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ANÁLISIS A LA SENTENCIA DICTADA EN EL CASO

MARBURY VS. MADISON.

* Jabibi Bobadilla López.

Esta controversia tiene su origen en Estados Unidos de America, cuando el partido


federalista fue derrotado por el republicano en las elecciones celebradas en
1800, por lo que el presidente John Adams debía ceder la presidencia a Thomas
Jefferson; asimismo, el partido federalista perdió la mayoría en el Congreso.

Derivado de lo anterior, los federalistas optaron por infiltrar, en el Poder Judicial,


jueces de su ideología política (para poder aprovechar el derecho de inamovilidad
del que gozan dichos funcionarios), a efecto de no quedarse del todo despojados.

En esa razón y toda vez que para la transmisión del poder faltaban unos meses, el
todavía presidente John Adams, con apoyo de la mayoría del Congreso, designó a
John Marshall (quien fungía como Secretario de Estado), Presidente de la Corte
Suprema de Justicia; posteriormente, se ordenó la creación de 16 Juzgados de
Distrito y finalmente, el tres de marzo de 1801, último día de funciones del
presidente Adams se expidieron los nombramientos de 42 Jueces de Paz para el
Distrito de Columbia, debidamente aprobados por el Senado.

No obstante lo anterior, no todos los nombramientos fueron entregados, los


restantes en la mesa del nuevo Secretario de Estado James Madison (sucesor de
John Marshall), documentos que por instrucciones del Presidente Thomas
Jefferson, no se entregarían; entre ellos se encontraba el de Marbury, quien
acudió ante la Corte Suprema para solicitar un "writ of mandamus" con la finalidad
de que se le ordenara al Secretario de Estado, entregar el correspondiente
nombramiento.[1]

Lo anterior, con fundamento en la sección 13, inciso d) de la Ley para Establecer


Tribunales Judiciales de los Estados Unidos, del 24 de septiembre de 1789, que
establecía que la Corte Suprema tenía el poder de emitir un "writ of mandamus"
contra cualquier Tribunal o persona que desempeñe funciones de autoridad de los
Estados Unidos. Para ese entonces, el Chief Justice de la Corte Suprema era el
anterior Secretario de Estado, John Marshall, quien, el 24 de febrero de 1 803,
resolvió que la Corte Suprema no podía pronunciarse, al considerar que no tenía
competencia para ello, conclusión a la que arribó después de analizar tres
cuestiones: [2]

1. Marbury tiene derecho a la designación que reclama, al haber sido


nombrado por el entonces Presidente, con la confirmación del Senado.

2. Existe recurso legal para exigir que se entregue el nombramiento


correspondiente, el cual es el “writ of mandamus”, contemplado en la Ley para

1
Establecer Tribunales Judiciales de los Estados Unidos, del de 24 de septiembre
de 1789.

3. La Corte Superior no tiene competencia para conocer de dicho recurso en


primera instancia, pues según el contenido del artículo 3° de la Constitución la
Corte solamente podía emitir un “writ of mandamus” en segunda instancia
(apelación).

Aunado a lo anterior, conforme al artículo 6, sección segunda constitucional, los


jueces tienen la obligación de vigilar el exacto cumplimiento de la Constitución, por
lo que no podían aplicar lo establecido en una ley segundaria, estableciendo así el
control de constitucionalidad de leyes. La Corte, también apoyó su argumento en el hecho
de que los Senadores, los miembros de las distintas legislaturas locales y todos los
funcionarios ejecutivos y judiciales, tanto de los Estados Unidos como de los
diversos Estados, están obligados a juramentar sostener la Constitución, lo que no
tendría sentido si no pudiesen declarar la nulidad de las leyes o actos contrarios al
texto constitucional.

De esa manera nació el control judicial difuso sobre la constitucionalidad de las


leyes, tomando en cuenta el principio de supremacía constitucional, en virtud del
cual cada juez, en el ejercicio de la propia jurisdicción debe revisar que los actos
legislativos impugnados estén emitidos conforme al texto constitucional, a ello se
le denomina "judicial review".

Por su parte, el autor Gregorio Badeni, señala que la supremacía constitucional es un


límite para los detentadores del poder, por ello las normas que se dicten serán válidas en
la medida en que sean acordes al texto constitucional: [3]

COMENTARIOS

Consideró que la solución que encontró el Juez Marshall fue bastante adecuada,
pues la Constitución norteamericana es muy clara cuando señala que el recurso
intentado por Marbury no era competencia, en primera instancia, de la Corte
Superior, tomado en cuenta lo establecido tanto en el artículos constitucionales: 3°
y 6°, sección segunda, pues en caso contrario se habría dado pauta a que
cualquier norma secundaría podría modificar el contenido de la Constitución,
restándole valor a un documento que es la base de las relaciones políticas y
sociales en un Estado.

En esa tesitura, la sentencia dictada en el caso Marbury contra Madison resulta


trascendental, para su época, pues de ella se deriva el control difuso de la
constitucionalidad de leyes, en virtud del cual se habilita a los jueces para revisar
que las normas sean acordes al texto constitucional y en caso contrario se
determine su inaplicación, con dicha facultad de revisión, no se puede considerar
que se coloque al Poder Judicial por encima del Ejecutivo o del Legislativo, pues lo
único que se hace es que un órgano independiente de las fuerzas políticas analice
que los actos ante él impugnados respeten el contenido de la Constitución.

2
Ahora bien, retomando una pregunta realizada en clase: “Sí el derecho es un
conjunto de normas jurídicas y se desaplica una, ¿desaparece el derecho?”

El hecho de desaplicar una norma jurídica, no implica que desaparezca el


derecho, pues, si bien es cierto que la Ley es uno de los elementos que
conforma al derecho, también lo es que éste se encuentra compuesto,
además, por una serie de instituciones, valores y principios que no
desaparecen por “hacer a un lado” el contenido de un ordenamiento que es
contrario a ellos.

Tal y como sucedió en el fallo analizado, el no aplicar el contenido de la sección


13, inciso d), de la Ley para Establecer Tribunales Judiciales de los Estados
Unidos, no derivo en la desaparición del derecho, pues el mismo prevaleció y se
plasmó en el contenido de la sentencia, misma que se basó en los principios
constitucionales que son base para el Estado, mismos que no podían ser
desechados por lo establecido en una legislación secundaria.

Es curioso, que a pesar de que nuestra Constitución se inspiró, en parte, en la


norteamericana, por muchos años se sostuviera jurisprudencialmente, a diferencia
de Estados Unidos, que el control de la constitucionalidad de leyes debía ser de
carácter concentrado, siendo la Suprema Corte de Justicia de la Nación la única
facultada para ello.

Lo anterior, sobre todo tomando en cuenta que el texto del artículo 133
constitucional contiene casi la misma redacción que la sección segunda del
artículo 6° de la Constitución de los Estados Unidos de América, preceptos que
claramente señalan que los jueces de cada Estado observarán el texto
constitucional, leyes y tratados, a pesar de las disposiciones en contrario que
pueda haber en las Constituciones o leyes de los Estados; tan es así que en la
reforma de 2011, en materia de derechos humanos, en ningún momento se
modificó el texto del referido artículo 133 de nuestra Constitución.

Del citado precepto evidentemente se deriva que en nuestro país ya existía el


control difuso de la constitucionalidad de leyes; sin embargo, fue hasta que la
Suprema Corte de Justica de la Nación dictó la resolución al expediente varios
912/2010, que se aceptó que los Jueces (Locales y Federales), realicen tal
actividad, tomando en cuenta una interpretación pro persona, dando preferencia a
los derechos humanos contenidos en la Constitución y en los Tratados
Internaciones ratificados por nuestro Estado.

* Licenciada en Derecho por la Universidad Nacional Autónoma de México.

[1] LÓPEZ Monroy, José de Jesús, SISTEMA JURÍDICO DEL COMMON LAW, Editorial Porrua, 4ª
Edición, México, 2006, p. 199.
[2] Idem
[3] BADENI, Gregorio, REFORMA CONSTITUCIONAL E INSTITUCIONES POLÍTICAS, Editorial
Ad-Hoc, Universidad de Michigan, 1994, p. 48.

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