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Citas de Françoise Dolto

1.- Dolto, Françoise: Sobre el aborto1


“El deseo inconsciente de procrear está siempre presente para el narcisismo de la mujer
y forma parte de su goce, esté ella conscientemente de acuerdo o no con ese deseo y su
posible realización en una concepción”.

“Para una mujer embarazada que no puede soportar su estado, que quiere interrumpir el
proceso vivo cuyo desarrollo natural desembocaría en el nacimiento de un niño, hay un
rechazo de las leyes biológicas naturales, pero hay también un sentimiento profundo,
inconsciente, o consciente, de culpabilidad, que se añade a un sentimiento de
responsabilidad confusa ante su impotencia social. La mujer se avergüenza de haber
sido deseada por el genitor de ese feto, cuyo cuerpo ha traicionado a su confianza.
Frente a los otros también, se avergüenza de transgredir la ley natural, de ir en sentido
inverso a las leyes sociales en general, que hacen de cualquier maternidad una virtud.
Lo que hay que saber es que, detrás de su demanda explícita, hay siempre un
sentimiento muy grande del culpabilidad, tanto por estar embarazada como por rechazar
su embarazo (…) ¿No hay también, en muchos casos, una culpabilidad mayor aún,
consciente esta, por no abortar? Esta culpabilidad se borra, se eclipsa cuando hay leyes
que prohíben el aborto. Muchas madres que no pueden asumir esta culpabilidad
apuntalada por las leyes, pierden su sentido de la responsabilidad.

Habría que dar muestras de una pusilanimidad masoquista para dejar las cosas seguir su
curso, cuando esta mujer embarazada se sabe incapaz de asumir a su hijo en las
condiciones psíquicas y materiales en las que se encuentra. No solamente incapaz de
llevar su embarazo hasta el nacimiento del niño, sino, más aún, incapaz de criar a ese
niño en los 5 ó 6 primeros años, que requieren tanta atención y disponibilidad psíquica y
material por parte de la madre y del padre, de todo el grupo social circundante. (…) Hay
que escuchar y entender a esta mujer que pide abortar, pues es un “otro” que no está
solo; es un “otro” en un grupo, cuyo personaje más importante –tanto para el ser en
gestación como para ella- es su amante (…) Si la gestación se sufre para obedecer a la
ley, pero en un rechazo profundo, doloroso y reivindicativo de la genitora y del genitor
del niño, ese embrión, ese feto, se desarrollará carnalmente, de corazón a corazón con su
madre y su entorno inmediato, como un tercero excluido, rechazado simbólicamente. Y
la madre genitora será el primer anfitrión que lo rechace, sin lenguaje de amor, y lo
inicie en su estatuto de huésped enemigo. UNA MADRE NO ES MADRE, EN EL SENTIDO
DE LA INICIACIÓN AL AMOR, MAS QUE SI EL GERMEN QUE LLEVA TIENE PARA ELLA
EL SENTIDO DE REFERENCIA A AQUEL QUE ASUME CON ELLA LA HUMANIZACION
DEL NIÑO POR SUS DESEOS PARENTALES ASUMIDOS Y ARMONIZADOS, EN UNA
ESPERANZA CONJUNTA QUE EL NIÑO SOSTIENE Y ENRIQUECE CADA DIA . No se habla

1 Extraído de: Dolto, Francoise. El deseo icc de procrear - cap 10 del libro Lo Femenino, Paidós, pág.
227.
suficientemente del papel del padre que es sumamente importante. El amor maternal, en
cualquier cultura, está en función de imágenes. En nuestra civilización cristiana, la
maternidad se refiere a imágenes de la Virgen” que tantos pintores célebres han
representado. El que contemple estas pinturas no debe olvidar que, mirando con amor a
su hijo y recibiendo la mirada de él, es Dios el que se encuentra entre ellos. No un Dios
abstracto, sino un Dios “vivo”. “El niño Jesús y su madre” no forman una diada, sino
una relación simbólica a la vez humana y sobrehumana, una relación triangular, como
ocurre, por otra parte, en toda concepción, toda gestación, todo nacimiento, toda
educación. Ninguna teoría biológica (Alejandra Ferreiro inserta un guiño a Alfredo
Pais) puede explicar por entero la fecundidad que da al mundo un ser humano
inteligente, sensible y dotado de palabra. Esto lo saben bien los ginecólogos, cuyas
investigaciones se orientan al estudio de la esterilidad de las parejas cuyo amor no
puede encarnarse en un niño de carne (…). Un hombre o una mujer no se pueden
desarrollar en el orden simbólico más que si aman a una madre que ama en él/ella al
hijo de un hombre, de un hombre que en su realidad actual, centra su deseo, y no de un
hombre de su pasado –su padre, su hermano- ni de uno imaginario; un hombre que la
ama realmente, al que ese niño conoce y por el que se siente amado paternalmente. En
esta pareja se constituyen –por proceso sutiles que el psicoanálisis ha sacado a la luz en
la vida inconsciente- como figura de humanización de las pulsiones del deseo del niño,
el complejo de Edipo y su corolario, la renuncia inevitable al primer objeto de amor y
de deseo genital conjunto. Esta renuncia, impuesta por una triangulación sana, concede
al ser humano su estatuto de mujer o varón y le manifiesta su valor creativo y fecundo,
por la encarnación en el corazón de su ser de la prohibición del incesto.

(…)

El deseo de muerte produce muchos efectos diferentes: deseo de muerte simbólica,


deseo de muerte afectiva, deseo de muerte psíquica, deseo de muerte fisiológica, por
odio a sí mismo en este cuerpo aquí presente. Por desgracia –o afortunadamente, el
curso de nuestra civilización lo dirá-, es casi imposible para un feto, para un recién
nacido, llevar a cabo ese deseo de muerte que sus dos padres que no se amaban que no
deseaban tampoco su vida, no han tenido el valor de realizar no trayéndolo al mundo.

* * *

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