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La cabaña es una película muy completa, donde se nos muestra a lo largo de esta

ciertos cuestionamientos que todos nos hacemos en algún punto de la vida, y de


las cuales siempre esperamos una respuesta. Y desde el punto religioso, el cual
es el que abarca esta película, los seres humanos somos hijos de Dios, creados a
imagen y semejanza suya, ya bien se menciona en el Génesis, Gn 1:27, “Creó,
pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y
hembra los creó.” Es decir, que la naturaleza humana es buena porque ha sido
creada buena por Él, siguiendo con el Génesis, aquí se nos dice que Dios va
creando las cosas y afirma la bondad de todo lo creado: “y vio Dios que era
bueno”. Todo lo que ha creado el Señor es bueno. El hombre y la mujer también.
Los creó buenos y los enriqueció con bendiciones, Gn 1:28, “Y bendíjolos Dios, y
díjoles Dios: Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y someterla; mandad
en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre
la tierra.”
Pero Dios también ha revelado que la naturaleza humana fue herida gravemente
por el pecado original, y que esa herida se transmite a toda la raza humana,
creada buena pero herida, la naturaleza humana necesita ser sanada por la
Gracia. Y puede ser sanada porque Dios está empeñado en sanarla.
En este caso, por ser creados a imagen y semejanza de Dios, nuestra naturaleza
es amar, así como Dios nos ama con amor inmenso, y así como Dios nos
perdona, nosotros deberíamos perdonar, sin embargo, los hombres aún no hemos
llegado a comprender el verdadero misterio del amor, y quizá tampoco el misterio
de nuestro propio corazón, Jer 17:9, “El corazón es lo más retorcido; no tiene
arreglo: ¿quién lo conoce?”, Dios nos ama sin esperar que nosotros le amemos,
porque su esencia es el amor, pero los hombres amamos y deseamos y
esperamos ser correspondidos, y cuando no es así, no hiere, y el esperar algo a
cambio es nuestro primero error, por esperar es que no logramos dar el perdón, a
quien nos ha herido y traicionado.
Y todo lo que somos, es decir, el cómo somos, el porque nos comportamos de
cierta manera, todo viene desde nuestro adentro, Mt 15:19, “Porque del corazón
salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos
testimonios, injurias.” Dios no es responsable de nuestras acciones, nosotros
somos responsables si pecamos, Snt 1:13-14, “Ninguno, cuando sea probado,
diga: <Es Dios quien me prueba>; porque Dios ni es probado por el mal ni prueba
a nadie. Sino que cada uno es probado por su propia concupiscencia que le
arrastra y le seduce.” Dios nos creó porque nos ama, y nos ama tanto que nos
dejó comportamos tal y como nosotros creamos convenientes, nos dio el libre
albedrío, tomar nuestras propias decisiones y decidir qué es lo correcto y que no lo
es, así pues, nuestra naturaleza proviene de lo que creemos y pensamos, nos
comportamos de tal manera, porque pensamos que así se debe hacer, nuestro
corazón es lo que somos.
No obstante, tampoco hay que olvidar que la raza humana está manchada por el
pecado original, es así, que el pecado ha corrompido nuestra naturaleza, y nuestra
naturaleza como tal está destinada a pecar, Ef 2:3, “entre ellos vivíamos también
todos nosotros* en otro tiempo en medio de las concupiscencias de nuestra carne,
siguiendo las apetencias de la carne y de los malos pensamientos, destinados por
naturaleza, como los demás, a la Cólera…”, y aquí está la importancia del perdón,
el cual era el foco de la película, al estar destinados a pecar, debemos aprender a
perdonar y a pedir perdón, porque esa será nuestra salvación.
Hay una parte importante de la película, donde Dios dice que él no es el que
provoca el mal en este mundo, sino que es responsabilidad del hombre por las
decisiones que toma, esto de igual manera tiene que ver con nuestra naturaleza,
Snt 4:1, “¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre vosotros? ¿No es
de vuestras pasiones que luchan en vuestros miembros?”, ligándolo con Rm 3:10-
12, “Pues ya demostramos que tanto judíos como griegos están todos bajo el
pecado, como dice la Escritura: No hay quien sea justo, ni siquiera uno solo. No
hay un sensato, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se
corrompieron;”, las guerras y el mal del mundo tienen que ver con la corrupción del
ser humano, y la corrupción es procreada por las decisiones que tomamos, y el
poder tomar decisiones es parte de nuestra naturaleza, la libertad es parte de
nuestra naturaleza.
“La regla de oro que Dios ha inscrito en la naturaleza humana” es “que solo el
amor da sentido y felicidad a la vida”, ha afirmado el Papa Francisco en el ángelus
del 3 de septiembre de 2017.
Presidiendo la oración mariana en la plaza San Pedro, el Papa ha advertido:
“Gastar sus talentos, sus energías y su tiempo solo para salvarse, protegerse y
realizarse a sí mismo, conduce en realidad a perderse, es decir a una existencia
triste y estéril”.
“Si, al contrario, ha añadido, vivimos para el Señor y fundamentamos nuestra vida
sobre el amor; como lo ha hecho Jesús, podremos saborear la alegría auténtica y
nuestra vida no será estéril, sino que será fecunda.”
Denunciando la “tentación de querer seguir un Cristo sin cruz”, el Papa Francisco
ha animado “a no dejarnos absorber por la visión de este mundo, sino a ser cada
vez más conscientes de la necesidad y de los esfuerzos para nosotros cristianos
de avanzar contracorriente y cuesta arriba.”
“La capacidad de reflexión, la argumentación, la creatividad, la interpretación, la
elaboración artística y otras capacidades inéditas muestran una singularidad que
trasciende el ámbito físico y biológico. La novedad cualitativa que implica el
surgimiento de un ser personal dentro del universo material supone una acción
directa de Dios, un llamado peculiar a la vida y a la relación de un Tú a otro tú. A
partir de los relatos bíblicos, consideramos al ser humano como sujeto, que nunca
puede ser reducido a la categoría de objeto”.
Francisco nos muestra la denominada ley natural: la real naturaleza humana que
está constituida por las diversas dimensiones que conforman a la personas:
espiritual, corporal, moral y social. La ley natural expresa una antropología integral
que nos comunica la naturaleza trascendente, vital, corpórea, ecológica, familiar y
sociable del ser humano que hay que respetar. Nos manifiesta la conciencia moral
que humaniza y trasciende al ser humano en la búsqueda de la verdad y belleza,
de la vida y el bien común con la vida social. En la diversidad y
complementariedad antropológica, sexual y afectiva del hombre con la mujer en su
unión para un amor fiel que da vida y se abre a los hijos, a la solidaridad y al
compromiso por la justicia con los pobres.

Tal como enseña el Papa Francisco,

“la ecología humana implica también algo muy hondo: la necesaria relación de la
vida del ser humano con la ley moral escrita en su propia naturaleza, necesaria
para poder crear un ambiente más digno. Decía Benedicto XVI que existe una
«ecología del hombre» porque «también el hombre posee una naturaleza que él
debe respetar y que no puede manipular a su antojo». En esta línea, cabe
reconocer que nuestro propio cuerpo nos sitúa en una relación directa con el
ambiente y con los demás seres vivientes. La aceptación del propio cuerpo como
don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo entero como regalo del
Padre y casa común, mientras una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se
transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la creación. Aprender a
recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es esencial para
una verdadera ecología humana. También la valoración del propio cuerpo en su
femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el
encuentro con el diferente. De este modo es posible aceptar gozosamente el don
específico del otro o de la otra, obra del Dios creador, y enriquecerse
recíprocamente. Por lo tanto, no es sana una actitud que pretenda «cancelar la
diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma»” (LS 155).

“Cuando insistimos en decir que el ser humano es imagen de Dios, eso no debería
llevarnos a olvidar que cada criatura tiene una función y ninguna es superflua.
Todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado
cariño hacia nosotros. El suelo, el agua, las montañas, todo es caricia de Dios”,
afirma.

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