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La teología solo se puede estudiar por vocación apostólica y amistad teologal. La teología
no es una ciencia autosuficiente y cerrada en sí misma, sino una ciencia al servicio de la
misión, de la Iglesia en el mundo y de la vida espiritual de los creyentes.
La teología tiene su origen en la vida trinitaria, la teología tiene que ser comprendida en un
sentido objetivo. La fe se convierte en principio de conocimiento teológico. La fe es la luz y
ofrece un nuevo conocimiento de las verdades reveladas. Sin embargo es ante todo una
nueva comprensión de la realidad desde la iluminación de esa luz nueva. Este
acontecimiento es íntimo y personal, es decir se realiza de una vez para siempre, pero tiene
necesidad de un desarrollo y de una plenitud. Aquí se sitúa la necesaria libertad e
individualidad en el trabajo teológico, a la vez que la necesidad de la intervención externa y
autorizada de la Iglesia.
La teología es una tarea humana, fruto del esfuerzo de su pensamiento, pero también es una
gracia y un carisma, ya que el fundamento último de su quehacer es la profundización en la
gracia y en el don de la fe. La teología en cuanto discurso sobre Dios es posible, por ser
previamente discurso de Dios mismo es decir, hay teología porque hay revelación y
encarnación en Jesucristo.
Cuando hablamos de revelación de Dios nos referimos a la Palabra de Dios escrita y a la
Encarnación.
Al entender la teología como ciencia se pone en relación con otras ciencias, especialmente
con la filosofía, hoy hay una gran relación entre estas dos ciencias, que dan un carácter
científico a la teología.
Objetivamente la teología encuentra su unidad en Cristo, de Él habla cada afirmación de fe:
del Cristo total, del Cristo místico, de la cabeza y de los miembros. Este es el sentido de la
antigua tesis según la cual Cristo es el objeto de la teología.
El ser carismático de los teólogos de funda en la gracia de la fe que fuerza su naturaleza
para comprender la visión de Dios en profundidad y plenitud.
Se profundiza la gracia de la fe hasta una experiencia de lo divino, donde el creyente llega a
ser místico. Él tiene la posibilidad y la tarea de expresar su profundo conocimiento y
compartirlo con otros. La profundización de la gracia de la fe es, en el fondo, el
fundamento del quehacer teológico. Esta es la razón por la que podemos hablar en cada
cristiano singular de una llamada a la mística y a la teología. Aunque con la limitación de
que cualquiera no posee esa habilidad y el encargo de ejercer como maestro.