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CONTENIDOS ESI A DESARROLLAR:

 El análisis crítico de las diferentes formas de ejercer la masculinidad y la


femineidad
a lo largo de la historia.
 El análisis y comprensión sobre las continuidades y cambios en las formas
históricas
de los vínculos entre las personas.
 La reflexión en torno a la pubertad, adolescencia y juventud como hecho subjetivo
y cultural, las distintas formas de ser joven según los distintos contextos y
las experiencias de vida. La apreciación y valoración de los cambios y continuidades
en los púberes y jóvenes de “antes” y de “ahora”.

Familias de clase media:


la formación de un modelo (fragmento).
Eduardo J. Míguez.

La familia en el pasado evoca sin duda una imagen bien definida: autoridad patriarcal y cierta
sumisión de los demás miembros, en particular de las mujeres; una rígida moral,
especialmente la moral sexual femenina; concentración de la actividad de las mujeres en las
tareas domésticas en tanto que el hombre es quien trabaja fuera del hogar y provee las
necesidades económicas; una severa crianza de los hijos –en especial por parte del padre–,
hasta la independencia de los varones luego de la adolescencia, y de las mujeres con el
matrimonio; un número de hijos bastante mayor que el actual, quizá la presencia de los
abuelos en el hogar. Hasta cierto punto, esta representación de la familia del pasado se
construye por contraste con la imagen de la familia actual: más permisiva, con mujeres que
buscan su propia realización personal al margen de la vida hogareña, con menor número de
hijos, los que son menos respetuosos, pero seguramente más cariñosos con sus padres. Si
creemos haber sido testigos de estos cambios de pautas culturales en las últimas dos o tres
generaciones, fácil es suponer que cuanto más atrás nos remontemos en el tiempo, más
pronunciadas serán las características “conservadoras” de la familia.
¿Confirma la investigación histórica esta imagen? La respuesta es ambigua […].
Lo que […] parece posible percibir, en especial a partir de las primeras décadas del siglo
actual, es el proceso de construcción de un modelo familiar que, si en los hechos dista mucho
de ser capaz de subsumir en su marco las muy diversas prácticas sociales, en las imágenes,
al menos, parece capaz de transformarse en el modelo universal de familia. Es, diríamos, el
modelo de la “clase media”, sector social que se define precisamente a partir de una
construcción de imágenes; fruto del proceso de urbanización, de movilidad social, de la
diversificación de los consumos, del sincretismo étnico, de la escolarización, de la
construcción de la identidad nacional, de la fijación de nuevos estándares de corrección
social.

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Si en la “Argentina criolla” previa a la gran inmigración, la sociedad –especialmente la
urbana– estaba irreductiblemente dividida entre la elite o “gente decente” y los demás, en la
que emerge de la gran expansión agroexportadora y del aluvión inmigratorio, el deber ser de
las pautas de conducta tiende a unificarse para todos los sectores sociales. Desde ámbitos tan
diversos como el Estado, las iglesias, la ciencia, e incluso partidos políticos disidentes –como
socialistas y, en cierto sentido, anarquistas– se va construyendo ese modelo de conducta que
es lo que hemos denominado la familia de clase media.
Curiosamente, sin embargo, ese modelo nace evocando, como fuente de su legitimidad, no
el porvenir, sino el pasado. La familia de clase media o familia burguesa –como suele
llamársela– es en nuestro país una creación de los albores de este siglo, y desde su inicio se
construye como un polo de resistencia frente a cambios de moral y de conducta destinados a
socavar sus cimientos y, con ellos, los de la sociedad toda. Para Raúl Ortega Belgrano:

“La falta de una buena guía permite a la mujer la aceptación de una moda que, al descubrir
su cuerpo, acrecienta el número de sus carnales perseguidores y la probabilidad de su caída.
”Si busca en la lectura esparcimiento del espíritu, se encuentra con el folletín que la intoxica
moralmente; si acude a las fiestas, el baile moderno fustiga sus instintos, en el íntimo contacto
de dos cuerpos dirigidos por un hombre que se esfuerza por despertar reacciones sensuales
si, en fin, va al cinematógrafo, encuentra en la mayoría de las vistas deplorables ejemplos de
la escuela del crimen y el vicio”.
La mujer, pilar de la moral familiar, es asediada por las costumbres mundanas de una
sociedad crecientemente corrompida. Sólo el lenguaje permite reconocer que el texto
pertenece a la década de 1920; el contenido bien podría haber correspondido, por ejemplo, a
los intentos moralizantes de los años 1960. La idea de la solidez moral de la familia
tradicional y de su progresivo deterioro forma parte de la imagen de la familia burguesa.
Pero ¿cómo se construye, en realidad, este modelo familiar? Deberemos comenzar,
intentando reconstruir la realidad más tangible de las familias de la segunda mitad del siglo
pasado.
[…]
A comienzos del siglo XX, quedan pocos rincones de la Argentina cuya estructura familiar
no estuviera fuertemente influida por las migraciones ultramarinas. ¿Qué efecto tuvieron
éstas? Sin duda, fue muy variado. Ante todo, hay que recordar la estructura demográfica de
la inmigración a la Argentina. Algunos estudios han mostrado que existieron diversas
tipologías en la composición del flujo migratorio. En algunos casos dominó la migración
temporaria de hombres solos; en otros, la migración masculina, primero, y la reunificación
familiar, después, y también hubo corrientes constituidas por familias enteras. En general,
sin embargo, cada una de las corrientes nacionales fue dominada en sus etapas tempranas por
un flujo de hombres jóvenes, mayormente solteros, o casados que dejaban a sus familias en
sus países de origen. […]
La inmigración no es un proceso independiente. Va asociado a la proliferación de centros
urbanos –tanto el crecimiento de la gran urbe porteña como una red de ciudades intermedias
y centros menores–, a la diversificación económica, a la movilidad social. Comienza a surgir
así una clase media en la que se tienden a fusionar los nuevos sectores sociales en ascenso y
los sectores marginales de la vieja elite que tratan, no siempre con éxito, de frenar allí su
vertiginosa caída, como se refleja en la literatura de la época. Personaje típico del teatro de
Florencio Sánchez y Gregorio de Laferrère, de la novela de José María Miró (conocido como
Julián Martel) o de Caras y Caretas es la “familia bien” criolla que trata sin éxito de preservar
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su situación social y su honra. Cuanto más avanzamos en nuestra comprensión de la sociedad
de este período, más evidente se hace el papel crucial que jugaban las redes de solidaridad
parental. En la decisión de migrar, en la recepción del migrante, en la obtención de vivienda
y empleo para éste, era frecuente que la familia jugara un papel importante. Otro tanto ocurría
con los migrantes internos. Y en las familias de la elite, las estrategias de poder se
desarrollaban con bases familiares, como ilustra bien el caso de los González Bordón de
Mendoza –abordado en otro capítulo de esta obra– o el de Julio Roca, insinuado en el Soy
Roca, de Félix Luna.
Compartiera o no el mismo hogar, la familia era el punto de partida de cualquier estrategia
de supervivencia y progreso social, y la constitución de parejas, el punto de partida de la
formación de la familia.
Éste es sin duda el punto más intensamente estudiado sobre la familia en el período que nos
ocupa. Sabemos que en la etapa anterior las elites trazaban con cuidado sus estrategias de
alianza matrimonial, y que este comportamiento se prolonga, hasta cierto punto,
posiblemente hasta finales de siglo. El llamado amor romántico, sin embargo, que exige la
libertad de los jóvenes para escoger como cónyuge a quien su pasión indique, siempre ha
interferido con la voluntad de racionalizar la elección conyugal en función de objetivos
familiares, como lo atestigua el clásico ejemplo de Romeo y Julieta, entre muchos otros.
Estudios precisos para el Río de la Plata colonial dan cuenta de los conflictos que
ocasionalmente creaba la independencia, especialmente de las mujeres, en la selección de su
pareja.
Las biografías y la literatura rioplatense de la segunda mitad del siglo XIX dan poco lugar a
los matrimonios arreglados por las familias. Para finales de la década de 1880 se hace
evidente un cambio en las formas de cortejo y de selección de pareja. El amor romántico ya
juega un papel importante en la forma considerada legítima para la constitución del
matrimonio.
Si en La Gran Aldea Lucio V. López relata un casamiento arreglado entre el “tío Ramón”,
un anciano acaudalado de la elite, y la joven Blanca Montefiori, también descendiente de una
acaudalada familia –aunque el apellido delata la búsqueda de legitimidad social por parte de
un inmigrante–, el tono crítico del relato y la pretendida aventura de Blanca con el joven
sobrino Julio (alter ego del autor) sugieren que, aun para un joven de la más tradicional elite
porteña como López, esta forma de arreglo matrimonial carecía ya de legitimidad. En
cambio, amor romántico y legitimidad social sólo por excepción generan contradicciones. Y
para asegurarse de ello, las normas del cortejo buscaban que la exposición de la mujer al trato
social se realizara siempre en situaciones estrechamente vigiladas. La maestra
estadounidense Jenny E. Howard, refiriéndose a las provincias de Córdoba y Corrientes a
finales del siglo XIX, decía: “Las jóvenes eran mantenidas en parcial reclusión durante su
más temprana doncellez. Nunca se las veía en público sino bajo la custodia de algún familiar
de más edad o de alguna dama de compañía, y eran estrictamente vigiladas en lo referente a
sus amistades del sexo opuesto”.
Aun cuando salían, el control de su conducta era intenso: “Si en una reunión, una mujer
conversa con un hombre en distintas ocasiones, y con cierto detenimiento, o baila con
frecuencia con él, al día siguiente habla todo el mundo de ello en Buenos Aires. Ésta es la
causa de que cuando un hombre es presentado a una mujer, ésta se limita siempre a saludarlo,
sin entablar conversación con él, por temor a ser observada, pues una mujer comprometida,
justa o injustamente, es despreciada por la sociedad. La vida es imposible para ella. No es
invitada ni le devuelven las visitas [...] y se dan casos de algunas que, aun siendo ricas, tienen
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que casarse con jóvenes de un rango social inferior al suyo”. En los sectores medios
emergentes, aunque más libres, el contexto ideológico en el que los jóvenes escogen su pareja
tiende a evitar la incorrección social de la elección. Así, por ejemplo, los Cuadros de la
ciudad, de José S. Álvarez (Fray Mocho, 1858-1903), muestran a las jóvenes coquetas
manejando un preciso código sobre cómo y por quién dejarse cortejar. También las hijas de
doña María en Las de Barranco manejan con cuidado su juego de pretendientes.
En los sectores populares todo sugiere una mayor independencia de los jóvenes en la elección
de pareja, incluso entre las hijas de los inmigrantes.
Así, Florencio Sánchez pinta en La Gringa el amor entre Próspero y Victoria –un peón rural
y la hija de un chacarero italiano– sin el consentimiento paterno, relación conflictiva que
tendrá como final feliz la aceptación de los padres de ella y la formación de “la raza fuerte
del porvenir [...]”.

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