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Con ella, el
sistema tiene la habilidad de cambiar la funcionalidad y estructura, en respuesta a cambios o
factores externos e internos. Este proceso se presenta a lo largo de la vida, ya que ayuda a la
adaptación de la persona a los cambios ambientales (Cabras, 2012).
Por lo tanto, a pesar de que existen varios conceptos, todos ellos hacen parte de los procesos
relacionados con la plasticidad cerebral. En la cual, como explicamos antes, se observan
cambios tanto dentro de la estructura de la célula como de las conexiones y funciones
cerebrales.
Este interesante término, a pesar de tomar protagonismo en los últimos años, se ha nombrado
desde los inicios de la psicología. William James fue el primer autor que abordó el tema de
plasticidad cerebral en la psicología moderna. Él la relacionaba con el desarrollo de los hábitos
de comportamiento y la habilitación de rutas cerebrales específica para ellos. Teniendo un
impacto importante tanto el aprendizaje como el uso repetido del mismo (Berlucchi & Buchtel,
2009).
Años más tarde, Tanzi propuso que la actividad repetitiva de una vía neuronal durante un
aprendizaje específico, puede reducir la distancia entre las neuronas. Como resultado, el paso
de la información se da de manera más efectiva. Por otro lado, Ramón y Cajal habló sobre la
plasticidad neural, la cual implica cambios corticales que se asocian al aprendizaje. Asimismo,
los nuevos procesos o aprendizajes promueven el crecimiento y alargamiento de axones y
dendritas cerebrales.
En los años más recientes, Jacques Paillard es uno de los científicos más influyentes en este
tema. Él se refiere a la plasticidad como cambios de la estructura en respuesta a una fuerza
externa, siendo necesario mantenerlos cuando esta fuerza sea eliminada. Aclarando así, que el
cerebro no es elástico (con la capacidad de expandirse), si no plástico. Ya que, por medio de
esfuerzo se cambia la estructura y este cambio se mantiene en el tiempo.