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INTRODUCCIÓN A LA TEOLOGÍA.
Sentido de la palabra teología.
La palabra “teología” proviene del griego Θεό [theos] “Dios” y Λογότυπα [logos], “estudio”,
“razonamiento”. Podemos decir entonces que es “el estudio de Dios”.
Al ser un término griego, la palabra responde a la mentalidad y cultura de ese pueblo, quienes
llamaban “teólogos” a los poetas que narraban las gestas de los dioses y por teología entendían el estudio
de las criaturas más excelentes y del ser supremo.
No existe en la Biblia una palabra que se corresponda con aquella voz griega. El pueblo de Israel
habla de la Palabra de Dios, de la Ley y su conocimiento, de profecías. La perspectiva es completamente
diferente a la griega, porque sus términos designan un conocimiento entregado por Dios a su pueblo.
En el Pueblo Cristiano, que congrega a judíos y gentiles, ambos conceptos son aceptados: el griego
(la teología como el decir humano de Dios), y el bíblico (la sabiduría divina comunicada por Yahvé a su
pueblo para salvarlo). Por lo tanto, la teología es el estudio racional de Dios. Hay dos características que la
definen: el objeto de estudio, el tema, que es Dios y el modo de tratarlo, es decir que incluye la elaboración
intelectual.
La teología es la ciencia por la cual, la razón del cristiano se esfuerza, mediante la reflexión, en
comprender lo que cree, es decir, los misterios revelados, con sus consecuencias.
La teología cristiana es el fruto del discurso racional sobre las realidades reveladas, fundado
en la Palabra de Dios y ejercitado por la razón bajo la luz de la fe.
La teología nace de la fe que busca entender. La fe otorga un verdadero conocimiento de la realidad
divina y de otras que Dios ha querido manifestar. Como éste está en armonía con la naturaleza humana, el
hombre puede trabajar intelectualmente sobre lo creído. Por eso decimos que es posible hacer un discurso
racional sobre Dios inspirado en la fe cristiana.
El trabajo intelectual lo comenzó la Iglesia desde el primer momento. Ya los Apóstoles utilizaron la
razón y los conocimientos naturales para exponer la doctrina, defenderla, comprenderla en profundidad,
ilustrar sus consecuencias teóricas y prácticas.
El desarrollo de este trabajo asumió en cada época los rasgos que imponían la cultura del momento y
del lugar, según las necesidades de la evangelización. Así, en el siglo II, se presenta un carácter
apologético, defendiendo la verdad cristiana ante los paganos y las primeras herejías de tinte gnóstico. En
el siglo III, comienza a sistematizarse la doctrina, con Clemente de Alejandría y Orígenes, que se valen de
las doctrinas de los filósofos. También hay un gran desarrollo de la contemplación mística. En los siglos IV
y V, adquieren auge los comentarios a las escrituras y las obras dedicadas a tratar con detalle aspectos
concretos del dogma o la moral. En los siglos VIII – XI, sucede una centralización en la exposición de las
Escrituras, tomando más tarde nuevamente impulso el aspecto especulativo y sistemático.
Objeto de la teología.
El objeto de la teología son las verdades reveladas por Dios y conocidas a través de la fe.
Su interés se centra en Dios y en su actividad salvadora a favor de los hombres; Él se ha ido
revelando a lo largo de la historia. Sus afirmaciones están centradas en Dios. A diferencia de la filosofía,
que parte de lo que el hombre observa y descubre a su alrededor, la teología parte de la Revelación, su
objeto de estudio es Dios tal como Él se fue mostrando a la humanidad.
Límites de la teología.
Sus límites tienen que ver con la finitud de la razón humana, que tiene por objeto a Dios, que es
infinito. Dado que en el misterio de Dios nunca puede ser abarcado totalmente por la razón humana, se
debe afirmar que la teología es susceptible de un progreso que nunca termina.
Se halla condicionada por los límites de:
La razón. Consigue captar la realidad divina en alguna medida.
El lenguaje. Consigue expresarla en palabras humanas, pero tanto la razón como el lenguaje,
que son presupuestos de la teología, se quedan siempre cortos cuando se trata de conocer los
misterios divinos y hablar de ellos con palabras humanas.
Fuentes de la teología.
La tradición y la sagrada escritura “están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas
de la misma fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin”.
Una y otra hacen presente y fecundo en la iglesia el misterio de cristo que ha prometido estar con los
suyos “para siempre hasta el fin del mundo”.
La sagrada escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del espíritu santo.
La tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por cristo y el espíritu santo a los apóstoles, y estos
la transmiten a los sucesores; para que ellos, la conserven, la expongan y difundan fielmente.
De ahí resulta que la iglesia, a la cual está confiada la transmisión y la interpretación de la revelación “no
saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado. Y así las dos se han de recibir con el
mismo espíritu de devoción”.
La tradición de la que hablamos es la que viene de los apóstoles y transmite lo que estos recibieron de las
enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que aprendieron por el espíritu santo.
Él depósito de la fe contenido en la sagrada tradición y en la sagrada escritura fue confiado por los
apóstoles al conjunto de la iglesia.
1. Magisterio de la Iglesia.
El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios oral o escrita, ha sido encomendado por solo
al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo.
El Magisterio es el ejercicio de la función docente de la Iglesia. La enseñanza y protección de la fe
recibida en la SE es una actividad esencial del Magisterio de la Iglesia.
El Espíritu Santo es quien asiste a los titulares del magisterio, mantiene a la iglesia en la fe verdadera
y protege de cualquier desviación.
Metodología de la Teología.
Objeto de estudio: es todo lo que Dios ha revelado a los hombres a lo largo de la historia.
Método: (Analogía de las fuentes de la Iglesia): busca la comprensión de la revelación a través de dos
caminos que se unen en un mismo resultado. Como ciencia de la fe, la teología se organiza positiva y
sistemáticamente a la luz de un doble principio metódico: el auditus fidei y el intelectus fidei.
a. Auditus fidei: es el primer momento de la teología. Escucha e investiga el dato revelado
formalmente desde las fuentes (la Escritura y la Tradición). Pretende mostrar cómo el dogma
creído y enseñado de la Iglesia se encuentra formalmente en la Biblia o en la Tradición.
b. Intelectus fidei: es el segundo momento de la teología. Tiende a una comprensión más
orgánica del dato revelado mirándolo desde el conjunto de la Revelación.
O bien, resumido:
a. Conocimiento e interpretación del contenido de la Revelación cristiana.
b. Compresión y síntesis ordenada de ese contenido.
La teología examina el conjunto de datos, afirmaciones y comunicaciones que forman del depósito
revelado, para analizarlos con detalle y descubrir el sentido preciso de cada uno; y por otra, se ocupa de
comprender los datos y articularlos en un edicto intelectual coherente.
La teología como ciencia.
“La teología es una ciencia porque posee principios propios (la fe), un método propio, y puede ser
comunicada.” “La teología es la ciencia que nace de la fe y que se desarrolla en el ámbito de la fe y al
servicio de la fe.”.
La Teología es la ciencia que tiene Dios de sí mismo y del mundo creado. Dios tiene como objeto
propio de su ciencia a sí mismo; se conoce intuitivamente y conoce a los demás objetos como
participaciones suyas, y este conocimiento lo comunica de una forma gratuita a los hombres, de una
manera perfecta en la visión beatífica de los santos, de manera imperfecta, pero no por eso menos
maravillosa, en la revelación y en la fe. Alcanza a Dios por la palabra y el testimonio de Dios sobre sí
mismo, y por la luz de la razón iluminada por la fe.
A cada una de estas formas de Teología le corresponde un conocimiento de Dios cada vez más
profundo: por la Teología natural conocemos a Dios como principio y fin del universo; por la Teología
propiamente dicha conocemos los misterios de su vida íntima a través de su Palabra; y por la Teología de
la patria veremos finalmente el Misterio al descubierto, en una visión cara a cara. La Teología propiamente
dicha es la ciencia de Dios, pero de Dios tal como se nos ha dado conocer por la revelación, y en la
medida en que esta revelación.
El teólogo se esfuerza, por medio de la reflexión, en llegar a una inteligencia más profunda de los
misterios que ya ha aceptado por su fe; pero lo que para un simple fiel es objeto de asentimiento, para el
teólogo se convierte en objeto de reflexión, y lo que el simple fiel afirma como verdadero, el teólogo lo
considera como objeto de inteligibilidad.
Teología y Filosofía.
El trabajo teológico necesita de la filosofía como instrumento intelectual. La filosofía proporciona a la
teología el lenguaje preciso que necesita para satisfacer las expectativas legítimas de la razón humana.
Durante los tiempos medievales se acuño la idea de “filosofía, sierva de la teología”. No se quería
decir que la filosofía hubiera de subordinarse a la teología. La condición auxiliar de la filosofía quería
indicar su gran comportamiento para la teología y un modo de hablar que era propio de una poca en la que
predominaba la fe cristiana y que consideraba a la teología como reina de las ciencias.
Pero no toda filosofía sirve para la teología. Hace falta en primer lugar una actitud filosófica que
acepte la existencia de la Verdad y la capacidad de la razón humana para conocerla y expresarla en el
lenguaje. Debe admitirse que los aspectos religiosos de la existencia y las doctrinas de la fe son
susceptibles de verdadero conocimiento y no son captados únicamente por el sentimiento y las
emociones. Afirme el mundo como algo real y no como producto mental de la razón humana. Estos
principios filosóficos son las bases elementales de una filosofía que pueda entrar en relación fecunda con
las creencias cristianas y permita un equilibrio entre la razón y fe.
Relación entre Razón y Fe. (Fides et Ratio).
La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la
contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en
definitiva, de conocerlo a él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad
sobre sí mismo.
La teología es una disciplina en relación de razón y fe.
La fe y la razón no pueden contradecirse. La fe perfecciona a la razón, porque es liberada de la
desobediencia del pecado y encuentra la fuerza para elevarse al conocimiento de Dios uno y trino. Es
decir, que la fe no rebaja a autonomía de la razón, sino que la ayuda a comprender al hombre que Dios se
hace presente, libera a la razón en cuando que le permite acceder al conocimiento del mismo.
En las Sagradas Escrituras se nos presenta esta relación a lo largo de las mismas, debido a que la
razón no puede llegar al Conocimiento de Dios por si sola. Ambas se complementan porque permite que
nuestro espíritu se eleve hacia la verdad, por consecuencia conocer a Dios; son medio que el hombre
dispone para contemplar a la verdad.
La razón busca entender hallando la verdad, en permanente búsqueda, y la fe pretende ofrecer y
ayudar a comprender la verdad.
Santo Tomas de Aquino: Razón y Fe.
El sistema tomista se basa en la determinación rigurosa de la relación entre la razón y la revelación. Al
hombre cuyo fin último es Dios. Fue necesario que el hombre fuera instruido convenientemente y con
mayor certeza por la revelación divina.
La razón natural está subordinada a la fe. La razón no está libre de errores. La verdad misma que la
razón puede alcanzar no es alcanzable por todos los hombres. Fue necesaria la revelación para instruir a
la razón. Sin embargo, la gracia no elimina la naturaleza, sino que la perfecciona. Esto significa que la
revelación no inutiliza la razón. La razón no puede demostrar lo que pertenece a la fe, en este sentido la fe
perdería todo sentido. Pero si puede servir de auxiliar a la fe de tres maneras distintas:
1. Demostrando los preámbulos de la fe. Verdades cuya demostración es necesaria a la fe
misma. No podemos creen en lo que Dios ha revelado, si no sabemos que Dios existe. La
razón natural demuestra que Dios existe, que es uno y que tiene los atributos que pueden
inferirse de las cosas que ha creado.
2. La filosofía puede utilizarse para aclarar mediante comparaciones las verdades de la fe.
3. La razón puede rebatir las objeciones contra la fe, demostrando que son falsas o al menos que
no tienen fuerza demostrativa.
La razón natural en cuanto creada por Dios no puede contradecir la verdad revelada.
La razón cuenta con principios intrínsecos que fueron infundidos por Dios. Cuando aparecen verdades
que contradicen la revelación no es porque sean verdades sino falsas conclusiones. La verdad de razón
nunca puede ser opuesta a la verdad revelada. La fe es la regla del recto proceder de la razón.
Suma Teológica: Es imposible que por la razón natural se llegue al conocimiento de la trinidad de las
personas divinas. Ya se demostró que por la razón natural el hombre no puede llegar al conocimiento de
Dios más que partiendo de las criaturas. Así pues, con la razón natural solo se puede conocer de Dios lo
siguiente: que le corresponde necesariamente ser principio de todo lo existente. (…) por razón natural se
puede llegar a tener conocimiento de lo que pertenece a la unidad de la esencia, no lo que pertenece a la
distinción de Personas.
La razón humana puede elevarse hasta Dios. Las criaturas conducen al conocimiento de Dios, como
el efecto lleva a la causa. Por consiguiente, gracias a la razón natural, solo podemos llegar a conocer de
Dios lo que le corresponde necesariamente por ser el principio de todas las cosas que existen.
De las dos demostraciones que puede lograr la razón: la A Priori y la A Posteriori, solo la segunda
puede ser utilizada para conocer a Dios. Porque de acuerdo con el principio aristotélico conocemos a partir
de las cosas sensibles.
Los verdaderos artículos de la fe que la razón puede aclarar y defender, pero no demostrar. Mientras
que la existencia de Dios y otras cosas acerca de Dios, que la razón con sus propias fuerzas puede llegar
a demostrar son los preámbulos de la fe.
Santo Tomas define el acto de fe como “creer, como un pensar con sentimiento, entendido por pensar
la consideración investigadora del intelecto y consentimiento de la voluntad. Incluye la adhesión firme del
creyente”.
La Teología y las Demás Ciencias.
Inicios del siglo XX, eran numerosos los autores que, al describir el desarrollo de la ciencia moderna,
hablaban de su enfrentamiento con la tecnología y la visión religiosa del mundo.
Nueva relación entre la fe y la ciencia. Son dos caminos para conocer, los que no pueden ignorarse
mutuamente, y que se ayudan y complementan. La ciencia puede purificar la religión de posibles errores y
supersticiones, mientras que la religión puede liberar a la ciencia nuevas idolatrías.
Juan Pablo II: entre la ciencia y la fe no pueden existir contradicción verdadera, toda realidad procede
en última instancia de Dios Creador.
La ciencia hace posible que el hombre pueda llevar una vida más humana y digna. Pero la técnica no
es neutral. Tiene un carácter conflictivo/confuso y encierra una triste capacidad destructiva del hombre al
que debe servir. Puede ponerse al servicio de causas y vincularse en exceso al ejercicio del poder y a las
peores ambiciones humanas.
La humanidad no ha logrado aun suficientemente desarrollar una conciencia ética que sea
proporcionada al impresionante nivel técnico adquirido durante los últimos decenios.
La teología debe y puede contribuir a que los cultivadores de la ciencia vivan y desarrollen su trabajo
como acción moral que verdaderamente ayude a elevar las condiciones de vida de la humanidad.
Grados de Certeza Teológica.
La teología es una ciencia, que procede por razonamiento. A lo largo de la historia de la Iglesia, se
han arribado a conclusiones erróneas. La tarea del magisterio sea precisamente velar por la fidelidad a
esa Revelación, de modo que las conclusiones de la teología no contradigan la verdad de la fe.
Enunciados de Fe:
Dogma. Es el enunciado de una verdad contenida en las Sagradas Escrituras, que la Iglesia
específica para que sea creída como divinamente revelada. Tienen el supremo grado de
certeza las verdades reveladas inmediatamente. El ascenso de la fe que en ellas se presta,
radica en la misma autoridad del Dios revelador. Cuando son propuestas por medio de una
decisión solemne del Papa o de un Concilio Universal, entonces son verdades de fe definida.
Verdades católicas. Sobre las que ha fallado de forma definitiva hay que admitirlas como
verdades de fe que se apoyan en la autoridad de la Iglesia.
Verdades próximas a la fe. Es una doctrina considerada casi universalmente por los teólogos
como verdad revelada.
Sentencia cierta. Doctrina sobre la cual no ha hecho todavía manifestaciones definitivas el
magisterio, pero cuya verdad está garantizada por su conexión íntima con la doctrina revelada.
Sentencia común. Es la doctrina que todavía cae dentro del campo de la libre discusión, es
sostenida generalmente por todos los teólogos.
Sentencias probables. Opiniones teológicas de inferior grado. Por sus débiles fundamentos
son simplemente toleradas por la Iglesia, ya que no producen ningún daño a la fe.
Herejía. Es una doctrina que se opone a lo que está declarado como perteneciente a la fe.
Error. Se opone a una verdad tenida por el conjunto de los teólogos como conecta con lo
revelado.
Doctrina temeraria. Contradice una opinión común sin razones suficientes.
Guía de Clase.
Existen diferentes grados de certeza en las proposiciones teológicas:
- De fe divina: están contenidas en la Revelación divina, en las Sagradas Escrituras o la Tradición.
Ejemplo, “El Verbo se hizo carne”.
- De fe divina y católica: además de ser fe divina, la Iglesia la propone como revelada por Dios y
como algo que debe ser creído. Ejemplo, los dogmas de la fe (dados ex cathedra), o el magisterio
ordinario de los obispos.
- Conclusiones teológicas o verdad teológicamente cierta: cuando se deducen de una premisa
revelada o de la fe y de otra premisa de la filosofía o de la razón humana. Ejemplo, Hay que seguir
las indicaciones de la liturgia.
- Proposiciones de doctrina católica: aunque no haya una definición ex cathedra, debe ser aceptado
por todos los fieles. Se encuentran presentes en documentos del Concilio o pontificios. Se requiere
asentimiento religioso e intelectual.
Fides Et Ratio. Juan Pablo II
Introducción.
Un camino que ha llevado a la humanidad a encontrarse progresivamente con la verdad y a
confrontarse con ella.
La Iglesia, en el misterio pascual, ha recibido como don la verdad última sobre la vida del hombre se
ha hecho peregrina por los caminos del mundo para anunciar que Jesucristo es “camino, la verdad, la
vida”. La diaconía de la verdad. Esta misión hace participe, a la comunidad creyente, del esfuerzo común
que la humanidad lleva a cabo para alcanzar la verdad.
El hombre tiene muchos medios para progresar en el conocimiento de la verdad, de modo que puede
hacer cada vez más humana la propia existencia.
Se destaca la filosofía: contribuye directamente a formular la pregunta sobre el sentido de la vida y a
trazar la respuesta, se desarrolló desde el momento en que el hombre comenzó a interrogarse sobre el
porqué de las cosas y su finalidad.
Movido por el deseo de descubrir la verdad última sobre la existencia, el hombre trata de adquirir los
conocimientos universales que le permiten comprenderse mejor y progresar en la realización de sí mismo.
La Iglesia aprecia el esfuerzo de la razón por alcanzar objetivos que hagan cada vez mas digna la
existencia personal. Ella ve en la filosofía el camino para conocer verdades fundamentales relativas a la
existencia del hombre. Considera la filosofía como una ayuda indispensable para profundizar la
inteligencia de la fe y comunicar la verdad del Evangelio a cuantos aun no la conocen.
Cap. I. Revelación de la Sabiduría de Dios.
El Concilio Vaticano I enseña que la verdad alcanzada a través de la reflexión filosófica y la verdad
que proviene de la revelación no se confunden ni una hace superflua la otra: “Hay un doble orden de
conocimiento, distinto no solo por su principio, sino también por su objeto; uno conocemos por medio de la
razón natural, y en otro la fe divina; por su objeto, también porque, aparte aquellas cosas que la razón
natural puede alcanzar, se nos proponen para creer misterios escondidos en Dios los que no podía tener
noticia”
La fe pertenece efectivamente a un orden diverso del conocimiento filosófico.
La filosofía y las ciencias tienen su puesto en el orden de la razón humana, mientras que la fe,
iluminada y guiada por el Espíritu, reconoce en el mensaje de la salvación la plenitud de gracia y de
verdad que Dios ha querido revelar en la historia y de modo definitivo por medio de su Hijo Jesucristo.
Concilio Vaticano II. El plan de la revelación se realiza por medio de obras y de palabras
intrínsecamente ligadas; las obras que Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan y confirman la
doctrina y las realidades que las palabras significan. La verdad profunda de Dios y de la salvación del
hombre que transmite dicha revelación, resplandece en Cristo, mediador y plenitud de toda la revelación.
Dei Verbum “Dios hablo a nuestros padres en muchas ocasiones y de diversas maneras por los
profetas. Ahora en este tiempo final nos ha hablado por el Hijo. Pues envió a su Hijo, la Palabra eterna,
que ilumina a todo hombre, para que habitara entre los hombres y les contara la intimidad de Dios.
Jesucristo, Palabra hecha carne, hombre enviado a los hombres, habla las palabras de Dios y realiza la
obra de la salvación que el Padre le encargo.
La historia es para el pueblo de Dios un camino que hay que recorrer por entero. Dei Verbum
manifiesta que “la Iglesia camina a través de los siglos hacía la plenitud de la verdad, hasta que se
cumplan en ella plenamente las palabras de Dios.”
El Concilio enseña que “cuando Dios revela, el hombre tiene que someterse con la fe”. La fe es la
respuesta de obediencia a Dios. Ello conlleva reconocerlo en su divinidad, trascendencia y libertad
suprema. Desde la fe, el hombre da su asentimiento a ese testimonio divino, reconoce plena e
integralmente la verdad de lo revelado.
En la fe, la libertad no solo está presente, sino que es necesaria. La fe es la que permite a cada uno
expresar mejor la propia libertad. La libertad alcanza la certeza de la verdad y decide vivir en la misma.
La revelación introduce en nuestra historia verdad universal y ultima que induce a la mente del hombre
a no pararse nunca; mas bien la empuja a ampliar continuamente el campo del propio saber. La verdad de
la revelación cristiana que se manifiesta en Jesús, permite a todos acoger el misterio de la propia vida.
Como verdad suprema, a la vez que respeta la autonomía de la criatura y su libertad, la obliga a abrirse a
la trascendencia. Aquí la relación entre libertad y verdad llega al máximo y se comprende en su totalidad la
palabra del Señor: Conocerán la verdad y la verdad los hará libres.
Cap. II. Creo para entender.
La sabiduría lo sabe y comprende todo (Sab 9, 11)
La Sagrada Escritura presenta el vínculo entre el conocimiento de la fe y el de la razón. Una profunda
e inseparable unidad entre el conocimiento de la razón y el de la fe.
La fe agudiza la mirada interior abriendo la mente para que descubra, en el sucederse de los
acontecimientos la presencia operante de la providencia.
El hombre con la luz de la razón sabe reconocer su camino, pero solo lo puede recorrer de forma libre,
sin obstáculos y hasta el final, si con un ánimo sincero fija su búsqueda en el horizonte de la fe. La razón y
fe no se pueden separar sin que se reduzca la posibilidad del hombre de conocer de modo adecuado a sí
mismo, al mundo y a Dios.
En definitiva, el hombre, con la razón, alcanza la verdad porque, iluminado por la fe, descubre
el sentido profundo de cada cosa y, en particular, de la propia existencia. Por lo tanto, con razón, el
autor sagrado fundamenta el verdadero conocimiento precisamente en el temor de Dios: “El temor del
Señor es el comienzo de la sabiduría”
Adquiere la sabiduría, adquiere la inteligencia (Prov.4, 5)
El hombre bíblico ha descubierto que no puede comprenderse sino como “ser en relación”: consigo
mismo, con el mundo y con Dios. Esta apertura al misterio, que le viene de la revelación, ha sido al final
para él la fuente de un verdadero conocimiento.
San Pablo: a través de la creación, los ojos de la inteligencia pueden llegar a conocer a Dios.
Se reconoce a la razón del hombre una capacidad que parece superar casi sus mismo limites
naturales: no está limitada al conocimiento sensorial sino que puede incluso alcanzar la causa que da
lugar a toda realidad sensible.
Según el Apóstol, la razón tenía la capacidad de superar fácilmente el dato sensible para alcanzar el
origen mismo de todo: el Creador. Debido a la desobediencia con la cual el hombre eligió situarse en plena
y absoluta autonomía respecto a aquel que lo había creado, quedo mermada esta facilidad de acceso a
Dios creador.
En el NT, hay un dato que sobresale con mucha claridad: la contraposición entre la sabiduría de este
mundo y la de Dios, revelada en Jesucristo. La profundidad de la sabiduría revelada rompe nuestros
esquemas habituales de reflexión.
El Hijo de Dios crucificado es el acontecimiento histórico contra el cual se estrella todo intento de la
mente de construir, sobre argumentaciones solamente humanas una justificación suficiente del sentido de
la existencia.
El verdadero punto central, que desafía toda filosofía, es la muerte de Jesucristo en la cruz.
La razón no puede vaciar el misterio de amor que la cruz representa, mientras que esta puede dar a la
razón la respuesta última que busca. No es la sabiduría de las palabras, sino la Palabra de la Sabiduría lo
que San Pablo pone como criterio de verdad y a la vez, de salvación.
Cap. III. Entiendo para creer.
Camino en busca de la verdad.
San Pablo pone de relieve una verdad que la Iglesia ha conservado siempre: en lo más profundo del
corazón del hombre está el deseo y la nostalgia de Dios.
Todos los hombres desean saber y la verdad es el objeto propio de este deseo. El hombre es el único
ser, en toda la creación visible, que no solo es capaz de saber, sino que sabe también que sabe y, por
eso, se interesa por la verdad real de lo que se le presenta.
Encíclica Veritatis splendor: “no existe moral sin libertad. Si bien existe el derecho de ser respetados
en el propio camino de búsqueda de la verdad, aun antes existe la obligación mora, grave para cada uno,
de buscar la verdad y seguirla una vez conocida”
Es necesario que los valores elegidos y que se persiguen con la propia vida sean verdaderos,
perfeccionan a la persona realizando su naturaleza. El hombre encuentra esta verdad de los valores no
encerrándose en si mismo, sino abriéndose para acogerla incluso en las dimensiones que lo transcienden.
Esta es una condición necesaria para que cada uno llegue a ser el mismo y crezca como persona adulta y
madura.
Si es posible o no alcanzar una verdad universal y absoluta. De por si, toda verdad, incluso parcial, si
es realmente verdad, se presenta como universal. Lo que es verdad, debe ser verdad para todos y
siempre. Además de esta universalidad, el hombre busca un absoluto que sea capaz de dar respuesta y
sentido a toda su búsqueda. Algo que sea lo último y el fundamento de todo lo demás. Busca una
explicación definitiva, un valor supremo, más allá del cual no haya ni pueda haber interrogantes o
instancias posteriores.
Diversas facetas de la verdad en el hombre.
Siempre es la verdad la que influencia su existencia.
Cuando un científico, siguiendo una intuición suya, se pone a la búsqueda de la explicación lógica y
verificable, confía desde el principio que encontrara una respuesta y no se detiene ante los fracasos. Esto
también es válido para la investigación de la verdad en el ámbito de las cuestiones últimas.
Las verdades religiosas, en cierta medida, hunden sus raíces también en la filosofía. Estas están
contenidas en las respuestas que las diversas religiones ofrecen en sus tradiciones a las cuestiones
últimas.
Las verdades filosóficas, hay que precisar que no se limitan a las meras doctrinas. Cada hombre es,
en cierto modo, filósofo y posee concepciones filosóficas propias con las cuales orienta su vida.
Desde el nacimiento, el hombre está inmerso en varias tradiciones, de las cuales recibe no solo el
lenguaje y la formación cultural, sino también muchas verdades en las que, casi instintivamente cree. En la
vida del hombre, las verdades simplemente creídas son mucho mas numerosas que las adquiridas
mediante la constatación personal.
El hombre, ser que busca la verdad, es pues también aquel que vive de creencias. Cada uno, al creer,
confía n los conocimientos adquiridos por otras personas. El conocimiento a través de una creencia parece
una forma imperfecta de conocimiento, que debe perfeccionarse progresivamente mediante la evidencia
lograda personalmente; por otra, la creencia, con frecuencia, resulta mas rica desde el punto de vista
humano, incluye una relación interpersonal.
La perfección del hombre no esa en la mera adquisición del conocimiento abstracto de la verdad, sino
que consiste también en una relación vida, de entrega y fidelidad hacia el otro.
El hombre por su naturaleza busca la verdad. Su búsqueda tiende hacia una verdad ulterior que
pueda explicar el sentido de la vida; por eso, es una búsqueda que no puede encontrar solución si no es
en el absoluto. Esta verdad se logra no solo por la vida racional, sino también mediante el abandono
confiado en otras personas, que pueden garantizar y la autenticidad de la verdad misma.
La razón necesita ser sostenida en la búsqueda por un dialogo confiado y una amistad sincera. La fe
cristiana lo ayuda ofreciéndole la posibilidad concreta de ver realizado el objetivo de esta búsqueda.
Esta verdad que Dios nos revela en Jesucristo no está en contraste con las verdades que se alcanzan
filosofando. Los dos órdenes de conocimiento conducen a la verdad en su plenitud. La unidad de la verdad
es ya un postulado fundamental de la razón humana, expresado en el principio de no contradicción. La
revelación da la certeza de esta unidad, mostrando que Dios creador es también Dios de la historia de la
salvación. El mismo e idéntico Dios, que fundamenta y garantiza que sea inteligible y racional el orden
natural de las cosas sobre las que se apoyan los científicos confiados, es el mismo que se revela como
Padre de nuestro Señor Jesucristo.
La relación entre la verdad revelada y la filosofía impone una doble consideración: en cuanto que la
verdad que nos llega por la revelación es una verdad que debe ser comprendida a la luz de la razón.
Cap. IV. Relación entre la fe y razón.
Novedad perenne del pensamiento de Santo Tomas de Aquino.
Argumentaba que la luz de la razón y la luz de la fe proceden ambas de Dios, por lo tanto, no pueden
contradecirse entre sí.
La fe no teme la razón, sino que la busca y confía en ella. La fe supone y perfecciona la razón. Esta
última, iluminada por la fe, es liberada de la fragilidad y de los límites que derivan de la desobediencia del
pecado y encuentra la fuerza necesaria para elevarse al conocimiento del misterio de Dios uno y trino. La
fe es de algún modo ejercicio del pensamiento, una opción libre y consciente.
El Espíritu Santo realiza haciendo madurar en sabiduría la ciencia humana: aquella sabiduría que es
un Don del Espíritu Santo y que introduce en el conocimiento de las realidades divinas. Su teología
permite comprender la peculiaridad de la sabiduría en su estrecho vinculo con la fe y el conocimiento de lo
divino. Presupone la fe y formula su recto juicio a partir de la verdad de la fe misma: “La sabiduría, el don
del Espíritu Santo, difiere de la que es una virtud intelectual adquirido. Pues esta se adquiere con esfuerzo
humano y aquella viene de arriba. De la misma manera difiere también de la fe, porque la fe asiente a la
verdad divina por si misma.”
“Todo lo verdadero, donde quiera que este, es el Espíritu Santo.”
Separación entre razón y fe.
Ante las líneas de transformaciones cultuales, algunos filósofos, abandonando la búsqueda de la
verdad por sí misma, han adoptado como único objetivo lograr la certeza subjetiva o la utilidad práctica. De
aquí se desprende, como consecuencia, el ofuscamiento de la auténtica dignidad de la razón, que ya no
es capaz de conocer lo verdadero y de buscar lo absoluto.
En este último período se constata aun progresiva separación entre la fe y la razón filosófica. En la
reflexión filosófica de aquellos que han contribuido a aumentar la distancia entre la fe y la razón aparecen
a veces gérmenes de pensamiento que pueden ayudar a descubrir el camino de la verdad.
La razón, privada de la aportación de la revelación, ha recorrido caminos secundarios que tiene el
peligro de hacerse perder de vista su meta final.
La fe, privada de la razón, ha subrayado el sentimiento y la experiencia, corriendo el riesgo de dejar
de ser na propuesta universal.
Cap. V. Intervenciones del magisterio en cuestiones filosófica.
El Magisterio es su deber reaccionar de forma clara y firme cuando tesis filosóficas discutibles
amenazan la compresión correcta del dato revelado y cuando se difunden teorías falsas y parciales que
siembran graves errores confundiendo la simplicidad y la pureza de la fe del pueblo de Dios.
El Magisterio eclesiásticos puede y debe ejercer con autoridad, a la luz de la fe, su propio
discernimiento critico en relación con las filosofías y las afirmaciones que se contraponen a la doctrina
cristiana.
La Iglesia tiene el deber de indicar lo que, en un sistema filosófico, puede ser incompatible con su fe.
Recta Ratio: razón que reflexiona correctamente sobre la verdad.
La Iglesia sabe que los tesoros de la sabiduría y de conocimiento están ocultos en Cristo; por eso
interviene animando la reflexión filosófica, para que no se cierre el dominio que condice al reconocimiento
del misterio.
Las intervenciones del magisterio se han ocupado no tanto de la tesis filosófica concreta como de la
necesidad del conocimiento racional, y por lo tanto filosófico, para la inteligencia de la fe.
El Concilio de Vaticano I, las enseñanzas del magisterio pontificio había propuesto de forma ordinaria
y constante a los fieles, puso de relieve lo inseparables y, al mismo tiempo, irreducibles que son el
conocimiento natural de Dios y la revelación, la razón y la fe. “Hay un doble orden de conocimiento, distinto
no solo por su principio, sino también por su objetivo.”
Ninguna verdadera disensión puede jamás darse entre la fe y la razón, puso dentro del alma humana
la luz de la razón, y Dios no puede negarse a si mismo, ni la verdad contradecir jamás a la verdad.
Dei verbum, Dios está presente tanto en los textos sagrados como la tradición, la tradición y la
escritura constituyen el deposito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia. Fiel a dicho deposito,
el pueblo cristiano entero, la SE, por tanto, no es solamente punto de referencia para la Iglesia. En efecto,
la suprema norma de su fe proviene de la unidad del espíritu puesto en la ST la SE y el Magisterio de la
Iglesia en una reciprocidad tal que los 3 no pueden subsistir de forma independiente.
Cap. VI. Interacción entre teología y filosofía.
La teología se organiza como ciencia de la fe a la luz de un doble principio metodológico:
1. Auditus fidei (Escucha la fe). Los contenidos de la revelación tal y como han sido explicitados
progresivamente en la Sagrada Tradición, SE y el Magisterio vivo de la Iglesia.
La filosofía ofrece a la teología al tratar sobre la estructura del conocimiento y de la comunicación
personal. Usando conceptos y formas de pensamiento tomados de una determinada tradición
filosófica. Conocer a fondo y los sistemas filosóficos que han influido.
2. Intellectus fidei (Inteligencia de la fe). La teología quiere responder a las exigencias propias del
pensamiento mediante la reflexión especulativa.
Verdad divina, las estructuras lógicas y conceptuales de la Iglesia, el significado de salvación para
el individuo y para la humanidad. Participa con su asentimiento de fe.
Teología dogmática. Debe ser capaz de articular el sentido universal del misterio de Dios uno y Trino
y de la economía de la Salvación. La razón del creyente tenga un conocimiento natural, verdadero y
coherente de las cosas creadas, de mundo y del hombre. La teología dogmática especulativa presupone e
implica una filósofa del hombre, del mundo y del ser, fundada sobre la verdad objetiva.
Teología fundamental. Misión de dar razón de la fe, justificar y explicitar la relación entre la fe y
reflexión filosófica. Debe mostrar la íntima compatibilidad entre la fe y su exigencia fundamental de ser
explicitada mediante una razón capaz de dar su asentimiento en plena libertad. La fe sabrá mostrar
plenamente el camino a una razón que busca sinceramente la verdad.
Teología moral. Debe acudir a una visión filosófica correcta.
Teología. Punto de partida, fuente original debe ser siempre la Palabra de Dios revelada en la
historia, el objetivo final la inteligencia de esta, la Palabra de Dios es verdad. La razón en cierto modo
guiada, para evitar caminos que podrían conducir fuera de la verdad revelada. La Palabra de Dios, la
filosofía sale enriquecida porque la razón descubre nuevos e inesperados horizontes.
La expresión filosofía cristiana, con ella no se pretende aludir a una filosofía oficial de la iglesia, puesto
que la fe como tal no es una filosofía. Una especulación filosófica concebida en unión vital con la fe.
Los aspectos de la filosofía cristina:
Subjetivo. La purificación de la razón por parte de la fe. La fe libera la razón de la presunción,
tentación típica: a la que los filósofos están fácilmente sometidos.
Objetivo. La necesidad de explorar el carácter racional de algunas verdades expresadas por la
SE. Son tareas que llevan a la razón a conocer que lo verdadero racional supera los estrechos
con fines dentro de los que ella tendería a encerrarse.
Necesita de la filosofía como interlocutora para verificar la inteligibilidad y la verdad universal.
La revelación cristina llega a ser el verdadero punto de referencia y de confrontación entre el
pensamiento filosófico y el teológico en su reciproca relación.
El mismo acto de fe no es otra cosa que el pensar con el asentimiento de voluntad. La fe, si lo que se
cree no se piensa, es nula. Sin asentimiento no hay fe, porque no se puede creer en nada.
Cap. VII. Exigencias y cometidos actuales.
La Sagrada Escritura contiende, de manera implícita o explícita, una serie de elementos que permiten
obtener una visión del hombre y del mundo de gran valor filosófico.
De ellas se deduce que la realidad que experimentamos no es el absoluto. Solo Dios es el absoluto.
De las páginas de la Biblia se desprende una visión del hombre como imago Dei, que contiene
indicaciones precisas sobre su ser, su libertad y la inmortalidad de su espíritu. Puesto que el mundo
creado no es autosuficiente, toda ilusión de autonomía que ignore la dependencia esencial de Dios de toda
la criatura lleva a situaciones dramáticas que destruyen la búsqueda racional de la armonía y del sentido
de la existencia humana.
La palabra de Dios plantea el problema del sentido de la existencia y ofrece su respuesta orientado al
hombre hacia Jesucristo, el Verbo de Dios, que realiza en plenitud la existencia humana.
La palabra de Dios revela el fin último del hombre y da un sentido global a su obrar en el mundo.
Verificar la capacidad del hombre de llegar al conocimiento de la verdad.
“La inteligencia no se limita solo a los fenómenos, sino que es capaz de alcanzar con verdadera
certeza la realidad inteligible, aunque a consecuencia del pecado se encuentre parcialmente oscurecida y
debilitada”.
UNIDAD N° 2.
LA REVELACIÓN DE DIOS.
La dimensión religiosa en el hombre. Búsqueda de Dios en el hombre hoy.
El hombre se ha manifestado como un ser que, en la búsqueda de sentido de su existencia, vivía la
experiencia de lo sagrado, lo último, que se le manifestaba de múltiples maneras y circunstancias.
La experiencia de la vida, la muerte, el devenir, y la de su propia finitud lo remitía constantemente a un
universo sagrado con el cual trataba de comunicarse.
El concepto de mito apuntaba a describir el relato en el cual se narraban los hechos que tenían como
protagonistas a seres sobrenaturales. Era el mito, la narración de una historia sagrada verdadera, en el
sentido que otorgaba una primera aproximación racional al mundo circundante.
A lo largo de la historia de la humanidad, la realidad sagrada era percibida de distintas maneras:
Un ser supremo, legislador. Henoteísmo.
Una multitud de seres superiores. Politeísmo.
Una dualidad divina. Principio del bien y del mal. Dualismo.
Una realidad última, impersonal y totalizante. Leyes del universo o del cosmos. Panteísmo.
Ser único, trascendente y personal, creador y providente. Monoteísmo.
Por las diversas vías, el hombre puede acceder al conocimiento de la existencia de una realidad que
es la causa primera y el fin último de todo: Dios.
El conocimiento de Dios según la Iglesia. (CIC)
La Iglesia enseña que Dios puede ser conocido mediante la luz natural de la razón humana. El
hombre tiene esa capacidad porque ha sido creado a imagen de Dios. Necesita ser ilumina por la
revelación de Dios, no solamente acerca de lo que supera su entendimiento, sino también sobre las
verdades religiosas y morales que de suyo no son inaccesibles a la razón, a fin de que puedan ser, en el
estado actual del género humano, conocidas de todos sin facultad y con certeza firme.
¿Cómo hablar de Dios? La iglesia expresa su confianza en la posibilidad de hablar de Dios a todos
los hombres y con todos los hombres.
Todas las criaturas poseen una cierta semejanza con Dios, especialmente el hombre. Las múltiples
perfecciones de las criaturas reflejan la perfección infinita de Dios. Dios trasciende toda criatura.
Tesis sobre la existencia de Dios diferentes a aquella presentada por la Iglesia:
Deismo: Dios se presenta como un ingeniero universal que luego de la creación-construcción
de su máquina la abandona a merced de sus funciones y leyes. No interviene a posteriori. Dios
que se desentiende de su creatura.
Ontologismo: Dios es el principio inmediatamente evidente no sólo por el orden ontológico, sino
también en el orden lógico.
Ateísmo: niega la existencia de Dios. Puede ser asertórico, cuando dice que Dios no existe
porque no hay nada más que la naturaleza, o postulatorio, que dice que Dios no debe existir si
queremos que el hombre sea libre.
Agnosticismo: se niega la posibilidad de conocer a Dios.
Tradicionalistas: la razón del hombre está debilitada por el pecado original por eso sólo se
puede conocer a Dios por vía de tradición.
Dios sale al encuentro del hombre y la revela su designo de amor.
La Revelación es la comunicación de Dios a darse a conocer a sí mismo, motivado por su gran amor
para hablar con los hombres e invitarlos a estar en comunión con Él, con el fin de la salvación en favor de
los hombres.
Mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir de sus obras. Pero
existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún modo alcanzar por sus propias
fuerzas, el de la Revelación divina. Por una decisión libre, Dios revela y se da al hombre, y lo hace
revelando su misterio, su designo benevolente que estableció desde la eternidad en Cristo en favor a
todos los hombres. Revela plenamente su designio enviando a su Hijo amado.
La Santa Iglesia, mantiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido
con certeza mediante la natural de la razón humana a partir de las cosas creadas. El hombre tiene esta
capacidad porque ha sido creado a imagen de Dios. Las verdades que se refieren a Dios y a los hombres
sobrepasan absolutamente el orden de las cosas sensibles y cuando deben traducirse en actos y
proyectarse en la vida exigen que le hombre se entregue y renuncie a sí mismo.
El hombre necesita ser iluminado por la revelación de Dios, sobre las verdades religiosas y morales
que de suyo no son inaccesibles a la razón, a fin de que puedan ser, en el estado actual del género
humano, conocidas de todos sin dificultad, con una certeza firme y sin mezcla de error.
Dios revela su designio amoroso. “Dispuso Dios en su bondad y sabiduría revelarse a sí mismo y
dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo
encarnado, tienen acceso al Padre en Espíritu Santo y se hacen partícipes de la naturaleza divina.”. Dios,
que “habita una luz inaccesible”, quiere comunicar su propia vida divina a los hombres libremente creados
por él, para hacer de ellos, en su Hijo único, hijos adoptivos. Al revelarse a sí mismo, Dios quiere hacer a
los hombres capaces de responderle, de conocerle y de amarle más allá de lo que ellos serían capaces
por sus propias fuerzas.
El designio divino de la revelación se realiza a la vez “mediante acciones y palabras”, íntimamente
ligadas entre sí y que se esclarecen mutuamente. Este designio comporta una “pedagogía divina”
particular: Dios se comunica gradualmente al hombre, lo prepara por etapas para acoger la Revelación
sobrenatural que hace de sí mismo y que culminará en la Persona y la misión del Verbo encarnado,
Jesucristo.
La revelación como fuente de conocimiento de Dios.
La palabra Revelación se deriva del latín [Revelare], que significa remover el velo, quitar el velo. Es la
manifestación amorosa que Dios hace de sí mismo y de su misterio en orden a nuestra Salvación. Dios
rompe su silencio y se hace cercano, aunque siga siendo un misterio. El objeto de la revelación es Dios
mismo. La finalidad de la revelación no es el conocimiento, sino la Salvación, la participación de la vida
misma de Dios.
La Revelación es la comunicación que Dios hace de sí mismo y de su plan de salvación en favor de
todos los hombres, para darse a conocer e invitarlos a la comunión con Él. Dios no da mensajes
intemporales, sino que se dirige personalmente a un interlocutor en una cultura e historia vivas: Abraham,
Moisés, etc. A la luz de la historia del Pueblo de Israel vemos el constante darse a conocer de Dios que
toma la iniciática y actúa salvando.
El evento de la Revelación es indisociable de esta intervención divina. La Revelación de Dios a los
hombres no es una simple comunicación de noticias o conocimientos. Dios comunica su propio misterio
con el propósito de dar un vuelco a la vida humana.
Características de la Revelación.
a. Es un auto manifestación de la vida íntima de Dios. Dios se revela a Si mismo de manera
soberana, libre y gratuita.
b. La Revelación es Histórica. Ocurre en el seno de la historia humana. Dios se revela no solo
con la Palabra sino también con acciones, obras y gestos.
c. La Revelación se despliega gradualmente (Progresiva) hasta culminar en la predicación y la
obra de Jesús.
d. La Revelación es Salvadora, apunta primariamente a rescatar a hombre del pecado y a
comunicarle la vida nueva de la gracia. La intensión profunda y ultima de la manifestación de
Dios, que es vencer el mal moral, conceder una participación en la santidad divina, y hacer
posible un destino eterno de gozo y amor.
e. La Revelación es Don divino inestimable, al que se refiere Jesús como algo precioso y único
en algunas palabras.
La religión judeo-cristiana es una religión revelada, que se apoya en hechos o acontecimientos
realizados por Dios a lo largo de la historia humana. Es y se comprende a sí misma como una religión
revelada. Parte de lo que Dios dijo de sí mismo y manifestó a través de hechos y palabras.
Objeto y finalidad de la Revelación.
Dei Verbum. Naturaleza y Objeto de la Revelación.
Dios en su bondad y sabiduría relevarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de la voluntad, por
medio de Cristo, los hombres tienen acceso al Padre en Espíritu Santo y se hacen consortes de la
naturaleza divina, movido por su gran amor, habla a los hombres para invitarlos y recibirlos a la comunión
con El este plan de la revelación se realiza con palabras y hechos intrínsecamente conexo entre sí.
La verdad intima acerca de Dios y de la salvación humana se nos manifiesta por la Revelación en
Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación.
Preparación de la revelación evangélica.
Dios, creando y conservándolo todo por su Verbo, da a los hombres testimonio perenne (eterno o
perdurable) de sí en las cosas creadas y, queriendo abrir el camino de la salvación sobrenatural, se
manifestó, además, personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio.
Después de su caída les animó a la esperanza de la salvación con la promesa de la redención, y tuvo
incesante cuidado del género humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvación con la
perseverancia en las buenas obras.
A su tiempo llamó a Abraham para hacerlo padre de un gran pueblo, al que después de los Patriarcas
instruyó por Moisés y por los Profetas para que lo reconocieran Dios único, vivo y verdadero, y para que
esperaran al Salvador prometido, y de esta forma, a través de los siglos, fue preparando el camino del
Evangelio.
Cristo, culmen de la revelación.
Envió a su Hijo, al Verbo eterno, que ilumina a todos los hombres, para que viviera entre ellos y les
manifestara los secretos de Dios; Jesucristo, pues, el Verbo hecho carne, «hombre enviado a los
hombres», «habla palabras de Dios» y lleva a cabo la obra de la salvación.
Jesucristo,- con toda su presencia y manifestación de sí mismo, con sus palabras y obras, señales y
milagros, y con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos, finalmente, la revelación y confirma
con testimonio divino que Dios está con nosotros para librarnos y resucitarnos a la vida eterna.
Las verdades reveladas.
Mediante la revelación divina quiso Dios manifestarse a sí mismo y manifestar los eternos decretos de
su voluntad acerca de la salvación de los hombres.
Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con seguridad por la luz natural de la
razón humana, partiendo de las criaturas; hay que atribuir a su revelación «el que todos puedan conocer
con firme certeza y sin ningún error, las cosas divinas que por su naturaleza no son inaccesibles a la razón
humana.
Etapas de la Revelación.
Desde el origen, Dios se da a conocer.
Dios da a los hombres testimonio perenne de si en las cosas creadas, y queriendo abrir el camino de
la salvación sobrenatural, se manifestó personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio.
Los invito a una comunión íntima con El revistiéndolos de una gracia y de una justicia resplandeciente.
Dios, después de su caída, alentó en ellos la esperanza de la salvación con la promesa de redención,
y tuvo incesante cuidado del género humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvación
con la perseverancia.
Alianza con Noé.
Dios decide desde el comienzo salvar a la humanidad a través de una serie de etapas. Al alianza con
Noé después del diluvio expresa el principio del economía divina con las naciones. Este orden está
destinado a limitar el orgullo de una humanidad caída a causa del pecado. La alianza con Noé permanece
en vigor mientras dura el tiempo de las naciones, hasta la proclamación universal del Evangelio.
Dios elige a Abraham.
Dios elige a Abraham llamándolo fuera de su tierra y de su casa. El pueblo nacido de Abraham será el
depositario de la promesa hecha a los patriarcas.
Dios forma parte a su pueblo Israel.
Después de la etapa de los patriarcas, Dios constituyo a Israel como su pueblo salvándolo de la
esclavitud de Egipto. Estableció con él una alianza de Sinaí y le dio por medio de Moisés su Ley, como al
único Dios vivo y verdadero.
Por los profetas, Dios forma a su pueblo en la esperanza de la salvación, en la espera de una Alianza
nueva y eterna destinada a todos los hombres, los profetas anuncian una rendición radical del pueblo de
Dios, la purificación de todas las infidelidades y la salvación.
Dios ha dicho todo en su verbo.
Cristo, el Hijo de Dios hecho hombres, el a Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En Él lo
dice todo.
No va haber otra revelación.
La económica cristina, por ser alianza nueva y definitiva, nunca pasara; ni hay que esperar otra
revelación publica antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo.
Transmisión de la Revelación: la Sagrada Tradición y las Sagradas Escrituras.
Dios “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”, es decir, al
conocimiento de Cristo Jesús. Es preciso, pues, que Cristo sea anunciado a todos los pueblos y a todos
los hombres y que así la Revelación llegue hasta los confines del mundo.
La transmisión del Evangelio, según el mandato del señor, se hizo de dos maneras:
- Oralmente: “los apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de
palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les
enseñó”.
- Por escrito: “los mismos apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la
salvación inspirados por el Espíritu Santo”.
Para que este Evangelio se conservara siempre vivo y entero en la Iglesia, los Apóstoles nombraron
como sucesores a los obispos, "dejándoles su cargo en el magisterio"». En efecto, «la predicación
apostólica, expresada de un modo especial en los libros sagrados, se ha de conservar por transmisión
continua hasta el fin de los tiempos». Esta transmisión viva, llevada a cabo en el Espíritu Santo, es
llamada la Tradición en cuanto distinta de la sagrada Escritura, aunque estrechamente ligada a ella. Por
ella, "la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo
que cree". "Las palabras de los santos Padres atestiguan la presencia viva de esta Tradición, cuyas
riquezas van pasando a la práctica y a la vida de la Iglesia que cree y ora". Así, la comunicación que el
Padre ha hecho de sí mismo por su Verbo en el Espíritu Santo sigue presente y activa en la Iglesia: "Dios,
que habló en otros tiempos, sigue conservando siempre con la Esposa de su Hijo amado; así el Espíritu
Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, va
introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo".
La relación entre la Tradición y la Sagrada Escritura.
La Tradición y la Sagrada Escritura "están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo
ambas de la misma fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin". Una y otra hacen presente
y fecundo en la Iglesia el misterio de Cristo que ha prometido estar con los suyos "para siempre hasta el fin
del mundo".
"La sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo".
"La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los Apóstoles, y la
transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la
expongan y la difundan fielmente en su predicación". De ahí resulta que la Iglesia, a la cual está confiada
la transmisión y la interpretación de la Revelación "no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de
todo lo revelado. Y así las dos se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción" (DV 9).
Tradición apostólica y tradiciones eclesiales.
La Tradición de que hablamos aquí es la que viene de los apóstoles y transmite lo que éstos
recibieron de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que aprendieron por el Espíritu Santo. En efecto,
la primera generación de cristianos no tenía aún un Nuevo Testamento escrito, y el Nuevo Testamento
mismo atestigua el proceso de la Tradición viva.
Es preciso distinguir de ella las "tradiciones" teológicas, disciplinares, litúrgicas o devocionales nacidas
en el transcurso del tiempo en las Iglesias locales. Estas constituyen formas particulares en las que la gran
Tradición recibe expresiones adaptadas a los diversos lugares y a las diversas épocas. Sólo a la luz de la
gran Tradición aquéllas pueden ser mantenidas, modificadas o también abandonadas bajo la guía del
Magisterio de la Iglesia.
La fe no es un acto aislado. Nadie puede creer solo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe
transmitirla a otro. Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes.
Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener.
Una clara tarea de la tecnología hoy consiste en responder al desafío del hombre moderno, lleno de
dudas y temores, dando razón de la fe.
La fe en Dios tiene que tener un apoyo claro en razón. Ahora bien, la razón humana no se puede
reducir a la pura razón empírica, porque no podemos seguir afirmando que lo que no ve, toca o percibe
con sus sentidos, no exista.
La fe de la Iglesia.
"Mira, Señor, la fe de tu Iglesia".
La Iglesia es la primera que cree, y así conduce, alimenta y sostiene mi fe. La Iglesia es la primera
que, en todas partes, confiesa al Señor, y con ella y en ella somos impulsados y llevados a confesar
también: "creo", "creemos". Por medio de la Iglesia recibimos la fe y la vida nueva en Cristo por el
bautismo. En el Ritual Romano, el ministro del bautismo pregunta al catecúmeno: "¿Qué pides a la Iglesia
de Dios?" Y la respuesta es: "La fe". "¿Qué te da la fe?" "La vida eterna".
La salvación viene solo de Dios; pero puesto que recibimos la vida de la fe a través de la Iglesia, ésta es
nuestra madre: "Creemos en la Iglesia como la madre de nuestro nuevo nacimiento, y no en la Iglesia
como si ella fuese el autor de nuestra salvación". Porque es nuestra madre, es también la educadora de
nuestra fe.
Una sola fe.
Desde siglos, a través de muchas lenguas, culturas, pueblos y naciones, la Iglesia no cesa de
confesar su única fe, recibida de un solo Señor, transmitida por un solo bautismo, enraizada en la
convicción de que todos los hombres no tienen más que un solo Dios y Padre. San Ireneo de Lyon, testigo
de esta fe, declara: "La Iglesia, diseminada por el mundo entero hasta los confines de la tierra, recibió de
los Apóstoles y de sus discípulos la fe [...] guarda diligentemente la predicación [...] y la fe recibida,
habitando como en una única casa; y su fe es igual en todas partes, como si tuviera una sola alma y un
solo corazón, y cuanto predica, enseña y transmite, lo hace al unísono, como si tuviera una sola boca".
"Porque, aunque las lenguas difieren a través del mundo, el contenido de la Tradición es uno e
idéntico. Y ni las Iglesias establecidas en Germania tienen otro fe u otra Tradición, ni las que están entre
los iberos, ni las que están entre los celtas, ni las de Oriente, de Egipto, de Libia, ni las que están
establecidas en el centro el mundo...". "El mensaje de la Iglesia es, pues, verídico y sólido, ya que en ella
aparece un solo camino de salvación a través del mundo entero".
"Esta fe que hemos recibido de la Iglesia, la guardamos con cuidado, porque sin cesar, bajo la acción
del Espíritu de Dios, como un contenido de gran valor encerrado en un vaso excelente, rejuvenece y hace
rejuvenecer el vaso mismo que la contiene".
Las revelaciones privadas.
El valor de las revelaciones privadas.
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que: “a lo largo de los siglos hubo revelaciones llamadas
privadas, algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Sin embargo, no
pertenecen al depósito de la fe. Guiados por el Magisterio de la Iglesia, los fieles deben discernir y acoger
lo que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia”.
Y el mismo Concilio Vaticano II en su constitución dogmática sobre la Iglesia afirma: “El Romano
Pontífice y los Obispos, por razón de su oficio y la importancia del asunto, trabajan celosamente con los
medios oportunos para investigar adecuadamente y para proponer de una manera apta esta Revelación; y
no aceptan ninguna nueva revelación pública como perteneciente al divino depósito de la fe”. Que no
pertenezcan al depósito de la fe, quiere decir que no hay por qué creer en ellas.
“Las revelaciones privadas aunque hayan sido aprobadas por la Iglesia, no se les debe atribuir un
asentimiento obligatorio. Por lo tanto uno puede rechazarlas y negarse a aceptarlas” (Benedicto XIV).
San Juan de la Cruz escribió al respecto: “Si la fe ya está fundada en Cristo y en el Evangelio, no hay
para qué preguntar más. En Cristo, Dios ya dijo todo lo que tenía que decir. Y buscar nuevas revelaciones
y o visiones sería una ofensa a Dios, pues sería como sacar los ojos de Cristo, buscando alguna otra
novedad”. (Subida al Monte Carmelo).
¿Cuál es su autoridad?
Ninguna. No tienen autoridad para la fe de los católicos, son solo una ayuda para la fe y la vida
espiritual, para recordar lo ya revelado en la Palabra de Dios y enseñado por la Iglesia. Por esta razón no
es adecuado citarlos como una fuente de doctrina, ya que su función es llamar a la conversión, a la
oración, a una vida más devota, a una mayor fidelidad a Cristo y a la Iglesia, pero no legislar sobre liturgia
o dar cátedra de teología dogmática explicando los misterios de la fe. Para enseñar está el Magisterio, no
los videntes.
Si una revelación privada incluye la manifestación de una verdad contenida en el depósito de la fe, lo
que está haciendo es repetir algo ya revelado (revelación pública), pero no agrega ni amplía nada. Si con
el tiempo algo que comenzó como una revelación privada, como el caso del “Sagrado Corazón de Jesús”,
termina siendo asumido por el Magisterio auténtico, comienza a gozar de autoridad no por su origen, sino
porque ha sido presentado para ser creído por quien tiene autoridad para hacerlo.
La Iglesia cuando dice que “aprueba” una revelación privada, no obliga a creer en ella, sino que
autoriza la devoción, como en los casos de Fátima o Lourdes.
UNIDAD N° 3.
LA SAGRADA ESCRITURA.
La sagrada escritura: memoria de la fe de un pueblo.
“La sagrada Escritura es la Palabra de Dios en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo”.
La Biblia es un libro de fe. La Iglesia primitiva ha descubierto en Cristo al Mesías anunciado y
esperado en el Antiguo Testamento, y nos ha transmitido a través de los escritos del Nuevo Testamento la
experiencia fundamental de la resurrección del Señor como el gran signo de la verdadera y definitiva
salvación.
A través de todas las palabras de la SE, Dios dice solo una palabra, su Verbo único, en quien él se
dice en plenitud. Por esta razón, la Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras como veneran
también el Cuerpo del Señor.
En la SE, la Iglesia encuentra su alianza y su fuerza, porque en ella no solamente se recibe la palabra
humana, sino o que es realmente: Palabra de Dios.
Proceso de formación de la Biblia.
Antes de la escritura, el pueblo transmitía la memoria de su fe en forma oral, de generación en
generación. En 1000 a.C., comienzan a ponerse por escrito algunos relatos de los patriarcas, relatos de la
creación. A medida que el pueblo iba creciendo, fue viendo la necesidad de documentar y poner por
escrito esta memoria oral. A partir de ese momento la escritura se transformó en un elemento fundamental
de la transmisión de la fe y la memoria, junto con el culto y la tradición oral; (hagiógrafos) guiados por el
Espíritu Santo, intentaban alimentar espiritualmente al pueblo reflexionando desde la fe los
acontecimientos históricos. Fueron escritos momentos de la historia. La Biblia es un libro que contiene
obras recopiladas que fueron actualizando constantemente a medida que la fe del pueblo necesitaba
nuevas respuestas ante nuevas situaciones.
Distintas etapas del proceso de formación.
Primero se da el Hecho Histórico. Luego se transmite de generación en generación a través de la
transmisión oral. Finalmente se pone por escrito no solo el hecho histórico sino que en él se entremezclan
signos que ponen de manifiesto lo que esa experiencia produjo en el pueblo y como a lo largo del tiempo
fueron descubriendo la presencia de Dios entre ellos.
Creación. El hombre vivió y se alimentó de la creación. Se admiró de sí mismo y se preguntó de dónde
venía todo. A Dios a través de todas las cosas y así lo transmitía. Inspirado por Dios el hombre decide
dejar por escrito lo que había descubierto y lo que Dios quiere decir al pueblo.
La acción de Dios con ellos, buscando a Dios se ha encontrado con la salvación de Dios. En este
proceso el pueblo fue descubriendo algunas verdades fundamentales:
a. Dios es quien irrumpe en la vida de los hombres por pura gratuidad y amor. Primera palabra en
este dialogo que entabla con los hombres.
b. La manifestación de Dios al hombre siempre encierra una propuesta: traba alianza con él. Los
hombres no pueden vivir de cualquier manera, Dios los quiere íntegros en la justicia. Así la
alianza de Dios con los hombres marcara la pauta de la actitud de vida de su pueblo. La
manifestación de Dios a su pueblo no es solo ni principalmente para decirles. “Sepan que yo
soy Dios”, sino para modificar radicalmente la vida de los hombres. Como liberación, como
plenitud.
Inspiración, verdad e inerrancia de la Sagrada Escritura. Cristo, palabra única en la escritura.
Dios es el autor de la Sagrada Escritura. “Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y
manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo”.
Dios ha inspirado a los autores humanos de los libros sagrados. Dios se valió de hombre elegido,
que usaban de todas sus facultades y talentos; de este modo obrando Dios en ellos y por ellos, como
verdaderos autores, pusieron por escrito todo y solo lo que Dios quería.
Los libros inspirados enseñan la verdad. “Como todo lo que afirman los hagiógrafos, lo afirma el
espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que
Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra”.
Hagiógrafos: tienen una gracia especial del espíritu en orden a poner por escrito la revelación, el
anuncio auténtico de la palabra de Dios; la inspiración es un carisma, lenguaje.
Exegeta: es quien interpreta dichas escrituras para entender el verdadero sentido de la palabra de
Dios.
Dei Verbum. Inspiración divina de la SE y su interpretación.
El hecho de la inspiración y de la verdad de la Sagrada Escritura. Las verdades reveladas por Dios se
consignaron por inspiración del Espíritu Santo. Los escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo tienen a
Dios como autor. Pero en la redacción de los libros sagrados Dios eligió a hombres, y se valió de ellos que
usaban sus propias facultades y fuerzas, de forma que, obrando El en ellos y por ellos, escribieron, todo y
sólo lo que Él quería.
Los Hagiógrafos afirman debe tenerse como afirmado por el Espíritu Santo, hay que confesar que los
libros de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en
las sagradas letras para nuestra salvación, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y preparado para
toda obra buena.
La recta interpretación de las Sagradas Escrituras.
En la SE, Dios habla al hombre a la manera de los hombres. Para interpretar bien la Escritura, es
preciso estar atento a lo que los autores humanos, quisieron verdaderamente afirmar y a lo que Dios quiso
manifestarnos mediante sus palabras.
Para descubrir la invención de los autores sagrados es preciso tener en cuenta las condiciones de su
tiempo y de su cultura, los “géneros literarios” usados en aquella época, las maneras de sentir, de hablar y
de narrar en aquel tiempo. “Pues la verdad se presenta y se enuncia de modo diverso en obras de diversa
índole histórica, en libros proféticos o poéticos, o en otros géneros literarios”.
Dado que la Sagrada Escritura es inspirada, hay otro principio de la recta de interpretación. “La
Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita”.
El Concilio Vaticano II señala tres criterios para una interpretación de la escritura conforme al Espíritu
que la inspiro.
1. Prestar una gran atención “al contenido y a la unidad de toda la Escritura”. Unidad interna. La
Escritura es una en razón de la unidad del designio de Dios, del que Cristo Jesús es el centro y
el corazón.
2. Leer la escritura en “la Tradición viva de toda la Iglesia”. “La Sagrada Escritura está más en el
corazón del Iglesia que en la materialidad de los libros escritos”.
3. Estar de atento “a la analogía de la fe”. Por “analogía de la fe” entendernos la cohesión de las
verdades de la fe entre si y en el proyecto total de la Revelación.
Dei Verbum. Inspiración divina de la SE y su interpretación.
Cómo hay que interpretar la Sagrada Escritura. El intérprete de la Sagrada Escritura debe investigar
con atención qué pretendieron expresar realmente los hagiógrafos y plugo a Dios manifestar por sus
palabras. Para descubrir la intención de los hagiógrafos, la verdad se propone y se expresa de una
manera o de otra en los textos de diverso modo históricos, proféticos, poéticos o en otras formas de
hablar. Conviene que el intérprete investigue el sentido que intentó expresar y expresó el hagiógrafo en
cada circunstancia. Pues para entender rectamente lo que el autor sagrado quiso afirmar en sus escritos,
hay que atender cuidadosamente tanto a las acostumbradas formas nativas de pensar, de hablar o de
narrar vigentes en los tiempos del hagiógrafo, leer e interpretar con el mismo Espíritu con que se escribió
para descubrir el sentido exacto de los textos sagrados, teniendo en cuenta la Tradición viva de toda la
Iglesia y la analogía de la fe.
Todo lo que se refiere a la interpretación de la Sagrada Escritura está sometido en última instancia a
la Iglesia, que tiene el mandato y el ministerio divino de conservar y de interpretar la palabra de Dios.
Sentido de las Sagradas Escrituras.
1. Literal. Es el sentido significado por las palabras de la Escritura y descubierto por la exegesis
que sigue las reglas de la justa interpretación.
2. Espiritual. Tiene la palabra que nos alimenta, para poder escuchar a Dios a través de rezar con
las Sagradas Escrituras. Gracias a la unidad del designio de Dios, las realidades y
acontecimientos de que hablan pueden ser signos.
a. Alegórico. Nosotros podemos interpretar algunos pasajes del antiguo testamento con el
nuevo. (pasaje del mar rojo y el bautismo)
b. Moral. Aplicar a nuestra vida, conducir a un obrar justo.
c. Anagógico. Podemos ver realidades y acontecimientos en su significación eterna.
Géneros literarios utilizados en la Sagrada Escritura.
La Biblia, producción literaria de una lectura de una cultura que duro cerca de 2000 años, es también
una pequeña biblioteca: contiene 74 libros (47 del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo) y abarca una gran
cantidad de géneros literarios.
En líneas en las Sagradas Escrituras podemos encontrar las siguientes formas literarias:
Poesía Popular.
Prosa oficial.
Narraciones.
Escritos proféticos y Sapienciales.
Nuevo testamento.
Son diversas formas o maneras de escribir usados comúnmente entre los hombres de una
determinada época o región y que fueron usados por los distintos autores bíblicos para transmitir las
verdades reveladas por Dios: y que son importantes conocer para poder entender aquello que el escritor
quiso transmitir.
Los diversos autores han transmitido fielmente el mensaje de fe que Dios les inspiraba, pero cada uno
de ellos lo hizo según su estilo personal. Encontrar textos más o menos elaborados. Algunos para
expresarse recurrieron a imágenes complejas o metáforas, otros por una forma sencilla. Es necesario un
trabajo de interpretación del texto bíblico, para distinguir lo esencial del mensaje, de lo anecdótico.
Los géneros literarios más destacados e importantes que encontramos en la Sagrada Escritura son:
GÉNERO LEGISLATIVO: Este género se caracteriza porque está conformado por leyes, preceptos y
códigos presentes en la organización del pueblo de Israel a lo largo de su historia. Se encuentran
presentes en la mayor parte del Pentateuco y en algunos otros pasajes de la Escritura como el conocido
Sermón del Monte del Evangelio de Mateo.
GÉNERO SAPIENCIAL: Tiene su origen en el reinado de David y Salomón, es una forma de transmitir
al pueblo la voluntad de Dios. Para hacerlo, el medio que los hagiógrafos encontraron más apropiado es el
del proverbio. La mejor muestra de este género se encuentra en los libros llamados sapienciales.
GÉNERO LÍRICO: Se utiliza para expresar los sentimientos que se han despertado a partir de las
vivencias del pueblo en su relación con Dios. Para hacerlo, generalmente se vale de la poesía. Pertenecen
a este género los siguientes libros bíblicos: Cantar de los Cantares, Lamentaciones y los Salmos.
GÉNERO PROFÉTICO: Es un género predominante en el A.T. presentado ampliamente en los libros
llamados proféticos. Se caracteriza porque busca transmitir la voluntad de Dios al pueblo en las
circunstancias concretas que vive.
EL GÉNERO APOCALÍPTICO: Es propio de los dos testamentos, se caracteriza por utilizar la
profecía, los símbolos y el lenguaje misterioso para comunicar un mensaje de esperanza al pueblo
perseguido. Las obras propias de este género son los libros de Daniel y el Apocalipsis.
GÉNERO HISTÓRICO: Es el género que más abunda en la Biblia y es usado para contar la historia
del pueblo que primero se transmitió de forma oral y luego se puso por escrito. En el Antiguo Testamento
se encuentran en este género los libros de Josué, Jueces, Samuel, Reyes, Crónicas, Esdras, Nehemías y
Macabeos. En el NT se cuentan como libros históricos los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles.
Aunque no son considerados históricos sino relatos edificantes se encuentran dentro de este género los
libros de Rut, Tobías, Judith y Ester.
GÉNERO EPISTOLAR O CARTA: La mayor parte de este género está presente en el Nuevo
Testamento. Los autores de las mismas utilizan la carta para enviar una exhortación a sus destinatarios.
El canon bíblico.
Es la lista de los libros Santos.
La Tradición apostólica hizo discernir a la Iglesia que escritos constituyen la lista de los Libros Santos.
Esta lista integral es llamada “Canon” de las Escrituras. Comprende para el Antiguo Testamento 46
escritos o 47 y 27 para el Nuevo.
1. Antiguo Testamento.
Es una parte de la SE de la que no se puede prescindir. Sus libros son divinamente inspirados y
conservan un valor permanente. Dan testimonio de toda la divina pedagogía del amor salvífico de Dios:
contienen enseñanzas sublimes sobre Dios y una sabiduría salvadora acerca del hombre, encierran
tesoros de oración y esconden el misterio de nuestra salvación.
La primera vez que se intenta establecer un canon del AT es cerca del año 130 a.C. Son agrupados
en:
La Ley, comprendía los cinco libros de la Tora (Génesis, Éxodo, Levítico, número y
Deuteronomio).
Los Profetas, compendian los libros de Josué, Jueces, 1 y 2 Reyes, y los libros de Isaías,
Jeremías, Ezequiel y los Doce Profetas menores.
El Pentateuco. Está formado por los cinco primeros libros del Antiguo Testamento:
Génesis: libro de los orígenes; El libro del Génesis relata la historia de la creación del mundo,
el relato de la caída de Adán del jardín del Edén, la narración del Diluvio Universal, la historia
de la Torre de Babel, el llamado del patriarca Abraham y la aparición de las 12 tribus de Israel
que terminarían viviendo en Egipto.
Éxodo: libro de la salida de Egipto; Los principales hechos del libro giran alrededor de la
partida de los esclavos hebreos de Egipto, bajo el liderazgo de Moisés, y culmina
fervorosamente con la entrega de la Sagrada Torá en el monte Sinaí.
Levítico: libro de los levitas, sacerdotes de la tribu de Leví; Este libro trata los temas de las
leyes referidas a los sacrificios, la consagración de los sacerdotes y las leyes referidas a la
pureza y santidad; mayormente mandamientos para los grupos levitas y sacerdotales.
Números: libro de los censos del pueblo de Israel; Este libro narra los mandamientos dados
durante las estancias en el Sinaí, el desierto de Qades-Barnea y los llanos de Moab.
Deuteronomio: libro de la segunda ley; Este libro relata lo que sucedió desde la entrega de
las Tablas de la Ley hasta la llegada a los llanos de Moab. Es considerado el discurso final de
Moisés antes de morir.
El Pentateuco es la clave para entender toda la Biblia, pues presenta los inicios de la revelación de
Dios al pueblo elegido, y en él encontramos las primeras vivencias y reflexiones sobre el plan de amor de
Dios con la humanidad. Sólo al conocer el Pentateuco puede comprenderse la riqueza de la revelación de
Dios y lo extraordinario de la historia de salvación a lo largo de la Biblia hasta llegar a su plenitud en Jesús,
Dios y hombre, salvador único de toda la humanidad.
La relación de Dios con su pueblo se conservó en la memoria de las personas con respeto y amor, y
fue transmitida de padres a hijos oralmente durante cerca de 600 años, hasta que esas experiencias se
recogieron por escrito.
Libros Históricos. Se denomina Libros Históricos de la Biblia a una amplia colección de textos ubicada a
continuación del Pentateuco y seguida por los Libros Sapienciales. Aunque los cinco primeros libros
del Antiguo Testamento (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio) son, técnicamente, también
libros históricos, por su importancia histórica, legal y religiosa se les ha otorgado una categoría
especial: Pentateuco para los cristianos.
Libro de Josué: Este libro narra la conquista de la Tierra Prometida y el reparto
que Josué efectúa entre las diversas tribus. Luego trata algunos temas de la Asamblea de
Siquemy de las disposiciones de Josué. Es considerado libro profético en el canon judío.
Libro de los Jueces: Narra el período que va desde la muerte de Josué hasta el nacimiento
de Samuel, un tiempo en que el pueblo de Israel ha abandonado su vida nómada y acaba de
instalarse como semisedentarios primero y agricultores luego, habitando en casas de material
o chozas de adobe. Es considerado libro profético en el canon judío.
Libro de Rut: El libro narra la historia de Elimélec, un efrateo de Belén de Judá que emigró con
su familia al país de Moab. Su mujer se llamaba Noemí y sus hijos, Majlón y Quilión. Al morir
Elimélec, sus dos hijos se casaron con Orpá y Rut de Moab, respectivamente.
Primer Libro de Samuel: Este libro cuenta la historia de Samuel y del reinado del rey
Saúl hasta su muerte, incluyendo la guerra de los israelitas contra los filisteos y la gran hazaña
del joven pastor David al derrotar al gigante Goliat. Es considerado libro profético en el canon
judío.
Segundo Libro de Samuel: siendo la continuación de I Samuel, cuenta la historia de Israel a
partir de la muerte del rey Saúl y el subsiguiente reinado de David, con un suplemento al final.
Primer Libro de los Reyes: Este libro cuenta la historia del reinado de Salomón, hijo de David y
de los reinos de Judá e Israel.
Segundo Libro de los Reyes: En este libro continúa la historia de los reinos de Judá e Israel
desde la muerte de Salomón hasta la caída de Samaria y de Jerusalén, cabe resaltar que
todos los reyes israelitas hicieron lo malo a los ojos de Dios, entre
ellos, Jeroboam, Omrí, Ahab y Jezabel, Oseas y Joacaz. También relata los milagros del
profeta Eliseo y al final del libro se continúa la historia para culminar en el Exilio de Babilonia.
I Crónicas o I Paralipómenos: Este libro en particular narra el período comprendido desde los
orígenes hasta la muerte de David. Cuenta la historia desde Adán hasta Saúl en su primera
mitad y luego la de David.
II Crónicas o II Paralipómenos: Este libro en particular narra el período comprendido entre la
muerte de David y la liberación final. Cuenta la historia de cada rey de manera muy
esquemática y no exhaustiva, indicando en general: nombre del padre, nombre de la madre,
duración del reinado, sucesor, lugar de la sepultura, principales acontecimientos y sincronía de
cada uno de los reyes de Israel.
Libro de Esdras: Esdras trata especialmente de la reconstrucción del Templo y de la
organización legal del judaísmo.
Libro de Nehemías: este libro narra la reconstrucción de las murallas de Jerusalén, el arreglo
del templo y las reformas llevadas a cabo por Nehemías.
Libro de Tobías: Es parte del canon católico y ortodoxo mas no el de la mayoría de las iglesias
protestantes y la religión judía. Este libro relata el acompañamiento que el arcángel Rafael
hace a un joven lleno de fe, que va a buscar esposa y finalmente se casa luego de sortear
enormes dificultades con la ayuda del ángel enviado por Dios. Es una apología de los valores
familiares y humanos.
Libro de Judit: El libro cuenta la historia de Judit hija de Merari en plena guerra de Israel contra
el ejército asirio.
Libro de Ester: Es de gran valor entre el pueblo judío, ya que narra la salvación de los judíos de
un exterminio inminente preparado por Haman el amalecita. Dicha salvación se conmemora
con la fiesta de Purim.
I Macabeos: forma parte del canon católico y ortodoxo mas no del canon protestante y judío.
Macabeos narra el intento de helenizar por la fuerza a los judíos por parte de Antíoco IV
Epífanes.
II Macabeos: El libro se centra en dos fiestas religiosas: la Dedicación del Templo luego de su
reconstrucción (Jánuca), y el día en que Nicanor asedia el templo. También cuenta la historia
de Heliodoro, y el martirio de Eléazaro, y de los siete hermanos y su madre. Al igual que I
Macabeos, es parte del canon católico y ortodoxo mas no del de la mayoría de los protestantes
y los judíos
Libros Sapienciales.
Libro de Job: Este libro, cuenta la historia de Job (Biblia), un hombre justo y temeroso de Dios
que es probado duramente para ver si negaba a Dios y se apartaba de él.
Libro de los Salmos: Este libro contiene salmos y oraciones, mayormente del rey David.
Proverbios: son las enseñanzas de la filosofía teológica que enseñan al hombre a ser como los
sabios y a vivir en consecuencia.
Eclesiastés: Es el compendio de las meditaciones de Salomón. Tras investigar la vida y ver
que todo es vanidad, discurre que lo único importante en la vida es guardar la Palabra de Dios,
por la cual seremos juzgados.
El Cantar de los Cantares: Trata de dos amantes, Salomón y Sulamit, que han sido obligados a
separarse.
Libro de la Sabiduría: pertenece al canon católico y ortodoxo. Este libro se dirige a los
hermanos de su autor alertándolos sobre la ruina a los que los conducirán la idolatría y el
ateísmo si se dejasen llevar por ellos.
Libro del Eclesiástico: El libro está dirigido a los judíos piadosos que quieran vivir la vida según
la Ley, sin olvidar a los paganos que quieran saber lo que les espera al convertirse en buenos
judíos.
Libros Proféticos. El término profeta proviene del lenguaje religioso y se refiere a una persona que sirve
como intermediario entre la humanidad y la divinidad. Estrictamente hablando, un profeta es alguien que
sostiene haber tenido una experiencia personal de Dios recibiendo de él la misión de comunicar sus
revelaciones y, como consecuencia de ello, habla en su nombre a los seres humanos. El profeta posee
cualidades de intercesor por el pueblo ante Dios y a su vez es mensajero de su palabra. Su carisma de
interpretar la historia desde la perspectiva de Dios recibe el nombre de “don de profecía”.
Profetas Mayores.
Libro de Isaías: Este libro contiene profecías con muy vivos destellos de tempranos sueños y
aspiraciones de una redención universal para todos los pueblos de la tierra. La exégesis
moderna lo divide en al menos tres grandes colecciones de poemas proféticos (Capítulos 1-35,
40-55 y 56-66), y un apéndice histórico (Capítulos 36-39), en parte paralelo o retomado de
partes o pasajes de II Reyes.
Libro de Jeremías: Este libro contiene la historia y profecías de Jeremías, un hidalgo judío
sumamente sensible, que desde muy joven se sintió obligado a concienciar al pueblo de la
necesidad de ser fieles y obedientes ante Dios. De manera insistente profetizó el exilio y
destierro del pueblo y de los reyes de Judá por Nabucodonosor de Babilonia, por lo que
muchas veces se metió en problemas con las autoridades civiles y religiosas del Reino de
Judá.
Libro de las Lamentaciones: Este libro contiene cuatro lamentaciones acróstico-alefáticas, y
una oración, escritas con motivo de la devastación de Jerusalén tras caer en las manos de
Nabucodonosor II. Evocan vivamente los horrores del sitio, caída y destrucción de Jerusalén, y
la insondable pena de ver a los judíos humillados, marchando hacia el exilio, llevados como
ovejas por los conquistadores babilonios.
Libro de Baruc: Baruc o Baruj Es un texto que pertenece al canon católico y ortodoxo mas no al
de la mayoría de los protestantes y judíos. Es una serie de documentos adscritos a Baruc o
Baruj, escriba y secretario del profeta Jeremías, en donde se alecciona a los judíos sobre cómo
afrontar y sobrellevar el exilio y cautiverio con responsabilidad y dignidad, y lealtad al Señor.
Numerosos autores, así como editores de los escritos bíblicos, presentan como un cuerpo de
texto independiente del cuerpo de este libro de Baruc, el Capítulo 6, que contiene una Epístola
adscrita al profeta Jeremías.
Libro de Ezequiel: En la introducción, Dios entrega al profeta los lineamientos de su misión
profética, mientras que los capítulos siguientes detallan una larga serie de amenazas y futuros
castigos para Jerusalén y Judá, para los falsos profetas y, en general, para todos los judíos
que han pecado antes de la invasión de Nabucodonosor.
Libro de Daniel: Este libro es la suma de hasta doce distintos documentos que relatan historias
y visiones adscritas a Daniel, un sabio y consejero judío del exilio que prestó sus servicios en
las cortes de reyes babilonios. En el canon judío, el libro de Daniel no es considerado parte de
los libros de los Profetas, sino como parte de los Ketuvim (Escritos inspirados por el Ruaj
haKodesh). En el canon católico se agrega la historia de Susana y la del Dragón.
Profetas Menores.
Libro de Oseas: Este libro relata una profecía que se divide en dos partes.
Libro de Joel: El libro de Joel se encuentra dividido en dos partes claramente diferenciadas. En
la primera, una devastadora plaga de langostas destruye el país, produciendo una celebración
penitencial entre las víctimas. La segunda parte trata acerca de los frutos de la penitencia y de
la liberación que anuncia una redención futura.
Libro de Amós: Este libro da un mensaje de advertencia hacia las naciones paganas y a los
pecadores de Judá e Israel ya que serán juzgados por Yavé (Dios) y castigados pero
eventualmente podrían ser perdonados.
Libro de Abdías: El libro de Abdías profetiza la venganza de Yavé contra Edom, que llegará en
312 con su conquista por parte de los árabes.
Libro de Jonás: El libro da cuenta del profeta Jonás y una historia bien conocida en la cual Dios
manda a Jonás profetizar o predicar al pueblo de Nínive para persuadirlos de arrepentirse o
recibir destrucción.
Libro de Miqueas: Este libro trata sobre el castigo de Dios sobre el reino del norte por pecados
como: idolatría, adoración de Baal, sacrificios, rituales de niños, magia y encantamientos.
Libro de Nahúm: Nahúm profetiza la destrucción de Nínive, que simboliza la liberación de todas
las esclavitudes.
Libro de Habacuc: Este libro narra los días finales del Imperio Asirio y el principio del dominio
de Babilonia a escala mundial bajo Nabopolasar y su hijo Nabucodonosor.
Libro de Sofonías: El libro de Sofonías es una invitación a la penitencia y una afirmación del
amor de Dios hacia el pueblo.
Libro de Ageo o Libro de Hageo: Este libro trata principalmente de la reconstrucción del
Templo y se divide en cuatro discursos o sermones que se encuentran en orden cronológico.
Libro de Zacarías: Este libro habla principalmente sobre la restauración del Templo y de
Jerusalén y de la coronación del Sumo sacerdote Josué.
Libro de Malaquías: Este es el último libro del Antiguo Testamento que reprocha las actitudes
de las familias al separarse y el comportamiento de los sacerdotes por el no cumplimiento al
culto divino.
Dei Verbum. Importancia del Antiguo Testamento para los cristianos.
La economía del Antiguo Testamento estaba ordenada anunciar proféticamente y significar con
diversas figuras la venida de Cristo redentor universal y la del Reino Mesiánico.
Manifiestan a todos el conocimiento de Dios y del hombre, y las formas de obrar de Dios justo y
misericordioso con los hombres, la verdadera pedagogía divina. Expresan el sentimiento vivo de Dios, una
sabiduría salvadora sobre la vida del hombre, está latente el misterio de nuestra salvación.
2. Nuevo Testamento.
La Palabra de Dios, que es fuerza de Dios para la salvación del que cree, se encuentra y despliega su
fuerza de modo privilegiado en el Nuevo Testamento. Estos escritos nos ofrecen la verdad definitiva de la
Revelación divina. Su objeto central es Jesucristo, el Hijo de Dios, encarnado, sus obras y enseñanza, su
pasión y glorificación.
Los evangelios son el corazón de todas las escrituras por ser testimonio principal de la vida y doctrina
de la Palabra hecha carne, nuestro Salvador.
Pueden ser:
Canónicos: son los cuatros dentro de la lista de los libros sagrados.
Apócrifos: son muchos que quedaron afuera de la lista de libros sagrados.
Sinópticos: son tres hablan de lo mismo de manera diferente y contradictoria. Tiene un
esquema sinóptico.
En la formación de los evangelios:
Vida y enseñanza de Jesús. La iglesia mantiene firmemente que los cuatro evangelios, cuya
historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús hizo y enseño realmente para
la salvación de ellos.
Tradición oral. Los apóstoles ciertamente después de la ascensión del Señor predicaron a su
oyentes lo que Él había dicho y obrado.
Evangelios escritos. Los autores sagrados escribieron los cuatro evangelios escogiendo
algunas cosas de las muchas que ya se transmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras
o explicándolas atendiendo a la condición de la iglesia.
Dei Verbum. Nuevo Testamento.
La palabra divina, que es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree, se presenta y
manifiesta su vigor de manera especial en los escritos del Nuevo Testamento.
El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, lleno de gracia y de verdad. Cristo instauró el Reino de
Dios en la tierra, manifestó a su Padre y a Sí mismo con obras y palabras y completó su obra con la
muerte, resurrección y gloriosa ascensión, y con la misión del Espíritu Santo. Levantado de la tierra, atrae
a todos a Sí mismo, El, el único que tiene palabras de vida eterna.
Pero este misterio no fue descubierto a otras generaciones, como es revelado ahora a sus santos
Apóstoles y Profetas en el Espíritu Santo, para que predicaran el Evangelio, suscitaran la fe en Jesús,
Cristo y Señor, y congregaran la Iglesia.
Los Apóstoles y sus sucesores, helados del Evangelio.
Todos los hombres permanecieran íntegros para siempre y se fuera transmitiendo a todas las
generaciones. Por eso, Cristo Señor mandó a los Apóstoles, comunicándoles los dones divinos, que el
Evangelio, El completó y promulgó con su propia boca, lo predicaran a todos los hombres como fuente de
toda verdad salvadora y de toda ordenación de las costumbres.
Esto lo realizaron fielmente tanto los Apóstoles, que en la predicación oral transmitieron con ejemplos
e instituciones lo que habían recibido por la palabra, por la convivencia y por las obras de Cristo, bajo la
inspiración del mismo Espíritu Santo, escribieron el mensaje de la salvación.
El Evangelio se conservara constantemente íntegro y vivo en la Iglesia. Esta sagrada Tradición y la
Sagrada Escritura de ambos Testamentos son como un espejo en que la Iglesia peregrina en la tierra
contempla a Dios.
Origen apostólico de los Evangelios.
Los Evangelios ocupan el lugar preeminente, puesto que son el testimonio principal de la vida y
doctrina del Verbo Encarnado, nuestro Salvador.
Apóstoles predicaron por mandato de Cristo, luego, bajo la inspiración del Espíritu Santo, ellos mismos
y los varones apostólicos nos lo transmitieron por escrito, como fundamento de la fe, es decir, el Evangelio
en cuatro redacciones, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
Carácter histórico de los Evangelios.
Transmiten fielmente lo que Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente
para la salvación de ellos.
Los Apóstoles ciertamente después de la ascensión del Señor predicaron a sus oyentes lo que El
había dicho y hecho, ilustrados por los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la luz del Espíritu de
verdad.
Los autores sagrados escribieron los cuatro Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que
ya se transmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o desarrollándolas. Escribieron testimonio
de quienes desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra para que conozcamos «la
verdad» de las palabras que nos enseñan.
Los restantes escritos del Nuevo Testamento.
El Canon del Nuevo Testamento, además de los cuatro Evangelios, contiene también las cartas de
San Pablo y otros libros apostólicos escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, con los cuales, según la
sabia disposición de Dios, se confirma todo lo que se refiere a Cristo Señor, se declara más y más su
genuina doctrina, se manifiesta el poder salvador de la obra divina de Cristo, y se cuentan los principios de
la Iglesia y su admirable difusión, y se anuncia su gloriosa consumación.
El Señor Jesús, pues, estuvo con los Apóstoles como había prometido y les envió el Espíritu
Consolador, para que los introdujera en la verdad completa.
Temas Predilectos. Se pone el énfasis en la misericordia de Dios, los grandes perdones, aparecen
los paganos, destaca textos sobre la oración, las grandes renuncias para poder seguir a Jesús, destaca
las grandes multitudes en torno a Jesús, manifiesta la comunidad cristina con alegría y alabanza de Dios.
Con el tema de los ricos y pobres: los pobres son mirados con predilección y reciben el anuncio de
que su situación cambiara. En cambio, los ricos son condenados por el hecho de recibir bienes en su vida
en la parábola del Rico y Lázaro. Esto no quiere decir que Lucas abalaba la pobreza sino que dice que
Dios exalto a los humildes, a los hambrientos los lleno de bienes, de los pobres es el Reinos de los Cielos.
Quiere decir que un rico es el que acapara para sí y no comparte con los demás. La distribución de los
bienes entre todos es una forma de expresar la unión de todos los corazones que comienza con la
participación en común de los bienes que se han recibido de Dios.
Espíritu Santo. Importancia a la presencia y acción, desciende sobre la comunidad. Da testimonio
junto con los Apóstoles.
1700 a.C.
Los israelitas llegan a Egipto invitados por José, pero luego son esclavizados.
La predilección por José, sus hermanos le tenían envidia. Por lo que decidieron venderlo a una
caravana de peregrinos que se dirigía al país de Egipto. Los hermanos hicieron creer a Israel que José
había muerto atacado por una fiera. Mientras tanto, José era vendido en Egipto a un capitán de la guardia
del Faraón.
José había llegado a ser una persona de confianza del Faraón, tiene grandes dotes para interpretar
los sueños y predecir a partir de ellos las cosas que sucederían en el País. Cuando los hijos de Israel
llegaron al palacio del Faraón a pedir alimentos fueron reconocidos por José (debido al tiempo de gran
sequía padecido).
José, en gran gesto de amor, los perdono y les brindo toda la ayuda que necesitaban, mandándoles
que volvieran a la tierra de Canaán a buscar a su padre y tráelo junto a e. de esta manera los
descendientes de Abraham se instalaron en Egipto.
La fidelidad producirá frutos: salvar al pueblo de Israel, mostrándose compasivo y bondadoso con sus
hermanos.
1300 – 1250 a.C.
El pueblo es esclavizado por años y del sufrimiento, la intervención de Dios se manifiesta la promesa
hecha a Abraham y que suscita con Moisés, el liberado, el caminante hacia la libertad.
Moisés es elegido por Dios para liberar a su pueblo y conducirlo hasta la tierra prometida.
Moisés vio una zarza ardiente mediante la cual se comunicó Dios dando a conocer cuál es su nombre:
“Yo soy el que soy”, revelando a si la identidad Dios.
Se produjo la liberación del pueblo después de años de esclavización, luego que Dios intervino para
confirmar la misión de Mouses realizando prodigios en contra de Egipto y envió sobre aquel país 10
Plagas: poner en evidencia el poder de Dios. Finalmente el faraón, convencido del poder del Dios de los
israelitas, dejo salir al pueblo.
El símbolo del paso de la esclavitud a la libertad es cuando el pueblo se topa con el Mar Rojo, Moisés
confiaba en Dios y sabía que el intervendría para salvarlos. Un viento impetuoso comenzó a soplar y las
aguas se abrieron dejando un camino. Cuando el ejército del faraón trato de cruzar, el viento dejo de
soplar y las aguas volvieron a su lugar, arrastrando al mismo. Este fue el paso gracias a la ayuda
omnipotente de Dios. El pueblo camino por el desierto a lo largo de 40 años.
Camino a la tierra prometida, en el Monte de Sinaí, Dios invito a su pueblo a sellar una alianza con él,
un pacto de amor definitivo e irrevocable y fidelidad para que lo reconociese y le sirviera como al único
Dios vivo y verdadero, providente y juez justo. Lo preparo por los profetas para acoger la salvación
destina.
Como signo de esta alianza, Dios entrego a Moisés dos tablas: Los 10 Mandamientos. Esta alianza es
acontecimiento fundamental que lo hace nacer como nación y pueblo.
1200 a.C.
Al llegar a la tierra prometida, se inicia la conquista de Palestina.
Dios llama a Josué y le pide que sea el líder de la conquista de la tierra prometida, la cual repartió en
doce tribus. Los asentamientos de Israel se concentraron en regiones montañosas y transjordania. Pero
dichas tribus se encontraban aisladas unas de otras, sin un gobierno central que pueda asegurar una firme
cohesión interna. Y la única base de la unidad nacional corre el peligro de dejarse contaminar por cultos
vecinos.
Con los jueces, se liberó al pueblo de la invasión extranjera a causa del pecado y orientando al mismo
Israel hacia el camino de Dios.
1030 a.C.
Samuel, el último de los jueces, Dios lo eligió para ser profete en medio del pueblo y para llevar su
mensaje a los israelitas. Elige por inspiración divina a Saúl, consagrado rey.
1010 – 970 a.C.
Con el comienzo de la Monarquía, el gobierno llego al mejor estabilidad con David, quien traslado el
Arca de la Alianza a Jerusalén, centro político y religioso. Dios le consagro a David una promesa que su
dinastía debía estar ene l trono y que uno de sus descendientes nacería el Mesías. Fue el ungido para ser
el gran rey de Israel, el que unificaría la Nación.
970 – 931 a.C.
A David, lo sucede su hijo, Salomón, quien construyó el Templo de Jerusalén, unidad religiosa.
Gobernó con poder y sabiduría.
931 a.C.
En el mismo año de la muerte de Salomón, ante un contexto de desigualdad social, autoridades
religiosas corruptas, la fe se había vuelto vacía de sentido y la gente se limitaba a cumplir con ciertas
normas, olvidándose de verdadero amor a Dios y su Alianza. El pueblo estaba cansado de las políticas
tiranas y agobiantes del antiguo rey.
Por lo que se produce la ruptura y el pueblo de Dios se divide en dos reinos:
1. Norte – Israel: Samaria.
2. Sur – Judá: Jerusalén.
Cada uno erige sus propios santuarios, por lo que no se tardó en llenarse de imágenes de dioses
extranjeros. El pueblo pierde la fidelidad a Dios y cae en idolatría.
Ante este contexto, surgen los Profetas, quienes transmiten el mensaje divino y luchan contra la
idolatría. Acompañan al pueblo en tiempo de desolación, renovando fidelidad y la llegada del Mesías.
721 a.C.
Ruina de Samaria. Caída del reino del Norte. Fue invadida por el fuerte imperio asirio. El país fue
destruido y sus habitantes deportados a otras tierras. Allí se diluyeron entre las diferentes culturas y
religiones, perdiendo su identidad.
587 a.C.
Ruina de Jerusalén. Caída del reino del Sur. Fue invadido y destruido por el imperio babilónico. Los
sobrevivientes fueron deportados como esclavos a la ciudad de Babilonia. El arca de la alianza había
desapareció. Por lo que el pueblo estaba en una situación de que todo estaba perdido.
539 a.C.
Invasión Persa y Edicto. Ciro el Grande invade Babilonia, extendiendo su invasión hasta las fronteras
de Egipto. El nuevo monarca se distingue por su actitud humanitaria en favor de los pueblos sometidos.
Respeta las leyes y costumbres locales propicia retorno a sus respectivos países de las poblaciones
desterradas.
333 a.C.
Imperio de Alejandro Magno. Se dividió en 4 partes, dos de ellas Tolomeo y Seleuco, que se
disputaban el terreno judío. Por lo que los Seleucidas saquearon el Templo de Jerusalén, entronizando la
imagen de Zeus y prohibiendo el culto a Dios: problemas sociales y militares.
63 a.C.
Imperio Romano. El general pompeo incorporo Palestina al imperio y destruyo el Templo de Jerusalén.
37 – 4 a.C.
Reino de Herodes el Grande. Considerado como hombre sin escrúpulos, fue capaz de restablecer le
antiguo reino a la base de habilidad política.
Sobre este fondo se encuentra Jerusalén como una ciudad de crisis que por una parte tiene su centro
vital en el Templo, pero se encuentra desgarrada por un pluralismo de corrientes religiosas que
desorientan el corazón de los fieles: pero comienza la inauguración del Reino: Predicción de Jesús.
Ante la crisis de la fe, surge la predica de Jesús anunciando la llegada del reino de los cielos: Dios se
ha revelado enviando a su propio hijo, quien es palabra definitiva del Padre.
Cristo fue condenado por Poncio Pilato. Resurrección.
Pentecostés: 50 días después de la Pascua, se da la efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles,
comienza la actividad evangelizadora. Se inicia la expansión de la Iglesia.
Exégesis y teología bíblica.
Exégesis o exegesis es una explicación o interpretación de un texto, en especial de la Biblia. Esta
palabra procede del griego ἐξήγησις, exéguesis que significa “explicación” o “relato”, derivada de la
palabra ἐξηγεομαι, exegeomai que indica “explicar”, “exponer” e “interpretar”.
Algunas palabras que se podrían utilizar como sinónimos son: explicación, comentario e
interpretación.
Exégesis y hermenéutica bíblica.
Hermenéutica y exégesis son sinónimos que se emplean indistintamente en muchos casos.
Sin embargo, en ocasiones se le da a la palabra hermenéutica un matiz más espiritual en lo relativo a
los significados mientras que, el término exégesis puede tener un componente más centrado en la
literalidad, con la intención de reconstruir el significado original.
También se suele considerar que la exégesis en el análisis de textos bíblicos es la aplicación seria y
formal de los principios y reglas para llegar a una interpretación de las Sagradas Escrituras.
Estos principios y reglas se identifican también como la hermenéutica. La exégesis, por lo tanto,
establece una serie de normas y principios para ser utilizados en la interpretación de este tipo de textos.
La persona que desarrolla esta tarea se llama exégeta, y es quien se encarga de explicar el
significado de un texto sin incluir sus interpretaciones personales o lo que el texto significa para él.
Por el contrario, el exégeta estable el significado que le quiso dar el autor al texto en cuestión.
También se utilizan otros términos como hermeneuta y escriturista.
UNIDAD N° 4.
MISTERIO DE DIOS. DIOS UNO Y TRINO.
Dios es Uno.
Es una afirmación de la fe al monoteísmo israelita.
Desde “el principio” existe Dios y su existencia se impone como un hecho inicial. Dios no tiene origen
ni devenir. Se impone al espíritu del hombre por mero hecho de ser Dios. Conocerlo es ser conocido y
descubrirlo en la raíz de la propia existencia.
El monoteísmo no es fruto de una reflexión metafísica, de una integración política, ni de una evolución
religiosa. Es una afirmación de fe.
Dios es el Primero y Ultimo, “Creo en un solo Dios”.
La confesión de la unicidad de Dios, que tiene su raíz en la Revelación Divina es inseparable de la
confesión de la existencia de Dios y asimismo también fundamental. Dios es Único: no hay más que un
solo Dios: La fe cristiana confiesa que hay un solo Dios, por naturaleza, por sustancia y por esencia.
A Israel, su elegido, Dios se revelo como el Único. Jesús mismo confirma que Dios es el único Señor,
y que es preciso amarle con todo el corazón, con toda el alma, con todo el espíritu y todas las fuerzas.
El pueblo de Israel enfrenta constantemente un desafío: aceptar incondicionalmente al Dios viviente a
través del servicio obediente de la fe, o rechazarlo con la consiguiente aceptación del servicio a los ídolos
falsos.
La experiencia de Israel en reconocer a Un Solo Dios, como el Dios del Universo es parte de un
proceso de crecimiento en el conocimiento de Dios. El creer que existe un solo Dios suponía
abandonar la posibilidad de la existencia de otros dioses.
Esta forma de pregunta por Dios supone descubrir una peculiar forma de ejercicio del pensamiento
que surge de la peculiar forma de existencia que constituye el ser religioso, condensado en el universo
religioso tal como lo describe la categoría interpretativa de “lo sagrado”, propia de la moderna
fenomenología de la religión. Una categoría que significa fundamentalmente esto: la presencia en el
hombre y su mundo de un “más allá” de realidad y de significado que los precede y que hace que el
hombre se vea, y vea su mundo, originado, envuelto y atraído por él. La oscura percepción por el hombre
de la presencia de ese más allá impregna su forma de ser, provocando la ruptura de nivel existencial que
caracteriza toda existencia religiosa; impregna su forma de pensar, convirtiéndola en pensamiento
simbólico; impregna su vivencia del tiempo anclando su devenir en un punto fijo estable que lo orienta y le
da sentido; impregna su condición espacial, estableciendo puntos cardinales que la enmarcan, a partir del
centro de un “aquí” en el que ha irrumpido ese “más allá” del hombre. La oscura percepción por el hombre
de ese más allá de sí mismo le hace descubrir su vida como un drama en el que el ser o no ser se torna
posibilidad de salvación o perdición; Heil: vida plena y feliz, dicha, gracia, o Unheil: desgracia, fracaso
radical, perdición o desdicha completa.
De esta experiencia radical que origina el mundo religioso surge la necesidad –para el hombre que
vive en su interior–, de decírsela a sí mismo y formularla; y esa necesidad es la que cristaliza en las
palabras de todas las tradiciones religiosas para Dios. Hablar de Dios desde las religiones supone, por
eso, descubrir una forma original de ejercicio del pensamiento, tomar conciencia de su novedad y sacar
todas las consecuencias que esa originalidad implica. Lo esencial de la originalidad del pensamiento sobre
Dios ejercido en el interior de las religiones está en que ese pensamiento no es el acto de un sujeto
humano que le ponga en contacto con un objeto más, una realidad junto a las otras y frente al sujeto que
éste capte en un concepto que se la represente y que cristalice en un nombre común, expresión de un
género realizable en una variedad de especies, aplicable a todos los seres que reúnan sus propiedades.
Lo original del pensamiento religioso sobre Dios –de lo que tiene que dar cuenta y a lo que tiene que hacer
justicia la pregunta sobre Dios desde la historia de las religiones–, es que se trata de un pensamiento
establecido en la relación con ese plus de realidad que origina el mundo religioso, por el que el hombre
religioso se experimenta precedido, que surge de él y que por eso sirve de apoyo para que el hombre la
viva y la piense. Esta forma original de pensamiento se encarna, cristaliza, en una peculiar forma de
lenguaje en el que intervienen todas las palabras del habla humano, pero siempre al servicio de esa
relación, como otras tantas formas de expresarla. Tales formas de lenguaje son sumamente variadas: la
confesión, la alabanza, la invocación, la pregunta, la queja, la adoración y, en otro nivel, el discurso
racional que llamamos teología. Los dos rasgos característicos de todas ellas son el ser expresiones de
una relación y, más propiamente, de la relación con una realidad que origina, precede, envuelve y atrae al
sujeto. A partir de esta reflexión inicial, la intención de la exposición que propongo será llegar –por debajo
de las muchas ideas, imágenes, configuraciones, representaciones y palabras para Dios en la historia de
las religiones–, a la experiencia humana a la que remiten y de la que surgen. Pero, para realizar esta
tarea, puede ser útil resumir en un primer momento la evolución de esas representaciones a lo largo de la
historia. Lo que ésta nos ofrece es una incontable variedad de formas.
Las religiones de las culturas arcaicas tradicionales ni siquiera hablan de Dios. Descubren el mundo
humano envuelto, habitado, por un poder sobrehumano –sin rostro ni figura precisa–, que se localiza en
espacios, actúa en fenómenos naturales, se visibiliza en personajes especiales y transforma el mundo del
hombre, de mundo de objetos, en un sistema de símbolos, en una sucesión ininterrumpida de hierofanías.
Desde la original experiencia del mundo que suponen esas culturas, Dios es vivido más que pensado
como el plus de poder, de eficacia y de valor que se manifiesta en el mundo y la vida del hombre. Un plus
que suscita sobrecogimiento y admiración, que se convierte en palabras y acciones con las que pretende
ponerse en contacto favorable con él.
Las religiones politeístas –propias de culturas desarrolladas–, en las que los humanos han aprendido
a comprenderse como sujetos frente a la naturaleza y como sujetos capaces de relaciones personales
frente a los otros miembros de la comunidad, en las que los sujetos viven en sociedades ya notablemente
diferenciadas, organizadas y desarrolladas, ese más allá del mundo comenzará a ser comprendido en
términos vagamente personales, con rasgos definidos y nombres propios, como un grupo de figuras
singulares dotadas como los hombres de un nombre, relacionadas entre sí como los miembros de las
familias humanas o como los grupos que componen la ciudad, capaces de ejercer su acción benéfica
sobre los humanos y a los que éstos han de responder con oraciones, actos de culto y sacrificios. Lo
divino es representado en los politeísmos de esas culturas antiguas con diferentes figuras, sobre todo –
pero no exclusivamente– antropomórficas; designado con los más variados nombres propios; pensado en
concepciones que los representan superiores a los humanos en fuerza y poder, no sujetos a sus
limitaciones: el sufrimiento y la muerte; seres dichosos e inmortales, aunque con frecuencia originados
como ellos y como ellos supeditados a un poder superior que rige su propia actuación como una norma o
un destino al que se verían también sometidos.
Las religiones postaxiales constituyen un paso decisivo en la evolución religiosa de la humanidad que
se traduce en un cambio radical en la forma de figurarse, nombrar y concebir la realidad sobrehumana que
desde el comienzo acompaña a los hombres como su sombra o, mejor, como la luz a la que viven. Tales
religiones –surgidas en torno al tiempo eje–, desarrollan tendencias ya presentes en los diferentes
politeísmos, hacia la organización y la unificación de esos seres superiores y se los representan, bien
como trasfondo divino de la realidad –su fuerza, su raíz y su fundamento–, como en las formas no
dualistas del brahmanismo; bien como la norma y el camino que rige y sustenta la totalidad de lo existente,
como sucede en el taoísmo; bien como el más allá sin nombre ni figura al que aspira el hombre necesitado
de salvación, del que sólo puede hablar con el silencio y al que sólo puede representarse con el vacío de
toda representación, como sucede en el budismo primitivo.
Los monoteísmos religiosos –surgidos tardíamente en la historia religiosa de la humanidad en el doble
hogar de Irán e Israel–, concentran la representación del más allá del hombre en la figura de un Dios
único, irrepresentable en imágenes, origen absoluto de todo por un acto creador que lo ha puesto en la
existencia y meta final de la historia que su acto creador ha desencadenado y que su providencia amorosa
acompaña en cada uno de sus pasos.
Padre
Espiritu
Hijo
Santo
Dios sea trino en personas significa comunión.
La unidad en la única naturaleza divina compartida por igual por las tres Personas, infinitamente
simple, indivisible, inmutable y eterna. Existe recíprocamente una Trinidad en la unidad, una unidad que no
se identifica con una individualidad abstracta y solitaria, sino que se concreta en una comunión reciproca
de vida fecunda.
Revelación de Dios como Padre: necesidad de conocerlo y responder a sus exigencias de amor.
Al designar a Dios con el nombre de Padre, el lenguaje de la fe indica principalmente dos aspectos:
Dios es origen primero de todo y autoridad trascendente; por otro, bondad y amorosa para todos sus hijos.
Jesús ha revelara que Dios es Padre en un sentido nuevo, él es eternamente padre en relación a su
Hijo Único.
Dios es Padre todopoderoso. Su paternidad y su poder se esclarecen mutuamente. Su omnipotencia
paternal.
Por su misericordia infinita, pues muestra su poder en el más alto grado perdonando libremente los
pecados.
En la Creación. La palabra de Dios y su soplo están en el origen del ser y de la vida de toda
criatura. En cuando al hombre, Dios lo formo con sus propias manos y El trazo sobre la carne
modelada su propia forma, de modo que incluso lo que fuese visible llevase la forma divina.
Espíritu de la promesa. Desfigurado por el pecado y por la muerte, el hombre continua siendo a
imagen de Dios, pero privado de la Gloria de Dios. Contra toda esperanza humana, Dios promete
a Abraham una descendencia, como fruto de la fe y del poder del Espíritu Santo. Esta
descendencia será Cristo.
En las Teofanías y en la Ley. Las Teofanías son manifestaciones de Dios que iluminan el camino
de la Promesa. La tradición cristiana siempre ha reconocido que el Verbo de Dios se dejaba ver y
oír.
En el Reino y en el Exilio. La Ley, signo de la Promesa y de la Alianza, habría debido regir el
corazón y las instituciones del Pueblo salido de la fe de Abraham. El Reino objeto de la promesa
hecha a David, ser a obra del Espíritu Santo. El olvido de la Ley y la infidelidad a la Alianza llevan
a la muerte: Exilio, aparente fracaso de las Promesas, es una realidad misteriosa del Dios
Salvador y comienzo de una restauración prometida, pero según el Espíritu. Era necesario que el
Pueblo de Dios sufriese esta purificación. El Exilio llega ya la sombra de la Cruz en el Designio de
Dios, y el Resto de pobre que vuelven del Exilio es una de las figuras más trasparentes.
La espera del Mesías y de su Espíritu. Dichas líneas proféticas convergen en el pequeño resto, el
pueblo de los pobres, que aguarden en la esperanza la consolación de Israel y la redención de
Jerusalén. Los textos proféticos que se refieren directamente al envío del Espíritu Santo son
oráculos en los que Dios habla al corazón de su Pueblo en el lenguaje de la Promesa, con los
acentos de amor y fidelidad.
La trinidad está en el lugar central de la liturgia cristiana, en la celebración eucarística y de los otros
sacramentos. La plegaria eucarística se dirige siempre al Padre y termina con una doxología en las que las
tres personas son mencionadas. Las oraciones se dirigen normalmente al Padre, por Jesucristo, en unidad
del Espíritu Santo.
Olvido de la Trinidad.
La doctrina de la Trinidad ha sufrido épocas de cierto aislamiento: una vez afirmado que Dios es uno y
trino, después practicante se ha dejado de lado.
La verdadera Iglesia ha de ser universal, no puede fundarse sobre una relevación histórica, que será
necesariamente particular. La fe religiosa pura, fundada en la razón, puede ser reconocida como
verdadera.
La doctrina cristiana de Dios uno y trino llama res personas son únicamente los atributos de Dios:
santo, benévolo y justo: en cuanto el creador del cielo y de la tierra es legislador santo; en cuanto rige y
sostiene el género humano es benévolo; es el juez justo, que hace cumplir sus leyes santas.
Si bien todas las personas de la Trinidad “trabajan” en conjunto, por apropiación decimos que el Padre
es el creador, el Hijo es el redentor y el Espíritu Santo es el santificador.
En la paternidad de Dios quedan incluidas todas las dimensiones histórico-salvíficas de su providencia
divina y en Él se encuentran las dimensiones de la economía (providencia) con las de la teología (ingénito
y principio).
El Todopoderoso.
La omnipotencia de Dios es:
universal, porque él creo todo y todo lo puede;
es amorosa, porque Él es nuestro Padre;
es misteriosa, porque solo la fe puede descubrirla cuando “se manifiesta en la debilidad”.
A Dios nada le es imposible y dispone de TODO según su voluntad, es el “Señor del Universo”.
“¿Quién podrá resistir a la fuerza de tu brazo?” “Te compadeces de todo porque lo puedes todo”; Dios
es Padre Todopoderoso. El muestra su omnipotencia paternal, por su manera de cuidarnos y a nuestras
necesidades, y más que nada por perdonar siempre y libremente nuestros pecados. La fe en Dios Padre,
Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la experiencia del mal y del sufrimiento Pero Dios muestra
su omnipotencia a través de su Hijo, quien venció el mal a través de la resurrección; así muestra su
grandeza para con nosotros los creyentes.
Solo mediante la fe se puede conocer la omnipotencia de Dios y la convicción de q nada es imposible;
la virgen María es el modelo supremo de eso: ella creyó que “nada es imposible para Dios”.
“Dios permite todo en la medida que tengamos fe en la omnipotencia divina.”
El padre es el Creador.
“En el principio, Dios creó el cielo y la tierra”: así comienza la Sagrada Escritura. La creación es “el
comienzo de la historia de la salvación” que culmina en Cristo.
La catequesis sobre la Creación es muy importante, porque se refiere a los fundamentos de la vida
humana y cristiana. El hombre siempre se hace preguntas como de donde viene o a donde va, y esto
ayuda a orientar y darle sentido a nuestra vida.
La existencia de un Dios Creador puede ser conocida con certeza por sus obras gracias a la razón
humana, aunque esto a veces es perjudicado por el error. Por eso la fe viene a confirmar y a esclarecer la
razón para la justa inteligencia de esta verdad: “por la fe, sabemos que el universo fue formado por la
palabra de Dios, de manera que lo q se ve resultase de lo que no aparece”.
Dios reveló a Israel el misterio de la Creación; se revela como aquel a quien pertenecen todos los
pueblos de la tierra y la tierra entera. Así, la revelación de la creación es inseparable de la revelación y de
la realización de la Alianza del Dios único con su pueblo.
La creación es revelada como el primer paso hacia esta Alianza, como el primero y universal
testimonio del amor todopoderoso de Dios; dio existencia a todo lo que está fuera de Él, sin Él nada existe.
El Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo, son los creadores, ellos son Uno, un Único Dios.
El mundo ha sido creado para la gloria de Dios: la gloria consiste en que se realice su manifestación y
la comunicación de su bondad para las cuales el mundo ha sido creado. El fin último de la creación es que
Dios, “Creador de todos los seres, sea por fin ‘todo en todos’ procurando al mismo tiempo su gloria y
nuestra felicidad”.
Dios creó al mundo para hacer participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y de su bondad
Dios también creó de la nada, es decir, no necesita nada preexistente ni tampoco ayuda. También Dios
puede dar vida al alma de los pecadores creando en ellos un corazón puro, y la vida al cuerpo de los
difuntos mediante la Resurrección. Él “da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que
sean”. Y puede dar luz de fe a los que la ignoran.
La Creación.
Algunos puntos sobre la creación:
La creación es el fundamento de todos los designios salvíficos de Dios: el misterio de Cristo
ilumina el objetivo de la creación.
La inteligencia humana puede llegar a la idea de la creación, pero no siempre. Por eso, viene en
su ayuda la fe. (Hb 11,3).
La creación es testimonio del amor de Dios.
Es obra de la Trinidad.
Dios creó todo “en el principio”: Dios es eterno y da el principio a todo; es el único creador; todo
depende de él.
Dios creó todo por el Verbo. (Jn 1, 1-3; Col 1, 16-17). Participa también el Espíritu Santo, “dador
de vida”.
El mundo fue creado para gloria de Dios, no para incrementarla (es imposible), sino para
manifestarla y comunicarla.
La creación es un acto de amor libre de Dios, no es necesario, (1 Co 15, 25).
Dios crea con sabiduría, no es un destino ciego o al azar. (Ap 4, 11; Sal 104, 24; 145,9).
Es ex-nihilo, es decir, que crea de la nada, sin materia preexistente. (2M 7, 22-23.28. Rm 4,17).
La creación es ordenada y buena. (Sb 11,20; Col 1, 15, Gn 1,4.10).
Dios trasciende su obra y está presente en ella.
La creación fue creada en estado de camino hacia la perfección. Con su providencia la va
guiando. (Sb 8, 1; Hb 4, 13; Pr 19, 21; Ap 3, 7; Mt 6, 31-33; 1Co 3,9; 1Tes 3,2; Flp 2, 13).
Ambos relatos comienzan con la expresión; “en un principio…”. Porque se refieren precisamente al
comienzo absoluto de todo.
En las Sagradas Escrituras hay dos Relatos de la Creación: Génesis 1 y Génesis 2. El génesis 1 es
más nuevo que el 2, porque salió a la luz más tarde debido a las persecuciones y guerras que sufrían los
cristianos.
Son relatos teológicos, (no es literal). Fueron escritos después del Exilio. Luego de éste
acontecimiento, el pueblo de Israel se da cuenta que a Dios también lo pueden encontrar en otro lugar, en
todos lados, y que Dios no es sólo su Dios sino el de todos (porque antes le rendían culto a Dios sólo en
esas tierras).
Los relatos del Génesis explican lo que nos quisieron transmitir los autores de las Sagradas Escrituras
(de Dios).
Génesis, Capítulo 1: yahvistas.
El primer relato es como un poema, y tiene un orden que va día por día. Es como un himno, porque
hay frases que se repiten: “Dios dijo”, “Y así fue”, “Y vio que era bueno”, “atardecer y amanecer”, “Día 1, 2,
3, 4, 5”. Es una estructura que se repite, con una especie de simetría (en hebreo tiene más sentido, en
español no tiene el mismo impacto poético); se pensó en el orden, “el orden de la creación”.
Dios crea con su palabra, “idea”, y ella concreta y materializa, tiene el poder de crear y sostener. Las
cosas son porque Dios quiere y lo que Él sostiene que sea. “Porque yo soy tú Dios, lo digo y lo hago”.
En este primer relato, la imagen de Dios se refleja en la pareja humana: varón y mujer. Dios no es
solitario, es una comunidad de personas. Y así se produce el reflejo de Dios: en la unidad de la naturaleza,
y en la diferencia de personas.
Este primer relato refleja las ideas de La Patrística, (de San Agustín, por ejemplo).
En el primer capítulo del Génesis, “ha-‘adam” significa “Adam”, pero en el sentido de hombre y mujer,
habla en plural, implica “humanidad”; en Capítulo 2 del Génesis, Es “‘adam”, hablando de hombre, implica
“varón” (no un conjunto).
El hombre colabora con la Creación. Toda ella está en base al hombre, porque es el único que
glorifica a Dios.
La Creación ex nihlo.
La expresión creatio ex nihilo, hace referencia a aquello que se crea a partir de la nada. La creatio ex
nihilo es una doctrina fundamental en las religiones abrahámicas. Afirma que Dios creó el mundo
libremente de la nada -de ninguna materia, espacio o tiempo preexistentes.
Dios crea “de la nada”.
Creemos que Dios no necesita nada preexistente ni ninguna ayuda para crear. La creación tampoco
es una emanación necesaria de la substancia divina. Dios crea libremente "de la nada:
« ¿Qué tendría de extraordinario si Dios hubiera sacado el mundo de una materia preexistente? Un
artífice humano, cuando se le da un material, hace de él todo lo que quiere. Mientras que el poder de Dios
se muestra precisamente cuando parte de la nada para hacer todo lo que quiere» (San Teófilo de
Antioquía).
La fe en la creación "de la nada" está atestiguada en la Escritura como una verdad llena de promesa y
de esperanza.
Puesto que Dios puede crear de la nada, puede por el Espíritu Santo dar la vida del alma a los
pecadores creando en ellos un corazón puro (cf. Sal 51,12), y la vida del cuerpo a los difuntos mediante la
Resurrección. Él "da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que sean" (Rm 4,17). Y
puesto que, por su Palabra, pudo hacer resplandecer la luz en las tinieblas (cf. Gn 1,3), puede también dar
la luz de la fe a los que lo ignoran (cf. 2 Co 4,6).
Sinópticos y hechos.
El Espíritu es el inspirador de los profetas. Esta actuación se contempla como referida ya a Jesús
puesto que de Él es el anuncio profético.
En el libro de los Hechos de los Apóstoles, el ES juega un papel esencial. El Espíritu Santo es el don
prometido por Dios para los últimos tiempos. El ES será para los apóstoles el don que les habilitará para el
testimonio en favor de Jesús. La escena del día de Pentecostés marca el comienzo de la predicación
apostólica y es seguida por otros semejantes en los que también el ES se muestra por sus efectos visibles:
por la acción del ES se hace universal la predicación de los apóstoles.
Así el ES acompaña y precede la acción evangelizadora. El ES asiste a los apóstoles en su función de
guiar a la Iglesia, envía a predicar a un lugar, e impide que vayan a otros.
El Espíritu Santo es por consiguiente el que guía a la Iglesia, a los apóstoles y a los demás discípulos
en la predicación y el testimonio de Jesús. Sin su acción no se hubiera llevado a cabo la obra
evangelizadora de la Iglesia.
También la acción del ES se manifiesta en la procreación de las maravillas de Dios.
Los escritos de Juan.
El ES está referido a Jesús según el NT porque Jesús ha resucitado y ascendido a la derecha del
Padre y porque todos sus efectos en la Iglesia y en el hombre hacen referencia a Jesús. El Espíritu
constituye el cuerpo de Cristo, impulsa la predicación y el testimonio de Jesús, nos hace vivir la vida de los
hijos de Dios, nos configura con Cristo.
Dios nuestro salvador quiere que todos los H se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Porque
hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los H = Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo en
rescate de todos.
Jesús ha realizado todas sus obras con la presencia del ES y la salvación llega a los H x la acción del
mismo Espíritu.
El Espíritu Santo:
Universaliza la obra de Cristo para todos los tiempos y lugares.
Actualiza la obra de Cristo.
Interioriza la obra de Cristo en el hombre.
Su acción no tiene fronteras.
En la creación. La Palabra de Dios y su soplo están en el origen del ser y de la vida de toda criatura. En
cuanto al hombre, Dios lo formó con sus propias manos.
El espíritu de la promesa. Desfigurado por pecado y por la muerte, el hombre continúa siendo a imagen
de Dios, a imagen del Hijo pero privado de la gloria de Dios, privado de la “semejanza”.
El Hijo asumirá la imagen y la restaurará en la semejanza con el padre devolviendo la Gloria, El Espíritu q
da la vida. Dios promete a Abraham una descendencia como fruto de la Fe y del poder del ES. Esa
descendencia será Cristo en quien el ES formará la unidad de los Hijos de Dios dispersos.
En las teofanías y en la ley. Las Teofanías (manifestaciones de Dios) iluminan el camino de la promesa,
en estas Teofanías el verbo de Dios se dejaba ver y oír, a la vez revelada y cubierto por la nube del ES. La
Ley fue dada para conducir al pueblo hacia Cristo.
En el reino y en el exilio. La ley habría debido regir el corazón y las instituciones del pueblo salido de la
Fe de Abraham. Pero sucumbe la tentación de convertirse en un Reino como las demás naciones, el reino
objeto de la promesa hecha a David será obra del ES; pertenecerá a los pobres según el Espíritu.
El olvido de la Ley y la infidelidad a la alianza llevan a la muerte. Es necesario q el pueblo de Dios sufriese
una purificación. El exilio lleva ya la sombra de la Cruz en el designio de Dios y el resto de los pobres que
vuelven del exilio, es unas de las figuras más transparentes de la Iglesia
La espera del Mesías y de su Espíritu. Dos Líneas proféticas: La espera del Mesías y El anuncio de un
Espíritu nuevo. Ambas líneas convergen en el pueblo de los pobres. Cristo Inaugura el anuncio de la
Buena Nueva. Los textos proféticos que se refieren directamente al envió del ES son oráculos en los q
Dios habla al corazón de su pueblo, con amor y de la fidelidad. El espíritu del señor renovara el corazón de
los hombres, probando en ellos una ley nueva. Transformara la primera creación y Dios habitara en ella
con los hombres en la Paz. El pueblo de los pobres son los q esperan la justicia del Mesías, esto es la
gran obra de la misión escondida del ES. El pueblo purificado e iluminado por el Espíritu. En estos pobres,
el Espíritu prepara para el señor un pueblo bien dispuesto.
El Espíritu de Cristo en la plenitud de los tiempos. Juan: Precursor-Profeta y Bautista. Juan lleva el
Espíritu Santo desde el seno de su madre por obra de Cristo. En juan, el Precursor, El ES culmina la obra
de preparar al sector de un Pueblo bien dispuesto. Juan es más q un Profeta. En él, el ES consuma el
hallar por los profetas, es la voz del consolador q llega. Con Juan el Bautista, el ES inaugura lo q realizara
con y en Cristo: Volver a dar al hombre la semejanza divina. El Bautismo de Juan era para el
arrepentimiento, el del agua y el del espíritu será un nuevo nacimiento
Alégrate, llena de gracia. María la Santísima madre de Dios, la siempre virgen, es la obra maestra de la
misión del Hijo y del ES. María es Trono de la sabiduría. El ES preparo a María con su gracia. El también
en María realiza el designio benevolente del Padre. La Virgen concibe y da a luz al Hijo de Dios por obra
del ES. En María el ES manifiesta al Hijo del Padre hecho hijo de la Virgen. Por medio de María el ES
comienza a poner en comunión con Cristo a los hombres, objeto del amor benevolente de Dios. Al término
de esta unión del espíritu, María se convierte en la mujer, nueva Eva.
Cristo Jesús. El Hijo es el ungido del Padre desde su encarnación. Toda la obra de Cristo es misión
conjunta del Hijo y del ES. Jesús no revela plenamente el ES hasta que El mismo no ha sido glorificado
por su muerte y su resurrección. Cuando llega la hora en que Jesús va a ser glorificado, promete la venida
del ES. Llegada la hora de Jesús, entrega su espíritu en las manos del Padre. Resucitando entre los
muertos por la gloria del Padre, da a sus discípulos el ES exhalando sobre ellos su aliento. A partir de esta
hora, la misión de Cristo y del ES se convierte en la misión de la Iglesia.
Los apelativos del Espíritu Santo.
Jesús, cuando anuncia y promete la Venida del Espíritu Santo, le llama el "Paráclito", literalmente
"aquel que es llamado junto a uno", advocatus (Jn 14, 16. 26; 15, 26; 16, 7). "Paráclito" se traduce
habitualmente por "Consolador", siendo Jesús el primer consolador (cf. 1 Jn 2, 1). El mismo Señor llama al
Espíritu Santo "Espíritu de Verdad" (Jn 16, 13).
Además de su nombre propio, que es el más empleado en el libro de los Hechos y en las cartas de los
Apóstoles, en San Pablo se encuentran los siguientes apelativos: el Espíritu de la promesa (Ga 3, 14; Ef 1,
13), el Espíritu de adopción (Rm 8, 15; Ga 4, 6), el Espíritu de Cristo (Rm 8, 11), el Espíritu del Señor (2
Co 3, 17), el Espíritu de Dios (Rm 8, 9.14; 15, 19; 1 Co 6, 11; 7, 40), y en San Pedro, el Espíritu de gloria
(1 P 4, 14).
El Espíritu Santo en el Antiguo Testamento. 1. Sentido del término. El sentido primitivo de la palabra
«espíritu» (en latín spiritus, en griego pneuma, en hebreo rúah), parece ser el de «viento», aire en
movimiento; aunque muy pronto en la Antigüedad aparece el sentido, trasladado ya, al «aliento»
respiratorio; de aquí naturalmente pasa a significar la «fuerza vital», el alma que se manifiesta a través de
la respiración. Y, finalmente, como esa fuerza vital se contrapone, en su espiritualidad, al cuerpo que
anima y mueve, de aquí que hoy el concepto de «espíritu» (v.) se asocie en nuestra mente a lo espiritual,
en cuanto inmaterial y contrapuesto a lo corporal. Así unas veces aparece la palabra «espíritu» como
fuerza vital y como principio de la misma vida: «...yo exterminaré toda carne que tiene aliento (=rúah) de
vida...» (Gen 6,17). En el relato del Diluvio se dice plásticamente que perece «todo lo que tiene aliento en
las narices» (Gen 7,22). Siendo la respiración la señal de la vida, ésta comienza cuando se infunde el rúah
(Ez 37,8-10).
Pero lo más característico del modo de hablar del A. T. es que este aliento es infundido por Dios; y
además a modo de comunicación participada de su propio aliento, de su propio espíritu. El Génesis nos
presenta a Yahwéh modelando el barro, y luego soplando en sus narices el «aliento de vida» ... «y el
hombre se convirtió en ser viviente» (Gen 2,7). Job decía expresivamente: «Mientras me reste un soplo de
vida; mientras el aliento de Yahwéh pase por mis narices, mis labios no dirán la falsedad» (lob 27,3). Por
eso, si Dios retira su «aliento», el hombre muere: «Si Yahwéh atrayere a sí su soplo; si concentrare en sí
su aliento, toda carne expiraría en un momento; y el hombre volvería al polvo» (Iob 34,14-15). Si la
respiración es signo de vida, también lo es de los sentimientos vitales que repercuten en la forma de
respirar, tranquila o acelerada. Por eso el «espíritu» toma ahora significación simbólica de sentimientos
interiores: el hombre «des-animado» queda sin aliento (los 2;11; 5,1); y el soberbio es «alto de espíritu»
(Prv 16,18). La tristeza naturalmente abate el espíritu. En el A. T. aparece la contraposición entre «carne»
y «espíritu». Y, aunque no sería exacto entenderla de un modo filosófico, indudablemente llevaba a una
distinción neta entre ambas, en la cual, la «carne» designaba toda la debilidad humana perecedera, y el
«espíritu», aquella fuerza vital que religa al hombre con Dios (v. ESPÍRITU III). Es esto lo único que puede
afirmarse respecto de la naturaleza del rúah en el A. T.
2. El Espíritu de Yahwéh. Pero consideremos un poco más ese vocablo en relación directa con Dios.
Si el hombre tiene «espíritu», hemos dicho, es porque lo ha recibido, comunicado de Yahwéh. Es Dios,
pues, el autor y el origen de todo «espíritu». Pero esta palabra, en el A. T., comienza por ser uno de tantos
antropomorfismos, por los que Israel intentaba superar aquel su fuerte sentido de la trascendencia divina:
así como Yahwéh tiene brazo, mano, rostro y boca, así también, como ser viviente por excelencia, tiene
«Espíritu», que se halla presente, como una fuerza viva y siempre operante, en todo lo que realiza en el
mundo. Así, en la creación de las cosas, el E. de Yahwéh «planea» sobre el abismo informe, como para
darle movimiento y viva (Gen 1,2).
Al E. se le atribuyen las mismas funciones creadoras y eficaces que a la Palabra (v.). Y aun diríamos
que ésta no es más que una ulterior espiritualización de ese primer antropomorfismo, significado por el
rúah. Así «los cielos fueron hechos por su Palabra; y por el soplo de su boca todo lo que en ellos existe»
(Ps 32,6). «El Espíritu del Señor hinche el universo; y es El quien mantiene unidas todas las cosas» (Sap
1,7). Esa función unificadora que el estoicismo asignaba al Logos (v.), alma del mundo, es ahí atribuida al
E. de Yahwéh. Estando vitalmente en todas las cosas, el mismo E. designa también la omnipotencia y
omnisciencia divinas: «A dónde iré yo, lejos de tu Espíritu? ¿Dónde huiré yo lejos de tu rostro?» (Ps
139,7).
Pero el espíritu de Yahwéh no es sólo una fuerza física y vital que crea y da vida a todas las cosas.
Aparece principalmente como una fuerza moral y espiritual que interviene sobre el hombre para moverle y
trasformarle en su ser y en sus acciones morales. Así es una fuerza que se apodera de ciertos hombres
elegidos para realizar en ellos acciones extraordinarias: el heroísmo de las grandes hazañas, la inspiración
en el obrar, la victoria inesperada, el éxtasis divinatorio, el consejo prudente, etc. Otras veces, más que
acción peculiar transitoria, se nos muestra «descansando», para comunicar una misión o un oficio
particular permanente. Así sobre Moisés (Num 11,17.25); sobre David (1 Sam 16,33); sobre Eliseo (2 Reg
2,9).
Especial interés ofrecen los textos en que el E. de Yahwéh descansa sobre el Rey mesiánico:
«...sobre él reposa el Espíritu de Yahwéh; Espíritu de sabiduría y de inteligencia; Espíritu de consejo y de
fortaleza; Espíritu de ciencia y de temor de Yahwéh» (Is 11,2). Lo mismo sobre el «Siervo de Yahwéh»
(v.): «...He aquí mi siervo, a quien yo sostengo; mi elegido el predilecto de mi alma; sobre 61 he puesto mi
Espíritu, para que lleve a las naciones la justicia» (Is 42,1). Los tiempos mesiánicos estarán marcados por
este signo escatológico de la efusión del E.: «Derramaré sobre vosotros un agua pura y seréis
purificados... Os daré un corazón nuevo, y pondré en vosotros un nuevo espíritu; arrancaré de vuestra
carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne; pondré mi Espíritu en vosotros y haré que
marchéis según mis leyes...» (Ez 36,25-27); «...yo derramaré mi Espíritu sobre toda carne. Y vuestros hijos
e hijas profetizarán; vuestros ancianos tendrán sueños, y vuestros jóvenes visiones. Lo mismo sucederá
hasta con vuestros esclavos, hombres y mujeres; porque en aquellos días, yo derramaré mi Espíritu» (Ioel
3,1-2). Es esto lo que pedía el salmista: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro; restaura en mi pecho un
espíritu permanente; no me rechaces lejos de tu rostro; ni retires de mí tu santo Espíritu; concédeme el
gozo de tu salvación; y confirma en mí un espíritu generoso» (Ps 50,12-14). Esta realidad estupenda la
halla confirmada S. Pedro en el día de Pentecostés (Act 2,16; v.).
El «Espíritu», pues, aparece íntimamente unido siempre a Yahwéh, como una fuerza viva, poderosa y
operante. ¿Llega, sin embargo, el A. T. a entenderla como una verdadera hipóstasis; o por lo menos (al
igual de la Sabiduría), como una «hipostasización»? Algunas veces, el E. aparece «enviado»: «Envías tu
Espíritu, y son creados, renovando la faz de la tierra» (Ps 104,30). Otras veces, aparece destacando de
Yahwéh, como «dado» o «derramado» (Is 63,11;32,15; 43,3; Ez 39,29; Ioel 3,1); y hasta aparece como
genio o mediador de la revelación (Neh 9,30). Hay, pues, una cierta hipostasización que se explicaría
fácilmente por la mentalidad judía sumamente concreta y realista. Algún mayor acercamiento a la misma
«hipóstasis», lo tendríamos, cuando el E. de Yahwéh aparece animado de sentimientos, al parecer
personales. Así los israelitas, al rebelarse contra Moisés, contristaron «su Espíritu Santo» (Is 63,10). Otras
veces el E. «habla»: «El Espíritu de Yahwéh se expresa por mí» (2 Sam 23,2; Is 59,21).
El problema teológico, respecto a la Revelación del E. S. como Persona, creemos que es inútil
quererlo resolver a la sola luz del texto veterotestamentario. La sola exégesis literaria no alcanza más; y lo
único que se puede decir es que A. T. insinúa y prepara la revelación trinitaria del E. de Yahwéh. Se trata
de un problema más amplio que implica toda la relación de economía reveladora y salvadora entre ambos
Testamentos: Novum Testamentum in Vetere latet et Vetus in Novo patet (S. Agustín). Es indudable, para
nosotros, que, si en el ambiente religioso-cultural del A. T. no cabe una revelación propiamente trinitaria (y,
por tanto, los hagiógrafos del A. T. no sospecharon nada del dogma trinitario), nosotros tenemos por cierto
que, en el A. T. el E. S., autor de ambos Testamentos, se ha ya ofrecido preparando el camino revelador
para el N. T.
Una vez más, la respuesta verdadera a ésta y a otras cuestiones, parece ser ésta: en el A. T. existe
un verdadero sentido «intencional» por el que el E. S. aparece preparado para una revelación plena de su
ser como Persona trinitaria. Pero es inútil el intento de encontrar una teología trinitaria, ni del E. S., ni del
Hijo en los autores viejotestamentarios, que estaban necesariamente condicionados por su propio
ambiente. Pero es necesario igualmente añadir: una exégesis verdaderamente católica no debe reducirse
a una exégesis puramente literal (v. INTERPRETACIÓN II; EXÉGESIS).
2. El Espíritu Santo tercera persona de la Santísima Trinidad. Pero, en el N. T., tal como lo ha leído la
tradición cristiana, el término «Espíritu», sólo o acompañado del adjetivo «Santo», tiene un significado
especial hipostático, que hemos de exponer con brevedad, pero con la suficiente claridad. Naturalmente
sería inútil ir a buscar, también en el N. T., una especie de exposición dogmática trinitaria, elaborada al
modo de Nicea. En el N. T. el dogma trinitario aparece siempre en relación con la economía salvadora. Y
las Personas van apareciendo, tales y distintas, cuando se las ve relacionadas entre sí, en una procesión
de origen; y, cuando, al mismo tiempo, se las ve actuarse en el plano reservado a lo divino. Como, por otra
parte, es indiscutible el estricto monoteísmo (v.) del N. T., heredero del A. T., también en este punto, nos
encontramos inmediatamente con el siguiente dato: en el N. T. los textos nos descubren tres sujetos de
predicación de atributos divinos (v. DIOS Iv, 4), que se excluyen y se oponen en los nombres de que
significan origen. Esto aparta, ya en las mismas fuentes, todo modalismo (v.). Por otra parte, el estricto
monoteísmo (v. DIOS Iv, 7) impide multiplicar el Ser divino, de modo que resulte un verdadero «poli-
teísmo». De ahí que nos encontramos con la afirmación capital de esa unidad y pluralidad en Dios que
constituye el misterio de la Trinidad (v.); verdad sublime difícil de expresar sin traicionarla, y que la
tradición cristiana -y el Magisteriohan definido merced a los conceptos de «Persona» (con el que se
expresa esa dicha pluralidad) y de «Naturaleza» (con el que va expresada esa dicha unidad). Ambos
conceptos no se encuentran así, naturalmente, en la S. E.; pero la realidad que quieren expresar, se halla
en perfecto acuerdo real con el contenido subyacente. Advirtamos, desde ahora, que la evidencia de los
textos sobre el E. S., en cuanto Persona trinitaria, es natural que sea más difícil que para el Padre y el
Hijo. La razón es sencilla: la tercera Persona no ha tenido una manifestación visible tan por así decir
«plástica», como la segunda. Sus manifestaciones están más bien envueltas en una relación fluida de
movimiento y de fuerza que no puedci1 su~teiltarse, ni «sustantivarse» en un «sujeto» aparte, sino que
aparecen como dependientes del Padre y del Hijo. Vamos a ver, con todo, cómo, ya sea por la naturaleza
de su acción, ya por las relaciones que guarda con el Padre y el Hijo; ya porque aparece «connumerado»
con ellos; ya porque se les contrapone en relaciones personales de origen, debe ser entendido «tan
personalmente» como entendemos al Padre y al Hijo. Para estudiar estos puntos, sigamos los escritos
neotestamentarios.
a) En los Sinópticos. El primer texto de factura tripartita nos lo ofrece el relato de la Anunciación (Le
1,26-36). que debe ser leído, no sólo desde una exégesis críticoliteral, sino en todo el contexto «teológico»
intentado claramente por el autor sagrado. En el bautismo de Cristo (Nlt 3,16-17; Me 1,10-11; Le 3,21-22;
lo 1,29-33), nos encontramos con una de las fórmulas tripartitas más notables. Pero, ¿lo es igualmente
desde un punto de vista trinitario? Algún autor (P. van Inschoot), ha querido reducir el significado del
«espíritu» que viene sobre Cristo, a una «virtud» divina, no a la misma persona del E. S. Sin embargo, el
contexto obliga a admitir que se trata de la misma tercera Persona divina; mucho más en la forma que
adopta ese texto en lo 1,29-33; ésta es desde luego la interpretación de la Tradición, y hoy la de la mayor
parte de los exegetas católicos. La fórmula trinitaria del Bautismo (Mt 28,19) es la fórmula clásica que
alimentará toda la Tradición posterior. En ese hebraísmo conocido de «en el nombre» se está indicando
exactamente la persona. Y, por lo demás, el artículo determinativo puesto a cada persona («del Padre, del
Hijo, del Espíritu Santo»), la iteración de la copulativa, hacen de este lugar una fórmula única de precisión
doctrinal (v. BAUTISMO II).
b) En las Cartas paulinas: 1) somos templos del E. S.. del mismo modo que lo somos de Dios-
Padre (1 Cor 3,16-17; 6,19; 2 Cor 6,16; Eph 2,21-22). Por eso, S. Agustín argumentaría sencillamente: «Y,
¿cómo no va a ser Dios, si tiene templo?» (Enchiridion 56; Epistola 238,1). 2) Realiza funciones divinas.
Conoce los secretos de Dios (1 Cor 2,11); habita en nosotros como el Padre y el Hijo (2 Cor 6,16; Rom
8,10; Eph 3,16-17; 1 Cor 3,16; 6,19; cfr. lo 14,23). 3) Particularmente la santificación. Así nos une a Cristo
(Rom 8,9; 1 Cor 6,17-19; Eph 1,13); nos hace conocer a Dios y a las cosas divinas (1 Cor 2-10-16: Rom
8,6; Eph 1,17); nos hace resucitar como lo realiza el Padre (Rom 8,11; Col 6,7-8); y nos comunica la
adopción de hijos de Dios (Rom 8,14-15; Gal 4,6; Tit 3,4-6).
Todo ello afirma la divinidad, la distinción de las otras dos Personas divinas aparece de varios modos,
uno de ellos par la connumeración tripartita e igualitaria en que aparece con las demás personas trinitarias.
Esto se advierte en las llamadas fórmulas trinitarias. Éstas son muchas (se han hallado más de 40); pero
algunas ofrecen serias dificultades para ser establecidas exegéticamente como tales. Escojamos
únicamente un grupo que se presta a menos discusiones entre los exegetas.
La fórmula de saludo. «La gracia del Señor Jesucristo, el amor (agape) de Dios (Padre) / y la
comunión (koinonia) del Espíritu Santo / sean con todos vosotros» (2 Cor 13,13). Esta fórmula tripartita
reproduce, casi seguramente, una fórmula litúrgica, y era de uso tan frecuente en la comunidad primitiva,
que S. Pablo la emplea muchas veces (1 Thes 5,28; 2 Thes 3,18; etc.; también aparece en 1 Pet 1,2. La
misma frecuencia está indicando su venerable antigüedad. Y, como ha dicho J. Weis: «la Trinidad de las
fórmulas no es causa, sino efecto de la fórmula trinitaria divina que es corriente y familiar a Pablo; y que,
por consiguiente, es muy antigua».
2a La fórmula de oración: «El Espíritu en persona se une a nuestro espíritu para atestiguar que somos
hijos de Dios» (Rom 8,16).
3a La Sabiduría del misterio, conocida por el Padre y el E. Santo (1 Cor 2,7-12).
4a El Padre, el Hijo y el E. Santo realizadores del misterio: «Bendito el Dios y Padre... que nos
predestinó para la adopción de hijos por Jesucristo... creyendo en el cual, fuimos configurados por el
Espíritu Santo prometido» (Eph 1,3-14).
5a La vida en el E. de Dios y de Cristo: «Pero vosotros no sois carnales, sino espirituales, puesto que
el Espíritu de Dios (Padre) habita en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, ése no le
pertenece» (Rom 8,9-11).
6a La oración del E. «Del mismo modo es el Espíritu Santo quien ayuda nuestra debilidad; puesto que
no sabemos orar como conviene; sino que es el mismo Espíritu quien pide por nosotros con gemidos
inenarrables, y el que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, porque intercede por los
santos según Dios» (Rom 8,26-27).
7a La adopción filial en el E. Son tres los textos principales en los que se manifiesta que la adopción
la realizan las tres Personas (Rom 5,1-5; 8,15-17; Gal 4,4-6).
8a El sello del E.: «Y Aquel (el Padre) que nos confirma, junto con vosotros, en el Cristo, y que nos ha
dado la unción, es Dios (Padre); el mismo que nos ha marcado también con su sello y ha puesto en
nuestros corazones las arras del Espírtu» (2 Cor 1,21-22).
9a La diversidad de dones y la unidad del donador: «Existe ciertamente diversidad de dones
espirituales, pero es el mismo Espíritu; y diversidad de ministerios, pero es el mismo Señor; y diversidad
de operaciones, pero es el mismo Dios quien opera todo en todos» (1 Cor 12,4-6)
La unidad en la diversidad: «...aplicaos a conservar la unidad del Espíritu por el lazo que es la paz. No
hay más que un solo cuerpo, y un solo Espíritu, así como no hay más que una sola esperanza, al término
de la vocación que habéis recibido; y un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo y un solo Dios y Padre
de todos, que está por encima de todos, que es para todos y que está en todos» (Eph 4,3-6).
La exégesis de estas fórmulas tripartitas lleva a la convicción de que toda la economía de la salvación
(es decir: sabiduría, santificación, revelación, carismas, unidad, bautismo, Iglesia, etc.) recibe una
contextura trinitaria. S. Pablo, de un modo funcional, considera esos tres agentes, no tanto en sí mismos
(como quien se detuviera a describir «lo que son»), cuanto en las funciones que realizan. Pero, por ello
mismo, está descubriendo una teologíá de base que no podría explicarse sino como una fe trinitaria.
c) S. luan ofrece fórmulas particulares para connumerar al E. S. entre las Personas trinitarias; por más
que él mismo advirtiera que, antes de la glorificación de Cristo, la revelación del E. S. no podría ser
perfecta (lo 7,39).
Una fórmula trinitaria pudiera ser la del saludo de Apc 1,4-5. Los «siete» espíritus de que ahí se habla
probablemente se refieren a la multitud de dones que proceden del único E. En el Apocalipsis el E. habla a
las Iglesias (2, 7.11.17.29; 3,6.13.22); y se une a la Iglesia para hacerla clamar por la venida última
escatológica (Apc 22.17). Un texto interesante, si la exégesis acabara por ponerse de acuerdo, sería Apc
22,1, en donde del trono de Dios y del Cordero corre «un río de agua viva». ¿Sería ésta una imagen del E.
S., designado de tal modo por lo 7,38-39? Si así fuera, tendríamos un texto más Pero es en su Evangelio,
donde S. Juan destaca bien los para indicar la procesión del E. S., del Padre y del Hijo. nombres y la
naturaleza de la relación de la tercera Persona con el Padre y el Hijo. Hemos hablado ya de la
manifestación del E. en el bautismo de Cristo, que S. Juan no hace más que recordar (lo 1,32-33).
El nacer del E. (lo 3,5-6) y, sobre todo, la interpretación que hace S. Juan del «río de agua viva» (lo 7)
entendiéndolo del E. S., colocan a esta divina Persona en el centro de la santificación cristiana. Para S.
Juan se trata de una verdadera persona, a la que puede llamar hasta «otro» Paráclito (lo 14,15-17.25.26;
16,7-15). De este Paráclito se afirma: a) la misión del Padre (lo 14,15.17; 15,26). b) La misión del Hijo (lo
15,26; 16,7; 16,13-15). c) La inhabitación (lo 14-17). Por lo demás, el célebre texto de 1 lo 5,7, si no puede
atribuirse al mismo evangelista, pertenece a la Tradición primitiva que le estuvo más íntimamente unida:
«Tres son, pues, los que testimonian: el Espíritu, el agua y la sangre; y estos tres están de acuerdo entre
sí», dice el texto. La glosa posterior aclara: «Porque son tres los que dan testimonio en el cielo: el Padre,
el Verbo y el Espíritu; y estos tres son uno. Y tres son los que testimonian en la tierra: el Espíritu, el agua y
la sangre y estos tres son uno».
Apuntes de clase: En el Bautismo recibimos la vida de los hijos de Dios (los no bautizados son hijos,
en cuanto a seres creados), y nos convertimos en hijos adoptivos de Dios. El Espíritu Santo, mediante el
Bautismo, nos da gracia (del hijo), y se recibe en la Iglesia (este acto nos abre las puertas de la Iglesia). El
ES, en el Bautismo, hace a la Iglesia; es el que dirige la Iglesia.
La Iglesia, comunión viviente en la fe de los Apóstoles que ella transmite, es el lugar de nuestro
conocimiento del Espíritu Santo:
en las Escrituras que Él ha inspirado;
en la Tradición, de la cual los Padres de la Iglesia son testigos siempre actuales;
en el Magisterio de la Iglesia, al que Él asiste;
en la liturgia sacramental, a través de sus palabras y sus símbolos, en donde el Espíritu Santo nos
pone en comunión con Cristo;
en la oración en la cual Él intercede por nosotros;
en los carismas y ministerios mediante los que se edifica la Iglesia;
en los signos de vida apostólica y misionera;
en el testimonio de los santos, donde Él manifiesta su santidad y continúa la obra de la salvación.
Conclusión:
La revelación del misterio de Dios es una inserción del H en la vida divina.
La revelación de Dios trino acontece con palabras y con el envío al mundo x parte del Padre a su hijo y
del Espíritu.
Las 2 misiones no son independientes entre sí, sino que están íntimamente relacionadas. Son dos
momentos inseparables de la realización del designio salvífico de Dios.
El NT y la Tradición de la Iglesia fundados en la vida, muerte y resurrección de Jesús, de que Él es el
hijo de Dios venido a este mundo. Pero Jesús no es solamente el Hijo de Dios encarnado, sino que
también el portador del Espíritu. Sobre Jesús que es personalmente el hijo ha actuado el Espíritu. Por la
acción del Espíritu, Jesús se ha entregado a la muerte y ha resucitado. La iniciativa es últimamente del
Padre.
El Padre con la intervención del Espíritu Santo es el agente principal de la resurrección de Jesús. El
Espíritu es enviado por el Padre y por el Hijo. Jesús resucitado participa plenamente de su vida. Jesús
envía el ES que recibe también del Padre.
El Espíritu que Jesús da es el suyo. En el sentido de que viene de él, una vez resucitado, es decir es el
que actúa sobre Él. El hijo de Dios se ha hecho H para que los H pudiéramos llegar a ser hijos de Dios.
La salvación que el Padre quiere otorgar a los H se realiza mediante Cristo y x la acción del ES.
UNIDAD N° 7.
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA.
El hombre creado a imagen y semejanza de Dios.
El hombre ocupa un lugar único en la creación: “está hecho a imagen de Dios”; en su propia
naturaleza une el mundo espiritual y el mundo material. Dios establece al hombre en amistad con él. Solo
el hombre es capaz de conocer y amar a su Creador; y está llamado a participar, por el conocimiento y el
amor, en la vida de Dios. Ese es su fin.
Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; y es llamado a
una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en
su lugar. Dios creó todo para el hombre.
La persona humana es un ser corporal y espiritual. El hombre tiene alma, que es el principio espiritual
en el hombre y por eso es imagen de Dios. El cuerpo participa de la dignidad de la ‘imagen de Dios’, el
cuerpo está animado por el alma espiritual. Gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo es
un cuerpo humano y viviente. El alma es creada por Dios y es inmortal.
La diferencia entre imagen y semejanza de Dios:
Todos fuimos creados a imagen de Dios (y esto nos da la dignidad, y no se pierde por el pecado). Es
algo fijo. Pero podemos ser más o menos semejantes a Dios: si actuamos bien, somos más semejantes a
Dios; si actuamos mal, somos menos semejantes a Dios. La semejanza se construye, según nuestra
libertad, con nuestras decisiones cotidianas.
Todo hombre es imagen de Dios, no sólo el alma espiritual, sino la capacidad de conocer y de amar
(características propias del hombre). El cuerpo también es imagen de Dios.
El espíritu es el principio de vida (el alma sola no es el hombre en el Día de la Resurrección, es una
resurrección con cuerpo).
Características del hombre según la Revelación.
Dios ha creado al hombre racional confiriéndole la dignidad de una persona dotada de la iniciativa y
del dominio de sus actos. “Quiso Dios “dejar al hombre en manos de su propia decisión” (Si 15,14.), de
modo que busque a su Creador sin coacciones y, adhiriéndose a Él, llegue libremente a la plena y feliz
perfección” (GS 17):
«El hombre es racional, y por ello semejante a Dios; fue creado libre y dueño de sus actos»
(San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4, 4, 3).
El hombre fue creado como un ser racional con voluntad propia. En otras palabras, el hombre puede
razonar y elegir. Este es el reflejo de la inteligencia y la libertad de Dios. En cualquier momento que
alguien inventa una máquina, escribe un libro, pinta un paisaje, disfruta una sinfonía, calcula una suma, o
nombra a una mascota, él o ella está proclamando el hecho de que fueron hechos a la imagen de Dios.
Parte de haber sido hechos a la imagen de Dios, es que Adán tuvo la capacidad de tomar decisiones
libremente. Aunque les fue dada una naturaleza justa, Adán y Eva tomaron una mala decisión al rebelarse
en contra de su Creador. Al hacerlo, ellos dañaron la imagen de Dios en su interior, y pasaron esa
semejanza dañada a todos sus descendientes (Romanos 5:12). Hoy, todavía llevamos esa semejanza de
Dios (Santiago 3:9), pero también llevamos las cicatrices del pecado, y mostramos los efectos mental,
moral, social y físicamente.
Definiciones:
Libertad: Facultad natural del hombre, que le permite hacer el bien y el mal, por lo que es
responsable de sus actos. Los animales no tienen “libertad”, actúan por “instinto”.
Libertad de los Hijos de Dios: Es la facultad de poder vivir en el amor, en la fe en Cristo Jesús.
Voluntad: Facultad de decidir y ordenar la propia conducta. La voluntad del hombre enfrentada a la de
Dios es la esencia del pecado y la base de la caída de Adán. (Libre albedrío o libre determinación).
Racionalidad: es la característica que describe al hombre y lo distingue del animal, ya que el ser
humano es el único que posee capacidad humana para pensar, entender, evaluar las cosas. Es lo
perteneciente o relativo a la razón (la facultad para pensar, reflexionar e inferir).
La dignidad humana se fundamenta en el dogma de que como creación de Dios las personas tenemos
valor inherente. Porque fuimos creados a su imagen y semejanza. A su vez, los mandamientos dictados
por esa misma deidad nos obligan, entre otras cosas, a amar y valorar a cada ser humano como un
repositorio de la propia divinidad.
La necesidad de la salvación.
En el relato del pecado original, está la promesa de salvación.
La realidad del pecado está íntimamente relacionada con el mal. No tenemos experiencia de un
mundo sin mal: la existencia del mal remite una contraposición con el bien, nosotros provenimos del bien
por eso no lo dudamos.
Nuestro rechazo al mal se debe relación con nuestra Libertad: Dios nos hizo libre por Él quiere que lo
amemos y nos encontramos en el camino, porque Dios no nos puede obligar a amarlo. El hombre con el
pecado original se encuentra lastimado.
Dios nos envía a su hijo con el fin de rechazar el mal: hacerle frente al pecado. La promesa es Cristo,
es la constitución de Dios en hombre, de un Redentor, recupera lo perdido. “Dios se hizo carne”. Con la
resurrección volvemos a seguir con Dios, estar en comunión con Él. Jesucristo vence a la muerte, donde
se separa el cuerpo y alma, pero en la Resurrección se purifica el cuerpo y el alma, volviendo a universo.
Gálatas 4. 4-5 “La Plenitud de los tiempos”, actualmente nos encontramos en el final de los tiempos. En
toda obra de la salvación, Dios se hace presente y es Uno es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
La palabra “se hizo carne” significa que el hijo de Dios se hizo hombre, de la Plenitud se hizo la Gracia por
medio del hijo encarnado, es aquel que nos brinda la gracia. Jesús es verdadero Dios y Verdadero
Hombre.
La promesa de redención.
El pecado original, a la vez que marco la ruptura entre Dios y los hombres provoco también la réplica
maravillosa de la misericordia divina: Promesa de Rendición. (Gn 3, 15).
Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama y le anuncia de modo
misterioso la victoria sobre le mal y el levantamiento de su caída. Este pasaje de Génesis ha sido llamado
“Protoevangelio”, por ser el primer anuncio del Mesías: destrucción de la serpiente y la descendencia de la
mujer.
Al trasgredir el mandamiento divino, el hombre se privó de los dones que Dios le ofrecía. Y como
consecuencia de su pretensión de ser igual a Dios, lo único que experimento fue su “Desnudez” su
indigencia absoluta. Pero Dios no abandona a la humanidad pecadora. Por eso el Génesis opone a la
maldición, la bendición que alcanzara finalmente todos los hombres. Esta promesa se ira renovando a lo
largo de la historia.
El pecado se borrara finalmente gracias a la Cruz de Cristo. Así “como el delito de uno solo atrajo
sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo (la de Cristo) procura
a todos una justificación que da la vida” (Romanos 5, 18).
Jesús fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo: Anunciación.
El misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, se abre el anuncio del Ángel Gabriel a María. “Dios
envió a su Hijo” (Ga 4, 4), pero para “formarle un cuerpo” quiso la libre cooperación de una criatura. Para
eso desde toda la eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su Hijo, a una hija de Israel, una joven
judía a “una virgen desposada con un hombre llamado José […] el nombre de la virgen era María.” El
padre misericordioso quiso el consentimiento de María precediera a la encarnación para que, así como
una mujer contribuyo a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida.
Inmaculada concepción.
Para ser la Madre del Salvador, María fue “dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan
importante. El ángel Gabriel en el momento de la anunciación la saluda “llena de gracia”. En efecto, para
poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente
poseída por la gracia de Dios. María fue preservada inmune de toda la mancha de pecado original en el
primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los
méritos de Jesucristo Salvador.
El Padre la ha bendecido más que a ninguna otra persona creada. Y por ser fiel a esa gracia de Dios,
María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida.
María dando su consentimiento llego a ser la Madre de Jesús y aceptando de todo corazón la voluntad
divina de salvación. Se entregó a si misma por entero a la persona y a la obra de su Hijo, para server, en si
dependencia y con él, por la gracia de Dios, al Misterio de la Redención.
Y dado que Aquel que ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho
verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la
Santísima Trinidad.
Jesús fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo: La virginidad de María.
Desde las primeras formulaciones de la fe, y basándose en el testimonio de la Sagrada Escritura, la
Iglesia ha confesado que Jesús fue concebido en el seno de María Virgen únicamente por el poder del
Espíritu Santo.
Los relatos evangélicos presentan la concepción virginal como una obra divina que sobrepasa toda
comprensión y toda posibilidad humana.
La virginidad de María manifiesta la iniciativa absoluta de Dios en la Encarnación. La naturaleza
humana que ha tomado no lo ha alejado jamás de su Padre, consubstancial con su Padre en la divinidad
consustancial con su madre en la humanidad pero apropiadamente Hijo de Dios en sus naturalezas. María
es virgen porque su virginidad es el signo de su fe y de su entrega total a la voluntad de Dios
Principales herejías.
Según el Derecho Canónico, se llama herejía a la negación pertinaz, después de recibido el bautismo,
de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma.
La herejía es la oposición voluntaria a la autoridad de Dios y lleva a la excomunión inmediata, es decir,
a la separación de los sacramentos de la Iglesia.
Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. La Iglesia debió defender y aclarar esta verdad de
fe durante los primeros siglos frente a unas herejías que la falseaban.
Gnosticismo.
Este movimiento afirmaba la existencia de un tipo de conocimiento especial, superior al de los
creyentes ordinarios y, en cierto sentido, superior a la misma fe. Este conocimiento conducía por sí mismo
a la salvación.
Cree en la posibilidad de ascender a una esfera oculta por medio de los conocimientos de verdades
filosóficas o religiosas a las que sólo una minoría selecta puede acceder. Se trata de una mística secreta
acerca de la salvación.
Profesaban un dualismo en el que identificaban el mal con la materia, la carne o las pasiones.
Docetismo.
Las primeras herejías negaron sobre todo la humanidad verdadera del Verbo encarnado. Reducía la
encarnación del Verbo a una mera apariencia, un mero parecer humano de Cristo. Su cuerpo no sería un
cuerpo real sino una apariencia de cuerpo.
La fe cristina insistió en la verdadera encarnación del Hijo de Dios, mediante un Concilio Ecuménico
de Nicea manifestaron que el Hijo de Dios es “engendrado, no creado, de la misma substancia que el
Padre.”
Nestorianismo.
La herejía nestoriana veía en Cristo una persona humana junto a la persona divina del Hijo de Dios.
Enseñaba la existencia de dos personas separadas en Cristo encarnado: una divina, el Hijo de Dios; y
otra humana, el hijo de María, unidas con una voluntad común.
Frente a ello, se manifestó que “el Verbo, al unirse en su persona a una carne animada por un alma
racional, se hizo hombre” y proclamaron que María llego a ser toda verdad Madre de Dios mediante la
concepción humana del Hijo de Dios en su seno.
Monofisismo.
Afirmaban que la naturaleza humana había dejado de existir como tal en Cristo al ser asumida por su
persona divina de Hijo de Dios. Se oponía a las dos naturalezas de Jesús.
Enfrentado a este herejía, el Concilio en Calcedonia confeso: “enseñamos unánimemente que hay que
confesar a un solo y mismo hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad y perfecto en la
humanidad, verdaderamente Dios y verdaderamente hombre compuesto de alma racional y cuerpo.” “Se
ha de reconocer a un solo y mismo Cristo Señor Hijo único en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio,
sin división, sin separación. La diferencia de naturalezas de ningún modo queda suprimida por su unión,
sino que quedan a salvo las propiedades de cada una de las naturalezas y confluyen en un solo sujeto.”
Algunos después del Concilio de Calcedonia, concibieron la naturaleza humana de Cristo como una
especie de sujeto personal.
Ante esto, el Quinto Concilio confeso a propósito de Jesús: “No hay más que una sola hipostasis, que
es nuestro Señor Jesucristo, uno de la Trinidad.”
Es así que la Iglesia confesa que Jesús es inseparablemente verdadero Dios y verdadero Hombre.
El ejemplo de Jesús:
Habla de Dios con mucho amor y familiaridad.
Actúa con total libertad frente a las leyes religiosas, y también frente al poder político.
Se junta con todos. No importa su condición social o religiosa. Su amor no hace distinción
entre las personas y su predilección esta puesta en los más pobres y rechazados.
Denuncia la hipocresía de las personas religiosas que se jactan de cumplir la ley pero que no
son capaces de amar. Jesús pone el centro de la ley en el mandamiento del Amor a Dios y al
Prójima.
“Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como los he amado, ámense
también ustedes unos a los otros. En estos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que
se tengan los unos a los otros.” (Jn 13, 34-35).
Cura a los enfermos, perdona con el poder de Dios a los pecadores.
Las Bienaventuranzas están en el centro de la predicción de Jesús. Con ellas recoge las
promesas hechas al pueblo elegido desde Abraham, pero las perfecciona ordenándolas no solo a la
posesión de una tierra, sino al Reino de los cielos. Responden al deseo de felicidad que Dios ha puesto en
el corazón del hombre. Las bienaventuranzas nos enseñan el fin último al que Dios nos llama: el Reino, la
visión de Dios, la participación en la naturaleza divina, la vida eterna, la filiación, el descanso en Dios.
La bienaventuranza de la vida eterna es un don gratuito de Dios, es sobrenatural como también lo es
la gracia que condice a ella.
Las mismas nos colocan ante opciones decisivas con respecto a los bienes terrenos; purifican nuestro
corazón para enseñarnos a amar a Dios sobre todas las cosas. La bienaventuranza del cielo determina los
criterios de discernimiento en el uso de los bienes terrenos en conformidad a la Ley de Dios.
Es decir, son el mensaje de Jesús que nos enseñan a vivir el reino de Dios: “felices los que tienen
alma de pobres, los pacientes, los que tienen hambre y ser de Justicia,, los misericordiosos, los que tienen
un corazón puro, felices los que trabajan por la paz, los que son perseguidos por practicar la justicia.” (Mt
5, 1-12).
El Reino de Dios.
Jesús anuncia y predica del reino de los Cielos, al hablar de dicho reino, Jesús no se refiere solo al
pueblo judío, sino a todos los hombres del mundo que estén dispuestos a reconocer a Dios como el Rey
de sus vidas. El reino de Dios estará compuesto por todos los hombres que quieran vivir sujetos a una
nueva ley de amor y el mensaje de las Bienaventuranzas.
El Reino de Dios es el gran regalo que nos trae Jesús, es la salvación que llega a nosotros para
establecerse en esta tierra. El mundo ya no estará dominado por el pecado, porque el amor de Dios llega
para reinar. Dios estará presente entre nosotros.
Este Reino es una tares que ya está presente entre nosotros, cada uno está llamado a construirlo día
a día con sus acciones, todos tenemos que trabajar para que el reino de Dios crezca.
Jesucristo quiere que lo tengamos presente trabajado para edificar una nación donde se respeten los
derechos de la persona.
El mensaje de Jesús es un mensaje radical: invita a vivir de una manera nueva, dejándolo todo por
seguir sus enseñanzas. Durante su vida en la tierra, hubo que reconocieron sus palabras y en sus obras la
presencia misteriosa de Dios que actuaba, estos son los milagros (signos de que el reino de Dios ha
llegado y está entre nosotros. Anuncia y anticipan la victoria definitiva de Cristo sobre el mal, el pecado y la
muerte).