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LA VIDA EN CRISTO: SÍMBOLO Y SACRAMENTO

“El signo de la auténtica embriaguez por Dios es el despojo:


el que ha sido embriagado por esta dimensión última y primera de lo Real
es un ser hecho pobre, desarmado y libre,
esto es, ofrecido y desprendido,
en las antípodas de toda forma de poder o de apropiación.
Porque la fuente es puro darse,
y quien se acerca a ella es incapaz de retener,
ya que su bebida lo convierte en ofrecimiento y ofrenda como ella.
Ya lo dijo el Maestro Eckhard que la pobreza es el atributo supremo de Dios”.
(Javier Melloni, Lo uno en lo múltiple, p. 19)

1. Introducción: ¿Dónde estás? Pregunta que Dios hace no sólo a Adán y Eva, esta misma pregunta
Dios la sigue dirigiendo a cada generación, a cada época, a cada persona. En cada momento de nues-
tra vida Dios nos pregunta; ¿dónde estás?, ¿por qué te escondes?. Todas las cuestiones fundamenta-
les para la felicidad humana surgen cuando nos hacemos a nosotros esta insoportable pregunta:
¿dónde estoy? En relación con Dios, conmigo mismo y con los demás? Si respondemos honestamente,
hemos empezado la búsqueda espiritual de Dios, que es también la búsqueda de nosotros mismos.
Dios nos pide que afrontemos nuestra condición humana, que salgamos de entre los árboles a la plena
luz de la intimidad con él. ¿Dónde estoy hoy?

A veces ayuda recordar relatos de otras tradiciones espirituales para encontrar nuevas luces. La si-
guiente narración habla también de la condición humana:

Un maestro sufí había perdido la llave de su casa y la buscaba en el césped que estaba delante de la
puerta. Se puso a cuatro patas y empezó a deslizar los dedos entre la hierba. Algunos discípulos suyos
pasaron por allí y le preguntaron: “maestro, ¿qué haces?”. Él contestó: “he perdido la llave de mi casa”
dijeron “¿quieres que te ayudemos?”. Respondió: claro que sí, se los agradeceré mucho” y también se
pusieron a cuatro patas a buscar entre la hierba. Cuando empezó a hacer calor, uno de los discípulos
más inteligentes preguntó: maestro, ¿tienes idea de dónde has perdido la llave? El maestro contestó:
sí, la he perdido dentro de la casa” a lo cual dijeron ellos: “entonces, ¿por qué la estamos buscando
aquí afuera? Y él contestó: porque aquí hay más luz”

Hemos perdido la llave de nuestra casa. Ya no seguimos viviendo en ella. No experimentamos la inha-
bitación divina. No vivimos la intimidad con Dios. La casa representa la felicidad, que es la intimidad
con Dios, la experiencia de su presencia amorosa. Sin esta experiencia estamos perdidos, extraviados.
A esto sirve el discernimiento, para encontrar la llave que me haga regresar a casa, al seguimiento de
Jesús. Esta es la condición humana, estar sin la verdadera fuente de la felicidad, que es la experiencia
de la presencia de Dios, y haber perdido la llave de la felicidad, que es la dimensión contemplativa de
la vida, el camino hacia el gozo y la consciencia creciente de la presencia de Dios. Buscamos deses-
peradamente la felicidad donde no podemos encontrarla. La llave no está fuera, en el césped, la hemos
perdido dentro de nosotros mismos. ¡Y es allí donde tenemos que buscarla a través del discernimiento!
Nuestra cultura busca la llave en el sitio equivocado, donde hay más brillo, más placer, más seguridad,
más poder, más aceptación por parte de los demás.

La llave para nosotros es vivirnos en una continua conversión a Jesucristo sacerdote y víctima: cuando
Jesús dice a sus primeros discípulos que se conviertan, los llama a cambiar la dirección en que estaban
buscando la felicidad. ¡Conviértanse¡ es una invitación a crecer y a hacernos plenamente maduros,
capaz de integrar todas las dimensiones de nuestra persona: voluntad, afectos, inteligencia, con-
ciencia, mente y corazón. Capaces también de integrar las luces y sombras, lo que nos gusta y lo que
no aceptamos de nosotros, nuestros santos y demonios, nuestras fuerzas y debilidades, nuestros triun-
fos y nuestros fracasos, porque la Cruz se nos presenta como una preciosa oportunidad para poder
transformar y transformarnos. Al proceso que hace una persona en la espiritualidad que descubrió
Conchita, Concepción Cabrera lo llamó la transformación en Jesús, en otras espiritualidades se
habla de imitación, seguimiento, etc. Este verbo que ella utiliza habla de dinamismo, del proceso de
una realidad que no desaparece pero que poco a poco llega a ser de otra forma; como el barro que en
manos del alfarero es transformado en un bello cántaro, sin dejar de ser barro. ¿Cómo ponerse en
camino de esa transformación?, ¿Qué hay que ir viviendo para transformarnos?, ¿Cómo lo haremos?
y, ¿Para qué?. Cada espiritualidad es un modo de ver a Jesús. Jesús sacerdote y víctima, o lo sa-
cerdotal es el centro de la espiritualidad de la cruz, es el núcleo que da sentido, identidad y estra-
tegia para la construcción del Reino de Dios en el mundo. De ahí que nuestra propuesta es la mistago-
gía de Jesús sacerdote o mistagogía sacerdotal. Tiene como fuentes principales la Biblia y los escritos
de Concepción Cabrera, comprendidos desde y para nuestra realidad hoy.

2. El símbolo

Estamos en una cultura con escasa o ambigua referencia al Misterio y al símbolo: asistimos a una
ceguera simbólica, fruto de la homogeneidad funcional, de los avances en las tecnociencias, y por otra
parte hay sed simbólica y búsqueda del Misterio, pero dado que se efectúa en condiciones de ansiedad
y compulsión, muchas veces nos lleva a confundir los símbolos poderosos con imitaciones rituales sin
fondo.
Por otro lado, vivimos en una cultura que privilegia el mundo de la imagen y de lo virtual, favoreciendo
la decadencia del valor de la palabra y del símbolo. Una de las principales consecuencias es el vacia-
miento de la interioridad. El anhelo de verlo todo ha conducido al intento de mostrarlo todo sin respetar
el rastro de misterio que nos habita, lo ha cosificado, lo ha convertido en algo trivial. Presenciamos una
cultura de la imagen que está al servicio del mercado y en consecuencia al símbolo se le ha saqueado
de su profundo significado para convertirlo en un simple estímulo de consumo.

La iniciación al Misterio y por consiguiente al mundo del símbolo es una tarea de humanización, de
salud social, cultural y personal.
La vida espiritual, vivida como una intensa vida en Cristo se nutre ordinariamente de los sacramentos,
que a su vez tiene su estructura en el símbolo, tiene su mejor expresión cuando se pone como medio
que nos ayuda a crecer en el seguimiento de Jesús sacerdote y víctima. Por lo tanto, no son un fin en
sí mismo, sino un instrumento que nos lleva a alimentar una relación, a renovar un encuentro, a fo-
mentar un diálogo que nos transforma. Día y noche el Señor nos va cambiando con su amistad…
La experiencia de Dios, y por lo tanto, la relación con Él se da necesariamente en el terreno de lo
simbólico, en la lógica y el lenguaje del símbolo. De allí la necesidad de profundizar este elemento tan
importante de nuestra vida cristiana.

Algunas características del símbolo y del lenguaje simbólico:


1. Para entender los símbolos (al igual que los sacramentos) es fundamental darse cuenta de que no
estamos refiriéndonos a cosas u objetos de materia sino a acciones. Los símbolos suceden como
acciones comunicativas en donde existe interacción, como en el abrazo. El símbolo por lo tanto, no
es algo estático sino una acción entre sujetos, es ante todo comunicación y exige por lo tanto
implicación.
2. El símbolo es una creación de la experiencia de lo sagrado. La revelación es el fundamento del
conocimiento simbólico y abre un acceso a una dimensión profunda de la realidad a través de una
captación directa, inmediata e intuitiva, donde las cosas se aprehenden como articuladas dentro de
una red y un orden mayor, capaz de desvelar un significado profundo del mundo, de la vida y de la
existencia. Es un conocer que revela, un despertarnos e iluminar la existencia. El conocimiento
simbólico está transido de vida, el simbolismo religioso señala las fuentes profundas de la vida y
ponen en contacto con ellas.
3. En lo simbólico no rige la ley de la lógica racional, de lo calculable, de lo comprobable, sino que
rige la lógica del corazón. Por lo tanto, toca lo que constituye el manantial profundo del que surge
toda capacidad de acción y de relación, de libertad y de amor.
4. Los símbolos viven de las emociones, que les unen con las personas. Por medio de estas emocio-
nes los símbolos se preñan de significado, irradian y adquieren una fascinación numinosa, esplen-
dor de la vida. Expresan realidades anímicas internas, son portadores de proyección del espíritu.
Por eso, entender mejor los símbolos significa comprender mejor el mundo interior de la persona.
5. Los símbolos tienen un carácter expresivo y sugestivo. Manifiestan lo desconocido de la psique
tanto individual como colectiva. Contienen un mensaje, que quiere abrirse creadoramente, presenta
una fuerte carga creativa: es energía de descubrimiento y desolación de lo oculto y de lo lejano.
6. A diferencia del lenguaje argumentativo-discursivo, los símbolos no se orientan al entendimiento
que abstrae, selecciona y ordena las cosas de manera lógica. El símbolo actualiza y hace presente,
integral y simultáneamente, las facetas más contradictorias y dispares de la realidad psíquica. El
símbolo es capaz de unir los opuestos (como la Cruz de Cristo), de armonizar contrastes, tiene una
lógica que se mueve dentro de la paradoja y la contradicción (la experiencia de Elías en el monte
Horeb: Dios se presenta como kol damamá dabar: voz silencio palabra, este conjunto de palabras
son en sí una contradicción).
7. Por otro lado es muy reducido querer traducir totalmente a lenguaje discursivo-argumentativo el
lenguaje simbólico. Pertenecen a dos niveles distintos aunque complementarios de la experiencia
humana y de la realidad. El símbolo en este sentido, no pretende reflejar la realidad objetiva, sino
que busca revelar lo profundo, escondido, misterioso, lo que aparentemente está ausente. Tiene la
preocupación de desvelar las raíces ocultas de la realidad, los pilares del universo.
8. En el símbolo siempre permanece algo que no se puede explicar. Por eso, no son totalmente ver-
balizabables . Dicen más que la palabra, todavía el símbolo sólo funciona cuando su estructura es
interpretada. Tiene un referente que sólo puede sugerir, evocar, se mueve en el mundo del atisbo,
del barrunto. No se agota en una única interpretación sino que se presenta como una fuente inago-
table de sugerencias.
9. El conocimiento simbólico es para-bólico, es decir, siembre abierto como en una tensión infinita, no
deja de interpretar, de resignificar. La no clausura definitiva de un símbolo, de una acción litúrgica,
es un síntoma de su vitalidad y de la de los creyentes. El símbolo es el lenguaje que cobija el
misterio, nos enseñan a vivir, nos llevan hacia las fuentes profundas de la vida. No se puede estar
cerca de la fuente de la vida, descubrir sus estructuras y relegación profunda y seguir igual.
10. El símbolo por lo tanto, se inscribe en la permanente tarea práctica humana de construir un hogar
y lograr una identidad. Responde a una lucha por vencer la precariedad, la fragilidad de toda cons-
trucción humana y la inestabilidad e incertidumbre de todos sus logros.

3. Los sacramentos: al principio está la relación, el encuentro, el diálogo.


El símbolo por lo que acabamos de decir, constituye el lenguaje de la experiencia religiosa. Sin el
símbolo no nos abrimos a la Alteridad, a la realidad del Otro. La importancia del símbolo y del lenguaje
simbólico lleva también inscrita su intrínseca fragilidad. Se puede mal interpretar, reducir, vaciar de
contenido….
La vida espiritual y sacramentaría apuntan siempre a un encuentro, a una relación con el Misterio,
con Dios, con la Trascendencia. La experiencia religiosa vive de la experiencia de la Presencia fundante
de un Misterio volcado hacia el hombre como don gratuito: el encuentro siempre precede al pensa-
miento. Un encuentro que será necesariamente simbólico. Para nosotros, ese encuentro se da en Jesús
de Nazareth, en su vida, sus acciones, su modo de vivir la libertad y la relación con su Padre.
Las actuaciones del símbolo en la Iglesia están condensadas en los sacramentos, que pueden ser
vistas desde Dios como el lugar preferido para relacionarse con la humanidad y el procedimiento de
salvación.
Desde su raíz indoeuropea: SAK “conferir existencia, hacer que algo llegue a ser”, las palabras que se
derivan como sacrificio, sagrado, sacramento, hacen visible la voluntad salvífica de Dios, confiere exis-
tencia a la afirmación de que Dios nos amó primero y desea nuestra vida plena, así como también
posibilita nuestra respuesta desde el amor y la libertad. Por lo tanto, los sacramentos, con todo su
profundo contenido simbólico tienen el objetivo de estructurar, articular y sostener la experiencia vital,
a través del acceso al Misterio y el mantenimiento de la relación con él. Los sacramentos nos indican
la primacía de la acción sobre la palabra.
Los símbolos religiosos se viven habitualmente en acciones sagradas o ritos que son un conglomerado
de símbolos, guiadas por nuestra fe y referidas al Misterio con la intención de iniciar o mantener una
relación con él, al mismo tiempo que establecen vínculos de integración y sentido con el cosmos, con-
sigo mismo y con los demás hombres.

Los Ritos y su importancia:


No existe sociedad humana sin ritos. Ritos de todo tipo, periódicos para ordenar los tiempos y el espa-
cio. Ritos no periódicos, de paso, de integración, de acogida, de despedida. Ritos para proporcionar
orden y sentido a la vida, la sociedad y el mundo. Las fiestas y celebraciones de la comunidad.
La identidad colectiva de las sociedades y con ella, de los individuos penden del fuerte/débil hilo ritual.
Estructuramos la vida gracias al collar litúrgico de festividades y celebraciones.
Los ritos periódicos tienes una función legitimadora, donadora de sentido y seguridad al ser humano y
sus construcciones. La periodicidad del rito asegura que las cosas están como deben estar. El año
litúrgico con su calendario anual y semanal de fiestas señalan la asunción en Jesucristo de sentido de
la vida y del tiempo.
Los ritos de paso son ceremonias que enmarcan el tránsito existencial que hace un individuo de un
estado a otro. Son ritos que acompañan los momentos críticos del itinerario vital del ser humano: el
nacimiento, el paso a la vida adulta, el casamiento, la muerte. Estos ritos responden a la necesidad del
ser humano de obtener sentido interior, congruencia, estabilidad para enfrentar los cambios inevitables
que la misma vida presenta. Dicho de otra manera: El rito-sacramento establece lo real, ya que los
acontecimientos no son plenamente reales mientras no se les reconoce y celebra como tales.

4. Valor salvífico de los sacramentos:


1. En primer lugar hacen referencia a la historia de Jesucristo que es el amor de Dios a todos los
hombres y mujeres de todos los tiempos. Jesús hace comprender a la gente que son importantes
para Dios. En el amor comprendemos por qué y para qué existe el mundo.
2. Los sacramentos, en este sentido son expresión de la pasión de Dios por cada persona. En cada
ser humano debe brillar exactamente lo que el Padre ha hecho realidad en Jesús. Lo mismo que
Jesús, las personas pueden recobrar el coraje por vivir. Jesús es el sacramento primigenio del amor
de Dios por los hombres, por cada ser humano.
3. Son acciones comunicativas. A ellos pertenecen acciones verbales y no verbales. Sin una comu-
nicación lograda no existe liberación, vida plena.
4. Son situaciones de encuentro, en donde los sujetos partícipes se introducen e implican totalmente.
Este profundo encuentro permite la transformación: uno se va transformando en lo que ama.
5. En los sacramentos se hace presente y recoge el pasado, se recuerda la historia de Jesús para
entretejerla con las nuestras.
6. Por este encuentro nuestra vida es definida de nuevo. Es una vida con y en Cristo. Las profundas
amenazas de la vida, que se anuncian en las crisis se dejan en manos de Dios y la vida adquiere
nueva dirección y sentido. La persona es provocada a tomar con todas sus fuerzas estas nuevas
posibilidades. Los sacramentos llevan a la persona hasta lo que pueden ser ante Dios y porque les
invitan a crecer dentro del modelo que Dios tiene para ellas.

Bibliografía:
BAUNGARTEN ISIDOR, Psicología Pastoral, Introducción a la Praxis de la Pastoral Curativa, Des-
cleé de Brower, Bilbao 1997.
KEATING THOMAS, La condición humana, contemplación y cambio, Descleé de Brower, Bilbao,
2003.
MARDONES JOSÉ MARÍA, La vida del símbolo, la dimensión simbólica de la religión, Sal Terrae,
Santander, 2003.
MELLONI JAVIER , Lo uno en lo múltiple, aproximación a la diversidad y unidad de las religio-
nes, Sal Terrae, Santander, 2003.

Trabajo personal:

¿Qué te llamó más la atención del lenguaje simbólico?

¿Cuáles son tus códigos simbólicos con los cuales expresas tu afecto, tu cuidado, tu amor
por Dios y por los demás y percibes el amor, el consuelo, el cuidado por parte de los otros?

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