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Perfección

Originada etimológicamente en el latín “perfectĭonis” la palabra perfección alude a


aquello que ha llegado a la máxima aspiración que se pretende de ello conforme a
su naturaleza, a algo que ya está listo para cumplir su función del mejor modo posible,
y su mejora ya es estéril e innecesaria. Lo que tiene perfección no posee defectos,
faltas ni errores. Ejemplos: “Juan realiza su tarea con admirable perfección” o “La
perfección de las pirámides egipcias asombran a los arquitectos actuales más
destacados”.

La perfección en sí misma es una utopía y una aspiración, ya que hasta la naturaleza,


que es lo más parecido a ella, también posee errores y es susceptible de mejorarse,
como ocurre con las curas de las enfermedades o los trabajos que previenen los
desastres naturales. La perfección es un concepto subjetivo, especialmente en lo
estético. Por ejemplo, para alguien un cuadro puede ser símbolo de perfección y para
otro, desagradable.

Tender a la perfección es una aspiración que lleva a crecer y mejorar, aunque no se


alcance en plenitud. Quien tiene esta tendencia a superarse, corregir sus errores y
hacer las cosas con el mayor esfuerzo y dedicación, se dice que es perfeccionista.

En sentido religioso se considera que la perfección es un atributo exclusivamente


divino, y las personas podrán acercarse en más o en menos a esa perfección,
siguiendo el camino de la fe y la santidad. Moralmente, el hombre se perfecciona a
partir de la práctica de la virtud.

En el ámbito jurídico se habla de perfeccionamiento en los contratos, cuando ellos


reúnen todos los requisitos de fondo y de forma para poder cumplir en forma plena
sus efectos jurídicos.

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