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ESBOZO BIOGRÁFICO
Infancia y adolescencia
Juventud
Los años que siguen le traen al joven Liszt toda clase de expe-
riencias, algunas de ellas moralmente discutibles. Dotado por la
naturaleza de un considerable atractivo, tanto en lo físico como en
los aspectos más íntimos de su personalidad, el músico se convierte
en la estrella de los salones parisienses. Se codea con las principales
figuras del panorama artístico e intelectual de la época: Lamartine,
Dumas, Victor Hugo, George Sand, Delacroix, Ingres, Chopin,
Berlioz, Rossini... Se hace gran amigo de Lamennais, quien ejerce
una gran influencia en su espiritualidad, y comparte algunos de los
postulados de los discípulos de Saint-Simon. Su abanico de intere-
ses es amplísimo, tal y como se puede comprobar al leer las Lettres
d’un bachelier ès musique, colección de cartas publicadas entre 1837
y 1841 en la Gazette Musical de Paris. En ellas trata los temas más
variados: música, pintura, literatura, teatro, religión, naturaleza…
La conciencia social que posee lo lleva a visitar enfermos en los
hospitales y condenados a muerte en las cárceles, además de a pro-
mover numerosos conciertos benéficos y a participar en ellos.
3
Carta a George Sand, enero de 1837. LLB, p. 25.
LA RELIGIOSIDAD DE FRANZ LISZT: «GENIO OBLIGA» 341
Weimar
5
Ya en los años previos a 1847, Liszt había ido experimentando un cre-
ciente interés por lo religioso, que dio sus frutos musicales en la forma de un
Pater Noster y un Avemaria, ambos compuestos en 1846.
6
Literalmente, «maestro de capilla». El trabajo consistía en componer mú-
sica para diversos eventos (conciertos, festivales, celebraciones, etc.), dirigir
la orquesta del teatro de la ciudad, realizar la programación de toda la tempo-
rada concertística e, incluso, encargarse de todo aspecto que tuviera que ver con
la vida cultural del lugar.
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Órdenes Menores
ARTE Y RELIGIOSIDAD
La vivencia de la cruz
25
La versión para piano tiene la referencia S 179 en el catálogo de Searle.
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Existen dos versiones de esta obra, compuestas simultáneamente: una de
piano y otra de órgano. Algunas fuentes citan incluso una tercera, que sería
para orquesta, pero se desconoce si ésta se ha perdido o, simplemente, nunca
llegó a ver la luz.
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«Lo que Dios hace está bien hecho».
358 MIRIAM GÓMEZ-MORÁN
La negación de sí mismo
Jesús dijo en una ocasión: «si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16,24). Pues bien,
Liszt obedeció este mandato a rajatabla, como estamos viendo. Des-
pués de haber tratado la forma en que el músico cargó con su cruz,
vamos a examinar ahora los aspectos más importantes de su negación
de sí mismo, algunos de los cuales hemos comentado ya en secciones
anteriores.
Hemos visto que, como compositor, Liszt mantuvo siempre la
actitud de sacrificar el éxito inmediato por su adhesión a la verdad
de un arte noble y elevado. Pero ésta no es la única manera que tuvo
de renunciar a sí mismo en su actividad compositiva: el esfuerzo y
el tiempo que dedicó a difundir música ajena mediante las transcrip-
ciones o paráfrasis que escribía para piano es algo digno de men-
ción. En efecto, los arreglos, que oscilan entre la fidelidad de la
transcripción de las Sinfonías de Beethoven y la libertad de sus
fantasías sobre temas de ópera, suponen casi la mitad de las obras
de que consta su catálogo. ¿No hubiera hecho Liszt mejor en em-
plear sus fuerzas en componer más piezas originales? Esto es algo
que numerosos musicólogos se han preguntado más de una vez. Al
crítico corto de vista le parece que las versiones pianísticas de obras
ajenas están entre lo menos valioso de su producción, mientras que
al verdaderamente entendido un simple vistazo le sobra para apre-
ciar que la maestría con que Liszt refleja absolutamente todas las
intenciones musicales presentes en el original hace de estos arreglos
auténticas obras maestras. Pero, ya dejando de lado el valor intrín-
seco que esta parte de su música tiene, hemos de considerar la
belleza del gesto lisztiano al abordar la ardua tarea de pasar a medios
pianísticos piezas concebidas para otros instrumentos o agrupacio-
nes: lo hacía porque así posibilitaba la difusión de una música que,
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a dar una serie de recitales para reunir el dinero que faltaba 30. Éstos
son tan sólo dos ejemplos de cómo la generosidad lisztiana lo lle-
vaba a poner su talento a disposición de los necesitados de una
manera completamente desinteresada. Pero los conciertos benéficos
no fueron la única forma que tuvo el húngaro de ayudar a los demás
con su actividad de pianista: también solía, en la última época de su
vida, tocar una o dos piezas en los conciertos de sus alumnos para
atraer el interés de la crítica y del público hacia los jóvenes artistas,
que por sí mismos hubiesen tenido grandes dificultades con la pro-
moción de sus actuaciones. Su conciencia le llevaba, además, a
tratar de hacer que otros vivieran lo que él había resumido en su
lema «genio obliga»: cuando se conoció la enorme fortuna que había
amasado el pianista y pedagogo Kullak, fundador de la Neue Aka-
demie der Tonkunst de Berlín, y que habían heredado sus hijos,
Liszt expresó públicamente en una carta 31 al redactor de la Allge-
meine Musikalische Zeitung su disconformidad con el hecho de que
no se hubiera destinado parte de ese dinero a un fondo para ayudar
a músicos necesitados. Tal y como le dijo en una ocasión a su bió-
grafa Lina Ramann, «uno no se embolsa como artista un millón de
marcos sin ofrecer algún tipo de sacrificio en el altar del arte» 32.
Quizá el aspecto de la vida de Liszt en el que más claramente
se mostraron la grandeza de su corazón y su capacidad de renuncia
a sí mismo fue su entrega como pedagogo. A partir de 1847, cuando
ocupa el puesto de Kapellmeister en Weimar, no sólo no cobra por
sus conciertos, sino tampoco por enseñar. Desde entonces hasta su
muerte, acaecida casi cuarenta años más tarde, auténticas riadas de
jóvenes músicos (pianistas y compositores en su mayoría) «peregri-
narán» hasta el lugar en que el maestro se encuentre para participar
en sus clases. En general, Liszt trataba a sus alumnos como si fue-
ran sus propios hijos (solía llamarlos «mis niños») y éstos sentían
un afecto muy profundo por el «querido maestro». Compartían no
sólo experiencias musicales, sino también excursiones, paseos, par-
tidas de cartas, comidas y otros actos cotidianos. Varios de ellos se
30
La estatua puede verse hoy en la ciudad del Rhin en la plaza que hay
junto a la catedral.
31
5 de septiembre de 1885.
32
RLL, pp. 297-298.
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vemente, como era el caso). Cinco años más tarde, es Liszt el que
sugiere a Hermann que vaya a verlo a Weimar. En esa otra carta, le
asegura que su casa ha sido bendecida por el párroco local, con
quien se lleva muy bien. También se embarca en una larga explica-
ción sobre su asociación con los franciscanos y declara sus intencio-
nes de escribir más música «empapada de espíritu católico». No
obstante, a pesar de las respectivas invitaciones, Liszt y Cohen no
se vieron personalmente hasta junio de 1862. El encuentro tuvo
lugar en Roma, durante la ceremonia de canonización de los vein-
tiséis mártires japoneses por Pío IX, y se produjo por casualidad.
Unos días más tarde, Liszt visitó al P. Agustín María en el convento
de Santa Maria Della Vittoria, donde comulgó de sus manos. Tras
la Eucaristía, se unió a la comunidad de frailes para un refrigerio,
al final del cual maestro y discípulo se fueron sentando por turno
para tocar en un piano viejo y desafinado. Otro momento emotivo
fue el Via Crucis que compartieron en el Coliseo. Liszt tuvo tam-
bién la oportunidad de oír predicar a Hermann y quedó impresiona-
do por su elocuencia. El 8 de julio le escribe a su hija Blandine que
«su entrada en la vida religiosa ha enriquecido su inteligencia, su
corazón y sus modales», y le ruega que interceda para que su ancia-
na madre Anna, que siempre había mostrado ciertos prejuicios an-
tisemitas contra el P. Agustín María, recibiera a éste en su casa de
París cuando pasara por esa ciudad y no lo rechazara. La petición
fue escuchada y unas semanas más tarde Blandine pudo comunicar-
le a su padre que la abuela recibiría a Hermann de un modo cordial
porque había modificado su opinión sobre él a causa del cambio que
éste había experimentado.
Después de examinar esta historia, uno se pregunta si los esfuer-
zos constantes de Liszt por enderezar al díscolo Hermann no habrán
contribuido a allanar el terreno para la conversión de éste, aun cuan-
do esa influencia pueda haber pasado inadvertida incluso para él mis-
mo. En una ocasión, el muchacho se sintió profundamente conmovi-
do y experimentó una emoción casi religiosa. El hecho tuvo lugar en
la Catedral de San Nicolás, de Fribourg (Suiza), cuando Liszt impro-
visó al órgano sobre el Dies Irae. Al rememorar aquel momento,
Hermann escribe: «Liszt pulsó las grandes teclas de esta colosal arpa
de David, cuyos majestuosos sonidos me dieron una vaga idea de tu
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CONCLUSIÓN
Liszt fue un hombre que, a pesar de los errores que pudo haber
cometido en su vida, siguió en todo momento los pasos de Jesucris-
to, aun cuando eso le supusiera un perjuicio en las realidades tem-
porales: se mantuvo constante en su búsqueda de la verdad, vivió
con espíritu de renuncia, fue generoso con el prójimo y permaneció
con la mirada fija en Dios hasta exhalar su último aliento. A pesar
de que en sus últimos años el rechazo de sus colegas, la pérdida de
seres queridos, la traición de algunos de sus allegados y su creciente
debilidad física lo llevaran a un estado de ánimo oscuro y depresivo,
no dejó en ningún momento de emplearse a fondo para tratar de
ayudar a construir un mundo mejor, aunque sabía que nunca llegaría
a ver el fruto de sus esfuerzos porque estaba sembrando para el
futuro. Liszt constituye un verdadero ejemplo para todos nosotros,
en especial para los artistas, de cómo es posible colocar al servicio
de los demás los dones que el Señor nos ha otorgado para que
redunden en una mayor gloria suya.
En nuestros días, el desaliento ante la patente decadencia moral,
cultural y espiritual de la sociedad constituye una fortísima tenta-
ción para aquellos que tienen como principal tarea el educar, evan-
gelizar o difundir la verdadera cultura (aquella que no se pliega
a las exigencias de un mercado manejado por individuos sedientos
de poder y dinero que buscan el progresivo embrutecimiento de la
población para poder dominarla a su antojo). No es fácil seguir
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luchando por un ideal que cada vez parece más lejano, el de con-
seguir revertir la tendencia a la caída vertiginosa de nuestra civili-
zación, pero tal vez logremos sacar fuerzas renovadas para conti-
nuar en el frente de batalla si volvemos nuestros ojos a la figura de
un hombre como Liszt, que nunca se dejó arrastrar por el desánimo
y siempre permaneció fiel a su objetivo de ayudar al establecimien-
to del Reino de Dios en la tierra.
BIBLIOGRAFÍA