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Graham Harman Hay Que Destruir El Materialismo PDF
Graham Harman Hay Que Destruir El Materialismo PDF
GRAHAM HARMAN
ISBN 978-607-9216-08-5
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1 INTRODUCCIÓN 11
5 CONCLUSIÓN 41
RESUMEN
Este artículo critica dos modelos de materialismo filosófico que, si bien adoptan
estrategias opuestas, concluyen en el mismo lugar: ambas defienden que las
entidades individuales han de ser desterradas de la filosofía. La primera, a la
que llamo materialismo de planta baja, pretende disolver todos los objetos en un
sustrato profundo común, con el argumento de que los objetos son demasiado
superficiales como para ser verdaderos. La segunda es el materialismo de la
primera planta, que identifica los objetos como inocentes ficciones situadas,
de manera crédula, tras el acceso directo a las apariencias o las relaciones. En
ésta, los objetos se describen como demasiado profundos para ser reales. Una
de las tesis principales de este artículo es que estas dos formas de materialismo
son parasíticas entre sí y necesitan los recursos de cada una para poder crear
un sentido del mundo. La segunda tesis principal es que ambas formas de
materialismo están condenadas al fracaso, y que, por lo tanto, la filosofía ha de
ser reconstruida a partir de aquellos objetos individuales que ambas formas de
materialismo precisamente rechazan. Estas cuestiones se elaboran a partir de un
detallado análisis del libro Every Thing Must Go, firmado por los estructuralistas
analíticos realistas James Ladyman y Don Ross, que ha ganado una sorprendente
popularidad entre algunos realistas especulativos de la filosofía continental.
Ladyman y Ross dicen preservar los objetos tratándolos como patrones reales,
pero lo hacen al precio de destruir su realidad autónoma. Además, los autores
son incapaces de explicar si las estructuras matemáticas que ellos ven como la
base del conocimiento humano son también las de la realidad en sí misma. En
conclusión, su ontología es cientificismo gratuito (quizá también en referencia
al realismo ardiente de Bunsen), y ha de ser destruida a favor de un verdadero
realismo metafísico de los objetos.
1 INTRODUCCIÓN
De esta manera, gran parte del presente escrito es una revisión crítica del libro
Every Thing Must Go (2007), de Ladyman y Ross, una obra de cientificismo
analítico sin tapujos que puede parecer distante a mis propias preocupaciones
filosóficas. Pero Ladyman y Ross son relevantes aquí por razones sistemática y
contingentes. La razón sistemática es la siguiente: aunque quizá ellos sean los
filósofos menos orientados a los objetos que uno pueda imaginar (no hay más
que ver su título: todas las cosas han de desaparecer), su postura es la exacta
inversión de la mía, como su gemela malvada, lo que en fondo indica que
compartimos la preocupación por el estatus de las cosas individuales. La razón
contingente tiene que ver con el astillado permanente en subgrupos divergentes
que experimenta el movimiento realista especulativo. En 2006 me uní a Ray
Brassier para fundar el realismo especulativo (originalmente fue idea suya).
Celebramos un primer evento público el año siguiente en el Goldsmith College
de Londres, donde nuestros colegas Iain Hamilton Grant y Quentin Meillassoux
se sumaron a nosotros en el escenario (ver Brassier et al, 2007). Así, cuatro
filosofías con poco en común se unieron brevemente gracias a lo que el único
miembro francés del grupo brillantemente llama “correlacionismo” (Meillassoux,
2008, página 5): la perspectiva filosófica de que no podemos pensar lo humano
sin el mundo ni el mundo sin lo humano, sino sólo a través de la correlación
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primigenia o correlación entre ambos. Entre otras cosas, el correlacionismo se
enorgullece de su novedoso enfoque hacia la unidad de lo humano y el mundo,
aunque al hacerlo apenas reforme el dogma post kantiano de que lo humano y
el mundo son dos elementos básicos de la realidad (ver mis apuntes anteriores
sobre Foucault).
Sin embargo, hay otro tipo de materialismo entre nosotros hoy, en algunos
aspectos opuesto al primero. Emerge de la misma tradición idealista germana
que quiere revolucionar, aunque a mi parecer no logre liberarse de ella. Hablo
del materialismo dialéctico, una teoría sobre las relaciones sociales, en lugar de
sobre los componentes diminutos más remotos presentes en cualquier relación.
Las cosas cotidianas que nos son familiares no son tanto ilusiones como fetiches
DOS FORMAS DE MATERIALISMO
vulgares a los que se les ha otorgado una identidad independiente falsa. Como
escribe León Trotsky en 1939: “el pensamiento vulgar opera con conceptos tales
como capitalismo, moral, libertad, estado de los trabajadores, etc. y los considera
abstracciones fijas, dando por hecho que el capitalismo es igual al capitalismo, la
moral es igual a la moral, etc. El pensamiento dialéctico analiza todas las cosas y los
fenómenos en permanente transformación, a la vez que define en las condiciones
de dichos cambios ese límite crítico más allá del cual A deja de ser A, y un estado
de los trabajadores deja de ser un estado de los trabajadores” (Trotsky, 1970,
página 357). Las relaciones entre “todas las cosas y los fenómenos en permanente
transformación” no se retraen hacia un mundo polvoriento de las cosas en sí
mismas, sino que son ocultadas por la ideología que en algún momento será
eliminada. Este tipo de materialismo es obviamente más compatible que el
primero con la chocante declaración de Slavoj Žižek: “la verdadera fórmula del
materialismo no es que haya una realidad noumenal más allá de la distorsionada
percepción que tenemos. La única postura materialista consistente es que el mundo
no existe...” (Žižek y Daly, 2004, página 97), lo que se identifica también en el
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materialismo especulativo de Meillassoux (2008), quien a su vez admite su deuda
con Marx. El principio de ancestralidad presente en las ideas del pensador
francés ha sido malentendido con frecuencia, incluso por mi en mis inicios (ver
Harman, 2007b), y es que Meillassoux no está más cerca del realismo clásico
que Žižek o Alain Badiou. Aunque a ninguno de estos autores les guste que
les llamen idealistas, son en menor medida realistas. A pesar de la crítica tan
valiosa que hace Meillassoux al correlacionismo, deja bien clara su opinión de
que el correlacionismo tiene la razón: no podemos pensar una X no pensada sin
inmediatamente convertirla en una X que es pensada. No se puede escapar del
círculo correlacional, pero sí puede éste ser radicalizado desde el interior (ver
sus apuntes sobre Brassier et al, 2007, páginas 408 a 435). Eso es materialismo
reformulado de forma inmanente, sin nada latente tras la posibilidad de acceso
al pensamiento que propone. Un estrato material más profundo que todo el
acceso no es necesario, ya que el acceso mismo es el estrato material; el resto es
mistificación.
En lo que sigue será útil tener a mano nombres de pila para estas dos doctrinas.
Pero la experiencia me ha enseñado que asignar nombres ya existentes, tales
como realismo científico o materialismo dialéctico, apenas ayuda a clarificar esta
pantanosa controversia. Después de todo, el materialismo dialéctico también
dice ser científico, y muchos realistas científicos son comprensiblemente
sensibles con eso de ser apretujados junto a los positivistas. Finalmente, atacar
el reemplazo de la metafísica por parte de la ciencia suele ser confundido con
un ataque a la ciencia misma, y la indiferencia que el último medio siglo de
filosofía continental ha mostrado hacia la ciencia es demasiado lamentable
como para merecer una pizca de apoyo. Por esta razón adoptaré un tono más
desenfadado, y hablaré de materialismo de planta baja y materialismo de primera
planta (siguiendo el sistema de numeración europeo en lugar del americano).
Vale la pena tener en cuenta el libro Every Thing Must Go por diversas
razones. En primer lugar, Ladyman y Ross parecen haber escrito el texto más
vehemente de filosofía anti orientada al objeto que uno pueda imaginar, a
la vez que apoyan muchos reclamos que resultarán familiares a los asiduos
al pensamiento orientado a los objetos. Todo esto le da al libro un regusto a
paradoja. Al principio resultan bastante agresivos en su desdén tanto hacia
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los objetos como hacia los temas causales relacionados. Sin embargo, invitan
también a sustituir los desiertos estériles por selvas (en sus palabras) de lo que,
siguiendo a Daniel Dennett (1991), llaman patrones reales en interminable e
ilimitado descenso. Como también hago yo, Ladyman y Ross muestran su tácito
rechazo a los alegatos correlacionistas que beben del realismo. Un segundo
motivo para escoger este libro es que, a pesar de sus trescientas páginas y el
vasto despliegue de notas a pie de página y tecnicismos, Every Thing Must Go
defiende una postura metafísica relativamente sencilla. Si bien no estaría de
más analizar el libro con mayor detalle, se puede dar cuenta de sus contenidos
con la rapidez con la que uno encuentra Francia en el mapamundi. En tercer
y último lugar, se da que Ladyman acaba de entrar en esa lista de héroes de
la rama cientificista nihilista del realismo especulativo que forman Thomas
Metzinger, Paul Churchland, Wilfrid Sellars, François Laruelle y, de manera
intermitente, Badiou, tal y como Latour, Whitehead, Xabier Zubiri, Marshall
McLuhan y Alphonso Lingis son héroes frecuentes de la vertiente orientada al
objeto del movimiento. “Admiramos la ciencia”, dicen Ladyman y Ross, “hasta
EL MATERIALISMO DE LA PLANTA BAJA DE LADYMAN Y ROSS
Dicen: “Ningún científico tiene razones para estar interesado en la mayor parte
de la discusión que hoy engloba la etiqueta de la metafísica” (página 26), y para
ellos la indiferencia de los científicos es en realidad una condena. Denuncian
“los debates esotéricos sobre la sustancia, los universales, la identidad, el tiempo,
las propiedades, y demás, que hacen escasa o nula referencia a la ciencia, y lo
que es peor, que parecen dar por supuesto que la ciencia ha de ser irrelevante en
su resolución. (Pues éstos) se basan en priorizar las intuiciones de sofá sobre la
naturaleza del universo por encima de los descubrimientos científicos” (página
10). Dichas intuiciones de sofá se rechazan por razones ya defendidas por los
devotos de Wilfrid Sellars y Paul Churchland; por ejemplo: “lo que la gente
encuentra intuitivo no es innato, sino un logro educativo y evolutivo... Deberíamos
GRAHAM HARMAN
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Por tanto, Ladyman y Ross parecerían ser los pensadores anti objetos por
excelencia. Esta impresión es inicialmente acentuada cuando se arman
para atacar la teoría de los niveles emergentes del mundo. Conociendo el
cientificismo de los autores y la celebración que hacen de la física como la Reina
del Cosmos, el lector podría asumir que ven tanto las unidades grandes como las
pequeñas como productos colaterales ilusorios de una realidad compuesta por
una multiplicidad de capas. Pero sorprendentemente, esto no es lo que ocurre
en el libro: a diferencia de muchos con los que comparten carácter y modo de
mirar el mundo, Ladyman y Ross sostienen que las propiedades emergentes son
inexplicables, impredecibles e irreductibles a lo que existe con anterioridad.
Mientras que a muchos críticos del emergentismo les incomoda que se de a
las unidades de tamaño medio demasiada autonomía proveniente de las piezas
que las componen, estos autores acusan a la teoría de no otorgarles suficiente.
Con una extrañeza admirable, sencillamente no creen que los átomos de oro,
las moléculas de oro, los lingotes de oro y las vitrinas llenas de joyería de oro
tengan ningún tipo de relación causal o composicional entre sí. Las razones que
GRAHAM HARMAN
argumentan esto serán aclaradas con brevedad, pero la cuestión es que, en lugar
de negar que un individuo sea algo independientemente de sus componentes,
lo que niegan es que los individuos sean unidades discretas involucradas en un
sistema de capas composicionales. Resumiendo: si lo que les incomoda es la
teoría de niveles del mundo, no es por la razón más corriente de que su mundo
tenga un sólo nivel, sino porque los niveles de Ladyman y Ross no tienen
ningún tipo de influencia mutua. Según su perspectiva, afirmar lo contrario
simplemente conduciría a una poesía popular de cosas cohesivas individuales
involucradas en relaciones causales.
Ya con esto se empieza a ver cuán inusual es la metafísica que Ladyman y Ross
ponen a disposición del lector, pues poco tiene que ver con otras versiones
más familiares de cientificismo. En primer lugar, aunque se le otorga en ella a la
física una prioridad asimétrica sobre las demás ciencias, a éstas se les concede
independencia: hay hechos geológicos y químicos concretos sobre la realidad,
y de acuerdo a los autores hay hechos incluso sobre atascos de tráfico. A pesar
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de sus quejas sobre la poesía, en cierto punto dan rienda suelta a su casi poética
letanía latourniana (el nombre de Ian Bogot para la larga lista de las cosas
concretas preferidas por los filósofos que se dedican a la ontología orientada
al objeto). No hay más que escuchar este ejemplo: “(Las ciencias) no lideran
ningún desfile de objetos científicos especiales hacia ningún purgatorio metafísico.
Los precios, las neuronas, los péptidos, el oro y Napoleón son todos patrones reales
que existen del mismo modo como quarks, bosones y la fuerza débil” (página 300).
Este pasaje podría haber sido fácilmente extraído de un libro mío o de Latour.
Los autores se alardean incluso de dejar margen para las selvas de realidades:
un soplo de aire fresco en comparación con los ya frecuentes reclamos de la
navaja de Ockam y los paisajes desiertos de Quine. El mundo es un enjambre
de patrones reales, algunos descubiertos y otros literalmente imposibles
de descubrir. Se deduce de esto que quedan por desenmascarar un número
infinito de ciencias, cada una dedicada a tipos de patrones aún desconocidos. Y
quizá éste sea el aspecto más sorprendente del libro: su programa en principio
cientificista que, sumado al tono abrasivo que en general adoptan, les hace
parecer agresivos, les acerca al estereotipo de matones patrullando las calles
EL MATERIALISMO DE LA PLANTA BAJA DE LADYMAN Y ROSS
que ningún humano pueda observarlos. Privados como estamos, por lo tanto,
de la verdadera realidad de las cosas, hemos de ser prácticos y centrarnos
en aquellas propiedades centrales que nos permiten “predecir con precisión”
que “nuestra atención está buscando, todavía, el mismo patrón real en cualquier
operación de observación (y razonamiento)” (página 241). Hacemos lo mismo
con los individuos que, según Ladyman y Ross, “son sólo herramientas para llevar
la cuenta” (página 240), lo que se dice es tan cierto para los animales como lo
es para los humanos. Si las cosas individuales son “construcciones hechas para
el rastreo de segundo orden de patrones reales... (ellas) no son necesariamente
construcciones lingüísticas, ya que algunos animales no humanos... casi con
seguridad los construyen de modo cognitivo.” Sin embargo, añaden que “todas las
preguntas acerca de la relación entre los patrones reales y los individualidades de las
ciencias especiales conciernen a individualidades construidas por gente” (página
242). Pero en lo que a los patrones reales respecta, hay “patrones reales hasta
bien abajo” (página 228).
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Repitiendo lo dicho: todo lo que ya existe es un patrón real. Pero los hay de dos
tipos: los representacionales y los extrarrepresentacionales. Los segundos son
aquellos que no son “de segundo orden” (página 243) respecto a cualquier otro
patrón real. Y como dicen los autores, “la abrumadora mayoría de los patrones
reales sobre los que la gente habla abiertamente son... representacionales” (página
243). Vuelto a decir en terminología kantiana, “no es la idea más emocionante,
pero es cierto dentro de la emocionante aunque falsa idea de que la gente piensa sólo
sobre “fenómenos” cuando lo que en realidad existe son los ‘noúmenos’”. Porque,
como dicen, “la gente puede pensar y comunicarse acerca de patrones reales
extrarrepresentacionales, pero no suelen hacerlo; los científicos suelen intentarlo y
tienen éxito al pensarlo y comunicarlo” (página 243). Lo real puede ser conocido,
pero a través de su formalización en lugar de por el lenguaje natural. Al discutir
el conocido ejemplo de las dos mesas de Eddington (la mesa encontrada y la
mesa material de la física), el interesante giro que dan al problema es que la
mesa científica es una mesa que no existe. Y encima se enorgullecen de cómo su
metafísica es capaz de manejar este caso:
EL MATERIALISMO DE LA PLANTA BAJA DE LADYMAN Y ROSS
“Es una ventaja que tiene nuestra postura, que posibilita el entendimiento
de cómo la imagen científica y la del sentido común pueden aprehender los
patrones reales. La mesa de todos los días probablemente sea un patrón
real. Estrictamente hablando no hay mesa científica, porque no hay un
sólo candidato formado por una agrupación de patrones microscópicos
que sirva mejor que otro para ser la base reductiva de la mesa de todos los
días” (página 253).
Además, “negamos que los patrones reales, tanto los cotidianos como los de la
ciencia especial, hayan de ser composiciones mereológicas de patrones reales físicos”
(página 253). Y, finalmente, la única diferencia entre la física y las ciencias
especiales es que “la física fundamental puede descubrir cosas del tipo que las otras
ciencias no; y llamamos a este tipo de algo un patrón real universal” (página 283).
referirse a los humanos, monos y cebras que perciben esos patrones a escalas
diversas, siempre que nuestra definición de cosa sea lo suficientemente amplia.
La segunda opción es que la estructura misma no tenga zonas discretas, con la
consecuencia de que los patrones específicos se configurarían por primera vez
sólo al ser emparejados con los observadores con los que se enfrentasen. Esta
opción conlleva la dificultad añadida de que los observadores mismos también
habrían de nacer a la existencia desde una estructura pobremente diferenciada.
Pero incluso si pensamos que no hay complejidad alguna en que un patrón
real y su observador se construyan de manera simultánea, no queda clara la
razón que lleva a una estructura relacional global a generar escalas discretas de
observadores y observados.
Pero hay todavía un problema mucho más elemental con este modelo del
mundo, que es que Ladyman y Ross nunca terminan de dejar clara qué relación
entre patrones, estructura y matemáticas hay en el corazón de su metafísica.
Recordemos que insisten en que hay patrones reales (tortugas reales) hasta el
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fondo, pero dicen que también hay estructura hasta el final. Esto provoca una de
las preguntas más duras que Collapse lanzó a Ladyman en su entrevista de 2009.
Veamos:
Ladyman responde con fresco candor: “la pregunta atañe al corazón de la materia,
y debo confesar que no estoy seguro sobre cómo contestarla” (página 166). El
motivo de la inseguridad de Ladyman no es que se haya congelado de repente
por la ansiedad que le producía la entrevista; de hecho, él y Ross tratan este
tema con bastante inocencia en su libro. Dicen en él que la estructura física es
de hecho física, y no sólo matemática. Pero, ¿qué la hace exactamente física en
TORTUGAS DESCONECTADAS, HASTA EL FONDO, HACIA ABAJO
De pasada admiten que, en efecto, todo esto suena kantiano. Porque por ahora
parece como si la estructura no fuera nada más que un ámbito nouménico
físico al que es imposible acercarse, aunque estén absolutamente seguros (tanto
como Kant no lo estaba) de que no contiene individualidades. Después de
todo, están de antemano convencidos de que las individualidades no son más
que un producto folclórico de la imagen manifiesta. No ven más razones para
ser agnósticos en referencia a la posible existencia de los objetos que sobre el
hecho de que “jerbos bicéfalos canten blues” (página 131). Así que es obvio que
no pueden apoyar un modelo kantiano de noúmenos no cognoscibles, pues
esto agotaría el objetivo clave del realismo estructural, cuya única razón de
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ser es defender que incluso las teorías científicas obsoletas conservan algún
tipo de contacto con lo real que puede sobrevivir al declive de esas mismas
formulaciones. A lo largo de cuatro párrafos al final del libro, haciendo repaso
de los daños, preguntan: “ya que sólo podemos representar los patrones reales en
cuestión en función de relaciones matemáticas, ¿en qué sentido son éstos patrones
reales más allá de que, de acuerdo a Kant, los noúmenos sean reales?” (página 299).
Contestan con algo casi peor que un golpetazo en la mesa: “nuestras diferencias
con Kant son profundas. Al contrario de él, insistimos en que la ciencia puede
descubrir las estructuras fundamentales de la realidad, que de ningún modo son
construcciones de nuestras propias disposiciones cognitivas” (página 300).
“Por lo tanto concluimos que lo que defendemos en este libro, tras haber
asumido el naturalismo, son el verificacionismo y el realismo. Ya que
estos dos principios han sido tenidos tradicionalmente por incompatibles,
no queda duda de que un significativo espacio lógico había quedado sin
explorar en la metafísica de la ciencia, haciendo que algunos acertijos
parecieran irresolubles” (página 310).
Pero lejos de ser algo nuevo, yo quiero sugerir que la combinación de lo real
(como en el realismo) con el acceso a lo real (como en el verificacionismo) en
la misma filosofía es la clave del materialismo, tal y como se ha definido en las
declaraciones iniciales de este artículo. Al principio, Ladyman y Ross buscan un
real que sea físico en lugar de matemático, a pesar de que se niegan a decir qué
implicaría esa diferencia, y de vez en cuando confiesan que no están seguros.
Cuando se dice que esto más bien suena como el inaccesible noúmeno kantiano,
ellos cambian de rumbo y aseguran: no, porque nuestro conocimiento es de la
realidad misma y no sólo el de las estructuras impuestas por la mente humana.
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Porque a pesar de ser verificacionistas, insisten en que no son positivistas y que,
de hecho, existe un mundo más allá de nuestra representación de éste. Pero lo
que se ve es que todo esto no les permite construir nada más que una débil idea
de realismo.
Por tanto, el mundo de Ladyman y Ross se compone de dos zonas que implotan
mutuamente la una en la otra. La primera es ese luminoso distrito matemático
de lo conocido y lo cognoscible, dominado por la enormidad de la Ciencia.
Dicho conocimiento puede que nunca sea definitivo, pero tendrá siempre un
contacto significativo con lo real gracias al núcleo matemático que resiste en las
teorías científicas de última generación. Sin embargo esto no puede ser toda la
historia o tendríamos entonces un universo puramente matematizado que daría
lugar a bien un idealismo berkeleyiano o a un matematismo neo pitagórico.
Entonces, el postulado de Ladyman y Ross es que lo real no matemático añade
gravedad y cuerpo a lo que de otra forma sería un idealismo matemático
no mitigado. En conclusión, el mundo de Ladyman y Ross sólo ofrece dos
ingredientes básicos: a) una estructura real física, y b) observadores animales
o humanos de escala específica que, por lo tanto, se enfrentan cada uno a la
estructura matemática en la forma de patrones reales de representación. No
hay posibilidad de que las cosas individuales caigan fuera de esta dualidad
mundo-humano / mundo-animal, porque supuestamente dichas cosas son sólo
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“herramientas epistemológicas para llevar la cuenta” al servicio de aquellos que
se las encuentran. Todo se reduce a una correlación entre la estructura física en
sí misma y la estructura matemática de las criaturas vivas, a pesar de que a lo
matemático se le da también un contacto parcial con lo físico. En pocas palabras,
esta filosofía de la ciencia supuestamente realista se convierte con rapidez en
una forma de correlacionismo: un término que normalmente no asociamos con
el naturalismo científico, por decir lo mínimo. No debería sorprendernos ya
tanto como antes, que tantas filosofías de herencia correlacionista directa se
llamen a sí mismas materialistas, de lo que son claro ejemplo Žižek, Badiou y
Meillassoux. Cierto es que ninguno de estos tres personajes es estrictamente
correlacionista en el sentido de Meillassoux, dado que el correlacionismo
que él describe es una postura escéptica y agnóstica marcada por lo finito, y
tanto Žižek como Badiou o Meillassoux se enmarcan todos en un paisaje de
lo post finito guiado por el espíritu de lo absoluto. De todas formas, todos son
correlacionistas en el sentido más amplio, dentro de lo que permite el mismo
Meillassoux. Porque él de hecho admite que le parece atractiva la circunstancia
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de que pensar algo desde fuera del círculo del pensamiento pueda convertir a
lo pensado en pensamiento, lo que implica que no podemos escapar del círculo
correlacional formado por mundo y palabra. La filosofía ha de actuar como un
trabajo interno sin referencia a las relaciones entre las cosas inanimadas, aparte
del acceso humano a tales relaciones.
Ahora, Ladyman y Ross están tan orgullosos de su realismo que nunca podrían
aceptar el argumento correlacionista abiertamente. Pero en práctica, su
metafísica resulta ser indistinguible de la perspectiva de que pensar una X no
pensada es convertirla en una X pensada, lo que siempre es un intento de esquivar
las acusaciones de idealismo apelando a cierto exceso más allá de lo que se
está formalizando en la actualidad: la semilla de lo real traumático de Žižek, la
inconsistente multiplicidad de Badiou y la virtualidad de Meillassoux. La versión
de este exceso que formulan Ladyman y Ross es la estructura física que yace
más allá de las matemáticas, que ellos se niegan abiertamente a describir. En lo
que respecta al correlacionismo, en otra ocasión desarrollaré con más detalle
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cómo el materialismo del primer piso de Žižek/Badiou/Meillassoux acaba
también implotando hacia la planta baja. Mi tarea en este artículo era ilustrar el
movimiento opuesto. Pero lo que comparten ambas posturas es la combinación
de una lúcida esfera del intelecto humano con un recordatorio físico amorfo que
queda como su supuesto componente realista.
“si se alcanza una nueva síntesis, creo que el pensamiento filosófico será
una vez más uno de sus ingredientes... Como físico involucrado en este
esfuerzo, deseo que los filósofos interesados en las concepciones científicas
del mundo no se confinen a comentar (sobre) y pulir las fragmentarias
teorías físicas contemporáneas, sino que asuman el riesgo de intentar ver
más allá” (Ladyman, 2009, página 182, énfasis en el original).
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Como contestación, Ladyman dispara con la respuesta más débil de su, por otro
lado, habilidosa entrevista. Responde que “algunos filósofos tienen la habilidad
de trabajar en la vanguardia de la física o de la biología teórica; así lo han hecho y
así deberían seguir haciéndolo” (página 183). Pero esto no hace más que evadir
el punto. Rovelli no pedía a los filósofos que trabajen en la vanguardia de
esas ciencias, sino que lo hagan más allá de esa vanguardia. Pero resulta que
Ladyman no puede ni pensar en esta posibilidad, ya que asume que cualquier
metafísica que opere con independencia de las ciencias contemporáneas es
mera filosofía de sofá. Sin embargo, no nos olvidemos de que la palabra “sofá”
no es un argumento. Es una aguda arma verbal, útil para ir anotándose puntos.
Pero en términos intelectuales no es realmente mejor que si me estuviera
refiriendo a la postura de Ladyman y Ross como el realismo ardiente de Bunsen,
otro agudo insulto con el que podría yo también marcarme puntos a mi favor.
Además, su reivindicación de que las intuiciones filosóficas se invalidan cuando
lo que se da por intuitivo cambia de manera histórica y geográfica es una cortina
de humo, y se basa en el ambiguo sentido del a priori tanto como anterior a
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la experiencia como necesario. Por ejemplo, el hecho de que el análisis de las
herramientas que propone Heidegger no parezca intuitivamente plausible para
los grandes filósofos chinos de 2750 a. C. no implica que su concepto de ser
a la mano deba ser sujeto a pruebas empíricas hoy. Hay multitud de trabajo
a priori pendiente en filosofía, y mucho rigor por establecer en la guerra de
instituciones a priori en competición. El problema con la filosofía de Ladyman
y Ross es que se entronca menos con un fallo a la hora de unificar hechos
científicos del presente que con deliberaciones a priori insuficientemente
imaginativas.
Y aquí tengo una reflexión a priori concreta que hacer, una que no fue ni
concebida ni escrita en un sofá. Se ha visto que Ladyman y Ross no están
seguros de si los patrones reales extrarrepresentacionales están hechos de
la misma cosa matemática que el conocimiento, o si existen de alguna otra
manera física cuya diferencia con lo matemático sean aún incapaces (o no
estén dispuestos) de especificar. En cualquier caso no están seguros de que los
TORTUGAS DESCONECTADAS, HASTA EL FONDO, HACIA ABAJO
Además, el ejemplo más claro de los que aportan Ladyman y Ross en defensa
del relacionismo no cumple con la labor que se le supone. Me refiero a su
reivindicación de que las derivadas de riesgo del mercado de aerolíneas no
pueden ser imaginadas ni pensadas seis billones de años antes en su espectro,
teniendo en cuenta cuán dependiente es este mercado de su contexto relacional.
Pero este reclamo se basa en el uso típicamente ambiguo de la palabra relacional,
uno que se encuentra en este tipo de argumentos con demasiada frecuencia.
Después de todo, mover este mercado seis billones de años atrás equivaldría
a moverlo a un lugar donde la Tierra misma ni siquiera existiese, y mucho
menos las aerolíneas, las compañías de seguros y un populacho dispuesto a
invertir en exóticos mercados financieros. Obviamente, nadie diría que las
derivadas de los mercados pueden existir bajo esas condiciones. Pero tampoco
podría nadie pretender que el panda fuera movido seis billones de años atrás
si las partes de su cuerpo fueran a ser olvidadas en el presente. Dicho de
otro modo: el experimento pensado sólo es justo si la entidad es sustraída de
las relaciones exteriores que mantiene con otras cosas. El hecho de que los
individuos dependan todos de las relaciones domésticas de sus propias piezas es
un problema diferente. El hecho de que yo no pueda existir si todos mis órganos
internos son extraídos no implica que deje de ser la misma persona cuando viajo
de El Cairo a Dundee.
5 CONCLUSIÓN
45
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COCOM es una iniciativa de Frontground & ESAY que reúne a artistas e
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