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FESTIVAL INTERNACIONAL DE MÚSICA PORTILLO 2020

www.portillofestival.com

Domingo 19 de enero de 2020, 17:00 h.


Salón de Conciertos, Hotel Portillo

Lunes 20 de enero de 2020, 19:30 h.


Teatro Regional “Lucho Gatica”, Rancagua

Martes 21 de enero de 2020, 20:00 h.


Teatro Nescafé de las Artes, Providencia

Orquesta Festival Portillo


Alejandra Urrutia, directora

58 jóvenes músicos
3 profesores:
Del American String Quartet:
Peter Winograd, violín
Laurie Carney, violín
Daniel Avshalomov, viola

Claudia Lepe, contralto


PROGRAMA

Parte I
George Enescu (1881-1955)
Preludio al unísono para cuerdas y timbal (de la Suite n° 1, Op. 9)

Eugenio Urrutia Parra (1939-2019)


Canciones (arreglos de Jimmy Beas)
1. Triple Concepto (voz, dos oboes, fagot y contrabajo)
2. Poema XV (voz y fagot)
3. Thu Fu (voz y dos flautas)
4. Añoranza (voz y cuerdas)
Claudia Lepe, contralto

Béla Bartók (1881-1945)


Danzas folclóricas rumanas, Sz. 68

Parte II

Ludwig van Beethoven (1770-1827)


Sinfonía n° 4 en si bemol mayor, Op. 60
1. Adagio — Allegro vivace
2. Adagio
3. Allegro vivace — Un poco meno Allegro
4. Allegro ma non troppo

NOTAS AL PROGRAMA | Por Felipe Elgueta Frontier

El increíble violinista Georges Enescu (maestro de Menuhin) fue también un gran


director y excelente pianista y es reconocido como el más importante compositor de la
historia de Rumania. Completó su Suite orquestal n° 1 en 1903, influido por la corriente
neobarroquista iniciada por los franceses algunas décadas antes. El Preludio de esta
suite alude tanto al folclor rumano como al espectacular estilo improvisativo de los
preludios barrocos, llevado al extremo en las obras para teclado de Bach. El gran desafío
en el Preludio de Enescu radica en que es toda una orquesta de cuerda la que debe
evocar, al unísono, aquella libertad propia del improvisador virtuoso y solitario. El
timbalista se suma hacia el final, como único acompañamiento, para dar imponencia
al clímax.
Al igual que Enescu, el chileno Eugenio Urrutia Parra fue un músico de
extraordinario talento y versatilidad. Tras aprender todo lo que pudo de violín, guitarra
y lutería en su Chillán natal, se enfocó en el contrabajo, instrumento en el cual realizó
una destacada carrera en el primer atril de la Orquesta Sinfónica Universidad de
Concepción y en el pionero Trío Jazz Moderno. También incursionó con frecuencia en
la dirección coral y orquestal y en la composición. Su trabajo más sistemático en este
ámbito se inició en 1980 gracias a un curso de Miguel Aguilar, miembro de la primera
generación chilena de cultores del dodecafonismo, estilo al que Urrutia adhirió con
entusiasmo. Al año siguiente, ya estaba compitiendo de igual a igual con los
compositores más reconocidos del país. En 1982, su Dúo elemental fue premiado por la
Asociación Nacional de Compositores, mientras que su Conexión para cuerdas fue
destacada en el concurso de la Universidad Católica.
Estos logros fueron gatillados por el curso de Aguilar, el cual estaba enfocado en
la creación de canciones. El presente programa recoge varias de ellas en adaptaciones
para instrumentos orquestales. Los acompañamientos originales estaban a cargo de
una guitarra (Poema XV y Thu Fu), un piano (Añoranza) y un dúo de contrabajo y piano
(Triple Concepto). A excepción de Añoranza, todas son dodecafónicas. Los textos están
en castellano y son de diverso origen. Además del famoso Hermann Hesse (Thu Fu),
están representados Angélica Becker (Triple Concepto), poeta vienesa que escribió su
obra en español tras estudiar varios años en Madrid, y Mario Milanca (Poema XV),
escritor e historiador puertomontino que en 1978 emigró a Venezuela, donde desarrolló
una importante labor musicológica.
La musicología fue también una de las labores principales del compositor y
virtuoso pianista húngaro Béla Bartók. En la primera década del siglo XX empezó a
recolectar melodías folclóricas en los campos, junto a su colega Zoltán Kodály. Así
descubrió tradiciones más antiguas que la música gitana que compositores como
Brahms y Liszt habían difundido bajo el rótulo de “húngara”. En su afán por
comprender los orígenes de estas tradiciones, Bartók recorrió gran parte de Europa
Oriental, Turquía y el norte de África. Paralelamente, en sus propias composiciones fue
mezclando aquellos descubrimientos con un lenguaje musical innovador y una singular
atención a la estructura formal. En 1915, Bartók compuso una suite de seis breves piezas
para piano, las Danzas folclóricas rumanas de Hungría, basadas en melodías
instrumentales de Transilvania. Posteriormente orquestó la obra y le acortó el título,
ya que Transilvania pasó del dominio húngaro al rumano en una de las tantas
revoluciones ocurridas a fines de la Primera Guerra Mundial.
Otras revoluciones son las que se suelen asociar a la música de Ludwig van
Beethoven. Así como la posteridad lo ha vinculado fuertemente a las luchas libertarias
de su tiempo, también ha valorado sobre todo sus obras más revolucionarias y
románticas, en desmedro de otras que serían menos innovadoras. Entre estas últimas,
se suele incluir a la Sinfonía n° 4 (1806). Sin embargo, una audición atenta revela que el
impulso revolucionario y la originalidad beethovenianas están presentes desde la
primera nota.
Es difícil encontrar una introducción de tal suspenso en todo el clasicismo, con la
probable excepción de la Representación del caos de Haydn. Así como la incertidumbre
tonal de este sombrío pasaje de La Creación (1798) se resuelve con una estremecedora
explosión sinfónico-coral (“Y se hizo la ¡¡¡luuuz!!!”), la introducción de la Sinfonía n° 4
culmina también de manera explosiva; pero no con una detonación, sino con una serie
de ellas, las que culminan con el lanzamiento de un Allegro vivace dotado de un
impulso rítmico inaudito e irrefrenable. El segundo movimiento también mantiene un
permanente empuje rítmico (el “latido” del acompañamiento), mientras que el tercero
se inicia con un abierto gesto de rebeldía (una pugna entre compases de 2 y 3 tiempos)
y concluye abruptamente con una maleducada irrupción de los cornos. Por su parte, el
movimiento final trae grandes dosis de adrenalina para ejecutantes y oyentes, con sus
velocísimas semicorcheas y unas estridentes disonancias que llevan a considerar
seriamente la opinión de que Beethoven fue “el primer rockero de la historia”.

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