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Los gratos olores de las tierras vírgenes del campo provocaban bostezos de
siesta.
Algunas piedras, sentadas sobre tupido musgo, parecían inclinarse hacia los
árboles abstraídos…
Allá, se movía indecisa una silueta, casi en el término del angosto sendero que
sepenteaba por la falda de la Colinas.
Era Sonyo, triste, impaciente. ¡Había caminado tantas horas, sin forzar el arco,
entre sus brazos; sin lanzar una flecha! ¡Y sin una esperanza!…Cómo volaba el
tiempo!…La noche se aproximaba.
Para regresar á la aldea, lo más pronto, era necesario bajar al llano y vadear el
río, que pasaba-como los sabios-callado y profundo.
Vacilaba Sonyo en la orilla para atravesar las aguas cuando, de pronto, divisó
una pareja de patos mandarin, que en Japón le llaman: oshidori,
tranquilarnente, tan unidos que parecian nadar soldados por las alas.
Se acercó cautelosamente, sacó una flecha del carcaj, la cruzó sobre el arco; y,
estirando el brazo, jaló la cuerda, y la flecha - perforando el espacio - siguió Ia
dirección de la mirada.
Sin abrir puertas, entró súbitamente una bellisima joven, llorando inconsolable.
Cada sollozo salía como arrancando un pedazo del corazón.
Sólo un dolor muy grande, sólo una desgracia infinita eran, sin duda, el origen
de tan acerbas lágrimas.
JI KUKUREBA
SASISHI MONO WO, AKANUMA NO
MAKAMO NO KURE NO
JITORINE ZO UKI
Al ocultarse el sol
á seguirme le invitaba…
¡Qué triste es ahora
dormir sola
en los matorrales de Akanuma!
Sonyo sintió tal inquitued en su espíritu, tal turbación en sus sentidos que creía
volverse loco.
Y balbuceaba , á solas:
-¿Y qué? …aquello es sueño y nada más. Pero ¿y el poema suyo?…Y sus
palabras: “Mañana vuelve á Akanuma y comprenderas”…Esto es algo
maravilloso… Sea lo que sea, voy en seguida. Necesito convencerme.
Necesito ahogar estos sobresaltos de mi conciencia.
Aunque Sonyo era hombre de carácter firme, sentía escalofríos internos, tristes
presentimientos.