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1. Introducción: ¿Dónde estás? Pregunta que Dios hace no sólo a Adán y Eva, esta misma pregunta
Dios la sigue dirigiendo a cada generación, a cada época, a cada persona. En cada momento de nues-
tra vida Dios nos pregunta; ¿dónde estás?, ¿por qué te escondes?. Todas las cuestiones fundamenta-
les para la felicidad humana surgen cuando nos hacemos a nosotros esta insoportable pregunta:
¿dónde estoy? En relación con Dios, conmigo mismo y con los demás? Si respondemos honestamente,
hemos empezado la búsqueda espiritual de Dios, que es también la búsqueda de nosotros mismos.
Dios nos pide que afrontemos nuestra condición humana, que salgamos de entre los árboles a la plena
luz de la intimidad con él. ¿Dónde estoy hoy?
A veces ayuda recordar relatos de otras tradiciones espirituales para encontrar nuevas luces. La si-
guiente narración habla también de la condición humana:
Un maestro sufí había perdido la llave de su casa y la buscaba en el césped que estaba delante de la
puerta. Se puso a cuatro patas y empezó a deslizar los dedos entre la hierba. Algunos discípulos suyos
pasaron por allí y le preguntaron: “maestro, ¿qué haces?”. Él contestó: “he perdido la llave de mi casa”
dijeron “¿quieres que te ayudemos?”. Respondió: claro que sí, se los agradeceré mucho” y también se
pusieron a cuatro patas a buscar entre la hierba. Cuando empezó a hacer calor, uno de los discípulos
más inteligentes preguntó: maestro, ¿tienes idea de dónde has perdido la llave? El maestro contestó:
sí, la he perdido dentro de la casa” a lo cual dijeron ellos: “entonces, ¿por qué la estamos buscando
aquí afuera? Y él contestó: porque aquí hay más luz”
Hemos perdido la llave de nuestra casa. Ya no seguimos viviendo en ella. No experimentamos la inha-
bitación divina. No vivimos la intimidad con Dios. La casa representa la felicidad, que es la intimidad
con Dios, la experiencia de su presencia amorosa. Sin esta experiencia estamos perdidos, extraviados.
A esto sirve el discernimiento, para encontrar la llave que me haga regresar a casa, al seguimiento de
Jesús. Esta es la condición humana, estar sin la verdadera fuente de la felicidad, que es la experiencia
de la presencia de Dios, y haber perdido la llave de la felicidad, que es la dimensión contemplativa de
la vida, el camino hacia el gozo y la consciencia creciente de la presencia de Dios. Buscamos deses-
peradamente la felicidad donde no podemos encontrarla. La llave no está fuera, en el césped, la hemos
perdido dentro de nosotros mismos. ¡Y es allí donde tenemos que buscarla a través del discernimiento!
Nuestra cultura busca la llave en el sitio equivocado, donde hay más brillo, más placer, más seguridad,
más poder, más aceptación por parte de los demás.
La llave para nosotros es vivirnos en una continua conversión a Jesucristo sacerdote y víctima: cuando
Jesús dice a sus primeros discípulos que se conviertan, los llama a cambiar la dirección en que estaban
buscando la felicidad. ¡Conviértanse¡ es una invitación a crecer y a hacernos plenamente maduros,
capaz de integrar todas las dimensiones de nuestra persona: voluntad, afectos, inteligencia, con-
ciencia, mente y corazón. Capaces también de integrar las luces y sombras, lo que nos gusta y lo que
no aceptamos de nosotros, nuestros santos y demonios, nuestras fuerzas y debilidades, nuestros triun-
fos y nuestros fracasos, porque la Cruz se nos presenta como una preciosa oportunidad para poder
transformar y transformarnos. Al proceso que hace una persona en la espiritualidad que descubrió
Conchita, Concepción Cabrera lo llamó la transformación en Jesús, en otras espiritualidades se
habla de imitación, seguimiento, etc. Este verbo que ella utiliza habla de dinamismo, del proceso de
una realidad que no desaparece pero que poco a poco llega a ser de otra forma; como el barro que en
manos del alfarero es transformado en un bello cántaro, sin dejar de ser barro. ¿Cómo ponerse en
camino de esa transformación?, ¿Qué hay que ir viviendo para transformarnos?, ¿Cómo lo haremos?
y, ¿Para qué?. Cada espiritualidad es un modo de ver a Jesús. Jesús sacerdote y víctima, o lo sa-
cerdotal es el centro de la espiritualidad de la cruz, es el núcleo que da sentido, identidad y estra-
tegia para la construcción del Reino de Dios en el mundo. De ahí que nuestra propuesta es la mistago-
gía de Jesús sacerdote o mistagogía sacerdotal. Tiene como fuentes principales la Biblia y los escritos
de Concepción Cabrera, comprendidos desde y para nuestra realidad hoy.
2. El símbolo
Estamos en una cultura con escasa o ambigua referencia al Misterio y al símbolo: asistimos a una
ceguera simbólica, fruto de la homogeneidad funcional, de los avances en las tecnociencias, y por otra
parte hay sed simbólica y búsqueda del Misterio, pero dado que se efectúa en condiciones de ansiedad
y compulsión, muchas veces nos lleva a confundir los símbolos poderosos con imitaciones rituales sin
fondo.
Por otro lado, vivimos en una cultura que privilegia el mundo de la imagen y de lo virtual, favoreciendo
la decadencia del valor de la palabra y del símbolo. Una de las principales consecuencias es el vacia-
miento de la interioridad. El anhelo de verlo todo ha conducido al intento de mostrarlo todo sin respetar
el rastro de misterio que nos habita, lo ha cosificado, lo ha convertido en algo trivial. Presenciamos una
cultura de la imagen que está al servicio del mercado y en consecuencia al símbolo se le ha saqueado
de su profundo significado para convertirlo en un simple estímulo de consumo.
La iniciación al Misterio y por consiguiente al mundo del símbolo es una tarea de humanización, de
salud social, cultural y personal.
La vida espiritual, vivida como una intensa vida en Cristo se nutre ordinariamente de los sacramentos,
que a su vez tiene su estructura en el símbolo, tiene su mejor expresión cuando se pone como medio
que nos ayuda a crecer en el seguimiento de Jesús sacerdote y víctima. Por lo tanto, no son un fin en
sí mismo, sino un instrumento que nos lleva a alimentar una relación, a renovar un encuentro, a fo-
mentar un diálogo que nos transforma. Día y noche el Señor nos va cambiando con su amistad…
La experiencia de Dios, y por lo tanto, la relación con Él se da necesariamente en el terreno de lo
simbólico, en la lógica y el lenguaje del símbolo. De allí la necesidad de profundizar este elemento tan
importante de nuestra vida cristiana.
Bibliografía:
BAUNGARTEN ISIDOR, Psicología Pastoral, Introducción a la Praxis de la Pastoral Curativa, Des-
cleé de Brower, Bilbao 1997.
KEATING THOMAS, La condición humana, contemplación y cambio, Descleé de Brower, Bilbao,
2003.
MARDONES JOSÉ MARÍA, La vida del símbolo, la dimensión simbólica de la religión, Sal Terrae,
Santander, 2003.
MELLONI JAVIER , Lo uno en lo múltiple, aproximación a la diversidad y unidad de las religio-
nes, Sal Terrae, Santander, 2003.
Trabajo personal:
¿Cuáles son tus códigos simbólicos con los cuales expresas tu afecto, tu cuidado, tu amor
por Dios y por los demás y percibes el amor, el consuelo, el cuidado por parte de los otros?