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Una bruja en la ciudad.

Tradiciones, esoterismo y ciudadanía

Alberto Tasso

Ella vista desde cerca


Extiende los dedos de ambas manos formando una esfera alrededor de la llama de la vela. Es como
si la protegiese de una eventual corriente de aire. Después de hacer dos o tres preguntas a la vela,
mientras la observa fijamente, me doy cuenta de que las oscilaciones de la llama son las respuestas
a esas preguntas. Por lo que creo entender, la quietud significa no, y el movimiento significa sí.
Mabel es una mujer robusta, sólida, algo entrada en carnes. Es rápida y hasta brusca al hablar y al
moverse. Sin embargo, es especialmente cuidadosa y hasta sutil en este manejo de sus manos en
torno a la vela. Entre pregunta y pregunta frota las yemas de los dedos, como si estuviese palpando
el aire. Repite este gesto cuando me habla de la noche de navidad. Ese es un momento
especialmente propicio para pedir, entre otras cosas –según me dice- por las propiedades del aire y
el sosiego de la gente. Como en varios momentos de este diálogo, siento que me está diciendo algo
verdadero, y esto es lo que me dará más tarde, al día siguiente y en los días siguientes, la convicción
de que esta persona posee efectivamente algún poder para ver entre las cosas.
De qué conversamos
Conocí a Mabel unos quince años atrás (1985). Ella trabajaba entonces para una amiga. En una
ocasión la visité en el Barrio Almirante Brown (Santiago del Estero, Argentina); en esos días hice
un dibujo de su hijo y otro de ella. En el tiempo que siguió, nos cruzamos sólo tres veces por las
calles de la ciudad. Ahora ha venido a visitarme, y buena parte del diálogo tiene algo del efecto
racconto, de quien revive incidentes de la vida pasada, y se re-presenta ante un viejo amigo.
Ahora tiene 32 años. El centro de su relato está un período de trabajo en seguridad y su relación con
un Regidor llamado N, que ya concluyó, pero es lo más le interesa narrar. Creo entender que esta
etapa es importante para ella porque ha representado un momento de centralidad, de una tarea
remunerada y socialmente significativa, en un lugar de poder. El ingreso económico, las relaciones
sociales, las situaciones que ha vivido entonces la indujeron a elevarse. A mejorar. Esto toca tanto a
su atuendo como a sus ambiciones, a su autoestima, a su nivel social.
Creo entender, porque muchos aspectos de su itinerario vital no fueron indagados, que es en esta
etapa en la que recompone su relación con X, su marido. Desde que la reencontré en una esquina de
la Plaza Libertad, durante la semana de Santiago, ha puesto especial énfasis al hablar de su marido,
y al presentarse como “Mabel de X” en el momento en que la anotaba en mi libreta de direcciones.
Ignoro si se ha casado con X. Mi impresión es que, en términos legales, no lo ha hecho. Pero es
claro que trata de dar la impresión de que sí se ha casado. Vamos a suponer transitoriamente de que
mi impresión es correcta, y que ella ha construido -está construyendo– un “matrimonio legal” en
términos simbólicos, afirmando que lo ha hecho. Si mi impresión es cierta, Mabel está
representando un caso interesante: el de la instauración de la realidad mediante la palabra.
Mabel habló explícitamente de unos poderes que se le habían desarrollado, por así decirlo, durante
los últimos años. Digo, y nuevamente arriesgo a interpretaciones, porque este es un tema de
conversación en diálogos ulteriores, que este crecimiento de sus poderes coincide con su trabajo en
la vecindad del poder.
Durante dos o más años, Mabel ha ido diariamente a cierta oficina de seguridad la antigua casa de
gobierno que construyeron los hermanos Nicolás y Enrique Cánepa hacia 1885, frente a la Plaza
Libertad, en la calle de igual nombre. En la misma cuadra está la intendencia municipal. Si Mabel

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se asomara al balcón del primer piso de la jefatura, hacia la derecha vería la Catedral –también
construido por los Cánepa– y hacia la izquierda, en la primera cuadra de la calle Tucumán, tres
edificios: el de una compañía de seguros, el Jockey Club, y en la esquina de la Avellaneda una casa
de departamentos de cinco pisos, atravesada por un pasaje en L.
No nos consta que Mabel haya observado estos edificios y lo que representan. Pero ha regresado
desde el balcón al despacho del Regidor de seguridad, a quien asiste periódicamente en algunas
instancias que no tengo elementos para caracterizar, porque sólo dispongo del testimonio de Mabel,
y muy imprecisamente indagado. Presumo que Mabel no ha sido inmune a la centralidad del lugar
que ha transitado ese tiempo. ¿Cómo no tentarse en establecer una relación hipotética entre el
desarrollo de sus poderes y su cercanía a los lugares de poder? Pero es erróneo pensar que el poder
está donde están sus símbolos, sus manifestaciones, sus oficinas. El poder está en todas partes, y
aún más fuerte sopla su aliento en la frontera, dónde ha empujado al último hombre (o la última
mujer, vamos) hacia el exilio de los márgenes.
Su contacto con el Regidor está visiblemente relacionado con el poder. Él es quien la ha llevado -o
levitado– hacia ese puesto. No sabemos cómo ni por qué. Ella nos cuenta acerca de sus
intervenciones certeras en el vaticinio de unas fechas en que será “nombrado” o será
“reincorporado”. Ella no le anuncia la destitución, la caída, sino el ascenso. Ella es la partera del
poder. Suponemos que esto está asociado a su percepción de que ella “hace el bien”, y que se niega
a los otros pedidos que le hacen.
Mabel niega que haya habido entre ella y el Regente otra cosa que esta asistencias o vigilancia
espiritual. No es malévola la suposición de que ella oculta o disimula ante los otros –o ante sí
misma-, porque su relato y su pesar es el de una mujer abandonada. Sus reclamos ante el hombre
que ha dejado de atenderla son verosímiles y al mismo tiempo patéticos, en ese drama del amante
destronado que tan bien conocemos.
Mabel se nos aparece como una estudiante que ha interrumpido su formación, su ascecis en el
dominio de los poderes, debido a ciertas conmociones de su propia experiencia vital que no
conocemos. No obstante, es aún joven, muy joven, para una formación como la que ha iniciado.
Sabemos que en su especialidad el conocimiento lleva años.
Antecedentes y contexto
A fines de los 60, Hebe Vessuri registró la declinación de la brujería en la región agraria del río
Dulce. Sus entrevistados remitían las creencias acerca de brujas, brujos y sus poderes, a “los
tiempos de antes”, a los viejos. Sin embargo, en las numerosas entrevistas que mantuvo constató
que estas explicaciones no impedían la existencia de numerosas prácticas sociales asociadas con la
capacidad de hacer el bien o el mal a los otros, idea que contiene el núcleo –o uno de los núcleos-
de la acción del brujo o la bruja. Empero, Vessuri afirma que se observan variaciones significativas
entre las prácticas de ese momento y las antiguas. La bruja tradicional ha cedido la plaza al
“estudiante” (o “estudiante de magia”); aquella administraba el mal; éste, sólo la burla. La
transformación en los roles que se habría operado en las décadas precedentes al momento de su
estudio, es interpretada por la autora como una consecuencia de variaciones importantes en la
organización social y en la cultura que se fueron acentuando a lo largo del siglo. La urbanización, o
más específicamente la difusión de la racionalidad asociada al urbanismo (Whright: “El urbanismo
como modo de vida”) es un factor importante, ya que tiende a debilitar progresivamente el sentido y
la capacidad de reproducción de la cultura rural tradicional.
La extensión de los servicios estatales, entre ellos el de la medicina pública, también conspiran
contra el mantenimiento de las antiguas creencias: los nuevos agentes sociales y sus prácticas
científicas se oponen frontalmente, y hasta desvalorizan, los roles de los viejos agentes que
desempeñan un papel y una función específica en la sociedad que ha quedado atrás. La creciente
desvalorización y descalificación de las formas de vida rurales se extiende rápidamente en la
Argentina a lo largo del siglo: mientras son exaltadas líricamente -y hasta traspoladas a un
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hispanismo casi inexistente- (el “tradicionalismo ideológico” del que habló Germani 1966) por los
escritores de cuño nacionalista (una larga y heterogénea lista que incluye a Ricardo Rojas, J.V.
González, R. Guiraldes, L. Lugones, H. Martínez Zuviría, etc.) el poblador rural, su cotidianeidad y
sus creencias son vistas como una rémora, caracterizadas por el “primitivismo” y la “incultura”.
Bernardo Canal Feijóo (1951) señaló con acierto algunos aspectos preocupantes de la forma en que
se estaba produciendo la desruralización en Argentina de mitad de siglo.
Debe anotarse aquí que la cultura popular rural santiagueña, aún debilitada por este proceso, posee
una rica tradición esotérica, creo que aun insuficientemente estudiada, en sus variadas conexiones
con las culturas nativas y con la difícil confrontación con la cultura española que se le sobrepone.
Los numerosos expedientes identificados entre los siglos XVI y XVIII dan fe de los conflictos entre
ideologías y entre clases -o estamentos- que están asociados al tema de la brujería en el territorio
santiagueño1
Es difícil, en este punto, resistirse a la noción de continuidad en la historia, tanto en términos de
disposiciones, sensibilidad y comportamientos, que como suerte de “larga duración psicológica”
(Leoni Pinto 1998) que parece estar vigente en diversos planos de la sociedad provincial. Y así
como la religiosidad y la política se entremezclan en formas curiosas y recurrentes, es visible que
las creencias y las prácticas sociales adscriben a complejos socioculturales heterogéneos; no
infrecuente el caso de una persona que busca solución a un problema de salud simultáneamente ante
un médico, un curandero y un santo.
Es posible que una marcada disposición de cobijar creencias heterodoxas haya permitido a la
sociedad santiagueña recibir con apertura y flexibilidad a la nueva oleada de religiones no
tradicionales que se abren campo en todo el mundo occidental –y más favorablemente en sus
fronteras, como en nuestro caso-. Y si ahora los mensajes mediáticos cobijan la astrología, el tarot o
los rituales amazónicos, al Pastor Jiménez y la siempre viva meta orientalista, no debe extrañar que
múltiples refuerzos y entrecruzamientos entre rituales, saberes y especies se están produciendo. Y
ello puede remitir a ese mundo tan complejo de lo que llamamos “tradición”, como el tribalismo
ideológico que reaparece en San Marcos Sierra o Tafí del Valle, o a las creencias “normales” que
pueden encontrar en un hogar de la clase media con estudios secundarios completos. Y un libro de
Castaneda en la biblioteca.
Es difícil no pensar en la profunda y certera apreciación de Max Weber en relación con el
desencantamiento del mundo, que aquí no quiere decir falta de “encanto” sino, literalmente, falta
de “encantamiento”, ya que la racionalización institucionalizada en occidente había dejado atrás a
las sirenas y endriagos, oráculos y esfinges, ritos propiciatorios y jaculatorias defensivas. Pues bien,
la afirmación de Weber podría ser revisitada en este fin de siglo, y quizá resignificada con arreglo a
las diversas, atomísticas y cambiantes formas de la fe, que ya no aparece como una virtud teologal
sino como una propiedad de la conducta común y corriente, ya algo emancipada de las clientelas
cautivas que las religiones tradicionales tenían en torno a sus templos.
Es en este contexto donde puede situarse el caso de Mabel. De algún modo ella representa un sector
social vasto, en varios aspectos levemente marginal –en términos de su acceso al capital social
básico o capital cultural que se definen como media estándar- pero con una fuerte vocación de
inclusión y ascenso social, un sector lanzado a la conquista de una ciudadanía que ve expresada en
el tener trabajo, en integrar una red significativa de relaciones, y en ingresar al mundo legítimo, o
más bien de la legitimidad, representada más por el Registro Civil que por la arquitectura del poder
que antes mencioné.
Post-scriptum

1
Las referencias no escasean: desde Andrés Figueroa y Tobías Rosenberg hasta Judith
Farberman y Carolina Saganías.
3
Esta nota fue escrita en 1990 con el fin de dejar registro en mi archivo sobre un caso que entonces
me pareció singular. La incluí, entre otros 10 textos breves o fragmentos de escritos más extensos,
en la bibliografía de un curso dirigido a estudiantes de la UNSE sobre los estilos narrativos
utilizados en el informe científico en las ciencias sociales. La búsqueda de los materiales fue tan
entretenida como ricos los hallazgos, desde la diversidad de estilos disciplinares, los tonos
narrativos, o la forma de combinar datos, casos y procesos… y en distintas escalas de tiempo (Tasso
2000).
En cuanto al caso abordado debo decir que surgió de un contacto amistoso favorecido por mi
actividad de retratista esos años, y no de un propósito de investigación. Solo al intentar
comprenderlo encontré un marco en las transiciones y continuidades de época, que ojalá pueda
contribuir a su comprensión.
Por último, todos los nombres y cargos citados son supuestos. La Plaza Libertad y los edificios
citados pertenecen, en cambio, al mapa de la ciudad de Santiago del Estero.

Bibliografía citada
Canal Feijóo, Bernardo (1951) Teoría de la ciudad argentina. Buenos Aires: Nova.
Farberman, Judith (2010): Las salamancas de Lorenza. Siglo XXI Ed. Argentina.
- (2012) Magia, brujería y cultura popular. Sudamericana Ed. Argentina.
Figueroa, Andrés (1949) [1924]. Los antiguos pueblos de indios de Santiago del Estero. Junta de Estudios Historicos.
Santiago del Estero.
Germani, Gino (1966) Política y sociedad en época de transición. Buenos Aires: EUDEBA.
Leoni Pinto, Ramón (1998) Obra y pensamiento historiográfico de Bernardo Canal Feijóo. Santiago del Estero: Barco
Edita.
Tasso, Alberto (1998) “El demonio posmoderno”. Tucumán: Diario La Gaceta.
- (2000) Los estilos narrativos en las ciencias sociales. Un aporte para su clasificación e imitación. Revista
Notas & Preguntas N° 3. Santiago del Estero: Biblioteca Popular Amalio Olmos Castro.

- (2008) Argumento y narración en el informe científico. Revista Trabajo y Sociedad N° 5.


Vessuri, Hebe (1971) Brujas y estudiantes de magia. Tucumán: Centro de Investigaciones Sociológicas UNT.
Whright, Louis (1968) El urbanismo como modo de vida. Nueva Visión. Buenos Aires.

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