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La Iglesia Frente A La Cultura Posmoderna
La Iglesia Frente A La Cultura Posmoderna
Para estudiar la posmodernidad ante todo debemos entender que la Nueva Era es la
respuesta religiosa a la caída del modernismo como movimiento filosófico. Con esto en
mente, consideraremos sucintamente el desarrollo y posterior deterioro del modernismo en
sus aspectos filosóficos y religiosos, para luego analizar de qué manera la Nueva Era se
instala en nuestra sociedad presente.
Desde siempre, calibrar dos conceptos antagónicos ha sido una tarea difícil. El debate
modernidad-posmodernidad tiene que ver con lo científico, pero también alcanza, entre
otros, a la política, la economía, la educación, la ética, y la religión. Posmodernidad es un
término que se hizo famoso en los años 80, y a partir de allí nos fuimos acostumbrando al
término que, sin embargo, no siempre resulta totalmente claro, pues el pasaje de una
concepción filosófica a otra es un tiempo de profunda incertidumbre.
Uno de los filósofos más reconocidos en el tema es el francés Jean-Francois Lyotard quien,
a través de su libro La condición posmoderna, sostiene que al mismo tiempo que se avanza
a la llamada edad posindustrial, la cultura entra en la edad posmoderna. La posmodernidad
sería, entonces, la cultura que correspondería a las sociedades posindustriales, sociedades
que se habrían desarrollado en los países capitalistas avanzados a partir de los años 50
sobre la base de la reconstrucción de la posguerra.1
Todo este cambio lleva a cuestionar no tan sólo a la Iglesia, sino también a la Biblia misma.
Es en este contexto que Descartes comienza a utilizar "la duda" como la herramienta
hermenéutica para desarrollar su filosofía. Hasta ese momento el conocimiento tradicional
había demostrado no ser muy firme; por lo tanto, es necesario "empezar de nuevo, desde los
fundamentos". Para esta tarea es que necesita un método; el elemento esencial de ese
método es, justamente, "la duda". Descartes duda de todo y en ese momento aparece como
un escéptico, pero profundizando en la duda descubre que en tanto que duda y piensa,
existe. Su famoso "Pienso, luego existo", se constituye en la primera verdad. A partir de
Descartes el hombre se ubica en el centro del universo, y su preeminencia será el signo
fundamental de casi toda la modernidad. Mientras que en el resto de Europa el racionalismo
crece, Inglaterra transita los caminos del empirismo.
Quebrada la unidad religiosa como consecuencia de la Reforma y las guerras de religión del
siglo XVII, la religión pierde fuerza como elemento conglomerante en relación a lo moral y lo
ético, cediendo terreno entre los ilustrados a una concepción que busca principios racionales
en lugar de religiosos. Toda la filosofía gestada en los siglos XVII y XVIII presentó una
alternativa a la cosmovisión cristiana, hasta aquel momento predominante, y se tradujo en
instituciones y pautas concretas de conducta que orientaron la vida de los hombres en todo
el mundo.
En la segunda mitad del siglo XIX el pensamiento de Federico Nietzsche guiará la crítica a la
filosofía occidental, a la moral por su antinaturalidad y a la religión por coercitiva. La religión,
decía Nietzsche, nace del miedo y conduce a la pérdida del sentido de la vida, la pérdida de
los instintos, proponiendo una filosofía que atenta contra los instintos de la vida.
Lyotard peyorativamente denomina "grandes relatos" a los proyectos o utopías cuya finalidad
era legitimar, dar unidad y fundamentar las instituciones y las prácticas sociales, políticas,
religiosas, etcétera. Uno de esos grandes relatos, que él denominaría también "mito o
leyenda", es el "mega-relato" de la cristiandad. Para él, esos "mega-relatos" han entrado en
crisis y han sido invalidados en el curso de los últimos cincuenta años. La definición de
Lyotard de los "grandes relatos" es inaceptable en cuanto a la historia bíblica pues ésta no
es un mito o leyenda sino la mismísima historia salvífica del hombre, fundamentada en dos
absolutos no negociables: Dios mismo y su Palabra dada a los hombres, inspirada por Dios,
que ubica al hombre en su contexto histórico pasado, presente y futuro.
La posmodernidad no sería un proyecto o un ideal más sino, por el contrario, lo que queda
del derrumbe de las ideologías a partir del fracaso del modernismo.
El concepto cartesiano que había puesto al individuo en la cúspide de sus posibilidades abre
las puertas del individualismo hasta el nivel del egoísmo. Sin embargo, el individualismo sin
sentido de trascendencia de ningún tipo lleva al fracaso de la filosofía cartesiana y abre sus
puertas a un concepto mutualista, interpersonal, oriental, que conlleva un claro sabor a
Nueva Era. Como consecuencia de la pérdida de los grandes ideales del Iluminismo, el
hombre posmoderno ha perdido, entre otras cosas, la conciencia del esfuerzo como medio
de lograr metas. Hoy se nos propone la cultura de lo instantáneo: café instantáneo, silueta
instantánea, aprendizaje instantáneo, y hasta espiritualidad instantánea. La gente quiere
todo aquí y ahora, sin pensar en metas futuras producto de la dedicación, el esfuerzo y la
constancia.
En la sociedad posmoderna todo es relativo y no hay lugar ni tiempo para lo que requiere
voluntad y compromiso. Es la era de los feelings: "nada es verdad ni mentira", todo se diluye.
Es, según el sociólogo Juan González Anleo, la religión light: un tipo de religiosidad
caracterizada por su ausencia de dramatismo, su incoherencia doctrinal, su talante
asistemático (las creencias no se traducen necesariamente en normas para el
comportamiento personal y sus ritos no exigen un soporte institucional), su declaración de
independencia en el terreno de los compromisos personales, éticos, etcétera. Es ésta, pues,
una práctica lejana de una religión "que impone exigencias y normas de pertenencia y que
reclama un compromiso afectivo y efectivo con la Iglesia".6
La crisis del individuo en los tiempos modernos también es aprovechada para revitalizar
concepciones orientalistas, de tipo holístico y naturalistas. Según ellas, la armonía del
hombre con la naturaleza se lograría a través de una suerte de disolución del individuo en el
cosmos, quien ya no habría de proponerse dominar la naturaleza sino, más bien, insertarse
en ella como un ente más para vivir en paz con los otros hombres, las otras especies vivas y
el equilibrio con todo el medio ambiente. Muchos planteos ecologistas se inscriben en esta
línea de pensamiento y constituyen un lugar común en el pensamiento de vastos sectores.7
Los seres humanos no podemos vivir sin significado, propósito ni esperanza; pero cada vez
es menos aceptada la idea posmilenial en cuanto a que un día el mundo será mejor y todas
las cosas empezarán a funcionar, caminando juntos y felices hacia el Reino de Dios que,
casi imperceptiblemente, entrará a nuestra realidad. Desgraciadamente, esa idealización de
un planeta con igualdad de condiciones no se está cumpliendo. La diferencia entre Norte y
Sur es cada vez más notoria, y la brecha entre los países desarrollados con los emergentes
se profundiza más y más sin vislumbrarse ninguna salida coherente.
Si la fe en Dios fracasa, su lugar es tomado por otros dioses: los poderes de la naturaleza, la
razón, la ciencia, la historia, la evolución, la democracia, la libertad individual y la tecnología.
O por otras manifestaciones de la religión secular, como la ideología.
La era moderna había propuesto primero la religión y luego la ciencia como ejes para
conseguir las metas buscadas. El siglo XX cuestiona ambas y ya no parecemos poder
alcanzar ningún tipo de metas.
Los nuevos movimientos sociales juveniles (pacifismo, ecologismo, etc.) presentan aspectos
filosófico-religiosos: algunos tienen referencias explícitas a las confesiones tradicionales; en
otros laten viejas resonancias de izquierda; todos están recorridos por un utopismo para-
religioso de armonía y solidaridad mundial con los hombres y la naturaleza. En algunos
aparece una nueva sensibilidad que reivindica planteamientos éticos con pretensiones de
universalidad, que implican una visión del mundo, de la sociedad y del hombre que rompen
con el presentismo dominante y la cerrazón ante las preguntas metafísicas.9
Todo esto no nos debe llevar al pesimismo y a la desesperación. Alrededor de nosotros hay
mucha gente en busca de un nuevo significado de la vida. Este es el momento cuando la
iglesia cristiana nuevamente puede presentar una visión correcta del Reino de Dios. No
podemos aceptar la visión de que la única tarea de la iglesia es proveer un lugar para los
individuos en algún sector privado donde puedan gozar de una seguridad religiosa interior,
pero que no les requiere desafiar las ideologías que regulan la vida pública de las naciones.
El privilegio de la vida cristiana no puede ser entendido aparte de sus responsabilidades 10.
Debemos, sin ninguna duda, invadir la cultura posmoderna supersacralizada, animista,
sincretista, y permearla con la verdad bíblica. Debemos enfrentar nuestra cultura con un
evangelio que cambie vidas a través de nuestra prédica y de nuestras propias vidas plenas
del evangelio liberador de nuestro Señor Jesucristo.
Nunca olvidemos que sin importar lo que el Posmodernismo y la Nueva Era traten de
comunicar, aquel vacío interior en el corazón del hombre que mencionara San Agustín
permanecerá así hasta tanto el hombre halle la plenitud de Dios en Jesucristo.
Notas:
La verdad no es lo que hace sentir bien a la gente. Desafortunadamente, las malas noticias
pueden ser la verdad.
La verdad no es lo que resulta comprensible. Aún una larga y detallada presentación puede
resultar en una conclusión falsa.