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Morales Coronel Jorge Iván

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Estructura Socioeconómica de México

Desarrollo Compartido

En 1970, Luis Echeverría tomó posesión como presidente. La sucesión presidencial no fue sólo el
cambio de hombre, sino el cambio de retórica. En palabras de la maestra Valeria Zepeda: “El
Desarrollo Compartido fue un plan de corte populista que buscaba compartir los beneficios del
crecimiento y una alianza entre obreros y campesinos”.

En los primeros meses de la presidencia de Echeverría el nivel de actividad económica estaba


deprimido, en parte por el menor gasto gubernamental por ser inicio de sexenio. Para poner en
marcha a la economía se decidió llevar a cabo varios proyectos de inversión, aun cuando éstos no
fueran relevantes. El objetivo era aumentar la producción en el corto plazo.

Como economistas, más que el nivel del PIB o su tasa de crecimiento, lo que debemos analizar es
el bienestar de los individuos. La reactivación de la economía vía gasto del gobierno aumentará la
producción, pero si este gasto no es utilizado en la creación de bienes o en la inversión de
proyectos lo suficientemente valiosos para la sociedad, entonces el gobierno tan sólo empeorará
la situación de las personas pues estará desviando recursos a actividades de poca productividad.

Para el año siguiente, la recaudación aumentó, pero el gasto público se incrementó en más del
doble (10.4% contra 21.2%). El déficit fue cubierto, en cierta medida, por la emisión de billetes del
Banco de México. Tanto la política fiscal, como la política monetaria tuvieron un sesgo
expansionista. El PIB creció 8.5% en ese año.

La inercia de estas políticas continuó en los años siguientes. A medida en que el gasto crecía, éste
fue cubierto vía la emisión monetaria del Banco Central, pero también mediante deuda externa (la
cual de 1974 a 1976 se duplicó). Con ello se generaron presiones sobre el tipo de cambio, que
comenzaba a estar sobrevaluado. Debido a ello, las importaciones se volvieron relativamente más
baratas en relación a la producción local, propiciando así déficits en la balanza comercial. El
proceso de reajuste cambiario se vislumbraba inevitable.

Ante este escenario, los inversionistas decidieron retirar sus capitales ante la inminente
depreciación del peso. Si mantenían sus inversiones en México, éstas valdrían menos en relación
con las inversiones hechas en alguna otra moneda. Esto desató una fuga de capitales, a pesar de
los incentivos fiscales para contener su salida.
La presión cambiaria culminó en septiembre de 1976 cuando el tipo de cambio se devaluó 59%;
esto en medio de una fuerte tensión entre el gobierno y el sector privado. Con el objetivo de evitar
mayores conflictos políticos, Echeverría decidió subir los salarios, decisión que hizo más largo y
doloroso el reajuste económico: la actividad industrial disminuyó, el consumo privado cayó y se
generaron presiones inflacionarias.

Dos meses después, Echeverría dejó la presidencia para que José López Portillo la ocupara (vale la
pena señalar que fue el único candidato registrado en dicha elección presidencial). La
recuperación de las relaciones del gobierno con el sector privado fue de suma importancia para la
nueva administración, así como la estabilización de la economía. El programa propuesto por el
Fondo Monetario Internacional para recuperarse de la crisis fue cabalmente cumplido. El déficit en
la balanza de pagos disminuyó, pero algo pasó a inicios de 1978: se descubrieron enormes
yacimientos de petróleo en el sureste del país.

A López Portillo le gustaba decir: “los países del mundo se dividen en dos tipos: los que tienen
petróleo y los que no lo tienen, y México tiene petróleo”. Así es como la economía retomó una vez
más la senda del crecimiento inflacionario, el gasto del sector público aumentó más de 30% en ese
año, en tanto que los ingresos fiscales no crecieron de manera significativa. Uno de los destinos
del gasto fue el Sistema Alimentario Mexicano (SAM), programa cuyo objetivo era lograr la
autosuficiencia en la producción de alimentos, es decir, se buscaba encauzar los ingresos de la
exportación de petróleo para la producción del campo, con la consigna básica de “sembrar el
petróleo”.

El desequilibrio externo se hizo patente a través de una balanza de pagos deficitara y una
constante sobrevaluación del tipo de cambio. Es curioso notar cómo una época de bonanza, como
el descubrimiento de mantos petrolíferos, concluyó en un deterioro de la estructura económica. A
este tipo de fenómenos se les conoce como la “enfermedad holandesa”.

La situación se volvió insostenible cuando en mayo de 1981 se dio una ligera caída en el precio del
petróleo. Si bien la caída no fue muy grande, el problema fue el error de diagnóstico tanto del
gobierno como de una parte del sector privado. Ambos consideraron que la caída de los precios
del petróleo era un fenómeno transitorio, por lo que mantuvieron su nivel de gasto y financiaron
el déficit vía deuda. En realidad, dicha caída inauguraría un periodo de bajas sistemáticas en el
precio del petróleo que terminaría por volver insostenibles los niveles de gasto público y elevaría
los niveles de endeudamiento del sector público y del privado.
Una nueva devaluación se hizo presente. En febrero de 1982, el peso perdió casi la mitad de su
valor frente al dólar. Las intenciones del gobierno por evitar una recesión fueron incongruentes.
Por un lado, anunciaba el recorte en el gasto; pero, por otro, decidía aumentar los salarios. Parece
que la historia se repite seis años después: devaluación, estrategias erróneas por contener la crisis
y tensiones con el sector privado.

En esta ocasión, el conflicto fue con el sector bancario. En septiembre de su último año de
gobierno, López Portillo tomó la inesperada decisión de expropiar a los bancos comerciales. Su
razón (o excusa) fue que ellos provocaron la fuga de capitales que desembocó en la devaluación.

Linkografía: https://www.dineroenimagen.com/2013-08-26/25035

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