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“Y los niños. Móviles niños con nueva cuerda para un día más,
un día entero, correteando por el pasillo, abusando.
Abusando de que ya murió el rey Herodes”
F, Vallejo La virgen de los Sicarios
Como es sabido, cada campo disciplinar inventa su propio niño. Existe el niño
de la pediatría, del psicoanálisis, de la literatura, de la psicología, de la
puericultura, de la filosofía o de la autoayuda. En esta ocasión me voy a
ocupar brevemente de “nuestro” niño, el de la pedagogía. Quisiera proponer
como introducción una verdad de Perogrullo: no parece haber pedagogía sin
un niño cerca. Voy a utilizar tres verbos para ordenar las ideas: nacer, criar y
crecer.
Nacer
Como educadores nos intriga la llegada al mundo de unos nuevos. Porque
nacer es llegar, aparecer, brotar, salir de, y dejarse ver. De un huevo, una
semilla, un vientre, un deseo o un laboratorio. Nos intrigan los problemas del
inicio o el origen, el principio, el comienzo, lo que empieza. Dicen que en la
Biblia se afirma lo siguiente: Nos ha nacido un niño1. Y, al parecer, mientras
nazcan niños tenemos tarea.
Pero los chicos, ¿nacen o se hacen? Dice una voz popular que a los chicos
los hacen los padres2. Si los chicos se hacen es porque no vienen hechos.
Nadie nace siendo niño, niño se hace. La pedagogía es de alguna manera la
historia de lo que se hace con lo que nace; historia acerca de cómo el niño
que se hace hombre deberá primero hacerse (ser hecho) hijo y niño. Tal vez
la secuencia sea la siguiente: Cría-hijo-niño. Es probable que esa sea la
causa por la que hemos terminado por familiarizarnos con las siguientes
Y supe más tarde, que mi verdad son las cigüeñas, ellas traen a los chicos, ellas solas,
¿y los padres qué hacen? Los padres sueñan, sueñan. Las cigüeñas arrasan los cielos.
Cruzan las nubes, pelean a picotazos a la cría, mientras los padres sueñan". Principio. En:
Rodríguez, Martín (2005): Maternidad Sardá. Vox. Bs. As.
preguntas: ¿De dónde vienen? ¿Cómo, de qué manera y para qué se hace
un niño? ¿Qué los trae hasta aquí?, y ¿quién y qué lo trae al mundo?
Educar es entonces el nombre del trabajo con los recién llegados, es decir, el
gesto milenario de intervenir sobre otro/s para introducirlos al mundo. Es
sobre el fondo del nacimiento y la llegada de un cachorro siempre prematuro
que la máquina de educar se activa y un niño podrá ser producido como tal.
La fábrica de hacer niños se nos ha vuelto familiar. El nacimiento se nos
presenta natural. Lo que nace, nace aquí, ahora y siempre. Basta un
encuentro repetido desde el fin de los tiempos, inscripto en la naturaleza de lo
que somos, la naturaleza humana. Pero no existe nada parecido a esa
naturaleza humana, más allá del resultado práctico y perfectamente histórico
de un número infinito de intervenciones contingentes sobre la cría. Nadie
nace sólo. Se viene de otro, se sale de otro. Nadie -dice Meirieu- está
presente en su propio origen. Llegamos a un mundo que nos antecede, lleno
de viejos y muertos. Ninguno de nosotros, hasta nuevo aviso, proviene del
encuentro entre un óvulo y un espermatozoide. O, como decía el genial
Oscar Masotta, sólo para una madre psicótica su hijo es un feto. Se nace
incluso entonces antes del encuentro natural, en un mundo de anhelos y
palabras. El nacer (el hacer nacer) comporta un enorme esfuerzo, una
iniciación y un artificio. Una definición precisa, académica y española, ayuda:
Nacer: “dicho de una cosa: empezar desde otra, como saliendo de ella”. Nos
gusta decir de los nuevos ejemplares que se incorporan a la familia lo
siguiente: ¿A quién salen?
Y, ¿qué trae (además de pan bajo el brazo) el que nace? ¿Qué noticia?
¿Qué novedad? Algunos dicen esperanza. Se afirma que hay esperanza
porque vienen niños al mundo. Lo contrario es lo infértil, una fotografía
posible de nuestro presente. El arribo de un niño constata un trabajo respecto
a la decisión de reproducir, dar continuidad y perpetuar la especie.
Engendrar3 es en cierta forma procrear, propagar y dar forma a la especie.
Engendrar es suponer herencia, linaje y descendencia. La fábrica de niños
está abierta las 24 hs. La pedagogía, si aspira a la supervivencia, precisa
involucrarse con unas teorías de la recepción, la hospitalidad y el amparo.
Del nacer, nacerá una reunión destinada a cobijar. La reunión alrededor de lo
que nace es la familia (así la define con belleza Jacques Derrida) y es por
eso que los problemas actuales relativos a la transformación, reinvención y
desorden de la familia, son problemas educativos.
Es cierto que para otros, nacer es un problema, la reproducción es un
problema, el problema. Son los que se interrogan por lo que no nace, por lo
que no debería nacer, por la renuncia a hacer nacer. Fernando Vallejo,
escritor y polemista de tiempo completo, señala un litigio: compitiendo las
ansias de matar con la furia reproductora. (…) Yo no sé, yo no hice este
mundo, cuando aterricé ya estaba hecho. Es que la vida es así: cosa grave,
parcero. Por eso vuelvo y repito: no hay que andar imponiéndola. Que el que
nazca, nazca solo, por su propia cuenta y riesgo y generación espontánea 4
(4).
También es cierto que todo este asunto del nacer parece estar patas para
arriba. Las coordenadas básicas de la procreación y la natalidad, los debates
sobre el aborto y la eutanasia así como otros temas conexos ligados a la
biotecnología y a la farmacología han pasado a ser problemas de interés
pedagógico. Asistimos a la proliferación de fantasías poco fantásticas de
niños nacidos fuera del cuerpo de una madre biológica, en un útero prestado
y por medio de un semen que ya no es el del padre5. Asistimos atónitos a un
aluvión de novedades acerca de lo que se hace con lo que nace.
Volvamos a las preguntas. ¿Será todo niño nacido, nacido para educar? No
sabemos, pero sí sabemos que sin nuevos por llegar no hay niños por venir,
y sin niños en el porvenir no hay trabajo educativo por hacer. ¿O sí?
Cuidar - Criar
3 "No soy yo quien te engendra. Son los muertos. Son mi padre, su padre y sus mayores; son
los que un largo dédalo de amores trazaron desde Adán y los desiertos de Caín y de Abel,
en una aurora tan antigua que ya es mitología, y llegan, sangre y médula, a este día del
porvenir, en que te engendro ahora. Siento su multitud. Somos nosotros y, entre nosotros, tú
y los venideros hijos que has de engendrar. Los postrimeros y los del rojo Adán. Soy esos
otros, también. La eternidad está en las cosas del tiempo, que son formas presurosas". J.L.
Borges, Al Hijo.
4 El visible universo era una ilusión o (más precisamente) un sofisma. Los espejos y la
paternidad son abominables (mirrors and fatherhood are hateful) porque lo multiplican y lo
divulgan (Borges).
5
"Se puede recoger el semen de un hombre en coma de la misma manera que en el caso de
una parapléjico, por medio de una técnica de electro eyaculación (…). En California, un
hombre redactó un testamento, donó su semen a su amiga, eligió un nombre para el niño a
quien dejó una carta e hizo congelar las muestras, todo antes de suicidarse. Un hijo de su
primer matrimonio intentó una acción judicial para impedir ese embarazo. Se planteó
entonces la cuestión de si ese semen debía considerarse como parte de la sucesión y, de
ser así, si la amiga, heredera del 20% de los bienes, podía obtener el 20% de la sustancia.
En la apelación, el semen terminó por asignarse a la mujer". Roudinesco, Elisabeth (2003):
La familia en desorden. FCE.
Si el desamparo6 (6), la inermidad o la falta de ser están en el nacimiento de
la vida anímica, un niño introduce en la reflexión pedagógica problemas
asociados al reconocimiento y la acogida (ambas prácticas de registro e
inscripción) a la vez que propone otro tipo de problemas relativos a las
modalidades del auxilio ajeno, la asistencia, la intervención y la
responsabilidad entendida como una forma privilegiada de cuidado. Si el
cachorro deviene humano en el instante mismo en el que al registrarlo se lo
cuenta, es preciso luego inscribirlo en los cuadros sociales que serán, para él
y los suyos, sus soportes principales. La institución de humanidad se produce
mediante la inscripción de la carne humana en un cuadro genealógico
(Lewkowicz, 2000:168). Esos cuadros genealógicos remiten a lo que Dufour
ha llamado “anterioridad fundadora”7. Cualquier progenitor digno de tal
nombre sale de la sala de parto con esa tarea en su cabeza.
Queda claro que la pedagogía se dirime en estos pasajes del piso a los
brazos, de los brazos a la espalda, de ahí a la cuna, al changuito, al andador,
al parvulario, a la escuela o a la cárcel. La variedad es notable a la hora de
hacer algo con el cachorro portátil. En Kant y en Rousseau hay un esbozo de
una pedagogía de lo andante, en el que proliferan llamativas y minuciosas
descripciones sobre las bondades e inconvenientes de esta operación:
¿dejarlo en el suelo o levantarlo?, y si este es el caso, ¿cuánto tiempo?
Por otra parte, introducir el cachorro al mundo parece requerir una dosis importante
de domesticación en tanto se trata de inscribirlo en una comunidad. Domesticarlo,
hacerlo doméstico. Son esos cuadros anteriores de los que hablamos y que
proporcionan los medios de orientación de los que se carece al nacer. Como señala
Sloterdijk: “el hecho de que el hombre haya podido convertirse en el ser que está en
el mundo tiene unas profundas raíces en la historia del género humano de la que
nos dan cierta idea los insondables conceptos de nacimiento prematuro, neotenia e
inmadurez animal crónica del hombre. Aún se podría ir más allá y designar
9 En lo que se refiere al prefijo παĩѕ, el niño, Marrou lo distingue del párvulo (menor de siete
años) y del adolescente (de 14 a 21 años). Marrou señala que este niño del prefijo παĩѕ,
permanece en el seno familiar, entre manos femeninas; los Antiguos, tan preocupados por la
finalidad humana de la educación (el niño como tal no interesa), casi no se ocupan de esta
primera fase, que para ellos no integra el proceso de la paideia en el pleno sentido de la
palabra (Marrou, 1985:138). "Los antiguos se hubieran burlado de la gravedad con que
nuestros especialistas de Jardín de infancia o de la escuela materna, por ejemplo Froebel o
la señora Montessori discurren los juegos más elementales para extraer de ellos sus
propiedades educativas (...) Desarrollar al niño en sí mismo y en su condición de tal, como se
esfuerzan en hacerlo nuestros pedagogos, les habría parecido a los Antiguos una
preocupación verdaderamente inútil" (Ibíd.: 191). Para un análisis de los términos pedagogía
y pedagogos véase Inés Dussel y Marcelo Carusso, La invención del aula (1999) y Volver a
Educar (1995) de Adriana Puiggrós.
al hombre como el ser que ha fracasado en su ser-animal y en su mantenerse como
animal. Al fracasar como animal, el ser indeterminado se precipita fuera de su
entorno y, de este modo, logra adquirir el mundo en un sentido ontológico”
(Sloterdijk, 2000:55).
10 Él pretende llamar por su nombre a los que hasta ahora han ostentado el monopolio de la
cría –los curas y los profesores- que se presentaban como los amigos del hombre (63 y 64).
Dice Nietzsche: "en todos los tiempos se ha querido reformar a los hombres: esto es lo que
se llamó moral por antonomasia. Pero bajo la misma palabra va oculta la máxima diversidad
de tendencias. Tanto la domesticación de la bestia hombre como la educación de una
determinada especie de hombres fue llamada reforma; precisamente estos términos
zoológicos expresan realidades; ciertamente, realidades de las que el reformador típico, el
sacerdote, no sabe nada, no quiere saber nada. Llamar perfeccionamiento de un animal a su
domesticación es a nuestros ojos casi una burla" (Nietzsche, 1984:47).
11 Citado por Carli (1999: 23). Conviene no perder de vista que Sarmiento fue el primer
un enorme archivo biográfico, poco explorado, de textos y texturas pedagógicas que dan
cuenta de estos procedimientos. Lo que nos ha marcado. Lo que nos ha dejado huellas, etc.
Si educar consiste en cargar niños, transportarlos, cuidarlos, llevarlos fuera, y
soltarlos, hacia la endeblez de esa cosa llamada vida adulta, es juntándose y
separándose de los otros que el niño resultante (una vez incorporado a la
familia / reunión de bípedos parlantes) permanece, en un primer momento,
fundido y confundido con los auxiliadores de turno. Parásito de tiempo
completo, no bien dispone de fuerza y vocabulario suficiente se resiste a la
formación, en cualquiera de sus variedades y se retira. Se resiste y persiste
en su querer irse. Ir más allá de los cuidadores de turno. La supuesta
docilidad14 se transforma en una quimera y el desacople entre el auxilio ajeno
prestado y el producto recibido a cambio es a nuestro favor mayúsculo. Bien
podría llamarse adulto al resto siempre incalculable de toda política de
crianza. Y la educación de un niño pasa a ser (una vez puesta en marcha)
una batalla siempre desigual (la debilidad también corre del lado del
auxiliador) entre formas15 (15).
14Slavoj Zizek afirma lo siguiente: "En esto, en la domesticación de esta indocilidad radical,
consiste la meta fundamental de la educación" (Zizek, 1998:269).
15 Una referencia obligada que señala un recorrido, es Pico della Mirandola quien anuncia el
carácter diverso, multiforme y maleable del hombre. En él encontramos la tensión entre lo
imperfectamente establecido y lo perfectible. Pico pone en boca de Dios el alguien que se
supone querer que Adán sea: "No te he dado ni cara ni sitio que te sea propio, ni ningún don
que te sea particular, Oh Adán, con el fin de que tu cara, tu sitio y tus dones los cuides, los
conquistes y los poseas por ti mismo. La naturaleza esconde a otras especies las leyes
establecidas por mí. Pero tú, que no tienes ningún límite, que no sea tu propio arbitrio, entre
las manos de los cuales yo te he colocado, tú te defines a ti mismo. Te he colocado en el
medio del mundo, con el fin de que puedas contemplar mejor lo que este contiene. No te he
hecho ni celeste ni terrestre, mortal o inmortal, a fin de que tú mismo, libremente, a la manera
de un buen pintor o un hábil escultor, puedas lograr tu propia forma". Se trata de un Odiseo
renacentista que a juicio de Richard Sennett será el primero entre los de su estirpe en
declarar el destino del hombre como territorio no mapeado (Sennett, 1999:122).
¿Se puede ser pedagogo y no ser un idiota? ¿Se puede ser pedagogo y no
ser despreciable? ¿Se puede ser pedagogo sin jugar a ser el hacedor? ¿Se
puede ser pedagogo y no ser megalómano? ¿No hay en la idea de formación
una cierta omnipotencia? ¿No estamos siempre rondando la eugenesia?
Mi respuesta provisional es no sé. Veamos.
Richard Sennett dice en sus libros sobre el respeto y la cooperación que hay
dos maneras de lidiar con la gente: tratarlos tal como son o tal como deberían
ser. Es bien cierto que la inermidad crónica a la que hicimos referencia invita
a todas los experimentos imaginados y por imaginar. Como hemos visto, la
falta de ser que caracteriza al ejemplar humano al nacer libera el juego de
intervenciones adultas más o menos contingentes en cuyo repertorio nunca
faltan anhelos presuntuosos de fabricación o liberación. Todo sucede como si
el acto educativo no pudiera no poder no despreciar a quien ocupa
temporalmente la posición de educando. ¿O acaso es posible dirigirse en tren
pedagógico al ya educado? Como sabemos, quien se dirige a niños y
jóvenes con afán educativo precisa suponer que éstos no están aún
suficientemente educados. Repito: ¿acaso tiene algún sentido el esfuerzo de
educar al ya educado? Y si eso fuera o fuese necesario, ¿no sería la palabra
reeducación una señal indiscutible del deseo que anima la acción educativa?
¿No seríamos todos los pedagogos por definición unos farsantes que viven
de la debilidad ajena? ¿No estaríamos repitiendo una forma perfeccionada
del menosprecio?
Es tan fácil decir que no, que en realidad podemos ser buenos, justos,
críticos, creativos, innovadores (todos conocemos la impostura de ese
vocabulario sentimentaloide que no hace más que exacerbar nuestra
tendencia al oprobio), que estamos obligados a sospechar de la bonhomía
pedagógica y del deseo que la anima.
Por otro lado, tiendo a pensar que la aporía del afán pedagógico se sintetiza
a través de la noción -supongo que acuñada por Jon Elster- de subproducto.
Es decir, aquellos estados emocionales que solo se producen cuando uno
abandona la pretensión de producirlos. Creo que el pedagogo no puede no
desear producir algo en los otros. Disfrazado de crítico, activo o
constructivista, sabe de antemano dónde habrá de llegar. La fantasía del
copyright y la megalomanía concomitante son parte del deseo de educar. No
hay muestra más palmaria de ese gesto que la relación parasitaria que
establecemos con la ignorancia y/o de lo que le falta a su destinario de turno.
Como dice sin miramientos Rancière: es el maestro el que precisa al
ignorante y no al revés.
Tal vez la palabra idiota resulte hostil; podemos usar “imbécil”, a la que el
diccionario le quita parte de su aspereza: “Alelado, escaso de razón, flaco,
débil”. Casi todos conocemos la versión popular que circula en la academia:
un imbécil es alguien que no puede solo, que depende de otro para caminar,
el que usa un bastón. Esa descripción denota cierta debilidad física y mental.
Ya que estamos, recuerden el esclavismo crónico del pedagogo, obligado a
transportar al niño que no puede solo.
Cerremos este ensayo con una cita de Baruch Spinoza: “el desprecio se
suscita a raíz de la representación de una cosa que impresiona tan poco al
alma, que ésta, ante la presencia de esa cosa, tiende más bien a representar
lo que en ella no hay que lo que hay”.