Está en la página 1de 23

ACTUALIDAD

EL FACTOR APELLIDO EN LA CONCENTRACIÓN DEL PODER, SEGÚN EL SOCIÓLOGO NAIM BRO

Por qué los Larraínes prosperan y


dirigen… y los González mucho
menos
14.01.2019
Por Juan Andrés Guzmán

TEMAS: desigualdad, Elites, Meritocracia, Poder

#SoyCiperista
Apoya el
periodismo
independiente

Donar ahora

Ver lista de donaciones

Un recuento de los parlamentarios chilenos


desde 1810 indica que ha habido tantos
Larraínes como González, pese a que estos
últimos son el apellido mayoritario. También
a rma que en el actual gobierno hay ocho
descendientes Larraín, incluyendo al
Presidente Piñera. La economía tradicional
explica la concentración de poder y riqueza
como fruto del trabajo y el talento. Pero eso no
alcanza para explicar por qué un apellido se
mantiene en posiciones de poder durante 200
años, mientras permanecen en la sombra de la
historia apellidos mayoritarios, como Rojas,
Muñoz o Díaz.

Una investigación sobre los apellidos paternos más


frecuentes en el Congreso chileno muestra que entre
1810 y 2018 ha habido la misma cantidad de
parlamentarios Larraín (107) que González (110). Si
ambos apellidos fueran igualmente frecuentes, esto no
tendría nada de particular. Pero según datos del
Registro Civil, González es el apellido que más chilenos
comparten: 411.000 personas. En cambio, solo hay
4.300 Larraínes, lo que implica un Larraín por cada 100
González.

¿Cómo se explica que un grupo minoritario tenga tanta


presencia en una institución que debiera servir los
intereses de las mayorías? O más directamente, ¿por
qué en la historia del Congreso un Larraín termina
pesando lo mismo que 100 González?

Los datos provienen de la ponencia “Los González y los


Larraín en el Congreso chileno (1810-2018)”,
presentada por el sociólogo Naim Bro Khomasi en la
conferencia sobre concentración de la riqueza
organizada por el Centro de Estudio de Con icto y
Cohesión Social (COES). Es una investigación
cuantitativa que complementa el camino abierto por el
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
(PNUD) que analizó los apellidos dominantes en
medicina, ingeniería y derecho, las tres profesiones
mejor remuneradas y socialmente más valoradas en
Chile.
Dado que el talento está igualmente repartido en todas
las capas sociales, una sociedad democrática y
meritocrática debería tener abundancia de apellidos
mayoritarios en los buenos empleos. Pero el PNUD
mostró que entre 1940 y 1970, los 50 apellidos con
mayor porcentaje de profesionales de prestigio fueron
Matte, Délano, Zegers, So a, Risopatrón y otros 45
vinculados a “la aristocracia castellana-vasca” o de
ascendencia inglesa, francesa, italiana y alemana (ver
informe, página 35).

No guraban en el ranking del PNUD ni los González ni


tampoco ninguno de los 10 apellidos más comunes en
Chile, como Muñoz, Rojas o Díaz. El PNUD listó
también a las 50 familias que nunca habían tenido un
solo miembro trabajando en esas tres profesiones:
todas eran extensas familias de origen indígena.

Apellidos paternos más comunes en Chile

Apellido Cantidad

1 GONZÁLEZ 411.248

2 MUÑOZ 322.902

3 ROJAS 230.741

4 DÍAZ 228.254

5 PÉREZ 180.992

6 SOTO 163.090

7 CONTRERAS 154.641

8 SILVA 145.534

9 SEPÚLVEDA 141.349

10 MARTÍNEZ 140.906
Fuente: Registro Civil y Naim Bro Khomasi.

Respecto del Congreso, los datos de Naim Bro muestran


que la sobre representación de Larraínes no es un hecho
aislado. En la lista de los 10 apellidos más frecuentes en
los 66 parlamentos que ha habido desde 1810, destacan
también los Errázuriz (1.500 personas tienen ese
apellido paterno hoy según el Registro Civil) y los
Valdés (56 mil personas).

No aparecen en este “top 10” los Muñoz ni los Rojas,


apellidos que comparten unos 500 mil chilenos y que
son el segundo y tercero más frecuente en la población
luego de González.

Apellidos parlamentarios más comunes entre 1810 y 2018

Apellido paterno N° de personas N° de


con ese apellido parlamentarios con
en la población ese apellido desde
hoy 1810 hasta hoy

1 GONZÁLEZ 411.248 110

2 LARRAÍN 4.301 107

3 RODRÍGUEZ 135.815 95

4 FERNÁNDEZ 101.115 95

5 ERRÁZURIZ 1.500 93

6 SILVA 145.534 88

7 GARCÍA 79.394 86

8 VALDÉS 54.233 85

9 GUZMÁN 61.047 84

10 PERÉZ 180.992 79
Fuente: Registro Civil y Naim Bro Khomasi.

Naim Bro muestra también cómo el dominio elitista en


el Congreso ha variado con el tiempo. Para ilustrarlo, el
investigador cuenta los apellidos paterno y materno
que dominaron en siete periodos de nuestra historia y
elabora un “nombre tipo” que sirve para identi car qué
familias se impusieron en cada fase.

Así, en la Patria Vieja (1810-1814) el “parlamentario


tipo” se habría llamado Francisco Errázuriz Larraín; y
en la época de la organización de la república (1818-
1830), Francisco Pérez Aldunate. En el periodo Pelucón
(1831-1861), José Manuel Vial Guzmán. Y en el Liberal
(1861-1891), José Manuel Errázuriz Luco (ver cuadros).
Fuente: Naim Bro Khomasi.

Frente a la idea de que desde el siglo XIX Chile ha tenido


una democracia real, muy distinta al resto del
continente, el análisis de los 1.500 parlamentarios que
hubo hasta 1891 permite sostener, como dice Naim Bro,
que “el Congreso era el foro de la elite” y que, por lo
tanto, teníamos una “democracia con ‘d’ minúscula”,
donde las decisiones nacionales se tomaban en los
comedores de unas pocas familias. Como ejemplo,
Naim Bro cita un diálogo entre José Miguel Carrera y
Joaquín Larraín Salas, patriarca de ese clan, recogido
por el historiador Domingo Amunátegui Solar en su
libro Mayorazgos y Títulos de Castilla.

“Todas las presidencias las tenemos en casa: yo,


presidente del Congreso; mi cuñado, del Ejecutivo; mi
sobrino, la Audiencia. ¿Qué más podemos desear?”, dijo
Joaquín Larraín. Carrera le preguntó, “¿Y quién tiene la
presidencia de las bayonetas?”.

Poco después, en 1812, Carrera -tan elite como Larraín-


dio un Golpe de Estado y designó un Senado consultivo.
En los 66 congresos que ha habido desde 1810, ese es
uno de los tres que no ha tenido Larraínes.

La disputa Larraín-Carrera no es un incidente aislado.


El siglo XIX está marcado por familias que tratan de
controlar el poder a balazo limpio (ver recuadro). Pese a
ello, esta democracia con “d” minúscula logra
desarrollar una característica inusual: ser muy e ciente
y estable. “A lo largo de dos siglos Chile tiene más
periodos constitucionales que Francia o Alemania. No
solamente es estable en relación a Latinoamérica, sino
a Europa”, explica el investigador.

La frase del senador liberal Eduardo Matte Pérez


resume bien el espíritu de esa época: “Los dueños de
Chile somos nosotros, los dueños del capital y del suelo.
Lo demás es masa in uenciable y vendible; ella no pesa
ni como opinión ni como prestigio”.

LOS GONZÁLEZ

De acuerdo a los datos de Naim Bro, los González


empiezan a emerger durante la época parlamentaria
(1891-1925) y se imponen en el periodo siguiente, el
desarrollista (1925-1973). Son los años de los
gobiernos radicales, del surgimiento de la Democracia
Cristiana y la Unidad Popular, entre otros hitos.
También es la época del Estado emprendedor y docente
que fortalece a la clase media.

Los citados datos del PNUD sobre las profesiones y los


apellidos muestran que durante el periodo desarrollista
los González todavía no lograban destacar en las
actividades más prestigiosas y mejor remuneradas;
pero su presencia creciente en el Congreso parece
indicar que algo comenzó a cambiar en esos años en la
distribución del poder.

Naim Bro ve en el peso de los González en el


parlamento un signo de que esta institución se empieza
a democratizar. Y no es extraño que su recuento indique
que el parlamentario tipo sea Carlos González Larraín,
un nombre que parece dar cuenta del cambio social que
se vivió.

En la etapa actual, desde el n de la dictadura hasta


hoy, cinco apellidos han dominado en la Cámara de
Diputados: González, García, Pérez, Muñoz y Martínez.
En consecuencia, el diputado “tipo” en estos 28 años es
Carlos Pérez González.
Fuente: Naim Bro Khomasi

Entre los senadores, en cambio, los Larraín han seguido


teniendo una presencia fuerte y el nombre que mejor
caracteriza al periodo es Sergio Frei Larraín.

Naim Bro explica que en las parlamentarias de 2017 los


González tomaron la delantera sobre los Larraín (110
versus 107) pues ningún Larraín resultó electo.
¿Signi ca que el cambio que se observa en el periodo
desarrollista continúa hoy y que el poder de las familias
de elite se ha reducido en el Congreso? Es pronto para
saberlo. Por una parte, podría estar ocurriendo el
fenómeno que destaca el politólogo Je rey Winters  en
su libro Oligarquía: cuando el estado de derecho se
fortalece, las familias más poderosas no necesitan estar
en la primera línea defendiendo sus intereses, ya que es
el Estado el que actúa por ellas.

Sin embargo, Bro remarca un dato que parece apuntar


en otra dirección: la menor presencia de Larraínes en el
Congreso fue compensada por un abrumador dominio
en el actual gabinete. Según los datos de Naim Bro, en
la administración de Sebastián Piñera hay ocho
descendientes de Larraínes.
Esta familia tiene dos troncos centrales, explica Bro.
Los “marqués”, que llegaron a Chile en 1685; y los
“otomanos”, que lo hicieron poco después.

Gabinete del Presidente Sebastián Piñera.

Por la rama de los Larraín “marqués”, Bro ha


identi cado a Alfredo Moreno, ministro de Desarrollo
Social (décima generación); por la rama de los
“otomanos” Bro ubica a: Felipe Larraín, ministro de
Hacienda (octava generación); Hernán Larraín,
ministro de Justicia (octava o novena generación
dependiendo de la rama que se considere); Nicolás
Monckeberg, ministro del Trabajo (novena generación,
y también novena generación Vicuña y octava
generación Errázuriz); Marcela Cubillos, ministra de
Educación (novena generación Larraín y también
novena generación Vicuña).
De acuerdo al trabajo de Naim Bro, descenderían de las
dos líneas de Laraínes: Juan Andrés Fontaine, ministro
de Obras Públicas (octava generación “marqués” y
novena generación “otomanos”); y Antonio Walker
(novena generación en ambas ramas).

Por último, está el propio Sebastián Piñera, al que


Naim Bro ubica como décima generación de los Larraín
“marqués”.

¿POR QUÉ LARRAÍN PROSPERA?

Muchas veces lo que hace interesante una investigación


no es solo la respuesta que entrega sino las preguntas
que abre.

Esto es lo que ocurre con este estudio que busca


identi car los apellidos dominantes en el Poder
Legislativo y deja abiertas cuestiones sobre las
consecuencias de ese dominio. Un parlamento
controlado por unas pocas familias, ¿inevitablemente
genera leyes que favorecen a la elite, o se trata de un
prejuicio?

En 2017 una investigación del BID sobre 50 países,


demostró que las naciones que tienen elites sobre
representadas en sus parlamentos tienen peor
distribución de riqueza y sus elites consiguen pagar
menos impuestos (ver Why don’t we tax the rich? de
Carlos Scartascini y Martín Ardanaz). ¿Es posible
encontrar esa relación en Chile para leyes vinculadas
con la salud, las pensiones, la educación o la seguridad?

El aumento de González en el Congreso también genera


preguntas. El trabajo de Naim Bro asume que es un
signo de democratización. ¿Pero qué consecuencias
tiene? Es decir, ¿los González tienden a legislar a favor
de las mayorías, o es otro prejuicio?

La ponencia de Bro también invita a reexaminar la


explicación que más se oye sobre la concentración de la
riqueza y el poder y según la cual el mercado hace
prosperar a los mejores, sin que importe la identidad o
la historia familiar de quienes triunfan. De hecho, a los
ganadores se los llama simplemente “el 1%” o el
“0,01% más rico”.

Así, si usted se pregunta por qué ese grupo tiene el 40%


de la riqueza global, un economista como Gregory
Mankiw de la Universidad de Harvard respondería que
se trata de personas “altamente educadas y
excepcionalmente talentosas” que han hecho “una
contribución signi cativa a la economía y en
consecuencia se llevan una parte importante de las
ganancias” (ver “Defendiendo al 1%”).

Pero al hacer el seguimiento de los apellidos, se observa


que triunfan, con demasiada frecuencia, las mismas
familias.

Así lo ha mostrado a nivel internacional el economista


Gregory Clark, autor de “The son also rises” (El hijo
también prospera, Princeton University Press, 2014).
Clark destaca que las elites no se renuevan rápidamente
como creemos. Es verdad que millonarios como los de
Silicon Valley no existían hace dos décadas, pero el
economista remarca que son frecuentes los linajes que
permanecen en el poder por siglos. Casos como el de los
Larraínes se observan en todo el mundo, incluso en
aquellos países que se precian de tener más movilidad
social, como los nórdicos.
El punto es que el talento y el trabajo duro pueden
explicar el éxito de uno, dos, diez Larraínes, pero no
logran explicar cómo y por qué ese apellido prospera
generación tras generación por 200 años. Sobre todo
cuando ese dominio parece ir de la mano de la menor
guración de apellidos masivos.

Este asunto es especialmente válido en Chile donde la


concentración de la elite es muy alta. Como destaca
Naim Bro, tanto las dos ramas de Larraínes como los
Errázuriz y los Vicuña, provienen de un mismo pueblo
español, ubicado en Navarra, que hoy tiene sólo 600
habitantes: Aranaz. “Tal es el peso político de estas
familias, especialmente en el siglo XIX, que Chile puede
ser pensado como una colonia de este pueblo navarro”,
dijo el investigador en su presentación en el COES.

Pueblo de Aranaz, España (mapio.net).


Pero si el talento y el trabajo no son explicación
su ciente, ¿cómo hacen esas familias para tener
clavada la rueda de la fortuna en una posición tan
favorable?

El tener una buena pregunta no garantiza que exista


una respuesta de nitiva, menos en un campo tan
complejo como este.

Aquí hay tres miradas actuales que discuten la idea de


que la desigualdad es el resultado del trabajo duro de
los que triunfan.

LOS GENES

El citado Gregory Clark es uno de los investigadores que


ha usado los apellidos para mirar la desigualdad desde
otra perspectiva. Tras examinar linajes en Inglaterra,
Chile, Suecia y otros países, sus cálculos lo han llevado
a sostener que ese dominio intergeneracional se debe a
los genes. “La posición social es altamente determinada
por habilidades innatas heredadas”, escribe en su libro.

Esto no quiere decir -argumenta Gregory Clark- que el


trabajo duro no sea central para el éxito; lo que ocurre
es que algunos linajes heredan a sus descendientes
mayor propensión al esfuerzo y mayor resistencia a la
frustración. Por eso, Clark estima que cuando alguien
elige pareja, la mayor parte de lo que puede hacer para
maximizar las oportunidades de sus hijos ya está
hecho.

Esto no implica que Clark acepte los actuales niveles de


desigualdad. Dado que la posición social estaría muy
ligada a la “suerte” de nacer en el linaje “correcto”,
piensa que los premios por triunfar no pueden ser tan
excesivos como son hoy. Por lo mismo, tampoco
encuentra justi cado darles incentivos económicos a
esas elites para que desplieguen las capacidades que
tienen.

ENCARNAR EL PRIVILEGIO

Una mirada muy distinta ofrecen estudios que se


adentran en la vida cotidiana de ese 1%. Por ejemplo, la
etnografía del sociólogo de la Universidad de Columbia
Shamus Khan (Privilegio, Princeton Univesity Press,
2011), que examina la formación en un exclusivo
colegio norteamericano.

Khan no habla de apellidos, pero siguiendo a Pierre


Bourdieu analiza el capital cultural y las redes sociales
que entregan las familias de elite a sus hijos. El caso de
Fernanda Bachelet, al menos cómo ha sido informado
hasta ahora -una joven recién egresada que consigue
un puesto de gobierno importante en Nueva York por
ser la hija del amigo del Presidente-, muestra como
estas redes son clave para preservar oportunidades y
recursos dentro de un mismo grupo.
Fernanda Bachelet.

Khan estudia cómo se forman esas valiosas redes.


Anota que los jóvenes del exclusivo colegio que
examina se declaran talentosos y trabajadores y, por
tanto, merecedores de los privilegios que tienen y
tendrán. Pero al observarlos en su día a día, Khan ve
que son tan mediocres y brillantes como cualquier otro
grupo de jóvenes. Solo tienen algo distintivo: haber
nacido en una familia que puede pagarles el colegio de
elite, donde lo que en esencia aprenden es a encarnar el
privilegio. Esto es, aprender los modos y costumbres
que identi can a quienes son de la elite (ver entrevista
en CIPER). No importa si son geniales o mediocres,
cuando encarnan el privilegio se les facilita
enormemente el camino a la cima.

En 2014  el ex ministro de Educación Nicolás Eyzaguirre


hizo una traducción de estas ideas de capital cultural y
redes a la realidad chilena. Hablando sobre sus ex
compañeros del colegio Verbo  Divino, dijo: “Muchos
alumnos de mi clase eran completamente idiotas; hoy
son gerentes de empresas. Lógico, si tenían redes. En
esta sociedad no hay meritocracia de ninguna especie”.

HERENCIAS DINÁSTICAS

La socióloga Brooke Harrington ofrece otra intuición


sobre cómo las elites se mantienen arriba, en su libro
Capital without borders (Capital sin fronteras, Harvard
University Press, 2016). Desde su perspectiva, la clave
no es solo el capital social y cultural, sino también la
riqueza pura y dura.

A través de una etnografía, la socióloga se internó entre


los operadores que ayudan a los más ricos del mundo a
manejar sus innumerables activos. Wealth managers,
los llama Harrington. Poseer dinero para pagar a esos
e cientes operadores hace que los más ricos sean
competidores sociales muy aventajados. Pero hay algo
más. Harrington a rma que hay un momento clave en
la historia de cada familia de elite en que esos
operadores son imprescindibles: en la transmisión
intergeneracional de la riqueza, es decir, en el
momento de la herencia.

El punto es importante. El debate sobre la desigualdad


se enfoca normalmente en la diferencia en el ingreso
mensual que tienen las distintas capas sociales. Pero de
acuerdo a numerosas investigaciones, entre ellas un
informe de la OCDE de 2018 (ver desde la página 27 en
adelante), la desigualdad más fuerte está en la riqueza
acumulada: en las propiedades, ahorros, pensiones,
bienes y distintos tipos de inversiones que alguien
puede heredar solo si pertenece a un clan.
Harrington argumenta que gracias al trabajo de estos
wealth managers -que usan trusts, fundaciones y
rmas o shore-, las elites modernas han podido
restablecer, en los hechos, estructuras medievales
como la primogenitura; y amasan “riquezas
dinásticas”, una situación que Harrington cree que es
muy difícil de revertir.

En Chile, episodios como el de las operaciones


tributarias de la familia Ossandón, han sido
interpretadas como intentos no solo de evadir el
impuesto a la herencia, que es lo que demandó el
Servicio de Impuestos Internos en su momento, sino
también como estrategias para que el patrimonio
familiar no se disgregue entre muchos herederos y
permanezca uni cado en el hijo mayor y de ese modo
atado al apellido Ossandón.

Naim Bro se inspira en el trabajo de Gregory Clark para


estudiar los apellidos. Pero no cree que la explicación
genética sea necesaria para entender la permanencia de
los Larraínes y de las otras familias en la cumbre del
poder en Chile. Los ha estudiado en un periodo clave de
su formación, el siglo XIX, y ve que sacan ventaja de
situaciones de privilegio originarias: por ejemplo,
herencia de tierras o niveles educacionales
importantes. Eso les permite permanecer en una
posición favorable -y sin competencia- para
aprovechar los periodos de bonanza económica.

Sobre las elites chilenas del siglo XX, Bro pre ere no
ahondar, porque no las ha estudiado. Aunque
claramente las ve conectadas con las elites del siglo
XIX. Lo ejempli ca con Sebastián Piñera, cuyo
bisabuelo, Francisco Echenique Tagle, fue un personaje
central en la red política del siglo XIX; y con los siete
ministros del actual gabinete que descienden de los
Larraín y los Vicuña.

Bro detalla que esas familias de elite que en el siglo XIX


se disputaron el poder (ver recuadro), durante el siglo
XX dejaron de lado sus diferencias y se unieron para
enfrentar la amenaza que venía desde abajo, desde los
grupos medios y trabajadores que empezaron a
organizase.

Esa amenaza la constituyeron entonces apellidos como


los González.

Citando a la historiadora Sofía Correa, Bro puntualiza


que en el siglo XX el nudo del con icto se vuelve “la
clase”; y las familias de la elite, que se peleaban a
través de las diferencias entre los partidos Liberal y
Conservador, se unieron en el Partido Nacional a
mediados del siglo XX.

Tal vez esa capacidad de dejar de lado sus diferencias y


enfrentar unidas las amenazas, es otra explicación de
su permanencia en el poder.

Al menos ese elemento destaca la investigadora  de la


London School of Economics, Tasha Fair eld. Cuando
se pregunta por qué las elites chilenas consigue pagar
menos impuestos que las elites de la OCDE, un ex
presidente de la CPC, el principal gremio patronal, le
contesta: “La gente de negocios en Chile está
absolutamente unida. Podemos disputar cientos de
cosas, pero cuando es necesario pasar a la acción en
situaciones complejas, el mundo empresarial tiene una
sola voz”.
LOS OLIGARCAS POPULISTAS
La importancia de los apellidos, que las ciencias
sociales empiezan a considerar, es algo que la elite ha
tenido claro desde siempre.

En su libro “Chilenos en su Tinto” (ver un extracto)


Hermógenes Pérez de Arce, columnista de extrema
derecha de El Mercurio de los años 80 y 90,
comentaba que la elite es “absolutamente consciente
de sí misma” y que el listado de quienes pertenecen a
ella no está en ningún texto, sino que es un
conocimiento que se aprende “vía oral”.

“No se trata de un caudal demasiado grande de


información. En total, pueden ser unos mil y hasta dos
mil apellidos los que es necesario almacenar. No hay
más”. El columnista agrega: “Los que llevan esos
apellidos saben la nómina completa desde,
probablemente, la adolescencia o, a veces, un poco
antes o un poco después. Lo que un miembro de la
clase alta oye en su casa, en el colegio, en la
universidad, en los primeros años de trabajo (si lo
desarrolla en su mismo nivel social), le permite
graduarse en el conocimiento del escalafón e
incorporar a su ‘disco duro’ el quién es quién de la alta
sociedad chilena”.

Examinando bases de datos públicas, como las del


Congreso o el estudio de apellidos del PNUD, y usando
tecnología robótica para trabajar con sitios de
genealogía, Naim Bro ha elaborado un detallado mapa
histórico de la elite chilena y lo usa para la
investigación doctoral que realiza en Cambridge.

Lo que le interesa es analizar cómo las familias de la


elite se dividieron durante las cuatro revoluciones del
siglo XIX (1830, 1851,1859 y 1891). En términos
generales, Bro argumenta que esos con ictos son
esencialmente pugnas intra-elite: no luchas entre
distintas clases, como sostendría un historiador
marxista; ni luchas entre el Estado y una elite rebelde,
que es la forma en que lo ve la historiografía
tradicional (por ejemplo, Alberto Edwards en “La
Fronda Aristocrática”).

En esta pugna, familias usualmente conservadoras


como los Errázuriz (que se levantan contra Balmaceda
en 1891), o los Larraín “marqués” (que fueron
realistas en la Independencia), se enfrentan a familias
liberales como los Larraín “otomanos” y también
oligárquicas populistas, como los Vicuña, que se
vinculan con el pueblo, y lo usan como espolón para
enfrentar a otras familias de la elite.

Los Vicuña, explicó a CIPER el investigador,


“descienden de los Larraín Salas (una rama de los
Larraín ‘otomanos’) y fueron ‘pipiolos’ (liberales) en
1830, una época en que eran muy ricos y se llenaban la
boca hablando del pueblo aquí y allá”. En 1851, los
Vicuña fueron liberales revolucionarios, época en la
que destaca Pedro Vicuña Aguirre, fundador de El
Mercurio de Valparaíso y opositor a Diego Portales.
Pedro Vicuña fue acusado de instigar el levantamiento
del Ejército en Valparaíso y luego apoyó la revolución
del ‘51 desde Concepción. Los Vicuña también fueron
liberales en 1859 y en 1876 la familia se cuadró detrás
de Benjamín Vicuña-Mackenna, quién intentó ser
Presidente a través de “la primera campaña
presidencial populista de nuestra historia”, explica
Bro.

El último gran episodio de este populismo oligárquico


se da con el gobierno de Balmaceda. Los Vicuña
respaldaron a Balmaceda en la revolución de 1891 y
habían plani cado que su sucesor fuera uno de los
suyos: Claudio Vicuña Guerrero. “Hasta hoy uno tiene
la idea de que el proyecto balmacedista era el proyecto
de elevación del pueblo, pero los análisis muestran
que la gente que está en el Congreso balmacedista es
esencialmente oligárquica, por ejemplo, los García-
Huidobro o los Lazcano”, dijo Bro a CIPER.

También podría gustarte