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Rodulfo Ricardo El Nino y El Significante Un Estudio Sobre Las Funciones Del Jugar en La Constitucion Temprana Buenos Aires Paidos 1996 PDF
Rodulfo Ricardo El Nino y El Significante Un Estudio Sobre Las Funciones Del Jugar en La Constitucion Temprana Buenos Aires Paidos 1996 PDF
EL NIÑO
Y EL SIGNIFICANTE
U n estudio sobre las funciones
del jugar en la constitución temprana
PAIDOS
B u en a s A ire s
B arce lo n a
M éx ic o
-/<*. rehnpresiñn. 1996
ISBN 950-12-4133-5
Prólogo ilc la Dra. María Lucila P clcm o ................................. 11
Ininxlucción................................................................................. 15
4 IMPLICANCIAS Y FUNCIONES DE
LA FALIZACION TEM PRANA...................................... 76
N O TA S......................................................................................... 237
Se puede oscilar entre una variante clásica y una más con
temporánea en cuanto a los “agradecimientos” : la segunda los
sabe con un “ombligo” que se dispersa en lo desconocido; la
primera aconseja sensatamente acotarlos un poco. En ese tren,
y apoyándose en inciertos jirones de frases y lugares a un
tiempo móviles y repetitivos, como también en otros que han
sido y son posibilitacioncs, es ineludible una cálida deuda con
mi esposa Marisa Rodulfo: circunstancias concretas renuevan
aquí el socorrido cliché que reza “sin cu y o ...” , etc., etc. La
señora Laura Pound trabajó largas horas para hacer legible un
manuscrito que al parecer no lo era tanto y la señora Silvia
Goicoa la ayudó en esto y otros detalles con prolijidad y
paciencia. Por su parte, la señora Irma Ruiz Aused, de la
Editorial Paidós, aportó sugerencias realmente valiosas: incli
narse por escribir “ falizar”, en reemplazo del usual galicismo
“falicizar”, como así también la bella expresión “dem asía” en
lugar de “plus” . Por último, mi reconocimiento especial al Dr.
Raúl Mejía, padrino de tesis, tan discreto y amable como
alentador. Enumerar estas circunstancias excede la conven
ción formal: quien escribe hace su propia experiencia sobre la
necesariedad de los apuntalamientos.
A lo largo del texto, las comillas dobles enmarcan dichos
ir Unales de pacientes o pequeñas citas, también textuales, de
otros autores. En cambio, las comillas simples puntúan giros
relativamente típicos, genéricos, o ciertos efectos de entona
ción, por ejemplo irónica.
A Marisa
No siempre la publicación de un texto encuentra su lugar y
su tiempo apropiados. Las raras y bienvenidas ocasiones en
que ese encuentro se produce, revelan que el autor pudo captar
con lucidez un momento crítico, aquel Kairos de los antiguos,
y form ular su respuesta personal.
En la historia de nuestra disciplina —el psicoanálisis—
algunas de esas circunstancias criticas se vinculan con el
movimiento al que parecen estar sujetas las teorías. Como se
observa una y otra vez, el advenimiento de una nueva teoria
conmueve los cimientos de conceptos hasta ese momento
vigentes. Sin embargo, muy rápidamente los nuevos concep
tos se emblematizan, perdiendo su carácter revulsivo y crea
dor.
Este circuito, casi inexorable, no obliga a resignarse a sus
efectos. Por el contrario, exige una lucha para correrse del
deslumbramiento que produce lo nuevo, así como de la trivia*
lización a la que conduce su transformación en emblema.
En este texto, justamente, Ricardo Rodulfo toma la decisión
de revisar algunos de los efectos de un momento revoluciona
rio y crítico: el que se inició en nuestro país con la introducción
de la teoría del significante, uno de los elementos cruciales de
la concepiualización lacaniana.
Acompañado por la profunda convicción de que en el
ámbito científico los conceptos son herramientas para pensar,
y no mandatos a seguir ni ídolos a sacralizar, revisa en este
texto las consecuencias de una lectura “demasiado lineal” de
la teoría del significante en la práctica con los niños y adoles
centes.
Esta reflexión crítica de un tipo de lectura, que condujo
según el autor a “ pasivizar al sujeto” desdibujando su diferen
cia, lo lleva a desplegar sus propias hipótesis. Hipótesis que
en su conjunto permiten ir aprehendiendo “ las cuestiones fun
damentales” de este autor (P. Aulagnier, 1984).
Asumiendo como idea rectora que el “ niño no recibe
pasivamente significantes ya hechos sino que recibe un m a
terial significante que activamente extrae y procesa”, resigni-
fica, investiga cuidadosamente las fuentes de ese material sig
nificante, sus posibles destinos, así com o las operaciones
esenciales que realiza el bebé.
En la investigación de esas fuentes ocupa un lugar primor
dial el concepto de “mito”, concepto que sufrió en nuestro
medio — bueno es recordarlo— vicisitudes particulares.
Enarbolado en un primer momento para señalar el terreno no
explorado por Klein, fue, con el correr del tiempo, relegado a
otras formas de terapia o trivializado y vaciado de com pleji
dad, o simplemente olvidado o desestimado.
La fulgurante definición del mito como archivo que evoca
el autor, su propia idea del mito familiar com o lugar, su
conceplualización como “puñado de significantes dispuestos
de cierta qianera”, el modelo que propone a partir del término
“collage” , ladenuncia acerca de los efectos clínicos negativos
a los que conduce mantener la disociación cuerpo/mito, etc.;
todos estos elementos vivifican notablemente este concepto.
Otra consideración que introduce, siguiendo una inspira
ción de R. y R. Lefort, es aquella que se refiere a dos tipos de
funcionamiento diferente del significante: como significan
tes del superyó o como significantes del yo. Siguiendo el en
cadenamiento de sus reflexiones, se puede apreciar la fuerza
que esta diferenciación posee para producir inteligencia sobre
diversos hechos: tanto los que hacen a la práctica com o a otra
índole de problemas — tales como los de la producción y la
enseñanza del psicoanálisis— .
Al detallado estudio sobre fuente y destino del material
significante, le sigue en esta investigación una cuestión capi
tal: la de la función o funciones que hacen posible la extracción
y tramitación de significantes y sus efectos. El desarrollo de
esta cuestión — a mi entender, fundamental— abarca y extien
de el significado de la pregunta que D. W innicott formuló, con
sencillez, en 1945, sobre cuándo comienzan a suceder las
cosas importantes y cuáles son las funciones que ponen en
marcha esos procesos estructurantes esenciales. Las articula
ciones que propone R. Rodulfo ofrecen una respuesta precisa
y detallada: esas “cosas importantes” suceden antes y desde el
nacimiento, y el playing winnicottiano es ese eje de transfor
maciones que permite la estructuración del psiquismo.
La definición del juego com o “agujerear” (agujero cuyos
efectos imaginarios describió notablemente Klein), la discri
minación de funciones en el jugar anteriores al fo n -d a , la
puntualización de las invariantes estructurales a las que dan
lugar, su confluencia en la construcción de la categoría de
cuerpo, su resignificación en la adolescencia así com o las
relaciones entre juego y trabajo, constituyen un inapreciable
aporte (entendiendo por “aporte” un lugar de encuentro— sea
de acuerdo, o cuestionamiento, o desacuerdo— que puede
ofrecer un material teórico).
É
)lutamente cada uno de los niveles previos de la eslm clu-
án subjetiva, retomándolos, dislocándolos, en otro n iv e la
altura de aguas del desarrollo simbólico. No hay adquisi
ción que no deba replantearse.
Esto implica que todas las funciones dcl.jyga.Lse v u e lv ^ a
desplegar y srin .1 nm*v:i>¿ exi^nr.ins Hi- trnhnjn. con
presclndencia de cuestiones psicopatológicas de fondo. En
segundo lugar, hay un cambio radical en los materiales mismos
que se utilizan a lo largo de los momentos de la subjetivación
que hemos ido puntuando. De hecho, esto no cesó nunca de
ocurrir, desde el bebé que jugaba con las propias panes de su
cuerpo y las del Otro, hasta aquel pequeño que lo hacía con una
puerta, o el niño volcado a las personificaciones con soldaditos
u otros objetos, o bien al dibujo y al modelado. Pero en tiempos
de la adolescencia se da un salto de especial magnitud.
Ilumina de un modo diferente el com plejo panorama de la
adolescencia ver cómo se replantean todos los puntos de
estructuración que hasta ahora suponíamos más o menos con
solidados. Veamos, por ejemplo, qué ocurre en relación con
la primera función del jugar, o sea la problemática de arm ar
superficies, habida cuenta de la profunda crisis en la especu-
íandad. Hasta ese mom ento el espejo funcionaba como pro-
mesa, como anticipo de una cierta unificación lejos aún de la
experiencia efectiva del propio sujeto. A partir de la metamor
fosis de la pubertad, esta función del espejo se desarticula y se
subvierte; lo que de él retom a no sirve ya como realización
adelantada de unificación individuante52; más bien, por el
contrario, acentúa e intensifica el desfasaje, la desarmonía, la
falta inclusive. De allí que lo habitual sea que el vínculo del
adolescente con el espejo, en el sentido más concreto, se
manifieste com o un vínculo intrínsecamente conflictivo:
aquél devuelve una especie de niño a medias, perdido, disyun-
to también del ‘ser grande’, cuando no directamente un des
conocido.
No le devuelve por tanto ninguna promesa de fusión al
ideal ni de estabilización. Pero entonces no es nada extraño
q ue las funciones más elementales que se debatieron en el
jugar para darse cuerpo se reactualicen con virulencia. La
necesidad narcisística irrenunciable e írremplazable de con-,
tinuidad ininterrumpida es retomada, com o ya hemos dicho,
en otro nivel. ¿A través de qué, ahora, generar nuevas super
ficies? Por cierto, sólo en casos de patología muy grave se
apelaría a los mismos materiales que otrora. Pero lo corriente
es que la adherencia al cuerpo materno en absoluto retom g
como tal. En cam biol gs d e jg m ás regular que nuevas bandas
se fabriquen en relación con nuevas personíficacioneso
encamaciones del yo ideal o al grupo de pertenencia (grupo de
pares) tomado en su conjunto: barras, bandas, diversos fenó
menos y modos de conglomeración, de nucleamiento, cuya
descripción sociológica o conduchsta no dejTentrever su
honda penetración en la reimplantación corporal, en lo más
íntimo de la subjetividad. No pretendo agotar en esto la
función de tales agrupamientos (la incansable insistencia del
reduccionismo fuerza a aclararlo), sino apuntar a cómo — en
el nivel mismo de lo que Dolto caracteriza como imagen de
base- apuntan a re-establecer■cierta continuidad perdida. Por
eso mismo, la relación del adolescente consu grupo no es una
relación que pueda entenderse por el lado de externo/interno;
es m is, la relación de él con su grupo sólo se ilustra acabada
mente usando de nuevo He ln h a i^ a de Moebius. reconstitu-
yéndosc un espacio de inclusiones recíprocas.
Otro modo muy distinto^de restablecer aquella antigua
superficie se puede encontrar clínicamente en ciertas formas
de masturbación, donde no sólo está en juego lo sexual, stricto
se/isu, también el (jarse cuerpo, buscando reunificarse en el
placer genital com o eje para reunir la dispersión.
Tampoco es cosa rara (ni debe psicopatologizarse) el retor
no pasajero de práctic as más arcaicas en cuanto a formación de
superficies; por ejemplo, períodos_de suciedad que a veces al
^adulto le cuesta tolerar, o adhesiones a ciertas ropas que se
llevan puestas indefinidamente: significativo es quc^sevuel-
van uniformes (toda la polisemia del término merecelíBrarse
en su resonancia). Comportamientos habituales del niño pe
queño, olvidados ya, parecen reinstalarse, y con contenidos no
demasiado dispares. Pero siempre como verdaderas restitucio
nes de una superficie rota.
También el fort/da entendido como operación constituyen
te experimenta un agudo replanteo sobre nuevas bases. En
particular, el registro del par familiar/extrafamiliar es comple-
tamente resignificado. Para el adolescente se trata Jeflysy pa
decer, pero no sólo en relación con la familia como entidad
concreta o literalmente concebida, sino respecto de todas las
categorías familiares que organizaban su vida en lo simbólico,
sus núcleos de identidad, de reconocimiento habitual. Así, un
paciente de diecisiete años había bautizado “ hacer facha” a un
variado recorrido que había emprendido, donde sucesivamen
te (y sin indebidas preocupaciones por la coherencia
ideológica)53 se lo encontraba formando parte de un grupo
pacifista cristiano, de una secta supuestamente oriental, de una
pequeña banda pro nazi interesada en la marihuana y en
cometer o fantasear pequeños delitos, etc. Lo importante era
que en cada una de estas ocasiones él transformaba m asiva
mente sus índices de reconocimiento narcisista: forma de
vestir, corte del pelo, etc. Lo que con el tiempo ambos fuimos
develando es que ello había tomado para él —entre otras
cosas— el significado de jugar a las escondidas, pasando por
tantas modas,7opas, “fachas \ discursos, consignas, horarios,
prácticas; se constituían en equivalente de jucpos de aparición
y dcsaparicióíT Claroque^él pacícrftc no sabía qué era lo que
de suyo tenía que aparecer: lo único siem pre claro era que lo
hacía bien lejos de los modelos de identificación familiar.
Digamos que el factor com ún a todo este itinerario tan hete-
róclito era que ninguno de esos sitios donde por un tiempo
habitaba eran lugares demasiado congruentes con las tradi
ciones mítico-históricas que le concernían. Entonces fue
posible entender todas estas manifestaciones, como jugar en
su sentido más estricto y exacto. Aquí conviene detenerse un
poco porque, incluso desde el psicoanálisis, ha sido bastante
fácil equivocarse y hablar con excesiva ligereza de actuacio
nes o acting-out en la adolescencia (que por supuesto también
y mucho se dan), tendiendo insensiblemente a caracterizar
todo de esta forma, o bien ha salteado el factor histórico,
otorgándole a ciertas manifestaciones la misma significación
que podría asignárseles varios años después. Se extravía así la
consideración teórica, sin com prender hasta qué punto cuán
to en el adolescente tiene em inentemente estatuto lúdico:
jugar a la política, por ejemplo, o incluso a la delincuencia o
a la adicción, lo cual exige un difícil diagnóstico diferencial
(valga el caso, respecto de una verdadera impulsión). Así
com o un niño en el consultorio narra con dibujos o juguetes
su vida imaginaria, con todas sus alternativas, el adolescente
lo hace extrayendo, arrancando semas y mitemas de los
yacimientos ideológicos del adulto. Esto es lo que sí com
prendió Erikson, con su idea de la “ moratoria psicosocial”,
injustamente olvidada, siendo una conceptualización tan
conectada a la de latericia; más allá de un período histórico,
un rasgo esencial de la sexualidad (de la subjetividad) huma
na: levantar estructuras de diferición. Por otra parte, decir
“moratoria” remite, en lenguaje temporal, a la necesidad
lógica de espacio transicional. Todas las cosas que parecen
poblar el espacio de la vida del adulto (trabajo, política.
decisiones y elecciones) las toma la adolescencia y las vuelca
en el suyo, lo cual produce una mutación en ellas, sutilmente
penetradas en tanto jugares por el proceso primario. Muchos
equívocos y desconciertos se originan en esto. Por ejemplo, al
verlas posiciones ideológicas del adulto, muy otras de aquellas
con las que jugó, y en las que el que ahora se sorprende había
creído al pie de la letra, inadvertido de su carácter figurado o
de puesta en escena.
Cuando por los más diversos factores esta transicionalidad
no tiene lugar, tropezamos con fenómenos del orden del falso
self: alienación en la demanda social o en el deseo del Otro,
precipitación de decisiones que aplastan el jugar reemplazán
dolo por trabajo puramente adaptativo. Huida hacia la adul
tez... o invasión patógena de las exigencias de ésta en tanto
ananké. En el trabajo clínico, ciertas supuestas ‘elecciones*
vocacionales o de pareja — o de lo que sea, pero precozmente
asentadas se revelan como verdaderos actings-oui (pues és
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