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A través de la historia de algunas sociedades ha sido evidente la sucesión del poder político dentro

de un círculo familiar. Claro ejemplo de ello son las antiguas dinastías en China, o aún más
reciente, las monarquías en Europa, o los reinados de África. La democracia de la Modernidad
rompe de cierta manera con este esquema monárquico, permitiendo la elección de
representantes del y para el pueblo, e igualando las oportunidades de la gente de la comunidad en
general.

Pese a esto, aún en las democracias continúa trasfiriéndose el poder político de padres a hijos.
Esta práctica se ha ejercido en nuestro país de una manera bastante atrevida puesto que, siendo
un país con elecciones democráticas, persisten y aspiran al poder presidentes, alcaldes y
senadores, cuyos padres también hicieron política y muy probablemente fueron grandes
dirigentes políticos de antaño. En el escenario político, los apellidos pueden volverse perpetuos, y
hasta familias enteras suben al poder cuando uno de estos apellidos lidera.

Es toda esta forma de sobrellevar el poder político la que Álvaro Salom Becerra (Bogotá, Colombia,
1922-1987) presenta en su novela El Delfín, tomando como concepto clave el delfinazgo, cuestión
muy arraigada en nuestra historia. Con su prosa sencilla y jocosa, Salom Becerra nos relata la vida
de Julián Arzayús, un personaje nacido en el seno de una familia pudiente de la ciudad de Bogotá,
a principios del siglo XX. Julián es una persona que de niño ya estaba acostumbrado a obtener sus
bienes fácilmente y sin esfuerzo alguno, con privilegios que lo llevan al éxito y al reconocimiento
en gran parte de la sociedad colombiana, tan solo por el hecho de ser hijo de Clímaco Arzayús, un
poderoso e influyente dirigente político del país.

Tanto es el poder de Julián Arzayús, que puede llegar a la política desde una edad temprana,
consiguiendo entre los cargos más destacados del escenario político local, una curul en el congreso
de la República, gracias a las influencias que mueve su padre. Así es, a grandes rasgos, como el
autor nos muestra una novela que denuncia al delfinazgo como otro de los curiosos sucesos que
han caracterizado a la clase política colombiana.

El Delfín
Clímaco Arzayús es un reconocido dirigente de la clase alta en Bogotá. Su poder es influyente en
las esferas políticas y sociales. Es un oligarca que puede mover fichas a su antojo, gracias a la gran
cantidad de dinero que posee. Arzayús se ufana de ser descendiente de un prócer de la
independencia, al igual que su mujer, quien dice tener una procedencia puramente española. Ha
sido político en el Senado de la República, entre otros cargos importantes.

En el seno de la familia de Clímaco Arzayús y su esposa Catalina Seispalacios, nace Julián, el tercer
hijo, único varón de la distinguida familia. El joven Julián desde pequeño, estuvo rodeado de los
más altos privilegios, exagerados para la sociedad de la época, estudiando en los colegios de élite y
asistiendo a las ceremonias de más alta alcurnia. Este personaje ha gozado tantos placeres y
oportunidades, que tuvo la modesta suerte de ir estudiar a Francia en la Universidad de la
Sorbona. Sin embargo, su desinterés por aprender, lo llevó a despilfarrar su dinero en aquel lugar,
entregándose a lujos desaforados, desperdiciando así una gran ocasión para la instrucción
intelectual. Veamos la razón para su desidia frente a la academia:

“¿Para qué estudia un hijo de Clímaco Arzayús? Tú muy bien sabes que nuestro país es una
monarquía con disfraz democrático. La riqueza, el poder, el éxito, el prestigio no se conquista; se
hereda. Para subir, para triunfar es indispensable tener un padre poderoso como el mío” (Pág. 83)

Ya de vuelta, en Colombia, Julián el delfín, ya tenía un mundo abierto de posibilidades políticas. Su


padre Clímaco le asegura una curul en el Senado de la República como suplente. Sin mayor
experiencia y sin la edad suficiente para acceder al cargo, logra obtener el puesto de presidente
del Senado. Frente a este acontecimiento, feliz por lo fácil que es tocar el poder para él, se dice:

“A mí todo me llueve del cielo. Por algo tengo un papá importante… No he sido político, el pueblo
no me conoce, no participé en la campaña electoral, no moví ni un dedo para que me eligieran y,
sin embargo, ya lo ves… ¡Senador de la República! Miembro de la más alta corporación legislativa
del país, a donde se llega solamente después de treinta años de lucha y luego de haber hecho
kinder en el Concejo municipal, la primaria en la Asamblea Departamental y el bachillerato en la
Cámara de Representantes…” (Pág. 88)

Posteriormente, el joven Arzayús aspira a la gobernación de Cundinamarca, logrando acceder al


cargo en unas limpias elecciones democráticas, considerado como uno de los grandes triunfos
políticos de su carrera. Su desempeño en el cargo de gobernador de la región fue, sin embargo,
descarda y corrupta, actuando de forma displicente. Esta es la época en donde el delfín Arzayús se
divierte de lo lindo. Recorre todos los rincones del departamento prometiendo el progreso y la
solución de problemas que aquejan a los ciudadanos, en unas campañas cargadas de ambiciosa
politiquería. En lugar de solucionar todos los achaques de los pueblerinos, lo que hizo el delfín fue
desparramar indolentemente el presupuesto del departamento en fiestas, bazares y bienvenidas a
la comitiva de la gobernación.

La clase alta concibe al joven personaje de la siguiente forma “Julián Arzayús es un Ministro, un
Embajador y un Presidente de la República en potencia próxima”, lo cual confirma sin lugar a
dudas que es un delfín, que por obvias razones ha heredado este poder de su reconocido padre.
En alguno de sus encuentros con la élite, ocurrían curiosidades como estas:

“El Delfín fue el personaje central de la reunión. Sobre él convergieron todas las miradas y
confluyeron todos los comentarios. El Presidente lo cumplimentó efusivamente y llevándoselo
aparte le dijo: - ¿Te convences de que la fórmula para alcanzar las más altas posiciones del país
consiste en tener un papá como el tuyo y una pequeña dosis de audacia?” (Pág. 101)

La fama para el señor Arzayús estaba garantizada. Incluso llegará también a aspirar por encargo
popular a la presidencia de la República, cuestión que sólo la muerte podrá solventar, digamos que
a favor del pueblo, para no perpetuar su tradicional apellido en asuntos de política.

En síntesis, El Delfín es una novela que evidencia otra denuncia social hecha por Salom Becerra
frente a la comedia que ha sido el campo de la política en nuestro país. El poder político se
convirtió en el interés principal de las familias de la “high class”, haciendo hasta lo imposible para
que éste transite dentro de sus herencias, dejando de lado cualquier opinión del pueblo. Nuestro
autor ya había denunciado esta falencia en otra de sus novelas: Al Pueblo Nunca le Toca, en donde
la oligarquía se da el lujo de desdeñar las elecciones democráticas, soslayando el rol protagónico
que cualquier actor social del común pueda tener, perpetuando el poder para las altas esferas de
la economía.

El fenómeno del delfinazgo en la política

El delfinazgo es un fenómeno de la política en el que grandes dirigentes políticos heredan sus


apellidos de renombre a su futura descendencia para que ellos logren acceder también al
escenario de la dirección y manejo del poder. La sucesión del poder político dentro de un círculo
familiar era recurrente en las monarquías europeas, en donde el linaje y los lazos sanguíneos con
el monarca garantizaban el poder. El precedente más reluciente de delfinazgo se dio con claridad
en la Francia monárquica, cuyos reyes cedían a sus hijos las riendas del poder, por ello eran
llamados delfines, y en torno a su figura y simbología se articulaba la institución gobernante.

La gran ventaja del delfinazgo es el reconocimiento del nombre y los apellidos de los dignatarios
anteriores. Los hijos de los políticos reconocidos en antaño adquieren gran ventaja sobre sus
adversarios con tan solo el anuncio de su candidatura en elecciones democráticas. Esa es una de
las ventajas del poder de los padres, de ahí la predilección de los hijos por éste. Una vez en él, y
con la dominación de todos los instrumentos posibles al alcance de quien manda, el resultado
puede adivinarse, es decir, se puede perpetuar una ideología hegemónica y una tradición
conservadora por medio de esta vía.

Un caso ejemplar en la política exterior es el de Estados Unidos. Allí la dinastía de los Kennedy ha
tenido un papel protagónico en el ámbito político, comenzando por supuesto con John F. Kennedy.
Otro reconocido caso es el del anterior presidente George Walker Bush Junior (mandatario en
Estados Unidos durante el periodo 2001-2009), quien heredó la vena política de su padre George
Herbert Walker Bush (Presidente en 1989-1993). En la familia de los Bush, existen otros nombres
reconocidos como el de Jeb Bush, ex gobernador del Estado de la Florida, hermano de George W.
Bush.

Delfinazgo en Colombia

En la historia de Colombia, especialmente en el siglo XX, el delfinazgo se ha notado como un


fenómeno de bastante recurrencia. Los primeros dirigentes de la presidencia de la República han
sido descendientes directos de próceres de la independencia. En el fondo serían estos próceres
independentistas los que se conservarían y se mantendrían en el poder. En esa misma vía las
dinastías que han gobernado a Colombia vienen siendo las siguientes:

“Parentescos: A la Presidencia de Colombia han llegado varias dinastías: Los López (Alfonso López
Pumarejo y su hijo Alfonso López Michelsen), los Ospina (Mariano Ospina Rodríguez, su hijo Pedro
Nel Ospina y Mariano Ospina Pérez, nieto y sobrino de los anteriores), los Mallarino (Manuel
María Mallarino y sus sobrinos Carlos y Jorge Holguín), los Pastrana (Misael Pastrana y su hijo
Andrés) y los Mosquera (Tomás Cipriano y su hermano Joaquín), los Lleras (Alberto Lleras Camargo
y su sobrino segundo Carlos Lleras Restrepo). El general Rafael Urdaneta y el general (José María
Melo eran concuñados al estar casados con las hermanas Teresa y Dolores Vargas París” (Tomado
de Wikipedia)

Como se puede advertir el delfinazgo se ha llevado desde los inicios de nuestra historia nacional y
muy posiblemente seguirá por mucho tiempo. Uno de los años en que se resaltó la presencia de
estos personajes en el escenario político fue en el año 2005 en el cual Simón Gaviria, Juan Manuel
Galán y Rodrigo Lara, hijos de políticos reconocidos de los años 80, aspiraron a ser elegidos en el
congreso. Y por supuesto el caso más cercano que vemos en el escenario político es el del alcalde
de Bogotá, Samuel Moreno Rojas, heredero de la tradición dirigente de su abuelo Gustavo Rojas
Pinilla, anterior mandatario de Colombia.
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Esperamos que algún día en Colombia se pueda acabar definitivamente con este imperio político,
puesto que las consecuencias del delfinazgo han hecho que la historia reproduzca resultados poco
alentadores para el país, mientras que los ciudadanos seguimos nadando en el fango de las
promesas.

Es necesario que nos deshagamos de la idea de que un actor político por heredar un apellido o
poseer una larga tradición política e intelectual, resultará igual que su antecesor en la gestión del
poder. No siempre es cierto, quizá por esto Salom Becerra lo denuncia sin reparo alguno. Lo que
realmente necesitamos todos los ciudadanos en un país democrático es participar
responsablemente en el escenario político, conociendo las ideologías imperantes y opositoras,
debatiendo con argumentos, dándole la oportunidad a que sea el pueblo y no la oligarquía el
artífice de la dirección de la nación.

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