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Cuentan los abuelos que antes los ríos no existían, sólo dependían de las aguas
que caían del cielo, pero un día el Señor de la lluvia estaba enojado y el Sol
rajaba las piedras, los pobres árboles se secaban y crujían, como si estuvieran
ardiendo, las milpas estaban dobladas de calor.
Entonces se reunieron los ancianos del pueblo y dijeron:
“Hay que bailar y hacer fiesta para llamar a las aguas. Hay que contentar la
voluntad del Señor de la lluvia, que está enojado con nosotros.
Vamos a las milpas, con los cántaros llenos de bebidas y con las ollas en que echa
humo el copal.
Vamos con música y con canciones a divertir al viento para que se alegre y nos
ayude”.
Todos fueron y los sacerdotes pusieron en medio de los maisales tres piedras y
encendieron fuego para hacer el baile alrededor.
Luego hiceron música con gritos y sonajas para que las nubes vinieran.
Y los ancianos cantaron:
“¡Ay, el cielo está blanco y encendido, el polvo quema como chispas de lumbre! El
maíz nuevo se va a morir,si tú no llegas pronto. ¡Oh lluvia grande, lluvia buena!”
Llamaron al profeta para que dijera las palabras que tienen poder. Y después de
varias plegarias y ofrendas, el gran sacerdote dijo:
“Alguién ha hecho cosa prohibida al respeto del agua.
El que ofendió al viento del oriente, que es el suspiro suave del Sol, el que haya
sido, que venga aquí y que haga una ofrenda para pagar su culpa.
Nosostros, mientras, vamos a colgar flores rociadas con agua fría en la
enramada seca, para que se anime. Luego vamos a hacer la fiesta y a beber, y
vamos a cantar bailando”.
Poco más tarde, todos los hombres, mujeres, niños y ancianos danzaban, y
cantaban al ritmo de los tambores, y las trompetas de conchas de caracol
alrededor de aquel fuego sagrado en medio de las milpas.
“¡Venga la lluvia, la buena lluvia grande!, que hace cantar a los pájaros y
hace salir a los conejos de sus cuevas, para que la tierra se ponga contenta y
beba el agua.
Si estás enojado Yumil-chaac, Señor del agua, alégrate y ven con nosotros,
porque el agua es la buena madre para todo lo que vive, porque todo lo que vive
en la Tierra tiene sed”.
Y cuentan los abuelos que poco más tarde cayeron grandes, grandes aguaceros,
y así se formaron los ríos y los lagos para que el agua no faltara nunca más
sobre la tierra.
1 Versión libre de J.J., basado en “La danza de la buena lluvia” de Antonio Mediz Bolio en “La tierra del
faisán y el venado” Quinta edición COSTA-AMIC EDITORES, S.A. México, D.F. 1980. Pag. 99-101.