tiempo comienzo a correr en
busca de As.
Jadeante y acalorada llego al hospital pasada la
medianoche. Al observar el edificio me doy cuenta de que
es un lugar en verdad escalofríante, hasta comienzo a
cuestionarme como estuve viviendo aquí como si nada.
Saco la lámpara de mano que guardé, tomo aire y me
interno en el edificio, depronto comienzo a correr por los
pasillos porque mi mente me juega malas bromas y siento
que monstruos y fantasmas me persiguen. Cuando veo la
puerta de la habitación de As me abalanzo y entro haciendo
un estrepitoso ruido.
—¡As! —La situación se pone peor cuando me doy cuenta
de que la habitación está vacía.
Aluzo de rincón en rincón: todo está lleno de polvo y se
ve tan abandonado como el resto del hospital. No hay señas
de que alguien hubiera estado viviendo aquí. Me dirijo a la
habitación continua, siento un fuerte golpe en mi pecho
cuando veo todas mis cosas sobre la cama. Camino hasta
ella y tomo en mis manos mi katana.
As se ha ido.
Se ha ido y ha dejado mis cosas, lo que significa que él se
ha desprendido de mí por completo. Ahora las posibilidades
de volver a verlo son mínimas. Algo dentro de mí duele ante
tal idea.
—Serás idiota, Aisa —me regaño mientras me siento en
la cama, toda polvorienta.
Con gran decepción tomo mis cosas y voy a casa de mis
padres, las dejo en mi habitación y después vuelvo a casa
de América. Trepo por las enredaderas y cuando cruzo la
ventana reprimo un grito al encontrarme con un par de
pantuflas de conejito. Trago en seco y subo la mirada para
toparme con el semblante enojado de América.
—¿Dónde estabas? —pregunta muy molesta.
—A-América.
—¿Tienes idea de lo asustada que estaba cuando
desperté para ir al baño y no te vi?
—¡Lo siento!
—¿A dónde fuiste en plena madrugada?
—Yo no podía dormir y fui a dar una vuelta.
—¿Es que te falta un tornillo? ¡Hay un maldito asesino
allá afuera y tú sales sola a dar un paseo en plena
madrugada!
—¡Ya, lo siento!
—Tienes suerte de que aún no les dijera a mis padres o
ahora tendrían a la policía buscándote como idiotas por
todos lados. —América inhala y exhala para calmarse, y
después me mira con detenimiento—. Si solo fuiste a
caminar, ¿para qué llevar una mochila? ¿Y de dónde sacaste
esa espada?
—A-ah, es que fui a mi casa por ella. Mi padre me la
regaló.
—¿No pudiste esperar a que amaneciera?
—No podía dormir y quise aprovechar.
—No vuelvas a hacerlo. —Un poco más tranquila, se mete
de nuevo bajo las cobijas.
—Lo siento.
—Ven a dormir, y por favor, ya no hagas cosas que
provoquen que casi me infarte. 
Aunque intento dormir, me es imposible hacerlo, pues mi
mente no deja de bombardearme con mil pensamientos.
Quiero saber si As se ha ido de la ciudad; quiero saber si no
dudó tan siquiera un poco al dejarme atrás; quiero saber si
al menos una sola vez al día piensa en mí.
Sé que debo hacerme a la idea de que no está y no
estará más. Sé muy bien que debo comenzar a ver por mí y
las personas que me rodean, que debo retomar mi vida y
seguir... Pero es difícil hacerlo mientras pienso que tengo
algo que no merezco: la amabilidad de la familia de América
y el cariño de mis amigos.
Estar con ellos me provoca una amarga felicidad.
Mientras que la compañía de As era como una merecida
condena; una dulce agonía que me acompañaba en mi
descenso al más denso abismo mental. ¿Qué es lo que está
tan mal conmigo? ¿Por qué no solo puedo continuar y ya?
 

La semana pasa sin ningún contratiempo, sigue sin haber


nuevos casos y la gente comienza a celebarlo. Yo sigo
pensando en As, en el impostor y su visita. He tratado de
pensar en un posible sospechoso, pero no viene a mi mente
nadie que quisera hacerle daño a mi familia o a mí.
El sábado por la mañana, tras despertar y bajar a la sala,
me encuentro con América, sus papás, Zac y Amanda. Todos
sonríen ampliamente como si quisieran decirme sin palabras
que todo está bien porque ellos están aquí para mí.
—Hey, bella durmiente —me saluda Zac, mientras
camina hasta mí para darme un beso en la mejilla.
—Hola, Zac.
—Cariño, ve a darte un baño, cámbiate y después baja a
desayunar —dice Agata, y sin decir nada le obedezco. Una
vez que estoy más o menos presentable vuelvo a bajar.
Todos me miran de manera extraña y me siento incómoda.
—¿Qué? —los miro, expectante.
—Te tenemos una sorpresa —dice Amanda con una gran
sonrisa.
—¿Una sorpresa? ¿Qué es?
—Sabemos que estás teniendo días difíciles y que aún te
cuesta mucho adaptarte a tu nueva vida —habla el señor
Carlos—, así que deseamos que te distraigas un poco y te
relajes estando alejada de todo el bullicio de la ciudad. —
Los miro sin entender a dónde quieren llegar.
—¡Nos iremos de viaje! —exclama América.
—¿De viaje? —cuestiono—. ¿A dónde iremos?
—¿Recuerdas la reserva natural a la que siempre
quisimos ir de pequeñas? —pregunta Amanda con gran
emoción—. ¡Iremos ahí! Tienen cabañas cerca de un lago,
hay muchas actividades al aire libre, y lo que es mejor es
que toda la zona está vigilada, así que no tendremos que
preocuparnos.
—Suena genial...
«¡Que no se note el desánimo!».
Un rato después todos subimos a la camioneta familiar y
partimos a nuestra aventura lejos de la civilización.
Me pregunto dónde y qué estará haciendo As.
A pesar de que en todo el camino no hago más que
quejarme para mis adentros, siendo un completo costal de
amargura, me basta con solo mirar la reserva para que todo
cambie. De inmediato mi semblante cambia. Siento mis
ánimos elevarse al ver la maravilla de lugar que nos rodea.
Está de más decir que hay miles y miles de árboles a
nuestro alrededor. Se siente todo tan tranquilo y transmite
una paz liberadora. El auto se detiene y salgo casi con
urgencia. Miro a mi alrededor, después al cielo, y con los
ojos cerrados, aspiro con ímpetu para llenar mis pulmones
de aire fresco. Sí, tan liberador.
—¡Es realmente hermoso! —exclama América, que hace
lo mismo que yo.
—Lo es.
El lugar está algo solitario por el hecho de que es
temporada escolar y por eso no hay muchas familias, pero
supongo que así es mejor; tendremos el lago para nosotros
solos.
Las cabañas son pequeñas y solo hay dos camas en cada
una de ellas, así que América y Zac dormirán en una,
Amanda y yo en la otra, y los padres de América en una
tercera. Nos instalamos, comemos y después damos un
paseo al bosque. La verdad es que es tan imponente que es
imposible no sentir cierto miedo; pero me recuerdo a mí
misma que es un lugar vigilado y que no hay nada que
temer.
Después de caminar casi por una hora llegamos a una
especie de mirador, desde donde se puede apreciar un
hermoso paisaje. Allí, las chicas me convencen para que
salte de la tirolesa. Gritos y risas se me escapan mientras
me deslizo por una cuerda sobre un gran vacío, con una
altura de más de treinta metros. Por un momento me olvido
de todo y me concentro solo en disfrutar de lo que me
rodea, en pasarla bien con la gente que tengo, que me
quiere y desea lo mejor para mí. Incluso llego a pensar en
olvidarme de As, en hacer como si nunca lo hubiera
conocido o como si solo hubiera sido parte de un extraño
sueño. Después de un agotador día lleno de actividades,
volvemos al campamento y cenamos al aire libre, alrededor
de una fogata.
—Creo que es hora de ir a dormir —dice el señor Carlos
poniéndose de pie y ayudando a su esposa a hacer lo
mismo.
—Nosotros nos quedaremos un poco más —dice América.
—Solo un rato más; no quiero que estén afuera después
de medianoche. —Los papás de América desaparecen
dentro de su cabaña y Amanda le da una mirada cómplice a
América.
—Quiero enseñarte algo —dice, poniéndose de pie— ven,
vamos.
—Oh, claro. —Ambas se levantan y desaparecen en la
cabaña que América comparte con Zac.
—Esas dos no saben disimular —digo con una sonrisa.
—Lo sé. —Un silencio agradable nos envuelve a Zac y mí.
Me dejo caer sobre el pasto y clavo mis ojos sobre el
hermoso e infinito universo; gracias a la oscuridad pueden
apreciarse millones de estrellas. Es un espectáculo tan
digno de ver.
—Es hermoso —le digo a Zac cuando se acuesta a mi
lado.
—No más que tú.
Puedo sentir la intensidad con la que me mira, pero me
esfuerzo por no mirarlo yo a él. No dice nada por unos
cuantos minutos, pero después comienza a señalarme
algunas constelaciones y a decirme de sus orígenes y
significados.
—La constelación de Andrómeda es mi favorita. Según
cuenta la leyenda, Andrómeda era la hija de Casiopea y
Cefeo. Su madre estaba tan orgullosa de su belleza, que
llegó a decir que era la más bella de todas las Nereidas.
Ofendidas, estas se quejaron con el Dios Poseidón y él envió
al monstruo Cetus para destruir el reino de Casiopea. Para
salvar a su reino, el oráculo de Amón les mandó sacrificar a
su hija Andrómeda para serenar al monstruo. Así que la
ataron a una roca cerca del mar y fue ofrecida como tributo
a Cetus. Pero entonces, Perseo apareció para destruir al
monstruo y rescatarla. Después de eso, Perseo y
Andrómeda se casaron y tuvieron nueve hijos. Cuando
Andrómeda murió, la diosa Atenea la colocó en el cielo y la
convirtió en una constelación.
—¡Qué historia tan increíble! Un poco perturbadora, pero
increíble.
—Lo es.
—Hasta ahora, la única constelación que puedo ubicar
con facilidad es la de Orión. Es muy llamativa y fácil de
distinguir.
—Es verdad, por eso es la más conocida.
—No sabía que supieras tanto de estas cosas, me has
sorprendido.
—Observar el cielo es de mis pasatiempos favoritos.
Tengo un gran telescopio en mi habitación, así que cuando
quieras puedes ir a mi casa a ver las estrellas.
—Me encantaría.
—Por cierto, Andrómeda significa mujer que lo puede
todo. Me recuerda a ti.
—No creo que yo lo pueda todo…
—Eres fuerte y valiente. Sé que podrás y en caso de que
no… yo te ayudaré. —Sonrío en agradecimiento.
—Ya pasa de la medianoche, ¿deberíamos ir a dormir?
—Sí, deberíamos. —Zac se pone de pie y me ayuda a
hacer lo mismo.
Regresamos a las cabañas y descubro que Amanda aún
no regresa. Sin tomarle importancia, me quito la ropa para
ponerme mi pijama, pero cuando apenas lo voy a hacer,
escucho que la puerta se abre con demasiada cautela.
—Amanda, aún estoy despierta.
Deslizo el short por mis piernas y enseguida libero un
jadeo al sentir una gran mano sobre mi boca. Me remuevo,
pero me quedo quieta al sentir la fría sensación del metal
contra mi piel. Es una sensación tan conocida, que no tardo
en darme cuenta de que sé que se trata de un cuchillo. Aún
no me he puesto la parte de arriba del pijama, por lo que mi
abdomen y pecho están desnudos. Una mano enfundada en
un guante negro de piel me acaricia y traza las cicatrices.
—Hola otra vez —escucho su ronca voz, y todo dentro de
mí se estremece. 
24
Zac, Aisa y As

Aisa

Cada rincón de mi cuerpo se perturba ante las caricias


impartidas por el asesino, solo que en esta ocasión la
sensación no es agradable, sino todo lo contrario; quiero
moverme, pero mi cuerpo no recibe las señales que mi
cerebro manda, y no me permite emitir sonido alguno,
aunque en realidad no sé si deseo que alguien venga o no.
—Deseo saber cómo te has hecho estas heridas —dice
suavemente a mi oído, con una voz distorsionada que oculta
su voz real—. Me enoja saber que alguien que no soy yo te
ha hecho sufrir.
—M-maldito... —Mi voz sale más temblorosa de lo
esperado, ríe y comienza a jugar con mi cabello, mientras
mueve mechones con el cuchillo—, ¿cómo te atreves a
seguirnos hasta aquí?
—¿Quieres que la diversión sea solo para ti? Vamos, no
seas egoísta. Estoy demasiado ansioso de poner mis manos
sobre ti como es debido.
—¿Qué es lo que quieres de mí? —Comienzo a encontrar
valor. El odio que siento por su existencia hace que el miedo
se vaya disipando.
—De ti nada. Solo eres el medio por el cual lograré lo que
quiero.
—Si no quieres nada de mí... ¿por qué mataste a mi
familia?
—Parte del procedimiento. —dice e intento girarme para
encararlo, pero de inmediato pone el cuchillo en mi cuello.
Este no es As y no puedo arriesgarme a que me mate, así
que me quedo quieta—. Tranquila, no querrás que te mate
antes de tiempo...
—Tal vez sí quiero. —Vuelve a reír.
—Pero no quieres que tu nueva familia muera, ¿no es
cierto? —Me tenso ante sus palabras; la sola idea de volver
a perder a alguien más, es insoportable—. Ahora escúchame
bien: mañana por la noche, cuando ya todos estén
dormidos, te internarás en el bosque e irás a las siguientes
cabañas; están a tres kilómetros de aquí. Estaré
esperándote. Si no vas, lo pagarás muy caro. Y si te atreves
a decir algo o llevar a alguien… tu nueva familia morirá,
¿entendiste? —Asiento levemente y su agarre se afloja.
Caigo al suelo cuando me empuja con fuerza y
desaparece detrás de la puerta en un rápido movimiento.
Estoy temblando y las lágrimas se deslizan por mis mejillas.
La desesperación y la maldita impotencia corren por mis
venas como un corrosivo veneno que me desgarra por
dentro.
El mayor de mis miedos es que le haga daño a las
personas que me quedan, pero lo que más odio es percibir
mi propia existencia como algo inútil y sin motivo que solo
genera problemas. Por eso no quiero estar con ellos. Por eso
quiero irme.

Prefiero el dolor de la soledad,


que vivir con el constante miedo a perderlos.

Me siento tan estúpida e inservible en esta situación, que


comienzo a llorar solo de coraje. Tras un profundo y largo
suspiro miro hacia la ventana, camino hacia ella y me
asomo a la oscura naturaleza. Limpio mis lágrimas y pongo
una expresión neutral, pues me siento observada.
Me recuerdo que el objetivo por el cual salí de casa de
América la primera vez fue para enmendar mi supuesto
error de dejar con vida a As y de paso hacer esa justicia que
las autoridades no son capaces de hacer, por ello estuve
entrenando con As después de saber la verdad sobre el otro
asesino. Tal vez mi entrenamiento no fue mucho, pero la
próxima vez lo pondré en práctica, porque no me voy a
dejar matar por un impostor.
«Si voy a morir, será en manos de As».
Lo que no entiendo, y me causa demasiada angustia, es
la duda de saber cómo rayos sabía el asesino que estaba en
este lugar. ¿Será que me vigila todo el tiempo? ¿Por qué?
Dijo que no quiere nada de mí, pero entonces... ¿qué es lo
que quiere? Trato de hacer memoria para ver si recuerdo a
alguien sospechoso que esté cerca de mí, pero no puedo
pensar en nadie. Para mi cerebro es más fácil creer que es
alguien que solo me observa y no alguien que está cerca de
mí.
Salto en mi sitio cuando la puerta se abre, y una muy
sonriente Amanda entra, me mira y su sonrisa se esfuma.
Ahora me doy cuenta de lo débil y asustadiza que soy. ¿Así
pretendo enfrentarme a un asesino?
—Aisa, estás pálida, ¿te sientes bien?
—Sí, solo me asustaste.
—Oh, lo siento. —Su mirada cae sobre las cicatrices en
mi abdomen, entonces recuerdo que sigo medio desnuda,
así que me apresuro a cambiarme.
—¿Por qué reías? —pregunto para cambiar el tema.
—De las tonterías que dice y hace Zac.
—Ya veo. —Esbozo una sonrisa.
—¡Muero de sueño, a dormir! —exclama, y se deja caer
en su cama.
 

Por la mañana todos nos enfrascamos en nuestras


actividades al aire libre; los padres de América se van a
hacer una caminata por el bosque y no puedo evitar
preocuparme al saber que el asesino nos acecha. No puedo
estar tranquila, cualquier cosa me altera y pone paranoica.
—¡Aisa, despierta! —escucho gritar a Amanda antes de
que la pelota me pegue en la frente. Todos ríen y yo bufo,
mientras me sobo la zona adolorida.
—¡No es gracioso! —digo, y arrojo la pelota a Zac—. Ya
me aburrí, hagamos otra cosa.
—¿Cómo qué?
—No lo sé, pero no quiero estar más en el agua.
—Bien, veamos qué se nos ocurre. —En cuanto salimos
del agua, Amanda y América se pierden. Zac me mira con
una sonrisa divertida, se la devuelvo y camino a su lado por
la orilla del lago.
—Ellas en verdad se empeñan —dice con una risita.
—Sí que lo hacen. 
—¿Estás bien? Te vez algo ojerosa y pálida.
—Anoche no dormí muy bien.
—¿Pasó algo?
—Tuve una pesadilla...
—¿Quieres contarme?
—No...
—Bien, no voy a obligarte.
Seguimos caminando hasta que nos alejamos lo
suficiente de las cabañas como para perderlas de vista.
Todos mis pensamientos giran en torno al asesino impostor
y la cita que ahora tengo con él. ¿Qué es lo que planea?
—Aisa… —La caricia en mi mejilla me trae de vuelta.
Noto cómo Zac me mira preocupado y limpia las lágrimas
que, sin darme cuenta, dejé escapar.
Lo miro sus ojos muestran toda esa preocupación y todo
el cariño que siente por mí. Suelto un sollozo cuando me
atrae hacia él y me abraza con mucha dulzura. El abrazo me
cae de maravilla y me aferro a su espalda en busca de un
poco de seguridad.
—Todo va a estar bien. —Acaricia mi espalda.
Sé que no es así, pero le agradezco el apoyo que me da.
Después de sacar toda la frustración mediante lágrimas, me
alejo un poco de Zac y le doy una sonrisa tímida. Estoy
consciente de lo ridícula que me he de ver con los ojos
hinchados y la nariz roja.
—Aisa. —Zac dice mi nombre en un susurro y miro a sus
ojos.
—¿Sí?
—¿Recuerdas el beso que te di en la cafetería?
—Sí…
—No lamento haberlo hecho, pero sí lamento la forma en
que lo hice. Me dejé llevar por mis emociones.
—Sí, fue demasiado sorpresivo.
—¿En verdad? Siempre creí que sabías de mis
sentimientos por ti.
—Bueno… tú mismo dijiste que soy distraída.
—¿Puedo confesarte algo?
—Claro.
—Seguido entro en conflicto conmigo mismo, porque
quiero ayudarte y no sé bien cómo hacerlo. No sé si hablar
sobre tu familia o evitar por completo el tema.
Muchas veces he pensado en lo incómodo que puede ser
para ellos mi situación, así que yo misma evito hablar
mucho del tema. Saber el cómo se siente Zac me ayuda un
poco a entender el verdadero sentir de aquellos que me
rodean.
—Agradezco tanto tu sinceridad. —Acaricio su mejilla—.
La verdad es que ni yo misma lo sé. No quiero molestarlos
hablando de mis desgracias, pero a veces tengo la
necesidad de hacerlo, porque sigo sin saber cómo superarlo.
—Todos entendemos que no es algo fácil de superar.
Duele y seguirá doliendo por mucho tiempo, pero yo quiero
ayudar a que ese dolor sea un poco más llevadero.
—Lo haces, tú y las chicas ayudan a que sea más fácil de
soportar.
—Lo sé, pero… quiero cuidarte de una manera más
especial. Tal vez este no es el mejor momento, pero sabes lo
mucho que te quiero. Deseo ser un apoyo para ti, que
confíes en mí y abras tu corazón conmigo. Quiero ser el
primero en quien pienses cuando necesites consuelo y
refugio. —Sus brillantes ojos le dan un vuelco a mi corazón
—. ¿Puedes aceptarme? —No sé qué contestar a eso. Zac
me gusta, pero no de la forma en que le gusto yo y siento
no merecerlo.
Mientras me pierdo mirando sus ojos y cavilando entre lo
que deseo y lo que debo hacer, Zac se inclina hacia mí y me
besa. Cierro los ojos con fuerza y apenas muevo los labios.
Me sujeto de sus brazos a la vez que él me rodea y me atrae
más hacia sí. Sus besos me llenan de ternura y me
trasmiten un sinfín de sentimientos, sentimientos que no
logran alcanzarme.
Me siento culpable y me reprendo a mí misma al
encontrarme comparando la forma de besar de Zac con la
de As; son tan distintos en tantas formas. As no sabe de
ternura y ahora sé que tampoco tiene sentimientos; aun así,
sus besos me hacen sentir más… mucho más, y solo lo besé
una vez.
—Permíteme cuidar de ti —susurra sobre mis labios. Lo
miro por largos segundos, y mandando lejos todo
pensamiento sobre As, asiento y me gano una gran sonrisa
por su parte. No sé si he tomado la decisión correcta. Ni
siquiera sé algo sobre tomar buenas decisiones, pero
necesito tener un punto de apoyo para impulsarme y tratar
de comenzar de nuevo.
Caminamos por otro rato más y, pasado el mediodía,
regresamos a las cabañas. Zac toma mi mano y no la suelta
en todo el camino. Me siento muy avergonzada cuando
llegamos y todos nos miran con curiosidad. Él sonríe y
asiente ante las miradas. Todos chillan y aplauden nuestra
relación, en especial América, que se lanza a mis brazos.
—¡Por fin! —dice mientras me zarandea—. Ahora podré
llamarte prima.
—Sabía que terminarían juntos —dice Amanda con
mirada aprobatoria.
—Zac —el señor Carlos habla—, eres mi sobrino y sé que
eres un buen chico, pero Aisa es ahora también mi hija, así
que no la hagas sufrir ni le faltes al respeto. —Mis mejillas
se ponen rojas y Zac sonríe con nerviosismo.
No puedo evitar preguntarme cómo habrían reaccionado
mis padres ante la idea de que Zac sea mi novio. A ellos les
caía bien; tal vez también se hubieran alegrado. Por la
noche Amanda, América, Zac y yo nos encerramos en
nuestra cabaña a jugar cartas, pero como imaginaba, en un
momento del juego las chicas inventan un estúpido pretexto
y salen de la cabaña para dejarnos solos. Zac y yo reímos,
divertidos.
—No cambian —dice mientas se levanta del suelo y me
da la mano para que haga lo mismo.
—No sé qué es lo que pretenden —digo, y camino hacia
la ventana para cerrarla, pero cuando me asomo a la
oscuridad de la noche tengo la misma sensación de ser
observada.
—¿Estás bien? —pregunta Zac, mientras viene hacia mí.
—Sí, ¿por qué?
—No lo sé, pareces preocupada.
—Es solo que la oscuridad me asusta. —Antes de
abrazarlo, hundo mi rostro en su pecho, me abraza de
inmediato y nos quedamos solo así, sin decir nada,
abrazados en medio de la habitación.
Admito que estar con Zac es agradable: me transmite
una sensación de calidez, pero me siento muy mal, porque
mis sentimientos no son recíprocos… quiero creer que con
el tiempo podré corresponderle de la misma manera. No sé
cuánto tiempo pasamos abrazados, pero nos separamos
cuando la puerta se abre y América aparece con una sonrisa
malvada.
—¿Qué pasa? —pregunto algo desconfiada.
—Amanda se ha quedado dormida en tu cama, primito. —
Hace un curioso mohín. 
—Pues despiértala —dice él, muy simple.
—No puedo hacer eso.
—¿Y entonces dónde voy a dormir?
—Si Amanda está en tu cama, puedes dormir tú en la
suya, ¿no? — América ríe con malicia antes de
desaparecerse otra vez. Zac y yo nos miramos y ambos nos
sonrojamos.
—Mañana hablaré con ella —digo, cruzándome de brazos.
—Si te incomoda que duerma aquí puedo hacerlo en una
casita de campaña —dice, sobándose la nuca.
—Claro que no, puedes dormir en la cama de Amanda.
No hay ningún problema.
—¿En verdad?
—Sí.
Zac asiente y se avienta a la cama. Sonrío, voy por mi
pijama y me dirijo al baño a ponérmelo, pero entonces
recuerdo la cita pendiente que tengo con el asesino. Mi
buen humor se esfuma de pronto, y el miedo y la
inseguridad lo remplazan. Suspiro con resignación antes de
salir del baño. Zac está acostado sobre la cama con sus
largas piernas cruzadas y sus brazos detrás de su cabeza.
Tiene los ojos cerrados y mueve la cabeza al ritmo de la
canción que escucha a través de los auriculares conectados
a mi celular. Me siento a sus pies y él abre los ojos, en tanto
me sonríe con mucho entusiasmo. Le devuelvo la sonrisa y
me muevo hacia él cuando estira su mano hacia mí. Me
acuesto a su lado y recargo mi cabeza en su brazo.
Como no es la primera vez que estoy en esta posición
con Zac, no es raro o incómodo. De verdad se siente bien.
Le quito un auricular y me lo coloco; ambos comenzamos a
cantar. Después de un rato se queda callado, y por el ritmo
de su respiración, me doy cuenta de que se ha dormido.
Con cuidado salgo de su lado. Me pongo los zapatos, una
chamarra, tomo la lámpara de mano y salgo con cuidado
para no hacer ningún ruido. La densa oscuridad me
envuelve y me pone la piel de gallina. Cierro los ojos y
suspiro con pesadez antes de emprender mi marcha hacia
el bosque.
Mis sentidos se ponen en alerta por cualquier pequeño
sonido que se escucha. Tiemblo y salto por cualquier cosa, y
casi escupo el corazón cuando una lechuza emprende el
vuelo y, en consecuencia, sacude las ramas de los árboles.
Casi suspiro con alivio al ver las cabañas, hasta que
recuerdo que quien me espera ahí es un asesino, y, más
aún, el asesino de mi familia. Maldigo cuando me doy
cuenta de que no llevo nada para defenderme. Me detengo
frente a una de las cabañas, y no muy segura de en cuál
estará él, doy un paso atrás y ahogo un grito al chocar con
alguien.
—Me has obedecido, eso es bueno. —Me empuja hacia
dentro de una de las cabañas, mantiene su cuchillo en mi
cuello todo momento y, una vez que entramos, me obliga a
arrodillarme con los brazos en mi cabeza—. No te muevas
de esa posición o te mataré enseguida, y no te atrevas a
voltear.
—¿Por qué te estás haciendo pasar por el Asesino de la
Luna? — pregunto, antes de que pueda detener las
palabras. Pienso que me va a gritar, golpear o algo, pero él
solo ríe.
—Quiero saber cómo sabes que me hago pasar por él, ¿él
te lo dijo? ¿Acaso son amigos?
—No...
—¿Segura? Recuerdo haberte escuchado llamarme... As.
—Me siento palidecer. Es cierto: lo llamé de tal manera,
pero... él no puede saber que así le digo al verdadero
asesino... ¿Cómo podría saberlo?
—¿Y eso qué?
—Creíste que era él...
—No —contesto de inmediato—, creí que eras uno de mis
amigos.
—Mientes. Nunca los has llamado así. —¿Qué tanto sabe
de mí?
—Como sea, solo sé que él nunca sería tan patético como
tú.
—¿Patético? Al final veremos cuál de los dos es patético.
—¿Qué es lo que deseas?
—Que admita que no es el mejor asesino y que yo soy
mucho mejor que él.
—¿Para eso mataste a mi familia?
—Los maté porque quise. —Sus palabras me hacen
rabiar. Intento ponerme de pie y dar la vuelta, pero caigo al
piso cuando me patea la espalda.
—¡Te dije que no te movieras! 
—¿Por qué los mataste? ¿Por qué me dejaste a mí con
vida?
—Así se dieron las cosas.
—¿Lo planeaste? ¿Planeaste matar a mi familia o fue al
azar?
—Quién sabe...
—Jamás te perdonaré. Pagarás muy caro. —Al parecer
mis palabras le hacen mucha gracia, porque suelta una
sonora carcajada.
—¿Irás tras de mí para matarme?
—¡Lo haré!
—¿Así como fuiste tras él? Dime... ¿serás mi amiga, así
como eres amiga de él?
—Él y yo no somos amigos —digo ante el hecho de que él
simplemente se esfumó, sin importarle más lo que
sucediera conmigo.
—Me pregunto si así será...
—¿Por qué razón me has hecho venir aquí? ¿Qué vas a
hacer conmigo?
—Nada en realidad… aún no, solo quiero comprobar una
cosa.
—¿Qué cosa?
—Ya lo verás.
Se coloca sobre mí y me ata las manos a la espalda. Me
remuevo cuando intenta colocarme un pañuelo alrededor de
los ojos. Al final lo logra, me da la vuelta y se sienta en mis
piernas. Me estremezco cuando levanta mi chamarra junto a
la playera del pijama.
—¿Me contarás cómo te hiciste estas heridas?
—No.
—¿Él te las hizo?
—No te importa.
—Oh, vamos, haz la espera un poco más divertida.
—Púdrete.
—Eres necia —Grito al sentir cómo encaja el cuchillo en la
boca de mi estómago.
—¡Detente! —chillo y escucho otra de sus carcajadas
ruidosas.
—Vamos, si él se divirtió contigo, ¿por qué no puedo
hacerlo yo?
Muerdo mis labios, mientras pienso en que moriré siendo
destripada;  pero entonces, de un rápido movimiento, el
impostor se pone de pie y escucho cómo se aleja como si
diera saltitos.
—Has interrumpido nuestra diversión —dice a alguien
más. Entro en pánico al creer que Zac se dio cuenta de mi
escape y decidió seguirme.
—¿Zac? —le llamo, pero no hay respuesta.
—Sabía que vendrías. Eres muy predecible —dice el
asesino con evidente emoción—. Es muy satisfactorio
tenerte aquí, más si tomamos en cuenta lo que dijiste en
nuestro anterior encuentro—. Ya no estoy entendiendo
nada.
—Voy a matarte —escupe la otra persona con furia, y al
reconocer su voz todo mi sistema se altera.
—¿¡As!? —La emoción en mi voz no es desapercibida, y
una risa cínica por parte de él me hace vibrar.
—En verdad eres idiota, pequeña niña —dice, y casi lloro
de la emoción—. No deberías dejarte atrapar por cualquier
copia barata, y menos dejar que te toquen.
—Patético —escucho la voz del otro asesino.
—Tú eres un ser imperdonable —escupe As con esa voz
tan fría y terrorífica que hace que uno tiemble de miedo.
—Soy lo mismo que tú.
—No te atrevas a compararte conmigo; jamás podrás ser
como yo. Te voy a hacer pagar de la peor manera por tocar
lo que es mío, y desearás no haber nacido una vez que
acabe contigo.
—Algún día, pero hoy no —dice el impostor con una risilla
burlona.
—¡Eres un maldito cobarde! —grita As y entonces
escucho un zumbido seguido de un fuerte golpe. No sé qué
pasa, pero después solo se escuchan pisadas fuertes y el
sonido de la puerta cerrándose con un portazo.
—¿Qué está pasando? —pregunto alarmada.
—El muy cobarde se ha ido —contesta As.
—¿Por qué le has dejado? ¡Ve tras él y mátale!
—Hey, pequeña idiota, no me des órdenes y cierra la
boca o te dejaré aquí atada.
—No, me callaré, pero no me dejes aquí. 
As desata mis manos y me pongo de pie de inmediato a
la vez que me quito el pañuelo que tapa mis ojos; estos se
entrecierran por la luz, pero me obligo a abrirlos para poder
verlo: va vestido todo de negro y usa su máscara como era
de esperarse. Mi corazón salta cuando nuestras miradas se
encuentran. Sonrío como boba y él pone los ojos en blanco,
dejando ver una leve sonrisa arrogante.
—¡En verdad eres tú! —digo con el temor de que sea solo
un sueño.
—En vivo y a todo color.
—¡No puedo creer lo mucho que te extrañé! —exclamo
casi aventándome sobre él.
—¡Hey, hey calma! —Me sostiene para no irnos los dos
de espaldas. Lo abrazo y entonces me doy cuenta de que
algo está mal.
—¡Estás herido! —exclamo asustada.
—No, ¿en serio? No me había dado cuenta —declara con
evidente sarcasmo.
—¿Ese maldito te ha hecho esto?
—No, fui yo solo. Soy más masoquista que tú y adoro
sentir cómo las balas acarician mi piel.
—¡As!
—Haces preguntas muy estúpidas, pequeña.
—¿Por qué te has dejado herir?
—Lo siento, pero no soy antibalas. Si no hubiera sacado
el arma ya lo habría matado —dice, apretando los dientes—.
Siempre está jugando sucio.
—¡Debemos ir tras él!
—No es necesario, además en este lugar será imposible
encontrarle.
—¿Y si hace daño a mi familia?
—No lo hará.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
—Solo lo sé y ya.
—Él esperaba a que llegaras, ¿no es así? Pero no
entiendo, si tenía un arma, ¿por qué no nos mató?
—No quiere matarnos, solo está jugando conmigo. 
—¿Por qué?
—Porque rechacé su propuesta —dice y le miro sin
entender.
—¿Qué? ¿Cuál propuesta?
—Después te cuento. Por ahora deja de hacer preguntas
y ayúdame a limpiar la herida.
—Está bien.
Le ayudo a quitarse la ropa de la parte de arriba. Me
desconcentro un momento al ver su torso desnudo, pero
vuelvo en mí cuando miro la herida: a primera vista se ve
muy aparatosa por toda esa sangre, pero solo fue un rozón,
pues la bala no llegó a penetrar la piel por completo. Me
quito mi chamarra y me pongo de espaldas a As mientras
me quito la playera del pijama.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta con diversión en su
voz—. Te dije que me ayudaras a limpiar la herida, no que
hagas vanos intentos de seducción.
—¡Cállate! Voy a usar mi playera para limpiar tu herida.
—Ah. —Una risa burlona escapa de sus labios. Me coloco
de nuevo la chamarra y me giro hacia él con el ceño
fruncido.
—¿Qué quieres decir con vanos intentos de seducción? —
cuestiono elevando la ceja—. Sabes muy bien que cuando
me lo propongo puedo lograrlo —afirmo con seguridad,
recordando la vez que hice que me asaltara en la habitación
del hospital. As me mira divertido, no dice nada y solo ríe.
Le guiño un ojo y camino al baño para mojar la prenda.
Me hinco frente a él una vez que regreso y limpio la
sangre de alrededor de la herida, que no para de sangrar.
Siento todo el tiempo su mirada sobre mí, pero la ignoro
para poder concentrarme. Aún no sé si en verdad está él
aquí o solo estoy soñando de nuevo, pero si es solo un
sueño, en verdad lo disfruto. A pesar de las circunstancias
estoy feliz de poder verlo otra vez.
—¿Cómo planeas que cierre la herida? —pregunto, y
como respuesta me da el cuchillo. Lo tomo y le miro sin
entender.
—Caliéntalo y ponlo sobre la piel para cauterizarla.
—Eso... va a doler.
—Hay que detener el sangrado. Hazlo.
—Bien.
Me muevo en busca de la pequeña estufilla eléctrica. Una
vez que el metal está lo suficientemente caliente, regreso
con rapidez, y sin darle tiempo para que se prepare, coloco
la punta en la carne viva. Se tensa y sisea mientras aprieta
los dientes con fuerza, pero no chilla como esperaba que
hiciera. Me desilusiono al ver que no le hago gritar como él
a mí.
Una vez que retiro el cuchillo, As deja escapar un suspiro
y echa su cabello hacia atrás con un movimiento de cabeza.
Su respiración está muy agitada, y una capa de sudor cubre
su frente.
—Eso dejará una bonita marca —canturreo con
satisfacción.
—Una más para la colección, no es para tanto.
—¿No estropearás tu cuchillo con esto?
—Es lo de menos, aunque, si pierde el filo, será más
doloroso para mis víctimas y más divertido para mí.
—Ya lo creo... —Mira la herida y mueve el brazo un poco.
Hace una mueca de dolor, y después me mira con fijeza
mientras muestra sus dientes en una perversa sonrisa—.
¿Qué pasa? —pregunto con algo de desconfianza, pero en
un abrir y cerrar de ojos ya estoy tendida sobre la cama con
él arriba de mí.
—¿Qué haces?
—Estoy enojado contigo.
—¿Estás enojado a pesar de que acabo de curar tu
herida?
—Sí.
—¿Por qué? —Jadeo en sorpresa cuando mete su mano
debajo de mi chamarra, la levanta y deja ver la herida que
el otro asesino hizo en la boca de mi estómago.
—Te has dejado tocar por ese maldito.
—¡No me dejé tocar! Él lo hizo sin mi consentimiento.
Además, me tenía atada, ¿qué podía hacer?
—No debiste venir en primer lugar.
—Amenazó con hacerle daño a mi familia y no lo voy a
permitir…
—Claro, porque haciéndote la suicida los cuidas mucho.
—Bueno, basta, ¿puedo saber cómo llegaste aquí?
—En moto —dice encogiéndose de hombros. 
—¿Tienes una moto?
—Ahora la tengo.
—¿Y cómo sabías que estaba aquí?
—Yo sé muchas cosas.
—¡Qué clase de respuesta es esa! Quiero que me digas la
verdad.
—¡No te diré nada! Te he dicho que estoy enojado
contigo. Además, yo no te debo ninguna clase de
explicación.
—¿¡Sigues enojado!?
—¡Sí! Ahora tienes una marca que no es mía y eso no me
gusta.
—¡Pero qué exagerado!
—¡Solo yo puedo tocarte!
—¿Ah, sí? —Me cruzo de brazos—, ¿desde cuándo?
—Desde que te toqué por primera vez. También sé que
soy el primero en tocarte y ahora solo yo puedo hacerlo.
—¡Pues no! Es mi cuerpo, y aunque seas mi asesino
favorito, yo decido qué asesino deja marca en mí y qué
asesino no. —Mi respuesta es firme, y alza una ceja; sé lo
muy estúpido que sonó lo que acabo de decir, pero me
divierte la situación, pues me da la sensación de que está
celoso, aunque, sé que solo quiere molestar.
—¿Te atreves a hablarme de esa manera? —cuestiona,
mostrándose ofendido—, ¿acabo de salvar tu vida y tu
prefieres que otro marque tu cuerpo?
—Yo no dije eso...
—¡Lo hiciste!
—No es así.
—Si quieres puedo ir por aquel maldito para que te saque
los intestinos.
—¡As! —Suelto una carcajada; sus reproches me parecen
tan graciosos—. Deja de ser tan dramático.
—Tal parece que te gusta más cómo te marca el otro
asesino.
—Ya basta. Solo bromeaba. Y a decir verdad no quiero
que ninguno me toque y me marque… ni él, ni tú. —Hace
una de sus tantas sonrisas maliciosas que me causan
escalofríos.
—Admite que te encanta cuando yo te toco.
—No, porque solo me lastimas.
—Eres una niña masoquista. Aunque digas que no, yo sé
cuánto te gusta.
—¡No es así!
«No mientas. Te quejas del dolor, pero te encanta
sufrir...».
—También sé lo mucho que disfrutas con mis amorosos
cuidados.
—¿Amorosos? —repito, incrédula, alzando una ceja.
—Sí, eres afortunada por disfrutar de las atenciones que
te doy.
—¿De qué atenciones hablas? —Me da otra sonrisa a
modo de respuesta y entonces sé de qué habla cuando se
agacha y pasa su lengua por la herida. Jadeo por la
inesperada acción.
—Extrañaba el sabor de tu sangre —dice, antes de repetir
la acción anterior.
Sus manos acarician mi cintura, y las yemas de sus
dedos hacen circulitos en mi piel. Cierro los ojos, en tanto
disfruto de la sensación; pero, al momento de hacerlo, de la
nada Zac aparece en mis pensamientos. La culpa me golpea
de frente. Tomo las mejillas de As y levanto su rostro para
que deje de tocarme con su lengua. Él me mira
desconcertado, y por más que quiero que continúe
impartiendo sus caricias, siento como si le fuera infiel a Zac,
y no quiero sentirme así.
—No lo hagas —pido, y veo la confusión en su mirada.
—¿Por qué?
—Solo, no quiero que lo hagas —contesto, y desvío la
mirada.
—Sabes que no es así. —Insiste en continuar, pero se lo
impido de nuevo y, como puedo, me reclino sobre la cama.
Me bajo la chamarra para tapar por completo mi estómago,
y entonces sus ojos me miran con verdadera confusión—.
¿En verdad prefieres al otro asesino?
—¡No! Por supuesto que no.
—¿¡Entonces por qué te comportas así!?
—E-es que… ya no puedo dejar que me toques.
—¿Qué? —Una ronca carcajada sale de su garganta—.
¿En qué momento pregunté?
—¡Es en serio, As!
—Si mal no recuerdo, aceptaste que yo te tocara cada
vez que se me diera la gana —dice con voz amenazante.
—¡Pues ya no será así, ya no puedes tocarme más! —
exclamo, y me levanto. Las palabras que digo me pesan,
porque yo en verdad deseo que me toque. Incluso deseo
más que eso, pero no puedo hacerle eso a Zac. ¡Si tan solo
hubiera sabido que volvería a ver a As, no le habría
aceptado!
—¡Dime por qué demonios no puedo tocarte si lo deseo!
—Me toma del cuello y me estampa contra la pared, y es en
estos momentos cuando recuerdo por qué no puedo esperar
más de él.
—No tienes derecho —digo con firmeza hacia esa intensa
mirada grisácea que posee.
—¿¡Qué!? Eso lo decido yo.
—¡No es así, As! Además... tengo novio y no debes volver
a tocarme. —Tal vez el haberle dicho eso en la cara no ha
sido buena idea.
—¿Qué demonios? —Grito cuando me avienta sobre la
cama.
Trato de incorporarme y alejarme, pero me lo impide,
mientras me toma del tobillo y me jala hacia él. Se pone
sobre mí, lucho por zafarme, pero como siempre no lo
consigo. Veo cómo un hilillo de sangre aparece de la herida
y se desliza por su brazo.
—As, tu herida ha vuelto a abrirse...
—¡Me importa una mierda! —grita, y me asusto. En
verdad está enojado.
—Como sea, debo irme. Zac me está esperando en la
cabaña, y si se despierta y no me ve va a asustarse.
—Así que duermen juntos.
—No, no de esa manera...
—Realmente no me importa. Puedes tener novio si
deseas, pero eso no significa que dejarás de pertenecerme.
—Ya deja eso. No puedes seguir hiriéndome. Zac o los
demás se darán cuenta y no quiero que me sometan a un
interrogatorio.
—Puedes venirte de nuevo conmigo —dice, y lo miro con
ojos bien abiertos; no puedo creer que en verdad me lo esté
proponiendo.
—Creí que estabas feliz de haberte deshecho de mí.
—Lo estaba en un principio, pero después se volvió
aburrido.
—¡No soy un juguete!
—Para mí lo eres, y uno muy divertido.
—¡No voy a ir contigo! Me quedaré con mi familia y con
Zac, pero… aun así quiero que sigamos viéndonos.
—¿Por qué?
—Para atrapar a ese maldito asesino. Apenas puedo creer
que lo hayamos dejado escapar, pero no debe suceder otra
vez, y una vez que lo matemos, nuestros caminos se
separarán definitivamente. —Me mira con mucha seriedad
por unos instantes y después vuelve a reír con burla.
—Veo que en todo este tiempo lejos de mí te has
malcriado demasiado. Ya has olvidado que quien pone las
condiciones y reglas soy yo, y que también decido cuándo
dejar de vernos.
—As, por favor…
—¿Lo amas? —pregunta de pronto, tomándome con la
guardia baja.
—¿Eh?
—Pregunté que si lo amas. —Me quedo muda, como si
estuviera asustada. Él sonríe y luego se ríe como
desquiciado—. Comienzo a sentir pena por ese pobre
desgraciado.
—¡Oye! Yo... lo quiero —susurro, pero no parece
convencido.
—¿Sabes? Realmente me importa poco que tengas novio.
Te voy a dejar claro que yo no juego, y si aceptaste mis
condiciones haré que las cumplas. Te tocaré cuando desee,
en el momento que desee, y cuantas veces quiera —dice
con voz firme. Una mirada tan intensa hace que en
segundos todo en mí se encienda.
«Estoy acabada; no hay ni una sopa pizca de raciocinio
en mí ya».
«¿Acaso la hubo alguna vez?».
25
El objeto de mi placer y deseo

Aisa

Me siento muy pequeña bajo la mirada de As; tan oscura,


intensa y profunda. Empequeñezco ante el arrollador deseo
que sus ojos desprenden, pero me engrandezco ante su
expresión hambrienta; está hambriento de mí, me lo deja
saber, y me lo hace sentir con solo mirarme.
Provoca que me encoja y estremezca de placer a la vez
que me envanezco al sentir el poder que en mí reside.
—Pequeña... —Su voz es baja, apenas audible, pero sale
en medio de una especie de gemido anhelante, casi
doloroso, como si estuviera siendo sometido a una tortura
insoportable. Escucharlo así causa en mí una gran
impresión. Es la primera vez que lo veo con dicha expresión:
sus labios que se abren y cierran, muestran cierta
resequedad, como si estuviera sediento... sediento de mí.
—As... —Escuchar mi propia voz produce un choque en
mi vientre bajo, una calurosa y bastante agradable
sensación me recorre y se acumula en mi entrepierna.
Tampoco puedo negar el deseo que siento por él. Tengo
la necesidad de que toque cada rincón de mi cuerpo. Quiero
que su lengua tibia roce cada centímetro de piel, y, más que
nada, lo quiero a él en el centro de mi placer.
Sí, lo quiero, lo necesito completamente, tanto así que
duele, y duele más porque mi mente me lo reprocha: no me
permite olvidar a Zac, y me somete a una batalla entre el
deber y el deseo. Reprimo un gemido de frustración, pues,
sabiendo lo que debo hacer y queriendo tomar la decisión
correcta a base del deber, trato de zafarme de él, pero no lo
consigo; me aprisiona bajo su cuerpo; con una mano
somete mis muñecas y con la otra vuelve a levantar mi
sudadera.
Quiero suplicar que se detenga, pero cuando apenas abro
la boca ya ha logrado sacármela por completo. Chillo al
quedar expuesta ante él, ya que no tengo sostén. Sus
lujuriosos ojos me contemplan con intenso deseo. Me
reprendo a mí misma cuando siento fuego en mis venas y el
insaciable anhelo de que me tome. Jadeo cuando su boca
cubre uno de mis senos y muerde mi pezón con algo de
rudeza. Suelta mis manos y se coloca a horcajadas sobre
mí. Me remuevo, pero su cuerpo hace demasiada presión
sobre el mío y no consigo zafarme.
—Pequeña, hoy voy a demostrarte a quién perteneces en
realidad. —Su voz ronca y profunda me hace temblar—. Voy
a dejar impregnadas mis caricias y besos en tu cuerpo de
tal manera que jamás podrás olvidarlas. No importa el
tiempo que pase ni cuántos novios tengas, nunca vas a
olvidarte de mí, y cuando intentes estar con otro, tu cuerpo
no lo aceptará, porque anhelará ser tocado solo por mí. Voy
a hacer que me desees por el resto de tu vida. Porque eres
y siempre serás mía.
Quiero gritarle que ya lo deseo solo a él y que no solo mi
deseo y mi placer le pertenecen, sino también mi existencia
misma. Soy solamente suya, tan suya... a un nivel que,
alguien que no esté quemándose en este paraíso infernal,
no podrá jamás entenderlo.
—As...
Con esa sonrisa cínica y llena de arrogancia tan típica de
él, se inclina hacia mí y entierra su rostro en mi cuello.
Aspira el aroma de mi cabello y muerde el lóbulo de mi
oreja antes de susurrarme:
—Te voy a hacer disfrutar tanto, que vendrás a mí
pidiendo más. — Un escalofrío recorre mi espina dorsal y
trago con dificultad. Su boca se mueve de mi cuello a mi
mejilla, y después se separa levemente para observarme—.
No busques más excusas, porque no importa lo que digas,
no te dejaré ir. Mejor admite que me deseas tanto como yo
a ti.
«Sí, lo admito. Calla y comienza a trabajar». 
Reposo mis brazos a mis costados, dándome por vencida;
no puedo luchar contra él ni contra mi propio deseo, y es
que ni siquiera quiero hacerlo, así que decido pensar en el
cielo azul y las nubes blancas en vez de pensar en Zac. Pero
parece que As no está dispuesto a dejarme pensar ni en el
cielo; siento cómo todo él se mete por cada poro de mi piel
y hace que todo lo que piense sea él, él y nadie más que él.
Sus manos se mueven por mi vientre, lo acaricia y
después llega a la herida. Es pequeña y provoca un mísero
ardor que se convierte en placer cuando masajea con
avidez. Cierro los ojos cuando siento su lengua en ese lugar.
Limpia toda la sangre, y después sube esparciendo besos
húmedos por toda mi piel. Sus labios aprisionan una vez
más mi pezón derecho y succiona de él. Tapo mi boca,
tratando de controlar unos gemidos, y gruño al escuchar su
risa burlona.
—Vamos, pequeña, no te reprimas. Deja que el deseo
tome control de ti.
Sus manos siguen acariciándome, y las baja poco a poco
hasta que llegan al resorte de mi pijama. Me sorprendo un
poco cuando tira de este hacia abajo, y en un abrir y cerrar
de ojos el pijama se encuentra tirado en el suelo. Toma mi
mano y me reclina sobre la cama, acto seguido me sujeta
de la cintura, me levanta y me hace sentar a horcajas sobre
sí. Entonces comienza a besar mi cuello con rudeza y
salvajismo.
—¡Vas a dejar marca! —reprocho alarmada.
—Qué… ¿no quieres que tu novio la vea?
—¡No quiero que nadie lo haga! —digo enojada.
Se aleja, me toma del cabello y hace mi cabeza hacia
atrás para poder tener mejor acceso, comienza a morder así
que pongo mis manos en sus hombros y empujo lo más que
puedo, para mantenerme a distancia, pero me rodea con su
brazo y me pega por completo a su torso desnudo.
Cuando nuestros pechos se tocan le escucho gemir y yo
no puedo negar que la sensación es agradable. Me sonrojo
cuando siento cómo un bulto crece por debajo de mí. En ese
momento mi cuerpo y mente comienzan a trabajar por
separado: mi mente dice que lo detenga mientras mi cuerpo
pide más y más. Mis brazos se envuelven alrededor de su
cuello y muevo un poco mis caderas haciendo fricción en
nuestras partes íntimas, a lo que ambos gemimos.
—Muévete más —le escucho pedir y le obedezco,
incrementando los movimientos circulares de mi cadera.
Me tomo el atrevimiento de hundir mi rostro en el hueco
de su cuello y morder con fuerza, tal como hace él conmigo.
Un gruñido escapa de su boca y me aprieta más contra él. 
Animada, continúo con mi tarea: chupo y muerdo la piel a
mi dispocisión, y después bajo los besos hasta llegar a sus
clavículas. Me sujeta con firmeza, mientras se mueve al
centro de la cama, se da la vuelta y me deja por debajo de
él. Pone una de sus rodillas entre mis piernas mientras besa
mi cuello, mis clavículas, mis pechos y mi abdomen.
Con cada caricia y beso siento cómo arde mi interior. Su
boca sigue hasta que llega a mi ombligo, y entonces siento
cómo toma mis pequeñas bragas y tira de ellas hacia abajo
para sacarlas por completo. Gimo por lo alto cuando uno de
sus dedos hace intromisión en mi parte más sensible. Aferro
mis puños a la cama y tiro con fuerza de la pequeña sábana
blanca por debajo de mí.
As hace movimientos circulares sobre mi pequeño
interruptor de placer provocando que me revuelva y gima
sin control. Mi acelerada respiración se corta cuando siento
un dedo en mi interior. Chillo ante la repentina intromisión,
algo incómoda, pero él sigue con los movimientos cada vez
más rápidos y siento cómo mis paredes se cierran en torno
a su dedo. Entonces, se acomoda entre mis piernas y toma
mis tobillos para que doble las rodillas. Hunde su rostro al
interior de mis muslos y el mundo me da vueltas cuando su
lengua acaricia ese punto tan sensible en mí.
Con una mano me aferro a la sábana, la otra la enredo en
su cabello, haciendo presión. Vuelvo a gritar cuando un
segundo dedo es introducido. Comienza a bombearlos
dentro y fuera, y los mueve de manera impar, a la vez que
su lengua sigue trabajando. Siento volverme loca debido al
placer cuando succiona mi clítoris. Mi espalda se arquea y
mis piernas tiemblan con violencia. Al tiempo, mi interior se
contrae una y otra vez, todo fuera de mi control.
Jadeo, busco llenar mis pulmones del oxígeno necesario,
muerdo mis labios y echo la cabeza hacia atrás cuando
exploto, y de pronto me envuelvo en ese manto del placer
máximo. Mi pecho sube y baja para intentar controlarse.
Abro los ojos y encuentro a As atento a mí. Sé que
disfruta ver el estado al que me somete. Se pone de pie,
desabotona sus pantalones, y los deja caer hasta sus
tobillos antes de salir de ellos. Me sonrojo de inmediato,
trago saliva y evito verlo en calzoncillos; he podido apreciar
el notable bulto que estos guardan.
Una vez más se desliza sobre mí, dejando besos por el
camino. Pero con la idea de que ya se ha divertido conmigo,
decido divertirme yo con él, y lo tomo por sorpresa. Ahora,
con un movimiento atrevido, me pongo yo sobre él. Empiezo
a menearme con suavidad sobre su ya endurecido miembro
y disfruto viendo cómo muerde sus labios. Me gusta que la
piel descubierta de su rostro se muestre de un tono rosado,
porque contrasta muy bien con su habitual palidez, misma
que reina en el resto de su piel.
Toma mis caderas y me empuja más hacia él, y un
gemido por parte de ambos resuena en la habitación. Se
sienta en un santiamén y mis piernas quedan a los costados
de sus caderas. Compruebo lo mucho que mi cuello le gusta
cuando comienza a besar mi piel. Envuelvo mis brazos a su
alrededor y encajo las uñas en su espalda cada vez que
succiona con fuerza. Pronto me toma de la cintura y me
levanta. Me pongo más que nerviosa cuando noto que se
está sacando el bóxer. Me mantengo yo misma apoyada en
mis rodillas para no caer de lleno sobre él. Ahora sí que
estoy nerviosa y asustada. Por un momento no creí que se
animaría a llegar a tanto. Pensé que como siempre solo
fanfarroneaba.
—As. —Mi voz suena nerviosa. Lo tomo de las mejillas y
lo miro.
—Relájate —dice sin más, pero no es nada fácil hacerlo.
Mantiene una mano en mi cadera, en tanto que la otra la
lleva hasta su máscara para quitársela, permitiéndome
observar su bello rostro. Entonces su mano se mueve hacia
mi cuello y dejo escapar un jadeo de sorpresa cuando me
atrae hacia sí para atrapar mis labios con los suyos.
Mi mente se bloquea al instante ante la gloriosa
sensación de sus labios moviéndose sobre los míos; pero
despabilo, y le correspondo con premura aún incapaz de
creer que en verdad me esté besando. ¡Por favor, que esta
vez no sea un sueño!
Su lengua pide entrada en mi boca casi con urgencia y se
la concedo. Entonces su lengua se desliza con la mía y
comienzan a danzar. Amo tanto la sensación de besarlo, que
hundo mis manos en su cabello y profundizo más el beso. Él
me corresponde de la misma manera y mi emoción crece
aún más. Me pierdo en mi propia burbuja de ensoñación y
no me percato de cuándo me toma con firmeza de la cintura
y me hala hacia él. Con su boca ahoga uno de mis gritos,
cuando, de un solo movimiento, lo siento dentro de mí.
Intento alejarme apenas, mientras suelto el aire de
manera entrecortada sobre sus labios, y encajo con fuerza
mis uñas en su piel, en un intento de amortiguar el dolor
que siento. Me aferro con fuerza a su espalda y recargo mi
frente en su hombro. Siento una lagrimilla recorrer mi
mejilla y en seguida la limpio. As toma con firmeza mi
cintura y se mueve con fuerza, provocándome más dolor.
—¡Por favor, no te muevas! —suplico entre gemidos de
dolor.
—Pero así no es divertido —dice sin detenerse.
—¡Por favor! —Espero a que deje de hacerlo, y aunque no
se detiene, sí considera bajar el ritmo. Le agradezco en
silencio y vuelvo a colocar mi frente en su hombro.
Me concentro en mantener mi respiración y me distraigo
acariciando su espalda. Él besa mi cuello y pasea su lengua
húmeda y tibia, para que la sensación de placer llene mi
cuerpo otra vez. El punzante dolor permanece ahí, pero
cada vez se hace más soportable. Con un poco de fuerza y
valentía muevo mis caderas. Eso provoca que suelte un
gemido. Yo reprimo un grito de dolor, pero no me detengo;
si he resistido sus juegos macabros y sádicos, tengo que
poder con esto.
—Te sientes tan bien —susurra contra mi cuello,
extasiado. Vuelve a buscar mi boca y me dejo encontrar con
gusto.
Siento que mi corazón se hincha por el hecho de que él
me bese a mí y que no lo haya hecho solo una vez si no que
desee hacerlo de nuevo. Me encuentro soltando un suspiro
sobre su boca y me reprendo por dentro; no pude detenerlo,
pero él continúa besándome sin darle importancia.
Con el continuo movimiento de nuestras caderas, el dolor
poco a poco es opacado por el placer; pero lo que hace que
de verdad disfrute son sus besos. Besarlo es tan adictivo
que no puedo dejar de hacerlo. Amo cómo se sienten sus
labios, que hacen perderme y olvidar hasta cómo me llamo.
—Muévete más rápido —me ordena entre besos. Paso
mis brazos por debajo de los de él para aferrarme a su
espalda y, como puedo, comienzo a moverme más rápido.
De mis labios escapan toda clase de sonidos guturales
que llegan a ser una combinación de dolor y placer. Me
esfuerzo por concentrarme solo en lo que me brinda
satisfacción, como la forma en que nuestros pechos chocan
entre sí; nuestra piel caliente y húmeda hace deliciosa la
fricción.
Las manos de As se deslizan por mis piernas y las
acaricia, y luego llega hasta mis glúteos, que aprieta con
fuerza. Los abre y me apretuja más contra él, como si
deseara entrar más profundo en mí y desaparecer el mínimo
espacio entre ambos.
Dejo su boca ante la necesidad de un poco de oxígeno,
pero casi de inmediato hundo mi rostro en su cuello y
comienzo a morder. As gruñe en satisfacción y yo disfruto
sabiendo que soy capaz de proporcionarle ese placer. Es
extraña la forma en que deseo hacerle disfrutar sin importar
el dolor que yo pueda estar sintiendo. Creo que sus
gemidos, jadeos y gruñidos llenos de satisfacción hacen que
valga la pena.
Enredo mis piernas a su alrededor y me abrazo con
fuerza a él, en tanto aumento el movimiento de mis
caderas, aunque comienza a resultarme algo cansado. Se da
cuenta, reafirma el agarre de sus manos en mis caderas e
intensifica por su propia cuenta el ritmo con el que subo y
bajo sobre él. Con necesidad, vuelve a besarme y me
deleito gimiendo contra su boca; esta vez más por placer
que por dolor, porque aún duele, pero ya lo soporto.
Continúa con los rápidos movimientos sin dejar mis labios
en ningún momento y pronto comienzo a sentir pequeñas
contracciones en la parte baja de mi vientre. Me veo
obligada a dejar sus adictivos besos al no ser capaz de
reprimir los jadeos y gemidos que escapan de mí. Me aferro
con todas mis fuerzas a él y yo misma incremento el
movimiento de mis caderas hasta encontrar mi explosiva y
muy satisfactoria liberación.
As me quita de encima de él, me coloca sobre la cama y
así él termina fuera de mí. Me muevo al centro de la cama
sintiendo aún las punzadas de dolor. Él se desliza hasta mí y
toma mi mejilla, mientras enreda las puntas de sus dedos
en mi cabello.
—Ahora deseo hacértelo como me gusta —dice con voz
ronca y no me da tiempo a procesar lo que acaba de decir,
cuando me tumba sobre la cama y me besa con verdadera
pasión, salvajismo y rudeza, dejándome sin oxígeno en
cuestión de segundos.
Acaricia mi cuerpo con desesperación y deja fuego en
cada poro de mi piel por donde desliza sus manos. Deja mi
boca y baja hasta mis clavículas, siento un ligero ardor y
descubro que acaba de cortarme con su cuchillo. La herida
no es muy profunda, solo tiene el tamaño suficiente para
drenar mi sangre. ¿Qué trauma tiene este chico con la
sangre?
—¿As?
—¿Mmh?
—En verdad, en verdad… ¿no eres un vampiro?
La risa que mis palabras le provocan hace que todo
dentro de mí dé vueltas, pues no fue maliciosa o cínica, sino
que pura diversión fue lo que pude percibir. Sonrío,
creyendo que es un hermoso sonido.
Continúa lamiendo la sangre que sale de la pequeña
herida, y la constante fricción de su lengua hace que pronto
deje de doler. Hago una pequeña mueca cuando vuelve a
cortar ahora un poco más abajo. Pasa su lengua sin darle
tiempo a la sangre de salir. Se siente bien, pero no quiero
que vuelva a marcarme de esa manera.
—Deja de hacer eso. La última vez casi muero por una
maldita infección.
—La próxima vez lo desinfectaré antes de cortarte. Lo
prometo.
—No, pues, qué consuelo.
—Solo deja que te disfrute ahora justo como deseo.
—No quiero dar explicaciones de cómo me hice esas
heridas.
—No tienes que darlas, porque nadie las verá, a menos
que te quites la ropa frente a otra persona, y sé que no lo
harás.
—¿Cómo sabes que no lo haré?
—¿Te desnudarás frente a tu noviecito estúpido?
Una fuerte punzada me atraviesa el corazón al pensar en
Zac y la forma en que le estoy siendo infiel desde el primer
momento… ¡Soy tan despreciable! ¿Pero cómo puedo
resistirme a los perversos encantos de este demonio?
Un gritito de sorpresa sale de mis labios cuando As me
toma los tobillos y me gira para que yo quede boca abajo.
Besa el lugar donde dibujó la luna y traza una línea con su
cuchillo por toda mi espina dorsal. Me contraigo por el dolor,
pero he pasado tantas veces por esto, que ya ni impresión
causa en mí; todo lo contrario: comienzo a disfrutarlo.
Después de deslizar su lengua por la línea de sangre, siento
cómo baja sus besos hasta mi cadera, y jadeo cuando me
muerde una nalga.
—¡As! —Mi reclamo sale en medio de una carcajada, y
otra vez me permite escuchar su divertida risa.
Me incorporo sin su permiso, pero antes de darme la
vuelta pasa su brazo por mi vientre y me jala hacia él,
pegando mi espalda a su pecho. Ambas manos acunan mis
senos y los masajea, mientras utiliza su cabeza para hacer a
un lado la mía y besar la piel de mi cuello. Echo la cabeza
hacia atrás y la recuesto en su hombro. Con una mano sigue
acariciando y pellizcando mi pezón, y con la otra me
acaricia hasta llegar a la entrepierna. Abre mis labios,
desliza sus dedos y comienza a estimular mi centro de
placer. Paso una mano hacia atrás y la enredo en su cabello,
pero él toma la otra y la lleva en medio de los dos. Me
sobresalto un poco cuando siento su grande y palpitante
miembro erecto.
—Tócame —demanda con un susurro sobre mi cuello
antes de volver a morderlo.
Lo que me pide me resulta algo vergonzoso, pero aun así
le obedezco. Envuelvo mi mano en su miembro y le siento
gemir. Él mismo comienza a mover mi mano para marcar un
ritmo, y yo lo sigo cuando retira la suya.
Esta situación, la posición en la que estamos, la forma en
que me habla, todo está en un nivel que nunca imaginé. No
es que fantaseara mucho en cómo sería tener sexo, pero
nada de lo que llegué a escuchar o leer se compara con
esto. El sadismo de As lleva las cosas a otro nivel. Yo nunca
imaginé ser drenada mientras tengo sexo; pero no me
quejo, las cosas que As realiza hacen que el acto sea más
delirante y sumamente placentero. Con él puedo
experimentar y disfrutar de algo que sé que con nadie más
podré.
Lo que siento tanto a nivel físico como a nivel emocional
no sé cómo explicarlo, pero es como si estuviera siendo
consumida, como si mi alma se desvaneciera y después
renaciera con un desmedido deseo irracional de aferrarme a
él… por siempre.
Así como sigo con los movimientos de mi mano, siento
cómo su miembro crece un poco más y me estremezco. No
sabía que algo así fuera posible. Acaricia mis piernas y las
abre un poco más. Vuelve a tomar mi mano para quitarla de
su miembro y la lleva por encima de su cabeza al igual que
la otra, donde las enredo en su cabello. Después me toma
de la cadera y me levanta, mientras posiciona mi entrada
sobre su miembro.
Las corrientes de placer golpean cada extremidad de mi
cuerpo cuando una vez más le siento entrar en mí. Nuestros
fuertes gemidos se mezclan con el del otro, y unque aún
sigue doliendo, el dolor ya no se compara con la primera
vez.
Con una mano acaricia uno de mis pechos, con la otra da
suaves masajes circulares sobre mi clítoris, mientras
comienza a mover sus caderas, y yo ayudo a impulsarme. El
placer es tanto que veo estrellitas por todos lados. Besa mi
mejilla, ladeo mi cabeza hacia él y al momento toma
posesión de mis labios. Continúo subiendo y bajando rápido
y profundo sobre su miembro. Nuestros labios todavía se
devoran el uno al otro, mientras nuestras lenguas batallan
por conquistarse. Mi mente está ya cegada a lo que hay a
mi alrededor y solo puedo concentrarme en As, en que le
estoy besando, en cómo le siento dentro de mí, en cómo me
hace suya, y en el sonido de nuestros gemidos y jadeos
entremezclados.
Atrapa mi labio inferior entre sus dientes y tira de él
antes de levantarme y salir de mí para ponerme sobre la
cama, posicionándose él arriba, y le siento entrar una vez
más: fuerte y profundo. Trato de contener los gemidos, pero
es imposible; estos se mezclan con los suyos y hacen eco en
toda la habitación.
Ahora él tiene una capa de sudor en la frente; sus
cabellos oscuros están húmedos y se pegan a su piel; sus
ojos se encuentran cerrados; el entrecejo, un tanto
arrugado; y su labio inferior está hinchado y rojo, atrapado
entre sus dientes… ¡Se ve tan hermoso, tan sexy, tan
deseable! Cuando se da cuenta de que le miro, me devuelve
también la mirada, entonces sonríe y siento que voy a
desmayarme.
De la nada intercambia nuestras posiciones para dejarme
encima de él. Mi respiración se corta por la nueva posición,
ya que de esta manera le siento mucho más profundo en
mí. Apoyo mis manos sobre su pecho. Él acaricia mis
piernas y después masajea mis pechos, mientras pellizca
mis pezones, y comienzo a moverme sobre él. Mis mejillas
se sonrojan ante la forma en que me mira.
—Deja… de… mirarme… así —logro decir entre jadeos,
pero él no dice nada y lo sigue haciendo.
Me muevo con más fuerza, cierro los ojos y me concentro
en mis movimientos, hasta que me hala para hacerme caer
sobre su pecho húmedo. Una vez más da la vuelta y me
besa en tanto ahoga todos los gemidos que me arranca
cuando comienza a embestirme con fuerza. Mis piernas
rodean su cintura, y mis brazos se aferran a su cuello, a la
vez que nuestras bocas se devoran con reciprocidad.
Nuestras pelvis chocan en un continuo y rápido movimiento.
Siento mis paredes interiores abrazar su miembro, y él
aumenta la fuerza de su vaivén. Las corrientes eléctricas
viajan por todo mi cuerpo y se acumulan en mi vientre. As
se empeña en colmarme de besos. Aunque siento que me
asfixio por lo acelerado de mi ritmo cardiaco. ¿Será una
nueva forma de torturarme? El fuerte gemido a causa de mi
orgasmo es acallado en su boca, a lo que le siento sonreír
contra mis labios.
En segundos mi cuerpo parece volverse de gelatina, pero
aún con mis brazos y piernas temblorosas sigo aferrada
como lapa a su cuerpo, que sigue embistiéndome en busca
de su propia liberación, y cuando la encuentra, el gruñido
que suelta hace que mi corazón se alboroce de una manera
que debería ser inaceptable.
¡Me fascinó la forma en que se escuchó y me descubro
con el deseo de volver a hacerlo!
Finalmente, el cuerpo de As cae sobre el mío, recarga su
mejilla sobre mi pecho, donde estoy segura de que puede
escuchar el frenético latido de mi corazón. Peino sus
húmedos cabellos mientras ambos luchamos por mantener
el control de nuestras respiraciones.
Estar así, debajo de As, y teniéndolo aún dentro, me hace
pensar en todo lo que ha pasado desde que nos conocimos.
Haber llegado a este punto es una gran locura. Recuerdo
cuando, en cierto momento, deseé saber a qué sabían sus
labios. También hubo un tiempo en que quise matarle, y
después solo buscaba la manera de matar la necesidad de
permanecer a su lado. Pero nunca imaginé que llegaría a
conocerlo de tal manera… así, en toda su profundidad.
Sin embargo, me gusta, y aunque ha sido mi primera vez
y no ha sido como alguna vez me lo imaginé, no me
arrepiento. Creo que fue mejor que cualquier tipo de
expectativa que pude haber tenido. A pesar de que sé que
no hay amor implicado, me siento satisfecha y feliz de
alguna manera.
Ya no hay vuelta atrás... As se ha convertido en el objeto
de mi placer y deseo. Ahora no podré desprenderme de esta
necesidad de querer verlo, tocarlo, besarlo; he caído en su
totalidad, hasta el fondo de tan perverso y malsano
sentimiento que me consume de una dolorosa pero
placentera manera.
«Si de todas formas te vas a ir al infierno, al menos que
valga la pena».
26
Mi obsesión

Aisa

Una oleada de escalofríos recorre mi cuerpo. Me remuevo


sobre el colchón y abro los ojos, con algo de dificultad. De
pronto, caigo en cuenta de dónde estoy. Me reclino
enseguida y jalo la manta debajo de mí al recordar que
estoy desnuda. Miro a mi alrededor y me descubro sola en
aquella habitación.
Sonrío; me siento estúpida por pensar que As estaría a
mi lado al despertar. Me tomo mi tiempo para suspirar y
después me pongo de pie. Siento mi cuerpo muy adolorido,
como si una docena de caballos me hubiera pasado encima.
El sol ha salido por completo y seguro que los demás se
han dado cuenta de que no estoy. ¡Maldito, As! ¿Tanto le
costaba despertarme? ¿Ahora cómo explicaré mi ausencia?
Con prisa me visto y sin mirarme a mi misma salgo hacia las
cabañas, esperando que los míos no estén muy
preocupados o enojados. Solo pienso en la excusa que les
daré y no me percato de la pinta que me cargo.
Sonrío de forma involuntaria al pensar en la noche que
pasé con As. Solo de recordar sus manos sobre mi piel hace
que lo anhele una vez más. Cuando salí para encontrarme
con el otro asesino, nunca imaginé que las cosas
terminarían así; pero no me arrepiento de nada, porque las
ansias por volver a ver a As ya están comiéndome viva.
Perdida en una burbuja de ensoñación, camino por el
bosque, sonriendo todavía una como tonta, mientras pienso
en la salvaje noche que pasé. Pero mi burbuja me explota
en la cara y me trae a la realidad cuando un pálido Zac se
cruza en mi camino; nuestras miradas se encuentran y lo
miro confundida, pues él parece haber visto un fantasma.
—¡Aisa! —Corre hacia mí y me estrecha tan fuerte en sus
brazos que me cuesta respirar—. ¿Qué te ha pasado, Aisa?
—Su voz es desesperada, pues casi pareciera que está por
romper en llanto.
—Tranquilo, Zac. —Intento sacármelo de encima, pero me
aprieta con mucha más fuerza.
—¡Dime qué te ha pasado! ¿Quién te ha hecho eso? —
Proceso sus palabras, me revuelvo en sus brazos con fuerza,
hasta que consigo zafarme, y me miro a mí misma, mientras
me siento demasiado estúpida.
Mi pijama tiene pequeñas manchas de sangre. La
playera, que está en mis manos, también está bañada en la
sangre de As. ¿Por qué no la tiré por ahí en vez de traerla
conmigo? Pero no solo eso; debí de haberme echado un
vistazo en el espejo del baño y haber aprovechado para
darme una ducha. Todo mi cuerpo está cubierto por una
ligera capa de sangre, resultado de las manías sádicas de
As. ¿Ahora qué explicación voy a dar?  
—¡Aisa, contéstame! ¿Quién te ha hecho eso? —Miro los
cristalizados ojos de Zac y me siento muy, muy culpable. Me
quedo callada sin responderle, es decir, ¿qué debo decirle?
«¿Anoche te puse el cuerno con un asesino, el cual me
drenó la sangre mientras teníamos sexo?». No,
definitivamente no.
Zac me abraza una vez más, y me mantiene cerca de su
cuerpo mientras comenzamos a caminar hacia las cabañas.
Amanda, América y sus padres logran divisarnos y abren los
ojos con horror cuando me ven. Todos corren hacia mí. Mis
amigas me abrazan y lloran asustadas por lo que pudo
haberme pasado. Si estuviera bajo otras circunstancias, las
hubiera arrastrado a otro lugar para contarles todo lo que
me pasó por la noche, pero eso es algo que se quedará por
siempre solo en mis recuerdos y en los de As. 
Los padres de América me asaltan con preguntas, pero
no contesto a ninguna porque no sé qué decirles. Ellos
toman mi silencio como un signo de encontrarme en shock.
Antes de darme cuenta, la policía ya está alrededor de
nosotros. ¿Por qué tengo que ser tan estúpida? Acabo de
tener la mejor noche de mi vida, y ahora tengo a la policía
encima, investigando qué fue lo que hice esa noche. ¡Qué
vergüenza!
Es obvio: los padres de América toman la decisión de que
volvamos a casa. El detective y el par de policías que
“investigan” mi caso llegan poco después, terminan
deduciendo que el asesino ha regresado por mí, y una vez
más les sorprende que siga viva, ¿es que tanto quieren
verme muerta? Pero no se equivocan. El asesino vino por
mí… ambos asesinos.
El detective Días me somete a otro de sus
interrogatorios, pero por un largo rato me quedo en silencio
total, hecho que le molesta. Así que les dice a los padres de
Amanda que sufrí una experiencia tan traumática, que estoy
en shock. Entonces recomienda que me lleven con un
especialista, para que me hagan una revisión profunda,
tanto física como psicológica y es entonces cuando abro la
boca.
—¡Estoy bien! —exclamo, y me mira con gran atención.
Se ve más molesto que sorprendido—. No me pasó nada. El
asesino no me hizo nada.
—Estaba llena de sangre, tiene heridas visibles; no puede
decir que no le hizo nada.
—Bueno, sí me lastimó, pero no de gravedad como
pueden ver.
—¿Dónde la tenía? ¿Cómo logró escapar?
—Yo… desperté en alguna parte del bosque, me dejó
tirada entre algunos matorrales, por eso tengo muchos
arañazos.
—¿Y cómo fue que la secuestró?
—Él... ingresó a la cabaña mientras dormía, me sacó bajo
amenaza y me llevó al bosque, donde se divirtió hiriéndome
y burlándose de mí.
—¿Solo eso? ¿Cuál fue su objetivo? —¿Cómo que solo
eso?
—Creo que quería demostrar que, con autoridades como
ustedes, puede ir y venir a su santa voluntad. —Ambos
policías achican los ojos ante mi reproche, pero a ninguno
parece pesarle dicha verdad—. Y está de más decir que es
obvio que le complace mi desgracia.
—Es la segunda vez que la secuestra. —Habla el
detective que se muestra imperturbable—. Debe de haber
algo que pueda señalar como una pista para dar con él.
—No; de ser así lo habría dicho ya. —Parecen estudiar mi
respuesta.
—Dudo que se hayan quedado en silencio todo el tiempo.
Tiene que haber escuchado su voz por lo menos.
—Usa algo para distorsionar su voz, así que me es
imposible reconocerla.
—¿Y de qué hablaron?
—Le pregunté por qué mató a mi familia, pero no quiso
decirme. Dice tener un objetivo, pero no sé cuál. —Quiero
desviar la información hacia el impostor, pero no sé cómo
hacerlo sin que As quede implicado—. Me usa para
comprobar algo…
—¿Comprobar qué?
—No lo sé, cuando le pregunto decide guardar silencio.
—¿Has visto su figura para poder hacer una descripción?
—No es muy alto —respondo al recordar que es mucho
más bajo que As—, y es delgado, pero no mucho. Siempre
se mantiene a mis espaldas, así que no he logrado verlo con
más detalle. —Tras mi respuesta, el detective mira a sus
compañeros y asienten entre ellos, como si se comunicaran
por telepatía. Entonces ambos policías se ponen de pie y se
alejan.
—Hay algo que me causa mucha curiosidad.
—¿Qué es?
—Parecía demasiado tranquila cuando la encontraron; no
estaba asustada, llorando ni pidiendo ayuda. ¿Puedo saber
por qué? —Sus preguntas inquisitivas provocan que mis
manos comiencen a temblar.
—Estaba aturdida, confundida… —respondo, tratando de
que no se note lo nerviosa que estoy, pero sus escrutadores
ojos me intimidan demasiado y hasta siento que se me baja
la presión.
—Hay algo en usted que la hace especial para él. Quiero
saber qué es, porque el que la haya secuestrado dos veces
y no la mate, dice mucho.
—Sí, que ustedes no saben hacer su trabajo. —Me atrevo
a responder.
Su mirada se vuelve más afilada y siento miedo. Y, es
que tengo el presentimiento de que, si se entera de mi
relación con As, pasaré de ser una víctima a un objetivo.
Porque queda claro que hay algo raro en él. Su manera de
mirar, e incluso de hablar, me pone muy incómoda. Gracias
a As, sé que sabe más de lo que aparenta, y que solo trata
de averiguar qué tanto sé yo.
—Es… una pena que piense así de nosotros. Me esforzaré
más para descubrir la verdad. —Hace tanto énfasis en la
última palabra que, me cuestiono de cuál verdad estará
hablando.
—Espero que así sea.
—Estaremos al pendiente. Llámenos si recuerda algo que
pueda ser de ayuda. Todo detalle por mínimo que sea puede
ayudar para hacer justicia por la muerte de su familia.
—Sí… claro. —Hay una clara desconfianza mutua aquí.
—Estaremos vigilando de cerca. Pero, aun así, lo mejor
será que no vuelvan a alejarse tanto. Evite estar sola y no
salga después del anochecer. Aunque el asesino no quiera
matarla por ahora, no sabemos en qué momento cambiará
de parecer.
—Seré más precavida.
Después de que se van, la familia de América también
intenta interrogarme, pero me excuso y digo que estoy
cansada. Subo a la habitación, con Zac siguiéndome de
cerca. Entro y me dejo caer a la cama. Él se acuesta junto a
mí y me atrae hacia sí, envolviéndome en sus fuertes
brazos.
—Lo siento mucho —dice con pesar.
—¿Por qué?
—No pude protegerte, aun cuando estábamos en la
misma habitación. Prometí que lo haría y te fallé, ¿podrás
perdonarme algún día?
—No tengo nada que perdonarte, Zac, no fue tu culpa.
—¡No puedo creer que haya permitido que te hicieran
daño!
—No te mortifiques con eso. No me hizo daño.
—¡Estabas llena de sangre!
—Solo fue una pequeña herida. En verdad, Zac… estoy
bien. —Me mira como si buscara algo más detrás de mis
palabras, lo cual me pone nerviosa, pero termina soltando
un fuerte suspiro lleno de pesar.
Me acaricia la espalda y después levanta mi mentón para
poder besarme, y le correspondo con algo de duda. No dejo
de sentirme como basura por lo que le he hecho. Él solo
está preocupado por mí y yo pasé toda la noche siéndole
infiel… ¡soy despreciable! Y lo soy aún más al darme cuenta
de que mientras lo beso a él, me encuentro pensando en As.
Rompo el beso y me escondo en su pecho. Aunque es
agradable estar con Zac, no se compara con lo que As me
hace experimentar con su sola presencia. Me pregunto
cuándo volveré a verle.
—Zac, Aisa —se escucha la voz de América del otro lado
de la puerta.
—¿Qué pasa?
—Un chico está abajo buscando a Aisa.
—¿¡Qué!? —Me reincorporo al instante y Zac frunce el
ceño.
—¿Qué chico? —pregunta.
—Dice que su nombre es Dominik. —Mi corazón bombea
sangre con ritmo acelerado, y salto de la cama a toda prisa,
atropellando a América en el camino. Bajo las escaleras, con
el riesgo de caerme en el trayecto.
«¡Ole! Tu asesino ha venido a verte».
 

As

La noche anterior fue intensa en diversos aspectos; por


fin logré saciar mi deseo de poseer a la pequeña idiota. La
hice mía, en todo el sentido de la palabra. Ante tan dichoso
recuerdo, sonrío a mi reflejo a través del espejo.
Después de un mes de no tenerla cerca y de
mantenerme a distancia, observando, el reencuentro
ocurrió. No fue planeado, pero sorpresivo tampoco. Desde
mi encuentro con el impostor y después de sus amenazas
sobre la pequeña, había estado vigilando de lejos, porque
tenía la duda sobre si aparecería en ese lugar o si se
escondería. Yo no planeaba dejarme ver por la pequeña,
pero después de verle ir directo a la trampa, tuve que
hacerlo. Él hizo su movida, decidió aparecer e hice lo que
esperaba que hiciese, pero no fui yo quien cayó en su juego.
Desde mi perspectiva ha sido él; ahora sé dónde buscar.
Sí, fue una noche realmente provechosa. No solo tengo una
pista concreta, sino que pude al fin hacerme de ella, de esa
pequeña. No había caído en cuenta de cuánto la deseaba
hasta que no la tuve de nuevo frente a mí. No pude
controlarme. No quise detenerme. Deseaba hacerla mía y
sabía que ella me deseaba igual, así que solo nos di el
placer a ambos. Fue mejor de lo que imaginé.
Al final, ella quedó rendida. Permanecí despierto a su
lado, observándola dormir; su pequeño pero perfecto cuerpo
desnudo, cubierto por una ligera capa de sangre, me hacía
desear tomarla una vez más, y otra vez, y otra vez. Odio el
hecho de que no pueda sentirme satisfecho de ella. Deseo
tocarla en todo momento, hacerla mía a todas horas, drenar
su sangre todo el día.
«Estás obsesionado con la pequeña».
Sí, odio admitirlo, pero es así; esa maldita chiquilla me
tiene jodidamente obsesionado y no logro sacarla de mi
cabeza. Eso solo me pone de mal humor. Yo no soy de los
que se pasan el día pensando en chicas y sexo. ¡Además,
soy un asesino! Para mí no debe haber mayor placer que
atravesar el pecho de mis víctimas con mi bello cuchillo.
Pero cuando estoy con ella no encuentro mayor placer que
molestarla, probar su piel, su sangre, deseo tocarla y
hacerla mía… ¡maldición!
Me encanta ver mi propio reflejo en sus ojos azules. Me
encanta tocar la suavidad de su piel y ver cómo se eriza
bajo mi tacto. Me encanta ver mis marcas en su cuerpo; que
sus pequeñas manos me toquen, que se enreden en mi
cabello. Me encanta escucharla llamarme entre gemidos, y
lo que es peor… he descubierto que me encanta besarla.
¿Qué demonios está pasando?
«Ten cuidado —me advierte la voz en mi cabeza—: si
terminas enamorado será tu perdición».
Rio a carcajadas ante la idea, ¿enamorado? Eso es
ridículo. Yo no puedo ni quiero enamorarme. No llegaré a
amar a nadie en lo absoluto, porque no quiero, y la idea es
más que repugnante. No siento amor más que por mí
mismo y mi trabajo; solo importo yo y mis propias
ambiciones, y aunque ella sea parte de mis planes futuros,
no significa que tenga una importancia real en mi vida. Sí,
admito que siento una obsesión peligrosa por ella, pero no
es amor y nunca lo será… jamás la amaría.
«¿Y ella a ti? ¿Puede ella amarte?».
—Ella sabe qué clase de persona soy. Sabe que soy un
asesino, que puedo ser cruel y despiadado. Espero que lo
tenga bien presente y que jamás olvide que de mí no
obtendrá nada.
«Lo sabe, ¿no es eso divertido? Su alma es igual o incluso
más pútrida que la tuya. ¿No es por eso por lo que te
encanta tanto?».
—Sí, definitivamente hay algo muy malo en esa cabecita.
«¿No sería perfecta para ti si te pudieras dar esa
libertad?».
—Lo sería, pero no lo es, solo hace que me distraiga de
mi objetivo principal.
«Si no quieres más distracciones... solo mátala».
—No puedo matarla. —Observo con suma atención mis
ojos, del otro lado del espejo. Siento que el otro yo se burla
de mí. «Un asesino que no puede matar»—. Tal vez sea
bueno hacerle una visita y cerciorarme de que no diga nada.
«Deja de pensar en ella. Concéntrate en tu deber. Ese
asesino sigue rondando, y además espera una respuesta».
—Ya se la he dado. No hay nada que pensar. Él tampoco
obtendrá nada de mí.
«Es peligroso».
—Lo sé, pero yo lo soy más.
Quiero visitar a la pequeña porque tengo que comprobar
mis sospechas, demás hay algunas cosas que debo hablar
con la pequeña sobre el asesino impostor. Ayer no tuve
tiempo de hacerlo debido a que me pareció más importante
saciar mis propios deseos, pero hoy no puedo dejarlo pasar,
así que iré a verla.
Me regocijo ante la idea de volver a probar su sangre.
Casi puedo escucharla. Amo tanto sus muecas de dolor y
sus gemidos mezclados con placer. Resulta deliciosamente
excitante.
«¡Debes matarla! ¡Mátala o nos destruirá!».
—¡Cállate, joder! —Aprieto con fuerza mi cabeza
deseando que esa molesta voz se desvanezca, pero
permanece ahí, burlándose de mí.
«¡Mátala! ¡Mátala! Rasga su piel, apuñala su pecho, saca
su corazón… ¡debes matarla! ¡Mátala!».
Sí, deseo matarla… pero no puedo hacerlo.
«¿Qué clase de asesino eres si no puedes matarla? ¡Eres
un mediocre! ¡Eres débil y patético!».
—¡No lo soy! —grito, estrellando mi puño derecho contra
el espejo del baño.
La sangre comienza a salir de mis nudillos y eso logra
tranquilizarme un poco. Por supuesto que no dejaré que esa
pequeña me controle. Debo sacarla de mi mente y
concentrarme en lo que sí es importante. Pero aun así no
puedo dejar de desearla… ¡Quiero escuchar sus exquisitos
gemidos! ¡Quiero hacerla sufrir! ¡Quiero hacerla gozar!
¡Quiero hacerla llorar! ¡Quiero que grite de dolor! ¡Quiero
que se estremezca de placer!
Sonrío con demencia solo de imaginar su afligida mirada,
su adorable voz que pide que me detenga mientras desea
que no lo haga; sus ojos nublados por ese placentero dolor a
la que la someto, dolor que la doblega de una manera que
ni ella misma entiende.
¡Necesito hacerla mía, ya!
Me doy una ducha rápida y enredo una venda alrededor
de mis nudillos. Salgo de la casa en la cual me he estado
quedando desde que dejé el hospital y me dirijo al lugar
donde vive mi pequeña... mi pequeña diversión. Eso es lo
único que ella es para mí... un juguete que me da diversión.
Solo eso… no significa nada más.
Cuando llego a casa de su amiga toco la puerta,
segundos después se abre y me deja ver a una chica
castaña que no oculta su sorpresa al verme. Quiero sonreír
ante mi suerte, pero prefiero no hacerlo ella abre su boca
como si deseara decirme algo, pero al final decide no
hacerlo. Me sostiene la mirada con una infalible seguridad, y
se planta ante mí con tanta firmeza que me es imposible
pasarlo por alto.
—¿Quién eres? —decide al fin hablar—, y ¿a quien
buscas?
—Soy Dominik —me presento sin apartar la mirada; ella
sigue impasible—, vengo a ver a tu amiga la pequeñita. —La
hago a un lado y entro sin esperar a que me invite.
—¿Quién eres tú? —me pregunta la señora de la casa.
Respiro con mucha calma y sonrío lo más amable que
puedo.
—Me llamo Dominik, y soy amigo de… de la pequeña —
Ella eleva una ceja.
—¿Cuál pequeña?
—La pequeñita que tiene ojos azules. —¿Por qué
demonios no puedo solo decir su nombre?
—¿Aisa?
—Sí, de ella. ¿Puede llamarla, por favor? —La señora me
mira con desconfianza y comienza a agotar mi paciencia.
—Enseguida le llamo —dice la cuarta presente que sube
con prisa las escaleras.
—¿De dónde conoces a Aisa? —Me pregunta la señora.
Estoy por contestar, pero el sonido de pasos acelerados me
distrae.
Miro a las escaleras, y pronto la pequeña hace su
aparición. Se detiene al pie de las escaleras y me mira
incapaz de creer que este ahí. Sonrío de manera socarrona
ante su mueca de boba. El idiota de su novio llega tras ella,
acompañado de la otra chica.
—¿As? —pregunta aún confundida. Pongo los ojos en
blanco, ¿no pude conseguirme un juguete menos idiota?
—Hola, pequeña —saludo con mi sonrisa de siempre. Sus
ojos se abren y ese brillo que tanto me gusta ver aparece en
ellos.
—¡As! —Salta a mis brazos tal y como pensé que haría.
La atrapo con facilidad y la aprieto contra mí solo para ver
el semblante molesto de su estúpido novio—. ¡No puedo
creer que estés aquí! —chilla con emoción, y reprimo la risa
boba que lucha por salir.
—Escuché lo que te pasó y me preocupé, quería saber si
estabas bien. —Mi cínica sonrisa hace que se sonroje al
grado de parecer un tomatito. Es obvio que está pensando
en nuestra salvaje noche de sexo.
—Ella está bien —dice de pronto su novio, mientras la
sujeta de un brazo y la separa de mi regazo.
Nos fulminamos con la mirada y enarco una ceja cuando
él la toma de la cintura acercándola a él. Le planta un beso
en los labios y después me mira como si quisiera advertirme
que ella es suya. Suelto una carcajada sin poder evitarlo. Me
encantaría ver qué cara pone si se entera de lo que su
bonita y pequeña novia estuvo haciendo la noche anterior,
de cómo se retorcía de placer, de cómo se movía sobre mí,
de cómo gemía entre mis brazos. ¡Solo de recordarlo hace
que me prenda!
—Hey, pequeña, ¿dónde está tu habitación? —pregunto,
y todos me miran confundidos.
—Allá arriba —contesta, igual de confundida. La tomo de
la mano y la jalo hacia las escaleras, pero su novio no la
suelta.
—¿A dónde la llevas? —pregunta, molesto.
—A su habitación.
—¿Para qué?
—Necesito platicar con ella… a solas. —Le sonrío a la
pequeña y esta se sonroja aún más.
—¡No voy a dejar que te encierres a solas con mi novia!
—Tranquilo, no me la voy a comer. —Tal vez drene un
poco su sangre, pero nada más.
—¡Dije que no! —exclama, mientras tira de la pequeña
hacia sí. Este chico me subestima en gran manera. Sonrío
con arrogancia y clavo mi grisácea mirada en la de la
pequeña.
—¿Vamos? —Estiro mi mano hacia ella. Nuestras miradas
se mantienen conectadas con fuerza. Mi sonrisa no se
desvanece y paso mi lengua entre mis labios.
—Sí. —Ella toma mi mano bajo la sorprendida mirada de
su novio—. Zac, tenemos algunas cosas importantes de las
que hablar. No te preocupes, enseguida bajo.
—¡Pero, Aisa!
—¡Voy a estar bien! ¡No te preocupes! As no me hará
nada.
«Oh, pequeña no estés tan segura de eso».
Le dedico una mirada llena de arrogancia y superioridad
al tal Zac y este me mira con odio. Aprieto la mano de su
novia y subo las escaleras con ella detrás de mí. Cuando
llegamos al segundo piso, dejo que me conduzca hasta su
habitación. Entramos y cierro la puerta detrás de mí con
seguro. La observo mientras se sienta en la orilla de la
cama.
—¿Por qué estás aquí? Esta vez sí me has sorprendido.
—¿No puedo visitar a mi juguete favorito? —pregunto con
fingida inocencia.
—¡As!
—No mentía cuando dije que me preocupé. Seguro te
interrogaron.
—Lo hicieron, pero no dije nada.
—¿Estás segura?
—¡Por supuesto! Puedes estar tranquilo; jamás diré nada.
—Más te vale. Sabes de lo que soy capaz si llegas a decir
algo.
—Lo sé, lo sé, muy bien, y ya te dije que no voy a decir
nada. Pero no deberías andar por ahí tan tranquilo, el
detective dijo que estaría vigilando de cerca.
—No vi a nadie sospechoso de camino, y si están
vigilando, por mí mejor.
—¿Qué pasa si te ven?
—Buena pregunta, también quiero saberlo.
—¡Tómalo en serio!
—Eso hago.
—Hay algo que me preocupa.
—¿Qué cosa?
—El detective que siempre viene a interrogarme parece
que sabe más de lo que yo misma sé; como si supiera que
estuve contigo y no con el impostor.
—Tal vez es así. Te lo dije una vez: ellos saben y ocultan
cosas.
—¡Tú también lo haces! —reprocha, harta de no saber lo
que pasa.
—Sí, lo hago.
—Necesito que me digas qué sucede. No entiendo y sé
que hay más detrás de todo esto. El motivo por el cual eres
asesino. Una vez dijiste que sus mentiras te habían creado...
o eso fue lo que entendí. Explícame bien a qué te refieres.
Dime bien quiénes son ellos y de qué mentiras hablas. Por
favor, dime qué es lo que está pasando contigo y con ellos.
—Entiendo su necesidad de querer saber, pero no me siento
seguro de decirle toda la verdad.
—Ya te dije una vez que hay cosas que no son de tu
incumbencia.
—Me he quedado sin familia debido a todo esto del
Asesino de la Luna, ¿cómo puedes decir que no es de mi
incumbencia?
—No fue a causa del Asesino de la Luna, fue por culpa de
ese estúpido impostor. Todo lo que tiene que ver conmigo;
mis razones, motivaciones e incluso mi existencia no tiene
nada que ver contigo en lo absoluto.
—¡Todo tiene que ver! No sé qué es lo que sucede
contigo. No sé por qué ellos parecen conocerte y no sé por
qué no quieren atraparte; pero debido a eso tampoco hacen
nada por atrapar al impostor.
—No pueden atraparlo, porque si lo hacen y yo sigo
asesinando, la gente se dará cuenta de que habría dos
asesinos, o pensarán que solo fueron engañados, así que tal
vez esperan a que lo atrape yo mismo.
—¿Y por qué no quieren atraparte a ti?
—Creo que me necesitan libre.
—¿Por qué?
—Dejemos de hablar de mí, concentrémonos en el otro
asesino.
—¡Lo dejaste ir cuando lo tenías! —me recuerda.
—¡Estaba armado! Además...
—¿Además?
—Estabas tú ahí, ¿qué hubiera hecho si te dispara a ti?
—Entonces... ¿estabas preocupado por mí?
—Muerta no me sirves, pequeña idiota.
—¡No me digas así!
—Como sea, tenemos cosas importantes de que hablar —
digo, tomando su atención por completo—. Gracias a todo lo
que pasó ayer con el impostor, tengo una pista confiable.
—Yo... tengo miedo.
—¿De qué?
—Él sabe quién soy. Quiero decir: me conoce de cerca,
conoce a mis amigos, conocía a mi familia. Creo que... —
Juguetea con sus manos, mostrándose nerviosa.
—Crees que...
—Que es alguien de aquí cerca —dice, y entrecierro los
ojos analizando sus palabras.
—¿Qué tan cerca?
—Tal vez un vecino, alguien con quien mi padre o mi
madre solían frecuentarse.
—¿Qué pasa si lo es?
—No quiero que lo sea…
—Pero si resulta ser alguien cercano, ¿dudarás a la hora
de matarlo?
—¡No lo haré!
—No quiero que te retractes en el último momento.
—Ya te dije que no lo haré.
—Es bastante hábil, pero prefiere jugar sucio. No quiere
arriesgarse y cometer algún error, por eso siempre busca
maneras de mantenerme al margen. La verdad, es que dudo
que puedas terminar con él usando una katana, más con tu
actual nivel.
—¡Entrenaré más!
—Creo que debes conseguir un arma de fuego. Ya lo
sugerí una vez.
—No quiero un arma de fuego.
—¿Entiendes que te matará sin pensarlo una vez que se
lo proponga?
—Ha tenido la oportunidad y no lo ha hecho. En las
cabañas él me asaltó cuando estaba sola. Pudo haberme
matado en ese instante y no lo hizo.
—Está jugando conmigo… —Me mira con los ojos
entrecerrados, como si dudara y sospechara de mí.
—Ayer... hablaron como si ya se conocieran, ¿por qué? —
Abro la boca con intención de contarle sobre nuestro
encuentro y todo lo que hablamos, pero decido no hacerlo.
—Supongo que no somos completos desconocidos.
—¿Qué significa eso?
—No te lo explicaré.
—¡Pero no entiendo nada!
—Por eso eres una pequeña idiota.
—¡As! —Me burlo y camino hasta ella. Deja escapar un
pequeño jadeo cuando la levanto de un rápido tirón—. ¿Qué
le pasó a tu mano?
—Me lastimé un poco, nada importante.
Meto mis manos por debajo de su blusa, acariciando las
cicatrices en su tibia piel. Su rostro se enrojece y su cuerpo
se estremece bajo mis caricias. Sus reacciones son tan
espontaneas y auténticas, por eso me encanta tanto
tocarla.
—A-as no hagas eso aquí —pide, y gimotea cuando
muerdo la piel de su cuello.
—¿Por qué no? —pregunto, sin dejar de morder.
—Alguien puede entrar. —Cerré la puerta con seguro.
—Eso será sospechoso y Zac se enojará.
—No me importa. —La tomo de las nalgas con las palmas
de las manos y la levanto para que me rodee la cintura con
sus piernas. La pego contra la pared, me froto contra ella y
me gano un exquisito gemido de su parte.
—As… tienes que detenerte.
—No quiero… ¿tú quieres que me detenga?
—No… sí… tienes que detenerte.
—No, no tengo que. Te he dicho que voy a tocarte y
tomarte en el momento en que se me dé la gana y deseo
hacerlo ahora.
—¡Es arriesgado!
—Eso lo vuelve más excitante. —Tomo mi cuchillo y rasgo
su blusa para poder dejar al descubierto su pecho.
—¡As, has estropeado mi blusa!
—Tienes muchas más.
—A este paso ya no tendré ninguna. —Entierro mi rostro
en el valle de sus senos, chupo y muerdo la parte más
sensible de su piel. Rujo como un animal cuando sus
pequeñas manos se entierran en mi cabello y me hala con
fuerza para dejar mi rostro frente al suyo.
—Guarda tus instintos vampíricos para otra ocasión, no
podemos hacer esto aquí —dice con la respiración entre
cortada. Aunque sus palabras dicen que no, su mirada
oscurecida de deseo me grita que la haga mía en ese
instante.
—No veo por qué no. —Vuelvo a atacar su cuello, se
sigue quejando, pero aun así echa su cabeza hacia atrás
para darme más acceso.
—¡Van a escucharnos! —dice con obviedad.
—No me importa.
—¡Pero a mí sí!
—No sabes cuánto deseo escuchar tus gemidos, tus
gritos de dolor y placer… deseo rasgar tu piel, drenar tu
sangre y hacerte gritar, mientras imploras que me detenga.
—Digo con total cinismo, y la pequeña pone los ojos en
blanco.
—Eres un sociópata con complejo de vampiro.
—Pero te gusto, ¿qué no? —Ahora me gano una sonrisa
tímida.
—Por desgracia.
—Yo soy un sociópata, sádico y demente chico con
complejo de vampiro. Pero tú eres la chica más masoquista
que conozco… ¿Por qué no te asustas de mí?
—Sí me das miedo, pero por alguna razón que
desconozco siento la necesidad de estar a tu lado. 
—¿Por qué?
—Ya te dije que no lo sé, la verdad es que no lo entiendo.
—Tengo que hacerte mía… ahora, en este momento.
—¡No! —La pequeña se remueve para intentar zafarse de
mí, pero pongo todo el peso de mi cuerpo contra ella—. ¡Es
demasiado arriesgado!
—Soy un asesino, me gusta correr riesgos.
—A mí no.
—Oh, vamos pequeña, esa es la más grande mentira que
has dicho. Puedo asegurar que tú eres más temeraria que
yo.
—Pero, As… —Cansado de que siga quejándose, tomo
posesión de sus labios y me corresponde con premura.
Sé muy bien lo mucho que le gusta besarme, así que es
el arma perfecta para que deje de quejarse, además de que
a mí también me encanta besar sus pequeños y jugosos
labios.
Profundizo el beso hasta casi devorarla y robarme todo su
oxígeno. Sus gemidos contra mi boca me vuelven loco, y
muero por encajar mi cuchillo en su piel, pero con eso debo
de tener más cuidado. No creo que me dejen salir de aquí si
descubren a la pequeña con heridas por doquier y llena de
sangre, y no creo que a ella le agrade si me deshago de su
segunda familia por entrometida. ¡Cómo me jode esta
situación! No puedo poseerla de la manera que deseo, y
solo por eso me reprocho el haber permitido que se la
llevaran de mi lado.
Una vez más tomo mi cuchillo y esta vez corto su sostén,
sus manos van desesperadas hasta el dobladillo de mi
playera. Levanto las manos para facilitarle el trabajo. Mi
playera aterriza en alguna parte del suelo. Ambos gemimos
cuando nuestros pechos se rozan. Dejo sus labios y bajo por
su cuello. Paso mi lengua entre el valle de sus senos, donde
mi cuchillo dejó una pequeña línea de sangre. Necesito con
urgencia sacarla de aquí y llevarla a un lugar donde pueda
escuchar sin temor alguno sus gritos de placer y dolor. No
hay nada que me obsesione más que lastimarla y
embriagarla de placer. Me gusta matar. Causar dolor me
produce placer. Pero nada se compara con el que ella me
produce, nunca había sentido tanto deseo de lastimar a
alguien como el que siento hacia ella. ¡Quiero lastimarla,
quiero hacerla gritar y llorar!
Con desesperación la bajo y me deshago de sus jeans. Ya
no protesta. Siempre logro domarla aun cuando intenta
revelarse ante mí. Simple y sencillamente no puede; su
mente se nubla y su cuerpo se entrega al deseo carnal que
la consume.
Vuelvo a levantarla. Ella besa y muerde la piel de mi
cuello con salvajismo, aumentando más mi nivel de
excitación.
—¿Aisa? —La voz de su estúpido novio llega a nosotros.
De repente la pequeña intenta bajarse de mi regazo, pero
se lo impido.
—Contesta —le ordeno en voz baja.
—¿Qué pasa, Zac? —pregunta, y hace un gran esfuerzo
para que su voz no la delate.
—¿Está todo bien allá adentro?
—Está todo más que perfecto. —El pomo de la puerta
comienza a moverse. Puedo ver el terror en la expresión de
la pequeña, y eso eleva mi excitación a un grado que ya no
puedo contenerme.
—¡Abre la puerta, Aisa! —ordena el molesto chico desde
el otro lado.
—Estamos platicando de cosas importantes y eres una
molestia — digo, mientras desabotono mis pantalones.
—En un momento salgo —se apresura a decir la pequeña,
removiéndose, pero no le dejo bajarse de mis brazos.
Camino con ella hasta la puerta y recargo su espalda contra
la madera con un poco de fuerza.
—¿¡Qué fue eso!? —pregunta el chico alarmado.
—Nada, lo siento Zac, bajo en un… —Su respiración se
detiene por completo cuando la penetro con fuerza de una
sola embestida. Sus uñas se encajan en la piel de mi
espalda y la hacen arder. Muerde sus labios con fuerza para
no soltar los gemidos que desean salir. Empiezo a moverme
lento y sus ojos se cierran.
—Aisa, por favor, quiero entrar. —Sigue el molesto chico.
Con que siga así saldré a cortarle la cabeza—. Quiero saber
qué tanto tienes que platicar con ese tipo.
—Son cosas entre nosotros —digo con sorna. La pequeña
está tan metida en su burbuja de placer que no puede ni
hablar—. Nada que tenga que ver contigo.
—Bien. —Se da por vencido al fin. Aunque, se escucha
demasiado molesto, cosa que lo vuelve mucho más
divertido—. Estaré abajo con los demás. No tardes por favor.
Una vez que sus pasos se alejan por el pasillo, quito a la
chiquilla de la puerta. Doy una vuelta por la habitación y la
acorralo contra una pared mientras comienzo a embestirla
con fuerza. Sus uñas se encajan hasta hacer sangrar mi piel.
Sus labios están muy apretados, y en cuanto veo el hilillo
rojo y espeso que se desliza por la comisura de su boca,
tomo posesión de sus labios, probando el delirante sabor de
su sangre.
«Tú obsesión por esta niña será tu perdición».
La voz en mi cabeza me molesta y pongo más fuerza en
las embestidas. La espalda de la pequeña se en curva por el
dolor que le causan los azotes contra la pared. No me
importa; yo jamás soy delicado, ni con ella ni con nadie, y
nunca lo seré.
No hay ternura, no hay sensibilidad, no hay delicadeza…
no hay amor. Solo es una obsesión…
Mi obsesión.
27
Marc

Aisa

Me hago bolita y ruedo de un lado a otro mientras


lloriqueo y maldigo mi existencia. Amanda me mira sin
emitir palabra alguna; justo ahora me encuentro en su casa,
en su habitación y destendiendo su cama por el continuo
movimiento de mi cuerpo.
Zac no ha dejado la casa de América desde que volvimos
de la reserva. Está tan preocupado por mí que no ha
querido dejarme. Sus tíos le permitieron quedarse y ahora
duerme en el sofá. Tenerlo tan cerca, mientras está todo el
día detrás de mí, está matándome; cada vez que lo miro a
los ojos siento demasiada culpa. ¡Estúpido As, tú tienes la
culpa!
«¿Él? ¿o tú, por no ser capaz de controlarte?».
¡Él, por provocarme de la manera que lo hace!
—Aisa —Amanda habla después de haber estado callada
por un largo rato—, llevas dando vueltas en mi cama por
más de media hora, ¿vas a decirme qué es lo que te
sucede?
—¡Oh, Amanda, estoy por irme al infierno!
«Ya estás en el infierno».
—¿De qué hablas?
—Soy tan mala, tan despreciable… ¡no merezco vivir!
—En verdad no sé qué te sucede. Has estado actuando
raro desde la visita de tu amigo…
—¡No me menciones a ese tonto egoísta que solo piensa
en él!
—¿Se pelearon? ¿Por eso estás así?
—No, no nos peleamos, pero… —Recuerdo la forma en
que me tomó sin importarle que estuviéramos en casa de
América y con Zac del otro de la puerta. Y yo dejé que lo
hiciera; dejé que me tomara y que me envolviera con su
perversidad. ¿Por qué no puedo resistirme a él? Siento que
perderé la cabeza—. ¡Es un idiota!
—A decir verdad, creo que es demasiado arrogante.
—No tienes idea...
—Pero ¿qué fue lo que pasó? ¿Por qué estás enojada con
él?
Continúo dando vueltas y solo escucho a Amanda soltar
un suspiro. No puedo dejar de sentirme miserable. No sé
qué odio más, si engañar de esa manera a Zac o no
arrepentirme de lo que pasó. ¡Maldito As!
«¿Maldito As? No dijiste eso cuando te revolvías del
placer en sus brazos».
Chillo y aprieto la almohada contra mi cara hasta que
siento una fuerte patada en el trasero que me obliga a caer
de la cama. Me siento sobre la alfombra y hago una mueca
de dolor. Amanda, que está de pie del otro lado de la cama,
cruza los brazos y me mira con el ceño fruncido.
—¡Ya me cansé de verte así! ¡Dime qué es lo que te pasa!
—Amanda, ¿qué opinas de que Zac y yo seamos novios?
—Creo que hacen una bonita pareja. Zac siempre ha
estado enamorado de ti. Sinceramente no creo que
encuentres a alguien que te quiera y cuide de la forma que
lo hace él.
—Es cierto... siento que no lo merezco. ¿Crees que lo
merezco?
—Claro, tú lo quieres, ¿no?
—Sí, pero tal vez no con la misma intensidad con la que
me quiere él, y eso me hace sentir culpable. 
—¿Te gusta tu amigo? —pregunta de pronto, y siento que
me ahogo con la saliva.
—¿Quién?
—Hablo del chico ese, Dominik. Vi cómo te brillaban los
ojos cuando lo viste.
—Ya te dije que es un idiota, ¿por qué me gustaría?
—Solo decía —dice, encogiéndose de hombros—. ¿Cómo
fue que se conocieron?
—Bueno, él me ayudó…
—¿Cómo?
—Cuando escapé del Asesino de la Luna me topé con él,
me vio en muy mal estado y ayudó a curar mis heridas.
—¿Y decidieron hacer justicia por mano propia en lugar
de ir con las autoridades?
—Sí… él también sufre por su familia.
—Te aseguro que lo hace.
—Amanda... —Me levanto de la alfombra y dejo la
almohada sobre la cama.
—¿Sí?
—¿Todavía te gusta el Asesino de la Luna? —pregunto
con cautela, y la veo ponerse pálida.
—¿Por qué me preguntas eso? ¡Me ofendes! —exclama
molesta—. Él es quien asesinó a tu familia y arruinó tu vida.
Por mucho que me gustara antes, ahora yo lo odio. —Se
cruza de brazos, pero en seguida su expresión molesta
cambia por una triste—. La verdad es que me sentí muy
culpable después de lo sucedido con tu familia; me
arrepiento tanto de haber dicho todas esas locuras.
—No te sientas mal —me acerco a ella y la abrazo—, tú
no sabías que algo así pasaría—. De alguna manera sus
palabras me hacen sentir aliviada. Me pregunto cómo
reaccionaría si supiera que As es el asesino que ella tanto
admiraba.
—No, no lo sabía. Aún me pregunto por qué tuvo que
pasarte a ti.
—Lo mismo me pregunto yo…
—Espero que lo atrapen pronto.
Saco mi celular del bolsillo de mi pantalón, cuando
escucho que me ha llegado un mensaje. Lo leo y resoplo al
ver que es de Zac; está preocupado y quiere que regrese,
pero lo que me llama la atención es el hecho de que dice
que alguien está buscándome. Dudo mucho que sea As, o
Zac no me lo diría.
—Tengo que irme, ¿vienes?
—No, tengo algunas cosas que hacer.
—¿Qué clase de cosas? Tal vez pueda ayudarte.
—No es necesario, pero gracias.
—Entonces nos vemos en el instituto.
Me despido de Amanda con un abrazo y salgo a la calle;
ya está atardeciendo, y el cielo está iluminado con
hermosos rayos rojos, amarillos y naranjas. As quedó de ir a
buscarme al instituto en uno de estos días, para comenzar
de nuevo el entrenamiento, pero ahora me resulta una
tortura estar junto a él. Su sola presencia me es una maldita
tentación ante la cual estoy indefensa.
Aunque me digo que ya no quiero engañar a Zac, y
aunque estoy consciente de que As solo me toca para
provocarme, lo cierto es que le resulta y termino cediendo a
él, al ser incapaz de resistirme. ¡Odio tanto que haga eso! Y
odio más el hecho de que mi cuerpo y mi alma se sientan
tan bien en su compañía, a pesar de que él me ha dejado
claro que jamás sentirá algo por mí. Así que, no puedo
exigirle que sienta lo mismo que siento yo por él.
«¿Y qué sientes por él, pequeña idiota?».
No estoy segura; pero quiero saberlo: descifrar con
exactitud este perverso sentimiento, de qué se deriva y por
qué no puedo detenerlo.
Poco antes de llegar a casa, visualizo un auto aparcado
en la entrada. No es de ninguno de los padres de América, y
de hecho no me resulta familiar. De inmediato pienso en ese
«alguien» que Zac dijo que me estaba buscando. Mi
curiosidad crece y apresuro el paso. Tengo un extraño
presentimiento de esto. Solo espero que no sean más malas
noticias.
Subo con ritmo las escaleras del pórtico y abro la puerta.
Zac, América y sus padres están en la sala platicando con
un hombre, que en estos momentos me da la espalda.
Cuando se dan cuenta de mi presencia, todos guardan
silencio y me miran. Me siento algo extraña por la manera
en que lo hacen. Me quedo parada a unos metros de
distancia y una sensación de incomodidad me recorre. El
hombre se da la vuelta y cuando nuestras miradas
conectan, abro los ojos con sorpresa. Él esboza una sonrisa.
Yo me quedo congelada en mi lugar sin saber qué decir o
cómo debo actuar.
—Hola, Aisa —dice con una suave y amable voz—, ha
pasado mucho tiempo, ¿no?
—T-tío Marc —tartamudeo, sin poder creer que en verdad
esté él frente a mí después de tantos años.
El tío Marc es el hermano menor de papá. Es el único tío
que tengo, así que ahora es la única familia que me queda.
Han pasado casi ocho años desde la última vez que lo vi.
Vivía con nosotros, pero cuando cumplió los dieciocho años
se fue de la casa, y nunca más supimos de él. Mi padre
sufrió mucho por su culpa, ya que no sabía si estaba bien o
no, pero después poco a poco su nombre dejó de ser
mencionado en mi familia, y la verdad ya me había olvidado
de que tenía un tío. Él ha cambiado mucho, pero el parecido
que tiene con papá hizo que le reconociera muy fácil.
Mi cuerpo se tensa cuando camina hasta mí y me
estrecha en sus brazos. Recuerdo que, siendo una niña, yo
lo seguía a todas partes y él jugaba siempre conmigo. Yo lo
quería mucho, pero ahora ya no sé cómo actuar.
—Lamento tanto lo que pasó con tus padres —me dice,
con una voz cargada de pesar—. Yo no sabía, si no hubiera
venido antes… ¡perdóname por no haber estado para ti!
—¿Por qué estás aquí? —Tal vez estoy siendo un poco
egoísta, pero ¿qué esperaba? ¿Que le tratara como si nada
después de ocho años?
—Yo lo localicé —dice el padre de América—. Estaba
preocupado por ti así que creí que tener el apoyo de alguien
de tu familia te haría sentir mejor.
—Ustedes son mi familia. —Salgo del abrazo de mi tío y
camino hacia Ágata. Ella me envuelve en un cálido abrazo
de madre.
—Claro que sí, cariño —dice, mientras acaricia mi espalda
—. Nunca dejaremos de ser tu familia, y sabes que eres una
hija para nosotros, pero aun así pensamos que era justo que
Marc se enterara.
Creo que en eso tiene razón. Sin importar lo que sucedió
en el pasado, o los motivos por los cuales se desapareció
por tantos años, Marc era, a la postre, hermano de mi
padre, así que tenía derecho a saber lo que ha ocurrido.
—He venido para no irme nunca más. De ahora en
adelante viviremos juntos. Después de todo somos los
únicos que quedamos de nuestra familia. Debemos
apoyarnos entre nosotros. —¿Soy despreciable por no sentir
alegría ante tal noticia? No quiero vivir con Marc por más
que sea mi tío… ¡prácticamente es un desconocido!
Además, por alguna extraña razón, su presencia me causa
desconfianza.
—¿No puedo quedarme aquí? —pregunto esperanzada.
—¡Ella puede quedarse aquí! —dice Ágata acto seguido,
mientras me abraza más contra sí.
—Aisa —Marc me mira con tristeza y odio sentirme
culpable—, yo sé que nuestra relación ya no es la misma de
antes, pero quiero enmendar mi error. Además, eres la hija
de mi único hermano. Estoy seguro de que a él le hubiera
gustado que estuviéramos juntos, para que yo cuidara de ti.
Sé que te hará bien estar con alguien de tu familia… de tu
familia de verdad.
—Pero no quiero irme y no necesito que tú me cuides.
Creo que soy lo suficiente mayor para estar por mi cuenta.
—Es necesario, pequeña. —Da un paso hacia mí. Siento
escalofríos al escuchar ese «pequeña» salir de su boca—.
Me han dicho que el asesino aún te acecha. Debes estar en
un lugar seguro, dejar de vivir con miedo y salir adelante
con tu vida. Yo te voy a dar todo mi apoyo. —Solo me lo
pienso al recordar que el asesino ya ha estado aquí. Ahora
más que nunca, creo que el señor Carlos presiente el peligro
y quiere mantener a su familia a salvo... de mí.
—¿Te la llevarás a vivir contigo? —pregunta Zac algo
asustado.
—Así es. Pero no se preocupen, no me la llevaré lejos.
—¿Dónde viviremos?
—Compré un departamento en medio de la cuidad. Creo
que allá estarás más segura que en este lugar. El
departamento cuenta con un buen sistema de seguridad,
además de que hay cámaras de vigilancia en todo el
edificio, así como también hay guardias las veinticuatro
horas. Estarás muy segura.
—Eso me hace sentir más tranquilo —dice el papá de
América.
—Tus amigos pueden ir a visitarte cuantas veces quieran.
Son siempre bienvenidos. Quiero que entiendas que ahora
lo más importante para mí es tu seguridad.
—¿Por qué no podemos vivir en casa?
—No me sentiría muy a gusto viviendo en la casa donde
mi hermano fue asesinado —dice frotando sus brazos. 
—Entonces, ¿no tengo opción?
—La tienes, pero quiero que elijas lo correcto, sabiendo
que es por tu bien, Aisa —me dice el papá de América—. Yo
no quiero que te vayas; pero después de lo que te pasó la
última vez en el bosque, me di cuenta de que por más que
quiera mantenerte a salvo no puedo, y jamás me perdonaría
que algo te pase. Creo que estar con Marc es más seguro
para ti que estar aquí, donde el asesino puede venir en
cualquier momento.
Esas últimas palabras me confirman mi sospecha. Yo
tengo el mismo miedo, así que irme con Marc no es tan
mala idea. Si me voy, al menos alejaré al asesino de ellos.
—Está bien. —Acepto sin más y América corre a
abrazarme. Zac también se ve decaído por la idea; es obvio
que el hecho de que ya no pueda mantenerme vigilada no
le gusta.
—El departamento ya cuenta con todos los muebles.
También he mandado a acondicionar tu nueva habitación,
así que lo único que necesitas es llevar tu ropa y objetos
personales —dice Marc, y asiento antes de caminar
escaleras arriba. América y Zac me ayudan a empacar mis
pocas pertenencias. La mayoría es ropa y libros del
instituto, ya que casi todas mis cosas personales siguen en
mi casa. Tomo la katana y la guardo en su funda.
—¿Para qué quieres eso? —inquiere Zac.
—Para defenderme —contesto con una media sonrisa.
—¿No es mejor llevar gas pimienta o algo así?
—No, mi katana está bien.
—¡Voy a extrañarte mucho! —chilla América, y se lanza
otra vez a mis brazos.
—Yo también, pero irás a verme, ¿verdad?
—¡Por supuesto! ¡De mí no te libras! —América me suelta
y Zac me abraza con fuerza contra su cuerpo.
—¿No me dejará tu tío quedarme en su sillón? —dice, y le
golpeo el brazo, a la vez que me río de manera juguetona.
—No sean tan dramáticos, nos veremos todos los días en
el instituto.
Bajamos las escaleras con las maletas y los chicos me
ayudan a meterlas al auto. Me giro y me despido de todos
con un gran abrazo, en especial de América y su mamá,
quienes, sin poder evitarlo, lloran. Por último, ya solo abrazo
a Zac, que me toma de las mejillas para acercar mi rostro al
suyo y darme un pequeño y suave beso en los labios. Me
sonríe y vuelvo a sentir culpa.
«¿Lo sientes? ¿Sientes cómo nadas en el fango de tu
inmundicia?».
—Te quiero —dice a mi oído, y solo quiero arrojarme de
un risco.
—Yo también te quiero. —Tal vez no le quiero con la
misma intensidad con la que me quiere él a mí, pero lo
hago, así que no volveré a caer en los enredos de As.
«Puff… ¡Ni tú te la crees!».
«Oz… cállate, vocecita estúpida».
Marc sube al auto, y después de separarme de Zac, él
abre la puerta para mí. Con una sonrisa agradezco el gesto
y me despido con la mano cuando el auto se pone en
marcha. Los miro por el espejo hasta que se pierden por
completo de mi vista. Cierro los ojos y suspiro. Últimamente
mi vida está dando demasiados giros.
—Seremos una familia de nuevo, Aisa —dice Marc, que
sonríe alegre, y aunque quiera no puedo regresarle la
sonrisa.
 

As

Me recargo en la moto y miro atento hacia la entrada del


instituto mientras mantengo la típica pose de chico malo.
Las chicas pasan a mi lado y sonríen coquetas, pero yo solo
espero con impaciencia la maldita hora en que esa pequeña
idiota decida salir del plantel.
Le dije que pasaría por ella para comenzar el
entrenamiento, aunque no le dije cuándo; pero no importa,
no creo que se atreva a decirme que no, y si lo hace tendré
que castigarla. Me incorporo cuando logro visualizarla. Hago
una mueca de asco al verla de la mano de su estúpido
novio. Ambos ríen de no sé qué, y sus dos amigas vienen
detrás de ellos; la de nombre América logra verme y su
sonrisa se desvanece. Le sonrío y se sonroja… ¡Ja, nadie
puede resistirse a mí! La pequeña idiota comienza una
sesión de besos con su novio, en medio de todos los demás
estudiantes… ¡Ugh!
Camino hacia ella, pero un auto llama mi atención; es un
Mercedes negro con todas las ventanillas polarizadas, que
se para justo enfrente de la pequeña y su estúpido novio.
Suena la bocina y los asusta haciendo que se separen de
inmediato. Puedo ver fastidio en el rostro de ambos, y me
llevo una gran sorpresa al ver quién es el conductor del
Mercedes… ¿¡Qué hace ese maldito aquí!?
Mi furia corre por mis venas en cuestión de segundos. El
deseo de ir y apuñalarlo me abraza, y lo haría si no
estuviéramos rodeados de tanta gente. Solo me queda
apretar los puños para intentar controlar mi instinto asesino.
El maldito de Marc saluda a la pequeña y a sus amigos con
la mano, camina hasta ellos, abraza y besa la mejilla de mi
pequeño juguete, y eso hace que me hierva más la sangre.
Y entonces, ¡qué sorpresa! Ella se mete en el auto con él y
se alejan minutos después. ¿¡Qué demonios está pasando!?
Gruño más que enojado y me giro bruscamente cuando
alguien se para a mi lado. Alzo la ceja al ver a la amiga de la
pequeña… esa, la de nombre América, me sonríe y me
contengo para no demostrar cuánto odio esas sonrisas
llenas de coquetería.
—Dominik, ¿cierto?
—Sí. —Hago una muestra de falsa amabilidad y me
monto en mi moto.
—¿Venías por Aisa?
—Sí, ¿a dónde ha ido?
—Ya no vive en mi casa —dice, desanimada.
—¿Cómo?
—Ella ahora vive con su tío Marc.
—¿¡Marc es su tío!? —Mi sorpresa es tanta que pierdo la
compostura en segundos.
—¿Lo conoces? —Me mira con curiosidad.
—No —digo, sonriéndole de esa manera que hace que se
derrita—. ¿Sabes dónde viven ahora?
—Sí. —Noto cómo se concentra en mis labios y se me
sale una mueca de arrogancia… ¿Por qué tengo que estar
tan bueno?
—¿Quieres que te lleve a tu casa? —pregunto y
enseguida me mira con brillantes ojos.
—¿En verdad?
—Lo dije, ¿no?
—¡Me encantaría! —Me regodeo ahora, y le paso el casco
que había estado destinado a su amiguita, la pequeña
idiota. Ella se lo coloca y se sube, rodeándome con fuerza
de la cintura.
—Sujétate fuerte, nena. —La escucho reír con timidez. Me
pongo el casco y salgo a toda velocidad rumbo a la casa de
América.
Pienso en una forma de alejar a Marc de la pequeña. La
imagen de ellos juntos sigue fresca en mi cabeza y me pone
de mal humor.
«Deberías estar feliz, porque, ahora que sabes dónde
está, puedes matarlo sin ningún problema».
¿Cómo voy a matarlo estando con la pequeña?
«¿Y qué? Ella sabe que eres un asesino».
No creo que le haga gracia que mate a su tío.
«Y desde cuándo te importa lo que le haga gracia o no».
Es cierto… ¿Por qué debería importarme?
Me detengo en la esquina de la casa de la amiga de la
pequeña, y ella baja con cuidado de la moto. Se quita el
casco y me lo entrega con otra sonrisita tímida.
—Gracias por traerme.
—De nada. —Arranco la moto y me voy. Ahora que
encontré por fin a Marc, no puedo dejar escapar tan
magnífica oportunidad, y no debo detenerme solo porque
resultó ser tío de esa pequeña; no, eso no debe afectarme...
no debe.
 

Camino por el pasillo con tal arrogancia y superioridad,


que es imposible no llamar la atención de todos en el lugar,
y aunque por lo general me gusta tener la atención, ahora
me pone de mal humor; me gusta cuando la gente habla de
mí y mis asesinatos, pero no me gusta que me miren
cuando soy solo Dominik.
Al entrar al comedor, siento la vista de todos sobre mí,
estoy tan tenso que no hay nada que me gustaría más que
apuñalar a unos cuantos fis gones, pero opto por solo
ignorarlos y paseo mis ojos por todo el lugar hasta que
encuentro a la persona que busco. Entonces camino hacia la
mesa donde la pequeña está comiendo en compañía de sus
amigas y su tonto novio. América y la otra chica ya han
notado mi presencia y me miran atentas. La pequeña idiota
está muy entretenida con su noviecito, platicando y riendo,
y ni se entera de nada.
Llego a ella y me inclino hasta susurrarle al oído:
—Hola, pequeña. —Ante mi voz, su cuerpo se estremece
e incluso puedo notar como su piel se eriza. No puedo evitar
sonreír con satisfacción, pues me encanta ver que le causo
siempre la misma reacción. Gira de inmediato su rostro y
sus ojos se abren a tope ante la sorpresa de verme ahí.
—¿As? —pregunta, incrédula, y con la boca abierta.
—Dominik. —Pongo mi mano sobre su mentón para
cerrar su boca.
—As, ¿qué haces aquí?
—Dije que me llamo Dominik. —Me siento en medio de
sus amigas después de dedicarles una sonrisa a cada una e
ignoro por completo la mirada fulminante de Zac.
—Bueno, Dominik… ¿Qué haces aquí?
—Ahora trabajo aquí —digo con simpleza. Tomo una
manzana y la muerdo. Los cuatro me miran estupefactos y
pongo los ojos en blanco. Ya veo por qué se llevan tan bien
con mi pequeña idiota.
—¿¡Qué quieres decir con que trabajas aquí!? —grita,
algo histérica.
—No sé cuántos significados tenga esa oración, pequeña
idiota. —Le doy otra mordida a la manzana.
—No le faltes al respeto a mi novia —habla Zac, pero lo
ignoro y me concentro en mirar a la pequeña.
—¿Y qué se supone que eres, el conserje?
—Seré profesor suplente de los de primer año.
—¿¡Qué!? ¿Cómo? ¿Por qué?
—El profesor de Matemáticas II sufrió un pequeño
accidente y estará ausente por un mes, y bueno,
necesitaban un suplente.
—Pero... ¿tú?
—¿Me crees incapaz?
—No, pero... ¿Cuántos años tienes? —pregunta, con los
ojos entornados. 
—Veintiuno.
—Eres muy joven para ser profesor...
—Estoy haciendo mi servicio social.
—¿Ah?
—Te ves demasiado tranquila, pensé que comenzaríamos
con nuestros planes para atrapar al asesino —digo con
tranquilidad, pero mis palabras provocan que todos me
miren con sorpresa. Especialmente la pequeña, que con ojos
enardecidos me insta a que no diga nada más.
—¡Aisa, prometiste que estarías quieta! —exclama su
novio, mostrando su molestia.
—¿Estás buscando al asesino? —pregunta la chica que
ahora ha tomado mi interés. Apoyo mi rostro en mi mano y
me inclino un poco hacia ella.
—Sí.
—Entiendo que quieras hacerlo, pero no arrastres a
nuestra amiga contigo.
—Solo quiero ayudar. Ambos buscamos justicia. No puedo
dejar que el asesino se salga con la suya. —La miro con
fijeza, e igual que la primera vez, ella me mantiene la
mirada, mostrando seguridad, pero mi acercamiento parece
molestarle, así que se aleja un poco y después mira en
dirección a la pequeña.
—Aisa, dijiste que no volverías a arriesgarte de esa
manera.
—¡Ya lo sé, Amanda! No me estoy arriesgando, dejen de
regañarme.
—¡Tú deja de meterle locas ideas a mi novia! —me exige
Zac, pero ante su petición solo estiro el labio en una media
sonrisa.
—No porque ustedes no quieran que se haga justicia,
significa que debamos quedarnos sin hacer nada.
—¡Queremos que se haga justicia! —se apresura a decir
América, que a la vez me mira de manera triste y suplicante
—. Lo que no queremos es que Aisa corra peligro de forma
innecesaria. Tú también debes cuidarte; no arriesgues tu
vida de esa manera, por favor.
—Entonces… ¿me quedo quieto, viendo cómo transcurren
las cosas?
—Sí —responde Amanda sin reparo—. No queremos que
algo malo le pase a Aisa. Tú tampoco quieres… ¿cierto? 
—No…
—Entonces, ¿para qué te arriesgas a ti y a nuestra
amiga? Solo espera… verás cómo las autoridades
correspondientes hacen su trabajo.
—Claro, resultará divertido ver cómo fallan sus intentos
una y otra vez.
—No, será divertido ver cómo cae el asesino.
Mostrando una mueca de desagrado, me pongo de pie de
un tirón y tomo de la mano a la pequeña para llevarla
conmigo. Ella replica y su novio grita que la suelte, pero no
hago caso a ninguno. Salimos de la cafetería y la meto a
una de las aulas vacías.
—¡As, ¿qué estás…?! —Pongo mi dedo sobre sus labios
para que deje de hablar.
—¡Eres demasiado escandalosa! Y te dije que me llames
Dominik. —Me alejo de ella y paso mis manos por mi
cabello.
—¿Por qué hiciste eso? Me meterás en problemas con
Zac.
—Ese novio tuyo es un gran cobarde.
—¡Déjalo en paz! Mejor explícame eso de que ahora
serás profesor —pide un poco más calmada, pero mantiene
una distancia prudente de mí—. ¿Es verdad eso del servicio
social?
—No, pero necesitaba entrar de una manera. Había una
vacante, y bueno...
—¿Cómo hiciste para entrar?
—Tuve una buena charla con el director. —Sonrío con
suficiencia—. Ya sabes lo que dicen: «con dinero baila el
perro».
—Y ese accidente que tuvo el profesor... ¿tiene algo que
ver contigo?
—Tal vez.
—Estás loco. No entiendo para qué has venido.
—Estoy aquí para vigilarte. —Doy un paso hacia ella,
paso que retrocede.
—¿Qué? —ladea la cabeza, mostrándose confundida—,
¿por qué?
—Creo que el asesino te acecha.
—¿Crees que está aquí en el instituto?
—Estoy seguro. Incluso lo vi… cerca, muy cerca de ti. —
Mis palabras provocan que se ponga pálida.
—¿Qué quieres decir con que lo has visto? ¡Entonces ya
sabes quién es!
—Tal vez.
—¡Cómo que tal vez!
—Tengo la sospecha...
—¿Entonces por qué dices que lo viste?
—Vi a la persona de la que sospecho.
—¡Entonces dime quién es!
—No; hasta que pueda confírmalo no te diré nada.
—Y entonces, ¿estás aquí para cuidarme?
—No, creo que es una buena oportunidad para acercarme
a él. —La miro de reojo y se pone tensa.
—¡Dime quién es!
—No. —Camino hacia a ella y la hago retroceder hasta
que su espalda choca con la pared. —No me gusta tu
actitud. —Acorralo su cuerpo con el mío.
—¿D-de qué estás hablando? —pregunta, mostrándose
cada vez más nerviosa. Acerco mi boca a su cuello y ella me
aparta con un fuerte empujón.
—Justo de eso estoy hablando —digo, con los dientes
apretados—. ¿Qué demonios te pasa? —Intento besarla,
pero me da otro empujón. Siento la ira correr por mis venas,
ella lo nota y se encoge en su sitio.
—Ya no puedes besarme, ni tocarme… y esta vez es en
serio.
—¿Cuántas veces tengo que decirte que yo te…?
—¡No, As! Esta vez no… ¡No quiero seguir haciéndole
esto a Zac! No se lo merece y yo me siento muy mal.
—Me vale una mierda.
—Ya lo sé, pero a mí no. Así que te pido que te abstengas
de tocarme de esa manera. —Se abraza a sí misma y baja la
mirada. Suelto una fuerte carcajada que la obliga a mirarme
de nuevo.
—¡Tú ni siquiera lo amas! Ese disque noviazgo es solo
una farsa.
—¡No lo es! Y es cierto que no lo amo, pero lo quiero y no
deseo hacerle más daño.
—Muy bien, si así lo quieres así será; no te tocaré más.
Pero no es solo porque tú lo digas, sino porque este
estúpido jueguito entre nosotros comienza a cansarme.
Puedo tener a la chica que desee y divertirme con ella como
me plazca. No te necesito. Creo que ya es hora de
conseguirme un nuevo juguete.
—Bien por ti —dice, con los dientes apretados.
—Serás buena carnada para el asesino. Espero te mate
de manera lenta y dolorosa. —Me doy la vuelta, pero, antes
de poder salir del aula, siento su pequeña mano sostenerme
de la chaqueta. La miro sobre mi hombro.
—¿Vas a dejarme? —pregunta con sorpresa.
—Sí.
—¿Solo así?
—Sí, es lo que tú has querido.
—¡No es lo que quiero! Solo te he pedido que te
abstengas de tocarme.
—Para mí es lo mismo.
—¿Cómo puedes ser tan maldito?
—Es mi especialidad.
—¿Qué pasará con el impostor?
—No te preocupes, lo mataré fácilmente cuando él te
mate a ti.
—¿Dejarás que me mate?
—Ya no eres mi problema.
—¿En verdad te comportas así porque dije que ya no
quería que me tocaras? ¡No seas infantil, As!
Me doy la vuelta hacia ella, con mucha rapidez, y la tomo
del cuello para estrellarla contra la pared. Sus ojos se abren
con miedo y sus manos envuelven mi brazo, intentando
quitarlo.
—¿Acaso te has olvidado de quién soy yo, pequeña
idiota? —Me inclino hacia ella, hasta casi rozar mi nariz con
la suya—. Deja de provocarme o te haré gritar de dolor justo
ahora. Tú eres la que está rompiendo las reglas. Si mal no
recuerdo, yo te acepté siempre y cuando estuvieras bajo
mis condiciones, y una de ellas era dejarte tocar por mí
cuando yo quisiera. Si tu disque amor por tu estúpido novio
te impide seguir las reglas, no te obligaré, simplemente se
rompe el trato entre nosotros. Ahora yo no tengo nada que
ver contigo. Cazaremos al asesino, cada uno por su lado.
Aunque tú, teniéndole tan cerca y sin darte cuenta, morirás
más rápido.
—D-dime quién es…
—No, no tengo por qué hacerlo. Ahora que lo pienso, me
encantará verte muerta. Yo no he podido matarte, pero
seguro él lo hará… ¡será genial!
—¡As!
—¿Sí, pequeña?
—¿Por qué tienes que exagerar las cosas? No quiero que
te vayas, no quiero morir en manos de él. —Suelto una
carcajada y alzo una ceja, mientras ella sigue haciendo
muecas de dolor—. ¡Tienes que ayudarme a matarlo!
—¿Por qué te ayudaría sin recibir algo a cambio?
—Yo haré cualquier cosa que me pidas, cualquier cosa
que no incluya contacto físico tan... íntimo.
—Ya no es divertido jugar contigo —digo para después
soltarle—. Arréglatelas sola. —Camino hacia la salida y la
escucho llamarme, pero la ignoro.
«Tú y tus arrebatos... ¿no te arrepentirás después?».
Yo nunca me arrepiento.
28
Enfrentamiento

Aisa

«No te necesito. Creo que ya es hora de conseguirme un


nuevo juguete».
En los momentos más tranquilos, como si se tratase de
una maldición, las palabras de As se reproducen en mi
mente solo para arruinar mi día. ¡Lo detesto! No dejo de
torturarme dándole vueltas en mi cabeza una y otra vez.
¿En verdad él va a dejarme solo así?
«Ya lo hizo una vez, ¿qué lo detendría ahora?»
Lo sé; sé que él no se detendrá nunca por mí. Tal vez por
eso me vuelvo más loca, porque arruino lo poco bueno que
hay en mi vida por algo que no vale la pena. Y, aun así, aquí
estoy, pensando en él y dándole la importancia que no
merece.
Soy mi propio enemigo: siempre busco nuevas maneras
de sabotearme; digo que no me gusta el dolor, pero me
encanta estar sufriendo.
—Aisa, ven a cenar. —Escucho a Marc llamarme desde el
otro lado de la puerta de mi habitación.
—Voy —contesto sin ganas. 
Llevo ya dos semanas viviendo con Marc, y la verdad es
que aún no me acostumbro. Él se esfuerza para recuperar
mi confianza, pero me cuesta verlo como lo hacía de
pequeña. En esta semana, As ha estado asistiendo al
instituto como profesor suplente. A decir verdad, no sé qué
es lo que planea, ni siquiera sé si es cierto que conoce la
identidad del impostor. Se ve demasiado tranquilo, como si
no tuviera nada de qué preocuparse, y eso me hace dudar.
Ya no puedo acercarme a él y preguntarle al respecto, pues
no me habla, ni siquiera se digna a mirarme. Aun así,
siempre está cerca de donde yo estoy, y más de una vez le
he cachado mirando a mis amigas, y también parece querer
asesinar a Marc cuando este va a recogerme al instituto,
pero a mí no me mira; actúa como si yo no existiera. Si
intento acercarme, me saca la vuelta y me ignora con
descaro. Tengo que tragarme la bilis cuando veo a mis
compañeras revolotear a su alrededor como abejas a la
miel… ¡Ugh, lo odio! Y para colmo América parece muy
interesada en él, y no deja de hablar y preguntarme cosas
acerca de su persona. Tengo que fingir muy bien que no me
causa molestia su emoción. ¿Qué haré si consigue a alguien
más?
«¿Por qué te preocupa tanto? Ya no tendrás más
cicatrices en tu cuerpo… ¡Debes estar feliz!».
—Debería, pero no lo estoy. —Dejo ir un suspiro frustrado.
—¿Aisa? La cena se está enfriando. —Pongo los ojos en
blanco ante la insistencia de mi tío. Me levanto, con pereza
camino hasta la puerta, la abro y un Marc muy sonriente
aparece del otro lado.
—Ya estoy aquí.
—Lamento ser tan molesto, pero no me gustaría cenar
sin ti.
—Está bien… gracias.
Nos sentamos a la mesa y cenamos en silencio. Marc
enciende la TV y pone el noticiero. En cierto momento
comienzan a hablar del asesino impostor; debido a que no
ha vuelto a asesinar, dicen haberle perdido la pista. No
saben si sigue en la ciudad o si se ha marchado. Recuerdo
que todos decían que ya se había ido, hasta que pasó lo del
campamento. Me pregunto qué es lo que planea. As dijo que
juega con él, pero si lo sabe y sabe quién es, ¿por qué no
hace nada al respecto?
«Tal vez les gusta jugar el uno con el otro».
Admito que lo he pensado: no entiendo qué razones
tendría As para dejarlo ir por ahí. Si tiene una pista debería
ir tras ella y no parar hasta tener el resultado deseado.
«No te preocupes, lo mataré de manera fácil cuando él te
mate a ti».
Y pensar que dijo eso con tranquilidad. ¡Maldito cínico!
No puede estar esperando a que me maten. Sé que lo dijo
solo para hacerme enojar, ¿pero entonces qué es lo que
espera? No he dejado de darle vueltas a ese asunto; me
vuelve loca el no saber nada. Creí que todo esto se
arreglaba matando al asesino de mi familia, pero para As
esto es algo pequeño que oculta un misterio más grande, y
quiero saberlo, pero se empeña en cerrar la boca y dejarlo
todo solo para él. Aun cuando todo esto pasó porque él
mismo existe como el Asesino de la Luna.
«El motivo de sus mentiras es la piedra angular que
constituye mi existencia como asesino».
¿Las mentiras de quién? ¿De la policía? No, hay algo,
alguien más. El «porqué». La razón por la que se volvió
asesino... ¿Qué tan grande puede ser, que hasta la policía
teme meter las manos?
«O tal vez no le temen, tal vez ellos ayudan».
Me sobresalto un poco cuando siento una mano sobre la
mía. Levanto la mirada y me encuentro con los ojos de Marc
puestos sobre mí con gran fijeza.
—No tienes por qué tener miedo, Aisa —dice con una
leve sonrisa—. ¡Yo voy a protegerte y no voy a dejar que
nada te pase!
—Gracias —digo, sonriéndole débilmente y retirando de
manera disimulada mi mano de debajo de la suya.
Me apresuro a terminar de cenar y me encierro mi
habitación. Tomo una almohada y doy vueltas en la cama.
Necesito dejar de pensar. No quiero darle más vueltas al
asunto, pero parece que mi cerebro se esfuerza para no
dejar que olvide al estúpido de As. No he podido dormir bien
y no me puedo concentrar en nada. Aunque intento
disfrutar, siempre termino pensando en él y sumergiéndome
en la amargura.

Estoy totalmente consumida por su esencia;


tan devastadora como adictiva. 

Tratando de despejar un poco mi mente, tomo mi pijama


y me meto al baño para tomar una larga ducha. Empiezo a
desvestirme, cuando escucho que llaman a la puerta, y
segundos después mi tío atiende. Me quedo quieta,
mientras trato de escuchar quién es, pero solo hay silencio.
—¿Por qué estás aquí? —escucho al fin la voz de Marc,
pero este suena nervioso y… ¿asustado?
—Tío, ¿quién es? —pregunto, con un tono casual.
—Un amigo —contesta Marc más nervioso que antes.
Me propongo ignorarlo y bañarme, pero brinco en mi sitio
cuando escucho tanto un fuerte golpe como a Marc
quejarse. Me enredo en la toalla y abro la puerta para
asomarme, pero no veo nada. Salgo del baño con cuidado y
camino hacia la sala, pero está vacía al igual que la cocina.
—¿Tío?
—Aisa. —Brinco y suelto un grito al escuchar su voz. Me
giro con rapidez y me encuentro con su mirada confusa
sobre mí. Aprieto la toalla más a mi cuerpo cuando me mira
de pies a cabeza—. ¿Qué haces?
—Y-yo escuché un ruido y…
—No pasa nada, me tropecé.
—¿Y tu amigo?
—En mi habitación. Voy por unas bebidas. Ve a bañarte y
después trata de dormir.
—Sí.
Corro de nuevo al baño, me encierro y coloco el seguro
de la puerta. Dejo escapar el aire que estaba reteniendo. No
sé por qué actúo tan paranoica si se trata de mi tío… ¡él no
va a hacerme nada! Cuando logro tranquilizarme, me quito
la toalla y entro bajo el agua.

As

Mientras espero al imbécil de Marc jugueteo con mi


cuchillo. Al mismo tiempo que me muevo de un lado a otro
en la habitación, no puedo estar quieto; me siento
demasiado tenso e incluso desesperado.
Vine corriendo el riesgo de ser visto por la pequeña
idiota, pero no quería esperar más tiempo para hablar con
Marc, y no he encontrado momento para emboscarlo a
solas. Siempre está con ella, y yo apenas estoy superando
la noticia de que justo él sea su tío.
Dejo de moverme cuando escucho la voz de la pequeña y
empuño el cuchillo con fuerza, en tanto trato de
controlarme y no salir a su encuentro. Llevamos una
semana sin hablar, me he dedicado a solo observarla en el
instituto, pero no acorto nuestra distancia por más que lo
desee. No voy a doblegarme e ir tras ella, aunque muera
por poseerla. Ella quiso esto, así que tendrá que sufrir el
haber elegido al idiota de su novio sobre mí, y yo tendré que
aguantarme las ganas de lastimarla, de hacerla gritar y
hacerla gemir sin control. Aunque sienta que me carcome la
ansiedad, por no poder descargar toda esta energía
negativa contra ella como solía hacerlo, no daré marcha
atrás.
La puerta de la habitación se abre y Marc aparece con un
par de cervezas en la mano. Está molesto e incluso puedo
notar que tiene miedo.
—¿Vas a decirme qué estás haciendo aquí, Dominik?
—¿Por qué nunca mencionaste que tenías una sobrina?
—¿Por qué lo haría? Son mis asuntos.
—Nos hiciste creer que no tenías familia.
—En ese momento no la tenía, o sentía no tenerla. —
Percibo un poco de culpa en su tono de voz.
—El mundo es realmente pequeño...
—Dime a qué viniste y márchate. No quiero que Aisa te
vea aquí.
—No es momento de preocuparte por tu sobrina. —Doy
un paso hacia él y me estira una cerveza, pero se la rechazo
—. No vine a socializar, Marc.
—No deberías estar aquí; puede ser peligroso que nos
vean juntos.
—¿No quieres que tus amigos crean que los traicionas
como hiciste con mi padre?
—No comiences, ya te dije que… —No lo dejo terminar de
hablar y con un rápido movimiento lo acorralo contra la
pared. Él suelta ambas botellas de cerveza, que se estrellan
contra el suelo y provocan un estrepitoso sonido. Aprieto mi
cuchillo contra su cuello, él me mira con atención y sonríe
con burla—. ¿Harás de esto una costumbre? La última vez
que nos vimos también intentaste matarme.
—Hoy terminaré el trabajo —digo con los dientes
apretados. Siempre he odiado esa sonrisa que posee—.
Tuviste suerte la última vez, pero no volverá a ser así.
—¿Estás seguro de querer hacerlo? Si me matas, ella
también morirá —dice con una tranquilidad que me hace
hervir la sangre.
—¿De qué estás hablando? —Sonríe, mostrando tal
confianza, que no solo me hace rabiar, sino que también me
confunde.
—¿No lo sabes?
—¡Deja de jugar conmigo o rebanaré tu cuello justo
ahora!
—No grites tan alto o mi sobrina va a escucharte.
—¡No me importa! ¡Sirve que la mato de una vez!
—¡No! A ella no vas a tocarla… le he prometido que la
protegeré.
—No podrás hacerlo después de que termine contigo.
—No vas a matarme.
—¿Tan seguro estás? —Empujo el cuchillo contra la piel
de su cuello y hago que la sangre salga de su lugar. Marc
hace una mueca de dolor, pero vuelve a sonreír.
—Ya te lo dije. Si me matas, ella morirá, ya que ahora soy
su único recurso.
—¿Ella? ¿Hablas de tu sobrina?
—No, hablo de la pequeña Gretel —dice y abro los ojos
con sorpresa.
—¿Qué clase de broma es esta?
—Ninguna broma. Hablo muy en serio.
—Gretel está muerta... —Mi cuerpo comienza a temblar y
la desesperación se apodera de mí.
—No lo está.
—¡Ella murió!
—Te digo que está viva. Ha vivido conmigo estos últimos
tres años. Me quiere igual que a un padre, pero ella no se
olvida de ti. Siempre me pregunta que cuándo irás a verla y
le digo que cuando termines de matar a aquellos que
mataron a tu familia. —Mi respiración se corta ante tal
declaración—. Si me matas, ella morirá de inanición, ya que
la tengo encerrada, y jamás darás con ella, así que mejor ve
controlándote.
—Estás mintiendo. —Aprieto tan fuerte los dientes, que
me duele la quijada—. Yo vi su cuerpo; la enterré junto a los
demás miembros de mi familia.
—Bueno, a quien sea que hayas enterrado, te puedo
asegurar que no era Gretel.
—No... no te creo. —¿Cómo podría, después de haber
llorado sobre su tumba?
—Entonces te lo demostraré. —Marc mueve con cuidado
su mano bajo mi mirada y la mete a un bolsillo de su
pantalón, saca un teléfono celular y arrugo mi frente.
—¿Qué vas a hacer?
—Demostrarte que Gretel está viva. —Le miro atento
mientras marca algunos números. Después pone el teléfono
a su oreja. Unos segundos más tarde su sonrisa se amplía
bastante y pone el celular en altavoz.
—¿Hola? —se escucha la voz de una pequeña niña del
otro lado de la línea, y al momento siento que me
desmorono—. ¿Marc, eres tú?
—Hola, Gretel, ¿cómo estás?
—¡Aburrida! —chilla la niña. Siento lágrimas acumularse
en mis ojos solo de escuchar su voz después de tanto
tiempo—. ¿Cuándo vas a volver? Me prometiste que me
traerías a una hermana mayor con quien podría jugar.
—Y así será, Gretel. Tenme paciencia y pronto estaremos
juntos. —Corta la llamada y me mira con una sonrisa.
—¡Eres un maldito! —Un nudo se forma en mi garganta.
—¿Quieres llorar, Dominik? —se burla—. ¿Qué se siente
saber que tu pequeña y amada hermanita está aún con
vida?
—¿Cómo? ¿Por qué? No entiendo...
—Lo sé. Te lo explicaré todo. Solo quita tu cuchillo de mi
cuello y tranquilízate.
De mala gana hago como dice y me siento en la cama al
sentir mis piernas flaquear. Tenía mucho tiempo que no me
sentía de esta manera: tan débil y vulnerable. Miro a Marc,
que se limpia la sangre de su cuello mientras hace muecas
de dolor.
—¡Eres muy resistente e insistente, Dominik! —dice
mientras sigue apretando el trapo contra su cuello—. Pensé
que morirías después de la herida que te hice.
—¡Alguien como tú jamás podrá matarme!
—Casi lo hago —se jacta.
—Explícame cómo es que Gretel está viva y por qué la
tienes tú.
—Yo estaba cerca de la mansión el día del incendio.
Llegué a tiempo para sacar a Gretel.
—Mientes. —El caos en mi interior complica el
mantenerme bajo control. Evocar tan crueles recuerdos
hace que quiera desquiciarme y matar a todo el que se
cruce en mi camino—. No llegaste a tiempo. No fue una
coincidencia. Tú estabas ahí en el momento justo, porque
sabías lo que iba a suceder.
—¡No lo sabía! ¿Crees que hubiera dejado que Lidia
muriera de haberlo sabido? Tal vez no me creas, pero yo no
quería que nadie de tu familia muriera. De haber podido
salvarlos a todos, lo habría hecho.
—Tienes razón. No te creo y haré que pagues muy caro.
—¡Yo no tuve nada que ver!
—¡Traicionaste a mi padre!
—Es cierto que Fabian me ofreció parte del dinero con tal
de que votara en contra de tu padre, y acepté, pero
después me arrepentí y decidí no participar en el complot.
Quise decirle a tu padre, pero no sabía cómo. Temía que no
me perdonara y tampoco quería herir a Lidia. Estaba dando
vueltas cerca de la mansión. Entonces, me di cuenta de que
esta había comenzado a incendiarse. Fui yo quien llamó a
los bomberos. Intenté entrar por la puerta principal, pero
era imposible… solo fui capaz de salvar a Gretel.
—¿Por qué me ocultaste todo esto la vez pasada?
—¡Llegaste con intenciones de matarme! No escuchabas
razones. Parecías poseído. Y de habértelo dicho, no me
hubieras creído. En ese momento no tenía manera de
mostrarte la verdad. Además, era demasiado pronto; aún no
era tiempo de que lo supieras.
—¿Y ahora? ¿Por qué has decidido decírmelo ahora?
—Porque las cosas han cambiado; ahora debo cuidar de
mi sobrina y asegurarme de que no le hagas daño, así que
Gretel es mi seguro. Sabía que tarde o temprano volverías
por mí y tenía que mantener algo que asegurara mi vida.
Después de todo estoy hablando con el asesino más
famoso… pero hasta tú tienes una debilidad, y yo voy a
aprovecharme de ella.
—¡Algún día voy a matarte!
—Pero no será hoy.
—Maldito cobarde, huiste sin importarte que mataran a la
persona que decías amar. —Su mirada se oscurece ante los
dulces y amargos recuerdos.
—No hables de más. Yo también la he pasado mal.
—No me digas...
—Yo arriesgué mi vida para salvar la de Gretel. La
mantuve oculta y a salvo de tus enemigos. Gracias a mí ella
está con vida. No lo olvides.
—No voy a agradecerte. Es lo mínimo que podías hacer,
pero hay algo que todavía no entiendo: si Gretel no murió,
¿por qué había cinco cuerpos?
—No lo sé, también fue una sorpresa para mí saber que
la dieron por muerta.
—¿Saben que la tienes tú?
—Espero que no. Me animé a salir de mi escondite,
porque ya casi terminas de matarlos a todos. Solo te falta
Fernando, ¿cierto?
—Sí. Ese maldito tendrá que darme una gran explicación.
—Nunca creí que Fernando tuviera suficiente poder como
para encubrir tus crímenes.
—¿Te has dado cuenta?
—Por supuesto; has estado viajando por todo el país,
siempre dicen no tener pistas de quién eres, pero supongo
que no les conviene que salga a la luz tu identidad. No
olvides que estás muerto.
Me quedo en silencio por un momento; es cierto: se
supone que estoy muerto. Fernando no puede revelar mi
identidad, porque de hacerlo se sabría la razón por la que
intentaron matarme. No le conviene que eso salga a la luz.
—Pero, en ese caso debería estar desesperado, tratando
de matarme, y no dejándo que vaya de cacería por todo el
país.
—Es obvio que le conviene que te deshagas de todos los
involucrados. Tal vez solo está esperando el momento
correcto para matarte.
—No le daré la oportunidad, lo mataré primero.
—¿Sabes ya dónde vive?
—Aún no. He estado distraído con otras cosas y no he
investigado su paradero.
—Tienes suerte, yo conozco su ubicación.
—¿Acaso intentas tenderme una trampa?
—No, intento ayudarte. ¿Por qué no dejas de sospechar
de mí?
—Porque tienes a Gretel e intentaste matarme.
—¡Tú intentaste matarme! ¡Yo solo me defendí!
—Si descubro que me mientes, no dudaré a la hora de
matarte.
—Mienta o no, no dudarás en matarme en cuanto se te
presente la oportunidad. ¿Por qué crees que tengo a Gretel?
—Cobarde...
—Precavido solamente, pero yo no soy tu enemigo.
—¡Todo el mundo es mi enemigo!
—Yo no. De ser así, ya habría entregado a tu hermana.
—Si no lo has hecho es por conveniencia personal. Pero
sé que, de tener la oportunidad, lo harás.
—Debería hacerlo, hacerte sufrir por haber causado la
muerte de mi hermano y su familia.
—¡Yo no los maté!
—Pero tú provocaste sus muertes, y te advierto que, si le
tocas un solo cabello a mi sobrina, voy a hacer con Gretel lo
mismo que pasó con mi hermano, su esposa e hijo.
—¡Ya te dije que yo no los maté! Y sobre tu sobrina, lo
siento, pero creo que he tocado de ella más que solo un
cabello.
—¡Eres despreciable! No dejaré que vuelvas a tocarla.
—¡La tocaré cuantas veces se me dé la gana! No necesito
tu permiso, y a decir verdad a ella le gusta que la toque —
digo con una cínica sonrisa.
—¿¡Qué!?
—Como sea… debo terminar con esto pronto.
—Gretel está muy orgullosa de ti —dice, llamando mi
atención.
—¿En verdad sabe que soy yo el asesino?
—Oh, sí, lo sabe. Le encanta escuchar de tus actos. Ella
sabe, o al menos piensa que todos esos a los que matas son
los que mataron a sus papis, así que te ve como un héroe,
Dominik. ¿No estás feliz? He hecho que tu pequeña
hermana te idolatre.
—¡Maldito! ¿Cómo atreviste a decirle que soy un asesino?
—Bueno, tuve que hacerlo. Ella pensaba que era la
responsable del incendio y que su familia había muerto por
su culpa, así que le dije que alguien más lo provocó, y que
tú no volvías porque estabas haciéndole justicia a tu familia.
—Ella no tenía por qué saber lo que soy.
—¿Qué pasa, Dominik? Pensé que te sentías orgulloso de
ser un asesino. Además, Gretel no se queda atrás. Es obvio
que son hermanos. Se parecen no solo en lo físico, sino
también en lo demente. Ella está tan loca como tú.
—¿En serio? —pregunto con una sonrisa.
—A veces logra darme miedo. Tiene una sonrisa bastante
maliciosa para su corta edad, y siempre dice que va a
hacerse fuerte para ir a asesinar malos junto a su hermano
mayor.
—Sí, Gretel siempre fue una niña maravillosa.
—¡Son un par de hermanos dementes! Agradéceme que
sigo cuidándola.
—Y seguirás haciéndolo hasta que termine con mi
trabajo.
—Ahora, es tu turno de explicar la muerte de la familia de
Aisa.
—No hay mucho que decir. Alguien se hizo pasar por mí
para matarlos.
—Ya decía que debía haber una buena razón para que
siguieras en esta ciudad.
—No será por mucho tiempo.
—¿Tienes alguna pista de quién es?
—Creo tenerla...
—Dime.
—Son solo sospechas.
—Dime lo que sea que sepas, así podré mantener a Aisa
a salvo.
—Esa es una pequeña idiota. Hará que la maten si sigue
de terca.
—Hablas como si la conocieras.
—La conozco demasiado bien. —Hago sonrisa maliciosa.
—¡Te quiero lejos de ella!
—Tranquilo, por ahora no planeo acercarme a ella, no
hasta que venga y me pida perdón de rodillas.
—¿Por qué Aisa haría algo así?
—Por ser tan terca y desobediente.
—No sé qué es lo que ha pasado, pero no quiero que te le
vuelvas a acercar.
—Por ahora no me interesa hacerlo. Tengo que enfocarme
en Fernando. Creo que llegó el momento de enfrentarlo.
—¿Qué harás con el otro asesino?
—Nada. Por ahora me conviene que ande suelto. Me
ayuda a desviar la atención.
—Podrían matarlo y hacerlo pasar por el verdadero
Asesino de la Luna. Así dejarás de existir como Dominik y
como el asesino, y matarte será más fácil.
—No pueden hacer eso. Si lo atrapan antes que a mí, la
gente sabrá que hay dos, y obviamente no quieren que eso
pase.
—¿Entonces tanto tú como ellos lo dejarán hacer lo que
quiera?
—Yo soy lo que él quiere y se esconderá mientras yo no
esté, o tal vez vaya tras tu sobrina y la mate.
—Qué cosas dices, Aisa no va a morir.
—Eso espero… Ahora dame la información sobre
Fernando. —Marc saca un sobre de un cajón y me lo da:
contiene toda la información necesaria para encontrar a
Fernando. Después decido marcharme.
Al salir noto que las luces de la habitación de la pequeña
están apagadas, por lo que es seguro que ya está dormida.
Es extraño saberla tan cerca y sentirme a kilómetros de
distancia, pero decido no pensar más en ella. Camino hasta
la puerta, y antes de marcharme, me acerco levemente a
Marc.
—Por cierto, se me olvidó algo —digo, sonriendo de lado.
—¿Qué cosa? —pregunta, confundido.
—Decirte que conmigo no se juega. —Encajo el cuchillo
en su costa- do, en una zona no vital, pero que seguro
dolerá mucho.
—¡Maldito! —Se inclina mientras aprieta su costado. La
sangre comienza a salir.
—Ahora sí estamos a mano. —Sonrío con cinismo—. Fue
un placer saludarte, Marc. —Suelto con sorna antes de
comenzar a caminar con tranquilidad por el pasillo.
Saber que Gretel está con vida es algo que me tomó
desprevenido. Nunca lo pensé. No imaginé siquiera que
existiera dicha posibilidad, menos que estuviera con Marc;
pero ahora que lo sé cambia todos mis planes. No sé cómo
funciona eso del destino, pero mi encuentro con la pequeña
idiota parece ser obra de ello, y más ahora que sé que Marc
es su tío y que es justo quien tiene a Gretel... parece que
todo se acomoda solo. Una vez que mate a Fernando, todo
terminará.
Debería ir de inmediato a buscarlo, pero necesito un poco
más de tiempo. Antes de irme debo ver a esa pequeña
idiota y prepararla para lo que viene. Ahora más que nunca
la necesito, y debo cerciorarme de que está dispuesta a
cumplir con su promesa. La he estado soportando por esa
única razón, y el momento de que la cumpla se está
acercando.
29
Me voy

Aisa

Miro la manzana en mis manos, la giro y juego con ella,


mientras escucho el bullicio que hay en el comedor del
instituto. Todos ríen, hablan con voz fuerte y celebran el fin
del ciclo escolar. Los meses pasaron y apenas lo noté. La
graduación está a tan solo dos semanas. ¿Cómo sucedió?
—¡Lo logramos! —exclama América, que se mira feliz y
orgullosa—. ¡Terminamos el instituto!
—Próxima parada... ¡La universidad! —Amanda también
se ve feliz, y aunque verlas de esa manera me alegra de
manera genuina, también me hace sentir pesar, porque yo...
—Soy un fracaso...
No presenté el examen a la universidad, ni siquiera me
acordé, y no es que lo lamente, pues en su momento
pensaba en todo menos en eso, porque estaba tan segura
de que moriría antes de llegar a la universidad, que no me
preocupaba pensar en ello, pero admito que ahora me
siento estúpida.
—No digas esas cosas, Aisa. —Amanda me mira
compasiva, mientras sujeta con fuerza mi mano—. Han sido
difíciles para ti estos últimos meses. Has estado buscando la
manera de sobrevivir, pero eso debe quedar atrás. Podrás
tomarte un tiempo para descansar, pensar y prepararte
para presentar el examen el próximo año.
—No sé qué universidad quiera aceptarme. Pasé de
milagro, más bien… gracias a que les di lástima a los
profesores.
—Eso no importa. Solo debes pensar en lo que quieres
hacer de ahora en adelante —dice América, que se sienta
del otro lado—; creo que ya es hora de avanzar y dejar el
pasado atrás.
—Sí...
—Eres inteligente, así que lo lograrás. —Sonrío y les
agradezco; pero no dejo de sentirme insatisfecha,
decepcionada y amargada, y más porque me molestan mis
propios pensamientos quejumbrosos.
Ambas chicas me abrazan, y mientras estoy arropada en
sus brazos, me pregunto qué es lo que quiero hacer de
ahora en adelante. Es cierto que ya no pienso en morir con
tanta frecuencia como antes; puede parecer bueno, pero me
preocupa porque el motivo de que estos pensamientos
hayan disminuido es precisamente un cínico asesino.
Recuerdo cuando As dijo que se iba, y la aflicción
comienza a agobiarme. Es un sentimiento sofocante y
angustiante, pero el dolor que produce se siente tan
merecido, que resulta reconfortante.
—Oh, ¡ahí está Jared! —el chillido de emoción que emite
América me saca de tan confusas cavilaciones. Amanda se
pone roja e intenta evitar que América haga tanto
escándalo.
—¿Quién es Jared? —inquiero, bastante intrigada.
—El chico que le gusta a Amanda. ¡Salúdalo, antes de
que se vaya!
—¡No hables tan fuerte, América! —Amanda parece
querer desaparecer y América se muestra demasiado
emocionada.
—Solo quiero que se acerque a saludar. ¡Oh, no! Se está
yendo...
—Déjalo, no quiero saludarlo.
—Eres tan amargada, Amanda.
—¿Qué chico es? —Miro en todas direcciones, pero hay
chicos por todos lados.
—El chico que se está marchando por el pasillo. —Pongo
mis ojos sobre el único chico que camina en dirección a la
salida.
—¡Jared! —grita América con fuerza y el chico se detiene.
—¡Oh, no! —Amanda hunde su rostro entre sus brazos y
América sigue llamando al chico.
—¡Ya viene!
—América, no debiste hacer eso —digo, al ver el estado
de Amanda.
—¿Por qué no? —No tengo más tiempo de regañarla
porque siento la presencia de alguien justo detrás de mí.
—Hola —una voz masculina entra por mis oídos; es
tranquila, pero de alguna forma suena oscura; causa un
extraño estremecimiento en mí.
Me giro de inmediato y me encuentro de frente con un
chico de cabello negro, largo y ligeramente ondulado. Tiene
una mirada sugestiva que provoca una sensación
intimidante. Sonrío algo tímida y asiento con la cabeza para
después mirar a Amanda, que mira al chico con una
expresión que nunca había visto en ella.
—Amanda, ¿necesitas algo de mí?
—No... yo… solo quería saludar, lamento molestarte —
contesta, algo apenada.
—Nunca me molestas. Me resulta un placer hablar
contigo. —Sonrío. Se siente una gran conexión entre ambos.
—¿Ves? ¡Te dije! —Ambas miramos a América, pero ella
ignora nuestras miradas desaprobatorias.
—¡Cállate, América!
—Deberías agradecerme.
—Ya verás cómo te agradezco —dice de forma
amenazante, prometiendo guerra para después.
—¿Ella es tu amiga Aisa? —pregunta el chico mientras
me mira.
—¡Ah sí! Es la primera vez que se encuentran, lo olvidé.
Aisa... él es Jared, el chico del que te hablé.
—Es un placer conocerte —digo sonriendo. Él sonríe de
vuelta y sus ojos se hacen más pequeños, algo que resulta
algo tierno.
—El placer es mío. Espero que Amanda haya dicho solo
cosas buenas de mí.
—Lo ha hecho.
—Mi corazón se alegra de escuchar eso. —Sonrío a mi
amiga que está toda roja.
—¿Quieres sentarte un rato?
—Solo un minuto, tengo muchas cosas que hacer.
—¿Nos hemos visto antes? —inquiero, al sentir algo
familiar en él—. Tengo la impresión de que te conozco de
otra parte.
—Bueno, lo más seguro es que hemos llegado a toparnos
muchas veces, aquí mismo.
—Es cierto, eso debe ser.
—Amanda, ¿quieres ir al cine conmigo este fin de
semana? —Tras la propuesta de Jared, América lanza un
chillido de emoción, mientras que la implicada solo sonríe
con un poco de timidez.
—Me encantaría.
—¡Perfecto! Entonces te hablo después para pactar la
hora y el lugar.
—Me parece bien.
—Fue un placer saludarlas chicas, pero debo retirarme.
—Sí... —El chico se marcha. América hace su drama,
suelta suspiros y esas cosas cursis e innecesarias. Amanda,
por otro lado, parece decaída.
—¿Qué sucede? —indago un poco al creer que no es
común verle así.
—No mucho.
—¿Es que no te gusta Jared?
—Me gusta, solo tengo miedo de arruinar las cosas.
—Con tu actitud es imposible que arruines algo, porque
de milagro ocurre algo —se queja América.
—Deja de estar al pendiente de los demás. Mejor
consíguete un novio propio. —Amanda parece muy molesta
por las acciones de América. Supongo que la entiendo. A
veces nuestra amiga es demasiado intensa.
—No necesitas decírmelo, ya estoy en eso.
—No me digas que le has puesto el ojo a alguien.
—Por supuesto, al chico más guapo que he visto.
—¿Quién? —inquiero demasiado intrigada, pero ella solo
se encoje de hombros.
—Ya lo sabrás.
—Por cierto, Aisa, ¿tú y Dominik están peleados? —
pregunta Amanda, tomándome por sorpresa. 
—No...
—No los he visto hablar desde que entró.
—No tenemos nada de qué hablar.
—Aun así, siempre te está observando.
—¿Ah?
—¿Acaso no te has dado cuenta? Siempre está
observándote.
—¿En verdad? —Trato de reprimir una sonrisa.
—Justo ahora lo hace. —Con la mirada, Amanda me
señala cierto lugar del comedor. Giro la cabeza y me
encuentro de lleno con los ojos de As a lo que el corazón me
da un vuelco. Me mira con tanta fijeza, que me siento
intimidada.
—¡Dominik! —América alza el brazo y le saluda de
manera efusiva. As aparta su mirada de mí, la posa sobre
ella y después sonríe amablemente. Hago una mueca de
desagrado. Ni siquiera sabía que podía sonreír de tal
manera—. Ya vuelvo, chicas.
—¿América, a dónde vas?
—A saludar a Dominik. —América se apresura a llegar
hasta As. Él la saluda, sonriente, y ambos comienzan a
platicar. Suspiro y desvío la vista.
—Bueno, supongo que ya no hace falta preguntar quién
le gusta —dice Amanda, y una gran incomodidad se instala
en mi interior.
—¿Por qué te preocupa salir con Jared? —cambio de tema
para olvidarme al menos por un momento de As—. Se nota
que le gustas mucho.
—Lo sé, pero me ha dicho que después de la graduación
se irá de la ciudad, así que no creo que sea bueno comenzar
algo.
—Oh, qué triste, pero tal vez sería lindo que
aprovecharas el tiempo que le queda aquí para estar juntos.
—Iré al baile de graduación con él.
—¡Eso es genial!
—Sí, pero solo será eso. No quiero ilusionarme con la
certeza de que no podré estar con él.
—Sí... lo entiendo, pero es lindo, nunca te había visto
interesada en algún chico —Amanda esboza una sonrisa y
suelta un suspiro frustrado. Entiendo por completo su
pesar. 
—¿Ya estás lista para la fiesta de graduación?
—No pienso ir.
—¿Por qué no?
—No me siento con ánimos. Fue un mal año para mí; no
siento merecer estar ahí.
—Claro que lo mereces.
—Tal vez, pero igual no tengo ganas.
—Bueno, tampoco te podemos obligar. —Sonrío y volteo
hacia América y As. Entonces, me sorprendo al ver que
están abrazados.
Un cúmulo de extrañas, molestas y confusas emociones
me asalta. Apenas puedo creer lo cínico que es. Se supone
que es un profesor; no puede andar por ahí abrazando a sus
alumnas. Sin pensarlo, e incluso sin desearlo, me pongo de
pie y me encamino hacia ellos. La idea de que él esté
usando a América para divertirse y burlarse de mí, me hace
enojar demasiado y no pienso dejarlo pasar.
Cuando llego a ellos, separo a América de los brazos de
As con un fuerte y rudo jalón, ella se queja y me mira sin
entender mi reacción, pero la ignoro y tomo del brazo a As
para llevarlo conmigo. Salimos del plantel y lo llevo a las
jardineras del patio trasero, las cuales están vacías en estos
momentos. Una vez que me aseguro de que estamos bien
escondidos entre los árboles, lo suelto. Doblo mis brazos
sobre mi pecho y me muestro recelosa hacia él.
—¿Por qué ha sido esa reacción, pequeña? —inquiere, y
recarga su cuerpo en el tronco de un árbol. Se ve tan
deseable que tengo que cerrar los ojos y concentrarme. No
debo perder el control, pero una parte de mí quiere echarse
encima de él y besarlo… ¡Cómo extraño sus labios!
—¡Dime qué pretendes! —Exijo saber, echando todos mis
pensamientos a la parte más profunda de mi cabeza.
—¿De qué hablas? —pregunta, sin borrar su estúpida
sonrisa.
—¿¡Qué fue esa actitud hacia América!?
—Es linda y me cae bien.
—¡Sé que no es así!
—¿Ahora resulta que no puedo tener amigas?
—¡No si se trata de mis amigas! —Alza una ceja, con
diversión—. Además, a ti no te gusta tener amigas; tú no
tienes amigas... solo juguetes.
—Es cierto, y ahora que recuerdo estoy en busca de un
nuevo juguete, porque el anterior se volvió aburrido. Tu
amiga parece una buena candidata: es bonita, su piel es
suave, su cuerpo está mejor proporcionado que el tuyo…
Ah, sí, y está loca por mí.
—¡Eres un maldito, loco pervertido!
—No… ¿en serio?
—Te quiero lejos… muy lejos de América y Amanda.
—Oh, sí, Amanda también está buena. —Hace con sus
manos la figura de una mujer mientras muerde sus labios.
—¡No vas a tocar a ninguna de ellas!
—¿Me lo vas a impedir?
—¡Sí! Te mato si les pones un dedo encima.
—Y volvemos con las amenazas. —Suelto un gritito
cuando me toma de los brazos, me hala hacia él y me
aprieta contra su cuerpo. Luego, mi respiración se acelera,
me toma de la barbilla y me levanta el rostro—. ¿Cuándo
vas a aprender que no tienes lo que se necesita para acabar
conmigo?
—Si te atreves a tocar a mis amigas… voy a matarte.
—¿Qué es lo que te molesta? ¿Que toque a América por
ser tu amiga?, ¿o te molesta el hecho de que toque a otra
chica que no seas tú?
—E-eso es ridículo. —Maldigo el temblor en mi voz. As
sabe que miento, y por eso su sonrisa crece aún más. Miro
sus labios y cómo estos se estiran. Trago saliva, aguantando
el deseo de probarlos al menos una vez más.
—Tienes razón, es ridículo. —Se inclina más hacia mí y
suelta todo su aliento en mis labios—. ¿Por qué te
molestaría algo así? Tú tienes a tu novio. Seguro que cuando
él te toca te hace sentir bien, ¿verdad?
—¡Por supuesto! —respondo demasiado rápido. Su
mirada se oscurece, pero mantiene la sonrisa.
—¿En verdad es así?
—¡Sí, Zac es genial en la cama! —La fuerza que ejerce
sobre mis brazos aumenta y hago una mueca de dolor.
—¿Él puede hacerte sentir lo mismo que yo? ¿El estúpido
de tu novio provoca en tu cuerpo lo que provoco yo? —Me
sobresalto cuando sus manos se introducen en mi blusa,
acariciando la piel de mi espalda con delicadeza—. ¿Él te
hace estremecer de la manera que lo hago yo?
—A-As, detente…
—¿Por qué estás tan nerviosa, pequeña? Dime… ¿por qué
tu cuerpo tiembla ante mis caricias? —Me sonríe con
arrogancia, pero el maldito se ve tan sensual, que lo único
que quiero es colgarme a su cuello y devorar sus labios,
pero no…
«¡Fuerza, Aisa, fuerza!».
—Detente ya, deja de torturarme. —Él suelta una fuerte
carcajada.
—¿Te estoy torturando? No estoy haciendo nada, ni
siquiera estoy usando mi cuchillo. ¿Cómo puede ser una
tortura?
—Solo… solo aléjate de mis amigas.
—Eres una egoísta, pequeña. No quieres que ellas
disfruten de mis caricias.
—¡No, no quiero! —Siento que el orgullo me dice adiós,
así que intento arreglarlo rápidamente—. Puedes meterte
con cuantas quieras, pero con ellas no.
—Por supuesto que puedo, es lo que siempre hago. —
Cómo odio su mirada tan engreída y arrogante.
—Bien por ti... —siseo. ¡Estoy muriendo de celos!
—Me alegra no tener que lidiar con tus celos; eso sería
problemático.
—¿Por qué tendría celos? —Ahora es mi turno de sonreír.
Levanto mis manos, las paso por detrás de su cuello y
acaricio el nacimiento de su cabello en la nuca—. A ti no
solo te gusta acariciar. Tú eres un sádico, y ninguna de ellas
te da el placer que te doy yo. Ni una sola de ellas está a mi
altura —digo, segura, y le veo sonreír con satisfacción.
—Así es. —Una de sus manos sigue moviéndose por
debajo de mi blusa, quemando mi piel a su paso. La otra
viaja hasta mis labios para acariciarlos con suavidad—. Tú
eres mi pequeña masoquista; eres la única que logra
llevarme hasta el límite, al igual que yo soy el único que
sabe cómo tocarte y darte placer, ¿no es así?
—Sí, es cierto —admito esta vez.
—Yo soy mejor tocándote y besándote que el idiota de tu
novio.
—Sí, de eso no hay duda.
—Entonces, ¿por qué lo prefieres?
—Porque Zac es bueno para mí y tú no. —Tras mis
palabras, As se queda serio unos instantes, pero después
vuelve a sonreír.
—Eso es cierto. —Mi corazón se estruja por sus palabras
—. De mí solo podrás obtener placer… nada más.
—¿Y qué esperas obtener tú de mí?
—También placer. Eres buena para complacerme, pero sí
hay algo más que quiero de ti.
—¿Qué es? —Toma mi mejilla y me acerca a él, mientras
se inclina hasta dejar nuestros labios a milímetros de
tocarse. Mi corazón late con fuerza, y ahora que mi mente
se ha nublado, lo único que deseo es que me bese.
—Lo sabrás cuando llegue su tiempo —susurra. Con su
otra mano me sujeta con firmeza de la cintura y me pega
por completo a su cuerpo—. Ahora debo hacer otra cosa. —
Clava sus ojos en mis labios, mi corazón late desenfrenado y
mi cuerpo está desesperado por ese beso tan anhelado. Sé
que después me voy a lamentar, pero ahora lo deseo—. Hay
algo que deseas. Dímelo. Dime tu deseo, pequeña.
—Yo deseo…
—¿Qué deseas?
—Deseo que me beses. —Mis palabras le causan gran
satisfacción—. Deseo que me toques.
—Ya veo. Es una lástima que no pueda hacerlo —dice,
con otra una sonrisa burlona, y lo miro, atónita—. Tú misma
me pediste que me abstuviera de tocarte y te dije que no lo
haría más. Aunque no lo creas soy un hombre de palabra,
así que cumpliré y no te volveré a tocar. —Me siento tan
humillada, que bajo la mirada y retrocedo.
—Tú te lo pierdes —mascullo por lo bajo y solo suelta una
risotada.
—Después de la graduación me marcharé —dice, y una
alarma se enciende en mi interior. Aun así, no me atrevo a
mirarlo.
—¿A dónde?
—Iré a otra ciudad a atender algunos asuntos.
—¿Qué asuntos?
—Nada que tenga que ver contigo. —Se aleja y camina
por delante de mí.
—¿Qué pasará con el asesino impostor?
—Le daré oportunidad de que juegue un poco más.
—¿Por qué?
—Quiero saber hasta dónde es capaz de llegar.
—¿Y si me mata?
—Sería una lástima...
—¿Por qué sigues jugando y no lo matas? ¡Solo pierdes el
tiempo!
—Yo sé lo que hago.
—¡No, no sabes! Solo eres egoísta como siempre, o tal
vez un cobarde que no quiere enfrentarse a él.
—Tal vez me conviene que esté vivo. —Sus palabras
comienzan a enfurecerme de verdad.
—¡Pero qué cosas dices! ¡Él mató a mi familia!
—Pero no a la mía, y es hora de que vaya tras quienes sí
lo hicieron.
—Qué... —Creo que es la primera vez que menciona el
motivo de sus hazañas.
—He perdido mucho tiempo aquí. Tú ya no eres divertida,
el impostor no es divertido; ya no creo que tenga nada que
hacer en este lugar.
—Así que... solo te irás.
—Así es, me voy.
—¿Por cuánto tiempo?
—Semanas, meses, un par de años. No lo sé, tal vez no
regrese nunca más.
—¿Y dejarás que el impostor siga ensuciando tu nombre?
—Algún día se cansará, ¿no crees? Y si no, pues espero
que alguien más lo atrape, o si en verdad desea ganarse mi
atención, lo más seguro es que se vaya detrás de mí. Si eso
hace tal vez lo acepte.
—¿Ganarse tu atención? Así que, aquella vez que dijiste
que rechazaste su propuesta, ¿era sobre eso?
—No tengo por qué darte explicaciones. —Se detiene y
se da la vuelta para mirarme. Ahora su sonrisa burlona se
ha esfumado y me mira con enojo—. ¡Hago lo que se me
viene en gana! Y ya estoy harto de ti y de este lugar, así
que me voy…
—¡Yo estoy harta de tus juegos! ¡De todo este misterio!
¡De que todo lo dejes a medias! ¡De que no me expliques
nada!
—Si tan harta te tengo, entonces no te afectará que me
vaya.
—¿Ahora vas a usarme de excusa? ¡Eres tan cobarde que
no te queda de otra más que huir!
—Eso parece —responde, y se gira para volver a su
camino. Estoy tan enojada y frustrada que pronto siento las
lágrimas caer en picado por mis mejillas.
—¡Bien, perfecto! ¡Lárgate y no vuelvas nunca! —grito
con fuerza. Se detiene solo un momento. Parece querer
girarse, pero no lo hace y continúa su camino.
Su figura se pierde en la distancia, y entonces suelto un
sollozo. Él se va. Me está abandonando como si nada, como
si todo lo que ha pasado entre ambos no tuviera la mínima
importancia.
Yo me quedo con la sensación de estar en los linderos de
un abismo que se abre a mis pies. No puedo dejar de sentir
dolor ante la idea de perderlo, y me siento tan ridícula y
estúpida. ¿Cómo puedo sentir tanto apego hacia él?
«¡Porque eres una maldita masoquista!».
No quiero parar, no puedo hacerlo; quiero consumirme
con el fuego de sus caricias, ser absorbida por su lunática
mirada, intoxicarme con sus adictivos besos y
desvanecerme junto a sus inexistentes sentimientos...

Mi enferma y masoquista alma,


necesita de su pútrida y sádica existencia. 
30
El primer y último baile

Aisa

—Mamá, papá, querido Dan... hoy me gradué.


Trago el nudo que se forma en mi garganta y sonrío como
puedo al retrato familiar que sostengo en mis manos. Los
labios me tiemblan demasiado porque me cuesta resistir el
llanto, pero no quiero llorar, o después tendré que hacer
frente a las preguntas de todos.
Hoy se llevó a cabo la ceremonia de graduación. Fue muy
emotiva: los graduados estaban orgullosos de sí mismos, los
padres que los acompañaban se mostraban profundamente
conmovidos, al punto que muchos rompieron en llanto
mientras abrazaban a sus hijos.
—Yo también habría llorado de tenerlos conmigo —digo,
pasando la yema de los dedos sobre los rostros sonrientes
de mis padres.
En varias ocasiones hablamos sobre a qué universidad
iría y qué carrera escogería. Con honestidad confesé que
aún no estaba segura de lo que quería hacer por el resto de
mi vida; fueron comprensivos, no me presionaron, dijeron
que era algo que tenía que pensar con calma, pues era una
de las decisiones más importantes, y tenía que elegir algo
que me hiciera feliz.
Feliz...
«Al menos te graduaste y sigues resistiendo; ya es
ventaja».
Cierro los ojos, aprieto el portarretrato contra mí y alzo la
cabeza en dirección al techo. Siento una fuerte opresión en
el pecho que hace que el nudo se vuelva más difícil de
tragar y que el solo intentarlo duela. Quejidos lastimeros
salen de mi garganta porque tratar de detener ese dolor es
peor que dejarme envolver por este.
Una lágrima logra escapar y resbala a toda velocidad por
mi mejilla. Aprieto los dientes con fuerza, haciendo un gran
esfuerzo por no soltar el llanto por completo. Siento como si
estuviera a punto de derrumbarme, y de forma desesperada
busco maneras de mantenerme en pie.
Durante toda la ceremonia de graduación, e incluso
después de que esta terminara, noté la atención de todos
los padres presentes sobre mí. Pretendía no darme cuenta,
pero estaba demasiado consciente de que mi presencia les
desagradaba. Ya me había acostumbrado a que mis
compañeros me mirasen y hablaran cosas sobre mí, pero
ver a los adultos hacerlo fue el doble de incómodo. Me
miraban como si fuera una amenaza para sus hijos y me
hicieron sentir que no debía estar ahí... por eso no iré al
baile. Para ellos soy como un presagio de muerte, y sé que
piensan que yo también debí de haber muerto.
Desearía haber muerto.
—Mamá, papá... ¿cómo debo manejar esto?
Mi mente retrocede unas horas atrás en el tiempo,
recordando la pequeña reunión que tuvimos después de la
ceremonia de graduación. Nos fuimos a casa de América,
donde sus padres, junto con los de Amanda y Zac,
organizaron una comida para felicitarnos, e incluso Marc
asistió. Todo estaba bien, hasta que comenzaron a hablar de
lo que debíamos hacer de ahora en adelante. No supe
responder a nada, porque no sé qué quiero hacer.
Ni siquiera sé cómo continuar de la manera correcta.
—Parece que estás castigándote y castigando a todos los
que te queremos —dijo Ágata después de pedirme un
momento para hablar—. No quiero que continúes de esta
manera.
—No entiendo. —Traté de aparentar confusión. Quise
sonreír, pero la sonrisa se quebró.
—Te lo comenté una vez e insisto; tenemos que buscar
ayuda profesional. —Su mirada se posó sobre las heridas en
mi cuello. Me sentí avergonzada, pero no me cubrí.
He vuelto a abrir varias de mis cicatrices y no he dejado
que vuelvan a sanar. Me gusta sentir el ardor y ver la sangre
correr. Me ayuda a no olvidar por qué debo soportar. Sí… me
recuerda por qué debo seguir sufriendo. Suena ilógico, pero
es lo que me ayuda a continuar. Y no busco que todos se
den cuenta, pero hacerme daño es la única salida que
encuentro, y, sinceramente, no tengo interés en aparentar
que no es así.
—No quiero —repliqué y Ágata suspiró con frustración.
Buscar ayuda es la opción más razonable y por eso mismo
la rechazo. No quiero que me rescaten, quiero ser hundida y
ser reducida a nada.
—Sé que no ha sido fácil —dijo—. Sé que superar algo tan
grande como la muerte de tu familia es algo que lleva
tiempo, pero ni siquiera te veo con ganas de querer hacerlo.
Parece que quisieras estar estancada siempre en el mismo
lugar.
—No es así...
—¡Entonces demuéstralo! Esfuérzate un poco más.
—Estoy esforzándome...
—¡No lo suficiente! Perdiste la oportunidad de ir a la
universidad, ¡ni siquiera intentaste entrar! No pareces
motivada a nada y no tienes visión a futuro. —Sus últimas
habían acertado, pero ¿cómo hacer entender algo así?
Agaché la cabeza, siendo incapaz de mirarla a los ojos.
Estaba apenada, pero también furiosa, quería gritarle que
solo cerrara la boca y que dejara de molestarme. Pero jamás
me atrevería a eso. Tampoco quería que viera mi mirada
enardecida hacia ella, después de todo solo quería
ayudarme, y yo tenía mucho que agradecerle. No debía
enojarme con ella a causa de mi propia mediocridad.
—Te queda mucha vida por delante, por favor no la
desperdicies — continuó diciendo—. Agradece que estás
viva. Eres afortunada, así que deja de lamentarte y
comienza a vivir por tus padres, por el pequeño Dan. A ellos
les habría gustado que entraras a una buena universidad,
que te divirtieras con tus amigos, y, más que nada, ellos
querrían verte plena y feliz.
Sé que debo continuar, pero no quiero hacerlo.
—¿Cómo puedo tener una vida plena y feliz si los he
perdido a ustedes? ¿Si me he perdido a mí? —Cuestiono,
apretando con mucha más fuerza el retarto de mi familia
contra mi pecho. El dolor que me agobia se va trasformando
en ira hacia mí misma, a tal grado que desearía hacerme
pequeñita hasta reducirme a nada en este preciso instante.
Quisiera dejar de sentir odio hacia mí, pero si me doy un
poco de amor, entonces no podré sostenerme en pie.
Necesito saber que lo merezco, o entonces no podré
soportarlo. Si se los explico, ¿ellos podrán entenderlo? No
todos pueden hacerlo, y por eso siguen mirándome con
caras llenas de decepción.
Zac está resentido conmigo porque no iré con él al baile.
Las chicas dijeron entenderme, pero pude ver la desilusión
en sus miradas. Querían compartir este día conmigo;
Amanda estaba feliz porque Jared será su acompañante, y
América... ella estaba aferrada con invitar a As.
»—¿Creen que Dominik acepte ir conmigo? —preguntó
muy entusiasmada después de que la ceremonia de
graduación concluyó.
»—No digas locuras. Dominik es profesor, no puedes ir
con él —replicó Amanda, antes de que yo dijera algo que
me delatara.
—Ya me gradué y él no impartirá más clases. No veo
ningún problema en que vayamos juntos.
»—No creo que Dominik sea del tipo que asiste a fiestas.
—Miré hacia otro lado. Sentía que, si me miraban a los ojos,
notarían cuánto me afectaba el solo decir su nombre.
No lo he visto desde aquel día en el jardín. Estuve
evitándolo por completo, e incluso cuando América
señalaba que estaba cerca de nosotras, yo miraba hacia
otro lado. A él no le importa dejarme. No le importa nada de
lo que pase conmigo, así que intento no mostrar interés en
nada que tenga que ver con su persona. Además, se
marchará y puede que nunca más vuelva, por ello me estoy
haciendo a la idea... al menos lo intento. Lo intento…
Lo cierto es que aún deseo verlo e implorarle de rodillas
que no se vaya, que no me deje. Cada vez que recuerdo el
mal que me ha hecho, lo maldigo y espero que no regrese,
pero lo hago guardando la esperanza de que no se vaya. Su
presencia en mi vida me mantiene lo suficientemente
distraída como para pensar en mí misma. Me absorbe de tal
manera que no tengo tiempo de lamentar lo que ya no
tengo. Recibir de él eso que creo merecer se siente tan bien,
que ahora que ya no está me siento perdida.
—Aisa...
Doy un suave respingo al escuchar la voz de Marc que
me saca de mis cavilaciones,  me giro hacia la puerta donde
lo veo asomarse.
—¿Qué sucede? —pregunto, mientras devuelvo un
retrato a la repisa. Él entra por completo a la habitación y
mira a su alrededor con detenimiento.
—Tus amigas están por irse al baile. El novio de una de
ellas ha venido a recogerlas.
—¿Jared?
—Sí, creo que así dijo que se llamaba.
—Me alegra que haya venido, ¿no hacen linda pareja?
—No lo sé, supongo.
Sonrío al recordar lo emocionada que se veía mi amiga
hablando de él. Cuando el chico se acercó a saludarnos y a
confirmar su cita, Amanda estaba toda roja. Se veía
adorable.
—¿Exactamente cómo lo conociste? —le pregunté cuando
íbamos de camino a casa.
—En la fiesta... a la que tampoco fuiste.
—Sí, pero ¿cómo fue?
—Fue cuando nos separamos de Zac. Comenzamos a
buscarlo, pero había tanta gente que era imposible caminar
bien. Me desesperé y empujé a un chico que a mi parecer
estaba estorbando. Ese chico sostenía un vaso, y el
contenido de este fue a dar a la ropa de Jared.
—Qué buena primera impresión debiste darle —dije,
riendo.
—Bueno, comenzó a gritar y a reclamar por haberlo
ensuciado.
—¡Pero Amanda le gritó más fuerte y él se quedó
boquiabierto! — agregó América, mostrándose más
emocionada que la misma Amanda.
—Estaba estresada. Solo quería irme de ahí —se excusó
esta última.
—¿Y después qué pasó?
—Al ver lo molesta que estaba comenzó a reír, y bueno,
me contagió la risa y pronto estábamos todos riendo. Fue
raro. Después solo comenzamos a platicar de cosas sin
sentido, me pidió mi número y... eso fue todo.
—Es una anécdota muy divertida.
—Supongo que sí.
—¡Y ahora ambos se gustan! ¿No es genial?
—Sí, pero no quiero ilusionarme. Te dije que pronto se
marchará de la ciudad.
Quise decirle que entendía su sentir, pero no quería
concentrarme en eso, y tampoco quería que hicieran
preguntas que no deseaba responder.
—Dan era un niño hermoso —escucho decir a Marc y
vuelvo al presente. Él observa la misma foto que dejé sobre
la repisa.
—Lo era.
—Lamento no haberlo conocido.
—Era adorable y muy inteligente. Estaba tan orgullosa de
él… no fue justo que le obligaran a marcharse siendo tan
pequeño.
—Ninguna de las muertes ocurridas fueron justas.
—Necesito que esto termine ya…
—Esperemos que así sea.
—Esperar no está sirviendo de mucho.
—Carlos dijo que escapaste buscando hacer justicia por
mano propia; espero que no vuelvas a hacerlo.
—Si no lo hago, esta situación no cambiará.
—La vez pasada no cambió mucho, ¿o sí? No te
arriesgues a lo tonto, piensa en el dolor que sentirían tus
padres.
—¿Tú pensaste en eso cuando te fuiste?
—Aisa…
—Como sea. —Salgo de la habitación y Marc me sigue.
Cuando llegamos al pasillo busco las manchas de sangre
sobre el parqué. Pero estas ya no están.
—No entiendo cómo puedes venir sola a este lugar como
si nada — dice frotándose los brazos.
—Es mi casa...
—Sí, pero después de lo que sucedió no creí que querrías
volver.
—Necesitaba estar sola, ¿qué mejor que este lugar?
—Sobre eso, noté que tus ánimos bajaron de pronto.
¿Sucedió algo?
—No, en realidad sí. Bueno... sucede todo, pero al mismo
tiempo no sucede nada. 
—Entiendo.
—¿En serio? —pregunto sarcástica.
—Sí, lo entiendo, y me gustaría que te apoyaras más en
mí, que confíes... quiero que te des cuenta de que lo único
que deseo es cuidar de ti.
—¿No crees que es un poco tarde?
—No.
—Hay algo importante que quiero hablar contigo.
—¿Sobre qué?
—Sobre vivir juntos. Creo que tengo edad suficiente para
vivir sola.
—Es cierto: tienes la edad, pero no la madurez, y menos
la estabilidad mental para hacerlo.
—No importa, ya no quiero vivir contigo. Sacaré todo el
dinero que dejó papá y viviré con eso.
—¿Acaso crees que tu papá era millonario? Lo que dejó
en esa cuenta te alcanza para vivir al menos un año, a
menos que consigas un buen empleo, pero a tu edad y sin
tus estudios finalizados, dudo que lo encuentres.
—Puedo hacerlo…
—Bueno, sí, tal vez puedes hacerlo, pero no es necesario.
Me gustaría que no tocaras ese dinero, sino hasta que
vuelvas a estudiar. Mientras yo cuidaré de ti.
—¿Y si no quiero que me cuides?
—Aun así, lo haré. Ya discutiremos eso estando solos en
casa; hay muchas cosas de que hablar. Ahora ve y
despídete de tus amigas.
—Puedes irte. Me quedaré con Ágata un poco más.
—Te esperaré
—¡No quiero que lo hagas, solo vete! —grito, sintiéndome
cada vez más molesta. Él me mira con ojos cansados, algo
tristes y eso solo me enoja más.
Aún hay tantas cosas dentro de mí que no le he
reclamado. Quiero reprocharle de mil formas su abandono y
su repentina aparición. Pero a la vez siento que ya no me
importa por qué se fue, mucho menos por qué volvió.
—Bien, me iré, pero no llegues muy tarde.
Se adelanta para llegar a casa de América antes que yo.
Se despide de los presentes y después se marcha en su
auto a una velocidad considerable. Yo me acerco a mis
amigas, intento reprimir la furia que siento y sonrío como
puedo.
—¿Qué tanto hacías? —inquiere Amanda.
—Fui a decirles a mis padres que al fin me gradué —
contesto, con una sonrisa melancólica. Ellas se muestran
incómodas. Siempre están evitando hablar de mi familia.
—¿Cómo nos vemos? —pregunta América, que gira sobre
su eje para presumirnos su hermoso vestido tinto. Amanda
usa uno corto de encaje color lila.
—Están muy hermosas.
—Es lo que yo digo. —Me altero al escuchar la voz de
Jared detrás de mí y me muevo a un lado para que se
acerque a Amanda—. Estás espectacular. —Sujeta su mano
con delicadeza y hace un ademán como si fuera un
caballero con su princesa.
—Gracias, tú también te ves muy bien —dice ella, tímida.
—Si tan solo Dominik estuviera aquí —chilla América, y
yo pretendo que no la escuché.
—Es tu última oportunidad, ¿estás segura de que no
quieres ir?
—No, Amanda, no quiero, pero por favor, ustedes
diviértanse mucho.
—Eso haremos.
Me quedo en el pórtico, viéndolos marchar. Una vez que
los pierdo de vista, me doy la vuelta para entrar, pero tan
solo tomar la manija de la puerta me detengo. ¿Para qué
entrar? La única razón por la que no me fui con Marc es
porque no tengo ganas de discutir con él, pero ahora me
doy cuenta de que tampoco quiero hablar con Ágata, ni con
nadie más. Sin pensarlo mucho, bajo el pórtico y tomo
camino de regreso a casa de mis padres. Necesito tiempo a
solas para pensar bien qué debo hacer de ahora en
adelante.
Cuando llego, me dirijo con rapidez a mi habitación, pero
mientras subo las escaleras, me doy cuenta de que hay
alguien al final de estas. El corazón me golpea con fuerza el
pecho, desbocado por el miedo. Escruto la silueta desde los
pies hasta encontrarme con la máscara distintiva del
Asesino de la Luna. Me quedo perpleja viendo cómo esos
labios rojos se estiran en una maliciosa sonrisa, entonces
libero el aliento retenido para darme un poco de alivio, pero,
de forma contradictoria, también me pongo más tensa y
nerviosa.
Decido no decir nada y comienzo a subir. Lo hago
lentamente, mientras marco cada paso que doy. Llego hasta
él y me felicito por no haber cedido a la tentación de mirarle
a los ojos, paso por su lado y sigo caminando en dirección a
mi habitación. Entonces, lo escucho hablar.
—Espera... —Su voz suena divertida; me desconcierta,
pero también me molesta. No presto atención a ello y sigo
mi camino. Pronto siento que viene tras de mí—. ¿Por qué
siento que esto es un déjà vu invertido? —pregunta
mostrándose divertido.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Entra tras de mí a la
habitación. Me mantengo de espalda a él. Tengo miedo de
mirarle; no quiero que mis emociones se desborden de
manera que sea imposible controlarlas.
—Me marcho mañana a primera hora, así que he venido
a despedirme. —Siento un pinchazo en el corazón, pero lo
ignoro, pues no quiero mostrarme afectada.
—Creí que ya te habías despedido.
—Quería darte el placer de verme una última vez.
—Te lo hubieras ahorrado. No necesito dicho placer.
Mi cuerpo comienza a temblar porque siento cómo se va
acercando a mí. Me digo a mí misma que debo alejarme,
pero no lo hago. Me quedo quieta en mi sitio hasta sentirle
justo a mi espalda. El calor de su cuerpo abraza el mío y su
respiración cae pesadamente sobre mi cabello.
—¿Cómo sabías que estaba aquí? —cuestiono, mientras
busco la manera de mantener el control.
—Te vi huir de casa de tu amiga para venir aquí.
—¿Cuánto tiempo llevas observándome? —pregunto,
confundida.
—Desde que llegaste a la ceremonia de graduación. —De
pronto no sé qué decir—. Por cierto... felicidades.
—Gracias. —La atmósfera a nuestro alrededor se ha
puesto algo extraña.
—Cuando te fuiste con Marc, no sabía si volverías, pero
me quedé aquí con la esperanza de que así fuera, y mira...
volviste.
Muerdo el interior de mi labio hasta hacerlo sangrar. No
sé qué decir ni cómo reaccionar. Solo siento ganas de llorar,
pero estoy tan harta de ello, que no quiero hacerlo más.
¿Por qué está actuando así? Solo me confunde.
—Bueno, ya te despediste, puedes marcharte.
—No fuiste al baile, ¿por qué?
—No deseaba hacerlo.
—Pero los bailes son divertidos. —No puedo evitar soltar
una risa irónica.
—No puedo creer que seas tú quien diga eso.
—¿Por qué no? No fui yo quien faltó a su fiesta de
graduación. —Sus palabras abren mi curiosidad. Me siento
tentada a preguntar, pero no lo hago; sin embargo, él
continúa hablando—. Fue un día agradable en muchos
aspectos. Guardo buenas memorias de dicho evento.
Además, soy muy bueno bailando.
—Qué bien, yo no. Soy pésima en ello. —Mantengo mi
pose desinteresada, pero ahora no puedo sacarme de la
mente la imagen de As bailando. Debe ser algo digno de
ver.
—Solo tienes que seguir el ritmo. —De manera
sorpresiva, se posiciona frente a mí. Hace una reverencia y
me ofrece su mano, la cual está oculta en un guante de
cuero negro.
—¿Qué haces? —cuestiono perpleja.
—Pretendo enseñarte a bailar.
—Dime que estás bromeando —digo con diversión. ¿Por
qué siento que estoy perdiendo desde el comienzo?
—No. ¿No quieres que te enseñe?
—No, gracias.
—¿Te perderás esta única oportunidad? Sería nuestro
primer y último baile.
Miro sus ojos a través de la máscara y enseguida me
arrepiento; mi estomago se encoje y el corazón vuelve a
palpitar con fuerza. No quiero ceder, porque sé que, de
hacerlo, el dolor por su partida se hará más profundo, y en
este momento solo quiero detenerlo. Pero soy de voluntad
débil, pues en el fondo no hay nada que desee más que
dejarme llevar y vivir el instante sin pensar en lo que pasará
mañana.
Su mano sigue tendida hacia mí. Pienso que después de
todo no tengo nada más que perder, así que la acepto, pero
en cuanto la toco, As tira de ésta para pegarme casi por
completo a él; nuestros cuerpos quedan a una milimétrica
distancia. Baja su mano izquierda, la posa sobre mi cintura y
me sujeta con firmeza. Comienza a moverse junto conmigo
y bailamos bajo una melodía inexistente.
Nos mantenemos así por un par de minutos. Mi mente va
demasiado rápido, pero al mismo tiempo no puedo pensar
en nada coherente. Intento concentrarme en el movimiento
de mis pies, pero estoy tan nerviosa que me muevo con
demasiada torpeza, arruinando la armonía de nuestros
movimientos. Creo que mi cara no puede ocultar mi
vergüenza, y al verme, él suelta una ligera carcajada.
—Tenías razón: eres un desastre bailando.
—Te lo dije... —Miro sus ojos, pero aparto la mirada al
instante.
Quiero pensar en otra cosa, en algo que deshaga toda
esta tensión, pero cuando apenas comienzo a conectar mis
neuronas, siento su mano izquierda moverse de su lugar,
desplazándose con lentitud por mi figura, hasta llegar a mi
cuello. Su dedo pulgar comienza a jugar, acariciando y
haciendo presión sobre mi piel, lo cual solo me pone más y
más nerviosa.
—¿Sucede algo? —inquiero.
—Hay heridas frescas sobre tu piel... ¿has estado
lastimándote?
Creo que la respuesta es muy obvia, pero me cuesta
aceptarla frente a él. Intento zafarme de su agarre, pero lo
impide, manteniéndome asida a él con mucha fuerza.
—¿Por qué lo haces?
—No es de tu incumbencia.
—¿Me extrañas tanto que recreas nuestros juegos a
solas? —Sus dedos trazan con fineza las heridas y toda mi
piel se estremece—. Dime, ¿qué otras cosas haces
pensando en mí?
—Bueno, suelo golpear mi almohada mientras imagino
que es tu cara. —digo y se carcajea.
—No necesitas hacerlo más —dice refiriéndose a las
heridas, las cuales sigue acariciando en una sutil tortura—.
Yo podría hacer el trabajo por ti. Después de todo, soy
experto en ello.
Se acerca un poco más y me deja sentir su aliento, lo que
hace que mi propia respiración se acelere. Cierro los ojos
mientras deseo sentir sus labios; pero estos no llegan a
tocarme y suben hasta casi rozar el lóbulo de mi oreja.
—Es una lástima que no me dejes tocarte como quiero,
porque de ser así, en este preciso instante ya estaría
haciéndote mía.
Siento mis piernas flaquear, al igual que toda mi
voluntad. El deseo convertido en fuego líquido me recorre y
se concentra en mi entrepierna; pero, aun así, me mantengo
firme y no cedo a sus provocaciones.
—Creí que ya te habías aburrido de mí, que buscarías un
remplazo, ¿no fue eso lo que dijiste? —Mis palabras hacen
que se aleje, mostrando un claro desagrado por mi rechazo,
pero después de varios segundos, recupera su postura.
Ahora se hace el digno.
—Solo estaba siendo amable. Me ofrecía a hacerte un
favor.
—No necesito tus favores.
—Eso dices, pero me pregunto si también te lo crees. —
Me suelta por completo y se encamina hacia la salida.
—¿A dónde vas? —pregunto yendo tras él.
—Solo me voy. No hay nada más que hacer aquí. —Al
verlo marchar siento el impulso de detenerlo, de pedirle que
no se vaya y que no me deje. Estoy desesperada; batallo
entre lo que tanto deseo y lo que creo necesitar. —Tenemos
que hablar del impostor —digo, como excusa para
entretenerle un poco más.
—No estoy de humor para hablar de él.
—¿¡Al menos puedes fingir que alguna vez te importó
atraparlo!? —Se detiene y me mira por sobre su hombro—.
No entiendo cómo es que de un día para otro decidiste que
lo mejor era marcharte y dejar todo atrás.
—Es difícil que entiendas mi manera de trabajar, pero sé
lo que hago, y mientras él ande por ahí haciendo de las
suyas, yo puedo moverme con más libertad.
—¿Qué es lo que pasa entre ustedes dos? Aquel día en la
cabaña dijiste que habías rechazado su propuesta. ¿De qué
propuesta hablabas? Por favor… por favor, te pido que me
des una explicación. Quiero saber. Deja de tratarme como
una idiota y dime qué es lo que sucede.
—Es verdad que me he encontrado con él. Aunque, no
fue un encuentro amistoso. Y si crees que le dejé ir por
gusto, no fue así.
—¿Entonces qué sucedió?
—No es asunto tuyo.
—¡Sí es asunto mío! Él es quien arruinó mi vida y a ti no
te importa. Si en verdad lo quisieras, ya lo habrías matado,
pero no lo haces. ¡Solo juegas con él, conmigo, con mi
dolor!
Se gira por completo y camina hacia mí. Intenta tomarme
del mentón, pero me aparto antes de que llegue a tocarme.
Lo miro con profundo rencor, incluso con repudio. Siento
que las lágrimas están a punto de salir, pero resisto con
todas mis fuerzas, manteniendo el doloroso nudo en la
garganta.
—Si te vas a ir, hazlo, pero antes dime todo lo que sepas
de él. Si tú no quieres matarlo, yo buscaré la forma de
hacerlo.
—Si te lo digo ahora esto se acabará, no puedo dejar que
eso pase, porque todavía hay algo que quiero de ti.
—¿Qué clase de excusa barata es esa?
—Para ti es una excusa, para mí es una verdad; pero
tómalo como quieras. De igual forma no te diré nada.
—Te has llevado mi cordura y mis ganas de vivir, ¿qué
más quieres?
—Quiero muchas cosas, pero me debo conformar con una
sola. Cuando el momento llegue, sabrás de qué hablo.
—¡En estos momentos siento que te odio!
—Eso está bien, así te mantendrás a salvo.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Nada. —Se da la vuelta y comienza a marcharse, pero
esta vez no le sigo—. Cuando me vaya, lo más seguro es
que él también desaparezca.
—¿Acaso lo llevarás contigo?
—Tal vez. ¿No te hace feliz la idea? Te desharás de
ambos. —Baja las escaleras y se gira para mirarme—. Aquí
fue donde nos conocimos y aquí nos despedimos —Sonríe, y
sin más… se marcha.
La pesadumbre recorre mi cuerpo, sometiéndome al
delirio de estar siendo aplastada bajo una roca gigante. Me
dejo caer al suelo y me recargo en la barandilla de la
escalera. Miro a lo largo del pasillo, sintiéndome ida; mis
oídos zumban, una espesa nube se asienta en mi cabeza y
adormece todo pensamiento.
31
El último objetivo

As

Mantengo la mirada puesta sobre la gran casa frente a


mí; siluetas de los habitantes pasan de vez en cuando y se
dejan ver a través de las ventanas. Las luces de una
habitacion en la segunda planta se encienden, se ve la
sombra de una chica que, después se asoma por la ventana.
Mira hacia el cielo, observa la luna y sonríe.
 
Esa chica de piel morena y cabello castaño tiene mi
edad, y con solo verla evoco docena de recuerdos. He de
admitir que ninguno es desagradable del todo, pero aun así
deseo eliminarlos y a ella junto con ellos.
 
En la ultima semana la he estado observando, a ella y a
su familia. Son muy unidos y se nota que es una chica muy
feliz. Por esa razón, disfrutaré más cuando la mate.
Es posible que se sienta observada, porque en cierto
momento mira hacia donde me encuentro, pero no logra
verme, pues la espesa vegetación me oculta de su vista.
Minutos después se aleja de la ventana y la cierra.
Espero hasta que todas las luces se apagan, entonces
salgo de las sombras. Hay dos guardias custodiando la casa,
no me sorprende, es más, me sorprendería que no hubiera
nadie. He memorizado sus movimientos, para saber en que
cual es el mejor momento para atacar a cada uno de ellos.
Como van armados, debo tener mucho cuidado. 
Me escabullo de manera sigilosa, y cuando me aseguro
de que el primer guardia se haya ido a hacer su ronda, me
acerco al segundo por detrás, pero me siente llegar y se
gira de inmediato. No puedo permitir que de aviso, así que
me avalanzo sobre él y caemos los dos hacia stras, antes de
que pueda hacer uso de su arma, mi cuchillo ya a travesado
su tráquea.
Me apresuro antes de que su compañero vuelva, me
encamino por donde se fue y me escondo cuando le
visualizo; viene de regreso, andando tranquilamente sin
sospechar que su amigo yace muerto. Cuando pasa a mi
lado, salto sobre él y muere antes de siquiera darse cuenta
de lo sucedido. Respiro tranquilo y maniobro mi cuchillo en
el que se refleja la luna. Entonces con toda la calma del
mundo, me dirijo al interior de la casa.
Cuando llego a la habitación de la chica, abro la puerta y
observo el interior; la luz de luna se trasluce por las
delgadas cortinas de la ventana y baña su silueta sobre la
cama. Paso la lengua por mi labio superior y camino hacia
ella. Está de espaldas a mí. La sábana descansa a sus pies,
y su cuerpo solo está cubierto por un pantalón de algodón
rosa y una pequeña blusa de tirantes blanca.
Saco mi cuchillo, coloco una rodilla sobre el colchón, y
entonces ella se remueve para después girar su cuerpo
hacia mí. Al verme, muestra sorpresa y miedo. Con rapidez
pongo mi mano sobre su boca, para impedir que grite.
Comienza a retorcerse, pero me coloco sobre su cuerpo
para someterla, y las lágrimas comienzan a deslizarse por
sus mejillas. Sus bonitos ojos traslucen el miedo que siente
justo ahora y éste provoca que mi emoción y excitación
crezcan.
—Si gritas voy a matarte en menos de un segundo.
¿Entiendes? — Mantengo una sonrisa maliciosa. Ella asiente
con efusividad y entonces retiro mi mano de su boca.
Se queda quieta y silenciosa. Sus labios tiemblan, al igual
que su cuerpo lo hace debajo del mío. Sujeto sus manos con
una sola, y con la otra sostengo el cuchillo para deslizarlo
por su mejilla, mentón y cuello, hasta su clavícula; no corto,
solo la acaricio con suavidad.
—Eres el Asesino de la Luna —dice en un susurro, y
sonrío—. ¿Por qué estás aquí?
—¿Por qué crees tú que estoy aquí?
—Vas a matarme.
—Así es. —El terror vuelve a su mirada, y las lágrimas se
incrementan.
—¿Por qué? ¿Por qué yo?
—De hecho, vengo por tu padre —digo y abre sus ojos a
tope.
—¡No, por favor! —Pongo el cuchillo sobre sus labios para
que deje de hablar.
—No alces la voz.
—No les hagas daño a mis padres —solloza.
—Ellos me hicieron daño a mí. —Tras mis palabras su
ceño se frunce. Me escruta lenta y cuidadosamente;
entonces, la confusión se apodera de su mirada. De un
momento a otro su cuerpo se relaja por completo y deja sus
manos tendidas a sus costados. Aprisiona sus labios entre
los dientes y su llanto incrementa.
—Dominik —susurra, y sonrío.
Una de sus manos sube con inseguridad y toca mi
mascara. La desliza hasta sacarla por completo de mi rostro.
Un jadeo sale de sus labios al comprobar su sospecha. El
intento de brillo de sus ojos se disipa segundos después.
Con las yemas de sus dedos acaricia mis mejillas y delinea
cada una de mis facciones.
—Hola, Clara —saludo, y sonrío de lado.
—Hola, Dominik. —Su voz suena débil y apenas audible.
Baja la mano y la deja posar a su costado. Un profundo
suspiro sale de sus labios.
—¿No te da alegría verme? —pregunto sin desvanecer mi
media sonrisa.
—Ha sido sorpresivo, todo este tiempo creí que estabas
muerto.
—Me imagino.
—No entiendo, ¿cómo es que estás aquí?
—Está claro que muerto no estoy, y como has de
imaginar, he venido a cobrar venganza.
—¿En verdad vas a matarme?
—Sí.
—¿Por qué? ¿Qué fue lo que yo te hice?
—Tú sabes lo que hiciste.
—¿Acaso no pasábamos agradables momentos cuando
éramos novios?
—Por supuesto, hasta que decidiste traicionarme.
—¡No lo hice! Dominik, lo de tu familia no tiene nada que
ver conmigo.
—Me engañaste para que saliera de viaje contigo,
mientras tu padre y sus socios aprovechaban para matar a
mi familia. ¿Vas a negar que no fue así?
—Yo… no sabía que eso pasaría.
—No te creo.
—No le hagas daño a mi padre, por favor.
—¿Por qué no?
—Dominik… ¿recuerdas lo mucho que nos divertíamos?
—pregunta, tratando de distraerme.
—Oh, lo recuerdo.
—¿No te gustaría que volviéramos a aquellos días? Tú
sabes lo mucho que me gustabas. La verdad es que no has
dejado de gustarme.
—Tú también me gustabas. —Subo el cuchillo y encajo la
punta en la piel, a lo que hace una mueca de dolor—. Pero
ya no me gustas más.
—E-eso podría cambiar.
—No lo creo.
—Vamos, Dominik. —Intenta seducirme, paseando sus
manos por mi abdomen—. Te he extrañado mucho.
—Ah, ¿sí?
—Sí, nadie es como tú, Dominik.
—Eso lo sé.
—¿Por qué no me llevas contigo? Sé que vamos a
divertirnos mucho. —Sus manos se escabullen debajo de mi
playera, lo que me ocasiona escalofríos muy desagradables.
—¿Crees que con esta clase de trucos vas a distraerme
de mi objetivo principal?
—S-solo extraño la diversión que solíamos tener.
—¿Quieres diversión? —Salgo de encima de ella, la tomo
del cabello y la saco de la cama—. Solo espera, Clara, estás
a punto de presenciar el espectáculo más divertido de tu
vida.
—¡Dominik, me haces daño!
—Es poco en comparación con lo que se viene, cariño. —
La saco de la habitación y la arrastro por el pasillo—. ¿Cuál
es la habitación de tus padres?
—¡No voy a decirte!
—Bien, la encontraré por mí mismo, no será difícil.
—¡Por favor, Dominik, detente!
—¿Por qué?
—¡Matar a mi padre no te devolverá a tu familia!
—Tienes razón, pero me dará mucho placer.
—¡Estás demente!
—Sí, lo estoy.
Abro cada una de las puertas a mi paso hasta que logro
dar con la habitación indicada. El portazo hace que de
inmediato su padre se reincorpore sobre la cama y prenda
la lámpara de noche.
—¿Clara, eres tú? —pregunta somnoliento.
—¡Papá!
—¿Clara? —El miedo en la voz de su hija no le pasa
desapercibido, lo que le hace despertar por completo. Su
esposa, que está a su lado, también se reincorpora y mira
hacia nosotros. Enciendo la luz. Una vez que ambos me
miran, el terror en sus rostros queda visible—. D-Dominik.
—Hola.
Aprieto el cuchillo contra el cuello de Clara, esta vez con
más fuerza, provocando así la salida de la sangre. Ver la
cara de ese hombre hace que me sienta tan furioso, que lo
único que quiero es despellejar a su hija frente a sus ojos
para hacerlo sufrir.
—¿Cómo es que estás aquí? ¡Se supone que estás
muerto!
—Oh, vamos. No te hagas el sorprendido: si eres tú quien
ha estado ayudándome. Pero supongo que no esperabas
que diera contigo tan pronto.
—¿De qué hablas? No he estado ayudándote. ¡Ni siquiera
sabía que estabas vivo!
—¡Mientes!
—¿Por qué mentiría? No gano nada con eso.
—¿Estás diciendo que no eres tú quien ha manipulado los
medios?
—Desearía tener el poder para hacer eso…
—Tuviste el poder suficiente para encontrar un cuerpo
que reemplazara el de mi hermana, así como para
entregarme certificados de defunción falsos. ¿Por qué
debería creer que no eres tú quien cubre mis huellas?
—Así que Gretel sí está viva y tú eres quien ha estado
asesinado a todos.
—Por supuesto, ¿quién creías que era?
—Pensé que ellos habían mandado a matarnos.
—¿Ellos?
—Cuando comenzaron todas estas muertes, supe que
también llegaría mi momento, pero nunca imaginé que
serías tú quien me matara.
—Creo que debiste cerciorarte de que realmente
estuviera muerto.
—Debí matarte yo mismo —dice y sonrío.
—Y pensar que me engañaste cuando dijiste querer
ayudarme.
—No tenía opción.
—Explícate.
—Tu padre se metió con la persona equivocada y nos
arrastró a todos. Ninguno de nosotros tuvo opción. Era
colaborar con ellos o morir al igual que tu familia.
—¿Quiénes son ellos?
—No lo sé. Yo solo recibí ordenes, pero nunca supe de
quién provenían.
Trato de aparentar calma, pero me encuentro bastante
conmocionado. Siempre creí que él y Fabian Parker eran
quienes habían liderado el complot contra mi padre.
—Cortaré el cuello de Clara en este momento si no se
ponen de pie. —No hace falta repetirlo dos veces, pues
enseguida ellos salen de la cama—. Tú. —Miro a la esposa—.
Átalo a la silla —ordeno, apuntando una silla frente a un
escritorio. La mujer duda unos segundos, pero después
obedece y ata a su esposo a ésta con sus propias corbatas.
—No les hagas daño a ellas, por favor.
—Eso depende de lo bien que te portes. —Aviento a Clara
con fuerza hacia el suelo, se levanta y corre a los brazos de
su madre. Me acerco a Fernando y juego con mi cuchillo
alrededor de su cuello. —Clara, ata a tu mami.
—Por favor, Dominik... —comienza a suplicar Clara, pero
conforme los segundos pasan, mi paciencia se va agotando
—. ¡Ten piedad de nosotros!
—¿Por qué debería de tenerla? ¿Acaso tu padre la tuvo a
la hora de matar a mi familia?
—¡Yo no los maté! —exclama Fernando.
—Pero fue como si lo hubieras hecho.
—¡No! Él se buscó su propia muerte.
—Clara, obedece.
—¡No!
—¿No? —Encajo con fuerza el cuchillo en el omoplato
derecho del hombre, que comienza a gritar mientras la
sangre se desliza hasta el suelo. —Clara, obedéceme ahora
o la próxima vez perforaré el cráneo de tu papi.
Llorando, Clara obedece y ata a su madre. Estudio la
situación, paso mis manos por mi cabello y cierro los ojos,
frustrado. Nada resulta como deseo. Voy por Clara y la
aviento sobre el colchón.
—¡No la toques! —grita su padre, pero yo me divierto con
la desesperación de su voz.
—¿No quieres que la toque, Fernando? ¡Impídelo!
—¡Eres un maldito monstruo!
—Tienes razón…
Aprisiono a Clara debajo de mí, tomo sus manos y las
llevo por encima de su cabeza, después paso el cuchillo por
su mejilla para rasgarla un poquito. Ella llora y se tuerce
debajo de mi cuerpo. Su dolor me provoca uno de los
mayores placeres que una persona como yo puede sentir.
—¡Grita, grita, grita! —exclamo con locura mientras rasgo
su cuello, su clavícula y su pecho. Ella llora con más fuerza y
sus padres luchan por zafarse de las sillas, mientras
suplican que suelte a su querida y preciosa hija.
Sus gritos cargados de dolor son sin duda alguna
placenteros; me envuelven en un delicioso éxtasis, y, sin
embargo, no se compara en nada con el placer y excitación
que me provocan los gritos de la pequeña. Pero ella no está,
y yo disfrutaré mucho torturando a esta otra.
Rasgo su blusa y dejo descubierto su abdomen. Continúo
cortando y alentándome con sus gritos de dolor. Rasgo por
aquí y por allá, y dejo de hacerlo cuando su cuerpo está
cubierto por una capa de sangre, pero me desilusiono
cuando Clara se desmaya. Bufo al ver lo poco que aguanta.
Me levanto de su cuerpo y miro a sus padres, que me
asesinan con la mirada. Sonrío arrogante, y doy vueltas
alrededor de la esposa de Fernando. Ella solloza cuando
paso el cuchillo alrededor de su cuello.
—Tal vez ya estés dispuesto a hablar. Ahora dime, ¿quién
mandó matar a mi familia?
—No lo sé.
—¡Tienes que saberlo! Fuiste tú quien se hizo cargo del
papeleo. Te creí cuando dijiste que el incendio fue un
accidente. Me hiciste creer que mi hermana lo había
iniciado, ¡pero estaban muertos desde antes de que
comenzara! ¿Cómo pudiste engañarme diciendo que Gretel
estaba muerta?
—Yo solo seguí ordenes, Dominik. Era tu familia o la mía.
¡Tienes que entender!
—Tal vez lo entienda si me dices quién te lo ordenó.
—No lo sé.
—¡Tienes que saberlo!
—¡No lo sé! Tú padre se metió con las personas
equivocadas. Solo cosechó lo que sembró.
—Dime algo... ¿era mi padre una mala persona?
—Tal vez lo era; después de todo crio a un asesino.
—Quien soy ahora no tiene nada que ver con el tipo de
persona que fue mi padre.
—Él tuvo lo que merecía —dice, provocando que mi ira
aumente.
—¡Y tú tendrás lo que mereces!
—Si quieres matarme hazlo, pero deja a mi hija y a mi
esposa en paz.
—Eso no sería divertido, lo que quiero es verte sufrir.
—Maldito...
—Dices que ustedes no tuvieron nada que ver con su
muerte, ¿entonces por qué huyeron de la ciudad? Después
de que mi familia muriera, todos los socios de la empresa
de mi padre la abandonaron. ¿Por qué?
—No tuvimos opción. Fuimos obligados a hacerlo; la
traición a tu padre, la información falsa sobre el incendio y
sobre sus muertes. Todos, todos fuimos obligados a hacerlo.
De no haberlo hecho, habrían asesinado a todas nuestras
familias.
—Y de manera cobarde, decidieron sacrificar a la mía.
—¡Te digo que no teníamos más opción! ¿No ves el poder
que tienen? No hubiera servido de nada decir la verdad. De
todas formas, ellos nos habrían silenciado y fácilmente
hubieran manipulado la información, como hasta ahora.
—Quiero que me digas quiénes son «ellos». Si no me
dices toda la verdad, mataré a Clara frente a ti, y no importa
cuánto implores, no me detendré.
—No importa lo que haga; de todas formas, moriremos —
dice para mi sorpresa—. No sé quiénes son, pero sé que, si
decimos algo nos matarán, así que da igual; si no nos matas
tú, entonces ellos lo harán.
Enardecido, sujeto el cuchillo con fuerza y corto las
ataduras de su esposa. La tomo del cabello y la obligo a
ponerse de rodillas frente a su él. Ella llora y suplica que no
le haga daño, pero piedad no es una palabra que se
encuentre en mi vocabulario. Enredo mis dedos en su
cabello, hago su cabeza hacia atrás y comienzo a cortar su
cuello. Fernando se muestra horrorizado; su dolor e
impotencia me llenan de satisfacción.
—Pide ayuda a tu esposo —insto a la mujer—. ¡Dile que
te salve!
Ella intenta gritar, pero ya no puede hacerlo, pues mi
cuchillo destroza sus cuerdas vocales. Suelto su cabello y
cae al suelo. Lleva sus manos a su cuello e intenta parar el
sangrado, pero es imposible. Sus mortecinos ojos recriminan
a su esposo el acto imperdonable que los llevó a la ruina.
—¡Eres un maldito! —llora Fernando—. ¡Vas a pagar por
eso!
—Eres tú el que está pagando por sus actos, ¿pensaste
que te saldrías con la tuya? ¿Qué se siente perder a la gente
que amas?
—¡Maldito!
—¡Dime cuánto te arrepientes de la traición a mi padre!
—¡No me arrepiento de nada!
—Ah, ¿no?
Camino al baño y lleno un contenedor con agua, regreso
a la habitación y lo vacío sobre Clara. Ella despierta
confundida, mira hacia su padre y comienza a gritar una vez
que ve el cuerpo de su madre. Corre, se hinca a su lado, la
toma en su regazo y la llama. Su ropa se llena de la sangre
de su progenitora, y sus lágrimas caen, contrastando con el
líquido rojo. La escena ya no me parece tan placentera
como al inicio y solo quiero acabar con esto lo más pronto
posible. Tomo a Clara del cabello y la levanto.
—¿Sigues sin lamentarlo, Fernando? —Coloco el cuchillo
sobre el cuello de su hija.
—¡No, a ella no le hagas daño!
—Dime cuánto lo lamentas y me lo pensaré.
—¡No importa lo que hagas, tus padres no van a volver!
¡Entiéndelo!
—Eres tú el que aún no entiende lo que está a punto de
ocurrir aquí. —Beso el cuello de Clara, haciéndola
estremecer—. Te dolerá lo suficiente ver cómo mato a tu
hija, o crees que sea necesario que veas cómo me divierto
con ella. —Su quijada se aprieta por mis palabras y sonrío.
Sin quitar el cuchillo del cuello de Clara, deslizo una de
mis manos y la introduzco en su pequeña blusa, acaricio su
vientre y subo de manera lenta. Siento a la chica tiritar. Su
respiración se hace más profunda, y el miedo que fluye de
su interior es casi palpable. Jadea cuando aprieto uno de sus
senos, mientras sigo observando a su padre, consumido por
el dolor y la impotencia.
—¡Deja de tocar a mi hija, maldito bastardo!
—Clara… ¿Quieres ver algo interesante?
La aviento hacia atrás y cae fuertemente sobre el piso de
madera. Camino hasta su padre, me coloco detrás de él y
comienzo a torturarlo frente a ella, para después terminar
rasgando su cuello con tanta fuerza, que la cabeza se
desprende del cuerpo. Horrorizada, Clara se pone de pie y
sale de la habitación. Voy tras ella, la alcanzo en el pasillo y
me abalanzo sobre su cuerpo.
—¡Detente, Dominik! —implora, y se ahoga en su llanto.
—¿A caso no te estás divirtiendo? Te prometí un gran
espectáculo.
—¡Estás loco, vete y dejamen en paz!
—Pronto me iré, solo falta matarte.
—¡No, no, por favor!
Levanto el cuchillo y comienzo a apuñalarla una y otra
vez sin compasión alguna. Su sangre salpica todo alrededor
y se forma un charco debajo de ella. No siento
remordimiento ni pesar. Incluso me ensaño más y saco toda
mi frustración en cada apuñalada que doy.
Me detengo cuando su cuerpo ha quedado destrozado.
Me levanto del cuerpo y con desesperación paso las
manos por mi cabello. Sin perder más tiempo, voy en busca
de la máscara que quedó en la habitación de Clara. Cuando
me hago de ella, me observo a través del espejo del
tocador; mi rostro está lleno de sangre y una sonrisa rota se
pinta en mi rostro.
Estoy por salir cuando algo llama mi atención; hay una
foto sobre una repisa. Es una foto grupal. En ella salimos
Clara, yo y todos mis antiguos compañeros. Ver la oscura
alegría que mi rostro reflejaba en aquellos días me hace
sentir enfermo. Con furia arrojo el portarretratos que se
hace añicos al estrellarse contra el suelo. Después tomo la
foto y la rompo en varios pedazos, salgo de la habitación y
abandono el lugar y salgo para perderme en la oscuridad de
la noche. Me siento tan decepcionado de todo esto. Creí que
Fernando era el principal culpable; que, si lo mataba a él, se
acabaría todo.
—¿En qué estabas metido, padre?
No puedo imaginar el tipo de personas con las que se
enredó, mucho menos el tipo de negocios que hizo como
para que lo llevaran a la muerte. No solo a él, sino a toda mi
familia.
Tal vez muera sin saber qué ocurrió en verdad.
 

Me siento en la banca de un parque mientras busco la


manera de despejar mi mente. El aire fresco acaricia mi
rostro y juguetea con mi cabello, lo que me provee de una
sensación agradable de paz y tranquilidad; aunque, mi
placer se ve prontamente perturbado por risas infantiles.
Miro hacia el lugar donde provienen; un par de niños
juegan en el césped, y a unos cuantos metros sus padres les
observan con una sonrisa. Es allí cuando pienso en mis
padres y hermanos. Entonces, recuerdo que Gretel no está
muerta. Es un pensamiento que me hace genuinamente
feliz.
Gretel es la única persona que me importa, y duele el
tener que dejarla justo cuando me he enterado de que sigue
con vida; pero estar lejos de mí es lo mejor para ella. Como
su hermano mayor, el alejarme es mi manera de cuidarla…
mi mejor muestra de amor.
Podrán decir que soy un monstruo o un vil demonio, pero
jamás que fui un mal hijo o hermano. Seguiré cuidando de
Gretel, aunque eso signifique no vernos más. Quiero que
ella viva la vida que le fue arrebatada, y soy capaz de hacer
cualquier cosa con tal de que sea así.
Sonrío para mí mismo, sintiéndome patético por estar
sumergido en tanto sentimentalismo, pero me vuelvo
demasiado blando cuando se trata de mi hermana.
Cuando cae la noche, me dirijo a un bar que vi cuando
llegué a la ciudad. Al entrar me encuentro con un ambiente
relajado: música suave de fondo, algunas parejas, varios
tipos borrachos y unas cuantas chicas que ponen sus ojos
en mí cuando me ven entrar. Algunas me hacen señas para
que me acerque a ellas, pero las ignoro y camino directo a
la barra. No estoy de humor para lidiar con mujeres en este
momento.
Pido un vodka, me recargo en la barra y miro a mi
alrededor. Ni siquiera soy bueno con la bebida; no sé qué
estoy haciendo aquí. Una chica se me acerca e intenta
sacarme plática, pero la ignoro, por lo que se enfada y se
va. Solo pienso en lo que debo hacer ahora que he
terminado con Fernando. El momento de hacer el
movimiento final ha llegado.
—No hay nada más que hacer... más que matar y seguir
matando...
«¿Serás capaz de dejar a tu pequeña hermana?».
No quiero hacerlo, pero es lo mejor para ella y para
todos.
«¿Y esa pequeña de ojos azules? ¿Renunciarás al placer y
a la diversión que te otorga?».
Será una pena no poder llevarla conmigo al infierno, pero
necesito que viva y cumpla con su único deber. Tal vez
decida seguirme. Está tan demente que lo veo posible. Si
llega a ser así, nos esperará una eternidad llena de un
tortuoso placer entre las llamas del infierno.
Poso mis ojos sobre una chica que se sienta a mi lado. Me
sonríe y pasea su mano por toda la extensión de mi brazo
con total descaro. La miro molesto, pero no se deja
intimidar. Al prestarle más atención noto que posee ojos
azules, casi de inmediato la imagen de la pequeña aparece
en mi mente. Mi cuerpo se llena de una extraña energía que
me hace querer matar a esta chica.
—Hola —saluda con sonrisa coqueta.
—Hola. —Sonrío de la manera que solo yo sé.
—Estás muy solo, ¿no te apetece compañía? —Sus
manos comienzan a deslizarse con descaro por mi pecho.
Mis músculos se tensan y respiro profundo para contenerme
y no cortarlas.
—Estoy bien. —Doy un trago a mi vodka y miro hacia el
frente—. Si quisiera compañía, ya la tendría, pero si no la
tengo es porque quiero estar solo.
—Vamos, no seas aburrido —dice con voz seductora,
mientras sigue tocándome—. Podemos pasar un rato
agradable juntos.
Toma con delicadeza mi barbilla y me hace mirarla. Mis
ojos se clavan en sus iris brillantes. Ella, con una mueca
pícara, trata de provocar cosas que no puedo sentir en estos
momentos. Sin embargo, convencido de hacerlo, cedo ante
su petición.
—Está bien —digo, quitando su mano de mi rostro—.
Veamos qué clase de diversión puedes ofrecerme.
Toma mi mano y tira de mí para que me levante. Dejo
que me conduzca entre la gente hasta que salimos del
lugar. Una vez afuera, mira sobre su hombro y me sonríe.
Meto mi mano libre a mi chaqueta y tomo mi cuchillo,
respiro una vez más buscando controlarme... aún no es
hora.
La chica me conduce a unas habitaciones que están
cerca del bar. Subimos por unas escalerillas y llegamos a un
pequeño cuarto. Me hace pasar y enciende la luz, que
permite ver solo una cama y una mesita. Ella toma mis
hombros y me hace caer con fuerza a la cama. Sin perder
tiempo se coloca encima de mí e intenta arrancarme la
ropa.
—Tranquila. —Trato de quitarla de encima, pero se aferra
a mí.
—¿Para qué ir despacio?
Comienza a besar la piel de mi cuello, echo la cabeza
hacia atrás y pienso en cosas que no tienen nada que ver
con el momento. Siento sus manos recorrer mi piel
expuesta, y después veo cómo se despoja con rapidez de su
ropa. Ya semidesnuda, continúa besando mi cuello y pecho.
Pero pronto la situación me aburre; en un solo movimiento
la dejo por debajo de mí. Su respiración está acelerada y me
mira con deseo. Para su mala suerte no vine en busca de
sexo. Desciendo hasta su cuello y rozo su piel con mi nariz.
Ella echa la cabeza hacia atrás a la vez que cierra los ojos y
se entrega por completo a sus deseos.
La contemplo solo por unos segundos, no hay duda de
que es muy hermosa. Tomo mi cuchillo y lo deslizo desde su
abdomen hasta pasar por el valle de sus senos, y al llegar a
su cuello, empleo la fuerza suficiente para que el metal
atraviese su fina piel. Se estremece ante el dolor y se
reclina de un tirón. Me mira con ojos bien abiertos. Pronto,
un hilillo de sangre comienza a salir de la comisura de sus
labios. Lleva sus manos a su cuello y mira la sangre que se
desliza por su pecho desnudo. Abre su boca queriendo decir
algo, pero no puede; se ahoga con la sangre y finalmente su
cuerpo cae sobre el colchón. No dejo de mirarla, hasta que
el brillo de sus ojos se ha perdido por completo.
Me tiendo a un lado de ella y me relajo. Paso mis brazos
por detrás de mi nuca y me mantengo tranquilo mirando el
techo. Me doy cuenta de cómo voy perdiendo el control de
mis actos. Nunca he sido de los que se detienen a pensar
antes de actuar, pero sé que no debería ir por ahí matando
como si nada.
Es la segunda vez que arrebato una vida inocente; ahora
que no tengo una meta fija, toda persona se vuelve una
posible víctima. Mi deseo de sangre, mi instinto asesino no
me deja detenerme a la hora de robar una vida. No sé si
alguna vez fui bueno, pero ahora soy malo por completo. Si
continúo viviendo, no podré detenerme.
—Por eso tengo que dejarte —susurro al pensar en
Gretel. No puedo hacerle esto a ella.
Miro el cuerpo a mi lado y entonces una duda llega a mi
cabeza. Hasta ahora pensaba que era Fernando quien
cubría mis huellas, porque no le convenía que me
investigaran y dieran con todos sus crímenes, pero al
parecer me equivoqué. No fue él. ¿Entonces quién? ¿Por
qué?
Me reclino sobre la cama y me quito la chaqueta
ensangrentada. Miro el rostro de la chica y divago sobre su
expresión aterrada. Quisiera lamentarlo, pero el éxtasis que
experimenté mientras robaba su vida impide que lo haga.
Incluso desearía repetirlo. Me pongo de pie, y sin más, me
marcho del lugar.
32
Hermanas

Aisa

Contemplo mi cuerpo desnudo a través del espejo en mi


habitación. Con mis dedos delineo las cicatrices y gimo con
frustración al ver lo desfigurado que ha quedado mi
abdomen. Ya no podré usar trajes de baño ni ropa que deje
a la vista mucha piel.
Y pensar que antes me sentía orgullosa de mostrar mi
vientre plano y ahora… no hay forma de que deje que
alguien lo vuelva a ver.
—¡Estúpido As! —refunfuño.
Me pongo mi albornoz y ajusto bien el cinto antes de
aventarme a la cama. Aplasto mi rostro con una almohada y
ahogo un grito. Me siento tan triste, tan enojada, tan
desesperada… me siento perdida por completo.
Hace una semana que As se marchó. Solo de pensar en
eso siento ganas de llorar, y en nada ayuda América, que
también se la pasa chillando por él… ¡odio esto!
Me hice la fuerte aquel día que se despidió de mí, a pesar
de que deseaba rogar para que no se fuera. Estaba
muriendo por decirle que no me dejara, pero no lo hice. Me
contuve y lo vi marchar, en tanto me repetía una y otra vez
que era lo mejor.
Y aún intento convencerme de que fue así. Todo el
tiempo me repito que hice lo correcto, pero eso no me hace
sentir mejor. Hacer lo correcto no es lo que quiero, y luchar
contra mis impulsos destructivos me resulta demasiado
agotador. No puedo mantenerme firme y sucumbo ante la
necedad del dolor. Es la manera que tengo de sentirlo cerca.
Mi necesidad de permanecer a su lado se deriva del
retorcido pensamiento de que no merezco más que esto. Su
compañía es la forma más dolorosa y satisfactoria en la que
puedo seguir descendiendo hasta el lugar al quiero llegar.

Mas abajo, más abajo…

Su recuerdo mantiene viva mi agonía, y el dolor de las


heridas es lo que me ayuda a estar tranquila, pero no podré
estar satisfecha hasta que no sea él quien me someta. Soy
como una maldita adicta sin su dosis diaria de droga.
No importa qué tan dañina sea la existencia de As en mi
vida, tengo una enferma necesidad de seguir alimentando
mi dolor con su presencia.
Me giro sobre la cama y miro la hora…
«00:45».
Llevo toda la semana sin poder dormir; mi mente no me
da tregua y solo repite una y otra vez a modo de película
todas las cosas que viví a su lado. A veces se siente como si
hubiera pasado demasiado tiempo desde la última vez que
le vi, tanto, que temo que haya sido solo una alucinación.
Pero no lo fue.
Las cicatrices en mi cuerpo me recuerdan que no es una
mentira. No estoy alucinando. Él existe; sus besos, sus
caricias, esa noche que fui suya, todo, todo ha sido real. Sí,
fue real, pero ya no está, y tal vez no esté nunca más.
Me irrita solo pensarlo, se fue sin importarle que su copia
barata ande por ahí. Si iba a desaparecer de esa manera,
entonces, ¿por qué se quedó tanto tiempo en este lugar?
¿Qué fueron todas esas palabras vanas de que lo atraparía y
le haría pagar?
Maldito cobarde.
Cierro los ojos y llevo mis manos a mi cuello, lo acaricio,
y entonces su rostro se proyecta en mi mente con su
estúpida sonrisa llena de arrogancia y cinismo, y esos ojos
grises que dejan traslucir su locura. Sus labios… ¡cómo
extraño sus labios!
—Estás tan demente, Aisa —me digo mientras acaricio mi
cuello pensando que son sus manos.
Usando las uñas, trazo con fuerza las marcas que han
quedado de sus sádicos juegos. El ardor me relaja, me hace
sentir cálida y no tan solitaria. Solo así consigo quedarme
dormida.
Al día siguiente despierto después del mediodía. Me
duele la cabeza y me siento cansada. No quiero hacer nada,
nunca, nunca más.
«Te queda mucha vida por delante, por favor no la
desperdicies. Agradece el seguir con vida. Eres afortunada,
así que deja de lamentarte y comienza a vivir por tus
padres, por el pequeño Dan».
Las palabras de Ágata hacen eco dentro de mi cabeza.
Abro los ojos más a fuerza que por deseo y me quedo
mirando a un punto fijo en la habitación. Tengo que
comenzar de nuevo, desde cero.
—Tengo que hacerlo, tengo que hacerlo… —me repito
mientras me levanto y me dirijo al cuarto de baño. El
departamento sigue igual que anoche, lo que significa que
Marc aún no llega.
El día de ayer salió muy temprano. Dijo que tenía algo
importante que atender y no ha dado señales de vida desde
entonces. No es que me importe mucho en realidad.
Mientras cepillo mis dientes recuerdo la conversación que
tuvimos la noche del baile. Le dije que deseaba irme lejos,
muy lejos de aquí.
—¡Nos iremos juntos! —exclamó, aferrado a la idea de
que debemos estar unidos.
—¿Qué no entiendes que lo que quiero es estar lejos de
ti? —Mis palabras le hirieron, pero en ese momento no me
importó. Incluso deseaba herirle más. Estaba tan llena de
dolor y de ira que me sentía capaz de destrozar cualquier
cosa con mis propias manos.
—Sé que aún no me perdonas por la manera en que me
fui. Pero por favor, te pido que entiendas. ¡Tenía tu misma
edad! Y también había perdido a mis padres, ¿acaso lo
olvidas?
—No. —Agaché la mirada comenzando a sentir pena.
—No sabía qué hacer con mi vida. Me sentía una carga
para tus padres, quería huir y ver para qué era bueno. Sé
que fue egoísta de mi parte irme sin más, sin despedirme de
ti, pero… si lo hacía, no habría sido capaz de irme.
—Me dolió mucho.
—Lo lamento, Aisa.
—¿Por qué nunca te comunicaste? Papá sufrió mucho por
tu culpa.
—Lo sé y no sabes cuánto me he lamentado por no
haberlo podido ver una última vez.
—Está bien, lo entiendo… te entiendo. Aun así, quiero
irme.
—No puedo dejar que te vayas sola. Hay un asesino
detrás de ti.
—Lo más probable es que ese maldito se haya ido y
nunca más vuelva.
—¿Cómo sabes?
—No lo sé, pero no quiero saber nada más de él. Solo
quiero irme de aquí y comenzar de nuevo. Ya no quiero
pensar más… estoy cansada.
—¿Recuerdas cuando éramos pequeños y nuestros
padres nos llevaban de vacaciones a la finca, cerca del
despeñadero?
—Lo recuerdo.
—Jugábamos a que eras una princesa, tu papá era el
dragón y yo el príncipe que te rescataba. —Sonreí por el
viejo recuerdo, añorando volver a aquellos días donde era
feliz gracias a mi inocencia—. Pelearé contra cualquier
dragón para protegerte, Aisa. Solo dame una nueva
oportunidad. Si quieres irte, entonces nos iremos juntos.
Solo déjame encargarme de unos asuntos importantes y
entonces nos iremos para no volver nunca más.
Acepté.
Suspiro y me miro al espejo; mi cara está pálida y mis
ojos hundidos y ojerosos. Parezco una condenada a muerte.
Y de alguna manera siento que lo soy. Irnos significa que
renuncio a que se haga justicia por la muerte de mi familia,
ya sea por parte de las autoridades o por mi propia mano.
Me hace sentir decepcionada de mí misma, como si le
estuviera fallando a Dan, a papá y a mamá, pero creo que
ya les fallé demasiado.
Tomo solo una taza de café y después salgo en busca de
Zac. Quedé de verme con él en un restaurante de comida
rápida.
En el camino lo único que hago es pensar en la decisión
que he tomado, y también pienso en As. Sé que necesito
dejar de pensar en él, porque su solo recuerdo está
acabando conmigo, pero ahora no dejo de preguntarme si le
afectará de alguna manera el no encontrarme el día que
vuelva, digo… si es que vuelve. 
—Seguro que él está muy feliz lejos de mí —digo con
amargura.
Después de todo, se fue sin importarle nada, y admito
que duele el hecho de que ni siquiera se detuvo a pensar un
segundo en mí. Bajo del autobús y dejo escapar un suspiro.
Camino con la mirada al suelo y dejo escapar un jadeo
cuando choco con un fuerte pecho. Casi de inmediato mi
corazón comienza a palpitar con desenfreno, pero cuando
alzo la mirada no puedo evitar la decepción.
«En serio, Aisa, estás mal».
—Hola, chica hermosa.
—Hola, Zac.
Mi novio deposita un beso en mi frente y después me
echa su brazo encima para conducirme al interior de la
cafetería. Desde que As se fue, Zac ha estado de muy buen
humor. Era obvio que no se caían nada bien, y ahora que As
ya no está, no halla cómo ocultar su alegría. Pedimos algo
ligero y comenzamos a comer mientras platicamos de cosas
triviales. Poco a poco voy sintiéndome de mejor humor.
—¿Dices que tu tío no está? —pregunta Zac después de
comer el último bocado de su platillo.
—No, se fue ayer y no ha vuelto.
—¿Quieres que te acompañe?
—Sí, ¿puedes?
—¡Claro!
Terminamos de comer y después salimos hacia el
departamento. En el camino, Zac logra distraerme y
hacerme reír con sus pláticas ocurrentes. Cuando bajamos
del autobús toma mi mano, entrelazando nuestros dedos, y
caminamos. Siempre me ha gustado cómo se sienten las
manos de Zac: son grandes y cálidas, y mis pequeñas
manos se sienten bien resguardadas entre ellas.
Llegamos al departamento y comprobamos que Marc aún
no llega. Hago pasar a Zac y le digo que tome asiento
mientras voy a ponerme algo más cómodo, pues está
haciendo algo de calor. Después de ponerme unos shorts y
una blusa morada, salgo de la habitación. Zac explora con
detenimiento cada rincón del lugar.
—Es pequeño, pero cómodo —digo, llamando su
atención.
—Sí, eso parece.
—¿Quieres algo para beber?
—No, estoy bien. Mejor ven aquí —dice, estirando su
mano hacia mí. Sonrío y camino hacia él.
Me abraza con efusividad, después se inclina y busca mis
labios. Cierro los ojos cuando estos son cubiertos por los de
él. Los muevo al mismo ritmo que los suyos y me concentro
en disfrutarlo, pero me cuesta un poco, pues vagos
recuerdos de otros labios vienen a mí solo para torturarme.
Me empeño en besar con más fuerza a Zac, para sacarme a
As de la cabeza. Él gime en mi boca por el repentino ritmo
que le doy a nuestros besos. Segundos después nos
separamos con las respiraciones aceleradas. Chocamos
nuestras frentes, abro los ojos y lo miro. Él sonríe como
idiota.
—Eso ha estado genial —dice con una voz seductora que
me hace soltar una carcajada.
La puerta se abre y nos separamos mirando hacia allá;
Marc aparece y lo miro con extrañeza cuando lo veo con una
gran maleta en una de sus manos y en la otra una niña. Ella
posa su mirada sobre mi figura, me observa de pies a
cabeza y cuando llega a mis ojos sonríe de lado,
haciéndome sentir escalofríos… ¡ella se parece tanto a As!
La misma piel pálida, el mismo cabello negro, la misma
mirada grisácea, los mismos labios rojos, e incluso tienen la
misma sonrisa. Es como ver la versión femenina de As en
miniatura.
—Hola, Aisa —saluda mi tío y hace una mueca al ver a
Zac—. Espero que no estuvieran haciendo cosas indebidas
mientras no estaba.
—¡Por supuesto que no! —digo algo avergonzada.
—Bueno, yo me voy. —Me besa en la frente—. Mañana
nos vemos.
—Sí, está bien.
Zac se despide de Marc y de la pequeña, que le mira con
una gran sonrisa, después sale del lugar y me deja con mi
tío y la mini As. Ella camina por todo el departamento,
observando cada rincón. Después se mete a mi cuarto y se
desaparece de mi vista.
—¿Quién es ella? —pregunto a Marc.
—Mi hija.
—¿Tu hija?
—Sí; su madre murió, así que ahora se quedará a vivir
con nosotros. Espero no te moleste. 
—Pues si es tu hija no me molesta, pero… ¿Por qué no
me habías dicho antes?
—Quería que fuera una sorpresa.
—Vaya que lo fue.
—Como no hay más habitaciones, dormirá contigo, ¿no
hay problema?
—Creo que no hay opción. ¿Cómo se llama?
—Gretel.
—¡Me encanta tu cuarto! —exclama la niña detrás de mí.
—Gracias —digo mirándola, aún sorprendida por el
increíble parecido que tiene con As, o tal vez es que lo
extraño tanto que ya lo estoy viendo donde no es.
—Marc dijo que seremos hermanas —dice llegando a mí y
tomando mi mano. Miro a Marc con la ceja alzada y solo
sonríe.
—¿Por qué le dices Marc a tu papá? —pregunto, pero ella
no contesta.
Gretel se pasa todo lo que resta del día pegada a mí e
insiste en que nos bañemos juntas. Quiero negarme, pero
cuando me lo implora con sus ojitos grises y sus pucheros
no puedo hacerlo y terminamos ambas en la ducha.
Aunque se trata de una niña, siento incomodidad de que
me vea desnuda, así que me baño con ropa, lo cual le causa
gracia. Me pide que le ayude a lavar su melena negra y con
gusto lo hago. Su cabello es muy suave y sedoso. Mientras
lo lavo noto que tiene una cicatriz en la parte baja de su
espalda; es bastante grande y fea. Abre por completo mi
curiosidad, y aunque me veo tentada a preguntar, prefiero
no hacerlo.
Después de terminar de bañarnos, me quito la ropa
mojada para envolverme en una toalla, pero al momento de
quitarme la playera ella ve mis cicatrices. Cohibida, me
apresuro a taparme con la toalla. Salimos del baño y
entramos a mi habitación. Ella se avienta a mi cama, se
saca la toalla y deja su cuerpecillo desnudo.
—Cámbiate rápido o te vas a resfriar —le digo, mientras
busco algo de ropa en mis cajones.
—¡Sí!
—Vacía la ropa de su maleta en mi cama.
—¿Cuántos años tienes? —le pregunto mientras le
observo de manera atenta.
—Pronto cumpliré nueve —responde, muy feliz. Por su
comportamiento creí que era más pequeña.
Ambas nos ponemos los pijamas, y después de hacerle
campo en mis cajones para su ropa, nos metemos bajo las
cobijas. Se pega como garrapata a mi cuerpo, y aunque
quiero alejarla, no me atrevo a decirle nada. Me pongo a
revisar mis mensajes en mi celular y me estremezco cuando
siento sus manos indagar debajo de mi blusa, a la vez que
traza con su dedo las líneas de mis cicatrices.
—¿Qué haces? —le pregunto, algo nerviosa.
—Me gustan tus cicatrices.
—¿Por qué? —No contesta, y un rato después noto que se
ha quedado dormida.
Saco sus manos de debajo de mi blusa y la volteo para
dejarla de espaldas a mí. Por alguna razón su presencia me
causa escalofríos. Tal vez es su parecido con As o no sé qué
sea, pero me pone los pelos de punta.
 

La mañana del sábado me levanto temprano para irme


con las chicas a pasar toda la tarde con ellas. Amanda ha
estado un poco triste desde que Jared se fue, así que
América y yo tratamos de distraerla. Supongo que eso me
ayuda a mí también.
Salgo de la habitación y voy a la cocina a hacerme un
café. Termino de ponerle la azúcar e inhalo su exquisito
aroma. Tomo la taza entre mis manos y me doy la vuelta.
Entonces, se me sale un fuerte grito al ver la figura de
Gretel a unos dos metros de mí, se me cae la taza y se
esparce por el suelo su contenido caliente, que salpica y
quema mis pies descalzos. Brinco al sentir el ardor, y
termino pisando uno de los fragmentos desperdigados.
Chillo y maldigo. Gretel ríe con el espectáculo. Parece
divertirle mucho mi desgracia. Respiro profundamente para
agarrar algo de paciencia y no arrojarla por la ventana.
—Niña, me has asustado —digo mientras me hinco para
recoger los pedazos de la taza.
—Sí, lo noté. —Se hinca a mi lado.
—No los toques o te cortarás. —Gimo cuando soy yo la
que se corta; de mi dedo sale un hilo de sangre. Resoplo con
fastidio y me pongo de pie.
—¡Te has cortado, déjame ver!
—Es una cortadita muy simple, lo que duele es el pie.
—¡Déjame ver!
Gretel toma mi mano y revisa mi dedo. Sus ojos brillan de
una extraña manera. Un jadeo sale de mis labios cuando, de
una manera inesperada, la niña mete mi dedo a su boca y
succiona la sangre. Asustada, retiro con rapidez mi dedo de
su alcance.
—Tu sangre es muy dulce —dice sonriendo de manera
espeluznante. Confirmado… es la versión mini de As.
33
Solo con él

Aisa

Mastico mi sándwich mientras observo a mis amigas


platicar de los planes que tienen de ahora en adelante; solo
espero que no pregunten por los míos.
—Aún recuerdo cómo se quejaban —dice Zac entre risas
—, en especial tú, América, que decías que no querías
entrar a la universidad.
—En realidad, sigo sin querer ir.
—Yo sí estoy muy entusiasmada —dice Amanda—. Sé que
vendrán muchas cosas nuevas y muy interesantes.
—¿Qué planes tienes tú, Aisa? —Maldigo por lo bajo ante
la pregunta de América.
—No tengo planes, soy una maldita decepción.
—No comiences, por favor. No eres ninguna decepción. —
Zac toma mi mano y sonríe, queriéndome dar ánimos, pero
solo hace que me sienta más patética y molesta conmigo
misma. Aun así, sonrío lo más convincente posible, en
muestra de agradecimiento.
Siento que no debería quejarme tanto. No quiero que
crean que solo busco dar lástima. La verdad es que me da
miedo la idea de que se rindan conmigo y me dejen caer,
pero odio que quieran animarme todo el tiempo. No quiero
que me saquen de la miseria, solo no quiero estar sola en
ella.
—¿Cómo te la estás pasando, con tu tío? —pregunta
Amanda.
—No lo sé; trato de acostumbrarme, pero… me cuesta
mucho.
—Y ahora que te tiene de niñera, supongo que es más
difícil.
—Lo es.
En los últimos días mi poca estabilidad emocional se ha
ido al carajo; Marc dijo que tenemos que atrasar nuestra
partida. La llegada de la niña ha cambiado todo, realmente
todo; su presencia me altera de una manera anormal. Su
comportamiento, sus expresiones, sus facciones, toda ella
me hace pensar en aquel idiota, y el hecho de que este siga
desaparecido ya por más de un mes hace que mi mente se
vuelva un caos.
No he podido dormir. Por más que lo intento, nada
funciona y termino viendo el amanecer, prisionera de mis
caóticos y destructivos pensamientos.
Tener a Gretel tan cerca me vuelve loca. Busco cualquier
oportunidad para escaparme y volver muy tarde al
departamento, pero de todas formas no me zafo de la niña,
pues le gusta dormir aferrada a mi cuerpo. Cada vez que
salgo con los chicos, hago mi mejor esfuerzo para aparentar
que estoy bien. Trato de convencerme de que no pasa nada
y me repito una y otra vez que debo continuar.
Es lo que estoy tratando de hacer de una manera
desesperada: continuar.
—Tengo que irme ya. —Me pongo de pie y acto seguido
Zac hace lo mismo.
—¿Por qué tan pronto? —cuestiona Amanda.
—Tengo cosas que hacer.
—Trata de descansar, te ves horrible —dice América,
Amanda asiente.
—Sí, sí... luego las veo.
Salimos del lugar y tomamos camino hacia el
departamento. Zac mantiene sus ojos sobre mí en todo
momento. Yo me siento fastidiada; el sol está demasiado
fuerte y hace doler mi cabeza.
—¿Sigues sin poder dormir? —pregunta, preocupado.
—Sí; no es fácil hacerlo cuando duermes con una mini
garrapata que no te deja ni mover. 
—¿Por qué no le dices a tu tío que la acomode en otro
lado?
—No hay más habitaciones.
—Pues que duerma en el sofá.
—¡No voy a dejar que una niña duerma en el sofá!
—Bueno, yo solo decía.
—¿Qué harás hoy?
—No tengo nada planeado. Mis padres salieron y no
regresan hasta dentro de dos días, así que tengo que cuidar
de la casa.
—¡Perfecto!
—¿Qué cosa?
—Invítame a tu casa, quiero dormir.
—¿Por qué no te quedaste en casa de Amanda o
América?
—Porque ellas no me dejan dormir, y yo necesito dormir.
—Bueno… está bien.
Mando un mensaje a Marc donde le digo que llegaré
tarde y me escapo con Zac. Cuando llegamos a su casa
subo hasta su cuarto sin esperarlo y me aviento a su cama.
—¿No quieres comer algo?
—Quiero dormir. —Entierro el rostro en una almohada.
—Bueno… entonces duerme. —No hace falta que lo
repita dos veces: me relajo hasta quedar profundamente
dormida.
Ligeras caricias en mi brazo provocan que pequeños
escalofríos recorran mi cuerpo de manera muy agradable.
Aun siendo mecida por el sopor del cansancio, sonrío,
porque, por alguna estúpida razón, la primera persona que
viene a mi mente es As.
¿Por qué sigo añorándole de manera tan enfermiza?
Estoy en el límite, pendida de un hilo que me sostiene
sobre un profundo mar de contradicción. Siento como si
flotara en una neblina. No sé qué está mal. No sé qué es
real. No sé qué pensar. No sé qué desear. No sé cómo vivir
ya.
Siempre está en mis pensamientos, como una
alucinación constante que viene a doblegar mi voluntad;
aunque no hay una voluntad en realidad, no encuentro
motivos para continuar, pero lo hago...
Siempre lo hago.
Me doy la vuelta en la cama y abro los ojos con pesadez
al sentir un cuerpo tendido a mi lado. Inhalo la esencia de
Zac y suspiro.
«Zac es mi presente. Zac es lo que está bien. Zac es a
quien debo aferrarme», repito continuamente, como si fuera
una especie de mantra. Me estiro para abrazarlo. Él pasa su
brazo por debajo de mi cabeza y me atrae hacia sí, para que
pueda recargarme en su pecho.
—¿Qué hora es? —pregunto.
—Como las ocho de la noche.
—¿En verdad? Es muy tarde…
—Sí; no te quise despertar antes, porque vi que dormías
plácidamente.
—Gracias por no despertarme, la verdad necesitaba
dormir.
—Te ves adorable durmiendo. Además, sonreías de vez
en cuando. Dime, ¿qué estabas soñando?
—Nada interesante —digo, pero lo cierto es que las
suaves caricias que Zac me proporcionaba me hicieron
pensar en As. Siempre, siempre termino pensando en él.
Ha pasado casi un mes desde que se fue. Ni siquiera sé si
piensa volver. Él dijo que podía irse por meses o quizás
años. Incluso dio la opción de nunca regresar, pero como
soy demasiado ilusa, sigo aferrada a que volverá.
«Aún hay algo que quiero de ti». ¿De que estaría
hablando?
No se ha vuelto a escuchar del otro asesino. Me pregunto
si se fue detrás de As o tal vez está planeando otra cosa.
Solo espero que As se encuentre bien. No debería
preocuparme por alguien como él, pero no puedo evitarlo.
Cierro los ojos pensando en todos los «porqué» por los
cuales debo olvidarme ya de él. La principal razón y la más
obvia, es porque es un asesino; creo que es una razón
suficiente. Además, debemos agregar lo mucho que goza
lastimándome, y que es una persona tan mala, que no le
interesa en lo más mínimo el daño que me hace. Solo me
utiliza para sacar su furia y sus deseos egoístas.
Sí, son suficientes razones.
Si pongo en una balanza los pros y contras de As, y
después los de Zac, resulta estúpido el solo detenerse a
pensarlo. Zac es bueno, me quiere, me cuida. ¿Qué más
puedo pedir?
«¿Tal vez que tu pútrida y depravada alma pueda volver
a regocijarse con sus infames caricias?».
¿Por qué Zac no me hace sentir ni lo más mínimo de lo
que As consigue con solo mirarme? La forma en que me
hace estremecer con su sola presencia, la facilidad con la
que logra que mi cuerpo se envuelva en fuego, que mi piel
anhele sus caricias y que lo desee con todas mis fuerzas.
Solo con él soy capaz de sentirme así...
«Has caído presa en las garras del demonio».
«Voy a dejar impregnadas mis caricias y besos en tu
cuerpo de tal manera que jamás podrás olvidarlas. No
importa el tiempo que pase ni cuantos novios tengas, nunca
vas a olvidarte de mí, y cuando intentes estar con otro, tu
cuerpo no lo aceptará, porque anhelará ser tocado solo por
mí. Voy a hacer que me desees solo a mí por el resto de tu
vida. Porque eres y siempre serás mía».
No he podido desprenderme de la ardiente sensación de
sus manos sobre mi cuerpo y del delirante sabor de sus
besos.
—Estúpido As.
—¿Qué dices? —Zac me mira y me reprendo en mi
interior.
—Nada.
Miro sus ojos cafés, me sonríe y siento calidez en mi
interior, pero es algo tan, tan distinto a lo que siento con As.
«¡Basta!».
¡Ya no quiero pensar en él! No quiero seguir
comparándolo con Zac; no se lo merece. Me reclino sobre la
cama sin dejar de mirar a Zac; él solo me observa atento.
Me inclino hacia él, y, sin más, lo beso.
El ritmo lento con el que comienza nuestro beso no es de
mi agrado, así que me atrevo a besarlo dejando de lado la
inocencia y poniendo toda la pasión que soy capaz de sacar
con él. De pronto me corresponde: pone sus manos en mi
cintura y me atrae más hacia sí. Poco a poco subo a su
cuerpo, quedando a horcajadas sobre él. Enredo mis dedos
en su cabello, pero la sensación que deseo encontrar no
está. Me reprendo una vez más por estar buscando a As en
Zac. Aprieto los ojos cerrados y me concentro en solo
desearlo a él.
Con un poco de desenfreno le beso, uniendo nuestras
lenguas. Lo siento gemir en mi boca, pero yo no siento
reacción alguna. Me siento desesperada porque mi cuerpo
no responde como me gustaría. Es tan frustrante, que
incluso siento deseos de llorar.
Zac me sujeta con firmeza y me da la vuelta, para
después colocarse sobre mí. Se acomoda entre mis piernas
y siento su dura erección contra mi intimidad. Me
estremezco un poco; no puedo negar que se siente bien.
Sus manos se meten por debajo de mi chaleco y tocan mi
piel. La sensación es agradable, pero sigo sin sentir el fuego
que otras manos ocasionaron.
Él deja mi boca y besa mi cuello. Me dejo llevar con la
esperanza de disfrutar sus caricias, pero no puedo; no lo
consigo, y siento que estoy a punto de llorar, así que tomo
su rostro entre mis manos y lo alejo.
—Zac…
—¡Lo siento! —Se levanta de un tirón.
—No… no te preocupes.
—¡No debí de pasarme, Aisa! ¡Lo siento!
—Zac. —Lo tomo de los hombros para tranquilizarlo.
Sonrío ante su reacción y pienso que se ve tierno con sus
mejillas rojas—. Zac, no fue tu culpa. Yo comencé.
—Sí, pero…
—No pasa nada, tranquilo. Yo… lamento eso. —Me refiero
al bulto en sus pantalones.
—O-oh… no, yo solo… es que…
—Ya, tranquilo. —Dejo un beso en su mejilla y me mira
con una sonrisita tímida—. Estuvo bien, ¿no?
—¡Oh, estuvo muy bien! —Sonreímos el uno al otro y nos
ponemos de pie, mientras acomodamos nuestra ropa.
Salimos de su habitación y bajamos a la cocina donde juntos
preparamos algo para cenar. Paso un rato agradable
platicando con él de diferentes temas, y al final me
acompaña a casa.
—Nos vemos. —Le doy un beso corto sobre sus labios.
Entro al departamento y enseguida tengo a Gretel pegada a
mí. Le sonrío y camino hasta mi habitación con ella detrás.
—¿Dónde está Marc? —pregunto al ver que no está por
ningún lado.
—Salió —dice, dejándose caer sobre la cama. Y después
se pone a brincar en ella.
—¿Has estado sola?
—Sí.
—¿No te da miedo?
—No; antes estaba siempre sola, así que ya estoy
acostumbrada. — Siento un poco de pena por sus palabras.
—¿Ya cenaste?
—No.
—Bien, vayamos a buscar qué comer.
—¡Sí!
Mientras cenamos, me dedico a observarla. Ella sonríe y
balancea sus pies en la silla pareciendo más pequeña de lo
que en verdad es. Hasta parece una simple e inocente
niñita, y bueno, supongo que lo es; no porque tenga mirada
de psicópata significa que sea una, ¿no? Es solo una niña…
no puede ser mala, aunque dé un poco de miedo.
—¿Quieres que el fin de semana vayamos a pasear? —
pregunto, y me mira con emoción.
—¿¡En verdad!?
—Sí.
—¡Sí quiero! —Baja de su lugar y se acerca a mí para
abrazarme—. Tiene mucho que no salgo a pasear.
—¿Marc no te sacaba a pasear?
—No; desde que murieron mis papis estuve en ese cuarto
—dice, y luego se queda muda, con su mirada fija en mí.
Arrugo el entrecejo.
—¿Tus papis? —repito, intrigada. Me mira, y sonríe
mientras se aleja de mí para volver a sentarse.
—¿A dónde vamos a ir?
—A donde quieras.
—¡Al zoo! —grita con emoción—. Iba con Dom casi todos
los domingos.
—¿Quién es Dom?
—¡Mi hermano! —grita con mucho orgullo.
—¿Tienes un hermano?
—Sí. —A punto estoy de hacer más preguntas cuando
Marc entra por la puerta.
—Hola, niñas.
—Hola —saludamos al mismo tiempo.
—¿Platican de algo interesante?
—Oh, sí. Mucho, diría yo. —Me doy cuenta de que Marc
ha estado mintiendo y quiero saber por qué. Ahora sé que
Gretel no es su hija, y voy a averiguar quién es esa niña en
realidad y por qué está con Marc.
Gretel vuelve a tomar un baño conmigo. Ya cuando
estamos cambiándonos en la habitación, escucho el timbre.
—Abre la puerta, Aisa —grita Marc desde el baño.
—¡Voy!
Corro a la puerta y abro, pero no veo a nadie, me asomo
al pasillo y está vacío. Vuelvo a cerrar la puerta, y cuando
me doy la vuelta piso algo; es un sobre rojo. Lo tomo y lo
reviso: tiene mi nombre con letras grandes.
Mi corazón se acelera y pienso que puede ser una carta
de As. Corro a la habitación y lo abro. Adentro hay una hoja
blanca; la saco y con rapidez la desdoblo. Escalofríos
recorren mi cuerpo cuando la veo. Hay letras escritas con lo
que parece ser sangre, y al leer lo que está escrito, un
estremecimiento me recorre el cuerpo.
«Parece que comienzas a olvidarme. Me pondría triste
que eso sucediera. Por eso, para asegurarme de que
siempre me recuerdes, he pensado en hacer algo especial
para ti. ¿Tu novio Zac? ¿Tu tío Marc? ¿Amanda o América?
Dime… ¿a quién te gustaría ver muerto?».
La nota está firmada por el Asesino de la Luna. Me
desconcierta, pero no dudo ni un segundo en pensar que es
el otro asesino que está tratando de confundirme. Es
imposible que yo crea que ese mensaje es de parte de As.
—Ese maldito… —¿Cómo se atreve a amenazar a mis
seres queridos?
—¿Qué es eso? —Gretel arrebata la hoja de mis manos.
Intento quitársela, pero corre a un rincón de la habitación
y lo lee con diligencia. Entonces, su ceño se frunce,
mostrando gran molestia. No hay miedo en su mirada, lo
cual sería normal en una niña.  
—¿¡Quién escribió esto!? —Me desconcierta que luzca
muy furiosa—. ¡Esto no lo escribió él!
—¿Quién no lo escribió?
—Mi hermano. —Hace bolita la hoja y la avienta por algún
lugar de la habitación—. ¡Mi hermano Dominik no escribió
esto! —Mi quijada casi va a dar al piso. ¿Hermano? ¿Gretel
es hermana de As?
Debí suponerlo.
34
Acosadora

As

Observo de lejos a la pequeña, que sonríe feliz mientras


va de la mano de su estúpido novio. Rio con amargura; no
parece haberme extrañado mucho.
Han pasado poco más de dos meses desde que me fui.
Parece como si hubiera sido más tiempo. Es extraño volver
a este lugar, y si no fuera por ella no volvería jamás.
Sigo con la mirada a la estúpida parejita que camina por
el centro comercial, y me quedo helado cuando veo una
pequeña figura correr a los brazos del novio de la pequeña.
Él alza a la niña que sonríe ampliamente. Entonces siento
una fuerte punzada en mi interior… Gretel.
Sin darme cuenta, comienzo a caminar hasta donde
están. La figura de mi hermana es lo que me motiva; sin
embargo, me detengo a medio camino al darme cuenta de
que no debo dejarme ver por ella. Gretel no debe verme
ahora. Me quedo en mi sitio, viéndolos marchar y sintiendo
la impotencia atarme las manos. Deseo estrecharla en mis
brazos. Verla de nuevo después de creerla muerta hace que
sienta incluso un gran deseo de llorar, pero sonrío al ver lo
feliz que ella parece.
Estaba planeando recuperarla de Marc, pero ha sido él
mismo quien la ha puesto en manos de la pequeña, y me
siento aliviado y feliz de saber que Gretel está bien. Aún
sonríe y eso para mí es más que suficiente. Además, no hay
mejor persona para cuidarla que esa pequeña idiota.
Las figuras de los tres se pierden de mi vista entre tanta
gente. Giro sobre mi eje para marcharme, pero mi camino
es bloqueado por una chica castaña de gran sonrisa.
Maldigo en mi interior, pero de mis labios sale una sonrisa.
—¡Dominik, has vuelto! —América se echa a mis brazos
antes de que pueda evitarlo.
—Hola, América. —Finjo alegría, y con disimulo la separo
de mi cuerpo.
—¡Estoy tan feliz! —Chilla, e irradia tanta emoción que se
me sube la bilis—. ¿Cuándo regresaste?
—Apenas hoy. —Comienzo a caminar fuera del lugar y
ella me sigue… como era de esperarse.
—¿Ya viste a Aisa?
—No, así que no le digas que me viste.
—¿Por qué no?
—Yo iré a verla cuando crea que sea el momento
adecuado.
—Qué extraño. Siento que Gretel se parece mucho a ti —
dice, y la miro atento—. Gretel, la primita de Aisa —explica
—. Ahora vive con ellos y se han vuelto muy cercanas.
Siempre está detrás de Aisa. Es muy gracioso.
—¿La trata bien?
—Sí, al principio Aisa no la quería, pero ahora la trata
como si fuera su hermana.
—Ya veo… me alegro —digo, en un susurro solo para mí
—. ¿Has escuchado algo del Asesino de la Luna? —pregunto,
y la miro de reojo.
—Tal parece que se ha ido. Hace unos meses escuché
que mató a una familia en una ciudad lejos de aquí.
—Ya veo. —Como la muerte de la familia de Fernando me
fue atribuida, eso alejó la atención de esta ciudad. Por eso
el impostor no ha actuado; no puedo estar en dos lugares al
mismo tiempo.
—Ojalá se muera o lo atrapen pronto. —La escucho
mascullar.
—Seguro así será.
—Eso espero. Lo odio por lo que le hizo a la familia de
Aisa.
—Yo también lo odio —digo, refiriéndome al otro asesino.
—Es cierto… Aisa me comentó que estaba contigo porque
el asesino también mató a tu familia, ¿no es así? Por eso
querían atraparlo.
—Parece que a tu amiga ya se le olvidó.
—Y eso me alegra. Está tratando de retomar su vida y ser
feliz. ¡Tú también deberías comenzar a vivir tu vida y
olvidarte de ese desagradable hecho!
—Eso no va a pasar. Ya me tengo que ir —digo,
deteniéndome. La miro dándole a entender que ya no
quiero que me siga—. No le digas a tu amiga que me viste.
—No lo haré.
Le sonrío para que se sonroje y me doy media vuelta.
Meto mis manos en los bolsillos de mi pantalón y cruzo la
calle para ir al lugar donde me estoy quedando; renté un
pequeño cuarto que me es más que suficiente para
mantenerme escondido.
Dejé el hospital después de ser descubierto y también
porque estaba cansado de que el lugar estuviera tan lejos;
pero tampoco quería estar rodeado de gente, por eso el
cuarto es perfecto, pues no está ni muy lejos ni muy cerca
de la ciudad. Puedo andar tranquilo, y al mismo tiempo
tengo todos los servicios a mi alcance.
Tan solo llegar me desvisto y entro a la regadera para
relajarme un poco. Tengo los nervios demasiado alterados.
Haber visto a Gretel me pone ansioso, y haber visto a
América me pone de mal humor.
Siento profundos deseos de matar, pero por ahora debo
mantenerme tranquilo. Si lo hago, el otro asesino se dará
cuenta de que he vuelto. No quiero que sepa de mi
conexión con Gretel y que la use en mi contra. Odio
sentirme tan impotente, pero no hay mucho que en estos
momentos pueda hacer.
Si esa pequeña estuviera conmigo justo ahora, podría
sacar con ella todo este exceso de energía.
 

En el paso de una semana me mantengo observando a la


pequeña y a Gretel. Mi hermana se ve feliz, y yo no puedo
estar menos que eso al ver que está rehaciendo su vida.
Debería darme prisa y ocuparme de mis asuntos
pendientes, pero he estado retrasando el momento. Tendría
que haber matado a ese farsante desde que volví, pero no
hago más que buscar excusas para mantenerme un poco
más aquí. ¿Por qué no puedo solo ir y terminar con todo
como tenía planeado?
«Porque si terminas con todo, no volverás a verla, a
tocarla, a sentirla».
Pero pasar tanto tiempo sin asesinar y sintiéndome
presionado hace que mis niveles de ansiedad se eleven
hasta los cielos. Antes era fácil sacarlos; asesinar es la
mejor forma, y también mi favorita, pero ya no hay nadie a
quién matar, y aunque quiera, no puedo ir por ahí matando
a diestra y siniestra.
Tener sexo ayuda a liberar un poco el estrés; sin
embargo, el sexo es algo que ahora no me atrae, por lo que
debo lidiar con la maldita euforia.
Sin saber qué más hacer me voy a dar una vuelta por la
ciudad. Me siento tan extraño. Pareciera que mi existencia
ha perdido su propósito, y me siento perdido y desesperado,
más porque sé que no puedo recuperar mi vida de antes, ni
regresar a Gretel.
Me siento en la banca de un parque en lo que busco la
forma de relajarme, pero me doy cuenta de que eso va a ser
imposible cuando una sombra cae sobre mí. Con fastidio
abro los ojos para encontrarme con esa sonrisa que
comienzo a odiar.
—Hola, Dominik —saluda, sonriente, para después tomar
asiento a mi lado, muy cerca de mí.
—Hola, América. —Me hago a un lado al no soportar del
todo su presencia—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Te vi pasar…
—Y me seguiste.
—Sip.
—No me siento bien, y la verdad me gustaría estar solo.
—¿No te sientes bien? Eso no es bueno. Deberías ir al
doctor.
—No, solo necesito estar… solo —digo enfatizando el
«solo».
—No es bueno estar solo cuando te sientes mal, Dominik.
—Sin importar cuántas veces le diga que quiero estar solo,
ella no lo entiende, así que opto por ignorarla. Cierro los
ojos y me distraigo en otra cosa que no sea su estúpido y
desesperante parloteo.
El sábado por la mañana; despierto debido a los
insistentes llamados a mi puerta. Coloco la almohada sobre
mi cabeza y espero a que quien esté afuera se marche y me
deje en paz.
Maldigo cuando los llamados siguen.
Me siento sobre la cama y paso las manos por mi cara y
cabello, me pongo de pie y camino a abrir la puerta. Cuando
lo hago, aprieto la mandíbula y me reprocho el no tener mi
cuchillo a mi alcance en este momento.
—¿América, que haces aquí?
—Vine a visitarte. —Como no me he puesto una
camiseta, ella se concentra en mi torso desnudo. Después
también se sonroja al ver que estoy en ropa interior.
—No vayas a tirar baba, por favor. —Ella se sonroja aún
más.
—S-solo quería saber cómo seguías.
—Ya me encuentro mejor… ¿Cómo es que sabes dónde
vivo?
—A-ah… el otro día te seguí hasta aquí. —Menuda
desvergonzada.
—¿Me estás acosando?
—Pues… algo así. —Sonríe con inocencia, y entra a mi
pequeño cuarto aún sin ser invitada. Tengo que respirar
profundamente para no echarme sobre ella y matarla—.
Este lugar es pequeño, pero acogedor. —Mira a todos lados.
«¡No solo lo pienses… mátala de una vez!»
Miro yo también mi «casa», que es solo un cuarto
grande; en una parte está una pequeña sala, el comedor y
la cocina, y en la otra mitad mi pequeña cama, un ropero y
un mueble con una pantalla. Para lo que necesito creo que
hay demasiadas cosas.
—¿Vives solo?
—Sí.
—¿No te sientes triste estando tú solo en un lugar así?
—No, me gusta mucho mi privacidad. La soledad es algo
que en verdad disfruto.
—Yo no soporto estar sola.
Bajo la atenta mirada de América, me pongo unos
pantalones desgastados, pero dejo mi torso al descubierto.
Camino a la cocina y me pongo a ver qué hacer para
almorzar.
—¿No has comido? ¡Yo puedo preparar algo para ti!
—No, gracias.
—¡Déjame hacerlo!
—¡Dije que no! —grito con fuerza y ella brinca en su
lugar. Su mirada asustadiza hace que comience a despertar
la excitación en mi interior. Sonrío para que se tranquilice—.
Lo siento, no quise gritar, pero no me gusta que se metan
con mis cosas.
—Entiendo. —Se sienta en un pequeño sillón—. Dominik,
¿por qué no quieres que Aisa sepa que estás aquí?
—No es asunto tuyo.
—¿Pasó algo entre ustedes?
—No.
—Yo juraba que sí. A ella le brillaban los ojos siempre que
te veía o hablaba de ti. Pensé que le gustabas, pero después
se hizo novia de mi primo. Aún así, tenía mis dudas.
—Así que el idiota es tu primo.
—¿Te refieres a Zac? Sí, es mi primo, pero… no es idiota.
—Para mí lo es.
—¿Te molesta que sea el novio de Aisa?
—No, ¿por qué me molestaría?
—No lo sé. Dominik… ¿Te gusta Aisa?
—No…
—¿En verdad? Porque yo…
—¡América! —interrumpo sus palabras antes de que haga
que me explote la cabeza con tanta estúpida pregunta—.
¿Por qué estás aquí?
—Ya te dije yo quería saber si estabas bien.
—No, dime la verdad. —Camino hasta ella y la veo
ponerse nerviosa—. Eres una chica, una chica muy bella,
con un buen cuerpo, y yo soy un chico, un chico que vive
solo en un lugar apartado de la demás gente, un lugar
donde nadie escuchará tus gritos en caso de que pidas
ayuda.
—¿P-por qué tendría que gritar por ayuda? —Muestra un
auténtico miedo en su voz. Siento la excitación recorrer mi
cuerpo.
—Porque… no me conoces y no sabes lo que soy capaz
de hacer. —Coloco mis brazos a sus costados y me inclino
hasta casi chocar nuestras narices. Puedo sentir su cuerpo
temblar y me emociono cada vez más.
—S-sé que no vas a hacerme daño.
—¿Cómo lo sabes?
—N-no eres una mala persona.
—Vuelvo a preguntar… ¿Cómo lo sabes? Tal vez soy un
loco asesino que gusta de matar jovencitas como tú.
—Eres amigo de Aisa; ella no te hablaría si fueras una
mala persona.
—Creo que no conoces ni a tu propia amiga.
—Vamos, Dominik, deja de bromear —dice riendo con
nerviosismo.
—Muchas veces le dije a tu amiga que yo no bromeo.
—E-estás asustándome.
—¿En verdad?
—S-sí.
—Excelente.
—Deja de jugar así...
—¿Vas a decirme por qué estás aquí?
—Q-quería saber cómo estabas.
—¿Tus padres nunca te dijeron que no es bueno que una
señorita como tú vaya sola a la casa de un chico que vive
solo? Podría ser peligroso… qué tal que me dan ganas de
violarte.
—S-sí… lo han dicho… pero…
—¿Por qué no les obedeces?
—S-soy traviesa, supongo —dice, tragando saliva.
Comienzo a acariciar su cabello. Ella se estremece con mis
simples caricias.
—Eres amiga de la pequeña después de todo. Me
pregunto si eres capaz de proporcionarme el mismo placer
que ella. —Me mira sorprendida.
—¿Q-que quieres decir? —pregunta y sonrío antes de
enterrar mi rostro en su cuello.
—¿Quieres averiguarlo? —pregunto en un susurro a su
oído y después le muerdo el lóbulo de la oreja.
—S-sí. —Suelto una carcajada. Está chica es mucho más
atrevida que mi pequeña.
—¿Estás segura?
—Sí. —Toma mi rostro entre sus manos y me pone frente
a ella—. Dominik, me gustas —La veo mirar mis labios—. Me
gustas mucho.
—Ya lo sé, América. —Sonrío con arrogancia—. Sé lo
mucho que te gusto. —Intenta besarme, pero se lo impido
con un rápido movimiento de mi rostro. Me mira
desconcertada y niego con la cabeza, con un rostro lleno de
diversión y desvergüenza—. No me gusta besar a las chicas
con las que tengo sexo.
—Oh. —Puedo ver la decepción que mis palabras le
ocasionan, pero no se inmuta ni dice nada con referencia al
uso de la palabra «sexo». América espera que lo haga con
ella. No sé si sentir lástima o reírme en su cara—. Tú has…
¿has tenido relaciones con Aisa?
—No lo sé… pregúntale tú, si quieres saber.
Antes de que pueda decir algo más, la tomo en mis
brazos. Ella grita por la sorpresa, y también se refleja en su
mirada cuando ve que la llevo a la cama. La dejo caer sobre
el colchón, se acomoda y me mira expectante.
«¡Mátala, mátala, mátala!», exige la voz en mi cabeza.
—¿En verdad lo vamos a hacer? —pregunta con una
mezcla de nervios, miedo y emoción.
—A eso viniste, ¿no?
—¡No!
—Bueno, hoy te voy a enseñar lo que pasa cuando
desobedeces a tus padres y te metes a la casa de un chico
que apenas conoces.
Me aviento sobre ella y comienzo a besar su cuello. Se
relaja de inmediato, no pone peros ni mucho menos intenta
resistirse. La escucho gemir cuando succiono la piel de su
cuello. Meto mis manos debajo de su blusa, y, por alguna
razón, espero sentir la sensación de las cicatrices, pero al no
sentirlas recuerdo que ella no es mi pequeña.
De alguna manera eso hace que me sienta menos
excitado.
Saco la blusa de su cuerpo, miro su rostro, esperando ver
rubor o algo así, pero nada… ella no está avergonzada, eso
tampoco me hace sentir excitado. Me gustan las miradas
asustadizas y llenas de timidez de la pequeña. Ella siempre
logra ponerme al cien.
Meto mi mano debajo de la almohada, saco mi cuchillo y
lo alzo a la altura del pecho de América. Ella se asusta al
verlo y comienza a moverse debajo de mí con mucha
inquietud.
«¡Mátala! ¡Mátala! ¡Mátala!».
Bajo el cuchillo con todas mis fuerzas, suelta un
desgarrador grito que logra aturdirme, pero segundos
después se queda muda y muy quieta, y yo exploto en
carcajadas.
Detengo el cuchillo a escasos milímetros de su piel, me
quito de encima de ella, se reclina de inmediato y se coloca
su blusa mientras me mira con el ceño fruncido.
—¡No fue gracioso, Dominik!
—Oh, créeme que lo fue, América.
—¡Estás loco!
—Sí, eso es cierto.
—¿Por qué hiciste eso?
—Para enseñarte lo que podría llegar a pasarte si sigues
metiéndote a la casa de un chico al cual apenas conoces.
Nunca confíes en alguien cuyas intensiones desconoces.
—Bien, ya entendí el mensaje. No lo volveré a hacer.
—Eso espero.
—¡En verdad me asustaste!
—Bueno… ese era el plan.
—Mmh.
—Ahora espero que dejes de acosarme o la próxima vez
no me detendré.
—¿Vas a matarme o a violarme?
—Puede que las dos cosas. Y lamento haber espantado tu
calentura. —Me burlo, y entonces sus mejillas se sonrojan.
—¡Ya me voy! Se pone de pie y sale de mi pequeña casa
dando un azotón a la puerta. Entonces me dejo caer en la
cama y suelto todas las carcajadas que había estado
reteniendo.

Aisa

Observo a Gretel, que brinca sobre la cama, y sonrío.


Últimamente está muy feliz, y me gusta verla de esa
manera, tan sonriente y llena de energía. Cuando me mira,
sonríe de una manera especial, como si tuviera una sonrisa
exclusiva para mí. Ya no le tengo miedo; de hecho, ya la
quiero, y no es porque sea la hermana de As, sino porque ha
sabido ganarse mi cariño… aunque sigue teniendo sus
facetas de niña diabólica.
La noche que descubrí que ella y As eran hermanos,
estuve a punto de sufrir un colapso nervioso. Eran
demasiadas emociones aglomerándose en mi cabeza de
una sola vez. Apenas podía controlarme.
Lo que más tenía era miedo de que la amenaza del
impostor fuera real; tuve que decirle a Marc. Se mostró
bastante sorprendido, y dijo que enseguida contactaría con
la policía, que no debía preocuparme, pues él se encargaría
de todo. Aunque nunca le vi hacer nada al respecto, y el
detective Días no vino a interrogarme, así que no estoy
segura de que haya hecho algo.
Hoy más que nunca sospecho de Marc. Si antes me
costaba confiar en su persona, ahora lo veo algo imposible.
Por eso fue difícil tener que fingir que no sabía lo de su
relación con la familia de As. Quería reclamarle por
mentirme de esa manera. Deseaba pedirle muchas
explicaciones, pero había prometido a Gretel que no le diría
nada, ya que esa fue la condición de Marc para traerla a
vivir con nosotros: que no me dijera nada. Pero las
emociones de la niña se desbordaron al ver la carta y se
delató. Aunque ya sabía que no era hija de Marc, tampoco
me esperé algo así.
Cuando comencé a interrogarla se negaba a hablar, pero
la convencí al contarle que yo conocía a su hermano, y
cuando le confesé que mis cicatrices las había hecho él, se
emocionó tanto que me ofendí, y más cuando ella misma
dijo que deseaba hacerme más cicatrices —bueno, eso más
que ofenderme me asustó—, pero con eso logré que me
contara todo. Ahora sé que los padres de As fueron
asesinados; alguien incendió la mansión donde vivían.
Gretel desconoce los motivos, solo dijo que Marc fue quien
la salvó.
Al parecer mi tío era un socio del padre de Gretel y
decidió hacerse cargo de ella después de que sus padres
murieran. Pero eso no es lo peor, lo que más me sorprendió
fue saber que Marc está consciente de las cosas que hace
As; de hecho, él es el responsable de que Gretel sepa que
su hermano es un asesino. No entiendo cómo fue capaz de
decirle algo así a una niña. Ella parece muy feliz de saber
que su hermano mayor está jugando al vengador
enmascarado. Le he dicho que debe tener cuidado y no
decir nada a nadie. Pero está que no cabe de la alegría,
porque tenemos un secreto en común y porque tiene con
quién platicar sobre su loco hermano.
La verdad es que eso es lo que más consternada me
tiene: el hecho de que Gretel sabe que su hermano es un
asesino y se sienta tan orgullosa de ello. Ser hermanos no
creo que sea suficiente razón, pero ¿quién soy yo para decir
algo en contra de eso? Hasta ahora me la paso anhelando
su regreso.
Antes de Gretel, había perdido la esperanza de
encontrarme con él nuevamente, pero ahora sé que tarde o
temprano tiene que volver. Lo último que supe de él fue que
asesinó a una familia; Gretel dijo que está cobrando
venganza.
Ese cínico está haciendo lo que tanto criticaba de mí.
Después de recibir la carta, el impostor no dio más
señales de vida, y me hace cuestionarme si se ha ido detrás
de As. Incluso no puedo dejar de imaginar que tal vez ahora
los dos están en algún lugar drenando a una pobre chica…
Ugh… ese pensamiento me da náuseas.
—¡Aisa! —Gretel se arroja sobre mí y me hace despertar
de mis cavilaciones.
—Vas a caerte, Gretel —digo, sosteniéndola para que no
ruede fuera de la cama.
—¿A dónde vamos a ir mañana?
—No lo sé.
—¿Saldremos con Zac?
—Tal vez, o puede que vayamos a ver a las chicas.
—¡Sí! —Gretel se acomoda sobre la cama, sentándose
sobre sus rodillas, y me mira de manera seria—. ¿No has
sabido nada de mi hermano? —pregunta dejando traslucir
tristeza en su mirar.
—No. —La atraigo hacia mí y de inmediato se aferra a mi
cuerpo.
—¿Tú también quieres verlo? —pregunta mientras enreda
sus dedos en mi cabello.
—Sí, quiero verlo.
—¿Ya no le tienes miedo?
—No… bueno, sí, pero aún así quiero verlo. —Gretel
sonríe con mi respuesta.
—¿Te gusta mi hermano?
—¿Eh? No lo sé.
—¿No te gusta?
—Creo que sí me gusta, pero solo un poco.
—¿Lo quieres?
—¿Por qué me preguntas eso, Gretel?
—Porque yo quiero vivir contigo y con Dominik, por eso
quiero que lo quieras.
—Gretel… algo así no puede a pasar.
—¿Pero sí lo quieres?
—Sí, sí lo quiero —digo, pero al momento siento un
extraño dolor en mi interior.
—¿Lo quieres como a Zac o de otra forma? Porque Zac es
tu novio y mi hermano no.
—Lo quiero de manera diferente.
—¿A quién quieres más?
—¡Gretel!
—¡Dime!
—No, ya vamos a dormir.
—No; dime a quién quieres más: a mi hermano o a Zac.
—Zac es mi novio.
—Pero mi hermano es más guapo. —Me hace reír.
—Sí, tienes razón.
—¿Quién te gusta más?
—Tu hermano. Ahora, a dormir. —La levanto en mis
brazos y la aviento al otro lado de la cama, ella rebota en el
colchón y ríe.
—¿Entonces quieres más a mi hermano que a Zac? —Me
acuesto a su lado y se aferra a mi cuerpo como siempre. Le
paso el brazo por debajo de su cabecita y la atraigo hacia
mí.
—Buenas noches, Gretel. —Apago la luz e ignoro su
pregunta.
—Aisa…
—¿Mmh?
—Cuando Dominik venga por mí… ¿te irás con nosotros?
—No lo creo, Gretel.
—¡Por favor!
—No creo que a tu hermano le guste la idea de que me
vaya con ustedes.
—¡Sí le va a gustar!
—Bueno, tal vez. Soy su juguete favorito después de
todo, pero no sé si soporte sus juegos.
—¿Qué juegos?
—Nada, olvídalo.
—¿Lo dices por las cicatrices?
—Sí.
—Por eso sé que le gustará que estés con nosotros. Si no
te ha matado es porque le gustas.
—¿Se supone que deba sentirme bien con eso? No quiero
que me lastime.
—Es la manera de Dominik de decirte que le gustas.
—Pues no me gusta su forma y tú no deberías estar de
acuerdo con eso.
—Tú no entiendes a mi hermano.
—Parece que tú lo entiendes demasiado bien.
—¡Por supuesto! Él era el único que me entendía y yo a
él.
—Me alegra que se quieran tanto, pero Gretel… debes
estar consciente de que lo que hace tu hermano no está
bien.
—Lo sé; sé que matar no es bueno, pero es divertido.
—Por favor, dime que tú no has matado a nadie.
—No… no exactamente...
—¡Gretel! —La pequeña suelta una carcajada y me
abraza con más fuerza.
—No te preocupes, Aisa… nunca te mataría.
—Oh vaya, eso sí me tranquiliza —digo, irónica, y vuelve
a reír.
—¿Entonces sí te irás con nosotros?
—Ya lo veremos. Ahora, a dormir.
El sábado vamos de visita a casa de América, pero
parece estar de mal humor. Por más que le preguntamos
qué sucede no nos dice nada, y por alguna razón siento que
está enojada conmigo, aunque, no recuerdo haberle hecho
algo. Como su humor no mejora nada, decidimos
marcharnos pronto.
El domingo despertamos algo tarde, y después de tomar
un baño, nos vamos al supermercado por órdenes de Marc.
Recorremos los pasillos del enorme lugar, buscando todo lo
que está en la lista. Gretel lleva el carrito y choca
continuamente con la gente. Primero se enojan, pero
después de ver su carita de «niña buena» terminan
sonriéndole.
—Eres una manipuladora como tu hermano. —Acaricio su
cabeza para aligerar mi comentario.
—¡Lo sé! —exclama con orgullo.
Una vez que tenemos todo en el carrito nos vamos a la
caja a pagar, pero Gretel se me escapa para poder subirse a
unos juegos que hay afuera de la tienda y me deja con
todas las bolsas. Como puedo las cargo y me siento en unas
bancas a esperarla. Mi tío está loco por mandarnos solo a
nosotras a comprar tanto. Es obvio que yo sola no puedo
cargar, y Gretel no es de mucha ayuda.
Suspiro, y me distraigo en mi celular, pero sin dejar de
mirar a Gretel, que conversa con otros niños. Jadeo y mi piel
se eriza cuando siento una sensación húmeda en mi cuello,
una muy conocida.
—Hola… pequeña.
35
Rivalidad

Aisa

Su voz llega a mí de manera tan inesperada, que mi


corazón se desboca al punto de creer que sufriré un infarto.
Me pongo de pie y me giro con tanta rapidez que mis pies
se enredan y casi caigo.
Con ojos bien abiertos contemplo al chico frente a mí. Lo
miro como si fuera un fantasma o alguna alucinación. Él
sonríe y solo parpadeo varias veces.
—No, no soy un espejismo, pequeña idiota.
—As… —Estoy incrédula ante la idea de que esté frente a
mí después de tanto tiempo y que haya aparecido así de la
nada.
—Sí, pequeña, soy yo.
Siento ganas de llorar y también de reír, pero mi cerebro
no me manda el mensaje correcto de cómo debo actuar y
solo lo observo sin que pueda ser capaz de moverme ni un
poco. Sabía que tarde o temprano me encontraría de nuevo
con él, pero no esperé que fuera tan pronto, ni de esta
manera. No estaba preparada para el encuentro, así que me
lleva algo de tiempo decidir el cómo reaccionar.
—¿Me has visto tantas veces en sueños que ya no sabes
si soy real? —pregunta con un poco de burla. El solo
escucharlo hablar hace que me ponga feliz y lo malo es que
no lo puedo ocultar.
—¡Oh, por dios, As! —Llevo mis manos a la boca. Lo
escucho reír divertido, con ese deje de arrogancia que tanto
le caracteriza—. ¡En verdad eres tú! —En un impulso intento
abrazarlo, pero lo impide con su brazo entre ambos.
—¿Qué crees que haces, pequeña idiota?
—Tratando de abrazarte —digo con obviedad.
—Sé que estás feliz de verme, pero no puedes abrazarme
—dice con una sonrisa de lado y después se cruza de
brazos.
—¿Por qué no? —pregunto confusa y con clara decepción.
—Se supone que no debo tocarte. Si tú me abrazas
tendré que hacerlo.
—¡As! —Apenas puedo creer que esté usando como
argumento algo tan tonto y que además sucedió hace
mucho.
—¿Qué? Tú misma pusiste esa norma. Ahora te aguantas
y te quedas con las ganas de sentir mi tacto.
—Entonces jódete. —En un segundo me trago toda esa
alegría que sentí al verlo. Ahora incluso tengo ganas de
golpearlo.
—¡Hey, tampoco me hables así! —Me cruzo de brazos y
miro hacia otro lado, entonces me acuerdo de Gretel.
—As, tu hermana está aquí —digo, y su sonrisa se borra
al instante.
—¿Cómo sabes que es mi hermana? —pregunta.
—Ella me lo dijo.
—¿Dónde está?
—Por allá. —Apunto hacia los juegos.
—Maldición… debo irme. No quiero que ella me vea.
—¿Por qué no? Gretel está ansiosa por verte; ha estado
esperando todo este tiempo a que vengas por ella.
—Aún no debe verme, así que no le digas que... —Aún no
termina de hablar cuando la voz de Gretel se hace escuchar.
—Demasiado tarde —digo con una sonrisa. Él resopla y
mira en dirección a donde Gretel viene corriendo a prisa.
—¡Dominik! —grita la niña con tanta emoción en su voz
que siento mi corazón encogerse.
Cuando llega a él, se avienta a sus brazos, rodea su
cuello con sus bracitos y comienza a llorar. As la sujeta con
fuerza, la aprieta contra sí, cierra los ojos y se muestra
conmovido.
—Hola, princesa —dice cálidamente al oído de Gretel, y
después le coloca un beso en la coronilla. Mi corazón late
con fuerza al escuchar su voz, libre de cinismo y arrogancia
y cargada de pura ternura. Es tan extraño que siento que es
otra persona.
—¿Por qué has tardado tanto en venir por mí? —pregunta
Gretel colocando sus manos en las mejillas de su hermano.
—Lo siento mucho, pero tenía muchas cosas que hacer.
—¿Aún no matas a los que mataron a nuestra familia?
As mira a los lados esperando que nadie haya escuchado
las palabras de Gretel. Sin decir nada, la pone en el suelo,
agarra con sus manos algunas de las bolsas del mandado y
me mira.
—Síganme.
Gretel y yo tomamos las demás bolsas, y sin decir nada
lo seguimos. Caminamos una distancia considerable por las
calles de la ciudad hasta que poco a poco nos vamos
alejando a una zona algo desierta; las pocas casas que hay
están bastante alejadas las unas de las otras. Llegamos a
una pequeña casa que es más como un cuarto grande. As
abre la puerta, nos hace pasar y después la cierra bien. Deja
las cosas en el suelo y nos mira.
—Gretel, no hables de esas cosas en público.
—Lo siento. —Baja la mirada algo triste.
—Ven aquí. —As se pone de cuclillas y estira sus brazos
hacia su hermana, que sin esperar más acude a él y se
aferra con fuerza su regazo.
—¡Qué escena tan hermosa! —exclamo conmovida.
—Te he extrañado demasiado, Dominik.
—Y yo a ti.
—¿Entonces por qué no viniste antes?
—Porque primero tenía que matar a aquellas personas.
—Entiendo, por eso fui buena y esperé pacientemente. 
—Y estoy muy orgulloso de ti.
—Ya no me dejarás, ¿cierto?
—La verdad es que aún tengo cosas que hacer...
—¡Ya no quiero que me dejes! Si me dejas vivir contigo
seré paciente hasta que mates a todos.
Desvío la mirada, incómoda. La escena del reencuentro
es conmovedora, pero su plática no lo es, más bien diría que
es aterradora. ¿Cuándo ves a dos hermanos hablando de
asesinar? El hecho de que Gretel sea una niña vuelve peor
la cosa.
Miro a mi alrededor, descubriendo la nueva residencia de
As: no es muy grande, pero es acogedor. En definitiva, es
mejor que el hospital. Veo la cama y me dejo caer para
sentir lo cómoda que es.
—¡Aisa! —Me reincorporo cuando Gretel me llama entre
sollozos.
—¿Qué pasa? —Ella se avienta a mis brazos y miro a As,
buscando una explicación. Él solo suspira con frustración—.
¿Qué pasa Gretel, por qué lloras?
—¡Dominik no me deja vivir con él! —dice, llorando con
más sentimiento.
—¡Aún no puedes vivir conmigo! —exclama As con
desesperación—. ¡No puedo cuidar de ti por ahora!
—Entonces que Aisa venga con nosotros.
—No, ella no puede vivir con nosotros.
—¿Por qué no? Quiero que ella esté conmigo.
—Entonces quédate con ella.
—¡Pero quiero vivir contigo!
—No, Gretel.
—¡Eres malo! ¡Me abandonaste por mucho tiempo y
ahora no me quieres contigo!
—Sabes que eso no es así, lo que más deseo es que
estés conmigo, pero por ahora no es posible.
—¡Pero no quiero que me vuelvas a dejar!
—No lo haría si no fuera necesario.
—¡Aisa, dile algo! —me pide con sus ojitos llorosos y
haciendo un puchero, pero no sé bien qué hacer o decir. 
—Gretel —comienzo, mientras acaricio su cabello—, sé
que quieres vivir con tu hermano, pero tiene razón. Es muy
peligroso que estés con él ahora, pero yo te prometo que
vendremos a verlo seguido, ¿sí?
—¿Me lo prometes?
—Sí, ya verás que cuando todo esto termine podrán vivir
juntos.
—¿Vendrás con nosotros?
—Lo más seguro es que no, pero no dejaremos de vernos.
—Yo quiero que vivamos los tres juntos.
—No se puede tener todo en esta vida.
—Bueno, pero quiero quedarme esta noche a dormir
aquí. —Cruza sus brazos y hace una mirada que no acepta
reparos.
—Si tu hermano dice que sí, está bien. Mañana vengo por
ti… ¿te parece?
—¡No! Tienes que quedarte tú también.
—No, yo no puedo.
—¡Sí puedes, quédate!
—¡Dejen de hacer planes! —exclama As, molesto—.
Ninguna se va a quedar.
—¡Eres tan malo! ¡Ya no te quiero! —Gretel mira hacia
otro lado. As vuelve a suspirar.
—Está bien. Se quedarán. Pero solo hoy —dice después
de pensarlo.
Sonrío al ver que hasta As tiene quién le someta.
Gretel se pone como loca: ríe y brinca de un lado a otro.
Sonrío al verle tan feliz, pero después me quedo pensando
en lo que le diré a Marc cuando llegue a casa sin Gretel. Eso
significaría contarle que ya sé toda la verdad.
—Gretel.
—¿Sí?
—¿Cómo le voy a explicar a Marc? —pregunto,
mordiéndome el labio.
—De que hablas, pequeña idiota, si Gretel se queda tú
también.
—¿¡Qué!?
—¡Sí! —Gretel se pone el doble de feliz.
—¡Pero no puedo quedarme! ¿Qué le voy a decir a mi
tío? 
—Préstame tu celular.
—¿Para qué?
—No preguntes y obedece.
—Bien. —Saco mi celular y se lo paso a As. Él teclea
algunas cosas hasta que le veo ponerse el aparato en la
oreja.
—Hola, Marc —saluda con su vocecilla cínica y burlona—.
Calma, tu sobrina está bien. No le he hecho nada, así que
deja de amenazar. Solo te llamo para avisarte que hoy no
llegará, así que no la esperes para cenar. —Con eso termina
la llamada y con una sonrisa arrogante me devuelve el
teléfono—. Marc manda saludos.
Me rindo ante la idea de ir en contra de los hermanitos
dementes y mejor intento hacerme a la idea de que dormiré
en la casa de As. Ha pasado tanto tiempo desde que estuve
tan cerca de él, que de solo pensarlo me pongo más y más
nerviosa. Sé que no pasará nada, primero porque se niega a
tocarme y segundo porque Gretel está presente. Pero su
sola presencia logra poner todo mi sistema en un caos.
Y yo que creí que lo estaba superando.
—¡Quiero comer! —exclama Gretel, que se lanza a la
cama y enciende la TV.
As esculca las bolsas del mandado y saca unos filetes de
pollo junto con otras cosas. Lo miro atenta y se gira para
verme de soslayo. Me sonríe, y de pronto siento mis mejillas
arder. No he superado nada que tenga que ver con él. Creo
que cada emoción y sensación se vuelven cada vez más
intensas con el pasar de los días.
—Mueve tu lindo trasero aquí y ayúdame —dice en voz
alta, y como consecuencia hace reír a Gretel.
Guardo las cosas que deben estar en el refrigerador y
después me pongo a cocinar junto a As, o más bien solo me
dedico a seguir sus órdenes, porque él se encarga de
preparar todo. En el proceso comienzo a sentir mis tripas
chillar, y es que todo huele y se ve delicioso.
—¿Dónde aprendiste a cocinar? —pregunto.
—Mi madre me enseñó —dice con simpleza.
—Yo solo sé hacer ensaladas —digo, algo apenada.
Continuamos juntos en la parte de la cocina mientras
Gretel se entretiene en la TV. De vez en cuando, por el
constante movimiento, el brazo de As roza con el mío y toda
mi piel se eriza. ¿Cómo puede ocasionarme tanto con tan
poco?
—As...
—¿Mmh?
—¿Cuánto tiene que volviste?
—Algunos días.
—¿Dónde y con quién estuviste?
—Eso no te incumbe, ¿por qué me interrogas?
—Eso solo que… poco después de que te fuiste recibí una
nota del otro asesino. —Por un segundo detiene lo que hace
y me presta atención.
—¿Una nota? ¿Qué decía? —Era una especie de amenaza
y una burla al mismo tiempo, pues me preguntaba a quién
quería que matara.
—¿Y alguien murió?
—Por fortuna no. Desapareció justo después. —Lo miro de
manera sospechosa.
—Sabía que lo haría, por eso me fui tranquilo. ¿Todavía
tienes la nota?
—Sí.
—¿Le dijiste a la policía?
—No, Marc dijo que él se encargaría.
—¿Qué podría hacer ese inútil?
—Sigo sorprendida de que tú y mi tío se conozcan.
—Ya sabes lo que dicen: el mundo es demasiado
pequeño.
—Y vaya que lo es.
—Después me haré cargo de él. Por cierto, América vino
ayer a visitarme —dice de pronto, llamando por completo mi
atención.
—¿Qué?
—Tu amiga está obsesionada conmigo. Me ha estado
acosando. —Suelta una carcajada—. Aunque después de lo
de ayer espero que no vuelva.
—¿¡Qué paso ayer!? —pregunto alarmada de que le haya
hecho algo a América.
—Algo muy, muy divertido.
—¿Qué le hiciste?
—¿Por qué crees que le hice algo?
—¡Te conozco! Esa sonrisa me dice que algo hiciste.
—¿Será? —Vuelve a reír; se divierte con la situación y
seguro que también con mi cara desencajada.
—¡Dime qué le hiciste!
—Nos divertimos mucho. Al menos yo lo disfruté.
—¿La lastimaste?
—Por desgracia no pude hacerlo.
—Entonces… t-tú… tú y América, ¿tuvieron sexo? —le
pregunto en voz baja para que Gretel no escuche.
—No voy a contarte sobre mi vida privada y mis
actividades íntimas, pequeña idiota.
—¡Ella es mi amiga, As!
—Lo sé. Le agrado mucho… ella misma estuvo dispuesta
a entregarse a mí.
—¡Quiero que te alejes de ella! —exclamo molesta. As
disfruta con mi reacción.
—Ella es la que viene detrás de mí.
—Si la vuelves a tocar no te lo perdonaré.
—¿Crees que me interesa?
Decido quedarme en silencio, si no, terminaré
echándome sobre él para golpearlo. Eso no le gustará, y
menos a Gretel; no quiero correr el riesgo de que los dos me
torturen.
Muerdo mis labios con fuerza por el coraje que me da al
imaginarme a América y a As juntos. No quiero aceptarlo. Sé
que no somos nada. Sé que él puede estar con quién desee;
pero la idea de que sea con una de mis amigas me resulta
tan repulsivo.
—Gretel, a comer. —Pone el último plato en la mesa.
—¡Sí!
Como en completo silencio e ignoro las animadas pláticas
de los hermanos. Gretel le cuenta todo lo que ha estado
haciendo todo este tiempo, pero yo no les presto verdadera
atención, porque todo lo que hay en mi mente es la imagen
de As y América juntos. ¿Por qué tengo que concentrarme
en este tipo de cosas? ¡Me tortura!
«¿No es la tortura mental tu pasatiempo favorito?».
Por la noche, después de jugar los dos con Gretel, ella
cae rendida y se queda dormida en el sillón. As la cubre con
unas mantas y después acomoda la cama. Me quedo a la
distancia, observando. Camina al ropero y saca una playera
negra y luego la avienta a mi cara.
—Úsala de pijama.
—Gracias —digo en un susurro. Ante mi mirada, él se
desviste y queda solo en bóxer.
—Ponte un pantalón de pijama —digo, y me observa con
una media sonrisa.
—¿Por qué?
—Gretel está aquí.
—Ya está dormida.
—Sí, pero vas a dormir con ella, y aunque sean hermanos
quiero que te pongas un pantalón.
—Dos cosas, pequeña idiota. —Camina hasta mí.
Retrocedo hasta chocar con la pared, me acorrala contra
esta y muestra sus dientes en una malintencionada sonrisa
—: primero, tú no me das órdenes, y segundo, ¿quién dijo
que Gretel dormirá conmigo? Ella se quedará en el sillón.
—¿Y yo?
—¿Tan idiota eres que no sabes dónde dormirás?
—¿En el baño? —pregunto, fingiendo demencia.
—No, vas a dormir en mi cama.
—Pero…
—Tranquila que no te voy a hacer nada. Primero porque
está mi hermana y segundo porque no puedo tocarte, ¿ya lo
olvidaste?
—Como podría si a cada rato me lo recuerdas. —As se
aleja de mí y se sienta en la cama. Tomo la playera y me
dirijo al baño, pero su voz me detiene.
—No me digas que vas a cambiarte en el baño.
—Sí.
—No seas ridícula, conozco a perfección cada rincón de
tu cuerpo.
—No me gusta ser exhibicionista. —Ignoro todo el calor
en mis mejillas.
Entro al baño y escucho su risa detrás de mí. Dejo
escapar un suspiro y me miro al espejo. Estoy colorada por
evocar las caricias que ha brindado a mi cuerpo. Me
retuerzo de placer solo con el recuerdo.
Había estado ignorando la necesidad y el deseo de sentir
sus caricias, pero tenerlo tan cerca hace que todo el anhelo
que siento por él sea difícil de controlar. Aun así, me niego a
ir en busca de ese placer. No me voy a humillar con ruegos,
sin importar cuánto lo desee.
—Además, debo pensar en Zac —me digo en un susurro
—. Debo serle fiel.
«Lo dice la chica que se va a meter en la cama con otro».
«Calla...».
Me desvisto, y tras ponerme la camiseta me miro al
espejo. No puedo evitar sentirme cohibida al ver que se
atisban mis bragas, que milagrosamente no son moradas,
sino negras, y hacen juego con la playera.
Hago bolita mi ropa y escondo mi sostén entre la blusa y
el pantalón. Después de dejar escapar un gran suspiro, abro
la puerta y salgo. As alza la vista, y al verme, sonríe y se
muerde el labio.
—Si Gretel no estuviera aquí ya te estaría haciendo
muchas cosas —dice con mirada libidinosa.
—¿No que no vas a tocarme?
—Sabes que cuando deseo hacer algo lo hago —dice,
palmeando la cama un lado de él. Camino hasta allá y me
siento.
—Si es así... ¿Por qué no me tocas?
—Porque deseo hacerte sufrir. No te voy a tocar hasta
que me supliques que lo haga.
—¡Jamás haré algo así!
—Bien por ti, realmente no me importa. Ya tengo a
América para saciar mis deseos.
Bufo, me subo a la cama y me acuesto en el lado que da
a la pared. Le doy la espalda y me envuelvo en la cobija. Él
suelta una carcajada, y después de apagar las luces se
mete a la cama junto a mí.
Dormir con As a mi lado es una gran tortura: él se
muestra tan tranquilo que me hace rabiar. Todo mi cuerpo
pide a gritos sus caricias, su tacto, su calor, sus besos, pero
no… no voy a implorar por eso. Además, si él tiene a
América, yo tengo a Zac, ¿no?
«Sí, solo que Zac, aunque es tu novio, no te prende ni un
cabello».
«¡Ugh!».
 
Muevo mi comida con el tenedor y dejo escapar un
suspiro. Por la mañana, después de llegar de con As, Zac me
invitó a almorzar. América y Amanda también se unieron.
Esta última me ha estado interrogando, pues cree que algo
me sucede. Es tan buena observadora que no se le pasa
nada, pero solo le doy largas al asunto diciéndole que estoy
bien. América sigue algo distante conmigo y ahora sé por
qué. La observo con fijeza mientras platica muy animada
con su primo. Al sentirse observados, ambos me miran.  
—¿Vas a decirme dónde estuviste ayer? —pregunta Zac,
y siento que la sangre se me va a los pies.
—¿De qué hablas?
—Ayer por la noche fui a buscarte. Tu tío dijo que te
habías quedado en casa de una de tus amigas junto con
Gretel. Tus únicas amigas son Amanda y América y no
estuviste con ninguna de ellas, así que… ¿Dónde estabas?
—No fui a ningún lado. —Bajo la mirada, esperando que
no note mi mentira—. Estuvimos ahí, solo que Marc estaba
enojado conmigo y por eso te dijo eso. Fue su forma de
castigarme.
—Ah… ¡Qué malo es tu tío!
—Sí… algo. —Miro a América, que enseguida se gira
hacia otro lado—. América.
—¿Sí? —Ella sigue sin mirarme.
—¿Podemos hablar?
—¿Sobre qué? —Esta vez me mira.
—Quiero preguntarte algo.
—Pues hazlo.
—En privado.
—¿Qué se van a secretear que yo no puedo saber? —
pregunta Amanda.
—Es una sorpresa, así que no seas chismosa y no lo
arruines. —Hace una “O” con la boca. Su cumpleaños está
cerca, así que seguro piensa que hago referencia a eso.
—Está bien —dice América. Nos ponemos de pie y
salimos al pequeño jardín del lugar. América me mira y
espera a que hable. Tomo aire y valor antes de abrir la boca.
—Ayer vi a As —Me mira confusa—. A Dominik. —Ahora
ensancha los ojos de sorpresa.
—¿Y-ya volvió? —Noto el nerviosismo en su voz.
—Sí, y tú ya lo sabías. ¿Por qué no me dijiste?
—Él me pidió que no lo hiciera.
—¿Estuviste en su casa?
—Sí.
—¿Por qué?
—Quise ir a visitarlo... ¿Hay algún problema con eso?
—No, es solo que no sabía que se habían vuelto tan...
amigos.
—Ya lo sabes.
—Y… —Me cuesta formular la pregunta, porque si la
respuesta es afirmativa no sé qué voy a hacer—. ¿Pasó algo
entre ustedes?
—¿Algo cómo qué?
—Él… ¿te hizo daño?
—Claro que no, Dominik es… —Se queda pensativa,
buscando la palabra correcta para describir a As—. Es muy
peculiar, tiene un humor algo extraño y refinado al mismo
tiempo. ¿Te contó lo que pasó entre nosotros?
—Algo...
—No creí que sería capaz de decirte. —Sonríe y siento
que comienzo a temblar.
—¿Y qué fue lo que pasó?
—Oh, vamos. Ya lo sabes. —Quiero llorar, pero se supone
que no hay motivo alguno para hacerlo. Tomo un suspiro
más profundo y vuelvo a hablar.
—Y… ¿Cómo estuvo? —indago. Dejando en claro lo buena
masoquista que soy.
—¿Eh?
—Ya sabes… en la cama… ¿Cómo es él?
—Oh… estuvo genial. Fue delicado y tierno.
¡Simplemente increíble!
—¿En verdad? —cuestiono incrédula.
—Sí, fue mágico.
—¿Te besó?
—¡Por supuesto! Sus besos son los mejores… ¡me prendo
solo de recordarlo!
—Ya veo, pues… qué bien.
Me desconecto unos cuantos segundos. Su confesión me
sumerge en un conjunto de sentimientos contradictorios.
—Aisa… —Miro a América y espero que no note lo mal
que me siento.
—¿Qué pasa?
—Él en verdad me gusta. —Otra punzada en mi corazón
—. Nunca me había gustado alguien de la forma en que lo
hace él… ¡creo que estoy enamorada!
—¿Cómo puedes decirlo si apenas lo conoces?
—Lo siento aquí. —Toca su corazón—. Tú eres amiga de
los dos. Por favor, ayúdame.
—¿En qué podría ayudar yo? Ustedes ya estuvieron
juntos.
—Sí, pero yo quiero que él me ame.
—No lo veo posible.
—¿Por qué no?
—As… digo, Dominik, es egoísta; es la clase de persona
que se ama a sí misma y no le gustan las relaciones
formales. —Eso sin contar que es un asesino cuya compañía
no es muy recomendable.
—¡Creo que la única egoísta aquí eres tú! —Me mira
enojada.
—¿Qué dices?
—No soy tonta, Aisa. —Me mira con reproche—. Sé que a
ti también te gusta.
—¡América!
—Siempre actúas raro cuando se trata de él, así que ni
pienses en negarlo. No pienso decirle nada a mi primo
porque no quiero herirlo. No se lo merece. Tampoco quiero
tener problemas contigo, así que… ¡aléjate de Dominik
porque él es mío! —Dicho eso, se aleja y me deja con la
boca abierta.
No entiendo qué sucede, ¿cómo es que las cosas
tomaron este rumbo? Apenas ayer me reencontré con él.
Todavía no pongo en orden mis pensamientos y emociones,
y ahora tengo que lidiar con esto.
¿Cómo voy a mantener a América alejada de As? No
puedo quedarme de brazos cruzados. Ella no es la clase de
chica que soportaría la personalidad de alguien como él, y la
verdad no quiero que ella viva ese tipo de cosas. Que yo
quiera jugar y destruirme con As no significa que deje que
ella lo haga también.
Cuando regreso a nuestro lugar, América ya se ha
marchado. Le pregunto a Zac por ella y dice que al parecer
tenía que verse con alguien. Tanto Amanda como él me
miran extrañados, se han dado cuenta de que algo pasa. Por
fortuna no preguntan nada.
Algo desganada, vuelvo al departamento y me voy
directo a mi habitación. Gretel debería estar aquí, pero no la
veo por ningún lado. Me giro hacia Marc, que está en el
marco de la puerta, con los brazos cruzados sobre su pecho.
—¿Dónde está Gretel?
—Me la he llevado.
—¿A dónde?
—A donde estaba antes.
—¿¡Qué, por qué!?
—Primero dime qué hacías con Dominik.
—Gretel quería pasar un tiempo con su hermano.
—Así que lo sabías.
—Sí.
—¿Y también sabes a qué se dedica Dominik?
—Sí, lo sé.
—Vaya, esa es una gran sorpresa. ¿En verdad eres tan
tonta como para quedarte en la casa de un asesino?
—No vengas a reclamar. No eres del todo inocente.
Después de todo también sabes la verdad y no has dicho
nada. Por algo ha de ser.
—No hables de algo que no conoces. Y dime dónde vive.
—¡No lo voy a hacer! ¿Dónde está Gretel? ¿Por qué te la
llevaste?
—Tu amigo asesino desea matarme. No le voy a dejar
que se haga de Gretel para que después pueda hacerlo.
—¿Lo chantajeas con la niña? —pregunto sin poder
creerlo.
—Sí —contesta simple, encogiéndose de hombros.
—¡Eres despreciable!
—No, él es despiadado y no se detendrá si encuentra la
forma de matarme. Mientras tenga a Gretel en mis manos,
él no podrá hacerme nada, y más te vale que te alejes de él.
—No necesito que me lo digas, ya pensaba hacerlo.
—Dime dónde vive. Lo entregaremos a la policía. —Me
alarmo y lo miro con gran sorpresa.
—¡No lo harás!
—¡Aisa, Dominik es un asesino!
—Y-ya lo sé, pero…
—Encubrirlo también es un delito. ¡No te hagas su
cómplice!
—¡Tú también eres su cómplice!
—Yo lo hago por nuestro bien, pero dime dónde vive y
haré que lo arresten hoy mismo.
—¡Gretel sufrirá mucho!
—¡No me interesa Gretel! Está demente, igual que su
hermano. Tal vez decida internarla en una institución
mental.
—¡No puedes hacer eso!
—Sí puedo y lo haré… ¡dime dónde vive Dominik!
—¡No voy a hacerlo!
—¡Es el asesino de tus padres!
—¡No fue él!
—Veo que también sabes eso.
—¡Por supuesto! Y… ¿Cómo supiste tú?
—Él me lo dijo. —Analizo sus palabras y me viene a la
mente el recuerdo de aquella ocasión en que un amigo lo
visitó.
—Dominik es el amigo que vino aquella vez... ¿cierto? —
Suspira y mueve la cabeza de un lado a otro, tratando de
relajar su cuello.
—Sí, fue él.
—Gretel me dijo que fuiste amigo de su familia...
—Así fue.
—¿Entonces por qué quieres meterlo en la cárcel?
—¡Porque sigue siendo un asesino! Se ha deshecho de
todos los antiguos socios de su padre y quiere matarme.
—Dominik está matando a los que mataron a sus
padres… ¿tú los mataste?
—No, pero él piensa que tuve algo que ver.
—¿Y no es así?
—¡Ya te dije que no!
—Pues no te creo. Algo tuviste que haber hecho.
—Aisa —Marc entra por completo a la habitación y siento
algo de miedo, por lo que comienzo a retroceder—, dime
dónde está. Él quiere hacernos daño y yo no quiero que
nada te pase.
—¡No te preocupas por mí! ¡Solo te interesa que no te
mate!
—No es así, me preocupas tú.
—Dominik no va a hacerme nada. Deberías buscar al otro
asesino; ése si es peligroso.
—No te engañes creyendo que Dominik no lo es. Además,
el otro asesino se esfumó cuando Dominik se fue, ¿no es
sospechoso eso?
—No lo sé... —Ya he pensado demasiado en ello. No
quiero darle más vueltas al asunto.
—Aisa, entiende, yo solo quiero mantenerte a salvo.
Dominik es peligroso, te matará cuando tenga la
oportunidad. Debemos detenerlo ahora que podemos.
—Si le hiciste algo a él y a su familia afronta las
consecuencias.
—¡Aisa!
Marc se avienta sobre mí. Salto por encima de la cama
para salir de su alcance, me escapo de la habitación y corro
al exterior del departamento. Llego a la calle y continúo
corriendo. Escucho los gritos de Marc detrás de mí, pero no
me detengo.
Llego a casa de Amanda. Sintiendo el corazón en la boca
toco el timbre, unos momentos después la puerta se abre y
mi amiga aparece.
—¡Aisa!
—Hola, Amanda.
—Pasa. —Se hace a un lado—. ¿Por qué no me avisaste
que venías?
—Quería que fuera sorpresa.
—Bueno, me alegra que estés aquí.
—¿Puedo quedarme hoy contigo?
—¡Claro! —Sonríe con emoción—. ¡Podremos hacer noche
de películas! Tiene mucho que no hacemos una… ¿debo
llamar a América?
—¡No!
—¿No?
—Es que…
—Están enojadas, ¿cierto?
—Ella lo está.
Subimos a la habitación de Amanda. En el camino me
encuentro con sus papás, que me saludan muy sonrientes.
Les correspondo el saludo y sigo a mi amiga hasta su
habitación.
—¿Qué fue lo que pasó? —pregunta cuando nos
encontramos ambas sentadas sobre la cama.
—Le gusta Dominik. —No puedo ocultar mi desanimo y
Amanda me mira con gran curiosidad.
—Bueno, eso ya lo sabíamos.
—Sí, pero me pidió que la ayudara con él. Le dije que no
podía y se enojó.
—¿Y por qué no puedes ayudarla?
—Porque no puedo. ¿Qué se supone que haga?
—No puedo creer que un muchacho sea el causante de
esto. Es muy difícil que América se enoje, más si es contigo.
—Pues parece que este chico le gusta demasiado.
—Igual que a ti.
—¡Qué dices…!
—Admite que a ti también te gusta ese chico.
—¡Claro que no! —Amanda enarca una ceja—. Está bien,
lo admito, me gusta, y me gusta demasiado.
—¿Entonces por qué estás con Zac?
—Zac es bueno…
—¿Y Dominik no?
—Sí, no… lo que quiero decir, es que él no me quiere; me
lo ha dejado claro en muchas ocasiones.
—Así que intentas olvidarlo por medio de Zac.
—¡Por favor, no pienses que estoy utilizando a Zac
porque no es así!
—¿No?
—¡No! Zac de verdad me gusta, no tanto como As, pero
me gusta.
—¿Por qué le dices As?
—A-ah… de cariño… supongo.
—Bueno, lo que yo te sugiero es que te concentres solo
en Zac y te alejes por completo de Dominik, así no habrá
rivalidad entre América y tú, pero si no puedes, entonces
deja a Zac, que no es justo para él que estés a su lado
pensando en otro.
—Sí, tienes razón. Hablaré con Zac y pondré en orden la
maraña de sentimientos que están enloqueciéndome.
—Es lo mejor. —Amanda sonríe y entonces recuerdo a
Jared.
—¿Has hablado con Jared?
—Hemos estado platicando...
—¡Eso es genial!
—No lo sé. Las cosas no son como esperaba.
—¿Qué quieres decir? —Desvía la mirada y se pierde en
sus pensamientos. Por un instante creo ver una sombra que
oscurece su semblante. Suelta un suspiro y me mira con
melancolía.
—Me gusta mucho, pero creo que tiene en su mente a
alguien más.
—Oh...
—Pero seguiré intentando. No me ha rechazado, así que...
puedo tomar eso como una oportunidad.
—Así es, no te rindas.
—¿Tú que harás respecto a América y Dominik?
—No lo sé…
—¿No quieres verlos juntos?
—No, no quiero.
—Vaya, Dominik debe gustarte demasiado.
—No es solo eso, es que no creo que sea el tipo de chico
que le conviene a América.
—Tal vez debes dejar que ella solo lo descubra.
—Esa idea me aterra.
—Haces demasiado drama. Solo es un chico. ¿O no?
¿Acaso hay algo malo en él? —Nos miramos por varios
segundos. Me siento tentada a hablar, porque siento la
necesidad de consultar con alguien todos los conflictos de
mi cabeza, pero no quiero involucrarla.
—No, creo que el problema lo tengo yo. Hay algo muy
malo conmigo.
—¿Por qué dices eso?
—No, por nada.
—¿Segura?
—Sí. —Sonrío para convencerla de que está todo bien.
—Bueno, dejemos eso de lado. Estoy feliz de que estés
aquí. Ya tenía tiempo que no te quedabas a dormir. —Se
echa sobre mí, dándome un fuerte abrazo—. ¿Dónde está
Gretel?
—Marc la mandó de visita con sus abuelos maternos. —
Siento algo de tristeza. Ya me había acostumbrado a la
presencia de Gretel y no quiero ni pensar dónde la tiene
encerrada Marc.
—¡Oh, qué bien! Espero que se divierta.
—Sí...
—¿Ya te llevas mejor con tu tío?
—Estamos intentando, pero no sé por qué tengo que vivir
con él.
—Es lo mejor. No puedes andar sola por ahí.
—¿Por qué no?
—Vamos, solo queremos protegerte.
—Es lo que yo quiero… protegerlos.
—Sí es así, entonces deja de hacer cosas peligrosas. Tal
vez tu relación con Marc no es la misma, pero él solo quiere
cuidar de ti.
—Cuando era pequeña me sentía segura a su lado. —
Sonrío, melancólica—. Le veía como un príncipe que
siempre estaría a mi lado cuidándome… pero se fue.
—Tú también te fuiste y nos asustaste a todos, pero estás
aquí de nuevo y nosotros seguimos apoyándote.
—Sí… supongo que tienes razón.
Pasar el día con Amanda me ayuda a distraerme. Vemos
películas y nos atragantamos con helado, papas y dulces,
tal como hacíamos cuando éramos pequeñas. Tenía mucho
que no me divertía de esta manera, aunque América me
hace falta.
«¡Tal vez ahorita está en brazos de tu asesino,
revolviéndose del placer!».
«Si no ayudas, no hables».
Por la mañana, me despido y salgo en busca de As. Debo
decirle lo de Gretel y sobre lo que planea Marc. Cuando
llego a su casa comienzo a tocar con insistencia. Le escucho
mascullar algunas maldiciones antes de abrir la puerta.
Cuando lo hace aparece solo en bóxer y me mira con la ceja
alzada.
—¿Qué haces molestando tan temprano, pequeña idiota?
—¡As, tengo que hablar contigo de algo urgente!
—¿Sobre qué? —Ahora me presta más atención.
—Es sobre Gretel y… —Me quedo muda cuando una
silueta aparece detrás de él: una chica adormilada se
asoma. Usa la misma playera con la que dormí yo.
—¿Aisa? —La voz de América suena algo confusa, pero
después me da una pequeña sonrisita.
—¡Eres tan repugnante! —grito a As, y antes de darme
cuenta, la palma de mi mano ya está en su mejilla. Su rostro
se gira de manera brusca, y en su piel blanca queda la
marca del golpe. En cuestión de segundos, mi ira se
remplaza por miedo ante su encolerizada mirada.
—Vas a arrepentirte por eso, pequeña idiota —escupe,
con la quijada apretada.
36
Sin rastro

Aisa

Retrocedo a la vez que As da un paso hacia mí. Su


enardecida mirada me atemoriza al grado de que olvido el
motivo por el que vine, ahora lo único que quiero es salir de
aquí.
América permanece impelida, con su atención sobre mí,
además de sorprendida de que haya golpeado a As. La
culpa se refleja en su mirada al verme llorar. ¿¡Y por qué
demonios estoy llorando!?
Salto hacia atrás. Doy la vuelta e intento correr, pero
apenas doy dos pasos los brazos de As ya están alrededor
de mi cintura, me pega a su pecho y me arrastra dentro de
la casa a pesar de que me remuevo como gusano entre sus
brazos.
—¡Deja de moverte! —ordena.
—¡Déjame en paz! —Me avienta a la cama y se gira a
mirar a América, que sigue estática.
—América, ponte tu ropa y vete. Tengo que hablar a solas
con tu amiga.
—Pero…
—¿¡No me escuchaste!? ¡Fuera de aquí!
—¡No, América, no te vayas! —Me pongo de pie, pero
vuelvo a caer a la cama por un empujón de As.
—¡Tú no te muevas! —Se gira hacia América, que no
entiende nada, y no hace más que mirarnos confundida—.
¡Y tú muévete!
Ella corre al baño a cambiarse. As también se viste y da
vueltas de un lado a otro como un enfucerido león
enjaulado. Tengo que aprovechar la presencia de América,
porque si se va, no sé qué va a ser de mí. Cuando sale del
baño me mira, inquisitiva. No sabe cómo actuar, y sé que, si
la asusto de más, puede ser malo. Así que, fingiendo
tranquilidad, me levanto y me pongo a su lado con mi brazo
enganchado con el suyo.
—Me iré contigo.
—¡Dije que tú no te vas! —exclama As, que me mira de
manera amenazante. Cada segundo que pasa su mal humor
incrementa, al igual que mi miedo—. Tú sí. —Toma a
América del brazo y la separa de mí con brusquedad.
—¡Aisa dijo que se irá conmigo! —dice tironeándose para
evitar que As la saque.
—Tu amiga y yo tenemos asuntos pendientes. —Ella me
mira y trata de encontrar en mí la respuesta a cómo debe
reaccionar ante tal situación y yo sé que no hay manera de
que As me deje ir por las buenas.
—Está bien. —Sonrío—. Tengo que hablar a solas con él.
Después te alcanzo.
—¿Segura?
—Sí, ve tranquila.
En contra de su voluntad, As la saca de la casa, cierra la
puerta en su cara, le pone llave y se gira hacia mí. Recorre
la habitación mientras hace ejercicios de respiración. Mi
corazón late con demasiada fuerza, me estoy adelantando a
los hechos y ya me duele el cuerpo solo de imaginarme lo
que me hará. Camina hacia la cama y saca su cuchillo de
debajo de la almohada para después sonreirme con malicia.
—A-As…
—Te voy a castigar por haberte atrevido a tocarme. —Su
mandíbula está tensa y sus ojos oscuros. Con grandes
zancadas camina hasta mí, no tengo tiempo de correr, y
aunque lo hiciera no tengo a dónde escapar—. Fuiste muy
atrevida al golpearme.
—¡Te lo merecías! —Me atrevo a gritarle.
—¿Y qué hice para merecer que me golpees?
—¡Te dije que te alejaras de América!
—Fue ella la que vino a buscarme, y de todas formas yo
no te debo explicación alguna. Creí que te había quedado
claro que puedo hacer lo que desee con quien desee. No
tienes exclusividad ni nada por el estilo.
—¡Puedes meterte con todas las que desees, pero aléjate
de Amanda y América!
—No lo haré solo porque tú lo digas.
—¡Eres un maldito! ¡Ya estoy cansada de que solo te
burles de mí y me lastimes! Y como estúpida sigo detrás de
ti.
—Ese es tu problema, no el mío. Nadie te obliga a que
vengas detrás de mí.
—¡Tienes razón! Debí decirle a Marc dónde estabas para
que te atrapara la policía. ¡Pero no! Esta pequeña idiota es
tan idiota que primero se preocupó por ti y por Gretel antes
que por ella misma.
—¿Qué dijiste? ¿Dónde está Gretel?
—¡No lo sé! Marc dijo que se la llevó porque la usa para
tenerte bajo control. Amenazó con meterla en un
manicomio, y a ti va a entregarte a la policía. Ayer me
escapé. Estoy segura de que si Marc le pregunta a América,
ella no va a dudar en decirle dónde estás, y la policía va a
terminar por atraparte… ¡me voy a reír mucho en tu cara
cuando eso pase!
—Ese maldito me las va a pagar. ¡Le he dicho muchas
veces que conmigo no se juega, pero no entiende! —Camina
hacia puerta y voy tras él, pero entonces se gira
bruscamente—. ¡Tú, te quedas aquí!
—¿¡Qué!? No…
—¡Dije que te quedas! —Me empuja haciéndome caer,
sale con rapidez y me encierra.
Me pongo de pie y golpeo la puerta mientras suelto un
montón de maldiciones. No dejo de patear sino hasta que
mi pie duele. Estoy enojada, y esta vez no voy a dejar que
se salga con la suya. No me va a manejar a su antojo.
Tendrá que ser él quien me ruegue a mí y no al revés.
Busco por toda la casa algo que me ayude a abrir la
puerta. Como no encuentro nada que me sirva, lo que hago
es romper el vidrio de una de las ventanas. Las protecciones
son estrechas, pero por suerte yo soy pequeña. Arrastro el
sillón hasta la pared y me apoyo en él para poder salir de la
casa. Caigo del otro lado y me lastimo, pero no me doy
tiempo a quejarme, porque me levanto saliendo a toda
prisa.

As
 
El delicioso castigo contra la pequeña lo dejo en segundo
plano, primero necesito encargarme de Marc, así que subo a
mi moto y salgo en su búsqueda. No tardo mucho en llegar
al edificio de departamentos debido a la velocidad a la que
iba. Una vez ahí, entro y corro por las escaleras en vez de
esperar el elevador, y al llegar abro la puerta con una
patada. Marc salta en su sitio por el estruendo, se pone de
pie y me mira con ojos bien abiertos.
—¿Dominik?
—Pues Santa Claus no soy.
—¿Por qué estás aquí? Es muy temprano para que estés
molestando.
—Dime dónde está Gretel.
—Oh, ya veo. Aisa fue con el chisme, de veras que no
entiendo a esa chica. No te preocupes, tu hermana está
bien.
—A ti te gusta tentar mi paciencia, ¿no es así, Marc? Con
tus estúpidos actos me pides a gritos que te mate.
—Pero no lo harás —dice con confianza.
—¡Deja de amenazarme con entregarme a la policía! ¿No
te das cuenta de que si me entregas tú caes junto conmigo?
Es más, lo más seguro es que no terminemos en la cárcel,
sino en el cementerio.
—Ah, ya lo sé… ¿Por qué estás tan molesto?
—¡Porque te burlas de mí y juegas conmigo!
—Sí, bueno…
—¡Deja de hacerlo o en verdad voy a matarte!
—Sabes que no lo harás, no mientras tenga en mi poder
a Gretel.
—Bueno ,estamos a mano, tú tienes a mi hermana y yo a
tu sobrina.
—¿Tienes a Aisa?
—Sí, y cuando regrese me voy a divertir mucho con ella.
—¡No te atrevas a tocarla!
—¡Quiero de vuelta a Gretel! ¡Quiero que a ella la dejes
vivir en paz! Si la dejas yo dejaré a tu sobrina.
—No puedo confiar en la palabra de un asesino.
—Tendrás que hacerlo. Además, la pequeña ahora no
confía en ti, así que no regresará ni aunque la deje libre. Es
tu culpa por ser tan impulsivo. 
—No te daré de vuelta a Gretel hasta que me asegure de
que no me matarás.
—Eso será cuando esté muerto.
—Entonces esperaré hasta ese momento. No falta
mucho, ¿o sí? — Frunzo el ceño, paso por su lado y voy
directo a la habitación de la pequeña.
Empiezo a buscar por todos lados. Vacío todos los
cajones y hago un completo desorden hasta que encuentro
el mensaje del otro asesino dentro de un cofrecito. Después
de leerlo salgo del departamento con Marc siguiéndome de
cerca.
—¿Dónde está la sala de vigilancia? —pregunto.
—En la planta baja, ¿por qué?
—No hablaste con la policía sobre la carta, ¿cierto?
—Por supuesto que no, no quiero involucrarme en eso.
—¿Y así dices que te preocupa tu sobrina?
—Sí, por eso me la llevaré lejos de aquí.
Ignoro su comentario y me dirijo hasta la sala de
vigilancia, Marc distrae al guardia y yo busco las
grabaciones del día en que la carta fue entregada, pero no
está. Busco las de las cámaras de afuera, pero tampoco las
encuentro.
—Supongo que no eres tonto —digo, con una sonrisa
torcida—, pero tampoco te creas tan inteligente.
Sin más, me marcho.
Por ahora el estúpido de Marc se salva, pero tarde o
temprano me las pagará. Ahora solo quiero volver a donde
esa pequeña me espera, hay tanto que deseo hacerle y
gracias a la visita al tonto de su tío, mi ira está en un nivel
manegable.
Cuando estoy a unos metros de distancia de la casa,
logro ver la ventana hecha trizas, de inmediato corro hacia
allá, abro la puerta y descubro que la pequeña idiota se ha
escapado. Mi ira aumenta. Odio que se atreva a ir en mi
contra. En verdad odio eso, pero… al mismo tiempo vuelve
este juego más interesante.
—Está bien, jugaremos al gato y al ratón…
Una vez que la encuentre le haré suplicar mi perdón y yo
disfrutaré demasiado. En estos días he estado bajo mucho
estrés y ella será un buen método de relajación. Salgo
nuevamente y me dirijo a casa de América.
—¿Qué haces aquí? —pregunta nerviosa cuando abre la
puerta. Tal vez no debí ser tan violento frente a ella.
—¿Sabes dónde está la pequeña idiota?
—¿Aisa? Estaba contigo.
—Si te pregunto es porque ya no lo está.
—No la he visto, y con Amanda tampoco está ya que
hace un momento hablaba con ella.
—Bueno. —Doy media vuelta, pero América me detiene
del brazo.
—¿Por qué engañas de esa manera a Aisa?
—Porque me divierte. —Quito su mano de mi brazo.
—¿Qué le hiciste para que huyera de ti?
—No le he hecho nada… aún.
—Yo no entiendo qué se traen entre ustedes, parece que
se conocen demasiado bien. Actúan como si fueran esposos
con esas peleas y miradas cómplices, me confunden.
—Tú lo dices… es entre nosotros, así que no te interesa.
—Me dijiste que Aisa no te gustaba, pero siento que me
mentiste.
—Eso no es asunto tuyo.
—Dominik, ella tiene novio…
—Lo sé.
—En muchas ocasiones fuiste muy atento conmigo y creí
que te gustaba. Hiciste que albergara una esperanza y
ahora te comportas de esta manera tan fría.
—Lamento haberte confundido, solo estaba siendo
amable.
—¿No te gusto? ¿Ni siquiera un poco? —Pregunta con
mirada cristalizada, ¿por qué tuve que meterme en este lío?
—No, no me gustas, y no puedes obligarme, así que
guarda un poco de dignidad y deja de andar detrás de mí.
—No te molestaré más —dice con firmeza y después
entra a su casa.
Suspiro con alivio. Al menos tengo un problema menos.
Subo a mi moto y me dirijo a la antigua casa de la pequeña.
La busco con la esperanza de que esté ahí, pero no hay
rastros de ella. Entonces me dirijo al hospital, pero tampoco
está, y con Marc no ha regresado. Pienso que tal vez está
con su estúpido novio, pero no sé dónde vive. Con un humor
de perros regreso a mi casa y decido esperar al día
siguiente para ir al buscarla.
 

Estoy agotando todas mis opciones; ha pasado una


maldita semana. He tenido que vigilar a América para poder
seguir a su estúpido primo. Funcionó. Ahora sé dónde vive,
pero de nada sirvió, porque la pequeña no está con él. Ya no
sé en qué lugares buscar. Lo hice una y otra vez en el
hospital, en su casa, con Marc, y no aparece… ¿Dónde se
metió? No pudo simplemente desaparecer sin dejar rastro
alguno.
«¿Por qué no dejas de perder el tiempo buscando a esa
niña y vas por el asesino? No podemos seguir perdiendo
más tiempo».
Pero no puedo terminar con él si la pequeña no está aquí.
«¿En verdad terminarás con ambos?».
¡Por supuesto! Así es como lo planeé desde el principio y
así tendrá que ser. Solo tengo que hacer salir a la pequeña
de su escondite.
Tras pasar todo el día pensando qué hacer, decido salir
después de la medianoche; el asesino que hay en mí hará
su regreso. Ya no hay más víctimas para venganza, así que
lo siento por el que se atreva a cruzarse en mi camino.
Me meto por los lugares más solitarios y peligrosos. A
estas horas solo se ven borrachos y prostitutas, pero sé que
habrá alguno que quiera pasarse de listo. Por varios minutos
continúo andando sin problema alguno, pero sonrío al sentir
que alguien se acerca por detrás. Sigo caminando hasta
llegar a un lugar más solitario. Bajo el ritmo de mis pasos y
le hago sentir que me tiene acorralado.
—Has elegido un mal momento para salir a pasear —le
escucho decir, y pronto tengo a un tipo medio drogado
frente a mí. Blande una navaja hacia mí y trata de parecer
amenazante—. Dame todo lo que tengas de valor.
—Lo siento, soy pobre... —Me encojo de hombros.
—Tienes pinta de niño rico, así que no mientas —resoplo,
y mostrándome resignado comienzo a buscar entre mi
chaqueta—. ¡Date prisa!
Y así como lo desea lo hago; empuño con fuerza mi
cuchillo y lo paso por su garganta en un movimiento rápido
que no vio venir. Suelta la navaja y lleva sus manos a su
cuello. Cae de rodillas y me mira con ojos llorosos mientras
la sangre empapa su ropa y se escurre hasta el suelo.
—Te di mi atención, espero estés más que satisfecho.
—Lo mataste demasiado rápido —dice una voz detrás de
mí y sonrío—. Lo divertido es torturarlos.
—Sí, es verdad. —Doy media vuelta para encontrarme
con mi copia barata a unos cuantos metros—. Sabía que
pronto darías la cara. Has estado muy silencioso.
—Esperaba el momento oportuno.
—¿Interrumpir mi diversión te parece oportuno?
—¿Qué pasa, Dominik? Luces muy estresado, ¿es porque
tu pequeña mascota se te ha perdido?
—Sí, la extraño para jugar un poco.
—Me imagino, pero si te decides a darme una respuesta,
tendrás nuevas maneras de divertirte.
—No creo que tú puedas ofrecerme la diversión que
deseo.
—Ponme a prueba, verás que soy mejor de lo que
esperas. No volverás a necesitar nada de ella.
—No tengo interés alguno en ti.
—Entonces tu respuesta es un no.
—Definitivamente es un no.
—Eres tan decepcionante. Tenía la ligera esperanza de
que recapacitarías y tomarías la decisión correcta, pero no
fue así. Es una lástima que no reconocieras lo superior que
soy a ti. No eres tan listo como todos creen. Ahora yo te
tengo en mis manos y no puedes hacer nada para evitarlo.
Sé que te gustan las funciones que doy, así que relájate y
toma asiento en primera fila. Verás cómo destruyo a esa
niña y a todo lo que le importa.
—¿Crees que te dejaré hacerlo?
—No has hecho nada para impedirlo, dudo que ahora que
te quiero postrado a mis pies, puedas hacer algo.
—Jamás me postraré ante ti.
—Lo harás, aun si tengo que usar a tu pequeña
hermana. 
—¡No voy a dejar que la toques!
—No hace falta tocarla. Te usaré a ti para destruir su
vida. Si ella es infeliz… ¿no será suficiente castigo para ti?
Todos van a saber quién eres. El mundo entero sabrá que la
pequeña Gretel tiene un hermano asesino, y su vida se
destruirá. Será señalada y odiada. Nadie la querrá; la
condenarán a vivir en soledad o, es más, tal vez la encierren
en un manicomio. Lo divertido será verla suicidarse por no
poder cargar con el hecho de tener un asesino en la familia.
—Tú no conoces a mi hermana. —Sonrío; quiero mostrar
la confianza que no poseo.
Cuando comencé a cometer asesinatos nunca pensé en
mi familia, porque ya no tenía familia, pero Gretel sigue con
vida y no puedo permitir que esta persona la arruine. Si mi
identidad se hace pública y se enteran de que tenemos un
lazo, la sociedad la repudiará, la aislará y me asusta la idea
de que la orillen a perder su inocencia. Lo que es peor, los
que intentaron asesinarla sabrán que sigue viva, y puede
que intenten matarla otra vez.
—No puedo dejarte ir cuando has amenazado a mi
hermana, así que te mataré ahora.
—¿Crees que puedes matarme? Si desde nuestro último
encuentro no has hecho más que decepcionarme.
—Me encargaré de que no haya más encuentros.
Con cuchillo en mano me dejo ir sobre él. Retrocede tan
pronto me acerco y saca una pistola con silenciador. Dispara
una vez y logro esquivar la bala. Me acerco lo suficiente
para tomar su brazo, tiro de él para acercarlo a mí y golpeo
con fuerza su estómago. Se dobla y pateo su rostro. Antes
de que caiga le arrebato el arma.
—¿No ha sido esto demasiado fácil? —cuestiono,
mientras le apunto a la cabeza con su propia arma. Se
incorpora y se sienta sobre el suelo—. Tus últimas
palabras...
—Es más satisfactorio ver caer a alguien después de
haber elevado sus esperanzas.
—Lindas palabras.
Aprieto el gatillo, pero para mi sorpresa nada sucede; el
cargador está vacío. El segundo que dura mi sorpresa él lo
aprovecha. Escucho un fuerte zumbido, y de la nada siento
frío recorrer mi cuerpo. Confundido, miro mi brazo derecho;
duele de los mil demonios. No puedo moverlo y comienzo a
sentir cómo la sangre se extiende por mi ropa. Otra bala
atraviesa mi pierna y me hace caer. Lo miro sintiendo la ira
desbordarme; se pone de pie y me apunta con otra arma.
—Todo estaba fríamente calculado. ¡Caíste! —se mofa—.
Podríamos haber tenido mucha diversión si hubieras
aceptado mi propuesta. Ahora solo te queda mirar mi
grandeza desde tu patética posición. Adiós, Dominik, espero
que ahora seas tú el que me demuestre que merece mi
atención.
Veo su figura alejarse. Maldigo su cobardía al usar una
pistola y mi estupidez por no haber usado el cuchillo, pero
sonrío para burlarme de mí mismo y de lo patético que
ahora me veo.
A duras penas hago tiras de mi propio pantalón e intento
hacer un torniquete, pero al no poder usar mi brazo como es
debido, la tarea resulta casi imposible. La que me preocupa
es la herida de la pierna; creo que la bala ha atravesado
limpiamente, aunque no puedo estar seguro.
Aprieto lo más que puedo y me dejo caer de espaldas
sobre el asfalto tan frío. Todo mi cuerpo duele. Miro el cielo,
que rebosa de estrellas, y siento vergüenza y enojo hacia mí
mismo. No me importa morir, pero no debo hacerlo de esta
manera, y menos en manos de esa asquerosa existencia.
Pero, solo me queda reír mientras miro el cielo; la luna está
demasiado brillante. Me hace recordar a un par de ojos
azules.
—Pequeña idiota, esta vez te salvarás... no podré
castigarte.
37
Tranquilidad

Aisa

«—¡Monstruo! ¡He venido a este sitio a ofrecerte mi


sangre, a cambio de un poco de la tuya! Hagamos un trato
justo, gota por gota, y verás que seremos felices los dos. No
hubo respuesta, pero un aleteo se oyó por ahí entre la
floresta. —¡No te haré daño! ¡Ni yo ni mi familia! La cosa es
conmigo nada más.
—Vaya —dijo una voz grave detrás de ella. El sujeto, de
larga capa y cabellera, acudió a su llamado, levitando, y se
posó en la punta del risco sin que las fuertes ráfagas le
afectasen—. ¿De dónde ha salido esta deliciosa criatura? —
Su lengua se pasaba por sus labios una y otra vez, además
de revelar un par de colmillos largos y curvos—. ¿Y cómo es
que me ofrece tan apetitoso banquete?»
Paso a la siguiente página del libro, ansiosa por saber del
nuevo personaje. Apenas aparece y ya lo estoy amando. La
lectura ha sido tan adictiva que no me he movido de mi
lugar en las últimas horas; me propuse no soltar el libro
hasta terminarlo. A tientas llevo mi mano hasta la caja de
madera situada junto a mí y que sirve de mesa, tomo mi
botella de agua y bebo un poco. El líquido se derrama por
mi barbilla y lo limpio con mi antebrazo. Continúo con mi
lectura, pero el sonido y la vibración del móvil sobre la
madera hacen que desvíe mi vista hacía allá.
Una llamada entrante.
Seguro que es Marc; ha estado llamando de manera
insistente. Le dije que no se preocupara, pero sigue
molestando. Cuando el aparato deja de moverse pienso
regresar a mi lectura, pero vuelve a sonar a los cuantos
segundos. Lo tomo con la intención de apagarlo, pero me
intriga que el número de quien llama no se muestra. La
palabra «privado» aparece en la pantalla. Eso descarta la
idea de que sea Marc, Zac o alguna de las chicas.
As…
No. Definitivamente no pude ser él. No lo he visto con
teléfono. No se sabe mi número y dudo que haya ido a
pedirlo. La pantalla vuelve a oscurecerse, pero segundos
después vuelve a encenderse. Esta vez decido responder
por pura curiosidad.
—Tal vez deberías ir a buscarlo... a menos que desees
que muera. — Mi piel se eriza ante la distorsionada voz. No
necesito preguntar para saber de quién se trata.
—¿A-a quién? —Carraspeo, aclarando mi garganta; los
nervios no me dejan hablar bien.
—Peccatum —dice antes de terminar la llamada. Me
quedo helada por varios segundos viendo a la nada.
¿Peccatum? ¿Qué significa eso? Me pongo de pie y me
muevo en círculos; no hay mucho espacio por dónde
caminar.
En la última semana he estado escondida en nuestro
cuartel, una pequeña casa de madera que papá nos
construyó a América, Amanda y a mí cuando éramos
pequeñas. Está bien protegido y se encuentra oculto entre
los árboles y la maleza que hay en los alrededores de
nuestro patio trasero. Tiene una pequeña cama y cosas de
niñas. A veces hacíamos pijamadas en ese lugar, pero, al ir
creciendo, el espacio se redujo, y de pronto dejamos en
abandono el lugar; sin embargo, en estos días me ha
servido muy bien como escondite. Como está cerca de casa,
me escabullo con cuidado para comer y satisfacer cualquier
otra necesidad. Sabía que As jamás me encontraría ahí así
que era el escondite perfecto, pero ahora estoy a punto de
dejarme expuesta.
Sin pensar más, me pongo un suéter y salgo a prisa. El
asesino no me dio mucha información, pero creo entender la
situación: si no me apresuro, alguien cercano a mí morirá.
Aún no olvido su carta y su amenaza. La sola idea hace que
la sangre en mis venas se sienta como hielo. Aunque
tampoco he descartado la idea de que sea solo una trampa,
tal vez es As quien intenta castigarme en una extraña
manera. Pero sea como sea, no me voy a arriesgar a dejar
que alguien muera por mi culpa.
Corro por las calles solitarias, todo lo que puedo escuchar
son los latidos de mi corazón y no dejo de repetirme la
palabra peccatum. En toda la ciudad solo hay un lugar
donde he visto tal palabra y quiero creer que es ahí a donde
tengo que ir. Solo espero no equivocarme.
Termino sudada y con la respiración más que acelerada.
Cuando llego al lugar indicado, miro el letrero de tamaño
considerable y en medio la palabra «PECCATUM», que
parpadea bajo una roja luz neón. Es un club nocturno;
mujeres de la noche y algunos borrachos se ven en la
entrada. Me miran con curiosidad, y algo asustada me
muevo. ¿Tengo que entrar? No, dudo mucho que el asesino
se haya montado un espectáculo dentro del lugar. Así que
me pongo a caminar alrededor.
En cada segundo que pasa aumenta mi sentido de
urgencia. Si me tardo más de lo debido, puede resultar algo
fatal.
Doy vuelta en una solitaria callejuela, y al avanzar logro
visualizar dos cuerpos en el suelo. Me apresuro y observo al
primero; es un hombre ensangrentado, tiene una gran
herida en el cuello y él… está muerto. Asustada, me alejo
del cuerpo. Mis rodillas tiemblan y hacen que caminar se
vuelva un poco difícil. Como puedo me acerco al otro
cuerpo, y cuando le miro siento la sangre irse hasta mis
pies.
El estúpido de As está tendido sobre el suelo. Hay mucha
sangre. Tal parece que le han disparado. Me hinco a su lado
y compruebo su pulso. Suspiro con alivio al ver que aún
vive; pero está frío, su piel luce más pálida de lo normal y
sus labios se ven blancos y resecos.
—¡Tengo que llamar una ambulancia! ¡Tengo que llamar
una ambulancia! —repito, mientras intento de manera torpe
marcar el número de emergencias en mi celular, pero este
desaparece de mi mano de forma inesperada.
—N-no lo hagas. —Una ensangrentada mano roba mi
celular y un par de ojos moribundos me miran.
—¡As!
—¿Q-que haces aquí, pequeña idiota?
—¿¡Qué haces tú aquí!? ¡Estás herido de gravedad!
—N-no grites. —Su respiración es demasiado pesada y su
voz suena débil. Tengo que hacer algo rápido.
—Debo llamar una ambulancia, de lo contrario morirás.
—No la llamarás. Tú vas a ayudarme.
—Yo no puedo hacer nada; son heridas de bala. ¡Debes ir
a un hospital!
—¡No puedo ir a un hospital! ¿No entiendes eso?
—¿Entonces qué debo hacer?
—Quítate el suéter, hazlo tiras y afirma las ataduras que
hice antes.
—Mi.… suéter... —Sin más, hago lo que me dice. Aprieto
con fuerza los pedazos de tela alrededor de las heridas. Le
escucho sisear y mascullar varias maldiciones.
Lo admito, lo disfruto.
—Ayúdame a levantarme. Tenemos que salir de aquí
antes de que alguien más venga.
—No creo que apoyarte en tu pierna sea bueno.
—Solo hazme caso.
Como puedo me pongo de pie junto con As y lo sostengo,
pasándome uno de sus brazos por detrás de mis hombros,
pero su cuerpo es demasiado alto y pesado para alguien tan
pequeña como yo. Estamos por caer, pero él mismo se
apoya y consigue darnos un poco más de estabilidad,
aunque dicha acción hace que suelte un gruñido a causa del
dolor.
—¡As!
—N-no hables, solo... continuemos.
A duras penas logramos alejarnos del lugar, y de milagro
llegamos a casa de As. Busco entre su ropa y saco las llaves
para abrir la puerta. Las dejo pegadas a la cerradura
mientras entramos, enciendo la luz lo ayudo a sentarse en
la cama. Regreso a la puerta, quito las llaves y cierro bien
detrás de mí.
Camino hacia el baño, busco el botiquín de primeros
auxilios y una vez que lo tengo regreso a la cama. Bajo sus
instrucciones le ayudo a quitarse la ropa, lo cual se vuelve
un poco difícil. Después lavo y desinfecto un cuchillo, y
alisto gasas, vendas, unas pequeñas pinzas y un traste con
agua. Después de mentalizarme, me hinco entre sus
piernas. Mis manos tiemblan y siento una ligera capa de
sudor empañar toda mi frente.
—Creo que la bala atravesó mi pierna.
Limpio toda la sangre de alrededor de la herida y
después reviso la zona dañada. Tiene razón: hay orificio de
entrada y salida. Aunque se ve muy mal, parece que no se
ha dañado el hueso, ningún bazo o tendón.
—Tuviste suerte de que la bala atravesara limpiamente.
—No fue suerte. Él sabía lo que hacía.
—Tendré que suturar la herida.
—Hay material en el botiquín, de cuando curaba tus
heridas.
En silencio me pongo a limpiar, desinfectar y suturar la
herida. Mis manos tiemblan un poco, pero hago un trabajo
decente y me siento satisfecha con el resultado final.
—A-ahora tienes que sacar la bala de mi brazo —dice con
voz jadeante.
—Pero... no sé cómo hacerlo.
—Yo te guiaré, confío en ti.
—B-bien...
—Relájate...
—No es fácil hacerlo.
—Solo tienes que hacer un corte a cada lado de la herida.
Con las pinzas separa la carne, mete la punta del cuchillo y
empuja la bala hacia afuera.
—¿Y si solo consigo que te desangres más?
—Bueno, en caso de que muera estará bien. Será en tus
manos, tal como deseabas... —Le reprocho con la mirada.
—Tus palabras no me ayudan.
—Solo relájate, pequeña idiota, lo harás bien. Mejor
disfrútalo, porque no volverás a tener una oportunidad
como esta.
—Sí, esa idea me motiva —digo, y suelta una ligera
carcajada.
Tomo un profundo respiro e intento calmar mis nervios.
Tras mentalizarme comienzo con el trabajo. No resulta fácil,
nada fácil, pero logro extraer la bala sin ocasionar más
daño, lo cual me alivia en gran manera. Deposito la bala en
el trasto y miro a As, que tiene los ojos entrecerrados.
Pareciera que está a punto de desmayarse.
—Sinceramente no sé cómo sigues vivo.
—¿Tanto así te decepciona la idea?
—No es eso, pero es casi un milagro que resistieras tanto.
—No moriré en manos de ese imbécil.
—¿Estás seguro? Porque si no llego, ya estarías muerto.
—Solo termina de una vez.
Termino de limpiar, secar y vendar su brazo. Después lo
tumbo sobre la cama, pero con el movimiento le hago daño.
Se queja con fuerza, y aunque no lo hice con intención, sus
aullidos de dolor me divierten.
—Te quitaré esa sonrisa cuando sea mi turno de
castigarte... —susurra, estando apenas consiente.
—Solo agradece que te estoy salvando —gruñe, y
masculla algo más, pero no le entiendo y pierde la
conciencia mientras sigo limpiando la herida.
Me quedo observando su rostro, que en estos momentos
se ve demasiado apacible. Me gustaría que fuera así, que
fuera un chico común… tal vez de esa forma nuestra
extraña relación podría ser más sencilla.
«Si fuera un chico común, nunca lo hubieras conocido y
no te gustaría de la forma en que lo hace».
Esta vez concuerdo con mi voz interior. Creo que la
«anormalidad» de As es lo que hace que me sienta tan
atraída hacia él; ese sentimiento de adrenalina que tengo
cada vez que estoy a su alrededor es algo que solo siento
con él y con nadie más.
Lo acomodo en la cama, colocando su brazo y pierna
sobre cojines para elevarlos un poco. Tapo bien su cuerpo
con una manta y me deshago de todo lo que he usado para
su curación. Después salgo en busca de analgésicos y
demás cosas que necesitaré para estar limpiando las
heridas.
Me pregunto qué pasará cuando descubran el otro
cuerpo. Se darán cuenta de que había alguien más y me
preocupa el hecho de que hayan quedado rastros de la
sangre de As. No entiendo por qué no se preocupa por esos
detalles.
Después de comprar las cosas y salir de la farmacia,
choco de lleno con un joven. Las cosas se me caen y me
arrodillo con rapidez para levantarlas. Él hace lo mismo. Al
alzar la vita me llevo una impresión al encontrarme un
rostro conocido.
—Lo lamento —dice con voz suave—, no te vi. —Nuestros
ojos se encuentran y hace una expresión de sorpresa—.
¡Aisa!
—Jared…
—¡Qué sorpresa! ¿Qué haces por aquí tan tarde?
—Yo… vine a comprar algunas cosas que necesitaba.
—¿Está todo bien? —inquiere al ver las cosas que llevo.
—Sí, todo bien. Creí que te habías ido de la ciudad.
—Sí… —dice, mostrándose un poco nervioso—, pero ya
volví.
—Amanda estará muy feliz. —Asiente y sonríe de esa
manera en que sus ojos se vuelven más pequeños.
—Tengo que irme. Espero vernos pronto. —Nos ponemos
de pie y sonríe una vez más antes de marcharse.
Cuando vuelvo ya casi está amaneciendo. As sigue en la
misma posición en que lo dejé. Me siento junto a él, y me
tomo el atrevimiento de recostar su cabeza sobre mis
piernas. Entierro mis dedos en su cabello y lo acaricio con
mucho cuidado. Termino embelesándome con su hermoso
rostro.
Continúo con las caricias, pero pronto comienzo a sentir
sueño, así que cierro los ojos. Los movimientos de mis
manos se hacen más lentos y se detienen por completo
cuando una mano me impide seguir. Abro los ojos solo para
encontrarme con los de As; estos están apagados y tiene
ojeras muy marcadas.
—Por fin despiertas —digo con frialdad, pero él se
mantiene en silencio. Su mano aprieta la mía y vuelve a
cerrar los ojos—. ¡Oh no, no te duermas! —Levanto la rodilla
haciendo rebotar su cabeza. Abre los ojos nuevamente y me
mira molesto—. ¡Deja de mirarme así y párate a tomar esto!
—digo, mostrándole la botella de suero.
—Guarda silencio —murmura, antes de volver a cerrar los
ojos.
—¡Bien, como quieras! No te voy a rogar.
Me levanto y camino hasta el sillón, donde me dejo caer
y me hago bolita. Me tapo con la manta que usó Gretel
cuando nos quedamos. Suspiro al darme cuenta de lo
mucho que he llegado a querer a esa pequeña niña
diabólica en tan poco tiempo, y ahora hasta la extraño y
solo quiero que esté bien.
Hundo mi cabeza entre mis brazos, cierro los ojos y
pronto me quedo profundamente dormida.
Despierto con dolor de cuello, al abrir los ojos me
desoriento al instante, al no recordar dónde me encuentro.
Me siento y miro a mi alrededor: encuentro a As, acurrucado
entre las cobijas, y es cuando todos los recuerdos vienen a
mí. Me estiro y voy a revisarlo; sus heridas sangran otra vez,
así que vuelvo a limpiarlas.
Pasa todo el día dormido. Me preocupa demasiado, pero
no puedo llevarlo a un hospital, así que hago todo lo posible
por mantenerlo bien. Lo despierto para darle tragos de
suero. No es lo mismo que por vía intravenosa, pero de algo
debe servir. Cuando se queja mucho por el dolor, le doy los
analgésicos y reviso sus heridas de manera constante,
cerciorándome de que no sangren mucho.
Al llegar la noche, me debato entre irme o quedarme.
Aún estoy algo resentida con él y siento que ya hice mi
parte, pero no soy capaz de abandonarlo en ese estado, de
modo que decido quedarme y cuidarlo hasta que esté mejor.
Cuando me da hambre asalto su nevera. Como lo que
encuentro y después me hinco en el suelo, justo a su lado, y
toco su frente. No hay fiebre, eso es bueno. Con la yema del
dedo delineo sus facciones, acaricio sus labios y juego con
su cabello. Sonrío ante la situación; me recuerda a la
primera vez que lo tuve a mi merced.
—Da gracias que ya no quiero matarte.
Me dedico a contemplarlo. Verlo de esa manera, tan
apagado y vulnerable, es extraño, también duele. Duele de
muchas maneras, y la principal causa es que me voy dando
cuenta de lo que significa su presencia en mi vida. Siento
paz y siento angustia… sí, las dos al mismo tiempo.
—Cuando me dejaste, sentí que moría —digo, mientras
acaricio su cabello—. Te odiaba en la misma medida que
sentía necesitarte. Maldecía tu nombre mientras lloraba
deseando que volvieras. Me sentía tan perdida, como si mi
camino hubiera sido borrado y ya no tuviera a dónde ir. Era
como si la única razón para vivir se hubiera esfumado…
Duele darme cuenta de que la principal razón por la que
quiero seguir viviendo sea él, y no por amor, sino porque es
la mejor manera de pagar mi condena, porque en realidad
no lo sufro sino que he llgado al punto de disfrutarlo.
Sin darme cuenta, me duermo junto a él y despierto al
percibir que se mueve. Noto que ya ha amanecido, por lo
que me levanto y me dirijo al baño para lavarme la cara.
Cuando salgo encuentro a As sentado en el borde de la
cama, con la mirada hacia un punto de la habitación.
Me muevo silenciosa, pero de todas formas nota mi
presencia. Nos quedamos observando el uno al otro por
varios segundos. Suspiro con pesar y paso a su lado para
marcharme. Creo que ya no tengo más que hacer aquí.
Meto mis manos en los bolsillos traseros de mi pantalón, y
con la vista al frente paso por su lado, pero siento un jalón
que me hace perder el equilibrio. Antes de darme cuenta ya
estoy sobre la cama con la mitad del cuerpo de As sobre mí.
Mi corazón late como loco cuando entierra su rostro en
mi cuello. Su respiración se acelera y deja salir varios
gruñidos, lo que significa que le está doliendo, y mucho.
—No debes moverte tanto. Tus heridas se abrirán de
nuevo. —Me felicito por el tono frío y desinteresado de mi
voz.
—Creo que ya se abrieron —dice con voz ronca, tan cerca
de mi oído que provoca la revolución de sensaciones en mi
interior.
—¡Ya no voy a curarte! —reniego, poniendo mis manos
en sus hombros para empujarlo fuera de mí. No se mueve,
pero vuelve a gruñir—. ¡Déjame ir, As!
—Shh… eres muy ruidosa. —Acomoda su cuerpo para
quedar tendido sobre mí, pero de una manera que no me
sofoca.
—As, tengo que irme.
—No, no tienes que…
—¡Sí, debo hacerlo! ¡Déjame pararme!
—Dijiste que no debo moverme.
—Ahora sí.
—Ahora no…
—¡As!
—No grites y haz lo que hacías ayer.
—¿Qué cosa?
—Con tu mano en mi cabello.
—¿Quieres que te acaricie?
—Sí.
—¿Por qué?
—Me ayuda a relajarme.
—As… yo solo quiero irme.
—No, quédate.
—¡No voy a hacerlo solo porque tú lo digas!
—Te doy la opción de que te quedes por decisión propia,
pero si no lo haces te obligaré a hacerlo.
—¿Cómo? Estás herido.
—Aún sin una mano, puedo someterte fácilmente.
—¡No te creas tanto!
—Solo guarda silencio, que me duele la cabeza, y
quédate.
—¿Por qué tengo que quedarme?
—Porque quiero que lo hagas… necesito que estés aquí.
—Siento algo extraño en mi interior a causa de sus
palabras, pero lo ignoro.
Decido no decir más. Me relajo y comienzo a acariciar su
cabello. La verdad a mí también me gusta hacerlo, por eso
no me quejo. Sus brazos se amoldan alrededor de mi
pequeño cuerpo y me aprisiona contra él lo más posible. Su
piel caliente quema incluso por encima de mi ropa, pero se
siente bien y odio eso.
Pasa casi una hora donde ni As ni yo hablamos. Solo nos
mantenemos cerca el uno del otro, abrazados. Esto es
demasiado raro, y creo que actúa así porque aún está
confundido debido a toda la sangre perdida.
Sé que está despierto, porque de vez en cuando siento
pequeños besos en mi cuello que hacen que las corrientes
eléctricas viajen por todo mi cuerpo. Mis manos, que no
pueden estarse quietas, han comenzado a acariciar su
espalda, y de vez en cuando tiro de las puntas de su cabello
para hacerlo gemir un poco.
—As… —Al final, decido romper el agradable silencio.
—Mmh.
—¿Qué fue lo que sucedió?
—Me topé con el asesino...
—Ya lo noté, pero creí que tenías que matarlo tú a él, no
él a ti.
—Un error de cálculo...
—Ese error casi te mata.
—Pero no me mató.
—¿Qué es ese juego que se traen? —pregunto, cabizbaja.
Cada vez que recuerdo que tiene información sobre el
asesino, pero que decide callar solo por diversión pese a mi
dolor, me hace querer enterrar mis manos en su pecho y
con ellas arrancar su corazón. Y no lo digo como metáfora
romántica. En verdad logra despertar mis instintos asesinos.
Se aleja un poco de mí, echa su peso sobre el hombro
bueno, pero aun así hace una mueca debido al dolor y
retiene el aliento, en tanto trata de suprimirlo un poco.
Tenerle tan cerca hace mis mejillas enrojecer, y esto
provoca que aparte la mirada.
—Espera solo un poco más. Pronto lo sabrás.
—¿Por qué no ahora?
—No me conviene. Además, primero debo saber que
Gretel está bien.
—Marc dijo que lo está.
—Pero debo encontrarla. Pequeña… debes prometerme
algo.
—¿Qué cosa? —pregunto, curiosa.
—Prométeme que cuidarás de Gretel. Ella no tiene la
culpa de todo lo que yo he hecho. Sé que cuando muera,
Marc se deshará de ella, y solo sufrirá. Gretel no es alguien
que pueda estar con cualquier persona… solo confío en ti
para que la cuides.
—Lo haré, pero no por ti. Yo quiero a Gretel y por eso
cuidaré de ella, pero… ¿Por qué dices que vas a morir?
Vivirás y tú podrás cuidar de ella.
—No… no será así.
—As…
—Shh. —Pone un dedo en mis labios para que deje de
hablar y me sonríe de lado—. Solo promete que cuidarás de
ella.
—Lo prometo. —Mi boca roza sus dedos, y con estos él
comienza a delinear mis labios.
—¿Dónde estuviste toda la semana?
—En un lugar donde sabía que no me encontrarías.
—Pequeña idiota.
—Sí, soy idiota por salir a buscarte. Por tu culpa tuve que
dejar mi libro a medias.
—¿Qué leías?
—¡Una historia de vampiros! Y ya no supe qué pasó con
Victoria.
—¿Es en serio? —inquiere incrédulo.
—Sí, y tan interesante que se estaba poniendo.
—No entiendo cómo puedes perder tu tiempo con esas
historias sosas, pero ya entiendo tu obsesión con
convertirme en vampiro.
—¡No es una historia sosa! Y por creerte la diana de tiro
del impostor ya no podré saber qué sucede.
—Después podrás seguir leyendo, no te quejes tanto.
Ahora quiero saber cómo hiciste para encontrarme.
—El asesino me llamó. Y creo que lo hizo antes de
encontrarse contigo, como para asegurarse de que no
murieras. No lo entiendo, ya van dos veces que te tiene en
sus manos, pero no te mata.
—En realidad, han sido más de dos veces. Pero no quiere
matarme, quiere hacerme sufrir, y ya sabes; la muerte es
más descanso que castigo.
—Sí, pero... ¿por qué quiere hacerte sufrir?
—No le agrado mucho. ¿Dónde tienes tu katana?
—Con Marc.
—Debemos ir por ella.
—¿Volverás a entrenarme?
—Sí.
—No es necesario. Lo haré yo por mi propia cuenta.
—No podrás hacerlo sola.
—¡Sí podré!
—Dije que no. Ahora que sabes que Marc no es de
confianza te quedarás aquí.
—¿Qué? ¿Solo así porque tú lo dices y ya?
—Sí.
—¡No, As! Además, tú tampoco eres de confianza.
—¡Pequeña malcriada! —As mete su mano por debajo de
mi blusa y la desliza hasta cubrir con su palma uno de mis
senos, jadeo levemente—. Estás muy rebelde.
—¡No me toques así! —exclamo, removiéndome debajo
de él.
—Sé que te gusta.
—¿No que no ibas a tocarme?
—¿Te das cuenta de que casi muero? No dejaré ir
oportunidades así.
—Eres tan cínico. Pero si quieres que me quede debes
mantenerte quieto.
—No me pongas condiciones. Te quedarás porque lo digo
y ya.
—¡No soy tu títere y no voy a hacer lo que desees!
—Sí lo harás y punto. Me debes muchas cosas.
—¿Yo a ti? —Alzo una ceja
—Sí; pasé más de tres meses sin ti, y ahora que te tengo
ni creas que te voy a dejar ir.
—¿Eh? —Medito en sus palabras—. ¿A qué te refieres? —
A modo de respuesta recibo una sonrisa pícara—. ¿No has
tenido sexo en todo este tiempo? —pregunto sorprendida.
—No, soy un asesino, no un gigoló.
—Sí, pero…
—¡No lo tuve y punto! Estaba demasiado ocupado para
eso, pero ahora tengo tiempo de sobra. —Sus palabras
disipan cierto motivo de amargura. Y es incluso más
satisfactorio que lo haya hecho sin siquiera darse cuenta.
—Pues tendrás que consolarte solito e ir al baño a
jalártela, porque conmigo no cuentas. —Una sonora
carcajada sale de la garganta de As y casi me hace reír a mí
también.
—Nunca he necesitado jalármela. Siempre tengo quien lo
haga por mí.
—Pues mira qué bien. Puedes llamar a alguna de todas
esas chicas que están a tus pies… ¿Qué tal América?
—Pequeña idiota… ¿estás celosa de tu amiga?
—No. —Ya no.
—Admítelo…
—¡No es así!
—De todas formas, no necesito a América ni a nadie
porque estás tú aquí. Ya te dije que no te voy a dejar ir y voy
a hacer contigo tantas cosas que deseo. Me he estado
conteniendo demasiado y no te dejaré descansar hasta que
logre saciarme… pondremos a trabajar esas manitas tuyas y
también tu boquita.
—Dije que no —digo con determinación, haciendo a un
lado el temblor que sus anteriores palabras han ocasionado.
—Y yo ya te dije que sí y cuando me propongo algo
siempre se cumple.
—Dime, As… ¿Por qué yo?
—Porque eres la única capaz de proporcionarme todo el
placer.
Por una estúpida, estúpida, estúpida razón, esas palabras
hacen que sienta una pizca de alegría, pero es una alegría
que se mezcla con amargura.
—As…
—¿Mmh?
—Tengo hambre. No he comido nada decente en varios
días.
—Yo también, hazme algo de almorzar.
—¡Oye!
—No, mejor no. Lo hago yo. Tú no sabes cocinar.
—Sí sé.
—Solo ensaladas y no quiero ensaladas.
—¡No puedes cocinar en tu estado!
—Tú me ayudarás.
—¡Debes guardar reposo!
—Ya me entumí de solo estar echado.
—¡Te dispararon! ¡No puedes andar como si nada!
—Ya verás que sí.
Se quita de encima, y ambos nos ponemos de pie. Ruedo
los ojos cuando le veo sacudir las llaves en su mano. Ni me
había dado cuenta de cuándo las sacó de mis pantalones.
Camina como puede a la puerta y tras cerrarla se guarda las
llaves.
—Esta vez no podrás escaparte por la ventana. La arreglé
para que no haya forma de que pases.
—Está bien, no iré a ningún lado —Lo veo sonreír con
satisfacción—, pero ni creas que vas a tocarme.
—Oh, créeme que lo voy a hacer.
—Te meto el dedo en la herida si lo intentas —digo y
suelta otra de sus carcajadas.
—No importa; yo te meteré el dedo en otras partes —dice
con picardía, y hace que mis mejillas se tiñan de rojo.
—¡Sucio, pervertido!
—Sí, sí, soy eso y más. Ahora ven y ayúdame.
Lo ayudo a vestirse después de curar las heridas. No sé
qué tan buena idea es que se mueva tanto, pero él se niega
a mantenerse quieto. En silencio y de manera tranquila nos
hacemos de almorzar. Está demasiado pensativo y puedo
jurar que algo le preocupa.
Por primera vez desde que lo conozco, paso una tarde en
su compañía con tranquilidad. Él deja de molestar y se
mantiene en sus pensamientos. Yo me quedo sentada en el
sillón, cabeceando por el sueño. Durante todo el día, nos
mantenemos separados en la pequeña habitación, metidos
cada uno en su propio mundo.
Dentro de mí pienso en su amenaza, advertencia o aviso.
No sé qué sea eso de que va a hacer conmigo todo lo que
desea. Mentiría si digo que no me siento ansiosa por
descubrirlo. Sus simples palabras logran encender el fuego
en mi interior, pero esta vez estoy decidida a no ceder con
facilidad, y si es verdad que quiere tenerme… le va a costar.
—¿As?
—¿Qué quieres, pequeña idiota?
—¿Puedo tomar un baño?
—Sí.
—Pero no tengo ropa, ¿puedo ir a traer algo…? —Antes
de poder terminar de hablar, ya tengo una playera pegada a
mi cara.
—No vas a salir sola de aquí, y ahora no puedo
acompañarte así que usa esa playera.
—¡Pero necesito ropa interior!
—No la necesitas. Pensaba quitártela de todas formas.
—¡As!
—Ya deja de ser tan molesta.
—Si me voy a bañar no puedo ponerme la misma ropa
interior. — Una nueva prenda aterriza en mi cara, la tomo en
mis manos y veo que es un bóxer.
—Ponte ese.
—Me va a quedar grande.
—¿Por qué siempre te estás quejando? Solo báñate y
quédate desnuda. Yo no diré nada.
—Sí, tú… ya quisieras.
—De todas formas, te voy a tener desnuda debajo de mí,
así que deja de preocuparte por eso.
—¡Ya te dije que eso no va a pasar!
—Ya lo veremos.
Pongo los ojos en blanco ante su mirada llena de
arrogancia y cinismo. Me encamino al baño y me encierro en
él. Me desvisto y entro a la tina.
Amo bañarme de esta manera, ya que es la mejor forma
de relajarme. Echo mi cabeza hacia atrás y cierro los ojos.
La deliciosa agua tibia le cae de maravilla a mi piel y me
relaja a tal grado que pronto me quedo dormida. Pensando
que me encuentro bajo las calientitas sábanas de mi cama,
me remuevo, pero lo único que hago es tragar agua.
Despabilo enseguida, mientras comienzo a toser. Me doy
cuenta de que sigo en la bañera, y por mi piel, que se
encuentra tan arrugada como una pasa, sé que ha pasado
mucho tiempo.
—Hey, pequeña idiota, no te has ido por el caño, ¿o sí? —
Escucho la voz de As del otro lado de la puerta.
—¡Déjame en paz!
—Llevas ahí casi tres horas, ¿cuándo piensas salir?
—¿¡Tres horas!?
Con cuidado me pongo de pie, me envuelvo en la toalla y
salgo de la bañera. Me miro al espejo: estoy toda blanca y
mi cuerpo todo arrugado.
Seco mi cabello y después me pongo la playera y el
bóxer de As. Me veo graciosa, pero de eso a nada es mejor
esto. Como la playera es blanca y mis senos se traslucen,
muerdo mis labios al no querer salir así. No importa cuántas
veces me haya visto desnuda, sigue dándome vergüenza.
Suspiro y me siento en la taza del baño, recargo mi
mentón en las palmas de mis manos y me pongo a pensar
en una forma de hacer pagar a As por cada cosa que me ha
hecho, pero no hay nada con lo que yo pueda humillarlo.
Siempre que lo intento, termina riendo, y tampoco quiero
hacerlo enojar, o la única perdedora seré yo.
—¡Pequeña, quiero usar el baño! ¡Apúrate! —exclama, e
intenta abrir la puerta.
—Ah… ya voy. —Me pongo de pie y salgo apresurada,
tratando de esconderme a su vista, y solo ríe antes meterse
al baño.
Me pregunto cómo se las arreglará él solo ahí dentro.
Miro a todo mi alrededor mientras muerdo el interior de mis
labios debido a los nervios. Veo un periódico, lo tomo y me
siento en el sillón, envuelta en la sábana. Me pongo a leer,
aunque no hay nada interesante. No pasa mucho tiempo
cuando la puerta del baño se abre y la cabeza de As
aparece. Lo miro, y por su expresión fastidiada sé lo que
quiere. Lo disimulo, pero por dentro sonrío.
—¿Qué sucede? —inquiero.
—Necesito que vengas y me ayudes.
—¿A qué?
—No te hagas, sé que lo estás disfrutando, pequeña
idiota.
—¡Deja de acusarme sin fundamentos! —Intento no reír,
pero una suave risa se me escapa.
—Ya llegará mi momento de disfrutar, tenlo por seguro.
Vuelvo a reír y me pongo de pie para ir a donde él. Al
entrar al baño reprimo una carcajada. Tiene la ropa a medio
salir, debido a que no puede doblar bien el brazo ni la
pierna.
—Te ríes y juro que te haré tantas cosas, que no podrás
sentarte en varios días. —Abro la boca con impresión; no sé
qué clase de amenaza fue esa.
En silencio le ayudo a quitarse la ropa. También me
desnudo para entrar a la ducha. El ambiente se siente
tenso, muy tenso. Me esfuerzo por solo mirar las zonas
necesarias, no quiero ver ni tocar cosas que me hagan caer
en tentación.
—¿Por qué parece que estás sufriendo? —pregunta con
burla.
—¡Porque estoy sufriendo!
—Pues yo lo estoy disfrutando, aunque es una
oportunidad desperdiciada. Tendrás que compensarme.
—¿Ah?
Cuando está listo, le paso su toalla, me enredo yo en una,
tomo la ropa y salgo como si huyera. Necesito calmarme o
el corazón perforará mi pecho. Me apresuro a secarme y
cambiarme. Después tomo mi lugar en el sillón y hago como
que leo el periódico. Minutos después sale del baño. No lo
miro, pero siento cómo se mueve por el lugar. Trato de
concentrarme en algún párrafo del periódico, pero de la
nada este vuela de mis manos.
—¡Oye, estaba leyendo eso! —reclamo, levantando la
mirada.
Muerdo mis labios al verlo. Su cabello mojado se ve más
negro de lo habitual y se pega a su frente, a la vez que
pequeñas gotas de agua caen por su rostro. Sus labios se
ven rojo sangre; son como una invitación a pecar. Su pecho
está al descubierto y solo una toalla le cubre la parte de
abajo.
—Ayúdame. —Me toma de la mano y me obliga a
pararme para que vayamos hasta la cama.
—¿Ahora a qué te ayudo?
—A hacer las curaciones.
—Bien… —En silencio vuelvo a poner el medicamento y
las gasas en las heridas de As. Jadeo cuando uno de sus
dedos acaricia mi pezón por encima de la playera. Lo miro
con los ojos entornados y sonríe.
—No pude evitarlo —dice con inocencia—, y no… no lo
lamento.
—Déjame en paz. —Le doy un manotazo en la mano y él
solo ríe. Odio que, con ese pequeñísimo roce, todo mi
cuerpo haya despertado, y As lo sabe, por eso sonríe como
lo hace. Aun así, ni crea que se lo voy a poner fácil—. Ya
está. —Doy un pequeño aplauso—. Me pongo de pie y me
dirijo de nuevo al sillón, bajo la mirada de As. Me siento con
las piernas cruzadas y echo la cabeza hacia atrás con la
idea de contemplar el techo.
—Es hora de dormir. —Se acurruca entre las cobijas.
—Que descanses —digo, sin mirarlo. Unos segundos
pasan y ya lo tengo frente a mí—, ¿se te ofrece algo?
—Sí.
—¿Qué?
—Que vengas a mi cama.
—No, gracias —digo, pero sin previo aviso ni permiso
alguno, me toma en sus brazos.
—¡Vas a lastimarte!
—No importa, te quiero en mi cama —dice, y me avienta
a esta. Reboto y mi cabello se pega a mi cara. Lo quito para
mirarle con recelo.
—¡No quiero tener sexo contigo! —digo con decisión,
esperando que me tome en serio.
—Sé que sí quieres. —Se mete a la cama—. Pero no te
preocupes, solo vamos a dormir.
—¿Cómo sé que es verdad?
—Me duele la pierna y no puedo moverme mucho. Así
que no puedo hacértelo tan salvaje como deseo. —Arrugo la
nariz ante sus palabras y me sonríe de lado—. Solo
acuéstate.
—¿Por qué quieres que duerma aquí? Puedo hacerlo en el
sillón.
—¡Que no! —Toma de mi mano y me hala hasta caer a un
lado de él.
Pega mi espalda a su pecho y enreda sus piernas con las
mías para inmovilizarme. Uno de sus brazos se enrolla en mi
cintura manteniéndome de manera firme cerca de él, y el
otro se escabulle dentro de mi playera apretando uno de
mis pechos.
—Buenas noches, pequeña idiota —dice a mi oído antes
de morderme el lóbulo.
—B-buenas noches —digo, y muerdo mis labios cuando
comienza a jugar con mi pezón. Pongo una de mis manos
sobre la de él y la dejo ahí hasta que me duermo.
 

Camino de un lado a otro y después salto a la cama.


Estoy algo preocupada; As se fue antes de que despertara y
no tengo idea de dónde pueda estar.
A pesar de que en esta última semana sus heridas han
mejorado bastante, no me gusta que abuse y camine
mucho. Cree estar listo para comenzar la acción, y por más
que trato de mantenerlo quieto me resulta imposible.
A pesar de que es evidente que le sigue doliendo, se
hace el fuerte y actúa como si ya estuviera perfecto. No sé
con quién pretende quedar bien haciéndose el fuerte.
—No entiende… es tan pretencioso.
Suspiro.
Aunque no me dejó encerrada, he decidido no irme hasta
que regrese, pero no pretendo quedarme una noche más.
Aún me siento resentida por la manera en que me dejó, y
aunque estoy feliz de que esté de vuelta y no pueda evitar
preocuparme por él, no lo dejaré pasar tan fácil. Tiene que
pagar de una u otra forma.
¿Qué puedo hacer para hacerle sufrir?
Me abrazo a una almohada y cierro los ojos. Me siento
muy agotada, así que intento dormir un poco, pero mi
cometido es interrumpido cuando tocan a la puerta. Sé que
no es As, pues él no tocaría. Con cuidado me pongo de pie y
me asomo por la mirilla. Mis ojos se abren con sorpresa al
ver a América. Se mueve de manera incómoda y muerde
sus labios, dejando ver lo nerviosa que se encuentra.
No sé si sea buena idea que me encuentre aquí, pero
mientras discuto con mi mente, mis manos ya abrieron la
puerta.
—Dom… —Se queda callada al verme. Muy al contrario
de lo que pensé no se enoja al verme, sino que se me echa
encima para abrazarme. Su acto inesperado me deja muy
desconcertada—. ¡Aisa!
—América… ¿Qué haces aquí?
—¡Estaba preocupada por ti! Quería saber si Dominik no
tenía noticias tuyas. Tu tío dijo que habías ido a donde
Gretel, pero sentí que mentía. ¿Dónde estabas? ¿Por qué
estás aquí?
—Larga historia.
—¿Está Dominik?
—No, pasa. —América entra, y tras cerrar la puerta nos
sentamos en la cama una frente a la otra.
—¿Dónde estuviste todo este tiempo? ¡Estábamos muy
preocupados!
—Lo lamento, necesitaba estar sola.
—¡No vuelvas a hacer algo así! Estábamos comenzando a
creer lo peor.
—Prometo no volver a desaparecer sin avisarles.
—Lo mejor es que no vuelvas a desaparecer.
—Lo intentaré.
—¿Querías estar sola por lo que pasó con Dominik?
—Ah, bueno… algo así.
—Me asusté un poco ese día, nunca lo había visto
enojado y no supe qué hacer. No quería dejarte sola, pero tú
parecías estar bien. La verdad es que me confundí mucho.
Después Dominik fue a buscarte, así que me preocupé
todavía más.
—Discutimos, pero no pasó nada. Lamento haberte
puesto en esa situación.
—Fui yo la que provocó los problemas. No debí dormir
aquí.
—Y yo no debí reaccionar de la manera en que lo hice, es
solo que me tomaste por sorpresa.
—Me sentí como si me hubiera robado al esposo de
alguien —dice, y ambas soltamos una risa boba.
—Supongo que exageré, ambos son libres de estar con
quien deseen.
—No soy yo con quien Dominik desea estar; me lo dejó
muy claro. —Hace una sonrisa débil que muestra tristeza y
resignación—. La verdad es que… Dominik y yo no hemos
estado juntos. Te mentí. Él me rechazó; sin embargo, a ti te
dijo que sí había pasado algo y yo le seguí el juego.
—Pero… te quedaste a dormir con él.
—Sí; lo seguí y estuve fastidiándolo. Le dije que no iba a
irme hasta que me aceptara y él solo dijo que hiciera lo que
quisiera. Como se hizo tarde le mandé un mensaje a mamá
diciéndole que estaba con Amanda, y me quedé. Pero no
pasó nada entre nosotros… dormí en el sillón. —De pronto
me siento mal por ella. Si tan solo no se hubiera fijado en
As.
—¿Por qué me dices todo esto?
—Porque no quiero perderte. Eres mi hermana, y he
estado actuando como tonta al alejarme de ti por culpa de
un chico. No volveré a insistirle, pero contigo sí, porque
quiero recuperar tu amistad.
—Nunca la perdiste. —Sonrío—. América… ¿puedo
quedarme en tu casa unos días? Tengo algunos problemas
con Marc y no quiero volver con él.
—Sí, está bien. ¡A mis padres les dará mucho gusto
tenerte de vuelta!
—¡Perfecto, gracias!
—Bueno, pero antes… quiero preguntarte algo y espero
que seas honesta conmigo.
—¿Qué es?
—¿Por qué reaccionaste de esa manera al verme con
Dominik? Parecía como si él hubiera cometido un acto
imperdonable a tus ojos.
—Bueno, la verdad es que le pedí que se alejara de ti y
Amanda, así que, al verlos juntos, me enojé mucho.
—¿Por qué le pediste algo así? ¿Estabas celosa?
—¡No! No es eso. Yo sabía que él no buscaba nada serio,
así que temía que resultaras herida.
—¿En verdad es eso?
—Sí, y me alegra que hayas decidido no ir más tras él. Es
lo mejor para ti. —América analiza mis palabras y desvía la
mirada mostrando preocupación.
—He estado pensando y la verdad es que ahora creo que
Dominik parece un poco… peligroso.
—Bueno… —¿Cómo negar una verdad como esa?—. Es
algo temperamental…
—¿Alguna vez te ha hecho daño?
—¡No! —Es imposible decirle la verdad—. Es un idiota,
pero no me ha hecho daño.
El daño me lo hago yo.
—¿Qué es lo que hay entre ustedes dos?
—No hay nada...
—Pero… no me vas a negar que él te gusta, ¿verdad?
—América…
—Vamos, dímelo, así será más fácil para mí.
—Sí, sí me gusta, aunque no tenemos nada.
—¿Y el hecho de que uses su playera y su ropa interior no
significa nada…?
—¿Eh? Ah, bueno… es que no tenía más ropa que
ponerme.
—Claro…
—¡Es verdad!
—Está bien, te creo. Entonces… ¿vas a dejar a Zac?
—N-no lo sé. Ya te dije que entre Dominik y yo no pasa
nada.
—En realidad, pasan más cosas de las que puedes
aceptar. Es tan obvio. —Agacho la mirada y ella toma mi
mano. —Te pido que hables con Zac, porque esto no es justo
para él. Estés o no con Dominik, es a él a quien quieres, y
no puedes seguir alimentando en Zac un amor que no
correspondes.
—Tienes razón… hablaré con él.
—Lamento mucho el haberte forzado a estar con mi
primo. Creí que eso te haría bien, pero me equivoqué.
—Tú no me forzaste a nada, América. Yo tomé mi
decisión, también creí que me haría bien estar con Zac y
creo que así fue. Pero…
—Pero no lo amas.
—No, pero lo intenté, créeme.
—Supongo que los sentimientos no se pueden forzar,
¿qué se le va a hacer? —Sonríe, y siento como si hubiera
sido liberada de una pesada carga. Hasta respirar se ha
vuelto más sencillo.
—¡Me vestiré para que podamos irnos!
—Bien.
Me apresuro a cambiarme, y cuando salgo del baño me
encuentro con As recargado en el marco de la puerta. Tiene
una sonrisa ladina que me deja saber que hoy no me iré.
—¿A dónde con tanta prisa, pequeña idiota?
—A dar una vuelta con América —digo con inocencia.
América asiente colocándose a mi lado, entonces noto que
sobre la cama están algunas mochilas y mi katana—. ¿Fuiste
con Marc?
—Sí, fui a traerte tus cosas. —Parpadeo un par de veces.
No sé si enojarme, asustarme o emocionarme.
—Gracias, pero me voy a ir con América.
—¿Y quién te dio autorización?
—No la necesito. Puedo hacer lo que se me venga en
gana —digo, esperando alguna replica de su parte, pero
solo hace una mueca de dolor—. ¿Te duelen las heridas?
—Sí…
—¡Te dije que necesitas guardar reposo!
—¡Sabes que no puedo estar quieto!
—¿Quieres que se te caiga la pierna?
—¿Cuándo dejarás de ser tan exagerada?
—¡Como sea! Siéntate para revisarte.
Se sienta sobre la cama y se quita su playera para que la
herida quede al descubierto. Acerco las cosas necesarias
para la limpieza y me dispongo a hacer lo mío. América se
mantiene a distancia y observa cómo As y yo actuamos
como si nada.
—¿Qué fue lo que sucedió? —pregunta al ver las heridas.
—Tuve un pequeño accidente —responde él con una
sonrisa fingida.
—Han cerrado bien. Creo que ya se pueden remover los
puntos.
—Perfecto, hazlo.
—Pero deja de andar por aquí y por allá o volverán a
abrirse.
—Aisa, ya me voy. Les dije a mis padres que no me
tardaría. Les informaré que al rato llegas.
—¡No! Me quiero ir contigo, espera un poco.
—América, puedes irte ya —dice As—. No les digas nada
a tus papás, porque esta pequeña no se va de aquí.
—¡As! —Tenemos que hablar de cosas importantes —
dice, y me mira con la advertencia de que no siga
insistiendo. Entonces me resigno.
«¿No es lo que haces siempre?».
América se marcha y yo comienzo a retirar los puntos.
Me mantengo en silencio mientras él enreda sus dedos en
mi cabello y hace pequeños rulos.
Le miro de reojo y me sonrojo al ver que está atento a mí,
con una expresión tan apacible que resulta creer que es un
sádico y loco asesino. Termino con la herida del brazo y
continúo con su pierna.
Cuando termino me retiro un poco, pero me quedo quieta
una vez que su mano acaricia mi mejilla. Después me toma
de la barbilla y levanta mi rostro. Nuestras miradas se
conectan y mi corazón enloquece cuando acorta lentamente
la distancia entre nosotros. Su rostro se acerca tanto, que
siento su respiración chocar en mi boca. Sus ojos están fijos
en mis labios. Por inercia paso mi lengua sobre ellos, y antes
de que pueda desvanecer por completo la distancia me
alejo.
—No puedes besarme —digo con una sonrisa burlona y
alza la ceja.
—¿Vas a perder tu oportunidad de ser besada por mí? —
pregunta con toda esa arrogancia típica de él.
—Uhm… sí. —Me pongo de pie y me alejo, le escucho
soltar una carcajada.
—Vas a caer, pequeña —dice con total seguridad—. Verás
cómo caes ante mí.
—Si quieres que así sea vas a tener que esforzarte
mucho… guapo. — Le giño un ojo a la vez que le mando un
beso. Entonces ríe una vez más.
—Acabas de retarme. Espero no te arrepientas, pequeña
idiota, porque te aseguro que no voy a perder. —Su voz y su
mirada hacen que un fuego abrasador recorra mi cuerpo de
pies a cabeza. Esto será interesante.
38
Juegos de seducción

Aisa

Cuando le dije a As que tendría que esforzarse más si


quería tenerme, lo dije jugando. No pensé que lo tomaría
como un reto, pero lo hizo, por eso ahora me encuentro
emocionada y expectante ante las cosas que hará. Por mi
parte también he decidido jugar un poco con él. Lo voy a
hacer sufrir al maldito para que deje de burlarse de mí.
Una vez me dijo que me haría desearlo solo a él, y por
desgracia esa parte sí se cumplió, pero ahora seré yo quien
haga que a la única que desee tocar y besar sea a mí, a mí
y a nadie más.
«¿Y qué pasó con Zac y serle fiel?».
«¿Quién?».
Salgo del baño después de cambiarme y arreglarme, y
encuentro a As limpiando su cuchillo, muy tranquilo el niño
sentando sobre la cama, con su pierna estirada y
descansándola sobre el cojín. Camino hasta él, y cuando
nota mi presencia alza la mirada.
—As, voy a salir. —Voy hacia la puerta.
—¿A dónde?
—No te interesa.
—¡Hey!
—No te preocupes, no me voy a escapar. Al rato vengo.
—Antes de que diga otra cosa, salgo con premura.
Me dirijo al departamento y por suerte lo encuentro
vacío, quien sabe donde andará Marc. Entro a su habitación
y husmeo en todas partes hasta que encuentro el lugar
donde guarda el dinero, él no quiere que use el de mis
padres, así que ahora tendrá que aguantarse.
—No es un robo, es un préstamo —me digo a mí misma
antes de tomar todo el dinero y guardarlo. Después de eso,
me dirijo a casa de Zac.
—¡Aisa, volviste! —exclama alegremente después de
abrir la puerta. Me abraza de manera efusiva e intenta
besarme, pero giro el rostro antes de que lo haga—. ¿Qué
sucede?
—Zac, tengo que hablar contigo. —Mi tono de voz no le
agrada y su ceño se frunce.
—¿Sobre qué?
—Sobre nosotros. —Haré caso a lo que Amanda y
América dijeron. Si no puedo entregarme por completo a
Zac, entonces lo mejor será que terminemos la relación. Él
merece alguien mejor que yo, alguien que lo quiera de
verdad.
—Sabes… estaba por salir —dice, y alzo la ceja, es obvio
que miente.
—Zac…
—¡Me dio mucho gusto verte! —dice de manera
atropellada, para después darme un beso en la frente—. Te
llamaré para invitarte a salir. Hoy no puedo atenderte como
deseo, lo siento mucho.
—¡Zac! —Y así sin más cierra la puerta en mi cara.
Sin más remedio me dirijo al centro comercial, donde
entro a una tienda de lencería. Elijo la más sexy que
encuentro y la compro. Estoy decidida a torturar a mi
asesino favorito.
Después de recorrer el lugar comprando otras cosas que
necesito, me siento cerca de una fuente a descansar un
rato. Tomo mi tiempo para meditar en lo que estoy a punto
de hacer. Prácticamente me estoy arrojando otra vez a los
brazos de As. Se siente bien no haber caído todavía en sus
malévolos encantos. No quiero que piense que me tiene
bajo control y que puede hacer conmigo lo que se le dé la
gana; pero tampoco puedo desprenderme de esta irracional
necesidad de estar con él y dejarme llevar por su perversa
oscuridad.
—Piensa bien lo que vas a hacer, pequeña idiota —me
digo mientras juego con las bolsas.
¿De verdad vale la pena el riesgo?
Estoy por terminar la relación con un chico que es bueno
y que me ama, solo por un poco de diversión y placer que
durará unos momentos. No es más que una ilusión, un
espejismo, porque As no me ofrece nada duradero. ¿Por qué
no puedo ser feliz al lado de quien me ama? ¿Por qué me
siento viva solo al borde de la muerte? Ni siquiera estoy del
todo segura de lo que busco de ese estúpido chico.
Cada vez que voy tras él es como cometer un acto
suicida. Tal vez mi historia con él es solo eso, un lento
suicidio. ¿Qué es lo único que puedo esperar de alguien
como As?
«¿Ser sometida a sus extrañas manías?».
Sí, el dolor se siente tan merecido que llega a convertiste
en un goce diabólico.
«¿Ser cómplice de sus locuras?».

No hay locura más grande y cruel


que obligarme a desprenderme de él.
Siempre que encuentro una razón para alejarme de As,
busco otra para mantenerme a su lado. Así que por esta vez
no buscaré nada. Solo lo haré porque es algo que quiero
hacer. Estoy segura de que me voy a arrepentir más
adelante, y lo más seguro es que termine llorando, pero no
pensaré en el futuro y solo me concentraré en lo que puedo
hacer y disfrutar en el ahora.
—¡Hey, pequeña! —Grito de sorpresa ante la repentina
voz de As. Con el corazón en la mano me pongo de pie.
—¡As, me has asustado! —reclamo mientras intento
calmar mi pobre corazón.
—Sí, lo noté.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Vine a comprar despensa, que ya no hay nada, y a mí
me gusta tener comidas bien preparadas, así que voy a
aprovechar mis cualidades culinarias para darle placer a mi
paladar.
—¿Cuándo vas a entender que tienes que guardar
reposo?
—Guardar reposo es aburrido.
—¿Acaso ya no te duelen las heridas?
—Sí, mucho, pero puedo soportarlo.
—Haz lo que quieras… —Me rindo.
—¿Qué compraste? —Comienza a hurgar en mis bolsas y
se las quito antes de que pueda ver.
—¡Son cosas mías! ¡No veas!
—Bah, como sea, no me importa.
—¿Quieres que te acompañe?
—No lo sé, como desees —Comienzo a caminar. Sin
pensarlo voy tras él. Entramos al supermercado y me voy en
busca del carrito.
Sigo a As por los pasillos y él comienza a llenarlo con
diferentes productos, de entre ellos ingredientes para hacer
postres. Me los saboreo solo de imaginarlos. Suerte tengo
de que mi asesino haya resultado también ser chef. Sonrío
como boba al ir al lado de As, en un menester tan cotidiano.
Se siente bien estar con él sin tener miedo a que me
vaya a hacer algo estúpido en cualquier momento. Siento
que a los ojos de los demás somos una joven pareja de
recién casados. Tal pensamiento hace que mis mejillas se
calienten. ¿Por qué tengo que fantasear cosas tan
estúpidas?
—Haré un experimento —dice, y llama mi atención;  veo
que agarra chocolate líquido y crema chantillí.
—¿Harás un pastel?
—Sí, algo así —dice con una sonrisa traviesa, y después
me giña un ojo y me hace sonrojar.
Odio eso; no importa cuánto tiempo pase con As y lo
mucho que esté acostumbrada a su forma de ser, siempre
logra hacerme sonrojar. Desearía yo también causar en él lo
mismo, que mi simple cercanía lo ponga nervioso, pero,
claro, no pasará.
—Espérame aquí —dice, antes de dirigirse a la sección de
farmacia. Me imagino que comprará medicamento para sus
heridas o algo por el estilo. Me quedo jugando con el carrito
hasta que choco con otro. Me giro apenada para
disculparme y me encuentro con un chico de sonrisa tímida.
—Lo siento... —Dejo ir una risa nerviosa.
—No te preocupes —sonríe y continúa su camino sin
dejar de mirarme. Entonces es él quien choca y ambos
reímos divertidos. Cuando se pierde de mi vista, me doy la
vuelta y me encuentro con As, que tiene una ceja alzada y
una mueca burlona.
—¿Qué?
—¿No te conformas con engañar a tu novio conmigo?
—¡Oye! No estoy engañando a Zac con nadie. —Aún.
—Te vi coqueteando.
—¡No lo hacía!
—Si vas a coquetear al menos hazlo bien.
—¡No estaba coqueteando!
As toma el carrito y le sigo. Tiene una sonrisa extraña en
su cara. Muerdo mis labios del coraje. ¿Es que este chico
siempre tiene que demostrarme que en verdad no le
intereso de ninguna forma? No es que buscara ponerlo
celoso, pero su reacción no es lo que esperaba.
Después de pagar en la caja, tomamos todas las bolsas
como podemos y salimos. As pide un taxi, ya que son
demasiadas cosas. Entramos y le indica al chofer por dónde
ir. No nos lleva hasta la casa, supongo que por seguridad.
Pero sí nos deja unas cuadras cerca. Eso es mejor que
caminar desde el centro. Cuando llegamos dejamos las
cosas sobre la mesa, yo me aviento a la cama y cierro los
ojos para relajar mi cuerpo, pero cuando me doy cuenta, ya
tengo un peso encima. Abro los ojos y allí está As, encima
de mí.
—¿Qué haces arriba de mí?
—¿Estás lista?
—¿Para qué?
—Para comenzar tu entrenamiento.
—Tú no estás listo.
—Sí lo estoy.
—¿Por qué quieres comenzar con esto ahora?
—No será justo hoy. A partir de la próxima semana
comenzaremos. También debemos descubrir dónde tiene
Marc a Gretel e ir por ella. El día para atrapar al asesino está
cada vez más cerca y no debemos perder tiempo.
—Sigo insistiendo: si crees saber quién es, ¿por qué no
solo vas y lo matas?
—Primero debo asegurarme de que Gretel esté bien.
También debes tener la fuerza suficiente para defenderte. Si
me mata, tendrás que acabar con él.
—¡No va a matarte!
—No voy a salir vivo de esta —dice con tanta seriedad,
que me dan escalofríos.
—¿Qué quieres decir? —Sonríe de lado antes de posar
ambas manos sobre mis senos. Lo miro con la ceja alzada.
—No tienes idea de cuánto deseo poseerte —susurra, y
me estremezco al instante.
—Si es así, tendrás que demostrarlo. —Finjo indiferencia.
—Ya verás lo que te tengo preparado. Solo espero que tú
no me desilusiones. —Quito sus manos de mis pechos y me
inclino, obligándolo a salir de encima de mí, pero me atrae
hacia él y entierra su rostro en mi cuello—. Voy a darte la
mejor noche de tu vida —susurra con voz sensual. Siento
ganas de echarme sobre él y besarlo hasta cansarme, pero
una vez más actúo como si nada.
—Espero no sean palabras vacías. —Sonrío de lado y me
pongo de pie—. ¡Tengo hambre! ¡Haz de comer!
—¡Hey! No me des órdenes.
—Está bien, As… asesino de mi corazón, ¿puedes hacer
de comer por favor? —Suelta una fuerte carajada y niega
con la cabeza mientras se pone a sacar las cosas de las
bolsas—. As, debes admitir que, sin mí, tu vida no sería tan
divertida.
—Sí, lo admito. Desde que mi familia murió no había
tenido tanta diversión como la que tengo desde que te
conozco.
—As…
—No hagas ninguna pregunta que me haga enojar.
—Ugh. —Quería preguntarle sobre su familia. ¿Cómo
sabe lo que estoy pensando?
—Acomoda las cosas mientras preparo la comida.
—Sí.
Después de guardar las cosas del mandado me voy a
guardar mi ropa; no quiero que As la vea antes de tiempo.
Solo de pensar en lo que estoy por hacer, mis mejillas se
ponen rojas, pero no me voy a echar para atrás.
Me siento en la mesa mientras lo observo moverse de un
lado a otro en la parte de la cocina. Noto que cojea un poco.
Niego para mis adentros: es tan obvio que le duele mucho,
pero prefiere hacerse el macho.
—¿Has pensado en ser chef? —pregunto al ver lo
profesional que se ve cocinando.
—No, pero sí me gusta mucho cocinar.
—¿A qué edad aprendiste a hacerlo?
—Mi madre me enseñó desde que era pequeño, unos
siete u ocho años.
—Con razón lo haces tan bien. Ya tienes experiencia.
—Por supuesto.
—Antes de que decidieras volverte asesino… ¿Qué
hacías?
—Tener una vida normal: ir al instituto, salir con chicas, ir
de fiesta con amigos, pelear con mis hermanos y esas
cosas.
—¿Cuántos hermanos tenías?
—Tres. Gretel es la más pequeña. Tenía un hermano de
trece y otra hermana un año menor que yo.
—Así que eras el mayor.
—Sí.
—¿Tenías novia?
—Sí. —Fingiré que eso no dolió.
—¿Cómo se llama?
—Clara, y se llamaba porque la maté. —Nuevamente
fingiré que eso no me dio alegría.
—¿Por qué la mataste?
—Porque hacia muchas preguntas… como tú.
—Oh.
—¿Por qué tan de repente te interesas tanto en mi vida?
—Siempre me ha interesado. No sé nada de ti.
—Sabes lo necesario.
—Sí, pero… voy a cuidar de Gretel, así que necesito saber
de tu vida.
—No necesitas saber nada, y ya deja de hacer preguntas,
que comienzo a ponerme de mal humor.
—Está bien, tranquilízate. —Muevo mis pies como una
niña pequeña sin saber que más hacer. Tengo tantas
preguntas que deseo hacerle; pero por ahora debo irme con
cuidado, no solo porque no quiero hacerlo enojar, sino
porque no estoy muy segura de querer saber todo su
expediente criminal. Suficiente tengo de ser su cómplice
ahora. No quiero saber cuántos asesinatos ha cometido.
—¿Necesitas que te ayude con algo?
—No.
—Bueno, entonces iré a darme un baño.
—Como quieras.
Salto de la mesa. Aprovecho que As está entretenido
para escoger el conjunto que usaré esta noche. Una vez
elegido, entro al cuarto de baño con la intención de
relajarme un buen rato en la tina. Un baño de burbujas no
estaría nada mal.
Pongo el seguro a la puerta, me desvisto por completo y
después me meto al agua caliente. Sonrío y cierro los ojos,
tratando de relajarme, mientras tarareo una que otra
canción.

As

La pequeña desaparece en el baño y me recargo en la


encimera mientras suelto un suspiro. La pierna duele de los
mil demonios. Voy en busca de algún analgésico, y tras
tomarlo, cierro los ojos y espero a que pase un poco el dolor.
Minutos después me siento un poco más tranquilo, pero la
voz de la pequeña llega a mis oídos; canta cosas raras
desde el cuarto de baño.
Sonrío y luego me reprendo. ¿Qué demonios es lo que me
pasa? Nunca he sido una persona muy abierta con los
demás. Solo lo era con mi familia, pero nunca lo fui con mis
amigos ni con las chicas que salía. Nunca me ha gustado
que se metan en mi vida y doy largas a las preguntas
personales que me hacen, pero con esta pequeña a veces
olvido quién soy y respondo sin pensar. Creo que es la
persona que más vulnerable me ha visto, y no entiendo
cómo es que he cifrado mi confianza en ella o, lo que es
más, no entiendo cómo ella sigue a mi lado.
«La pequeña te gusta. Sigue así y será tu perdición».
¿No lo es ya? Será ella quien tome todo de mí.
«Tal vez ella no desea tomar eso que quieres entregarle».
Tendrá que hacerlo. No cambiaré mis metas y ambiciones
por ella… ni por nadie.
Pero sí he cambiado mucho. Incluso tengo más paciencia.
Bajo otras circunstancias hubiera matado a América cuando
irrumpió en mi casa; sin embargo, me detengo porque es la
amiga de la pequeña. No tendría que importarme, pero lo
hace.
Odio que sea así. Odio tener esta soga al cuello de la cual
la pequeña tira a su antojo y me impide hacer lo que deseo.
Odio el hecho de querer tocarla todo el día, de querer
besarla y estar a su lado. Y lo que es mucho peor, he
comenzado a desarrollar el deseo de arrastrarla conmigo,
deseoso de que vea lo que yo veo y ame lo que yo amo.
No puedo negar que me gusta.
Toda en ella me encanta; su cuerpo me vuelve loco. A
pesar de que he visto mujeres desnudas, el cuerpo de ella
me envuelve en la lujuria, de una manera como nunca he
sentido. Sus expresiones, sus miradas, su inocencia, todo en
ella me hace querer entrar a lo más profundo de su alma y
contaminar su pureza con mi maldad.
Quiero destruirla, y al mismo tiempo quisiera encerrarla
en una esfera de cristal lejos de todo lo demás. Es ella quien
ha invadido mi sistema. Se ha apoderado de mí… y eso lo
odio. Tal vez el hecho de que siga a mi lado sin importar las
cosas que le haga hacen que confíe en ella, hasta de una
manera ciega. Nunca había conocido a alguien tan
masoquista como ella. Cada vez que la lastimo creo que no
volverá, pero lo hace y eso me hace pensar que en realidad
está más loca que yo. Y esa loca no se da cuenta de que me
tiene en sus manos y puede terminar conmigo en el
momento que desee. No se da cuenta de lo dispuesto que
estoy a dejarme destruir por ella. Que mi único deseo es ser
arrancado de esta vida por sus propias manos.
Ensancho mi sonrisa cuando vacío un pequeño elixir en la
bebida de la pequeña. No es droga, pero sí estimulará en
gran manera su apetito sexual. No puedo evitarlo y suelto
una carcajada llena de malicia. No necesito darle nada para
despertar su deseo. Con mis caricias tengo, pero ese es el
punto: quiero ver que me ruegue sin la necesidad de
tocarla. Solo de imaginarlo no puedo evitar sonreír. Será
muy divertido.
Sirvo la comida y acomodo los platos en la mesa, coloco
su bebida a un lado de su plato y me siento a esperar. Miro
hacia la puerta del baño cuando esta se abre. La pequeña
aparece metida en un conjunto deportivo, y lleva su cabello
en un chongo alto. Enarco una ceja y me mira algo tímida.
Sonríe y muerde su labio; sé que algo trama, pero no estoy
seguro de qué. De pronto el sonido de su celular llama
nuestra atención, ella corre a atender, al parecer es solo un
mensaje.
—¿Quién molesta?
—Es Amanda…
—Oh, ¿en serio? ¿Qué es lo que quiere ahora?
—Irán a visitar a Zac.
—Es una lástima que no puedas ir. —Se queda pensativa
por un segundo, pero al final deja el aparato sobre la cama
—. A comer.
—¡Sí! —Se sienta a la mesa y se saborea la comida—. ¡Se
ve delicioso!
—Pues claro. Lo preparé yo y no solo se ve, también lo
está.
—Pero qué modesto.
—No tengo por qué ser modesto. Soy genial en todo, y el
mundo puede morise de envidia.
—Sí, claro, eres el mejor —dice con evidente sarcasmo—.
Ahora a comer, que muero de hambre.
—¿No tienes calor?
—Un poco.
—¿Entonces por qué usas esa ropa?
—Es cómoda.
—Eres tan rara.
Comemos en silencio. De reojo miro a la pequeña comer.
Sonríe y pica un poco de toda la comida de su plato y se
llena la boca. Río al ver que parece que lleva años sin
comer.
—¡Delicioso! —exclama, tomando otro bocado—. Mañana
iré a ver a Marc.
—¿Para qué?
—Tengo que averiguar dónde está Gretel.
—Yo lo haré.
—Si puedo ayudar, déjame hacerlo.
—Si vas con Marc ya no te dejará ir.
—¡Tendrá que hacerlo!
—Ya dije que iré yo.
—Pero tú estás herido.
—Ya estoy mejor.
—Bueno, como quieras —dice, para después darle un
buen trago a su bebida—, ¡qué bueno está esto!
—Ya lo dijiste muchas veces.
—Oye… ¿Cómo conociste a Marc?
—¿Comenzarás con las preguntas?
—Solo es una, y en verdad quiero saber.
—Lo conocí hace como seis años. Era asistente de mi
padre. Él confiaba en Marc, e incluso le dio un puesto más
importante en la empresa. También se ganó un lugar en la
familia. Mi hermana Lidia estaba enamorada de él… hasta a
mí me caía bien —digo con una mueca—, pero es la prueba
de que nunca debes confiar en un desconocido.
—Pero… tú confías en mí ¿no?
—No eres una desconocida; te conozco demasiado bien
—digo con una sonrisa pícara y se sonroja.
—¿Entonces sí confías en mí?
—Dijiste que solo harías una pregunta y ya la hiciste, así
que guarda silencio y termina de comer.
—De veras que estás peor que mi padre —dice, y vuelve
a beber. Sigue comiendo y después suelta un alarido—.
¡Mielda… me moldi! —se queja, y solo río, negando con la
cabeza.
Después de terminar de comer, la pequeña levanta la
mesa y lava los trastes, mientras yo me siento en el sillón a
esperar a que la sustancia en sus venas haga efecto.
Termina con lo que hace y se avienta a la cama, donde se
sienta con las rodillas cruzadas y la mirada puesta en el
vacío.
—Dijiste que harías postre, ¿no lo harás? —pregunta,
moviendo sus manos de forma imperativa.
—Tú eres el postre —digo con una sonrisa, y me mira sin
entender.
—¿Por qué de pronto hace tanto calor? —Y comienza a
abanicarse con las manos.
—Estás demasiado abrigada. Quítate esa ropa.
—No puedo.
—¿Por qué no?
—No tengo más que ponerme.
—Traje tu ropa.
—Bueno sí, pero no quiero quitármela.
—Entonces muérete de calor, pero deja de quejarte.
Es mi turno de darme un baño. Se queda en la cama con
la cara roja y entro al cuarto de baño, donde me tomo mi
tiempo en desvestirme y bañarme. Quiero ver qué tan
fuerte es la voluntad de esa pequeña. Si después de eso no
ruega por mis caricias, tendré que aplaudirle y reconocer su
gran orgullo, pero será muy divertido ver cómo se aguanta
las ganas de que la toque.
Me tomo más de media hora en bañarme y cuando salgo
lo hago con solo una toalla en mi cintura como siempre.
Meto los dedos entre mi cabello mojado y lo sacudo. Al salir
encuentro a la pequeña sin la sudadera de su conjunto.
Relamo mis labios cuando veo la bata con listones de satín
negro que usa: deja traslucir sus senos y su sostén de
encaje negro con fucsia. La parte inferior de su vientre se
alcanza a ver al igual que algunas de las cicatrices. Aprieto
los puños y contengo las ganas de tirarme sobre ella para
agregar a la colección más de esas marcas.
Levanto la mirada de su escote a su cara, en la que hay
una ligera capa de sudor en su frente, y sus labios están
rojos e hinchados de tanto que los muerde y los chupa.
—¿Pasa algo, pequeña? —pregunto, caminando hacia
ella. Me contempla de pies a cabeza y se detiene en mis
abdominales.
—N-no.
—Te ves algo… agitada.
—¡Me estoy muriendo de calor! —dice, alejándose de mí
—. Y-yo necesito… n-necesito… —Traga saliva al ver que me
sigo acercando a ella.
Cierra los ojos cuando su espalda choca con la pared. Los
abre, y al mirarme suelta un leve gemido. Llego a ella,
coloco mis brazos a los costados de su rostro y me inclino
hasta casi pegar nuestras frentes.
—¿Qué necesitas, pequeña? —Mezclamos nuestros
alientos. Su cuerpo comienza a temblar.
—Salir…
—¿Eh?
—¡Necesito salir, correr o jugar a algo! Tal vez sea este
un buen momento para entrenar.
—¿Ahora?
—¡Sí! —Corre hacia donde está la katana y la toma. Me
hace una seña para que vaya por ella, reprimo una sonrisa y
decido seguirle el juego.
Retiro la toalla para quedarme solo en bóxer. Tomo mi
cuchillo y me dejo ir con todo contra ella. Retrocede al
instante. No sujeta con firmeza la katana debido a que no
está concentrada. No hace más que retroceder y huir. Su
respiración se acelera y comienza a jadear. Es divertido
verle así, más sabiendo que no resistirá por mucho tiempo.
—Si sigues huyendo de esa manera, no lograrás nada.
—¡Cállate!
—¿Por qué te enojas conmigo? Eres tú la cobarde.
—No quiero tenerte cerca.
—¿Qué? —Me hago el sorprendido—. ¿Por qué?
—Me siento… me siento muy…
—¿Muy qué? —Logro alcanzarla y la acorralo contra la
alacena. Nuestras pesadas respiraciones se mezclan y
nuestras miradas se conectan. Tengo que hacer un gran
esfuerzo por no tomarla en este instante.
—¿P-puedes hacerte para allá…? Me robas el oxígeno. —
Suelto una ligera carcajada, rozo mis brazos con los de ella
y vuelve a gemir.
—¿En serio te sientes bien?
—Sí… solo tengo mucho calor.
—Quítate ese pants.
—Me da vergüenza.
—¿Por qué?
—Contigo.
—¿Desde cuándo sientes vergüenza conmigo?
—¡Siempre la he sentido!
—Solo hazlo, no te voy a hacer nada.
La pequeña muerde sus labios. Está algo indecisa, pero el
calor que siente la obliga a ceder. Comienza a deslizar el
pants fuera de su cuerpo, se sonroja al ver que le miro con
total descaro, pero ¿cómo no hacerlo?
—¿Qué demonios es eso? —pregunto, refiriéndome a su
ropa. Ahora que se ha sacado su conjunto deportivo puedo
apreciar por completo el baby doll que lleva puesto: las
medias, el liguero y una pequeña tanga.
—No sé de qué hablas. —Se hace la inocente la
condenada niña. Echa su peso sobre el mueble y alza el
cuello, echándose aire con las manos—. ¡Siento que me
quemo! —se queja entre gemidos. Noto sus pezones erectos
a través de la delgada tela de encaje. Se me hace agua la
boca solo de verla. Ahora soy yo el que comienza a sentir
calor, y uno infernal.  
—¿Por qué llevas esa ropa?
—La compré para desfilarle a Zac.
—Pues Zac no está aquí.
—Pero es linda, ¿no?
—¿Ya se te pasó el calor?
—No, me siento más caliente conforme pasa el tiempo.
—Yo también estoy caliente y es tu culpa. —Me mira
atenta.
—¡Aléjate, As! No puedes tocarme.
—No voy a hacerlo.
—Será mejor que te alejes.
—¿Por qué? ¿No crees poder controlarte y te echarás
sobre mí?
—Al contrario. Tú no podrás mantenerte quieto, y no
quiero tener que rechazarte a cada rato.
—Río. Coloco mi rodilla entre sus piernas, las palmas de
mis manos a los costados de su cabeza, y me inclino sobre
ella, pero tengo cuidado de no tocarla. Aun así, soy capaz
de sentir el calor que desprende su cuerpo.
—Eres tú quien se muere por mi toque.
—No es así. Tú te estás muriendo por tocarme.
—No voy a negarlo, pero no te voy a tocar hasta que me
ruegues que lo haga.
—Tendrás que quedarte con las ganas porque no lo haré.
—¿Podrás resistir?
—¡Por supuesto! —Doblo mis brazos y me inclino más
hacia ella. Entierro mi rostro en su cuello, aún sin rozar su
piel, y con voz ronca susurro a su oído:
—Vamos, pequeña, deja de ser tan orgullosa. Déjame
tocarte. — Puedo sentir cómo los temblores de su cuerpo
aumentan—. Quiero besar cada rincón de tu cuerpo,
acariciarte y hacerte gritar de placer.
—A-As, detente…
—¿Qué? No estoy haciendo nada.
—¡Estás jugando sucio!
—¿Yo? Solo te estoy diciendo lo que deseo hacerte.
—¡No quiero saberlo!
—¿Por qué no? ¿No te crees capaz de resistir?
—Q-quítate… quiero ir a bañarme.
—¿Otra vez?
—Sí, muero de calor. Estoy más caliente que hace rato.
—Yo conozco una forma más placentera de quitarte lo
caliente.
—Dije que quiero que se me quite no ponerme más.
—¡Vamos, pequeña, deja tu orgullo de lado! —Alza una
ceja y después sonríe con malicia.
—As… ¿estás rogándome?
—No.
—Sí, eso haces.
—Solo estoy tratando de hacerte un favor.
—Háztelo tú mismo, puedes ir a jalártela cuando quieras.
—Tú lo provocaste, tú te haces cargo.
—¡Déjame en paz!
—Si quieres que me quite, hazlo tú… empújame fuera de
ti.
—¡No quiero tocarte!
—Oh, vamos.
—As… por favor, deja de torturarme de esta manera. —
Miro su rostro sonrojado, sus ojos brillosos, sus labios rojos e
hinchados, su pecho que sube y baja al ritmo de su
acelerada respiración. Me deleito sin demostrarlo. La
necesito ya.
—Pequeña…
—¿Sí?
—Quiero tocarte… ¿Cuántas veces debo decírtelo? Quiero
hacerte mía, necesito hacerlo o me volveré loco. Quiero
recorrer con mi lengua cada milímetro de tu piel. Si estoy
admitiendo que quiero tocarte, ¿por qué tú no admites que
quieres que te toque?
—¿En verdad lo deseas? —Se hace la sorprendida.
—¿Qué tan idiota eres? ¡Te lo estoy diciendo!
Me mira de tal forma que no sé si reírme o enojarme.
Coloco un brazo por encima de su cabeza y con el otro toco
su vientre con la yema de mis dedos. Es un toque
demasiado pobre, apenas perceptible, pero con su piel tan
sensible al tacto es fácil estimular su deseo.
Mi pequeña muerde sus labios y gime de inmediato. Dejo
una leve mordida en su cuello y vuelve a gemir. Solo de
escucharla hace que me ponga totalmente duro.
—Tócame —demando, y enseguida lo hace. Pasa sus
brazos alrededor de mi cuello. Acaricia mi espalda, entierra
sus dedos en mi cabello y tira de él. Gimo alto, sujeto su
trasero y la levanto para que enrede sus piernas en mi
cadera. Me restriego contra ella y ambos jadeamos—. Hoy
voy a saciar contigo los más de tres meses de abstinencia
—digo con voz áspera, y ella se estremece entre mis brazos.
Desciendo para tomar posesión de sus labios, pero me
quedo a medio camino cuando un molesto sonido resuena
en la habitación.

Aisa

Aún estoy más que sorprendida por la confesión de As.


Apenas y puedo asimilar que fue él el primero en ceder al
decir que desea tocarme. Y yo ya no puedo ocultar lo mucho
que deseo que lo haga. Y justo cuando creo que la espera
terminará, mi teléfono suena.
—¡Tiene que ser una jodida broma! ¿Quién demonios se
atreve a llamar ahora? —grita, enojado por la inoportuna
llamada.
—No lo sé, déjame ver.
—¡No, no vas a contestar! —exige.
—Al menos déjame ver quién es.
—Si te levantas —advierte—, esta noche dormirás sin mis
caricias.
—No te preocupes, puedo sobrevivir con eso.
—¡Maldición! ¡Esta escena es tan cliché! —se queja, se
hace a un lado y corro a buscar mi celular. Ya van tres veces
que marcan y logro contestar a la cuarta.
—¿Hola? —contesto, e ignoro la mirada llena de lujuria
que As me echa.
—¿América o Amanda? —escucho una voz del otro lado.
Está distorsionada, y enseguida la relaciono con el otro
asesino.
—¿Qué?
—¿Quién deseas que muera esta noche? América o
Amanda.
—¡No te atrevas a…!
—En media hora en el instituto. —Interrumpe y cuelga,
dejándome helada.
—¿Quién era? —pregunta As. Lo miro sin saber qué hacer
o decir, porque apenas estoy procesando lo que acabo de
escuchar.
Con dedos temblorosos marco el número de América,
pero me manda directo a buzón. Empiezo a preocuparme.
Marco a Amanda y suena fuera de servicio. Desesperada,
marco a Zac. Su celular suena una y otra vez, pero no me
contesta y me manda a buzón. Miro a As, que sigue sin
saber qué ocurre y solo me mira curioso.
—¡El otro asesino ha amenazado a América y Amanda! —
Corro al baño para cambiarme.
—¿Qué? —Se muestra muy confundido, como si no se
creyera lo que acabo de decirle.
—Tengo que ir al instituto. —Salgo del baño y As ya está
vestido. 
—Te llevo. —Se pone unos guantes de piel y guarda su
cuchillo.
—¡Sí! —Ambos salimos con rapidez. Con esto sí que la
temperatura ha descendido.
Me sujeto con fuerza de As cuando salimos a toda
velocidad en su moto. Sé que aún no estoy preparada, pero
si tengo la oportunidad de matar al asesino, la aprovecharé.
No voy a dejar que le haga daño a una de mis amigas.
39
Sospechas

Aisa

As aparca la moto a unas cuadras del instituto, bajamos y


nos escabullimos con cuidado entre las sombras. La puerta
principal está abierta de par en par. As se pone frente a mí,
y con señas me dice que le siga. En silencio y con mucho
cuidado lo hago: entramos al plantel mientras miramos a
todas partes y nos cuidamos de cualquier pequeño
movimiento.
—¿Dónde está? —pregunta As.
—No lo sé. —Continuamos escabulléndonos hasta que As
se detiene y me hace chocar con su espalda.
—Quédate aquí.
—Pero…
—Guarda silencio y quédate aquí. —Se escabulle y se
pierde de mi vista en la oscuridad.
Me quedo quieta, entretanto observo a mi alrededor. Sí
que las escuelas dan miedo de noche, igual que los
hospitales. Me muevo, sintiéndome muy nerviosa y
asustada. Brinco en mi sitio cuando escucho pisadas. Me
escondo detrás de unos arbustos y me asomo; un chico
corre por uno de los andadores principales.
Siento que el corazón se me va a salir por la boca cuando
creo reconocerlo. No solo su complexión, sino por la
chamarra que lleva puesta. Cierro los ojos y los abro con la
idea de que solo son imaginaciones mías… O, ¿por qué Zac
estaría aquí? Observo cómo él sale del plantel y se pierde
en la calle. Saco mi celular y le marco, suena una y otra vez
hasta que al fin escucho su agitada voz.
—Aisa, ¿qué pasa?
—¿Dónde estás?
—¿Eh?
—Dime dónde estás, Zac.
—Estoy en casa —contesta como si nada—. ¿Por qué?
—Hace un rato te estuve llamando y no me contestaste.
—Lo siento, me estaba bañando.
—¿Por qué no me regresaste la llamada?
—Porque mamá me habló para que bajara a cenar y lo
olvidé.
—¿Por qué sonabas agitado cuando contestaste?
—Porque subí corriendo las escaleras, ¿puedes decirme
por qué me interrogas?
—¿Has hablado con Amanda y América?
—Sí, hace un rato estaban conmigo. Se fueron a casa de
América. Según ellas iban a hacer noche de chicas. Pensé
que estarías con ellas.
—He llamado a Amanda y a América, y ninguna me
contesta.
—Oh, es que sus celulares no sirven.
—¿Ninguno?
—No, es que por la tarde estaban ayudándome a pintar la
casa y estábamos jugando, entonces empujé la mesa donde
estaban los teléfonos y ambos cayeron a un bote de pintura.
—¿Es en serio? —Creo que, en caso de ser una excusa, es
una muy mala.
—Sí, ahora tengo que comprarles celulares nuevos.
—Bueno, entonces llamaré a Ágata para que me pase a
América.
—¡No lo hagas! —dice rápidamente.
—¿Por qué no?
—Mis tíos no están en casa… salieron a una cena o algo
así.
—Bueno, pero si América está en su casa debe de
contestar el teléfono, ¿no?
—Supongo...
—¿Con quién hablas? —La inesperada voz de As me
sobresalta.
—¿Aisa, con quién estás?
—Tengo que colgar, Zac. —Cuelgo antes de que haga
más preguntas—. ¿Qué descubriste?
—Tenemos que irnos ahora. —Me toma la muñeca y me
jala tras él.
—¡Espera, dime qué pasó!
—Nada.
—¡As!
Cuando salimos de nuestro escondite y llegamos bajo la
luz de las farolas, me percato de que As tiene manchas de
sangre. Me quedo tiesa al instante y lo hago detenerse. Se
gira y me mira sin expresión alguna.
—¿Qué fue lo que te pasó?
—No es sangre mía.
—¿De quién es?
—¿Puedes dejar de hacer preguntas? Debemos irnos
antes de que la policía llegue.
—¡Dime qué fue lo que pasó! —Trato de soltarme de su
agarre, pero no puedo.
—Es una trampa… no debimos venir.
—¿Dónde están América y Amanda?
—¡No lo sé!
—¡As, no me voy a ir hasta no saber nada de ellas! —Me
zafo del agarre y corro en dirección contraria a él. Maldice y
después escucho sus pasos detrás de mí.
Rodeo el módulo principal y llego al patio cívico. Las
lámparas están encendidas. Dejo de correr poco a poco y
me quedo parada en medio del patio, ante una grotesca
imagen. Mis piernas comienzan a flaquear, y a punto estoy
de caer, pero soy sostenida por los brazos de As. Alzo la
cabeza para mirarlo; él también tiene los ojos puestos en la
escena.
Mis labios tiemblan y las lágrimas se me escapan.
Empiezo a pensar lo peor y rezo para que no sea eso que
creo. A unos metros de donde estamos hay dos cuerpos, y
por sus figuras es notorio que son dos chicas, dos chicas de
la misma complexión y proporción que mis dos mejores
amigas.
Con pasos muy lentos, salgo de los brazos de As.
Conforme más me acerco, más rápido salen las lágrimas.
Los cuerpos de las chicas están desnudos y llenos de
sangre. Algunas de sus extremidades han sido cruelmente
mutiladas. Suelto un sollozo al ver sus cuerpos llenos de
cortes. Sus rostros están irreconocibles. Pareciera como si
les hubieran pasado una lija gigante por la cara una y otra
vez.
A simple vista no puedo decir que son América y
Amanda, pero hay algo que me lo confirma: uno de los
cuerpos trae puesta la pulsera de tela con el nombre de
América. Son las pulseras que simbolizan nuestra amistad.
Es la misma pulsera que encontré en la habitación de mis
padres, y que después le devolví a América. La pulsera está
otra vez en su muñeca, solo que ahora ella yace sin vida.
Sobre el concreto hay palabras escritas con sangre. «¿Quién
deseas que sea mi siguiente víctima?».
No puedo sostenerme más y caigo de rodillas para
desahogar el llanto. El dolor que siento es tanto que creo
que me volveré loca. Estiro mi mano para tocar los cuerpos
de mis amigas, pero As me detiene antes de que pueda
hacerlo.
—No debes tocarlas —dice, jalándome para hacerme
poner de pie—, si dejas tus huellas serás culpada.
—As… mis amigas.
Lo miro: su figura se ve borrosa por toda la humedad que
anega mis ojos, pero puedo percibir que su expresión no
muestra nada. Doy los dos pasos que nos separan y lo
abrazo haciendo más fuerte y profundo mi llanto. Sus brazos
me rodean para abrazarme con fuerza, pero en cuestión de
segundos me suelta dejando sus brazos a sus costados.
—Debemos irnos.
—¡Tenemos que llamar a la policía!
—No podemos quedarnos aquí. Yo no puedo.
Me separa de él y toma mi mano con la intención de
llevarme a la salida. Cuando llegamos a la moto, me ayuda
a subir y me aferro con todas mis fuerzas a su cuerpo, lo
que provoca que me llene un poco de sangre que él lleva
encima. Pone en marcha la moto y no sale en dirección a su
casa si no que toma rumbo a la casa de América.
No puedo dejar de pensar en todo lo que ha ocurrido.
América y Amanda han sido asesinadas, y Zac estaba
huyendo de la escena del crimen. ¿Acaso él es el asesino?
No, no puede ser, no tiene sentido. ¿Por qué Zac haría algo
así? No puede matar a su propia prima. Mis padres y todas
esas personas. No, él no…
Ahora no sé cómo voy a enfrentar a los padres de mis
amigas. Ellos me han dado todo su apoyo, y por mi culpa
ahora sus hijas están muertas… ¿Qué voy a hacer?
Llegamos a casa de América, bajo de la moto con la
sensación de que voy a desmayarme. Todas las luces de su
casa están encendidas y se escucha música proveniente de
la planta de arriba. Subo al pórtico a toda velocidad y toco
el timbre con insistencia. Giro el pomo de la puerta, pero
este tiene el seguro puesto. Sigo tocando desesperada una
y otra vez hasta que la puerta se abre.
—Aisa, ¿qué haces aquí? —Una confundida América me
abre la puerta, y de inmediato me cuelgo de su cuello. Las
dos vamos a dar al suelo.
No puedo creer que esté viva. No puedo ni hablar de lo
conmocionada que me encuentro. Ahora comienzo a llorar
con más fuerza, pero esta vez de alivio y felicidad. Amanda
llega y nos mira sin entender la escenita. Tiro de ella y la
hago caer para también abrazarla.
—Aisa, nos asfixias —dice Amanda, que quita mi brazo de
su cuello—. ¿Qué sucede?
—¡Están vivas! —Dejo besos en sus mejillas y las abrazo
con más efusividad.
—No lo estaremos pronto si sigues apretándonos de esa
manera — se queja América.
—¡Es que estoy tan feliz de verlas! —Me alejo un poco de
ellas para contemplarlas. Es tan hermoso tenerlas vivitas
que vuelvo a comenzar a llorar—. ¡Las amo! ¿Les he dicho
cuánto las amo? ¡En verdad las amo, son las mejores
amigas del mundo! No… son más que eso… ¡Son mis
hermanas!
—¡A ver, Aisa! —América me aleja de ella y me toma de
los hombros—. ¿Vas a decirnos qué te ocurre?
—E-es que… As y yo estábamos, y el asesino llamó, y
ustedes… ¡estaban muertas! Y la pulsera y me creí que…
—¡No se te entiende nada! —gritan las dos al unísono.
Las contemplo, sintiendo mi corazón alborozarse de que
estén vivas, y me echo sobre ellas una vez más.
—¡Estoy tan feliz de tenerlas!
—Dinos de una vez qué te sucede y… ¿por qué andas a
estas horas en la calle?
—Entremos para que nos cuentes —dice Amanda, y las
tres nos ponemos de pie.
Antes de que América cierre la puerta, salgo y busco a
As, pero no hay rastro ni de él ni de su moto. Miro a todos
lados, pero nada. Tal parece que se ha marchado al ver que
América y Amanda están bien. ¿Debería decirle que vi a
Zac? Pero ¿no dijo que ya sabía quién es el asesino? ¿No me
habría dicho si fuera él? Muevo la cabeza para alejar los
pensamientos. No puedo tener sospechas de Zac. No de él.
Mi novio y amigo de toda la vida no puede ser un asesino.
No tiene sentido, y no voy a creer ni suponer nada hasta
que no tenga pruebas concretas.
 

Amanda, América y yo miramos las noticias con mucha


atención. Después de la emoción de ver a mis amigas vivas,
hice una llamada anónima para reportar el asesinato de
esas desafortunadas chicas. Estoy feliz de que no hayan
sido mis amigas, pero sigo sintiéndome culpable por la
muerte de dos inocentes.
Tras explicarles todo, nos encerramos en la habitación de
América. Ambas están más que asustadas y en un leve
estado de shock. Saber que fueron amenazadas por el
asesino las ha puesto mal.
—Esto supera cualquier película que hayamos visto —
dice Amanda, apagando la TV.
—¡Tengo miedo! —exclama América, haciéndose bolita y
escondiéndose en sus cobijas.
—¿Dónde está tu pulsera, América? —pregunto, ella
observa su muñeca y después a mí.
—¡Volví a perderla! No sé en qué momento fue.
—¿Cómo fue que el asesino se apoderó de ella? —
cuestiona Amanda, mirándonos con suspicacia.
—No lo sé.
—¡Eso significa que ha estado en mi casa antes! —grita
América, horrorizada—. ¡Viene por mí!
—Tranquila, América.
—¡No quiero morir! —chilla—. ¡Menos de forma tan
horrible!
—Dudo que haya una forma linda de morir —dice
Amanda.
—El asesino está jugando contigo, Aisa… ¡debemos
decirle a la policía!
—¡No!
—¿No? Él te llamó, la policía puede rastrear el número.
—Sí, pero… —¿Cómo decirles que no confío en la policía?
—. No han logrado hacer nada hasta ahora, y no quiero
tenerlos de nuevo sobre mí con sus preguntas.
—No puedes ocular esta clase de información, Aisa —dice
Amanda con reproche. Sé que no entienden mi decisión, ni
están de acuerdo con ella—. Debes decirles para que nos
protejan.
—¿Crees que lo van a hacer? Ese asesino sigue haciendo
de las suyas porque ellos no mueven ni un dedo.
—Con un poco de presión se verán obligados a actuar. No
pueden estar sin hacer nada.
—Es lo que han estado haciendo todo este tiempo.
—Tenía la esperanza de que ese monstruo no estuviera
más aquí. ¿Por qué no se larga? —exclama América,
histérica.
—Porque aquí está lo que él desea.
—¿Tú? —En realidad, no sé si lo que quiere es a mí o a As.
—Necesito que se mantengan muy alerta. Lamento
mucho haberlas arrastrado a esto, pero tienen razón: él
asesino está jugando conmigo. Yo soy su objetivo y no
estaremos a salvo hasta que esté muerto.
—¿Y eso cuándo será? —pregunta Amanda.
—Espero que pronto.
—Ajá, pero ¿quién lo va a atrapar? No quieres llamar a la
policía y decir lo que sabes.
—Yo me encargaré de eso. Ustedes solo ocúpense de
mantenerse a salvo.
—¿Cómo hacerlo? Él asesino ha entrado a casa, ¿lo
olvidas? —Me duele ver a América tan asustada, pero la
entiendo, y lo peor es que es verdad lo del asesino. No sé
cuántas veces ha entrado, pero ¿cómo?
—Instalemos alarmas o algo. Pongamos tablas a las
ventanas y electrifiquemos las puertas —sugiero, pero mis
amigas me miran como si estuviera loca.
—Para hacer eso necesitamos decirles a nuestros padres,
pero si lo hacemos llamarán a la policía.
—A mí no me agrada la idea de vivir escondida —se
vuelve a quejar Amanda.
—Será solo hasta que lo atrapemos.
—¿Nosotras? ¡Estás loca!
—Sé que es difícil de aceptar, pero estamos solas en
esto. Por alguna razón que no entiendo, las autoridades no
están interesadas en ayudarnos.
—¿Qué es lo que quieren? ¿Que acabe con todo el
vecindario?
—No lo sé, me gustaría saber por qué solo se dedican a
observar.
—¿Tú que harás?
—Me alejaré de ustedes. Lejos de mí estarán a salvo.
—¡Sabes que no es así! —replica América—. Si el asesino
desea matarnos lo hará sin importar dónde estés. Así que yo
te sugiero que mejor regreses. Es mejor estar juntas que
separadas.
—América tiene razón, Aisa. Hoy pensaste que
estábamos muertas porque no hemos tenido buena
comunicación. Es mejor estar juntas, así no nos atacará por
separado y tendremos más oportunidades de sobrevivir.
—Sí, que mientras mata a una, las otras dos corramos —
dice América, y Amanda y yo la miramos mal—. ¡¿Qué?!
Más vale que muera una y no las tres.
—¡Ninguna va a morir!
—¿Te vas a quedar?
—Sí.
—Por cierto… ¿Dónde te estabas quedando? —inquiere
Amanda—. Tengo entendido que no estás con tu tío.
—A-ah… no… yo… —Miro mi celular, y entonces recuerdo
algo—. ¿Chicas, dónde están sus celulares?
—Han muerto —dice América con pena—. El tonto de tu
novio los arrojó a un bote de pintura. —Después Amanda
saca los aparatos del buró junto a la cama. Ambos celulares
están bañados en pintura roja e inservibles.
—¿Qué sucedió?
—Fuimos a casa de Zac y ayudamos a pintar su casa. Te
llamé y te mandé mensajes para que fueras con nosotros y
nunca contestaste.
—¡Lo siento! He estado algo ocupada.
—Bueno, como sea. El punto es que comenzamos a
jugar, y por accidente los celulares cayeron a la pintura.
—América, ¿tus papás dónde están?
—Salieron a cenar. Espero que lleguen pronto.
Suspiro con alivio al ver que Zac no me había mentido.
Pero entonces… ¿Por qué salió corriendo del instituto? O tal
vez no era él y me confundí. Después de todo estaba muy
oscuro, sí… lo más seguro es que solo me haya confundido.
Es imposible que Zac sea el asesino.
Cuando los padres de América llegan les contamos lo
sucedido, pero ellos ya estaban enterados. Para estos
momentos toda la ciudad lo sabe. El señor Carlos dice que
me puedo quedar solo esta noche, que es mejor que me
regrese con mi tío, pues él puede estar preocupado por mí.
Por más que le digo que no me quiero ir, él insiste y me da
la impresión de que lo que busca es tenerme lo más lejos de
su familia.
Casi a las dos de la mañana nos vamos a dormir. A pesar
de las emociones de las últimas horas me acuesto feliz en
medio de mis dos amigas. Tenía mucho que no pasábamos
tiempo las tres juntas, y estar así se siente muy bien.
Desearía que las cosas volvieran a ser como antes, pero
nada volverá a ser igual nunca más.
«As es el culpable. Él sabe quién es el asesino y no te
quiere decir».
 

Después del almuerzo salgo de casa de América,


resignada a volver con Marc. Él ya espera afuera, recargado
en su auto. Cuando me ve me sonríe, pero yo pongo los ojos
en blanco. No quiero estar con él.
—¿No se supone que deberíamos estar juntas? —
pregunta América, tomándonos a Amanda y a mí por el
brazo.
—Eso sería lo mejor para mantenernos a salvo —dice
Amanda.
—Pero tus padres no piensan igual —digo con fastidio.
—Lo lamento, Aisa —dice el señor Carlos—. A mí me
gusta tenerte aquí, pero creo que estás más segura con tu
tío. —Sin decir nada solo asiento, y después de abrazar a
mis amigas y a Ágata, bajo los escalones y me dirijo a
donde está mi tío.
—Hola otra vez, Aisa —saluda muy sonriente. Subimos al
auto y nos dirigimos al departamento. El camino lo hacemos
en completo silencio. Espero que As esté bien. «Es un
asesino, ¿de qué te preocupas?». —Espero que esta vez no
huyas, Aisa —dice Marc mientras estaciona el auto.
—Lo haré si te me acercas mucho —advierto, y salgo del
auto.
—¿Piensas que puedo hacerte daño? —Camina detrás de
mí, manteniendo su voz baja cuando pasamos junto al
guardia.
—Solo sé que no confío en ti. No sé cuáles son los
motivos por los cuales As quiere matarte.
—¿As? —Entramos al elevador y me sitúo del otro lado
lejos de Marc.
—Dominik. Algo debiste de haberle hecho, y tuvo que
haber sido algo muy malo.
—Te recuerdo que el asesino es él.
—Como sea, no confío en ti.
—Yo solo quiero mantenerte a salvo… ¡Nunca te haría
daño!
—La última vez te echaste sobre mí.
—Pero no pensaba lastimarte. Entiende, Aisa… solo veo
por tu bienestar. —Salimos del elevador. Ahora lo sigo yo a
él. Abre la puerta del departamento y entramos, entonces
veo cómo cierra la puerta detrás de él con un montón de
cerrojos y cerraduras.
—Si es así… quiero que me digas dónde tienes a Gretel
—digo mientras me siento en el sillón.
—No puedo.
—¿Por qué?
—Ya te lo dije: ella es mi seguro de vida. —Utilizas a una
pequeña niña inocente, ¿así pretendes que confié en ti?
—Tú eres mi sobrina, mi sangre… Gretel es la hermana
de un asesino.
—Pero ella no tiene nada que ver.
—Por favor, Aisa, no me vas a negar que la niña te daba
miedo. Pude darme cuenta de cómo la veías.
—Bueno, es un poco extraña en comparación con otras
niñas, pero la quiero de regreso.
—Ya te dije que no.
—¡Por favor!
—No.
—Le diré a As que me diga por qué quiere matarte. Si
hiciste algo mal te acusaré con la policía —digo y me mira
con gran sorpresa.
—¿En verdad lo harías?
—Sí.
—¡Hazlo y tu querido amigo caerá junto conmigo! Ni
creas que dejaré que me jodan solo a mí.
—Dime dónde está Gretel o vas a pagar cualquier cosa
que le hayas hecho a su familia.
—¡Ya te dije que no les hice nada! —grita, exasperado—.
¡No puedo creer que estés de parte de un asesino y no con
tu propia familia!
—No estoy de parte de ningún asesino. Gretel no es
asesina. —Espero.
—¡Pero su hermano lo es!
—No me interesa lo que sea su hermano… ¡quiero de
regreso a Gretel! —Marc suspira con frustración y se sienta
a mi lado.
—No puedo traerla de regreso porque sé que te la
llevarás con Dominik y después él vendrá a matarme.
—Si As quisiera matarte ya lo habría hecho.
—¡No lo hace porque sabe que tengo a Gretel! Pero en
cuanto pueda matarme lo hará.
—Yo le diré que no te mate, pero trae de regreso a Gretel.
—Él no te hará caso.
—¡Lo convenceré!
—¿Puedes hacer eso?
—Puedo intentarlo.
—Lo conozco; no te hará caso… ahora que lo pienso,
¿cómo es que son tan amigos?
—N-no… no somos amigos. —Pensándolo bien, ¿qué
somos As y yo?
—Lo defiendes demasiado, como si lo conocieras bien.
—Le conozco lo suficiente.
—¿Y cómo se conocieron?
—Larga historia.
—¿No ha intentado matarte?
—Solo de forma indirecta —contesto al recordar todas las
heridas que me ha hecho—, pero no tengo lo que él busca
en sus víctimas. Ya me aseguró que no va a matarme.
—No deberías estar tan confiada; él es un enfermo, un
demente y despiadado asesino. Puede cambiar de opinión
de la noche a la mañana y matarte.
—No lo hará —digo con firmeza, y Marc me mira con los
ojos entrecerrados.
—En verdad, Aisa, lo digo por tu propio bien… ¡no confíes
en Dominik!
—Confío más en él que en ti.
—De verdad que lo demente se contagia.
—Sé que As es cruel y despiadado cuando lo desea, y
definitivamente es peligroso, pero… sé que no me matará.
—Esto no es como en las novelas, Aisa, donde el malo se
vuelve bueno porque se enamora de una buena chica como
lo eres tú. Dominik no va a cambiar, así que espero que no
estés pensando en cambiarlo. Tampoco te hagas falsas
esperanzas. Un asesino como él solo puede terminar de dos
formas: muerto o tras las rejas, y si sigues con él, puede
que te pase lo mismo.
—Yo solo estoy con él porque me da su ayuda para
atrapar al otro asesino.
—¿Cómo sabes que hay otro asesino? Puede ser un
invento de Dominik.
—No, yo lo he visto y no es Dominik.
—¿¡Has visto al otro asesino!?
—Sí, me ha atacado tres veces.
—¡No puedo creer que sigas viva!
—¡Lamento la decepción!
—Quiero decir que estás en compañía de Dominik y
aparte eres acechada por el otro asesino… ¡es un gran logro
el seguir con vida!
—As me ha salvado algunas ocasiones, creo que… le
debo la vida.
—Pues mira qué ironía.
—Marc… quiero decir, tío. Prometo quedarme desde
ahora en adelante, aquí quietecita, si me traes a Gretel de
vuelta.
—Ya te dije que no, pero… te llevaré a verla. ¿De
acuerdo?
—¿En verdad?
—Sí. —Asiento y sonrío. Si logro ver a As antes de que mi
tío me lleve con Gretel, puedo decirle que nos siga, y así él
descubrirá dónde está su hermana.
—Tío…
—¿Sí?
—¿Me compras un celular? ¡Por favor!
—¿Qué pasó con el tuyo?
—Ya no sirve —miento.
—No puedo comprarte otro celular.
—¡Por favor!
—Alguien se llevó mi dinero, así que no tengo con qué. —
Marc me mira de forma acusadora y sonrío nerviosa.
—Oh… que mal.
—¿Piensas que el dinero crece en los árboles?
—No, pero… nunca te he visto trabajar. ¿De dónde sacas
dinero?
—Tengo negocios —contesta, y se levanta para
encerrarse en su habitación.
—Sospechoso —digo, antes de hacer lo mismo y
dirigirme a mi habitación, la cual encuentro patas para
arriba—. ¿¡Qué pasó aquí!?
—¡Fue culpa de Dominik, reclámale a él! —responde a lo
lejos.
Paso la tarde ordenando el desorden que As hizo, y
cuando termino voy a darme un baño. Marc se mantiene en
su habitación y no sale, lo cual trato de aprovechar.
Después de arreglarme me escabullo despacio y con
cuidado para salir del departamento, pero me encuentro la
puerta cerrada con un montón de cosas. Resoplo molesta y
comienzo a jalar las cadenas.
—¿A dónde pretendías ir? —pregunta Marc detrás de mí
—. No me digas que vas con Dominik.
—No, iba a ver a Zac… déjame salir por favor.
—Acaba de ocurrir un asesinato doble y ese asesino anda
detrás de ti… no te voy a dejar salir.
—¡Por favor!
—No.
—¡No me puedes mantener encerrada aquí por siempre!
—Sí puedo, pero no lo haré, no por siempre. Solo hasta
que el asesino desaparezca.
—¡Tengo que ver a Zac!
—¿No puedes vivir ni un día sin tu noviecito ese?
—No.
—Entonces llámalo y dile que venga, pero tú no vas a
salir.
A regañadientes le pido el celular y regreso a mi
habitación, sintiéndome como Fiona custodiada por el
dragón. Le mando un mensaje a Zac para que venga a
verme y contesta que vendrá enseguida. Una media hora
después ya lo tengo parado en el marco de la puerta de mi
habitación.
—No hagan cosas indebidas, por favor —dice Marc, antes
de volver a encerrarse en su habitación. Zac y yo reímos
divertidos.
—¿Para qué me querías ver? —pregunta, cerrando la
puerta tras de él y caminando hacia mí. Le hago espacio en
la cama y se acuesta.
—¿Qué hiciste ayer?
—¿Por qué quieres saber?
—Eres mi novio… ¿no puedo saberlo?
—Primero dime con quién estabas anoche, cuando me
llamaste.
—Con Dominik.
—¿¡Por qué estabas con él y a esas horas!?
—¿Supiste lo de las dos chicas asesinadas en el instituto?
—Por supuesto, todo el mundo lo sabe.
—Anoche estuve ahí. —Me mira con ojos muy abiertos.
—¿Estuviste en el instituto?
—Sí.
—¿Por qué?
—El asesino me llamó y me dijo que fuera.
—¡Y ahí vas a hacerle caso!
—Sí.
—¿¡Aisa, estás loca!?
—Me dijo que eran Amanda y América y le creí.
—¡No seas tan confiada, pudo haberte matado!
—Era una trampa, o solo está jugando conmigo y quería
darme el susto de mi vida.
—¿Ese estúpido de Dominik te acompañó?
—Sí.
—¡Pero qué idiota! A él no le importas y por eso te
expone de esa manera.
—Zac… cuando llegué al instituto vi a un chico salir
corriendo de ahí.
—¿Quién era? —pregunta con nerviosismo.
—Eso quiero que me lo digas tú.
—¿Yo? ¿Yo por qué?
—Él chico tenía tu misma estatura, corría igual que tú y
tenía puesta una chamarra… una igual a la que te regalé el
año pasado.
—Qué coincidencia tan más extraña...
—¡Zac!
—Aisa, tengo que irme, me dio gusto verte. —Deja un
beso rápido en mis labios y se pone de pie.
—¡No te vayas! ¡Tenemos mucho de qué hablar!
—¡Tengo prisa! —dice corriendo hacia la puerta—.
Además, mis padres no quieren que ande mucho en la calle.
Ya sabes, por los asesinatos.
—¡Zac, no huyas!
Me pongo de pie y corro tras él, pero corre más rápido y
sale del departamento. Trato de alcanzarlo, pero antes de
cruzar la puerta, mi brazo es sostenido. Levanto la cabeza
solo para encontrarme con mi tío.
—No vas a salir, Aisa.
—¡Ah! ¡No soy una niña pequeña, deja de tratarme como
si lo fuera!
—Entonces deja de comportarte como si lo fueras. Piensa
en lo que haces.
—¡En cuanto tenga oportunidad me iré lejos de ti! —grito
con fuerza—. ¡Desearía que no hubieras aparecido nunca!
Su mirada dolida hace que sienta un poco de culpa, más
porque el hecho de que mis palabras son sinceras. Ojalá
nunca hubiera regresado.
Molesta, vuelvo a mi habitación, donde paso lo que resta
del día. No hago más que darle vueltas al asunto de Zac. Su
comportamiento es sospechoso. Sé que algo trama, pero
hay algo que me dice que él no es el asesino.
Durante la cena, Marc enciende la TV y sintoniza las
noticias, pero solo hablan de lo mismo. La gente está
enojada, impaciente por ver resultados, pero las
autoridades no hacen más que dar excusas baratas.
—Tío, mañana necesito que me dejes salir —digo sin
mirarlo, mientras muevo mi comida con la cuchara.
—No vas a salir, Aisa.
—¡Tengo que ir con As!
—Menos si es para ver a ese.
—¡Tío!
—No, Aisa… no es no.
—Tengo que ir por mis cosas y mi dinero… bueno, tu
dinero.
—¿Todavía lo tienes?
—No todo, pero sí la mayor parte.
—Dime dónde vive Dominik y yo iré a recogerlo.
—¡No!
—No vas a salir de aquí, Aisa.
Bufando me levanto y voy a encerrarme a mi habitación.
Cómo odio esto, ahora lo único que quiero es salir de aquí e
ir con As… ¿Dónde estará? ¿Por qué no ha venido? Odio que
me deje de lado siempre que se le da la gana.
 

Ruedo por toda la habitación en total desesperación. En


toda la semana no pude convencer a Marc de que me dejara
salir. Esta mañana, durante el desayuno, le estuve
implorando e igual no lo permitió. Ya pasa del mediodía y yo
sigo aquí prisionera, ya no lo soporto.
Miro por la ventana y busco una forma de escaparme,
pero está demasiado alto. Si se me ocurre saltarme seguro
termino cayendo y convirtiéndome en tortilla.
«Más bien sopecito. Con eso de que estás pequeña y…».
«¡Cállate!».
«¿Amanecimos de malas?».
«¡Voy a lanzarte por la ventana!».
«Me gustaría ver cómo haces eso».
Mi motivadora pelea conmigo misma se interrumpe
cuando Marc entra en mi habitación.
—Voy a salir… ¿quieres algo?
—Ser libre.
—Aisa…
—Bueno, quiero chocolate.
—¿Del que sea?
—Chocolate blanco… amo el chocolate blanco.
—Bien.
—¡Tío! —lo llamo antes de que cierre la puerta.
—¿Sí?
—Está bien, te diré dónde vive Dominik. Quiero que me
traigas mis cosas, además de que necesito el dinero para un
celular nuevo.
—¡Ese dinero es mío!
—Bueno… —Pongo los ojos en blanco—. Puedes
cobrártelo del dinero de mis padres, o me vas a negar que
no haces uso de él.
—Pues sí lo niego. No he tomado ni un solo centavo de
ese dinero. Ahora, dame la dirección de Dominik.
Me levanto de mi lugar y corro a revolver mis cosas. Saco
un pequeño bloc de notas, apunto la dirección y se la doy a
Marc. Una extraña sonrisa se pinta en su rostro antes de
salir de la habitación. Me asomo por la ventana y espero
hasta ver su silueta salir del edificio. Sube a su auto y se
aleja. Yo hago lo mismo; me retiro de la ventana y voy hasta
la cocina. En uno de los compartimientos hay una pequeña
caja de herramientas. La saco y tomo el destornillador. Voy
hasta la puerta y comienzo a sacar todos los cerrojos. Al
último me doy cuenta de que hay unos que están soldados,
así que con el destornillador no saldrán. Tomo un pequeño
marro y comienzo a golpear la cerradura con fuerza. Me
cuesta muchísimo, los brazos me duelen, pero esta al fin
cede. Con una patada la puerta se abre y salgo corriendo
rumbo a casa de As.
40
Trato hecho

As

Debido a la desesperación y toda la frustración


acumulada, decido salir por la mañana a correr y así sacar
toda la energía negativa que me consume.
En los últimos días mi vida se ha vuelto rutinaria y
aburrida; hay muchas cosas que aún debo hacer, pero sigo
alargando mi vida y ni siquiera sé por qué.
Salgo del baño con la toalla envuelta en mi cintura y me
siento en el sillón mientras seco mi cabello con mis manos.
Me pongo alerta cuando escucho el sonido de pisadas;
alguien se acerca muy rápido. Me levanto para ir a tomar mi
cuchillo, y entonces llaman a la puerta.
—¡As, abre, abre! —La ruidosa voz de la pequeña llega a
mí. Sonrío y camino directo a la puerta para abrirle.
—¿Qué haces aquí, pequeña idiota? —Me hago a un lado
para que entre. Se recarga en sus rodillas y se dedica a
recuperar el aliento.
—Tengo una buena condición física, pero correr hasta
aquí cansa… ¿tienes agua?
—Sí, tómala tú. No esperes que te la sirva.
—Eres un mal anfitrión —se queja y me saca la lengua
antes de ir a tomar agua.
—¿Feliz de que tus amigas estén con vida?
—Sí... ¡Muy feliz! —Toma agua como si no hubiera un
mañana y después se avienta a la cama—. ¿Por qué no
fuiste a buscarme? Tenemos mucho de qué hablar.
—Sabía que tarde o temprano vendrías.
—Parece que lo sucedido no te afecta.
—Nadie cercano a mí murió. ¿Qué debería afectarme?
—Si te dignaras a ir tras ese maldito o al menos decirme
quién es, nada de esto hubiera ocurrido.
—¿Ahora resulta que es mi culpa?
—De alguna forma lo es. Quiero saber por qué juega de
esta manera conmigo. ¡Explícame! Eres un asesino; debes
saber cómo piensan los asesinos.
—No todos los asesinos somos iguales. Yo tengo mis
motivos, y este otro tiene los suyos.
—Estoy harta de él, por su culpa mis seres queridos están
en peligro.
—Tú eres la que está en peligro.
—No me importaría morir si eso significa que los dejará
en paz, pero sé que no quiere matarme, porque ya lo habría
hecho. Simplemente… no sé qué quiere. —Yo sé lo que
desea, pero, necesito un poco más de tiempo antes de
confesarle todo a ella—. Otra vez estoy con Marc —dice con
una mueca—. No me lo puedo sacar de encima.
—¿Y cómo es que estás aquí?
—Salió y me aproveché. Algo me dice que se va a tardar
en regresar. Solo vine por mis cosas.
—¿Volverás con él?
—Sí, tengo que hacerlo.
—¿Por qué? Puedes quedarte aquí.
—No, no quiero más problemas, y necesito estar en
constante contacto con Zac, América y Amanda. Además,
por ahora no quiero darle más motivos a Marc para que se
enoje y desconfíe de mí. Si todo sale como planeo, pronto
sabremos dónde está Gretel.
—¿Cómo?
—Marc prometió llevarme a verla.
—¿Cuándo?
—No me dijo cuándo, pero espero que sea pronto. Si
tienes cuidado puedes seguirnos y así saber dónde está.
—Pero ¿cómo voy a saber cuándo irán?
—Ese es el problema. No tienes celular, ¿cierto?
—No.
—¿Por qué?
—No tengo a nadie a quién llamar.
—Ahora lo tienes… ¡Yo! Así que cómprate uno para poder
comunicarnos.
—No me des órdenes...
—Solo es una sugerencia; si no quieres no. —La pequeña
se pone de pie y se dirige al baño—. Ahora, si no te molesta,
me voy a bañar.
—Siempre te estás bañando... —observo.
—Venía corriendo y estoy toda sudada.
—Bien, haz lo que quieras.
—No tardo, que debo irme rápido —dice antes de cerrar
la puerta tras de sí.
Sonrío para mí mismo: está equivocada si piensa que
esta noche la dejaré ir; he estado esperando y aguantando
mucho como para dejar que se vaya. Esta vez partiré en dos
su maldito aparatito si vuelve a sonar cuando no debe.
Retiro la toalla de mi cintura, me pongo el bóxer y me quedo
acostado sobre la cama esperando a que la pequeña salga.
Pienso en los sucesos de hace una semana y la verdad no
les encuentro sentido. No sé qué pretende el asesino
haciendo esas cosas. Cada vez se aleja más del concepto
que tiene la gente del Asesino de la Luna. Lo que hace y la
forma en que comete sus asesinatos no tiene nada que ver
con mi forma de asesinar. Es como si ahora quisiera que
todos notaran que no soy yo, que es otro asesino… quiere
que crean que me ha superado.
No debería preocuparme del todo. Quiero seguir
creyendo que puedo usarlo a mi favor, pero ya no estoy tan
seguro.
Fijo mi vista en la puerta del baño cuando se abre. La
pequeña aparece metida en un albornoz morado, me sonríe
y se da unas vueltitas para presumírmelo.
—¿No es lindo? Lo compré el otro día.
—¿Dónde estaba? No lo había visto.
—Lo guardé en la cajonera. ¿Dónde está mi ropa?
Necesito cambiarme e irme.
—Lo siento —digo reclinándome y me mira sin entender.
—¿Qué cosa?
—No vas a irte.
—As, tengo que irme. —Comienza a buscar su ropa en el
ropero.
—No voy a dejarte.
—¿Ahora qué quieres?
—Tenemos que entrenar.
—Es de noche y no podemos hacerlo ahora. Además, ¿no
quieres recuperar a Gretel?
—Por supuesto.
—¿Entonces?
Me levanto, camino hasta ella, que en estos momentos
me da la espalda, y con mis brazos rodeo su cintura para
tomarla por sorpresa. Suelta lo que trae en las manos,
incluso su ropa interior, lo que significa que debajo de esa
bata lleva… nada.
—¿As?
—Esta noche vas a ser mía —susurro a su oído y se
estremece.
—A-as… no empieces por favor, n-necesito irme…
—Y yo necesito clavarme profundamente en ti. —Suelta
un largo suspiro y se remueve.
—¿Es que no puedes pensar en otra cosa que no sea eso?
—No cuando te tengo frente a mí con solo una bata.
La tomo con firmeza y le doy media vuelta sobre su
propio eje dejándola frente a mí. Como lo supuse, su rostro
está rojo. Bajo la mirada a donde sus manos se posan sobre
mis brazos, apretando la piel. Da pequeños pasos hacia
atrás y yo hacia delante. Mis manos viajan de su cintura al
cordón que mantiene la bata cerrada en torno a su cuerpo.
Cuando tomo el nudo, tiro de él con toda la lentitud que me
doy el lujo de utilizar, entonces su respiración se acelera.
—A-As, no podemos hacer esto.
—Dame una razón válida.
—Tengo prisa. Si Marc no me encuentra cuando llegue no
me llevará a ver a Gretel.
—Sé que encontrarás una manera de convencerlo… eres
inteligente.
—¿No vas a detenerte ni por Gretel?
—No puedo detenerme. Te necesito, pequeña… te
necesito con urgencia. —Su cuerpo se estremece una vez
más con mis palabras. Tiro más del cinturón para desatarlo,
pero ella lo impide con las manos sobre las mías.
—¡Espera, espera!
—¡Qué!
—Recuerda que no debes… tengo novio.
—Me importa una mierda tu novio. Ya no hay nada que
me haga detenerme de poseerte.
Tratando de salir de mi alcance, me da un pequeño
empujón y se escabulle por debajo de mis brazos. Antes de
que se aleje demasiado la alcanzo a sujetar. Tiro de ella y su
cuerpo se estampa en una de las sillas del comedor.
—¡As, quieto! —Pone sus manos como escudo—. Me
asustas. Pareciera que quieres devorarme.
—No solo lo parece, deseo devorarte completa, y más
con esa mirada que pones, me excito más… mucho más.
—Pareces un lobo hambriento.
—Así me siento… ¿sabes cuánto llevo sin tener sexo?
—No, pero pensé que te había quedado claro que no soy
un juguete que puedas utilizar para saciar tus deseos
sexuales.
—Sé que dije que me buscaría otro juguete, pero como tú
ninguno. —Sonrío con cinismo ante su expresión llena de
reproche.
—¡No vas a tocarme!
—Sé que lo deseas… ¿Por qué te haces tanto la del
rogar?
—Sí, tienes razón —dice con firmeza—: sí lo deseo, pero
mis motivos son diferentes a los tuyos. Odio que me veas
solo como un objeto que puedas usar a tu conveniencia.
—Tú también sales beneficiada…
—¡No, As! ¡Aléjate! —Echa el abrazo hacia atrás para
buscar algo con que golpearme, y me divierto al ver lo que
sus manos sostienen—. Si me tocas ya verás lo que te hago.
—¿Qué me harás? —Con un rápido movimiento levanta
su brazo y extiende el contenedor en su mano, pero al
apachurrarlo hace que su contenido salga disparado directo
a mi rostro. Se detiene y me mira. Saco la lengua y la paso
por mis labios para limpiar el chocolate que escurre por
estos.
—¿Chocolate líquido? —Observa con confusión el pote en
sus manos.
—¿Por qué desperdicias mi chocolate? —Finjo molestia,
pero me toma por sorpresa cuando estalla en carcajadas—.
¿Qué pasa contigo?
—¡Tienes chocolate en toda la cara!
—¿Es gracioso?
—¡Mucho!
—¡Ahora tengo que bañarme de nuevo! —digo cuando
siento que el chocolate me escurre hasta embarrarse en mi
pecho, que sigue desnudo. Tomo una servilleta de papel de
la mesa y limpio mi cara, aunque sigue quedando rastro del
chocolate.
—No te preocupes, As, no te deshaces con el agua.
—Ese no es el punto.
—Bueno, mientras tú te bañas yo me cambiaré y me
marcharé.
—¡No te vas a librar! —Arrebato el pote de chocolate de
sus manos, lo tomo con fuerza y lo apachurro de la misma
manera llenando todo su rostro, cuello y parte de la bata.
—¡As!
—Ya estamos a mano.
—¿Por qué justo ahora se te da por ser infantil?
—Voy a demostrarte qué tan infantil soy... pequeña. —La
sujeto de la cintura, le doy la vuelta y la empujo, haciéndola
retroceder. Suelta un gritito cuando cae sobre la cama. Se
sienta y se pega a la pared, con una mezcla de miedo,
emoción y deseo en los ojos. Subo a la cama y comienzo a
moverme hacia ella.
—A-as... detente. —Es muy satisfactorio ver cómo el
deseo que refleja su mirada contradice sus palabras. Incluso
su respiración se ha acelerado considerablemente.
—Deja de resistirte, sabes que es inútil.
—¡No quiero seguir siendo tratada por ti como un objeto!
—No te trato como un objeto.
—Sí lo haces; solo me ves como un juguete sexual.
—No es así.
—¿Ah, no? ¿Entonces por qué te empeñas en tener sexo
conmigo?
—Creo que es obvio.
—No para mí. Explícamelo, por favor.
—Te he dejado estar a mi lado, te he dado un poco de mi
confianza y no he tenido sexo con nadie desde la última vez
que estuve contigo, por el simple hecho de que eres la
única a la que deseo. Me gustas, pequeña idiota… ¿no es
claro para ti? —Llego hasta la pequeña. Ella se ha quedado
en blanco por mis palabras.
Sonrío por su estúpida reacción; solo le dije que me
gusta, no que estoy enamorado o algo así. Miro cómo las
gotitas de chocolate se deslizan por su cuello y cómo su
escote se pierde en el valle de sus senos, que es lo más que
su bata me deja ver. Ya no aguanto para quitársela y dejarla
desnuda debajo de mí.
—As… ¿hablas en serio? —habla finalmente.
—Sabes que siempre hablo en serio.
—Pero… pero…
Tomo sus mejillas y la halo hacia mí. Sus palabras
mueren antes de salir, porque pongo mis labios sobre los de
ella y los muevo en un beso desesperado y necesitado.
Ansiaba demasiado poder besarla desde la última vez que lo
hice.
Su cuerpo, que en un principio estaba rígido, ahora está
relajado y se entrega por completo a las exquisitas
sensaciones. Sin perder el tiempo, nuestras lenguas
comienzan a una batalla feroz, y le dan a nuestro beso toda
la intensidad posible. El sabor dulce del chocolate pronto
inunda nuestros paladares. Prefiero los besos que saben a
sangre, pero tampoco me quejo mucho de este.
Me posiciono entre sus piernas y meto mis manos por
debajo de la bata. La acaricio y jadea cuando rozo su
intimidad. Gimo por la sensación tan exquisita. Ella está tan
húmeda, lista para mí. Sin dejar de besarla me voy
recostando, llevándola conmigo. Mientras la tengo bajo la
hipnosis que mis besos le provocan, se sube a horacadas
sobre mí por ella misma.
Nuestro beso continúa; feroz, exigente y apasionado
hasta dejarnos agitados. Entones se sienta sobre mí y me
mira sonrojada. Sus labios están rojos e hinchados y me
provocan para volver a tomar posesión de ellos. Deslizo mis
manos con suavidad. Subo por sus piernas, y en segundos
su piel responde a mi tacto. Llego al cinturón de su bata, tiro
de él para terminar de deshacerlo, con la misma parsimonia
de hace un momento, y mientras lo hago me concentro en
sus ojos, los cuales están puestos en los movimientos de
mis manos.
Su labio inferior está entre sus dientes. Abro la bata,
despacio, y me permito contemplar su cuerpo desnudo. Qué
dicha tenerla así, para contemplarla con un voraz deseo.
—Quítate la bata —ordeno. Ella duda un segundo, pero
después dobla sus brazos junto con las mangas de la bata
—. Hazlo lento —instruyo.
Lamo mis labios mientras observo cómo la bata va
descubriendo de a poco a poco su piel. Siento pequeños
temblores de su parte. Sus mejillas siguen rojas y su
respiración acelerada. La humedad de su intimidad aumenta
mi propia excitación. Amo esa forma en que en que siempre
está preparada para mí. Finalmente, la bata cae por
completo de su cuerpo. La tomo y la aviento fuera de su
alcance.
Ahora la tengo desnuda sobre mí, y mi miembro
comienza a luchar por salir de su prisión. La acaricio con la
mirada, y es que no puedo dejar de deleitarme con ella: su
pequeño cuerpo se ve perfecto sobre mí; una parte de su
larga melena cae detrás de su espalda y la otra por delante
de uno de sus hombros, que, a su vez, cubre así uno de sus
pechos. Sus brazos los tiene ligeramente cruzados. Sus
manos están juntas y las coloca sobre mi pecho, tapándome
así la vista de su parte más íntima. Muerde su labio
mientras me da una hermosa vista de su perfil, pues mira a
otra parte para ocultar su rubor.
Con la yema de mis dedos acaricio toda la piel a mi
alcance. Lo hago de manera lenta y tortuosa. Cierra los ojos
y su respiración se vuelve más profunda. Acaricio su pezón
izquierdo y suelta un delicioso gemido. Quito un poco de
chocolate y lo llevo hasta mi boca. Me mira y se sonroja
todavía más. Apenas puedo creer que eso sea posible.
Vuelvo a limpiar un poco más de chocolate y esta vez estiro
mi mano hasta su boca. Pongo mi dedo sobre sus labios, y
con la pura mirada le instruyo qué hacer. Sus labios se
abren de manera lenta y atrapa mi dedo con firmeza, lo
chupa y quita por completo el rastro de chocolate. Sonrío
complacido.
Su caliente lengua envuelve mi dedo y me hace gemir. Lo
muerde y me mira de forma traviesa. Saco el dedo de su
boca y con un rápido movimiento nos doy la vuelta para que
termine por debajo de mí. Sus manos toman mis brazos y
clavan sus uñas en mi piel. Echo su cabello hacia un lado y
comienzo a besar sus mejillas con la intención de quitarle el
rastro del chocolate. Paso mi lengua de forma erótica por
donde está esparcido el dulce. Llego a sus labios y me hago
de ellos; la beso con fuerza y apaciguo todo el deseo
acumulado en los últimos meses.
Sus manos se enredan en mi cabello, tiran de él y me
atraen más hacia ella. Nuestros pechos chocan, y es una
pegajosa sensación por el dulce en nuestra piel. Sus senos
se aplastan contra mi abdomen y me gusta cómo se siente.
Ahogo sus gemidos en mi boca y eso me enloquece.
Abro sus piernas con las mías y me posiciono entre ellas.
Me muevo contra su intimidad y nos estremecemos de
placer. El calor que desprende por su humedad hace que me
eleve de una manera inimaginable. Dejo sus labios y
comienzo a besar su cuello. Bajo hasta su clavícula y hago
la misma acción. Después me deslizo por su pecho,
siguiendo el rastro del chocolate. Lo limpio con la lengua y
llego hasta sus senos. Tomo uno de sus pezones y lo
introduzco en mi boca. Juego con él, envolviéndolo con la
lengua, y la llevo así al límite del placer. Su cuerpo tiembla y
se agita debajo de mí.
Estando en su burbuja de placer no se da cuenta de
cuándo escabullo mi mano debajo de la almohada sacando
mi cuchillo. Admito que el chocolate sabe bien en su cuerpo,
pero no hay nada que me guste más que el sabor de su
sangre. Hago una fisura en su cuello y chupo con fuerza.
Gimotea con dolor y encaja sus uñas en mi espalda para
poder rasguñarme. El ardor recorre mi piel e intensifica mi
deleite. La sangre combinada con el sabor del chocolate no
tiene comparación.
Me separo de ella y tomo una de sus manos, hace una
mueca cuando la corto sobre la palma. La sangre comienza
a salir y se desliza por su brazo. Succiono un poco de esta y
la vuelvo a besar, mezclando así el delirante sabor de su
sangre y su boca con la mía.
Sin inmutarse ni negarse, ella toma su propia sangre, y
su lengua recorre mi boca igual que la mía a la suya. Me
separo nuevamente de ella y paso mi lengua por mis labios.
—¿Ahora soy una vampiresa? —pregunta y le miro sin
entender.
—¿Qué?
—Ahora que he probado la sangre… ¿soy vampiro? —Río
por su tonto comentario.
—No soy un vampiro, pequeña idiota.
—¿Estás seguro? Si yo fuera tú, revisaría mi árbol
genealógico. Tal vez y des con el Conde Drácula.
—No lo creo.
—Puede que Alucard sea tu tío.
—¿Quién? —Alucard, mi vampiro favorito —explica, y no
me queda más que reír. Tal vez su estúpida inocencia es lo
que hace que su sangre sea tan dulce.
Miro sus manos, que acarician mi abdomen y dejan el
rastro de sangre sobre mi piel, las tomo y las muevo para
que se acaricie a sí misma, y su cuerpo, al igual que el mío,
termina con una ligera capa de sangre.
—Tócate —ordeno y se sonroja.
—N-no sé cómo —confiesa y sonrío. ¿Qué tan inocente es
esta niña?
—¿Nunca te has tocado? —pregunto, y niega con la
cabeza.
—Antes de que llegaras a mi vida con tus juegos, mis
hormonas vivían aplacadas.
—Así que yo soy el culpable de que hayan despertado.
—Sí, es toda tu culpa. —Vuelvo a reír. La tomo de las
muñecas y tiro de ellas para que se siente, y pronto dobla
sus piernas.
—Quiero ver cómo te tocas.
—Ya te dije que…
—Tócate como deseas que te toque.
Con las mejillas rojas y algo insegura, mueve sus manos
y las desliza primero por sus piernas de forma lenta y con
algo de delicadeza, producto de su timidez. Comienza a
subir, acaricia su estómago, llega a sus pechos y los
masajea. Cierra los ojos, muerde sus labios y gime cuando
roza sus pezones erectos.
Sin tocarla, solo con verla, siento que voy a explotar y no
puedo aguantar más. Tomo sus manos y acto seguido abre
sus ojos para mirarme con expectativa. Llevo su mano que
tiene la cortada y lamo la herida. Sus ojos se entrecierran;
parece haber una neblina sobre ellos.
—¿Cómo haces para que esto se sienta tan bien?
—No lo hago yo, lo haces tú; eres la única dueña de cada
una de mis oscuras y perversas manías.
Cierra los ojos por completo. Parece querer perderse en
el deseo que recorre su cuerpo. Yo también estoy ansioso
por devorarla, hacerme de su deseo, penetrar hasta sus
entrañas y ser el dueño de cada uno de sus pensamientos.
—Pequeña...
—¿Sí? —Vuelve a mirarme.
—Hoy voy a hacer que pierdas toda tu inocencia —digo,
sonriendo con arrogancia y ella alza una ceja.
—¿No la he perdido ya?
—No… te mostraré muchas otras cosas aún nuevas para
ti.
—Estoy ansiosa —dice son falsa emoción. Rio, divertido,
y bajo su mirada me deshago de la única prenda que me
cubre, quedando ambos desnudos.
Sus ojos caen sobre mi erección y se sonroja. La sujeto
de la cintura para moverla de lugar. Me pongo frente a ella y
me recargo en el respaldo de la cama llevando mis manos
detrás de mi nuca. Se muestra expectante y evita mirar mi
cuerpo por completo… su inocencia me causa gracia.
—¿Se supone que deba hacer algo? —pregunta cuando
solo me dedico a observarla.
—Sí.
—¿Qué cosa?
—¿En verdad no sabes? —Alzo la ceja. Le dedico una
mirada sugestiva y se pone tan roja que pareciera que va a
explotar.
—¡No lo haré! —Lleva sus manos detrás de su espalda.
—Sí lo harás.
—¡As, es vergonzoso!
—Por eso dije que te haría perder la inocencia.
—Creo que prefiero conservarla.
—Vamos, pequeña, no quiero tener que obligarte.
—¡Me da vergüenza!
—Creo entre nosotros ya no debe de haber nada que te
avergüence.
—Mmh...
—¿Por qué no me dices eso cuando yo te toco a ti?
—Eso es diferente —dice, y mira hacia otro lado.
—No lo es para mí.
—Bien, pero hagamos un trato.
—No me gustan las condiciones.
—¡Pues si quieres que lo haga aceptarás mis términos!
—Aún puedo hacerlo a mi manera y obligarte.
—Puedo hacerlo por mi propia voluntad si aceptas…
¡hazlo, te conviene!
—¿De qué se trata?
—Prométeme que no matarás a Marc —dice, y mi ceño se
frunce.
—¡El maldito tiene que pagar!
—No sé qué hizo, pero estoy de acuerdo con eso; sin
embargo, no quiero que lo mates. Si me das la información
necesaria podemos meterlo a la cárcel de por vida. ¿No es
mejor eso? Si muere se salvará del tormento de pagar por lo
que hizo, mientras que si lo encierran sufrirá todo lo que le
resta de vida.
—¿Y en qué sentido me conviene eso?
—Si me prometes que no lo vas a matar yo lo convenceré
de que deje libre a Gretel, y entonces yo podré cuidarla
como tú me has pedido.
—¿Y cómo sé que él cumplirá?
—Te prometo que lo hará. Yo me encargaré de que lo
haga, pero primero asegúrame de que no vas a matarlo.
Lo pienso por un momento. Yo deseo que Marc page lo
que hizo, pero mientras tenga a Gretel en sus manos no
podré hacer nada. Aunque, una vez que esté a salvo podré
ir por el otro asesino, sin problemas, y entonces esto
terminará.
—Está bien.
—¿Trato hecho? —pregunta estirando su mano hacia mí.
—Trato hecho —digo correspondiendo—. Ahora a hacer lo
tuyo, pequeña —digo con una gran sonrisa y se sonroja una
vez más.

Aisa

Mis mejillas arden hasta más no poder. Miro a As, y esa


enorme sonrisa en su rostro hace que me ponga más
nerviosa de lo que ya estoy.
—¿Q-qué quieres que haga? —pregunto nerviosa.
—Haz lo que desees. —Se acomoda y coloca las manos
detrás de su nuca, dejando todo su cuerpo a mi disposición.
«¡Vamos, Aisa, lo tienes en tus manos! ¡Devóralo como
deseas y cumple todas tus fantasías!».
«Calla, no me dejas concéntrame».
—Uf, bien... aquí vamos. —Muevo las manos con
nerviosismo y As ríe divertido.
«Vamos, Aisa, tú puedes».
Dejo escapar un gran suspiro. Me muevo más cerca del
cuerpo de As y me siento sobre mis rodillas. Levanto mis
manos y las pongo sobre su pecho. Empiezo a acariciar,
todavía insegura. No ayuda en nada su mirada fija que me
pone más nerviosa. Deslizo mis manos por todo su pecho y
estómago, delineo sus abdominales y vuelvo a subir. Rozo
sus pezones y gime; eso me emociona, y de pronto quiero
saber más y explorar a plenitud su cuerpo. Quiero saber si
yo soy capaz de darle placer de la forma en que él lo hace
conmigo.
Tomo una gran bocanada de aire y me armo por
completo de valor. Me reclino sobre su cuerpo y bajo hasta
dejar besos en su piel. Sé muy bien que él no es de tratos
delicados y caricias suaves, así que me tomo el
atrevimiento de morderlo y un gruñido de placer por su
parte me motiva a continuar. Chupo y succiono de su piel
con fuerza, provocando que se enrojezca y quede marcada.
Subo con lentitud. Me sonrojo cuando paso la lengua sobre
uno de sus pezones, vuelve a gemir y me siento mucho más
motivada.
Continúo mi camino hasta llegar a su cuello y repito las
mismas acciones. Su cuerpo se tensa y estremece debajo
de mí, y eleva mi curiosidad, mi emoción y mi excitación.
Por el rabillo del ojo veo su cuchillo, y entonces se me viene
una idea. En un rápido movimiento lo tomo en mi mano. As
me mira con la ceja alzada.
—No te voy a matar, no te preocupes —digo, sonriendo
con inocencia.
Mis manos tiemblan con el cuchillo de As entre ellas. Me
cuesta mucho decidirme, pero al fin lo hago y encajo la
punta en su cuello. Hago una fisura pequeñísima. Apenas si
se ve. La sangre solo sale en una mísera gotita. As ríe
divertido.
—No sirves para asesina.
—Es un alivio, créeme.
Dejo el cuchillo sintiendo escalofríos solo de pensar
cuántas vidas ha arrebatado. Pongo mis manos en su pecho
y bajo hasta su cuello. Lamo la pequeña herida e hinco mis
dientes con tantas fuerzas que le saco un gemido bastante
fuerte. Sonrío con satisfacción por el hecho de que no solo
escuché placer, sino dolor también; al menos sé que le
duele como a mí. Vuelvo a succionar y hago una mueca
cuando siento el sabor de su sangre. A pesar de estar
acostumbrada a la mía, siento que esta tiene un sabor
distinto, y la verdad es que la sangre no está en el menú de
mis platillos favoritos.
Dejo el cuello de As. Sus ojos están cerrados; muerde con
fuerza sus labios, sin poder resistirlo lo tomo de las mejillas.
Sus ojos se abren, pero se vuelven a cerrar cuando uno
nuestros labios. Le beso de la forma en que lo hace él… con
desenfreno, con rudeza, con pasión. Siento sus manos salir
de su lugar y me rodean. Acaricia mi espalda y aprieta mi
cadera cuando muerdo con algo de fuerza su labio inferior.
Rompo el beso, me da una mirada de satisfacción y me
sienta orgullosa. Motivada, me escabullo de sus brazos. Bajo
por su abdomen y lo acaricio en el camino, hasta llegar a su
miembro. Trago saliva y lo miro sin parpadear. Siento el
calor llegar a mis mejillas… por más que quiera, no lo puedo
evitar. Envuelvo mis manos alrededor de su miembro. Su
cuerpo se tensa y jadea, ansioso.
No estoy muy segura de cómo hacerlo, pero recuerdo la
vez que él marcó un ritmo, así que hago lo mismo en esta
ocasión. Subo y bajo mis manos en un lento vaivén, y le
escucho soltar gemidos uno tras otro. Me deleito con su
expresión llena de placer. Decido subir al siguiente escalón.
Me preparo y tomo otra fuerte bocanada de aire. Me coloco
entre sus piernas y tomo con firmeza su miembro desde el
tallo. Me agacho y noto sus ojos fijos en mí, con una
expresión complacida. Se reclina un poco y estira su mano
para colocar detrás de mi oreja el cabello que cae por mi
frente.
Mi corazón bombea tan rápido que lo siento en mis oídos.
Cierro los ojos y saco la lengua. La deslizo por la punta
hinchada de su miembro, y otro suave gemido escapa de él.
Cuando compruebo que la textura y el sabor no son tan
desagradables, agarro más confianza. Muevo la lengua por
toda la punta y paso repetidas veces sobre la pequeña
fisura al darme cuenta de que es cuando más gime.
Comienzo a lamer toda su extensión y después abro la
boca, metiendo en ella todo lo que cabe. Me concentro para
poder respirar y continuar. Siento su miembro hasta la
garganta. Es extraño, muy extraño, y debo admitir que no
está tan mal. No es algo que entre en mi lista de cosas
favoritas, pero los gemidos de As hacen que valga la pena.
Succiono con cuidado y me gano sonoros gemidos de parte
de mi asesino favorito.
Uso mi lengua para dar pequeños masajes y chupo la
punta. Incremento el vaivén de mi boca en gran manera.
Sus manos se enredan en mi cabello y me hala. En el
momento en el que sale de mi boca se viene. Miro
embelesada su rostro en el momento de su orgasmo y lo
encuentro fascinante. Me siento a su lado observando cómo
su pecho sube y baja con rapidez. Me mira y sonríe de lado.
—¿No estuvo mal? —Hago una mueca—. Es la primera
vez que lo hago.
—Para ser la primera vez estuvo bien.
—¿En serio?
—Lo dije, ¿no?
—Bueno, es un alivio.
—Con la práctica mejorarás.
—Con la… ¿con la qué? —Abro mis ojos a tope y As ríe—.
¡Oh, no! No pienso volver a hacerlo.
—Ya lo veremos. Ahora me toca a mí —dice, mientras me
toma del cabello y me hala hacia él.
Comienza a devorarme, en cuestión de segundos me
deja viendo lucecitas blancas. Se mueve de mi boca y
recorre todo mi cuerpo. No puedo hacer nada que no sea
retorcerme de placer. Lleva sus besos hasta mi vientre y
después hunde su cabeza en mi entrepierna. Boqueo
cuando siento cómo devora con ímpetu mi feminidad. Me
eleva a mi punto máximo y se detiene. Apenas estoy por
reprochar cuando me levanta de las caderas y me hace
sentarme a horcajadas sobre él.
—Colócalo —dice dejando un pequeño sobre en mis
manos. Lo miro y luego a él—. Sí sabes qué es, ¿verdad?
—¡Por supuesto que sé! —Lo abro con cuidado y de la
misma manera lo deslizo por su hinchado y palpitante
miembro. Una vez que termino de colocarlo, me vuelve a
levantar y me quedo sin aliento cuando se introduce en mí
en un solo y rápido movimiento. Clavo mis uñas en sus
brazos y muerdo mis labios. El placer recorre cada
centímetro de mi cuerpo.
—Es mi turno para hacerte sentir bien —dice en mi oído
antes de morder mi cuello. Me envuelve de la cintura y se
hinca. Coloco mis piernas a su alrededor y me sujeto de sus
brazos cuando se inclina hacia delante, dejándome debajo
de sí. Entonces comienza a embestirme con fuerza.
Mi cabeza se echa hacia atrás y él aprovecha para
morder la piel de mi cuello. Masajea mis pechos y pellizca
mis pezones mientras sigue saliendo y entrando de mí de
manera firme y profunda. Nuestros gemidos resuenan en las
cuatro paredes de la pequeña casa. El gozo es tanto que mi
mente se nubla y no puedo pensar en otra cosa que no sea
la placentera sensación de As entrando en mí.
—No tienes idea de cuánto deseaba estar dentro de ti —
dice, antes de besarme con desesperación.
Cuando deja mis labios suelta en mi oído un sinfín de
cosas sucias que solo hacen que mi excitación aumente.
Toma mis piernas y las coloca sobre sus muslos para que lo
sienta entrar con más profundidad. Continúa embistiendo
de manera fuerte y salvaje. Sus manos envuelven mis
pechos y las mías se aferran a sus rodillas. Finalmente llego
a mi liberación y suelto un fuerte gemido antes de dejar
caer mi cuerpo convertido en gelatina.
As sale de mí y no me deja descansar; me hace ponerme
boca abajo. Todavía estoy intentando recuperar el oxígeno
cuando vuelve a embestirme. Siento que moriré ya sea por
el placer o por la falta de oxígeno. Me toma del cabello una
vez más, enreda un mechón en su mano y sin salir de mí me
hala hacia atrás. Me reincorporo y quedo sentada sobre él.
Su pecho está bastante apretado contra mi espalda. Besa
mi cuello y masajea mis pechos. Por la posición me veo
obligada a impulsarme a mí misma. Enredo mis manos en
su cabello, tiro de él y de nuevo siento que estoy por llegar
a mi orgasmo, y ni siquiera tuve oportunidad de
recuperarme del anterior.
Cuando mis paredes se cierran en torno al miembro de
As, él me toma de las caderas y aumenta el ritmo con el
que subo y bajo sobre él. Y, al final, ambos llegamos al
clímax al mismo tiempo. Dejo descansar mi cabeza en su
hombro. Nuestros pechos suben y bajan rápidamente por la
desesperante necesidad de aire. As muerde mi cuello y
debajo de mi oreja… ¿Cómo puede continuar? Yo siento que
desfallezco.
—Eres increíble, pequeña —susurra a mi oído, y siento
que mi corazón salta dentro de mi pecho con fuerza. Sonrío
como boba y agradezco que esté de espaldas a As, para
que no vea mi expresión de tonta que tengo en estos
momentos.
Cuando mi respiración tiene un ritmo más controlado, As
me alza y ambos jadeamos, pues aún estamos unidos. Sale
de mí y me deja a un lado. Desecha el condón y saca uno
nuevo mientras me sonríe con picardía. Le miro y sonrío
algo tímida; no importa cuántas veces haga esto con As,
nunca dejaré de sentirme cohibida. Quita los cabellos que se
han pegado en mi frente por el sudor y los echa hacia atrás.
Se acerca a mí y coloca una de sus piernas en medio de una
de las mías, ya que ambos estamos sentados sobre
nuestras rodillas.
Mira todo mi cuerpo con una expresión tan extasiada que
me hace temblar. Mi corazón late con fuerza, pero por otros
motivos y bajo otro ritmo. Con ambas manos As toma mis
mejillas y me acerca a él hasta que vuelve a tomar posesión
de mis labios. Muerde mi labio inferior y mete su lengua en
mi boca para explorarla, llegando casi hasta mi garganta.
Los besos de As siempre son exigentes. Nunca ni una sola
vez me ha besado con suavidad o ternura, y sé que nunca
va a pasar.
Sus manos van y vienen por todo mi cuerpo, y su roce
hace que la llama en mi interior se vuelva a encender.
Ahora, por iniciativa propia, llevo mis manos hasta su
miembro y lo tomo entre ellas. As se regocija sobre mis
labios.
—Ya vas aprendiendo —dice, y sonrío. Me encanta la
forma en que su miembro crece y se endurece en mi mano.
Saber que yo ayudo a provocar eso me hace sentir de
alguna manera poderosa, más si recuerdo las veces que As
ha dicho que soy la única capaz de darle placer.
Cuando su miembro está completamente erecto, me
hace repetir el mismo ritual de momentos atrás. Después
me toma de las caderas y me levanta. Estira sus piernas y
me sienta sobre él. Coloco mis manos en sus hombros y nos
miramos fijamente. Comienza a bajarme, y gimo cuando
siento la punta de su miembro en mi entrada.
—No vayas a cerrar los ojos —me ordena y asiento
levemente—. Quiero ver tu rostro mientras te penetro. —Sus
palabras me hacen sonrojar y él se divierte como diciendo
que no tengo remedio.
Muerdo mis labios cuando poco a poco comienza a
bajarme, introduciéndose en mí de manera lenta y dolorosa.
Ninguno de los dos es capaz de pestañear, y ese vínculo es
simplemente asombroso. Las yemas de mis dedos aprietan
su piel por la forma tan placentera en que lo siento entrar
en mí, milímetro por milímetro. Cuando estamos
completamente unidos, ambos gemimos.
—Muévete —ordena y obedezco.
Empieza a deslizarme arriba y abajo. Sin poder evitarlo,
cierro los ojos y echo la cabeza hacia atrás. As también
impulsa sus caderas por lo que estas encuentran las mías,
lo que hace más placentero el acto. Me sostiene con una
mano y con la otra toma uno de mis pechos, para apretarlo
con algo de fuerza. Juega con mi pezón y después siento su
boca cubrirlo; chupa, succiona de este y me llena por
completo de placer. Mis piernas, que comienzan a temblar,
las envuelvo por completo en su cintura. Me apoyo en sus
hombros y pongo más fuerza en mis movimientos. Me
alienta ver que lo disfrute.
—Eso es, pequeña —dice con voz cargada de placer—.
¡Hazlo así, eres genial! —Sus palabras no solo me motivan a
continuar, sino que también hacen a mi corazón saltar.
Odio el hecho de que para mí hacer esto no es solo sexo
por placer o diversión como lo es para As. Pero no pienso
arruinar las cosas por estúpidos sentimientos. Minutos
después de seguir con nuestros constantes movimientos,
llego a mi orgasmo y me vuelvo gelatina en los brazos de
As. Me toma de las caderas para que siga subiendo y
bajando sobre él, hasta que llega a su liberación. Se va de
espaldas, me lleva con él y me deja tendida sobre su pecho.
Una de sus manos se queda en mi cadera y la otra retira el
cabello de mi frente.
Cierro los ojos para descansar un poco, aunque por
dentro no solo estoy satisfecha, sino que también hay una
preocupante pero gratificante sensación encerrada muy
profundo en mi corazón.

As

El pequeño cuerpo de la pequeña está hecho bolita sobre


mi cama. Ella ahora duerme como una bebé. Quiero taparla
con una manta, pues solo con verla los deseos de tomarla
me inundan más veces. Sin embargo, al mismo tiempo
quiero continuar contemplándola.
Me gusta cómo se ve con manchas de sangre. Aún le
quedan rastros de chocolate encima; es como una pequeña
y hermosa obra de arte. Siento que no he saciado mis
deseos frustrados de todos estos meses. Quiero entrar en
ella una y otra vez y hacerle un sinfín de cosas más, pero, el
hecho de que quiera seguir tocándola para perderme en su
cuerpo, y el placer que me proporciona, hacen que me
enoje.
De alguna manera me siento controlado por ella. Aunque
es tan idiota que ni cuenta se da, pero yo sí, y el
reconocerlo lo hace peor. Yo no debería tener este
sentimiento de pertenencia que siento cuando estoy con
ella. Jamás he sido posesivo ni celoso, pero últimamente
tengo la urgente necesidad de saber que soy el único en su
vida. Me gusta saber que solo yo puedo hacerla sentirse
mujer, que puedo darle placer y que solo conmigo es capaz
de desarrollarse en el ámbito sexual.
Eso es peligroso… eso no está bien… eso no me gusta.
Paso todo lo que resta de la noche despierto, pensando
en todos los porqués de la peligrosidad de tener a esta niña
tan cerca de mí. Tengo un solo objetivo desde el principio.
Ahora con Gretel cambió un poco, pero el final es el mismo
y no quiero que esta pequeña interfiera en ello.
«Si lo sabes, ¿por qué sigues manteniéndola a tu lado?».
Porque no quiero dejarla ir; porque no puedo saciarme de
ella; porque no tengo suficiente. Nunca es suficiente.
La acomodo sobre la cama. Ella sigue bien dormida.
Admiro su cuerpo, lo acaricio y hace leves muecas,
pensando que lo que sucede es parte de su sueño. Por más
que me esfuerzo no puedo resistirme. Odio lo que ella
provoca en mí, pues eso me hace enojar, enojar de verdad.
Estando enojado me lleno de energía negativa y necesito
sacarla… ¿Qué mejor que hacerlo con ella? 
Sin pensarlo mucho, abro sus piernas, me coloco entre
ellas y la penetro con fuerza. Un jadeo sale de su boca y se
despierta. Me muevo dentro de ella con fuerza. Aún más
dormida que despierta me mira. Pequeños gemidos
comienzan a salir de sus labios… ¡esos malditos labios que
me vuelven loco! Tomo posesión de ellos, mientras apago
toda la ira que siento… ira que ella misma provoca.
Esto nos destruirá a ambos… pero yo no puedo
retroceder, no quiero hacerlo. Así que la arrastraré y
destruiré junto conmigo. 
41
La nueva víctima

Aisa

Subo los escalones, temerosa de la reacción de Marc;


pasé toda la noche en casa de As. Me desperté temprano
por su culpa y solo para quedar más cansada, por lo que
volví a quedarme dormida. Desperté después del mediodía,
y ahora tengo que hacerle frente a Marc. Seguro estará
enojado por la falsa dirección que le di el día de ayer. Me la
había inventado, así que no sé a dónde fue a dar.
Me asomo al pasillo con cuidado; está completamente
vacío. La puerta está cerrada y me da a saber que ya la
arregló. Camino a paso tendido hacía allá y giro el pomo de
la puerta. Esta se abre de repente y trago saliva cuando me
topo con el cuerpo de mi tío.
—Bienvenida, Aisa —dice con voz molesta. Me reclino y le
sonrío.
—Hola, tío.
—Por fin te dignas a llegar… ¿Dónde estabas? No; no me
digas, que ya lo sé. Estuviste con Dominik, ¿no es así?
—Sí.
—Supongo que el haber terminado en una peluquería
después de seguir tus instrucciones no tiene nada que ver
con tu escape, ¿verdad?
—Bueno…
—¿Aisa, es que tú no entiendes el hecho de que es un
asesino? —Enfatiza la palabra asesino.
—¡Ya lo sé! —Tomo aire para tranquilizarme y no gritar—.
Pero tenía que verlo.
—¿Y qué era eso que tenías que decirle como para
quedarte toda la noche con él?
—Bueno…
«¿Qué vas a decirle? ¿Que estuviste toda la noche
teniendo sexo con As?».
«No, definitivamente no le diré eso».
—¿Entonces? —Marc me lanza una mirada inquisitiva.
—Fui a hacer un trato con él. —Muerdo mi labio y me
mira con la ceja alzada.
—¿Qué clase de trato?
—Le hice prometerme que no te matará.
—¿Ah, sí?
—Sí.
—¿Y en verdad te lo prometió?
—Sí.
—Y cómo estás tan segura de que cumplirá.
—Lo sé. As no rompe sus promesas, y ahora a ti te toca
confiar en él.
—Bien, pero dime, ¿qué te pidió a cambio? Porque lo
conozco muy bien y sé que Dominik no hace nada sin recibir
algo a cambio… dime, ¿qué fue lo que te pidió?
«¡Que se la mama…!».
«¡Shh!».
—Le prometí que dejarías libre a Gretel.
—¿¡Qué, por qué!?
—Vamos, tío, As ha prometido no matarte y no lo hará.
Ahora es tu turno de confiar en mí.
—¿Pero por qué hiciste eso?
—¡Porque Gretel no se merece ser privada de su libertad!
—¿Por qué te interesa tanto esa niña?
—Porque sí… y la quiero de vuelta, Marc.
—Ay, Aisa…
—Si quieres que coopere contigo y me porte bien tendrás
que traer de vuelta a Gretel, sino volveré a escaparme, no
regresaré y le diré a As que te mate.
—Espero que no termines arrepintiéndote por poner tanta
confianza en ese chico.
—No lo hago por él, lo hago por Gretel y también por ti,
tío… ¡ya no te matará!
—Pues no estoy muy feliz.
—Deberías.
—Bien… está bien, traeré de regreso a Gretel.
—¡Que sea hoy mismo!
—¿¡Qué!?
—Sí, vamos, hoy mismo.
—Aisa, no, ese lugar está algo lejos y ya es tarde.
—No importa, tengo todo el tiempo del mundo.
—Ay, Aisa...
—Vamos tío, hazlo por tu sobrina favorita.
—¡Eres mi única sobrina!
—¡Pues con más razón!
—Está bien, alístate —dice, ya en son de rendición, lo que
me provoca una gran satisfacción—, partimos en diez
minutos.
—¡Yo estoy lista!
—Ve bajando. Iré por las llaves.
—¡Sí!
Bajo las escaleras, medio matándome en los últimos
escalones. Saludo al guardia. Salgo del edificio a través del
estacionamiento y me dirijo al carro de mi tío. Me siento en
el cofre mientras lo espero. Hoy estoy de muy buen humor y
trato de fingir que no tiene nada que ver con lo que pasó
con As.
Escucho el pitidito de mi celular, que avisa que está por
apagarse por falta de batería. Lo saco del bolsillo de mi
pantalón y lo miro con recelo al ver que tengo un mensaje.
Lo abro y noto que es de destinatario desconocido.
¿Ahora quién será,
Amanda o América?
Me quedo en blanco por unos cuantos segundos. Otra vez
quiere jugar conmigo, pero esta vez no voy a caer. Ya no
quiero que el miedo por ese maldito asesino me domine.
Me bajo del cofre cuando veo a Marc. Entra, quita el
seguro a la puerta del copiloto y la abre para mí; entro con
un brinquito y la cierro con un portazo, que me hace
ganarme una mirada fulminante por su parte. Le sonrío con
inocencia y niega con la cabeza.
—Ponte el cinturón.
—¡Sí!
Marc pone el auto en marcha y sale a una velocidad
considerable. Toma la carretera que lleva a las afueras de la
ciudad, y unos veinte minutos después ya estamos en la
libre. Me tomo la libertad de encender la radio, y después
de sintonizar mi estación favorita le subo al volumen y
comienzo a cantar como loca.
Casi una hora después ya me encuentro fastidiada y con
dolor de cabeza, así que apago la radio y bajo la ventanilla
para que el viento me dé directo en la cara. Aún vamos por
una carretera desierta. No se ve nada a kilómetros a la
redonda más que extensos campos. Empiezo a sentirme
aburrida. Miro a Marc, que va completamente concentrado
en el camino, y entonces pienso que es un buen momento
para interrogarlo. Ahora no hay forma de que huya o me dé
largas.
—Tío…
—¿Qué pasa?
—¿Por qué te fuiste de casa sin avisar? —Mi pregunta le
toma por sorpresa. Me mira de reojo y después suelta un
fuerte suspiro.
—Creo que andaba en esa edad donde quería descubrir
para qué era bueno.
—¿Y lo descubriste?
—Algo así.
—Papá estuvo muy preocupado por ti.
—Lo sé.
—¿Por qué nunca llamaste?
—Por tonto. Me sentía apenado por la forma en que me
fui, así que pensé que tu papá ya no quería verme.
—¿Qué estuviste haciendo en todo ese tiempo? —Yendo
de aquí para allá.
—¿Cómo conociste a la familia de As?
—Su padre era el presidente de una importante empresa.
Cuando nos conocimos yo necesitaba ayuda y él me la
ofreció. Me contrató como su asistente y después le gustó
mi trabajo. Por eso me dio un puesto en su empresa.
—¿Quién mató a la familia de As y por qué?
—No lo sé.
—¡Tienes que saberlo!
—Tú no… así que no preguntes porque no te voy a decir.
—As dijo que su hermana estaba enamorada de ti.
—¿¡Te dijo eso!? —pregunta con sorpresa.
—Sí… ¿me puedes contar?
—Prefiero no hacerlo.
—¿Por qué?
—Es algo muy personal.
—Al menos dime cómo se llamaba.
—Lidia.
—Bonito nombre.
—Y hermosa chica —dice y sonríe, y creo que lo hace
hasta sin pensar.
—¿La amabas?
—Sí, lo hacía, pero, aunque su padre me tenía mucha
confianza, no nos dejaba estar juntos. Nunca fui lo suficiente
para su hermosa y querida princesa.
—¿Lo mataste por eso?
—¡Yo no maté a nadie, Aisa!
—Ya, está bien. —Continuamos el camino en silencio. El
hambre comienza a llegarme y el sueño también, por lo que
me recargo en la ventana y dormito un poco. No me quedo
dormida, pero sí logro relajarme.
Comienza a anochecer cuando por fin llegamos a un
pequeño poblado. Entramos por callecitas empedradas y
tomamos un sendero rodeado de grandes y frondosos
árboles. A lo lejos alcanzo a ver una pequeña casa.
—¿Ahí está Gretel?
—Sí.
Marc estaciona el auto fuera de la propiedad y bajo para
estirarme un poco. Mi tío también sale, rodea el auto y me
toma de la cintura. Me lleva hacia la entrada, y antes de
llegar a la puerta, esta se abre y una señora de edad mayor
sale con una gran sonrisa.
—¡Marc!
—Hola, Sherry. —Marc abraza a la señora con mucho
cariño, y después de que se separen esta me mira curiosa.
—¿Quién es esta pequeña?
—Es mi sobrina. —La señora camina hasta mí y me da un
fuerte abrazo. Para estar chaparra y viejita tiene mucha
fuerza. Siento que me sofoco un poco, y me remuevo entre
sus brazos para salir de su alcance.
—Me da gusto conocerte, niña.
—Igual. Soy Aisa.
—Marc, debiste de haberme avisado que venías.
—Fue algo de última hora. —Marc y Sherry caminan
dentro de la casa y yo simplemente los sigo.
La casa es muy pequeña, incluso más pequeña que la de
As. Tiene una mini sala-cocina-comedor y la cama está en
una esquina del lugar. Paseo en todos los rincones,
buscando a mi pequeña mini-As, pero no la veo por ningún
lado.
—¿Dónde está Gretel? —Llamo la atención de Marc y la
señora. Esta última me mira con desconfianza.
—Trae a la niña, por favor —pide Marc y la señora sale.
Frunzo mi ceño y voy tras ella. Salimos y rodeamos la
pequeña casa, no veo más cuartos o casas a la vista, por lo
que no entiendo dónde tienen a Gretel. Así que me llevo
una gran sorpresa cuando veo que la señora se inclina y
abre una escotilla del suelo. Casi la empujo para pasar antes
que ella, y escucho que se queja, pero no le pongo
importancia. El cuartillo que parece como un sótano o algo
por el estilo está casi en completa oscuridad. Solo hay una
pequeña lámpara que no alcanza a iluminar todo, por lo que
sigo sin ver dónde está Gretel.
—¿Gretel? —la llamo a la vez que tengo cuidado de
dónde piso—. ¿Gretel, dónde estás?
Escucho un movimiento seguido de pisadas, y antes de
percatarme de que sucede ya tengo a Gretel pegada a mí.
Siento sus brazos aferrarse con fuerza a mi cintura, y
escucho su leve sollozo. Mi corazón se encoje solo de
escucharla. Aún en la oscuridad me hinco y la abrazo con
fuerza.
—Ya está todo bien, Gretel —digo suavemente,
acariciando su cabello—. Estoy aquí. Te voy a llevar
conmigo, y ya no voy a dejar que te alejen de mí, ¿está
bien?
—¿Lo prometes?
—Sí, te lo prometo.
—¿Estarás siempre conmigo? ¿No me vas a dejar?
—No, hermosa, no te voy a dejar.
Tomo con firmeza su mano y salimos de ese horrible
lugar. Cuando entramos a casa y la veo no puedo hacer
nada más que enojarme con Marc; Gretel está sucia. Parece
una pequeña de la calle, y sus mejillas están empapadas
por sus lágrimas.
—No puedo creer esto —digo, mirando mal a Marc.
—Bueno, ya la tienes contigo, no te quejes.
—Bien, entonces vámonos.
—¿¡Qué!? Es de noche.
—Aquí no podemos quedarnos, y tampoco quiero seguir
en este lugar, así que vámonos. Podemos quedarnos en un
hotel o algo.
—Ay, Aisa, me debes muchas.
—No, Marc, tú me debes la vida. Gracias a mí y a Gretel
ya no tienes a un asesino detrás de ti.
Salgo de la casa y subo al auto en la parte trasera junto a
Gretel. Ella se recuesta en mis piernas y aprieta con fuerza
mi mano. Unos minutos después, Marc sale de la casa con
una mochila y entra al auto y la lanza hacia atrás. La abro y
veo que es ropa de Gretel. Ya no dice nada más y arranca el
auto. Regresa al pequeño poblado que pasamos y nos
detenemos frente a un pequeño hotel. Bajamos del auto,
Gretel entierra su rostro en mi regazo y no suelta mi mano.
Marc pide dos habitaciones, nos da la llave de una y
subimos de una vez. Lo primero que hacemos es tomar un
baño, y como era de esperarse, lo hacemos juntas. Después
de dejar a Gretel como la hermosa princesa que es, vamos a
la habitación de Marc a molestar y que nos lleve a cenar.
Volvemos a la ciudad apenas amanece. Con el pasar de
las horas, Gretel recuperó la confianza, alegría y energía
que la caracterizan.
—¿Me llevarás a ver a Dominik? —pregunta muy
emocionada mientras entramos al departamento.
—No —se apresura a contestar Marc—. Aisa, prometiste
portarte bien y espero que lo cumplas. Desde ahora en
adelante tienes prohibido ir con Dominik. Si él quiere ver a
su hermana, entonces que venga, pero ustedes, chicas, no
salen solas de aquí.
—Sí, sí como sea. —Tomo a Gretel de la mano y la
conduzco a nuestra habitación—. No te preocupes, Gretel,
yo encontraré la forma de llevarte con As.
—¡Gracias por ir por mí! —dice, dándome un fuerte
abrazo.
—Bueno… somos hermanas, ¿no?
—¡Sí!
Paso toda la tarde jugando con Gretel. No me importa
comportarme como una pequeña niña a su lado, ya que
resulta divertido. Cuando recuerdo que mi celular está
muerto lo pongo a cargar. Por la noche después de cenar,
Gretel y yo nos ponemos los pijamas, nos metemos a la
cama y comenzamos a inventarnos historias. Cuando
escucho mi celular, contesto sin mirar quién llama.
—¿Hola?
—Aisa… hola, soy Ágata.
—¡Ágata! —respondo alegre—. ¿Cómo está?
—Un poco preocupada; América salió en la mañana con
Amanda y ninguna ha vuelto… por favor, dime que están
contigo. La mamá de Amanda está aquí y su papá en su
casa a ver si llegan. —Sus palabras hacen que recuerde el
mensaje del asesino y comienzo a sudar frío.
—No, ellas no están aquí. Yo salí de la ciudad ayer con mi
tío, apenas volví esta tarde y no las he visto, ni tampoco he
hablado con ellas.
—Bueno, entonces seguiremos buscando. Por favor, Aisa,
si sabes algo, avísanos de inmediato.
—¡Claro que sí! Lo mismo digo. En cuanto aparezcan,
avísenme, por favor.
—Por supuesto.
La llamada finaliza. Me quedo mirando el aparato en mis
manos, y segundos después vuelve a sonar provocando que
me sobresalte. El miedo me recorre de pies a cabeza
cuando veo que es una llamada de un numero privado. No
quiero contestar, pero tengo que hacerlo.
—¡Aisa! —la aterrada voz de Amanda entra por mis oídos
y provoca una rápida alteración en mis sentidos. La sangre
se me va a los pies y mis manos se ponen heladas.
—¿¡Amanda, dónde están!?
—¡Aisa, ayúdanos! —clama antes de soltar un fuerte grito
y un desgarrador sollozo.
—¡Amanda, Amanda, dime qué sucede! ¿¡Dónde están!?
—¿Las quieres vivas? Ven de inmediato —escucho la voz
del asesino.
—¡No te atrevas a tocarlas!
—Lo siento… ya lo hice —se jacta, y suelta una
carcajada. La llamada termina y salgo de la habitación,
dispuesta a salir a buscarlas, pero Marc se pone en mi
camino antes de que pueda llegar a la puerta.
—¿A dónde crees que vas a estas horas?
—¡Por favor, tío, déjame salir! —imploro llorando.
—¡No!
—¡Mis amigas están en peligro!
—No quiero pretextos para que te vayas a ver a ese
asesino.
—¡No es ningún pretexto, es la verdad! ¡El asesino las
tiene!
—Aisa, deja de mentir y vuelve a tu habitación a dormir.
—¡No estoy mintiendo! —En un impulso, lo aviento e
intento abrir la puerta, pero me sujeta con fuerza de la
cintura y me empuja lejos.
—¡No vas a salir!
—¡Va a matarlas si no hago nada!
—A la única que van a matar es a ti si sigues actuando de
esta manera.
Me dejo ir contra él, aunque logro golpearlo varias veces,
no consigo quitármelo de encima. Grito y pataleo cuando
me carga y me lleva a la habitación. Me arrebata el celular y
me encierra. Coloca un cerrojo por fuera, del cual no me
había percatado.
—¡Déjame salir! —Golpeo la puerta.
—¡Es mejor que te tranquilices, o me llevaré a Gretel de
nuevo!
—¡Eres un idiota! ¡Te vas a arrepentir, Marc!
Me deslizo por la puerta hasta quedar sentada en el
suelo. Hundo mi rostro entre mis piernas y suelto el llanto.
No puedo creer que no me haya creído, ni siquiera al ver el
estado en que me encuentro. ¿Cómo puede creer que solo
estoy fingiendo?
Gretel se sienta a mi lado y me abraza para darme
ánimos, pero en este momento no hay nada que me pueda
animar. Paso toda la noche recargada en la puerta y con los
ojos abiertos. Gretel se duerme con su cuerpo en el suelo y
su cabeza en mis piernas.
Desde mi posición veo cómo los primeros rayos del sol se
cuelan por mi ventana. Tomo a Gretel en mis brazos y la
recuesto sobre la cama. Me siento en el alféizar de la
ventana y miro el amanecer. A pesar de haber pasado toda
la noche sollozando, aún tengo lágrimas que derramar.
Lágrimas de enojo y frustración.
Espero, en verdad espero que esta haya sido otra
amenaza del asesino para asustarme y que mis amigas
estén bien. Miro al horizonte hasta que escucho que abren
la puerta. Marc se asoma y con la mirada le hago saber mi
deseo de reventar su cabeza.
—El desayuno está listo —dice, e ignora mis imaginarios
rayos láser.
—No tengo hambre.
—No te pregunté. Levanta a Gretel y vengan a comer.
—¡Dije que no tengo hambre!
—Aisa, vas a comer. Si no lo haces te dejaré encerrada
por más tiempo. —De mala manera me pongo de pie, Marc
sale de la habitación, y con suaves movimientos despierto a
Gretel. —Vayamos a desayunar, Gretel.
—Sí. —Talla sus ojos y bosteza. Me da una sonrisa y,
como puedo, se la devuelvo.
Salimos de la habitación. Como siempre, Marc enciende
la TV y sintoniza el noticiero. Mi mente está en otra parte,
pero todos mis sentidos se enfocan en las palabras del
locutor que informa el nuevo asesinato del despiadado
asesino. Me giro de inmediato hacia la pantalla, informan
que hubo dos víctimas, pero que una logró sobrevivir de
milagro. La otra, en cambio, tuvo una muerte cruel y muy
dolorosa.
La vista se me nubla por las lágrimas y me sorprendo de
que aún no esté seca por tanto llorar. La foto de la nueva
víctima está en la pantalla. Escucho las voces de Gretel y
Marc, pero se escuchan muy lejanas y no las entiendo. Lo
único que sé es que mi amiga de tantos años ya no está;
que, por culpa de mi descuido, de no tomarme en serio la
amenaza del asesino, ahora una persona que era inocente
ha muerto.
Me dejo caer, porque mis piernas no me sostienen más.
Miro a Marc correr hacia mí. Sus labios se mueven, pero no
escucho sus palabras, poco a poco todo se vuelve una nada,
y el último pensamiento con el que me quedo destruye mi
alma.
Mi querida Amanda ha sido asesinada.
42
Culpable

Aisa

Agarrados de la mano, Zac y yo entramos al recinto


funeral donde se lleva a cabo el velorio de Amanda.
Tengo el alma destrozada y estoy llena de miedo. No
quiero ver el ataúd donde yace mi amiga, no quiero
comprobar que la he perdido para siempre… no, no quiero
aceptar que nunca más volveré a verla. ¿Por qué debo
seguir perdiendo a la gente que amo? El universo debería
hacerme pagar a mí y dejar de meterse con mis seres
queridos.
Al hacer acto de presencia, los llantos, los murmullos y
las miradas acusadoras se hacen notar. Todos me miran con
ojos de reproche, continúan pensando que debí ser yo;
todos desean que sea yo, para que todo esto pueda
terminar.
Zac aprieta mi mano en muestra de apoyo, tomo valor, e
ignorando las miradas, caminamos hacia el féretro; está
cerrado, ya que el cuerpo de Amanda quedó tan destrozado
que dijeron que era mejor que no lo viéramos.
La angustia y el dolor arremeten contra mí cada que
pienso en la cruel muerte que tuvo. Su voz aterrorizada
sigue haciendo eco en mi cabeza: clamaba por ayuda, y yo
no pude hacer nada…
Unos cuantos pasos antes de llegar, Zac nos detiene.
Entonces noto la presencia de Jared, que está sentado junto
al ataúd. Tiene la cabeza hundida entre sus manos y parece
estar llorando. Eso termina por desbaratarme. Lo que sería
una bonita historia de amor terminó de esta manera tan
horrible por mi culpa.
—Pobre Jared… —Intento acercarme a él, pero Zac tira de
mi mano.
—No te le acerques. —Su mirada y su voz denotan cierto
recelo que me desconcierta.
—¿Por qué no?
—Parece querer estar solo, déjalo en paz.
—Pero…
—¡Aisa! —Me giro al escuchar mi nombre en boca de la
señora Soto. Se acerca a mí a grandes pasos y con una
mirada enardecida. No tengo tiempo de reaccionar, ni de
decir nada cuando siento que mi rostro se gira de una fuerte
abofeteada—. ¡Vete de aquí!
—¡Señora Soto, ¿qué hace?! —Zac me hala hacia sí, para
cubrirme de la madre de Amanda.
—¡Lo siento, Zac, pero no la quiero a ella aquí! ¡Por su
culpa mi hija está muerta!
—¡¿Pero qué dice?! ¿Cómo puede culpar a Aisa de algo
que no cometió?
Con la mirada humedecida, miro a la mujer frente a mí.
Queda claro que está siendo consumida por el dolor, la ira y
confusión. Sé que una parte de ella cree que no es mi culpa,
pero hay otra que busca de manera desesperada una razón
válida para que su querida hija ya no esté, aunque no la
hay, y saber que soy yo el blanco del asesino la motiva a
descargar su furia contra mí. Lo entiendo, yo también hago
lo mismo.
—L-le dije que se alejara de ella, que no era seguro que
siguieran viéndose, pero no me hizo caso. Te eligió a ti y por
eso está muerta. ¡Deberías largarte y no volver nunca más!
Así ese asesino nos dejaría en paz.
—L-lo siento… —intento hablar, pero con el nudo en la
garganta resulta casi imposible.
—No digas nada, solo vete.
Sin más, Zac toma mi mano y nos saca del lugar. Aún
estoy conmocionada, así que no sé que decir. Él solo se
limita a abrazarme, y yo me aferro a su cuerpo al sentir un
ardor en mi pecho, duele mucho. Es como ser consumida
muy lentamente desde adentro.
—¿Por qué ella? ¿Por qué no yo? —Zac se separa un poco
de mí para poder mirarme. Él también se ve destrozado. Su
semblante está oscurecido por una sombra que no es solo
de dolor; hay rabia e impotencia. Me pregunto si también
desea culparme, al igual que todos los demás.
—Deja de hablar así…
—Que muriera yo habría sido lo justo.
—¡Pero estás viva! Así que no hables de tu vida como si
se tratase de un trapo sucio. No manches el recuerdo de
Amanda con ese pensamiento; ella está muerta y tú te
lamentas por estar con vida. ¡Deja de hacerlo!
—Lo lamento… —Siento la muerte como algo propio de
mi existencia, y hablo de ello con tanta naturalidad, que no
me doy cuenta del daño que causo a los demás.
—Otra vez te dejó sola.
—¿Eh?
—Tu amigo, ese que prefieres sobre todos nosotros. Te ha
dejado sola en un momento tan importante… —Su quijada
está tan tensa, que duele con solo mirarlo, y algunas venas
se marcan en su cuello y frente por lo enojado que está.
—Él… tal vez no sabe.
—Sí, claro. Miéntete a ti misma como nos has mentido a
todos.
—Zac… —Me da una fría y dura mirada que me hace
tragarme las palabras. De pronto me inquieto por la forma
tan inquisitiva en que me mira, y al no poder resistirlo más,
me alejo de él—. Quisiera estar un momento a solas.
—No es seguro que estés sola.
—Por favor, lo necesito.
De mala gana, ingresa al recinto para dejarme sola. Me
abrazo y alzo la cabeza; ya es de noche, y la luna está en lo
más alto del cielo. Se ve hermosa, pero su resplandor y la
paz que transmite su belleza me hunde en una angustiosa
melancolía.
Quiero que pare todo esto ya.
Es una dicha que América haya sobrevivido. Si hubieran
muerto las dos, no podría soportarlo. Por desgracia ella está
en estado de coma. Recibió un fuerte golpe en la cabeza. El
doctor dijo que debíamos esperar a que despierte para ver
si el golpe no había dejado secuelas, y el hecho de que ella
siga dormida lo atribuye al fuerte choque emocional que
vivió. Todos dicen que pudo haber quedado en shock y que
por eso aún no despierta.
—Debemos irnos, Aisa —escucho la voz de Marc, que se
para a mi lado y pone su mano en mi hombro.
—¡Déjame en paz! —Quito su mano de mi cuerpo.
—Aisa.
—¡Esto es tu culpa!
—¿Sigues con eso?
—¡Si me hubieras dejado salir, Amanda estaría viva!
—¡Si te hubiera dejado salir, ahora las dos estarían
muertas! Debes agradecerme… te salvé la vida.
—¡Hubiera preferido morir en lugar de Amanda!
—No puedes decir eso. ¿Aisa, por qué no entiendes que
me importas y que lo único que quiero es tenerte a salvo?
—¡No te creo!
—Sube al auto, por favor, debemos irnos.
—¡No me quiero ir!
—No te pregunté lo que quieres, te estoy dando una
orden.
—¡Déjame en paz!
—No voy a dejarte sola en este lugar. Sube al auto o te
subiré yo por las malas.
—¡Te odio! —grito con fuerza—. ¡Deseo que mueras! —De
mala gana me dirijo al auto. Marc entra y lo pone en
marcha. Nos mantenemos en silencio unos minutos. Él me
mira de vez en cuando. Suelta varios suspiros y finalmente
vuelve a hablar.
—Algún día te darás cuenta de que lo que hago es por tu
bien.
—Nos abandonaste por muchos años… ¿esperas que
ahora te crea?
—No entiendo por qué estás tan enojada conmigo. No te
he hecho nada.
—¡Por tu culpa Amanda está muerta!
—¡Ya para con eso! —Enojado, Marc frena el auto de
manera brusca. Suerte que uso el cinturón de seguridad o
hubiera terminado estampada en el parabrisas.
—¿¡Por qué hiciste eso!? —exclamo, sobando mi cuello
adolorido.
—¡Estoy harto de que me culpes por algo que yo no
tengo nada que ver!
—¡No me dejaste ir en busca de Amanda!
—Y me alegro de no haberlo hecho o ya estarías muerta
tú también. Si quieres culpar y odiar a alguien… ¿Por qué no
a Dominik? Él es el verdadero culpable de todo esto, de la
muerte de tus papás y hermano, de todas las muertes que
han ocurrido desde entonces, y, por supuesto, también de la
de Amanda.
—¡Él no fue!
—¡Deja de defenderlo! —grita más que enojado,
provocando que me encoja en mi asiento—. ¡Odio que estés
tan ciega, que no te das cuenta de la realidad!
—No estoy ciega.
—¡Sí, lo estás! Él te tiene cegada, te maneja a su antojo,
juega y se burla de ti y tú te dejas como si nada. No te das
cuenta de que el único culpable aquí es él. Dominik me dijo
que sabe quién es el otro asesino. ¿Por qué no te lo ha
dicho? Si lo supieras podríamos haberlo atrapado ya; pero
no, el muy egoísta, se queda con la información, y no solo
eso, si Dominik nunca hubiera aparecido por aquí desde un
principio, este otro asesino no se esforzaría por llamar su
atención y no estaría cometiendo tantos asesinatos…
entiéndelo. El segundo asesino apareció motivado por
Dominik. Si él no estuviera, el otro asesino tampoco. Esos
dos juegan entre ellos para ver quién es el mejor y nos
llevan a todos nosotros entre las patas, y principalmente a ti
y a los que te rodean.
Dejo salir un sollozo de frustración e impotencia. Odio
admitir que Marc tiene razón. Aunque As no haya matado a
mi familia ni a Amanda, él tiene la culpa de todo esto. Él es
el verdadero culpable; desde el momento en que pisó este
lugar mi vida se fue por un caño…
—Si quieres que esto se detenga antes de que América,
Zac o tus demás seres queridos terminen igual que
Amanda, debes decirme dónde vive Dominik.
—¿Le dirás a la policía?
—No, eso no me conviene. Además, a estas alturas dudo
que sirva de algo.
—¿Entonces?
—Dominik debe morir. Solo de esa forma todo esto
terminará. —Lo miro forma incrédula.
—¿Piensas matarlo?
—Es la única opción.
—Si lo matas… ¿no serás lo mismo tú que él?
—No; yo le estaré haciendo un favor al mundo al
deshacerme de un ser tan despreciable como él.
—¿Y qué pasará con el otro asesino?
—Si Dominik se muere, él desaparecerá.
—No quiero que desaparezca… quiero que muera.
—Entonces haz que Dominik te diga quién es. Podemos
aprovechar y matar a ambos.
—¿En verdad eres capaz de matar?
—Con tal de proteger lo que me interesa soy capaz de
hacer eso y más… ¿me dirás dónde vive?
—No puedes matarlo, él te matará antes de que puedas
tocarlo.
—Lo sé, por eso he pensado en algo.
—¿En qué? —Lo miro con curiosidad.
—No sé muy bien qué hay entre ustedes dos, pero puedo
notar que Dominik te tiene algo de confianza, así que
podemos utilizar eso para acabar con él.
—¿De qué manera?
—Puedes tomarlo con la guardia baja. Tal vez cuando
esté dormido, o puedes darle veneno en la comida; él
comerá lo que le des.
—Yo no preparo la comida, y no voy a matarlo de una
forma tan ridícula.
—¿Quieres algo más emocionante? Entonces encaja su
propio cuchillo en su estómago y desparrama sus intestinos.
O corta su yugular; puedes metérselo por la boca y
atravesarlo por completo.
—¡Ya basta! —Cierro los ojos ante todas esas imágenes—.
Y luego dices que el enfermo es él.
—Hay muchas maneras de matarlo.
—Nunca dije que yo lo fuera a hacer…
—Bien, entonces déjalo que siga hasta que termine con
todos nosotros.
Ya no digo más. Marc pone el auto en marcha y unos
minutos después llegamos al departamento. Es más de
medianoche. Me duele no estar en el velorio de Amanda,
pero también se siente feo estar ahí cuando todos me ven
como la culpable.
Con premura me encierro en mi habitación, donde
encuentro a Gretel dormida. Sin quitarme la ropa, me
acuesto a su lado y abrazo una almohada. No duermo en
todo lo que resta de la noche y contemplo cómo la
habitación se baña con la brillante luz del amanecer.
No siento deseos de levantarme en todo el día. Marc
intenta obligarme a comer, pero no tengo energía ni para
pelear con él. Gretel se queda todo el tiempo conmigo
intentando consolarme, y cuando dice que As matará a
quien mató a Amanda, no me queda más que llorar. Estoy
tan molesta con él. A ratos siento odiarlo con tanta
intensidad que deseo que le pase la cosa más horrible, pero
después comienzo a sentir miedo de que mis deseos se
cumplan, me arrepiento y repito una y otra vez que es
mentira… que no deseo que nada le pase. Entonces me
enojo conmigo misma, me reprocho, me repudio por mis
pensamientos, pero luego recuerdo todo lo que ha pasado y
me digo que tengo todo el derecho de odiarlo, y termino
enojada con él otra vez. Y así se repite esta cadenita sin
final.
 

Tres días después de la muerte de Amanda, decido salir


de la habitación. Tomo un baño y me armo de valor para ir a
enfrentar a As. El maldito no se dignó a buscarme, ni
siquiera por la muerte de mi amiga. Aún no sabe que Gretel
ha regresado y parece que ni siquiera le importa. ¿Dónde
quedó eso de que es la persona más importante de su vida?
¿Qué es lo que tiene dentro de esa maldita cabeza? Gretel y
Marc siguen dormidos, así que camino en silencio hasta la
entrada y compruebo que esta vez Marc no echó todas las
cerraduras. Tal vez pensó que también hoy estaría
encerrada. Salgo del edificio y corro hacia donde vive As.
Cuando llego, toco con insistencia hasta que As abre la
puerta, mientras deja escapar algunas maldiciones. Me mira
con el ceño fruncido y pasa sus manos por su rostro y
cabello.
—¿Qué estás haciendo aquí tan temprano? —Su
tranquilidad me hace rabiar.
—¡Eres un maldito! —grito abalanzándome contra él.
Me aviento con tanta fuerza contra él, que al tomarlo
desprevenido los dos nos vamos hacia atrás. Caigo sobre su
cuerpo y comienzo a golpearlo con todas mis fuerzas, pero
en un movimiento rápido me toma de la cintura para
quitarme de encima. Se levanta, me jala y me estampa
contra la pared, para dejarme de espaldas a él. Mi mejilla y
sien quedan embarradas en el cemento. Toma mis manos y
las sujeta a mis costados con tanta fuerza que las siento
arder.
—¿¡Qué demonios te sucede!? —Suena muy molesto,
pero esta vez me esfuerzo por no dejarme intimidar.
—¡Te odio, As, y quiero que te mueras! —grito con todas
mis fuerzas, pero segundos después me arrepiento, pues lo
que acabo de decir no es verdad; no lo odio y tampoco
quiero que muera. Esa idea es demasiado desagradable.
—¿¡Por qué estás tan dramática!? —Empuja su cuerpo
contra él mío, y me aplasta mucho más contra la pared.
Jadeo por el dolor que causa que mis pechos queden
apretados contra la fría y dura pared.
—¡Por tu culpa Amanda está muerta!
—Yo no la maté.
—¡Pero es tu culpa!
—¿Y cómo es eso?
—Si tú no estuvieras aquí ese maldito asesino nunca se
hubiera metido con mi familia y amigos.
—Eso es tu culpa, por haberme seguido. Tú fuiste quien lo
atrajo a mí. Si me hubieras hecho caso desde un principio y
te hubieras alejado, él nunca se nos hubiera relacionado.
—¡Pero él mata para llamar tu atención! ¡Lo hace por ti!
¡Tú tienes la culpa!
—¡Deja de culparme, que no tengo nada que ver! Aun si
yo nunca hubiera aparecido por aquí el terminaría siendo
asesino de todas formas. 
—¡Tú sabes quién es el maldito asesino y no me has
querido decir! Tú estás permitiendo que él se salga con la
suya… ¡eres culpable!
—Déjate de ridiculeces. —Me avienta de lado y caigo al
tropezarme con mis propios pies—. Si quieres encontrar al
verdadero culpable de todo esto, solo mírate al espejo.
—¿Cómo puedes ser tan despreciable?
—Se me da bien, es algo natural. —Cierro mis puños con
tanta fuerza que me hago daño. Me pongo de pie y seco las
lágrimas que recorren mis mejillas. Estoy tan harta de llorar,
pero no puedo dejar de hacerlo.
—Jamás voy a perdonarte por esto.
—Me sorprende que a estas alturas creas que necesito tu
perdón.
¿Por qué parece que todo lo que dice es con la intención
de herirme?
La ira se apodera de mí. Mi cuerpo se mueve por sí solo y
me dejo ir contra él. Lo golpeo un par de veces, pero
somete con facilidad mis manos y eso solo me enfurece
más. Tengo el deseo de arrancarle la piel, llegar hasta el
corazón y desprenderlo.
—¡Ya basta! —Tira de mi cabello e inclina mi cabeza
hacia atrás. Jadeo cuando siento el metal helado de su
cuchillo en mi piel.
—Vamos, mátame… —pido—. Ya no quiero seguir
viviendo.
—Si lo sigues pidiendo de esa manera, lo haré.
—¡Hazlo, o si no seré yo quien te mate!
—Como si pudieras hacerlo —se burla—. Ni siquiera has
podido darme un golpe decente. ¿Y así planeabas vengar a
tu familia? Eres un total desastre. —Sus palabras siempre
dan en el punto más sensible de la herida.
—¡Si no puedo matarte, entonces le diré a la policía
dónde te escondes para que te atrapen! —As suelta una
carcajada.
—De verdad que la muerte de tu amiga te ha afectado.
—¡Deja de burlarte!
—Si quieres ir con la policía, hazlo. Tú te hundirás junto
conmigo porque eres tan culpable como yo. Siempre has
sabido que soy un asesino y nunca me has delatado, así que
ya es muy tarde para que seas declarada inocente. —Lo sé,
siempre he estado consciente de que soy tan culpable como
él.
—Solo quiero que esto termine. Ya no lo soporto más. —
Vuelvo a ser presa del llanto, con lágrimas tan pesadas
como las gotas de sangre—. No entiendo nada, no sé nada y
estoy harta de eso. Tú no hablas, la policía no actúa y solo
veo morir a la gente que quiero sin ser capaz de evitarlo.
Estoy por perder la poca cordura que me queda. Ya ni
siquiera puedo mirarme al espejo sin sentir odio y
vergüenza por la persona en la que me he convertido.
—Estás peleando contra ti misma. —Con la punta del
cuchillo limpia una de las tantas lágrimas y deja un pequeño
corte en mi mejilla—. Te engañas para evadir la realidad. Te
culpas para justificar todo aquello para lo que no tienes
explicación. Culpas a los demás para mermar tu dolor, pero
eso provoca que sientas odio por ti misma, porque te hace
ver lo mediocre que eres. Así que prefieres volver al engaño,
porque de no ser así… ya habrías acabado con tu vida.
—Ni siquiera sirvo para eso. ¡No tengo el valor! A decir
verdad, tengo miedo de morir. ¡No quiero morir! Solo quiero
desvanecerme… dejar de existir.
—Bueno, gracias a tu cobardía vivirás por mucho tiempo.
—Dime quién es el asesino —imploro—. Quiero saberlo
ahora. No aceptaré un no por respuesta. ¡Dímelo! —Me
suelta y seguidamente me giro para encararlo. Me mira con
fastidio y deja escapar un profundo suspiro para después
pasar sus manos por su cabello.
—Bien. —Mi corazón comienza a bombear frenético. Se
mueve por el lugar, y tras buscar entre sus cosas regresa a
mí. Me mira con duda, como si realmente no quisiera hacer
aquello, pero al final tiende su mano para ofrecerme
algunas notas.
—¿Qué es eso?
—Léelas.
Agarro las notas y comienzo a leer. Son cinco y no hay
mucho en ellas, pero sus pocas palabras dejan claro el
mensaje. Cuando termino de leerlas, miro a As. Siento cómo
la ira comienza a recorrer mi sistema, y me inunda de una
sofocante sensación. Las notas contienen mensajes del otro
asesino. Son mensajes claros y directos dirigidos a As. Le
pide estar tranquilo y observar atento el siguiente
espectáculo que ha preparado especialmente para él.
—¿Q-qué significa esto?
—Esas notas son la razón por la que visitaba las escenas
del crimen —confiesa con demasiada tranquilidad, aunque,
puedo apreciar turbación en sus ojos—. La primera la
encontré por casualidad. Supuse que habría más, así que
recorrí cada una de las escenas del crimen, buscándolas. La
verdad es que cuando escuché por primera vez de su
existencia, no quise darle atención. Pensé que había sido
algún imbécil que me echaba la culpa para evadir a la
policía.
—¿Qué te hizo cambiar de opinión?
—La muerte de tu familia. Cuando supe que había
asesinado a una familia inocente, haciéndose pasar por mí,
me molestó. No por el simple hecho de que los haya
matado, sino por la forma en que lo hizo. Quedaba claro que
había sido premeditado, con la clara intención de llamar la
atención… mi atención. Además, manchaba mi historial
personal con esa forma de matar; eso me molestó, y por
eso quise indagar un poco más.
—Dejaba las notas para ti... para que lo encontraras.
—Sí...
—¿Lo hiciste?
—Algo así.
—¿Has estado en contacto todo este tiempo con él?
—Algo así... —Cada vez me cuesta más mantener el
control. Que no me hable de manera clara me enferma.
—¿Cuántas veces se han encontrado?
—Tres, si contamos la vez que me disparó.
—¿Y por qué le diste tal oportunidad? ¿Por qué no lo
mataste la primera vez?
—Eso no importa...
—¡Sí importa! ¡Debido a que no lo detuviste cuando
pudiste, ahora mi amiga está muerta! ¿Quién es? Dime ya
quién es...
—No lo sé.
—¡As! —Apenas puedo creer que siga encubriéndolo de
esa manera.
—Creí saber quién era, pero me equivoqué.
—Parece un simple despojo, pero es la ofrenda perfecta
—comienzo a leer una de las notas—. Cuando la copa esté
llena, podrás beber de ella. ¡Estas notas parecen una
declaración de amor! ¿Te gusta la atención que te da?
¿¡Estás disfrutando del espectáculo!? ¿Por eso no haces
nada? ¿Por eso estás tranquilo viendo cómo destruye mi
vida y a la gente que amo? ¿Has aceptado la muerte de mi
amiga como un lindo presente de su parte?
—No...
—Tres ofrendas para ti como muestra de mi admiración.
Acéptalas como un presente de bienvenida y disfruta tu
estadía. —Leo una segunda nota—. ¿Te das cuenta de que
habla de mi familia? —Hago acopio de mi voluntad para no
estrellar mi cabeza contra la pared o tomar la katana y
atravesarnos a ambos con ella—. Dices que no lo has
aceptado, pero tampoco haces nada. —Lleva sus ojos de un
lado a otro. Parece querer decir algo, pero no lo hace—. ¡No
sabes cuánto deseo matarte en este momento! —escupo,
motivada por el resentimiento que ahora siento.
—Oh, ¿en verdad?
—¡Sí!
—Perfecto. —De manera inesperada me toma de la
muñeca y me acerca a él. Abro los ojos con sorpresa cuando
pone su cuchillo en mi mano—. ¡Entonces hazlo, mátame! —
Me insta con una sonrisa burlona y retadora.
Aprieto con fuerza la quijada, lo empujo una y otra vez y
él retrocede. No se opone y por el contrario me pone las
cosas fáciles. Esta vez soy yo quien lo acorrala contra la
pared. Me pongo de puntillas y coloco el cuchillo en su
cuello, mientras lo aprieto contra la piel con fuerza. Y sí le
hago daño y logro que la sangre salga. Lo miro directo a los
ojos, pero él solo sonríe de esa manera cínica y burlona
como siempre.
—¿Qué esperas para matarme?
—Cállate…
—Vamos, pequeña idiota, mátame.
—¡Cállate!
—¡Deja de dudar y mátame!
—¡Que te calles!
—¡Deja de ser cobarde y mátame como tanto deseas!
Corta mi cuello, apuñala mi pecho, abre mi carne y empuja
el cuchillo de manera profunda hasta que logres perforar mi
corazón. Mancha tus manos con mi sangre y deja que se
esparza por todos lados.
—¡Lo haré! ¡Si no te callas, lo haré!
—Eso espero, que lo hagas.
Pone sus manos en mi cintura y las desliza con lentitud.
Cierro los ojos con fuerza y los vuelvo a abrir para tratar de
concentrarme. Mantengo el cuchillo contra la piel de su
cuello, pero mis manos tiemblan demasiado y muerdo con
tanta fuerza, que mis labios comienzan a sangrar. Le
satisface mi confusión, y lo demuestra con una sonrisa, una
de esas que tanto le gusta hacer. Después se agacha un
poco y logra pasar su lengua por la comisura de mis labios,
acto que me hace estremecer.
—Vamos, pequeña idiota… mátame ya. —Sube sus
manos por mi cintura, hasta llegar a mis hombros, y las
desliza hasta mis manos, con el suave tacto que tan bien
conozco de él.
—¿Por qué estás tan dispuesto a dejar que te mate? —
cuestiono.
—Siempre lo he estado, es solo que antes no necesitaba
que me mataras. —Estrecho los ojos por sus palabras.
—¿Quieres decir que ahora necesitas que te mate?
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque ya no tengo nada que hacer aquí. Ya cumplí con
mi misión, así que puedes matarme ya.
—¿De qué estás hablando?
—Dime que no has olvidado nuestro pacto. —Mis ojos se
abren con sorpresa—. Tienes que matarme, es tu deber.
—N-no. —Bajo los brazos e intento alejarme de él, pero
me detiene. Toma mis manos y las lleva hasta su cuello con
la intención de apretar el cuchillo en este.
—Mátame. ¿No dijiste que querías matarme? Te estoy
dando la oportunidad de que lo hagas. Vamos, no seas
cobarde, sabes que debes hacerlo. —La tranquilidad en su
mirada y la determinación de sus palabras me aterran.
—¡N-no puedo hacerlo! —digo y las lágrimas comienzan a
salir de nuevo.
—¿Por qué? —cuestiona, con de sus maliciosas sonrisas
—. Hace unos segundos parecías muy segura de querer
hacerlo.
—No puedo matarte... —Agacho la mirada,
completamente derrotada.
Quita el cuchillo de mis manos y me da la vuelta para
dejarme ahora a mí contra la pared. Toma mis muñecas con
una sola mano y las levanta. Inclina su pierna entre las
mías, a la vez que él mismo se echa sobre mí, me aplasta y
me hace jadear. Mi mentón queda recargado en su hombro
y él entierra su rostro en mi cuello.
—Debes matarme —susurra a mi oído—. Cuento contigo
para que lo hagas. Te he permitido estar conmigo, por eso
he vuelto una y otra vez a ti… porque tiene que ser en tus
manos donde yo muera. No me dejaré matar por nadie que
no seas tú. Te lo juré y tú juraste no darte por vencida hasta
que lograras matarme, así que debes hacerlo.
—As…
—Debes hacerlo, Aisa. —Todo mi interior se estremece:
es la primera vez que me llama por mi nombre, y lo hace de
manera suave y con tono suplicante—. Debo morir… y
tienes que ser tú quien me mate. 
43
No te confundas

Aisa

El tibio aliento que As suelta al respirar acaricia y eriza la


piel de mi cuello. Mantengo inmóvil y con los ojos cerrados;
quiero escapar del sentimiento de contrariedad del que soy
presa en este momento. Pero no puedo, pues soy esclava
del miedo provocado por el deseo más oscuro que emerge
de lo más recóndito de mi ser.
—Venías dispuesta a matarme, ¿por qué has cambiado
de opinión?
—Solo estaba hablando de más —respondo de la misma
manera—. No soy capaz de matarte.
—¿Por qué?
—No soy una asesina...
—¿O sea que tampoco harás nada contra del otro
asesino? Todas esas veces que me dijiste que lo matarías,
que harías justicia por la muerte de tu familia, ¿fue mentira?
—No… yo en verdad planeaba hacerlo.
—Realmente te vi dispuesta cuando viniste detrás de mí
tantas veces. No importó cuánto te hiriera, nunca te diste
por vencida. ¿Por qué lo haces ahora?
—Porque tú no mataste a mis padres y no puedo matarte
por algo que no has hecho.
—Yo no los maté, pero dijiste que fue mi culpa. Yo
provoqué sus muertes, así que también soy culpable…
debes matarme.
—No puedo hacerlo...
—Dame una razón válida, porque no entiendo que no
quieras hacerlo. Aún soy un asesino; he quitado la vida a
muchas personas, te he lastimado a ti y casi hasta te mato.
Te arrebaté tu virginidad, juego y me burlo de ti… ¿aun así
no deseas matarme? Necesito que me digas por qué.
—Tengo la necesidad de acabar contigo, pero no el
deseo.
—¿Cómo es eso?
—No lo sé, lo único que puedo decir es que no soy capaz
de matarte.
—¿Por qué no? —insiste, y siento cómo soy empujada
cada vez más a ese abismo sin retorno.
—Solo no y ya. —digo y As se aleja unos pasos para
mirarme con fijeza, pero no puedo retenerle la mirada, así
que la desvío.
—Si tuvieras al asesino de tu familia frente a ti… ¿lo
matarías?
—Quiero creer que sí.
—Él y yo somos lo mismo… mátame a mí.
—¡No puedo hacer eso, As! No tengo el valor de hacerlo.
Además, ¿cómo voy a cuidar de Gretel si te mato? Jamás
podría mirarla a los ojos de nuevo, y si ella llegara a
enterarse, seguro me mata.
—No tiene por qué saberlo.
—No habría manera en que pueda ocultárselo.
—Eres una cobarde. Realmente tenía puestas mis
esperanzas en ti, pero lo único que hiciste fue hacerme
perder el tiempo.
—¿Por qué quieres morir?
—Porque así lo planeé desde el comienzo: cobrar
venganza por la muerte de mi familia y después dejarme
matar. Pero entonces apareciste tú diciendo que serías
quien me mataría. Te veías tan segura de eso, que hasta
dijiste que me seguirías al fin del mundo. Me gustó la idea;
creí que sería la forma más idónea de lograr mi objetivo. Por
eso no te maté, para que cumplieras con tu palabra y me
mataras.
—¡Pero ahora tienes a Gretel!
—Con más razón debo morir. Yo no quiero que ella caiga
en mi mundo.
—No puedes dejarla sola. Sufrirá mucho.
—No la dejo sola, la dejo contigo.
—¡Ella te necesita a ti!
—Ya basta, pequeña, no me vas a hacer cambiar de
opinión. —Se aleja por completo de mí y se sienta en la
cama.
—¿Es que no amas a tu hermana?
—Por supuesto que lo hago.
—Entonces, haz lo mejor para ella.
—Y eso según tú, es…
—Dejar de asesinar e irte lejos con ella, donde puedan
vivir juntos y en paz. —Aunque mis palabras son sinceras,
me causa un malestar solo pensar en el hecho de que As se
vaya lejos de mí.
—Eres tan ingenua e inocente, pequeña idiota.
—As… piensa en Gretel.
—Eso hago, por eso estoy más dispuesto que nunca a
dejar que me mates. Porque no puedo dejar de asesinar. Es
algo que me gusta demasiado, algo que llevo por dentro;
asesinar y bañarme la sangre de mis víctimas es algo en lo
que me deleito de verdad, y mientras siga vivo no dejaré de
hacerlo. No quiero exponer a Gretel a eso, o terminará igual
o peor que yo. No quiero que ella sea una asesina.
—¿No puedes dejar de asesinar ni por tu hermana?
—No.
—Pero no siempre has sido un asesino.
—No; pero ahora que lo soy me he dado cuenta de que
me gusta demasiado. —Con pasos temerosos me acerco a
él.
—¿Por qué te volviste asesino, As?
—Para vengar la muerte de mis padres.
—Ya lo has hecho...
—Pero no pretendo cambiar mis planes originales. Voy a
morir a como dé lugar. Si tú no quieres matarme, alguien
más lo hará.
—No. —Pongo mi mano en su hombro y me hinco frente a
él—. No puedes… no debes morir. —Mira mi mano y
después a mí. Me hala y me hace quedar sentada sobre él.
Pongo mis piernas a sus costados y poso mis manos sobre
su pecho. Él pone uno de sus brazos alrededor de mi cintura
y con el otro acaricia mi cabello.
—Dime, pequeña idiota… ¿Por qué no quieres que
muera?
—No quiero ver a Gretel sufrir.
—Sé que ella será más feliz a tu lado que conmigo.
—No es así.
—¿En verdad es Gretel la que te preocupa o eres tú la
que no quiere perderme? —Aprieto los labios y él sonríe con
burla—. ¿Es eso, mi pequeña niña? —Entierra su rostro en
mi cuello y mordisquea suavemente—. No puedes vivir sin
mí, ¿no es así?
—No te creas tanto —digo en un susurro, e ignoro el
estremecimiento de mi cuerpo.
—Tienes que entenderlo, pequeña: soy un asesino; cruel,
sádico, despiadado, y me gusta serlo. No siento
remordimiento ni me arrepiento de ni uno solo de mis
asesinatos, y mientras siga vivo seguiré cometiéndolos.
¿Eso es lo que quieres? ¿Que familias como la tuya mueran
en mis manos?
—No… no quiero eso.
—¿Ves? Debo morir… ¿Qué mejor si muero en manos de
mi pequeña?
—Podrías matar solo gente mala. —Propongo, pero solo
provoco que suelte una sonora carcajada.
—¿Crees que soy alguna clase de héroe?
—No, pero… si te es imposible seguir matando, entonces
hazlo, pero… solo con la gente mala, así como hiciste con
quienes mataron a tu familia.
—Sean buenos o malos, matar es matar, y se siente igual
de bien sin importar el tipo de persona que sea. —dice y
bajo la mirada con decepción.
Sé bien que mis pensamientos son alterados debido a la
intensidad de mis emociones; a veces me encuentro con el
deseo de desaparecer; a veces quiero ver la luz, y otras
descender hasta lo más profundo de un abismo. Muchas
veces pienso en cambiar mi ritmo de vida y algunas otras
simplemente quiero permanecer inamovible. Pero dentro de
toda esa montaña rusa de emociones siempre hay una
constante: una estable inestabilidad que me conduce por
los senderos un paraíso consumido por el fuego del averno:
La existencia de As.
—No voy a matarte, As, jamás lo haré.

Soy presa de su infierno,


y aunque grite por libertad,
no quiero ser liberada jamás.

—Eres en verdad idiota, pequeña. Si tú no me matas no


significa que no me pierdas. En el caso de que decida no
morir, ¿qué te hace pensar que me quedaré a tu lado?
—Puede que no sea así, pero con saber que estás vivo es
suficiente para mí.
—¿Por qué? ¿Hay alguna razón especial para eso?
—Tal vez, pero no importa.
—¿Estás segura? No quiero que mi pequeña se haga
falsas esperanzas y termine sufriendo de más.
Nos quedamos en silencio. Pienso en sus palabras
mientras acaricio su pecho con mis manos y él juega con mi
cuello para darle pequeñas mordidas. Es obvio que esas
últimas palabras son una advertencia para que no desarrolle
sentimientos hacia él. Muchas veces me ha dicho que no
piensa en relaciones sentimentales y que no puede amar,
así que no me sorprende que de manera tan directa y a la
vez sutil me haya dicho: «no te enamores de mí».
—As…
—Mmh.
—Cuéntame todo de ti. Quiero saber tu pasado: quién
eras, cómo vivías, qué hacías. —Se retira de mi cuello para
encararme.
—¿Por qué lo haría?
—Porque me lo debes; por tu venganza quedé embarrada
en todo esto y quiero saber qué fue lo que pasó para que se
desatarán todos estos acontecimientos. También necesito
saber qué hizo mi tío. Sobre todo, quiero saber qué fue eso
tan grande que ocurrió y que te motivó a convertirte en el
asesino que eres. Dime… ¿Por qué razón asesinaron a tu
familia?
—Creí que había sido por dinero, pero ya no estoy tan
seguro.
—¿Por qué? ¿Qué ocurrió?
—Mi padre fue víctima de un complot organizado por sus
propios socios. —Sonríe con una mezcla de amargura y
malicia—. Querían desterrarlo de su propia empresa y
quitarle todo.
—¿Por qué harían algo así?
—Estaban enojados porque mi padre pretendía recuperar
todo el poder de la empresa. Quería que volviera a ser
completamente familiar.
—Si es así, ¿por qué vendieron acciones en un inicio?
—Cuando mi abuelo y mi padre llegaron a este país
desde Alemania formaron una pequeña empresa…
—¡Espera! ¿Eres alemán?
—Mi madre no lo era y yo nací aquí, pero sí, tengo
ascendencia alemana.
—¡Qué impresión! Continúa…
—El negocio era hacer préstamos. Mi abuelo creía que
era una buena forma de hacer crecer su dinero y funcionó.
Corporación Vertrauen, que fue como la nombraron, por
aquello de la confianza mutua entre la empresa y el cliente.
»Pronto no solo concedía préstamos, sino que incursionó
en las inversiones. Mi padre me contó que al principio les
fue muy bien, pero en una crisis económica muchos
negocios donde mi abuelo había invertido se vieron
afectados, y eso ocasionó grandes pérdidas a su empresa.
Para poder salir de la crisis, aceptó vender acciones, hizo
negocios y formó algunas alianzas que ayudaron a que la
empresa volviera a establecerse, esta vez de manera más
sólida. Con el pasar de los años Corporación Vertrauen llegó
a ser una empresa financiera de renombre. No era la más
importante, pero se codeaba con estas.
»Antes de que mi abuelo falleciera, le dijo a mi padre que
deseaba que todo volviera a manos de la familia y lo instó a
recuperar las acciones que habían vendido años atrás. Eso
fue lo que desató todos los problemas. Mi padre seguía
teniendo el sesenta porciento de las acciones, así que creyó
que no sería un gran problema recuperar las demás. Pero…
los accionistas se negaron a vender su parte. Me dijo que
estaba preocupado; nunca me imaginé que las cosas
estuvieran tan mal. Semanas antes del incendio se le veía
decaído y distraído… debí prestar más atención.
—¿Cómo ibas a saber tú lo que pasaría?
—Sabía de algunos problemas que tenía con los
accionistas minoritarios, pero no. Nunca pensé que llegarían
al grado de querer matar a mi padre.
—¿Mi tío fue partícipe?
—Sí, le ofrecieron dinero con tal de ponerse en contra de
mi padre y él aceptó.
—¡Qué maldito!
—Creí que a modo de venganza querían apoderarse de
todos los bienes de mi padre, y que por eso habían
intentado deshacerse de todos nosotros, para que no
hubiera nadie que pudiera cobrar eso que por derecho nos
pertenece. —As juega con un mechón de mi cabello e inhala
profundamente—. Pero al parecer es algo más complicado
que eso.
—¿Qué quieres decir?
—Incendiaron la mansión donde vivíamos y lo hicieron
pasar como un accidente. Yo mismo creí que había sido así,
pero después descubrí que todo fue planeado, y más que
eso… —se queda en silencio por varios segundos. Su mirada
se vuelve oscura, pareciera evocar los dolorosos recuerdos
que atormentan su alma—: mis padres, mi hermano
Jonathan y mi hermana Lidia no murieron en el incendio.
Ellos ya estaban muertos antes de que comenzara.
—Los mataron y después incendiaron la mansión para
que pareciese que había sido un accidente.
—Así es. Esos malditos se burlaron de mi padre al abusar
de mi madre y hermana frente a él. Después lo mataron a él
y a mi hermano enfrente de ellas. Todo lo grabaron… todo lo
viví al verlo a través de una pantalla.
Un escalofrío me recorre el cuerpo a la vez que siento
encogerse mi corazón. Él vio cómo murió su familia y
experimentó la más grande desesperación e impotencia al
no ser capaz de hacer nada para ayudarlos. Yo no vi morir a
mis padres y hermano, pero ver sus cuerpos fue más que
suficiente para que el dolor me desgarrara por dentro y que
la culpa me comiera viva. ¿Él se culpa como lo hago yo? ¿Se
odia por seguir vivo? ¿Se reprocha el no haber estado ahí?
¿Será esa su razón de querer morir?
—¿Dónde estabas tú en ese momento?
—En un viaje con mi novia. —Ignoro por completo el
sentimiento tan malsano que se instala en mi pecho—.
Cuando volví lo único que encontré de mi casa fueron
cenizas. Me hicieron creer que había sido un accidente, pero
después descubrí que todo había sido planeado y que el
siguiente en la lista era yo. Trataron de matarme, pero no
les funcionó y sobreviví. Aunque ellos piensan o pensaban
que habían logrado su objetivo; les dejé creer que estaba
muerto para que dejaran de buscarme.
—Gretel dijo que Marc la salvó del incendio. ¿Por qué no
fuiste a buscarla?
—No sabía que estaba viva. Me hicieron creer que
también había muerto.
—Has dicho que creías que mataron a tu familia por
cuestiones de dinero, pero que ya no estás tan seguro de
ello. ¿Por qué?
—Cuando decidí vengarme y tomé mi primera víctima, fui
completamente descuidado. Me dejé llevar por la ira y no fui
capaz de controlar mis impulsos. Creí que sabrían que fui yo
y que me atraparían, puesto que dejé mucha evidencia en
la escena del crimen, pero no fue así. Seguí libre, y en los
noticieros dijeron no saber quién era el asesino. Pensé que
había sido cosa de suerte, pero tampoco fue así. Había
alguien cubriendo mis huellas.
—¿Quién?
—No sé quién. Estaba seguro de que era alguien de
nombre Fernando. ¿Recuerdas cuando te dije que sus
mentiras eran la piedra angular que constituía mi existencia
como asesino?
—Sí.
—Creí que ellos, o sea los socios de mi padre, mentían
para salvarse a sí mismos; que mentían para que no saliera
a la luz su imperdonable acto, ya que, si dejaban que se
realizara una investigación eficaz, darían fácilmente
conmigo, entonces yo diría la verdad y entonces quedarían
al descubierto. Ellos, que asesinaron a mi familia y
mintieron tan descaradamente haciéndolo pasar como un
accidente.
—Pero, si no querían que se descubriera la verdad, ¿no
era mejor matarte? Si ya sabían quién eras, ¿por qué
dejarte libre?
—También me hice esas mismas preguntas. Llegué a la
conclusión de que la persona que planeó el complot me
usaba a su favor. Después de todo, estaba eliminando a los
que estaban relacionados con dicho suceso. Así no quedaría
nadie que amenazara con decir la verdad. Cubría mis
huellas, haciendo uso de su autoridad, y a base de
corrupción me ayudó a eludir a las autoridades, para luego
atarlas de manos y no dejarlas investigar bien.
—¿Quieres decir que entonces no fue porque sean
incompetentes? ¿Por eso el detective Hans tomó otro caso?
—Bueno, sí son incompetentes, pero en esta ocasión
recibieron ayuda extra para no hacer nada.
—No sé cómo sentirme al respecto. Da miedo pensar en
que hay una persona con tanto poder como para manipular
a los medios a ese nivel.
—Cuando te dije que me marchaba para arreglar asuntos
personales, fui a terminar con el último de mi lista. Pensé
que él era el cabecilla de todo, pero… al parecer no era así.
Se mostró sorprendido al verme; él aún creía que yo estaba
muerto. Confesó que todo lo que hizo fue por órdenes de
alguien más y que no le dejaron opción.
—¿Te dijo de quién venían dichas ordenes?
—No, y ahora que los he matado a todos, tal vez nunca lo
sepa.
—Los mataste a todos y tú sigues aquí.
—Sí; pensé que intentarían matarme una vez que
Fernando estuviera muerto. Por eso permanecí alejado de
aquí por un tiempo, pero nadie apareció. Ahora la única
forma que tengo de saber algo es encarar directamente a
las autoridades y así exigirles una explicación, pero creo
que me matarán antes de decirme algo.
—También lo creo…
—Así que moriré de esta manera tan patética… en
completa ignorancia.
—Creo que es imperdonable lo que te hicieron a ti y a tu
familia, y aunque no estoy justificando el que los hayas
matado, supongo que era lo justo. Ellos te orillaron a hacer
lo que hiciste. ¡No fue tu culpa! Fueron ellos los que te
motivaron a convertirte en un asesino. Pero ahora que has
tomado venganza… ¿Por qué no comienzas de cero y
retomas tu vida? —Tras mis palabras, As suelta una sonora
carcajada que me toma por sorpresa.
—¿Lo que me motivó? —repite y me mira con su típica
sonrisa—. No te confundas, pequeña, la muerte de mi
familia no me motivó. Ese fue solo el pretexto. Yo ya
deseaba matar desde mucho antes. —Mis ojos se abren
debido a la impresión de dicha confesión. Yo pensaba que
solo asesinaba para vengar la muerte de su familia—. Ya te
lo dije pequeña, el ser asesino es algo que llevo muy dentro
de mí. Hacer justicia por lo de mi familia fue solo el pretexto
perfecto para saciar mis más oscuros deseos.
—Pero… si tu familia siguiera con vida, no serías un
asesino ahora.
—Eso no lo podemos asegurar. Es cierto que siempre
supe controlarme bien debido al estilo de vida que llevaba.
Pero la verdad es que siempre he sido una persona sádica.
Disfruto mucho ver el dolor reflejado en el rostro de los
demás, más si el dolor lo causo yo.
—Pero… ¡no pudiste ser siempre así! Algo tuvo que pasar
para que llegaras a ser como eres ahora.
—No lo sé. Llevaba una vida tranquila, casi perfecta. Pero
siempre sentí curiosidad por el dolor ajeno. Comencé a
experimentar siendo muy chico, con actos imperdonables
que no me hacen sentir muy orgulloso, pero de los cuales
no me arrepiento. Al ir creciendo comencé a usar a mis
novias para medir su resistencia al dolor. Aprendí a
manipularlas, brindándoles placer, así ellas no estarían tan
asustadas como para oponerse o acusarme.
Pongo los ojos en blanco y giro el rostro ante su mirada
llena de autosuficiencia y arrogancia. ¡Es tan molesto!
Además, darme cuenta de que yo también caí redondita en
sus manipulaciones me hace sentir más que estúpida. Pero
debo darle un punto, porque sabe lo que hace, y es un
experto en eso del dolor y el placer.
—No te me pongas celosa, pequeña niña. —Toma mi
barbilla y me acerca levemente a él—. De todas, tú has sido
la mejor. —Suelta su aliento tibio sobre mis labios. Hago un
gran, gran esfuerzo para no ser afectada por las oleadas
placenteras que recorren mi cuerpo, y aparento indiferencia.
—Entonces, ¿la muerte de tu familia solo fue el incentivo
para que tú te liberaras y terminaras haciendo lo que
siempre deseaste?
—Así es. Yo era miembro de una familia importante. Mi
apellido es uno bien conocido entre la alta sociedad. Estar
bajo las miradas de todos a mi alrededor me impedía
revelarme de la forma que deseaba. Fui criado para llevar
en lo alto el apellido de la familia y seguir con el legado de
mi padre. No pretendía decepcionarlo.
—Así que… cuando tu familia murió, ya no hubo nada
que te mantuviera bajo control.
—¡Exacto! Claro que amaba a mi familia. Era única, y de
alguna manera estábamos todos igual de dementes. Nunca
fui un mal hijo o hermano. Lamenté la muerte de mis padres
y lloré sobre la tumba de mis hermanos, pero he de admitir
que, si en el mundo hay algo que me haga sentir culpable,
es el haberme sentido libre gracias a su muerte. —Toma una
gran bocanada de aire y deja ir algo parecido a un suspiro,
uno lleno de abatimiento.
—Eres un asesino tan extraño. —Acaricio su cabello—.
Diciendo todas esas cosas, pero buscando morir para no
hacer más daño… siento como si no fueras tan malo como
pretendes ser. Vuelve a reír.
—Busco morir, porque no puedo detenerme. Mi exceso de
libertad se ha vuelto mi propia prisión; soy esclavo de mis
deseos. Mis impulsos tienen total control sobre mí, y lo peor
es que me gusta ser así. No soy capaz de cambiar, ni por
Gretel... ni por nadie, porque no me apetece hacerlo —dice
con firmeza y agacho la mirada, pero vuelve a tomarme de
la barbilla para que nuestros ojos se encuentren una vez
más—. No, no soy un chico bueno, pequeña.
—¿Acaso crees que voy detrás de ti porque piense que
eres bueno?
—No sé qué es lo que piensas. No sé qué es lo que
esperas de mí, pero tienes que estar consciente de que no
puedes cambiarme. Si lo intentas solo vas a sufrir. Por tu
propio bien, ten la mente en claro y no te confundas más;
soy un asesino y lo seré hasta el final. No me arrepiento y
no lo haré. No planeo cambiar mi forma de ser ni
convertirme en el héroe del cuento. Eso de que los chicos
malos se vuelven buenos es una estupidez; alguien que es
malo siempre lo será.
—No quiero cambiarte —digo en un susurro—, pero temo
las cosas que te puedan pasar. Si pidiera que cambies, sería
por tu propio bien.
—Pero yo no quiero hacerlo. —Sonríe y ruedo los ojos—.
Pequeña… pequeña niña idiota.
—Pero sí quieres morir.
—Si no puedo parar de asesinar, tarde o temprano me
atraparán, y prefiero morir en tus manos antes que en las
de alguien más.
Siento un hueco en el estómago que me tortura. No
quiero pensar en una vida sin él. Su presencia ha resultado
ser como una nube gris; grande y atemorizante que se
cierne sobre mí y bloquea los rayos de luz, pero que a la vez
me permite sentir un aire fresco y el desahogo de la
asfixiante y quimérica sensación de estar siempre bien.
Su mirada cae a mis labios, y antes de darme cuenta ya
me está besando. Enredo mis piernas en su cintura cuando
se pone de pie. Me sujeta del trasero y pega mi espalda a la
pared. Me besa con voracidad y me obliga a bloquear
cualquier pensamiento que no tenga que ver con la
perfección de su boca sobre la mía. Acaricia mis piernas y
mi piel por debajo de la blusa con tanta desesperación que
logra contagiarme con esta, y pronto estoy deseando tocar
su cuerpo desnudo. Nuestras respiraciones comienzan a
descontrolarse cuando se separa de mí y me suelta para
casi hacerme caer. Me recargo en la pared al sentirme
desorientada.
—Debes irte ya. Voy a salir —dice, y me da la espalda.
—¿A dónde?
—No te interesa.
—Grosero —susurro y ríe divertido—. Sé que no te
importa mucho, pero Gretel está de vuelta.
—¡Perfecto! Me gustaría que la trajeras mañana. Quiero
verla antes de morir. —Se da media vuelta, le miro y mi
corazón se encoje al ver su mirada llena de determinación;
no muestra miedo ni inseguridad. Él sí quiere acabar con su
vida.
—Trataré de traerla, pero no estoy segura de que Marc la
deje salir.
—Sé que encontrarás una manera.
Siento la vibración de mi celular en el bolsillo de mi
pantalón. Lo saco y compruebo un mensaje nuevo de Zac.
Está preocupado por mí, por la forma en que me fui del
velorio y porque he estado evadiendo sus llamadas desde
entonces.
—As…
—Qué.
—El día que fuimos al instituto vi a Zac salir corriendo de
ahí.
—¿Qué insinúas? ¿Que él es el asesino?
—Bueno, es que…
—¿En verdad crees que tu estúpido noviecito tiene lo que
se necesita para ser un asesino?
—No, no puedo imaginar siquiera algo así, pero… ¿por
qué estaba ahí?
—¿Estás segura de que era él?
—Sí.
—No sé porque estaba ahí, pero estoy seguro de que él
no es el asesino.
—No quiero creer que lo es, pero… él es alguien cercano,
alguien que conoce todo sobre mí y mi familia. ¿Recuerdas
cuando te dije que temía que el asesino fuera alguien que
conozco?
—Sí.
—¿Y si es…?
—No lo es.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque es una chica.
—¿Qué?
—El asesino… es una chica. —Por largos segundos me
dedico a solo mirarlo, pero cuando mi cerebro por fin capta
lo que ha dicho, siento que mis ojos saldrán de sus cuencas.
—¿¡Es mujer!?
—Sí.
—¿¡Como lo sabes!?
—La primera vez que me encontré con él… con ella, fue
en el hospital, después de que tus amigos te llevaran con
ellos. Había regresado de una de mis investigaciones y me
estaba esperando. Me sorprendió cuando dijo que sabía
todo de mí y que si no aceptaba sus condiciones le
mandaría toda la información a la policía para que de una
manera sencilla dieran conmigo. Por su manera de moverse,
de hablarme y por la forma en que se me insinuaba deduje
que era mujer. Su amenaza no me asustó, pero me molestó
que osara chantajearme, así que intenté matarle, pero me
paralizó con una descarga eléctrica. —Hace una mueca de
desagrado ante el recuerdo de dicha humillación. No le hace
gracia admitir lo fácil que es vencido—. Juega sucio, porque
sabe que de otra forma no podría vencerme.
—Igual que en las cabañas, cuando te disparó.
—Sí.
—¡Pero no puede ser mujer! —refuto—. Cuando estuvo en
mi habitación vi con claridad una silueta de hombre.
Además, su risa... por muy distorsionada que estuviera, su
risa no era de mujer. Y es que… ¿cómo podría una mujer ser
capaz de todo eso?
—¿Crees que no hay mujeres asesinas?
—Sé que las hay, pero... es difícil de imaginar.
—Tiene que ser alguien con un gran nivel de obsesión
hacia mí, ¿conoces a alguien así?
—Yo… —Amanda aparece en mi mente, es tan repentino
que siento hielo recorrer mis venas, y de pronto siento alivio
ante el hecho de que esté muerta—, no, y no puede ser
mujer.
—Estoy… casi seguro de que lo es.
—¿Casi? ¡Un casi no asegura nada!
—No puedo estar tan errado; he unido todas las pistas
que me dejó. Lo he tenido frente a mí, he visto sus ojos de
cerca. El brillo que estos desprenden, lo reconocería
fácilmente.
—Si estás tan seguro, ¿por qué te referías a ella como él?
—Porque si te decía que era mujer te volverías loca,
harías muchas preguntas, y yo no necesitaba ni tu locura ni
tus preguntas.
—¡Claro que me volvería loca, es información valiosa!
¿Cómo pudiste guardarla?
—No quería que estuvieras sobre mí presionándome.
Primero necesitaba asegurarme de varias cosas.
—¡Tan egoísta como siempre!
—¡Bueno, ya te dije, ahora deja de quejarte!
—Entonces… ¿estás seguro de que es mujer?
—Lo estaba. Créeme que lo estaba, pero justo ahora
estoy un poco confundido.
—¿Por qué? ¿Qué cambió?
—Sucedió algo que nunca esperé. Ahora estoy
replanteando la situación.
—¿Al menos me dirás quién es la mujer de la que
sospechabas?
—No sé qué tan buena idea sea decírtelo.
—¿Por qué no? —Sé el porqué, pero aun así quiero
escucharlo de sus labios.
—Tal vez no te gustará saberlo.
—Tú sabes cual es mi temor; he querido ignorar con
todas mis fuerzas la idea de que es alguien cercano a mí.
Me aterra solo pensarlo.
—¿Lo matarás si resulta ser así? —Lo miro con tristeza.
—¿Lo es?
—Probablemente.
—¿Por qué sigues jugando conmigo de esta manera? ¿Por
qué alargas mi agonía y no me dices las cosas de frente? ¿O
es que piensas aceptar sus intenciones?
—Jamás.
—¿Entonces por qué?
—Son razones mías —dice y desvía la mirada. Suspiro
resignada, derrotada y agotada.
—¿Tus razones valen más que la vida de mi amiga?
—Sí, definitivamente sí. —Su respuesta me molesta. Me
molesta tanto, pero no puedo seguir discutiendo esto con él.
No después de saber cómo es; al final resulta ser una
pérdida de tiempo.
—Bien, solo sé que ese asesino es astuto y juega contigo
como se le da la gana. ¡Es más listo y mejor que tú!
—¡Hey!
—Es la verdad, le mostraste tus debilidades.
—¡Tú tienes la culpa, fuiste tú quien la guio a mí!
—¿Yo?
—Sí, tú. Todo se fue al carajo en el momento en que
comenzaste a perseguirme como loca.
—¿Ahora todo es mi culpa?
—Sí, y no quiero enojarme más, así que... ¡fuera de aquí!
—¡No puedes echarme!
—Claro que puedo. ¡Largo! —Enojado, me toma del brazo
y jala hasta llevarme a la puerta, la abre y me empuja hacia
afuera.
—¡Idiota! —grito antes de que cierre la puerta en mi cara.
Furiosa, camino a prisa por la acera mirando la sombra
de los árboles y buscando la manera de tranquilizarme, pero
entonces choco con algo tan duro como un poste. Levanto
la mirada de inmediato… los postes no están en medio de la
acera.
—Lo siento. —Pero al ver de quién se trata me quedo
congelada en mi sitio—. Jared…
—¡Aisa! Parece que haremos de esto una costumbre. —
Intenta sonreír, pero su sonrisa se quiebra a medias. Sus
ojos están hundidos y apagados.
—¿Qué haces por acá? —inquiero con un poco de miedo;
no quiero ser acusada por él, ya cargo con suficiente culpa.
—Solo caminaba. Intento despejar mi mente.
—Entiendo… —Caminamos en silencio por varios
minutos, hasta que llegamos a un pequeño parque, donde
nos sentamos a la sombra de un árbol.
—¿Cómo has estado? —pregunta con la mirada puesta en
sus manos.
—No muy bien, la verdad. Cada día que pasa, las cosas
se ponen peor y ya no sé qué hacer.
—Lamento profundamente lo de Amanda.
—Yo también…
—Zac está muy enojado conmigo, creí que tú también me
odiarías.
—¿Por qué debería odiarte? —inquiero, enfocando mi
atención en él.
—Por lo sucedido, la culpa está matándome.
—La verdad es que no entiendo, ¿por qué sientes culpa?
—¿No lo sabes? Creí que Amanda te había contado.
—¿Sobre qué?
—El día en que fue asesinada, nosotros tuvimos una
discusión. Ella terminó llorando y fue a casa de América,
creí que tú estarías también ahí.
Miro al suelo y me remuevo incómoda. Estuve tanto
tiempo pensando en As y todo lo relacionado a él, que dejé
de lado a mis amigas. Ni siquiera les presté la atención
debida después de las muertes ocurridas en el instituto…
¿Qué clase de amiga soy?
—No tuve comunicación con ellas en varios días… ¿Puedo
saber por qué discutieron?
—Bueno, yo… —Suspira, y tras escrutarme parece tomar
determinación—. Le dije que estaba interesado en alguien
más. —Abro los ojos con sorpresa. Entonces recuerdo
cuando Amanda me dijo tener la sospecha de que a él le
gustara otra chica.
—Oh… —Seguramente debió pasarla mal, y yo no estuve
para apoyarla y consolarla.
—Nos encontramos por casualidad —continúa Jared—.
Ella no sabía que había vuelto a la ciudad, así que me
cuestionó por qué no la había buscado. No quería decirle la
verdad, y mentí diciendo que había estado ocupado. Dijo
que iba a casa de América, que habían quedado de salir y
me invitó a ir con ellas, pero dije que no…
—Y decidiste decirle que te gustaba alguien más.
—Fue ella quién me hizo la pregunta. Solo confirmé su
sospecha. Me dijo que no me buscaría más y se marchó
mientras lloraba. No he dejado de pensar que si hubiera
aceptado salir con ella… tal vez no estaría muerta.
No estaría muerta si yo me hubiera tomado la amenaza
de manera seria. No estaría muerta si As no fuera un
cobarde egoísta.
—No fue tu culpa.
—Pero siento como si yo la hubiera matado. No me odies
por eso, por favor. Zac ya no confía en mí y supongo que
América tampoco.
—Es que es sorpresivo, parecía que te gustaba de
verdad…
—¡Me gustaba! Era hermosa y muy… interesante. Pero
fui atraído por alguien más y aunque intenté detener mi
sentir, no pude. ¿Te ha pasado algo así?
—Creo que sí.
—Es cruel el sentimiento de querer algo prohibido. —
Suspira y sonríe de manera melancólica—. Debo irme, Aisa,
fue un placer verte. Espero que mantengamos esta
costumbre de cruzar nuestros caminos. —No digo nada.
Solo observo cómo se marcha.
44
Sentimientos confusos

Aisa

Me doy media vuelta en la cama; aferro una almohada a


mi cuerpo y hago presión en mi vientre. Gimo por el dolor y
muerdo mis labios para tratar de apaciguarlo un poco.
Gretel, que se encuentra sentada a los pies de la cama, me
mira atenta. Marc entra a la habitación con una taza de té
en sus manos y me sonríe de lado. Deja la taza en la mesa
de noche, y, sin decir nada, sale de la habitación.
—¿Sigues triste por la muerte de Amanda? —pregunta
Gretel.
—Por supuesto. —Me reclino y tomo la taza de té.
—Dominik matará a quien la asesinó. —Sonrío ante su
seguridad y le doy un sorbo a mi té, que me quema
levemente la lengua—. ¿Te duele mucho la pancita? —
pregunta con una mueca.
—Sí. —Doy otro trago pequeño a mi té antes de
devolverlo a la mesita y acostarme.
Ayer tuve otra plática con Marc. Él está empeñado en que
traicione a As. Trata de hacerme entender que estar con él
no me hace bien, y lo sé, sé que su compañía es dañina,
pero no estoy buscando en él una salvación.
Estoy demasiado agotada. No he dormido bien, pues
pasé toda la noche despierta pensando en todo lo que ha
sucedido y en lo que pasará de ahora en adelante. No veo
una salida clara a mi situación. Solo veo un pozo cada vez
más profundo y claro… yo estoy hasta el fondo. No siento el
deseo de salir, sino que quiero escarbar en el fango y
cubrirme con él.
Mi encuentro con Jared me ha dejado mal. Me hizo darme
cuenta de lo egoísta que he sido todo este tiempo, mientras
arrastraba a todos a mi alrededor y sin detenerme a pensar
en lo mal que ellos lo están pasando. Amanda parecía estar
triste aquella tarde que me dijo de su sospecha y yo no le
presté la suficiente atención. Solo me concentré en mis
propios problemas. Y en mi cabeza todos mis problemas se
resumen a uno solo: As. Le prometí que cuidaría de Gretel,
pero no estoy segura de poder hacerlo. Su mentalidad logra
asustarme, a pesar de ser solo una niña. As confía en mí y
ella también, por eso estoy dispuesta a mantenerla junto a
mí a pesar de que Marc trata de persuadirme para
abandonarla en un orfanato; pero yo jamás haría algo así
con Gretel. Por otra parte, el hecho de que As está muy
dispuesto a morir sin importarle su propia hermana es algo
que me hace enojar. No sé por qué lo desea. No le
encuentro sentido a sus actos y solo me confundo y aflijo.
—Aisa…
—¿Qué pasa?
—¿Cuándo me llevarás a ver a Dominik?
—No lo sé.
—¿Estás enojada con él?
—No…
—Ayer te escuché hablando con Marc. Él quiere que
mates a mi hermano. ¿Por qué? —La miradita que Gretel me
da hace se me encoja el corazón.
—No lo tomes personal: es una afición entre esos dos.
Ambos quieren matarse.
—¿Y tú? ¿Odias a mi hermano? ¿Quieres matarlo?
—No, Gretel… yo no odio a tu hermano y tampoco quiero
matarlo. —Bueno, solo a veces.
—Pero escuché que dijiste que mi hermano es un idiota.
—Bueno, es la verdad. Tu hermano es un idiota, pero eso
no significa que lo odie.
—¿Por qué no podemos irnos a vivir con él?
—Ya sabes que está ocupado. Tiene cosas que hacer.
—Yo solo quiero estar con él. Lo extraño mucho. —Los
ojos de Gretel se cristalizan. Gatea sobre la cama hasta
llegar a mi lado—. Ya no quiero estar lejos de mi hermano.
—Cuando lo veas tienes que decirle eso —le digo
acariciando su cabello—. Tienes que hacerle saber lo mucho
que lo quieres y le necesitas. Tal vez así lo convenzas de
que se quede a tu lado.
—¿Cuándo podré verlo?
—Mañana te llevaré.
—¡Sí! —Gretel sonríe con emoción y deja de lado su
tristeza—. Aisa, yo voy a convencer a mi hermano para que
me deje quedar a vivir a su lado, pero tú tienes que
enamorarlo—. No puedo evitar sonreír ante sus palabras.
—Gretel…
—¡Por favor, Aisa! —Se avienta sobre mí y rodea mi
cuello con sus brazos—. ¡Yo quiero que tú y Dominik se
hagan novios y se casen!
—Gretel, eso nunca va a pasar.
—¿Por qué no?
—Dominik y yo solo somos… ¿amigos? —La verdad no sé
muy bien qué somos.
—Pero a ti te gusta y tú le gustas a él.
—No es así.
—¡Que sí! —Gretel empuña sus manos y me mira con el
ceño fruncido.
—¿Cómo puedes saber tú eso? Solo eres una niña.
—Pero no soy tonta y conozco a mi hermano… ¡Tú le
gustas!
—Bueno, tal vez sí le gusto —digo, recordando que el
mismo As me lo dijo—, pero eso no significa que me quiera
como su novia y mucho menos que nos casemos.
—¡Tienes que ponerte muy hermosa para hacer que se
enamore de ti!
—Ay, no sé, dudo que eso pase.
La mini-As se cruza de brazos y se muestra molesta
conmigo. Río por la miradita asesina que me echa, pero por
más que ella desee que yo me quede con su hermano eso
no es posible. Él está empeñado en morir y siento que no
hay forma en que yo le pueda convencer de que no lo haga.
Si su hermana no le basta para seguir viviendo, ¿qué me
hace pensar qué lo hará por mí? Esa última idea me hace
sentir tan miserable.
—Aisa... —Miro hacia la puerta cuando esta se abre y
Marc se asoma—. Zac está aquí.
—Dile que pase. —Me reincorporo para recargarme en el
respaldo.
—No te ves muy bien —dice Zac cuando entra. Después
se sienta a la orilla de la cama.
—No me siento bien —digo, incómoda. Algo ha cambiado
entre nosotros. La manera en que lo veo ahora no es la
misma desde aquella vez que le vi salir del instituto. No
quería enfrentarlo, porque tengo miedo de la verdad, pero
es algo que tengo que hacer.
—¡Zac! —Gretel se avienta a sus brazos, pero después se
aleja y le dedica una mirada recelosa.
—¿Qué pasa? —pregunta Zac, confundido. Ni yo entiendo
por qué la mira así.
—Zac, tú me caes bien, pero ya no quiero que seas novio
de Aisa, porque ella es de mi hermano. —Mi boca se abre
ante las palabras de Gretel y Zac eleva la ceja, la mini-As
olvida que Zac no sabe de quién es hermana.
—No entiendo. —Zac me mira y busca explicaciones.
—Gretel, ¿puedes dejarnos un momento a solas?
—¡No! —grita y se cruza de brazos.
—Por favor —pido.
—No, porque se van a besar y no quiero que se besen.
—No nos vamos a besar —digo, y Zac suspira con pesar.
—Ella es de mi hermano, Zac, no la beses —dice mientras
camina hacia la puerta, y antes de salir le dedica una última
mirada amenazadora.
Cuando la puerta se cierra, un silencio muy incómodo nos
rodea a Zac y a mí. Observo mis uñas y él mueve sus pies,
ambos también de manera incómoda. Se acerca más a mí, y
después con algo de inseguridad toma mis manos entre las
suyas. Nos miramos y mis ojos se cristalizan. De inmediato
me abraza. A pesar de mis sospechas hacia él, siento cierto
grado de tranquilidad. Es como un sexto sentido que me
dice que no debo temer de él. ¡Es Zac! Y en estos
momentos solo estamos compartiendo el dolor de una
pérdida. Solo necesito su consuelo, que el peso de mi
corazón disminuya y sus brazos ayudan mucho.
—No sabía que Gretel tuviera un hermano —dice,
después de un rato.
—Pues lo tiene.
—No es hija de Marc, ¿cierto?
—No.
—¿Puedo saber quién es su hermano?
—No lo sé.
—Aisa…
—Zac, necesito que hablemos sobre nosotros —digo
rápidamente, y le siento tensarse.
—Vas a pedirme que terminemos —afirma en vez de
preguntar—. Sé que llevas días queriendo terminar conmigo
y también sé que es por Dominik.
—No es por él. —Me alejo de sus brazos.
—¿No? —Levanta la ceja en señal de incredulidad—. Aisa,
no soy tonto ni ciego. Puedo ver cómo te brillan los ojos y la
forma en que sonríes cada vez que lo ves. Con tan solo
hablar de él, tu cara se ilumina. —No sé qué decirle—. Yo no
quiero que terminemos, Aisa, pero tampoco te voy a obligar
a estar a mi lado si tú no me quieres…
—¡Sí te quiero! —me apresuro a decir—, pero…
—Solo como a un amigo. Sí, ya me sé ese cuento.
—Zac…
—Aisa. —Toma mi barbilla y la levanta—. El día que nos
hicimos novios te prometí que te protegería. No lo he hecho
muy bien hasta ahora, pero no por eso voy a dejar que te
destruyas. Si quieres terminar conmigo porque no te gusto o
porque no me quieres, está bien, lo acepto. Pero no puedo
hacerlo si lo haces para irte con ese chico, porque él no es
bueno y solo te perjudicará si continúas a su lado.
—¿Cómo has llegado a esa conclusión? No lo conoces.
—Sé lo suficiente.
—No sabes nada, él no...
—Aisa, no tienes argumentos válidos para defenderlo, y
yo tengo muchos para demostrar lo mala persona que es.
—¿De qué estás hablando? —Entorno los ojos.
—Tú sabes perfectamente de qué hablo, Aisa.
—No lo sé.
—Que quieras evadir el asunto es solo problema tuyo.
—¿Qué es lo que sabes de As?
—No tanto como tú, te lo aseguro. —Nos callamos
durante una pausa. Su mirada está oscurecida, y sus ojos
muestran ojeras y mucho cansancio acumulado.
—Zac, necesito que me des respuestas.
—¿A qué preguntas?
—¿A dónde fueron Amanda y América ese día que las
atacó el asesino?
—Salieron al cine, pero se les hizo tarde. El asesino las
atacó en una calle solitaria.
—Si América no ha despertado, ¿cómo sabes eso?
—Ella… ha despertado un par de veces. —Peina su
cabello de manera nerviosa.
—¿Por qué no me habías dicho?
—Porque no te había visto.
—Zac, quiero la verdad.
—Esa es la verdad.
—¿Puedes decir qué hacías en el instituto la noche que
murieron aquellas chicas? Porque eras tú y no puedes
negarlo.
—Sí era yo, pero… —Respira profundamente, y después
me mira con miedo y preocupación.
—¿Pero?
—Si estás insinuando que yo las maté estás equivocada,
y déjame decirte que más que ofenderme me duele, y en
gran manera, que puedas pensar eso de mí.
—Estabas en el instituto casi a medianoche, saliste
corriendo y dentro estaban los cuerpos de dos chicas
asesinadas. ¿Qué debo pensar?
—Sí, las cosas no suenan muy bien, pero yo no las maté.
Ese día salí, tuve que salir a atender un asunto. Regresé
tarde, vi las puertas del instituto abiertas y ya conoces el
dicho de «la curiosidad mató al gato», pues a mí me ganó la
curiosidad, así que entré, pero me arrepentí y salí corriendo.
—Sus pupilas tiemblan mientras habla. Está muy nervioso.
—¿Viste al asesino? —Siento el mismo nivel de nervios
que él.
—Sí… —Mi corazón se desboca por dicha confesión.
—¿¡Viste su cara!?
—S-sí…
—¡Dime quién es! —Zac comienza a temblar y sus ojos
se vuelven rojos.
—N-no puedo decirte…
—¡Zac!
—¡No puedo, Aisa, lo siento! —Trata de ponerse de pie,
pero se lo impido al sujetarme con fuerza de su brazo.
—¡Tienes que decirme! —exijo—. ¿Quién mató a Amanda
y a mi familia? —Las lágrimas ruedan por mis mejillas. Zac
me mira con tristeza y las limpia con su pulgar.
—El momento de la verdad llegará pronto, Aisa. Pero por
ahora tienes que esperar.
—¿Esperar qué? ¿Volverme loca por completo?
—Sé que no es fácil, pero solo dame un poco más de
tiempo.
—Zac, por favor… no me hagas esto. ¡Tú, no, por favor!
Tienes que decirme.
—Tú familia está muerta. ¡Amanda está muerta! No
quiero ser el siguiente. Que te diga las cosas ahora no
cambiará nada, solo las complicará.
—¿¡Cómo puedes decir eso!? —Le jalo del brazo, y
después lo tomo de su playera acercándolo a mí—. Él casi
mató a tu prima, arruinó mi vida y la de muchos más…
¡Tiene que pagar!
—¿Así como tu amigo está pagando? —Le suelto
enseguida. La sorpresa queda evidente en mi rostro. Su
expresión se vuelve más oscura, y se muestra molesto a un
nivel que nunca vi en él.
—¿De qué estás hablando?
—De que, si realmente quieres hacer justicia por todas
las muertes ocurridas, entonces deberías entregar a tu
amigo a la policía. —Lo miro con sorpresa y terror ante la
idea de que él sepa la verdad sobre As.
—No sé de qué hablas.
—Entonces yo tampoco sé quién es el asesino —dice, y
siento que me desmorono. Se pone de pie y camina hacia la
puerta—. Si quieres que terminemos está bien. Desde que
regresó tu amigo has dejado de verme como tu novio. Yo te
quiero, me preocupo por ti y seguiré cuidándote. Pero
también tengo orgullo y amor propio. No te voy a rogar y
mucho menos voy a mendigar un amor que no es para mí.
—Zac… —Su nombre escapa en medio de un sollozo de
mis labios. Él también se ve deshecho: sus ojos rojos dejan
escapar algunas lágrimas.
—Perdóname por no haber podido protegerte como te lo
prometí —dice antes de salir de mi habitación.
Los calambres en mi estomago parecen triplicarse. Todo
me da vueltas, mi cabeza es una nube de confusión, y al
sentir que ya no puedo más, suelto el llanto. La tristeza y la
ira luchan para romperme la cabeza, el cuerpo, el alma. La
desesperación me alcanza, y es como si el mundo
comenzara a compactarse a mi alrededor y me asfixiara.
¿Qué es lo que pasa? Primero As y ahora Zac. ¿Por qué?
¿Por qué no quieren decirme la verdad?
«El asesino es una chica…»
«No sé qué tan bueno sea decirte eso…»
«Tal vez no te gustará saberlo…»
Sobrepaso el límite y grito entre llantos desesperanzados.
Hundo las uñas en mi carne, y tiro con fuerza como garras
dispuestas a desprender el cuerpo del alma. Siento dolor,
dolor en totas partes, pero no es suficiente y quiero más,
mucho más. Quiero sacar eso que habita en mí, lo que me
controla, lo que me consume. ¿Pero cómo vencer algo que
más fuerte que yo?
Mis gritos atraen a Marc, que entra corriendo y se
abalanza sobre mí. Inmoviliza mis manos para que deje de
rasgar mi piel. La sangre queda en mis uñas, y al verla
enloquezco un poco más.

Déjala que fluya, deja que siga saliendo,


porque estoy llena de dolor y
solo quiero llegar a ser un recipiente vacío.

«Parece un simple despojo, pero es la ofrenda perfecta.


Cuando la copa esté llena podrás beber de ella».

As

Miro mi reflejo en la filosa hoja de mi cuchillo. Han


pasado dos días desde que la pequeña idiota estuvo aquí, y
no he hecho nada más que esperar a que vuelva con Gretel.
Suspiro con fastidio y me echo sobre la cama. Mi mente
ha estado consumida por todos los sucesos ocurridos en las
últimas semanas. La muerte de Amanda me tomó por
sorpresa. Fue un movimiento inesperado, aunque cumple
con su objetivo.
Hacer sufrir a esa pequeña idiota.
Alzo mi brazo derecho con el cuchillo en mi mano. Lo
empuño con fuerza y después encajo la punta en la palma
de mi mano izquierda. No hago muecas ni signos de dolor y
solo observo cómo el espeso líquido sale y se desliza por mi
brazo hasta manchar mi sudadera. Algunas gotitas más
caen sobre la sábana. Cierro y abro la mano para que salga
más sangre, y el dolor se esparce, saciando al mínimo el
asesino que llevo dentro.
Cierro los ojos para dejar que el ardor me relaje, pero eso
hace que la imagen de mi familia aparezca de forma
repentina en mi mente. Siempre evado esos recuerdos,
pues me hacen sentir vulnerable; pero incluso siendo como
soy, a veces extraño pelear con mis hermanos, jugar con
Gretel, platicar con papá y acompañar en la cocina a mamá;
creo que gracias a ella sé cortar tan bien. Supongo que
éramos una familia muy peculiar; nuestras charlas no
giraban en torno a la educación o el futuro, mis padres eran
muy liberales y siempre decían que hay que vivir al día, sin
arrepentirnos y disfrutando al máximo. Así lo hacíamos mis
hermanos y yo. Muchas ocasiones llegué a decirle a papá
que mataría a sus socios porque me caían mal y él solo reía
y me daba consejos para no dejarme atrapar. Supongo que
él pensaba que bromeaba, y bueno, sí, en ese entonces
quizá sí lo hacía, pero tal vez el hecho de que él nunca
reprimiera mis pensamientos homicidas ayudó a desarrollar
mi mente asesina. A mi hermano Jonathan y a mí nos decía
que debíamos ser líderes; siempre estar por encima de los
demás y jamás dejarnos rebajar por nadie, e incluso decía
que las mujeres debían siempre respetarnos y obedecernos,
e irónicamente a Lidia y Gretel les decía que nunca debían
dejarse someter por ningún hombre, que debían ser fuertes
y libres. Así que los cuatro crecimos con esta actitud de
arrogancia y superioridad sobre todos. Definitivamente mi
familia no era una familia modelo, pero los amaba y no me
quería dar el tiempo a pensar en ellos. No quería hacerlo
porque es inútil y no sirve de nada, pero ahora estoy aquí,
sumergido patéticamente en recuerdos inservibles.
Esa pequeña idiota tiene la culpa; es tan sentimental que
me lo contagia. A estas alturas no puedo negar lo mucho
que me gusta. Estoy tan consciente de todo lo que me hace
sentir y no ignoro el hecho de que, si quisiera, podría llegar
a enamorarme de ella. Esa pequeña es como la mujer
perfecta para mí: es inocente y atrevida al mismo tiempo;
es decidida y testaruda, pero también es sumisa, y eso es lo
que más me gusta, que aunque trata de rebelarse contra
mí, simplemente no puede. Además, está el extra de que es
una gran masoquista, porque ni yo mismo entiendo cómo
me ha aguantado.
Esa necesidad de destruirse cada vez un poco más, esa
fascinación que tiene hacia el dolor, la hace tan idónea para
mí.
No he podido sacarme de la cabeza su mirada llena de
decepción y reproche por haberme negado a revelarle quién
es el asesino. No entiende por qué le oculto la información,
pero no puedo decirle mis motivos. No puedo admitir que
estoy tratando de una manera patética alargar nuestro
tiempo juntos; en el momento en que la identidad del
impostor se revele, todo terminará. Así que estoy aquí,
añadiéndole tiempo a mi estancia junto a ella. Es tan
ridículo reconocerlo para mí mismo, que jamás lo haría
frente a ella. Estar consciente de todo lo que ella provoca en
mí, me ayuda a ser realista con ella y conmigo mismo.
Tengo otras cosas en mente y soy demasiado egoísta como
para ponerme a disfrutar de estúpidos y ridículos
sentimientos como el amor. No… el amor no va conmigo, ni
siquiera estoy seguro de saber qué es exactamente eso y
no quiero saberlo.
Tomo el cuchillo y hago presión sobre la herida, que
vuelve a abrirse; la sangre sale de nuevo, pero con menos
intensidad. Entonces escucho que llaman a la puerta, me
levanto y voy a abrir. No es necesario que pregunte quién
es; la entusiasmada voz de Gretel puede escucharse con
claridad. Sonrío sin poder evitarlo y abro la puerta.
—¡Dominik! —Mi pequeña hermana se echa a mis brazos.
La levanto y la abrazo con fuerza.
—Hola, princesa.
—¡Tenía muchas ganas de verte! —dice muy sonriente
hasta que se da cuenta de la sangre que sale de la palma
de mi mano—. ¿Qué te ha pasado?
—Me corté.
—Sí, eso es obvio. —Rueda los ojos y sonrío… ella es tan
igual a mí—. ¿Cómo y por qué te cortaste?
—Me corté con el cuchillo y porque quise —digo
poniéndola en el suelo y se cruza de brazos mientras
sacude la cabeza.
—Y yo que pensaba que la masoquista era Aisa —dice, y
suelto una carcajada.
—¿Y dónde está la pequeña idiota? —pregunto al no
verla, Gretel mira hacia fuera y suspira.
—No sé dónde está.
—¿Cómo llegaste aquí?
—Aisa me trajo —responde antes de correr y aventarse al
sillón.
—¿Dónde está?
—No lo sé… búscala. —Me sonríe con inocencia, pero yo
no creo en esa miradita de niña buena; conozco muy bien a
mi pequeña hermana.
—No quemes la casa —digo antes de salir y solo escucho
su risa infantil.
A medio kilómetro de la casa hay un árbol enorme y muy
frondoso que da una buena sombra. Bajo ese árbol hay una
gran roca y sobre esa gran roca se encuentra sentada la
pequeña idiota. Está cruzada de rodillas y con la cabeza
entre sus brazos. Camino hacia allá con calma. Sé que ella
sigue confundida por la muerte de Amanda. Nada de esto
debe ser fácil, pero mientras más rápido acepte las cosas,
más rápido las superará. Algo que me molesta mucho de
ella es que es poco realista y desea encontrarle algo bueno
a todo. Eso no está bien, pues siempre hay que ver las
cosas tal y como son en vez de engañarse con cuentos de
fantasía.
—Hey, pequeña idiota, ¿qué haces acá? —Me detengo al
pie de la roca.
—Hola —dice con una mueca que supongo es un intento
de sonrisa. Ella realmente se ve fatal, y su mirada no solo
muestra cansancio o tristeza, sino que hay una clara
muestra de resignación, como si hubiera echado su alma al
viento, para dejarse arrastrar por la voluntad de este.
—¿Qué haces aquí?
—Es un lindo lugar —dice con simpleza—. Es tranquilo,
me gusta.
Me trepo a la roca. Al estar más cerca puedo notar
rasguños en su cuello, y aunque lleva una blusa de manga
larga que no me permite ver la piel de sus brazos, puedo
adivinar el estado de estos. No cuestiono nada al respecto.
Solo me recuesto con los brazos detrás de la nuca, para
después mirar las ramas mecerse por el aire.
—¿Qué le pasó a tu mano? —pregunta, algo preocupada.
—Me corté.
—¿Qué estabas haciendo?
—Jugando —digo, y también rueda los ojos.
—¿A qué?
—A cortarme.
—Estás demente.
—Sí, pero es divertido.
—¿Por qué tu definición de diversión siempre incluye
sangre?
—Porque soy un sádico asesino.
—Claro, debí pensarlo antes.
La pequeña se acerca más a mí y me hace una señal
para que le pase mi mano. Sin saber qué trama, lo hago.
Ella la toma entre las suyas y extiende con cuidado mi
palma, como si temiera lastimarme. Observa la herida: de
esta sale más sangre cuando la piel se estira. Me sorprendo
cuando alza mi mano un poco, a la vez que ella se reclina.
Una corriente eléctrica me recorre cuando su pequeña
lengua traza la herida. Sus ojos se clavan en los míos,
mientras continúa lamiendo de forma lenta pero firme, que
logra provocarme de muchas maneras. Lame todo rastro de
sangre y después chupa sus labios. Deja mi mano sobre mi
abdomen y me sonríe de lado. Tomo un mechón de su
cabello y la halo hacia mí con algo de brusquedad. Jadea y
suelta un gemido de dolor, pero mi acción la obliga a quedar
con los brazos cruzados por encima de mi cuerpo tendido.
Enredo mi mano y tiro con fuerza para reclinar su cabeza.
Capturo sus labios de forma posesiva, chupo, muerdo y
succiono, a lo que se queja un poco.
Nuestras bocas se mueven con la fiereza de siempre. En
nuestros besos no existe un ritmo lento y suave, pues
siempre hay rudeza, desenfreno y mucha pasión. Con mi
mano libre alzo su blusa y hago intromisión para acariciar su
piel, que reacciona a mi tacto y se eriza. Gimotea cuando
aprieto uno de sus senos y se aleja de mí.
—¡As!
—¿Qué?
—¡No hagas eso! —Saca mi mano de debajo de su blusa.
—Sé que te gusta, no te hagas.
—Sí me gusta —dice y sonrío—, pero no lo hagas de esa
forma tan descarada.
—¿Y de qué otra forma podría hacerlo? —La sujeto de las
caderas y la levanto para que quede sobre mí.
—¿Qué haces ahora?
—Ayudándote a estar cómoda.
—Ya estaba cómoda. —Vuelvo a jalar de su cabello. Se
queja, pero de igual forma termina tendida sobre mí—.
¡Estamos en la calle, As!
—No pasa gente muy seguido por aquí, y los vecinos más
cercanos están a un kilómetro. Además, no estamos
haciendo nada.
La pequeña dobla sus manos sobre mi pecho y apoya su
mentón sobre ellas. Yo vuelvo a colocar mis brazos detrás
de mi nuca y nos quedamos en completo silencio,
acariciados por el suave viento. Hacía ya mucho tiempo que
no disfrutaba de la tranquilidad. Un rato después le observo
y sonrío al ver que poco a poco va cerrando los ojos. Abro
mis piernas y la hago quedar en medio, luego la aprisiono
con ellas. Abre un ojo para mirarme, y hace un extraño
ruidito con su boca antes de volver a cerrarlo.
—Hey, pequeña niña.
—Qué…
—Quiero llevar a Gretel a un lugar.
—¿A dónde?
—A un lugar muy especial para ella.
—¿Cuándo?
—Mañana. Quiero estar toda esta semana con ella.
—Me parece muy buena idea. Se pondrá muy feliz de que
pasen tiempo juntos.
—Sí, quiero verla feliz y que disfrute antes de que nos
separemos para siempre. —Apenas digo esto, siento su
cuerpo tensarse. Sus puños se cierran y empuñan mi
playera.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Que quiero disfrutar con mi hermana antes de morir.
—As… ¿sabes el daño que le causarás? —No, no es un
daño. Es lo mejor para ella.
—Según tú, pero no según Gretel.
—Bueno, yo soy el hermano mayor y sé lo que más le
conviene. Iremos a ese lugar, y una vez que estemos de
regreso, no habrá más excusas. —Un suspiro de frustración
se escucha por parte de ella, pero ya no dice nada más. El
silencio nos vuelve a rodear.
—Deberíamos ir a ver a Gretel —dice después de una
larga pausa.
—Sí. —Trata de reclinarse, pero se lo impido y me mira
atenta—. Mañana las quiero a las dos aquí temprano.
Empaquen ropa para una semana —digo y me mira con
sorpresa.
—¿Yo también?
—Por supuesto, ¿piensas que me voy a ir sin mi juguete
favorito? —sonrío burlonamente y pone los ojos en blanco.
—Pero… ¿cómo vamos a irnos solo así? Las cosas están
demasiado tensas, no sé si sea buena idea irme.
—Quiero despedirme de mi hermana, pasar con ella un
buen momento y dejar que me recuerde con alegría. No me
niegues este deseo.
—Puedes irte con ella, no necesitas de mí.
—También quiero despedirme de ti, como es debido.
Quiero asegurarme de que no me olvides en mucho tiempo.
—Bien, pero iré solo por Gretel, no por ti.
—Gretel no es quien te hará gritar de placer.
—¡As!
—Es la verdad.
—¡Tú tampoco, porque no voy a dejar que me toques!
—No empecemos de nuevo —advierto. Me mira de
manera misteriosa y sonríe.
—Esta vez seré yo quien te haga morir de placer. —
Asegura con gran determinación, por lo cual lo único que
puedo hacer es sonreír.
—Será un placer morir en tus manos.
—¡No me refiero a eso!
—Yo sí. —Esta vez le miro con extrema seriedad, y hago
que el poco brillo que hay en su mirada se desvanezca.
—As…
—Quiero morir en tus manos.
—Eso no pasará.
—¿Dejarás que alguien más me mate? Hicimos un pacto.
—Lo sé, pero… no puedo, no puedo matarte.
—¿Por qué?
—No debes morir.
—¿No te quedaron claros mis motivos?
—No, y yo no quiero que mueras. —Elevo la ceja y la
observo con detenimiento.
—¿Por qué no? ¿En qué te afecta a ti si vivo o muero? —
Relame sus labios. No quiere admitir lo que siente, más
porque ni ella misma lo entiende.
—Solo no quiero que mueras. Ya te dije… Gretel sufrirá.
—Ella estará bien, te tiene a ti.
—¡Pero yo no! —Se deja en evidencia, entonces la ira y el
miedo se apoderan de ella—. Yo no estaré bien si tú
mueres…
Su expresión muestra más de lo que me gustaría saber.
Me observa como si temiera mi reacción, pero no reacciono
ni para bien ni para mal. Mantengo, pues, mi rostro neutral.
—Necesito de ti —admite.
—¿Por qué necesitarías de mí?
—N-no lo sé… yo…
—Sé que será imposible encontrar a alguien que te dé
tanto placer como yo —suelto con arrogancia—, pero es
algo con lo que puedes vivir.
—Pero no puedo vivir sin ti…
El silencio le sigue a sus palabras. El ambiente se pone
incómodo. Eso se escuchó demasiado comprometedor, y a
ninguno de los dos nos gusta. Sabe que se ha expuesto
mucho, y para mí es solo algo problemático.
—Pues tendrás que aprender a hacerlo —digo sin más—,
porque este viaje será el último momento que
compartiremos juntos.
 
 
45
Exquisito y hermoso

Aisa

Emocionada y feliz, Gretel termina de hacer su maleta.


Sonrío al verla así y suspiro, pero me remuevo incómoda
ante la fija mirada de Marc, que me observa desde el marco
de la puerta. Está demasiado molesto y no hace más que
echarme miradas desaprobatorias.
La noche en que cedí ante el peso emocional que caía
sobre mí, Marc y yo volvimos a hablar sobre marcharnos. En
esta ocasión fue él quien me pidió que nos fuéramos lejos,
solo él y yo. Me negué enseguida, y le dije que sin Gretel no
me iría a ningún lado. Estuvo casi una hora dándome un
sermón del porqué debo dejar de preocuparme por los
hermanos y pensar solo en mí, pero no me importó si tenía
razón o no, ya que simplemente me negué a abandonar a la
niña. Por otro lado, acepté marcharme con él. Saber que Zac
conoce al asesino, y que él, al igual que As, se niegue a
decir la verdad, es algo que me hace pensar en lo peor.
Después de llorar y llorar por la frustración, un terror invadió
mi cuerpo y mente. ¿Por qué me lo ocultan? Una buena
razón debe haber, y esa buena razón me aterra. Hay una
vocecita en el fondo de mi cabeza que me dice que yo sé la
verdad, y por más que lo niegue, no puedo cambiar la
realidad.
No hago más que torturarme. Entonces, como la gran
cobarde que soy, pensé en huir antes de descubrir una
verdad con la que no sé si soy capaz de lidiar. Así que
acepté la propuesta de Marc, pero no pienso vivir mucho
tiempo con él. Solo lo necesito para que nos saque de aquí,
y después me iré también lejos de él.
Gretel aún no sabe de mis planes; aún cree que su
hermano y yo estaremos juntos para cuidar de ella. Me
duele en el alma que guarde tantas esperanzas en una
persona tan egoísta como lo es su hermano, quien no se
detiene ni un segundo a pensar en ella y en el dolor al que
la someterá.
Pero la decisión de As no solo afecta a Gretel sino
también a mí. Y aquí estoy, buscando la manera de lidiar
con ello sin dejar que el dolor desquicie mi alma por
completo. Estoy tratando lo más que puedo mantener mis
sentimientos al margen de la situación, pero me está
costando demasiado. Solo hace falta recordar lo fácil que
cedí a viajar con él, para darme cuenta de que voy por mal
camino. Incluso terminé diciendo todas esas cosas de que
no quiero que muera porque le necesito. ¡Soy un desastre!
Al final, me propuse solo disfrutar del momento, teniendo
en mente que será el último a su lado. Prometió contarme
toda la verdad una vez que volvamos y entonces… nuestras
vidas serán separadas por completo.
Finalmente, Gretel termina de empacar, cierra la maleta
y después sale corriendo hacia el baño. Entonces, Marc
habla.
—Vas a arrepentirte de esto, Aisa —dice muy, muy
molesto. Solo ruedo los ojos—. No voy a consolarte cuando
regreses llorando.
—Aunque regrese deshecha en lágrimas, nunca buscaré
tu consuelo —digo firmemente.
—Solo espero que regreses viva y no muerta.
—¡Tío!
—Sé que sufrirás y llorarás por poner tu confianza en ese
asesino, y aunque no me lo creas, temo por ese dolor que
no podré evitar.
—No tienes de qué preocuparte. —Rendido, mi tío suspira
y niega por enésima vez.
—¿Nuestros planes siguen en pie?
—Sí. Entiende que este viaje no solo será una despedida
entre Gretel y su hermano, también lo será para mí. Tengo
que desprenderme de él.
—Espero que realmente lo hagas.
—Yo también lo espero. —Tomo las maletas y salgo de la
habitación—. ¿Gretel, estás lista?
—¡Sí! —Sale del baño, me quita su maleta y corre hacia
afuera.
—Cuídate —escucho decir a Marc, en un pequeño
susurro. Me giro hacia él y asiento levemente—. Espero que
pienses bien lo que te dije —dice después de que cruzo la
puerta.
—Lo haré —digo antes de marcharme por el pasillo.
Marc no sabe sobre lo que As planea hacerse así mismo.
No quise decirle, porque ya está obsesionado en hacerme
acabar con él. No le daré ningún tipo de oportunidad.
Y fuera de todo este drama, admito que me encuentro
emocionada por este viaje y por pasar toda una semana
solo con As y Gretel. Suena como algo divertido.
«Mientras no les dé por destriparte».
—¿A dónde vamos? —pregunta Gretel.
—No lo sé, tu hermano no me quiso decir.
—¡Seguro será genial!
Tomamos un taxi y un rato después bajamos a unas
cuadras de la casa de As. Cargamos las maletas con algo de
dificultad y por fin llegamos. Gretel sonríe cuando ve a su
hermano sentado encima del cofre de un auto rojo. Deja su
maleta y corre hacia él. Resoplo con molestia, tomo su
maleta y la arrastro.
—Tardaron mucho —dice As, reincorporándose.
—¿De quién es el auto? —pregunto.
—Mío —dice con obviedad.
—¿Lo compraste?
—No —contesta Gretel—, papá se lo regaló.
—Oh… ¿y dónde lo tenías? No lo había visto.
—Tengo un garaje donde están algunos de mis autos. No
los uso porque prefiero la moto al auto, pero no podemos
irnos en moto. Ahora suban, que se hace tarde.
Su explicación da pie a muchas preguntas, pero por
ahora decido callarme. Metemos las maletas en la cajuela.
Gretel se sube en la parte de atrás y me echa una miradita
insinuante. Ella sigue empeñada en convertirme en su
cuñada. Sonrío y me siento en el asiento del copiloto. En
silencio, As pone el auto en marcha y de igual manera
comenzamos el camino.
Miro por el espejo retrovisor a Gretel, que comienza a
quedarse dormida, pues despertamos muy temprano.
Suspiro. As está concentrado en la carretera, así que miro
por la ventana, me recargo en mi brazo y admiro el paisaje.
—As…
—Qué.
—Dime a dónde vamos.
—Ten paciencia, ya verás —dice con una sonrisa; una
sonrisa cálida y divertida que me hace sonreír de inmediato.
Poco a poco voy sintiendo sueño, así que me acomodo en
el asiento, me relajo y me quedo dormida. Para cuando abro
los ojos ya es por la tarde. Me doy cuenta de que el auto
está estacionado afuera de un pequeño restaurante. Ni
Gretel ni As están en el auto. Me estiro, bostezo y salgo,
sintiéndome algo entumida. Camino hacia el restaurante, y
en cuanto cruzo la puerta, mi nombre resuena en el local,
llamando mi atención y la de todos los demás; Gretel sonríe
y mueve su mano para indicarme que me acerque a ellos.
Les sonrío y eso hago. Me siento a la mesa con los
hermanos, que comen y ríen muy felices. Una mesera
jovencita y bonita toma mi pedido de manera muy amable.
Un rato después mis tripas están ya saciadas.
—¿Por qué no me despertaron? —pregunto.
—Te veías muy a gusto —dice As.
—De hecho, quedé torcida del cuello. Dime cuánto falta
para llegar.
—Aún quedan algunas horas.
—¿Cuántas?
—Unas cuatro.
—¡Ya sé a dónde vamos! —exclama Gretel.
—¿Ah, sí? Dime a dónde.
—No, espera a que lleguemos, que te va a encantar.
—Está bien, ya qué.
Después de calmar el hambre, estirar el cuerpo y
comprar algunas botanas para el camino, volvemos al auto.
Gretel canta muy alegre en la parte de atrás. Sonrío al ver lo
feliz que está. As también se ve feliz, y aunque yo quisiera
sentirme igual, no puedo, pues sé que esta es la forma de
As para despedirse de su hermana y de mí.
Me doy cuenta de hacia dónde nos dirigimos cuando
alcanzo a ver el mar a lo lejos. Gretel se emociona y se pega
a la ventana, embelesada, con la intención de contemplar
mejor la hermosa vista del atardecer. El auto continúa sobre
la carretera alejada como a un kilómetro del mar. Unos
minutos después As toma una desviación. Hay un enorme
letrero que dice «PROPIEDAD PRIVADA» y que abre paso a
un camino de terracería. Pasamos entre un túnel de árboles
enormes y frondosos. Sonrío al respirar el aire puro del
lugar. Apenas vamos llegando, y de alguna manera siento
mi alma purificarse. Abro mis ojos con sorpresa cuando el
auto entra en una pequeña curva y sale del túnel. Frente a
nosotros se alza una hermosa casa; es grande, aunque no
tanto como para ser considerada una mansión, pero fácil
duplica el tamaño de la casa de mis padres. Lo más
sorprendente es que se encuentra situada a la orilla de un
risco.
—Es hermosa —digo, completamente embelesada.
—¿Verdad que sí? —Gretel se ve muy feliz.
—Papá la mandó construir para nosotros —dice As,
llamando mi atención—. Solíamos pasar todos los veranos
en este lugar desde que tengo memoria. —Su mirada y su
voz reflejan la nostalgia por los días de antaño.
El auto se detiene debajo de una pequeña terraza y
salimos. El viento nos acaricia tan pronto nos acercamos al
inmueble. Se puede sentir la brisa del mar. Miro a mi
alrededor: a un costado de la casa se encuentran dos
piscinas, una de aguas bajas y una más profunda; hay
camas de playa, y a unos metros se puede ver un minibar.
Mis ojos ven más allá y me encuentro con un hermoso
jardín, muy extenso y bien cuidado, lo que me hace saber
que tiene guardianes. A lo lejos se puede observar una viña
y también puedo distinguir lo que parecen ser establos.
Gretel toma mi mano y me lleva con ella, corremos por
un camino empedrado y después nos salimos hacia un fino
césped. No puedo evitar estremecerme cuando nos
acercamos a la orilla del risco. Está acondicionada de
manera que tiene una bardilla para evitar que uno se caiga
de tan aterradora altura. Con algo de miedo subo a la
bardilla movida por Gretel y mi piel se eriza cuando miro
hacia abajo; las olas del mar chocan con fuerza en las rocas,
y se escucha su estrepitoso sonido.
—Cuando muera, quiero que sea aquí —dice Gretel de
una manera muy seria, lo que me hace mirarla con
atención.
—¿Qué quieres decir? —pregunto, y ella me mira con una
sonrisa.
—Cuando tenga que morir, vendré aquí y me arrojaré al
abismo… esa es mi idea de mi muerte ideal. —Prefiero no
decir nada con respecto a eso, porque sinceramente no
tengo nada que decir.
Suelto un tremendo y aterrador grito cuando siento un
empujón y me voy hacia delante. Por unos cuantos
segundos mis pies dejan de tocar la bardilla para
mantenerse suspendidos en el aire; pero antes de que
pueda caer al vacío, unos fuertes brazos me sujetan y tiran
de mí hacia atrás. Gretel se sienta sin miedo alguno y ríe a
carcajadas mientras yo casi rompo en llanto.
—¡Eres tan cruel! —chillo, en tanto golpeo el pecho de
As.
—Tranquila, pequeña. —Se ríe muy divertido el maldito.
—¡Me has asustado demasiado!
—¿Cómo puedes pensar que soy capaz de aventarte? —
Me mira fingiendo estar ofendido—. Acabamos de llegar, no
puedo matarte antes de que comience la diversión.
—Ay, eres despreciable. —Me remuevo en sus brazos—.
¡Suéltame!
—Claro. —Vuelvo a gritar cuando As me suelta de manera
repentina. A milímetros de estampar mi trasero con el suelo,
me jala de los brazos y me hace caer hincada. Bufo cuando
ambos hermanos se burlan de mí.
—¡Vayamos adentro! —dice Gretel, bajando de la bardilla
de un salto. Nos toma de las manos y nos arrastra hacia la
casa. Las maletas ya están dentro; As las había metido
antes de tratar de atentar contra mi vida en el risco.
La hermosa casa lo es mucho más por dentro de lo que
se ve por fuera, muy por el contrario de lo que pude pensar.
No está decorada de una manera elegante o pretenciosa;
todo lo contario: todos los adornos y decoraciones son muy
sencillas. Lo que sí hay son muchos cuadros que
prácticamente tapizan las paredes. Tengo la oportunidad de
conocer a As de pequeño, pues hay un sinfín de retratos de
él y su familia. Compruebo lo bella que era su hermana, y su
hermano también era de muy buen ver a pesar de su corta
edad. Al conocer a sus padres puedo notar por qué salieron
con tan buenos genes.
—Gretel, sube a tu habitación y acomoda tus cosas. La
pequeña y yo haremos la cena.
—¡Sí! —Tira de su maleta y se dirige a las escaleras.
—La casa está en muy buen estado —observo.
—Por supuesto.
—¿Alguien la cuida?
—Sí.
—¿Y dónde están esas personas?
—Les ordené marcharse. Somos los únicos en este lugar.
—¿No se supone que estabas muerto? ¿Cómo es que aún
conservas este lugar?
—Bueno, cuando me dieron por muerto, fue aquí donde
me oculté. Ellos piensan que lo de mi familia fue un
accidente, y ya que mi muerte nunca se hizo pública, no se
enteraron y yo no les dije. Solo pensaban que era un chico
desesperanzado por la muerte de su familia, así que me
ofrecieron todo su apoyo.
—Entiendo… creo.
—Y mis enemigos no pueden dar con este lugar. La casa
no está a mi nombre ni al de ningún miembro de mi familia,
de modo que no pueden vincularla con nosotros. Dudo que
sepan de su existencia.
—Entonces… ¿a nombre de quién está la casa?
—A nombre de un tal Alexander Hall.
—¿Ese quién es?
—Bueno, creo que no tendrás el placer de conocerlo, así
que no importa.
—Tú y tus misterios.
—Deja de quejarte, pequeña idiota, solo disfruta del lugar
y del momento. Ahora, vamos a preparar la cena.
Sigo a As hasta la cocina, un lugar muy amplio de estilo
rústico que contrasta con el resto del lugar. Nos lavamos las
manos y sigo sus indicaciones: le facilito ingredientes y
demás cosas que necesita. Admito que disfruto ver cómo
corta y prepara las cosas. Se ve concentrado y relajado. Un
rato después la cena queda lista y la cocina se llena de un
delicioso aroma que abre mi apetito.
—Tomaré un baño antes de cenar. —Sale de la cocina y
solo le sigo. Toma su maleta y la mía, y sube con ambas las
escaleras. Llegamos a un extenso pasillo y nos detenemos
en una puerta que está hasta el fondo.
—¿Dónde está la habitación de Gretel? —pregunto.
—Del otro lado de la casa; ella y Lidia tenían sus
habitaciones de aquel lado y Jonathan y yo de este.
La habitación de As no es nada fuera de lo común. La
verdad es que no sé qué esperaba encontrar, pero es una
habitación normal; de hecho, hasta un poco aburrida. Todas
las paredes son blancas y no hay colores llamativos. Lo
único sobresaliente es la enorme cama, pues nunca había
visto una tan grande.
—¿Te gusta?
—Se ve cómoda.
—Lo es, pronto podrás comprobarlo —dice con una
sonrisa pícara que me hace sonrojar.
As comienza a desvestirse frente a mí. Miro hacia los
lados, pero termino con mis ojos puestos de nuevo sobre él.
Esboza una sonrisa cuando queda solo en bóxer y camina
hacia mí. Lo miro desconfiada y doy un paso atrás que solo
le hace reír.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto.
—Tomaremos un baño.
—¿Eh? —Veo el mundo de cabeza cuando cuelgo de su
hombro. No grito, pataleo o me opongo, porque sé que no
tiene caso, así que solo me dejo llevar.
Al entrar al baño, me quedo boquiabierta. ¡Es del tamaño
de mi habitación! ¿Para qué necesita tanto espacio? Pero he
de admitir que está espectacular. Los azulejos son de
diferentes tonos de gris, lo que lo hace ver muy elegante. El
lavamanos, el inodoro y la enorme tina hacen juego con un
mismo estilo. Es una combinación del estilo clásico y algo
muy moderno. Me quedo tan embobada con todo, que no
me doy cuenta de que As nos introduce en la ducha hasta
que el agua cae sobre mi cuerpo y me hace jadear. El agua
está tibia, así que se siente deliciosa aun encima de la ropa.
As me deja sobre el piso, y sin previo aviso saca mi blusa,
después mi sostén, se agacha, me quita los zapatos,
desabrocha mis jeans y los jala junto con mis braguitas por
mis piernas. Me sostengo de él para sacar mis pies. Avienta
mi ropa fuera de la ducha y se pone de pie. Observa con
calma mi cuerpo, hasta llegar a mis ojos.
—¿Cuándo vas a dejar de sonrojarte? —pregunta riendo.
—Nunca —contesto, y me cruzo de brazos para cubrir mis
senos.
—Conozco a la perfección tu cuerpo. Podría esculpirlo
hasta con los ojos cerrados, así que no tienes que seguir
cubriéndote ante mí.
—Aún así, sigue dando vergüenza.
Ríe y niega con la cabeza. Se saca la prenda interior y
queda desnudo. Me sonrojo todavía más. El agua sigue
cayendo sobre nosotros. Observo cómo su cabello se pega a
su frente. Sus labios se ven más rojos y su piel más blanca.
Muerdo mis labios… podría decir que se ve exquisito.
—Deja de mirarme así, pequeña —dice con una arrogante
sonrisa.
—¿Así cómo?
—Como si quisieras violarme.
—Tal vez sí quiero —digo, y suelta una carcajada.
—Eso será después. Por ahora solo báñate, que Gretel
nos espera y no es necesario que me violes. Siempre estoy
dispuesto.
—No es necesario que lo digas.
—Por cierto, estoy expectante en cuanto a tus palabras.
—¿Qué palabras? —Lo miro confusa.
—Me dijiste que me harías morir de placer. —Se inclina
hacia mí y eleva mi ritmo cardiaco—. Estoy ansioso. —
Muerde mi labio inferior y tira de él con algo de fuerza.
Atenta, sigo cada uno de sus movimientos; toma la esponja
y la barra de jabón y enjabona todo su cuerpo. Yo me
encuentro tiesa en mi lugar y además estoy toda
desconcertada, pues As está actuando algo raro y me pone
de nervios.
—¿Estás esperando a que sea yo quien enjabone tu
cuerpo? —pregunta con picardía.
—¡Oh! No.
Mi cuerpo siempre reacciona con una increíble rapidez a
su tacto. Incluso en estos momentos en los que me toca de
manera simple. Dejo escapar un suspiro y muevo mis
manos sobre el pecho de As mientras esparce el jabón.
Masajea mis pechos y después acaricia todo mi vientre.
Jadeo cuando me atrae hacia sí y comienza a pasar sus
manos por mi espalda, pero yo solo puedo pensar en lo bien
que se siente mi pecho contra el suyo y en que puedo sentir
su miembro contra mi piel.
Recargo mi frente en su pecho y cierro los ojos… esto es
una tortura y no sé cuánto más podré soportar esta
situación. ¿Tengo que seguir fingiendo que no me afecta?
 

La cena transcurre en un ambiente bastante agradable.


Gretel me cuenta historias de todos los veranos pasados
que ella y su familia estuvieron en este hermoso lugar. En
verdad puedo decir que era muy feliz, y no queda duda de
que su familia era muy unida. De vez en cuando miro a As,
que está demasiado callado. Me percato de que mira a su
hermana de manera anhelante, pero se muestra distante y
sus ojos reflejan nostalgia.
Sé que dije que aceptaría su decisión, pero me cuesta
tanto hacerlo solo así. No quiero que muera… no quiero.
Odio sentir tanto apego a él y odio que sea tan egoísta
como para irse sin importarle lo que deja. ¿Es que no hay
manera de convencerlo para que no deje a su hermana?
Después de la cena, As y Gretel se pierden por algún
lugar. Decido no seguirles, ya que deseo que pasen tiempo
como hermanos. En cambio, yo aprovecho para pasear por
la casa y conocerla mejor. Camino por uno de los pasillos
donde solo hay una puerta doble al final, grande y muy
llamativa. Me dirijo hacia allá, la abro con cuidado y me
encuentro con una hermosa habitación que de pronto puedo
adivinar que era de los padres de As. Me escabullo y cierro
las puertas detrás de mí. La estancia no parece haber
estado deshabitada por mucho tiempo; la cama está bien
hecha, no hay rastros de polvo, todos los muebles están
limpios y cada pieza en su lugar; hay muchos retratos, la
mayoría son de As y sus hermanos, pero uno cuelga por
encima de la cabecera de la gran cama y salen sus dos
padres, abrazados y sonriendo muy felices a la cámara.
Están en el mirador del risco. Al verlos no puedo evitar
sonreír. El amor se trasluce en sus rostros, e incluso puede
uno darse cuenta de lo enamorados que ellos estaban con
solo verlos, y es genial.
Observo una repisa llena de figurillas de cristal. Se ven
muy finas y delicadas, y son muy hermosas. En tanto
continúo con mi exploración, una puerta corrediza me atrae.
Me dirijo hacia allá y la abro. Se me ensanchan los ojos de
admiración ante un jardín de hermosas rosas. También hay
una piscina; en uno de los extremos se aprecia la caída que
hay hasta las rocas al final del acantilado. Es muy increíble,
hermoso y aterrador al mismo tiempo, pues da la impresión
de que caerás hasta el fondo. El agua de la piscina está en
calma y se refleja la luna. Alzo la mirada y suspiro
profundamente; es, sin duda, una hermosa noche.
Camino hacia la orilla con el deseo de ver el mar, y en el
camino paso por el jardín, pero me llaman la atención unas
rosas de color negro. Me paro en seco y las comienzo a
estudiar, porque había creído que eran falsas, pero no lo
son. Abro la boca por la sorpresa; no tenía idea de que
hubiera rosas negras que fueran naturales, pero sin duda
son la cosa más hermosa que he visto. Camino por la orilla
de la piscina y con cuidado me vuelvo a escabullir, aunque
ahora lo hago sobre una pequeñísima pendiente que separa
el patio de una caída y muerte segura. Me sostengo de una
bardita y miro hacia abajo: las olas siguen pegando con
fuerza en las rocas, y la brisa se alza con majestuosidad,
pero estamos tan alto que no puedo apreciarla como es
debido.
Me quedo en el magnetismo que ocasiona en mí el
constante choque de olas, y ni cuenta me doy del tiempo
que pasa. Este lugar es un deleite para la vista, mágico; hay
una atmosfera increíble y difícil de explicar. Me sobresalto
cuando siento unas manos rodear mi cintura, pero me
tranquilizo de inmediato ante la presencia de As, que me
aleja un poco de la orilla y se recarga en la bardita para
llevarme con él.
—He estado buscándote por un buen rato, pequeña —
dice a mi oído.
—No pude evitar andar de chismosa. Lamento haberme
metido sin tu permiso.
—No hay problema. De todas formas, deseaba mostrarte
esta habitación.
—¿En verdad?
—Sí, es hermosa.
—Lo es.
—Mis padres pasaban grandes momentos aquí.
—Ya lo creo.
—En esta piscina fue donde hicieron a Gretel. —Me sonríe
de manera sugestiva y me arranca una risita.
—Debe sentirse genial, porque hicieron un gran trabajo.
—¿Quieres probar cómo se siente? —pregunta, y lo miro
con la ceja alzada.
—¿Quieres hacer un bebé? —bromeo y suelta una
carcajada.
—No, pero podemos practicar el cómo hacerlos.
Me da una mirada maliciosa. Después posa ambas manos
en mis pechos, alzo la ceja, y antes de que pueda decirle
algo, me empuja y me hace caer de espaldas al agua. Salgo
rápidamente a flote y le reprocho con la mirada. Él está
muerto de la risa. Me acerco a la orilla, lo jalo del pantalón y
también lo hago caer. Me dirijo hacia las escaleras para
salir, pero me sujeta de la cintura y me da la vuelta.
—No debiste de hacer eso —dice con voz ronca y me
estremezco. Ahora quedo embelesada por su majestuosa
apariencia, porque la luna se refleja en sus ojos y los hace
ver el triple de hermosos.
—Tú empezaste —digo y le saco la lengua.
—Ahora voy a castigarte. —Me toma de los hombros y
me sumerge en el agua. Lo hace tan sorpresivamente que
no me da tiempo a tomar aire, y me comienzo a ahogar
muy rápido.
Trato de zafarme, pero no me resulta. Me desespero
cuando siento que mis pulmones están por explotar. Tengo
los ojos bien abiertos por debajo del agua, y veo cuando se
sumerge quedando frente a mí. Me sonríe antes de poner
sus labios sobre los míos y pasarme el aire. Me sujeto de sus
hombros y él me toma de la cintura para hacernos salir a
ambos a la superficie.
—Pensé que en verdad me ahogarías —digo después de
recuperar el aire.
—No seas dramática. Sabes que no voy a matarte.
—No puedo estar segura.
—¿Dudas de mí? —Su tono es muy serio—. ¿Piensas que
puedo matarte?
—No —digo rápidamente.
—Tú eres quien va a cuidar de mi hermana. Te necesito
viva.
—As… ¿Por qué no recapacitas en cuanto a tu idea de
morir? 
—No hay nada que recapacitar.
—Pero…
—¡Basta! No quiero hablar de eso ahora.
—Está bien.
—Alza los brazos.
—¿Eh?
—Que alces los brazos.
—¿Para qué…?
—¡Tú solo obedece! —Alzo los brazos y mi blusa me es
retirada—. Así estás mejor.
—As, ¿por qué te gusto?
—No lo sé.
—Debe de haber una razón.
—Si la hay no sé cuál es.
—¡As!
—No pienses en tonterías, pequeña, y solo entrégate al
momento —dice y me quedo sin saber qué más decir.
Como dijo, dejo de pensar y solo me dejo llevar. Cierro los
ojos cuando me besa. Lo abrazo por el cuello y enredo mis
piernas en su cintura. Siento sus manos deslizarse por mi
espalda hasta desabrochar mi sujetador, me alejo
levemente de él, lo saca y lo deja flotar en el agua. Yo saco
su playera y toco toda su piel; debajo del agua se siente
más suave y es más rico tocarlo.
Camina a la orilla, me levanta y me deja sentada. Toma
mi short y lo desliza por mis piernas, y lo mismo con mi ropa
interior. Me jala de las piernas y me hace quedar sentada en
el filo de la orilla. Gimo cuando comienza a acariciar mi
intimidad. Pongo mis manos sobre sus hombros y echo la
cabeza hacia atrás. Observo la luna mientras siento cómo la
lengua de As me recorre y llena mi cuerpo de exquisito
placer a su paso.
Mueve su habilidosa lengua de una manera tan deliciosa
que me hace gritar. Pronto comienzo a sentir cómo mis
paredes internas se contraen y mis piernas tiemblan. Me
encuentro envuelta en un torbellino de sensaciones
placenteras y toco la cima cuando llego a mi orgasmo.
As sale del agua y se sitúa sobre mí. Besa mi cuello
mientras acaricia mis pechos. Llevo mis manos a su espalda
y después las bajo hasta el elástico de sus calzoncillos. Sin
su permiso hago intromisión y gime cuando lo envuelvo con
mis manos. Se deshace de su última prenda y quedamos
así, ambos desnudos. Mi deseo por él es tanto que no me
contengo y acaricio cada centímetro de su piel. Por primera
vez dejo de lado la timidez y lo toco como siempre he
deseado hacerlo. Beso su cuello, su mentón, su pecho. Sus
manos, a su vez, recorren todo mi cuerpo. Nuestros labios
se encuentran y con desespero y exigencia demandan la
atención del otro. Abre mis piernas y se coloca entre ellas.
Dobla una y la otra la deja extendida. Mi espalda se arquea
cuando me penetra… lo hace lenta, muy lentamente,
torturándome y haciéndome desear más.
Quedamos completamente unidos. Él se queda quieto y
nos concentramos en la mirada del otro. Mi cuerpo pide a
gritos que se mueva, pero no puedo dejar de mirarlo.
Nuestros labios se abren y cierran por la forma en que poco
a poco va incrementando nuestro ritmo cardiaco. Cierro los
ojos y gimo cuando da una embestida profunda y potente, y
después otra y otra hasta que simplemente no puedo parar
de gritar. Siento que estoy por llegar una vez más al
orgasmo, cuando sale de mí. Lo miro con reproche y sonríe.
Nos cambia de posición haciéndome quedar encima de él.
Entrelaza nuestros dedos y me ayuda como apoyo cuando
comienzo a descender sobre su miembro.
—Muévete, pequeña —instruye. Comienzo con suaves y
leves movimientos, que me permite sentir cada mínima
sensación. Aprieto con fuerza sus manos y muerdo mis
labios—. Más rápido —pide, pero no le obedezco esta vez y
continúo marcando mi propio ritmo—. Pequeña…
—Qué…
—Muévete más rápido.
—No. —Lo miro con malicia y lo torturo con movimientos
mucho más lentos.
—Joder —gruñe. Muerde con fuerza su labio y toma mi
cintura con la intención de marcar él el ritmo, pero se lo
impido al tomar sus manos y me inclino hasta poder
besarlo. Lo hago lento, aunque él desea hacerlo como
siempre, pero le obligo a que esta vez me siga a mí.
Es una gran sorpresa el hecho de que me siga y no se
imponga ante mí. Nuestros labios danzan con suavidad.
Disfruto de esta forma de besar. Es maravillosa, y de alguna
manera se siente más íntimo. Me siento más cerca de él,
como si de verdad me fuera posible llegar a su corazón.
«¿Sería posible?».
No lo sé, pero, aunque As no se dé cuenta o no le tome
importancia, en esta ocasión no se siente como simple sexo.
Puedo sentir que de alguna forma él también lo siente, que
no es lo mismo. Es muy, muy diferente a otras ocasiones...
hoy puedo sentir una increíble sincronía entre su corazón y
el mío.
Finalmente, después de varios continuos movimientos
llegamos a la cima del placer. Mi cuerpo se queda tendido
sobre el de As. Él me rodea con sus piernas y brazos y nos
quedamos de esa forma, sin movernos y aún unidos. Me
siento feliz, pero también triste. Ya no puedo negar lo que
siento, y al aceptarlo se vuelve muy doloroso… estoy
enamorada de As.
Pero estoy consciente de que no me ama, y eso lo vuelve
un suplicio, un delicioso y exquisito delirio, y yo soy la más
grande masoquista de todos los tiempos, porque amo este
dolor derivado de mi amor por él. Estar a su lado duele,
duele mucho, pero es un dolor hermoso… así es amar a un
asesino como As; letal, doloroso, exquisito y hermoso.

Love is pain and the pain is beautiful.


 
 
46
Miedo

As

Es plena madrugada y aun así decido salir a caminar por


los alrededores de la viña. Me envuelve la nostalgia al
recordar la última vez que estuve aquí con mi familia.
Parece que han pasado décadas y no han sido más de
cuatro años; pero los días en que iba tras mis hermanos se
sienten tan lejanos que parecen irreales. Ahora solo
quedamos Gretel y yo, acompañados de esa pequeña, y
pronto solo serán ellas dos.
Han pasado cinco días desde que estamos aquí. Me
alegra haber traído a Gretel; se la ve muy feliz, y eso me
hace sentir más tranquilo. Aunque cada vez pesa más la
idea de dejarla, siempre me termino convenciendo de que
es lo mejor. La pequeña idiota no deja de reprocharme por
mi decisión. Todo el tiempo me recuerda lo mucho que
sufrirá Gretel y claro que, de las dos, será ella quien más me
extrañe. No sé si debe parecerme divertido o si creer que es
patético que ella esté sufriendo por la resolución que he
tomado.
A pesar de que llevo tiempo sabiendo sobre el apego que
tiene hacia mí, aún no lo entiendo. Entre más desea
alejarse, más se adhiere; es gracioso y tierno a la vez, pero
también lo odio. Es como si quisiera atarme a ella para
consumirme y doblegar mi voluntad, y cuando pienso que
puede ser así, solo siento deseos de destruirla, pero soy tan
incapaz de hacerlo… que termino siendo yo el patético.
Estoy buscando, casi de manera desesperada, la manera
de huir de ellas y de mí mismo, porque siento miedo de lo
que llego a pensar, a desear, de todo aquello que quiero
hacer y de lo mucho que me gusta. No encuentro mejor
manera de detener al demonio en mi interior, que irme de
esta vida. Morir no me da miedo, pero me aterra seguir vivo
y perder todo rastro de conciencia; que, por mis malas
decisiones, Gretel se pierda a sí misma y yo no pueda
siquiera arrepentirme por ello, porque estaré deleitándome
con la contaminación de su alma.
«Eres un egoísta».
Y no pido perdón por eso.
Continúo caminando entre el viñedo, tratando de no
concentrarme en ese tipo de pensamientos. Me pongo en
alerta cuando escucho pasos detrás de mí. Llevo mi mano a
donde está mi cuchillo, doy vuelta rápidamente y lo coloco
en el cuello del chico que ahora me mira aterrado.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunto con fastidio tras
quitarle el cuchillo de su cuello.
—Dominik, eso me asustó…
—¡Contesta, Eduardo!
—Solo vine a revisar que todo estuviera bien. No te
enojes.
—Les dije que no quería verlos por aquí mientras
estuviéramos nosotros.
—Sí, pero ya conoces a mi tía, siempre preocupada.
—Dile que no hace falta que se preocupe.
—¿Cuánto tiempo se quedarán?
—Solo dos días más. Espero que sigan cuidando la casa
como hasta ahora.
—¿Cuándo volverán?
—Yo no volveré, pero Gretel y la pequeña podrán hacerlo
cuando deseen.
—¿La chica pequeña y bonita es tu novia?
—No.
—¿Seguro?
—No lo es. Ahora márchate, y no quiero verte de nuevo
por aquí o te cortaré la cabeza la próxima vez.
—Pero no hace falta ser tan agresivo. —Se da media
vuelta y se marcha por el oscuro sendero.
Eduardo es sobrino de la pareja que cuida la casa. Ellos
son de plena confianza, porque conocieron a mis padres
desde antes de que se casaran. Incluso los vi sufrir por su
muerte. Me agradan, pero ese Eduardo nunca me ha caído
bien.
Cuando decido regresar a la habitación, pasan de las tres
de la mañana. Sigo sin conciliar el sueño. Esto de estar
tanto tiempo absteniéndome de mi deseo de asesinar me
pone ansioso. Entro a la habitación con cuidado; la puerta
corrediza que da al balcón está abierta, las cortinas blancas
se mueven por el viento y la luz de luna se filtra y acaricia la
figura de la pequeña que duerme profundamente sobre la
cama. Su cuerpo está solo cubierto por una playera mía. Sus
brazos y piernas están alrededor de una almohada y su
cabello cae por su espalda y hombros.
Me desvisto y entro a la cama quedando frente a ella.
Como no tengo sueño me dedico a observarla dormir. Se ve
muy hermosa e indefensa. ¿Quién creería que es toda una
terrorista? No parece una loca acosadora, y sin embargo lo
es; la chica más desquiciada que conozco y la más
interesante también. Veo sus labios, labios que me traen
loco y de los cuales adoro arrancar gritos de dolor y
gemidos de placer.
Sonrío al pensar en el día en que la conocí, la forma en
que me miraba; era como una mezcla de miedo, odio y
deseo. Realmente me fue difícil contenerme tanto para no
matarla en ese instante. Pero creo que no hacerlo valió la
pena, pues ella me ha dado más placer que nadie en el
mundo.
La noche va pasando y lo único que hago es observar a la
pequeña. Cuando la habitación comienza a iluminarse con
los primeros rayos de sol, su rostro se hace más visible. No
solo puedo apreciar su respiración tranquila, sino también
su rostro apacible. Estiro la mano y quito algunos mechones
de cabello que caen por su frente. Hace una mueca por mi
leve caricia, abre sus ojos azules y me mira somnolienta.
—Buenos días —saludo en un susurro y sonríe. Su mirada
desprende un intenso brillo.
—As… ¿qué hora es? —pregunta y se refriega cara y ojos.
—Como las seis de la mañana.
—¿Eh? ¿Por qué estás despierto tan temprano?
—Yo no soy un holgazán como tú.
—¡Oye! —La pequeña me mira como si estuviese
ofendida y golpea mi brazo—. No soy una holgazana. Estoy
de vacaciones, y las vacaciones son para despertar tarde.
—Claro, como tú digas.
—Seguiré durmiendo —dice después de bostezar.
—No, ya levántate.
—¡Es muy temprano!
—Mejor, así aprovechamos el día.
—¡Quiero dormir! —Después tendrás mucho tiempo para
dormir. Por ahora solo tienes poco tiempo para estar
conmigo, así que aprovéchame. —Tras mis palabras, su
semblante se oscurece. Sé lo mucho que le duele que hable
de mi muerte cada vez más cercana, pero solo quiero que
se haga a la idea.
—As…
—Si vas a decir algo al respecto de la decisión que ya
tomé, te sugiero te quedes callada o me voy a enojar. —
Libera un gran suspiro y después mira mi torso desnudo.
Estira la mano y me toca.
—Estás frío.
—Caliéntame. —Ella nota mi insinuación y se pone del
color de las cerezas, como siempre hace. Sigo sus
movimientos cuando se inclina en la cama y se acerca más
a mí. Me abraza y acuesta medio cuerpo sobre el mío para
transmitirme su calor. El rubor en sus mejillas continúa ahí.
Cuando la conocí, el que se sonrojara por todo me ponía
de malas, pero ahora busco hacerla ruborizar por cualquier
cosa. Me gusta esa mirada que tiene; no pierde su inocencia
y la hace ver tan indefensa, que quiero echarme encima de
ella como un león hambriento a su presa.
Paso mis brazos alrededor de su cuerpo para acercarla
más a mí. Puedo sentir sus latidos acelerados en mi pecho.
Chupa sus labios y los muerde una y otra vez. Sus ojos van
de aquí para allá y terminan sobre los míos solo para
volverlos a desviar; está nerviosa, es fácil darse cuenta.
Mientras ella mira a un punto de la habitación yo miro sus
labios, que acaricia constantemente con su pequeña y
húmeda lengua.
—Pequeña… —Pone su atención en mí y me mira
expectante—. Bésame. —Sus ojos parecen brillar y obedece
a mi demanda sin pensarlo dos veces.
Se mueve más cerca de mí, pone una mano en mi mejilla
y la otra la deja apoyada en mi pecho. Se acerca
lentamente y veo sus ojos cerrarse antes de poner sus
labios sobre los míos. Mis ojos también se cierran y mi boca
se abre. Nuestros labios comienzan a moverse en perfecta
sincronía. Sin perder tiempo indago en su boca, mientras
rozo su lengua. La tomo de la cintura y nos doy la vuelta.
Me acomodo entre sus piernas y continúo besándola de
forma exigente, con fuerza y pasión. Bebo de sus labios, de
los cuales no puedo saciarme. Quiero más; siempre quiero
más, mucho más, y me frustra eso. Me siento tan adicto y
dependiente a ella que siento que la odio. Una de mis
manos comienza a acariciar su pierna. Subo hasta su muslo
y mucho más arriba. Mis caricias la hacen gemir y yo
disfruto que ella tenga placer a causa mía. Sus pequeñas
manos acarician mi espalda: suben, bajan, se enredan en mi
cabello, lo jalan con suavidad y mandan corrientes
eléctricas a todo mi cuerpo. Jadea cuando acaricio sus
pechos de forma suave y lenta. Paso mi boca de sus labios a
su cuello. Suelto un ronco gemido cuando ella muerde el
lóbulo de mi oreja. Desesperado, llevo mis manos al pliegue
de la playera. Ella levanta los brazos, y con un solo y rápido
movimiento la saco de su cuerpo. Beso cada centímetro de
su piel; deliciosos gemidos caen uno tras otro de su boquita
y me vuelve loco. Mi lengua saborea su cuerpo exquisito. Ya
conozco cada rincón a perfección. Pero nunca me canso de
él, pues sé de memoria la localización de cada uno de sus
lunares y la forma, tamaño y cantidad de cicatrices que
tiene, tanto las que fueron hechas por mí como las que no.
Subo mis labios por su estómago y llego a sus pechos, uno
lo acaricio y el otro lo introduzco en mi boca. Juego con su
pezón, vuelve a gemir y yo muero por estar dentro de ella.
Sus manos se colocan en mis mejillas y atraen mis labios a
los suyos. Nos devoramos mutuamente. Bajo mis manos
para sacar mi bóxer, pero me quedo a medio camino
cuando escucho pasos en el corredor. Dejo de besar a la
pequeña y miro hacia la puerta.
—¡Dominik, Aisa! —La voz de mi hermana se escucha
seguida de varios e insistentes golpes a la madera de
caoba. Bufo, incapaz de creer que esa niña haya escogido
tan mal momento. Miro a la pequeña, que trabaja para
controlar su acelerada respiración—. ¡Dominik!
—¿Qué pasa, Gretel? —Me esfuerzo para que mi voz no
refleje mi molestia.
—¿No me llevarás a cabalgar? Ayer prometiste que me
llevarías, y creo que es mejor ir temprano, antes de que
haga demasiado calor.
—Ahora vamos. —Me quito de encima de la pequeña.
Paso mi mano por mi cabello y suspiro con frustración—. Iré
a darme un baño. Espera abajo, Gretel.
—Sí; no tarden, que muero de hambre. —Escucho sus
pasos alejarse. Sin mirar a la pequeña me pongo de pie y
me dirijo al baño para tomar una ducha con agua bien fría.
 

Bebo un poco de mi piña colada y miro hacia la piscina


donde Gretel y la pequeña juegan a aventarse agua y hacer
competencias de nado. Por la mañana fuimos y recorrimos
varios kilómetros en los caballos. Llegamos hasta la playa,
donde Gretel se puso a buscar caracolas. Nos metimos un
rato al mar, que debo decir estaba demasiado bravo, pues
fuimos arrastrados varias veces por las olas. Aunque Gretel
parecía muy feliz, la pequeña idiota se quejó de que la
arena irritaba su piel. Después del mediodía regresamos.
Nos bañamos para quitar cualquier rastro de sal y comimos.
Unas horas después Gretel nos arrastró a la piscina y es
aquí donde estamos desde entonces.
Paseo mi vista por los alrededores y mi ceño se frunce
cuando veo una sombra entre los árboles. Me es fácil
reconocer que se trata de Eduardo. El maldito se está
buscando que lo mate, y si se acerca más no dudaré en
hacerlo.
—¡Dominik, ven al agua! —grita Gretel llamando mi
atención.
—No quiero mojarme. Jueguen ustedes. —Niego y sonrío
cuando Gretel saca la lengua para mostrarme su molestia.
Coloco mis lentes de sol y me recargo en la cama de
playa.

Aisa
Con admiración y tal vez un poco de miedo, contemplo
mi alrededor. Me cuesta creer que esta sea la habitación de
una niña de nueve años: dos de las paredes son de color
carmesí, y las otras dos son de color negro; hay muchos
cuadros y peluches de Jack Skellington; la colcha sobre la
enorme cama es carmesí; las almohadas son blancas,
negras y todas aterciopeladas, y hay una redondita con la
cara de Jack. Este personaje está esparcido en diferentes
figuras por toda la habitación. No hay peluches bonitos ni
muñecas, que sería lo más adecuado en la habitación de
una niña. Más bien hay un montón de cuadros con paisajes
góticos, todos en escala de grises, blancos y negros. Del
techo cuelgan figuras de murciélagos, y hasta hay telarañas
en las esquinas con arañitas de juguete; una habitación
bastante tétrica a mi gusto. Pero, conociendo a Gretel, debe
de ser perfecta para ella. Es una pequeña demente, muy
demente, que en verdad logra asustarme.
—¿Te gusta mi habitación? —pregunta Gretel al sentarse
en un sillón con forma de araña patas arriba, la cual hace
que me den escalofríos. Yo odio las arañas.
—Parece decoración de Halloween.
—Lo sé, me encanta.
—No lo dudo.
—¿Y bien? Dime cómo vas con Dominik.
—¿Cómo voy de qué? —Me cruzo de brazos y la miro con
desconfianza.
—No te hagas. Sabes de qué hablo.
—Gretel, ya te lo dije; entre tu hermano y yo no habrá
nada como un noviazgo y esas cosas. Mucho menos vamos
a casarnos.
—¡Tienes que atraparlo!
—¿Por qué te empeñas tanto en eso?
—Ya te lo dije: quiero vivir con ambos.
—Ve haciéndote a la idea de que eso no pasará —digo, y
arruga el entrecejo.
—Prometiste nunca dejarme. Yo quiero vivir con Dominik,
y si tú lo dejas… ¡te mataré! —Sus palabras suenan tan
convincentes que trago en seco. Pero después sonríe con
inocencia—. Es broma. Sabes que nunca lo haría. Pero sí
quiero que te cases con él.
¿Cómo puede decir algo así y seguir viéndose adorable?
Y aún más… ¿Cómo es que una niña como ella habla de esa
manera?
—Gretel… Te lo juro: no depende de mí, sino de tu
hermano.
—¡Haz algo para atraparlo!
—¡¿Cómo qué?!
—Ten un bebé.
—¡¿Qué?!
—He visto películas donde los hombres se quedan con las
chicas porque ellas están embarazadas.
—¡Yo no quiero tener un bebé! —me apresuro a aclararle
—. Soy muy chica para ser mamá. Además, dudo que tu
hermano se quede a mi lado solo por eso.
—Él es un hombre responsable.
—Sí, claro…
—¡Es verdad! Papá nos educó para que fuéramos así.
Dominik siempre fue un buen hijo y hermano, por lo que
creo será un excelente padre.
—No… definitivamente no tendré un bebé.
—¡Aisa!
—Gretel, no estoy lista para ser mamá, y además no
quiero tener un bebé solo para atrapar a un hombre… no es
apropiado.
—¿Hablas de cosas apropiadas cuando estás con un
asesino?
—Bueno, como sea, dije que no voy a tener un bebé, y
no, es no —digo firmemente, y Gretel se cruza de brazos
mostrándose enojada.
—¿Tengo que conseguir el esperma de Dominik y
metértelo cuando estés dormida? —Creo que mi cara de
horror es imposible de describir.
—¿Cómo es que sabes tanto de eso?
—Mamá me explicó todo sobre cómo vienen los bebés al
mundo. Aún estoy en la edad donde pienso que tener sexo
es asqueroso, pero cuando tenga quince perderé mi
virginidad con un chico muy guapo.
—Tú sí que tienes planeada tu vida, ¿eh? Pero dime…
¿Cómo vas a obtener el esperma de tu hermano? —
pregunto con la ceja arqueada.
—Ah… no lo sé —dice, encogiéndose de hombros—.
Puedo pedírselo.
—¡Gretel! Deja de ver tanta película rara.
—Ya sé que es mala idea. —Hace puchero y cruza sus
piernas—. Está bien, no habrá bebé, pero definitivamente
tiene que haber boda.
—Ya me voy. En serio que tus maquinaciones me asustan.
—Camino hacia la salida, Gretel me sigue con la mirada, y
cuando cruzo la puerta, escucho su risa, su infantil y
macabra risa.
Camino por el largo pasillo y cruzo media casa hasta
llegar a la habitación de As. Abro la puerta y sonrío cuando
me doy cuenta de que no ha llegado. Hace un rato se fue a
dar la vuelta por los viñedos, y yo voy a aprovechar su
ausencia para preparar la sorpresita que le tengo. Después
de darme un buen baño, saco de la maleta mi ropa interior.
No puedo evitar sonrojarme al ver un pequeño conjunto
compuesto por unas bragas de vinilo, con un agujero y un
brasier con cadenitas que rodean y cruzan mi vientre para
después unirse a la pequeña prenda de abajo. Saco unos
guantes de red y mis botas. Me apresuro a vestirme con el
corazón desbocado por el temor de que As llegue en
cualquier momento.
Cuando termino de vestirme, me miro al espejo y me
vuelvo a colorar. Estoy siendo demasiado atrevida, pero me
gusta cómo se siente. Me veo sexy, y seguro volveré loco a
As. Ese es mi objetivo. Antes de guardar la maleta de
nuevo, saco unas esposas falsas y las guardo debajo de la
almohada. Mis nervios se disparan cuando escucho pasos
cerca del rellano. Sin saber qué hacer, corro y me encierro
en el baño, me recargo en la puerta y pongo la mano en mi
pecho a la altura del corazón, que aún me late como loco.
Escucho entrar a As y sus pasos por la habitación. Cierro
los ojos y tomo una profunda respiración mientras busco la
forma de tranquilizarme. Me miro al espejo del baño una
última vez. Tomo otra bocanada de aire y me doy la vuelta.
Me asomo y me encuentro con As, sentando en la cama y
con la vista hacia el balcón por lo que me da la espalda.
«¡A por él y dale duro!».
Salgo con cuidado y me escabullo sin hacer ruido. Llego a
la cama y esta se hunde un poco cuando apoyo mis manos.
As me percibe, y cuando está por voltear, el pánico vuelve a
mí.
—¡No voltees! —grito. Me lanzo hacia a él y lo abrazo por
la espalda para que no me vea.
—¿Qué te pasa, pequeña? —pregunta, desconcertado.
—¡No quiero que me veas!
—¿Por qué?
—¡Me da vergüenza!
—Siento tu piel en mi espalda. ¿Estás desnuda?
—No.
—¿Entonces? —Hago un extraño ruidito a modo de
respuesta—. ¿Qué sucede? —pregunta con una risilla
divertida.
—Quería darte una sorpresa.
—Pues dámela.
—No, porque me da vergüenza.
—¿Pues qué es?
—¡Nada, olvídalo! —Trato de soltarlo para correr de
nuevo al baño; esto era más fácil en mi mente.
—¿Cómo que nada? —Toma mis brazos, tira de mí para
darme la vuelta y me deja sobre sus piernas. Tras
observarme, alza una ceja y esboza una sonrisa. —Vaya
sorpresa —dice y pasa su lengua entre sus labios.
—¿C-cómo me veo? —me atrevo a preguntar.
—Muy apetecible y comestible. —Río por las palabras
empleadas, y cuando él ríe conmigo comienzo a perder la
vergüenza.
—Entonces… ¿te gusta?
—¡Me encanta!
Me toma del mentón y me atrae hacia sí para besarme,
pero a escasos centímetros de lograr su objetivo me alejo.
Ante su mirada desconcertada, sonrío con picardía y me
paro de su regazo. Con el dedo índice le hago una seña para
que se ponga de pie y así lo hace. Sus ojos lujuriosos me
recorren completa. Ver todo ese deseo por mí me da la
confianza que necesitaba, y ahora ya no hay nada que me
detenga. Solo espero que a Gretel no se le ocurra
interrumpir otra vez, porque soy capaz de cumplir su sueño
y aventarla del acantilado para que tenga su muerte ideal.
As se acerca a mí, pone sus manos en mi cadera y
acaricia mi piel. Se inclina en busca de mi cuello, pero me
vuelvo a alejar para dejarlo con las ganas. Tomo sus manos
y hago que me acaricie mientras me muevo de manera
lenta y provocativa. Meneo mis caderas, deslizo mi cuerpo
cerca del suyo para incitarlo, y pronto puedo sentir su dura
erección.
Sigue moviendo sus manos por mi piel, parece un poco
desesperado e impaciente por someterme. Pero también
está expectante a cualquier movimiento mío, por eso me
deja llevar a mí el control de las cosas. Tomo el pliegue de
su playera y la saco de su cuerpo, después lo empujo para
hacerlo retroceder un poco. Acaricio con la yema de mis
dedos su piel, desde los hombros hasta su cinturón de
adonis. Le doy otro empujón y cae sobre la cama. Subo
sobre él, me toma de las caderas y nos lleva más al centro.
Me siento sobre su torso y me inclino hasta poder tomar sus
labios. Sus brazos intentan abrazarme, pero los sostengo y
los elevo por encima de su cabeza, entonces tomo las
esposas y lo ato a la cabecera de la cama. Cuando nota lo
que he hecho, sonríe contra mis labios y envía agradables
vibraciones a mi cuerpo.
—Andas muy traviesa, pequeña.
—¿Traviesa te gusta?
—¡Mucho más que eso!
Sonrío como estúpida y me retiro de él. Bajo un poco y
comienzo a besar su pecho. Lo hago lento, para dejar
pequeños besos en cada centímetro de piel. Paso la lengua
de vez en cuando y no puedo evitar sentirme poderosa
cuando gime. Curiosa, pellizco uno de sus pezones y le
arranco un fuerte gruñido, seguido de una pequeña risa. Yo
también río y lo vuelvo a hacer, pero esta vez me tomo el
atrevimiento de usar mis dientes, por lo cual ahora As suelta
un gruñido de placer.
—¡Quítame esto! —pide tironeándose.
—No.
—¡Necesito tocarte de manera urgente!
—Lo siento, la que va a disfrutar tocando seré solo yo.
—¡Pequeña traviesa!
—Relájate, As, y prepárate, que te haré morir de placer.
Su mirada logra encenderme de increíble manera.
Muerdo mis labios antes de colocarlos nuevamente sobre su
piel. Encajo los dientes y las uñas; se estremece y vuelve a
soltar otro gruñido. Empiezo a moverme con lentos y
sensuales movimientos. Llevo mis manos a mi cuello y lo
acaricio. Las deslizo por mis pechos hasta llegar a mi
ombligo.
Mis ojos están fijos en los de As, que parece hechizado
ante mí, y eso hace latir a mi corazón con fuerza. Me siento
sobre su entrepierna y me restriego de manera lenta.
—Joder… —murmura, y sonrío.
Continúo moviéndome. Paso mis manos por todo su
pecho desnudo. De vez en cuando encajo mis uñas o
muerdo hasta dejar marcas. Llevo mis manos hasta su
cinturón y comienzo a quitarlo. Deslizo el pantalón por sus
piernas y lo saco para dejar a mi sensual asesino solo en
bóxer. No puedo evitar reír por lo gracioso que se ve atado a
la cama y medio desnudo. Gateo sobre él, mientras muerdo
mi labio y lo miro de manera provocadora. Sus grisáceos
ojos no dejan de prestarme atención, están absorbidos por
mí en su totalidad y me trasmiten todo el deseo que hay en
ellos. Subo mis manos por sus piernas, llego a su bóxer y
acaricio el bulto de su erección. Vuelve a gemir y echa la
cabeza hacia atrás.
Me coloco sobre él y muevo mi cadera en círculos. Ambos
gemimos por la delirante sensación. Yo ya estoy
completamente mojada y solo deseo tenerlo en mí. Tomo el
resorte de su bóxer y lo bajo para después sacarlo de su
cuerpo; queda a mi merced. Lo excitante de la situación
hace que me ponga roja, y aunque quiera evitarlo no puedo,
siempre termino igual.
As sigue tironeándose, intentando zafarse de las esposas.
Gruñe cuando tomo su miembro entre mis manos y lo
acaricio; primero lento, después incremento el vaivén para
volver un ritmo más apagado. Me coloco en medio de sus
piernas y me agacho. Sin pensarlo, cierro los ojos, y abro la
boca para tragarme su grande y palpitante falo. Muevo la
lengua y lamo toda su extensión. A pesar de todo mi
atrevimiento, sigo nerviosa. Todo en mi interior tiembla y
me burlo de mí misma por estar en una situación que
reiteradas veces dije que no volvería a pasar. Pero me gusta
y los gemidos de As me estimulan y me animan a continuar.
Envuelvo mi mano en el tallo, y la muevo a la vez que
sigo succionando, también de vez en cuando uso la lengua.
Cuando siento que está por venirse, me detengo por
completo y me reclino. Su cuerpo está cubierto por una leve
capa de sudor, su pecho sube y baja demasiado rápido y
sus labios se encuentran entreabiertos. Siento como si fuera
un privilegio verlo así.
Vuelvo a bajar cuando su respiración está más calmada,
y repito las acciones anteriores, sometiéndolo a una
constante tortura; lo llevo al extremo, pero no lo dejo
terminar. Maldiciones salen de su boca, más una sarta de
palabrerías más. Me divierte verlo en ese estado, que de
alguna forma lo deja vulnerable e indefenso ante mí.
—Pequeña… me las vas a pagar —dice entre jadeos y le
sonrío con malicia.
Continúo con la tortura hasta que al final me apiado de él
y esta vez sigo hasta hacerlo terminar. Un fuerte gemido
acompañado de un gruñido se escucha en las cuatro
paredes. No sé mucho del tema, pero puedo asegurar que
ese fue un gran orgasmo, y lo digo con tal soberbia, porque
estoy muy orgullosa de mí.
Con una gran sonrisa llena de satisfacción, miro a As, que
por ahora solo se preocupa en recuperar su respiración. En
estos momentos no hay ni un solo rincón de mi ser que no
se alboroce ante la situación. Cuando abre los ojos para
mirarme, me doy cuenta de que estoy más que perdida. Su
existencia es el puente entre el cielo y el infierno y me
permite experimentar lo mejor de ambos.
—Te voy a dar duro como castigo —dice una vez que se
ha recuperado. —¿Me vas a castigar después del orgasmo
que te he dado?
—Pero será un castigo que te encantará.
—Pero estás atado y mi tortura aún no termina.
—¿No? ¿Qué tienes en mente? —En vez de contestar,
actúo.
Me paro de la cama y me pongo frente a él. Me quito las
botas y le sonrío de manera inocente, mientras me muevo
de un lado a otro. Cierro los ojos y echo la cabeza hacia
atrás cuando comienzo a tocar mi cuello con ambas manos.
Las deslizo por mis pechos hasta llegar a mi vientre. Suelto
las pequeñas cadenas y después de manera lenta saco el
corpiño dejando mis senos al descubierto. Los masajeo y
pellizco mis pezones, que se encuentran demasiado
sensibles.
—Joder, pequeña. —As muerde sus labios y me mira
como un lobo hambriento—. Me estás volviendo loco.
—Ese es el plan. —Le giño un ojo, y continúo deslizando
mis manos por mi cuerpo para provocarle. Le doy vueltas a
mi cabeza por la deliciosa sensación del roce de mis dedos
con mis pezones.

Sigo bailando y acariciándome hasta lograr que su


miembro esté erecto por nueva cuenta. Subo a la cama y
me acerco a él como gata en celo. Pongo mis uñas sobre su
abdomen y las deslizo con fuerza, logrando que su piel se
ponga roja y que pequeñas marcas moteadas aparezcan.
Empujo la punta de la lengua sobre la piel herida, beso y
luego muerdo. Sigo haciendo esto hasta que no puedo
resistir la necesidad de tomar sus labios. Entonces me
coloco a horcajadas sobre él y me inclino para besarlo. Su
boca se mueve exigente contra la mía. Paso mis brazos por
detrás de su cuello con la idea de atraerlo más hacia mí y
así darle más profundidad al beso. Cuando me separo de él,
estamos jadeantes y el deseo entre ambos se ha
multiplicado. Me reclino y me sostengo con mis rodillas.
Llevo mis manos a su miembro y las muevo para
estimularlo. La pequeña prenda que uso tiene una abertura
en la parte inferior y no hay necesidad de quitarla, así que
con todo y prenda me acomodo. Tomo su falo y lo dirijo a mi
entrada. Bajo un poco las caderas tocando apenas la punta
hinchada y ambos nos contraemos ante las oleadas de
placer. Aprieto mis pechos mientras bajo solo un poco, para
hacer que solo la punta entre en mí. Entonces contraigo de
manera voluntaria mis paredes vaginales para apretar el
glande. Esto provoca que se estremezca y clame de placer.
—Joder… —Río de que solo sea capaz de decir eso
cuando por lo general tiene un montón de tonterías por
decir—. Eso se sintió increíble, pequeña.
—¿De verdad? —Repito la acción y gruñe igual que una
fiera.
—¡Demonios!
Tenso y contraigo mis músculos interiores para masajear
la punta hinchada. Empiezo a bajar de a poco, apoyo mis
manos en su pecho y echo la cabeza hacia atrás cuando lo
tengo dentro de mí por completo.
—Mue… muévete. —As se nota algo desesperado, y eso
me gusta.
—Como digas.
Muevo mis caderas de forma circular, clamamos al
unísono, jubilosos por las sensaciones que nos asaltan.
Continúo con mis movimientos, me elevo y me dejo caer
con ganas, lo que provoca que las corrientes eléctricas
llenas de placer viajen a cada extremo de mi cuerpo. Repito
la acción una y otra vez; salgo y me dejo caer sobre él con
fuerza. El goce es demasiado, y siento que me perderé en
toda esta nube de lujuria y placer.
Las muñecas de As comienzan a ponerse rojas de tanto
que jala sus manos para zafarlas. Me concentro en lo mío y
sigo con mis movimientos, que nos enloquecen. Mis piernas
se sienten todas temblorosas y comienza a costarme
mantener el ritmo, por eso pienso en apurarme. Aprisiono
mi labio inferior entre mis dientes y cierro los ojos con
fuerza mientras me muevo con más potencia.
—¡Pequeña, voy a…! —habla entre jadeos. Me esfuerzo
por acelerar mis movimientos logrando llegar al clímax los
dos juntos.
Me desplomo sobre su cuerpo, apoyo las manos sobre su
pecho y mi mentón sobre ellas. Cierro los ojos y lucho por
obtener algo de oxígeno. Por la posición puedo sentir el
frenético latido del corazón de As.
—Eso ha sido fantástico —dice y sonrío de forma
bobalicona—. Ahora voy a regresarte el favor.
Siento suaves caricias en mi espalda y no me percato de
lo que está mal hasta que termino debajo su cuerpo. Abro
los ojos con sorpresa y me encuentro con sus hermosos ojos
grises y una gran sonrisa.
—¿Cómo te zafaste?  
—Esas esposas no son suficientes para contener mi
deseo de tocarte —dice con voz ronca, y con los ojos
oscurecidos de deseo. Siento un estremecimiento ir a través
de mi espina dorsal. Mis ojos se cierran, mis manos se
enredan en su cabello y suelto un suspiro cuando As me
besa. Todo mi mundo se resume en él cuando estoy a su
lado, y me olvido completamente de todo lo demás.
Sus besos son mi perdición; en cada uno se lleva una
fracción de mi vida. Me saben a muerte porque estoy
descendiendo por él. Está matándome y no hago nada más
que regocijarme. Sí, estoy feliz. As no solo es mi verdugo, es
la condena por pagar.

Quiero seguir bebiendo el dulce y


letal veneno que destilan sus labios.
Veneno que corroe mis huesos y
penetra hasta mi alquitranada alma.

Masajea mis senos, besa mi cuello y baja su boca hasta


tomar uno de mis pezones. Lo devora con ímpetu. Tira de él
con sus labios, lo mordisquea y después pasa la punta de su
lengua, empujando con avidez.
Por fin se deshace de mi pequeña prenda. Con sus labios
sube desde la punta de mis pies hasta a mis muslos, toma
mis piernas y me hace doblarlas. Grito cuando entierra su
lengua húmeda y caliente en mi interior. Mis puños se
aferran a la sábana. Boqueo y echo la cabeza hacia atrás.
Introduce dos dedos en mi interior y mi espalda se arquea.
Jadeo varias veces cuando masajea en forma circular sobre
mi clítoris. Sus dedos se mueven de forma impar, bombea
con ellos y da pequeñas embestidas. Mis paredes vaginales
se contraen cuando comienza a sacar un dedo para meter
otro de una forma tan rápida, que siento temblores en todo
mi cuerpo y corrientes eléctricas que me recorren de
extremo a extremo.
Estoy por enloquecer cuando mi asesino favorito
succiona de mi botón de placer como si fuera un chupón,
mientras continúa su trabajo con sus dedos. Comienzo a
sufrir pequeñas convulsiones que avisan de mi próximo
orgasmo; alzo las caderas y arqueo mi espalda. Todo mi
cuerpo sufre de una última y fuerte convulsión antes de
desplomarme sobre el colchón. Mis ojos se cierran, me
siento muy agotada y no sé si pueda aguantar más.
—¿Cansada, pequeña?

As

El cuerpo de mi pequeña está cubierto de sudor. Los


temblores por su reciente orgasmo son visibles y todavía
respira con dificultad. Mi corazón late con fuerza. Estoy
demasiado eufórico y tengo una gran necesidad de más,
más de ella. Esto que siento es algo que no tiene fin. No
puedo sentirme saciado y nunca es suficiente.
Sonrío cuando veo su mirada somnolienta. Sus ojos
comienzan a cerrarse.
—¿Cansada, pequeña? —pregunto, y ella solo ronronea
en respuesta.
Entonces me deslizo sobre ella, me mira a la vez que
sonríe de forma tierna. Es una simple sonrisa, muy típica en
ella, pero hace que mi corazón salte y eso me toma tan de
sorpresa, que me molesta; sin embargo, prefiero ignorar ese
sentimiento.
—Quiero dormir —dice, antes de acariciar mi mentón con
su nariz. Ronronea un poco y se acurruca en mi cuello.
Cierro los ojos y trato de olvidar la sensación que me
envuelve con sus pequeños actos.
—No vas a dormir.
—¡Estoy cansada!
—Tú te divertiste conmigo cuanto quisiste y ahora es mi
turno.
—¡As!
—Te dije que te iba a castigar, y ahora no te dejaré
dormir en toda la noche porque voy a darte duro.
No la dejo decir nada porque me apodero de sus labios
de forma demandante. La beso con tanta fuerza que duele,
pero ella se regocija sobre mi boca. Entierra sus manos en
mi cabello para tirar de él y desencadena una oleada de
exquisitas reacciones en mi cuerpo.
Continuamos besándonos como si fuera lo único que
sabemos hacer, como si de eso dependieran nuestras vidas,
y ninguno de los dos tiene algo en contra de eso. Ambos
disfrutamos del roce de nuestros labios. Cierro los ojos y me
maldigo una y otra vez.
Quiero odiar esta sensación, pero conforme pasa el
tiempo más me gusta, ella me gusta cada vez más, y odio
eso; odio la dependencia que comienzo a desarrollar hacia
su persona. Es como si ella fuera la sangre en mis venas. Ya
no puedo vivir tranquilo si no tengo su presencia cerca de
mí, si no bebo de sus labios a cada minuto, o si no disfruto
de su suave piel. Odio tanto esta sensación, que deseo
destruirla.
Tomo sus manos y las llevo por encima de su cabeza. Las
sujeto con tanta fuerza que exclama de dolor. Trata de
separarse de mí, pero no se lo permito y continúo besándola
aun con falta de aire. Nuestros labios comienzan a doler,
pero no me importa y la sigo besando con desesperación.
Pego todo mi cuerpo al de ella como buscando fundirme en
su piel. Quiero desaparecerla, pero desaparecerla en mí y
que siempre me quede su esencia.
—As… —me llama en un gemido.
Me aplasto más contra su cuerpo y suelto sus manos. La
toco con anhelo, con ansias de poseerla completa. En estos
momentos me siento como un enfermo mental que depende
de su dosis de droga diaria para poder continuar un día
más.
—Di mi nombre —pido.
—As…
—¡No! —Me alejo un poco de ella y la miro. Sus labios
están muy rojos, de un rojo sangre que contrasta con su piel
blanca y que la hace ver más irresistible—. ¡Di mi nombre!
—Abro sus piernas y me acomodo entre ellas—. ¡Quiero
oírte mi nombre! —Y la penetro con fuerza. Hago que su
espalda se arquee y un fuerte gemido escape de su boquita
—. ¡Dilo!
—¡Dominik! —Mi nombre sale y todo mi interior se
estremece. Entonces me lleno de miedo. Un indescriptible y
desconocido miedo.
—¡Otra vez! —Y la embisto con fuerza.
—¡Dominik! ¡Dominik! —Cada vez mi nombre sale de su
boca como una ovación, como si mi persona fuera motivo
de gozo, y entonces siento algo sacudirse de manera
violenta en mi pecho.
Creo que es mi corazón.
—¡Di que eres mía, que eres solamente mía y de nadie
más!
—Soy solo tuya, Dominik, solo tuya y de nadie más.
—¡Por siempre mía!
—Por toda la eternidad.
—Me perteneces. —La sujeto de la mejilla y enredo mis
dedos en su cabello. Levanto un poco su cabeza y nuestros
ojos se encuentran—. Me perteneces solo a mí, Aisa. —Sus
ojos se abren al escuchar su nombre salir de mis labios. Un
brillo resplandeciente en su mirada hace que el desasosiego
inunde cada rincón de mi alma.
—Tuya… completamente tuya.
Vuelvo a besarla, como si fuera una forma de pactar el
hecho de que ella es mía y siempre será solo mía. La idea
de que otro hombre la toque me pone muy mal, y deseo
matar a ese hombre, aunque no exista aún, pero sé que
estará en un futuro, en ese futuro donde yo no estaré. Odio
saber que alguien más la tocará, la besará y la hará suya…
Odio tanto esa idea que me siento inquieto.
Sintiendo una desesperación como nunca, continuo con
mis embestidas. Acaricio su cuerpo y beso sus labios para
intentar saciarme, pero sin resultado alguno. Pronto
comienzo a sentir sus paredes apretar mi miembro. Dejo sus
labios y tomo sus mejillas con ambas manos para que me
vuelva a ver, sin que pueda dejar de hacerlo.
—Quiero que digas mi nombre en el momento en que
llegues a tu orgasmo —digo, y ella asiente mientras jadea
sin control.
Beso su cuello, sus pechos, muerdo y succiono sus
pezones y continúo entrando y saliendo de ella. Cuando la
siento al límite, salgo y doy una última embestida potente y
profunda, y entonces mi nombre resuena en todo el lugar.
Dejo caer mi cuerpo sobre el de ella y sonrío, sonrío porque
escuchar mi nombre salir de su boca me gusta, me gusta
demasiado.
Paso mis brazos por debajo de su espalda y nos doy la
vuelta para dejarla sobre mi pecho. Nuestras partes íntimas
permanecen unidas. Observo a la pequeña recargar su
mejilla en mi pecho y cerrar los ojos. Quito el cabello de su
rostro sudado, y sin darme cuenta suspiro.
Suspiro…
Mis puños se cierran con fuerza, porque odio que se
sienta tan bien; odio que me guste tanto y odio tener
miedo. Porque sí: yo tengo miedo. 
47
No esperes nada de mí

Aisa

Despierto después del mediodía, estiro mi cuerpo y


bostezo. El lado de la cama donde debería estar As se
encuentra vacío, pero sin darle mucha importancia me
pongo de pie, sonrío y me sonrojo al ver que sigo desnuda.
Corro al baño, tomo una rápida ducha, cepillo mis
dientes, y tras vestirme con algo ligero, bajo al comedor;
hay comida cubierta con papel aluminio, pero no hay rastros
de Gretel y As. Me apresuro a comer, y después de lavar los
trastes utilizados, salgo de la casa y camino por los
alrededores a buscar algún rastro de los hermanos, pero no
logro encontrarlos. Busco en el mirador del acantilado,
recorro los viñedos y llego hasta las caballerizas, pero
tampoco están. Ni idea de dónde se metieron.
«Tal vez se fueron y te dejaron abandonada».
«¿Será?».
Regreso a la casa y espero a que Gretel y As lleguen,
pero las horas pasan y ellos no aparecen. Bajo a hacerme de
comer y después me pongo un traje de baño para echarme
sobre una de las camas de playa a tomar el sol. Me pongo
un poco de bloqueador, los lentes de sol y los auriculares
conectados a mi celular, entonces me relajo escuchando mi
música.
Las horas pasan, la batería de mi celular se agota, el sol
comienza a ocultarse y aquellos dos siguen sin aparecer. Si
no fuera porque el auto de As sigue en su lugar, pensaría
que ellos se marcharon sin mí.
Me levanto y camino hacia el mirador. Me trepo en la
bardilla y me quedo mirando hacia abajo. Observo a las
potentes olas chocar con las enormes rocas. Cualquiera que
caiga de este lugar tendría una muerte segura y muy fea;
no entiendo cómo Gretel dice que su muerte ideal es
lanzarse de este lugar.
—¡Aisa! —Respingo al escuchar su voz detrás de mí.
—¡Me has asustado!
—Lo sé —dice con una gran sonrisa.
—¿Dónde han estado?
—En la playa. Dominik me despertó temprano y nos
fuimos a la playa. Acabamos de regresar… ¿Por qué no
fuiste con nosotros?
—Si me hubieran invitado hubiera ido.
—Dominik dijo que no quisiste ir.
—¿Eh? ¡Ni siquiera me invitó! He estado buscándolos
todo el día.
—¿Por qué mi hermano mentiría?
—Yo cómo voy a saber.
—¿Lo hiciste enojar?
—No que yo sepa.
—Bueno, de todas formas, ya es hora de cenar…
¿vienes?
—Sí. —Camino junto a Gretel hacia el interior de la casa
—. ¿Dónde está tu hermano?
—Fue a darse un baño para quitarse la sal y la arena del
cuerpo.
—Oh, ya veo.
—¡Yo también iré a bañarme! —Corre hacia las escaleras.
—Claro…
Me quedo en medio de la sala, nuevamente sola. No
entiendo por qué As se fue sin mí. La única razón en la que
puedo pensar es que tal vez deseaba estar a solas con
Gretel, después de todo hoy es nuestro último día aquí;
mañana volveremos a nuestra realidad… ¡Desearía
quedarme para siempre en este lugar! 
—¿Cómo les fue en la playa? —pregunto, y me siento en
la cama.
—Bien —dice fríamente y me da la espalda.
—¿Ocurre algo?
—No.
—¿Seguro?
—¿¡Puedes dejar de andar de metiche, pequeña idiota!?
—grita, exaltándome. Arrugo el entrecejo por su repentino
mal humor.
—Tenía mucho que no me decías pequeña idiota —digo
en un susurro.
—Pero eso es lo que eres.
—¿Qué es lo que te sucede?
—Nada… ¿Por qué debería sucederme algo?
—Oh, claro, olvidaba que eras bipolar. —Me mira con
enojo y, sin decir nada más, sale de la habitación.
Me cambio y bajo de igual manera. Encuentro a As en la
cocina preparando la cena. Su frente está arrugada y se ve
muy tenso. Sé que algo le preocupa y me gustaría saber
qué es.
—Oye, As…
—Shh, no hables.
—Pero...
—Guarda silencio, no quiero escucharte.
—¿Por qué?
—¿¡No sabes lo que es guardar silencio!? —grita con
furia. Sus puños se cierran con fuerza alrededor de un
cuchillo de cocina.
—As, ¿qué te sucede…? ¿Por qué me estás hablando de
esta manera?
—Te hablo como se me da la gana.
—¿Qué fue lo que te hice para que estés tan enojado?
—Solo cierra la boca.
—¡No! Quiero saber qué te pasa. Anoche estaban las
cosas muy bien, y hoy despiertas y me dejas todo el día
sola. Después me tratas de esta manera… ¡dime por qué!
—Anoche no la pasamos bien. Tuvimos sexo, un buen
sexo, debo decir; pero al final de cuentas simplemente sexo.
Hoy no te desperté para que fueras con nosotros a la playa
porque ya estoy harto de ti y quería descansar de tu
molesta presencia, y ahora te hablo de esta manera porque
se me da la gana. Quiero dejarte claro que me fastidias…
¿¡lo has entendido!?
—Si te ibas a hartar de mi presencia no debiste traerme
en un principio —digo con mucha molestia. Deja las cosas
que usa sobre la encimera y me mira. Sus labios se estiran y
forman una sonrisa llena de burla y cinismo.
—Ya lo sabes, pequeña idiota, eres mi juguete… como
una pequeña mascota a la cual conservo para divertirme. Te
mantengo a mi lado para obtener placer. Creo que te lo
había dejado claro, y no tienes de qué quejarte, que tú
también disfrutas.
—No soy un juguete —digo con la quijada apretada.
—Para mí lo eres y siempre lo serás… solo un juguete con
el cual satisfago mis deseos sexuales. La vez que dijiste que
te veía solo como un objeto sexual acertaste.
—Dijiste que te gustaba…
—Claro que lo dije. Así sería más fácil tenerte sin tener
que lidiar con tus dramas.
—Eres un maldito.
—Bueno, eso ya lo sé, y siempre lo has sabido tú. No sé
por qué te sorprende ahora.
—Yo creí que…
—Déjame adivinar. —Me interrumpe con una de sus
risotadas—. Te hiciste ilusiones y pensaste que me estabas
cambiando, que ya éramos amigos, o mejor aún, ¿novios?
Pequeña idiota, ¿has llegado a pensar que puedo
enamorarme de alguien como tú? —Su sonrisa burlona logra
lastimarme más de lo que creí.
Me siento muy estúpida por haber llegado a pensar que
había logrado crear una conexión entre ambos. Me engañé
a mí misma una vez más, viendo destellos de luz donde solo
hay sombras. 
«¡Sé fuerte, Aisa!».
—¿Por qué lloras, pequeña idiota? —Camina hacia mí,
toma el cuchillo y lo desliza por mi mejilla derecha para
limpiar las lágrimas que se deslizan.
—De verdad te divierte jugar conmigo, ¿no es así?
—Sí, la verdad sí. Eres tan ingenua e inocente, que es
muy divertido. Dime… ¿esperabas que te dijera que gracias
a ti he cambiado, que te tomara en mis brazos y te dijera
«te amo»? —Comienza a carcajearse. Aviento con
brusquedad el cuchillo y lo miro con furia.
—¡Muérete!
—Pronto, pequeña… pronto.
As sigue sonriendo… riéndose de mí. Limpio las lágrimas
de mis mejillas y doy media vuelta hacia la salida de la
casa. Necesito calmarme para no hacer una tontería como
robarle el sueño a Gretel y lanzarme del acantilado.
Camino en dirección al viñedo y me interno en él. Ya es
de noche, y la única iluminación que hay es la luz de luna,
pero esta es más que suficiente. Mi corazón duele y me
siento humillada, pero también sé que no es culpa de As,
sino mía; nunca debí de hacerme falsas esperanzas ni dejar
que se metiera tan adentro de mi ser y corazón. Siempre
me ha dejado claro que no obtendría nada de él… ¿Qué era
lo que esperaba?
«¿Que te tomara en brazos y te dijera te amo?».
No, no esperaba eso… algo esperaba, pero no sé qué.
Una parte de mí siempre ha estado consciente de que nada
pasaría entre nosotros, pero aun así duele, y duele mucho.
As no tenía que ser tan cruel a la hora de decirme que solo
he sido un juguete para satisfacer sus deseos egoístas.
Tratando de buscar un poco de serenidad, camino todo
recto, paso los viñedos, llego a las caballerizas y me
escondo en ellas. Ahora no tengo el valor de volver y
enfrentarlo, menos teniendo los ojos rojos e hinchados de
tanto llorar. Me dejo caer en un bulto de paja, mientras
espero que no salga alguna rata, o peor aún, una araña. Los
caballos me miran como si supieran que soy una extraña.
Vacilo en la nada y dejo que el tiempo corra.
No sé cuánto pasa, pero logro controlarme y sentirme
más calmada. Pienso que tal vez es hora de volver; pero no
trataré con As. Tal vez pueda dormir con Gretel o en otra
habitación. Hay varias después de todo. Suspiro y me pongo
de pie. Me giro hacia la entrada del lugar y pongo el grito en
el cielo al ver una figura frente a mí. Me llevo mi mano al
pecho por el susto. Al instante pienso que es As, pero
cuando miro bien me doy cuenta de que se trata de otro
chico. La incertidumbre me invade cuando pienso que
puede ser el otro asesino, pero… ¿Cómo pudo llegar hasta
aquí?
—Lamento haberte asustado —dice el chico, que da un
paso hacia mí y por inercia retrocedo.
—¿Quién eres tú?
—Mi nombre es Eduardo. —Me da una sonrisa y se acerca
por completo para ofrecerme su mano.
—Aisa. —Correspondo el saludo.
—Eres la novia de Dominik, ¿no?
—No, creo que más bien soy la niñera de Gretel —digo, y
Eduardo ríe—. Y, ¿qué haces aquí?
—Yo soy uno de los que cuidan este lugar. Vine a
alimentar a los caballos.
—¿Ahora? Es más de medianoche.
—Sí, bueno, Dominik no quiere que andemos por aquí en
el día.
—Oh.
—Entonces… tú y Dominik no son novios.
—No.
—Yo pensaba que sí, pero ya decía que era raro que él
trajera a una novia a este lugar.
—¿Qué quieres decir?
—Aparte de la familia, nunca nadie ha venido. Además,
Dominik no es del tipo que ande con chicas de una manera
muy formal, menos desde la muerte de su familia. Pensé
que Gretel también estaba muerta… ¡fue una gran sorpresa
verla!
—Entonces tú… ¿sabes la historia de su familia?
—Oh, sí, fue una gran tragedia. Los padres de Dominik
eran buenos amigos de mis tíos. Creo que fue un fuerte
golpe para ellos lo de su muerte; pero están felices de que
al menos Dominik y Gretel sigan con vida. ¿Y tú que tanto
sabes de Dominik?
—Más de lo que me gustaría —digo, casi sin darme
cuenta. 
—¿Y qué haces en este lugar a estas horas y
completamente sola?
—No podía dormir y vine a dar una vuelta.
—¿Entonces no te molesta si te hago compañía?
—Oh, no, pero… creo que ya es hora de volver. Mañana
nos iremos a primera hora. Debo descansar, aunque sea un
rato.
—Quédate solo un poco más, me gustaría conocerte
mejor.
—Ah… no, yo debo irme.
—Vamos, solo unos minutitos más. —Eduardo da unos
pasos hacia mí mientras sonríe. Como puedo le devuelvo la
sonrisa, pero retrocedo.
—D-debo volver…
—Pareces nerviosa.
—¡No lo estoy! —digo rápidamente, y él ríe. Eduardo
sigue acercándose y yo retrocediendo. Pienso en aventarlo y
escapar, ya que su presencia no me da mucha confianza;
sin embargo, me quedo quieta cuando miro por encima de
su hombro; As aparece, la luna ilumina su rostro y puedo
ver que su ceño está fruncido. Mira directo a mis ojos y un
escalofrío muy desagradable recorre mi espina dorsal.
—Creí haberte dejado claro que no te quería ver por aquí
mientras estuviéramos nosotros. —El rostro de Eduardo
palidece ante la voz de As.
—Dominik… —Se gira con rapidez. As camina hacia él y
me altero al ver que trae el cuchillo en su mano.
—¿Recuerdas lo que te dije que te haría si te volvía a ver?
—D-Dominik, espera. ¿Qué vas a hacer con eso…?
—Odio que vayan en contra de mis palabras. —As sigue
acercándose a Eduardo y este comienza a temblar.
—As…
—¡Tú cierra la boca, pequeña idiota! —Me encojo ante su
mirada y tono de voz.
—Y-ya me voy. —Eduardo intenta salir, pero As le da un
empujón tan fuerte que le hace irse hacia atrás. Él choca
conmigo y caemos los dos al suelo.
—No vas a irte. Te dije lo que pasaría si te volvía a ver, y
yo siempre cumplo mi palabra.
Empiezo a temblar de manera descontrolada cuando As
se echa sobre Eduardo. Lo toma del cabello y lo hace
hincarse ante él con la mirada hacia mí. Eduardo me mira
aterrado y con los ojos llorosos.
—A-ayúdame… —pide en un susurro.
—¡As, detente! ¡No puedes matarlo! —Intento ponerme
de pie, pero su mirada me deja tiesa en mi lugar.
—¿Qué dijiste, pequeña idiota? —Sus ojos están
oscurecidos en su totalidad. Tiene una expresión tan sádica
que siento miedo de él mucho miedo, uno como nunca—.
¿Dijiste que no puedo matarlo? ¿Acaso ya olvidaste que soy
un asesino?
—As, por favor…
—Guarda silencio y observa bien, mi pequeña idiota,
quiero que recuerdes y nunca olvides quién soy yo.
No puedo ocultar mi expresión horrorizada cuando As
levanta su brazo con el cuchillo en mano. Con un rápido
movimiento lo encaja en el hombro de Eduardo, que deja
escapar un fuerte grito al cual yo le hago segunda voz.
Estoy demasiado aterrada. Sé que As es un asesino, y
también he visto cuerpos de personas muertas, pero nunca
he visto cómo muere una persona frente a mí… y no es algo
que quiera presenciar.
—¡As, detente! ¡No lo mates! —suplico, empapada en
llanto.
—¿Por qué no?
—¡Por favor!
—No voy a detenerme solo porque digas «por favor». Si
quieres que no lo mate, dame una buena razón.
—Él no ha hecho nada malo.
—Me ha desobedecido.
—Eso no es suficiente para que acabes con su vida.
—Tal vez no, ¿pero sabes algo? Llevo demasiado tiempo
sin asesinar, y ya no puedo resistirlo. Soy un asesino
después de todo y necesito bañarme en sangre y arrebatar
vidas para sentirme pleno.
—No lo mates. Si quieres sacar el estrés lastímame a mí,
pero no lo mates. —As suelta una carcajada por mis
palabras.
—Eres una gran masoquista, pequeña idiota. Ya sabía yo
que te gustaban mis juegos.
—¡Juega conmigo todo lo que quieras, pero no mates a
este chico por favor!
—Tomaré tu palabra de jugar contigo todo lo que quiera,
pero no lo de no matar a Eduardo. Él me cae mal, siempre
ha sido así y hoy tengo ganas de matarlo.
—N-no… no, As.
—Sí, pequeña… sí. Voy a matarlo y tú presenciarás todo.
Date cuenta de quién es la persona con quien has estado
tanto tiempo. Conoce al asesino con el cual te vas a la
cama… ¡conoce mi verdadero yo, pequeña!
Grito cuando As saca el cuchillo y lo vuelve a clavar.
Eduardo grita de dolor una vez más. Sus gritos son tan
fuertes que me aturden. As le da una patada y lo tira al
suelo, lo toma de los pies y le hace dar la vuelta. Se coloca
sobre él y comienza a apuñalarlo una y otra vez sin control y
sin detenerse. La sangre sale a chorros y salpica el rostro de
As, y también mi cuerpo, que está a menos de medio metro
de ellos. Eduardo me mira, pide ayuda, y aunque intente
dársela, no puedo, pues no puedo moverme. Mi cuerpo no
responde y mis ojos no dejan de ver a As apuñalando al
chico. Él sonríe, sonríe con diversión y una expresión sádica.
Disfruta lo que está haciendo y lo disfruta mucho.
Todo lo que puedo sentir son los fuertes latidos de mi
corazón, mi cuerpo temblar y la sangre empapándome. Lo
que escucho es la risa de As, y el sonido que hace el cuchillo
cada que penetra la piel de Eduardo, que ahora ya no grita
más, pues está muerto; sus ojos están en blanco, su pecho
está destrozado y As sigue apuñalándolo con fuerza.
—D-detente… —Mi voz sale en un quedito susurro. No
quiero ver a As de esa manera. No me gusta. Odio verlo así
—. As, detente… ¡Detente! ¡Detente! ¡Detente!
Mi voz suplicante resuena en todo el lugar y As se
detiene finalmente. Saca el cuchillo de lo que queda de
Eduardo y me mira. Jadeo al ver su rostro lleno de sangre,
su sonrisa sicótica, sus ojos completamente dilatados.
Pasa su lengua por la comisura de sus labios y después
pasa su mano por su mejilla en un intento de limpiar la
sangre que resbala, pero lo único que hace es embarrarla
más.
—No llores, pequeña. —Estira su mano hacia mí, pero
retrocedo, llena de miedo. Él ríe con mi reacción—. ¿Ahora sí
me tienes miedo? Eso es bueno, porque me excita tu
expresión aterrada.
—¿P-por qué?
—¿Por qué? Porque soy un asesino y siempre lo seré. Eso
no va a cambiar nunca, y no dejaré de asesinar ni por ti ni
por nadie. Espero que esta vez sí te quede claro y dejes de
hacerte falsas expectativas hacia mí. Si odias lo que soy, si
me tienes miedo, puedes irte y no volver jamás, pero si te
quedas a mi lado lo único que obtendrás de mí solo será
esto: dolor y placer. Nunca obtendrás compasión, mucho
menos amor. Sabes que contigo también puedo ser
despiadado si me lo propongo, así que no me hagas enojar
y no esperes nada más de mí, pequeña. Yo no te puedo
ofrecer nada más que buen sexo y divertidos espectáculos
como el de esta noche. Si eso no es suficiente para ti… no
vuelvas más.
Se pone de pie y me sonríe antes de darse la vuelta y
marcharse como si nada hubiera ocurrido. El cadáver que
ahora se planta ante mí me arrebata el aliento por la
desesperación que siento; es algo que me rebasa por
completo. Acabo de presenciar la muerte de alguien, una
muerte muy cruel en la que soy cómplice del asesino. Esta
situación me supera en todos los aspectos. No es nada
comparado a las anteriores donde As me lastimaba
físicamente; ahora es más que distinto, algo que me hace
sentir al precipicio del abismo.
Cuando veo que todo mi cuerpo está cubierto por la
sangre de Eduardo me pongo de pie y salgo corriendo. No
quiero tener su sangre sobre mi piel. Quiero enterrar
cualquier rastro de que yo soy tan culpable como As por la
muerte de ese chico.
Entro a la casa a toda prisa y subo las escaleras, dejando
el rastro de sangre detrás de mí. Corro en dirección
contraria a la habitación de As y abro una puerta que había
visto antes. Entro y busco el interruptor de la luz. Cuando
esta se enciende me doy cuenta de que estoy en la
habitación de la otra hermana. Esta sí es una habitación
normal en comparación con la de Gretel; hay adornos, cosas
muy femeninas y hay muchos retratos.
Con pasos temblorosos me dirijo al baño, entro a la
regadera y la abro para que el agua se lleve toda la sangre.
Me quito la ropa y tallo mi piel de manera dolorosa, pero no
puedo dejar de sentir esa sangre inocente en mí, y la
sensación me aterra. Empiezo a llorar y dejo deslizar mi
cuerpo hacia el suelo. Me agazapo debajo del flujo del agua
y continúo llorando sin poder evitarlo. Ahora no sé qué
duele más, si haber presenciado la muerte de una persona,
saber que soy cómplice del asesino o el hecho de estar
enamorada de ese asesino y que él no pueda amarme.
«¡Idiota! ¡Idiota! ¡Eres una idiota!».
Soy idiota por enamorarme de un ser tan despreciable.
Soy idiota por no poder dejarlo. Soy idiota por querer seguir
a su lado. Soy idiota por el simple hecho de estar llorando
en este momento por él. Soy idiota por esperar algo que sé
y siempre supe que jamás obtendría: el amor de As.
El sentimiento que me invade es desgarrador, pero
detrás de ese dolor resultado de mi propia decepción, soy
invadida por algo más intenso y profundo. Suspiro y sonrío
con un sabor muy amargo.
Mi mente sucumbe a la ambivalencia; estando el repudio
y el miedo que siento por él a la par que el sentimiento de
apego y necesidad. Lo amo tanto como lo odio.

Y una vez más, mi alma se retuerce


de agonía por la inmundicia de mi corazón.
 

As
Miro mi reflejo en el espejo del baño y sonrío; estoy
cubierto de sangre, y la sensación es tan agradable. Tenía
tanto que no asesinaba, que ahora me siento liberado. Todo
el estrés se ha ido.
Después de bañarme y quitar todo rastro de sangre,
tomo unos guantes y salgo en busca del cuerpo de Eduardo.
Lo meto en una bolsa y le prendo fuego. Me quedo ahí hasta
que se quema por completo y después tiro sus restos por el
acantilado. Seguro sus tíos lo extrañarán, pero no puedo
hacer nada por ellos.
Regreso a la habitación. No sé dónde se metió la
pequeña idiota, pero no puede irse sola, así que no me
preocupo. Debe de andar escondida por ahí. Como ya solo
faltan un par de horas para amanecer no me duermo. Salgo
al balcón y me siento a observar el cielo. La mirada llena de
terror de la pequeña viene a mí. Esta vez realmente estaba
aterrada. Creo que nunca la había visto tan asustada de mí,
y eso es bueno. Es justo lo que quería. Cada vez me cuesta
más alejarme de ella, así que quiero que ella se aleje de mí.
Necesito que esta vez lo haga por completo. No quiero
perder el control e irme al extremo con tal de evitar que
interfiera en mis planes.
Y es que en los últimos días he sentido tanto apego por
ella que ha comenzado a molestarme la idea de que cuando
yo ya no esté, alguien más ocupará mi lugar. Solo de
pensarlo me hace hervir la sangre. Odio tanto ese
pensamiento, que por un momento deseé arrastrarla
conmigo a la tumba, así me cercioraría de que nunca sería
de nadie más. Pero no puedo matarla. La necesito para que
esté con mi hermana, así que busco cómo deshacerme de
este sentimiento de apego.
Creo que mi plan funcionó de maravilla. Siempre se
olvida de la clase de persona que soy y no quiero que se
haga falsas expectativas que no estoy interesado en
cumplir. No soy un hombre bueno. No hay nada correcto en
mí, en mis actos o en mi existencia. Ella lo sabe, pero
siempre tengo que estar recordándoselo.
En ciertas ocasiones yo mismo me pregunto por qué me
gusta matar. Tal vez es por la energía que me recorre, ante
la sensación de poder cada vez que veo cómo una vida se
escapa entre mis manos. Es tan sublime e irremplazable,
que no quiero cambiar esa parte de mí. Y aunque ella me
gusta demasiado, jamás me gustará lo suficiente como para
doblegar mis convicciones.
48
Identidad revelada

Aisa

Los labios de Gretel se mueven con rapidez. Ella sonríe y


dice un montón de cosas, pero yo no presto atención a nada
de lo que habla. No puedo dejar de pensar en lo que sucedió
ayer, y solo de recordar la forma en que As asesinó a ese
chico me hace estremecer. Creo que son imágenes que
nunca podré sacar de mi cabeza.
—¡Aisa, deja de ignorarme! —Gretel se planta frente a mí
bloqueando mi camino—. ¿Qué te sucede?
—Nada. —La hago a un lado y sigo caminando.
—Has estado rara todo el día. Dominik también está de
un humor de perros. ¿Pasó algo entre ustedes?
—Nada digno de mencionar.
En silencio, hacemos el resto del recorrido hasta llegar al
departamento. Antes de que pueda tomar la perilla de la
puerta, esta se abre y nos deja ver a Marc. Tiene ojeras muy
marcadas y se ve más delgado.
—¡Llegamos! —exclama Gretel al entrar. Luego, se deja
caer sobre el sofá.
—¿Cómo les fue? —pregunta.
—Bien —digo en un susurro, y agacho la mirada. Justo
ahora necesito un abrazo como él bien dijo.
—Dime qué te hizo. —Marc toma mi barbilla y me hace
levantar el rostro.
—Nada…
—Aisa, deja de defenderlo.
—No lo estoy defendiendo. Él no me hizo nada nuevo.
—¿Te lastimó?
—No. —Le doy una sonrisa a medias antes de dirigirme a
mi habitación. Me detengo en la puerta y me giro hacia él—.
¿Tienes todo listo?
—Casi, aún tengo que obtener algunos papales
relacionados a Gretel, ya que no quieres dejarla…
—No la dejaré. Haz lo que tengas que hacer y rápido.
—Ya estoy en eso, pero parece que te urge.
—Entre más pronto, mejor.
Me encierro en la habitación, me dejo caer en la cama y
gimo por la frustración que siento. Después de lo sucedido
ayer, no he vuelto a hablar con As; él no me miró ni me
dirigió la palabra y yo tampoco busqué hacerlo. Al final, sus
tretas para alejarme funcionaron, y esta vez, no lo buscaré.
—¿Qué es lo que tiene que hacer Marc referente a mí? —
pregunta Gretel. La miro sin saber qué responderle. No sé
cómo decirle que me la llevaré lejos de su hermano.
—Tiene que sacar algunos papeles. Pronto tendrás que
volver a la escuela. No puedes estar sin estudiar.
—¡Amo la escuela!
—Eso es bueno. —Me siento y le tomo las manitas—.
Dime, Gretel… ¿estarás conmigo sin importar a dónde vaya?
—¡Porsupuesto! No me importa dónde sea, solo quiero
estar contigo y con Dominik.
—Claro…
No dejo de darle vueltas al asunto en todo el día. Y no es
solo el hecho de que ya no me hable con As, sino que, la
imagen de ese chico siendo asesinado no deja de
perseguirme. Solo me basta cerrar los ojos para verme
envuelta en sangre.
Quisiera gritar; quiero llorar y golpear mi cabeza contra la
pared, pero solo me quedo quieta en un lugar, imaginándolo
todo y sintiéndome fuera de la realidad.
No dejo de pensar en mi propia familia. Los recuerdos
vuelven a mí y me golpean una y otra vez. Siempre estoy
tratando de bloquearlos. No quiero pensar en ellos, pues los
ignoro de manera dolorosa, así como me ignoro a mí misma.
Acallo mis pensamientos y apago mis emociones. Estoy
cansada de mi propia existencia, de lamentarme por todo y
no hacer nada por cambiar mi situación. Si me miro al
espejo evito encontrarme con mi reflejo. Me avergüenza
hacerlo y recordar quién soy, aunque ni siquiera me
reconozco. Soy un despojo.
Duele tener tan presente el por qué necesito de As en mi
vida. Es tan inverosímil el hecho de que necesite de él para
sentir que tengo un propósito. Mis sentimientos por As son
como una pútrida llaga a la que no dejo sanar; y continúo
rascando, haciéndola supurar e infectando la piel sana. Es
un mal que me carcome cada vez más. El ir muriendo me
recuerda que sigo viva. Maldita ironía.
—Aisa. —Miro a Gretel, que entra y se sienta a mi lado—.
¿Cuándo nos iremos a vivir con Dominik? Ya no quiero estar
con Marc.
—Nunca nos iremos a vivir con Dominik, Gretel —le digo
con toda la frialdad que puedo—. Él no nos quiere a su lado,
ni a ti ni a mí.
—¡Soy su hermana! ¿Cómo puedes decir eso?
—Porque es así como es. Quiero que te vayas haciendo a
la idea de que nunca vas a vivir con Dominik.
—¡Yo necesito vivir con él! —exclama con desesperación.
—Te quedarás conmigo siempre, y es mejor que te
olvides de él.
—¡No puedo! ¡Es mi hermano! ¿Cómo me pides algo así?
—¡Tú hermano es un maldito loco sádico y egoísta que
solo piensa en sí mismo! —grito con todas mis fuerzas—. ¡Ya
estoy harta de él y no quiero volver a verlo! Si tú quieres
vivir con él entonces vete, pero te aseguro que no le
importas, porque está muy dispuesto a abandonarte para
toda la vida.
Mi respiración se acelera por la furia que siento, Gretel
aprieta la mandíbula. Aunque veo cómo sus labios tiemblan
como si quisiera llorar, no lo hace. Solo me dedica una
mirada fría. Empiezo a sentirme culpable al estar consciente
de que ella no tiene la culpa de lo que su hermano haga.
—Prometiste nunca dejarme.
—Y no voy a dejarte, pero tampoco voy a impedirte que
te vayas si eso deseas.
—¡Ya te dije que quiero vivir contigo y con Dominik!
—¡Entiende que eso no es posible!
—¡Los necesito a los dos! —Se aferra a mí, mirándome
con verdadera desesperación—. ¡Yo no sé cuánto tiempo
pueda contenerme, Aisa! —La miro sin entender de qué
habla—. El deseo es más fuerte conforme pasa el tiempo, y
Dominik es el único que me pude ayudar con eso. Solo
estando contigo es que me puedo controlar. Es por eso por
lo que los necesito a ambos.
—Gretel, ¿de qué estás hablando?
La única respuesta que obtengo de Gretel es una
espeluznante sonrisa. Comienza a tararear una desconocida
melodía, y mete sus manos debajo de mi blusa acariciando
las marcas de las cicatrices. Nuestras miradas están
conectadas, pero de alguna manera ella parece perdida en
otra dimisión, muy lejos de aquí.
Alzo la vista cuando Marc hace aparición, ve con
extrañeza a Gretel y después se fija en mí.
—Zac estuvo viniendo seguido. América ya ha
despertado y ahora está en casa. Pero ella sigue sin hablar
de lo ocurrido. No ha dicho quién la atacó, pero yo creo que
ella vio el rostro del asesino.
—Debo ir a verla.
—¡Llévame contigo! —pide alegremente Gretel, y se aleja
de mí para dirigirme otra vez su rostro lleno de inocencia.
Su humor es igual de inestable que el de su hermano.
—No, quédate aquí. Tengo que ir sola.
—¡Llévame!
—No, Gretel…
—¡Quiero que me lleves!
—¡Ay, está bien! —La pequeña sonríe con triunfo antes
de caminar hacia la puerta.
—No deberías dejar que te controle ella a ti o será tu
perdición —dice Marc. 
—Gretel no me controla.
—Eso crees tú. Eres fácil de manipular, y a esos
hermanos les encanta mover a la gente a su antojo.
—Ahora vuelvo, Marc.
Salimos rumbo a casa de América. No he visto a sus
padres desde que me marché del funeral de Amanda, y no
sé cómo van a reaccionar al verme ahora. Tengo miedo de
que ya no me quieran tener cerca.
El viaje en bus lo hacemos de manera tranquila. Gretel se
entretiene mirando por la ventanilla, mientras canta cosas
inentendibles para mí. Cuando bajamos me toma de la
mano con fuerza y me sonríe. Le devuelvo el gesto y
caminamos a casa de América.
Con el tiempo que llevo conociendo a Gretel, me sigue
siendo imposible entenderla. En ocasiones actúa de manera
que no parece de su edad, sino alguien mayor, pero al
mismo tiempo aparenta ser una niña pequeña dulce e
inocente. Admito que  hay veces en que de verdad logra
infundirme mucho miedo.
Muerdo el interior de mi labio cuando toco a la puerta,
espero impaciente y doy un pequeño respingo cuando esta
se abre. Sonrío a medias cuando Zac se deja ver. Él me
regresa la sonrisa y luego mira a Gretel. Da un suspiro y se
hace a un lado para permitirnos la entrada.
—¿Cómo está América? —pregunto.
—Mejor.
—¿Ha dicho algo del asesino?
—No.
—Pero tú ya sabes quién es…
—Aisa, no empieces con eso, por favor. No aquí. —Nos
quedamos callados cuando Ágata baja las escaleras.
—¡Aisa! —Ella corre a mí y me abraza. Sonrío con gran
alivio. Estoy feliz de que no me odie—. ¿Por qué no habías
venido, cariño?
—Lo siento, estaba fuera de la ciudad.
—América estará feliz de verte.
—Eso espero.
—Ella está dormida ahora, pero puedes subir. No creo
que tarde en despertar.
—Gracias. —Subo las escaleras con Zac detrás de mí, en
tanto Gretel se queda haciéndole compañía a Ágata.
Entramos a la habitación donde, en efecto, América se
encuentra durmiendo. Aún se ven algunos moretones en su
cuerpo y su piel está demasiado pálida. Me siento a los pies
de la que antes era mi cama y la observo. Zac se sienta a
mi lado y toma mi mano entre las suyas.
—Cuando despierta pregunta mucho por ti.
—Lamento no haber estado aquí para ella.
—¿Dónde estuviste? Desapareciste toda la semana.
—Necesitaba escapar un poco de toda esta locura. Dime
qué noticias hay del asesino.
—¿De cuál asesino hablas? Hay dos.
—¿Qué?
—Deja de fingir que no lo sabes.
—N-no, es que...
—Él ha estado tranquilo, pero algo trama, y tu amigo está
implicado.
—Tú sí que sabes lo de As.
—¿Que es el Asesino de la Luna? Sí, lo sé.
—Pero… ¿Cómo?
—No lo sabía y no tenía ni la menor idea de que él
pudiera serlo. Por más mal que me cayera nunca sospeché
de él, pero alguien me hizo darme cuenta de quién era en
verdad.
—¿Quién?
—Deberíamos dejar de hablar de esto por nuestro bien,
Aisa. Amanda está muerta porque siguió metiéndose en
este asunto. Su muerte es una advertencia. Los siguientes
podríamos ser nosotros y yo no quiero morir.
—¿Amanda sabía quién era el asesino? —pregunto en
estado de conmoción.
—Sí, y por eso está muerta. No quiero ser el siguiente.
—¡No puedes quedarte callado! ¡Si sabes quién es, dilo!
—¿Para qué? ¿Te irás tras él como hiciste con Dominik?
—¡Zac! Dominik no es quien tú crees.
—¡Ya lo noté!
—Quiero decir que… —Me cuesta mucho buscar las
palabras correctas para tratar de justificar a As, pero no
encuentro nada que pueda usar. Es que no hay nada bueno
que pueda decir a su favor.
—¿No te das cuenta de que todo esto está sucediendo
por culpa de él? El otro asesino no te quiere a ti, quiere a tu
amigo. Quiere que se entregue, que admita que ha sido
superado, y hasta que eso no pase, continuará jugando con
nosotros.
—¡Por eso tenemos que detenerlo! Decirle a la policía…
—¡La policía no hará nada! Ellos están de parte de él,
siempre lo han estado.
—¿¡Qué!?
—Eso fue lo que él dijo. Me amenazó diciendo que, si lo
acusaba con la policía, no serviría de nada, porque ellos lo
cuidan, y que solo mi familia y yo acabaríamos pagando.
—No puede ser… —Si lo pienso, eso explicaría ciertas
cosas, pero siempre pensé que a quien encubrían era a As,
no a este otro—. Al menos dime quién es. Quiero saberlo.
—No sé, estaba demasiado oscuro y no lo vi bien.
—¡Mientes!
—Déjalo ya, Aisa.
—¡No lo defiendas!
—¡Solo defiendo mi vida! ¡También la tuya!
—¡Él terminará matándonos de todas formas!
—Si dejamos de entrometernos no lo hará.
—¿Cómo lo sabes?
—Es lo que me dijo.
—¡Estás mal, Zac! ¿Cómo puedes creerle?
—¡No me hables así! —grita y se levanta para echarme
una mirada acusadora—. ¡La única que está mal eres tú!
¡Todo esto es tu maldita culpa! —Mis ojos se cristalizan ante
su fría mirada y sus palabras hirientes—. ¡Nunca debiste de
haberte escapado e irte con ese asesino! ¡Tú nos metiste a
todos en esto! ¡Fuiste tú quien lo atrajo a nosotros! ¡Nos
arrastraste a toda esta mierda por tu maldito egoísmo!
Bajo la mirada y muerdo mis labios para no llorar. Zac
deja escapar un fuerte suspiro y se vuelve a sentar a mi
lado, pero esta vez mantiene la distancia. Un gemido nos
llama la atención, América se ha despertado seguramente
por los gritos y ahora nos mira algo asustada.
—América… —Me pongo de pie y le miro. Lágrimas
escapan rápidamente de sus ojos.
—¡Aisa! —Corro hacia ella y la abrazo.
Es la primera vez que compartimos el dolor de la muerte
de Amanda. Se aferra a mí y llora con todo el sentimiento.
Yo también lo hago. Tengo demasiadas emociones
encontradas en mi interior. Cuando se tranquiliza un poco,
se separa de mis brazos y me mira.
—No pude hacer nada— dice entre sollozos.
—¿La viste morir?
—Sí, ella murió frente a mí y no pude hacer nada.
—No es tu culpa, América.
—¡Debí ayudarla!
—No podías.
—¡Ella me defendió a mí!
—Ya no debes atormentarte con eso, América. Ahora lo
que debemos hacer es encontrar al asesino, ¿lo recuerdas?
—Él llevaba una máscara. Iba todo de negro y usaba la
capucha. No logre ver su rostro, y aunque su voz estaba
distorsionada, estoy segura de que no era Dominik. Dominik
no es el Asesino de la Luna, ¿verdad?
—¿Nos escuchaste?
—Dime que Zac se equivoca, que Dominik no es quien
mató a tus padres y a Amanda.
—No, no es él. Dominik no mató a mi familia y tampoco a
Amanda.
—Lo cual no significa que no sea un asesino —murmura
Zac.
—¡Zac, cállate!
—¡Es la verdad! —Zac se para frente a nosotras—. Ya es
hora de salir del juego de esos dos y hacer que paguen.
—¡Tú no quieres decir quién es!
—Si le entregamos a Dominik, él nos dejará en paz.
—¡No voy a entregar a Dominik!
—¿Cómo puedes defenderlo después de todo?
—Él me ha ayudado mucho. Dominik no ha cometido
ninguno de los asesinatos de esta ciudad.
—Eso es lo que tú crees.
—¡No ha sido él! Ambos hemos estado buscando al otro
asesino.
—Yo diría que solo ha estado perdiendo el tiempo, porque
ellos ya se conocen. No hacen más que jugar con nosotros.
Debemos exponerlos a ambos, así no podrán dejarlos ir.
—¡Yo no voy a entregar a Dominik!
—No hace falta, lo haré yo.
—¡No puedes hacerlo!
—Claro que sí y lo haré.
—¡No tienes pruebas!
—No tengo pruebas físicas, pero le tenderé una trampa.
—Zac se queda pensativo unos momentos y después me
mira con ojos bien abiertos—. ¡Pongamos una trampa para
ambos!
—¿Qué?
—Hagamos que se maten entre ellos.
—¡No!
—¡Sí! Es el plan perfecto. Le diré a él que le entregaré a
Dominik, pero será una trampa.
—¿Cómo le dirás? —cuestiono, estrechando los ojos.
—Lo buscaré y...
—¿Lo buscarás? ¡Tú sabes dónde encontrar a ese
impostor! —afirmo, mirándolo de manera acusadora.
—Sí, lo sé.
—¡Zac!
—Tú has guardado tus secretos por egoísta. Yo he
guardado los míos por el bien de todos. Ahora voy a utilizar
lo que sé para destruir a ambos y no vas a detenerme, Aisa.
—¡Dejen de hablar de esa manera! —grita América,
comenzando a llorar de nuevo—. ¡No puedo creer que
ustedes sepan quiénes son esos asesinos y que estén
encubriéndolos!
—¡Aisa siempre lo ha sabido!
—¡As me ha estado ayudando!
—¡Eso no quita que es un asesino!
—¡Ya basta, no quiero escuchar más! ¡Déjenme sola!
—América…
—¡Largo de aquí! —grita, histérica, y con tanta fuerza
que Ágata no tarda en aparecer. Corre a abrazar a América,
que se aferra con fuerza a los brazos de su madre—. ¡Diles
que se vayan! —Ágata nos da una mirada y Zac y yo
salimos, sin más opciones. Bajamos a la sala donde Gretel
nos espera sentada en el sofá. Nos mira con curiosidad y
por fortuna no abre la boca.
—Zac…
—Con tu ayuda o sin ella, les pondré esa trampa y haré lo
que ni la policía ni tú son capaces de hacer. —No me da
tiempo de decir algo más y sale de casa.
—¿De qué hablaba Zac? —pregunta Gretel, colocándose
a mi lado y tomando mi mano.
—De… nada.
Gretel y yo nos volvemos al departamento. Ella me pide
que la lleve con Dominik, pero no tengo ganas de verlo.
Pienso en la reacción de América y en las palabras de Zac…
Dudo. ¿No sería mejor entregar a As?
Si lo toman de sorpresa lo encerrarán y no se matará.
Creo yo que eso es mejor a que muera, pero, por otro lado,
pienso que Gretel jamás me perdonará que yo conspire en
contra de su hermano, y aunque lo lógico es que no debería
interesarme, lo cierto es que lo hace. Jamás podré traicionar
a As.
 

Lo que resta de la semana lo paso encerrada en el


departamento y no salgo ni a que me dé la luz del sol.
Gretel se queja, pero no le queda más que aguantarse. Marc
parece estar tranquilo de que me la pase en casa, y As,
bueno, él no da señales de vida, y la verdad es que lo
agradezco. Sigo sin tener valor de enfrentarlo. Pero la
ansiedad está acabando conmigo, porque no sé si debería
decirle a As sobre lo que Zac sabe; eso de que la policía
está del lado del impostor me preocupa. Tal vez él es uno de
los que mataron a su familia. Es una gran posibilidad. Si
llevo a Zac a donde As, tal vez pueda hacer que hable…
«O tal vez lo mate».
Tampoco quiero arriesgarme a tanto, pero si no hago
nada y el plan de Zac funciona, ¿qué pasará con As? ¿Está
bien si solo me quedo de brazos cruzados esperando a que
lo maten?
«Matarlo es tu deber».
Pero no tengo el valor, y tampoco el deseo de hacerlo.
Me pongo de pie, y por primera vez en varios días, me
asomo por la ventana. Quisiera advertirle a As, pero he de
admitir que no quiero verlo. Tengo miedo, no precisamente
de él, sino de mí y mi voluntad débil.
Salgo de la habitación y me encuentro con Gretel y Marc
sentados en la sala viendo TV. Ambos voltean a verme.
—Por fin sales. Qué bien.
—Y también saldré de casa.
—¿A dónde vas?
—Tengo que ver a Zac.
—No llegues muy tarde.
—Sí.
—¡Yo quiero ir! —Gretel va detrás de mí, pero no hago
caso a su insistencia, y prefiero ni mirarla, pues sé que si lo
hago terminaré cediendo.
—Quédate aquí, no tardo —le digo antes de salir.
—¡Malvada! —grita en cuanto cierro la puerta.
Pienso en que puedo convencer a Zac de que deseo
ayudarlo. Puedo aparentar que estoy de su lado y así
planear esa trampa para ambos asesinos, pero nunca
entregaré a As, y así tal vez podamos emboscar al impostor.
«Puede que esa sea una mala idea».
Pero no tengo nada más.
Llego a casa de Zac, pero no lo encuentro. Ni siquiera sus
padres están. Espero un poco, pero al ver que el tiempo
pasa y él no aparece decido regresar. Camino a prisa,
maquinando una y mil formas de tenderles una trampa
doble, pero entonces me doy cuenta de que alguien me
sigue, pues escucho pasos cada vez más cerca de mí. Me
giro rápidamente y ahogo un grito al encontrarme de frente
con Jared.
—Aisa… te asusté, lo lamento.
—Jared, ¿qué haces aquí?
—Te vi y quise saludarte, ¿cómo has estado?
—En estos momentos, no muy bien.
—¿Pasa algo?
—Tengo algo de prisa. Debo hablar con Zac.
—También vine a buscarlo, tengo muchas cosas que
arreglar con él.
—¿Todavía está molesto contigo?
—Sí, mucho. Quiero convencerlo para que vea la clase de
persona que en verdad soy.
—¿A qué te refieres con eso de “la clase de persona que
en verdad eres”?
—Debido a lo que pasó con Amanda, Zac piensa que soy
de lo peor. Solo quiero demostrar que no lo soy…
—Tal vez exageras, no creo que Zac piense eso.
—Lo hace. Tú no piensas eso de mí, ¿cierto?
—No, yo no…
—Saber eso me hace feliz, lo que menos deseo es que
tengas una impresión equivocada de mí. —Sonríe, y de
pronto siento que hay algo siniestro en su sonrisa. Es algo
que no había sentido antes, y enseguida una sensación de
alarma suena en mi cabeza. Su voz, su mirada y sus
palabras no están en armonía. Es como si reflejara una
intención diferente con cada expresión.
—No te preocupes, no pasará…
—¿Te gustaría salir conmigo un día de estos?
—¿Ah?
—Quiero decir, para platicar de lo sucedido y recordar a
nuestra querida Amanda.
—Te agradezco la invitación, pero no puedo —respondo y
suspira. Miro a mi alrededor: hay mucha gente y eso me
hace sentir un poco segura. 
«¿Pero por qué estás asustada?».
—¿No te agrado? —pregunta y hace un puchero fingiendo
estar triste, gesto que resulta un tanto perturbador.
—No es eso, es solo que hemos hablado tan poco…
—Por eso quiero que salgamos, para conocerte un poco
más. Amanda hablaba tanto de ti. Sus sentimientos por ti
eran muy grandes, ya que siempre estabas en sus
pensamientos.
—Sí… —Sus palabras me incomodan de distintas
maneras—. Éramos como hermanas.
—Pude notarlo, y sé que estás sufriendo mucho por su
pérdida, así como por tu familia. Ella estaba muy triste de
no haber podido hacer nada bueno por ti. Aunque lo intentó,
debo decirlo.
—¿Qué quieres decir?
—Mencionó que estabas algo obsesionada con dar con el
asesino. ¿Nadie te dijo que eso es algo peligroso?
—Bueno, algo como eso no necesita decirse.
—Amanda estaba tan preocupada que me pidió ayuda.
—¿Qué? ¿Ayuda para qué?
—Bueno, no sé si deba contarte… —dice y suelto una risa
amarga y tallo mi rostro con mis manos.
—¿Por qué todos piensan que ocultarme las cosas es lo
mejor? Estoy harta…
—Hay verdades que duelen mucho.
—No tanto como ocultarlas.
—Bien, te diré, pero tómalo con calma.
—Por favor, dime.
—Amanda estaba preocupada por ti, decía que no
soportaba ver cómo te abandonabas a ti misma cada día un
poco más. Así que estaba buscando la manera de ayudarte.
Comenzó a investigar por su cuenta, analizando a las
víctimas, e incluso comenzó a investigar al detective a
cargo del caso. Dijo que había algo raro en él.
—¿Por qué no me dijo nada?
—No lo sé, creo que no quería agobiarte. Al principio la
apoyé porque la vi muy preocupada por ti, pero después me
di cuenta de lo peligroso que era, así que intenté
persuadirla. Antes de marcharme prometió que lo dejaría,
pero al parecer no fue así. Ese día, ella me llamó, dijo que
tenía una pista concreta y que creía saber quién era el
asesino, dijo algo de que su identidad estaba ligada al
detective, me pidió ayuda, pero… yo me negué. Lo de que
me gustaba otra chica es mentira, lo inventé para que
ustedes no supieran la verdad.
—¿¡Por qué hiciste eso!?
—Ella no quería que lo supieras. Pero, a pesar de que le
advertí que no se metiera en cosas peligrosas, no hizo caso.
Al parecer, ella descubrió al asesino y por eso está muerta.
Estoy confundida, porque no puedo saber si el asesino la
mató porque ella descubrió quién es o si la mató porque la
eligió para hacerme sufrir. Tal vez ambas opciones son
correctas, pero si Amanda no hubiera investigado…
¿seguiría con vida?
—No dejaré que su muerte sea en vano. ¡Mataré a ese
maldito, cueste lo que cueste!
—¿Crees que podrás atraparlo? —Sonríe, y ante mi
sorpresa, alza su mano y con descaro toca mi cuello para
acariciar las marcas de las heridas—. Me gustaría saber
cómo te has hecho estas heridas. Me enoja saber que
alguien te ha hecho sufrir.
Me quedo pasmada al sentir sus dedos delineando mis
cicatrices. Sus labios se estiran y muestran sus dientes en
una sonrisa que hace que mi corazón se desboque ante los
recuerdos que me asaltan.
«Deseo saber cómo te has hecho estas heridas. Me enoja
saber que alguien que no soy yo te ha hecho sufrir».
Empiezo a temblar. No quiero pensar que mi cerebro me
está jugando una broma, pero eso que llaman «el sexto
sentido» está haciendo mucho ruido en cabeza. Me alejo
poniendo unos metros de distancia entre ambos. Un
escalofrío me recorre el cuerpo, como si mi sangre hubiera
sido reemplazada por agua helada.
—Debo irme. Fue un placer verte de nuevo, Aisa. Espero
que, en nuestro próximo encuentro, podamos conocernos
mejor. —Se gira y comienza a alejarse.
—¡Espera! —Voy tras él, pero entonces comienza a
correr. Dobla en la esquina y para cuando llego ya ha
desaparecido—. ¡No puede ser!
¿Jared es el impostor? ¿Por qué? ¿Por qué querría él
matar a mi familia? ¿Por qué tendría interés en As? Jamás lo
he visto interesada en él; es más, ni siquiera he visto que As
reaccione ante su presencia.
Tal vez me engaño a mi misma queriendo creer que es él,
pero yo no gano nada con eso y el presentimiento de que no
me equivoco es muy fuerte. Con esas últimas palabras es
como si él mismo lo hubiera confesado. No puede ser solo
una coincidencia.
Es él, Jared es el asesino impostor.
Sin más, corro en busca de As. Tiene que matarlo. Esta
vez no hay explicación ni excusa válida para no hacerlo.
Aunque nunca lo imaginé, saber que el asesino es Jared me
causa alegría. No, no es que se trate de Jared, sino de
comprobar que era un hombre y no una mujer como As
había dicho.
Cuando por fin llego, llamo a la puerta con insistencia,
pero nadie abre. Le llamo una y otra vez y nada. Al parecer
él tampoco está en casa. Suelto un sinfín de maldiciones y
voy en busca de mi última opción: Marc. Llego al edificio ya
entrado el atardecer. Apenas voy a entrar al ascensor
cuando de este sale Zac. Ambos nos miramos con sorpresa.
Se acerca a mí con rapidez y me abraza.
—¡Aisa! ¡¿Estás bien?!
—¡Zac, tenemos que hablar!
—Sí, lo sé.
—¡Ya sé quién es! —digo, y me mira con sorpresa.
—¿Qué?
—¡Ya sé quién es el segundo asesino! ¡Es Jared! Es él…
¿cierto?
—¿C-cómo lo supiste?
—Me topé con él… prácticamente confesó que él era.
—Maldición, eso no es bueno.
—¡Entonces sí es él!
—Sí, pero baja la voz.
—¡No entiendo! ¿Quién demonios es? ¿De dónde salió?
¿Por qué destruyó mi vida así?
—Baja la voz.
—Pero es que…
—Sígueme, tenemos mucho de qué hablar. —Me toma
con firmeza de la mano y me lleva con él.
Llegamos a un café en medio del centro. Entramos y nos
sentamos en la mesa más apartada de las demás. Hacemos
un pedido rápido, solo como pretexto para poder estar ahí.
Yo no puedo más, estoy demasiado ansiosa, nerviosa,
enojada… no sé ni cómo estoy.
—¡Explícame todo por favor!
—Necesito que te calmes.
—¡No puedo calmarme!
—¡Tienes que hacerlo!
—Solo dime qué está pasando, cómo es que Jared es el
asesino y por qué estás con él… ¡¿Por qué no me habías
dicho nada?!
—Ya te lo dije: tiene amenazada a mi familia; no puedo
hacer nada. No voy a arriesgarme a perder a alguien más.
—Mató a Amanda porque descubrió que era él, ¿cierto?
—Sí.
—¡No puedo creerlo! ¿Pero de dónde salió? No tengo
nada que ver con él, entonces ¿por qué quiere destruir mi
vida?
—No es por ti, te eligió al azar, todo tiene que ver con
ese imbécil de Dominik. ¡Todo es culpa de él! —Quisiera
decir que no, pero ¿cómo hacerlo?
—¿Cómo vamos a detenerlo?
—Ya te dije que tengo un plan, uno donde ambos pagarán
por lo que han hecho.
—No, Zac, no quiero que As…
—¡Guarda silencio! No quiero escucharte defendiéndolo a
pesar de todo lo que ha hecho.
—Sé que lo odias, pero…
—¿Pero? ¿Vas a decirme que no se lo merece?
—No…
—No sé qué tanto ha pasado entre ustedes. Es obvio que
mucho, para que lo defiendas de tal manera. Pero no
importa, él tiene que pagar, tiene que morir y no
descansaré hasta que sea así. Prefiero ganarme tu odio a
perderte a ti también en las garras de la muerte.
—Tiene que haber otra manera…
—No la hay, por favor entiende que Dominik es una mala
persona. ¡Ha asesinado a docenas de personas! Si no lo
detenemos seguirá haciéndolo y terminará matándote a ti
también. ¿Es lo que quieres?
¿Cómo le digo que sí?
—No…
—He armado un plan, solo confía en mí. Esta noche te
buscaré y te diré todo.
—¿Por qué no ahora?
—No hay mucho tiempo. Si Jared ya se destapó frente a ti
es porque algo planea, no puedo dejar que se adelante a
mis planes, tengo que encontrarme con él antes de que
piense que lo voy a traicionar e intente hacer daño a mi
familia. Espero que entiendas eso; que mi familia es lo
primordial para mí.
—Lo entiendo…
—Necesito que me entregues a Dominik, que me digas
dónde vive.
—N-no haré eso.
—¡Aisa!
—Yo… no lo justificaré y no me interpondré, pero
tampoco voy a entregarlo. Haz lo que debas hacer, pero no
me obligues a entregarlo a la muerte, por favor.
—Por ahora ve a casa y piénsalo. ¿Qué es más
importante? ¿La vida de un asesino o hacer justicia por la
muerte de tu familia? ¿Realmente vale la pena que te
arriesgues de esta manera?
49
Lo siento, me he enamorado de ti

As

Mis dedos golpean una y otra vez el colchón y mis ojos


van de un lado a otro buscando algo no especifico; la
ansiedad está acabando conmigo. Estoy desesperado. El
deseo de manchar mis manos de sangre se vuelve cada vez
más difícil de controlar.
Matar es como una adicción, y cada vez se vuelve más
difícil de controlar. Entre más lo hago, más quiero hacerlo, y
después de haber tomado la vida de Eduardo, no hago más
que pensar en cómo repetir la experiencia de nuevo.
Gruño de enojo y desesperación. La pequeña idiota no ha
dado señales de vida. Quería que se alejara de mí, pero
pensé que no lo haría. Siempre viene tras de mí sin importar
nada y creí que esta vez sería igual. Pero creo que me he
equivocado, pues no ha aparecido. Tal vez sí la asusté
demasiado al matar a Eduardo frente a ella. Río un poco
ante tan absurda situación; hice todo para alejarla y me
pongo de mal humor porque sigue sin venir. Pero, solo de
recordar su expresión aterrada, sus ojos azules llenos de
lágrimas, su cuerpo tembloroso y todo su rostro lleno de
sangre, hace que desee tenerla en este instante aquí. Me
encanta verla de esa manera, tan débil y vulnerable; solo de
pensarlo e imaginarla hace que me agite demasiado.
Me levanto de un salto de la cama y salgo en busca de
un poco de serenidad, porque las ideas en mi cabeza van
tan rápido que mi realidad se distorsiona de una manera
peligrosa. Meto las manos en los bolsillos de mi pantalón y
camino con la mirada al frente. Llego a un pequeño parque
y me siento, pero me encuentro demasiado eufórico como
para estar quieto en un solo sitio, así que me vuelvo a poner
de pie y comienzo a caminar sin un rumbo en específico.
Pronto me doy cuenta de que poco a poco me voy
acercando a donde Gretel vive con la pequeña idiota y el
maldito de Marc. Giro sobre mis talones para irme en
dirección contraria de ese lugar, pero al pasar por afuera de
un pequeño café me quedo parado, ladeo la cabeza y miro
hacia dentro. Sonrío al ver a la pequeña; está en compañía
del estúpido de Zac.
Al instante vienen a mí unas tremendas ganas de
apoderarme de ella y hacerla llorar. Quiero que grite
mientras me dedico a cubrir su cuerpo de sangre. ¿Hace
cuánto que no plasmo mi arte sobre ella? Paso la lengua
sobre mis labios ante mis pensamientos y sigo observando.
Por la expresión en sus rostros sé que no hablan de algo
agradable. La pequeña está como asustada y Zac enojado.
Le dice algunas cosas que hace que ella niegue con
efusividad. Suspiro con fastidio y pienso que lo mejor es
retirarme, pero las ganas de tenerla en mis brazos y bajo mi
poder me tientan demasiado.
No puedo evitar enojarme cuando Zac la toma de las
manos. Después ambos se ponen de pie y se abrazan. Ella
se aferra a él con fuerza y eso me molesta. No sé cuándo
comenzó este sentir, ni en qué momento quise que ella
fuera solo mía, pero en estos momentos odio que otro la
toque… lo odio en gran manera.
Me hago hacia un lado cuando caminan hacia la salida,
me escondo detrás de una columna y ellos intercambian
palabras antes de separar sus caminos. Vuelvo a apretar la
mandíbula cuando él besa su frente. Lo mejor sería dejar de
mirar y largarme, pero no puedo, y la verdad, tampoco
quiero hacerlo.
Me planto enfrente de la pequeña, que al momento de
verme abre los ojos de par en par, mostrándose más que
sorprendida. Yo no demuestro expresión, pero ella parece
asustada y mira a su alrededor de manera nerviosa, como si
no quisiera que nos viesen juntos.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunta sin dejar de lado
su nerviosismo.
—Es una ciudad libre, puedo estar donde quiera.
—Claro…
—¿Cómo está Gretel?
—Bien. Quiere verte, pero ya le he dicho que es mejor
que se vaya haciendo a la idea de que no la quieres. —
Suelta de manera venenosa y enarco una ceja.
—¿Por qué le dijiste eso?
—Porque es la verdad. Ella todavía piensa que te la
llevarás a vivir contigo, y ambos sabemos que no es así. Es
mejor que se vaya dando cuenta de cómo son las cosas. Tú
eres demasiado egoísta y solo te preocupas por ti. Ella no te
importa, de lo contrario no la dejarías.
—¡Pequeña idiota! —Estiro mi mano para tomarla del
cuello, pero retrocede.
—Estamos en la calle, As. Si me tocas, no dudaré en
gritar por ayuda. —Sonrío con burla ante sus palabras.
—¿Quieres gritar? Entonces hagamos que grites. —Me
mira desconfiada, pero no la dejo ni pensar cuando ya la
traigo colgando sobre mis hombros.
—Bájame —ordena con voz baja y de manera calmada.
—No.
—¡Hazlo ahora!
—Dije que no.
—¡As!
Sin importar cuánto pida que la baje no lo hago, la gente
nos mira raro, pero no interfieren. Camino con ella hasta
llegar a casa. Para esos momentos ya se dio por vencida.
Una vez que entramos la pongo sobre el suelo.
—¿Por qué hiciste eso? —cuestiona mientras se cruza de
brazos. Su mirada está enardecida. Su enojo hacía mi
persona es palpable y me divierte.
—Porque quise. —Deja escapar un fuerte suspiro.
—As, ya no quiero seguir con esto —dice con
determinación.
—¿Con qué?
—¡Con tus malditos juegos! Ya no lo soporto.
—Me gusta cuando te enojas.
—¡Deja de joderme! ¡Ya me tienes harta! —grita, por lo
que mi expresión se endurece.
—Bájale a ese tono.
—¡No! Ya no soporto tu presencia. Fuiste tú quien provocó
eso. Ahora deja de fastidiarme. Porque eso querías, ¿no?
Que te dejara en paz.
—Sí, pero ahora tengo ganas de jugar.
—¡Yo no y me largo! —Intenta caminar a la salida, pero le
bloqueo el paso.
—Dime de qué estabas hablando con Zac.
—¡No te importa!
—Quiero saberlo.
—¡No te lo diré!
—¿Han vuelto a ser novios?
—Eso es algo que no debe de interesarte.
—Pero lo hace.
—¿Por qué?
—Porque te he dicho que eres mía, solamente mía y no
se me antoja que otro te toque.
—¡A mí me tocarán cuantos yo desee, porque no soy
tuya!
—Siempre serás mía.
—¡Ya no más!
—Para toda la eternidad —digo, caminando hacia ella,
por lo cual retrocede.
—No, no quiero ser más tu juguete. Ya no. Ya me cansé.
Me rindo. Ya no puedo con esto.
—¿Por qué te rindes a estas alturas?
—Porque ahora en verdad duele estar cerca de ti.
—¡Ni siquiera te he lastimado!
—No hablo del dolor físico, sino del de aquí. —Lleva su
mano a la altura de su corazón y mi ceño se frunce de
inmediato—. ¿Recuerdas las reglas que me pusiste? —
pregunta y asiento sin dejar mi expresión—. Dijiste que
jamás te hablara de amistad, amor o cualquier otro
sentimiento, que si lo hacía nuestro trato terminaría.
—Ese trato terminó desde que te fuiste de mi lado por
primera vez.
—Sí, pero una y mil veces me has dejado claro que tú no
puedes amarme.
—¿Qué hay con eso?
—Que he fallado —dice, y entrecierro los ojos—. Lo
siento, As, pero me he enamorado de ti, por eso ya no
puedo continuar a tu lado.
Un escalofrío desagradable me recorre el cuerpo tras sus
palabras. Sus ojos dicen que no bromea. Cierro mis puños
con fuerza. Ya lo sospechaba. Por eso quise dejarle claro las
cosas. Por eso quería que se alejara de mí, pero yo mismo
fui incapaz de mantenerla lejos.
Mi dependencia a ella es muy mala y definitivamente
esto arruina todo. Los sentimientos como el amor romántico
son una maldita prisión, más para alguien como yo. Siento
como si mi voluntad fuera sometida y mi libertad
arrebatada. No, no voy a dejar que eso pase.
Aisa

He dejado salir lo que tenía atorado en el pecho. No me


siento mejor por decirlo, pero tampoco lo lamento. Miro mis
pies al ser incapaz de mirarlo a él. No quiero ver la repulsión
hacia mis sentimientos, a través de su mirada. A decir
verdad, tampoco tengo valor de enfrentarme a él cuando
momentos atrás estuve pensando en traicionarle.
Zac y yo hablamos sobre la situación: él tiene un plan
para hacer caer a Jared y quiere que As caiga también. Hizo
que recordara por qué inició todo esto, y que me
cuestionara si ya no me importa hacer justicia a mi familia
hizo que recapacitara. No sé en que momento perdí uno de
los pocos objetivos que creía tener. De pronto ya no
buscaba justicia ni venganza con las mismas ansias y As es
el responsable de ello. Siempre es el responsable de todo lo
que sucede conmigo. Absorbe mis pensamientos y voluntad
de una manera que en verdad aterra.
Zac dijo que me buscaría esta noche para contarme su
plan con detalles y llevarlo a cabo. Aunque me negué lo
más que pude, él se aferró en hacerme ver que debo
terminar lo que sea que tengo con As y ponerme del lado de
los buenos, y, claro, As no es bueno. Nunca lo será. Pero eso
no significa que lo que siento por él disminuya, ni mucho
menos significa que quiero verlo muerto. Y es que esto que
siento me encadena a él y me arrastra cruelmente a la
parte más perversa e inverosímil de todo pensamiento
humano.
—Sé que soy bueno en las cosas que hago —dice As,
después de un largo e incómodo silencio—, pero ser buena
persona no es una de ellas. Entonces… ¿Cómo es que te has
enamorado de mí?
—No lo sé.
—Sabes que no tiene sentido, ¿cierto?
—Para mí tiene todo el sentido, pero no tengo que
explicártelo; esta es la mejor parte.
—Es verdad. Tampoco es algo que me interese. —Sus
labios forman una mueca, mostrando desagrado ante mi
confesión. Respiro muy hondo para no dejar que las
lágrimas lleguen a mis ojos.
—Lo sé, por eso me voy… para siempre.
50
Quédate a mi lado

Aisa

As se mantiene quieto, sin hacer o decir nada. Mis


últimas palabras causaron cierto impacto en él, pero no
puedo saber de qué manera. Es decir, lo vi reaccionar y
mostrar un poco de sorpresa, pero no más de eso. No se
muestra disgustado o feliz. Solo sigue ahí mirándome, así
que soy yo quien da el primer paso.
—Me voy —me dirijo hacia la salida; sin embargo, no me
deja avanzar pues me toma del brazo con tanta fuerza que
me retuerzo con dolor.
—¿Qué significa eso de que te vas?
—Me iré con Marc y con Gretel. Tú estás dispuesto a
morir, pero yo no estoy dispuesta a quedarme y ver cómo
mueres, así que me voy.
—No…
—¿No?
—Quédate a mi lado —pide, tomándome por sorpresa. Su
rostro sigue sin expresar nada, lo cual me confunde—. No
puedo amarte —continúa, y desbarata esa pequeña
esperanza instalada en el fondo de mi corazón—, pero
necesito que estés a mi lado hasta el final.
—No —digo con firmeza, y me mira incrédulo—. Esto me
hace demasiado daño. No voy a estar a tu lado para
satisfacer tus deseos egoístas mientras yo sufro por dentro
sabiendo que me dejarás para siempre. No quiero una
herida mucho mayor. Ahora necesito estar lejos de ti,
olvidar todo lo que hemos pasado y hacerme a la idea de
que tengo un futuro por vivir, uno donde tú no estás. —Una
sonrisa burlona se pinta en sus labios y ladea la cabeza.
—Debí asustarte mucho, pero sabes que no puedes
dejarme.
—Puedo hacerlo y lo haré.
—Deseas estar a mi lado.
—Es verdad, pero sé que soportaré no estarlo.
—¡No lo harás! ¡No soportarás estar lejos de mí!
—Eres tú el que no lo soporta, ¿cierto? Me necesitas para
seguir satisfaciendo tus sádicos deseos.
—Justo ahora quiero lastimarte como nunca lo hecho.
—El dolor físico ya no me importa. Solo quiero proteger
mi corazón y tú le haces mucho daño.
—Pequeña ridícula y cursi —se burla una vez más.
—Esta pequeña idiota, ridícula y cursi te deja.
—¡No vas a dejarme!
—¿¡Quién demonios te entiende, As!? Primero me dices
que mi presencia te fastidia, te burlas de mí y dices que me
quieres muy lejos, y cuando me propongo a cumplirlo vienes
y me haces esto… ¿Cuándo vas a dejar de jugar conmigo?
—El día que muera.
—¿Sabes cuánto dolor me provocan tus palabras? —Una
lagrima se escapa, pero la limpio de inmediato con algo de
fuerza—. Por desgracia eres el chico que amo y me hablas
de tu muerte… eso duele.
—No repitas eso.
—¿Qué cosa? ¿Que te amo?
—Déjalo…
—¡Te amo, As!
—Basta…
—¡Dominik, te amo! —exclamo con una retorcida sonrisa.
—¡Dije que te detengas! —Me zarandea, cierro los ojos y
cuando los abro le sonrío.
—¿A qué le tienes miedo, As? Porque puedo ver temor en
tus ojos.
—Deliras, no tengo miedo de nada.
—Como sea, esto es una pérdida de tiempo. —Una vez
más intento soltarme de su agarre y una vez más me lo
impide.
—¡No vas a irte!
—¡Déjame en paz!
—¡Yo no puedo dejarte ir porque deseo besarte y hacerte
mía a cada segundo! ¡Deseo torturarte, hacerte gritar y
llorar! ¡Quiero lastimarte y matarte! —Mis ojos se abren con
un poco de terror ante sus palabras—. ¡Me vuelves loco!
¡Me sacas de quicio!
—Entonces deja que me vaya.
—¡No!
—As…
—Tú me amas y no puedo corresponderte. No puedo
amarte porque eso no servirá de nada, y por el contrario te
haré más daño del que ya te hago. No voy a cambiar, te lo
he dicho muchas veces. Soy lo que soy porque quise serlo,
porque me gusta, porque necesito matar, pero el que me
guste hacerlo no significa que no esté consciente de lo que
hago mal. Gretel es de mente débil, está inestable y mi
presencia solo le hará daño. Por el bien de ella es que debo
morir. Si no me detengo ahora, no me detendré jamás, y
tarde o temprano ella resultará afectada. Así que no
cambiaré de opinión, pero… te necesito. Soy egoísta,
demasiado, y quiero todo de ti sin darte nada a cambio.
Nada, salvo placer. Solo te pido que te quedes a mi lado
hasta que me vaya. Necesito algo con qué distraerme, sacar
la euforia y el estrés, y tú eres perfecta para eso.
—Quiero golpearte —digo y hace una sonrisa a medias.
—Hazlo. —Suelta mi mano y sin dudarlo me voy sobre él.
Lo golpeo con todas las fuerzas que tengo.
Estoy enojada, tan enojada con él por ser tan cínico. Es el
ser más cínico que conozco en el mundo. Lo golpeo una y
otra vez, él ni se inmuta y deja que continúe con la lluvia de
golpes en su pecho. Cuando lo escucho reír me enojo tanto
que le rasguño el rostro con tanta fuerza que de su mejilla
comienza a salir sangre. Su sonrisa se desvanece y me mira
enojado, pero no me importa y sigo golpeándolo y
rasguñándolo hasta que finalmente me toma de las
muñecas haciéndome detener.
—Ya te desquitaste conmigo, ahora yo me desquitaré
contigo.
—¿Qué? ¡No! —Me jaloneo—. Déjame ir… ¡No voy a estar
más a tu lado! ¡No quiero estar contigo! ¡Me quiero ir! —
Jadeo cuando me avienta hacia la pared con demasiada
fuerza y el aire escapa de mis pulmones.
—Es estúpido el hecho de que seas la única persona que
desee matar con tantas ganas sin poder hacerlo.
—¡Si quieres matarme, hazlo!
—No, haré cosas más divertidas. Te haré llorar como
nunca, te dejaré marcada de manera que no podrás
olvidarme aun después de mi muerte. Si no quieres estar a
mi lado, bien, pero entonces esta será la última vez que nos
veamos, por lo cual voy a aprovecharla al máximo.
Enreda su mano en mi cabello y me jala haciéndome
soltar un fuerte grito. Trato de zafarme, pero obviamente no
lo consigo, por lo que, en vez de resistirme me acerco más a
él y lo muerdo del brazo con tanta fuerza, que logro sacarle
sangre. Comenzamos a pelear, yo lo hago como si mi vida
dependiera de ello. Sé que es tonto, sé que no le ganaré,
pero quiero desfogar toda la ira que ahora siento sobre él.
Dejo muchas mordidas en cada parte de su cuerpo a mi
alcance. Suelta gruñidos de dolor, y antes de darme cuenta
ya estoy sobre la cama con él encima de mí. No estando
dispuesta a dejársela fácil, empleo toda mi fuerza para no
dejarme someter por sus fuertes brazos.
Continuamos batallando: yo lo golpeo, rasguño y muerdo
en cada oportunidad mientras él solo intenta sujetar mis
brazos. Siento la adrenalina correr por cada vena de mi
cuerpo y se siente genial. Estaba tan enojada, tan
desesperada, que golpear a As se siente muy bien,
demasiado bien; sin embargo, mi fuerza no es mucha y
pronto termino cansándome.
Mi pecho sube y baja rápidamente mientras mis labios se
mantienen entreabiertos para obtener oxígeno. Mis brazos
ahora están sobre mi cabeza, y mis muñecas atrapadas
entre una de las manos de As. Nos miramos fijamente; sus
ojos están dilatados. Puedo ver diversión en ellos y también
una pizca de deseo y lujuria. Sonrío satisfecha al ver su
rostro y cuello llenos de rasguños. Sin desearlo, gimoteo
cuando la helada punta de su cuchillo toca mi tibia piel por
debajo de mi blusa. As sonríe y sé lo que está por venir por
lo que me preparo mentalmente, y si digo que no tengo
miedo mentiría, pero si digo que no estoy emocionada,
mentiría aún más.
«¡Maldita masoquista!».
Sí, este dolor es hermoso.
Mi espalda se arquea cuando la punta de su cuchillo se
clava en mi piel. Aprisiono mis labios ante el dolor que me
recorre. La sangre deja un caminito hasta caer en una
pequeña gota sobre el colchón.
—Grita para mí, pequeña —dice antes de volver a encajar
el cuchillo; sin embargo, no grito, y en vez de eso le doy una
sonrisa con mi labio inferior entre mis dientes.
Cierro los ojos y echo la cabeza hacia atrás para sentir el
dolor que viaja desde mi estómago a cada rincón. Su
cuchillo avanza lentamente mientras abre mi piel de una
dolorosa, pero exquisita forma. Con su lengua recorre el
rastro de sangre que dejan las heridas y me somete con ese
sentir tan inverosímil, resultado de la fusión del dolor con el
placer.
Lo miro cuando siento sus manos en mi cuello. Me jala y
me obliga a quedar sentada, pero me empuja y retrocedo
hasta que mi espalda queda pegada a la pared. Pongo mis
manos alrededor del brazo que aprieta mi cuello, nos
miramos, y él, con un rápido movimiento, rasga mi blusa.
—Grita —ordena, con la punta del cuchillo en la boca de
mi estómago. Niego con una sonrisa retadora—. ¿Te haces
la valiente? —Me encojo de hombros a modo de respuesta.
Entierro las uñas en su piel cuando encaja el cuchillo, la
sangre sale y As la esparce con sus manos por todo mi
vientre.
Su agarre en mi garganta se hace un poco más fuerte,
me obliga a levantar la cabeza para tener acceso a mi
cuello. Me muerde, hace una fisura y succiona. Conforme
más fuerte succiona, más fuerte rasguño sus brazos, hasta
que logro atravesar la carne. Deja mi cuello y choca su
frente con la mía. Me encuentro con su grisácea mirada. Él
está sonriendo, además de que tiene las pupilas dilatadas al
máximo. Sus labios están rojos y tiene rastro de sangre en
ellos y se ve muy… ¿excitado?
«¡Maldito sádico!».
«¡Y maldita masoquista!».
—Te detesto —dice soltando su aliento sobre mis labios.
—Te amo —digo y sonríe aún más. Sus ojos bajan a mis
labios y es mi turno para sonreír—. Puedo dejarte en el
momento en que lo desee, As —digo, y vuelvo a llamar su
atención—. Eres tú el que no es capaz de dejarme.
—Cierto.
—Te tengo bajo mi control.
—Por eso te detesto. —Toma mis mejillas con ambas
manos y deja rastros de sangre sobre mi piel—. Te detesto
tanto que quiero destruirte.
—No eres capaz de hacerlo. —Me acerco un poco más y
logro rozar sus labios—. No puedes vivir sin mí; me
necesitas, me deseas, y sé que tienes miedo de sentir más
por mí de lo que tu orgullo de sádico asesino te permite.
Puedo verlo en tú mirada.
—No…
—¡Sí! Jamás lo admitirás, pero sé que es así.
—Quédate a mi lado —dice de pronto, y pasa su lengua
por la comisura de mis labios.
—No —digo, muy segura de mí—. Tú no tienes nada que
ofrecerme.
—Estoy ofreciéndote todo lo que tengo.
—El sexo no es suficiente para mí.
—¿No te es suficiente la satisfacción de saber que te
necesito, que no puedo estar tranquilo sin ti, que odio ver
que otro te toque, que te deseo solo para mí, que todo el
tiempo estoy pensando en ti, que me vuelve loco el no
poder tenerte a mi lado por las noches, que en todo
momento quiero besarte, que no deseo a otras chicas y que
eres la única sobre la tierra capaz de ponerme en este
estado? —Atrapa mi labio inferior entre sus dientes
estirándolo un poco—. ¿No es eso suficiente?
Él es la sombra más oscura, la existencia más impía, el
demonio más despiadado. No quiero estar atada siempre a
él, pero no quiero romper el malicioso vínculo que nos une.
Incluso aunque la idea de perderlo, de matarlo con mis
propias manos me hace temer, en el fondo, muy, muy en el
fondo tengo el retorcido deseo de hacerlo; matarlo y
ahogarme en su sangre derramada. Este es el resultado de
mi maldita dependencia a él.

No quiero perderlo;
quiero perderme con él.

—Quédate a mi lado —vuelve a pedir.


—Quédate tú a mi lado —digo, enterrando mis dedos en
su cabello.
—Pequeña… si me quedo a tu lado te haré mucho daño.
—Me harás daño si mueres. Odio aceptarlo después de
que me dije que te haría a un lado, pero no puedo. Te
necesito.
—No entiendo cómo puedes decir eso después de todo lo
que te he dicho, de todo lo que te he hecho. ¿Acaso no te
queda claro que no soy un tipo bueno?
—Lo sé... —digo, tratando de que mi voz no se quiebre—.
Sé que eres malo.
—¿Y eso está bien para ti?
—Sí... —contesto de manera firme; pero dentro de mí, mi
alma sigue vacilando al respecto, y tengo que detenerla.
Tengo que convencerla, convencerme a mí misma de que
esto es lo que está bien, de que esto es lo que necesito.
—¿Tan estúpida eres?
—Sí... —Su entrecejo se arruga. Me mira como si yo fuera
un cachorro sarnoso abandonado bajo la lluvia—. ¿Es algo
malo para ti el que desee estar contigo?
—¡A mí no me afecta! —exclama en medio de una risa
irónica—. Porque no importa hasta dónde me sigas, no
importa cuánto tiempo pasemos juntos... no voy a cambiar.
Así que lo que hagas no me afecta, pero lo que yo hago te
afecta a ti.
—Lo sé... —Mi respuesta le hace enojar más.
—¿Cómo puedes decir eso mientras mantienes esa
mirada tan vacía? Deja de engañarte a ti misma, pequeña.
No eres tan estúpida como para querer estar a mi lado.
—¿Tú qué sabes?
—Puedo ver el miedo en tu mirada.
—No tengo miedo de ti, tengo miedo de que me dejes.
No soy mala como tú, pero no hay nada bueno en mí.
—¿Por qué te gusta engañarte de esa manera?
—¡Porque de esta manera duele menos! —grito
finalmente, y desbordo todo lo que hay en mí, todo lo que
me quema y me mata día con día—. Si pienso que soy una
chica buena, si pienso que esto no debería estar pasando, si
me digo que merezco algo mejor, ¡entonces no podré
soportarlo!
Necesito saber que merezco toda esta mierda para poder
mantenerme en pie. Si pienso que no lo merezco duele,
duele a morir. «¿Por qué tuvo que pasarme esto a mí?». No
dejo de pensar en ello, y entonces todo en mí duele y no
hallo razones para seguir existiendo, porque no quiero una
vida así. Pero si me convenzo a mí misma de que todo lo
que me pasa me lo he buscado yo, entonces entiendo que
solo recibo lo que merezco, y ya no duele tanto, porque solo
estoy enfrentando las consecuencias de mis propios actos.
Así que solo lo acepto, solo lo disfruto.
—Es increíble la manera en que te amoldas al dolor,
incluso para alguien como yo. Eres la más grande
masoquista que he conocido, y no sé si eres una chica
buena tratando de ser mala, o una chica mala aparentando
ser buena.
—¿Qué más da?
—Si tanto deseas quedarte conmigo, ¿qué pasa entonces
con la gente que te quiere? ¿Estás dispuesta a abandonarlos
a pesar de que conmigo nunca tendrás el cariño que ellos te
dan?
—Ellos me quieren y esperan cosas de mí, pero resulta
que ya no quiero cumplir expectativas. Ya no quiero estar
afligida sabiendo que terminaré decepcionándolos. Me alejo
porque así los cuido de mí misma, de lo que soy y de lo que
represento.
En contraste, As no espera mucho de mí, así que no me
importa decepcionarlo o lastimarlo. En realidad, sé que
nunca llegaré a herirle a nivel emocional. Nunca romperé su
corazón, ya que no tiene sentimientos hacia mí, y yo no
tengo que romperme la cabeza para quedar bien con él.
Solo debo relajarme y existir.
—Te das demasiada importancia. El panorama no es tan
oscuro como lo pintas.
—Dices eso cuando hablas de morir porque así proteges
a Gretel. No tienes derecho a decir nada.
—Lo mío es diferente.
—¿Por qué?
—Porque yo sí soy peligroso. Me da miedo hacerle daño a
mi propia hermana.
—Entonces esfuérzate en cambiar… por ella.
—Ese es mi principal problema. No es que no pueda
cambiar. Sé que puedo, pero no quiero. Incluso si se trata de
ti; todas las veces que he dicho que no puedo amarte, no
me refiero a que no tenga sentimientos, sino a que no estoy
interesado en ello. Tengo la capacidad de amarte, claro… a
mi manera, pero no tengo el deseo. La idea es
desagradable, e incluso llega a ser repulsiva.
—¿Por qué? ¿Qué puede pasar si llegas a amarme?
¿Crees que serás menos hombre, que serás débil?
—Porque me ata a un compromiso que no quiero cumplir.
Así que no puedo quedarme contigo, y por más que intentes
explicarlo, no entiendo tus razones para querer estar
conmigo.
—Porque eres lo que me mantiene en pie. Contigo no
tengo que pensar... solo siento, solo vivo; cada momento,
cada instante. Y cuando estoy a las puertas de la muerte es
cuando más viva me siento. ¿Cómo puedo ser más fuerte
que aquello que trata de matarme? No puedo, por eso creo
que está bien cuando me lastimas, porque eres quien
alimenta eso en mi interior y lo mantienes quieto. Con el
dolor acallo todo el ruido que hay en mi cabeza... dejo de
pensar y no hay nada más que esta dulce agonía. Si muero
estando a tu lado, ya sea por ti o por alguna otra razón, está
bien, creo que está bien. Muero lento, el proceso duele, pero
también lo disfruto. Debo admitirlo, no puedo mentirme
más.
—Así que... ¿soy tu método de suicidio?
—Sí —contesto, y suelta una risa irónica.
—Dije que no te mataría, pero siento como si estuviera
matándote cada día un poco más.
—Me das vida mientras me la quitas. —Me mira con
desconfianza, como si de los dos fuera yo quien representa
una amenaza—. Seguiré viviendo mientras me mantengas a
tu lado. El día que me dejes, moriré.
—¿Y si te mato yo?
—Moriré feliz.
—Estás tan demente…
—Sí, y si no quieres verme completamente desquiciada,
entonces no me apartes. No me importa que no me ames,
por ahora no necesito que lo hagas. Solo quédate a mi lado.
—Yo…
—¡Junto con Gretel! —me apresuro a decir—. Los tres
juntos; tú y yo cuidaremos de ella, le devolveremos la vida
que le fue arrebatada y la verás crecer y ser feliz. Ella te
necesita. Sin ti no podrá salir adelante y lo sabes.
—Le haré mucho daño si me quedo con ella.
—No, le harás un daño irreparable si la abandonas.
—Ya tomé mi decisión.
—Cambia de opinión.
—No puedo.
—¡Sí puedes!
—No… —Empuño mis manos, jalando su cabello con
fuerza. Lo acerco más a mí y entierro mi rostro en su cuello;
muerdo, lamo y después subo a su oído.
—Si me quieres tener en tu cama todas las noches, si
quieres tocarme hasta saciarte, si quieres probar mi sangre,
besar mis labios, estar dentro de mí, hacerme gemir tu
nombre y cerciorarte de que siempre seré solo tuya…
entonces no mueras y quédate a mi lado.
Sin dejarle pensar y responder, me echo sobre él para
tomar posesión de sus labios de manera brusca y exigente
como tanto le gusta. Me sujeta de la cintura y me acerca a
su cuerpo, pero pongo mis manos en su pecho y lo empujo.
Me siento sobre él, tomo su playera y la saco. La sangre de
mi cuerpo mancha el suyo. El dolor sigue ahí, pero  resulta
placentero, muy placentero. No comprendo cómo puedo
sentir tanto deseo y excitación ante el dolor provocado.
«Porque estás loca».
Demasiado loca.
Bajo hasta su cuello, el cual muerdo, y lamo las heridas
que le hice con mis uñas. Siento cómo su cuerpo se tensa y
estremece. La verdad no me había dado cuenta, pero hoy
puedo ver esa dependencia que él tiene hacia mí. De alguna
manera lo tengo bajo control. Él lo ha aceptado y yo me
aprovecharé de eso. Si puedo hacerlo desistir de su idea de
morir, definitivamente lo haré.
Los siguientes minutos que pasan As y yo rodamos por la
cama, con él encima de mí y después con los papeles
invertidos. Pronto toda nuestra ropa está en el suelo. Con la
mirada, con las manos, con los labios y con la lengua
recorremos nuestros cuerpos mutuamente. Ambos ansiosos
y desesperados por fundirnos en la piel del otro, sentimos la
urgencia de ser uno mismo. Jadeos y gemidos suenan
dentro de estas cuatro paredes. La temperatura en la
pequeña habitación se incrementa de increíble manera.
Nuestros cuerpos se vuelven sudorosos y los rastros de
sangre se esparcen por toda nuestra piel.
As se coloca entre mis piernas, gimo por lo alto, y mi
cabeza da vueltas cuando me penetra. Mis uñas se encajan
con fuerza en su espalda. Nuestras caderas se mueven y
chocan una y otra vez, y nos llena de placer como nada en
el mundo. Las heridas que tengo duelen, pero le agregan
más sabor al acto. Entra en mí, sin detenerse, besa mis
labios y acaricia mi cuerpo con desesperación. Me da la
sensación de que quiere olvidarse de todo y perderse en mí,
y eso es lo único que yo deseo.
Paso mis brazos alrededor de su cuello y lo atraigo a mí.
Lo beso marcando un suave y lento ritmo. Quiero que sea
capaz de sentir todo lo que siento por él con mis besos. De
un momento a otro sus embestidas se hacen menos
potentes, pero más profundas. Me aferro a él cuando siento
que estoy por alcanzar mi orgasmo, muerdo su oreja y entre
jadeos le susurro al oído:
—Quédate, As, quédate conmigo.
Me toma de las mejillas y me mira fijamente. Su frente
tiene una capa de sudor. Ambos jadeamos por sus
movimientos que no se detienen. Aunque de sus labios no
salen palabras, de alguna manera sus ojos me dan una
respuesta afirmativa. Sin poder evitarlo sonrío, vuelvo a
besarlo y me deleito en su boca cuando llego a la cima del
placer. Él continua un poco más con sus embestidas hasta
que termina. Acaricio su cabello y cierro los ojos, mientras
que su respiración agitada me tranquiliza.
As

Mi pequeña idiota sube los pantalones por sus piernas.


Hace una mueca al doblarse y suelta un suspiro al ver las
pequeñas gasas que cubren sus heridas; después de
haberse dado un baño, me encargué de desinfectar y
curarlas. No son profundas, pero más vale asegurarse.
Suelta otro suspiro cuando ve su blusa inservible. Me mira y
sonrío al verla sonrojarse. No entiendo cómo a estas alturas
sigue reaccionando de esa manera.
—Préstame una playera.
—Tómala. —Camina al ropero y se hace de una playera
negra. Se la pone y después va a ponerse los zapatos—.
¿Me dirás de qué hablaban tú y Zac? —pregunto, y al
momento sus ojos se abren como si acabara de ver un
fantasma.
—¡Es cierto, lo olvidé!
—¿Qué cosa?
—¡Ya sé quién es el asesino!
—¿Qué? —Su declaración me toma por sorpresa. Era lo
que menos esperaba—. ¿Cómo lo sabes?
—Me encontré con él. Bueno, en ese instante no sabía
que era él, pero prácticamente confesó ser el asesino.
Después Zac me lo confirmó.
—¿Zac? ¿Cómo es que Zac lo sabe?
—¿Recuerdas cuando te dije que lo vi salir del instituto?
Bueno, sí era él, y ese día vio al asesino. Zac quedó en
contarme su plan esta noche. ¡No sé cómo fue que lo olvidé!
—Supongo que te distraje. No me disculparé por ello. —
Ríe sin gracia por mi comentario, pero no hay nada que
indique que está afectada por el descubrimiento del
asesino, como se supone que debería estarlo.
—Ni una sola vez se me pasó por la cabeza que pudiera
ser Jared, pero no le perdonaré.
—¿Y quién demonios es Jared?
—¡El impostor!
—No conozco a ningún Jared.
—¿Hablas en serio?
—Siempre hablo en serio.
—Jared… el chico que… que según pretendía a Amanda.
—Ah… ya lo recuerdo.
—¿No llegaste a sospechar de él?
—No, pero ahora que lo pienso, tiene mucho sentido. —
Creo que ahora el panorama en mi cabeza comienza a tener
pies y cabeza. Esta era la última pieza del puzzle. Ahora
todo tiene explicación lógica.
—¿Ves que no era mujer?
—Sí, sí…
—¿Ya me dirás de quién sospechabas?
—No, creo que ya no importa. —Estoy algo consternado
al respecto, pero si ese chico es en verdad el impostor y
Amanda está muerta, entonces no tendré que revelar
verdades que le serán dolorosas.
—Quiero saber.
—Dije que no importa. Si estás segura de que ese chico
es el impostor, entonces iré por él.
—¿Cómo vas a encontrarlo?
—De seguro tu amigo sabe dónde hallarlo, ¿no es así?
—Bueno, sí, pero… ¿No crees que pueda ser peligroso?
Zac dijo que la policía lo encubre.
—¿Qué? —No me esperaba eso, pero en caso de ser así,
¿significa que él está detrás de la muerte de mi familia? No,
no creo que sea el caso. La vez que hablé con el impostor
no parecía conocerme de antes. Sus motivaciones no tienen
nada que ver con lo que sucedió en el pasado, y entre más
lo pienso, más extraña me resulta la situación.
—Por eso no lo han atrapado, porque la policía está de
parte de él.
—No, eso no es así.
—¿Por qué estás tan seguro?
—Sé que no es así. Debe de haber otra explicación para
que la policía le esté dando oportunidad, así como hacen
conmigo, pero te aseguro que no es porque estén de parte
de él. Posiblemente solo lo utilizan, pero no entiendo por
qué. Para llegar a mí no necesitan a nadie más.
—Entonces… ¿Irás a buscarlo y lo matarás?
—Es el plan.
—¿Cuándo?
—En cuanto Gretel esté aquí, porque justo después nos
marcharemos. No quiero estar más tiempo en este lugar.
—Bien. —Se ve con duda. Sé que quiere decir algo más,
pero prefiere acallar sus pensamientos y terminar de
vestirse.
—¿Tengo que acompañarte?
—Mejor espera aquí, seguro Marc se enojará mucho.
—No le tengo miedo.
—Pero no quiero problemas con él. Es mi tío después de
todo, y la verdad es que últimamente se ha portado bien
conmigo. Sé que no se agradan, pero solo trata de
protegerme. Aun cuando quiero estar enojada con él, tengo
que admitir que me cuida.
—Como sea… no tarden. —Dejo caer mi cuerpo aún
desnudo sobre la cama.
—¿Estás seguro de esto?
—No, así que no me hagas pensar mucho o me
arrepentiré.
—Gretel estará muy feliz.
—Sí… es lo único que quiero, que ella sea feliz.
—Yo también lo estaré. —Sonríe y hago lo mismo.
—Lo único malo de tener a Gretel todas las noches y
todos los días aquí, será que no podré hacerte nada. —Me
quejo y suelta una ligera carcajada.
—Tendremos que buscar un lugar más grande.
—No, una vez mate al asesino nos iremos de esta ciudad.
—¿Nos? —pregunta con algo de miedo e inseguridad.
Dudo un poco antes de contestar.
—Sí, pequeña idiota; Gretel, tú y yo. —Sonríe ante mi
respuesta y camina hasta sentarse a mi lado.
—¿A dónde nos iremos?
—A la ciudad donde nací.
 

No dejo de pensar en el descubrimiento de la pequeña


sobre la identidad del asesino. Todavía no entiendo por qué
Zac sabía de él; eso me da desconfianza. Tal vez es una
trampa para ella y para mí. A pesar de que varios hechos
pasados cobran sentido, sigo pensando que hay algo más,
algo que no cuadra y que me provoca un malestar. No
puedo estar tranquilo, incluso me siento más amenazado
que antes.
Recuerdo aquella noche que se presentó por primera vez
frente a mí en el hospital, pude observar sus ojos a través
de la máscara. Había algo particular en ellos. Tenía una
mirada que me fue imposible olvidar, y fue eso lo que me
ayudó a saber quién era; pero cuando me topé con él en la
cabaña del bosque y cuando fui a buscar a la pequeña, y
esos ojos me recibieron detrás de la puerta, tuve la
impresión de no estar frente a la misma persona. Y ahora lo
entiendo todo. Lo que no sé, es si su ultimo sacrificio fue
real o solo es un señuelo.
Miro el reloj, y después suspiro con frustración. Han
pasado casi dos horas desde que la pequeña se marchó.
Debería de estar ya aquí junto con Gretel. Seguramente el
maldito de Marc no las dejó salir.
«Patético…».
Sonrío. La voz en mi cabeza no deja de recordarme lo
patético que soy y lo ridículo de esta situación. No importó
nada de lo que hice, pues de todos modos terminé cediendo
ante esa pequeña idiota. Se ha dado cuenta de mi
dependencia a ella y es obvio que se aprovecha de eso. Me
pregunto cuánto tiempo pasará antes de que se arrepienta
de haberme elegido.
Cierro los ojos para tratar de dormir. No creo que esas
dos vengan hoy, así que mañana temprano iré a buscarlas.
 

Fuertes y molestos golpes a la puerta me hacen


despertar. Escucho la voz de Gretel del otro lado que me
llama con insistencia. Me levanto de un salto y abro. Allí
está mi pequeña hermana, pero a diferencia de lo que
pensé, ella no viene acompañada por la pequeña.
—Marc… —Mi ceño se frunce y siento la ira correr solo de
verlo.
—¿Dónde está? —Me mira con el mismo odio que le
tengo yo a él.
—¿Qué?
—¿¡Dónde está mi sobrina!? —Me da un fuerte empujón.
—¡No toques a mi hermano! —Gretel le da una fuerte
patada. La sostengo para que se quede tranquila.
—Yo no sé dónde está ella —digo, con un mal
presentimiento.
—¡Ella no llegó ayer a casa! —Tengo que ocultar mi gran
sorpresa—. Salió en busca de Zac, pero no regresó, así que
llamé a la casa de él. Dijeron que no había llegado y pensé
que todavía estaban juntos, pero se hizo muy tarde. Los
padres de Zac llamaron de vuelta para decir que aún no
aparecía, y hasta hoy no hay rastro de ellos. ¿Qué le hiciste
a Zac? ¿lo mataste? ¿Dónde tienes a mi sobrina? ¡Si le
hiciste algo te mato!
—¡Ella no está aquí! Y no le hice nada a su amigo ese…
—¿Entonces dónde están? —La aflicción es notable en su
mirada, y aunque no lo muestre, también me encuentro
preocupado por esa pequeña.
—El asesino la tiene —dice Gretel y ambos la miramos. Al
parecer, el tiempo se ha acabado… esta patética historia
llega a su final.
51
El asesino detrás de la máscara

Aisa

Mi garganta se siente seca. Carraspeo para aliviar un


poco la desagradable sensación, pero solo logro sentirla
más rasposa. Muevo mis muñecas y hago una mueca
cuando siento el dolor que las fuertes ataduras me
provocan. Una venda sobre mis ojos me impide ver dónde
estoy, pero, aunque no esté segura de dónde me encuentro,
sí estoy segura de quién me trajo aquí.
Agudizo mis sentidos cuando escucho una puerta abrirse,
después se escuchan pasos y me asusto un poco al sentir a
alguien a mi lado. Doy un respingo cuando un par de manos
se colocan en mis mejillas.
—Aisa…
—¡Zac!
—Lamento haberte traído de esa manera, pero no me
dejaste opción —dice, y quita la venda de mis ojos. Me
cuesta un poco abrirlos, pero cuando lo hago, miro al chico
frente a mí con toda la hostilidad posible.
—¡Eres un maldito! —Me jaloneo—. ¡Desátame ahora!
—No puedo, lo siento.
—¡Miserable! —Intento romper las ataduras, pero están
muy ceñidas.
—¡No hagas eso, vas a lastimarte!
—¡No finjas que ahora te preocupo!
—Deja de mostrarte indignada cuando tú fuiste quien me
traicionó.
—¿Cuándo hice eso?
—Vi cuando ese idiota te llevó con él. Los seguí. Pensé
que era buena oportunidad para saber dónde vive, pero
nunca imaginé que escucharía todas esas cosas.
—¿Qué cosas?
—Las suficientes para saber que lo has elegido. Eres tan
débil y fácil de manipular. No puedes cuidarte por ti misma,
así que yo te cuidaré. No habrá más oportunidades para
Dominik. Te salvaré de sus garras cueste lo que cueste.
—¿Secuestrarme es tu manera de cuidarme?
—Lo hago por nuestro bien. Es la única manera de acabar
con esto.
—¡No te creo nada! —exclamo y suspira con frustración.
—Sé que parezco el malo, pero no lo soy.
—¿Y qué explicación tienes para hacerme esto?
—He planeado esto para hacer caer a ambos asesinos. Te
dije que tenía un plan. Este es mi plan. Jared vendrá más
tarde. Actúa como si estuvieras enojada conmigo y no
confiaras en mí.
—¡Estoy enojada contigo y no confío en ti!
—Si las cosas resultan como lo planeé, hoy todo
terminará. Tengo todo listo para que, cuando se llegue la
hora, la policía venga.
—¿La policía? ¿No dijiste que la policía estaba aliada con
él?
—Sí, pero recibirán el reporte de un secuestro. No sabrán
con quién van a toparse sino hasta que lo tengan enfrente.
Si las cosas salen bien, Jared ya estará muerto y arrestarán
a Dominik.
—¡As no va a venir!
—Te aseguro que sí. —Miro a mi alrededor.
—¿Dónde estamos?
—¿No lo sabes? —Observo con más atención, y muestro
sorpresa al reconocer el lugar.
—¿Por qué estamos aquí? —pregunto sin entender.
—Él dijo que era el lugar perfecto.
—¿Cómo sabía él de este lugar?
—No lo sé.
—¿Cómo es que terminaste aliado con Jared?
—No estoy aliado con él.
—Debe haber una razón para que aún no te haya
matado.
—Quería usarme para llegar a ti y así ponerle una trampa
a Dominik.
—Y tú muy obediente.
—Me ha tenido bajo amenaza todo este tiempo, ya te lo
dije.
—Claro. No entiendo por qué tiene que usar estos trucos.
Sé que fácilmente podría dar con Dominik. No sería la
primera vez.
—Dijo que quería darle una lección, que quería hacerlo
sufrir.
—¿Por qué? ¿Qué es lo que tiene en contra de As?
—No lo sé. Yo solo vi la gran oportunidad de entregarlos a
ambos.
—No debes entregar a Dominik.
—Sí debo y lo haré. Aunque lo que espero es que se
maten entre ellos.
—¡No, Zac!
—No lo defiendas más, por favor. Él es un asesino. Jared
lo odia tanto que desea destruirlo, por eso ha hecho todo
esto. Han muerto tantas personas derivadas del orgullo de
Dominik. Él tiene la culpa de todo.
—¡Pero no quiero que muera!
—Es lo que merece.
—¡No!
—Tranquilízate, Aisa, ya verás que las cosas estarán
mejor después de que todo esto termine
—¡Nada estará bien!
—¡Seremos felices de nuevo! Como antes de que
Dominik apareciera en nuestras vidas.
—¡Desátame!
—Aisa…
—¡Debo advertirle a As!
—¡Ya basta! —grita, enojado—. ¡Eres tan tonta!
Me muevo cuando intenta colocarme de nuevo la venda
en los ojos. Empiezo a gritar hasta que me pone una cinta
en la boca. Se aleja, y después de escuchar la puerta
cerrarse, sé que estoy sola de nuevo.
As

Marc da vueltas por todo su departamento como un loco


desesperado, cosa que logra hartarme. Bufo ante esta
situación; esto es mi culpa por bajar la guardia. Por estar
tan entretenido en cosas de poco interés me desvié de mi
objetivo principal. En estos momentos no hay nadie hacia
quien sienta tanta rabia como hacia mí mismo.
—¡Deja de moverte que desesperas! —grita Gretel a
Marc.
—¡No me grites, mocosa!
—¡Aisa no volverá solo porque des mil vueltas por todo el
lugar!
—¡Todo esto es tu culpa! —dice Marc, con su dedo hacia
mí.
—Fuiste tú quién la dejó salir en busca de su amigo Zac.
—¡No me refiero solo a eso! —Toma una respiración
profunda y pasa sus manos por su cabello—. Estoy hablando
de todo, desde el principio. Todo es tu culpa.
—Cierto, y no me siento culpable por ello, así que pierdes
tu tiempo y saliva al mencionarlo.
—¡Debí matar a Gretel en vez de salvarla, solo para
hacerte sufrir!
—¡Oye! —Gretel se cruza de brazos y lo mira ofendida—.
¡Solo soy una pequeña niña inocente! ¿Por qué quieres
matarme?
—¡Solo me has traído problemas!
—¡Pero si yo no he hecho nada!
—¡Tu sola presencia es molesta, pequeña niña
endemoniada!
—Dominik… ¿lo matas tú, lo hago yo o lo hacemos
juntos?
—Ya basta. —Me pongo de pie—. Marc, eres ridículo por
discutir con una niña. Y tú, Gretel, no matarás a nadie…
nunca.
—¡Aburrido!
—¡Como sea! ¡Lo único que quiero es encontrar a mi
sobrina!
—No sabemos dónde está.
—¡No puedo solo quedarme de brazos cruzados!
—¿Zac ya apareció?
—No; sus padres ya han dado el reporte de su
desaparición.
—Entonces esperemos a que aparezca. Él nos llevará a
donde está Aisa.
—¿Cómo sabes que él sigue con vida? ¿Y cómo sabes que
no la matarán?
No respondo a ninguna de esas preguntas porque no
tengo la respuesta. Si pasa lo que pienso, Aisa estará
segura al menos hasta que el asesino me tenga a mí. Sobre
Zac no tengo nada que decir, porque no tengo idea de qué
tiene que ver él en todo esto.
Los minutos siguen pasando y cada vez me encuentro
más desesperado; pero más que nada estoy enojado,
enojado conmigo mismo, por dejar que ese maldito se me
adelantara y me superara en este juego. Odio estar en esta
situación sin saber qué hacer o cómo actuar. Me hace sentir
ridículo y patético.
Marc y yo nos miramos cuando su celular comienza a
sonar. Con el ceño fruncido toma el aparatito y lo lleva a su
oreja. Sus ojos se abren con sorpresa y después me ofrece
el celular. Lo tomo enseguida.
—Diga…
—Hola, Dominik… —Sonrío al darme cuenta de que
siempre tuve razón—. Sabes lo que quiero. No mataré a tu
mascota si vienes y te entregas a mí por tu propia voluntad.
Si no vienes, morirá.
—Soy un asesino. ¿Por qué crees que me interesa? Si
quieres matarla, hazlo.
—En esta situación no te queda hacerte el desinteresado.
Si la vida de tu mascota no te importa sé que la de tu
hermana sí. Si no vienes me encargaré de arruinarla y sabes
que puedo hacerlo y que lo haré.
—¿A dónde debo ir? —Una risa victoriosa se escucha a
través de la línea.
—Al castillo de la princesa.
—¿Dónde carajo está eso? —Pregúntale al príncipe que
desea rescatar a su princesa.
—La llamada termina. Enojado, aviento el celular, el cual
apenas logra agarrar Marc. Odio tanto que jueguen y se
burlen de mí. Pero por idiota me metí en esta situación.
—¿Qué fue lo que te dijo? —pregunta Marc.
—Me quiere a mí; tu sobrina estará bien.
—¿Dónde está?
—En el castillo de la princesa.
—¿Dónde?
—¡No tengo idea de qué significa, joder! ¿Qué es eso de
castillos y príncipes queriendo rescatar princesas?
—¡Ah! —Los ojos de Marc se abren como platos—. ¡Ya sé
dónde es!
—¿Dónde?
—En vez de explicarte, vamos. —Asiento y miro a mi
hermana.
—Gretel, quédate aquí, y por favor no te salgas.
—¡No! ¡Quiero que me lleven con ustedes!
—Sabes que es peligroso; debes quedarte.
—¡No quiero!
—Gretel, sé buena niña y espera a que regresemos.
—Bueno, pero… no tardes, por favor.
—No te preocupes, Aisa estará contigo muy pronto. —Las
manos de Gretel sujetan las mías con fuerza y me mira con
temor.
—Prométeme que volverás.
—Lo siento, Gretel…
—¡No! —Sus ojos se enrojecen—. ¡Tienes que volver!
—Gretel…
—¡No se te ocurra dejarme o jamás te lo perdonaré,
Dominik!
—Sabes que no puedo prometerte eso.
—¡Tienes que hacerlo!
—No puedo.
—¡Dominik! —Muerdo mis labios cuando los brazos de mi
pequeña hermana se envuelven en mi cintura—. ¡No puedes
dejarme! ¡No quiero que lo hagas! ¡No quiero estar sola!
—No estarás sola. La pequeña cuidará siempre de ti.
—¡Yo te necesito a ti y lo sabes! —Levanta la mirada y
entonces puedo ver las lágrimas que caen por sus mejillas
—. Papá, mamá, Lidia, Jonathan… ellos me dejaron. ¿Tú
también lo harás? —Mis ojos grises conectan con los de mi
hermana. Ambos tenemos la misma mirada; ella es tan
parecida a mí, y solo de pensar en todo lo que le espera,
siento miedo de salir por esa puerta y dejarla.
—¡Dominik, date prisa! —grita Marc desde la puerta.
—Prométeme que no vas a morir. —Me inclino un poco y
dejo un beso en su frente.
—Soy demasiado guapo y genial para morir. —De
inmediato sonríe—. Quédate tranquila aquí. Pronto volveré
con la pequeña idiota. No quemes la casa mientras tanto.
—No te prometo nada. —Sonrío, camino hacia la puerta y
la miro por última vez antes de salir: sus ojos cristalizados,
sus mejillas rojas y húmedas, sus labios temblorosos y esa
mirada llena de temor… definitivamente no era esa la
última imagen que deseaba tener de ella.
Marc y yo entramos en su auto y comienza a manejar a
toda velocidad. Toma la carretera libre, que lleva a las
afueras de la ciudad. La mirada de mi hermana no deja de
martillar en mi mente. Tendré que ser un mal hermano y no
cumplir una promesa.
—¿Cómo sabes qué lugar es? —pregunto a Marc, para
despejar un poco mis pensamientos de Gretel.
—Antes de que mis padres murieran vivía con ellos en un
terreno enorme que tenía mi padre. Teníamos una casa
pequeña, pero al fondo había una finca que tenía muchos
años en ese lugar. Estaba situada a la orilla de un
despeñadero, en cuyo fondo pasa un río.
—¿Y?
—Mis tíos, o sea, los padres de Aisa iban muy seguido.
Usábamos la finca como una especie de casa de campo y
solía jugar con Aisa a que ella era una princesa, su papá un
dragón y yo el príncipe que la rescataba.
—¡Qué adorable! —me burlo.
—Siempre jugábamos a lo mismo, y siempre vencía al
dragón aventándolo al rio, y así rescataba a mi amada
princesa.
—¿Sabes lo ridículo que eso suena?
—Cuando eres un niño, eso te puede resultar
verdaderamente fantástico. Además, tú le dices princesa a
Gretel.
—¡No es lo mismo!
—Como sea, lo único que me importa es que Aisa esté
bien. Si algo le pasa… jamás podré perdonármelo.
—Ella va a estar bien —afirmo con seguridad. 
52
Dolor

Aisa

La sensación de que algo muy malo está por suceder


viene a mí cuando la puerta se abre y más de una persona
entra al lugar.
—Lamento el mal trato —se escucha una voz que al
instante identifico como la de Jared. Me quitan la venda de
los ojos. Primero está Zac, y detrás de él está ese maldito.
Va vestido de negro y usa una máscara igual a la de As, por
lo que no puedo verle bien el rostro, pero no hace falta.
—¿Tienes sed? —pregunta Zac, y asiento. Me acerca una
botella de agua y me da de beber en la boca.
—¿Por qué me tienes aquí? —pregunto al asesino
impostor.
—Eres la carnada. —Su maliciosa sonrisa me causa
escalofríos por todo el cuerpo.
—Para atraer a Dominik.
—Así es. Hoy va a caer ante mí. Le demostraré que el
mejor no es él.
—¿Por eso mataste a mi familia? —Un fuerte nudo se
forma en mi garganta—. Mi hermanito era un niño inocente
y mis padres…
—¡Todos los que han muerto eran inocentes, no solo tu
familia! —dice con gran cinismo.
—¡Eres repudiable!
—Lamento que me odies, tú me agradas mucho, por eso
sigues con vida.
—¿Amanda descubrió quién eras? ¿Por eso la mataste?
—Sobre eso, tengo que hacerte una confesión: yo no
maté a Amanda, tampoco a tu familia.
—¿Qué? —Comienzo a entrar en un estado de conmoción
total.
—La verdad es que yo no he cometido ni uno solo de los
asesinatos, lamento la decepción.
—¿¡Si no fuiste tú entonces quién fue!? —Estoy a punto
de perder la última pizca de razón que me queda.
—¿En verdad no lo imaginas? Es alguien que conoces
muy bien. —Siento miedo, no sé si tenga la fuerza de
saberlo… o de confirmarlo.
—¿De qué estás hablando? —Zac muestra el mismo nivel
de confusión que yo—. ¡Yo te vi en el instituto con esas
chicas!
—Sí, pero yo no las maté.
—¿¡Entonces quién!?
La puerta se abre y una segunda copia de As aparece; la
misma ropa, la misma máscara, pero con estatura más baja.
Lo que más me perturba es el hecho de que esta persona no
es hombre. ¡Es una mujer!
—Lo hice yo… —Escucho su voz y todo en mí se estruja
de forma violenta, como un tsunami de emociones
recorriéndome de extremo a extremo.
—N-no puede ser… —La conmoción también hace
prisionero a Zac, y se muestra escéptico ante dicho
descubrimiento—. A-Amanda…
—¿Sorprendidos, queridos amigos?
—Amanda… ¿P-por qué? —Mi mente está por colapsar.
Me siento caliente, y en las sienes hay un continuo palpitar
que me hace creer que mi cabeza estallará.
—Creí que estarías más sorprendida, pero parece que ya
te lo esperabas.
—No quería creerlo. ¿Cómo hacerlo? Eras mi amiga, mi
hermana…
—Lo cual lo volvió más fácil.
Dejo que el dolor me consuma, que la pesadilla me
absorba y asfixie entre tanta desesperación. Es como si
acabara de ser lanzada a un agitado río, atada de pies y
manos. Y lo único que puedo hacer es ver cómo muero de a
poco sin poder evitarlo.
—Cuando As dijo que el asesino era mujer, fuiste tú quien
vino a mi cabeza. Me sentí tan mal, la idea era inadmisible e
incluso me odié por llegar a pensar que, gracias a tu
muerte, quedabas libre de toda sospecha. Pero sí eras tú…
¡Eras tú!
—Soy yo… ¡Sorpresa!
—¿Cómo es que sigues con vida? América dijo que vio
cómo morías.
—Bueno, Jared y yo somos excelentes actores; eso y un
poco de pintura ayudaron con los efectos especiales.
—¿Cómo hiciste para engañarnos a todos?
—Debo admitir que tuvimos un poco de ayuda. Gracias a
las cosas que descubrí de Dominik, es que pude llegar hasta
aquí sin que me atraparan.
—¿Entonces es verdad que la policía te protege?
—No diría que me protegen, pero sí, algo hay de eso.
—¿¡Cómo fuiste capaz de hacer todo esto!? ¿¡Cómo
pudiste matar a mi familia!?
—No fue tan fácil como parece. Me costó mucho
decidirme entre tu familia y la familia de América. No me
arrepiento de la decisión que tomé.
—¿Por qué? —pregunta Zac.
—¡Por Dominik! ¿No ha quedado claro?
—Para ganar su confianza y demostrar que estás de su
parte —repito las palabras que una vez dijo—. Nunca
hubiera imaginado que hablabas en serio.
—Es parte del factor sorpresa. Lo cierto es que desde que
el Asesino de la Luna comenzó a aparecer en los noticieros,
abrió mi curiosidad. No es que quisiera saber por qué
mataba, sino… ¿qué sentía al hacerlo? Me sentía segura de
que era una de las sensaciones más liberadoras que pudiera
existir. Deseaba experimentar lo mismo que él. ¡Quería ser
como él! Que no pudieran encontrarle, el que siempre se
saliera con la suya y siguiera matando sin importar que todo
el país estuviera tras él hizo que desarrollara una
admiración un tanto obsesiva hacia su persona. Armé un
plan, me preparé física y mentalmente, todo para poder
agradarle. ¡Incluso aprendí a usar un arma! ¿Sabes lo difícil
que fue hacer todo eso a escondidas de ustedes? Y todo
para llevarme tremendo fiasco al final.
—¿Por qué mi familia? De tantas posibles víctimas… ¿Por
qué tuvo que ser mi familia?
—Porque me conocían. Me querían al igual que una hija.
Así que jamás sospecharían de mí. En cambio, me darían
toda la libertad para actuar a mi conveniencia para
someterlos en el momento menos esperado.
—Por eso había cuatro platos...
—Sí; fui a “buscarte” y me invitaron a cenar mientras
esperábamos por ti. Estaba lloviendo, así que sabíamos que
te quedarías con América hasta que la lluvia cesara. Tuve
tiempo suficiente para llevar a cabo mi plan. Me ofrecí a
ayudar a tu madre en la cocina, y en una distracción vertí
un somnífero en la comida. Confiaban tanto en mí, que todo
resultó demasiado fácil.
—Pero tú sola no pudiste haber cargado sus cuerpos.
—Tienes razón, Jared me ayudó.
—¿Qué? Pero…
—Mentí al decir que lo conocí en esa estúpida fiesta. La
realidad es que nos conocimos tiempo atrás. Una vez lo vi
en el instituto. Estaba peleando con algunos compañeros, y
desde ese día noté que siempre estaba metido en
problemas. Se me hizo costumbre observarlo, y un día tomé
el valor de hablarle. Lo alejé de las peleas a cambio de darle
un poco de diversión y así comenzó nuestra… historia de
amor. No fue difícil lograr que hiciese lo que yo deseaba. —
Muestra una sonrisa sugestiva que provoca que Jared tuerza
la mirada. Al parecer no le agrada que Amanda lo pinte
como un simple títere.
—¿Cómo es que hiciste todo eso sin que nos diéramos
cuenta? —inquiere Zac.
—Soy muy lista y ustedes muy bobos.
—Cada vez que te negabas a vernos con la excusa de
que debías estudiar, lo que en realidad hacías… ¿era ir con
Jared y planear la muerte de mi familia?
—Sí, algo así. Era emocionante fingir que mamá llamaba
cuando en verdad se trataba de Jared. ¿Recuerdas esa tarde
en que íbamos a casa de América? Jared me mandó un
mensaje para saber qué familia había elegido.
—Eres despreciable.
—No, soy brillante. Logré engañarlos todos estos años y
me mantuve a tu lado fingiendo sufrir por tu dolor, mientras
que por dentro me deleitaba con él.
—¿¡Acaso valió la pena!? A lo que veo no lograste tu
objetivo.
—Sí, me arrepiento de haber admirado a ese estúpido
asesino. ¡No es más que un fraude! ¿“El mejor asesino”? ¡Ja!
Ni de broma. Soy mucho mejor que él y hoy voy a
demostrarlo.
—¿Qué fue lo que te hizo As para que cambiaras de
opinión?
—¡El maldito se atrevió a rechazarme! Después de mis
magnificas ofrendas, él rechazó mi propuesta como si nada.
¿Cómo pudo? Es tan egoísta, diciendo que no dejaría que
me alimentara de tu dolor, pero, al mismo tiempo él lo
hacía. Bueno, admito que esa parte fue divertida, ver cómo
se burlaba de ti a tus espaldas.
—Él… no hizo eso.
—¡Lo hizo! ¿O acaso te contó de nuestro encuentro, de lo
que hablamos?
—Sí… él me contó.
—¿En verdad? Yo creo que no.
—Dijo que habías ido a buscarlo. Me mostró esas notas
que dejaste para él.
—¿También te dijo que le propuse que se sentara a
observar cómo te destruía? Dijo que no lo haría, pero lo
hizo, porque nunca me tomó en serio, lo que significa que
no le importaba lo que hiciera contigo.
—Eso… —intento refutar, pero no sé qué decir. Siempre
le recriminé que no hiciera nada. ¿Estaba esperando a que
Amanda me destruyera?
—Estoy segura de que él sabía quién era yo, pero nunca
movió un solo dedo para confirmarlo. ¿Tú por qué crees?
Me quedo en silencio, mientras recuerdo las veces en que
As preguntaba si sería capaz de matar al asesino si
resultaba ser alguien cercano. Insistía con eso porque él
sabía que era Amanda, pero nunca quiso decirme… porque
sabía que no lo soportaría. Trataba de protegerme de ese
dolor.
«¿En verdad fue por eso?»
—Pensar que antes quería ser como Dominik, y ahora
estoy a punto de aplastarlo como a una cucaracha.
¡Naturalmente soy mejor que él!
—¿Qué chiste tiene ser mejor que él? —pregunto más
para mí que para ella.
—Aisa, Aisa… pequeña, amiga mía. —Amanda camina
hasta mí y acaricia mi cabello—. Siempre has sido una chica
inocente en apariencia, pero yo sé la clase de persona que
eres en verdad. Finges no darte cuenta de las cosas, actúas
como una niña ingenua, pero eres incluso peor que yo. Así
que no te atrevas a despreciarme por lo que hago, eso es
muy hipócrita de tu parte.
—¡No soy como tú!
—Claro que no. Yo sé lo que quiero. Sé por qué hago las
cosas. Tú solo pretendes. Actúas como el diablo mientras
usas alas de ángel. Te haces la víctima, generando lástima
cual perro callejero.
—¡Nunca he hecho eso!
—Claro que lo haces. Eres muy egoísta. Te aprovechaste
de la familia de América, de Zac incluso. No agradeciste lo
mucho que intentaron cuidarte porque solo piensas en ti.
Todo el tiempo lloriqueabas diciendo querer justicia por tu
familia, pero te paseabas con un asesino. ¡Ni tú ni él son
mejores que yo! ¿Con qué cara pretendes reclamarme algo?
—¡No hubiera hecho nada de eso si no hubieras matado a
mi familia!
—Eso es lo que más odio de ti, que en vez de enfrentar la
situación, lo niegas todo. ¡Admite la clase de basura que
eres! No sabes más que arrastrarte en la porquería de tu
vacía y patética vida. Y ese estúpido asesino mediocre, que
no es capaz de ver más allá, pero que aun así se cree
perfecto. Piensa que no hay nadie mejor que él, y no
entiende lo que da verdadero poder en este mundo. Y
aunque yo quise mostrarle, yo quise brindarle ese poder…
él solo lo rechazó. ¡No puedo tomarlos en serio!
—Si tanto te desagradamos, ¿por qué esperaste tanto
tiempo para atraparnos? Sé que podías haberlo hecho
desde antes.
—Porque entre más dura la fantasía de una persona, más
duele despertar a la realidad. Solo estaba llenando la copa,
para poder beber de ella.
—¿Qué vas a hacer conmigo?
—Hacerte ver el mundo como lo hago yo.
—Sabía que estabas un poco loca, pero jamás imaginé
que a este nivel.
—Tú estás loca; yo simplemente soy superior. No te
imaginas las cosas que pasan por mi cabeza; pienso tanto y
tan rápido. Mi cerebro procesa las ideas con una rapidez tan
increíble, que cuando veo el panorama completo todo se
vuelve aburrido e insignificante. Ese es mi problema: el
ritmo normal de la vida se vuelve tedioso y solo busco
maneras de divertirme.
—No le veo lo divertido a matar.
—Porque nunca lo has hecho. No sabes lo que es tener la
vida de una persona en tus manos, saber que su futuro
depende solo de ti, si vive… si muere. Esa clase de poder es
tan gratificante. Ver cómo se va perdiendo el brillo en sus
moribundos ojos, cómo suplican y se aferran hasta el último
segundo a la vida. Muchos dicen desear morir, pero cuando
están al límite de este mundo y el otro se acobardan y
suplican por una nueva oportunidad.
Eso hice yo.
—Ver cómo la vida abandona el cuerpo y deja solo un
objeto inanimado te hace comprender la fragilidad de la
vida humana. Y hay cierta belleza en ello, una que no
podrás entender hasta no experimentarla.
—No pienso experimentar tal cosa.
—Eres tan aburrida.
—Y tú eres una enferma mental.
—Por algo somos “buenas amigas”, debíamos tener algo
en común, ¿no crees? No fue fácil jugar al papel de la niña
buena todos estos años, pero gracias a eso fue más fácil
manipularlos y mantenerlos a mi lado. Solo mira a Zac: te
trajo aquí sin chistar solo porque creyó en mis palabras. Lo
hizo porque éramos amigos. Esa confianza en exceso no es
buena, Zac —dice y Zac mira hacia otro lado.
—¿Qué palabras? —pregunto confundida.
—Oh, ¿Zac no te contó que yo sabía de Jared? Aquella
noche que lo encontraste saliendo del instituto no fue una
coincidencia. Un día antes me escuchó hablar con Jared
mientras planeábamos cómo matar a esas chicas. Zac fue a
comprobar con sus ojos lo que sus oídos se negaban a creer.
Me recriminó, pero solo hizo falta unas cuantas lagrimas
para hacerle creer que yo era buena. Le dije que estaba
actuando para protegerte a ti, y lo manipulé para que me
ayudara con mi plan.
—¡Creí en ti! —exclama Zac en medio de las lágrimas—.
¡Hice esto porque dijiste que destruiríamos a Jared y a
Dominik!
—Esa parte no será del todo mentira.
—¡Creí que habías muerto protegiéndonos! ¡Lloré tu
muerte y fue un infierno cooperar con la persona que creí
que te había matado! ¡Solo mentiste!
—Tú también le mentiste a Aisa y ella nos mintió a todos.
¡La vida es una mentira! ¿No aprendemos a usar máscaras
para adaptarnos a la sociedad? Eso es lo que he hecho yo,
utilizar máscaras para ganarme el cariño y apoyo de
ustedes. La parte de esto que más me encanta es cuando
piensan que se burlan de ti, cuando eres tú quien se burla
de ellos. Les das felicidad con una mentira y cuando se
destapa la verdad te alimentas del dolor que provoca la
traición.
—Eres tan cruel. Ya no quiero seguir escuchándote.
—No seas aburrida, Aisa. Sigamos hablando un poco más
hasta que llegue tu querido As.
—¡No! ¡No quiero seguir escuchando sobre la clase de
monstruo que eres!
—¿Deseas mantener la imagen de niña buena que tenías
de mí?
—¡Te odio! Odio a esta persona que muestras frente a mí
ahora, pero… pero no puedo dejar de pensar en la chica que
fuiste antes. La que era mi amiga, la que me ayudó, me
apoyó y me consoló.
—Entiendo lo difícil que debe ser, para tus padres fue
igual. —Se da la vuelta y vuelve a mirarme a través de la
máscara—. Fue muy divertida la expresión llena de
decepción que ambos me dedicaron. Cuando se despertaron
atados a la cama estaban aterrados, pero eso no se
compara con la confusión y el dolor que sintieron cuando
supieron que fui yo quien los ató. Más divertido fue ver la
impotencia en sus ojos cuando comencé a torturar al
pequeño Dan sin que ellos pudieran hacer nada.
—Cállate…
—¿Sabes qué parte fue mi favorita? —Sonríe antes de
continuar—. Cuando tu hermanito lloraba y te llamaba entre
sollozos para que fueras a rescatarlo. «¡Aisa, Aisa!» decía
con su adorable pero aterrada voz.
—Cállate… —Las lágrimas comienzan a deslizarse por
mis mejillas.
—Tus papis suplicaban que no lo matara, y me ofrecían
sus vidas a cambio de la de él. La forma en que se retorcían
y gritaban me divirtió mucho. Agradezco que haya llovido
con fuerza y que sus gritos hayan sido opacados, pero no lo
suficiente como para no disfrutarlo. Recuerdo que cuando le
saqué el ojo derecho a tu hermano comenzó a llorar con
todas sus fuerzas. La desesperación en los rostros de tus
padres es simplemente insuperable.
—¡Cállate!
—No, me estoy divirtiendo.
—¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate!
—Tu hermanito se retorcía como pececito fuera del agua.
Era una escena tan hermosa.
—¡Basta! ¡Ya no más! —suplico, empapada en llanto.
—Ellos también suplicaban que me detuviera, pero no lo
hice. Si no fueras tan tonta para amarlos de esa estúpida
manera no sufrirías como lo haces ahora.
—¡Eran mi familia! Por supuesto que los amaba.
—Yo no amo a mis padres —dice encogiéndose de
hombros—. Les hice creer que sí porque de esa manera los
tengo siempre a mi disposición. Es mejor tener al mundo de
tu lado que en tu contra, pero eso no significa que tenga
que amarlos de verdad. Esas son debilidades que los más
astutos como yo usamos en contra de los demás, justo
como estoy haciendo ahora contigo. Dominik perdió el
enfoque de lo que en realidad importa por relacionarse
contigo. Ahora yo te tengo aquí y él viene en camino para
encontrase con su final. Si no hubiera sido tan idiota esto no
estaría pasando.
No tengo ya nada que decir, solo me quedo con la mirada
en el suelo. Zac me sujeta del brazo y aprieta ligeramente.
En estos momentos no sé si él también me está engañando
y es parte de toda esta locura o solo es una víctima más. La
verdad ya no sé qué pensar ni en quién confiar.
—Dominik está tardando demasiado —dice Jared—. Estoy
aburrido.
—Tranquilízate, pronto comenzará la diversión.
—¿No puedo entretenerme un poco?
—Haz lo que quieras.
Levanto la cabeza de un tirón cuando veo que Jared se
acerca a Zac y tira de él, quien acto seguido me mira
asustado. Amanda solo sonríe y se cruza de brazos,
manteniéndose a mi lado.
—Observa, Aisa. Esto será interesante.
—¿Qué van a hacer? —pregunto asustada. —Solo te
daremos un poco de diversión, para que la espera por
Dominik no se vuelva aburrida.
—¡Suéltame! —exclama Zac, que busca zafarse del otro
chico—. ¡Amanda, por favor no permitas esto!
—Zac, no puedo creer que seas tan tonto como para que
en este punto pienses que voy a hacer algo por ti.
—¡Creí en ti! —grita Zac, con los ojos rojos—. ¡Dijiste que
querías protegernos!
—Sí, eso fue una mentira. Solamente te utilicé.
—¡No vayas a matarlo, por favor! —suplico al chico.
—Jared solo quiere divertirse un poco.
Atemorizado, Zac comienza a pelear por su vida. Logra
zafarse de Jared e intenta golpearlo. Este último parece
estarse divirtiendo y esquiva los puños de Zac, pero en
cierto momento este logra atinarle un golpe, lo que
enfurece al secuaz de Amanda. Se enfrentan el uno al otro
con todo lo que tienen, caen al suelo y siguen peleando,
mientras Amanda disfruta y ríe con el espectáculo.
Jared comienza a tomar ventaja y tras colocarse sobre
Zac comienza a golpearlo con brutalidad. Lloro e imploro
que se detenga, pero no lo hace sino hasta que Zac deja de
moverse. Entonces lo arrastra hasta una de las dos
columnas que están situadas en medio del pequeño y algo
destartalado lugar. Lo amarra con una cadena, y después se
gira para mirar a Amanda.
—¿Qué debo utilizar?
—Lo que desees, me da igual.
Jared sonríe y camina a una esquina, donde hay un
estuche o algo por el estilo. Lo abre y saca un garrote con
pinchos. Zac se remueve un poco y su cuerpo tiembla de
manera visible cuando ve el artefacto en manos de Jared
—¡No, Amanda, detente! —grita tironeándose—. ¡No me
puedes hacer esto! —Lágrimas comienzan a salir de sus
ojos—. ¡Somos amigos! —Amanda ríe con burla ante las
palabras de Zac.
—¿Ves cómo es cierto lo que te digo, Aisa? Zac fue muy
feliz mientras lo alimenté con la mentira de nuestra
amistad. Él me quiere y por eso le duele más esta traición.
—Por favor… no lo hagas. —Lloro porque sé lo que está
por venir y no puedo hacer nada para evitarlo.
—Calla y observa. Lo que sigue te encantará.
—¡No lo hagas!
—Suplica todo lo que quieras, de igual forma no me
detendré.
Mis ojos conectan con los de Zac; hay dolor, miedo y
decepción en su mirada. Siento como si pidiera perdón y me
siento todavía más miserable porque soy yo quien debe
disculparse. Por mi causa él está metido en esto.
No quiero ver, así que giro la cabeza hacia otro lado
cuando Jared llega a él. No veo cuando lo golpea, pero
puedo escuchar de manera perfecta como su piel es
perforada y sus huesos triturados. Sus gritos no se hacen
esperar: son fuertes y desgarradores, rompen cada parte de
mi alma y perturban mi ser a tal grado, que nunca podré
sacarme esos gritos de mi cabeza.
Mi garganta se desgarra por mis continuas suplicas hacia
Jared y Amanda. Odio saber que no importa cuánto llore,
grite o maldiga, nada va a cambiar. No puedo hacer
absolutamente nada. Los gritos de Zac continúan. Me atrevo
a mirarlo, pero me arrepiento al ver sus piernas deshechas.
La sangre salpica por el lugar y su agonizante mirada deja
saber que está por desvanecerse.
—¡Detente! —grito con desesperación al ver a Jared
tomar el garrote con fuerza y apuntar directo a la cabeza de
Zac.
—¡Adelante! —insta Amanda.
—¡No, detente! —Jared deja ir el garrote sobre las piernas
de Zac. Amanda bufa, molesta por la duda de Jared. Zac da
un último y muy fuerte grito de dolor antes de desmayarse.
—¿Te dolerá ver a tu exnovio muerto? —pregunta
Amanda, y se dirige hacia Jared para arrebatarle el garrote
—. Supongo que no. —Sonríe—. Después de todo tienes a
Dominik como un buen remplazo. Qué lástima que hoy los
perderás a ambos.
Con la maldad reflejada en su rostro, Amanda toma con
firmeza el horrible garrote, suelta las cadenas y Zac cae al
suelo. La veo inclinarse sobre él, y cuando está a punto de
estrellarlo en su cara, la puerta se abre. Con sorpresa veo a
Marc entrar al lugar. Suspiro con un poco de alivio; necesito
que Zac aguante un poco más.
—¿Dónde está Dominik? —pregunta Amanda a mi tío,
que le mira con estupefacción, incapaz de creer lo que sus
ojos ven.
—¿Amanda? —Ella pone los ojos en blanco y suspira.
—¡Pregunté que en dónde está Dominik! —En vez de
contestar, Marc busca mi mirada. Por primera vez me siento
feliz de verlo. También me siento estúpida y culpable por no
haber confiado un poco más en él.
Marc intenta caminar hacia mí, pero Amanda no tarda en
sacar un arma y apuntarle directo a la cabeza. Mi tío se
detiene y apenas se da cuenta de que Jared se acerca por
detrás para intentar someterlo. Por fortuna, Marc lo esquiva
y logra darle un buen golpe, haciendo que la sangre escurra
de la nariz de Jared. Respingo cuando un fuerte sonido se
escucha seguido de un grito de Marc; Amanda le ha
disparado a la rodilla. Él maldice y me mira con más
preocupación por mí que por él mismo, y yo lo único que
puedo hacer es seguir mirando. Jared aprovecha y comienza
a golpearlo a lo bestia. Marc queda tendido cerca de Zac y
se sorprende en gran manera cuando lo ve. Parece estar
muerto y ruego para que no sea así.
—Me alegro de que estés aquí —dice Amanda a Marc—.
Así podré darle más diversión a mi pequeña amiga.
—¿¡P-por qué demonios estás haciendo esto!? ¡Estás
loca!
—No repetiré todo de nuevo, así que lo resumiré:
diversión.
—Estás más enferma que Dominik.
—Oh, por supuesto. También soy más cruel. —Amanda
me mira y me sonríe—. Ahora, dime, Aisa, ¿cuánta diversión
me puedes ofrecer derivada de tu dolor? —No contesto—.
Bien, tendré que descubrirlo por mí misma. —Estira su
mano hacia Jared y este le da un cuchillo. Después camina
hacia Marc—. No te preocupes, haré que mueras rápido. —
Mi tío busca mis ojos, y yo sigo llorando mientras jaloneo
mis manos, que siento cada vez más libres de la atadura.
—Lo siento, Aisa. —Sollozo al ver que él está resignado a
morir—. Lamento no haber podido protegerte como era mi
deber.
—Nada de eso es tu culpa —digo.
—Lo es. Si nunca hubiera traicionado al padre de
Dominik, todos estos acontecimientos no se hubieran
desarrollado.
—Todo acto tiene su consecuencia —dice Amanda con
diversión—. Por ejemplo, si encajo el cuchillo en tu yugular
morirás desangrado en segundos, pero eso es demasiado
fácil y aburrido… ¿Qué te parece abrir tu estomago?
—Por favor, Amanda. Ya fue suficiente.
—Pero no hemos iniciado, y no me detendré hasta que
Dominik llegue… ¿Dónde está él?
—N-no vino —contesta Marc.
—¿Cómo? —Su sorpresa y enojo es claro y yo no puedo
evitar sentirme decepcionada… él no vino.
—D-deberías saber cómo es él, es un maldito egoísta.
Aunque le dije que sabía dónde era el lugar, a él no le
importó y se fue con Gretel.
—¡No es así!
—¿Acaso lo ves por aquí?
—¡¿Cómo se atreve?! ¡Ese maldito!
—Dijo que le eras un fastidio y que no iba a perder su
tiempo con alguien como tú. —La rabia de Amanda es más
notoria conforme los segundos pasan, y no estoy muy
segura de que sea buena idea hacerla enojar.
—¡Se va a arrepentir! Ahora sí te mataré, Aisa, ya no te
necesito. Buscaré a ese maldito por mi propia cuenta y le
haré arrepentirse por menospreciarme. Lo voy a torturar y
matar de la manera más cruel posible, y mataré a esa
pequeña mocosa también.
—Si es que los encuentras. —Marc sonríe ampliamente,
lo cual dispara por completo la ira de Amanda.
Grito cuando sin piedad alguna le entierra el cuchillo en
la boca del estómago. Lo hace con tanta fuerza que Marc se
sacude con violencia. Clama de dolor y segundos después
un hilillo de sangre sale de su boca. Sus ojos encuentran los
míos y veo cómo la vida comienza a escapar de ellos.
—¡Marc! —Él me sonríe antes de que su boca deje
escapar un desgarrador grito.
—¡Que divertido! —chilla Amanda—. Es como una
operación sin anestesia. Creo que no has tenido suficiente,
Aisa. Divirtámonos un poco más.
—¡No, por favor detente!
—Quiero verte sufrir… que sufras mucho. —Vuelve a
girarse y yo tiro con mucha más fuerza de mis manos.
Siento que estoy por desatarlas.
Aunque quiero apartar la mirada, no puedo, y observo
cómo Amanda masacra a mi tío. Él grita con las fuerzas que
le quedan y ella continúa apuñalándolo, como si quisiera
sacar toda su frustración con él. La parte de su rostro que
no cubre la máscara queda bañada en sangre al igual que
sus manos. Cuando se detiene, se hace a un lado y me deja
ver el cuerpo destrozado de Marc. Él mira hacia mí, pero ya
no hay más vida en sus ojos. Está muerto… ¡Marc está
muerto! Giro mi rostro hacia otro lado. No soy capaz de
seguir viendo cómo Amanda disfruta de cercenar su cuerpo.
—Oh, no, Aisa, tienes que ver esto. —Jared se coloca
detrás de mí, sujeta mi rostro y me obliga a mirar hacia
donde están Amanda y Marc.
—Ya no más —pido en un hilo de voz.
—¿Sufres, Aisa? ¿Sientes dolor? —Sollozo a forma de
respuesta—. Ahora mira esto…
Como si de un animal salvaje se tratase, Amanda rasga
por completo el estómago de Marc. Lo hace de una manera
tan sucia que veo cómo sus órganos interiores comienzan a
desparramarse. Grito con histeria y mi mente comienza a
colapsar. Me es imposible continuar.

As

Observo los últimos momentos de vida del inútil de Marc,


mientras sigo oculto entre los cimientos viejos del lugar. No
puedo creer que haya venido hasta aquí solo para morir de
esa manera, todo por no ser paciente y haber esperado a
actuar en el momento apropiado. Ahora él y el otro chico
están muertos y yo tengo que enfrentarme a Amanda y
Jared.
Observo a la pequeña, que parece estar metida en un
estado de shock. Todo lo que ha presenciado ha sido
demasiado para su mente. Me sorprendería que no se
vuelva completamente loca después de esto. Pienso en
cómo puedo sacarla, pero será imposible hacerlo sin
permitir que me vean. No será fácil enfrentarme a esos dos,
porque vienen armados. Siempre les ha gustado jugar sucio.
Suspiro y vuelvo a observar. Después de destazar el
cuerpo de Marc como si fuera una simple vaca, Amanda ríe
como una loca. Ahora puedo comprobar que ella está más
demente que yo, pues mientras intento ponerme limites,
ella parece buscar manera de cruzarlos.
Un movimiento capta mi atención. Es la pequeña que
desata sus manos sin que se den cuenta. Sé que no saldrá
viva por su propia cuenta, así que me veo obligado a actuar.
Una parte de mí dice que me vaya, que nada de eso debe
importarme. Pero no puedo hacerlo. Consiente estoy de que
todo esto es solamente mi culpa. Así que, sin pensarlo
mucho, me dirijo hacia la puerta. Pienso en Gretel y me
convenzo de que estar sin mí es lo mejor para ella. En este
momento en que me encamino hacia la muerte es que me
da por pensar en todo lo que ha sido de mi vida, y sonrío al
darme cuenta de que no hay nada de lo que me arrepienta.
Me siento ridículo por venir a morir de esta forma, pero, a
fin de cuentas, morir era algo que quería.
53
Adiós

As

Abro la puerta con un estrépito para llamar la atención de


los tres. La pequeña está ida. Pareciera que ni siquiera me
reconoce; en cambio, a Amanda le brillan los ojos.
—Sabía que vendrías —dice con una gran sonrisa—. Eres
tan predecible. No haces más que decepcionarme.
—Es un alivio que no me importe.
—No te ves sorprendido.
—No lo estoy, enojado solamente. Por no haberte matado
antes.
—Oh, vamos. Admite lo mucho que disfrutabas de mis
hazañas.
—¿Cómo hacerlo? Eres de lo más simple. —Su rostro se
endurece, mostrando cuánto le afectan mis palabras.
—Veremos si sigues pensando eso cuando estés a punto
de morir. Pero antes, tenemos mucho de qué hablar.
—No tengo interés en nada de lo que quieras decir.
—Sigues menospreciándome. ¿No te das cuenta de que
por eso estás a punto de morir?
—Tú no me interesas; en cambio, él sí —Señalo a Jared,
que me mira de vuelta.
—¿Qué quieres tú conmigo?
—Escuché que la policía está encubriéndote, ¿eso es
verdad?
—No —contesta Amanda en su lugar—. Esa fue una
pequeña mentira que Zac se tragó de manera fácil. Aunque,
hay algo de cierto en ella.
—Explícate.
—Tal vez recibimos un poco de ayuda, pero no encubren
a Jared, ni a mí, pero sí al Asesino de la Luna. Me causa
mucha intriga saber cuál es el motivo. Parece que tienes un
pasado interesante. ¿Quieres saber por qué murió tu
familia?
—¿Qué es lo que sabes? —Le muestro una mirada
recelosa.
—Nada, no tuve tiempo de averiguarlo. Dominik, ¿te has
preguntado cómo supe que tú eras el Asesino de la Luna?
—¿No fue porque mandaste a tu sirviente a que me
espiara en todo momento?
—No, no hice eso. Hay una anécdota curiosa sobre cómo
supe quién eras. —Coloca sus manos detrás de su espalda y
camina alrededor de la pequeña idiota—. Resulta que el día
que fui a casa de los Barret a poner la primera nota, un
detective me interceptó. Hans, creo que se llamaba. —
Entrecierro los ojos; ese dato no me lo esperaba—. Puedes
imaginar el susto que me llevé. Creí que me habrían
atrapado antes de poder conocerte, pero, para mi sorpresa,
el detective no me atacó, sino que intentó dialogar conmigo.
¿Sabes cómo me llamó?
—¿Cómo?
—Dominik Kürten. Me confundió contigo; el lugar estaba
demasiado oscuro y yo estaba de espaldas; eso dio pie a
dicha confusión. Él dijo algo así como: «sé quién y por qué
mataron a tu familia. Ven conmigo».
Dejo notar mi sorpresa. Sé que Amanda no miente,
porque no hay otra manera de que ella sepa mi apellido o
sobre mi familia. ¿Cómo es que ese detective sabe la
verdad? Tengo que hablar con él.
—Sé lo que estás pensando, pero olvídalo. El detective
Hans está muerto.
—¿Lo mataste?
—No, no fui yo. No sabía de qué hablaba, y temía que me
descubriera, así que hui, pero después caí en cuenta de que
hablaba del Asesino de la Luna. Entenderás que hice lo mío
y busqué «Dominik Kürten» en internet. Vaya sorpresa la
que me llevé. Parece que ha ambos nos gusta vacilar a la
muerte.
—Es divertido.
—¡Claro que lo es! Saber tu nombre me ayudó a saber
mucho sobre ti. Eres de ascendencia alemana, ¿quién lo
diría? Tenías una gran vida antes de terminar de esta
patética manera. Jamás hubiera imaginado que el infame
Asesino de la Luna fuera miembro importante de la
sociedad. Es una pena lo que le sucedió a tu familia. Mi más
sentido pésame.
—Déjate de estupideces y termina de hablar.
—No fue difícil darme cuenta de que lo que pasó con tu
familia no fue un accidente. Hubo algo más, algo que hizo
que terminaras siendo quién eres ahora y yo quería saberlo.
Deseaba saber absolutamente todo de ti y ese detective era
quien me ayudaría. Así que pedí a Jared que lo vigilara. Fue
él quien presenció su triste final.
—Varios policías entraron al cuarto de hotel donde se
quedaba —explica Jared—. Fueron ellos quienes lo mataron.
—Alguien temía que Hans te diera la información que
tenía sobre tu familia. Ahora yo me pregunto… ¿Por qué?
¿Qué hay detrás de sus muertes como para engañar a todo
un país? Ahora entiendo por qué te pintaban como el mejor
asesino cuando no eres más que un fraude; exageraron tu
imagen en los medios para justificar su corrupción.
—Eso no tiene nada que ver contigo ni con lo que está
sucediendo en este momento.
—Vamos, es obvio que tampoco sabes lo que ocurre, pero
te daré la oportunidad de averiguarlo. Si aceptas que soy
mejor que tú, te dejaré con vida y te permitiré estar a mi
lado, al igual que Jared.
—Prefiero morir.
—Eres tan necio.
Tras una señal de Amanda, Jared comienza a atacarme.
Afirmo el arma en mi mano y me voy contra él. Me esquiva
y exhibe sus buenos reflejos, pero yo soy más rápido y logro
acorralarlo. Cuando estoy a punto de rebanar su cabeza,
una fuerte descarga eléctrica me hace caer al suelo.
Maldigo, harto de sus estúpidos juegos.
—Con calma, aún queda mucho tiempo para divertirnos.
—¿N-no puedes vencerme sin jugar sucio? —pregunto, y
se encoje de hombros.
Aprovechando mi momento de debilidad, Jared se acerca
a mí, patea mi rostro con fuerza y me provoca un sangrado
de nariz. Creo que mi labio también se ha reventado. Vuelve
a patearme, pero esta vez en el estómago y cerca de las
costillas. Solo se detiene hasta que Amanda le da la orden;
sin embargo, se mantiene a distancia y me apunta con una
especie de ballesta que sacó de una maleta. Sigo
sorprendiéndome de sus nefastos juguetes. Estoy harto de
esta situación. No importa a cuánta gente haya matado,
ahora me encuentro a la merced de una chica loca.
Miro hacia la pequeña. Ella es la única culpable de mi
lamentable estado. Sí, ella tiene la culpa, pero a pesar de
eso sonrío, pues no me arrepiento de nada en absoluto.
Amanda me pone boca arriba y se sienta a horcajadas sobre
mí. Coloca el cuchillo en mi pecho y corta de manera
superficial.
—Me decepcionas. —Desliza sus dedos sobre mis labios
como para delinearlos. El molesto cosquilleo me hace girar
el rostro—. Esperaba que lo hicieras más interesante.
—Ya me tienes aquí —digo con voz inexpresiva—. Es lo
que querías.
—Así es. —Pasa su lengua sobre sus labios.
—Deja ir a Aisa —digo, y su sonrisa crece.
—Por favor, no me decepciones más.
—Ella no tiene nada que ver aquí, deja que se vaya.
—Te equivocas, ella me robó todo.
Me giro con rapidez para quitarme a Amanda de encima
y me pongo de pie. Por el rabillo del ojo, veo que Jared se
deja ir sobre mí y reprimo un alarido de dolor cuando siento
algo incrustarse en el costado izquierdo. Pero, a pesar del
dolor que siento, saco mi cuchillo y logro acercarme a él
para asestar en el blanco.
Percibo la satisfactoria sensación de la carne que se abre
ante el filoso metal. La sangre salpica mi rostro y contemplo
el preciso instante en el que la cabeza de Jared se va de
lado y permite ver la mortal herida en su cuello. Cae al
suelo donde la sangre comienza a formar un charco.
Jadeante, observo mi costado, donde la flecha de metal me
atraviesa… esto es una mierda total.
—Oh, vaya. Me has facilitado el trabajo al matarlo por mí.
Se estaba volviendo fastidioso. —Miro hacia atrás de ella;
Aisa, que parece haberse recuperado un poco, quita las
ataduras de sus manos y se pone de pie con cuidado de no
ser vista por Amanda.
—¿Crees poder matarme tan fácil?
—Sí —dice, y saca su arma para apuntarme con ella.
Sonrío de lado.
—Bah… patética. A lo que tienes que recurrir para acabar
conmigo.
—El método es lo de menos, lo importante es que estarás
muerto, es lo único que deseo… que estés muerto. Pero,
antes debes admitir que soy mucho mejor que tú.
—Eres mejor que yo —digo con rapidez y simpleza, a lo
que ella frunce el ceño.
—¿Qué?
—Eres mejor que yo. —Me encojo de hombros—. Me has
superado en gran manera.
—¿Lo notas?
—Claro, es fácil darse cuenta, y debo darte las gracias
por deshacerte de Marc, ya que yo no podía matarlo.
—Murió de manera genial.
—Puedo verlo.
—Si sabes lo genial que soy, únete a mí.
—¿Por qué querría hacer algo así? —cuestiono entre risas
burlonas.
—Porque es la única opción que tienes —responde a la
vez que quita el seguro del arma—; o te unes a mí o te
mueres.
—Mátame, prefiero morir —digo y su mirada se endurece.
Estoy intentando distraerla mientras la pequeña se
decide en actuar. Apenas noto que sujeta el garrote con
pinchos y amenaza con golpear a Amanda, pero duda.
Resoplo molesto. ¿Por qué demonios duda?
Cuando finalmente se arma de valor, golpea a la que
creyó su amiga de toda la vida. El golpe no tiene suficiente
fuerza para matar a Amanda, pero funciona para distraerla.
Cae al suelo aturdida. Pretendo echarme sobre ella, pero me
apunta con tanta rapidez que me sorprende y después una
bala me roza la mejilla. Nos quedamos quietos cuando, a lo
lejos, se escuchan las sirenas de las patrullas. ¿Por qué la
policía viene?
—¡Maldito Zac! —exclama Amanda, mientras se pone de
pie sin dejar de apuntarme—. Sí lo hizo. Pero ya no importa.
Acabemos con esto rápido.
Mi respiración se hace más lenta y profunda debido al
dolor y a la sangre que comienzo a perder. La flecha es
molesta, pero no puedo retirarla. En caso de hacerlo moriré
desangrado más rápido. Miro hacia Aisa, que parece perdida
otra vez en su mente, como si se negara a creer lo que está
pasando.
—¡Pequeña, reacciona! —grito. Alza la cabeza y me mira.
—As…
—Son tan ridículos y decepcionantes que merecen morir
juntos. ¿No les gusta la idea? —pregunta Amanda, que se ha
acercado a la puerta. Las sirenas se escuchan cada vez más
cerca—. Pero la verdad es que ustedes no se merecen una
muerte hermosa. Son patéticos y deben morir de la misma
manera.
—Ya basta, Amanda. Ya fue suficiente. —La pequeña se
pone de pie, y camina hacia mí, bajo la atenta mirada de
Amanda, que le sigue apuntando con el arma. Me sujeta
cuando llega a mi lado, sonríe y recarga su frente en mi
pecho—. Estoy tan feliz de que hayas venido —musita.
—Eres demasiado idiota como para dejarte sola. —Echo
sus cabellos hacia atrás y ella sonríe. Nuestras manos
ensangrentadas se unen y nos dan estabilidad el uno al
otro.
—¡Dejen esa escenita estúpida! —exclama Amanda
viéndose furiosa.
—Tú pierdes, Amanda —dice la pequeña, y tanto Amanda
como yo la miramos con atención—. No importa nada de lo
que has hecho, todo ha sido una pérdida de tiempo. ¿No te
das cuenta?
—¿De qué hablas?
—Soy yo la que está con el Asesino de la Luna. —Las
facciones de Amanda se desfiguran ante las palabras de la
pequeña—. Sé que por eso me odias. Mataste a mis padres
para llamar la atención de Dominik y no lo lograste, pero yo
sí.
—Cállate…
—De nada te sirvió hacer todo este espectáculo. A final
de cuentas soy yo quien ha vivido la historia que tú
deseabas.
—¡Cállate, Aisa!
—Soy yo la secuaz del asesino. Soy yo su acompañante.
Soy yo quien ha captado su atención. Soy yo quien ha
probado sus besos. Soy yo quien ha estado en su cama. —
La pequeña sonríe y la expresión de Amanda se endurece
aún más—. Eres tan patética que no fuiste capaz de llamar
la atención del único chico que te ha gustado en toda tu
vida.
—¡Él ya no me gusta!
—Qué bien, porque es mío y no pensaba cedértelo.
—Aunque lo hicieras, jamás me iría con alguien como ella
—digo para aumentar la ira de la chica. Su mano que
sostiene el arma comienza a temblar.
—Por supuesto que no. —La pequeña me rodea con sus
brazos y siento la humedad de la sangre que escapa de mi
cuerpo—. Soy yo quien te gusta.
—Me encantas. —Nos sonreímos mutuamente. Para este
momento Amanda que está por completo enfurecida.
—Par de idiotas. Son tal para cual. Eres una gran
decepción, Dominik, ahora morirás; y tú, Aisa, tú debes vivir
y sufrir lo que resta de tu vida. No dejaré que estén juntos ni
en la muerte, así que dile adiós a tu amado.
Mi mente se bloquea en los siguientes segundos y no
puedo reaccionar ante nada. Solo escucho de manera lejana
el sonido de un disparo. Los fuertes latidos de mi corazón
me ensordecen. Caigo de rodillas y sostengo el cuerpo de
Aisa en mis ya débiles brazos. Nos miramos asustados. No
sé qué hacer o decir.
—Cambié de opinión. Es mejor que ella muera —dice
Amanda, antes de soltar una fuerte carcajada—. Aunque
pronto estarás muerto tú también. Ahora iré a matar a tu
pequeña hermana. Te aseguro que lo disfrutaré mucho.
—No… —balbuceo, sin encontrar las palabras adecuadas.
Aisa apenas puede mirarme con lucidez, y sonríe a pesar de
las lágrimas que se derraman por sus mejillas—. No mueras,
pequeña.
Intento hacer presión en la herida y detener el sangrado,
pero yo mismo me encuentro en una mala posición. Ya me
es un gran esfuerzo mantenerme consiente.
—Resiste un poco más. —El sonido de las sirenas cada
vez se acerca más—. Vas a estar bien y nos iremos los tres
de esta apestosa ciudad… ¿no es eso lo que querías?
—S-sí… los tres. —Su voz suena quedita, en un apenas
perceptible murmullo—. Gretel, tú y yo.
—Entonces mantén los ojos abiertos.
—S-sí. —Sus temblorosas y frías manos acarician mis
mejillas. Ella sigue sonriendo a pesar de que muestra una
mirada resignada a su final.
Mientras ignoro el dolor del metal en mi cuerpo, me
inclino todo lo que puedo para acercar mi rostro al de ella.
Nuestras frentes chocan y nuestras lentas respiraciones se
mezclan.
—D-Dominik… —Sus ojos se cierran, sus labios tiemblan
y las lágrimas continúan fluyendo—. Te amo —murmura y
cierro los ojos con fuerza. Rozo levemente mis labios con los
de ella. Mi mente se nubla cada vez más.
Algo que nunca había sentido oprime mi pecho con
fuerza. Siento cómo la vida la abandona poco a poco. Me
maldigo una y otra vez y me maldigo todavía más al ver lo
egoísta que soy por no arrepentirme de nada, por no desear
cambiar ni una sola de las cosas que llevaron a este
patético final.
Adiós…
Un adiós susurra ella contra mis labios. Gimo por la
impotencia y la beso, mezclando el sabor de su sangre y la
mía. Ella me corresponde con las últimas fuerzas que le
quedan, pero su cuerpo se vuelve más pesado. Sus manos
resbalan de mis mejillas cayendo a sus costados. Cierro los
ojos con todas mis fuerzas y soy capaz de saborear la
muerte sobre sus labios.
Sin querer, pero con el deber de hacerlo, me separo de
ella y degusto ese último beso con un claro sabor a muerte.
Dejo a Aisa sobre el suelo, y empleando la fuerza que me
queda, me pongo de pie. Si debo morir, moriré con gusto,
pero no puedo dejar ir a Amanda sabiendo que irá por
Gretel. Salgo del lugar, cegado por los rayos del sol.
Amanda está parada a la orilla del despeñadero con la
atención hacia abajo. Cuando me ve, sonríe y espera a que
llegue a ella, pero entonces escucho voces detrás de mí. No
me queda más que maldecirlos por no haber llegado antes.
Mucho, mucho antes...
Mientras más me acerco a Amanda ella más retrocede,
con un amago de aventarse. Mi visión comienza a nublarse.
Escucho un molesto pitido que aturde mis oídos y taladra mi
cabeza.
Continúo hasta estar cerca de Amanda. Ella me observa,
impasible, con esa mirada que siempre mostró frente a mí.
Recordar que pude matarla desde mucho tiempo antes y
que no lo hice solo para estar más tiempo con Aisa, hace
que quiera arrancarme la cabeza. Creí tener toda la
situación en mis manos, pero nunca tuve el control de nada.
Miro por encima de mi hombro y con la vista algo borrosa
logro ver cómo sacan en una camilla el cuerpo de la
pequeña. Un hombre camina hacia mí, es quien mandó a
matar a Hans y lo suplantó. Él es quien tiene todas las
respuestas que deseo, pero ya no tengo tiempo. Todo
comienza a tornarse negro, y cada vez es más difícil
mantenerme en pie, por eso decido actuar más rápido.
Llevo mis pasos hasta Amanda. Ella permite que me
acerque; parece feliz y confiada con la situación.
—He fantaseado con este momento incontables veces —
dice con gran satisfacción—. Tú; viniendo a mí, con la
mirada vacía y moribundo. Todavía hay tiempo. Puedo
impedir que mueras otra vez. Solo acepta mi mano. —
Extiende su mano hacia mí, la sujeto y tiro de ella para
poder abrazarla. Nos doy la vuelta y la dejo por delante de
mí.
—Se supone que lo matarías —dice el hombre a Amanda
—. ¿No fue por eso por lo que te dejé vivir?
—Solo mírelo. Está más muerto que vivo.
—Ese no fue el trato. Ahora no puedo dejarte ir.
—¿¡Qué!? Pero… —Enredo mi brazo alrededor del cuello
de Amanda, esperando que guarde un poco de silencio.
—¿Quién eres tú y qué tienes que ver conmigo y mi
familia? —cuestiono al hombre.
—Mi nombre es Samuel Días. Soy la mano derecha de
aquel que mandó matar a tu familia. Y también soy a quien
le debes la vida, porque gracias a mí es que has llegado
hasta aquí.
—No voy a agradecerte por eso, y dudo que hayas venido
a decirme lo que deseo escuchar.
—No hay nada que decirte; morirás sin saber la verdad.
—¿Por qué esperaste tanto?
—Ya no te necesito vivo, y has causado todos estos
problemas por ti mismo. Nos has dejado sin opción. No lo
tomes personal, son cosas de trabajo.
—Entiendo. —Me inclino hacia Amanda y susurro a su
oído—: Vendré a jugar contigo desde el otro mundo.
La empujo, a la vez que me impulso hacia atrás. Ella cae
de rodillas frente al oficial, quien la sujeta enseguida. Lo
último que logro ver antes de caer es su sonrisa llena de
burla y triunfo, pero el triunfo me lo llevo yo.
Cierro los ojos mientras siento al viento acariciarme
durante la caída. El cielo se ve más lejos y el infierno me
abre sus puertas. Mi cuerpo cae al río. No tengo fuerzas
para nadar, así que permanezco con los rayos del sol
traslucirse a través del agua, hasta que todo se torna oscuro
y me sumerjo en la nada.

Aisa

Miro las gotitas de lluvia deslizarse por el cristal. La gente


pasa caminando bajo sus sombrillas; algunos corren y otros
más disfrutan la lluvia sobre su piel. Suspiro, empañando
por segundos la ventana. Hoy ha sido un día demasiado
triste. Las últimas semanas lo han sido.
—¡Has despertado! —escucho la voz de Ágata y me giro.
—Sí. —Sonrío a medias.
—América está aquí. Quiere verte.
—Yo también quiero verla. —Me levanto con cuidado del
alféizar y camino hacia la cama.
—No deberías estar levantada.
—Me entumo de estar tanto tiempo en la cama.
—No tiene mucho que despertaste de un coma. Entiende
que no puedes andar de aquí para allá.
—Son menos de dos metros de la cama a la ventana —
digo, pensando que exagera. Ella me sonríe con ternura y
camina hasta mí.
—Cuando pensé que morirías me asusté mucho. —Me
abraza—. No sabes lo feliz que soy de que mi hija haya
despertado. Tienes una fuerte voluntad, Aisa, a todos les
sorprendió que después de todo hayas vuelto a la vida. —Yo
albergo cierta decepción respecto a ello.
—¿No me odias?
—Claro que no, ¿por qué lo haría?
—Zac murió por mi culpa. Todo lo que ha pasado fue mi
culpa.
—No lo fue, no digas eso.
—Pero…
—Basta, Aisa. Fuiste víctima de las circunstancias y… de
personas malas. No fue tu culpa. —Saber que soy víctima es
algo que me causa gran conflicto. Preferiría tener el odio de
todos. Sería más fácil—. El que sigas viva después de pasar
por tanto es una señal de algo. ¿No crees?
—Al parecer tengo una misión que cumplir —digo con
sarcasmo, para después recargar mi frente en su pecho.
—Gretel… sigue sin hablar —dice con pesar—. La muerte
de su padre la dejó mal. —  Claro, Ágata no sabe que Marc
no era padre de Gretel, mucho menos sabe que era
hermana de As y que es él a quien le llora.
—N-no debió morir.
—Lo bueno es que el asesino ha muerto. Ahora todo
volverá a ser como antes, o al menos un poco. —Ágata da
un beso en mi frente y se pone de pie para ir hacia la puerta
—. Le diré a América que entre.
Ha pasado casi un mes desde aquellos sucesos. Mi mente
está confusa y lo último que recuerdo son los labios de As
sobre los míos. Después de eso todo se brinca hasta el día
que desperté en esta habitación de hospital. Ágata se
encargó de informarme todo lo sucedido. Estuve en coma
por varios días y los médicos ya me daban por muerta, pero
América y sus padres mantuvieron la esperanza de que
despertaría y lo hice. Las enfermeras dicen que fue un
milagro. Yo pienso que es más una maldición.
Sé que debería estar feliz y agradecida, pero no me
siento de tal manera, y desde que supe que As murió, no he
hecho más que lamentar no haberme reunido con él en el
infierno. Ahora estoy aquí, aceptando esta nueva realidad;
Zac, Marc y As están muertos. Amanda desapareció, creo
que fue el detective Días quien se hizo cargo de ella. El
mismo día que desperté me hizo una visita.
—Tiene más vidas que un gato —dijo mostrándose
disgustado, hasta creí que había venido para matarme—. Si
no quiere ver sufrir a la gente que le queda, entonces
guarde silencio. Jared es el Asesino de la Luna, él la
secuestró, mató a su tío y a Zac. Dominik jamás existió y
Amanda murió aquella tarde frente a su amiga. ¿Queda
claro? —Asentí, mi asustada mirada le dejó claro que jamás
abriría la boca. No sé por qué decidió perdonarme la vida.
Así que nadie sabe que Amanda estaba viva, a la fecha
todo el mundo piensa que murió en manos del Asesino de la
Luna, cuya identidad adjudicaron a Jared. Y As jamás existió.
Supongo que todo se acomodó a favor de las autoridades.
No sé si llorar o reírme por lo patético que fue eso.
No he visto a Gretel, pero sé que no está bien. Su
hermano ha muerto, y de alguna manera ha quedado sola.
Sé que yo no soy lo suficiente para llenar el vacío en su
interior. No puedo imaginar cómo debió sentirse al saber
que As saltó por voluntad propia. Fracasé al persuadirlo de
no morir.
—¡Aisa! —Sonrío cuando América entra a la habitación.
Se acerca para abrazarme—. ¡Estoy tan feliz!
—Estoy de vuelta —digo en un leve susurro.
—Ya perdimos a Amanda. —Suelta un sollozo—. No puedo
perderte a ti.
Sonrío con tristeza; la mentalidad humana da miedo,
mucho miedo. ¿Cómo pudo una chica como Amanda hacer
algo así? Pero, de alguna manera siento que la Amanda que
siempre conocí está muerta, y la que se encuentra
encerrada es alguien ajena a mí. Creo que pensarlo así es lo
mejor.
—Lamento lo de Zac —digo, y ella se tensa—. Fue mi
culpa.
—No lo fue, no lo digas… solo no lo menciones. Dominik y
tu tío también han muerto… yo quiero olvidar todo eso, así
que solo no lo menciones.
Seguimos abrazadas. Ella llora de emoción y de tristeza.
Yo ya no puedo llorar. La muerte de As ha dejado un vacío
tan grande en mi interior que hasta llorar lo veo innecesario.
Cuando murió mi familia, quedé pendida de un delgado
hilo que me sostenía de no caer en la profundidad de mi
alma vacía. Ahora que As murió, no hay nada que me
sostenga; he caído hasta el fondo.
Es horrible este sentimiento de ser consumida por un
hoyo negro. Todo parece volverse nada, soy como un simple
maniquí cuya existencia no tiene valor.
Él era mi punto estable dentro de mi inestabilidad, mi
mortal refugio, mi brillante oscuridad. Tomé su mano y me
arrojé en caída libre a un abismo sin retorno.
Él ya no está, pero yo sigo cayendo.
Epílogo

6 meses después…

Termino de cerrar la maleta y suspiro. Sentada al pie de


la cama está Gretel, ensimismada y con una pesadumbre
ensombreciendo su rostro. Me duele verla así, hundida en el
dolor y la desilusión de estar abandonada.
Cuando pudo visitarme en el hospital, se echó a mis
brazos, y de manera desconsolada me preguntó una y otra
vez por qué su hermano prefirió morir a quedarse a su lado.
No supe qué responder.
Al sentirse observada, pone sus ojos grises sobre mí y mi
corazón da un vuelco; su mirada está tan vacía. Mira de
manera tan fría que me hace pensar en As sin siquiera
desearlo. Es obvio que estando con ella jamás podré
olvidarlo.
—¿Estás lista? —pregunto y asiente con la cabeza.
Desde la muerte de As, se volvió muy silenciosa. Habla
solo para lo necesario, y la mayor parte del tiempo se
sumerge en sus pensamientos. En algunas otras ocasiones
sonríe de manera maniaca como si maquinara cosas
diabólicas en su cabecita.
—¿Estás segura de esto? —me pregunta en un murmullo.
—Sí.
—Bien.
Hemos decidido irnos de este lugar asfixiante que no
hace más que matarnos de manera lenta. Nos iremos a su
ciudad natal como era el deseo de As. Comenzaremos una
nueva vida ella y yo solas, separadas de todo lo que ha
pasado en este lugar. Dejaremos todo, y no me arrepiento ni
pienso volver a atrás.
Prometí a As que cuidaría de su hermana y eso haré.
Ahora ella es mi hermana y estaré para ella como lo estuve
para As sin importar lo que haga. Si digo que no tengo
miedo de lo que pueda pasar sería mentir, pero no quiero
detenerme a pensar en nada.
Aparte del dinero de mis padres, Marc dejó una cantidad
considerable a mi nombre. No quiero saber cómo lo
consiguió, pero gracias a eso podremos vivir sin
preocuparnos por algún tiempo. Aun así, trabajaré, pagaré
mis estudios y los de Gretel y después seré capaz de
conseguirme un empleo que nos dé una vida digna.
—Bien, vámonos ya —dice la niña, poniéndose de pie—.
No quiero estar más tiempo en este lugar.
Salimos en silencio de la casa y subimos al taxi que ya
estaba esperándonos. Nos vamos de noche, de una manera
oculta, sin avisar a nadie. Sé que los padres de América no
me dejarán marchar, así que tengo que aguantarme el dolor
de irme sin despedirme, porque sé que no los veré nunca
más.
De camino a nuestro nuevo destino, Gretel se recarga en
mi hombro y toma mi mano con fuerza. Puedo sentir su
cuerpo temblar. Constantemente me dice que tiene miedo.
Su mirada, su tono de voz, sus palabras son
desconcertantes, y aunque una parte de mí sabe de qué
habla, prefiero ignorar ese hecho. Devuelvo el apretón a su
mano como muestra de mi apoyo. Levanta la vista y me
sonríe. Sus ojos brillan de una manera que hace que As
venga a mi mente. Tiene esa mirada y sonrisa llena de
superioridad que dice: «soy mejor que todo el mundo», o tal
vez lo que está diciendo es: «los mataré a todos». Ni
siquiera lo sé, pero no ignoro el legado que su hermano le
ha dejado. Y aunque no me gusta la idea, sé que ella no
dudará en seguirlo y yo no dudaré en quedarme con ella.
Con mi pequeña mini-As. Sea lo que sea que enfrentemos,
todo lo haremos juntas hasta el final.
 

FIN.
 
Agradecimientos

A César M. Bretón, Emanuel Bravo, Sergio Saldaña y Julián


Barrera. Sin su apoyo este libro no hubiera sido posible.
Gracias por no dejar que me rindiera.
A mi amada familia, por su apoyo incondicional.
 

También podría gustarte