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AMOR DE OSHIDORI

Aquel día Sonyo tuvo hambre.


Se calzó sus warayi, sandalias de paja, que como él usaban todos los aldeanos
, se puso a la espalda el carcaj repleto de flechas, y con el arco en la mano-
como un báculo-salió al campo.

El sol de una tarde tibia inundaba las comarcas de la provincia Mutsu.

Las nubes medrosas se ocultában detrás de las montañas. Bajo el ramaje de


los pinos y entre las selvas de bamboo, ni aleteos, ni ruidos, ni susurros…

Los gratos olores de las tierras vírgenes del campo provocaban bostezos de
siesta.

Algunas piedras, sentadas sobre tupido musgo, parecían inclinarse hacia los
árboles abstraídos…

Era la solemnidad del silencio. Era la naturaleza, en éxtasis, como si pasara un


séquito de dioses invisibles.

Allá, se movía indecisa una silueta, casi en el término del angosto sendero que
sepenteaba por la falda de la Colinas.

Era Sonyo, triste, impaciente. ¡Había caminado tantas horas, sin forzar el arco,
entre sus brazos; sin lanzar una flecha! ¡Y sin una esperanza!…Cómo volaba el
tiempo!…La noche se aproximaba.

Para regresar á la aldea, lo más pronto, era necesario bajar al llano y vadear el
río, que pasaba-como los sabios-callado y profundo.

Vacilaba Sonyo en la orilla para atravesar las aguas cuando, de pronto, divisó
una pareja de patos mandarin, que en Japón le llaman: oshidori,
tranquilarnente, tan unidos que parecian nadar soldados por las alas.

Hacia ellos se dirijió Sonyo, murmurando :

-A quien mata estos animales le sobreviene muchas desgracias, muchas


aflicciones, pero…¿qué hacer?.. . ¿Qué mayores desgracias y aflicciones que
las traídas por el hambre?…

Se acercó cautelosamente, sacó una flecha del carcaj, la cruzó sobre el arco; y,
estirando el brazo, jaló la cuerda, y la flecha - perforando el espacio - siguió Ia
dirección de la mirada.

El disparo fué certero.


Traspasado el macho se agitaba agonizante. Y al batir sus alas salpicó con
gotas de sangre á la hembra desamparada.

E1la - mientras Sonyo cogía su presa - desapareció entre los matorrales de


la otra orilla. . . .

Después de la buena y abundante comida que le proporcionó la caza, fatigado


Sonyo - por la caminata del día - se fué directamente al lecho.

¡Qué noche aquella !… ¡Noche memorable ! Tuvo un sueño extraordinario, que


no olvidó en toda su vida.

Sin abrir puertas, entró súbitamente una bellisima joven, llorando inconsolable.
Cada sollozo salía como arrancando un pedazo del corazón.

Sólo un dolor muy grande, sólo una desgracia infinita eran, sin duda, el origen
de tan acerbas lágrimas.

Sonyo - restregándose los ojos, con ambas manos - se incorporó. Y habló,


entonces, la hermosa aparecida :

- ¿Cómo puedes dormir tranquilo ? … ¿Ha muerto tu conciencia, acaso ?


¿Dónde están los piadosos sentimientos ? ¿ Se ha apagado ya la luz de tu
memoria? . . . ¿Cómo olvidas tu ruin procedimiento ? . . .

¡Ah, Sonyo !…tu crimen es imperdonable por su crueldad y cobardía !…

¿Por qué lo mataste ? …

¡E1 nunca te hizo ningún mal…él nunca fué culpable…


Felices, con nuestro amor, nadabamos en Akanuma y…lo asesinaste!…
Y al matarle fué la sentencia de mi muerte.
Yo no puedo sobrevivir1e …Oye mi poema :

JI KUKUREBA
SASISHI MONO WO, AKANUMA NO
MAKAMO NO KURE NO
JITORINE ZO UKI

(Al ocultarse el Sol


á seguirme le invitaba…
¡Qué triste es ahora
dormir sola
en los matorrales de Akanuma!…

Finalmente, ahogada por el llanto y la desesperación, mirando con fijeza á


Sonyo, agregó:

- Mañana, vuelve á Akanuma, y comprenderás la magnitud de tu culpa, la


injusticia de tu crimen…

- ¡¿Sabes lo que es amor?! …¡Vuelve a Akanuma! Vuelve y comprenderas el


sentido de mis palabras.

Y, transluciendose, se evaporó lentamente.

En la mañana, despertó Sonyo muy temprano. El recuerdo le traía los más


mínimos detalles del sueño. Resonaban en sus oidos los angustiosos lamentos
de la extraña aparición. Creía escuchar, aun, el eco de sus gemidos. Y el
poema, el mismo poema de ella, involuntariamente, repetían sus labios :

Al ocultarse el sol
á seguirme le invitaba…
¡Qué triste es ahora
dormir sola
en los matorrales de Akanuma!

Sonyo sintió tal inquitued en su espíritu, tal turbación en sus sentidos que creía
volverse loco.

Y balbuceaba , á solas:

-¿Y qué? …aquello es sueño y nada más. Pero ¿y el poema suyo?…Y sus
palabras: “Mañana vuelve á Akanuma y comprenderas”…Esto es algo
maravilloso… Sea lo que sea, voy en seguida. Necesito convencerme.
Necesito ahogar estos sobresaltos de mi conciencia.

Y tomó el camino hacia Akanuma.

Aunque Sonyo era hombre de carácter firme, sentía escalofríos internos, tristes
presentimientos.

En ciertos instantes alijeraba los pasos, en otros los acortaba.

Su recia voluntad obedecía á una indecision desconocida.


Cabrilleaban ligeros temblores sobre sus piernas musculosas.
Suspiros de sobresaltos se escapaban de sus labios.
El corazón le latía con violencia.
Y llegó, por fin, á Akanuma.
Con paso inseguro avanzó por la orilla.
Sus miradas medrosas recorrían la ondulación de la corriente silenciosa.
Súbitamente se detuvo.
La viuda del oshidori, en el centro del rio, nadaba triste y solitaria. Y viendo á
Sonyo se aproximó, poco á poco, á la orilla por donde él venía…Cuando estuvo
cerca, con el pico, furiosamente, se abrió el pecho…Y murió ante los ojos
aterrados de Sonyo.

Después …Sonyo se rasuró la cabeza y se hizo bonzo, monje budista.

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