Está en la página 1de 10

Pontificia Universidad Javeriana

Facultad de Teología – Maestría en Teología


Docente: Orlando Solano Pinzón
Alumno: José A. Villalobos Naranjo
Enero 10 de 2020

Ver o perecer1

Hablar de Dios en la actualidad se convierte en un gran desafío para quien se acerca a la


contemplación de la realidad. Es decir que, Dios actúa en el mundo, encarnándose en cada
persona que lo experimenta y es impulsada al servicio. Por lo tanto, la relación del ser humano
con su creador, expone que Dios es siendo, en cada acto liberador que hace por medio de las
manos de quienes logran percibirlo.

Dios no se queda en la mera revelación finiquitada, -que algunos con alegría celebran
quedándose en un momento histórico-, de la Encarnación sucedida en Jesús, sino que sigue
manteniendo en cada hombre y mujer su imagen y semejanza, con el fin de ir haciendo su
presencia permanente en la obra que sigue creando con ayuda del ser humano. De tal manera,
toda persona humana es llamada a responder con generosidad su filiación divina, en la
inclusión de los hermanos desplazados, discriminados, que buscan esperanza en esta realidad
fragmentada. Gonzáles Buelta, tendrá la intención de suscitar, un despertar de los sentidos,
un abrir los ojos al ver a Dios en lo cotidiano, en la vida humana, en donde se puede aprender,
pues:
El conocimiento más respetuoso de nuevas culturas y religiones nos está ofreciendo
una experiencia gozosa de Dios mucho más amplia, inclusiva, de toda la humanidad,
pues todos somos hijos e hijas del Padre, y Dios vive su paternidad incesante, original
y creativa con cada persona de maneras sorprendentes.2

En la narrativa de cada persona, Dios sigue actuando en la creación creativa de mundos


posibles. Por eso, el ser humano en la dificultad de creer que ve, va nublando la mirada hacía
la realidad globalizada del mundo y va creando sin discernimiento experiencias que parecen
ser de Dios, pero son de muerte, contrarias a la esperanza de una vida futura en esta realidad.
Es así que, contemplar al Dios encarnado en la historia, comprende una sensibilidad nueva,

1 González Buelta, Benjamín. Ver o perecer. Mística de ojos abiertos. Santander: Sal Terrae, 2006.
2
González, Ver o perecer, 7-8.

1
que no sucede sin antes pasar por el corazón y hacerlo nuevo. Por eso, para el autor, la base
espiritual de San Ignacio explanada en los Ejercicios Espirituales, será de ayuda para poder
ver en realidad, él señala que:

En los Ejercicios Espirituales, San Ignacio de Loyola ve la ceguera en el origen de


todos los procesos destructores de la vida. Es lo que la Trinidad contempla en la tierra;
ve «todas las gentes en tanta ceguedad...» (EE 106). Pero en el fondo de la oscuridad
que envuelve la vida de los ciegos se encarnará la luz que vino a iluminar este mundo
(Jn 1). Esa Luz nos permitirá vernos a nosotros mismos y ver la realidad de manera
integral. Esta Luz es más honda y persistente que todas las cegueras. El «dentro» de
las cosas y personas es la Luz, no la «irremediable ceguera». 3

La luz establecida en la oscuridad de la obra creadora, será ahora igual al concepto de


encarnación, pues Dios ilumina no solamente al ser humano sino a todo el compendio de la
creación. De ahí que, el ser humano iluminado ayude a la salvación de la realidad, la cual se
transforma cada vez que se deja encarnar:

El desafío es ser nosotros también imágenes auténticas, con toda la consistencia de la


carne y de la sangre, de la tierra y de la vida real que alcanza todos los sentidos, y no
sólo vagas palabras más o menos abstractas sobre Dios. El desafío es el ahora de la
encarnación en cada uno de nosotros.4

Es de notarse la apreciación de González Buelta sobre el desafío de ser imágenes auténticas,


pues, en la relación de ser y hacerse con el otro, pretende ir más allá de la imaginación de un
Dios impersonal, poniendo la realidad manifiesta de un ser que diviniza a su creación, cuando
este testimonia la experiencia de un corazón y unos sentidos nuevos:

Nuestros sentidos tienen esa vocación de absoluto encarnado y peregrinan


constantemente en el mundo buscando ese Tú para el que están hechos. Si esa
búsqueda se detiene en la superficie de lo que nos rodea, los sentidos se van
degradando sin remedio, y un sentimiento de exilio se va apoderando de nosotros.5

Sigue diciendo:

… «Mírame para que te amé» (San Agustín). Una mirada puede encender y alimentar
el fuego del amor entre las personas. Una mirada inagotable es la que necesitamos,
pues estamos esencialmente hechos para un encuentro sin final y sin intermitencias.6

3
Ibíd., 15.
4
Ibíd., 31.
5
Ibíd., 35.
6
Ibíd., 41.

2
La forma de mirar de Dios, para el autor, no puede ser otra sino la experiencia humana de
mirar al otro, con tan solo un acercamiento tierno e inclusivo, así logra traspasar el corazón
tullido de quién ha perdido esperanza, alimentando una llama ardiente de amor. Así María
se siente mirada y amada:

La experiencia sublime de la encarnación del Hijo de Dios en el seno de María se


expresa en el canto del Magníficat en términos de mirada: «El Señor ha mirado la
pequeñez de su esclava» (Le 1,48).7

En una realidad globalizada y tecnificada, la mirada se convierte en un imposible, pues, ya


la mirada no es sobre la persona, sino sobre el concepto que se tiene de quien está al otro lado
de la tecnificada conversación, así las palabras pierden el sentido porque no se mira con
sensibilidad el problema o la necesidad del otro, además, esa supuesta mirada, esclaviza al
semejante, desesperando todo esfuerzo de conversión. La mirada de Dios lleva a relacionarse
de forma directa y transforma la propia vida, en pocas palabras la mirada libera y ayuda a
solucionar la necesidad del otro:

Sólo un corazón enteramente convertido a Dios, centrado en Él, podrá percibir con
finura la obra de Dios en las personas y en la historia y logrará responder con una
sensibilidad evangélica a la manifestación de Dios encarnada en las situaciones
concretas.8

Hace ilusión el pensar que la obra de Dios se va construyendo con la ayuda de hombres y
mujeres reales y concretos, con una sensibilidad evangélica, quiénes sientan esto anterior,
muestran a Dios según la experiencia de Jesús. Sin embargo, no todo en el ser humano es
completo, pues también en medio de los gozos y las alegrías, comparte su cotidianidad entre
los dolores y angustias que le causa la corrupción de la realidad. Pues, para lo analizado en
este texto, es ahí en donde sucede la encarnación, en la miseria humana:

Esta misma experiencia de Dios permite a muchas personas peregrinar hasta los
infiernos humanos, verdaderos santuarios donde Dios realmente está activo, y
consagrar sus vidas para ser el rostro visible de Dios que se ha encarnado para siempre
en el revés de la historia, entre los seres definitivamente heridos en su psicología o en

7
Ibíd., 42.
8
Ibíd., 58.

3
su cuerpo, rescatándolos para la sociedad como seres vivos y dignos, a cuyo servicio
vale la pena entregar la vida con toda ternura y fortaleza.9

La ternura de Dios se manifiesta en la fortaleza de su amor y esta a su vez se traduce en


caridad hacía el más necesitado. Es en este servicio al otro, en donde encontramos una gran
necesidad de otorgar más que una doctrina, urge con apuro entregar una experiencia de
encuentro que solo es suscitada por la relación de amor que también vivió Jesús:

La lógica de Dios en su relación con nosotros es la del amor, pues él es «el Amor» (1
Jn 4,8). Sólo el Amor es todopoderoso. El «todo poder» del Amor se nos revela
plenamente en la «debilidad» de Jesús, en la insuperable cercanía a nosotros que le
permite ser próximo a los últimos de este mundo que se convierten en los primeros
en encontrarse con el Hijo encarnado y en seguirlo. 10

Toda institución o estructura humana se ve superada por el acontecimiento de ir a los últimos


del mundo, pues “el Amor encarnado es una realidad mayor que los poderes de este mundo,
sus instituciones y sus servidores”.11 Es tanto así que:

Este amor se encarna hoy de manera evidente y ejemplar en la vida de muchas


personas, pero está presente en todas, porque el Amor no abandona nunca a nadie, a
nadie le niega la palabra, no puede ausentarse jamás de ninguna existencia humana,
ni de las cabezas más encumbradas, ni de la más humilde criatura nacida de su fantasía
creadora, porque todas tienen un puesto en su corazón y su proyecto. El amor de Dios
es fiel y sin condiciones.12

Con todo lo anterior, entre la luz y la contemplación, el mirar y ser imagen semejante, se
encuentra como base la experiencia de Dios, esta considera que Dios si sucede en la historia,
se relaciona por medio de las obras de sus hijos y llama a la creación de mundos posibles que
transformen con la recuperación de los valores fundamentales, todas las culturas. Esto es
encarnación de Dios.

La experiencia de Dios, que llena la intimidad, transforma también la mirada sobre


todo lo creado, como afirma Juan Martín Velasco: «La experiencia de Dios es más
bien el resultado del recorrido, del itinerario que recorre el hombre cuando,
consintiendo a su origen, encarna en su vida ese consentimiento y adquiere así la
sintonía, la connaturalidad, la familiaridad, el "aclimatamiento" del propio ser a Dios,

9
Ibíd., 72.
10
Ibíd., 76.
11
Ibíd.
12
Ibíd., 77.

4
que le permiten descubrirlo en todas las realidades del mundo, en todos los
acontecimientos de la historia y en todas las experiencias de la propia vida».13

La comunicación y la relación de los seres humanos se suscita en palabras que animan y


ayudan. pero, por otro lado, se encuentra una comunicación más enriquecedora que se
fundamenta en el silencio, este comunica comunión y lleva a todo ser humano al encuentro
de los demás. Sin embargo, no se trata de un aislamiento del mundo y de la realidad pues el
que siente un corazón nuevo se considera útil en el momento actual de su vida, es por eso
que no debe:

… quedarse ahí, con toda la fascinación que suscita en nosotros este viaje sin fin, y
no mirar más profundo, desde dónde nace y hacia dónde se dirige, es quedarse en un
oasis de laboratorio o de biblioteca, sin adentrarse en las dimensiones más radicales,
las que sólo son accesibles a la mística, y que la poesía y otras formas de arte evocan
sin descanso. El místico encarnado es el más realista, porque percibe la hondura de la
realidad. 14

La ceguera del odio, de la ira, del egocentrismo, suscita en el ser humano el mal que nace de
su corazón y se manifiesta en la tentación de lo exterior. No obstante, este mal se puede mirar
por la gracia de Dios “Al contemplar a Jesús, nos vamos transformando en él. «Sabemos que,
cuando Jesús se manifieste, seremos semejantes a él, pues lo veremos tal cual es» (1 Jn
3,2)”.15 Esta esperanza se marca en el interior de cada persona:

… el Señor lo conducirá a través de la contemplación de su Hijo encarnado,


desasiéndolo de modelos ya hechos, canonizados y seguros, para que no sólo imite
mirando al pasado, sino para que cree el futuro, para que encarne en la historia una
nueva forma de vida al servicio del Reino de Dios.16

Es lo que vive el mismo San Ignacio en el proceso de su conversión, con la apertura de abrirse
al misterio de la encarnación que ahora sucedía en él:

La contemplación de Jesús no sólo sanó el imaginario de Ignacio de las categorías


mundanas de éxito que llegaban como oleadas de nostalgia en momentos de combate

13
Ibíd., 86.
14
Ibíd., 96.
15
Ibíd., 120.
16
Ibíd.

5
espiritual, sino que lo unificó en torno a la única imagen de su Hijo encarnado y lo
abrió al futuro inédito e inimaginable que entró en este mundo como don de Dios.17

Con esta mirada, en los mismo Ejercicios Espirituales, se propone el compararse o el reflectir
la mirada de Dios que se encarna, pues así “el Jesús contemplado se va encarnando en mí
para que me vaya transformando desde dentro de tal manera que yo también pueda reflejarlo,
hacerlo accesible a los sentidos de los demás, convirtiéndome en una verdadera «imagen de
Dios».18 De tal manera, Dios recorre con su ternura la totalidad de la persona, esparciéndose
en lo sensible de su ser, “ la encarnación de Dios en su Hijo Jesús comunicándose con
nosotros, pues Dios se ha encarnado para entrar en comunión con nosotros a través de un
cuerpo accesible a los sentidos”. 19

Es tanto así que, la cuestión sobre ¿dónde está hoy Jesús nuevamente encarnado, nuevamente
nacido, nuevamente perseguido? No es sólo en la contemplación, sino en la vida cotidiana,
donde hay que encontrarlo.20 Por eso el que mira con fundamento y perseverancia, es porque
ama lo que observa, por eso:

En el místico de ojos abiertos va naciendo otro corazón y otra sensibilidad. La


contemplación afina sus sentidos para percibir la encarnación del Hijo de Dios en las
cuevas, imperios, tributos y caminos, en la siembra y en el lago, en las plazas y en las
sinagogas, en las fiestas y en los duelos de nuestra realidad cotidiana. Al mismo
tiempo va transformando al contemplativo en una imagen veraz del misterio de Dios
en este mundo.21

Se puede decir que, el esclarecimiento de la mirada por medio de la luz que Dios revela, tiene
también incidencia social y política. Estos dinamismos en los que se enmarca la vida humana,
deben ser iluminados para descubrir a modo de Jesús, los engaños que destruyen las
relaciones de inclusión, de justicia y de respeto, en últimas destruyen el Reino de Dios.

Dios, en lo que tiene de más viviente y de más encarnado, no se halla lejos de nosotros,
fuera de la esfera tangible, sino que nos espera a cada instante en la acción, en la obra

17
Ibíd.
18
Ibíd., 123.
19
Ibíd., 124.
20
Ibíd., 125.
21
Ibíd.

6
del momento. En cierto modo, se halla en la punta de mi pluma, de mi pico, de mi
pincel, de mi aguja, de mi corazón y de mi pensamiento.22

Se puede mirar al Dios que se encarna como un ser que es fuerte y al que nunca se le ve
debilidad alguna, superando todo obstáculo que se le pueda enfrentar, por eso mismo se le
designa como todopoderoso. Mas, esa fuerza se hace posible en la debilidad humana, es en
la miseria de su obra en donde encuentra su glorificación. Es decir, Dios se encarna las veces
que sea necesarias para hacerse fuerte en el ser humano débil y ciego. Pero, por otro lado,
casi que paradójicamente, descubre la ceguera de quien cree que ve, con solo relacionarse
con su creación, es así que:

De un Dios fuerte a un Dios débil. Jesús entra en nuestra historia como un niño
inevitablemente débil y muere como un hombre sin ningún poder social. A lo largo
de su vida profundiza el descenso de su encarnación acercándose a las personas, no
desde la imposición de la fuerza, sino desde la proximidad de su ser expuesto,
entrando en el mundo de los demás, donde ellos son los fuertes porque conocen y
sienten la seguridad de su propio territorio con todas las referencias bien
controladas.23

Los relatos de dolor que alejan toda pureza y el perecer por no encontrar a Dios, son signos
manifiestos de hacer una interpretación muy sutil de la Encarnación. Pues, la presencia divina
no se encuentra en los momentos estereotipados de ausencia de pecado y sufrimiento, sino
que antes bien, Dios se encuentra en lo más profundo del infierno humano, se manifiesta en
la miseria y rescata al ser humano, encarnándose en él y cambiando su vida, dando esperanza
y sentido.

En la encarnación de Jesús se nos ha revelado que Dios puede estar en nuestra carne,
que la eternidad puede moverse en el tiempo, que la trascendencia es la cara honda
de la inmanencia, que el indecible puede comunicarse de manera inagotable en una
palabra humana. «El que me ve a mí ve al Padre» (Jn 14,9). 24

Llama la atención, la unitividad que tiene toda persona con Dios, pues como dice González
Buelta, “No es posible herir a una persona sin herir también a Dios”25 es decir, que la carne

22
Ibíd., 131.
23
Ibíd., 142.
24
Ibíd., 150-151.
25
Ibíd., 146.

7
que Dios toma, ayuda a que se presente en la trascendencia del ser humano y ya en este sufra
y se libere en él:

En todo hijo de Dios podemos encontrar su huella. «La experiencia de trascendencia


en el cristianismo, es la experiencia de un Dios encarnado. Por lo tanto, es una
experiencia que pasa por la corporeidad. Fuera de este hecho central e indispensable,
no hay cristianismo». 26

Cada vez que el resucitado, se hace presente, para el autor, se hace una transparencia de la
realidad, esta misma ayuda a que la persona se vaya transfigurando, esto trasparenta la
realidad y se puede observar la luz de Dios27. Pues, en la relación de un cuerpo transfigurado
como el de Jesús en donde los sentidos se asombran y dan razón de lo nuevo que sienten:

Dios se nos ha revelado enteramente en su Hijo Jesús al encarnarse en un cuerpo


humano, "en carne mortal" (Un 4,2), y no se puede comprender la relación con él sin
ese cuerpo de Jesús en quien se revela y sin el cuerpo nuestro que lo percibe a través
de los sentidos. A lo largo de estas páginas hemos resaltado la importancia que tienen
nuestros sentidos corporales en esta experiencia encarnada de Dios. Jesús expresa su
intimidad y es palabra del Padre para todos al decirse a través de sus sentidos: al
hablar al pueblo, escuchar a los sin voz, tocar a los intocables o saborear el vino de
las fiestas. A través de nuestros sentidos, nosotros escuchamos, vemos, abrazamos,
besamos al Padre cuando contemplamos a Jesús. 28

La comunión universal del Espíritu que hace posible el entendimiento del lenguaje de Dios,
suscita en el ser humano también una serie de respuestas frente al hecho de la resurrección.
Para los discípulos, este evento los impulsó a dar respuesta desde sus propias vidas, a no huir
y a incluso morir para crear la comunión y manifestar la bondad y el amor que les enseñó la
persona del resucitado. En ellos es clara la asimilación de un don que fructifica en vida:

Cuando contemplamos a cualquier otra persona, se realiza el mismo misterio de


comunión con Dios, pues toda persona está habitada por el Espíritu. El cuerpo nos
sitúa en los espacios concretos de la realidad que contemplamos, y los sentidos son la
puerta por donde entran hasta nuestras entrañas las señales de Dios y por donde salen
nuestras respuestas. Los sentidos son la frontera de la comunicación, de la comunión
humana. 29

26
Ibíd., 151.
27
Ibíd., 152.
28
Ibíd., 176-177.
29
Ibíd.

8
La religión como eje fundamental de toda cultura, va manifestando diferentes hechos
artísticos en torno a la verdad que se va encontrando. Se marcan diferentes rostros, sobre todo
de los más empobrecidos y silenciados. Cuando esto sucede, la misma comunidad va
trasparentando su realidad, encontrándose un sacramento con el Dios vivo que ilumina la
oscuridad:

Desde esta experiencia sacramental encarnada en toda realidad, nosotros dibujamos,


esculpimos y tallamos cada día innumerables rostros de Jesús con los rasgos de todos
los pueblos de la tierra, vestido con la ropa de todas las culturas. Esculpimos estatuas
de los santos que iluminan de una manera especial nuestras vidas. 30

Por lo general en la vida personal se encuentran lo denominado por González Buelta, como
sacramentos de encrucijada31 estos son como experiencias que ponen al borde o al límite la
vida humana y que ayudan a esclarecer el sentido de la existencia y hacen de quien las vive
una persona nueva:

En la cotidianidad aprendemos a descubrir la acción de Dios en personas concretas


que encarnan sus ofertas de vida verdadera en situaciones nuevas. No podemos vivir
sólo de los nombres y signos del pasado que iluminaron otras épocas. Hoy también
Dios se nos comunica de nuevo de manera sacramental. 32

Puede pensarse que se necesita volver sin tregua a tiempos que hoy se leen como si fueran
grandes desbordes de la gracia divina, quizás el pensar en un Belén con la presencia del Niño
Dios o el de refugiarse en pensadores antiguos sin trascender y hacer lectura actual de lo
querido por Dios, no lleva a sentir y gustar la encarnación, sin embargo:

Sólo en esta experiencia se comprende la encarnación de Dios en la realidad humana,


y el mensaje del Evangelio que se resume en las Bienaventuranzas, imposibles y
ciertas al mismo tiempo, como verdad que se va haciendo en cada uno de nosotros y
en la historia humana. La bienaventuranza es vivir desde ese dinamismo que arranca
de la Trinidad, atraviesa el presente disperso y nos lleva hasta la plenitud de la vida
resucitada que ya empezamos a "sentir y gustar" ahora en el tiempo y en la carne. 33

Ahora bien, el autor recalca en la experiencia de la luz, como un evento que alcanza a toda
la creación y que subyace también en el interior del ser humano, pero es de saberse que “todos

30
Ibíd., 182.
31
Ibíd., 163.
32
Ibíd., 182.
33
Ibíd., 188.

9
somos ciegos de nacimiento, totales o parciales, porque todos hemos crecido en sistemas
sociales y religiosos que nos han enseñado una mirada aviesa y limitada.”34

La oferta de Dios es diferente: ser la luz desde dentro de nosotros mismos, iluminar
nuestras sombras sin crear ninguna nueva. Jesús es la luz encarnada. La luz se ha
convertido en una persona que nosotros podemos ver, tocar, oír, besar. Todo su ser
está iluminado desde dentro, y cada uno de sus gestos trasluce la vida de Dios que ha
bajado hasta nosotros. 35

Este es el dilema:

Por un lado, tenemos la luz, la visión y la vida. Por otro, la tiniebla, la ceguera y la
muerte. En medio, la larga gestación de la luz dentro de nosotros. Se puede progresar
en la visión de Dios en el mundo como el ciego curado, y se puede crecer también en
la ceguera de la tiniebla como las autoridades que niegan lo evidente. […] «Ver o
perecer».

Bibliografía

González Buelta, Benjamín. Ver o perecer. Mística de ojos abiertos. Santander: Sal Terrae,
2006.

34
Ibíd., 194.
35
Ibíd., 192.

10

También podría gustarte