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…ENCONTRANDO LO PERDIDO...

Ellos son los Centinelas...

Tres razas descendientes de antiguos Guardianes de la Humanidad, cada una


posee habilidades únicas en su batalla por proteger la humanidad contra sus
eternos enemigos- Los Synestryn.
El Guerrero Centinela Paul ha estado buscando durante siglos una mujer
como Andra. Para encontrarla, hace un trato con un Cazador de Sangre que
podría costarle su propia vida. Ahora, su deseo por Andra amenaza con
destruir su más que necesitado control.
En contra de sus deseos, Angra accede a unirse a Paul en un viaje contra el
peligro -y que conduce directamente al Sinestryn que masacró a su familia hace
ocho años.

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CAPÍTULO 1

Omaha, Nebraska
14 de julio.

Los aterrados murmullos del niño se debilitaban a cada segundo. Andra


Madison apenas podía oírle ahora, incluso aunque tenía el oído presionado contra una
grieta de la pared del abandonado depósito a las afueras de Omaha. Aquellos sordos,
aullantes sonidos de terror le rompían el corazón y hacían que quisiera destrozar a los
monstruos que habían secuestrado a Sammy con las manos desnudas. O hacerlos volar
en pedazos con su pistola. Eso también valía.
Incluso a las tres de la mañana, el aire de julio todavía estaba caliente y espeso
por la humedad, haciendo más difícil el respirar. Entonces, otra vez, quizás fuera sólo
su reacción a dicho miedo.
Había al menos cuatro monstruos allí guardando a Sammy, dos más de los que se
había encargado de vencer antes. Y en esa batalla había sido por los pelos. Ni siquiera
estaba segura de cómo iba a conseguir sacar al chico con vida. Tendría que improvisar
y rogar que saliera lo mejor posible.
Uno de los monstruos dejó escapar un profundo gruñido que envió una sacudida
de miedo rasgando a través de su organismo. El sudor brotó de la frente mientras
luchaba con la urgencia de huir. Plantó las botas con firmeza y apretó los dientes hasta
que la necesidad de huir pasó sobre ella y empezó a desvanecerse. Quedó temblorosa y
goteando de sudor, pero al menos permaneció en el lugar.
Andra sabía de lo que eran capaces esas criatura -lo había visto con sus propios
ojos en más de una ocasión- y el sonido de lo que estaban haciendo ahora no era una
buena señal. Los monstruos estaban listos para alimentarse.
La imagen del pequeño cuerpo de Sammy siendo hecho pedazos por las garras y
los dientes llenó su mente e hizo que le diera un vuelco el estómago. No podía dejar
que sucediera. Esta vez no.
Andra estaba oficialmente quedándose sin tiempo para explorar el edificio y
planear su ataque. Plan o no, tenía que sacar al pequeño Sammy de allí ahora mismo.
Subió de un salto las tres escaleras de cemento y giró el pomo de la vieja puerta
del almacén, pero estaba cerrada. Por supuesto. Las ventanas estaban demasiado altas
para que se colara por ellas, y no iba a perder tiempo buscando otra manera de entrar.
No quedaba tiempo, les había prometido a los padres de Sammy que llevaría a su bebé
a casa con vida.
Estúpida, estúpida, estúpida.

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Nunca debería haber hecho promesas que quizás no fuera capaz de mantener,
pero cuando se enfrentó con tanto temor y pánico en los suplicantes ojos de sus
desamparados padres -tanto amor- no pudo evitarlo.
Había querido estúpidamente darles esperanza.
Después de todas las veces que había fallado en encontrar niños perdidos, o
rescatarlos antes de que fuese demasiado tarde, debería haber sabido hacer algo mejor
que realizar promesas vacías.
Andra tomó una profunda respiración para darse valor, diciendo una rápida
plegaria para tener suerte, agarró con fuerza la escopeta y lanzó el tacón de la bota
contra la descompuesta puerta. Los trozos de madera se esparcieron por la gigantesca
habitación donde Sammy había estado siendo mantenido prisionero. Andra se agachó,
utilizando el marco de la puerta para ocultarse mientras oteaba el almacén, buscando
frenéticamente algún tipo de plan que consiguiera sacarlos a ambos con vida.
Estaba oscuro, con sólo unos rayos de luz amarilla del mugriento farol de la calle
flotando a través de las ventanas rotas situadas en lo más alto de las paredes. El edificio
era viejo y mostraba cada uno de sus años en las caídas vigas y el resquebrajado
mortero. Los grafitis cubrían las paredes, y la basura se amontonaba en pequeños
montones aquí y allí. El suelo de madera estaba podrido donde simplemente había
desaparecido, dejando desiguales agujeros que daban a cualquier lugar que hubiese
debajo.
En el lado más alejado de la habitación ella vio a Sammy. Estaba atado a una de
las pocas columnas que todavía eran lo bastante fuertes para sostener el techo. Sus ojos
estaban enormes por el miedo, y las lágrimas se derramaban por su cara, dejando
estrechas líneas de piel limpia en su estela. Una sucia mordaza llenaba su boca, pero
Andra podía oír los lastimeros quejidos de Sammy viniendo de detrás de la mordaza.
Gracias a dios, todavía estaba vivo. Ahora todo lo que tenía que hacer era sacarle de
allí en la misma condición y devolverle a casa, a donde pertenecía.
Un plan brillante. O debería haberlo sido, de no ser por los hambrientos y
babeantes monstruos que permanecían entre ella y el niño.
Andra había estado cazando esas cosas durante ocho años y todavía no tenía otra
palabra para ellos que no fuese monstruos. Eran del tamaño de enormes perros, con la
cabeza de un lobo y el cuerpo de un chimpancé. Tenían largas y afiladas garras y
dientes a juego. La aceitosa piel negra cubría sus cuerpos y largos hilillos de saliva
amarillenta goteaba de sus demasiado inmensas fauces. Y por razones que Andra
todavía no conseguía adivinar, a las criaturas que mantenían a esas cosas como
mascotas les gustaba robar niños.
No había visto ninguno de esos monstruos insectoides de unos dos metros de
alto por los alrededores, pero sabía que no estarían lejos de sus preciosas mascotas.
Su explosiva entrada había alejado la atención de los monstruos del niño y la
habían vuelto sobre ella, un lugar mucho mejor para ello, por lo que la concernía.

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Se arrastraron gateando hacia ella, sus largas garras dejando desiguales rasguños
en el viejo suelo de madera.
El temor amenazó con paralizarla y, una vez más, tuvo que luchar contra la
urgencia de salir corriendo y dejar que el niño se las apañara por sí mismo. No era fácil
de asustar, pero esas cosas tenían la habilidad de hacer que la sangre se la congelara y
el aire se le helara en los pulmones. Había algo desnaturalizado en el temor que
causaban. Era más que sólo el hecho de estar cara a cara con demasiadas garras y
dientes. Era más que simplemente el temer por su vida. Había algún conocimiento
instintivo enterrado profundamente en su interior que le advertía que cuando se
enfrentaba a esos monstruos, se estaba enfrentando a algo mucho más grande y más
oscuro de lo que era capaz de imaginar. Y después de todas las cosas que había visto,
tenía una muy vívida imaginación.
Andra se obligó a respirar, a permanecer calmada y centrarse en sacar a Sammy
con vida. Se deshizo del desnaturalizado temor y fingió que sólo estaba enfrentándose
a perros rabiosos. Una aterrorizada esquina de su mente brincó ante la ridícula idea,
pero la ignoró lo mejor que pudo.
Andra rogó que las manos la dejaran de temblar lo suficiente como para
conseguir un disparo limpio; entonces se levantó de su escondite y apuntó el arma
hacia la más grande de las bestias. Todavía había casi cien metros entre ella y ellos, y
todo menos un categórico disparo los jodería.
Permaneció allí, justo por fuera del umbral, donde sólo podrían ir hacia ella de
uno en uno, y esperar a que los otros monstruos cerraran la distancia.

— Estamos cerca —dijo Logan.


—¿Cómo de cerca? —preguntó Paul. La excitación bombeó a través de su
organismo, haciéndole aferrar con más fuerza el volante.
Miró al Sanguinar con el que había estado recorriendo el área industrial a las
afueras de Omaha. Los ojos de Logan emitían un extraño brillo plateado en la
oscuridad, y estaba contemplando algo en la distancia que Paul no podía ver. No
estaba seguro de que Logan supiese lo que estaba haciendo, pero seguro como el
infierno que esperaba que lo hiciera. El futuro de Paul -su vida- pendía de un hilo.
Si encontraba a la mujer y ella era la única, el poder que se había estado
construyendo en su interior durante décadas, y el dolor que causaba, finalmente
tendría una salida.
—Hemos estado conduciendo por el Medio Oeste durante días —gruñó Madoc
desde el asiento de atrás—. El jodido chupasangre no sabe qué infiernos está haciendo.
Sólo te está llevando de paseo.
—No tenías que haber venido con nosotros —dijo Paul.

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No le preocupaba demasiado el solitario en el asiento de atrás.
Se tomaba demasiadas libertades y no habría reconocido a un compañero de
equipo si lo hubiese tenido sentado en su regazo. Era el tipo de hombre que dejaba
bolsas de cadáveres tras de sí. Su única gracia por lo general, era que los tipos malos
necesitaban más de esas bolsas de cadáveres que los tipos buenos.
—Joseph lo decidió de otra manera.
—¿Desde cuándo sigues sus órdenes? —preguntó Paul.
—Tengo mis razones —dijo Madoc.
—¿Cómo cuales?
—Ninguna de tu jodida incumbencia. Y, para que conste, sólo porque esté aquí
no quiere decir que piense que esto vale una mierda. Si fuese tan fácil para Logan
encontrar hembras Theronai, entonces, ¿por qué no supimos de ese particular don hace
cien años, antes de que nuestros hombres empezaran a morir?
—¿Y si estás equivocado? —Respondió Paul—. ¿Y si Logan puede rastrear la
línea de sangre de Helen y encontrar más mujeres como ella?
Por el espejo retrovisor, Paul vio a Madoc mirando con asco hacia Logan.
—Hemos estado tan ocupados siguiendo ese supuesto rastro que no hemos
matado un demonio en días. El brazo de mi espada se está convirtiendo en una enorme
bola de melaza mientras tú sigues toda esa mierda de Logan. Te está engañando para
conseguir tu sangre, tío. ¿No lo ves?
Eso quizás fuese verdad. Paul sabía que era posible. Los Sanguinar no eran los
hombres más confiables. Su necesidad de sangre los hacía… impredecibles. Si Paul no
estuviese tan desesperado por encontrar a una mujer como Helen, nunca habría hecho
un trato con Logan.
Pero estaba desesperado. El dolor se había hecho insoportable. No estaba seguro
de por qué su cuerpo no había explotado, por qué el poder que hospedaba no rasgaba
a través de la piel y el hueso y lo hacía pedazos. Tenía que hacer tres horas de
meditación cada día sólo para ser capaz de funcionar, para salir de la cama cada noche.
Sólo le quedaban un par de hojas colgando de su marca de vida, y en el momento en
que cayeran, no estaba seguro de que su alma viviera más allá de otros diez días.
Después de eso, las cosas se pondrían realmente feas.
—Aquí, gira a la izquierda —susurró Logan en una voz suave—. La he
encontrado.
Una brillante burbuja de esperanza se hinchó dentro de Paul mientras hacía rugir
el motor y tomaba un brusco giro. Se lanzó saltándose una señal de stop, pero eran más
de las tres de la mañana y no había nadie en los alrededores de esa envejecida área
industrial. Además, si los polis querían multarlo, tendrían que cogerle primero.
—¿Estás seguro? —Preguntó Paul—. ¿Has encontrado realmente una mujer
Sangre Pura?

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—Tú, jodido chupasangre —bramó Madoc con disgusto—. No hay mujer. Vamos
a aparecer y él te va a contar alguna historia de que la hemos perdido, al igual que cada
una de las otras noches de esta semana.
Logan no respondió a la acusación de Madoc. Su rostro estaba sereno mientras se
quedaba mirando la noche. Sus ojos destellaron brillantes durante un momento y tomó
una aguda respiración.
—Deprisa, Paul. No está sola. Siento a los Synestryn.
El temor de perder a la mujer que podía salvarle antes de que la encontrara
siquiera, hizo que a Paul se le encogiera el estómago. Pisó el acelerador a fondo justo
cuando vio un movimiento al final de la calle. No había demasiada luz, pero había la
suficiente para que viese la sombra de una mujer de pie en el umbral de una puerta.
—¡Allí está ella!
—No creo una jodida cosa de eso —dijo Madoc.
Ni tampoco Paul. Logan había realmente rastreado a una mujer que quizás sería
capaz de salvarle la vida. Una mujer con algo del mismo tipo de sangre corriendo por
sus venas que Helen, la cual era la primera hembra Theronai que había nacido en unos
doscientos años.
Todavía no tenían ni idea de dónde había venido Helen, pero después de ver el
milagro que había hecho en Drake, difícilmente le importaba.
Paul se detuvo en seco en el exterior del viejo almacén, casi rozando con el SUV
la barandilla de metal que bordeaba el parking. Los faros brillaron sobre los restos de
un ancho marco de una puerta y la mujer que permanecía allí de pie.
Ella era alta -casi metro ochenta- aunque quizás fuera su postura de mando y el
confiado agarre sobre su escopeta lo que la hacían parecer más alta.
Paul ya se había escabullido del coche y desenfundaba su espada cuando vio dos
demonios Sinestryn –sgath- cargando hacia ella, y dos más detrás de ellos. Con
escopeta o sin ella, no era rival para esa cantidad de dientes y garras. La harían
pedazos antes de que tuviera tiempo de apretar dos veces el gatillo.
—¡Sal de ahí! —le gritó mientras subía corriendo de tres en tres las agrietadas
escaleras de cemento hacia ella. Podía oír los pesados pasos de Madoc y Logan
resonando detrás de él.
No se volvió hacia él, ni siquiera se preocupó en reconocer que lo había oído. De
hecho, no mostraba signo del espeso y paralizante miedo que los Synestryn causaban
generalmente en los humanos. Parecía totalmente tranquila, como si esperara que los
demonios la atacaran todos los días.
El sgath se acercó con sus cuatro metros y medio y no mostró signos de ir más
despacio. Estaba todavía demasiado lejos para ayudarla. Iba a verla morir antes de que
tuviera siquiera una oportunidad para tocarla y descubrir si ella era la suya, si podría
salvarlo.

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Ella disparó su escopeta al sgath más cercano. Su cuerpo osciló levemente contra
la fuerza del arma y el profundo disparo hizo eco en la calma de la noche. Le dio a uno
de los demonios. Este voló unos sesenta centímetros hacia atrás, rociando sangre negra
a través del almacén. Bajo las espesas y aceitosas gotas, el suelo de madera comenzó a
chisporrotear mientras la corrosiva sangre se comía todo a su paso.
Si algo de esa sangre la hubiese alcanzado, se comería su piel igual de fácil.
Paul alcanzó finalmente a la mujer. Quería detenerse y tocarla, pero no había
tiempo. Otro sgath estaba justo allí, a sólo unos metros de distancia.
Independientemente de si podía salvarla o no, el hecho de que hiciera frente al
sgath sin temor probó que era un raro regalo y tenía que ser protegida a toda costa.
Paul la empujó con el hombro apartándola del camino y cargó a través del
umbral, espada en mano y lista para golpear. Ella impactó contra la pared con un poco
más de fuerza de lo que él había esperado y dejó escapar un dolorido gruñido, pero al
menos estaba fuera de peligro.
Un ileso sgath vio a Paul cargando y sus ojos se iluminaron con un enfermizo
fuego verde de excitación y hambre. Eso levantó el hocico y dejó escapar un aullido
para avisar a los de su tipo, igual que si los alertara de que la comida acababa de llegar.
No había nada que les gustara más a los demonios que comer la carne y la sangre de
un Centinela, y Paul y sus compañeros eran un banquete andante.

A Andra le llevó un par de segundos recobrarse de ser lanzada contra la pared


de ladrillo. Buena cosa que hubiera sido el hombro el que se había llevado el primer
golpe en vez de la cabeza. Si no, se habría quedado fuera de combate. Cuando esto
acabase, iba a tener una larga charla sobre modales con el hombre que la había
empujado, pero ahora mismo tenía que sacar a Sammy de allí.
Para el momento en que Andra se había despejado del impacto, dos de los tres
hombres que habían aparecido ya estaban en el interior del almacén. No estaba segura
de quienes eran, o qué estaban haciendo allí, pero no iba a cuestionar su buena fortuna.
O sus espadas.
El monstruo al que había disparado estaba todavía en el suelo, pero se movía
culebreando, chapoteando en piscinas de su propia sangre con esa lengua larga y
bífida. Ella sabía por experiencia que si conseguía recuperar bastante de su sangre, la
cosa se levantaría otra vez, todo remendado y como nuevo.
Andra no podía hacer nada excepto estremecerse ante la visión. Era una que se le
iba a pegar durante las muchas noches que seguirían. Fantástico. Como si necesitara
más combustible para pesadillas.
Otro monstruo se volvía hacia el hombre que la había empujado. Él tenía el pelo
rubio oscuro y rígidas y agudas facciones. Manejaba una espada un poco más corta que

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su brazo y por sus anchos y musculosos hombros y la facilidad con la que esgrimía el
arma, era obvio que tenía mucha práctica con ella. Gracias a Dios que estaba de su
lado.
El monstruo se agachó, entonces hizo uso de su rapidez sobrenatural, pero el
hombre estaba listo para atacar. Se deslizó bajo el salto del monstruo e hizo pivotar la
espada en un enorme arco de gran alcance que le rebanó el vientre. El hombre saltó
limpiamente a un lado, esquivando la salpicadura de inmundicia y sangre que se
derramaba del monstruo.
La cosa lanzó un húmedo y delirante sonido y dejó escapar un rugido de desafío
mientras intentaba permanecer de pie. El hombre se movió en lo que parecía ser casi
un círculo lento, su espada brillaba en un tenue arco de luz amarilla. Cuando este se
detuvo, la cabeza del monstruo cayó a tres metros de su cuerpo.
El oscuro humo que se elevaba del charco de sangre sobre el suelo de madera,
ardía. El humazo creó un hedor tan violento que Andra tuvo que contener el impulso
de vomitar.
—¿Cómo vamos, Madoc? —preguntó el hombre, sin apartar nunca los ojos de la
restante amenaza.
En un lado alejado del almacén, Andra observó al segundo hombre -un tipo con
mirada de enfado, con fuertes facciones y espeso pelo negro- cuando redujo a otro de
los monstruos. Él ni siquiera jadeaba.
—Uno menos, queda otro —dijo mientras se acercaba rodeando la posición del
monstruo.
La cosa había retrocedido a una esquina y Andra estaba bastante segura que no
iba a escaparse vivo.
—Huelo a más cerca —dijo una profunda voz detrás de ella. Demasiado cerca.
Andra saltó en sorpresa y se giró, apuntando con su escopeta al tercer hombre
del grupo. Cuando posó los ojos sobre él, el cerebro opacó los oídos y se quedó allí de
pie, mirándole, incapaz de hacer nada más.
Él era hermoso. Te detenía el corazón, esa enorme e inducida hermosura, con
pelo negro, brillantes ojos plateados y un rostro de modelo de portada. Estaba un poco
delgado para su gusto, pero hacía que aquello funcionara bastante bien para que ella
cambiara aquí y ahora.
Él le dedicó una conocedora sonrisa llena de brillantes y blancos dientes y dijo:
—Soy Logan. Mis amigos y yo hemos estado buscándote.
Andra se dio a sí misma una sacudida mental y parpadeó de modo que pudiera
dejar de mirarlo fijamente.
—Ahora mismo no voy a aceptar ningún caso. Tengo las manos llenas con
Sammy.
Él frunció el ceño ligeramente confundido y ondeó una elegante mano.

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—Hablaremos después. Ahora mismo, tenemos que entrar antes de que el resto
de los Synestryn aparezcan.
Justo entonces, Andra miró por encima del hombro de él hacia la oscuridad que
la rodeaba y vio el intenso brillo de los ojos verdes de los demás monstruos que se
acercaban.
—Ya. A dentro.
Andra miró fijamente a través de la puerta del almacén y vio a ambos hombres
rebanando y cortando en pedacitos a los monstruos restantes. Ellos tenían las manos
completamente ocupadas en ese momento y Logan no parecía que fuese demasiado
bueno en la lucha con lo delgado que era. De hecho, parecía que se vendría abajo de un
momento a otro, lo cual reveló sus instintos protectores.
Andra agarró a Logan y lo arrastró a través de la puerta con ella. Recogió la parte
más grande de la puerta que había derribado y la apoyó a través de la entrada abierta.
Gracias a dios que había estado levantando pesas últimamente o nunca habría sido
capaz de levantar la sólida losa de roble.
—Empieza moviendo esos viejos palés al camino para retrasar a esas cosas —le
ordenó ella—. Yo voy a coger a Sammy.
Corrió cruzando el recinto, saltando sobre un enorme agujero en la madera. Sólo
tenían unos pocos segundos antes de que esos nuevos monstruos llegaran y con un
poco de suerte, podrían liberar a Sammy y encontrar la puerta trasera para salir de ese
lugar antes de que las asquerosidades irrumpieran a través de la barricada.
Alcanzó a Sammy, pero él estaba en silencio y mirando fijamente al vacío, lo cual
no era una buena señal. Sus ojos estaban desmesuradamente abiertos por el shock y el
temor, y se encogió alejándose de ella cuando se le acercó. Las lágrimas inundaban sus
ojos, y eran tan abundantes que mojaban el cuello de la camiseta de su pijama.
Andra estaba perdiendo preciosos segundos, pero no podía pensar en añadir
combustible a su miedo. Encontró en algún lugar una sonrisa y se obligó a mantenerla.
—Está bien, Sammy. Me enviaron tu mamá y tu papá. Estoy aquí para llevarte a
casa.
Tan suavemente como pudo, quitó la sucia mordaza de su boca y cortó las
cuerdas que lo ataban. Sólo le llevó unos segundos, pero para cuando terminó, el rubio
de la espada estaba a pocos metros de ella, cubriéndole las espaldas.
El monstruo al que había disparado y apenas dañado estaba ahora tendido en
varios trozos esparcidos a lo largo del suelo del almacén. Él lo había hecho por ella, y a
juzgar por la sangre negra que se escapaba del resto de los monstruos, lo había hecho
más que bien.
—¿Estás herida? —le preguntó.
—No, pero Sammy no parece estar bien.

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El hombre asintió una vez, como si entendiera exactamente lo que quería decir.
Entonces de nuevo, pareció preparado para luchar con algo como eso. Quizás sabía lo
que estaba pasando aquí.
—Soy Paul. Voy a sacaros a ti y al niño de aquí con vida.
Eso no sonaba a un vano alarde. Sus palabras eran sólidas y pesadas, con
confianza.
—Así que, ¿has hecho esto anteriormente, Paul? —le preguntó en un tono casual.
Él se volvió y le guiñó el ojo.
—Una o dos veces. Permaneced detrás de mí. Su sangre es corrosiva.
—Voy a coger a Sammy y buscar una puerta trasera.
—No. Te quedarás donde yo pueda verte. Puede haber más ocultos en el edificio.
Andra pensó en discutir y se dio cuenta que él podía estar en lo cierto. No estaba
dispuesta a arriesgarse, especialmente desde que Sammy estaba con ella.
El primer monstruo golpeó la barricada. La puerta rota y los destrozados palés
cedieron fácilmente.
Paul se movió hacia la barricada. El hombre de la mirada furiosa avanzó hasta
quedar al lado de Paul, enfrentando la amenaza. Ambos levantaron sus espadas como
si supieran cómo usarlas. De hecho, había pruebas de eso desperdigadas por todo el
suelo del almacén.
El guapo Logan se movió hacia la parte de atrás del almacén cerca de Andra.
—Voy a ir a localizar otra salida. Paul y Madoc se las han arreglado antes con
cosas peores, pero mantente en guardia.
—¿No oíste lo que dijo Paul? Puede haber más ocultándose por ahí.
—Si los hay, seré capaz de olerlos cuando vengan. No te preocupes. No soy uno
que arriesga la vida innecesariamente —le sonrió de nuevo, sólo que esa vez estuvo
bastante segura de que había visto colmillos.
Adorable.
Andra levantó a Sammy y retrocedió hasta que estuvieron contra la pared más
alejada. Quienes fueran estos hombres, no eran normales. Hasta que descubriera más,
no iba a dejar que ninguno de ellos consiguiera acercarse a Sammy.
Dejó escapar un suave y desesperado gemido. Andra bajó la mirada y él estaba
contemplándola con ojos que no veían. Había visto esa exacta mirada en una noche
como esta, y cada semana desde entonces, en los últimos ocho años.
Había llegado demasiado tarde. Incluso si salía con vida de esta, Sammy estaría
perdido para siempre.
Los monstruos se estrellaron contra la barricada, dos más de esas cosas lobo-
chimpancé y dos enormes monstruos como escarabajos que los mantenían como

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mascotas. Eran fácilmente de uno ochenta y tres de alto y caminaban erguidos sobre
cortas y espinosas patas. Sus diminutas cabezas contenían cuatro ojos negros como
abalorios que se centraron justo sobre Sammy.
Uno de ellos dejó escapar un siseo metálico que sonó igual que la palabra de un
niño, entonces señaló hacia Sammy y Andra. El otro asintió, soltó la correa que lo
sostenía y desplegó un par de amplias alas. Saltó hacia el aire y aterrizó colgándose de
las vigas que soportaban el almacén.
Los peludos monstruos cargaron contra el par de hombres mientras la segunda
cosa escarabajo se mantenía atrás.
Andra resguardó a Sammy tras ella y apuntó con la escopeta a la cosa con
aspecto de escarabajo de la viga. Disparó y el tiro arrancó un enorme pedazo donde
había estado el monstruo. Desafortunadamente, este había saltado, evitando el disparo.
Examinó el techo mientras volvía a recargar, buscándolo, pero no estaba en ninguna
parte a la vista. Oyó un zumbido tras ella y se giró para encontrar a la cosa escarabajo
volando directamente hacia ella y el muchacho.
No tendría tiempo para acabar de recargar y poder disparar de nuevo. Agarró la
culata de la escopeta y la niveló por delante de la cara para mantener esas triturantes
mandíbulas del insecto a distancia.
Este se precipitó sobre ella. Oyó como algo se quebraba y el dolor se extendió por
el brazo. Gritó en consecuencia, incapaz de contener el grito de agonía. El arma chocó
ruidosamente contra el suelo y Andra intentó arrastrar las manos para agarrar el cuello
del escarabajo, pero el brazo izquierdo no respondió. Colgaba inútil al costado, con un
profundo dolor ardiendo hasta el hueso que hizo que el estómago le diera un vuelco.
Se las arregló para poner una mano contra el pecho del escarabajo, pero era
fuerte. La empujó con facilidad, haciendo que las botas se deslizaran por el suelo de
madera. Sammy fue empujado hacia atrás con ella, su pequeño cuerpo desmadejado y
rodando justo detrás de ella.
Andra echó un rápido vistazo sobre el hombro y vio que se estaban precipitando
hacia uno de los enormes agujeros en el suelo. Sammy caería primero si no hacía algo.
Desafortunadamente, nada le vino a la mente.
Un rugido de ultraje llegó desde algún lugar de la sala, pero no podía imaginarse
de dónde había salido o lo que significaba. Todo lo que podía hacer era quedarse en pie
e intentar reducir la marcha de la cosa.
Por el rabillo del ojo, vio un brillo metálico destellando más allá de donde estaba
ella. La cabeza de esa cosa parecida a un escarabajo pasó volando y su cuerpo comenzó
a caer hacia delante.
Cada latido de corazón hacía que le palpitara el brazo, pero lo ignoró y puso
hasta el último gramo de su fuerza en empujar al escarabajo a un lado. Este cayó y
golpeó el suelo con un seco traqueteo.
—¿Estás bien? —preguntó Paul.

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Su espada estaba cubierta de limo y la cabeza del escarabajo rodaba cerca de sus
pies. Ella hizo un rápido examen del almacén y sólo vio cadáveres. Todos los
monstruos estaban muertos, gracias a estos hombres. Nunca habría sobrevivido esta
noche sin ellos.
Andra asintió.
—Tengo el brazo roto, pero viviré.
Ahora, si sólo pudiera mantenerse de pie y no derrumbarse ante sus pies, sería
fantástico.
Muy profesional.
Ella se centró en Paul en un esfuerzo por no pensar en el dolor. Su pelo tenía el
aspecto de estar siempre despeinado. Era varios centímetros más alto que Andra, lo
cual no era pequeña hazaña, ya que medía metro ochenta descalza. Podía incluso decir
que bajo la ropa, él era todo músculo, pero no tan abultados como para que
obstaculizaran sus movimientos. Había visto su destreza de primera mano y tenía que
admirar a cualquier persona que pudiera moverse tan rápido, tan fluidamente,
mientras que se veía como si no hubiese hecho más esfuerzo que el de bajar por la calle.
Pero más que eso, era su rostro el que la mantenía interesada. No tenía la
hermosura de modelo de Logan. Ni siquiera estaba segura de llamarle guapo, pero
había algo en su rostro que la intrigaba, que la atraía. Líneas de cansancio enmarcaban
su boca como si hubiese pasado un infierno, pero su postura era fuerte y constante.
Podía ser que hubiera sufrido, pero no lo habían derrotado.
Andra no tenía nada sino respeto por un hombre como él, lo cual era absurdo,
porque no sabía nada sobre él. La noción de que podía leerle mirando su cara era sólo
una completa estupidez. Entonces, de nuevo, la estupidez era el tema de la noche.
Quien quiera que fuera, la había salvado la vida esta noche, y estaba agradecida
por ello.
—Gracias —le dijo.
Paul se estiró hacia ella como si fuera a tocarle el rostro.
—Es un placer.
—No lo hagas —gritó Logan—. Aquí no. Es demasiado peligroso. Sabes lo que le
sucedió a Drake cuando tocó a Helen.
La mano de Paul se cerró en un puño y la dejó caer al costado.
Quizás hubiese sido su imaginación, pero cuanto más cerca había estado su mano
de ella, menos le había dolido el brazo. Ahora que la había retirado, el dolor destelló
por su extremidad otra vez y cerró las rodillas para permanecer en pie.
—Está mal, ¿no es cierto?
—No es agradable —admitió ella.
—Yo puedo ayudarte —ofreció Logan—. Reparar tu brazo y eliminar el dolor.

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—Toca su sangre y eres hombre muerto —dijo Paul, la voz áspera con la
amenaza.
Andra se miró el brazo, aterrada de que quizás estuviera sangrando. Los
monstruos parecían ser capaces de olerla la sangre y algunas veces les conducía a ella.
—¿Qué sangre?
—No era eso a lo que se refería él —dijo Logan—. Simplemente está siendo un
poco posesivo.
—Drake nos advirtió a todos de lo que le habías hecho a Helen. A ella no se lo
harás.
Andra no tenía idea de qué estaban hablando, pero ahora mismo, realmente, le
importaba una mierda. Quería sacar a Sammy de allí y conseguir que le arreglaran el
brazo de modo que dejara de ponerla enferma con cada latido de corazón.
—Realmente aprecio lo que habéis hecho todos aquí esta noche, y odio pediros
más ayuda, pero no hay forma de que pueda conducir. ¿Puede alguno de vosotros,
tíos, llevarnos en mi coche al hospital y dejarnos allí?
—Un hospital no ayudará al chico —dijo Logan—. Pero yo puedo.
Andra no confiaba en él. Nada en esa hermosa cara era humano. Por lo que sabía,
podría ser uno de ellos.
Ella pasó frente a Sammy y midió a Logan con la mirada.
—Mantente alejado de él. Es mi responsabilidad y tú no vas a tocarle.
—Tiene buenos instintos. Tengo que concederle eso —dijo el hombre de mirada
enfadada.
La voz de Logan bajó a un tono de advertencia.
—Mantente fuera de esto, Madoc. Esto no te concierne.
—Tampoco te concierne a ti, de hecho —dijo Paul—. Tu trabajo era ayudarme a
encontrarla. Y ya lo has hecho.
—Tenemos un trato —dijo Logan.
—Y lo mantendré hasta al final.
—Lo sé. Pero ¿y si ella no es la tuya? Todavía no la has tocado.
A Andra le dolía demasiado como para seguir su conversación. Sabía que estaba
en el centro de ello, pero no tenía idea del porqué. Y francamente, ahora mismo no
podía permitirse el que le importara.
—¿Podemos, por favor, llevar a Sammy al hospital?
Logan la miró como si fuera a decir algo, pero Paul habló antes de lo que quiera
que fuera a decir.

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—Absolutamente —se arrodilló frente al chico, pero todavía la miraba—. ¿Cuál
es tu nombre?
—Andra.
—¿Andra qué? —exigió el hombre llamado Madoc.
Tenía unas facciones tan firmes que se agrietarían si intentaba sonreír.
Una ola de dolor rugió sobre ella y tuvo que apretar los dientes para permanecer
en pie. Ya, podía sentir la piel debajo del hombro empezando a hincharse.
—Madison —graznó ella—. Y sólo para que quede claro, no os molestéis en
preguntar por mi número de teléfono. No salgo con tíos que llevan espadas.
Lo cierto era, que por lo general, no salía. Nunca tenía tiempo, no con el reciente
incremento en las desapariciones de niños que había a través del medio oeste. Tenía
suerte si encontraba tiempo para dormir y comer. Más niños desaparecían cada mes y
necesitaba estar disponible para encontrarlos.
No era que sus esfuerzos le hubiesen hecho ningún bien a Sammy. El pobre
chiquillo estaba ahora perdido, encerrado dentro del terror de lo que había visto esa
noche. Al menos podría decirles a sus padres en qué instalaciones estaría mejor
cuidado. Las había investigado todas.
—Logan —dijo Paul—. Cúrale el brazo.
—¿Eres médico? —preguntó Andra.
—No exactamente —dijo Logan.
—Entonces no vas a tocarme. Todo lo que necesito es largarme de aquí y nos
arreglaremos a nuestro modo.
—Puedo reparar el hueso —dijo Logan—. Es fácil hacerlo después de haberse
roto tan pronto.
Tan extrañas como eran esas noticias, tan recelosa como estaba de aceptar más
ayuda de esos extraños en absoluto humanos, Andra estaba tentada de aceptar su
oferta. El estar escayolada durante seis semanas no sonaba en absoluto divertido. A
parte que el tiempo que estuviera sin trabajar no iba a ser bueno de todos modos para
todos los niños desaparecidos.
—¿Cómo?
—Simplemente alcanzaría tu interior con mi mente y volvería a juntar los trozos.
Andra se quedó por un momento en atónito silencio. Sonaba serio, un hecho que
la acojonaba aún más.
—Claro. Creo que estoy lista para irnos ya.
—No dejaría que te tocara si no fuera seguro —le dijo Paul.
Ella respiró demasiado profundamente y otro agudo dolor la atravesó el brazo.

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—No sé quién o qué sois todos vosotros, pero no estoy segura de querer saber
más. En lo que a mí concierne, este planeta ya está bastante jodido como está.
—Todavía no está lista para aceptarnos, Paul —dijo Logan—. Dale algo de
tiempo. Una vez que el dolor sea demasiado, cederá.
No particularmente, pero entonces de nuevo, ellos no la conocían tan bien, así
que podía perdonar su ignorancia.
—Si cambias de opinión —dijo Paul—. Házmelo saber.
—No lo haré. Sólo pon a Sammy en mi coche, por favor.
Paul bajó la mirada hacia el niño con tal compasión que hizo que le doliera el
pecho. Claramente, no sabía que era demasiado tarde. Que ella había llegado
demasiado tarde. Había fallado. Otra vez. Ese fallo la atravesó, doliendo incluso más
de lo que podía dolerle el hueso roto.
Quizás era hora de colgar su escopeta. Dejar de usar sus habilidades para
encontrar a los niños perdidos por su bien esta vez. Intentaba permanecer al margen,
pero en ocasiones como esta, era difícil. Estaba desesperada por salvarlos a todos.
—Hey, pequeño —dijo Paul en una profunda y calmante voz. Una ancha mano
llena de cicatrices recorrió los miembros del niño como si buscase heridas. En la mano
izquierda del hombre estaba un extraño anillo, una simple banda que pulsaba con
color, girando en una iriscente mezcla de pequeños arco iris. Andra tenía dificultad
para apartar la vista de él—. Soy Paul, y quiero que sepas que ahora estás a salvo.
Nada va a hacerte daño. No mientras yo esté alrededor.
E incluso tan cínica como era Andra, incluso sabiendo las cosas que sabía acerca
de cuántos monstruos vagaban en la noche, creía que Paul estaba diciendo la verdad.
Eso sólo era más increíble que el hecho de que los monstruos existían realmente.
Logan olfateó profundamente.
—Tenemos que darnos prisa con el niño. Se está alejando rápidamente —se
volvió y miró a Madoc—. Deberías hacerlo tú.
—De ninguna jodida manera, sanguijuela. No jodo con las mentes de los críos.
Son demasiado fáciles de quebrar.
—¿Quebrar? —Preguntó Andra, deslizando el cuerpo entre Madoc y Sammy—.
Eso no suena muy bien.
—No es eso —dijo Paul, entonces volvió su atención hacia Logan—. Si Madoc no
lo hace, yo me ocuparé del niño.
—Tú estás demasiado débil —dijo Logan—. Tomé demasiada sangre de ti
anteriormente. Tiene que hacerlo Madoc.
Madoc sacudió la cabeza.
—Yo no tengo esa clase de delicadeza y tú lo sabes. Si quieres que mate alguna
cosa, soy tu hombre, pero no voy a remendar a la gente. Ese es tu trabajo.

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Logan observó fijamente a Madoc con una mirada brillante.
—¿Estás ofreciendo suministrar el poder que necesito para curar la mente del
niño?
La cara de Madoc se torció en disgusto y desnudó los dientes.
—No vas a tocar mi sangre. Jamás.
Andra miraba de uno a otro hombre, intentando adivinar qué estaba pasando. Si
ella hubiese sido capaz de conducir quizás hubiese intentado volar de allí con Sammy
mientras discutían. Pero ni siquiera podía levantar al niño, mucho menos conducir, y si
lo intentaba, las oportunidades que tenían eran más de conseguir matar a Sammy que
llevarlo a casa con sus padres.
—¿De verdad puedes ayudar a Sammy? —le preguntó a Logan—. Si todo lo que
necesitas es sangre, te daré algo de la mía.
—¡No! —gritaron Paul y Madoc al mismo tiempo.
Logan la taladró con una mirada que la hizo sentirse atrapada. Como un ciervo
bajo la luz, condenado y atrapándose aún más en su prisa por soltarse.
—Tan tentadora como es esa oferta, temo que estos hombres me harían pedazos
si despeino un solo cabello de tu cabeza. Quizás en otro momento.
Ella no estaba segura de dejar que esos dos individuos musculosos se colocaran
en medio del futuro de Sammy. No mientras tenía una escopeta tendida a algunos
metros de distancia. Midió la distancia tentativamente hasta ésta. No estaba segura de
cómo iba a recargarla con sólo un brazo bueno, pero se las arreglaría de alguna forma.
—Quiero que ayudes a Sammy —dijo ella—. Cueste lo que cueste.
Si había esperanza para él, quizás la hubiese para Nika.
Andra aplastó ese pensamiento antes de que floreciera. No había lugar en su vida
para falsas esperanzas. Sabía lo tristes que eran realmente las cosas y era mejor que
fuera realista, como siempre lo había sido.
—No te atrevas a tocar su sangre —gruñó Paul en un tono que hizo que el vello
del cuello se la pusiera de punta—. Yo ayudaré al muchacho.
—¿Estás seguro? —preguntó Logan—. Tomé mucho de ti esta noche de modo
que pudiera encontrarla.
Los ojos de Paul se centraron en Andra tan brevemente que no estaba segura de
si había sucedido.
—Valió la pena. Estoy seguro que estoy lo bastante fuerte para esto.
—¿Y si no lo estás? —preguntó Madoc.
Paul se llevó la mano al pecho como si le doliera, entonces le tendió a Madoc su
espada.
—Entonces ya sabes qué hacer.

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CAPÍTULO 2

Paul llevó a Sammy fuera, a la noche, y encontró un pedazo de tierra rica que
ayudaría en la curación del muchacho.
Andra y Logan salieron tras él, mientras Madoc vigilaba la zona, asegurándose
de saber si llegaba compañía.
Paul no quería nada más que tocar a Andra y averiguar si era la mujer que había
estado buscando durante décadas. La única cosa que le retenía era la seguridad de ella,
al igual que la de Sammy. No debía hacer nada para estropear ese momento. Era su
última oportunidad. Si la tocaba, y pasaba por el mismo dolor incapacitante que Drake

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había sufrido con Helen, no habría forma de que fuera capaz de protegerlos si venían
mas Synestryn.
Y vendrían, sólo era cuestión de tiempo antes de que ocurriera y, con suerte, no
estarían todavía aquí.
Tan pronto como la mente de Sammy estuviera limpia, mas rápido podría Paul
ayudar a Logan a fijarle el brazo a ella. Sabía que tenía que estar dolorida. Todo el color
había abandonado su cara y se sostenía en un ángulo raro. La manga de cuero de su
chaqueta ya estaba estirada apretadamente sobre su brazo roto.
—Será mejor que te quites esa chaqueta antes de que no puedas —le dijo—. La
hinchazón está empeorando.
Ella dio un suave tirón, hizo una mueca y preguntó:
—¿Alguno de vosotros, chicos, tiene un cuchillo?
—Permíteme —dijo Logan.
Una garra afilada se extendió desde la punta de su dedo, remplazando la uña de
manicura.
Andra se estremeció ante la vista, y bufó de dolor cuando el movimiento sacudió
el hueso roto.
—¡Mierda sagrada! ¿Qué demonios eres tú?
—Quédate quieta. No te haré daño.
—Será mejor que no —dijo Paul mientras resistía la tentación de ir hasta ella y
tranquilizarla.
Mantener la distancia era la más irritante forma de tortura posible. Hacía unos
instantes, otra hoja se había caído de su marca de vida, dejando sólo una, y todavía no
estaba seguro de si ella era la mujer que podía salvarle.
Le habían dado dos oportunidades antes. Incluso desear una tercera parecía
algún tipo de sacrilegio. Lástima que no le impidiera desearlo de todos modos.
Andra se había despojado de su destrozada chaqueta de cuero con un poco de
ayuda de Logan. Aunque su brazo izquierdo estaba hinchado y deformado, el resto de
ella era todo elegante músculo y fuertes líneas femeninas. La camisa ceñida mostraba
pequeños pechos perfectos y abdomen musculoso. Se preguntó cuánto tiempo y
esfuerzo le había costado un cuerpo como ese y si había o no un hombre en su vida que
la apreciara debidamente.
Él ciertamente lo haría, si le daban la oportunidad.
Paul apartó la mirada de ella y se enfocó en Sammy. Los ojos del chico estaban
abiertos, sin pestañear. La baba se filtraba de la comisura de su boca y Paul la secó
suavemente con el dobladillo de la camisa.
—Voy a ayudarte a dormir ahora, Sammy. Pero te prometo que no tendrás malos
sueños. Los voy a alejar todos, ¿de acuerdo?

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Paul no esperaba una respuesta, el niño estaba demasiado ido. Cerró los ojos del
muchacho y dejó la mano ahí para mantenerlos cerrados. Se enfocó en la tierra bajo él,
cálida, aparentemente muerta después de largas semanas de sequía. Sintió la tierra y
las rocas de abajo, sintió las raíces de los árboles cercanos buscando alimento y las
pequeñas semillas ocultas esperando la lluvia para despertar a la vida. La tierra bajo él
estaba tranquila, paciente, aceptando lo que viniera. Había poder en la aceptación y
Paul extrajo algo de ese poder para sí mismo.
Instantáneamente, el dolor con el que vivía a diario se incrementó, cayendo sobre
él, moliéndole los huesos, y tuvo que apretar los dientes contra ello para no gritar. El
corazón le latía con fuerza y le palpitaba la cabeza hasta que estuvo ciego por la pura
fuerza de la presión de tanto poder. El cuerpo ya tenía demasiada energía, pero era
energía que no podía usar, sólo almacenarla para emplearla en alguien más. Tal vez
Andra.
Rezaba para que fuera así. No iba a vivir el tiempo suficiente para otra búsqueda.
Le había llevado dos semanas encontrarla y no creía que le quedara, incluso, una
semana.
La piel de Paul se tensó y ardió, y parecía que los ojos saldrían volando de la
cabeza si abría los párpados. Podía oírse la respiración áspera, entrando y saliendo
demasiado rápido, como si los pulmones trabajaran contra el dolor.
Logan tenía razón. Estaba excesivamente débil para esto, pero era demasiado
tarde ahora. Había recogido poder suficiente para alcanzar a Sammy y entrar en su
mente. Estaría atrapado en el interior del niño hasta que hubiera hecho lo que había
venido a hacer aquí, llevarse su temor, sus recuerdos.
Las imágenes dentro de Sammy eran un caótico torbellino de dientes y garras,
gruñidos y gritos. El chico apenas tenía seis años, y no tenía manera de darle sentido a
lo que había visto. La mente del muchacho había tomado la información sensorial, la
había mezclado con su terror y creado una serie de imágenes aún más terribles que la
realidad. En algún profundo lugar dentro de la mente de Sammy, sintió al pequeño
niño huyendo de miedo, gimiendo, gritando “No, no, no”.
Paul sintió que el cuerpo físico se le debilitaba por la tensión de la conexión con
el chico. No era muy bueno con esto, pero conocía lo suficiente para saber que si moría
mientras estaba en la mente del niño, mataría a Sammy también.
Espoleado por ese pensamiento, Paul se abrió paso a través de esas pesadillas
hasta que encontró el refugio mental del niño. Era una caja de cartón con ventanas
torcidas dibujadas con lápices de colores brillantes. Un lado de la caja había sido
cortado para hacer una puerta lo suficientemente grande para que Sammy pudiera
arrastrarse a través de ella.
Paul se agachó y se asomó por la puerta de cartón.
—Vas a estar bien ahora. Quédate aquí hasta que me oigas decir tu nombre, y
cuando salgas, todos los monstruos se habrán ido.

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El chico se encogió en una esquina de la caja con las manos cubriéndose los oídos
y los ojos cerrados, pero de alguna manera, Paul sintió que había sido oído.
Se levantó y se enfrentó a todas las imágenes que Sammy había creado, cada una
lo suficientemente horrible como para conducir al chico a la locura. Todas tenían que
irse. Paul capturó al primer monstruo con la mirada, muy parecido a un sgath, pero
con largos dientes y dos cabezas que parecían de lobo. Normalmente, no le habría
asustado, porque sabía que no era real. Pero Sammy pensaba que era real y por eso,
aquello tenía poder.
Paul se permitió asustarse, imaginarse lo qué debía ser para Sammy, tan pequeño
e indefenso. Se imaginó cómo se sentiría al ser arrancado de la seguridad de su hogar y
sus padres y ser arrojado a una pesadilla viviente. Sintió el temor creciendo en su
interior hasta que le temblaron las manos y la mandíbula le dolió de luchar contra la
necesidad de temblar. Aceptó el horror de Sammy como propio, absorbiéndolo hasta
que lo tomó todo en su interior, entonces, lo metió sin piedad en la tolerante tierra.
Enterrándolo profundamente, donde no podía herir a nadie.
Lentamente, el monstruo desapareció.
Paul estaba sintiéndose débil y mareado, apenas capaz de permanecer en pie en
el contexto etéreo de la mente del niño. Ya no podía moverse, así que absorbió más
poder -más dolor- y se obligó a dar un solo paso más hacia la siguiente pesadilla. Esto
le dejó sudando y temblando e hizo que el estómago se tensara en señal de protesta,
pero no tenía elección. El niño no podía vivir con esas imágenes en la cabeza.

El brazo de Andra estaba rápidamente convirtiéndose en un problema. Cada


aliento movía el esqueleto lo suficiente como para enviar abrasadoras sacudidas de
dolor a través del cuerpo. Y estaba perdiendo la sensibilidad en los dedos, lo que no
podía ser bueno. Pero nada de eso la molestaba realmente. Lo que en realidad le
molestaba era el hecho de que estaban básicamente indefensos. No se fiaba de esos
hombres, no importaba lo útiles que parecieran. ¿Qué pasaba si intentaban apartarla de
Sammy? ¿Cómo los detendría en una lucha de tres contra uno, con un brazo roto y una
escopeta sin munición?
Paul estaba profundamente concentrado y Madoc estaba vigilando en la
oscuridad. Logan y sus monstruosamente afiladas uñas se cernía cerca. Acechando en
las sombras. Había algo inquietante en su quietud, tal vez su belleza antinatural.
—No vamos a hacerte daño —dijo él como si le leyera los pensamientos.
Entonces, otra vez, ella se quedó mirando su escopeta tirada a unos metros de
distancia, así que tal vez, en lugar de ser psíquico, simplemente no era idiota.
—Perdóname si no estoy toda contenta y confiada —respondió.
—Te estás sintiendo impotente, sin duda. Puedo arreglar tu brazo si quieres.

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—¿Cómo vas a hacer eso?
—Magia. ¿Quieres verlo?
—No particularmente. He visto suficientes rarezas por una noche, gracias.
Logan se encogió de hombros.
—Haz lo que quieras. La oferta es… —olió el aire y a ella realmente le pareció ver
a sus ojos emitir un brillo plateado. Se volvió hacia Madoc y dijo—: Tenemos
compañía.
Compañía. Eso no sonaba bien.
—¿Cuánto tiempo? —exigió Madoc.
—Dos minutos. Tal vez tres.
—¿Están llegando más de esos monstruos? —preguntó ella a Logan.
Él asintió.
¡Mierda! No era buena en una lucha como esa.
—¿Cuánto tiempo llevará arreglar mi brazo?
Esta vez, estaba segura, vio sus ojos brillar sólo un poco, un frío resplandor
hambriento que la hizo sentir como una presa.
—Sólo un momento, si estás dispuesta.
—Lo estoy. Hazlo.
—Paul te va a matar si tomas su sangre —dijo Madoc.
—Paul no tiene voz en lo que me pase —dijo Andra—. Ponte con ello.
—Voy a necesitar tu sangre para recuperar mis fuerzas una vez que estemos
fuera de peligro, lejos de aquí.
—Va a haber un montón de ella sobre la hierba si no te das prisa.
Estaba bastante segura que sabía exactamente cómo planeaba tomar su sangre.
La palabra vampiro resonó en su cabeza, poniéndole la carne de gallina. Sin embargo, si
vivía lo suficiente para sangran un poco, estaría bien para ella. Generaría más sangre.
Logan extendió una elegante mano delgada alrededor de la base de su cuello y
cerró los ojos. El calor se filtró por la piel, haciéndola temblar. A medida que el calor
aumentaba, comenzó a preocuparse. La piel de él estaba demasiado caliente. Iba a
quemarla. Tenía que apartarse.
Justo cuando pensó en moverse, sintió el otro brazo de él sujetarla por la cintura,
apretándola contra su cuerpo. Era más fuerte de lo que parecía. Mucho más fuerte. Y se
había equivocado sobre que era simplemente delgado, era prácticamente un esqueleto
bajo la ropa, todo ángulos afilados y huesos irregulares.
—No tengo tiempo ni fuerza para ser amable —le susurró él con la voz tensa—.
Lo siento.

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Andra no estaba segura de lo que quería decir hasta que sintió el hueso del brazo
moverse y el dolor se convirtió en todo su mundo. Se deslizó a través de las venas y la
cubrió de ampollas de dentro a afuera. Un grito brotó de ella contra su voluntad. Un
calor abrasador la quemó desde dentro como si la soldaran los huesos juntos. El
incendio siguió y siguió hasta que se quedó sin aliento para gritar y el sudor le hubo
empapado la ropa.
Finalmente, terminó. Sintió el brazo de él aflojarse, y se apartó. Él se tambaleó
hacia atrás. Tenía los ojos en blanco como si se hubiera desmayado, y ella se apresuró a
agarrarlo antes de que su cabeza golpeara en el cemento.
Su peso muerto era difícil de manejar, pero se las arregló para suavizar su caída
al suelo. El brazo izquierdo le dio una punzada, pero funcionó, y eso era lo que
realmente importaba.
Andra no perdió tiempo en comprobar si estaba bien. No había nada que pudiera
hacer por él ahora excepto mantener a los monstruos apartados hasta que pudieran
estar todos fuera de este infierno.
Fue a buscar su escopeta, recargarla y montar guardia sobre el grupo.
—¿Realmente crees que eso va a ayudar, pequeña? —preguntó Madoc, mirando
su arma.
—Seguro como el infierno que hace daño.
—Las espadas funcionan mejor.
—Tal vez, pero sólo si sabes cómo usar una. Yo me quedo con lo que conozco.
—Por mucho que me encantaría quedarme y luchar, necesitamos irnos de aquí —
dijo Madoc.
—No puedo estar más de acuerdo. ¿Alguna idea?
—¿Puedes conducir?
En la distancia, ella vio un débil par de brillantes ojos verdes.
—Ahora puedo.
—¿Crees que podrás arrastrar a Logan? ¿Meterlo en el coche?
—Si eso es lo que tengo que hacer. Seguro.
—Hazlo. Cargaré a Paul y al chico tan pronto como haya acabado aquí y
estaremos todos saliendo del infierno en Dodge.

Pareció una eternidad, pero una por una, Paul condujo cada pesadilla de
Sammy a la tierra. Ni siquiera el ácido poder del miedo era lo suficientemente fuerte
como para dañar las piedras bajo él.

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Paul se retiró de la mente del niño, jadeando en busca de aire. Se dejó caer de
cansancio, pero unos fuertes brazos lo sujetaron. Estaba demasiado cansado para abrir
los ojos y ver quién estaba allí.
—¿Puedes levantarte? —preguntó Madoc.
Su voz estaba cerca. Era el que evitaba que Paul cayera al suelo.
—Todavía no. Dame un minuto.
Estaba jadeando y su debilidad le rechinaba los nervios. No quería mostrarle el
más mínimo indicio de debilidad a Andra o darle ninguna otra razón para que lo
rechazara. Tenía que ser fuerte y demostrarle que era digno de ella.
—¿Va a estar bien Sammy? —preguntó Andra.
Su voz fluyó sobre él como limpia agua fresca, restaurando alguna de las fuerzas
que sus esfuerzos habían agotado. Quería acercarse a ella y sentir su piel bajo la punta
de los dedos, pero los brazos no le escucharon y se quedaron bloqueados alrededor del
cuerpo de Sammy.
Paul asintió con la cabeza en respuesta a su pregunta, pero incluso ese pequeño
movimiento estaba agotándole. El cuerpo estaba magullado desde el interior, y no
estaba seguro de si estaba lo suficientemente fuerte como para ponerse en pie. Eliminar
las pesadillas de Sam le había hecho mella en el cuerpo, y no sabía cuánto tiempo le
llevaría recuperarse.
—Está durmiendo ahora —jadeó Paul—. Pero se despertará pronto y, cuando lo
haga, necesitará a sus padres con él —sólo el suave tacto de una madre y el protector
abrazo de un padre iban a terminar el proceso de sanación que Paul había comenzado.
—No hay tiempo para conversar —dijo Madoc—. Necesitamos comenzar a
movernos.
Un profundo aullido sgath rompió el silencio previo al amanecer. Estaba cerca, y
Paul no estaba en condiciones de luchar.
—Ayúdame a levantarme y me recuperaré en el coche.
Paul se obligó a abrir los ojos, esperando que se asentara el estómago revuelto.
No creía que vomitando en las botas de Andra fuera a ganar ningún punto.
—Déjame coger a Sammy —dijo Andra. El corto cabello castaño reflejaba la luz
de la lámpara sobre la cabeza. La postura era rígida y los ojos azules mostraban
desconfianza—. No quiero que le dejes caer.
Grandioso. Ahora ella pensaba que no podía ni siquiera cargar con un niño
pequeño. Fantástico. Casi le dijo que nunca haría eso, pero los brazos le temblaban y
estaba lo suficientemente débil como para no arriesgarse. Incluso aunque pareciera un
pelele, al menos el chico estaría a salvo.
Ella tomó el peso inerte del niño en los brazos justo cuando dos sgath más
rompieron a través de una distante línea de árboles.

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—Se acabó el tiempo —dijo Madoc, y tiró de Paul cruzando el aparcamiento al
SUV que había dejado arrancado.
Las piernas de Paul justo habían comenzado a cooperar cuando Madoc lo empujó
por la puerta de atrás. Se deslizó al extremo del asiento, haciendo espacio para que
Andra se uniera a ellos.
No lo hizo. De hecho, ni siquiera estaba detrás de él. Ya estaba en su propio
vehículo -un destartalado Ford que parecía como si hubiera sido el perdedor de una
pelea o dos- encabezando calle abajo y alejándose de los demonios Synestryn que se
aproximaban.
—¡Se está yendo! —gritó Paul.
—Estamos justo detrás de ella. Tranquilo.
Madoc cerró de golpe el SUV en marcha, y los neumáticos chirriaron mientras
corría por la calle tras ella. O al menos, debería haber estado allí, pero no lo estaba.
Paul escudriñó las calles y no vio nada.
—¿Dónde fue?
—¿Cómo voy a saberlo? Hay un montón de calles laterales por aquí.
Probablemente tomó una de ellas.
—Encuéntrala, maldita sea —la desesperación hacía las palabras afiladas y
amenazadoras.
—Tenemos una pareja de sgath a nuestras espaldas, así que tal vez encontrarlos a
ella y al chico no sea lo mejor ahora mismo. Al menos, si los Synestryn nos siguen a
nosotros, no la seguirán a ella.
Paul miró por encima del hombro, y efectivamente, había dos demonios en su
parachoques, manteniendo el ritmo del SUV como si todavía estuviera detenido. De
ninguna manera podían llevar esas cosas tras Andra y Sammy.
—Desvíate. Encontraremos un lugar para eliminarlos y después iremos tras ella.
Logan la encontró una vez. Podrá encontrarla de nuevo.
Paul esperaba que no fuera sólo una expresión de sus deseos.
El Sanguinar estaba desplomado en el asiento delantero, con la cabeza colgando
como una muñeca de trapo cuando Madoc giró a la derecha bruscamente.
—Si recupera la conciencia antes del amanecer, quieres decir.
El SUV aceleró, y los sgath comenzaron a quedarse atrás, incapaces de seguir el
ritmo.
Madoc giró en una curva y llevó al SUV a una parada balanceante. Le disparó a
Paul un gesto a través del espejo retrovisor.
—Hay buenas noticias y malas noticias. ¿Cuáles quieres primero?

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Paul todavía se sentía como el infierno -débil y frágil- pero al menos las piernas
estaban más fuertes. Madoc saltó del vehículo mientras Paul se apeaba de algún modo,
luego, él y Madoc, se quedaron de pie en un campo recién arado.
Los sgath los vieron allí y cargaron.
—Las buenas noticias estarían bien ahora.
—Logan será capaz de encontrar a Andra no importa cuándo, así que no tienes
que preocuparte por eso.
Eso era más que buenas noticias, eran grandiosas noticias. No iba a perderla.
—Entonces, ¿cuáles son las malas noticias?
Paul levantó su espada y se preparó para la carga de los demonios. Madoc hizo
lo mismo.
—Logan puede encontrarla porque le sanó el brazo roto. Ella le debe sangre.
Pagaría la deuda de ella. De ninguna manera iba a dejar a Logan introducirle los
colmillos en su bonito cuello, o en cualquier otro lugar.
—Sobre mi cadáver —dijo Paul.
Madoc se burló una vez más.
—Si te sientes tan mierda como parece, ese puede muy bien ser el caso. Levanta
la jodida espada, hombre.
El sgath más cercano saltó en el aire.
Paul lanzó un corte al demonio, pero tenía los brazos débiles, el objetivo se puso
fuera de alcance, y en lugar de golpear cualquier punto vital, sólo logró amputarle una
pierna. La cosa aterrizó fuertemente, aullando de dolor, y se apresuró torpemente a
levantarse.
Sentía la espada pesada, era la prueba de que no estaba completamente
recuperado de la sanación de la mente de Sammy. Pero pesada o no, había estado
luchando contra esas cosas durante siglos y sabía qué hacer. El cuerpo siguió las
órdenes y fintó a la derecha, engañando al sgath a pensar que había dejado el flanco sin
protección. Sus dientes brillaron en un enfermizo amarillo cuando fueron hacia esa
apertura. Paul cambio el peso en el último segundo y condujo la espada a través del
cráneo del sgath antes de que sus dientes pudieran conectar.
Se retorció allí, todavía aferrado a la vida, arañando hacia él con sus garras
delanteras. Paul retorció la espada y finalmente el sgath quedó inerte.
Paul había matado a la cosa, pero estaba respirando con mucha dificultad y
apenas era capaz de recuperar la espada. Madoc le miró, de pie sobre su propio
asesinato, al que había cortado limpiamente en dos, o no tan limpiamente, teniendo en
cuenta lo que escapaba de la tripa del sgath.
—Te llevó bastante tiempo.
—Podías haberme echado una mano.
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Madoc se encogió de hombros.
—¿Qué tendría eso de divertido?
Paul pasó la espada por la hierba para limpiar la aceitosa sangre negra de ella.
Las manos le temblaban lo suficiente como para cabrearlo. No podía permitirse el lujo
de ser débil ahora mismo, no con Andra por ahí, debiendo una deuda de sangre a uno
de los Sanguinar.
—¿Está ya Logan despierto? —preguntó Paul.
Madoc comprobó el asiento delantero.
—No. Sigue frío.
—Excelente. Ahora ¿cómo vamos a encontrarla?
—Puedes buscar su número de matrícula.
—Podría si lo tuviera.
Madoc recitó el número.
—¿Cómo sabes eso?
—Lo vi cuando arranqué tras ella.
—Así lo hice yo, pero no lo recordaba.
Madoc se encogió de hombros.
—No es gran cosa. Recuerdo números y mierdas así cuando las veo.
Paul dio a Madoc una palmada en el hombro, disfrutando del modo en que el
contacto físico le hacía retorcerse incomodo.
—Eres como una especie de genio, hombre.
—Sí, del tipo que va a sacarte el infierno a golpes si no dejas de hablar de ello y
me quitas las manos de encima.
Paul levantó las manos en señal de rendición, pero no podía ocultar la sonrisa.
—Sólo estoy diciendo que es un truco genial el que tienes ahí, cabeza de huevo.
—Que te jodan.
Paul no conocía a Madoc bien. Solía pasar solo la mayor parte del tiempo,
manteniéndose a distancia del resto de los Theronai. Paul había estado bastante seguro
de que no le iba a gustar el solitario, pero el tiempo le había demostrado que estaba
equivocado. Madoc estaba siendo más aceptable para él. Y era útil como el infierno.
—Voy a llamar a Nicholas para que rastree su matrícula. ¿Te importa quedarte
vigilando?
—Lo que sea.
Paul se sentó en el suelo junto al SUV para dejar que el cuerpo se recuperarse,
sacó el teléfono móvil, y llamó al jefe de seguridad del recinto.

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—Es mejor que sea bueno —fue como Nicholas respondió al teléfono, con la voz
arenosa, como si no la hubiera usado durante días. Tal vez no lo había hecho. Nicholas
era un poco un recluso, eligiendo quedarse en su tecno guarida la mayoría de las veces.
—Yo, uh, he conocido a alguien esta noche. Te necesito para que hagas una
verificación de antecedentes sobre ella.
—¿Qué, te pidió dinero prestado o algo así?
—No ese tipo de antecedentes —dijo Paul—. Ella nos ayudó a salvar a un niño de
algunos Synestryn esta noche. Te necesito para saber si ella golpeó el radar de alguien
más.
—¿Sólo nuestro radar o el de los Sanguinar y los Cazadores también?
Paul miró a Logan. Por lo que podía decir, el Sanguinar estaba todavía
inconsciente. Bien.
—Cualquiera.
—¿Crees que es una Dorjan? —preguntó Nicholas, usando el termino para un
humano que trabajaba para los Synestryn a cambio de dinero o poder.
—No, pero se enfrentó a varios Synestryn armada sólo con una escopeta.
Paul todavía se acordaba de la manera en la que ella se había quedado allí firme,
con los pies separados en una posición de batalla. No estaba seguro de si estaba más
impresionado por su valentía o asustado por su ignorancia. Podía haber sido
asesinada, y si era quien pensaba que era, era demasiado importante para él como para
dejarla asumir ese riesgo nunca más. Su vida era demasiado preciosa como para
arriesgarse.
—No, mierda —Nicholas dejó escapar un impresionado gruñido—.
Probablemente sólo sea una de esos valientes humanos con más coraje que cerebro.
Dijiste que había un niño involucrado. Mucha gente puede hacer cosas asombrosas
cuando hay un niño en juego.
—Tal vez, pero algo me dice que hay más que eso.
No iba a contarle a Nicholas que había negociado con Logan para cazarla, y él
sabía que era pura sangre, por lo menos. La mayoría de los Theronai sospechaban de
los Sanguinar, incluso a pesar de que sus razas estaban actualmente en paz la una con
la otra. Su negocio era vinculante y no era el tipo de cosa con la que reaccionarían bien
los otros hombres en el recinto. Lo ataba al Sanguinar y le ponía en desventaja si la paz
no se mantenía.
—¿Más? ¿Cómo qué? —Preguntó Nicholas—. Nos gustaría saber si es una de los
nuestros. Habría estado usando el anillo de los Gerai. ¿Viste alguno?
—Tal vez olvidó ponérselo, o tal vez se lo están cambiando de tamaño —las
excusas sonaban ridículas incluso para sus propios oídos.

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—O tal vez sólo hizo un infierno de un trabajo de nieve y sea realmente una
Dorjan. Dime que no la dejaste escapar antes de que pudieras preguntarle o al menos
ponerle una marca de sangre.
—Tenía que llevar al chico a un hospital. Madoc tiene su número de matrícula.
No irá muy lejos.
—¿Cuál es su nombre?
—Andra Madison. Matrícula de Nebraska —le dio a Nicholas su número de
matrícula.
Paul oyó una rápida serie de tecleos y esperó que Nicholas obrara su magia.
Tenía acceso a más información -tanto de los humanos como de Centinelas- que
cualquier otro hombre vivo.
Unos pocos segundos más tarde, Nicholas dejó escapar un suave silbido.
—No es difícil de encontrar, eso es seguro. El nombre de la mujer está plasmado
sobre todos los periódicos. Es una buscadora de niños perdidos, una de esas personas
que los padres contratan cuando su hijo se pierde y la policía y el FBI no pueden
ayudar. Al parecer, es bastante buena con eso, también. Tan buena que la policía tiene
una etiqueta con su nombre para mantener un ojo sobre ella. Parece que piensan que
en realidad podría estar detrás de algunos de los secuestros.
—Porque no pueden encontrar a los chicos, pero ella sí puede —adivinó Paul.
—Suena bastante correcto. Aquí dice que sólo toma ciertos casos.
—¿Puedes tener una idea de qué tipo de casos coge? —preguntó Paul.
Unos pocos tecleos rápidos más y un momento de silencio a continuación antes
de que Nicholas dijera:
—Paul, hombre, creo que tenemos un problema.
—¿Qué?
—Has encontrado una cazadora de Synestryn de buena fe. Un humano sin
conexiones o soporte de ninguno de los Centinelas por lo que puedo ver. Lo que
significa…
—Lo que significa que mejor la encuentro rápido o se va a meter en una situación
que podría matarla.
Paul no tenía más tiempo que perder. Se obligó a ponerse de pie.
—No podemos perderla ahora, ¿verdad? —dijo Nicholas. Paul escuchó a alguien
hablando por detrás, entonces Nicholas bajó la voz tanto que Paul apenas pudo oírle—.
No vas a creer quién acaba de entrar.
—¿Quién?
—Espera un segundo. Ella quiere hablar contigo. Voy a escribirte esa dirección.

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Hubo unos sonidos de arañazos y Nicholas le pasó el teléfono a alguien, luego
llegó una voz por la línea. Era alta e infantil pero imbuida en un aire inconfundible de
mando. Sibyl. La única entre su pueblo dotada con la capacidad de ver el futuro.
Cuando ella hablaba, todos escuchaban.
—Theronai —dijo Sibyl—. Debemos hablar.
Paul apenas escondió su asombro. Ella le había hablado dos veces en el pasado
siglo, incluyendo ahora, y ambas veces habían sido en el último mes. Sin duda tanta
atención no podía ser una buena cosa.
—Sí, mi señora.
—La has encontrado —no era una pregunta.
—¿Ella? ¿Quieres decir Andra?
—Andra —dijo ella lentamente, como si de repente reconociera el nombre—. Sí.
Andra. Tráemela.
Paul se debatió entre dejar o no que Sibyl supiera que a pesar de que la había
encontrado, la había perdido de nuevo. Definitivamente la encontraría, pero podría
llevarle un poco. Se cubrió, diciendo:
—No estoy seguro de que quiera venir conmigo.
—Entonces átala. Entrégala inconsciente. Haz lo que debas, pero tráemela.
—¿Puedo preguntar por qué?
—Yo… la necesito.
—¿Para qué? —preguntó Paul.
Por mucho que respetara a Sibyl y su don, no iba a meter a Andra en algo feo.
—Haz lo que te dicen, Theronai —su pura voz de niña resonó con un extraño
tipo de poder que hizo que el pelo de la nuca se le erizara.
—No puedo ahora mismo. No está conmigo.
—¿Dónde está?
—No lo sé.
—Encuéntrala. Tráela. Hoy. Si fallas, las repercusiones serán… lamentables.
Eso no sonaba bien.
—Haré lo que pueda —prometió.
El poder de su promesa se envolvió a su alrededor cuando se ató a su palabra,
haciéndole difícil respirar por un momento.
—Vigila lo que haces. Su presencia es vital. Para ambos.
La línea quedó en silencio y Paul se metió el teléfono en el bolsillo.
—Buenas noticias, a mi entender —dijo Madoc.

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—Más o menos, más o menos. ¿Puedes conducir?
—Siempre. ¿Dónde vamos?
—A encontrar a Andra y llevársela a Sibyl.
—No, mierda. ¿Sibyl?
—Sí.
Madoc sacudió la cabeza.
—Excelente. Si esa muñeca está involucrada, las cosas no puedes ser buenas.

CAPÍTULO 3

Le llevó a Andra más de tres horas reunir a Sammy con sus padres y convencer
a las autoridades que quienquiera que lo hubiera raptado había desaparecido en el
momento que ella le encontró. Les dio la única historia que podía: No tenía ni idea de
quién era el secuestrador y si recordaba algo nuevo, se aseguraría de hacérselo saber.
Odiaba mentirle a la policía, pero era mejor que estar encerrada las setenta y dos
horas que mantenían a los psicópatas. Otra vez. La locura está en la sangre. Gracias a
Dios que nadie sabía sobre Nika.
Le dio a la policía la dirección del almacén, a sabiendas que para el momento en
que ellos llegaran allí, el sol habría hecho un buen trabajo quemando los restos de los
monstruos que había matado. Aparte de las marcas de quemaduras en el suelo, no
habría evidencia de que el chico había sido retenido por unos peludos monstruos con
garras.
Demonios Synestryn. Eso era lo que aquellos hombres les habían llamado.
Normalmente ponerle un nombre a algo lo hacía menos temible, pero no en este
caso. Sólo saber que esas cosas eran tan comunes, que tenían un nombre, era suficiente
para secarle la boca de miedo. No se permitió pensar en ello, porque no importaba lo
cansada que estuviera, algo como eso rondando por la cabeza, le haría imposible
dormir.

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Y ahora mismo, necesitaba dormir más que nada. Su cuerpo estaba a punto de
irse a la huelga. Todo le dolía, sentía la cabeza como si tuviera una máquina de niebla
metida en una de las orejas. Si no podía dormir pronto, las piernas le fallarían y se
negarían a impulsarla más hacia delante. Había estado en ese punto de ni-un-paso-más
antes y no era agradable. Tenía quizá otros pocos minutos antes de que lo alcanzara de
nuevo. En ese punto, donde quiera que estuviera, era donde se quedaría dormida.
Tal vez sus sueños serian agradables a cambio, llenos de masculinos guerreros
empuñadores de espadas y sus amigos vampiros niños bonitos. Ella podría trabajar
con esas imágenes. Y tenía debilidad por un hombre al que le gustaban los niños. Paul
había hecho un gran esfuerzo en salvar a Sammy de una vida de gritar de locura, lo
que quiera que hubiera hecho había funcionado. Sammy era todo sonrisas y abrazos en
el momento que le entregó a los brazos amorosos de su madre. Era como si nada le
hubiera pasado.
Tal vez Paul pudiera de alguna manera ayudar a Nika, también.
Por otra parte, tal vez estaba sólo engañándose a sí misma. Cuando llegaba a este
cansancio, sus instintos no eran fiables, por lo que no se habría sorprendido de saber
que, incluso a pesar de que Paul había parecido un tío decente, era realmente algún
tipo de curandero autoproclamado. Que llevaba una espada. Bonito conjunto.
Andra metió la camioneta en el garaje del complejo de apartamentos, rogando
permanecer despierta el tiempo suficiente para lavarse los dientes antes de
derrumbarse en la cama.
Tiró el bolso sobre el mostrador de la cocina, ignorando el fregadero lleno de
platos sucios y los montones de correo sin abrir. Nada de eso importaba tanto como
subirse al colchón.
—Hola —dijo Paul desde el sofá, haciendo saltar a Andra e inundándola el
sistema con un completo nuevo montón de adrenalina.
Se había quitado los zapatos y estaba recostado allí como si tuviera todo el
derecho de estar en su casa.
—Espero que no te importe que haya entrado. Dejaste la puerta del balcón
abierta.
Andra se detuvo en seco, a pesar de que el nublado cerebro tenía algunos
problemas para entender lo que estaba viendo. Le tomó unos pocos segundos
encontrar la lengua a través de la conmoción.
—Nunca dejo mi puerta abierta —dijo, como si fuera la cosa más importante a
destacar, más que el hecho de que él estuviera dentro de su casa sin permiso—. Y
estamos en el tercer piso.
—¿Cómo más podría haber entrado? —preguntó él, atreviéndose a ofrecerla una
encantadora sonrisilla que provocó que sus ojos marrones brillaran.
Era una pregunta lógica, estaba tan terriblemente cansada que no podía
imaginarse ningún tipo de respuesta inteligente.

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—¿Qué estás haciendo aquí?
—Esperándote —dijo él, como si debiera haberlo sabido.
—¿Cómo me encontraste?
—La matrícula de tu camioneta. Tengo un amigo en el Departamento de
Vehículos a Motor.
—¿Un amigo que está trabajando tan temprano esta mañana? No son las ocho
todavía.
Paul se encogió de hombros.
—Pareces agotada.
—Lo estoy. Mira, el problema es que no tiendo a irme a la cama cuando hay
extraños en mi salón.
Esa encantadora sonrisilla se amplió a una sonrisa.
—No somos extraños. Lo sé todo sobre ti.
Eso sonaba un poco espeluznante, haciéndola desear no haber dejado su escopeta
en la camioneta.
—Escucha. No sé cómo has entrado y realmente no me importa ahora mismo.
Todo lo que quiero es que te vayas para que pueda dormir un poco.
No podía ni siquiera recordar que día era. Eso era una mala señal.
Paul se levantó y se puso de pie delante de ella. Era unos cinco centímetros más
alto que ella en botas y desde esa distancia podía ver cálidas astillas de fuego dorado
en sus ojos marrones. No se había afeitado la barba en ese día, otorgándole a su
mandíbula sombras adicionales que acentuaban los ángulos de su rostro. Una pequeña
cicatriz sobre su ceja izquierda resaltaba contra el bronceado de su piel y si los círculos
bajo sus ojos eran un indicio, estaba tan cansado como ella.
—No puedo irme sin ti. Lo siento.
—No voy a ninguna parte —dijo.
—Bueno, entonces ¿podemos simplemente sentarnos y hablar durante un par de
minutos?
Algo acerca en el modo en que habló le dijo a ella que no estaba ni siquiera cerca
de lo que quería decir realmente.
—Sea lo que sea, podemos hablar de ello en unas pocas horas. Me reuniré contigo
en la cafetería de la esquina a las seis, ¿de acuerdo?
Él apretó la boca.
—Esto no puede esperar.
—Va a tener que hacerlo.
Se volvió y le abrió la puerta, esperado que cogiera la indirecta y saliera.

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—Lo siento. Tengo que saber.
Paul puso una mano sobre el hombro de ella y la detuvo en seco. Su palma era
cálida, incluso a través del tejido de la camisa. La cabeza de ella giró por un momento,
su toque le trajo una extraña sensación de déjà vu. ¿Tal vez lo había conocido antes en
alguna parte? No creía eso, teniendo en cuenta el hecho de que estaba bastante segura
que se acordaría de un hombre como él, una alarmante mezcla de atractivo masculino
y la confianza en su competencia para respaldarla. Por no hablar de la parte en que él
llevaba una espada.
Se volvió a mirarlo, esperando que eso la ayudara a recordar quién era. Él estaba
mirando hacia su mano con una extraña mezcla de esperanza y confusión destellando
en sus ojos marrones. Después de un segundo, se aclaró la garganta.
—¿Sentiste algo?
Oh, sí, pero iba a jugar a hacerse la interesante. Esas cosas eran todas demasiado
extrañas para ella.
—¿Cómo qué?
Se encogió de hombros, distrayéndola durante un segundo con la impresionante
anchura de sus hombros.
—No estoy seguro. Tal vez sólo funciona si toco piel desnuda.
Andra había oído hablar de muchas formas diseñadas para tenerla desnuda
antes, pero esta era de lejos la más extraña.
—¿Qué sólo funciona si tocas la piel desnuda?
Él deslizó su mano hacia abajo por el brazo hasta que justo las puntas de sus
dedos contactaron con la piel bajo la manga. El calor se filtró a su interior, junto con
algo más. Algo extraño, como una descarga de electricidad estática, pero una que no le
hizo daño. De hecho, se sentía muy bien y se sentía mejor a cada segundo.
Una fuerza rugió a través del sistema de ella, haciendo que su necesidad de
dormir se desvaneciera. Su cuerpo cobró vida, volando con un torrente embriagador de
placer que la hizo estar segura de que podía flotar. Su cansancio se disipó, dejando tras
de sí una débil energía zumbante a su estela.
Miró a Paul, conmocionada por lo que estaba haciendo con ella, pero el
movimiento súbito la hizo marearse y perder el equilibrio e instintivamente se agarró a
él para no caer.
La atrajo hacia sí, ella fue sin luchar, incapaz de hacer nada más en medio del
vértigo.
—Tranquila, ahora —dijo él en voz baja—. Te tengo.
Cuando las palabras se deslizaron a su interior, el suelo del mundo de Andra se
detuvo. Tenía la nariz presionada contra su garganta y ella podía oler el calor de su
piel, ver los latidos de su pulso a lo largo de la gruesa columna de su cuello. Una
pálida banda luminosa brilló a sólo unos centímetros de los ojos, tuvo el irresistible

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impulso de alcanzarla y quitársela. Ella quería eso. Lo necesitaba. Esa gargantilla era
suya y siempre lo había sido.
Era suyo. Todo él. Desde el fondo de sus amplios pies calzados con botas hasta lo
alto de su despeinado pelo y todos los encantadores lugares duros intermedios.
Ella respiró profundamente, absorbiendo su aroma. Un bajo murmullo de
excitación se arremolinaba en su interior, apartando la áspera fatiga que la había
gobernado sólo momentos antes. Todavía quería irse a la cama, pero no para dormir.
Quería a Paul allí con ella, desnudo y dispuesto para su placer. Iba a tomarse su tiempo
aprendiendo lo que a él le gustaba. Montones y montones de tiempo.
Pero la cama estaba demasiado lejos para que ella esperara. Necesitaba tocarle.
Saborearle. Las manos se dirigieron bajo el dobladillo de su camiseta de punto y se
deslizaron bajo ella. Firme piel cálida tentaba a los dedos para explorarle más, mientras
ella presionaba la boca abierta contra un lado de su cuello.
Ella le oyó hacer incoherentes sonidos de sorpresa, pero no parecía importarle lo
que ella le estaba haciendo. De hecho, él inclinó la cabeza a un lado para darle espacio
y que pudiera deslizar la lengua sobre su salada piel.
—¿Qué infiernos está pasando? —dijo él con la voz áspera.
—Si no lo sabes, voy a tener un infernal buen tiempo para mostrártelo.
Esto era una locura, pero al parecer no podía detenerse, ni le importaba no poder.
Le quitó la camiseta por encima de la cabeza para llegar a más piel, necesitando sentir
más de él bajo las manos. Estaba muy tatuado, luciendo un gran dibujo de algún tipo
de árbol que se extendía desde sus hombros y la parte superior de sus brazos hasta su
cinturón. Se moría por ver sólo lo lejos que llegaba.
Las ramas de su tatuaje estaban muy detalladas, casi desnudas excepto por una
sola hoja solitaria, y estaba casi segura que era algún tipo de metáfora de la vida o
alguna mierda así. No es que le importara. Podía ser tan filosófico como quisiera,
siempre que lo hiciera desnudo.
Ella pasó un dedo a lo largo de una rama, hacia abajo por el tronco del árbol
donde alcanzaba la cintura baja de sus vaqueros. Sus abdominales se tensaron como si
hubieran sido golpeados, marcando sus músculos para disfrute de ella.
Paul se estremeció bajo su toque, pero cuando se movió para abrirle el botón de
la bragueta, él le agarró las manos y las sostuvo en un fuerte apretón.
—Tenemos que parar —le dijo.
Ella le miró a los ojos, los cuales estaban oscurecidos de necesidad, todos esos
dorados destellos se habían ido ahora, devorados por sus pupilas. Sus mejillas estaban
enrojecidas y un sutil sudor había perlado su pelo.
—¿No me deseas? —preguntó.
—Dios, sí. ¿No puedes sentirme temblar?
Podía y eso la hizo sonreír con una sensación de victoria.

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—Mi habitación esta justo detrás de esa puerta.
Paul gimió y cerró los ojos.
—No eres tú, a pesar de que desearía como el infierno que lo fueras.
—¿Qué no soy yo?
—Esta… cosa que estamos sintiendo.
Tenía razón. Normalmente no desnudaría a extraños que habían irrumpido en su
casa. Algo estaba fuera de lugar aquí.
Andra agitó la cabeza, intentando aclararse o darle algún sentido a la maraña de
pensamientos y sentimientos que la pasaban por el cerebro.
Mientras estaba distraída, Paul la soltó y retrocedió. Su postura decía que
pensaba que ella podría golpearle o algo, porque estaba todo tenso como si estuviera
esperando recibir un puñetazo.
No le golpeó, por supuesto, pero la necesidad de tenerle desnudo también estaba
desapareciendo. Todavía estaba caliente, especialmente con todos esos músculos en su
pecho y el abdomen exhibiéndose, pero al menos ahora podía mantener la lengua para
sí misma.
No estaba segura si eso era una mejora o no.
Las manos de Andra estaban temblando, así que se las metió en los bolsillos de
los vaqueros. El cansancio, profundo hasta los huesos, estaba volviendo rápido, como
si nunca se hubiera ido del todo.
—¿Qué infiernos es esto? —le preguntó a él.
—No estoy seguro.
Su tono era duro, sus palabras cortantes.
—¿Te hice daño?
—No.
—¿Por qué lo haces sonar como si eso fuera una mala cosa?
Levantó la mano -la que tenía un anillo iridiscente- y la miró como si su vida
dependiera de ello. Pequeños arco iris atrapados en él bailaban en un vendaval, dando
vueltas alrededor como si estuvieran levantados por algún viento invisible.
—¿Ves el color? —preguntó él.
—Sí, todos. ¿De dónde sacaste eso?
—Es una larga historia. Mira más. ¿Ves algún color más que otro?
Andra miró la banda, le encantaba el fluir de los arco iris sobre la superficie. Era
magnético. Hipnotizante. Bello. Pero no veía ningún color dominante.
—No. No realmente.
—Mierda —gruñó.

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—¿Qué pasa?
—Sólo te confundí con otra persona. Eso es todo. Lo siento.

No dolió cuando Paul dejó de tocar a Andra. Esa era la idea que se mantenía
resonando en el cerebro de Paul, volviéndole loco. Se suponía que iba a doler. Había
necesitado que le doliera.
Había querido que Andra fuera la única para él tan arduamente que había
comenzado a creer que era cierto.
¡Qué tonto era por pensar que merecía otra oportunidad! Drake había encontrado
a Helen primero, así que había fallado allí, nunca había sido capaz de hacer feliz a
Kate, a pesar de que el cielo sabía que lo había intentado todo lo posible. Llevaba
muerta doscientos años y todavía no podía entender por qué ella no pudo amarle, ¿qué
más podía él haberle dado para hacerla feliz?
Paul se negó a detenerse en eso. Incluso si Andra no era su dama, podría ser
capaz de salvar a uno de sus hermanos. Evidentemente era una pura sangre. De hecho,
basándose en la forma en que reaccionó su luceria, posiblemente era una Theronai.
Sólo que no la suya.
Paul se miró el pecho. La última hoja de su marca de vida se balanceaba al son
del tiempo con la brisa veraniega exterior. Parecía un poco más marrón que verde hoy.
Realmente no le quedaba mucho tiempo y todavía tenía un trabajo más que hacer:
llevar a Andra a Dabyr, justo como ordenó Sibyl.
—Tenemos que movernos —le dijo a Andra.
—No voy a ir a ninguna parte hasta que haya tenido sobre diez horas de sueño.
Además, ¿qué te hace pensar que iría a cualquier parte contigo? —preguntó.
Paul no tenía paciencia para esto. Había demasiado en juego aquí. Incluso si no
hubiera estado obligado por su promesa a Sibyl de llevar a Andra a casa, necesitaba
llevarla de vuelta para que pudieran ver si podía ser compatible con alguno de los
otros hombres de allí. Estaban todos muriendo, sólo que no tan rápido como él. Podía
ser capaz de salvar a uno de sus hermanos en armas. Llevarla a Dabyr era la última
cosa que podía hacer por su gente antes de ir a su muerte.
La agarró por los hombros y la apoyó contra la pared. Ella se sentía bien bajo sus
manos, lo cual le enfadaba. ¿Por qué se sentía tan bien si no era suya?
—Nos vamos. Vienes con nosotros. Puedes caminar, o te llevaré. Tú decides.
Para su crédito, no se acobardó o se vino abajo, incluso cuando se enfrentaba a un
hombre armado de su tamaño. Sus ojos azules brillaron ante el desafío y levantó la
punta de su barbilla hasta encontrarse con su mirada.
—¿Crees que puedes empujarme? —preguntó ella.

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—Empujar, tirar, arrastrar. Lo que sea necesario.
—Tengo responsabilidades. Gente que me necesita. No voy a dejarte decidir a
dónde voy. Lo siento por explotar tu burbuja de macho.
Paul se imaginó que tenía un par de opciones. Podía hacer valer las amenazas y
arrastrarla de allí pataleando y gritando, lo que sin duda atraería la atención de los
vecinos, o podría utilizar un poco de delicadeza.
La delicadeza no era su punto fuerte, pero haría lo que fuera para llevársela a
Sibyl y los hombres.
Dejó escapar un suspiro lento y largo, retiró las manos de su cuerpo, esperando
que lo ayudara a mantener la calma.
—¿Qué responsabilidades?
Tal vez podía hacerse cargo de ellas, dejándola libre para volver con él.
—Tengo un trabajo que hacer. Chicos que están siendo secuestrados de sus
hogares todo el tiempo. Necesito estar aquí para encontrarlos.
—He oído hablar de tu talento. Simplemente ¿cómo eres capaz de encontrarlos
cuando nadie más puede? —preguntó.
Ella se apartó de la pared, él notó que su equilibrio estaba un poco inestable. Tal
vez estaba más exhausta de lo que pensaba.
Paul se acercó a ayudarla, pero ella le apartó la mano de un manotazo y se
hundió en el sofá como si ya no tuviera otra opción.
—Soy buena en lo que hago. Eso es por qué me pagan con billetes grandes.
—Realmente dudo de que esa sea la historia completa, pero si es dinero lo que
estas buscando, puedo pagar. Tengo un montón y te daré lo que quieras si vienes
conmigo.
Vio un atisbo de victoria destellar en los ojos de Andra y supo que había
encontrado la palanca correcta para usar con ella. Dinero.
Ella se levantó, revolvió entre algunos papeles que había sobre el mostrador de la
cocina y garabateó algo en un bloc de notas. Arrancó la primera hoja y se la entregó a
él.
—Esto es un número de cuenta donde quiero que envíes el dinero. Pon medio
millón ahí hoy e iré donde quiera que desees. ¿De acuerdo?
Paul tomó el papel, algo en él se marchitó. Se la había imaginado como alguna
gran heroína que hacia todo lo necesario para encontrar a los niños, no importaba
cuánto dinero hiciera. Había pensado que era una de los buenos, como él. Había estado
equivocado. No era más que otra persona intentando hacer dinero con el dolor y el
sufrimiento de los demás.
¿Cómo podría haber estado tan equivocado? Sus instintos eran normalmente
mejores que eso.

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Paul no podía mirarla a los ojos. No podía soportar ver la codicia que sabía que
iba a estar al acecho allí.
—Trato hecho —dijo él, pero no se atrevía a darle la mano.
—Voy a tomar una ducha rápida —dijo—. Si el dinero está cuando salga,
podemos irnos.

Andra estaba a punto de llorar de alivio cuando Paul aceptó sus condiciones. Ya
estaba con el teléfono móvil haciendo la transferencia de fondos en su cuenta cuando
fue a ducharse. No podía creer lo fácil que había sido.
Finalmente, Andra podría estar segura de que Nika siempre iba a tener un lugar
para vivir. Entre el medio millón que Paul le daba y la gran póliza de vida de Andra, si
algo le pasaba a Andra, Nika siempre estaría cuidada. Estaría a salvo.
Andra hizo un rápido trabajo lavándose el sudor del dolor y el temor de la última
noche, se puso el primer par de vaqueros más limpios que pudo encontrar. La colada
se estaba convirtiendo en un problema, uno que tendría que hacer frente cuando
volviera, pero no ahora. Ahora tenía que salir a la carretera con un hombre que apenas
conocía. Un hombre que la había hecho puré con un sólo toque.
Andra iba a tener que ir con mucho cuidado para no dejarle tocarla más.
Fue al salón, presentable pero de ninguna manera glamurosa. El pelo estaba
todavía húmedo y no se había tomado la molestia de tomarse tiempo para maquillarse.
Estaba demasiado malditamente cansada para que le importara cómo se veía.
—Está hecho —dijo Paul en un tono sombrío.
La calidez en sus ojos había desaparecido, lo que le hacía menos humano. Más
mortífero. Le había visto en una pelea y sabía que el hombre era un oponente
formidable, pero ella nunca se había preocupado de estar en el extremo receptor de su
espada.
Hasta ahora.
El dinero había cambiado la forma en que la miraba y no importaba cuanto se
dijera que no le importaba, sabía que era una mentira. Quería gustarle. Que la
respetara. No tenía ni idea de por qué le importaba. Nunca la había tenido antes. Había
cabreado a más que sólo un poco de gente en su determinación por encontrar chicos
desaparecidos, pero con Paul era diferente. Ese ligero desdén elevando su labio cuando
la miraba dolía.
Andra no podía hacer que no le importara lo que él pensaba, así que se negó a
pensar en ello. Tenían un trato. Nika estaría a salvo. Era hora de moverse.
—¿Dónde vamos?
—Missouri.

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Andra casi gimió. Estaba demasiado cansada para conducir tan lejos. Sabía que lo
estaba. Nunca llegaría allí con vida. Por otra parte, si no sobrevivía, Nika recibiría todo
el dinero de su seguro de vida.
Así que decidió poner esa situación bajo el membrete de ganar-ganar.
Algo de sus pensamientos se debió filtrar a su rostro, porque Paul dijo:
—Yo conduzco. No querría que chocaras tu camioneta antes de que hayas
terminado de darme lo que mi dinero vale.
Andra asintió.
—Bien.
—Empaqueta para un par de días, pero sé rápida.
Andra cogió una de las dos bolsas para pasar la noche que tenía empaquetadas y
listas para salir en todo momento en caso de que recibiera una llamada de padres
desesperados.
—Estoy lista.
Creyó ver un destello de respeto cruzar sus duros rasgos, pero no podía estar
segura.
Hubo unos fuertes golpes en la puerta, como si alguien estuviera intentando
tirarla a patadas.
Paul desenvainó una espada de ningún sitio -lo cual era el mejor truco que había
visto- y se llevó un dedo a los labios pidiendo silencio.
—Probablemente sea mi repartidor de periódicos queriendo el pago. ¿Te
apartarías, infiernos?
Dio un paso para mirar por la mirilla, pero Paul la detuvo con un grueso brazo
musculoso.
Sólo le rozó la piel del brazo, pero fue suficiente para que Andra cerrara los
labios para evitar lanzar un gemido de placer. Un hormigueante calor se extendió
desde el punto de contacto e la invadió los miembros, haciéndola sentir pesada y
lánguida. Quería frotarse contra él como un gato, deseaba que no se hubiese vuelto a
poner su camisa mientras estaba en la ducha. Se habría sentido tan bien pasando los
dedos por su espalda y conocer todos los rígidos músculos que yacían bajo su carne.
La piel se la calentó hasta que estuvo segura que estaba roja brillante. Una
dolorosa vacía necesidad le roía, presionó sus muslos juntándolos en un esfuerzo por
aliviar el dolor. No funcionó. Necesitaba que Paul la tendiera y la llenara, deslizándose
en su interior una y otra vez hasta que se alejaran del mundo y nada más que ellos dos
existieran. Sin preocupaciones. Sin miedos. Sin monstruos. Sólo Paul y el tacto de su
piel sobre la de ella.

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Se apartó, dejándola tambaleante, casi balanceándose con la fuerza poderosa de
la necesidad. Se agarró a la pared para apoyarse, pero le hizo poco bien. Terminó
sentada de culo, temblando como si hubiera pasado la última semana vomitando.
A través de la puerta se oyó:
—Soy Madoc. Abrid la jodida puerta.
Vagamente, fue consciente de que Paul estaba dejando pasar al hosco gigante a
su casa. Estaba llevando algo grande y pesado envuelto en una sábana. Unos pies con
botas salían de un extremo.
Sagrada mierda. Había llevado un cadáver a su apartamento.
—Está mal —dijo Madoc.
—¿Cómo de mal? —preguntó Paul.
La preocupación volvía ásperos los bordes de sus palabras.
—Comenzó a tensarse hace un par de minutos. Pensaba que el sol podría
empeorar las cosas, así que lo traje a dentro.
—¿No dejarías que ninguna luz le tocara, verdad? —Preguntó Paul—. No
necesitamos ese tipo de problemas ahora mismo.
Madoc dejó la carga sobre el sofá y empezó a cerrar las cortinas sobre las
ventanas de Andra.
—¿Parezco un jodido idiota? Tuve cuidado, le envolví bien y apretado. No
necesitamos ninguna sonrisa más.
Andra se levantó.
—¿Qué está pasando? ¿Es ese Logan?
Paul ni siquiera le echó una mirada. Estaba demasiado ocupado desenvolviendo
el capullo de sábanas de alrededor del cuerpo de Logan. Cuando terminó, dejó a Logan
sobre el sofá. De alguna manera había perdido más peso y ahora era un esqueleto
envuelto en piel. Su piel estaba pálida, casi azul y estaba completamente inmóvil.
—¿Esta muerto? —preguntó Andra.
—Casi. —Paul le disparó a Madoc una mirada acusadora—. ¿Por qué infiernos
no le alimentaste?
—He pasado siglos sin dejar que una de esas sanguijuelas me tocara. No voy a
empezar ahora.
A ella le pareció oír a Paul murmurar algo como “Hijo de puta egoísta” por lo bajo.
—Te guste o no, todavía lo necesitamos.
—Habla por ti mismo —dijo Madoc—. No necesito una mierda.
El cuerpo de Logan comenzó a agitarse como si estuviera teniendo un ataque.

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Paul apretó la parte superior del cuerpo contra la de Logan para sujetarlo.
Extendió el brazo hacia Andra y señaló con la cabeza su espada yaciendo en el suelo
junto al sofá.
—Córtame la muñeca, luego mantén su boca abierta —le dijo a ella.
Vampiro. Ahí estaba de nuevo, esa palabra tirando de las esquinas asustadas de
su mente. Había visto suficientes cosas para saber que los monstruos eran reales, pero
no le gustaba saber que ese en particular existía. Era demasiado misterioso.
O tal vez fuera el hecho de que uno estaba en su casa lo que la molestaba.
—Vamos, Andra. Corre. Se está muriendo.
Y ella había prometido darle su sangre. Paul ya le había dado mucha. Logan lo
había dicho más temprano. No podía arriesgarse a dejarle que se dañara por algo que
ella había prometido hacer.
—¿Cuánta sangre necesita?
—No lo sé, pero no será suficiente para matarme.
Bueno. Entonces no la mataría, tampoco. Andra tomó su espada justo cuando el
cuerpo de Logan se arqueó del sofá en un ataque particularmente feroz. Antes de que
Paul pudiera detenerla, ella usó su espada para abrirse un corte en la muñeca, abrir los
labios de Logan y sangrar en su boca.
Paul se dio cuenta de lo que ella había hecho y gritó:
—¡Andra, no!
El ataque se detuvo al instante. Los misteriosos ojos plateados de Logan se
abrieron ampliamente y le agarró la muñeca con ambas manos, sosteniéndola el brazo
contra su absorbente boca con un agarre irrompible.
Se imaginaba que sería doloroso, pero no lo era. Ni siquiera había sentido la
espada cortándole el brazo, así era de afilada. Todo lo que podía sentir ahora era un
movimiento suave contra la piel y una especie de ingravidez, como si estuviera siendo
llenada con helio. Era extraño, pero no desagradable.
En la distancia, podía oír a Paul gritando y ver a Madoc apartándole físicamente
de Logan. Pero nada de eso importaba.
Sintió una presencia exterior tocándola la mente como una caricia caliente.
Logan. Quería saber más de ella. Quién era. De donde había venido.
Andra le dejó entrar. Tenerlo en la mente la hacía sentir bien y de todos modos
estaba demasiado débil para luchar contra algo tan fuerte como era. Demasiado
cansada.
Él quería que ella se durmiera. Descansara. Ella quería eso, también.
Durante un momento, le preocupó haber olvidado hacer algo. ¿Apagar el horno?
¿Lavarse los dientes? No podía recordar qué era y de pronto, no parecía importarle
nada más. Fuera lo que fuese, no era importante.

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Andra se dejó ir y se alejó, el cuerpo sin peso flotando hacia el sueño.

Andra quedó inerte y una nauseabunda oleada de pánico se elevó por la


garganta de Paul. Se retorcía contra la sujeción de Madoc, tratando de llegar a ella.
—¿Qué cojones hiciste con ella, chupa sangre?
Logan le lamió la muñeca, no dejando tras de sí ningún rastro de la herida. Ya no
estaba hasta los huesos, tan delgado y pálido. El cuerpo se había llenado y un
saludable brillo impregnaba la piel. En un tono calmado, explicó:
—La pobre niña no había dormido en tres días. Se estaba exigiendo demasiado,
así que la puse a dormir.
Paul logró romper el agarre de Madoc y empujó a Logan lejos de ella. Su cuerpo
cayó al suelo al lado del sofá, sin huesos y lánguido. Revisó su pulso y lo encontró
fuerte y constante.
El alivio le sacó el aliento del cuerpo y bajó la cabeza contra la de ella en
agradecimiento. El aroma de su piel lo calmó, no podía dejar de apartar el cabello de
su cara. Iba a estar bien.
Paul recogió su largo cuerpo en los brazos y la llevó al dormitorio. El lugar era un
desastre, con ropa tirada por todas partes. Las mantas estaban arrugadas, mostrando
signos de donde había dormido la última vez.
Hacía tres días.
Paul debería haber sido más consciente de su fatiga. Tendría que haber insistido
en que descansara. No era como si estuviera ciego a la debilidad de las personas que le
rodeaban. Eso podía matar a un montón de gente en la guerra contra los Synestryn.
—Lo escondió muy bien —dijo Logan desde la puerta, como si estuviera leyendo
sus pensamientos.
Entonces otra vez, su juramento de sangre hacía posible realizar un montón de
cosas para que Paul no se divirtiera.
Paul todavía quería golpear al Sanguinar, pero no quería apartar los ojos de
Andra, no importaba lo bien que le habría sentado tumbar a Logan.
—Debería haberlo sabido, de todos modos. Si hubiera sido mi dama, lo habría
hecho.
La decepción le dejó un sabor amargo en la boca.
Puso a Andra en la cama, le quitó los zapatos y tiró de las mantas alrededor de su
delgado cuerpo. Estaba indefensa ante eso, hacía que sus instintos protectores rugieran
a la vida. Nada iba a acercarse a ella hasta que tuviera tiempo de recuperarse. Sibyl
tendría sólo que esperar.

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—No necesariamente —dijo Logan—. Ha pasado largo tiempo desde que los
Theronai encontraron compañeros. Sabemos tan poco sobre esas mujeres. Las cosas
pueden ser diferentes ahora. Los signos pueden ser diferentes.
Paul fue a la puerta donde estaba Logan, el Sanguinar se apartó. Un hombre
inteligente.
—No estoy de humor para otra decepción, así que perdóname si no compro la
mierda que estás vendiendo. No es mía.
Decir las palabras hizo que el pecho le ardiera.
Logan sólo sonrió.
—Creo que podrías estar equivocado.
—No lo estoy.
Paul se negaba a permitirse sentir incluso la menor agitación de esperanza.
Estaba fuera de tiempo e iba a ser un buen jugador y tomar la derrota como un
hombre. Había tenido más oportunidades que la mayoría.
Paul cerró la puerta de Andra y fue a buscar algo de comida, llevando a Logan
con él para que no pudiera verse tentado a entrar en la habitación de Andra.
Su apartamento era pequeño, con la cocina, el salón y el comedor apiñados uno
encima del otro. El lugar parecía no haber sido limpiado en meses, excepto por el brillo
de un pesado banco de hacer pesas que llenaba lo que debería haber sido el comedor.
El diseño abierto le daba una clara vista de todo el espacio, incluyendo la cocina,
la cual necesitaba una limpieza a fondo.
Madoc le había golpeado a la caza de alimento, ya estaba revolviendo en los
armarios y el frigorífico. Por la escasa oferta en el mostrador -un par de latas de sopa y
una cuestionable carne del almuerzo- no había encontrado mucho.
Logan seguía acechando tras él. Paul vio su espada, todavía manchada con la
sangre de Andra, y la recogió.
—Es casi seguro que es una Theronai —dijo Logan.
—Supuse un poco esa parte.
Paul humedeció una toalla de papel y limpió su espada, después tiró la toalla por
el inodoro, donde el olor de la sangre no podía traer ningún problema. Estaban
bastante seguros durante el día, pero no tomaría ningún riesgo con Andra durmiendo
en la habitación de al lado.
Logan estaba pisándole los talones.
—¿Qué te hace pensar que no es tuya?
—Mi anillo no respondió a ella como debería. No había color.
—Todavía.

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Paul enfundó su arma antes de decidirse a usarla en Logan y se dio la vuelta. Se
quedaron cara a cara, pero había algo diferente en él ahora. Algo que Paul no podía
emplazar. Era como si Logan supiera un secreto que no estaba dispuesto a compartir.
—Para ya y vete al infierno. Estoy sin tiempo, eso es todo.
—¿Quieres ir a buscar el nido esta noche? —preguntó Madoc, completamente
serio—. Iré y seré tu testigo.
Testigo del último acto heroico de Paul. Era una peligrosa oferta por parte de
Madoc, una que podría matarle. Paul podía meterse en un nido de Synestryn, sabiendo
que sería la última cosa que hiciera y si Madoc estaba cerca de la acción, la espada de
Paul sería llevada de vuelta de forma segura al Salón de los Caídos.
A Paul no le iba a gustar usar una espada diferente, pero no podía permitirse el
lujo de dejar que la suya fuera tomada, y no era como si fuera a salir con vida, de todos
modos. El objetivo era eliminar tantos demonios como pudiera antes de que le
derribaran.
—Gracias hombre, voy a aceptar tu oferta, pero tengo que llevar a Andra a Sibyl
primero. Lo he prometido.
Madoc asintió con la cabeza y empezó a manosear a través del frigorífico de
Andra, sin inmutarse por hablar de suicidio.
—Vete a matarte si quieres —dijo Logan— pero te estoy diciendo que estás
equivocado sobre ella.
Paul iba a lamentar preguntarlo, pero lo hizo de todos modos.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Ella sintió algo cuando la tocaste.
Una chispa de esperanza se encendió en su interior, tan frágil y débil que apenas
podía sentirla.
—¿Lo hizo?
—Sí.
—Pero yo no. No hubo dolor. No… nada.
Logan se encogió de hombros.
—He estado intentando decirte que tu experiencia puede ser diferente de la de
Drake. No sabemos incluso cómo existen estas mujeres. No hay manera de que
podamos predecir qué tipo de reacción causaran, no después de tantos años de espera.
—Pero yo creí que todos los Sanguinar os habíais juntado después de que Drake
encontrara a Helen y decidisteis que ese dolor era debido al tiempo en que había
cargado con su poder. He estado arrastrando el mío alrededor del mismo tiempo, pero
no me dolió cuando ella rompió el contacto.
—Le dolió a ella. En cierto modo.

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Paul sintió un repugnante retortijón de culpabilidad en las entrañas.
—¿Le hice daño?
—No exactamente. Digamos sólo que se sintió mejor cuando la tocabas.
La había encendido. Eso estaba claro. Había estado dispuesta a dejar que la
tomara. Tal vez era eso lo que Logan quería decir.
—Ahora lo estás cogiendo —dijo Logan.
—¿Qué más viste? —exigió Paul.
El rayo de esperanza estaba creciendo, y como era tan tonto como era, lo estaba
permitiendo. Quería saber todo sobre ella así que igual esta vez las cosas serían
diferentes. No como con Kate.
—No mucho. Estaba demasiado débil para que yo pasara demasiado tiempo en
su mente. Sentí que ella no es todo lo que parece. Está pasando a través de una
tragedia.
Nunca más. No quería que la tragedia volviera a tocar la vida de ella de nuevo.
—¿Qué tipo?
Logan se encogió de hombros.
—La misma que todos nosotros. Ha perdido a sus seres queridos. Su madre se
fue, lo que es una vergüenza. Esperaba que hubiéramos averiguado una manera de
preguntarle y ver si el padre de Andra tenía alguna conexión con el de Helen.
—¿Podrían ser hermanas?
Paul no podía ver similitudes entre el exuberantemente curvado cuerpo de Helen
y la elegante complexión musculosa de Andra. El color de sus melenas era similar, pero
eso era todo.
—No. No lo creo. Sus sangres no están lo suficientemente cerca.
—¿Has aprendido algo más?
—Sólo que ella trabaja demasiado duro. No come bien o duerme lo suficiente la
mayoría del tiempo.
—En eso tienes razón —gruñó Madoc desde la cocina—. No hay mucho aquí que
sea comestible y es malditamente demasiado temprano para pedir comida para llevar.
Nada está abierto. Voy a hacer una carrera en busca de comida. ¿Alguna solicitud?
—No —dijo Paul—. Sólo sé rápido. Tan pronto como se levante, estaremos en
camino.
—Eso va a tomar un tiempo —dijo Logan—. Podrías también ponerte cómodo y
tomar tu propio descanso.
—Eso no va a pasar. No mientras ella sea vulnerable.
Logan sonrió con satisfacción.

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—Hablas como un hombre ya vinculado.
Paul se miró el anillo. Se veía como lo había hecho durante los últimos dos siglos,
sólo decolorándose con el tiempo. Quería creer, pero ¿y si Logan estaba equivocado?
Madoc cerró la puerta a su salida.
—¿Qué si no estoy equivocado? —preguntó Logan.
—Quédate fuera de mi cabeza —advirtió Paul—. Estoy a un largo camino de
verte sangrando a Andra.
—Ella se ofreció.
—La próxima vez, no escuches ninguna oferta que haga ella.
—Si no me hubiera alimentado de ella, todavía estarías pensando que tus días
habían llegado a su fin. Ciertamente esa esperanza en algo vale la pena.
—Sí, la pena de darte una paliza si estás equivocado.
Logan sólo se rió.
—Vete a proteger a tu mujer. Te hará menos gruñón.
Fuera o no que Andra pudiera ser de él, estar cerca de ella sonaba como una
buena idea, así que tomó el consejo del Sanguinar y fue a su lado.

CAPÍTULO 4

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Zillah odiaba ser convocado por un niño, pero le siguió el juego, porque le
convenía.
—Mi señora —saludó a Maura haciendo una leve reverencia, suficiente para
calmar su ego—. ¿En qué puedo servirle?
El pálido cabello de Maura resplandecía en contraste con el resto de su entorno.
Todo en sus aposentos personales era de un profundo y rico rojo, el color de la sangre
fresca. Cortinas de terciopelo revestían la cámara y una espesa y mullida alfombra
sobre el suelo ayudaba a silenciar el sonido de su voz para que no hiciera eco en las
paredes de la cueva. Sentía claustrofobia aquí, aunque ninguna de las habitaciones más
pequeñas parecía tener efecto sobre él. Extraño.
Tal vez era la compañía lo que encontraba tan asfixiante.
Su pequeña y redondeada cara adoptó un aire despectivo con ira hacia él.
—Ella lo ha hecho de nuevo —dijo Maura.
Zillah resistió el impulso de zarandear a la chica. La necesitaban demasiado
como para matarla justo ahora. Sería pronto, pero no todavía.
—¿Quién ha hecho qué? —preguntó con una tono paciente, como si él no tuviera
un centenar de asuntos más apremiantes que exigían su atención.
Sus rizos se agitaron furiosamente cuando ella se giró sobre sus talones.
—Andra Madison. Robó al niño que necesitaba antes incluso de que tuviéramos
la oportunidad de traerlo aquí y saber si era el adecuado.
—Encontraremos a otro —la tranquilizó Zillah—. No debe alterarse.
—¿Alterarme? —preguntó, aparentemente con la voz tranquila.
Maura caminó hacia él y aunque sólo pesaba casi tanto como su pierna, a pesar
de eso, ella le aterrorizaba. Había algo dentro de esos negros ojos que le hizo sentir frío.
Miedo. No importaba que gobernara un ejército de miles de personas. No importaba
que ejerciera más poder que todos los desatados Theronai combinados. Ni siquiera
importaba que ella fuera una pequeña cosa que podía romper con un descuidado gesto
de la mano.
Maura era poderosa de una forma que no podía comenzar a entender. Ella
sabía… cosas. Podría destruirlo, con nada más y nada menos que el esfuerzo de
sonarse su delicada nariz y él ni siquiera lo vería venir.
Por todo lo que él sabía, ella ya le había sellado el destino.
—No tenía intención de darle poca importancia a su sufrimiento, mi señora. Sólo
quería decir que todo estará bien. Vamos a encontrar a otro niño.
—No con su linaje. No ha habido un niño humano tan fuerte como él nacido en
dos siglos. Necesitamos esa fuerza si queremos tener éxito.
—Todavía hay tiempo. La chica sólo tiene catorce años.

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—Por eso es por lo que quería al niño ahora. Aún estamos a tiempo de alterarlo
para ser apropiado para ella —dijo como si él fuera el niño.
Zillah resistió la tentación de abofetearla, y mantuvo su voz firme.
—¿Debo enviar a otra unidad para recuperarlo?
—No. Esta mujer es la única que debe ser detenida. Andra. Es la única que sigue
robando mis juguetes. Quiero matarla.
—Por supuesto, mi señora. Será como usted desee. Voy a enviar tropas
inmediatamente —Zillah hizo una pequeña reverencia, despidiéndose a sí mismo, más
que listo para estar lejos de su compañía.
Su táctica para irse no surtió efecto. Los ojos de Maura tenían esa vidriada
mirada, lo que significaba que estaba teniendo una visión.
El momento era inconveniente, pero no tenía más remedio que quedarse y
enterarse qué estaba viendo ella. Estas visiones era la única razón para soportar
pacientemente su petulancia. La única razón de que no hubiera alimentado a sus
mascotas con ella.
Ella se desplomó en el suelo, pero Zillah no se atrevió a ayudarla. Nadie tocaba a
Maura. Nunca. Ella se levantó, jadeando y temblándole todo el cuerpo. Si él hubiera
tenido algún instinto paternal, le habría estado retumbando en los oídos en este
momento. Pero no lo tenía. Preferiría verla morir que prestarla ayuda. Desde que había
venido aquí, cada criatura que la había tocado moría a los pocos días, gritando en
agonía.
Si no hubiera sido tan frágil, hubiera sido un arma formidable contra los
Centinelas. Enviándola, dejándola interpretar el papel de niña y abrazándolos a todos.
Un complejo entero podría ser destruido en cuestión de días.
—¿Qué habéis visto? —preguntó él, ansioso por saber y escapar de su presencia.
Maura estaba pálida, y si no hubiera sabido que ella era incapaz de ello, habría
pensado que parecía asustada.
—Olvida al chico. Hay otro al que debemos encontrar y traer aquí.
—¿Otro? ¿Quién?
—No quién. Qué.
—¿Qué, entonces?
Se apartó los rizos lejos de la cara de muñeca.
—Cebo. Cebo irresistible.
—No lo entiendo —dijo él.
—Lo sé —respondió Maura con torpe y discordante desprecio en la voz de niña
—. Nunca lo haces.

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Tan pronto como Logan estuvo seguro de que Paul estaba ocupado con Andra,
llamó a Tynan, el líder de los Sanguinar.
—Sí —respondió Tynan.
—¿Puedes hablar?
—Sí.
—Sammy McMullins fue secuestrado por los Synestryn anoche.
—Lo siento, Logan. Sé que era uno de tus éxitos más recientes. Debes estar
desolado. ¿Has encontrado el cuerpo?
—Lo tenemos con vida.
Un atónito silencio llenó la línea.
—¿Cómo?
—Una mujer llamada Andra Madison. Busca hasta dar con niños perdidos. Ella
lo encontró.
—¿Dónde está ahora?
—Con sus padres.
—¿Y la mujer? —preguntó Tynan.
—Estoy en su apartamento. Con Paul. Creo que ella es su mujer.
—¿Otra mujer? —Dijo Tynan con temor—. ¿De dónde viene?
—Todavía estoy trabajando en eso. Su educación fue bastante normal, pero es
fuerte. Tal vez incluso tan fuerte como Helen.
—¿Puedes localizar a sus padres?
—Su madre ha muerto. No creo que sepa mucho acerca de su padre. No fui
capaz de buscar demasiado profundamente en su mente, con dos Theronai de pie
haciendo guardia sobre ella. Tal vez si puedo sorprenderla sola.
—¿Puedes llevarla a Dabyr?
—Sí. Esta noche. Sibyl le ha ordenado a Paul que se la presente.
—Bien —dijo Tynan—. Mientras tanto, averigua lo que puedas sobre Sammy.
Voy a visitar a sus padres y a consolarlos. No queremos que se preocupen de que esto
vaya a suceder con el niño que están esperando.
—¿Ella está embarazada de nuevo?
—Sí, pero no lo sabe todavía. Vamos a dejar que lo descubran por sí mismos.
Nuestra intervención será menos evidente de esta manera.
Otro éxito. Logan no podía creer que su plan estuviera funcionando. Tal vez
había merecido la pena todo el sufrimiento y el hambre que habían pasado.

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—Se tendrán que mudar, para estar seguros.
—Yo me ocuparé de ello. Voy a ver si puedo convencer a alguno de los Slayers
para vigilar a la familia, también.
Esa idea aprisionó el pecho de Logan.
—¿Por qué? ¿Crees que los Slayers estarán de acuerdo?
Hubo una larga pausa, como si Tynan estuviera decidiendo qué decir. O si no
decir nada.
—Tal vez. He estado... negociando con ellos. Esto va bien.
El shock congeló el cuerpo de Logan. Ninguno de su especie había tenido tratos
con los Slayers desde que los Theronai les declararon la guerra. Eran una raza violenta,
orgullosa y mortal de cambia formas que hacía tiempo que habían dado la espalda a
los humanos. Ellos se protegían y se mantenían a sí mismos.
—¿Y si los Theronai averiguan que estamos tratando con los Slayers? No les
gustará saber que nos hemos aliado con sus enemigos.
—Es por eso que nunca lo sabrán. Esta guerra es ridícula, de todos modos. Me
niego a tomar partido.
—Ya lo hicimos. Elegimos el bando de los Theronai.
—Sólo porque su sangre era más pura. No porque ellos tuvieran razón.
Algo en lo que dijo Tynan disparó una alarma en la mente de Logan.
—Dijiste que las negociaciones iban bien. ¿Qué posible oferta podrías hacer a los
Slayers?
—Quieren participar en el proyecto Lullaby.
—¿Les hablaste sobre eso? ¿Estás loco?
—No se lo dirán a los Theronai. Están más interesados en mantener nuestros
secretos. A ellos les hace tanta falta reforzar su linaje como a nosotros. Sus poderes
prácticamente han desaparecido.
—Pensé que eso era lo que querían. Detener la lucha contra los Synestryn y
sentarse a vivir como los humanos.
—Entre ellos ha habido un cambio en el gobierno. Andreas Phelan ha llegado al
poder y ha exigido a su pueblo regresar a las viejas costumbres o abandonar la
manada.
—Él era sólo un niño cuando lo vi por última vez.
—Las cosas han cambiado. Para mejor.
Logan no estaba tan seguro, pero no tenía otra opción que confiar en el liderazgo
de Tynan, hasta que pudiera averiguar la verdad por sí mismo. Además, ya era
demasiado tarde. Los Slayers ya sabían demasiado, y no eran fáciles de matar.

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—Ten cuidado —advirtió Logan—. Hay demasiado en juego como para arriesgar
tantos años de esfuerzo.
—Siempre tengo cuidado —Tynan parecía cansado. Débil.
—Tendré sangre para compartir cuando regrese —dijo Logan.
Prefería mantener toda la fuerza que Andra le había dado para sí mismo, pero no
podía ser tan egoísta. La supervivencia de su raza le exigía que no lo fuera. Las cosas
cambiarían pronto para su pueblo. El Proyecto Lullaby se encargaría de eso.
—Gracias, hermano. Es penosamente esencial.
Logan oyó los pesados pasos de Madoc venir por el corredor hacia el
apartamento de Andra.
—Tengo que irme.
Colgó el teléfono justo antes de que Madoc entrara llevando dos grandes bolsas
de comida. Le lanzó a Logan una sospechosa mirada, como si supiera sobre la
conversación que acababa de tener. Por otra parte, Madoc siempre parecía desconfiado.
—¿Qué has estado haciendo, sanguijuela?
Logan odiaba el término despectivo, pero se negó a dar evidencia de ello.
—Sólo descansando. Siempre me siento débil cuando el sol está levantado.
—Sí, claro. Doy fe de ello.
—¿Qué trajiste?
—Desayuno. Mucho. Espero que tengas hambre.
—Siempre —dijo Logan.

Madoc no estaba seguro de cuánto tiempo más podía esperar a que la mujer
apareciera. Se había quedado con Logan maldiciendo siempre que caía adormecido, y
Madoc no quería que el chupasangre supiera cómo de grave estaba. Nadie podía
saberlo.
Se apoyó en la puerta del apartamento de Andra, donde había estado esperando
durante los últimos veinte minutos. La madera fresca le alivió el ardor en la piel, pero
no hizo nada por el resto de él. El dolor pulsaba en su interior, creciendo cada vez más
con cada latido del corazón. Las chispas de energía en el aire, lo encontraron y lo
bombardearon, haciéndole desear gritar. No podía recibir más poder. Tenía que
desviar alguno. Correcto. Ahora. Madoc estaba bastante seguro de que hoy era el día
en el que iba a morir. Y si no lo era, estaba totalmente seguro de que no quería saber
cuánto peor podía herirse.
Si sólo hubiera sido capaz de conseguir más combates en los últimos días, habría
purgado parte del poder de esa manera. O al menos, no añadirlos a la gigante piscina

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de energía que amenazaba con destruirlo en un sangriento caos. Pero no había sido
capaz de luchar hasta la noche anterior. Habían gastado demasiados días conduciendo
de aquí para allá en busca de Andra para que Paul pudiera sentirse mejor.
Maldito pensamiento.
Por supuesto, si Andra hubiera sido la mujer de Madoc, hubiera merecido la
pena. Él daba por hecho que cuando su alma comenzara a morir, no sentiría esperanza
alguna. Gracioso lo equivocado que había estado. No estaba seguro de si todavía podía
ser salvado o no, pero sabía qué era lo que quería: poner fin a su sufrimiento, de una
manera u otra.
En el fondo de la mente de Madoc, seguía sufriendo por el hecho de que no
sentía conexión alguna con Andra.
Una vez más, su alma había comenzado a morir hacía meses, y era cada vez más
difícil sentir nada. Era uno de los de la Banda de los Áridos, el grupo secreto de
Theronai que ya no llevaba las hojas en sus marcas de vida. Sus almas estaban muertas,
pero se ayudaban unos a otros a esconderlo de los otros Centinelas, fingiendo ser
normales. Si algún otro Centinela lo supiera, serían marginados. O peor aún, enviados
a los Slayers.
Madoc se apretó la palma de la mano contra el pecho, donde la presión era peor.
La Banda era un tipo de grupo de sólo-con-invitación, pero uno de los hermanos lo
había reclutado a tiempo para frenar la caída de su última hoja. Ahora colgaba medio
caída en la piel, moviéndose demasiado lentamente para que el ojo lo viera. Los otros
hombres decían que la desaceleración de la caída le ayudaría a aferrarse a sus
principios. O al menos lo suficiente como para pretender engañar al resto de
Centinelas.
Madoc no estaba convencido de que estuviera funcionando. Todavía estaba
empeorando día a día. Otra ola de presión explotó dentro de él, casi rasgándole en
trozos. Se deslizó hasta el suelo y se arrastró a sí mismo en una apretada pelota, con la
esperanza de mantener las tripas sin vomitar el ombligo. Un grito de dolor crecía
dentro de él, pero había aprendido hacía mucho tiempo a no hacer ruido. Nadie fuera
de la Banda de los Áridos podía saber que estaba perdido, que ya no pertenecía a ellos.
Un suave golpe en la puerta hizo le eco en los oídos como su salvación. Ella
finalmente estaba aquí. Madoc encontró la fuerza para darse empuje a ponerse de pie y
abrir la puerta. La mujer al otro lado parecía ser cuarentona, pero probablemente era
una década más joven. Tenía pelo rubio rizado, y el maquillaje de anoche todavía
rodeaba sus apagados ojos marrones. No era bonita, pero llevaba puesta una corta
falda y eso era suficiente para él.
—Soy Candi —dijo con una falsa sonrisa.
Madoc tiró de ella al interior del apartamento y cerró la puerta.
—No importa —dijo él rechinando los dientes.
Su voz era áspera, con dolor, pero no importaba, tampoco.

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No había verdadera privacidad en el pequeño apartamento, por lo que llevó a
Candi a la cocina, que era tan adecuada como lo que él podía conseguir. Logan estaba
aletargado en el sofá, no muy lejos, pero normalmente los Sanguinar dormían como los
muertos durante el día.
—Bueno, ¿no eres del tipo conversador? —dijo Candi.
—¿Cuánto? —exigió él.
—Depende de lo que quieras.
—Joderte. ¿Cuánto?
—Cien para una jodida auténtica. Las perversiones te costarán un extra.
Madoc sacó algunos billetes de la cartera y se los lanzó a ella. No estaba seguro
de cuánto había, pero era más que suficiente, basándose en la manera en la que sus
apagados ojos se iluminaron.
—Cuidaré bien de ti, querido —ronroneó.
Madoc no podía esperar mucho más. Debía tener algún tipo de liberación para
toda la presión rechinando en su interior. El sexo funcionaba mejor que cualquier cosa
además de exterminar demonios Synestryn. La agarró de las caderas y le dio la vuelta,
de espaldas a él. Realmente no quería mirarla mientras la utilizaba, aunque no estaba
seguro de por qué le importaba.
Ella se agarró del mostrador para no caerse, diciéndole que estaba siendo un
poco rudo. Así la jodería. Era una profesional. Podía soportarlo.
Madoc empujó su corta falda y bajó sus bragas con una mano mientras se
liberaba la polla con la otra. Olía a drogas y a desesperación, lo que le habría molestado
en algún momento de su vida. Ya no. Ahora, simplemente le importaba que no lo
jodieran.
—Cálmate, muchachote. Debes protegerte primero —Candi sujetó un condón por
encima del hombro.
Madoc aborreció la interrupción. El dolor estaba golpeándole sólidamente para
follarla duro y rápido, pero sabía por experiencia que ponerse la cosa era la manera
más rápida de conseguir lo que quería. No quería que gritara y despertara a Logan o
Paul.
Se cubrió y usó una mano para forzar sus hombros hasta el mostrador de la
cocina. Ella lanzó un gruñido, pero no se quejó. Madoc metió la polla dentro de ella y
se puso a trabajar. Ella empezó a hacer ruiditos como si lo estuviera disfrutando.
—Cierra la maldita boca —le gruñó a ella.
Candi lo hizo.
A Madoc no le llevó mucho tiempo. Unos cuarenta y cinco segundos. Eyaculó sin
hacer un sonido, pero Candi era un profesional y sabía cuando un hombre había
terminado.

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Ella se enderezó, pero Madoc empujó su espalda hacia abajo.
—No he terminado todavía.
—Odio discutir, pero sentí que…
—Dame otra goma o lo haré a pelo.
Candi enganchó otro condón de su sujetador y se lo entregó. Madoc se quitó el
usado y lo arrojó a la basura antes de colocarse uno limpio.
La prostituta intentó moverse, pero Madoc la mantenía las caderas clavadas.
Todavía estaba duro, palpitante, como si no hubiera tenido una mujer en un año. El
orgasmo no había hecho mucho, pero al menos no sentía como si el cuerpo fuera a
destrozársele más.
Tal vez, las próximas tres o cuatro veces le harían sentirse normal de nuevo. Al
menos por un corto tiempo.

CAPÍTULO 5

Andra se sintió como si acabara de quedarse dormida, pero echándole una


mirada al reloj vio que lo había hecho durante casi doce horas. Al menos, se sentía
mejor. Más fuerte y capaz de hacer todas las cosas que estaban esperándola. Como el
niño, que sin duda, sería raptado esta noche. Y si no esta noche, entonces pronto. Los
secuestros nunca paraban.
Estaba justo empezando a oscurecer afuera. Los monstruos estaban
probablemente preparándose, planeando dónde atacar.
Era hora de trabajar.
Se sentó lentamente, sintiéndose un poco mareada. No estaba segura de cuánta
sangre había tomado Logan, pero no había comido desde entonces, y estaba bastante
segura de que eso no era bueno para la recuperación del volumen de sangre. Bajó las
piernas por el costado de la cama y casi pisó a Paul. Estaba arrodillado en el suelo entre
pilas de ropa sucia, magníficamente con el pecho desnudo y con su espada frente a él.
Sus ojos estaban cerrados, pero sentía que no estaba dormido. Su respiración era

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demasiado profunda y controlada para estar dormido. Parecía como si estuviera
meditando.
No queriendo molestarle, cuidadosamente caminó rodeándolo dirigiéndose al
baño, tratando de ser silenciosa. Estuvo en el servicio durante unos minutos, y cuando
salió, aún no se había movido.
Casi había logrado llegar a la puerta cuando los dedos de Paul la aferraron el
tobillo desnudo, justo por encima del calcetín. Ese estremecedor zumbido se deslizó a
lo largo de la pierna y la calentó la parte interna de los muslos. Dejó salir un ronco
gemido, incapaz de retener el revelador sonido.
Dios, su toque se sentía bien. Se quedó allí, absorbiéndolo, dejando que se
hundiera hasta los huesos y se convirtiera en parte de ella. Era más que un simple
placer físico, aunque era eso. Era también un sentimiento de satisfacción, de apropiado.
Cuando la tocaba, todas las cosas malas de su vida desaparecían durante un momento,
dejándole el sentimiento de limpia y contenta. Ninguno de sus errores la perseguía
aquí. Ninguno de sus miedos. Ninguna de sus penas. Era libre. Feliz.
Sus largos dedos la frotaron el tobillo, deslizándose algunos centímetros por
debajo del dobladillo de los vaqueros. Otro sonido de satisfacción escapó de ella, y
deseó que moviera esos dedos arrastrándose hasta arriba del todo. Si él podía hacerla
sentir así de bien tocándola el tobillo, sólo podía imaginarse cuánto mejor sería si él se
centrara en los lugares más sensibles.
Realmente quería descubrirlo.
—Logan tenía razón —dijo Paul en una tranquila y casi reverencial voz—. Sí
sientes algo, ¿verdad?
—Sí —la palabra siseó saliendo de ella.
Quizás no debería haberle dejado saber la clase de poder que tenía sobre ella,
pero no le importaba. No ahora. Estaba deseando darle casi cualquier cosa y, la verdad,
era fácil de dar.
Él tomó su mano y se elevó de la posición arrodillada. Extrañaba su toque en el
tobillo, pero lo perdonó tan pronto como sus dedos la trazaron una gentil línea por la
mejilla.
Andra se estremeció e hizo que los ojos marrones de Paul se oscurecieran con
satisfacción. Ella se inclinó ante su toque, incapaz de detenerse.
—¿Qué me estás haciendo?
—¿Te agrada? —le preguntó sonando complacido, como si ya supiera la
respuesta.
Ella observó su boca. Era una bonita boca, se veía suave, con un lleno labio
inferior que la hacía desear mordisquearlo.
—Sabes que sí.
—Entonces no me detendré. Cuanto más cerca estemos, más fácil será para ti.

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Andra no entendía lo que quería decir. Estaba demasiado ocupada decidiendo si
iba a besarlo. Seguro, realmente no lo conocía, y sí, él llevaba una espada y mataba
monstruos, pero eso no era parte de la ecuación decidir besarlo. Era un simple asunto
de necesitar ver si él sabía tan bien como lo percibía.
Ella enredó las manos en su suave y sedoso cabello y se elevó sobre las puntas de
los pies. Él no trató de detenerla. De hecho, la encontró a mitad de camino.
Los labios tocaron los de él y el resto del mundo cesó de existir. Su boca era suave
y firme. Perfecta. No trató de apresurarla o de meterla la lengua en la boca como tantos
hombres hacían. En cambio, le permitió tomarse su tiempo mientras aprendía la
sensación de él. Ella deslizó fuera la lengua y probó la comisura de su boca.
Paul dejó salir un bajo gruñido de apreciación y atrajo su cuerpo contra el suyo.
Ella podía sentir los músculos de su pecho y abdominales, tan bellamente definidos.
Pero incluso más distracción, era poder sentir su erección a través de los vaqueros,
grande, dura y lista por ella.
—Esto no puede estar pasando —inhaló ella—. Nada así de bueno puede ser real.
Él deslizó los dedos bajo la camiseta y los extendió por la desnuda espalda.
—Se siente bastante real para mí.
Ella lo volvió a besar, succionando su lleno labio inferior en la boca. Sus dedos se
tensaron en la espalda, revelando cuánto le gustaba.
Bien, porque no estaba ni de cerca dispuesta a acabar con él. Había una cama a
sólo medio metro de distancia y estaba ya deshecha de todos modos. Podía también
hacer buen uso de ella.
Andra lo empujó hacia atrás, hasta que sus piernas golpearon el costado de la
cama, pero él no se sentó, como esperaba. Era demasiado fuerte y sólido para que ella
lo intimidara a menos que él lo permitiera, y ahora mismo, no lo estaba haciendo.
Ella se separó de su boca y le miró.
—No estás interesado.
Simplemente decir las palabras casi la hizo gritar. Tenía el cuerpo excitado,
resbaladizo y listo para ser tomado.
—Estoy más que interesado. Simplemente no estoy seguro de que esto sea
inteligente.
—Claro que no es inteligente. Ni siquiera te conozco. Normalmente no me tiro a
extraños.
—Exactamente. Esta no eres tú.
Él tenía razón. Quienquiera que estuviera en el asiento del conductor de su
cuerpo, no era ella. Algo más estaba ocurriendo aquí. Algo loco.

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Aún así, tenía el cuerpo excitado y caliente por él, y no creía ser lo suficiente
fuerte para apaciguarlo. No, cuando sabía que la sombría realidad estaba allí afuera,
esperando por ella. Esto estaba mucho mejor.
Lo volvió a besar, a probarlo, permitiéndole a él hacer lo mismo. Sus lenguas se
entrelazaron, haciéndola marearse. Se dejó caer contra él, pero Paul la elevó,
sosteniendo su peso fácilmente.
Cuando él apartó la boca ella estaba respirando dificultosamente.
—Voy a detener esto ahora. Antes de que ya no pueda hacerlo. No quiero
asustarte.
La sentó sobre la cama, pero no se fue muy lejos, como si estuviera asustado de
que ella pudiera desmayarse o algo así.
Cuando otra oleada de mareos la atravesó, no pensó que eso fuera tan mala idea.
Ese necesitado ofuscamiento estaba desvaneciéndose, pero esta vez no desapareció. No
del todo. Los ojos estaban a la altura del impresionante bulto de sus vaqueros, y no
había ninguna mujer de sangre roja allí afuera que no hubiera estado un poco
admirada por una vista como esa.
Él la deseaba, y la prueba de ello la estremecía hasta los pies.
Andra tenía que dejar de mirar. Se dejó caer en la cama y se cubrió los ojos con el
antebrazo. El repentino movimiento hizo que la cabeza girara hasta que creyó que
podría vomitar.
¿No lo excitaría eso?
Ahora que ya no le estaba tocando, no se sentía tan caliente. De hecho, se sentía
más que un poco enferma. Las articulaciones dolían y los ojos ardían como si estuviera
con fiebre. Qué mal. No era momento para estar enferma.
—Debo tomar un poco de agua o algo. Creo que Logan pudo haber tomado un
poco más que un vaso.
Ella no podía verlo, pero podía prácticamente sentir la vibración de su enfado
llenando la habitación.
—No ocurrirá nuevamente.
Andra ondeó la mano.
—Estaré bien. Sólo necesito un poco de zumo y galletas.
—Madoc pidió pizza. ¿Estás interesada?
La idea de la comida la agitó el estómago, pero sabía que se sentiría mejor si se
las arreglaba para tragar algo.
—La pizza me viene tan bien como cualquier otra cosa. Dame un segundo y
estaré lista.
No tomó la mano de Paul cuando se la ofreció para ayudarla a levantarse de la
cama. Él frunció el ceño, pero podía seguir haciéndolo. Por mucho que disfrutaba con
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la manera en la que la hacía sentir, tenía cosas más importantes de las que preocuparse.
Igual que él.
Estaba anocheciendo.
El teléfono de Andra sonó y ella agradeció la distracción. Se levantó de la cama
sin ninguna ayuda y descolgó.
—Hola.
—Andra, soy Melanie del Hospital Twin Oaks. Creo que deberías venir aquí
inmediatamente —la voz de la mujer era alta y aguda, casi frenética.
Algo terrible había pasado.
Andra enderezó las rodillas para evitar caerse al suelo de miedo. Muchas cosas
horribles la destellaron en la mente. Nika era tan frágil. Podía ser herida tan fácilmente.
—¿Qué ocurre, Melanie?
—El doctor dijo que no te molestáramos, que se las arreglaría, pero creo que
querrías saberlo.
—¿Saber qué?
Por favor, Dios, permite que Nika esté bien. Andra no creía que pudiera soportar
perder a otra hermana.
—Nika se ha puesto peor. Mucho peor.
Parte de Andra estaba aliviada de que estuviera aún viva, aunque el resto estaba
hirviendo de furia. ¿Por qué no la habían llamado antes?
—¿Ocurrió algo?
—No lo sé. Su deterioro parece demasiado repentino —dijo Melanie—.
Realmente, creo que deberías venir. Te necesita.

Paul observaba que el rostro de Andra palidecía. Quienquiera que estuviera al


teléfono la había asustado más que unos demonios atacándola con las garras
extendidas y los dientes desnudos. No podía escuchar lo que estaban diciendo al otro
lado, pero no tenía que oírlo para saber que era malo.
Acortó la distancia entre ellos, asegurándose de estar lo bastante cerca como para
atraparla si ella se desmayaba o algo así. Se veía como si estuviera a punto de hacer
justamente eso.
—Está bien —dijo—. Estaré allí en veinte minutos.
El teléfono cayó de los dedos de Andra. Se la veía vulnerable. Asustada.
Paul se movió para poner los brazos a su alrededor, pero ella se escabulló del
toque.

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Igual que Kate había hecho tantas veces.
No iba a pasar de nuevo. No con Andra.
Ella salió de la habitación con él tras los talones, negándose a dejarla alejarse de
él.
—Dime qué está ocurriendo —la urgió.
Logan estaba durmiendo en el sofá y se despertó ante el ruido. Madoc estaba
viendo lucha profesional y estaba levantando pesas del impresionante mini gimnasio
de Andra. Le dirigió a Paul una mirada interrogativa y Paul le contestó con un
encogimiento de hombros de infiernos-si-lo-sé.
Andra se detuvo en la cocina y comenzó a hurgar entre papeles y
correspondencia. Un resplandeciente brillo de lagrimas la llenaba los ojos, pero
parpadeó varias veces para limpiárselas.
—Yo, uh, necesito irme. Es una emergencia.
—¿Qué emergencia?
Los movimientos se volvieron más frenéticos y comenzó a arrojar la
correspondencia al suelo como si buscara algo.
—Sólo necesito irme —dijo—. Cierra con llave cuando salgas.
Ella estaba temblando. Pálida. Esa confianza, dura como una piedra, que había
visto antes había desaparecido ahora, dejándola viéndose hecha añicos y asustada.
Paul quería atraerla a los brazos, pero no se atrevía a tocarla. Tenía que recordar que
ella sólo estaba cooperando con él porque se había ofrecido a pagarle.
—No voy a abandonarte —le dijo.
No creía que estuviera, de ninguna manera, bien para conducir con seguridad.
Además, fuera lo que fuera, quería estar allí para ella. Sólo en caso de que necesitara
ayuda. Él trabajaba gratis.
—Déjame conducir.
—No, gracias. Puedes quedarte aquí si quieres. No me importa. Volveré lo más
rápido que pueda —cortó un trozo de rollo de papel de cocina y se frotó los húmedos
ojos.
—¿Puedo hacer algo? —preguntó Madoc, viéndose un poco demasiado
esperanzado para la tranquilidad mental de Paul.
—¿Habéis visto mis llaves?
—No, lo siento.
Sin tener nada más que hacer para ayudarla, Paul comenzó a buscar sus llaves
también.
—Dime qué está ocurriendo. Quizás pueda ayudar.

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—Aprecio el gesto, pero no hay nada que puedas hacer salvo salir de mi camino
para que así pueda encontrar mis malditas llaves —su voz quedó atrapada en un
sollozo, uno que trató y falló en esconder.
Paul no pudo soportarlo más. Tenía que consolarla. Ayudarla. Algo.
La tomó por el brazo y la giró, y en el segundo en que la palma tocó su piel se vio
invadido por sensaciones de placer físico. Inspiró por la fuerza de ello. El cuerpo se
estremeció. Cantaba de alegría. Cada célula dentro de él estaba realizando un feliz
pequeño baile que lo hacía querer romper a carcajadas. Gran parte de su vida la había
pasado con dolor y se había olvidado lo que era vivir sin él.
Los ojos azules de Andra se abrieron de par en par y comenzó a observarlo
estupefacta. Las pupilas se dilataron y la mirada descendió a su boca.
Y luego lo golpeó, una oleada de lujuria que chocó contra él y lo recorrió por
completo. El cuerpo se endureció tan rápido que dolía, pero incluso ese dolor era una
clase de placer. La piel se calentó y la sangre se espesó en las venas. Se le hizo la boca
agua por probarla, y los dedos se tensaron alrededor de su piel, buscando un contacto
más cercano.
Los labios de ella se abrieron al tiempo que aspiraba un sobresaltado aliento y él
supo que tenía que besarla. Iba a forzarla a abrir la boca y que le dejara probarla, y no
iba a detenerse allí. Iba a acostarla en el suelo e iba a probar cada pulgada de suave
piel, cada dulce hueco y curva. Iba a desnudarla y hacerla suya en la más básica y
primitiva de las maneras que conocía.
Mía, gritaba su alma, y sabía que si se movía incluso un centímetro hacía sus
labios, estaría perdido, incapaz de detenerse sin importar lo que ella quisiera, sin
importar qué emergencia tenía que enfrentar. Nada más en la vida de ella podría,
posiblemente, ser más importante que su necesidad por ella.
Y esa verdad penetró en él como agua helada, extinguiendo su lujuria hasta que
sólo quedó una pila de cenizas de deseo.
Con cuidadosos movimientos, Paul soltó el agarre sobre Andra y apartó la mano.
Perder el contacto con ella lo dejó ardiendo y con picazón por todas partes, pero él se
regocijaba en ese dolor. Significaba que había esperanza, esperanza de que Andra fuera
la mujer que pudiera salvarlo.
Ahora Paul era el que estaba temblando.
Andra frotó las manos sobre el lugar donde él la había sostenido por los hombros
y lo miró con una mezcla de confusión y temor.
—Nunca más —le dijo—. Nunca vuelvas a tocarme.
Jodidamente imposible, pero mantuvo la boca prudentemente cerrada y continuó
con la búsqueda de las llaves. Las encontró escondidas debajo de la tapa de una caja
abierta de pizza y las ondeó delante de ella.
—No estás bien como para conducir. Al menos, déjame llevarte a donde sea que
te dirijas.
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Ella vaciló y él pudo sentir su indecisión, así que utilizó la última munición.
—Sea lo que sea, no podrás arreglarlo si te estrellas en el camino.
Cuando sus hombros se derrumbaron, supo que había ganado.
—Bien —dijo—. Pero si no conduces lo suficientemente rápido, te tiraré de mi
camioneta.

CAPÍTULO 6

Andra saltó de la camioneta tan pronto como llegaron al hospital psiquiátrico,


dejando a Paul encontrar un lugar para aparcar. El personal de recepción debía haber
sabido que estaba en camino, porque estaban esperándola con una placa de visitante
tan pronto como se cerró la puerta principal.
El olor a desinfectante y el dolor se aferraban a las paredes de ese lugar, pero era
mejor que el resto de hospitales mentales que había visto. Cobraban un brazo y una
pierna para que Nika se quedara allí, pero al menos cuidaban muy bien de ella. Andra
se presentaba de improviso cada par de semanas, además de sus visitas normales, y ni
una sola vez en ocho años había visto ningún signo de maltrato en los pacientes.
Estaban limpios y tan tranquilos como eran capaces, a pesar de todo.
Melanie se reunió con Andra en la sala fuera de la habitación de Nika. Estaba en
algún lugar en sus tardíos cuarenta años con suave piel oscura y grandes ojos. La mujer
nunca sonreía, pero transmitía consuelo con el mínimo contacto de su regordeta mano.
—No sabía que más hacer, así que te llamé —dijo Melanie—. Mi último turno fue
hace dos días, pero juro que entonces no estaba tan delgada. Y nadie más parece verlo.
Ninguno de los doctores me escucha cuando les digo que necesita ser alimentada
mediante el tubo. Es como si ni siquiera vieran que se está consumiendo.
Andra sabía que Nika tenía tendencia a pasar días sin comer, pero nunca había
durado. Los doctores decían que sería más perjudicial forzarla que dejarla tener
hambre suficiente como para que las necesidades de su cuerpo superara los temores
imaginarios de su mente.
Andra se acercó a la puerta, pero Melanie la detuvo.

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—Hemos tenido que atarla hoy. No ha bebido lo suficiente, y tuvimos que
ponerle una vía intravenosa para mantenerla hidratada. Se la quitaba.
—Odia estar sujeta —dijo Andra.
La ira le quemaba en el pecho, un bienvenido alivio de la constante tristeza que
sentía por su hermana.
—Lo sé, cariño, pero fue por su propio bien. Seguía lastimándose, abriéndose las
venas. Hemos conseguido que deje de sangrar, pero no podemos darle más
oportunidades. Ya está muy débil. No estoy segura de que sea capaz de luchar contra
una infección ahora mismo.
Melanie tenía razón. La pobre Nika estaba tan delirante que tenían que hacer lo
necesario para protegerla. Mantenerla a salvo.
En la parte trasera de la mente de Andra, se preguntaba si mantener viva a Nika
no sería sólo una cruel forma de tortura. Tal vez sería más amable dejarla ir. Dejarla
escapar del miedo y la miseria que eran su vida.
Si Andra hubiera sido una persona más fuerte, tal vez habría hecho justo eso.
Pero no lo era. Era débil y egoísta. Ya había dejado morir a una hermana. No podía
dejar que eso sucediera a la otra. Necesitaba a Nika para vivir.
Andra puso la mano sobre la puerta y rezó pidiendo fuerzas.
Melanie le dio a Andra un rápido abrazo.
—Necesitas saber que hay algo de sangre en su camisón. Normalmente la
habríamos cambiado, pero le causa tanta angustia que simplemente la dejamos en paz.
Las ropas limpias pueden esperar unas pocas horas.
Andra asintió y abrió la puerta de la habitación de Nika.
Había visto a Nika angustiada antes, pero nada podía haberla preparado para la
salvaje mirada de miedo en los ojos de su hermana. Estaba luchando contra las
ataduras que la mantenían en la cama del hospital. Contusiones inflamadas de color
púrpura estropeaban sus brazos donde se había arrancado las intravenosas. Su
camisón blanco estaba salpicado con gotas de sangre, y la mujer bajo el camisón se
había vuelto peligrosamente más delgada de lo que había estado sólo hacia cuatro días.
Su cara estaba demacrada, sus pálidos ojos azules estaban hundidos y brillaban como
enfebrecidos de terror. Lloraba con lágrimas gordas que empapaban el pelo blanco en
sus sienes.
Andra contuvo un gemido de dolor. Pobre Nika. Tan pérdida en su propio
mundo de pesadillas. Nada de lo que Andra había hecho la había ayudado.
Andra se tragó las lágrimas y fue hacia su hermana.

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Paul vio a Logan y Madoc entrar en el aparcamiento detrás de él. Madoc estaba
en el asiento del conductor, y Paul fue a su ventanilla.
—¿Vienes dentro?
Logan estaba en la parte de atrás, cubierto para evitar que los últimos rayos del
sol le tocaran la piel.
—¿Dónde estamos? —preguntó.
—Hospital Twin Oaks.
—Es una institución psiquiátrica —dijo Logan.
—Excelente. Andra está ahí con un montón de locos. —A Paul realmente no le
importaba la idea, y se moría de ganas por estar a su lado, donde podía mantenerla a
salvo.
—¿Alguna idea de por qué estamos aquí? —preguntó Madoc.
—Ninguna. No dijo nada mientras veníamos. Excepto para decirme que
condujera más rápido.
—Creo que te voy a dejar esto a ti, hombre. Es más probable que asuste a la gente
de ahí que otra cosa.
—De acuerdo. No te muevas. Te llamaré cuando sepa qué está pasando.
Le tomó un poco de charla rápida convencer a la mujer al frente de la recepción
de que le dejara entrar en el hospital mental, pero Paul consiguió ganar su paso al
interior. Un corpulento bedel le escoltó a la habitación donde Andra había ido, y entró
en silencio.
Andra estaba sentada al lado de una cama sosteniendo la mano de una frágil
joven, con un llamativo pelo blanco. La mujer se agitaba en la cama, luchando contra
las ataduras que la mantenían en su lugar. Una serie de lamentables gemidos llenaban
la sala, haciéndose eco en las desnudas paredes.
—Este bien, Nika —la tranquilizó Andra, apartando el pálido cabello de la mujer
de su frente—. Estoy aquí ahora. Vas a estar bien.
Lentamente, Nika comenzó a calmarse, Paul no tenía ni idea si era por las
palabras de Andra o por puro agotamiento.
Tan pronto como Nika se relajó y vio que Andra estaba allí, la mirada de temor
se desvaneció de las delicadas facciones de la mujer. Tenía tal vez veinte años, y a pesar
de que su pelo era blanco donde el de Andra era castaño, no había duda de la
semejanza familiar en sus caras. Tenían los mismos labios llenos, pómulos salientes y
brillantes ojos azules, como un cielo claro de invierno. Nika estaba mucho más delgada
que Andra, hasta el punto de ser flaca, y tenía una frágil apariencia etérea que
contrastaba duramente con la saludable fuerza de Andra.
Paul se moría de ganas de saber la relación entre ellas, pero no se atrevió a
preguntar. Sintió la desesperación en la habitación, un sutil zumbido de frenética

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energía que no se disipaba. Provenía de Nika, casi como si hubiera combatido a su
manera a través de la locura porque Andra estaba allí. No haría nada para poner en
peligro eso.
—¿Andra? —preguntó la joven mujer. Su voz estaba ronca de gritar y débil de
fatiga.
—Estoy aquí, Nika. Justo aquí.
El cuerpo de Nika quedó inerte, y se detuvo en su empeño de luchar contra las
ataduras.
—Por favor haz que me suelten. No puedo soportar estar encadenada.
—No estás encadenada, cariño. Te ponen éstas restricciones para evitar que te
quites la intravenosa.
—No me la voy a quitar. Lo prometo. —Las lágrimas llenaron los ojos de Nika
mientras imploraba su libertad.
Andra miró a la enfermera que estaba discretamente en la esquina de la
habitación.
—Le quiero soltar los brazos —le dijo a la enfermera.
—No es una buena idea —dijo la mujer.
Andra ignoró el aviso y comenzó a desatar las ataduras alrededor de los brazos
de Nika.
—No va a luchar más, y no puedo soportar verla así.
Tan pronto como Nika estuvo libre, se sentó y agarró a Andra por el cuello en un
fuerte abrazo. Parecía pequeña al lado de Andra. Casi infantil.
—Estoy tan contenta de que estés aquí. He intentado llamarte, pero no me oíste
—dijo Nika.
Paul sintió que Andra estaba más tensa de lo que parecía.
—Todo lo que tienes que hacer es usar el teléfono o que una de las enfermeras me
llame. Siempre vendré.
—No había teléfonos donde estaba, Andra. Te lo juro. No me lo estoy
inventando.
Andra le apartó el blanco cabello de la cara a Nika y le secó las lágrimas de sus
mejillas.
—Sé que no estás mintiendo. Está bien. —Ayudó a Nika a tenderse y se subió a la
cama al lado de ella, tomando a la frágil mujer en los brazos—. Me dijeron que no
estabas comiendo —dijo Andra sin acusar.
Nika tragó.
—Lo intento, pero no puedo. Todo lo que ella trae para comer es sangre negra.
Quema como ácido. ¿Cómo puedo comer alimentos cuando todo lo que trae es sangre?

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Paul no tenía ni idea de quién era “ella”, pero aparentemente Andra sí.
—Nadie te está alimentando con sangre, Nika. Es sólo un truco de tu mente.
Tienes que comer.
Nika sacudió la cabeza.
—Lo intento, pero todo me sabe a sangre y me pone enferma.
Andra se quedó en silencio por un tiempo, simplemente pasando una mano
tranquilizadora por el pelo de la mujer.
—¿Quieres que encuentren otra manera de alimentarte? ¿Tal vez poner un tubo
en tu estómago no te haría sentir tan enferma?
—¡No! —Nika intentó sacudirse, pero el cuerpo más fuerte de Andra fácilmente
la contuvo—. No, no, no. ¡No tubos!
—Muy bien —dijo Andra con un tono conciliador—. Nada de tubos. Pero tienes
que comer. ¿Lo intentarás por lo menos?
—Pero la sangre…
—No es real. Es un truco. —Andra miró a la enfermera como si decidiera si
confiar en ella o no.
La astuta enfermera vio la mirada y dijo:
—Voy a buscar una bandeja. —Cuando se fue, miró curiosamente a Paul cuando
pasó a su lado.
Una vez que la enfermera se había ido, Andra dijo:
—Hemos hablado de esto antes. A los monstruos les gusta jugar a hacerte
bromas. Te hacen creer que las cosas son reales. Nadie va a alimentar con sangre a
nadie. Estás a salvo.
Nika tomó la mano de Andra y la apretó con fuerza con sus esqueléticos dedos.
—Estoy a salvo, pero Tori no. Siguen haciéndole daño. Poniéndole cosas en su
interior. Cambiándola. Está tan asustada, Andra.
La mandíbula de Andra tembló durante un momento antes de que la controlara.
Sólo el brillo de los ojos mostraba su dolor.
—Tori no va a estar más asustada. Está muerta, Nika. Arriba en el cielo con
mamá.
—¡No, no lo está! Los monstruos la tienen. Le están haciendo algo para hacerla…
diferente. Tenemos que encontrarla pronto o será demasiado tarde.
Paul vio la angustia tensar el cuerpo de Andra, a pesar que su expresión se
mantuvo en calma. Sin duda, por el bien de Nika.
—Por favor, cariño, intenta no preocuparte por Tori. Nada podrá nunca hacerle
daño de nuevo.

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La enfermera volvió con una bandeja de comida y la puso sobre la mesa junto a
la cama.
—Volveré en unos pocos minutos. ¿Necesitas algo más?
—No, estaremos bien, Melanie. Gracias.
La enfermera se fue y Andra quitó la cubierta metálica de la bandeja de comida.
—Parece un poco de sopa de pollo y puré de patatas. ¿Qué suena mejor?
—Las patatas, no. Demasiado espeso. Demasiado parecido…
—Aparta ese pensamiento de tu mente. Enfócate en mí. Dime lo que has estado
dibujando últimamente. —Andra comprobó la temperatura de la sopa con los labios
antes de llevar la cuchara a la boca de Nika.
Nika cerró los ojos, tomó un profundo aliento y abrió la boca. Andra puso una
pequeña porción de sopa sobre su lengua, e inmediatamente Nika comenzó a temblar.
Su cuerpo temblaba y las lágrimas corrían por su rostro. Paul podía ver el esfuerzo que
estaba haciendo por tragar la sopa, pero no estaba funcionando. La mente de la pobre
chica estaba demasiado dañada, y no podía separar la comida real de la sangre negra
de sus delirios.
Nika agarró la servilleta y escupió la sopa.
—Lo siento, Andra. Lo siento.
Andra apartó la mesa y abrazó a Nika.
—De acuerdo. Lo intentaste. Probaremos de nuevo dentro de unos pocos
minutos.
Andra volvió la atención a Paul. Esperaba que le mirara con rabia por espiarlas,
pero en cambio, sus ojos estaban implorando.
—¿Puedes ayudarla como hiciste con Sammy? —le preguntó.
Paul se acercó lentamente para no asustar a Nika.
—¿Cuánto tiempo ha estado de ésta manera?
—Ocho años.
Paul no tenía ni idea de cómo había sobrevivido tanto. La mayoría de la gente no
duraba un año después de ser tocada por los Synestryn.
—Ha sido demasiado. No creo que pueda ayudar, pero puedo ser capaz de
ayudarte a darle de comer. Pero no será fácil.
—¿Qué puedo hacer?
Paul miró a Nika, que le estaba mirando con grandes ojos asustados.
—¿Puedo acercarme más? —le preguntó a ella.
Nika miró a Andra, que dijo:
—Es un amigo.

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Nika asintió con la cabeza y Paul se movió lentamente al lado de Andra.
—Dame tu mano —le dijo a Andra, tendiéndole la mano izquierda, que latía con
el anillo iridiscente de los Theronai.
Andra obedeció y él la sintió tensa justo antes que una ola de placer rodara a
través de ellos desde el punto de contacto. Él vio sus ojos dilatarse y sus pezones
perlarse bajo la delgada tela de su camisa. Tuvo que luchar para contenerse de
apretarla contra él, o incluso mejor, tirarla en la cama, donde podía extenderla y pasar
el tiempo saboreándola.
Entonces se acordó que Nika estaba en la cama y que les necesitaba a ambos
enfocados. Paul apartó todos esos inapropiados pensamientos lujuriosos y se aclaró la
garganta.
—¿Qué puedo hacer? —preguntó Andra.
—Inclínate hacia mí. Pon tu mano sobre la cabeza de Nika. Concéntrate en la piel
que nos une. Ábrete y no luches contra lo que pase. Yo haré el resto.
Paul no tenía acceso a la tierra, así que se enfocó en el aire. Sacó de allí pequeñas
chispas de energía no mayores que motas de polvo. Se había empujado duro
recientemente y no había meditado lo suficiente. Su cuerpo intentó rechazar el poder,
apartarlo para no tener que sufrir. Paul tomó el control de sus instintos de auto
preservación y los obligó a ceder. A aceptar el dolor. Sabía que no tenía mucha fuerza,
y aún menos tiempo, pero rezó para que fuera suficiente para darle a Nika una
oportunidad.
En lugar de intentar establecer una conexión con Nika, usó la conexión que ya
tenía con Andra. Ambas se conocían. Confiaban en la otra. Nada de lo que pudiera
decir superaría alguna vez esa confianza. Dejó flotar la energía a través de la mano, al
brazo de ella, cruzando su pecho, bajando por el otro brazo y hacia Nika.
Andra se tensó y siseó un aliento dolorido.
—¿Estás bien? —preguntó él, luchando contra su propio dolor.
—Sólo date prisa —dijo ella.
Paul lo hizo. Renunció a la delicadeza y forzó el poder a través de la conexión de
piel con piel hasta que tocó la mente de Nika. Tan pronto como lo hizo, se echó para
atrás, tambaleándose por la agonía oscura que la mujer había sufrido. Nunca había
sentido nada como eso, y esperaba nunca volver a sentirlo. Era humana en el exterior,
pero en el interior, era una masa retorciéndose por la tortura infligida por los
Synestryn. No tenía ni idea de cómo podía soportar el sufrimiento. No era de extrañar
que la pobre no pudiera comer. No estaba seguro de que él incluso fuera capaz de estar
consciente si tuviera que vivir con ese nivel de tormento. Y Paul conocía el tormento.
No había manera de que fuera capaz de meterse en su mente con su limitada
habilidad. Temía hacerle un daño incluso mayor. Todo lo que podía esperar era
encerrar el horror el tiempo suficiente para introducir algo de alimento en la mujer. Así

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que eso fue lo que hizo. Indujo a su mente a dormir mientras su cuerpo se quedaba
despierto. Cerró su conciencia con duras órdenes inflexibles.
Paul se apartó de Nika tan rápido como fue posible. Tenía el cuerpo cubierto de
una capa de sudor frío y estaba temblando. Incluso con el toque de Andra, había sido
una tortura.
Nika estaba rota. Irrevocablemente.
—Oh, Dios —exclamó Andra—. ¿Cómo puede vivir con eso?
Paul forzó su cuello cansado a levantar la cabeza.
—¿Viste el interior de su mente? Eso no es posible.
—No, sentí tu horror. Tu compasión por ella.
—Lo siento. No me había dado cuenta de que serías capaz de hacerlo. Si lo
hubiera sabido…
—Sobreviviré —dijo Andra, su tono sombrío y aceptándolo—. ¿Funcionó?
—Creo que sí. Intenta alimentarla ahora, pero despacio. Su mente está dormida,
así que no será capaz de prestar atención a lo que estás haciendo. Se ahogará si vas
demasiado rápido.
Andra levantó la cuchara de nuevo, y esa vez Nika tragó la sopa.
—Está funcionando —dijo ella, ofreciéndole una sonrisa de alivio.
Las entrañas de Paul se tensaron como reacción. Era la primera vez que había
visto su sonrisa, y no podía recordar haber visto nunca algo más hermoso. Habría
pasado una eternidad intentando hacerla sonreír de nuevo, si le dieran la oportunidad.
El teléfono móvil de Paul zumbó, una advertencia a tiempo contra su línea de
pensamientos.
—Lo cogeré en la sala —le dijo a ella.
Salió y respondió al teléfono.
—¿Sí?
—Encontré algo que deberías saber —dijo Nicholas.
—Adelante.
—¿Esa cuenta que me diste para transferir los fondos? Resulta ser parte de un
fideicomiso de algún tipo establecido para pagar los gastos médicos de una mujer
llamada Nika Madison. ¿Tiene esto algún sentido?
Paul miró atrás hacia la puerta de la habitación de Nika. Una habitación privada
en un lugar como ese no podía ser barata. Era un bonito lugar. Tranquilo, elegante,
bien gestionado. Oh, sí, ese lugar definitivamente costaría una fortuna.
Una extraña clase de alivio le inundó ante las noticias. Andra no era la mujer
hambrienta de dinero que había temido. Estaba protegiendo a Nika.

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—Sí —dijo Paul al teléfono—. Tiene perfecto sentido.

CAPÍTULO 7

Andra casi le había dado toda la comida a Nika antes de que se tendiera y
cerrara los ojos.
Ella respiró dejando salir un suspiro de alivio y limpió la mancha del puré de
patatas en la comisura de la boca de Nica. Nunca antes había visto nada como esto,
pero otra vez, estaba empezando a pensar que había muchas cosas que nunca había
visto. Paul y sus amigos encabezaban esa lista.
Melanie entró en la habitación y miró los cuencos vacíos.
—Conseguiste que comiera.
—Paul ayudó —dijo ella, justo cuando él volvía a entrar en la habitación.
—¿Tu prometido es un hombre encantador y un buen tío? Eres realmente
afortunada de encontrar un hombre así con el que casarte. Es una vergüenza que no me
dijeras que estabas comprometida. Ni siquiera sabía que estabas saliendo en serio.
¿Prometido? Ella abrió la boca para negarlo, pero antes de que pudiera hacerlo,
Paul dijo:
—Nos hemos conocido recientemente, pero cuando es amor verdadero, ¿Por qué
esperar?
Melanie observó a Andra cuidadosamente, como si esperase su versión de la
historia. Después de lo que él había hecho por Nika, no estaba segura de llamarle
mentiroso frente a Melanie. De hecho, quería lanzarse ella misma sobre él en
agradecimiento por lo que había hecho. En vez de eso, se estiró y tomó la mano de
Paul. Caliente y vibrante el placer la recorrió los miembros y tuvo que esforzarse para
sofocar un temblor.
Su reacción debió haber sido suficiente para convencer a Melanie, porque ella
solo sonrió, felicitándolos a los dos por su inminente unión, y dejó la habitación con la
bandeja vacía.
Andra intentó retirar la mano de modo que pudiera pensar correctamente, pero
Paul no la soltó.
—¿Prometido? —le preguntó a él.
—Tenía que conseguir pasar del mostrador principal de alguna forma. —Él
sonrió y ella se alegró de verlo. Desde que le había pedido el dinero, la había mirado

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como si hubiese cometido algún crimen atroz, y hasta ahora, no se había dado cuenta
como su mala opinión la había preocupado.
—Gracias —dijo ella—. Parece que te lo estoy diciendo mucho últimamente.
—Es un placer —miró a donde estaba durmiendo Nika—. ¿Te importa decirme
quien es ella?
Andra vaciló. No conocía a este hombre y con todo, él acababa de sufrir para
ayudar a la única persona en la tierra a la que amaba Andra. Le debía más de lo que
nunca podría pagarle.
—Mi hermana.
Los ojos de Paul se ensancharon con una especie de desesperada esperanza.
—Perdóname si esto es una impertinencia, pero, ¿Compartís los mismos padres?
Andra estaba demasiado sorprendida por la extraña pregunta que no consideró
siquiera el si debía responderle o no.
—Creo que sí. Mamá tenía un novio que venía a visitarla cada pocos años. Nunca
lo conocimos, pero ella le amaba. Decía que estaba en el ejército y eso era por lo que
nunca llegábamos a verle.
—¿En el ejército?
Andra se encogió de hombros, negándose a dejar que el daño de su infancia
rigiera su vida actual.
—Creo que era una historia que se inventó Mamá para que no la odiásemos. Lo
creí durante algunos años, pero finalmente empecé a resentirme con él. ¿Qué
endemoniado tipo de padre no podía enviar siquiera una tarjeta de cumpleaños o
llamar por teléfono al menos una vez? Creo que solo era un holgazán que dejó a Mamá
embarazada y se largó dejando que se las arreglara ella misma.
—Suena como un verdadero triunfador —dijo Paul, pero no había fuego en su
tono, solo especulación.
—Supongo que mi vida estuvo mejor sin él, ¿sabes?
—Estoy seguro que tienes razón —dijo, pero no sonaba como si lo creyese ni por
un minuto.
—¿Sabes algo que no me estás diciendo? —le preguntó ella.
—¿Sobre tu padre? Creo que no.
Nika dejó escapar un murmullo en su sueño y Andra fue a su lado.
—Shh, pequeña. Duerme.
—Se están acercando —farfulló Nika—. Los monstruos se están acercando.
El corazón de Andra se rompió y cayó por su hermana.
—Aquí estás a salvo. No dejaré que nadie te haga daño.

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La puerta de la habitación se abrió y Logan y Madoc entraron en ella como si les
perteneciera el lugar. Andra estaba empezando a cuestionarse la seguridad.
—¿Cómo conseguisteis entrar?
Logan ignoró su pregunta. Estaba demasiado ocupado olisqueando el aire por
algo. Madoc encogió los enormes hombros y dijo.
—Una vez se puso el sol, Logan ejerció su rutina de El Hombre Invisible y
vinimos directos aquí. Sin problemas.
—¿Realmente se volvió invisible? —preguntó Andra.
—No exactamente —dijo Logan—. Es más un truco de la mente.
—¿Quién es la niña? —preguntó Madoc. El miraba a Nika con demasiado interés
para comodidad de Andra.
Angra dio un paso lateral para bloquear su línea de visión.
—Creo que deberíais marcharos.
Los pálidos ojos de Logan brillaron y se movió hacia Nika como si fuera flotando.
—Nunca dijiste que tenías una hermana. —Respiró profundamente por la nariz
—. Su sangre es tan pura como la tuya. Puedo olerlo.
Andra vio los cercos oscuros de sangre en el camisón de Nika.
—¿Puedes oler que somos hermanas? Eso es demasiado raro para ponerlo en
palabras.
—Logan —dijo Paul en tono de advertencia—. Vuelve a apagar ese infierno.
—Ella tiene mucho dolor. Solo quiero aliviar su mente —se estiró hacia Nika.
El sonido de metal contra metal llenó el aire cuando ambos Paul y Madoc sacaron
sus espadas, haciéndolas aparecer en el aire. La espada de Paul fue a la garganta de
Logan, la de Madoc a su entrepierna.
—Tócala y morirás de manera muy dolorosa —gruñó Madoc.
Logan alzó las elegantes manos al aire y la sobrenatural luz en los ojos
disminuyó.
—La niña está sufriendo. Yo puedo ayudarla.
Andra no estaba segura de que estaba pasando.
—¿Puede ayudarla? —le preguntó Andra a Paul.
Paul dedicó a Andra una rápida mirada.
—Querrá beber su sangre.
—Es la única manera de diagnosticarla —de encontrar la verdadera causa de su
ruptura mental —explicó Logan.

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—No caigas en ello, Andra —dijo Madoc—. Ya ves la manera en que la mira.
Quiere su sangre y está utilizando la excusa de ayudarla como un modo de
conseguirla.
—Eso no es completamente cierto. Quiero su sangre, pero también quiero
ayudarla. Solo déjame acercarme a ella para ver si puedo darle algo de consuelo.
Andra le había dado al vampiro su sangre y eso no la había lastimado, a parte de
un acceso de mareos. También la había ensamblado el brazo roto. Si podía ayudar a
Nika, estaba dispuesta a afrontar el riesgo y dejarle acercarse a ella.
—Puedes mirarla, pero no puedes hacer nada más.
—Como desees —aceptó Logan.

Madoc no quiso apartar su espada. Probablemente iba a necesitarla en cualquier


segundo de una manera u otra. Logan era un jodido depredador, y él parecía ser el
único que lo veía.
A Madoc no le gustaba la idea de Logan acercándose a la niña. No podía verla la
cara desde aquí, pero apenas abultaba en la cama, estaba tan delgada. Solo los huesos
de las rodillas y los dedos de los pies sobresalían lo suficiente para ampliar la sábana.
Logan se deslizó hacia delante y Andra se hizo a un lado para hacerle sitio al
lado de la cama. Madoc tuvo un vistazo de la cara de la niña y se dio cuenta de que no
era una niña. Era una mujer joven, mucho mayor de los diez o doce años que había
pensado por su escuálida figura.
La mujer se revolvió y Andra le puso la mano sobre el brazo.
—Está bien, Nika. Él está aquí para ayudarte.
Madoc gruñó con disgusto. Él no podía ayudar en nada.
—La única persona a la que Logan va a ayudar es a Logan.
—Basta, Madoc —dijo Paul—. No va a hacerle daño por mirarla.
Logan puso las manos sobre la cabeza de Nika. Justo cuando lo hizo, Nika abrió
los ojos como si alguien hubiese encendido una lámpara. Su piel estaba mortalmente
pálida, casi tan blanca como su pelo. Sus ojos estaban abiertos desmesuradamente con
temor, los cuales eran de un puro y brillante azul igual que el cielo de invierno. Y allí
había mucho azul, demasiado. Sus pupilas se habían contraído hasta ser unos puntos.
Ella golpeó con fuerza la mano de Logan apartándola y se escabulló de él,
acurrucándose en un pequeño espacio contra el pasamanos más alejado de la cama. La
bolsa usada para la intravenosa se sacudió en su soporte cuando pivotó rodeando el
tubo.

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—Él quiere mi sangre —susurró ella, contemplando a Logan con terror—. Quiere
mi sangre, quiere mi sangre, quiere mi sangre —una y otra vez, sus palabras subían
más y más de volumen.
Andra se precipitó rodeando la cama para calmar a su hermana. Madoc decidió
que el tiempo de Logan con la mujer había terminado. Agarró el delgado cuerpo del
Sanguinar alrededor del pecho con un solo brazo y lo arrastró cruzando la habitación.
Lo empujó al cuarto de baño, cerró la puerta y sujetó el pomo de modo que Logan no
pudiera salir hasta que él le dejara.
La puerta se movía cuando Logan luchaba contra el agarre de Madoc, pero no se
movía. Logan no era un enclenque, pero Madoc era infernalmente mucho más fuerte.
—Eso no va a ayudar —dijo él desde el otro lado de la puerta.
De hecho, si lo hacía. Nika se había calmado, y ahora se aferraba al cuello de
Andra, sollozando. A Madoc nunca le importaron mucho las lágrimas, pero estas
sacaban el infierno a golpes, al verlas en esa asustada mirada en su rostro, lo único que
quería era matar algo cualquier cosa con tal de se detuvieran.
Paul le lanzó a Madoc una amarga mirada.
—Tiene razón y lo sabes. No puede ayudarla desde ahí.
—La niña no quiere su ayuda —dijo Madoc—. Solo pregúntala.
Paul cruzó hasta Madoc y le dijo casi en un susurro:
—Ella no está cuerda. Logan la asustó. Eso es todo.
—Ella no quiere que él tome su sangre. En lo que a mí concierne, eso la hace la
persona más cuerda en esta habitación.
Paul sacudió la cabeza y se volvió.
—¿Qué quieres hacer, Andra?
Ella miró por encima del abrazo. Las lágrimas la corrían por la cara, y los ojos tan
parecidos a los de Nika estaban llenos de pena.
Algo en eso tiró de Madoc. Él habría pensado que era compasión, pero
seguramente no le quedaba ninguna.
—No soporto verla así de trastornada. Va a enfermar después de que finalmente
hemos conseguido que comiera algo.
—De acuerdo —dijo Paul—. Qué tal si esperamos hasta que se calme y le
contamos que está sucediendo. Quizás si sabe quién es Logan, no le tenga miedo. Ella
no me temió a mí.
—Porque tú no quieres beber su sangre, idiota —dijo Madoc.
Andra sorbió por la nariz y asintió, ignorándolos a los dos.
—Vale la pena intentarlo.

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—Los monstruos se acercan —dijo Nika. Su voz rota cuando hablaba, y Madoc
tuvo la casi incontrolable urgencia de hacerle una visita a Logan en el baño y sacudirlo
un poco.
—Shh, bebé. Los monstruos no pueden cogerte aquí —dijo Andra.
Nika alzó el rostro mojado por las lágrimas. Las mejillas estaban hundidas bajo la
piel.
—Ahora saben dónde estoy. Me ven. Y a ti.
—No, no lo hacen. Aquí estás a salvo.
—No estoy loca, Andra. Se están acercando.
La pequeña no sonaba loca. Triste, asustada, cansada, por supuesto. Pero no loca.
Madoc miró por la ventana hacia el césped verde de abajo. Estaba muy
iluminado, y no vio nada, pero eso no quería decir una mierda.
—Hay sangre en su camisón —dijo él—. Si ella es uno de nosotros, ellos quizás
sean capaces de olerla.
Nika volvió la cabeza y lo miró por primera vez. Cuando sus ojos encontraron los
suyos, sintió como si le hubieran dado un puñetazo en las tripas. Se agarró al marco de
la puerta para sostenerse.
Quien quiera que fuera ella, tenía poder. Casi podía verlo flotando a su
alrededor.
Matándola.
No estaba seguro como sabía que ese era el caso, pero lo sabía, profundamente.
Hasta sus huesos; de la misma manera que sabía que su alma se descomponía en un
montón de cenizas más y más con cada día que pasaba, y no había una jodida cosa que
pudiera hacer.
Logan abrió la puerta detrás de él. Madoc se movió de modo que Nika no
pudiera ver al chupasangre.
—Su protección natural debería enmascarar la esencia de su sangre a los
Synestryn —dijo Paul.
—No si ella sabe acerca de ellos.
Paul le preguntó a Andra:
—¿Nika sabe sobre los Synestryn?
Andra dio un tembloroso asentimiento.
—Nos atacaron cuando éramos niñas.
Logan aspiró profundamente, oliendo el aire.
—Nika tiene razón. Los Synestryn se están acercando. Rápidamente.

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Madoc se preparó a sí mismo y dejó que la sonrisa le cubriera la cara. Finalmente,
algo que podría matar.
—Tenemos que salir de aquí —dijo Paul.
Andra sostuvo el rostro de su hermana contra el pecho.
—No sin Nika.
—Claro. ¿Puedes llevarla? —le preguntó Paul a Angra.
Ella asintió y sacó la bolsa de suero del soporte.
—Vamos, Nika. Tú y yo vamos a dar una vuelta —le tendió la bolsa a su
hermana y la cogió con los fuertes brazos.
Andra estaba destrozada, y Madoc se tomó un momento para disfrutar la visión
antes de sacar su arma.
—Me ocuparé del frente.
—Yo cerraré la retaguardia —dijo Paul—. Logan. Vas a tener que escudarnos a
todos de ser vistos. ¿Estás lo bastante fuerte?
—Sí —dijo Logan, aunque no sonaba convencido. Ahora se estaba quedando
cerca de Paul, como si le preocupase que él quizás necesitara un guardaespaldas.
Jodida sanguijuela.
—Tendrá que dejar el ensangrentado camisón atrás —dijo Logan.
—Todos, daros la vuelta —ordenó Angra.
Madoc lo hizo, asegurándose que los otros también lo hacían. Él oyó abrir un
cajón y cerrarlo y el suave roce de la tela. Entonces el aullido de un sgath atravesó la
noche, lo bastante alto como para que Madoc pudiera oírlo a través del cristal.
Los Synestryn estaban cerca.
—Ya estamos listas —dijo Andra—. Vámonos.
Madoc hizo rodar los hombros y salió por la puerta, listo para patear culos.

Andra sostenía a Nika cerca mientras salían corriendo del edificio.


Asombrosamente, nadie pareció advertir su avance. Era como si fueran invisibles, justo
como Madoc había dicho. No solo eso, si no que los guardias les habían abierto cada
puerta sin que hubiesen hecho la petición. Ella no tenía idea de que pensar excepto que
Logan debía estar utilizando algún tipo de truco de control mental. Era mejor si no
pensaba demasiado en lo que podría hacer él con ese tipo de poder.
Nika se aferraba a ella con débiles brazos, temblando y ocultando su rostro
contra el cuello de Andra. Ella estaba ahora cubierta con un camisón limpio, pero
Andra había visto en que se había convertido el cuerpo de su hermana cuando la había

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ayudado a cambiarse. El pobre cuerpo de Nika era un esqueleto cubierto por flácida y
pálida piel. Su vientre estaba hundido y sus costillas y huesos de las caderas eran
grotescas protuberancias, que le rompían a Andra el corazón. Lo único reconocible en
su cuerpo era la marca de nacimiento en forma de anillo sobre su hombro izquierdo, el
mismo que tenía Andra.
A Andra le tomó cada onza de voluntad no romper en lágrimas ante la visión de
la silueta perdida de su hermana. La hacía preguntarse cómo era que Nika estaba
todavía viva. ¿Por qué los médicos no habían hecho algo antes? ¿Por qué habían
esperado hasta que estuviese así de mal antes de amenazarla más drásticamente. ¿Era
peor su estado psicológico que su estado físico para que no lo hubiesen notado?
No tenía respuestas, pero estaba segura como el infierno que iba a encontrar
alguna.
Ellos se apresuraron a entrar en el parking, y por el rabillo del ojo, Andra vio un
movimiento. Sostuvo a Nika con más fuerza y apuró el paso. El aullido de esos
demonios se hacía más alto a medida que se acercaban, y estaba segura que
prácticamente podía oír los sonidos de sus garras arañando el pavimento.
—Tendremos que enfrentarlos aquí —dijo Logan por detrás de ella.
—Métete en la camioneta y vete —le ordenó Paul a Andra.
Ella pensó en decirle que no se iría sin él, pero la verdad era, que haría lo que
fuese para poner a Nika a salvo. Él era un tipo enorme, y sabía de primera mano que
era capaz de cuidar de sí mismo.
—¿Qué vais a hacer?
—Matar a los jodidos bastardos —dijo Madoc.
La voz de Paul vino desde detrás de ella, fuerte y lista.
—No te preocupes. Estaremos justo detrás de ti.
Él presionó su dedo contra el brazo desnudo por un momento y ella sintió un
golpe de energía saltar a su interior, igual que la electricidad estática, solo que este no
dolía. En vez de eso, una extraña sensación de paz se extendió sobre la piel, haciéndola
sentir a salvo y protegida.
Ella bajó la mirada y vio una brillante marca, rojo sangre, sobre la piel donde él la
había tocado.
—¿Qué es eso?
—Una marca de sangre. Ahora seré capaz de encontrarte, donde quiera que
vayas —dijo Paul. Algo en su tono, la manera en que dijo las palabras, la comunicó que
eso no era tanto una declaración como una promesa. Él la encontraría.
—Ellos están aquí —murmuró Nika.

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Andra no se paró a preguntarle si estaba segura. El temblor en su cuerpo le decía
a Andra que lo estaba. Como lo sabía era otra historia, una para la que ahora mismo no
tenían tiempo.
Paul tomó una postura de lucha entre ella y la dirección de los aullidos. Él de dio
una última mirada, entonces se alejo. Andra tuvo que contener la urgencia de volver y
luchar a su lado. Ella pertenecía allí. Sabía que era verdad, aunque no tenía idea de
cómo lo sabía. Eso parecía estar pasando mucho esa noche.
Andra deslizó a Nika en el interior del coche, saltando al asiento del conductor,
puso el motor en marcha y se alejó. Por el espejo retrovisor, vio media docena de esas
cosas peludas desde las sombras y cargando hacia los hombres. La espada de Paul
destelló bajo las luces del atestado parking cuando redujo radicalmente a uno de los
demonios, su cuerpo fuerte y fluido mientras se movía a través del pavimento. Podría
quedarse mirándolo durante horas y no aburrirse. Él hacía que luchar pareciera tan
fácil, sin esfuerzo. Casi hermoso.
Andra golpeó la acera y puso de nuevo toda la atención en conducir. No volvió a
mirar atrás. Nika estaba a salvo. Eso era suficiente.
Pero no lo era. Sentía como si estuviera abandonando a las únicas personas sobre
la tierra que le habían dado la más ligera esperanza de salvar a su hermana de la
locura. Por no mencionar que dejaba atrás a un hombre que hacía que el cuerpo
cobrara vida cada vez que la tocaba. Tan egoísta como era considerar siquiera meterlo
en la ecuación, lo hizo. Quería más tiempo con él para descubrir que tenía que la
llamaba y le hacía palpitar el corazón.
—Van a morir —susurró Nika—. Hay demasiados monstruos. Y están llegando
más.
Andra miró a los lados.
—No lo sabes.
—Lo sé. Están acercándose, Andra. Lo siento. —Nika parecía tan lúcida como
ella, no es que eso dijera mucho—. Por favor, tenemos que regresar.
La mano de Andra se cerró con fuerza sobre el volante de modo que no pudiera
hacer nada estúpido y volverse.
—No puedo arriesgarnos. Tú estás demasiado débil.
—Por favor, Andra. Volvamos.
—Tú eres más importante.
—Les necesitamos.
Mierda. Quizás tuviera razón.
Los nudillos de Andra estaban blancos y el cuerpo tenso por la indecisión. Había
mucho en juego. La vida de Nika colgaba en la balanza sin importar lo que hiciera. Si
volvía, quizás la hicieran pedazos los monstruos; pero si Andra no volvía y los

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hombres eran masacrados, entonces Nika quizás pasara el resto de su vida gritando de
temor. Al menos hasta que muriera de hambre.
—Por favor, Andra. Lo necesito.
El tono de ruego en su voz decidió finalmente a Andra. No había sido capaz de
hacer mucho por su hermana en ocho años. En todo ese tiempo, Nika nunca le había
pedido nada a Andra hasta ahora. Esto era algo que podía darle, e incluso si era la
elección equivocada, era mejor que golpear el infierno y dejarla morir de hambre. ¿No?
El cielo sabía que no le gustaba la idea de que los hombres que habían dejado atrás
murieran. Por no mencionar que le sucedería a la gente del hospital si los monstruos
conseguían entrar.
Donde estaba el camisón ensangrentado de Nika.
—Ponte el cinturón y agárrate —dijo Andra.
Estaban en una larga carretera que llevaba a una calle principal. El único tráfico
allí fuera eran granjeros y gente que se dirigía al hospital. Andra giro ciento ochenta
grados y apretó el acelerador. La furgoneta viró con un rechinar de ruedas y se dirigió
de vuelta a la colina.
—Dame mi escopeta. Está bajo el asiento.
El atestado parking estaba delante. La lucha todavía estaba en auge. Parecía que
Paul y Madoc habían derribado a tres de cuatro de esas cosas. No estaba segura de lo
que estaba haciendo Logan, pero estaba trabajando con ahínco permaneciendo
totalmente inmóvil con las manos levantadas y algún tipo de luz manando de esta,
esparciéndose contra la pared más cercana del hospital. Alucinante.
Andra tomó el arma que le ofrecía y le dijo a Nika:
—¡Al suelo! y quédate ahí.
Nika lo hizo, pero Andra oyó su aterrador cántico:
—Se están acercando, se están acercando, se están acercando…
Ya que tenía las manos ocupadas para bajar la ventanilla, Andra utilizó la culata
del arma para romper el cristal de la ventana del lado del conductor. Despejó lo
suficiente los cristales para sacar el cañón.
Aparecieron tres de esas cosas como escarabajos, y estaban apiñados en un
pequeño encantador grupo.
Andra apagó las luces de la camioneta y apretó el acelerador hacia ellos. Ellos no
la vieron venir hasta que fue demasiado tarde. Aceleró y lanzó el frontal de la
camioneta directamente contra ellos. Las cosas se dispersaron igual que bolos. Uno de
ellos pasó bajo las ruedas e hizo que la furgoneta despidiera un desagradable ruido, el
exoesqueleto se destrozó bajo la rueda.
Ejecutó otro duro giro, casi golpeando un BMW en el atestado parking, y volvió
por más, solo en caso de que ellos no se quedaran abajo.

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—¿Estás bien ahí abajo? —le preguntó a Nika.
—Sí —dijo, pero no sonaba bien. Sonaba como si estuviese deseando una bolsa
para vomitar.
—Solo aguanta. Casi estamos allí.
Desde su ángulo, tenía una fantástica vista de Paul y Madoc rebanando
monstruos, sus fuertes brazos y musculosas espaldas trabajando casi al unísono. Esa
era una hermosa vista que contemplar. Puro combustible para las fantasías femeninas.
Ella apartó la mirada y se concentró en su trabajo. Una de las cosas a las que
había golpeado se volvía a levantar. Ésta exudaba una materia verde de una brecha en
su pecho, lo cual a ella le valía. Andra se armó y disparó a esa grieta, esperando que su
disparo fuera capaz de reventarlo. La cosa explotó igual que un melón de agua lleno de
dinamita. Voló en un montón de pedacitos, haciendo necesarios los limpiaparabrisas.
Trozos de carne verde manchaban el cristal, y el estómago la dio un vuelco.
Andra tragó para mantener el control. Ahora no tenía tiempo para enfermarse, el
estómago tendría que esperar.
Ella escaneaba el área, pero se quedaba sin objetivos. Los hombres habían hecho
su trabajo y ahora estaban cerca de una pequeña montaña de piel negra de la que
manaba sangre negra.
Nika no podía ver eso. Todavía estaba demasiado frágil para enfrentar una visión
sacada directamente del horror de su propia mente.
—Permanece abajo, bebé —le dijo a Nika—. Estaremos fuera de aquí en un
segundo.
Ella condujo la furgoneta hacia los hombres que estaban limpiando sus espadas.
Logan parecía más pálido y delgado que antes, pero por otro lado, parecía estar bien.
Paul respiraba con fuerza, pero no estaba herido. Madoc, por otra parte, tenía una fea
incisión a través del muslo.
—Regresaste —dijo Paul. Eso sonaba como una acusación, pero estaba dispuesta
a dejarla pasar.
—No podía dejar que os quedarais con toda la diversión.
Madoc le gruñó.
—Largaos de aquí. No es seguro.
—El tiene razón —dijo Paul—. Su sangre solo atraerá a otras de esas cosas.
—Están cerca —susurró Nika desde donde estaba agachada.
Esta vez, Andra la creyó.
Madoc gruñó igual que algún tipo de animal salvaje, entonces dijo:
—Vosotros dos ir con ella. Yo los mantendré entretenidos.
Nika se agarró la cabeza y empezó a canturrear.

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—No, no, no, no…
—Ve a cogerla y cuida de ella —ofreció Paul—. Yo conduciré.
Andra estaba agradecida por ello. Atrajo a Nika a su regazo, asegurándose que
sus ojos estaban cubiertos y que su intravenosa permanecía en su lugar. Logan se metió
en el lado del pasajero. La verdad es que no se veía bien. De hecho, tenía la misma
apariencia que cuando Madoc lo había llevado a su apartamento —delgado, pálido y
temblando.
Paul se adelantó, dejando a Madoc detrás.
—¿Va a estar bien? —preguntó Andra.
—Si continua moviéndose, estará bien. —Algo en su tono decía que deseaba que
así fuese—. Logan, ¿Alguien en el hospital nos vio?
—No —susurró Logan en una cansada brizna de aire—. Yo los escudé.
Así que eso era lo que estaba haciendo ahí fuera. Sagrada alucinante vaca. Esto se
estaba volviendo más extraño por momento. Estaba la cosa de saber que los monstruos
eran reales -lo había sabido durante años- pero ¿magia? Eso era un poco más difícil de
digerir.
Y hacía que demasiadas cosas tuvieran sentido, considerando las cosas que había
estado viendo en la pasada década.
Toda su percepción del mundo cambió en ese momento, y fue como si ella
estuviese mirando de repente entre bastidores todos los mecanismos que sucedían
detrás de las escenas. Había mucho más incluso de lo que sabía. No estaba segura de
que realmente quisiera saber nada más. Su vida ya era bastante complicada como
estaba.
—¿Dónde vamos a ir ahora? —preguntó Andra.
Paul le dedicó una rápida mirada, entonces miró a Nika. La compasión saltó por
su ceño y sacudió la cabeza.
—Si vienes a casa con nosotros, quizás seamos capaces de ayudarla.
Nika todavía estaba canturreando:
—No, no, no…
Andra no podía soportar verla así. Si tuviera el poder de hacer algo para
ayudarla, lo habría intentado. No importaba cuanto no quería profundizar en ese
nuevo mundo de magia que había descubierto. Era la hermana mayor de Nika, y haría
lo que tuviera que hacer para que estuviera bien de nuevo.
Andra le apartó el pelo blanco a Nika de la cara, esperando consolarla.
—Esa es una posibilidad.

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Madoc se aseguró de dejar un rastro de sangre agradable y fácil de seguir
mientras se alejaba de la vista del hospital mental. Ninguno de esos trabajadores del
interior necesitaba ver el tipo de cosas con las que él combatía. Entonces sus mentes
acabarían realmente jodidas.
El hospital era encantador y aislado, lo que quería decir que había un montón de
granjas ahí fuera, todo enmarcado por el crecimiento de los gruesos árboles. Encontró
una oscura y aislada zona para luchar antes de detenerse.
El cuerpo le canturreaba con poder. Este golpeaba contra los ojos y arañaba las
venas intentando salir. Diablos, se sentía como si fuera a ser hecho pedazos por ello si
no hacía algo pronto, y esa pequeña escaramuza no había sido siquiera un desafío.
Gracias a Dios la noche era joven. Tenía horas de oscuridad antes de que todos los
Synestryn se replegaran de vuelta a los agujeros en los que vivían y no fuera capaz de
encontrarlos y matarlos.
Madoc se arrancó la camiseta y la ató alrededor de la herida del muslo para
detener la hemorragia. No quería perder sangre mientras tuviera todavía luchas a las
que enfrentarse. Necesitaba cada onza de esfuerzo que pudiera conseguir para apagar
el jodido dolor que le molía los huesos. Por no mencionar que si lo dejaba salir, eso
sería la última cosa que haría. Literalmente.
Quizás eso no fuera tan malo. No había manera de que la muerte pudiera doler
más que la vida. De ninguna jodida manera.
Un profundo gruñido sacudió la tierra. Los demonios se acercaban. Habían
encontrado su olor y estarían aquí en cualquier minuto.
Bien. Apenas podía esperar.

CAPÍTULO 8

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Nika sintió el hambre de los monstruos. Su excitación.
No quería ir con ellos, pero no tenía elección. Una astilla de su mente estaba
dentro de ellos, arrastrándola a su caza.
Trató de pensar en algo más, cambiar el canal en la cabeza para quedarse en la
camioneta con Andra, sana y salva en el regazo de su hermana. Le gustaba esa parte de
sí misma. Incluso, a pesar de que había extraños en la camioneta con ella, y que uno de
ellos quería beber su sangre, estaba mejor que en los otros lugares en que existía ahora
mismo.
Tantos lugares. Tantos monstruos. No podía seguirles la pista. Su mente se
rompió en demasiados pedazos y ya no podía sentir si quedaba algo de su ser real.
Nika vio a través de los ojos de un grupo de sgath cómo cazaban. Sintió la hierba
húmeda bajo sus patas y el cálido aire de la noche agitándole la piel. Sus garras se
clavaban profundamente en la tierra con cada poderosa zancada del cuerpo. La presa
estaba cerca. Podía oler su sangre, rica en poder.
Su vientre retumbó con hambre y la boca se le hizo agua, chorreando brillante
saliva sobre el suelo a su paso. Estaba cerca. Podía oír el lento latido constante de su
presa.
Su grupo se abrió paso a través de los árboles y vio entonces lo que cazaban.
Tenía una espada y llevaba el luminiscente collar que le marcaba como un Theronai, un
guerrero que quería matarla y librar a la tierra de todos los de su especie.
La parte de Nika que sabía que era humana alentaba al hombre, el mismo
hombre que antes había estado cerca de su cama en el hospital. Pero la parte de Nika
que era una bestia le siseaba con odio. Iba a hundir los dientes en la carne y tragar su
sangre antes de que pudiera ser absorbida por la tierra y se desperdiciara.
Más pedazos de ella se acurrucaban en el interior de tres sgath más cuando
cargaron contra el hombre. Vio el ataque desde todos los ángulos a la vez y su mente
humana tuvo que luchar para convertir las imágenes en algo que pudiera traducir. Era
demasiada información. Demasiado odio y rabia desde todos los lados. No quería ver
la muerte del hombre, pero si se quedaba entre los sgath, temía lo que iba a suceder.
El hombre miró hacia un par de ojos cuando ella se abalanzó a su garganta. No la
reconoció. No sabía que esto no era lo que ella quería. No quería verle morir.
Él ni siquiera pareció moverse, pero ella sintió el metal de su espada deslizarse
por su vientre. Aterrizó fuertemente en el suelo y sus entrañas rezumaron fuera por la
abertura. Sus patas estaban torpes y no podía empujar todos sus órganos de vuelta al
interior. Su propia sangre olía como comida y estaba tan hambrienta. Sabía que era
inútil y que se estaba muriendo, pero no podía dejar de lamerla del suelo mientras se
desangraba.
De vuelta al interior de la Nika real, el estómago se rebeló ante el sabor ácido de
la sangre y el denso olor a podredumbre de la misma. Se empujó fuera de la mente de

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la cosa, sólo para encontrarse atrapada dentro de otra. Se estaba escondiendo del
hombre, esperando para golpear tan pronto como le diera la espalda.
Sólo años de práctica le permitieron retirarse a su cuerpo real.
Dios, estaba tan débil. Apenas podía levantar la cabeza.
—Él está en problemas —se las arregló para decir.
—¿Quién? —preguntó Andra.
—El Theronai que estaba contigo esta noche.
—No conozco a ningún Theronai, bebé —dijo Andra con la paciente y gentil voz
que siempre utilizaba con su hermana loca.
Nika tenía ganas de gritar que no estaba loca -su mente estaba sólo rota en mil
fragmentos que vivían dentro de otros- pero sabía por experiencia que nunca
funcionaría. Cuando gritaba, los asistentes venían con agujas y ponían su mente real a
dormir para que no tuviera ningún lugar al que retirarse. Ningún lugar para
esconderse.
Soñar era un horrible collage de sangre, hambre y guerra, con la mente atrapada
dentro de tantos monstruos. Pero eso no era lo peor. No podía soportar estar con Tori
más. Las cosas que le habían hecho eran horribles. Inhumanas. Ni siquiera era
realmente Tori, era el oscuro y retorcido objeto que los Synestryn planeaban utilizar
como arma.
Pero Nika le había prometido a Tori que no la abandonaría, así que no podía. Ni
una sola vez en todos esos dolorosos largos años.
—Tienes que advertirle —dijo Nika—. Hay un sgath escondido cerca. Detrás de
él.
—¿De qué demonios está hablando? —Preguntó Paul—. ¿Cómo sabe sobre los
Theronai y los sgath?
—No tengo ni idea —dijo Andra—. Pero lo que sé, es que ha estado
completamente acertada toda la noche. Te sugiero que la escuches.
La camioneta frenó y después se detuvo. Nika se obligó a abrir los ojos, a pesar
de que el esfuerzo era casi más de lo que podía soportar. Se sentía como un globo
desinflado, vacía y floja. Inútil.
—¿De quién estás hablando, bebe? —preguntó Andra.
—El hombre. Contigo.
—¿Madoc?
El nombre sonaba correcto en su mente, como si el viento que rugía dentro de
ella de repente se calmara y se oyera pensar a sí misma de nuevo.
—Sí. Madoc. Está en problemas.
—¿Cómo lo sabes, hija? —preguntó una nueva voz.

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Volvió la cabeza hacia él y vio una débil luz plateada proveniente del interior de
sus ojos.
Ella conocía esa luz. Ese hambre. El pánico le dio fuerzas y se revolvió
apartándose del monstruo.
—Él quiere mi sangre. No le dejes tenerla.
—No voy a hacerte daño —dijo él.
—Mentiroso, mentiroso, mentiroso.
Oh, Dios, se estaba perdiendo a sí misma, extendiéndose en la noche, de vuelta a
las mentes de los monstruos que perseguían y asesinaban, y empujaban sus pecados en
su alma cada vez que lo hacían.
Llamó a Tori para que la ayudara, pero no hubo respuesta, y no pudo encontrar
la mente de su hermana pequeña entre todas las demás. Ellos tiraron de ella,
estirándola en mil finas hebras hasta que estuvo segura que se rompería. No podía
soportarlo más. Tenía que dejar de luchar. Renunciar. Dejar que la tuvieran.
No le importaba nada más. Haría cualquier cosa para detenerlo, incluso si
rompía su promesa a Tori.
—Lo siento —se oyó susurrar. Era un buen sonido, su propia voz real saliendo de
su propia boca. Podía tomar ese sonido con ella y estar en paz—. Lo siento.

Nika se desplomó en los brazos de Andra. Su respiración era laboriosa, y Andra


pudo ver el rápido latido de su corazón en sus venas a lo largo de la sien.
—Se está muriendo —dijo Logan.
La indignación y el rechazo se elevaron en Andra, consumiéndola.
—¡No! —gritó—. No lo está. Va a estar bien. La bolsa de la intravenosa está vacía.
Eso es todo. Necesitamos otra.
Rezaba a Dios para que fuera verdad. No podía perder a Nika, también. Si lo
hacía, no tendría a nadie más. Sin familia. Sin amigos.
La mano de Paul se puso sobre su brazo, y la calidez y la compasión cayeron
como una manta sobre su piel. Quería meterse en su regazo y quedarse allí, donde se
sentía bien. Protegida. Donde Nika estaría a salvo.
Pero era artificial. Lo que quiera que fuera esa cosa entre ellos, no era real. Sólo
un poco de magia, probablemente diseñada para engañarla. E incluso si no lo era, no
podía hacer una maldita cosa por Nika.
Andra atrajo a su hermana cerca y la meció. Intentó pensar una manera de
calmarla, pero nada le vino, ni siquiera el débil recuerdo de una canción que solieran
cantar. Nada.

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—Necesitamos llegar a un lugar donde pueda descansar y comer —dijo Logan—.
Está demasiado débil para viajar.
—Hay una casa Gerai no lejos de aquí. Iremos allí.
No sabía lo que era una casa Gerai, pero confiaba en que Paul supiera lo que
estaba haciendo.
—¿Qué pasa con Madoc? —Preguntó Andra—. Deberíamos al menos hacerle
saber lo que dijo ella.
El cuerpo de Paul se movió cuando sacó su teléfono móvil y marcó. En el silencio
de la cabina de la camioneta, pudo oír el profundo sonido de la voz de Madoc a través
del delgado plástico.
—Un poco ocupado —jadeó.
—Nika dijo que estabas en peligro.
Hubo un gruñido y un monstruoso grito de dolor.
—No, mierda. Dime algo que no sepa.
—Dijo que hay un sgath allí, escondido detrás de ti.
—¿Cómo demonios podría ella…? Espera —una serie de salvajes gruñidos
llenaron la línea, después silencio.
—¿Madoc? —Dijo Paul—. ¿Estás ahí?
Sin respuesta.
—¿Madoc? —miró a Andra y negó con la cabeza.
Un agudo grito de dolor llenó la línea. Sonaba como si alguien hubiera dado una
patada a un perro.
—Sí, estoy aquí. Encontré al cabrón. Lo maté.
—Nos retiramos por esta noche. ¿Puedes alcanzarnos?
—Sigo sangrando.
—Entonces para la hemorragia y únete a nosotros.
—¿Por qué?
—Porque sería agradable tener otra espada cerca cuidando a las mujeres.
Andra casi dijo que podía cuidarse sola, pero se contuvo con esa estúpida
mentira autoindulgente. Cuantas más espadas tuvieran entre Nika y esas cosas de ahí
afuera, mejor.
—Tenía planes —dijo Madoc.
—Los cambias, ¿verdad?
—Joder. Está bien. Iré a limpiarme al lago y me reuniré con vosotros pronto.
¿Suficientemente bueno?

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—Sí. Gracias, hombre.
Madoc no se molestó en contestar. El tipo no era exactamente señor Amistoso.
Andra estaba contenta de que estuviera de su lado.

Paul instaló a las mujeres en una de las habitaciones de la casa Gerai. Como
tantas otras casas, esta estaba aislada, lejos de vecinos curiosos. Era un rancho de tres
habitaciones, abastecido con alimentos, ropas y suministros, cualquier cosa que
pudieran necesitar para proveerse de combustible y protegerse a sí mismos o a
cualquier humano de lo que podría ser un largo paseo. Debido a que esos lugares de
refugio estaban mantenidos por los seres humanos pura sangre conocidos como Gerai,
el término pegaba.
Paul nunca había estado tan contento antes de tener un lugar seguro cerca. Nika
no se veía bien.
Andra deslizó a Nika bajo las mantas, entonces se tendió a su lado y la sostuvo
con fuerza. Nika parecía tan frágil al lado de Andra, como si una palabra dicha con
demasiada dureza quebrara sus frágiles huesos.
Incluso si era una Theronai como Andra, no podría seguir adelante durante
mucho más. Necesitaban introducir algo de comida en ella y quitarle la intravenosa del
brazo sin que sangrara por todas partes. Realmente no tenían necesidad de atraer a
más Synestryn.
Andra acarició el pelo de su hermana y le susurró en una voz tan baja que Paul
no lo escuchó. Independientemente de lo que dijera, su cuerpo estaba rígido con tensa
desesperación.
Andra debía saber lo mal que estaba Nika, incluso si no quería admitirlo. Su
temor la delataba. Él podía verlo en el modo en que sus dedos temblaban cuando los
pasó por la cabeza de Nika, el modo en que sus ojos miraban frenéticamente la delgada
forma de su hermana como si estuviera buscando una manera de restaurarla.
Paul tuvo que apretar los dientes para contenerse de ir a Andra. Quería
consolarla y meterla entre los brazos y protegerla de todas las cosas malas de la vida.
Irónico. En su línea de trabajo, era todo lo que tenía para ofrecer. Nada más que sólo
una ilusión temporal.
Se obligó a salir de la habitación y cerrar la puerta. Necesitaba que Logan mirara
a Nika y viera si había algo que hacer por ella, no importaba lo poco que fuera. Ahora
que estaba dormida, al menos, no podía asustarla.
Logan estaba fuera, en el patio delantero de la pequeña casa, olfateando el aire.
La oscuridad parecía cerrarse en torno a él, pero le sentaba bien. Pertenecía al lugar,
fuera, en medio de la noche. Todos los Sanguinar parecían estar más a gusto en la
oscuridad.

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Paul no lo entendía, pero había llegado a aceptarlo a lo largo de las décadas.
Preferiría mucho más estar tumbado en alguna playa inundada de sol, pero eso no
estaba en las cartas para él. No podía hacer nada más durante el día que un ganadero
su trabajo en mitad de Manhattan. Eso, simplemente, no iba a suceder.
—¿Estamos tranquilos? —preguntó Paul.
—Sí. Por ahora.
—Deberías ir a ver qué puedes hacer por Nika mientras está dormida.
Logan no se volvió. Continúo mirando hacia la noche.
—No hay nada que pueda hacer. Se está muriendo.
Los ojos de Paul se cerraron de dolor. Pobre Andra. Amaba mucho a su hermana.
Podía verlo en cada movimiento que hacía. Nika era su mundo, e iba a perderla.
Lo que fuera, tenía que ayudarla a pasar por ello. Estar ahí para ella.
—¿Por qué se está muriendo?
—No puedo decírtelo sin tomar su sangre, y está demasiado débil para eso.
—¿No puedes hacer nada? ¿Ayudar a mantenerla durante un poco más de
tiempo para que pueda ponerse más fuerte?
—¿Por qué debería importarme lo que le pasa a una sola alma? —preguntó
Logan.
No se molestó en recordarle que probablemente Nika no era humana.
—¿A ti no te importa?
Logan se volvió y miró a Paul con esos ojos de hielo.
—No. ¿Por qué debería? Fue criada como una humana. Ellos no se preocupan
nada por los de mi clase. Nos llaman vampiros. ¿Has visto las películas que han hecho
sobre mi gente? ¿Las mentiras que les dicen a sus hijos sobre nosotros, como si
fuéramos a cazar a su especie hasta la extinción?
—Ellos son vuestro alimento. Eso haría que alguien se sintiera un poco
incómodo, ¿no te parece?
—Sólo tomo su sangre. Esperaría que ese hecho los tranquilizara si se pararan a
pensarlo un solo momento. ¿Por qué iba yo a matar algo que necesito para sobrevivir?
Sería como un agricultor que talara su huerto para cosechar más fruta ese mismo año.
Una repentina compresión le llegó a Paul, una que nunca había considerado
incluso.
—Estás resentido con ellos. Los humanos. ¿Verdad?
—Por supuesto que no.

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—Lo estás, estás cabreado porque los necesitas. O a nosotros. Tengo que
admitirlo, yo también estaría un poco enfadado, si tuviera que depender tan
fuertemente de alguien más.
Logan resopló.
—Dices eso como si no necesitaras una mujer para vivir.
Tal vez Andra.
Paul reprimió un escalofrío de emoción y encadenó sus necesidades hasta que se
calmaron. Iba a tener que averiguar qué era esa cosa entre ellos, pero no era el
momento. Tenía cosas más importantes en qué pensar.
—Necesito una mujer, pero he vivido por mí mismo durante un largo tiempo. Tú
nunca lo harás.
—Basta de esto —Logan le empujó pasándole—. Voy a entrar.
—Todo esto hace que tenga mucho más sentido. Vosotros, los Sanguinar, no sois
del todo oscuros e inquietantes. Estás poniendo mala cara. No te gustan las reglas y no
puedes cambiarlas, así que estás poniendo mala cara.
—No sabes nada de lo se siente siendo de mi clase. Deja de fingir que lo haces.
—¿Estoy equivocado?
Antes de que Paul lo viera llegar, Logan lo había agarrado y empujado contra la
puerta. Logan estaba débil por el esfuerzo, pero incluso débil, estaba lo suficientemente
fuerte para hacer que Paul prestara atención.
Podía sentir los bordes de la pequeña ventana presionándole la espalda así como
los huesos del antebrazo del hombre quitándole el aire.
—No estamos poniendo mala cara. Nos estamos muriendo. Dos más de mis
hermanos murieron mientras tú dormías. Murieron de hambre porque no hay comida
para nosotros y, sin embargo, tu gente nos mira como si fuéramos buitres, resentidos
con nosotros por la sangre que debemos tomar para vivir.
Paul mantuvo las manos apartadas de su espada con un esfuerzo de voluntad.
No quería cortar a la única persona en los alrededores que podría ser capaz de salvar a
Nika. Decidió ser un hombre más magnánimo que eso y levantó las manos en
rendición.
Logan le dejó ir, pero Paul iba a llevar una contusión en el cuello durante días,
estaba seguro.
—¿Quieres más sangre? —Graznó Paul—. Bien, toma algo de la mía, pero úsala
para salvar a la chica.
Los ojos de Logan se encendieron y un hambre depredadora le dilató las pupilas.
—Dame tu brazo.

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CAPÍTULO 9

Logan entró en la habitación sin llamar, haciendo que Andra saltase de la cama.
Ella intentó de disimular el sobresalto, pero la ligera elevación de la esquina de su
hermosa boca le decía que sabía lo que estaba haciendo. Y lo encontraba divertido.
Tenía mejor color y parecía como si hubiese ganado peso nuevamente. Tenía que
ser alguna clase de ilusión óptica, porque nadie cambiaba de tamaño tan rápidamente.
No era posible.

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Por otra parte, se recordó, había visto toda clase de cosas imposibles en las
pasadas veinticuatro horas.
—Déjanos —le ordenó, señalando hacia Nika.
—Como el infierno que lo haré. Voy a quedarme justo aquí donde pueda
vigilarte.
—¿Y hacer qué? ¿Qué crees que podrías hacer si quisieras detenerme?
Él no iba desencaminado. Ella ni siquiera tenía su escopeta. De acuerdo, hora de
ser agradable.
—Estoy preocupada por ella.
—Con buena razón. No es probable que sobreviva.
Andra apretó las rodillas y se le hizo un nudo en la garganta cuando el pánico la
embargó. Una enorme pena se estaba construyendo en su interior, y la única cosa que
evitaba que se derramase sobre ella era la esperanza, la esperanza de que estuviese
equivocado. Volver a unir a Nika podría hacerlo alguien con toda la magia que había
visto.
—Por favor —rogó ella, sin importarle lo estúpido que fuera su orgullo—. Por
favor haz algo para salvarla.
La mandíbula de Logan se apretó y los ojos se cerraron en derrota. Dejó escapar
un pesado suspiro.
—Bien. Lo intentaré, pero hay poco que pueda hacer sin su sangre.
—¿Cuánta necesitas?
—No mucha, pero más de la que ella puede darme.
—Puedes tener la mía —le dijo Andra.
Logan se inclinó hacia ella hasta que la tocó el cuello con la nariz. Se preparó a sí
misma para el mordisco, pero este nunca llegó. En vez de eso, respiró profundamente,
como si le oliera la piel.
Él se enderezó y sacudió la cabeza.
—Hoy no. Tomé demasiado de ti antes. Pero mantendré tu oferta y beberé de ti
más adelante, cuando estés plenamente recuperada.
—Ahora estoy bien. Lo importante aquí es Nika.
Logan la observó con una brillante mirada.
—Paul discutiría ese punto. Además, él te necesita. Deberías ir con él.
Ella quería hacerlo, pero eso sólo era más de esa cosa artificial del hocus-pocus.
Siempre y cuando no fuera real, ella podría ignorarlo.
—Lo haré después de que intentes ayudar a Nika.

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Él se la quedó mirando durante un largo momento antes de dedicarle un simple
asentimiento.
—Ve a llenar la bañera con agua, moja una toalla y tráemela.
Andra hizo lo que le pidió. Cuando volvió unos segundos después, Logan estaba
sentado sobre la cama de Nika con una mano sobre su frente y la otra entre sus flacos
pechos. Tenía la cabeza inclinada como si rogara y casi podía sentir un tipo de vibrante
calor emanando de él.
Él levantó la cabeza. La respiración era un poco laboriosa.
—Sujeta la toalla cerca.
Andra se acercó a él y se la presentó. Gotas de agua se deslizaban por las manos
y caían al suelo de madera.
—Voy a sacar la intravenosa del brazo y ponerlo en la toalla. Quiero que lo
envuelvas lo más rápido posible y lo lleves al lavabo. Deja correr el agua sobre ello
hasta que desaparezca el olor. No queremos que el aroma de su sangre se filtre en el
aire y atraiga a los Synestryn hasta nosotros.
—¿Ellos pueden olerlo también?
Él le dedicó una mirada que hizo que se sintiera como una idiota por no saber la
respuesta.
—¿Quieres comprobarlo?
Andra sacudió la cabeza.
—De acuerdo. Aquí vamos —sacó el catéter del brazo de Nika. La fina y floja piel
se estiraba demasiado, haciendo el trabajo difícil. Él la levantó el brazo—. Voy a lamer
la sangre y sellar la herida con mi boca, así que si no quieres verlo, no mires.
—Nika no puede luchar contra una infección. Por favor, dime que está a salvo de
los gérmenes de tu boca. Son mágicos o algo así, ¿verdad?
Él sonrió entonces, y su belleza casi hace que Andra dejara caer la toalla. Se
preguntaba cuántas mujeres habrían caído a sus pies a causa de esa sonrisa. Esa sería
una gran arma natural.
—Gérmenes mágicos. Me gusta eso —dijo—. No te preocupes. Es perfectamente
seguro para ella.
—Seguro. Eso es bueno.
—¿Estás lista?
—Sí.
Él extrajo la intravenosa del brazo y lo depositó sobre la toalla. Andra lo envolvió
apretadamente y lo llevó al baño, donde dejo corriendo el agua sobre todo el desastre y
volvió para asegurarse que Nika no había sufrido ningún extraño efecto al ser lamida
por un vampiro.

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Su brazo estaba bien y su piel estaba impoluta, como si nunca hubiese tenido el
catéter.
—Esto es fantástico —le dijo ella.
Pero Logan no escuchaba. Estaba mirando fijamente hacia la pared con los ojos
muy abiertos que iban de izquierda a derecha como si estuviera en la fase REM del
sueño. Cada segundo o dos, su cuerpo temblaba igual que si hubiese sido golpeado por
una descarga eléctrica.
No era bueno.
Andra le agitó la mano por delante de la cara.
—Hey. ¿Estás ahí?
Su boca comenzó a moverse, pero no emitió ningún sonido.
—Logan.
Nada. Andra le puso la mano en el hombro y lo sacudió.
—¡Logan! Reacciona.
Finalmente lo hizo. Sus ojos parpadearon lentamente y detuvieron su rutina de
Ping-Pong. Respiró profundamente como si fuera la primera bocanada que había
tenido en mucho rato.
—Déjanos. Necesito tiempo para examinarla.
—No me voy a marchar.
—Te prometo que no le haré daño. Y si no traes a Paul dentro, los Synestryn
seguramente lo encontrarán antes de que salga el sol.
¿Traer a Paul?
—¿De qué estás hablando?
—Necesito fuerza para atender a tu hermana. Paul me ofreció su sangre.
Desafortunadamente necesité bastante hace un momento y él me había dado
recientemente. Está fuera. Recuperándose.
—¿Por qué diablos no me lo dijiste antes? —dijo Andra.
—Lo hice. Tú elegiste ignorarme.
Ella tenía que ir por Paul. No podía dejarle tendido allí afuera en la oscuridad
con todos los monstruos rondando alrededor.
—Si la tocas un solo cabello, voy a matarte. ¿Está claro?
Logan le dirigió una educada sonrisa.
—Ve a tu Theronai. Nika está a salvo a mi cuidado.
Andra le creía, lo cual podría parecer increíble, pero así era. Paul la necesitaba
ahora, y sin él, Andra no estaba segura de poder mantener a Nika a salvo de los

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monstruos. Además, se lo debía. Él había dado su sangre para ayudar a Nika, y en su
libro, eso lo hacía un héroe.
Ella acababa de volverse para marcharse cuando él le dijo:
—Oh, por cierto, ese collar que lleva es tuyo si eliges tomarlo.
Andra se detuvo en seco. Ella también había sentido eso, pero lo había hecho a
un lado como un sentimiento irracional más.
—Paul nunca lo dijo.
—Porque te estaba protegiendo.
Andra frunció el ceño.
—¿De qué?
—De la responsabilidad del poder que manejarás si decides llevarlo.
—¿Poder?
La sostuvo la mirada.
—Más del que puedes imaginar. Suficiente para mantener a tu hermana a salvo.
Quizás bastante también como para sanarla.
Le tomó un par de segundos procesar lo que estaba diciendo. Todo ese asunto
era tan extraño, que al principio no sabía que pensar, pero una cosa estaba clara. Si
Paul podía ayudarla a salvar a Nika, iba a hacer lo que fuera.
—¿Es por eso que me siento extraña cuándo lo toco?
—Sí. Es la manera que tiene la naturaleza de ayudarte a encontrarle. Sugiero que
no esperes demasiado tiempo para ordenar tu mente independientemente de que
vayas o no a reclamar lo que es tuyo. Nika ya está fuera de tiempo. Será afortunada de
sobrevivir tres días más a este paso.
Tres días. A Andra se le cerró la garganta mientras luchaba contra las lágrimas.
—No necesito más tiempo. Sé lo que debo hacer.
Primero iba a asegurarse de que Logan no estaba metido de lleno en la mierda.
Después iba a hacer la única cosa que podía.
Salvar a Nika.

Andra encontró a Paul tirado sobre el porche. Su enorme cuerpo estaba fláccido
e inmóvil. El pánico se precipitó sobre su piel mientras corría hacia él, buscando sus
signos vitales.
Ella presionó los dedos contra su cuello para sentir el pulso, y el calor se disparó
por el brazo. Él tomó una estremecedora respiración, y los ojos de Andra se cerraron de

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alivio. Su pulso era fuerte y su respiración estable. Ahora todo lo que tenía que hacer
era conseguir llevarlo adentro, donde al menos habría una puerta entre él y los
monstruos. Sabía por experiencia que eso no los detendría mucho tiempo, pero al
menos los haría ir más despacio.
Aquí afuera, a descubierto en la oscuridad circundante, nada lo haría.
Andra tiró de su brazo a modo de prueba. Señor, era pesado; casi treinta y seis
kilos más pesado que ella. Podía hacerlo, pero uno de ellos iba a acabar con el hombro
dislocado en el proceso.
Quizás si lo pusiera sobre los tablones de madera sería más fácil. Quizás acabara
con astillas en el culo, pero se alegraría de sacárselas mientras vivieran para poder
hacerlo. Estaba bastante segura de que disfrutaría echando una larga mirada a su
musculoso trasero, de todas formas.
Lo movió de manera que su cabeza se ladeó. La iridiscente gargantilla que
llevaba captaba y mantenía la luz del único foco que brillaba sobre ellos.
Esa gargantilla era suya. Siempre lo había sido. Quería quitársela.
Toda esa magia de abra-cadabra la había dejado tambaleándose en la oscuridad,
pero tenía fuertes instintos acerca de esa cosa, y no temía seguirlos, especialmente
después de la demostración de Logan. Si esto no ayudaba a Nika, de todas formas no
tenía nada que perder.
Andra se estiró y la acarició con la punta del dedo. Una feliz y tintineante
sensación la barrió el brazo y se asentó profundamente en el pecho, otorgándola la
confianza de que estaba haciendo lo correcto. Los colores en el interior de la banda
hicieron remolinos alrededor del contacto, como si supiera que ella la estaba tocando.
Una pluma de azul zafiro se extendió desde debajo del dedo, ampliándose en
concéntricos anillos mientras se movía cruzando el collar.
El color era tan hermoso, tan rico y profundo, quería tenerlo para sí misma y
verlo adornándola la garganta. Justo cuando el pensamiento pasó por la cabeza, la
banda se deslizó abriéndose y calló del grueso cuello de Paul. Andra recuperó el
resbaladizo objeto de los tablones de madera y dejó que resbalara entre los dedos,
pasándola de una mano a otra. Todavía estaba cálida por el cuerpo de Paul y era más
pesada de lo que había esperado.
Le había parecido como si estuviera hecha de algún tipo de plástico, pero ahora
que la sostenía y sentía su peso, sabía que no era así.
Los extremos estaban rematados, sin broche, pero ella supuso que la misma
magia que la había abierto la sujetaría otra vez. Se colocó la banda alrededor del cuello
y los extremos parecieron encontrarse el uno al otro como si fueran atraídos por
imanes. Tan pronto como sintió el ligero clic de la banda al cerrarse, los ojos de Paul se
abrieron. Chispas doradas brillaban bajo el marrón más profundo de sus ojos,
haciéndolos destellar a la luz del porche. Su mirada se movió a la garganta de ella y su
mano fue a la suya propia.

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—¿Cómo has…? —su voz era un atónito susurro, apenas audible bajo el cercano
canto de los grillos.
Él se estiró y colocó una yema del dedo contra la banda y la deslizó por esta,
acariciando su piel a lo largo del borde mientras pasaba. Sus pupilas se dilataron y las
ventanas de su nariz se ensancharon. Él dejó escapar un bajo y satisfecho gemido que
la provocó un temblor por la columna.
—Es tan bueno —dijo él—. Probablemente no debiste hacerlo, pero es tan bueno
no tener más dolor.
—¿Estás bien? —le preguntó ella—. Estabas inconsciente.
—Ahora estoy perfecto. Gracias a ti —movió el dedo desde la gargantilla a un
lado de su cuello y bajó a lo largo de su mandíbula—. Eres una de nosotros.
—¿Quiénes somos nosotros?
—Somos Theronai.
—¿Eso qué es?
—Somos una de las tres razas de guardianes. Centinelas. Estamos para vigilar la
puerta al otro mundo, para protegerla de una invasión Synestryn. También
protegemos a los humanos de caer víctimas del mal.
—¿Cómo hiciste con Sammy?
Él asintió.
—Estamos aquí para proteger a otros. Está en nuestra sangre, en tu sangre. Eso es
el porqué casi te matas a ti misma intentando encontrar a esos niños perdidos, el
porqué nunca te rendiste. Eres como yo. Había esperado que no fueras humana, pero
sabiendo la verdad…
—Por supuesto que soy humana —incluso cuando lo decía, se cuestionaba la
verdad de sus palabras. Siempre había sido diferente. Al igual que sus hermanas.
Andra había justificado su rareza como algún tipo de capricho genético aleatorio, pero
ahora que Paul decía esas palabras, se dio cuenta de que había estado equivocada. Era
diferente de los otros humanos porque no era humana en sí misma. Esto tenía
demasiado sentido para no ser verdad, a pesar de su deseo de negarlo.
Su madre siempre había sido reservada en lo que se refería a su padre, evadiendo
preguntas, mintiendo cuando le daba respuestas. Andra siempre había pensado que
ella estaba encubriendo a algún holgazán, pero quizás era algo más que eso.
Si tan solo su Madre siguiera viva de modo que pudiera preguntarle y descubrir
así la verdad. Ahora todo lo que tenía era la palabra de un hombre que apenas conocía
y sus instintos, instintos que le decían que no era humana. Que era diferente. Eso era
por lo que podía encontrar niños perdidos.
El mundo de Andra había cambiado. Los colores que habían pintado las
experiencias de su vida cambiaban a una masa distorsionada, mezclada con los
recuerdos y los inexplicables eventos de algo claro y visible.

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Esa extraña pieza de puzle nunca había encajado realmente en su lugar.
—¿Cómo puedo no haberlo sabido?
Paul le acarició la mejilla, los ojos brillando con compasión.
—Nadie te lo dijo nunca. Pero está bien. No estás sola.
—Quizás no, pero toda mi vida ha sido una mentira —no podía hacer otra cosa
excepto sentirse traicionada por su madre. ¿Cuántas veces le había preguntado por su
padre? ¿Cuántas veces le había mirado su madre a los ojos y había mentido?
—Esa mentira te protegió. Probablemente te salvó la vida. Y me dio tiempo para
encontrarte.
—Eso no es excusa para lo que hizo.
—Quizás no mintió —dijo Paul—. Quizás tu madre no lo sabía.
—Ella sabía algo. Ahora puedo verlo, en perspectiva. Ella mintió.
—Pero ahora sabes la verdad. Eres una Theronai. Puedes aceptarlo y seguir
adelante o estancarte en el pasado. Tú eliges.
No tenía tiempo para estancarse. Logan le había dicho que Nika quizás no
viviera ni tres días.
—Nika me necesita para seguir adelante.
Un brillo de satisfacción iluminó los ojos de él.
—Entonces debemos acabar con esto, tú y yo.
—¿Acabar?
Él asintió, contemplando su boca.
—Y entonces te mostraré la verdad. Y mi poder, tu poder ahora. Vamos adentro.
Andra se levantó y le ofreció la mano. Él la tomó, pero no porque se tambaleara.
Su postura era sólida y fuerte, igual que el resto de él.
—Pareces haberte recobrado.
—Todavía estoy un cuatro o dos por debajo, pero me siento fantástico —deslizó
la mano a la parte de atrás del cuello de ella y la mantuvo inmóvil. Él era algunos
centímetros más alto, y ella se encontró mirando directamente a su boca, deseando
tener las agallas de besarle otra vez. Lo que había tenido ya no era suficiente. Nunca lo
sería.
—Después —le dijo él, y sonaba igual que una promesa—. Cuando sea seguro. Y
tengamos mucho tiempo.
La mente de Andra se volvía brumosa por momentos. Algo estaba sucediendo en
su interior, alguna clase de calor que se extendía, asumiendo el control.
—¿Tiempo? —preguntó ella.
Paul asintió otra vez.

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—Montones de tiempo. Llegaré a conocerte. Descubrir lo que te gusta.
Le gustaba él. Demasiado. Tanto que se sentía mareada con la fuerza de eso y lo
que la estaba sucediendo.
Andra se balanceó y se agarró de sus brazos para estabilizarse. Sus músculos se
sentían duros bajo las yemas de los dedos, esculpidos de modo que sus manos casaran
perfectamente contra las suyas.
—Tú y yo, podemos tener un para siempre si tú quieres.
Para siempre sonaba bastante bien ahora mismo, considerando lo que sentía.
La parte lúcida de ella dijo:
—Pero apenas te conozco.
—Eso cambiará muy pronto. Voy a llevarte adentro y vamos a terminar lo que tú
has empezado.
La alzó en brazos y ella tuvo la sensación de volar durante un segundo. Una risa
burbujeó saliendo de ella, y sonaba casi embriagada en sus propios oídos.
Ella descansó la pesada cabeza sobre su hombro y cerró los ojos mientras ese
calor se expandía en su interior.
—¿Qué me está sucediendo?
Él enterró la nariz en su pelo y le susurró bajito al oído:
—Shh. Solo déjate ir. Ahora eres mía.

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CAPÍTULO 10

Paul se sintió como un dios. Ni siquiera estaban completamente unidos y ya le


había cambiado la vida. El dolor se había ido. Desvanecido. La fuerza le atravesaba el
cuerpo con cada latido del corazón. Claro, no tenía tanta sangre como se suponía, pero
difícilmente eso le importaba. Andra estaba entre sus brazos, y él se sentía invencible,
como si pudiera derribar un nido entero de Synestryn sin ayuda de nadie y sin
empezar a sudar.
Su cuerpo se sentía bien contra él y no quería que le dejara. Nunca. Podía sentir
la elegante firmeza de los músculos de su espalda y muslos, mientras que las leves
ondulaciones de sus pechos eran suaves y blandas contra el pecho. Su corto pelo le
hacía cosquillas en la nariz, fino como el de un bebé y tan suave como una pluma. Y
olía tan bien.
Un hombre podía perderse en una mujer como ella y nunca sentirse privado,
nunca faltarle nada.
Tenía que establecer su reclamo y hacerlo definitivo. Una pequeña punzada de
culpa le hizo detenerse, pero la desestimó como no importante. Ella no tenía ni idea de

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en lo que se estaba metiendo, pero no podía permitirse detenerlo. Ya no. Había
aceptado su luceria por propia voluntad, y no iba a dejar que ese milagro pasara de
largo. No ahora, y probablemente, nunca. La necesitaba demasiado. Tenía que
quedarse con él. Ser suya. Pertenecerle a él y sólo a él. Debía asegurarse de que ella
nunca lo lamentara.
Algo en esa línea de pensamientos estaba mal, pero no le importaba. Era la hora.
Paul la recostó en el sofá, se arrodilló a su lado y se quitó la camisa por la cabeza.
Andra sonrió y se inclinó hacia él, ronroneando. Ella le pasó las manos por los
hombros y hacia abajo, por la marca de vida. Las ramas se balanceaban reaccionando a
su tacto, y la única hoja que quedaba se estremeció. Sus dedos eran cálidos y se
ensortijaron contra la carne, amasándole los músculos.
El cuerpo de Paul respondió predeciblemente ante las caricias de una mujer
hermosa. La piel se le enrojeció y la polla se puso dura, haciéndole desear poder perder
los vaqueros, también. Estaba tan hermosa allí tendida, acariciándolo, mirándolo
fijamente, como si fuera el único hombre en la faz de la tierra. Todo lo que él quería
hacer era quitarle la ropa y extender esas largas piernas para poder tocarla, saborearla
y hacerla correrse sólo para él.
Oh, sí. Ese era definitivamente un buen plan.
Pero no hasta que sus vínculos fueran completos. Irrompibles. No como había
hecho con Kate. Una vez Andra fuera suya, él lo haría todo y más.
Su espada estaba justo a su lado, lista y esperando como siempre. Él cogió sus
manos y las sostuvo inmóviles, para que no pudiera cortarse accidentalmente cuando
llegara a la hoja.
—Mi vida por la tuya —le dijo mientras se hacía un delgado corte sobre el pecho,
lo que significaba la disposición a derramar su sangre por ella.
La promesa le colmó, haciéndole sentir más fuerte y completo. Haría cualquier
cosa para protegerla, y porque había aceptado su luceria, podría vivir lo suficiente para
cumplir ese propósito.
Presionó el dedo contra el corte y manchó con un poco de sangre la luceria. Esta,
se redujo para ajustarse a la piel y los colores se agitaron otra vez frenéticamente. Azul.
Había más azul ahora que ningún otro color.
Una incredulidad nerviosa le atravesó, congelándole en el lugar, haciéndole
mirar fijamente.
Estaba funcionando. Andra era realmente su dama. Incluso viéndolo, todavía no
podía creer su buena fortuna. Extendió la mano, con la intención de abrazarla contra él
en agradecimiento, pero el mundo se disolvió, y ella junto a él.
La vista le falló durante un momento antes de volver de nuevo, pero cuando lo
hizo, ya no estaba en la casa Gerai, en Nebraska. Estaba en una pequeña habitación
cubierta de carteles de una banda de rock y trozos de volantes aniñados. Una boa de
plumas rojas colgaba sobre el espejo del tocador y una bufanda de seda de color
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púrpura estaba arrojada sobre la lámpara de la mesita de noche. Una chica adolescente
estaba tendida sobre su estómago, apoyada sobre los codos, leyendo una revista en la
cama. Sus piernas desnudas se agitaban en el aire detrás de ella, las uñas de sus pies
estaban pintadas de color rosa chicle y sus pies se balanceaban al ritmo de la música
que bombardeaba desde la radio.
La chica levantó la mirada de su revista como si hubiera oído un ruido, y Paul
pudo ver ahora que era una versión mucho más joven de Andra. Tenía, quizás,
diecinueve o veinte años. Estaba delgada, menos musculada, y tan guapa que le hizo
sonreír.
Esa era una visión del pasado de ella, algo importante que la luceria había
elegido para mostrarle. Paul recorrió la escena, absorbiéndola.
Era hermosa, pero de algún modo infantil. Prefería la manera en que se veía
ahora, confiada, femenina y lista para todo lo que él tenía que darle. Sin embargo,
hubiera dado casi cualquier cosa por haberla conocido entonces, cuando todavía tenía
tiempo para ser paciente con ella y facilitarle la entrada a su mundo cuidadosamente.
Lentamente.
Pero eso no era posible ahora. La necesitaba demasiado para ralentizarlo. La
única cosa que podía hacer ahora era aprender lo que pudiera sobre ella para ayudarla
a hacer su transición de la forma más fácil posible.
Un ruido de cristales rotos llenó el aire. Un gritó agudo le siguió y, entonces,
finalizó abruptamente, como si se cortara. Andra saltó de la cama y corrió fuera de su
habitación. Paul la siguió, sin ser visto. Tres pasos en el pasillo, y se paró en seco
enfrente de una puerta. La puerta estaba abierta. Sangre fresca recorría la brillante
pintura blanca y goteaba por la parte inferior de la puerta, empapando la alfombra.
Ella dio un tentativo paso adelante y el pie desnudo se hundió en la alfombra. La
sangre se escurrió entre los dedos.
Sacudió el pie hacia atrás y parecía que podría vomitar.
—¿Mama? —susurró—. Oh, Dios —la mano se extendió hacia algo en el suelo
justo cuando otro grito sonó desde una habitación al final del pasillo.
Andra se volvió y corrió hacia el chillido.
Paul pasó por la ensangrentada puerta y vio los restos de la madre de Andra
yaciendo sobre el suelo de la habitación. El Synestryn había dejado la cabeza y se había
llevado el resto. Los ojos sin vida de la mujer le miraban, la boca abierta congelada en
un silencioso grito. Un gran rastro de sangre marcaba el camino por donde habían
arrastrado el cuerpo hasta la ventana. Por los sonidos guturales que provenían de fuera
en la oscuridad, Paul estaba seguro de que seguían allí, alimentándose del cadáver.
Esa había sido la madre de Andra. Probablemente, la persona más importante de
su vida. Y ahora estaba muerta.
Andra abrió la puerta al final del corto pasillo. Otra ventana había sido rota allí,
también. Pero esta vez, el trabajo del sgath no había terminado aún. Uno de ellos se

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arrastraba a través de la abertura, los ojos relucían con un color verde brillante. La
negra lengua bífida asomó por delante, y dejó escapar un silbido salvaje.
Andra quedó paralizada de miedo. Él podía ver el sutil temblor del delgado
cuerpo, oír la respiración demasiado rápida y áspera.
—¡Mama! ¡Andra! ¡Ayuda! —Gritó una niña desde dentro de la habitación—.
¡Tori, vuelve!
El sgath se lanzó hacia delante y agarró a una pequeña niña por la cintura. No
podía tener más de ocho años. Tenía el mismo pelo oscuro y ojos azules que Andra,
sólo que su pelo estaba enredado en una salvaje maraña. El infantil camisón rosa se
amontonaba en el brazo peludo de la cosa mientras luchaba para liberarse.
Otra chica, tal vez de doce o trece años, agarró la pata del sgath en un esfuerzo
para liberar a su hermana menor. El sgath hizo un giro extraño y le rasgó con las garras
el muslo. Ella gritó y se soltó, cayendo contra la pared.
Era Nika. Paul estaba seguro de ello, su pelo era igual de oscuro y era también
años más joven.
Nika se puso de pie y se miró la herida con horror, después de nuevo a su
hermana.
—Se va a llevar a Tori.
Paul no estaba seguro de cómo Nika lo supo, pero parecía estar convencida. No
tenía ni idea de los planes del sgath para la niña, pero estaba claro que tenía algún otro
propósito para ella que usarla como comida.
El olor de la sangre de Nika estaba en el aire ahora. Otro sgath gateó a través de
la ventana rota.
Andra salió del estado de conmoción y buscó frenéticamente un arma. Agarró
una lámpara de la mesilla de noche cercana. Con un furioso rugido, se lanzó a través
de la habitación y golpeó al sgath que sostenía a Tori.
Por supuesto, la lámpara no hizo nada al sgath. Se rompió contra la cabeza de la
cosa y cayó en un inútil montón de piezas.
La sangre se acumulaba a los pies de Nika, goteando en gran medida de su
herida. El veneno de las garras del sgath ya corría por su sistema, provocándola que el
rostro enrojeciera de fiebre. Paul no tenía ni idea de cómo había sobrevivido a esa
herida -el veneno del sgath era normalmente fatal si no se trataba inmediatamente-
pero él la había visto en el futuro y sabía que de alguna manera ella se había obligado a
pasar a través de aquello.
El monstruo que tenía a Tori se volvió para irse, y Andra saltó sobre su espalda.
Paul le gritó que se mantuviera alejada. No era seguro. Alargó la mano hacia su
espada, sólo para encontrar que no tenía ninguna. No tenía cuerpo aquí. Tampoco la
voz tenía sonido, era sólo un observador y no podía hacer nada para ayudar. Todo lo
que iba a pasar ya había ocurrido, y no podía cambiar nada.

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Andra se aferró a la espalda del sgath con las piernas y le clavó los dedos en los
ojos. Aquello aulló de dolor y movió la cabeza violentamente para lanzarla de su
espalda.
Andra continuó apretando, clavando y excavando. El sgath se encabritó y la tiró
contra una pared. La cabeza golpeó fuertemente. El yeso se aplastó bajo el impacto, y
Andra dejó salir un quejido ronco de dolor. Aflojó el agarre y el sgath se apartó,
dejando que el cuerpo de ella se deslizara hasta el suelo en un flojo montón.
Paul le gritó que se levantara, pero ningún sonido le salió de la boca.
En el otro extremo de la habitación, un sgath se agachó a los pies de Nika. Ella
estaba temblando, pero era incapaz de moverse. La lengua del sgath salió, lamiendo la
sangre a medida que se filtraba del muslo de ella. Los ojos de ella estaban pesados y
vidriosos, pero sus labios se estaban moviendo y miró a Tori, ignorando
completamente al sgath que se alimentaba de ella.
—No te dejaré —susurraba a su hermana, una y otra vez—. No te dejaré.
Tori estaba gritando y luchando, pero el pequeño cuerpo no era rival para el
sgath. Se la llevó por la ventana y hacia la noche. La última cosa que Paul vio de ella
fue un pequeño brazo estirándose hacia sus hermanas en busca de ayuda.
Andra se puso de pie. Apenas podía mantenerse. El cuerpo la temblaba cuando
cogió una silla de madera del escritorio y se dirigió a Nika. El sgath estaba demasiado
ocupado alimentándose como para darse cuenta de su acercamiento. Ella estampó la
silla sobre la cabeza de la cosa.
Aquello lanzó un grito y se volvió para atacar.
Un hombre armado entró en la habitación. Podría haber sido un oficial de policía
vestido de civil o, tal vez, sólo un vecino con un arma. Quienquiera que fuese, vio a la
cosa y abrió fuego. Algunas balas más tarde, el sgath decidió irse, saltó por la ventana
y salió corriendo.
Andra cayó de rodillas junto la ventana.
—¡Tori! —gritó—. ¡Tori! —su grito se convirtió en un sollozo y Paul pudo oír
rompérsela el corazón.
Hubo una extraña mancha de movimiento alrededor de Nika, pero a Paul no le
importó. Su necesidad de dar testimonio del dolor de Andra era demasiado fuerte.
Había perdido a su familia esa noche. Su madre y su hermana habían muerto, y Nika
se había vuelto loca por el veneno o el trauma. No era de extrañar que Andra fuera tan
protectora hacia Nika. Era la única familia que a Andra le quedaba con vida.
Paul se afligía por ella y deseó de nuevo haberla encontrado antes. A tiempo de
salvarla.
—Te ayudaré a mantener a Nika segura —dijo Paul. Esta vez oyó sus palabras y
supo que había vuelto al presente—. Nunca estarás sola.

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Pero Andra no pareció oírle. Estaba perdida dentro de su propia visión, lo que
fuera que la luceria había elegido para que viera ella.

La energía pulsaba alrededor de Andra, vibrando en el aire. Podía sentir el


poder fluyendo del collar, pero aún no podía tocarlo. Faltaba algo, pero no tenía ni idea
de qué.
Ese poder que había estado suspendido allí, esperándola, estalló en una ola de
electricidad. El pelo se la puso de punta y la piel se calentó cuando brillantes chispas
volaron sobre los miembros. Los ojos se la calentaron y sintió que podría explotar.
Andra cerró fuertemente los ojos contra la presión, y su visión se llenó con
escenas de la vida de Paul. Le vio como un chico aprendiendo a usar su espada, sus
miembros desgarbados mientras se acostumbraba a su cada vez mayor longitud. Le vio
como un adolescente combatiendo cuerpo a cuerpo con media docena de demonios. Le
vio como un hombre más joven de pie, ante las tumbas de su madre y hermana.
Le oyó jurar ese día que haría todo lo posible para librar al mundo de los
Synestryn. Daría su libertad, su poder, su vida –todo- para proteger a aquellos a los
que los Synestryn cazaban.
Entonces vio a una mujer. Kate. Estaba de pie sobre una exuberante colina, su
largo pelo rubio y ondulante falda flotaba tras ella en el viento. Sus profundos ojos
verdes hacían juego con el color del bosque circundante, y cuando Paul se acercó a ella,
sintió su resignación. Su aceptación. Él la había amado, pero Kate amaba a otro. Él
había intentado obligarla a quedarse con él, y ella le había rechazado.
—Nunca seré tuya —le dijo a él.
Andra vio como se quitaba la luceria y la volvía a poner alrededor del cuello de
él. Paul cayó de rodillas y se agarró el pecho desnudo mientras ella le miraba, con la
cara calmada e impasible. Las hojas cayeron de las ramas del tatuaje hasta que
estuvieron casi desnudas, y él estuvo sudando y retorciéndose de dolor en el suelo.
También Kate vio su sufrimiento, pero después de mirar durante un largo
momento, le dio la espalda y se alejó. Hacia otro hombre.
Horas más tarde, dos hombres jóvenes le encontraron yaciendo en el suelo. Ellos
llevaron su cuerpo desmadejado de vuelta a un pueblo y le tendieron en el sucio suelo
del interior de una tosca cabaña. Una hermosa mujer con una túnica gris se arrodilló a
su lado. Ella le puso las manos sobre el pecho e inclinó la cabeza como si estuviera
rezando.
Poco a poco, pequeños brotes comenzaron a formarse en las ramas de su árbol
tatuado.
La mujer se desplomó sobre él y un hombre con el rostro surcado por las arrugas
la cogió entre los brazos antes de que pudiera caer.

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El adolescente Paul abrió los ojos y vio lo que la mujer había hecho. Andra no
conocía el lenguaje en el que hablaban, pero entendía las palabras de todos modos.
—No has terminado de crecer aún, Theronai —dijo la mujer con una voz débil—.
Eso salvó tu vida. Eso y el hecho de que no estuviste con ella demasiado tiempo.
Afortunadamente, te recuperarás esta vez.
El anciano le disparó una mirada de advertencia.
—No habrá una próxima vez. No voy a permitir a Gilda hacer esto por ti de
nuevo. Le cuesta demasiado. ¿Entiendes?
—Sí, señor.
El hombre mayor miró a uno de los chicos que había llevado a Paul allí.
—Encuentra a Kate. Tráela aquí para que responda por sus actos.
El muchacho se inclinó y huyó de la casa.
—Ve ahora, Paul, y asegúrate que vales la pena por los problemas que has
causado este día.
Paul se puso en pie y se dirigió con paso vacilante hacia la puerta. Andra podía
sentir su ira y su vergüenza como si fueran propias. También podía sentir su
determinación a hacer el bien y enorgullecer a ese hombre mayor.
Los años se precipitaron en la cabeza de Andra. Vio pequeños atisbos de su vida.
Sus luchas para vivir a la altura de sus expectativas. Sus batallas. Había luchado y
matado a miles de monstruos, salvado cientos de vidas, y sin duda había hecho valer la
pena por todos los problemas que había causado.
¿Por qué, entonces, no sentía que había hecho lo suficiente?
Cuando volvió a la realidad, preguntó:
—¿Qué infiernos fue eso?
—¿Qué viste?
—A ti como un muchacho. Lo que Kate te hizo. No entiendo qué pasó, pero
estuvo cerca de matarte, ¿no?
Él apartó la mirada.
—Eso fue el pasado. Lo que importa es lo que hagamos ahora.
—Logan dijo que tú podrías ser capaz de hacerme lo suficientemente fuerte para
ayudar a Nika.
Fragmentos dorados de esperanza iluminaron los ojos de él.
—¿Eso es lo que quieres?
—Sí.
—Entonces debemos completar nuestra unión.
—¿Cómo hacemos eso? —preguntó ella.

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Se inclinó hacia ella, mirándole la boca.
—Te he dado mi promesa de mantener tu sagrada vida por encima de la mía, y
ahora, para sellarnos juntos, tendrás que darme una promesa a cambio.

CAPÍTULO 11

—¿ Qué tipo de promesa? —preguntó Andra.


—La promesa de que te quedarás conmigo —le dijo Paul.
Ese era un voto de duración indefinida, y uno que la ataría a él de por vida. Parte
de él sabía que engañarla estaba mal, pero a la otra no le importaba una mierda. Quería
conservarla. Para siempre. No quería darle la oportunidad de alejarse como lo había
hecho Kate. No quería volver nunca a esa vida de tormento otra vez.
—No puedo quedarme contigo. Nika me necesita.
Su rechazo lo inundó con rabia y resentimiento. Quería rugir que también la
necesitaba, pero contuvo la lengua. Ahora no era momento para perder la cabeza.
Tenía que tener cuidado allí. Precaución. Se había precipitado cuando se había
vinculado con Kate, no incurriría en la misma equivocación dos veces. Ahora era más
viejo. Un hombre adulto con más de tres siglos de madurez para mantenerlo estable.
Más de tres siglos de dolor que le gritaban que lo hiciera funcionar esa vez.
Paul tomó su mano en las de él e puso un tono paciente y comprensivo.
—Nunca me interpondré en la manera en que cuidas de tu hermana. Ya te dije
que te ayudaré a mantenerla a salvo.
Ella frunció el ceño como si intentara averiguar algo.
—Pero esto es una promesa real, ¿verdad? Puedo sentirlo.
Ella presionó la mano contra su pecho.
—Lo que quiera que prometa sucederá, independientemente de si todavía quiero
o no mantenerla hasta el final.

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Así pues, ella conocía los riesgos. Él intentó convencerse de que era para mejor,
pero falló. Necesitaba que lo liberara. Que lo salvara.
—Entonces prométeme lo que puedas. Dame tanto como puedas y me
contentaré. —De alguna manera.
Ella asintió lentamente e hizo su promesa con cuidadosas palabras.
—De acuerdo. Siempre y cuando no interfiera en la manera de mantener a Nika a
salvo, te prometo quedarme contigo durante tres días.
Tres días. Un mero parpadeo de tiempo para un hombre que había vivido
durante siglos. Incluso Kate se había quedado con él más tiempo.
Las magníficas visiones de Paul de un futuro libre de dolor con Andra se
convirtieron en polvo. No habría un para siempre para ellos, sólo unos pocos breves
días. Quería gritarle que eso no era suficiente, que tenía que retirarlo y darle más, pero
era demasiado tarde. El vínculo estaba hecho, el pacto estaba hecho, y Paul ya podía
sentir la promesa haciéndose parte de él, aunque fuera una pequeña parte.
El resentimiento le subió por la garganta, dejando un sabor amargo tras él. Había
pasado toda su vida luchando y sufriendo a través del dolor y la soledad de modo que
pudiera mantener a los humanos a salvo de los Synestryn. Ni una sola vez había
evadido los deberes o había intentado evitar las misiones más peligrosas de modo que
algún otro ocupase su lugar. Casi había muerto por las heridas o el veneno más veces
de las que podía contar, pero esa vez, volvería a las primeras filas tan pronto como
fuera capaz, porque lo necesitaban. Y ahora, para sobrevivir, necesitaba una
compañera, lo único que siempre había querido para sí mismo. Finalmente había
encontrado a otra mujer que podía salvarle la vida de modo que podría seguir
luchando. Estaba dispuesto a darle todo lo que tenía, incluyendo su vida, y todo lo que
ella tenía para ofrecerle a cambio eran tres días.
¿Cómo podía hacerle eso? ¿Cómo podía traicionarle tan cruelmente sin darle una
oportunidad para demostrar lo mucho que tenía para ofrecer?
¿Podía ser ella igual que Kate?
—Estás enfadado —le dijo, frunciendo el ceño confundida—. ¿Qué he hecho mal?
Paul calmó sus desenfrenados pensamientos. Ella podría probablemente ya sentir
sus emociones escapándose a través de la conexión de la luceria, su anillo y el collar de
ella.
—No has hecho nada malo. Sólo esperaba más tiempo. Eso es todo.
Ella entrecerró los ojos como si supiera que no le decía toda la verdad.
—¿No es suficiente?
Ella no lo entendía, pero por otra parte, ¿Cómo podía? No era parte de su
mundo. No sabía lo que su voto significaba o cómo afectaba a su vida.
—Estará bien —la tranquilizó.

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Al menos era más tiempo del que habría vivido probablemente sin ella. Debía
haber estado feliz por ello. Pero no lo estaba.
—¿Entonces qué sucede? ¿Cuándo termine nuestro tiempo? —le preguntó ella.
—La luceria caerá y serás libre. —Y yo volveré a morir de dolor.
—¿Eso es todo?
Él eligió entender mal su pregunta. No quería que conociese su debilidad, su
poder sobre él, y la culpa que le causaría si descubría la verdad. Se merecía algo mejor
que eso.
—Eso es todo lo que estás dispuesta a dar.
—¿Pero qué sucede si deseo permanecer contigo más tiempo que ese?
Paul había estado tan ultrajado que no se había parado a considerarlo. La
esperanza se alzó otra vez en él. No tenía que morir. Ella todavía podía salvarle. Todo
lo que tenía que hacer era provocar que le amara antes de que se acabara su tiempo.
Entonces le prometería quedarse con él para siempre.
Podía hacerlo. Tenía la habilidad, ahora que estaba conectado con Andra. Podía
utilizar la luceria para invadir su mente y susurrarle a su alma que era el único hombre
para ella. Podía convencerla de que estaría perdida sin él, y que se habían amado el
uno al otro. Funcionaría.
Alzó la barbilla y la miró a los ojos. Quizás debía empezar ahora, mientras
todavía no sabía nada de lo que él podía hacer. Le había salvado la vida, también la de
Nika. Ahora confiaba más en él, lo cual iba a hacer más fácil que se deslizara dentro de
sus defensas naturales. Para deslizarse dentro de ella. Hacer que su cuerpo lo
necesitara tanto como su mente. Entonces no tendría más opción que quedarse con él.
Parte de ese plan iba a ser fácil. Ella ya lo deseaba. Todo lo que tenía que hacer
ahora era mostrarle cuán bueno podía ser eso entre ellos.
Paul inundó su nuevo vínculo con el deseo por ella. No había dejado de desearla
desde que la había conocido, y era fácil dejar que esos sentimientos se liberaran y se
hundieran. Dejándola sentir lo que sentía, esa acuciante necesidad de tocarla. De
saborearla. De tenerla desnuda y húmeda bajo él, donde podía tenerla completamente.
Ella parpadeó por un momento, y gimió. Entonces contempló su boca y como su
lengua se deslizaba para mojarse los labios. Oh, sí, definitivamente lo estaba sintiendo
ahora.
No había nada que Paul pudiera haber hecho para evitar besarla, así que se
rindió. Posó la boca sobre la de ella, uniéndolas juntas como si hubiesen sido hechos
para ese único propósito. Ella dejó escapar un pequeño jadeo de sorpresa, después se
derritió con el beso. Su boca era cálida, suave y flexible y estiró la punta de la lengua
para acariciarla el labio inferior.

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Las manos de Paul la cogieron enderezándola, cerrándose a su espalda. La
sostuvo en el lugar mientras disfrutaba de su boca, acariciando, probando y jugando
hasta que ella le devolvió cada movimiento de la lengua con uno propio.
En algún lugar de la mente sonaron campanas de advertencia, pero las ignoró.
Andra estaba en sus brazos, dispuesta e impaciente, y nada más importaba.
Deslizó las manos por sus hombros desnudos, era todo lo que podía hacer para
evitar gruñir de placer. La chispa que había sentido cuando la había tocado antes se
había magnificado hasta hacerse un glorioso y ardiente fuego en las entrañas. El más
ligero de sus toques lo encendía, haciéndole desear poder arrancarla la ropa y hundirse
en su flexible cuerpo. Ella lo adoraría. Se aseguraría de ello. Besaría cada extensión de
su lisa piel, exploraría cada tentador hueco y curva con la lengua. La despojaría de
cualquier reserva que tuviera con tiernas caricias de las manos y boca. La quitaría la
ropa y adoraría su cuerpo con el suyo hasta que no hubiese ningún lugar entre ellos
que no fuera la resbaladiza pasión.
Entonces sería suya. Totalmente. Completamente. No habría vuelta atrás.
Ella estaba realmente cerca, justo al borde de darle todo lo que quería. No tendría
que empujarla mucho para ello. Su mente estaba abierta, receptiva y débil ahora
mismo. Sólo tomaría una pequeña brizna de poder sobre sus pensamientos y estaría de
camino a la total devoción.
Su esclava.
Ese pensamiento lo detuvo en seco. No quería eso para ella. Esa era la manera en
la que trabajaban los Synestryn. Obligaban a sus sirvientes humanos, los Dorjan, a
amarlos, a trabajar para ellos.
Paul se alejó de ella, tanto en mente como en cuerpo, antes de que hiciera algo
irrevocable.
Imperdonable.
Andra intentó atraerle de nuevo, pero estaba demasiado débil y no podía hacer
nada, por lo cansada que estaba ahora mismo.
—¿Por qué te detuviste? —le preguntó en una voz llena de deseo.
—No podemos —le dijo en un susurro—. Lo deseo, pero… está mal. No es real.
—¿Qué no es real? —le preguntó. La voz aturdida—. Para mí seguro que se
sentía real.
Paul se apartó un par de pasos, dejando a Andra allí tendida, toda expuesta y sin
respiración. Tuvo que apartar la mirada y centrarse en el vacío hogar de la chimenea
para recuperar su autodominio.
—Sí. Lo era. —Porque él era un jodido bastardo.
Haciéndolo que fuese real para ella.

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El estómago de Paul se encogió y tuvo que ajustarse los pantalones y respirar
profundamente sin emascularse a sí mismo.
—Lo siento.
—¿Por qué? —preguntó con voz embriagada—. Estaba justo aquí contigo, lista,
anhelante e impaciente.
Los persistentes efectos de los besos eran todavía visibles. Su piel se había
calentado, y un precioso sonrojo rosado había cubierto sus mejillas. Sus labios estaban
hinchados y separados en invitación, y la desgarbada postura de sus largas piernas
hacía que Paul apretara los puños dolorosamente para impedirse estirarse a por ella.
—Lo sé. Ninguno de nosotros estaba pensando correctamente. Logan y Nika
están a sólo una puerta de distancia.
—Nika —jadeó como si hubiese olvidado que tenía incluso una hermana—. ¿En
qué estaba pensando?
Se cubrió la cara con las manos y dejó escapar un gruñido de frustración.
La urgencia de consolarla tironeaba de él, pero consiguió mantener las distancias.
—Voy a limpiar ésta sangre antes de que sea un problema. —Se puso de pie, o
más bien, esa fue la intención. En cambio, se tambaleó haciendo una mueca cuando la
erección se pellizcó dolorosamente contra la cremallera y cojeó hacia la cocina.
—Logan manipuló la sangre de Nika como alguna clase de basura tóxica. Me
hizo envolver la intravenosa en una toalla mojada para que los monstruos no pudieran
olerla y dejarlo todo bajo el chorro del agua.
—Probablemente debí haber tenido más cuidado con la mía, pero no pensaba
correctamente.
Lo siguió a la cocina, pero se mantuvo a una prudente distancia. También había
una mancha de sangre en su camiseta. Él se la indicó con un movimiento de cabeza.
—Vas a tener que cambiarte. Tengo que quemar esa camiseta, junto con cualquier
cosa que tenga sangre de Nika.
Andra vio la sangre, la miró con horror, y se quitó la camiseta, quedándose sólo
con su sujetador deportivo. Era bastante modesto, pero ni de cerca lo modesto que
tendría que ser para evitar que Paul la deseara.
—¿Hay algo limpio por aquí? —preguntó ella.
—Al menos uno de los armarios de los dormitorios está lleno de ropa. Coge lo
que quieras.
Se volvió para hacerlo, cuando un grito atravesó la pequeña casa. El grito de
Nika.

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Andra abrió la puerta del dormitorio de golpe, incapaz de contener el temor por
su hermana. Estaba a sólo veinte pasos del dormitorio, pero en ese momento, la mente
de Andra fue a través de todas las horribles cosas que Logan podía haberle hecho. O tal
vez no era Logan después de todo. Quizás los monstruos los habían encontrado a
causa de la sangre.
Cuando llegó a la habitación, Nika estaba fuera de la cama pateando y golpeando
a Logan. Él estaba frente a la ventana abierta, bloqueándole la salida con el cuerpo.
—¡Ella me necesita! —Gritaba Nika—. Tengo que ir a ella.
—Estoy aquí —le dijo Andra, apresurándose a entrar—. Estoy bien.
Los ojos de Nika se encontraron con los de Andra, pero había poco de la hermana
que Andra recordaba ahora mismo en su interior. Todo lo que quedaba era la
aterradora desesperación por el miedo. Andra la había visto demasiadas veces como
para desear que tuviesen algún tipo de tranquilizante con ellos. Esa era la única cosa
que había funcionado en el hospital para calmarla de modo que no se hiriera a sí
misma.
—Tú no —gritó Nika como si le doliera—. Tori. La están haciendo daño.
Nika arañó el cuerpo de Logan, pero él ni se movió ni intentó evitar su asalto.
Logan hizo una mueca y miró a Andra.
—No quiero lastimarla, y si intento detenerla, lo haré. Tienes que calmarla.
Nika gritó con frustración y cogió el marco de un cuadro de la pared. Lo lanzó
contra la cara de Logan. Él se agachó a un lado, pero no lo suficiente. El marco se
astilló, el cristal se rompió y algo de eso le golpeó, abriéndole una brecha en la sien.
—Mierda —dijo Paul desde detrás de ella, y corrió al cuarto de baño.
Nika cogió un trozo del dentado cristal del marco roto. Tenía unos veinticinco
centímetros de largo y lo sostenía como un arma que estuviese dispuesta a utilizar. Los
brazos estaban temblando por el esfuerzo de sostenerlo, y temblaba como si estuviese a
punto de caer.
Andra se adelantó lentamente.
—Nika, por favor baja el cristal. Te vas a hacer daño.
Los ojos de Nika estaban salvajes, pero abogaron a Andra para que entendiera.
—Tengo que ir. Tori me necesita.
—Tori se ha ido, bebé. Nadie va a lastimarla nunca más. —Decir las palabras hizo
que a Andra se le agarrotara la garganta con la necesidad de gritar y maldecir como
Nika estaba haciendo.
Envidiaba la habilidad de Nika para dejarse ir y evadirse del mundo. Pero Andra
tenía que ser más fuerte. Permanecer controlada. Era la única que quedaba para cuidar
de Nika.

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Una delgada lágrima bajó por la mejilla hundida de Nika, rompiéndole a Andra
el corazón.
—Le están haciendo daño ahora. Puedo verlo. Sentirlo. Ayúdala por favor.
Sálvala. —Nika se quedó mirando hacia la noche—. Está diciendo tu nombre. ¿No
puedes oírla?
Andra cerró los ojos otra vez contra la imagen de su hermana pequeña gritando
pidiendo ayuda. Había tenido ocho años, llevaba un pijama rosa, arañando el brazo del
monstruo que la sujetaba. Eso había sucedido de verdad, e incluso aunque fue hace
años, era todavía tan horrible y devastador en estos momentos como lo había sido
entonces. Andra le había fallado a su hermana y permitió que los monstruos se la
llevaran.
Y ahora iban a matar también a Nika. Lentamente. Horriblemente.
Andra se tragó el dolor, apretó los dientes para luchar contra las lágrimas, y
caminó hacia Nika.
—Tienes que dejarla ir. Sé que es duro de aceptar. Me ha llevado años hacerlo yo
misma, pero ella se ha ido, bebé. La busqué durante mucho tiempo —durante años— y
nunca la encontré.
—Yo la veo.
—No es ella. Son los monstruos mintiéndote, engañando tu mente. Tori no
querría que sufrieras de ésta manera.
Paul salió del baño con una toalla mojada. Logan cambió la camiseta que había
estrujado contra la herida por la toalla.
—Tengo que marcharme antes de que los conduzca aquí —le dijo a Paul.
Paul asintió, pero mantuvo los ojos sobre Nika y esa improvisada arma.
—Me alimentaré de modo que pueda curarme y volveré lo antes posible.
—Si no vuelves antes de que amanezca, las llevaré a Dabyr.
Logan asintió y se marchó.
—Dame el cristal —la coaccionó Andra.
Nika agarró con más fuerza el cristal, su frágil piel solamente a una pulgada de
rasgarse con el filo. No podía soportar más heridas. Estaba demasiado débil.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —Bramó Madoc desde el umbral—.
Logan salió de aquí como si le ardiese el culo. ¿Qué le has hecho? ¿Y por qué demonios
no me dejaste mirar?
Andra se volvió para decirle que estaba intentando ayudar a su hermana, pero él
no estaba hablando con ella. Estaba hablándole a Nika.
Cruzó la distancia a zancadas, apartó a Andra del camino y dijo:
—Dame ese jodido cristal y mueve tu culo a la cama antes de que te vengas abajo.

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Nika ladeó el cuello para mirarle y parpadeó unas pocas veces. Entonces,
asombrosamente, le ofreció a Madoc el cristal roto.
Él lo cogió y lo lanzó sobre el aparador sin mirar dónde caía, rompiéndose.
Estaba demasiado ocupado fulminando a Nika cuando se movía lentamente hacia la
cama. Ella se arrastró de nuevo sobre el colchón.
Madoc dio un tirón a la manta hasta que ésta la cubrió hasta el cuello, entonces
asintió una vez más como si estuviese satisfecho.
Se volvió a Paul.
—¿Ni siquiera puedes mantener a una escuálida mujer en la cama?
—No es culpa de Paul —dijo Andra—. Logan la estaba vigilando.
—Jodida sanguijuela —gruñó Madoc en voz baja.
Andra se sentó sobre la cama y comprobó las manos de Nika en busca de cortes.
Estaba más pálida de lo normal y sudaba, pero parecía que no estaba herida. De hecho,
parecía estar nuevamente calmada y ser ella misma.
—¿Estás bien? —le preguntó Andra.
Nika asintió. Tenía los ojos rojos de llorar, pero al menos las lágrimas habían
dejado de caer.
—No, ella no está bien —escupió Madoc—. Está malditamente delgada. La niña
necesita una hamburguesa con queso.
Andra lo fulminó con la mirada. No le importaba lo enorme que fuera, no iba a
hablarle de Nika como si la conociese.
—Tiene problemas para comer. Regresa al infierno.
Madoc rodó los ojos y se sentó en una silla cerca de la ventana.
—¿Mejor ahora? Estoy al otro lado de la habitación.
Nika agarró la tira del sujetador de Andra recordándole que no llevaba puesta
una camisa.
—Tienes que encontrarla. Prométeme que la encontrarás.
Andra reunió lo que le quedaba de paciencia.
—No puedo, bebé. Tori está muerta. Cuando te sientas mejor, te llevaré a ver su
tumba de modo que sepas que es verdad.
—Agujero vacío, agujero vacío, agujero vacío. —Esa mirada vacía volvió, y
Andra quiso gritar de frustración y rabia.
En vez de eso, apartó el pelo blanco del rostro de Nika y se obligó a utilizar un
tono calmado.
—Intenta dormir algo. Tenemos que irnos pronto, y quiero que intentes comer
algo antes de que nos vayamos.

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—Sangre no. No la beberé. No puedes obligarme. —Nika se había ido ahora, sólo
permanecía una cáscara vacía de loco terror.
Andra había visto esa mirada suficientes veces para saber que era inútil intentar
razonar con ella. Sin las drogas que le daban en el hospital, probablemente tampoco
sería capaz de dormir. Nika se estaba consumiendo ante los ojos de Andra y no había
nada que pudiera hacer para detenerlo.
La fuerte mano de Paul le apretó el hombro y el toque de su piel desnuda sobre la
suya le ayudó a calmarse. Dándole fuerzas para no perder la esperanza.
—Nada de sangre. Te lo prometo.
—¿El polluelo piensa que la estás alimentando con sangre? —preguntó Madoc.
—Déjalo —le advirtió Paul—. No tienes idea de lo que está pasando aquí.
Madoc resopló.
—Sé que morirá si no la alimentas.
La cólera emergió dentro de Andra hasta que no tuvo más opción que dejarla
salir. Se apartó de la cama y se precipitó hacia donde se sentaba Madoc.
—¿Crees que sabes lo que es mejor para Nika cuando ni siquiera su hermana o
un equipo de médicos ha podido ayudarla? Bien. Cuida tú de ella entonces.
Aparentemente eres alguna clase de experto.
—Tú la consientes.
—Está enferma. Necesita ser consentida.
Madoc se irguió en toda su estatura y la miró desde arriba con unos brillantes
ojos verdes desprovistos de misericordia.
—Protegida. No consentida.
—La estoy protegiendo.
—No de ti misma.
Andra no podía soportar más su arrogancia.
—Eres un estúpido si crees que sabes que es lo mejor para ella.
—Entonces soy un tonto.
—Bien. Cuida de ella ésta noche, pero lo juro por Dios, si la lastimas, te mataré
tan lentamente como un hombre pueda morir. —Eso era una promesa, y sintió la
pesada rabia de ésta asentarse en ella.
Se tambaleó y Paul la cogió, sosteniéndola.
Madoc le dedicó una fría y vacía mirada.
—No deberías hacer promesas que no puedes cumplir. ¿No te lo dijo Paul
cuando te ató?

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—Todavía no sabe la forma en que funcionan las cosas en nuestro mundo —dijo
Paul—. Pero eso no importa, porque no vas a lastimar a Nika, ¿verdad?
Madoc se encogió de hombros.
—Supongo que lo veremos.
—No voy a dejarle solo con ella —dijo Andra.
—Claro que lo harás. Tenemos un pacto. Y mientras todos nosotros estemos
haciendo esa clase de promesas… —Madoc se arrodilló delante de Andra. Sacó su
espada y se hizo un corte en el pecho, directamente a través de la camisa—. Mi vida
por la tuya.
Gracias a Dios que Paul todavía la sujetaba por el brazo o se habría caído
entonces de culo. El juramento de Madoc cayó igual que una pesada manta sobre ella.
Atrapándola.
—¿Qué infiernos? —exigió con un carraspeo.
Madoc le dedicó otra sonrisa vacía.
—Será mejor que te acostumbres. Tendrás más de ésta mierda una vez que
lleguemos a casa.
Paul la pasó una tranquilizadora mano sobre la espalda.
—No te preocupes por eso. Todo va a estar bien. —Lanzó al pecho de Madoc una
significativa mirada—. Límpiate.
—Claro que lo haré. Así que los dos podéis ir marchándoos al infierno. La chica
loca y yo tenemos trabajo que hacer.
—Ella no va a trabajar de ninguna manera —le dijo ella a Madoc mientras él se
iba al cuarto de baño colindante.
Andra se movió para seguirlo, lista para golpearle hasta que dejara de ser un
gilipollas. Paul se le puso delante y chocó con su duro cuerpo.
—Déjalo en paz, Andra.
—No puedo. Es mi hermana. Está débil y no puede cuidar de sí misma.
—Madoc no la lastimará. Y alguien necesita quedarse con ella de modo que no
intente escapar otra vez a través de la ventana.
—Esa debería ser yo —dijo Andra.
—Le dijiste a él que podía quedarse. Ahora tienes que vivir con ello. Intentar
detenerle, sólo va a lastimarte y no puedo dejar que eso suceda.
Nika se había calmado, pero estaba contemplando el techo, los labios
moviéndose una y otra vez en un silencioso cántico. Andra no había sido capaz de
hacer nada por ella, pero Madoc parecía al menos ser capaz de hacer que escuchara.
Quizás fuese mejor si dejaba que intentase las cosas a su manera. Nada más había
funcionado.

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Excepto cuando Paul la había ayudado anteriormente a conseguir que comiera.
Quizás si podía convencerle de que le enseñara cómo hacerlo, podría ayudar a Nika
ella misma. Él le dijo que ahora tenía poder, y sabía exactamente cómo quería
utilizarlo.
—De acuerdo —dijo Andra, sintiendo un brillo de esperanza.
—Tú sabes lo que le gusta comer —dijo Madoc cuando salió del cuarto de baño
—. Hazle algo y déjalo fuera de la puerta. Yo conseguiré que coma.
Andra rogó que su confianza no fuera en vano.
—Sólo ten cuidado con ella.
—Sí, sí. Es frágil y toda esa mierda. Ya lo tengo. Ahora largaos de aquí.

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CAPÍTULO 12

Paul se encargó de quemar la ropa que él y Madoc habían manchado de sangre


en sus juramentos a Andra. Mientras la tela se quemaba, él encontró una camisa limpia
para cubrir las tentadoras ondulaciones de los pechos.
Cuando regresó a la cocina, Andra había hecho una montaña de comida para
Nika.
—No hay manera de que ella sea capaz de comer todo esto —le dijo.
—Lo sé, pero se vuelve demasiado loca con ciertas texturas y colores. De esta
manera tendrá donde escoger. Además, no me vendría mal una comida y pensé que a
todos vosotros, tampoco.
Sus movimientos eran bruscos y torpes, él pudo ver un parche de piel de color
rojo intenso donde se había quemado la mano con algo. A través de la luceria, sintió su
frustración. Su temor por la vida de Nika. Su determinación de no dejar a su hermana.
No se atrevió a decirle que iba a estar bien. A menudo la vida le había enseñado
lo contrario. Las personas morían cada día. Al final, Nika, también.
—Quiero tratar de llegar a ella —dijo Andra—. De la misma manera que lo
hiciste con Sammy.
—Podemos intentarlo —le contestó.
La esperanza iluminó su rostro, pero él levantó la mano antes de que ella pudiera
entusiasmarse.
—No te hagas demasiadas ilusiones.
—La esperanza es lo único que tengo ahora.
—Lo entiendo. Créeme. Pero hay bastantes probabilidades de que no funcione
dado que el daño que ocurrió hace tanto tiempo.
—No me importa lo pequeña que sea la posibilidad. Tengo que intentarlo. Sólo
dime qué hacer.
—Tienes que aprender a controlar mi poder para que puedas usarlo.

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—¿Cómo puedo hacer eso? —preguntó.
—Práctica. Salgamos fuera, donde no podamos hacer explotar nada y empezar a
probar cosas para ver lo que funciona. Con el tiempo, le cogerás el truco.
—Con el tiempo no es suficiente. Voy a tener que esforzarme, hasta que yo sea
capaz de hacer lo que sea necesario para salvar a Nika.
Paul no iba a dejar que ella se lastimara, pero la idea de que lo necesitara era un
pensamiento embriagador. Si lo necesitaba, ella se quedaría con él.
—No te haré ningún tipo de promesa, pero haremos lo que podamos.
Ella se volvió y le miró con una especie de frenética desesperación.
—Esto tiene que funcionar, Paul. Simplemente tiene que hacerlo.
En ese momento, Paul supo la verdad. Si Nika moría, Andra lo haría, también.
Ella nunca sería capaz de perdonarse a sí misma o dejar ir el dolor y seguir adelante.
Los destinos de las dos hermanas estaban unidos. Si Paul la quería viva, entonces tenía
que encontrar una manera de salvar a Nika.
Así que eso era lo que él haría. No importa lo que le llevara.

Por la noche Andra siguió a Paul. La casa estaba situada junto a un lateral de un
campo de maíz, escondida detrás de un grupo de altos árboles y espesos matorrales.
No podía ver la carretera, o ninguna otra casa desde aquí, pero había un débil
resplandor lejano en el cielo que ella supuso pertenecía a Omaha.
Se la llevó fuera de la casa, hasta el borde del maizal. Su mano era cálida y firme,
se aferró a ella como a un salvavidas. Si esto fallaba…
No podía fallar. Esto tenía que funcionar.
—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó.
—En primer lugar, tienes que conseguir utilizar el poder dentro de mí. Piensa en
ello como en una gran piscina llena de energía y que puedes desviar tanto de ella a la
vez como desees.
—¿Cómo puedo llegar a ella?
Él deslizó un dedo sobre la banda alrededor del cuello de ella.
—La luceria nos conecta. —Levantó la mano y le mostró el anillo a juego—. El
poder puede fluir a través de ellos, de mi anillo a tu gargantilla.
Andra casi podía ver lo que sucedería, mientras él lo explicaba. Era como si
hubiera nacido con el conocimiento instintivo de lo que debía hacer, y ese
conocimiento se acabara de despertar en su interior.

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—Prueba con algo sencillo al principio. —Señaló un madero que sobresalía del
suelo—. Intenta prenderle fuego.
—¿Cómo?
—Cierra los ojos y relájate.
Andra lo hizo y sintió su cuerpo moverse hasta que él estuvo de pie detrás de
ella. Su voz era tranquila en la oscuridad, fluyéndola sobre la piel como una brisa. Los
grillos cantaban alrededor y un suave viento le susurraba a través del maizal. Podía
oler la riqueza de la tierra alzándose desde el cálido suelo, sintiendo el fuerte cuerpo de
Paul apretándose contra la espalda.
Sus manos la acariciaron los brazos en un lento y perezoso ritmo que la calmaba
los latidos del corazón. La piel de sus palmas era un poco áspera, totalmente varonil.
—Eso es —la dijo en el oído—. Lo estás haciendo muy bien. Ahora, quiero que te
enfoques en la luceria. Siente su peso contra tu piel, su calidez, como mantiene su calor
junto a tu cuerpo.
Lo hizo. Podía sentir eso y mucho más. Emitía una sutil vibración, tan débil que
no se había percatado antes. Era como si la gargantilla estuviera temblando, a punto de
estallar por la energía. La mente de Andra tocó esa energía y como un choque de
electricidad, le dio una aguda sacudida. Retrocedió y dejó escapar un pequeño aullido.
Las manos de Paul se apretaron en sus brazos y la mantuvo en su lugar.
—Es mucho, lo sé. Lo siento, pero no hay otra manera. Probablemente va a doler
un poco.
Como perder la virginidad. Lo mejor es simplemente apretar los dientes y acabar
de una vez para poder llegar a la mejor parte.
Andra se obligó a llegar hasta el flujo de la energía una vez más. Se preparó para
el choque, esta vez no fue tan malo. Aceptó el dolor y dejó que fluyera sobre ella,
dejando que la llenara.
—Bien. Ahora vamos por ello. Libera el poder para que puedas quemar el
madero.
Andra no estaba muy segura de cómo hacerlo, pero supuso que sería mejor que
apuntara correctamente. No deseaba prender fuego a la casa o chamuscarse los dedos
del pie.
Miró el madero y se imaginó que era Supermán, enviando un rayo de calor con
los ojos. Eso no estaba ni siquiera cerca de lo que pasó. No hubo ningún rayo de luz y
el madero no estalló en llamas, pero empezó a humear mientras sentía disiparse el
poder en su interior, haciéndola sentir más ligera.
La victoria se apoderó de ella y saltó de la emoción por ello, sólo para
encontrarse que caía en el camino, las piernas ya no podían sostenerla.
Los gruesos brazos de Paul la agarraran y la bajaron al suelo.

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—Con calma, ahora.
A Andra le daba vueltas la cabeza y sentía el cuerpo diluido, pero a pesar de eso
lo había hecho. Había golpeado ligeramente una fuente de poder que podría salvar a
Nika.
Paul la tenía en el regazo como si fuera demasiado delicada para acomodarse, lo
cual la hizo sonreír. Nunca había conocido a un hombre que la hiciera sentir tan
femenina como lo hacía él. Había trabajado y desarrollado los músculos porque
necesitaba la fuerza para luchar contra los monstruos, no porque le gustara. De hecho,
sería bastante agradable no tener que levantar pesas durante horas cada semana sólo
para sentir que tenía una oportunidad para luchar por la supervivencia. Con Paul y su
mortal espada alrededor, tal vez no tendría que hacerlo.
Sólo eran tres días, se recordó. Nada más. No debería emocionarse tanto por
cambiar su estilo de vida sólo porque un hombre estuviera hoy alrededor. Eso no
significaría casi nada mañana.
Tenía que mantenerse fuerte y seguir presionando. Nika la necesitaba.
—Vamos otra vez —dijo Andra.
—Tómate un minuto —contestó él mientras deslizaba el dedo pulgar sobre su
brazo.
Su toque se sentía agradable. Quizá demasiado agradable. Estaba casi
complacida de sentarse aquí toda la noche y dejar que la tocara. La abrazara.
¿Y quién sostendría a Nika? Seguro como el infierno que no sería Madoc.
—Estoy bien para seguir —le dijo—. ¿Qué es lo próximo?
—¿Qué tal acerca de enseñarte a ver en la oscuridad?
—Preferiría aprender cómo ayudar a Nika.
Él sacudió la cabeza.
—Eso es complejo. Va a llevar tiempo.
—Yo no tengo tiempo. Nika no tiene tiempo. Se está muriendo.
—Lo sé, pero no hay mucho que puedas hacer. No puedes empezar lanzando
alrededor la clase de poder que vas a recibir para ayudarla. Todavía no. Nuestra
conexión es demasiado nueva y pequeña. Podrías terminar perjudicándola.
—Entonces vamos a expandirla.
—No es tan simple. Estas cosas llevan su tiempo.
Estaba ocultándole algo. Podía sentirlo.
—Hay algo que no me estás diciendo. ¿Qué es?
—Estoy protegiéndote.
—No necesito que me protejas. Te necesito para proteger a Nika.

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La puso la mano en la mejilla, su tacto se sentía tan bien. Correcto. Un zumbido
de fuerza fluyó hacia ella y quiso más.
—Primero tienes que llegar.
—Entonces enséñame como obtener suficiente poder para ayudarla. Sin ella, no
tengo nada.
Apretó la boca en una sombría, lisa línea.
—Es demasiado pronto. No podemos forzarlo.
—A la mierda con eso. Quiero forzarlo.
No podía continuar sentada en su regazo. Tenía que levantarse y poner algo de
distancia entre ellos antes de que hiciera algo que lamentaría, como darle un puñetazo
por no cooperar.
Paul la siguió. Sus ojos oscurecidos de un rico, marrón chocolate, como si la idea
de ir demasiado rápido, le atrajera.
—No es inteligente. No voy a aceptar el riesgo de que puedas herirte a ti misma.
—No es tu elección. Voy a hacer lo que sea necesario para ayudar a Nika. No
importa lo peligroso que sea. Si no puedo salvarla, nada importa. ¿No lo entiendes?
—Lo hago. Más de lo crees.
—Entonces ayúdame.
Paul dio un paso hacia adelante. Apoyó la palma de la mano contra su pecho,
justo debajo de la luceria y sobre la redondez de sus pechos.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó.
—Te estoy dando lo que quieres. Más poder.
—Esto parece una manera extraña de…
Una sacudida de caliente energía rasgó a través de ella, pasando como un rayo
desde donde el anillo se mantenía cerca de su piel con sólo el tejido de la camisa entre
ellos. La sacudida no era exactamente dolorosa, pero era un infierno de primo cercano.
Andra estaba respirando con dificultad, temblando. Débil. Se sentía como si
acabara de correr kilómetro y medio cuesta arriba después de un ataque de gripe
estomacal.
—¿Decías? —preguntó Paul, con una presumida y amplia sonrisa levantando su
voz.
—¿Fue suficiente? —preguntó ella, rezando porque así fuera—. Claro que no me
siento más fuerte.
—Difícilmente. Se trata de una mera chispa. Si quieres ayudar a Nika, vas a
necesitar tomar mucho más que eso. Además, tendrás que aprender a canalizarla.

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Andra no estaba segura de cuánto más podría tomar, pero sabía cuánto más
necesitaba tomar de él, lo suficiente para recomponer a Nika.
—Entonces enséñame.
La miró a los ojos, con una expresión muy seria.
—Asegúrate, Andra.
—Estoy segura.
—Coloca tu palma en el suelo —dijo Paul.
Se arrodilló en el suelo y clavó los dedos a través de la hierba seca para poder
sentir el camino de tierra. Él se arrodilló a su lado y su mano cubrió la suya en su lugar.
—Ahora, cierra los ojos. ¿Qué sientes?
—Rastrojos. Es cálida. Un poco húmeda. Hay una roca debajo de mi dedo.
—Eso es sólo la superficie. Ve más profundo.
—No puedo tocar nada más profundo.
—Tampoco podrás tocar la mente de Nika, pero tienes que aprender como sentir
el camino en su interior.
Andra tenía su motivo. No le dijo que había estado fisgoneando en el interior de
los pensamientos de los niños perdidos durante años. Todo lo que ella era capaz de
hacer con ellos no funcionaba con Nika -lo había intentado- por lo que se obligó a
concentrarse. El cuerpo de él estaba caliente y duro contra el suyo. Era más fácil sentir
su musculoso muslo rozándola de lo que era sentir el interior de la tierra, pero seguía
intentándolo. Pensó sobre cómo sería estando dentro de la tierra, todo oscuro y pesado,
pero sentía que todavía no estaba bien.
—Lo siento. No siento nada.
—Eso es porque lo estás haciendo por tu cuenta. Tienes que usar mi poder.
Extráemelo.
—No sé cómo.
—Yo te ayudaré —dijo Paul.
Ahuecó la mano en la nuca de su cuello y sintió el anillo golpear contra el collar,
se adhirieron como un imán. Se inclinó sobre ella hasta que pudo sentir su aliento
abanicarla la mejilla, puso su mano libre junto a la suya en el suelo. El cuello se calentó
bajo la banda y esa calidez se extendió por el brazo y por cada dedo. No era como en la
sacudida anterior. Era más suave, o tal vez sólo lo sentía de esa manera porque el
poder estaba drenando de ella al suelo.
—¿Puedes sentir el suelo justo debajo de la punta de tus dedos?
Andra asintió. Esa parte fue fácil.

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—Debajo de eso hay una capa de roca agrietada. Las raíces de las plantas han
excavado su camino a través de pequeñas grietas, absorbiendo el agua que queda
atrapada allí cada vez que llueve.
Andra cerró los ojos y trató de ver lo que él describía.
—Unos treinta metros más abajo hay una gruesa capa de piedra. Piedra antigua
que ha estado aquí desde antes de que mis abuelos hubieran nacido.
Con cada palabra, el poder que fluía en su interior parecía aumentar. Podía
sentirlo expandiéndose para llenar el brazo y que vibraba más rápido con cada
segundo que pasaba.
—¿Lo ves? —preguntó en un susurro.
—Me lo puedo imaginar, pero no puedo verlo.
—No lo estás reteniendo. Mi poder está fluyendo a través de ti, pero no lo estás
usando.
—Lo siento, pero no sé lo que estoy haciendo mal.
—Nada. La falta de adecuación es mía, pero puedo arreglarlo. —Tomó una
profunda respiración—. No te resistas. Será más fácil si lo aceptas.
No sabía lo que quería decir hasta que sintió una presión dentro del cráneo como
si algo intentara abrirse paso en el interior. Los instintos luchaban contra la invasión,
pero trató de dejar que sucediera.
—Relájate —le oyó rechinar con un tono de dolor.
Dejó escapar el aire que estaba reteniendo y se instó a aflojar los tensos músculos.
No iba a hacerle daño. Paul nunca la haría daño.
La presión en la cabeza se liberó repentinamente y pudo sentir un trocito de él
dentro de la mente.
—Sólo déjame tomar el timón —dijo.
Las palabras la resonaron en la cabeza, así como en los oídos. Era extraño, pero
agradable, también. Se sentía rodeada. A salvo.
Andra hizo lo que le pidió y dejó vagar la mente.
—Dios, eres hermosa —susurró en sus pensamientos—. Desinteresada. Fuerte.
Valiente. Me siento abrumado.
No tenía ni idea de lo que estaba viendo, pero comenzó a sentirse incómoda con
la idea de que pudiera mirar en su interior.
—No. No pelees conmigo. Dejaré de fisgonear, te lo juro.
Su presencia en la mente retrocedió y lo sintió mantener su palabra. Andra se
relajó de nuevo y le dejó al timón.
—¿Preparada? —le preguntó.

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Lo estaba, pero no tenía que decir las palabras. Él formaba parte de ella y ya lo
sabía.
—Aquí vamos.
Sintió otra terrible sacudida, sólo que ésta era menos dolorosa, más como una
onda de presión al pasar por ella. Sentía los ojos como si hubieran sido empujados
desde la cabeza, pero se produjo un extraño zumbido en ellos, también. Tenía los
párpados cerrados, pero vio algo enorme que acechaba frente a ella.
La roca.
—Puedo verlo —susurró.
—Bien. Dime lo que ves.
No estaba segura de qué camino seguir, por lo que bajó más, penetrando en el
sendero a través de la sólida roca hasta que llegó a la parte inferior.
—Agua —le dijo—. Hay gran cantidad de agua aquí abajo. Y algo brillante. —O
al menos sería brillante si hubiera alguna luz—. ¿Cómo puedo ver sin luz?
—No estás viendo realmente; sin embargo, lo percibes como si estuvieras
viéndolo, dado que el estímulo visual es lo que tu mente utiliza para la interpretación.
—Esto es tan tranquilo.
Lo sentía sonreír en la oreja, notando su presencia relucir con calidez dentro de la
mente.
—Ahora, quiero que retrocedas hasta que estés cerca de la tierra otra vez, casi en
la superficie, pero no del todo.
Poco a poco, Andra hizo lo que le pidió.
—Ahora, ¿sientes todas las semillas en el suelo?
—¿Sentir las semillas? —Andra escarbó alrededor, tratando de averiguar lo que
quería decir, cuando se tropezó con una. Vida. El potencial de vida dentro de la
pequeña mancha era increíble. Poderosa y decidida, esperando pacientemente el
momento adecuado.
—Eso es todo —dijo en voz baja. —Ahora dile que crezca.
—¿Qué?
—Dile a la semilla que germine. Trae el agua desde el suelo y convéncela de que
crezca.
—¿Cómo puedo hablar con ella?
—Sólo inténtalo. Te guiaré.
Andra hurgó en la pequeña cosa con la mente, pinchó en ella, como para
despertarla. No pasó nada.
—No está funcionando.

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—Eso es porque no estás usándome. Saca de mí la fuerza necesaria para hacerle
escuchar.
No sabía cómo hacerlo, tampoco, salvo que sentía como si debiera saber.
Un cálido aro de poder la brillaba alrededor del cuello, así que fue allí primero.
La luceria podría desviar su poder. Eso era lo que le había dicho. Se concentró en el aro
y se imaginó conectándole un cable como hizo a su TV. Al principio, no creía que
hubiera pasado nada, pero luego sintió otra de esas olas bañándola.
Dejó escapar un gemido y agradeció a Dios que ya estuviera en el suelo. Le
ahorró algo de tiempo, ya que era donde tenía que haber terminado de todos modos.
La cabeza le daba vueltas como si alguien la hubiera dado un buen giro al cerebro, pero
se había conectado al poder de Paul y se quedó de esa manera. Podía sentir el enorme
océano de fuerza profundamente dentro de él, solo esperando por ella.
Y la quería. La ansiaba. Ese océano podría salvar a Nika y si pudiera haber
encontrado una manera, habría drenado cada pedacito de él.
El problema era que no parecía poder llegar a él, o al menos no demasiado.
—No estamos lo suficientemente cerca —le dijo— No estamos unidos de la forma
que necesitamos estar para que consigas lo que quieres. Todavía.
Si era una promesa o una advertencia, no estaba segura, pero lo sentía deslizarse
fuera de la mente, dejándola extrañamente sola de nuevo.
Abrió los ojos para mirarlo y preguntarle qué quería decir, pero no llegó tan lejos.
La exuberante y rica alfombra de hierba y flores bajo sus cuerpos la distrajo. Incluso en
la oscuridad, pudo ver los colores vibrantes de las flores silvestres que no habían
estado allí unos momentos antes.
—¿Yo hice eso? —Le preguntó.
—Claro que sí —se puso de pie y puso mucha distancia entre ellos.
—¿Así que ahora estoy preparada? —preguntó ella—. ¿Puedo ayudar a Nika?
—Todavía no, pero pronto.
—¿Cómo de pronto?
Se encogió de hombros y apartó los ojos.
—Depende.
—¿De qué?
Él se metió las manos por el revuelto pelo y se alejó. Se trataba de una maniobra
evasiva y ella lo sabía.
Andra lo agarró del hombro y lo hizo girar.
—¿Depende de qué, Paul?
—Estamos precipitando cosas. Tenemos que reducir la velocidad.

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—No. No hay tiempo. Soy una alumna rápida. Vamos a terminar con esto.
La boca se le retorció como si hubiera probado algo asqueroso.
—Esa no es la manera en que funciona. No puedes simplemente abrirte camino,
como explotar a través de una escopeta. Se necesita tiempo.
—Tenemos tres días. ¿Es eso suficiente?
—Probablemente no —dijo mientras se alejaba de nuevo, con los ojos
deslizándose hacia la tierra.
—¿Qué estás ocultándome?
Paul la miró por encima del hombro y le lanzó una sombría y resignada mirada.
—Lo siento. No te ayudaré a hacer esto. No dejaré que te hagas daño.
La frustración se levantó dentro de ella y la empujó con cólera en él. Tan infantil
como era, quería que sufriera tanto como ella lo hacía, quería que él supiera cómo era
tener tan cerca los medios para ayudar a Nika y a la vez tan lejos.
Andra sintió la frustración y la ira deslizarse a través de su conexión y vio como
su cara se oscurecía, mientras él sufría por el remordimiento, con el sentimiento de
impotencia que ella le había obligado a soportar.
Segundos después de que lo hubiera hecho, ya se sentía mal. No era culpa de él
que no pudiera hacer esto. Era la suya. Siempre había sido culpa de ella cuando fallaba.
Instintivamente, se extendió por su mente, con ganas de pedirle perdón, con la
esperanza de calmarlo. La dejó entrar y los ojos se cerraron como si le gustara la
sensación de tenerla en su interior.
Andra rozó sus pensamientos. Había tantos sentimientos intensos, tantos, que
apenas podía darle sentido a nada. Vio su necesidad de mantenerla segura brillando
como un faro, sombreando todo lo demás. Esa devoción era humillante y no tenía ni
idea de por qué él se preocupaba tanto por su supervivencia. Tenía algo que ver con la
energía pulsando dentro de él, pero no podía catalogar lo suficiente el nudo de
pensamientos y sentimientos, para averiguarlo.
También había algo más inminente dentro de él. Algo más oscuro que escondía
detrás de ese faro. Andra se estiró para alcanzarlo y sintió un atisbo de conocimiento
parpadeando, conocimiento que estaba escondiendo de ella.
Curiosa, Andra se acercó a él y lo estudió. Ella sintió a Paul tratar de empujarla a
salir de su mente, pero se afianzó y se negó a marcharse. Ella necesitaba enterarse que
era esta cosa que estaba escondiendo y por qué era tan importante para él mantenerla
alejada de ella.
—Eso es suficiente —le oyó decir, pero no le hizo caso.
Ella se protegió los ojos de la resplandeciente luz y tomó el control de los ocultos
conocimientos con mano inquebrantable.

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Su poder. Ella podría tenerlo todo si estuviera lo suficientemente cerca de él. Eso
era lo que él había estado ocultando.
—No estás preparada —rechinó a través de los apretados dientes—. Es
demasiado pronto.
Confianza, amor, intimidad. Eso era lo que necesitaba tener para fortalecer lo
suficiente la conexión para que ella salvara a Nika. No es de extrañar que dijera que
llevaría tiempo. Esas cosas no se podían conseguir de la noche a la mañana. Al menos,
no todas ellas.
Intimidad. Sexo. Podía compartir eso con él.
Andra sintió otro fuerte impulso en su contra cuando trató de llevarla a la
verdad.
—Yo no quiero que te prostituyas de esa manera.
—No es como si yo no lo deseara —dijo ella, aunque si estaba hablando con voz o
la mente, no podría decirlo—. Normalmente no tengo relaciones sexuales con hombres
a los que acabo de conocer, pero voy a hacer una excepción contigo. —Por Nika.
—El sexo y la intimidad no son necesariamente la misma cosa.
—Tal vez no —dijo—, pero sólo hay una manera de averiguar si están lo
suficientemente cerca.
Paul gimió y ella sintió una ola de deseo elevándose en su interior, eclipsando a
ese faro que brillaba intensamente.
—Yo no quiero que sea así entre nosotros. Quería hacer lo correcto esta vez.
—Correcto es todo lo que funciona. —Cualquier cosa por salvar a Nika.
—Yo no quiero tener sexo contigo porque pienses que salvará a tu hermana —
dijo.
—Entonces, no lo hagas por eso. Ten sexo conmigo, porque yo quiero. Porque tú
lo deseas, también.
Y para estar segura de que lo hiciera, anidó el cuerpo contra el de él. Si bien
encerrada dentro de su mente, no podía verlo con claridad, pero podía sentir el calor
de su cuerpo, sentir sus poderosos músculos temblando mientras luchaba contra sí
mismo.
Con una casi violenta fuerza de voluntad, Paul la empujó de sus pensamientos y
aterrizó duramente de regreso al interior del cuerpo. Por un breve momento, el lugar
se sentía extraño para ella, no se parecía al hogar que siempre había sido. Pero tan
pronto como lo sintió, la sensación desapareció y todo volvió a la normalidad.
Paul, de pie ante ella, con las manos cerradas alrededor de sus bíceps. Ella podía
sentir sus brazos temblando como si no pudiera decidir si atraerla más cerca o
apartarse de ella.

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Andra no necesitaba ninguna ayuda para decidir lo que quería. Estaba de pie
delante de ella, una embriagadora combinación de noble sacrificio y bruta potencia
física. Era el tipo de hombre con el que las mujeres sólo podían soñar, de los que sólo
existían en la fantasía y sin embargo él estaba de pie delante de ella, sólido y real, y con
la respuesta a cada una de sus oraciones.
Extendió la mano y entrelazó los dedos alrededor de su cuello. Él dejó caer las
manos a los lados y apretó los puños. Tenía sus brazos rígidos e inamovibles, pero
Andra no cedió. Se acercó de puntillas y le dio un suave beso en la comisura de su
boca.
Él apretó los labios, aunque ella sintió su abdomen tensarse y supo que estaba
luchando contra sí mismo. La deseaba.
—Todo lo que tienes que hacer es rendirte. Dame lo que quiero —susurró ella.
Paul apretó los cerrados ojos y aspiró un rápido aliento.
Andra se desplazaba lentamente, besando el camino a lo largo de su angular
mandíbula hasta que llegó a su cuello, justo debajo de la oreja. La lengua daba
golpecitos, apenas rozando la piel.
—Sé que tú lo deseas, también.
—Lo que deseo no es importante.
Estaba sin aliento y juró que podía oír su decisión debilitarse con cada latido del
corazón.
—Es para mí. Sé que tendrás cuidado conmigo.
Andra le cogió el puño entre las manos y le aflojó los dedos. Besó la palma de su
mano, luego se instaló la mano sobre el corazón para que sus dedos ahuecaran la
redondez del pecho.
—Confío en ti.
Esas tres palabras le quebraron. Sintió que él se desmoronaba y su rostro cambió
de una máscara de acerada determinación a un semblante de implacable hambre.
Cogió un puñado de su corto pelo y ladeándole la cabeza hacia atrás la obligó a mirarle
a los ojos. No había piedad allí. Ya no.
Su voz era un murmullo, casi amenazador en su ferocidad.
—No digas que no te lo advertí.
Andra iba a conseguir lo que quería. Sólo esperaba que fuera suficiente mujer
como para tomarlo.

CAPÍTULO 13

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Madoc estaba listo para salir como un rayo de la habitación y dejar que Nika se
alimentara por sí misma.
La temerosa polluela lunática casi le había escaldado las pelotas con un tazón de
sopa, y ahora tenía puesta la mirada en la cuchara como si también tuviese planes para
utilizarla.
—Ni se te ocurra —la advirtió.
Nika lo fulminó con la mirada.
—No vas a obligarme a beber tu sangre sin importar lo bien que la disfraces.
Hasta ahora, había sido el señor Tío Encantador -o al menos encantador según
él-, pero eso no estaba funcionando, así que era hora de pasar al plan B.
—No es mi sangre. Los Sanguinar no pueden tenerla y tú menos aún. Ahora baja
esa jodida cosa y come algo.
Nika apretó los labios. Probablemente no habría querido a desafiarle así, pero por
desgracia para ella. Lo había hecho.
Madoc observó su frágil cuerpo. Odiaba manipularla. Se veía como si fuera a
partirse en dos si la rozaba la piel, lo cual era por lo que había tenido cuidado de no
hacerlo, ni siquiera por accidente.
¿Pero qué elección tenía ahora? Tenía que conseguir que comiera algo o iba a caer
muerta, y eso no podía suceder. Ella quizás fuera capaz de salvar la vida de uno de sus
hermanos.
Quizás incluso la de él.
Madoc se miró el anillo otra vez, por billonésima vez en los últimos diez
minutos. Nada. Nada de remolinos de colores, ni vibraciones. Ninguna jodida cosa.
Todo lo que veía era el poco color que quedaba y que se había desvanecido incluso más
desde ayer, los colores morían al tiempo que lo hacía su alma.
Una salvaje llamarada de rabia lo inundó hasta que quiso gritar, romper los
muebles y darle de puñetazos a las paredes hasta que solo quedara polvo y sangre. No
era justo. Después de todos aquellos siglos de leal servicio, de trabajar, sudar y sangrar
para cumplir con su juramento, no era justo que ella no pudiera ser la única que lo
salvara. Liberarle de su dolor.
Esta era una enfermiza broma del Solarc, no había duda. Alguien tenía que
atravesar el portal y pegarle una fuerte patada en el culo al rey de Athanasia. A Madoc
no le importaba si él era descendiente del Solarc.
El jodido se merecía una buena paliza.

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Un suave jadeo atrajo su atención de vuelta a Nika. Él había estropeado la
cuchara que había estado sujetando, doblándola hasta que ya no servía para nada.
Mierda. Al menos no la había tocado a ella. Habría hecho lo mismo con sus
dedos o su brazo.
Madoc lanzó la cuchara a través de la habitación. Los ojos azules de Nika se
abrieron desmesuradamente e intentó apartarse de él cruzando la cama.
No más. Ya estaba cansado de ese juego.
—Basta de esos jodidos rodeos, Nika. Vas a comer y a ponerte fuerte y
descubriremos a cuál de los hombres puedes salvar una vez que volvamos a Dabyr.
¿Entendido? No voy a permitir que mueras de hambre.
Ella todavía tenía los ojos muy abiertos y temblaba, y el conocimiento de que él
había sido quien lo había provocado hacía que cada porción de su alma se estremeciera
con repugnancia.
Madoc respiró profundamente y reunió cada pedacito de paciencia que pudo
encontrar. Lo que realmente necesitaba era pasar algunas horas machacando hierro,
después unas pocas más bombeando en una mujer. No necesitaba jugar a las
enfermeras.
Pero lo era, y estaba atrapado, así que se estiró lentamente y envolvió con la
mano su muñeca, que era tan gruesa como dos de sus dedos y mucho más frágil. Nika
se congeló en su asimiento y los ojos se le pusieron en blanco. Todo su cuerpo comenzó
a sacudirse y ella dejó escapar un grito de dolor.
Madoc la dejó ir como si estuviera en llamas.
—Oh, dios. Lo siento. —se oyó diciendo a sí mismo, esperando que la sangre
empezara a manar de su brazo donde la había tocado. Debía haberle roto un hueso o
algo, pero no veía signo alguno de rotura. Ni siquiera una marca roja.
Ella se lanzó al otro lado de la cama, haciendo volar la comida por todos lados.
Cuando empezó a deslizarse de lado, Madoc se apresuró a rodear la cama y a cogerla
antes de que cayese.
Quizás había tenido algún tipo de ataque y no tenía nada que ver con él.
Sí, claro. Y él iba a vivir feliz para siempre, rodeado de conejitos, gatitos y
perritos y todo el algodón de azúcar que pudiera comer.
Si no hacía algo, iba a hacerse daño a sí misma, así que la arrastró a la cama y
envolvió su cuerpo con las mantas, usando los brazos y piernas para tirar de la tela,
poniendo cuidado en no tocarla de nuevo.
Lentamente, el temblor se detuvo y su cuerpo quedó inmóvil. Él todavía no
podía asegurar si estaba respirando y el pánico lo cubrió hasta que se puso a sudar por
todos los poros.
Madoc presionó el oído sobre su corazón, desesperado por oír un latido, sentir su
pecho elevándose con la respiración. Algo.

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Pasaron los segundos y pensó que había sentido algo, pero no estaba seguro.
Entonces oyó un tenue latido y su pequeño turgente pezón se presionó contra la mejilla
cuando respiró.
Madoc cerró los ojos de alivio. No la había matado.
Ella cambió de posición contra la sujeción de las mantas, así que él se incorporó,
montando todavía sus piernas a horcajadas, pero sin posar ningún peso sobre ella.
Su piel estaba pálida y sus ojos estaban vidriosos, pero ella lo miró, y por primera
vez esa noche, parecía lúcida.
—Sed —susurró ella con voz seca—. ¿Puedo tomar algo de agua?
Madoc asintió y saltó de la cama. Recogió la taza que estaba en el suelo, la lavó y
la llenó en el lavabo del baño. Cuando volvió, vio a Nika intentando sentarse sin
conseguirlo. Sus brazos no eran lo bastante fuertes para soportar incluso su
insignificante peso.
Lo cual quería decir que tendría que tocarla otra vez. Sagrada mierda, no quería
hacerlo. No es que lo que él quisiera hubiese realmente importado alguna vez en el
esquema de las cosas.
Él bajó la taza y deslizó el brazo detrás de sus hombros para incorporarla. Estaba
tan huesuda como el infierno y pesaba tan poco como su alegre disposición. Él le
sostuvo la taza de modo que no la derramara, no es que fuera a importar con el
desastre de comida que ya cubría la cama.
Ella vació la taza y cayó como si ese pequeño esfuerzo la hubiese drenado.
—Gracias —le dijo, y todavía parecía cuerda.
Eso lo acojonaba más que sólo un poco.
—¿Puedo tomar alguna tostada o galleta?
—¿Quieres comer? —preguntó Madoc, incapaz de ocultar la sorpresa.
—Si no es demasiado problema.
¿Problema? ¿Y qué mierda pensaba que había sobre toda la cama? A él eso le
parecía un enorme infierno de problemas.
—¿Vas a lanzármelo o intentar cortarme el pene con el borde de la galleta?
Esta vez fue ella la que lo miró como si fuese él el loco.
—Esa no es mi primera elección, no. Prefiero comérmela.
Había llegado un paquete de galletas junto con toda la otra comida. Madoc lo
encontró bajo un bol de macarrones con queso y limpió la mayoría del desastre con su
camiseta, añadiéndolo a la mezcla de comida que ya estaba seca en ella. Rompió el
plástico para abrirlo y se lo tendió a ella.
Ella se estiró por él, pero le temblaba tanto la mano, que Madoc lo hizo a un lado.
—Lo haré yo —le dijo, sonando disgustado.

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Sacó una galleta salada y se la acercó a la boca. Ella le dio un mordisco, masticó, y
sus ojos se cerraron con un dichoso gemido.
—Dios, esto está bueno.
Madoc frunció el ceño ante el paquete y lo miró, buscando el ingrediente secreto
que la había hecho tan feliz. Fuera lo que fuera, le habría gustado cubrirse él mismo
con ello y dejarla lamerlo…
Sagrado infierno. No iba a ir por ese camino con ella. Ni en un millón de años. Ni
siquiera si todas las putas sobre la faz de la tierra caían redondas y él no tenía a nadie
con quien joder.
Nika era pura. Preciosa. Frágil. Y no era suya.
Además, no le gustaban los polluelos huesudos. Al menos, creía que no le
gustaban. El pene pensaba de forma diferente, pero es que siempre había tenido una
mente propia.
—¿Más? —pidió ella.
Madoc la alimentó con otro mordisco y la observó comer. Era bastante bonita,
aunque se imaginaba que con unos nueve o trece kilos más sería realmente
maravillosa. Quedando fuera de su alcance.
Además, incluso si ella estuviera fuerte, probablemente todavía sería demasiado
frágil para la clase de sexo que le gustaba tener: duro, rápido y a menudo. Infiernos,
probablemente era el tipo de mujer que querría que después se pegara a ella y la
abrazara, también. No podía soportar esa mierda. Él solo quería meterla y sacarla.
La línea de pensamientos hizo que su pene palpitara y los restos de la galleta se
convirtieron en polvo en el puño. Él cambió de posición las caderas de modo que ella
no pudiera ver su erección y cogió otra galleta.
Después de comer seis galletas, suspiró como si estuviera llena.
—¿Crees que podría convencerte de darme un baño? —Preguntó, mirando las
manchas de comida de la ropa—. Estoy hecha un desastre.
—¿Estás segura que te mantendrás en pie?
—Lo que sé, es que no dormiré con esta inmundicia toda la noche.
—Sí, lo que digas.
—Si no tienes tiempo, estoy segura de que Andra me ayudará.
Como el infierno. Este era su trabajo por esta noche y lo estaba haciendo
malditamente bien.
—Ella está ocupada.
Nika le dedicó un ceño herido que le hizo querer besarlo para borrarlo.
Whoa. Realmente estaba perdiendo la cabeza. ¿Desde cuándo quería besar a
alguien? Ni siquiera podía soportar besar a la mujer que jodía.

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Una esperanzada sospecha se iluminó en él y bajó la mirada hacia su anillo otra
vez buscando algún tipo de señal. Nada. Ni una jodida cosa.
La esperanza murió con rapidez, que era exactamente como debería ser.

No digas que no te lo advertí.


Andra estaba teniendo serios pensamientos acerca de seducir a Paul, persuadirlo
para que se atreviese a tener sexo con ella. Algo en él había cambiado en el momento
en que le había dado esa advertencia. Lo veía en sus ojos era un tipo de brillo
depredador que encendía las virutas doradas. Incluso su postura había cambiado. Ya
no le estaba ofreciendo comodidad. Su agarre sobre ella era caliente y duro. Posesivo.
Andra intentó cambiar de posición, solo para que su apretón se hiciera más
fuerte. Su grueso brazo la envolvía y la sostenía en el lugar. Tenía la otra mano todavía
enterrada en el pelo, sosteniéndola tan fuerte que casi la lastimaba. Probablemente
habría podido escaparse si realmente hubiese puesto la mente en ello, pero no estaba
segura de que su huída pudiera durar. Él emitía con fuerza esa predatoria ansiedad,
advirtiéndole de que si huía, iría tras ella. Y esas piernas largas y poderosas no
tendrían problemas en alcanzarla.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó ella.
Su voz fue baja, así que ella tuvo que esforzarse en oírle sobre los cantos de los
grillos.
—Dándote lo que quieres. El poder para ayudar a Nika.
—Bueno. Vale. Puedo encargarme de eso.
—¿Lo que quiera que conlleve? —dijo él, y la acarició la oreja con la boca, sus
palabras vertiéndose en ella igual que una oscura seducción.
El estómago de Andra se encogió y se le secó la boca. Asintió.
Él soltó su pelo y movió la mano alrededor de su cuerpo hasta que la rodeó la
garganta con los dedos, cubriendo la luceria. Las chispas saltaron de las yemas de los
dedos y se hundieron en ella, resbalando por su cuerpo hasta caer en la tierra. Ella se
tensó ante la intensidad, pero Paul la calmó con pequeños movimientos del pulgar.
—Shhh. Lo detendré si quieres, e iremos a dentro. Podemos intentarlo otro día.
A Nika no le quedaban muchos días si las cosas no cambiaban.
—Sóo hazlo. Yo puedo con ello.
Él se rió entre dientes y ella sintió la vibración hasta los dedos de los pies. Este
hombre se le subía rápidamente a la cabeza y no estaba segura como guardarse eso
para ella.

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Su pulgar continuó acariciándola en una perezosa trayectoria sobre el cuello. Ella
luchó con el impulso de retorcerse, para que de algún modo, él se moviera más abajo.
—Tan valiente en el exterior. Pero yo sé cómo te sientes realmente. Tu corazón
está desbocado —la dijo—. Casi pensaría que tienes miedo.
El orgullo se elevó en su interior, haciéndola enderezar la espalda.
—No estoy asustada. Simplemente no sé lo que estás haciendo.
—Sí, lo sabes —dijo bajando la cabeza hacia la de ella.
Este no fue un amable y engatusador beso como antes. Este era caliente y
exigente, y le robó todo el aire de los pulmones. Él empujó la lengua en su interior y
presionó el cuerpo sobre el de ella, obligándola a separar las piernas para hacerse sitio.
Probablemente debería haberle empujado para que se detuviera, pero no quería,
que dios la ayudara. Quería lo que le daba y más aún.
Un momento después, una ola de energía acometió a través de ella y la dejó
temblando a su paso. Sentía el cuerpo como si estuviera en llamas, ardiendo desde el
interior hacia fuera. Un hambriento hoyo se asentó en su bajo vientre y necesitaba
encontrar la manera de detenerlo. Al no estar acostumbrada a relaciones a largo plazo,
Andra conocía la frustración sexual, pero esto iba más allá de cualquiera cosa que
hubiese sentido antes. Esto no era un deseo, sino una necesidad, como la de respirar.
No estaba segura de si quería sentir esta desesperación por alguien, pero no tenía
mucha elección. Ya no.
Se apretó a si misma contra su muslo, intentando encontrar algún tipo de alivio,
pero allí no había nada que hacer. Había demasiadas ropas bloqueando la piel. Ella
necesitaba más contacto. Más fricción.
Un áspero quejido se elevó saliendo de ella, sobresaltándola con el frenético
sonido de necesidad.
—Eso está bien —murmuró Paul contra su boca—. Ahora nos vamos acercando.
No sabía exactamente lo que quería decir con eso, pero la verdad es que no le
importaba. Le necesitaba desnudo y dentro de ella. Ahora mismo.
Andra tiró de su camiseta y oyó el desgarrón de la tela bajo la fuerza de su
desesperación. La tela desapareció de su pecho, revelando el tatuaje del árbol que
había visto antes, solo que ahora ya no estaba desnudo. Pequeños brotes se habían
formado a lo largo de las ramas, haciéndolo parecer casi frondoso.
Ella pasó el dedo sobre ello, distrayendo a su cuerpo del propósito principal.
—¿Más magia? —preguntó ella.
—Nada comparada a la que está almacenada para ti.

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CAPÍTULO 14

Paul tenía que controlarse a sí mismo o iba a herirla. La quería demasiado. La


necesitaba. Pensaba que había sido malo antes, pero ahora que había visto en el interior
de su mente, era mucho, mucho peor.
Ella era hermosa por dentro. Tan cuidadosa y generosa. Tan asustada de estar
sola. Tan asustada de fallarle a Nika de nuevo. Ese miedo hizo que todos los

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sobredimensionados instintos protectores de Paul se pusieran en pie y rugieran. Iba a
asegurarse de que nunca estuviera sola de nuevo, de que su familia estuviera a salvo.
Independientemente de lo que le llevara, fuera lo que fuera lo que costase, Paul iba a
protegerla de la única cosa que más temía. Perder a Nika.
No tenía ni idea de cómo iba a hacerlo, pero encontraría un modo. Encontrarían
un modo juntos.
E iba a comenzar asegurándose de que ella pudiera usar tanto de su poder como
pudiera soportar. Era lo que ambos querían. Todo lo que tenía que hacer era asegurarse
de reservarse lo suficiente para que ella no terminara haciéndose daño.
Abrió los ojos y la miró. Era tan hermosa bajo la luz de la luna que difícilmente
podía creer que fuera real. Tenía las mejillas encendidas y su boca estaba abierta, el
aliento la llegaba en rápidas ráfagas jadeantes. Juraría que casi podía ver el resplandor
del calor elevándose de su piel.
Mía.
Ella había aceptado su luceria, y eso le hacía suya. La unía a él.
—Abre la boca —ordenó él.
Se había estado muriendo por besarla toda la noche y no se había aproximado lo
suficiente para apaciguarlo. Ni siquiera de cerca.
Una mirada de preocupación cruzó la cara de ella.
—Paul, ¿estás…?
—Abre. La. Boca.
Ella lo hizo, sólo un poco, y Paul la besó profunda y duramente. No la había
abierto lo suficiente para él, así que la instó a que le diera más. Tomar más.
Ella sabía tan condenadamente bien, nunca tendría suficiente. Le pasó la lengua
por los labios y le inclinó la cabeza hacia atrás para poder obtener un ángulo mejor,
más profundo. Su suave suspiro le dijo que no le importaba en absoluto. De hecho, le
pasó los brazos alrededor del cuello y le apretó fuertemente, como si tratara de evitar
que escapara.
Como si él quisiera parar ahora. No tenía oportunidad. Le había advertido que
esto podría no ser seguro, pero ella no le había escuchado, y ahora se merecía todo lo
que le pasara.
El calor se derramó en él hasta que pensó que había ardido. La polla estaba tensa
contra los vaqueros, rogando por la liberación. El corazón latía fuerte y rápido, y el
poder dentro de él creció y pulsó como si supiera qué había planeado para ella y no
pudiera esperar para ser dejado en libertad.
Paul empujó hacia arriba su camisa y su sujetador, exponiendo sus pechos a la
luz de la luna. Era hermosa ahí, también. Perfectamente formados para llenarle la
mano, con pezones arrugados y apretados. No hacía frío fuera, lo que dejaba sólo otra

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razón. Ella le deseaba, también. Tal vez no tanto como él lo hacía, pero iba a arreglar
eso.
La cubrió el pecho con la palma, gimiendo ante la intoxicante sensación de su
piel desnuda contra él. El tenso pezón se alzaba contra la mano, volviéndolo loco. Sabía
que las manos estaban ásperas por años de combate, pero no le importaba. Tenía que
tocarla, sentir la piel desnuda contra la suya. Frotó la palma contra él, haciéndola
inspirar un afilado aliento. La mente de él estaba demasiado nublada para averiguar si
ese sonido era bueno o malo, pero sabía una cosa que a ella le gustaría seguro, un lugar
que no era demasiado áspero para ella.
Apartó la boca de la suya y se movió lentamente por su cuerpo, apartando las
amontonadas ropas fuera de su camino, sobre su cabeza y brazos. Paul le pasó la
lengua por el pezón. Las caderas de Andra corcovearon y se arrancó las ropas de los
brazos y le agarró el pelo con los puños, sujetándolo a ella.
—Más —ordenó.
Paul obedeció felizmente y la cubrió con la boca, tirando con fuerza.
Ella le clavó las uñas en el cuero cabelludo y dejó escapar el más hermoso sonido
de placer que jamás había oído.
Muy dentro de él, algo estaba pasando -algo verdaderamente maravilloso- pero
no sabía qué era. No podía pensar con claridad. No con la boca pegada al pecho y el
cuerpo retorciéndose bajo el suyo. No con la luz de la luna bañando su piel y el aroma
de su excitación flotando fuertemente en el aire nocturno.
El poder fluyó fuera de él, goteando por todas las partes donde las pieles
desnudas se tocaban. Era erótico sentirla absorberlo, sentirla aceptar lo que necesitaba
darle.
—Oh —respiró hondo y la sintió contener el aliento durante un momento—. Eso
es lo que querías decir.
Paul no podía hablar. La garganta estaba demasiado tensa por la necesidad de
empujar más poder en ella y forzarla a tomarlo todo. Sólo su necesidad de protegerla le
contuvo y le permitió una valiosa medida de control.
La feroz necesidad de tomarla se apoderó de él. Si ella no podía tomar más
poder, malditamente bien iba a tomar su polla en su interior tan profundo como
pudiera entrar.
Los dedos fueron a la cinturilla de los vaqueros, desesperado por tenerla
desnuda. Quería sentir su piel contra él y averiguar si estaba tan húmeda y lista para él
como necesitaba que estuviera. No creía que pudiera ser suave más. No la primera vez.
Tal vez después de unas cuantas rondas, después de derribar los aspectos más ásperos
de su necesidad.
Se puso rígida y se movió para detenerle la mano, pero Paul se sacudió el intento.
Ella lo intentó de nuevo y él gruñó de frustración mientras le capturaba las manos y se
las ponía por encima de la cabeza contra la descartada camiseta.

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—Paul —susurró su nombre como si estuviera asustada.
Él no quería parar, pero se vio obligado ante su promesa de mirar y descubrir lo
que la asustaba. Una vez lo hubiera matado, podría volver a su dulce cuerpo firme.
Cuando miró alrededor, no vio nada.
—¿Qué? —le preguntó a ella con la voz turbia de necesidad.
—Me estás sujetando.
—¿Y?
Estaba intentando detenerlo. ¿Qué esperaba que hiciera?
—Suéltame —los ojos estaban muy abiertos y brillantes, con franco miedo.
Paul miró donde la mano encadenaba las muñecas de ella. Su presión era
suficiente para magullar. Suficientemente apretado como para hacerla daño.
—Mierda —gruñó Paul.
La soltó y se empujó apartándose de ella. Estaba yendo demasiado rápido en su
desesperación. Forzándola. Esa no había sido su intención.
¿Lo había sido?
La erección palpitaba al ritmo del pulso acelerado y tenía la piel enfebrecida. En
su interior, estaba temblando de necesidad, pero se las arregló para permanecer quieto
tendido sobre la tierra seca y no asaltarla.
El rostro de ella entró en su línea de visión y tenía un tentativo ceño preocupado.
—¿Estás bien?
Paul cerró los ojos. Ni siquiera podía mirarla sin luchar contra la necesidad de
establecer su reclamo. E incluso con los ojos cerrados, todavía podía sentir su piel bajo
las manos y su pezón contra la lengua. Eso no era el tipo de cosas que un hombre
olvidaba.
Ella le tocó la cara, y él apretó los dientes contra la tentación de echarla hacia
atrás y tomarla fuerte y rápido, antes de que tuviera oportunidad de detenerle.
—No tenemos que parar, pero más lento es mejor —dijo ella—. ¿Puedes ir más
despacio?
—Probablemente no. No sé que me haces, pero me estoy muriendo por ti.
Necesito estar dentro de ti —sólo decirlo casi le volvió del revés de lujuria.
Andra exhaló un aliento tembloroso. El pecho de ella le rozó el brazo, y pudo
sentir la suavidad sedosa de su piel. Todavía estaba sin camisa.
Paul abrió los ojos para mirar porque no tenía otra opción. Tenía que ver sus
pechos desnudos.
Ella le miró fijamente y se puso de rodillas.
—Más lento, ¿de acuerdo?

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Paul asintió, incapaz de hablar. No estaba seguro de si podía reducir la marcha,
pero sabía que lo intentaría. Haría cualquier cosa para conseguir tenerla de espaldas
debajo de él, donde pertenecía.
Antes de que pudiera encontrar la voluntad para moverse, Andra se puso a
horcajadas sobre sus caderas.
—Funcionó —le dijo.
—¿Qué funcionó?
—La intimidad —ella tomó su mano y se la presionó contra el pecho—. Cuando
me besaste aquí, sentí… sentí que nuestra conexión se hacía más fuerte.
—Tal vez debería hacerlo de nuevo, sólo para estar seguros.
Ella le dedicó una sensual sonrisa que le hizo querer sentir sus labios rodeándole
la polla mientras le chupaba. Todo el cuerpo se estremeció con el esfuerzo de
permanecer inmóvil y no obligarla a hacer precisamente eso.
—Eres hermoso —dijo ella.
—Soy un hombre.
Ella pasó los dedos por la marca de vida, arrastrándolos hacia los vaqueros.
—Sigues siendo hermoso. Todo duro y musculoso. Es realmente excitante.
—Si estás tan excitada, entonces no te importará dejarme sentirte. ¿Estás húmeda,
Andra?
Ella le sostuvo la mirada mientras se desabrochaba los vaqueros y deslizaba la
cremallera tan lentamente que le hizo doler las pelotas. En lugar de dejarle a él hacer el
trabajo, se introdujo la mano dentro de las bragas. Sus ojos se volvieron lánguidos y la
cabeza le cayó hacia atrás cuando ella movió los dedos contra su propia piel.
Paul no podía aguantar más. Ni un sólo segundo. Le agarró la muñeca y le sacó
la mano. Sus dedos brillaban con su excitación a la luz de la luna. Le había provocado
eso a ella. La había hecho humedecerse y ahora iba a saborearla.
Tomó los dedos de ella en la boca y estuvo cerca de correrse ahí mismo. Ella sabía
a sal, a mujer y a necesidad insatisfecha. Pero no por mucho tiempo. La satisfaría y la
llenaría con su semilla para que no hubiera más dudas de que era su mujer. Ella olería
a suya. Sabría a suya. Sería suya.
Andra le miró con los parpados pesados y él pudo sentir sus vaqueros ásperos
contra el estómago cuando sus caderas se movieron como si tuvieran mente propia.
—Quítatelos —ordenó Paul—. Te quiero desnuda.
Andra levantó una ceja en desafío.
—Tú también.
Cualquier cosa que la desnudara valdría para él. Paul se quitó el cinturón de la
espada y lo dejó al alcance. Tan pronto como se separó del cuerpo, el arma se volvió

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visible, mostrando los intrincados grabados de vides en la vaina. Se quitó los vaqueros
y las botas justo a tiempo de verla hacer lo mismo.
Todavía llevaba las bragas, pero ella lanzó el resto de sus ropas a un lado y sus
ojos se clavaron en la dura erección. Ésta corcoveó en respuesta a su ansiosa mirada.
—Si sigues mirando, voy a deshonrarme.
Una sonrisa de pura codicia femenina curvó la boca.
—Oh, ¿sí? —Se acercó y envolvió los dedos alrededor de él, haciéndole aspirar
un áspero aliento—. Creo que me gustaría ver eso.
—Tal vez mas tarde —le dijo, y la puso de espaldas en el suave y espeso césped
—. Ahora mismo, tengo otros planes.
Ella lo acarició con el puño. Sus dedos eran lo suficientemente largos para hacer
bien el trabajo, y lo sentía como el cielo. Paul tuvo que apretar los dientes para
contenerse de correrse sobre la mano de ella.
La separó la mano y su polla dio un latido de resentimiento, que él ignoró.
—Todavía llevas la ropa interior —dijo él.
—Soy tímida.
Paul dejó escapar una carcajada que no pudo contener. No tenía un solo hueso
tímido en el cuerpo. Se estaba burlando de él y eso estaba bien. Dos podían jugar a ese
juego.
La besó en la boca hasta que la dejó sin aliento, y luego se trasladó por su cuello y
sobre sus clavículas. Amó cada pecho con la boca y la lengua, provocando dulces
gemidos de placer en ella hasta que no pudo aguantar más. Arrastró besos por sus
costillas y sobre su tenso vientre, deslizando las bragas mientras bajaba.
Sus piernas eran largas y musculosas, como el resto de ella. Pero incluso con
todos esos femeninos músculos, todavía era suave y blanda mujer. Tenía que tocarla y
disfrutar de la sensación de su piel bajo él. No estaba seguro de si iba alguna vez a
tener lo suficiente de ella, pero estaba malditamente bien yendo a intentarlo.
Volvió hacia arriba por su cuerpo, abriéndole las piernas mientras la acariciaba.
Cada centímetro que subía enviaba un nuevo escalofrío en ella, otro suave gemido.
Contenerse casi le mata. Habría sido tan fácil simplemente deslizarse derecho en su
interior. Pero ella le había pedido que fuera más lento, así que lo haría.
Cuando deslizó los dedos por su sexo, abriendo los húmedos labios, ella saltó
ante el contacto.
—Oh —exhaló en un largo suspiro mientras el cuerpo quedó inerte.
Paul no estaba esperando una invitación. Le separó las piernas lo suficiente para
hacer espacio para los hombros y se estableció entre ellas. La hierba le hizo cosquillas
en el cuerpo, pero era lo suficientemente suave que no se preocupó por la espalda de
Andra. Podría montarla tan fuerte como quisiera y no temer hacerle daño. Lo cual era

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bueno. No confiaba en su contención una vez sintiera de cerca su cuerpo rodeándole la
polla.
El aroma de su cuerpo caliente le hizo girar la cabeza y la boca agua. Separó su
carne, y el cuerpo de Andra se tensó. No sabía si era porque estaba impaciente o
ansiosa, pero le presionó suaves y blandos besos a lo largo del interior de sus muslos
para tranquilizarla y que ella le dejara darle placer.
No funcionó. Estaba nerviosamente apretada, vibrando de tensión.
La mente quería relajarla y aliviar su ansiedad, pero el cuerpo tenía otras ideas.
Necesitaba saborearla de nuevo, hacerla correrse. Después de un orgasmo o dos,
estaría plenamente relajada.
La idea era demasiado potente para resistirse, así que no lo hizo. Abrió sus
piernas, las alzó y las sostuvo allí mientras la tomaba con la boca.
Andra le agarró el pelo en sus puños y dejó escapar un agudo grito de necesidad.
Sus caderas se movieron debajo y él las sostuvo inmóviles mientras pasaba la lengua
por su pequeño nudo sensible.
Entonces él lo sintió. Ella estaba empujando en su mente frenéticamente,
intentando encontrar la manera de entrar.
Kate nunca había querido esa cercanía con él. Siempre había mantenido la
distancia. Fría y distante. Nunca le había permitido más que besarla.
Pero no Andra. Estaba intentando acercarse a él, tratando de convertirse en una
parte de él. El alma de Paul se llenó de satisfacción y la dejó entrar, sintiendo una
oscura sonrisa en la boca. No tenía nada que esconderla -ya no- pero la orientó hacia lo
que él más quería que viera. Iba a verlo todo de él, sentir el deseo por ella y eso
aumentaría el de ella.
En su inocencia, no se daba cuenta que él estaba canalizándola a través de los
pensamientos, dirigiéndola hacia la vibrante y consumidora necesidad de tenerla y
mantenerla para siempre. Le siguió fácilmente y él la dejó sentirlo, la liberó del control
y le permitió sentir cuánto la deseaba.
Un crudo gemido se escapó de los labios de ella, y se arqueó, sosteniendo la
cabeza de él apretada contra sí. Como si él necesitara algún estimulo. Podía sentir lo
cerca que estaba, cuánto lo deseaba. Lo necesitaba. Su cuerpo estaba temblando en el
borde, y todo lo que necesitaba era el mínimo empujón para enviarla sobre él.
La polla de Paul palpitó cuando deslizó un dedo dentro de su apretado cuerpo
caliente. Ella dejó escapar un quejido casi doloroso, así que la chupó con fuerza,
dándole lo que necesitaba. Eso fue todo lo que necesitó.
Sintió barrer su orgasmo atravesándola y sintió sus músculos contraerse cuando
estalló contra ella. Dejó salir un alto grito de liberación que hizo que el mundo de Paul
cambiara bajo él. El eco ni siquiera había cesado todavía y ya quería que volviera a
hacerlo de nuevo. Y otra vez.

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Su cuerpo se relajó bajo él, volviéndose suave y flexible. Todavía estaba flotando
dentro de la mente de él, pero su presencia era débil y contenida. Sus piernas estaban
ampliamente extendidas, su sexo brillando con la luz de la luna.
Si hubiera sido un hombre mejor, se habría apartado y la habría dejado
descansar. Pero no era bueno. La necesitaba demasiado. El sudor le cubrió la piel y los
músculos estaban anudados de dolor. Tenía que tenerla. Ahora, antes de que tuviera la
oportunidad de negarse.
Ascendió por su cuerpo besando el camino, rezando para que ella comprendiera
su necesidad.
—Lo siento —dijo crispadamente cuando alineó el cuerpo para adaptarse a ella.
Ella abrió los ojos. Paul esperaba ver conmoción o tal vez rechazo, pero en
cambio, le abrazó y tiró de él hacia ella. Las caderas de él se movieron por propia
voluntad, facilitando la entrada a la erección. Estaba ajustada, pero relajada y tan
húmeda que se deslizó sin hacerle daño. Gracias a Dios.
Los brazos se sacudieron en contención mientras apuntalaba el peso sobre el
cuerpo de ella. Se estaba muriendo por empujar más profundamente y clavarse en su
interior, pero se contuvo.
—¿Estás bien? —encontró la fuerza para preguntar.
Ella ronroneó y arqueó la espalda para que se deslizara más profundamente.
Paul tomó aire y apretó los dientes para evitar el orgasmo sólo un poco más. Por
mucho que necesitara correrse, necesitaba estar seguro de que esta no sería la única
vez. Tenía que ser bueno para ella. Solo tenía unos pocos días para demostrarle que no
podría vivir sin él, y eyacular en su interior a los treinta segundos escasos no era el
modo de hacerlo.
Calmó su cuerpo y se concentró en la cara de ella, la suave curva de sus mejillas,
el blando abultamiento de su boca, el modo en que sus parpados aleteaban cuando la
polla se contraía dentro de ella.
—No te estás moviendo —susurró ella, y apretó los músculos a su alrededor.
Paul jadeó por aire.
—Estoy intentando mantener un poco de control aquí. No estás ayudando.
—No quiero tu control. Te quiero a ti.
—Sería demasiado rudo ahora mismo.
Ella le devolvió una sexy sonrisa conocedora.
—Rudo es agradable de vez en cuando —cogió el labio inferior de él entre los
dientes y deslizó la lengua por él antes de dejarle ir—. Además, soy resistente. Puedo
tomarlo.
No sólo podía tomarlo, lo quería. Él podía ver el deseo brillando en sus ojos,
sentirlo parpadear a través de la conexión.

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El control de Paul se rompió. Se deslizó de su cuerpo y se sumergió en ella de
nuevo, forzándola a tomarlo todo de él. Los ojos de Andra se abrieron ampliamente y
sus pupilas se dilataron cuando se quedó profundamente en su interior y encajó las
caderas contra ella.
—Oh, Dios —exhaló y se aferró a su trasero—. Otra vez.
Él obedeció, pero no porque ella lo hubiera pedido. No tenía otra opción. Los
instintos eran violentos ahora, el cuerpo moviéndose fuerte y rápido en respuesta. En
algún lugar en el fondo de la mente, pensó que debería hacer algo más. ¿Besarla,
acariciarla? Ya no estaba seguro. Nada importaba excepto el férreo control de su sexo
contra la polla y el calor resbaladizo formado entre ellos. Estaba estrecho y resbaladizo,
y su cuerpo amortiguaba sus embates, aceptando lo que él la diera.
La base de la columna vertebral se tensó y chispas se formaron en su vista. Estaba
cerca y quería a ella allí mismo con él, hundiéndose en el borde.
Paul forzó el paso al interior de la mente de ella y la dejó sentir lo que estaba
sintiendo. Canalizó el poder hacia su cuerpo, estrechando los límites del vínculo tan
fuerte como pudo, obligándola a tomar más de lo que nunca había tomado antes.
Andra gritó contra la presión, pero él no cedió. Esto era lo que ella quería -lo que
necesitaba para ayudar a Nika- y él iba a dárselo.
Ella arqueó el cuerpo, elevando las caderas de él con ella. Eso le enterró más
profundamente en su interior, y Paul se perdió, deleitándose en las sensaciones de su
cuerpo y mente cuando la llenaron. Su orgasmo le agarrotó la garganta y le estranguló
el aire del cuerpo. La empujó de vuelta a la tierra y se introdujo hasta la empuñadura
mientras disparaba la semilla en su interior.
Los pulsos de energía la llenaron a la vez que los de su cuerpo hasta que él pudo
sentir sus esfuerzos contra la sensación. Era demasiado para ella, y cuando ella le
siguió, gritando, cuando llegó al clímax sacudió las caderas contra él. Su estómago se
tensó rítmicamente y una luz resplandeciente fluyó de sus brazos y salió de la punta de
sus dedos, hundiéndose en la tierra.
Lentamente, la luz se desvaneció y el silencio descendió sobre ellos. Incluso los
grillos estaban silenciosos. Una suave brisa le refrescó la piel mientras luchaba para
frenar la respiración irregular.
Había tenido siglos de sexo y nunca había sido así. O bien tenía algo que ver con
la relación que compartían, o había estado haciendo algo realmente mal durante un
tiempo muy largo.
—Creo que me has matado —dijo ella. La voz estaba ronca y áspera.
—Tal vez, pero es una buena manera de morir.
Paul se apartó de su cuerpo, pero no fue lejos. La cruda necesidad salvaje que
había sentido se había ido ahora, pero cuando miró su agotado cuerpo húmedo
yaciendo allí y vio la prueba de la unión brillando en la polla y los muslos de ella, sabía
que no se apartaría mucho tiempo. Ella era suya ahora y no iba a dejarla olvidarlo.

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—Eres sólo un poco posesivo, ¿huh? —le preguntó sin abrir los ojos.
Ella percibía sus pensamientos. Paul se deleitó con el conocimiento de que eran lo
suficientemente cercanos como para que ella pudiera sentirlos.
—Absolutamente. Te sugiero que te acostumbres.
Una pequeña sonrisa elevó un lado de su boca.
—Una chica puede acostumbrarse a este tipo de sexo realmente rápido.
Y sólo con eso, Paul estuvo duro y listo para empezar de nuevo.
—Nunca sería igual con nadie más —le dijo a ella. La voz sonaba áspera, casi
enfadada, pero tenía que hacerle saber que no era reemplazable.
Ella abrió un ojo.
—Abajo, chico. No soy de salir corriendo. Puedes relajarte.
No, no podía, pero si no daba marcha atrás, iba a asustarla o enfadarla tanto que
nunca le dejaría tenerla así de nuevo. Y eso no podía pasar. Tenía que calmarla.
Rápido.
Ella se levantó y se miró entre los muslos. Una mirada conmocionada le cruzó la
cara, después se convirtió en aflicción.
—No puedo creer que olvidara hacerte cubrir.
—¿Cubrir?
No sabía lo que quería decir, pero parecía tan disgustada que necesitaba
solucionarlo. Lo que quiera que fuera.
—No usaste un condón. Por favor, dime que no estás sufriendo algún tipo de
mágica podredumbre de entrepierna.
Paul parpadeó, completamente perdido. El cuerpo todavía le estaba tarareando,
la mente aún no se había puesto al día y tenía que obtener la cuota de suministro de
sangre.
—¿Mágica qué?
—ETS —dijo ella, como si debiera saber que quería decir—. Ya sabes,
enfermedades de transmisión sexual.
Finalmente, lo cogió.
—Oh, lo entiendo. Enfermedades humanas. No, no tienes que preocuparte.
Nuestra especie no enferma, al menos no así.
Ella levantó la mano.
—No quiero saber nada más ahora mismo. Tal vez más tarde.
—No puedo darte un niño, tampoco —le dijo por obligación.

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Sabía que podría significar que le abandonara por un hombre que pudiera ser el
padre de sus hijos, pero tenía que correr ese riesgo. Era algo demasiado grande para
pasarlo por alto.
Ella se quedó quieta e inclinó la cabeza a un lado.
—¿Hablas en serio o simplemente lo estás diciendo para que te deje hacerlo sin
condón de nuevo? Porque eso no va a pasar.
—Me pondría un traje de materiales peligrosos y un tutú si eso es lo que se
necesita para volver dentro de tu dulce cuerpo. Lo que quieras. Pero lo digo en serio.
Nuestros hombres no pueden engendrar hijos. Nos hicieron algo. No sabemos qué,
pero todos somos estériles ahora.
Ella frunció el ceño y le alcanzó. Tal vez había sentido la ira que le había robado
la alegría, o tal vez algo en la cara se lo había dado a entender. No estaba seguro. Pero
lo que fuera, ella le acariciaba la mano como si le ofreciera condolencias, lo que supuso
era apropiado. La ausencia de vida era casi tan desoladora como la pérdida de la
misma.
—Lo siento. Quiero decir, no estoy buscando ser madre ahora mismo, y con el
loco camino que lleva mi vida, probablemente nunca, pero al menos tengo la opción.
Lamento que tú no.
—Yo también lo lamento. Pero son viejas noticias. No tiene sentido demorarse en
ella. Sólo pensé que deberías saberlo.
Estuvo extrañamente tranquila durante un momento mientras recogía su ropa.
Cuando se dio la vuelta, tenía los ojos brillantes, como si hubiera estado conteniendo
las lágrimas.
—Sabes, de algún modo, eres afortunado. Nunca tendrás que preocuparte de que
tu hijo te será arrebatado en mitad de la noche, o que se vuelva una babeante cáscara
aterrorizada en lugar de lo que fue una vez. Nunca tendrás que preocuparte de si eres
lo suficientemente bueno para mantenerlos a salvo y protegerlos del peligro. Nunca
conocerás la angustia de fallarles.
Ahora estaba hablando de su hermana Tori, aquella que había sido secuestrada
esa noche hacia ocho años. Lo sabía porque lo había visto pasar, y sentía la
culpabilidad de ella por no haber sido lo suficientemente fuerte como para detenerlo.
Paul la tomó en los brazos porque no podía dejar de abrazarla. Le necesitaba
ahora, y era su deber -su honor- darle lo que necesitara.
—No le fallaste a tus hermanas —le dijo.
—Sí. Lo hice. Todavía estoy fallándole a Nika.
—Tal vez no —dijo Paul—. Eres más fuerte ahora. Somos más fuertes ahora.
Podemos intentarlo de nuevo.
Ella dejó escapar un tembloroso suspiro y se aferró a él con desesperada fuerza.
—¿Y si fallo otra vez?

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—Entonces lo haces, pero no puedes perder la esperanza. Conozco gente que
puede ser capaz de ayudarla incluso si nosotros no podernos. Haremos lo que sea
necesario, ¿de acuerdo?
Sintió su gesto de asentimiento contra la mejilla.
—No estoy segura de cuánta esperanza queda en mí.
—No te preocupes —dijo, apretando el abrazo—. Tengo suficiente esperanza por
ambos.

CAPÍTULO 15

El Príncipe Eron estaba de pie en el balcón, mirando desde lo alto hacia la


ciudad a sus pies. El viento glacial le azotaba el largo cabello alrededor de la cabeza,
produciéndole picazón en los ojos. Las lunas gemelas se estaban desvaneciendo.
Mañana, la puerta a la Tierra se abriría y a través de ella se encontraría con sus hijas.
Allí sería verano, si su calendario era correcto. El octavo verano desde que había visto
por última vez a sus hijas.
Ni siquiera había pasado un año en Athanasia desde el ataque Synestryn a su
familia de la Tierra. Sin duda, no el tiempo suficiente para que dejara de afligirse por
Celine. Para detener la melancolía con cada aliento que daba.
Pesados pasos sonaron detrás de él en el suelo de piedra.
Eron ni siquiera necesitó volverse para ver la expresión de disgusto en el rostro
de su hermano mayor. Pudo oírlo suspendido en el tono serio de voz.
—No irás —dijo Lucien.
—Sí. Iré.
—No es seguro. Podrían matarte.
La ira se apoderó de Eron, aunque trató de controlarla. Si esperaba sobrevivir al
viaje a través de la puerta, necesitaba mantener la calma y centrarse.
—Me está matando igual no saber si mis hijas están vivas o muertas.

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—Las encontraré por ti y te informaré. Así es más seguro.
—¿Y si me necesitan?
Lucien colocó la amplia mano sobre el hombro de Eron. La voz se suavizó con
comprensión.
—Ese es el riesgo que todos asumimos cuando nos decidimos a recorrer este
camino. Sabíamos que nuestros hijos crecerían sin saber de nosotros. Es el precio que
debemos pagar.
Eron se dio la vuelta apartando la mano de su hermanastro. El cuidadoso control
hecho pedazos en escombros, sin posibilidad de reparación.
—Mis hijas pueden estar muertas. Ninguno de nuestros hermanos ha sido capaz
de encontrar algún rastro de ellas. Tengo que volver. Necesito saber.
Los amarillos y dorados de los ojos de Lucien se agitaron, arremolinando y
retorciéndose alrededor de las pupilas. La compasión le serenó los rasgos, y puso la
mano sobre el pecho de Eron.
—Este camino se ha vuelto más difícil de lo que ninguno de nosotros hubiera
imaginado, pero tenemos que seguir centrados en nuestra misión.
—Sólo quiero ver a mis niñas. No voy a interferir en nuestros planes.
—Sabes que no es tan simple. Sigues estando débil después de tu último viaje,
para librar a Nika del veneno de los sgath. No serás capaz de escudar tu entrada, y
advertirás a Padre que cruzaste.
—Estoy lo suficientemente fuerte.
—No. No lo estás. Todavía no. Padre te matará y entonces, ¿qué pasará con tus
hijas?
Eron inclinó la cabeza sobre el brazo de Lucien. Tenía razón. Estaban tan poco
tiempo en la Tierra, que ninguno de los demás podría conseguir más para cuidar de
sus niñas.
Tenían los suyos propios que cuidar.
—No puedo seguir haciéndolo —afirmó Eron—, el precio es demasiado alto.
—Igual que para los demás, pero los informes muestran que nuestras previsiones
eran correctas. Los Synestryn son cada vez más poderosos, y no quedan suficientes
Centinelas para contener la puerta. Debemos perseverar.
—Así pues, vuelves a empezar.
No era una pregunta. Eron sabía que Lucien era el más entregado de todos ellos,
sin importar el coste personal. Pero por otro lado, si sus planes fracasaban tendría más
que perder aquí que cualquiera de ellos.
—Voy. Solo.
Eron negó con la cabeza.

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—¿Cómo puedes continuar insistiendo, después de saber lo que mis hijas han
sufrido?
Lucien miró con cuidado las lunas, luego hacia abajo, al interior de la campiña
salpicada por las luces de las casas que se extendían a través de ella.
—Voy yo porque es la única manera de salvar lo que tenemos aquí. La única
manera de proteger mi hogar. Mi familia —se volvió para mirar a Eron con los ojos
girando velozmente con el dorado fuego de la determinación—. No debemos fallar.
Eron suspiró con resignación. Al principio el camino le había parecido tan
glorioso, tan justo.
Pero ahora... Eron sacó su posesión más preciada de la bolsa que le colgaba sobre
el corazón. La fotografía usada y descolorida de su mujer y sus tres hijas, aunque no le
hacía falta para recordar las líneas del rostro de su amada Celine, o la dulce curva de
las mejillas de sus bebés. Tenía la imagen grabada en la memoria, donde los felices
rostros y el conocimiento de que les había fallado vivirían para la eternidad.
Con la mano temblorosa le entregó la fotografía a Lucien.
—¿Las buscarás por mí? ¿Averiguarás si mi pequeña escapó de la captura?
Lucien miró la imagen e hizo una solemne inclinación de cabeza.
—Lo intentaré.
—¿Cuántas horas permanecerás en la Tierra?
—Nueve. No más.
Eron rezó para que fueran suficientes.
—El verano siempre nos priva de nuestro tiempo con ellos.
Lucien se encogió de hombros.
—Es como debe ser.
—Lo sé. Supongo que no debería seguir haciéndome más daño por ello. Celine
está muerta, y mi tiempo con ella se acabó.
—Tal vez los humanos tienen razón y su cielo existe.
—Es una hermosa idea, poder reunirse con aquellos que amamos para vivir por
siempre en paz. Celine lo creía.
Si alguien se merecía semejante destino, esa era la amada de Eron.
Con el agudo golpe de apresurados tacones por el pasillo, Aurora se deslizó
bordeando la esquina. El largo y pálido cabello estaba alborotado por la carrera, y las
mejillas sonrojadas en un color rosa brillante. Los ojos del color de una puesta de sol
estaban muy abiertos a causa del miedo, los suaves labios entreabiertos para facilitar la
dificultosa respiración. Era la más bella de las mujeres en su mundo, e incluso Eron,
cuyo corazón pertenecía a otra, tenía que detenerse por un momento cada vez que ella

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entraba en la habitación. Era una sierva, pero como el tesoro más preciado del Solarc,
conocía más la libertad que la mayoría.
También era su aliada más poderosa.
—El Solarc viene —susurró.
Lucien escondió la fotografía en la chaqueta.
—Debo irme ahora. La puerta estará alineada para abrirse dentro de unos
momentos.
—Ve, pues. Me quedaré aquí y distraeré a Padre. Si encuentras a mis hijas, dales
mi amor.
—Lo juro —los ojos de Lucien brillaron en la oscuridad, los remolinos de colores
activándose en respuesta a su voto. Ahuecó la mejilla de Aurora y le habló en un
tranquilizador pero urgente tono—. El Solarc no puede saber dónde he ido, o nuestras
vidas y las de nuestros hijos en la Tierra estarán perdidas. No voy a permitir que eso
suceda.
Ella bajó la cabeza.
—Sí, Alteza. Entiendo.
Lucien salió a través de una puerta oculta, y Eron volviéndose hacia Aurora le
tendió la mano.
—Ven conmigo. Vamos a distraer a Padre y, al mismo tiempo, cubriremos las
señales de su rápida carrera.
Aurora fue a sus brazos sin titubear. Cuando Eron la besó, ella fingió disfrutarlo
como un buen siervo haría, dejando escapar un suave gemido. Eron no sintió nada.
Tan bella como era, no era Celine. No olía como su Celine, ni tenía su sabor. Pero falseó
su respuesta en el abrazo de todos modos, sabiendo que distraería a su padre como
nada más podría. La vida de las niñas de Eron, si todavía vivían, dependía de ello. Si el
Solarc descubría que sus hijos habían quebrantado la ley, los masacraría a todos sin
hacer caso del hecho que esos niños eran sus nietos también.
Eron lo sabía. Lo había visto ocurrir antes.

Paul fue tan dulce que hizo llorar a Andra, maldita sea. Se secó las lágrimas y se
deslizó los arrugados pantalones vaqueros sobre las caderas. No tenía tiempo para
llorar. Tenía una hermana que salvar. La energía pulsaba en su interior, haciéndole
sentir la piel como si estuviera al rojo vivo. Tal como él dijo, la intimidad que había
compartido con Paul había funcionado, y ahora quería ver si tenía la capacidad de
ayudar a Nika. O si tal vez necesitaba otro empuje con Paul sobre la hierba.
Ambas opciones eran atractivas.

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El cuerpo la cantaba, satisfecho y completo. Normalmente se habría sentido como
dormir durante medio día, pero esto no era normal. Ni siquiera cerca. Por un
momento, al final, pensó que podría haber sido capaz de ver a través de los ojos, sentir
a través de la piel.
Seguramente era sólo una ilusión, un efecto secundario del sexo mágico o algo
por el estilo.
—¿Crees que ahora nuestra conexión es lo suficientemente fuerte? —le preguntó.
Paul descansaban desnudo en la hierba, observándola vestirse con ojos
soñolientos.
—Es posible, pero si no lo es, no puedes correr este tipo de riesgo. No es seguro
para ella.
—Si puedo conseguir que coma será suficiente. Sólo tengo que mantenerla con
vida el tiempo necesario para hacerla más fuerte —lo suficiente para que Andra
también fuera más fuerte. El proceso iba a ser definitivamente divertido.
—¿Entonces qué? —preguntó Paul.
Hubo una extraña nota en su voz, ¿un indicio de desafío, tal vez? No estaba
segura.
—¿Qué quieres decir?
—Suponiendo que puedas sanar a Nika, ¿después qué?
Andra se puso la camiseta sobre el sujetador.
—No he llegado tan lejos. Supongo que se vendrá a vivir conmigo. Terminará la
escuela. Ese tipo de cosas. Tiene un montón de vida para ponerse al día.
—Quiero decir, ¿qué pasará con nosotros cuando ya no me necesites más?
Ella se peinó el pelo corto dándose un momento para pensar. Todo se le venía
encima demasiado rápido. No podía mantener el ritmo.
—No lo sé, Paul. Te conocí anoche. Eso no es mucho para pensar sobre
“nosotros”. Me gustas, pero Nika va primero.
Él apartó la mirada, pero tenía la mandíbula apretada con cólera o frustración.
No le conocía lo bastante bien como para notar la diferencia, lo cual sólo sirvió para
demostrar su punto.
Y sin embargo se había acostado con él, y disfrutado de cada momento.
Disfrutado tanto que ya se preguntaba si tendría oportunidad de hacerlo de nuevo.
—Estás utilizándome —contestó Paul.
No podía negarlo. Después de lo que había hecho por ella, le debía sinceridad.
—Lo hago.

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—Por lo menos sé a qué atenerme. Eso es más de lo que tuve la última vez —se
puso de pie y se marchó todavía desnudo, deteniéndose sólo lo suficiente para recoger
la espada.
La última vez. Con Kate.
Un ataque de ira se filtró a través de la conexión antes de que ella la sintiera
cerrarse definitivamente. Andra se frotó las manos sobre la cara. Era un buen hombre,
no se merecía ser utilizado de esa manera, pero no tenía elección. Había sido honesta
con él desde el principio. Nika era lo primero. Era de la única manera que Andra
podría vivir consigo misma.

Paul resistió la tentación de cerrar de golpe la puerta trasera de la casa Gerai al


entrar en la cocina.
No debería haberse sentido tan herido porque Andra le estuviera usando.
Diablos, en cierto modo él también lo estaba haciendo. Era una relación simbiótica. Ella
necesitaba que él ayudara a Nika, y él la necesitaba para sobrevivir. Era un trato justo,
uno donde se beneficiaba más de lo que lo hacía ella.
Pero si ese era el caso, entonces, ¿por qué le cabreaba tanto?
Madoc estaba en la cocina con un montón de sándwiches delante de él. No se
tomó la molestia de tragar antes de decir:
—¿Qué diablos se arrastró por tu culo?
Paul realmente deseó haberse acordado de recoger la ropa antes de volver
dentro. No había nada tan incómodo como hablar del propio culo con otro hombre
mientras estabas de pie desnudo. Así que hizo caso omiso de la pregunta.
—¿Cómo está Nika?
—Durmiendo.
—Bien. ¿Estarás atento de vigilar a Andra por mí mientras me visto? Estoy
seguro de que estará aquí dentro en un segundo.
—Lo que sea.
Paul pensó que eso era lo más cercano a un sí que obtendría de Madoc.
—Gracias.
—Las únicas ropas de repuesto están en la habitación de Nika, pero si la
despiertas te cortaré las pelotas.
—Sí. Gracias por la advertencia, hombre —contestó Paul.
Madoc gruñó en respuesta y volvió al sándwich.

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Cuando Paul deslizó la puerta del dormitorio para abrirla, Nika ni siquiera
cambió de posición. De hecho estaba tan quieta que se quedó con la mirada fija,
intentando detectar el leve movimiento de las sábanas sobre el pecho mientras
respiraba. Cuando la manta se movió dejó escapar un suspiro de alivio. Gracias a Dios
que todavía estaba aguantando. Si hubiera muerto mientras Andra y él se encontraban
fuera haciendo el amor, nunca se habría perdonado a sí misma, aunque no hubiera
nada que pudiera haber hecho para impedirlo.
Paul se deslizó en silencio en el vestidor, buscando entre las ropas pulcramente
etiquetadas para su tamaño. Todo era sin estrenar y rígido, pero la ropa estaba limpia,
le quedaba bien, y le cubría completamente.
—Sabes, podrías haber salido y recoger tu ropa —dijo Andra desde la puerta del
vestidor.
No la había oído entrar en el dormitorio, lo que le hizo preguntarse dónde tenía
la cabeza. Tal vez simplemente era muy silenciosa.
Sus mejillas estaban ruborizadas, y el cabello todavía tenía restos de hierba. Los
labios estaban rojos e hinchados donde la había besado con demasiada fuerza, y la
luceria alrededor de la garganta se había profundizado en un remolino de ricos azules
zafiro. La Dama Zafiro. Le gustaba.
Infiernos, le encantaba. Sólo con pensar en conservarla hizo que la polla se le
hinchara de anticipación. De ninguna manera podían estar juntos mucho tiempo sin
repetir lo que había ocurrido fuera.
—Normalmente no me marcho furioso y desnudo —aseguró él.
Ella se encogió de hombros.
—No me importó. He disfrutado viendo el espectáculo, tienes un culo estupendo.
Una amplia sonrisa cosquilleaba en la boca y cedió. Le gustaba cómo lo
conseguía ella, cómo le podía hacer sonreír cuando no parecía haber ninguna razón
para hacerlo.
—El tuyo también es bastante bonito.
—Entonces, ese es el motivo por el que has venido aquí enfadado. ¿Quieres
hablar de ello?
¿Cómo podía explicarle lo que sentía por ella sin parecer un hijo de puta
necesitado? Sin duda no quería decirle que moriría sin ella. Nadie debería tener que
vivir con una presión como esa. No quería ser una carga. Si iba a quedarse con él,
quería que fuera por una razón verdadera. No por culpabilidad.
—Tal vez más tarde. Creo que primero deberíamos ver lo qué podemos hacer por
Nika.
Andra asintió.
—Está bien. Entonces en otra ocasión.

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—Claro.
La vio cambiar el chip hacia Nika. Esa familiar mirada de culpable preocupación
que había llegado a reconocer le llenó los ojos, y ella echó un vistazo por encima del
hombro, donde yacía Nika.
—¿Qué hacemos? —le preguntó.
—Ojalá lo supiera con seguridad. No sé qué le pasa, así que tendremos que
improvisar. Ir despacio y con calma.
—¿Existe el riesgo de que puedas hacerla daño?
No podía mentirla.
—Sí. Pero llegados a este punto, ¿qué opciones tienes? ¿Y ella?
—Dijiste que había personas en tu casa que podrían ser capaces de ayudarla,
¿no? —la voz la tembló con inseguridad.
Paul ignoró sus propios problemas. Ya se preocuparía más tarde. En este
momento Andra le necesitaba. Le agarró de la mano y una sutil ráfaga de calor fluyó
entre los dedos. Sería tan fácil centrarse en lo físico e ignorar los problemas a su
alrededor, pero eso no iba a resolver nada.
—Los Sanguinar, los hombres como Logan, son nuestros sanadores. Podrían ser
capaces de ayudar, si la podemos recuperar hasta el punto en el que les pueda dar su
sangre.
—Por eso no sé si ella lo hará, pero podemos intentarlo.
—Pueden hacerlo indoloro para ella. Tomar su sangre mientras duerme,
asegurándose de que no lo sepa nunca.
—Eso es un poco espeluznante, ¿no te parece? ¿Cómo sabes que nunca te ha
pasado?
Paul había vivido con ello durante tanto tiempo que ya no le molestaba.
—No lo sé. Sólo elijo no preocuparme por eso. Tan pronto como estemos allí,
estará a salvo. Nunca permitiré que nadie la haga daño más de lo que tú lo deseas. Pero
esa no es nuestra única opción. Incluso si el Sanguinar no puede ayudarla, Sibyl puede
saber qué hacer.
—¿Quién es Sibyl?
—Es una vidente. Sabe cosas que nadie más sabe. Podría ser capaz de ver lo que
tenemos que hacer para sanar a Nika. Hay artefactos mágicos alrededor del mundo
que pueden hacer cosas asombrosas. Puede conocer alguno que podría ayudar, y
decirnos dónde encontrarlo.
—Así que hay esperanza —comentó Andra estrechándole la mano con fuerza.
Paul deslizó el dedo a lo largo de su mejilla, deleitándose con la suavidad de la
piel.

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—Hay muchas esperanzas.
—Si existen todas estas personas que pueden ayudar, tal vez yo no debería
interferir con ella. Podría empeorar las cosas. Sólo la deberíamos llevar a tu casa, donde
esas personas saben lo que deben hacer.
—Ten un poco de fe en ti misma. Conoces a Nika. La quieres. No vas a hacer
nada que le haga daño. Además, Logan dijo que ella estaba demasiado débil para
viajar —no quería decirle que había temido que estuviera muerta cuando entró en la
habitación. No había ninguna garantía de que incluso sobreviviera a esa noche.
Andra le miró a los ojos, rogándole silenciosamente que la ayudara.
—No sé qué hacer, Paul. No sé cómo ayudarla.
—Está bien. Te lo mostraré.

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CAPÍTULO 16

Nika ni siquiera se movió cuando Andra se deslizó en la cama a su lado. Bajo el


peso de Andra, su delgada figura se hundió en el colchón, aunque siquiera parpadeó.
Andra presionó la mano sobre la cabeza de Nika. Estaba fría al tacto. El pulso que
revoloteaba en su cuello era débil e inestable.
—Lo haremos como lo hicimos antes, ¿recuerdas? —Preguntó Paul—. Sólo tienes
que abrirte a ti misma y dejar que te guíe. Primero sólo echaremos un vistazo.
Andra asintió. La mano de Paul la rodeó la nuca, su anillo trabándose con la
gargantilla. Ella sintió la banda caliente alrededor del cuello. La respiración se aceleró,
y una especie de burbujeante presión se acumuló en su interior. La cabeza empezó a
latir y el estómago se revolvió con nauseas.
—Estás luchando contra ello —dijo él.
—No es mi intención hacerlo.
Ella trató de relajarse, apretando la mandíbula contra el dolor y las náuseas. No
iba a ser capaz de hacer esto. Iba a ser como perder a Tori una vez más. Simplemente
iba a levantarse y observar, mientras su hermana se escabullía y…
—Basta ya —gruñó Paul—. Eso no va a suceder. Céntrate.
Andra tomó una profunda respiración y trató de hacer lo que él decía. La presión
se elevó hasta que el sudor irrumpió sobre la piel, estaba temblando por la fuerza de la
misma.
Sin embargo, no pasó nada.
Andra abrió los ojos y miró el pequeño cuerpo de Nika. Ella estaba tan débil.
Indefensa. Su mente era una retorcida masa de locura e imágenes demasiado horribles
para ser reales. Aquella noche la había destruido. Tal vez fue el trauma, o tal vez fue
algún tipo de infección de la amarilla saliva del monstruo. Le había lamido las heridas,

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bebiendo a lengüetadas su sangre. Algo podría haber entrado en su cuerpo e infectarla
con esta enfermedad. Tal vez, necesitaba un antibiótico mágico.
La presión dentro de Andra se liberó de pronto, como si una burbuja hubiera
estallado. Dejó escapar el aliento que había estado conteniendo y, cuando levantó la
vista, ya no estaba en el dormitorio con Nika. Estaba en algún oscuro lugar.
Se oía el goteo constante de agua rebotando en las duras paredes y el olor a moho
de la humedad en el aire. Hacía frío aquí, el tipo de frío que se colaba en la sangre y
robaba la voluntad para moverse.
—No deberías estar aquí —dijo Nika.
Ella apareció cerca de una pared de roca, su imagen traslúcida y brillando
tenuemente, como una especie de holograma. Era más joven, tal vez dieciséis, y su
cabello oscuro y ondulado, como había sido antes de la noche en que Tori y mamá
murieran. Llevaba puesto un vestido negro, y aunque ella estaba delgada, no era flaca.
—¿En qué lugar estoy? —preguntó Andra, mirando a su alrededor.
Era algún tipo de cueva, pero no aquellas con bonitas formaciones brillantes. Se
trataba de un opresivo agujero negro en la profundidad de la tierra.
—Shh —susurró Nika—. Te van a oír. Tienes que irte.
—No puedo. Tengo que ayudarte.
—No hay nada que puedas hacer por mí. Ya no.
—Por favor, Nika. Déjame ayudarte.
Nika frunció el ceño con confusión, ladeando la cabeza.
—Me ves y, sin embargo, todavía no me crees.
—¿Creer el qué?
Nika se giró repentinamente, abriendo los ojos de par en par.
—Ya vienen. Tienes que irte. No trates de volver. Te encontrarán y os matarán a
ambas.
Antes que Andra pudiera preguntarle quién venía o lo que quiso decir con ambas,
fue empujada fuera de la mente de Nika regresando de nuevo a la habitación.
Nika se movió agitadamente en la cama con los ojos desorbitados y temerosos.
—Vienen por ella.
Andra se tragó un grito de angustia y mantuvo sujeta a Nika.
—¿De qué estás hablando, cariño?
—Tori. Vienen por ella. Van a hacerle daño otra vez —se cogió de la camisa de
Andra con un agarre sorprendentemente fuerte—. Tienes que ir a buscarla. Salvarla.
La puerta del dormitorio se abrió tan bruscamente como para hacer un
desconchón en la pared. Madoc entró a la carga con la espada desenvainada. Tenía la

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boca torcida en una mueca de furia, y las venas del cuello y los brazos sobresalían
totalmente en relieve.
—¿Qué demonios le hiciste? —exigió.
Paul se levantó y puso el cuerpo entre Madoc y las mujeres.
—Estábamos tratando de ayudarla.
—Menuda ayuda. Estaba durmiendo hace un minuto. Te dije lo que te haría si la
despertabas.
La clara invitación a cruzar metal contra metal, hizo que los pelos de la nuca de
Andra se erizaran.
—Podrías intentarlo —dijo Paul.
—Estoy bien —dijo Nika, luchando por sentarse.
Andra no iba a permitir que estos hombres se mataran el uno al otro por un
simple caso de envenenamiento por testosterona. No estaba segura de lo que estaba
haciendo, pero pensó que cualquier cosa era mejor que no hacer nada, así que tiró del
poder de Paul y lo utilizó para apartar de un empujón a ambos hombres con un rígido
muro de aire.
Los hombres golpearon las paredes del dormitorio con una sacudida y allí se
quedaron, como si estuviesen pegados con cola.
¡Caray! No esperaba que funcionara tan bien.
—Basta ya —les ordenó—. Vosotros dos vais a calmaros y actuar como seres
humanos racionales. No me importa si sois hombres.
La voz de Nika tembló desde de la cama.
—Deberías liberarlos, Andra. No creo que esto sea inteligente.
—No me importa lo inteligente que es. No van a ir a ninguna parte hasta que esté
segura de que no van a matarse el uno al otro.
La sobrecarga de energía a través de los miembros la hizo temblar, pero
mantendría la presión contra los dos hombres hasta que estuviera segura de que no era
peligroso. Paul se tranquilizó en primer lugar, su rostro perdiendo rápidamente la
rabia. Nika se deslizó de la cama y se acercó hasta donde estaba clavado Madoc
gruñendo. Parecía ahora estar más estable sobre sus pies. Más fuerte.
Tal vez lo que había hecho le había ayudado de alguna manera, aunque Andra
no tenía ni idea de lo que había hecho para ayudar.
Paul se frotó el hombro como si le doliera mientras el orgullo brillaba en su
rostro.
—Esa fue una maldita hazaña. No sabía que podías hacer eso.
—Ni yo —dijo Andra.

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Nika puso la mano sobre el pecho de Madoc y su cuerpo se quedó inmóvil, como
si temiera dañarla si respiraba.
—Vuelve a la cama —le dijo bruscamente.
—No hasta que te calmes.
—Voy a patearte el culo, si no vuelves a la cama.
—No, no lo harás —dijo Nika con total confianza—. Tú nunca me golpearías.
—Yo no lo provocaría —le advirtió Paul.
Los ojos verdes de Madoc se iluminaron con una promesa de violencia.
—Escucha a los adultos, dulce, o terminarás lamentándolo.
—Soy un adulto —dijo Nika.
Madoc resopló.
Esto no iba a acabar bien. Andra se acercó a su hermana antes de que ella
pinchara demasiadas veces a la fiera enjaulada. Tomó a Nika por los hombros y la llevó
de regreso a la cama.
—Él tiene razón. No deberías estar todavía levantada y caminando. Sigues
estando débil.
—Me siento mejor desde que comí —dijo Nika.
—¿Comiste? —preguntó Andra. La banda de miedo alrededor del pecho se aflojó
un poco, dejándole espacio para respirar—. Esa es una gran noticia, cariño.
Nika miró hacia donde estaba clavado Madoc.
—Él me ayudó.
Tanto Paul como Andra miraron a Madoc en estado de shock. Él tenía razón. La
había obligado a comer. ¿Cómo lo hizo? En agradecimiento, Andra dejó que la fuerza
de sujeción contra la pared se disipara. No trató de abalanzarse sobre ella o atacarla,
aunque la miraba como si lo deseara ardientemente. Sus grandes puños se abrían y
cerraban repetidas veces, haciendo crujir los huesos cuando se movían.
—Ahora voy a irme. Que ninguno de vosotros me sigua —apuntó con el grueso
dedo a Nika—. Especialmente tú.
Salió de la habitación, cerrando la puerta tras él.
Nika se dejó caer sobre las almohadas. Estaba pálida, pero la fiereza en sus ojos
se había desvanecido. Por ahora.
Andra tomaría el regalo sin preguntar y lo atesoraría el tiempo que tuviera con
su hermana tanto como durara.
—¿Crees que podrías comer un poco más?
Nika sacudió la cabeza. Los párpados caídos.
—Ahora no. Tengo que dormir más. Tal vez más tarde.

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Andra la retiró el pelo blanco hacia atrás y sintió que su cuerpo se aflojaba y se
deslizaba casi instantáneamente en el sueño.
—No sé lo que hicimos, pero parece haber ayudado —dijo Andra.
Paul seguía observando el camino por el que Madoc se había ido, con mirada
especulativa.
—No estoy seguro de que hiciéramos nada —le dijo él—. Quiero decir, me
encantaría decir lo contrario, pero estaría mintiendo.
Otro fracaso, pero este casi no escocía tan pésimamente como si hubiera sido de
cualquier otra forma. No le importaba cómo Nika consiguió la ayuda, con tal de que la
tuviera.
—Parecía lúcida en este momento.
Paul seguía mirando la puerta, con el ceño fruncido.
—Sí que lo parecía.
—Y comió. Eso es más de lo que yo esperaba. ¿Crees que ya es seguro moverla?
Él asintió con la cabeza.
—Vamos a ver cómo se siente cuando se despierte, pero creo que sería más
seguro trasladarla a Dabyr que quedarse aquí otra noche. Además, Sibyl está
esperando. Ella quería que estuvieras allí esta noche, así que ya vamos con retraso.
—Si viajamos durante el día, los monstruos no nos pueden encontrar, ¿verdad?
—Correcto.
—Saldremos por la mañana, entonces —se inclinó y besó la cabeza de Nika—.
¿Has oído eso, nena? Vas a estar bien. Vamos a conseguir ayuda.

El sol se estaba ocultando en el horizonte en el mismo momento en que Paul


llegó con la camioneta de Andra a la puerta del recinto centinela, al que él consideraba
su hogar. Dabyr. La fortaleza de los guerreros.
Andra y Nika habían dormido la mayor parte del trayecto hacia aquí, y él odiaba
tener que despertarlas ahora. Andra se veía tan bonita durmiendo, sus mejillas
sonrosadas, el corto pelo alborotado alrededor de su rostro y su exuberante boca
separada como si esperara un beso.
Sonrió hacia la cámara, sabiendo que Nicholas estaría de servicio, deslizó la
tarjeta de identificación en la ranura y esperó a que las puertas se abrieran.
Paul aparcó la camioneta en su plaza del garaje. El complejo era una extraña
combinación de estación de esquí y base militar. Las paredes de piedras del edificio
principal brillaban rosadas con la última luz del día, y en este momento, Dabyr se
llenaba de actividad. Más de quinientas almas consideraban este lugar su hogar, y

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entre ellos estaban los Theronai, Sanguinar, y algunos de los Gerai, los seres humanos
que servían a su causa.
Paul apagó el motor de la furgoneta y acarició la mejilla de Andra para
despertarla. Su piel era tan cálida y suave para las manos llenas de cicatrices de los
combates, que el estremecimiento de placer que le corrió por el brazo sólo intensificó la
sensación. Todavía no podía creer que fuera suya al menos durante dos días más.
Andra suspiró y echó atrás la cabeza, ofreciéndole a Paul más de la suave piel
para acariciar. Él sabía cómo aprovecharse de una buena situación, pero el orgullo lo
detuvo, aunque sin poder evitar deslizar un dedo sobre la luceria. En las horas que
habían necesitado para llegar, los colores se habían definido aún más, sus remolinos
cada vez más lentos y relajados.
El golpeteo de nudillos en el cristal sacudió a Paul fuera de la feliz ensoñación,
apartando la mano como si le hubieran pillado haciendo algo indebido.
Morgan Valens estaba de pie, en el exterior de la puerta del conductor,
lanzándole a Paul una conocedora sonrisa burlona. Los blancos dientes destacaban en
contraste con la piel morena de Morgan. Su herencia egipcia era evidente en la
remarcada boca y los rasgados ojos castaños. Las mujeres adoraban a Morgan. Paul
había oído murmurar acerca de su resistencia y destreza en la cama, y lo último que
quería era que Morgan fuera lo primero que Andra viera cuando se despertara. No
necesitaba ese tipo de competencia.
Paul bajó la ventanilla.
—¿Qué quieres? —preguntó un poco más bruscamente de lo que su amigo se
merecía.
Nika se movió de su sueño, dejando escapar un sonido suave, gimoteando.
Morgan se inclinó para así poder ver mejor a las mujeres.
—Joseph está buscándote. Está molesto porque ayer no informaste.
—Sí, bueno, él puede estar molesto. Yo estaba ocupado.
Morgan atisbó la forma durmiente de Andra, y Paul interpuso el cuerpo para
bloquearle la visión.
—Ocupado. Ya veo. Dos mujeres sin duda le harán eso a un hombre.
—Ellas necesitan nuestra ayuda. Nika estaba demasiado débil para viajar ayer, si
no hubiéramos estado aquí antes.
Como Sibyl le había pedido. No estaba deseando enfrentarse a su disgusto.
—Es mejor que se lo digas a Joseph antes de que ponga tu culo haciendo guardia
en el perímetro durante la temporada de lluvias.
—Creo que hará una excepción esta vez.
Morgan sacudió la cabeza con asombro, los ojos deslizándose sobre la luceria que
adornaba el cuello de Andra.

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—Otra hembra Theronai. Este lugar ya se ha vuelto loco desde que Helen llegó.
Una vez que los hombres se enteren de que hay otra…
—Les dará esperanzas —dijo Paul.
—Enviará a los pocos que quedan aquí corriendo a los cuatro vientos, en busca
de sus propias mujeres.
—¿Significa eso que te quedarás aquí mientras todos los demás van de
búsqueda?
La puerta de un coche se cerró con fuerza, seguida de cerca por una segunda. El
sonido hizo eco en las gruesas paredes de hormigón del gigantesco garaje. Madoc
debía haber llegado justo detrás de ellos.
—Diablos, no. No, a menos que a una de ellas se le ocurra aparecer por
casualidad antes de que termine de hacer el equipaje —Morgan señaló con la cabeza
hacia Nika—. ¿Ella está bien?
—Espero que sí.
—¿Quieres que la lleve al interior? Seré verdaderamente suave para que no se
despierte.
—Tócala y muere, Romeo —dijo Madoc detrás de Morgan.
Logan estaba junto a él, con semblante un poco verde.
—Nos alcanzaste rápido —dijo Paul.
Madoc había esperado a Logan para alimentarle antes de seguir a Paul y las
mujeres. Tenían que haber llegado, al menos, una hora después de Paul.
—Conduces como un viejo —dijo Madoc.
—No —argumentó Logan—. Tú conduces como un loco.
—Yo, felizmente te hubiera dejado en cualquier lugar que tú quisieras,
sanguijuela.
—¿A la luz del día? Que caballeroso eres —dijo Logan.
Madoc le dedicó una sonrisa llena de dientes afilados.
—Por mucho que me encante tu compañía, me voy adentro. Tengo trabajo que
hacer —Logan se marchó hacia la entrada de la sala principal.
Andra cambió de posición al lado de Paul, frotándose contra el muslo. Se
despertó lentamente, el cuerpo al principio, y Paul no podía hacer nada excepto mirar.
Ella estiró las largas piernas, luego los brazos, luego se enderezó tanto como la cabina
de la furgoneta se lo permitía antes de molestarse en abrir los ojos. El espectáculo que,
sin saberlo, presentaba con ese encantador estiramiento hizo que cada hombre allí la
mirara fijamente. Él se movió para que ella no estuviera a la vista, al menos para nadie
que no fuera él.
—¿Dónde estamos? —preguntó en un bostezo.

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—En casa.
Él no dijo de quién. Esperaba más de lo debido que fuera de ella, tanto como ella
sería suya muy pronto.
—¿Ya? ¡Qué rápido! —miró a Nika y apretó la mano contra la frente de su
hermana. Nika no se movió—. ¿Ha estado durmiendo todo el tiempo?
—Sí. Pero, ha estado haciendo algunos ruidos.
Madoc rodeó la furgoneta, el sonido de sus ruidosas y pesadas botas retumbando
sobre el cemento.
—¿Qué clase de ruidos? —preguntó Andra.
—Nada horrible —dijo Paul cuando Madoc abrió la puerta lateral de los
pasajeros.
Los gemidos habían estado partiéndole el corazón, pero no sentía la necesidad de
compartir esa información con Andra.
—Andra, este es Morgan Valens.
—Encantada de conocerlo —dijo a través de la ventanilla abierta.
Morgan sonrió, bajó la cabeza en una pequeña reverencia formal, y le ofreció la
mano.
—Es un placer, mi señora.
Ella le dio la mano con un breve apretón y los ojos de Paul se fijaron en la luceria
de Morgan, buscando la más mínima señal de que pudieran ser compatibles. Nada
cambió, y Paul dejó escapar en silencio un suspiro de alivio.
La sonrisa de Morgan se desvaneció cuando se dio cuenta de lo mismo. Ella no
podía salvarlo.
—¿Cuándo es su ceremonia? —preguntó Morgan.
—Todavía no estoy seguro.
—¿Qué ceremonia? —preguntó Andra, frunciendo el ceño.
—Algo que hacemos para las mujeres como tú. No te preocupes por nada.
Madoc desabrochó el cinturón de seguridad de Nika y deslizó los brazos por
debajo de su cuerpo.
—¿Adónde la lleva? —preguntó él.
—La puedo llevar yo —dijo Andra, frotándose la cara con las manos como si
tratara de despertarse—. No tienes que molestarte.
Madoc resopló.
—Ella no pesa lo suficiente como para ser una molestia. ¿Por dónde?
Andra dejó escapar un suspiro de resignación.

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—Donde quiera que estén las instalaciones médicas, supongo.
—Nuestros médicos visitan a domicilio —dijo Paul—. Tenemos una enfermería,
pero no creo que a ella le gustara. Demasiado estéril y fría. Se sentirá más cómoda si tú
estás cerca.
—¿Dónde me quedaré?
Paul bajó la voz.
—Yo esperaba que te quedaras en mi habitación —preferentemente desnuda,
pero aceptaría lo que pudiera conseguir.
Ella se sonrojó como si le hubiera leído el pensamiento, lo que hizo que Paul
soltara una carcajada. Tal vez ella tenía una veta de timidez en algún lugar después de
todo.
Andra inspiró y expiró con aire de indiferencia.
—Vamos a la habitación de Paul. ¿Sabes el camino?
Madoc no respondió, pero cambió de dirección llevándose en brazos a Nika hacia
la puerta.
—Le haré saber a Joseph que has llegado —dijo Morgan—. Pero iré despacio para
que tengas ocasión de… instalarte —le guiñó un ojo a Andra y corrió tras Madoc,
abriéndole la puerta para que no tuviera que empujar a Nika.
Andra todavía estaba ruborizada, lo cual decidió Paul, era una buena apariencia
para ella. Especialmente cuando su rubor se extendiera por sus desnudos pechos y
abdomen, siendo él la causa de ello.
La puerta del edificio principal se cerró detrás de los hombres, dejándolos a solas.
Paul la tomó de la mano y deslizó la punta de los dedos por la sedosa piel.
—Aquí habrá un montón de gente que quiera conocerte. Especialmente nuestros
hombres. Todos ellos querrán hacerte su juramento. Esa es la ceremonia de la que
Morgan estaba hablando.
—Me reuniré con quien quieras, y dejaré que todos ellos se golpeen el pecho o se
corten a sí mismos o lo que sea necesario para conseguir ayuda para Nika.
—Me imaginé que era eso lo que sentías. Simplemente, no quería que te cogiera
por sorpresa. Te ha sucedido muchas cosas en un tiempo realmente corto.
Ella giró la mano y entrelazó los dedos con los de él. Su agarre era apretado, casi
desesperado.
—Soy dura. No te preocupes por mí.
—Lo siento. Es mi trabajo. Además, alguien tiene que hacerlo.
Ella apartó la mirada, pero no antes de que él pudiera ver el brillo de las lágrimas
iluminándole los ojos.
—Debemos irnos. No me gusta dejar sola a Nika.

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—No está sola. Madoc está con ella —dijo Paul, y después de sus palabras, se dio
cuenta de la connotación—. Correcto. Debemos irnos.

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CAPÍTULO 17

Andra siguió a Paul a través del túnel subterráneo que conducía del garaje a lo
que él llamaba salón principal. No estaba segura de que salón fuera la palabra correcta
para una habitación con el techo de cristal a quince metros sobre las cabezas y
suficiente espacio para albergar un campo de fútbol. Los salones eran oscuros, largos y
escuálidos, no enormes, brillantes y llenos de plantas vivas en cada rincón.
La habitación estaba dividida en secciones. La mitad tenia mesas desparejadas de
cocina, con asientos de dos a doce. Cada mesa estaba decorada con un jarrón de flores
frescas y un brillante y alegre mantel amarillo. La otra mitad de la habitación estaba
separada en dos zonas más, una con una enorme televisión y un montón de sillones
mullidos, y la otra con una mesa de billar y varios sistemas de videojuegos conectados
a más televisiones grandes.
Varios niños holgazaneaban por allí, y un par de adultos estaban tomando café,
vigilándolo todo. Cuando Andra entró, todos dejaron lo que estaban haciendo y la
miraron.
—¿Qué es este lugar? —le preguntó a Paul.
—Lo llamamos Dabyr. Es el hogar de cerca de quinientos hombres, mujeres y
niños.
—¿Te refieres a que esos niños viven aquí? ¿No es solo un lugar de vacaciones?
—Correcto.
—¿Por qué?
—Algunos porque sus padres viven aquí, aunque la mayoría son huérfanos a
nuestro cuidado. Hoy es día de escuela, pero ahora que la jornada escolar ha
terminado, pasan el rato y hacen cosas de chicos.
—Pero es verano.
Paul sonrió.
—Nos gusta mantenerlos ocupados para que se mantengan fuera de los
problemas.
—No me parece que estén causando ningún problema —dijo Andra.
—Eso es normalmente cuando están en su peor momento. Especialmente los
adolescentes. Siempre están planeando algo, luchando contra los confines de este
lugar.
—Me hubiera gustado tener un lugar como este para ir cuando era una niña.

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—Dices eso ahora, pero muchos de esos chicos no tienen elección sobre estar
aquí. Pueden estar aquí, o pueden morir cuando los Synestryn les cacen para comer.
Ese tipo de cosas rechina sobre los adolescentes más rebeldes.
—¿Los hacen de otra clase? —preguntó ella.
—No desde que he estado vivo.
Pasaron a través de la zona del comedor y giraron a la derecha, entrando en un
largo pasillo.
—¿Dónde vamos?
—Pensé que deberíamos comprobar para asegurarnos que Nika se ha instalado
en mis habitaciones antes de ir a ver a Joseph Rayd.
Sus amplios hombros extendían el tejido de punto gris de la camiseta, dejándola
ver los deliciosos bultos de los músculos de su espalda. Su pelo rubio oscuro estaba
alborotado, y desde su vista lateral podía decir que él tenía una desesperada necesidad
de un afeitado.
O tal vez no. Los suaves arañazos de esa barba sobre la piel podía ser una especie
de dolor placentero, del tipo del que una mujer definitivamente podría acostumbrarse.
Paul sabía lo que estaba haciendo cuando se trataba de darla placer.
—¿Quién es Joseph Rayd?
—El desafortunado bastardo que fue elegido para liderarnos. Nos tiene a todos
firmes, como nadie puede hacerlo. Necesitará saber sobre ti y Nika.
—Va a aceptar ayudarla, ¿verdad?
—Lo hará. Nika es una de nosotros ahora.
Andra dejó escapar un lento suspiro de alivio. Estaba segura que si alguien podía
ayudar a Nika, seria esa gente.
Paul la llevó por otro largo pasillo que le recordó al de un hotel. Puertas
alineadas a cada lado, aunque estaban más separadas que en cualquier hotel que
hubiera estado. En una puerta cerca del final del pasillo, él deslizó una tarjeta llave en
la cerradura y le abrió la puerta para que pasara ella primero.
Andra se sorprendió al encontrar que a pesar de que parecía una habitación de
hotel desde el exterior, en el interior parecía un hogar normal. El lugar era pulcro, con
unas pocas piezas de arte en las paredes, todas de paisajes marinos. Una pared estaba
llena de estantes que se quejaban por el peso de cientos de libros. El sofá y el sillón a
juego estaban gastados, pero parecían cómodos, y la televisión de pantalla plana casi
llenaba una pared ella sola. Una pequeña cocina estaba metida en un rincón, con una
mesa redonda y dos sillas ocupando el espacio.
—Te llevó bastante tiempo —dijo Madoc en voz baja. Silenciosamente cerró la
puerta por la que acababa de salir, sin que hiciera ni un click. En la mano tenía un vaso
de agua vacío.

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—¿Cómo entraste en mis habitaciones? —preguntó Paul.
—Morgan tiene a Nicholas abriendo la cerradura remotamente. —Madoc fue a la
cocina de Paul y agachó la cabeza para mirar en la nevera.
Andra señaló con la cabeza el vaso.
—¿Le diste de beber?
—Sí. Sin embargo, está durmiendo de nuevo.
—Bien. ¿Dónde fue Morgan? —preguntó Andra.
Madoc sacó una cerveza, la abrió y tomó un largo trago de la botella.
—Estoy seguro que fue a decirle a todos que hemos encontrado dos mujeres más.
Este lugar se va a llenar de hombres dentro de una hora.
—Tengo que ir a ver a Joseph —dijo Paul.
—Entonces me quedaré aquí con Nika. —Madoc sacó una silla de la pequeña
mesa de la cocina y apretujó el cuerpo en el estrecho espacio. Se echó hacia atrás y se
acomodó, como si no estuviera planeando dejarla en un corto plazo.
Paul asintió a regañadientes.
—Bien. Quédate —se volvió hacia a Andra.— También, deberías quedarte aquí.
—Creo que debería hablar con ese tipo de líder, contigo. Solo en caso de que
necesite cualquier cosa para convencerlo para ayudar a Nika.
Paul apretó la boca.
—No creo que eso vaya a ser un problema.
—Tal vez no, pero si voy, entonces podré asegurarme de que no lo es.
—Haz lo que quieras.
Andra dejó caer la bolsa de viaje y siguió a Paul a la puerta. Él abrió y la sostuvo
para que ella saliera. Cuando volvió al pasillo estilo hotel, se volvió a sorprender con el
hecho de que no estaban en alguna casa de los suburbios. Y entonces se sorprendió
incluso más cuando colisionó con el pecho de un hombre que venía por el pasillo.
Andra rebotó contra el hombre y Paul la estabilizó antes de que se cayera de culo
y se humillara más. Las manos de Paul fueron sorprendentemente fuertes, incluso para
un tipo tan grande como era, y a pesar que ella se mantuvo en pie, no la soltó. Mantuvo
un flojo asidero sobre su cintura y codo, y su contacto la provocó una oleada de calor
que la atravesó el estómago. Ella sabía que debería apartarse, pero se sentía demasiado
bien ser tocada por sus fuertes y capaces manos. Había visto lo que el hombre podía
hacer con una espada -la brutal letalidad de la que era capaz- pero ahora mismo, todo
lo que sentía era dulzura, calidez y alborotados hormigueos en espiral en el vientre.
—Joseph —dijo Paul como saludo—. Me gustaría que conocieras a Andra
Madison.

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Joseph era más alto que Paul, cerca de dos metros. Tenía hombros anchos, pero
estaban inclinados, como si llevaran el peso de una carga invisible. Tenía profundas
líneas de preocupación grabadas en el hermoso rostro, y los ojos castaños estaban
hundidos y bordeados de rojo por falta de sueño. El corto pelo oscuro tenia canas en
las sienes, y parecía que había dormido con las ropas que llevaba. En más de una
ocasión.
Andra automáticamente tendió la mano en señal de saludo y sintió a Paul
tensarse a su lado. Joseph le dio la mano con un firme apretón.
—Es maravilloso conocerte, mi señora.
¿Mi señora? Andra miró hacia atrás sólo para asegurarse que él no estaba
hablándole a alguien más.
—Uh. Gracias.
—Es un término formal. No te preocupes. Te acostumbraras a eso.
Sí, claro.
Cuando Joseph la soltó la mano, Paul se relajó, aunque ella pudo ver su intensa
mirada escrutando a Joseph como si buscara algo.
Andra ignoró la rareza de Paul. Tal vez esos dos no estaban en los mejores
términos. Realmente no le importaba mientras él pudiera ayudar a Nika.
—¿Sabes por qué estamos aquí?
Joseph asintió, pero estaba frunciéndole el ceño al anillo de su mano izquierda, el
que todos esos hombres parecían llevar.
—He oído que tu hermana está enferma. Morgan dijo que estaba peligrosamente
delgada.
—Ella esta… en problemas. —Las mejillas de Andra se encendieron de
vergüenza, no porque su hermana estuviera enferma, sino porque Andra hubiera
dejado que sucediera. Era su fracaso el que casi había matado a Nika.
—Es su mente la que está en más riesgo, Joseph —dijo Paul—. Lleva viviendo
con eso durante ocho años.
Joseph abrió la boca con conmoción.
—No puede ser correcto. ¿Ocho años? ¿Y todavía está viva?
—Es fuerte —dijo Andra—. No lo parece ahora, pero es una luchadora. Intenta
duramente superar las imágenes en su cabeza. Ha estado en terapia durante años, pero
nada parece ayudar.
—Por supuesto que no. Las terapias humanas no harían nada para ayudarla. Voy
a llamar a Tynan. —Joseph se sacó el móvil del bolsillo.
—Logan dijo que estaba demasiado débil para que ella le diera su sangre.

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—Entonces encontraremos otra manera. No la vamos a dejar morir. Es
demasiado valiosa.
Andra no estaba segura de que quería decir con eso, pero si pensaba que era
valiosa, y eso le hacía actuar más rápido, entonces eso valía para ella.
—Todos los hombres quieren verla y tocarla —dijo Paul—. Creo que eso solo
empeoraría las cosas.
Andra agarró el brazo de Paul.
—No voy a dejar que un puñado de hombres desfilen a través de su habitación
manoseándola.
Paul ahuecó la mejilla de Andra.
—Por supuesto que no. Pero tienes que entender lo mucho que esos hombres
están sufriendo. Si es compatible con uno o más de ellos, de la manera que tú lo eres
conmigo, podría ser otra forma de ayudarla.
Andra estaba rota. Quería hacer cualquier cosa que pudiera por Nika, pero había
visto como eran esas personas. Eran agresivos, exigentes. Asustaban. Al menos, así
sería para Nika.
—Viste la forma en que ella reaccionó a Logan.
—Parece estar bien con Madoc —dijo Paul.
Las oscuras cejas de Joseph se elevaron.
—¿No creerás que…?
—No. Lo comprobé. Su luceria no reaccionó a ella. De hecho, los colores
desparecieron —dijo esta ultima parte como si tuviera algún tipo de significado
especial.
—¿Crees que tenemos que vigilarle? —preguntó Joseph.
—Sí. Sé que nunca la dañaría mientras su marca de vida resista, pero una vez que
esté seco…
—Tendré a Nicholas manteniendo un ojo electrónico sobre él. Sus cámaras de
seguridad lo recogen todo.
Andra miraba a ambos hombres, intentando averiguar sobre lo que estaban
hablando.
—¿Chicos, estáis diciendo que Nika podría estar en peligro con Madoc?
—Estoy seguro que él está bien ahora. Sólo… se está quedando sin tiempo.
—¿Está muriéndose?
Paul abrió la boca y la cerró de nuevo como si tratara de decidir qué decir.
—Sí, pero no es contagioso. Solo necesitamos estar atentos de los signos que
muestren que él esté cambiando. Volviéndose… más oscuro.

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—El hombre ya está enfadado sin los signos. Me vuelvo dentro con mi hermana.
—Necesitamos hablar, Paul —dijo Joseph.
Paul le dio a Andra la tarjeta llave.
—Volveré tan pronto como pueda.
—No te preocupes. No voy a necesitar tu ayuda con esto.
Andra volvió a las habitaciones y encontró a Madoc en la puerta de la habitación
de Nika. Él llenaba el espacio, así que apenas podía ver a su hermana durmiendo
plácidamente en la cama. Pero lo estaba, y algo en el interior de Andra se soltó y relajó.
—¿Qué estás haciendo? —exigió Andra en un susurro.
Madoc se dio la vuelta como si no la hubiera oído acercarse. Frunció el ceño y
cerró la puerta antes de avanzar más allá de ella, ignorando su pregunta.
—No me ignores. Te he preguntado qué estás haciendo.
—Solo estaba vigilándola.
—Paul dice que te estás muriendo, y sonó como que antes de que lo hagas ibas a
convertirte en algo desagradable. ¿Es verdad?
—Lo suficiente cerca. —Se dejó caer al sofá y encendió la tele.
Andra le arrebató el mando a distancia y la apagó. El aspecto amenazador que
cruzó su cara la hizo detenerse, pero no dio marcha atrás.
—Quiero que te mantengas alejado de ella. Muy lejos.
—¿Que infiernos crees que voy a hacer, señora?
—No lo sé, y eso es el problema. No sé nada sobre vosotros chicos o que hacéis o
de lo que sois capaces. Lo que sí sé, es que Paul está preocupado, lo que debe ser malo,
porque sabe cómo manejarte. Nika no.
—Estás jodidamente loca si crees que voy a hacer nada sólo porque lo digas.
—Soy su hermana. Es mi responsabilidad. Puedo no ser capaz de ganarte en una
lucha limpia, pero si no te apartas, te encontraré y te mataré mientras duermes. ¿Está
claro?
Madoc se levantó lentamente del sofá, con los músculos agarrotados en las
poderosas piernas. Una luz realmente aterradora brilló dentro de los salvajes ojos
verdes. Tan enfadado como estaba en el exterior, en el interior era peor. Mucho, mucho
peor. Había algo oscuro allí. Algo peligroso al acecho detrás de la fachada que le
mostraba al mundo.
Su voz se redujo a una amenaza baja y tranquila:
—Siéntete libre para venir y lograr tu mejor tiro. Habitación dos-diecinueve.
Dejaré mi puerta sin cerrar. Pero ya que quieres que seamos claros, si vienes, estarás en
mi territorio. Mis reglas. No voy a jugar limpio.

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—¿Qué se supone que significa eso?
—Significa que si quiero ver a Nika, no hay una jodida cosa que puedas hacer
para detenerme. Y si lo intentas, te arrepentirás.
—Ella es demasiado buena para ti.
Madoc se estremeció, pero lo encubrió rápidamente.
—También es demasiado buena para ti, aparentemente. Estabas allí la noche que
eso le sucedió, ¿no?
—Que. Te. Jodan.
Madoc la dedicó una sonrisa burlona.
—Cada vez que quieras.
—Mantente lejos de ella. Es demasiado inocente para protegerse de gente como
tú.
—Al menos soy capaz de mantenerla a salvo. Protegerla. Tú ni siquiera puedes
hacerla comer.
Oh, Dios. Tenía razón. Andra se sentía como si la hubieran golpeado, pero intentó
no dejarle verlo.
—La traje aquí, ¿no? Paul se asegurará de que esté a salvo.
Madoc resopló.
—Paul solo la está ayudando para meterse en tus pantalones. Mantenerte con el
collar. Si crees algo mas, estás llena de mierda.
La mano de Andra fue a la luceria alrededor del cuello. Estaba vibrando ahora,
cálida bajo el contacto. Un segundo después, la puerta de las habitaciones de Paul se
abrió bruscamente y Paul y Joseph entraron armados con sus espadas en las manos.
—¿Qué infiernos está pasando? —exigió Paul.
Madoc dio un paso atrás.
—Ya me iba. Parece que ya no se me quiere aquí.
Paul tenía el color subido, y parecía como si estuviera listo para derribar a
Madoc.
—¿Te hizo daño?
Andra tuvo que tragar para encontrar la voz.
—No. Estoy bien. Simplemente no le quiero más alrededor de Nika.
—Te he oído la primera vez —gruñó Madoc. Se abrió paso a través de los dos
hombres armados y abandonó la habitación.
Paul llegó hasta Andra y la abrazó.
—¿Estás segura que no te hizo daño?

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—Sí. Solo me molestó.
La besó en la sien y apretó el abrazo.
—Él es bueno en eso.
Joseph se aclaró la garganta.
—Voy a comprobar esa cosa sobre la que me preguntaste, Paul.
—Gracias.
—Nos pondremos al día después. —Joseph salió y cerró la puerta tras él.
Paul la levantó el rostro para que le mirara.
—Pude sentir tu pena tan clara como si hubiera sido la mía propia. ¿Qué te dijo?
—Nada que no me haya dicho a mí misma mil veces. Olvídalo.
—Eso no va a suceder. Me mata verte sufrir.
Su tono era tan dulce, tan cariñoso, que la iba a hacer llorar.
Ella se apartó de él antes de que pudiera hacer eso.
—Solo déjalo ir. Quiero saber que vamos a hacer por Nika.
Paul tensó la mandíbula de frustración, y tomó un profundo aliento.
—Tynan está en camino y Joseph está yendo a solicitar una audiencia con Sibyl.
—Bien. Eso es bueno, ¿verdad?
—Sí. Eso es bueno. Vamos a cuidar de ella.
—Madoc dice que solo estas ayudando a Nika para llegar a mí.
—Madoc es un imbécil.
—Eso no significa que no tenga razón —dijo Andra.
Paul se sentó en el sofá y tiró de ella a su lado.
—Aunque nunca te hubiera conocido, todavía estaría haciendo todo lo posible
para salvar a Nika.
—¿Porque es valiosa para ti?
—Porque eso es lo que hago. Eso es lo que todos nosotros hacemos. Cada uno de
nosotros ha tomado un voto de proteger a los humanos de los Synestryn. Así que
incluso si ella no fuera una de los nuestros, todavía estaría aquí, luchando por ella. Esa
es la razón por la que existo.
Andra sentía la verdad de sus palabras resonando a través del vínculo. Sintió su
convicción, su honestidad, envolviéndola y apretándola fuertemente. Se sentía tan bien
no estar sola. Incluso si era sólo por unos pocos días.

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La ardieron los ojos, y no podía parpadear lo suficientemente rápido para hacer
disipar las lágrimas. Una se deslizó por la mejilla, y se volvió para que Paul no pudiera
ver su debilidad.
—No —le dijo a ella—. No te apartes de mí. No tienes que ser fuerte y controlada
todo el tiempo.
—Sí, tengo que serlo. Tengo que seguir entera. Por favor intenta entenderlo.
Él se quedó callado durante un momento, y ella pudo sentir algo de su
frustración pulsando a través del enlace. No disfrutaba frustrándole, pero sabía que si
se agrietaba ahora, se rompería ampliamente y se destruiría. Tenía que mantenerse
fuerte.
—¿Qué tal si nos busco algo de comer? ¿Te doy unos pocos minutos a solas?
Andra asintió.
—Eso estaría bien.
—¿Alguna petición?
—Sorpréndeme.

Cuando la puerta de la habitación de Torr se abrió, él sabía que sería ella. Grace
Norman. Era la última persona en la faz de la tierra que quería que lo viera así, tan
impotente como un bebé.
Si su cuerpo no hubiera sido una pila de carne sin valor, simplemente se hubiera
reunido con ella en la puerta y suavemente la hubiera mandado a otra parte. Era una
criatura tímida, y no le habría tomado demasiado hacerla huir.
Al menos, era tímida con los demás. No con él. Estaba paralizado desde el cuello,
incapaz de dañar una mosca. Nadie le temería más. Ni siquiera podía sostener su
espada, mucho menos balancearla.
Grace le ofreció una sonrisa alegre cuando entró en la habitación llevando una
caja de plástico llena de sus instrumentos de tortura.
—¿Cómo estas hoy? —preguntó ella.
Se deslizó por el suelo con silenciosos pasos. Su nombre le iba bien, pero Torr
estaba seguro que sus naturalmente rápidos y elegantes movimientos no eran producto
de largas horas de clases de danza. Lo que él había aprendido sobre ella, era que había
aprendido a esquivar puños y botellas que volaban desde una edad temprana.
Nunca más. Su padrastro se estaba pudriendo en un agujero en el suelo, y ella
estaba a salvo aquí.
Deseó decirse que aliviaría el nudo de tensión que sentía entre ellos cada vez que
la veía, pero no lo hizo. De alguna manera no era suficiente. Quería hacer más.

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Por otra parte, esa era la historia de su vida esos días. No podía ni siquiera
alimentarse, mucho menos proteger a Grace de amenazas imaginarias.
—Estoy cansado. Vete —la gruñó.
Ella hizo un chasquido con la lengua.
—No eres agradable, Torr. Estoy aquí para ayudarte, lo desees o no.
Ella era una cosa tan bonita, especialmente cuando sonreía. La sonrisa nunca tocó
sus tristes ojos marrones, pero se había acostumbrado a eso en las últimas semanas.
Venía a verle cada día, y nada de lo que él dijera o hiciera la ahuyentaba.
—Envía a otra persona —dijo él.
El halo de rizado pelo negro alrededor de su cabeza la hacía parecer más joven de
sus veintidós años. Debería haber sido capaz de verla como una niña, teniendo en
cuenta que él estaba cerca de los cuatrocientos, pero con ella, eso simplemente no
sucedía. Era una mujer -una que encontraba tan sexy como el infierno- y eso era parte
del problema. Había demasiadas cosas en su vida que quería ahora y no podía tener.
No apreciaba la adición de ella al montón.
—¿Por qué? —preguntó ella—. ¿No crees que se lo que estoy haciendo?
Por supuesto que ella lo hacía. Ella sabia cuan desesperado estaba. Sabía que
estaría paralizado durante el resto de su muy larga vida, y se compadecía de él. Eso era
por lo qué estaba ella aquí. Era demasiado amable para no actuar con esa piedad.
—No tengo tiempo para esto —dijo él.
Ella siguió sonriendo y puso la caja sobre la mesa cerca de la silla de ruedas.
—No seas un bebé. No voy a hacerte daño.
—Por supuesto que no. No puedo sentir una maldita cosa.
—De acuerdo, Sr. Calzones Irritables. Sé así. Todavía no me voy a ir. Tengo una
hora antes de que comience mi turno.
No había nada que pudiera hacer para detenerla. Estaba débil. Indefenso.
Si le hubiera quedado algún tipo de fuerza, la habría usado para ponerle fin a su
miserable vida tan pronto como se dio cuenta de que los Sanguinar eran incapaces de
curarlo, antes de que desperdiciaran más preciosa sangre intentando curarlo.
Grace le hizo condujo a la cama, la cual era el punto central de la sala de estar.
Todo el equipo que se necesitaba para mantener su lamentable culo limpio y
alimentado era demasiado grande para su habitación, así que ahora vivía aquí. Todo el
día. Cada día.
Anhelaba la libertad tanto que estaba seguro que le desgarraría la mente. Hasta el
momento, no había sido tan afortunado.
—¿Has oído las noticias? —le preguntó mientras ajustaba la silla hasta que
estuvo colocado. Le ató con unas correas y manipuló la palanca que le acomodó de
vuelta en la cama.
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Ese maldito dispositivo hacia fácil para alguien tan pequeño como Grace
moverle, pero también significaba que ella no necesitaba ninguna ayuda. Significaba
que tenía que estar a solas con ella.
Cuanto más tiempo estuviera a solas con ella, más de sí mismo se perdería. Su
orgullo había sido la primera cosa en irse. En su lugar había una ardiente bola de
vergüenza y humillación de la que no podía escapar.
—¿Qué noticias? —preguntó, incapaz de evitar la curiosidad sobre el mundo
exterior.
Grace deslizó las manos en el interior de la cinturilla del pantalón de deporte y se
lo quitó de las piernas, dejándole en bóxers. Ella le miró fijamente un poco demasiado
tiempo, haciéndole preguntarse en lo feo que se habría convertido su cuerpo mientras
la carne se consumía por el desuso.
Ella tragó saliva visiblemente antes de contestar.
—Encontraron dos mujeres mas como Helen. Están aquí.
Torr se negó a pensar en lo que eso significaba, o al menos lo intentó. ¿Más
mujeres tan pronto después de Helen? No parecía posible, y sin embargo estaba
pasando. Tal vez ella no era una anomalía genética después de todo. Tal vez sus
hermanos podrían ser salvados.
Las noticias no le hicieron ningún bien, pero aun estaba contento de que el resto
de los Theronai tuvieran esperanza.
—¿Quieres ir a verlas? —preguntó ella.
—No. —Ni siquiera consideraría nunca ver si alguna de ellas era compatible con
el mientras tuviera el cuerpo inútil. Y no importaba con que mentiras le alimentaban
los Sanguinar, Torr estaba bastante seguro que no tenían ni idea de cómo arreglar su
parálisis.
Grace elevó la cabecera de la cama y luchó con su camiseta. Su masa muscular
había comenzado a marchitarse, pero con su corpulencia, todavía era una gran carga
para que ella maniobrara. Ella no era muy grande, tal vez algo más que un metro y
medio de alto, pero nunca se había quejado que fuera demasiado pesado. También
podía ser que fuera más fuerte de lo que parecía en el exterior.
A diferencia de muchos de sus hermanos, todavía tenía un buen número de hojas
en la marca de vida. Siempre se había sentido bendecido por no estar sufriendo como
tantos otros, ahora esa bendición se había convertido en maldición. Quedaban años
antes de que su árbol estuviera seco, lo que obligaría a Joseph a terminar con la vida de
Torr.
Se las arregló para pasarle la camiseta por la cabeza, y él tuvo una agradable vista
de sus pechos, suaves y llenos pechos que se escondían tras la ropa holgada. Sabía que
eran suaves porque ella accidentalmente le rozó la mejilla una vez mientras le
desvestía.

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Él todavía tenía sueños con ese inocente accidente, solo que en sus sueños, había
estado desnuda y él había sido un hombre completo. Siempre se despertaba antes de
llegar a la parte realmente buena, pero disfrutaba de la fantasía durante el tiempo que
duraba.
—¿Estás seguro? —preguntó ella.
—Sí, estoy seguro. Ni siquiera puedo darles mi voto. ¿Qué posible bien puede
hacerme verlas?
Ella le pasó los dedos por el pelo para alisarlo. Torr apretó los dientes contra la
sensación de los dedos sobre la piel. Ella había pasado horas tocándole -masajeándole
los músculos y ejercitándole los miembros para que se mantuvieran flexibles- pero
nunca había sentido nada de eso. Acababa de ver las manos deslizándose por las
piernas, dejando un rastro brillante de aceite de masajes a su paso.
Por todo el bien que eso le hacía, ella podría estar frotando el cuerpo de algún
otro hombre.
Ese pensamiento le llenó la cabeza con necesidad de violencia. Quería atacar y
aplastar todo a su paso. No es como si lo que quisiera importara de todos modos.
—No lo sé —respondió ella—. Solo pensé que si una de ellas era compatible
contigo, tal vez pudiera ayudarte.
—¿Sanarme, quieres decir? —preguntó en un amargo y enfadado tono.
—Sí. Ese pensamiento ha cruzado por mi mente.
—Esa no es la manera en que funciona. Por qué no dejas que las sanguijuelas me
traten y te pegas a tus deberes en la cocina.
Grace se estremeció como si la hubiera golpeado, y hasta que él lo vio, no pensó
que pudiera sentirse peor.
Había estado equivocado. Se sentía como una total mierda por herir sus
sentimientos así. Ella sólo intentaba ayudar.
Todo el mundo estaba intentando ayudar. No era culpa de ella que estuviera
harto de necesitarlo.
—Lo siento —la susurró—. No quise decir eso.
Ella asintió, pero no le miró a los ojos.
Se puso algo de aceite en la palma y frotó las manos juntas para calentarlo. Él no
podía sentir frío, pero ella todavía se tomaba el tiempo de ver por su comodidad.
Era demasiado amable para estar cerca de él. Era toxico, tan venenoso como la
babosa con colmillos gigante que se le había pegado sobre la columna vertebral y
arrebatado la vida. Si ella se quedaba, solo terminaría por dañarla aun más.
—Realmente deseo que solo me dejes solo —le dijo a ella, intentando mantener
su voz calmada.

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Sus manos se deslizaron por la pierna hasta la entrepierna. Él lo vio, pero no
sintió nada. Su mente estaba emocionada por su contacto, pidiéndole silenciosamente
que se moviera hacia arriba y le cogiera la polla con sus hábiles manos, incluso aunque
sabía que era una inútil pérdida de tiempo. No lo sentiría tampoco. No importaba cuan
retorcida estuviera la mente, el cuerpo se negaba a responder.
Nunca volvería a conocer el placer de la carne, el íntimo abrazo del cuerpo de
una mujer, el caliente deslizarse de piel contra piel.
—Sé lo que quieres, pero no me voy. Cuando los Sanguinar averigüen como
sanarte, vas a estar agradecido que tu cuerpo no esté enroscado sobre sí mismo.
Todavía te tomará algo de tiempo recuperar tu fuerza, pero al menos tu cuerpo será
capaz de moverse para que puedas recuperarla.
—Los Sanguinar no tienen ni idea de cómo sanarme.
—Son inteligentes. Ellos lo averiguarán.
—¿Después del tipo de vida que has tenido —los golpes, ver a tu madre morir de
una muerte lenta—, como puedes todavía tener esperanza?
—Tengo esperanza por la vida que he tenido. Durante quince años recé cada
noche que alguien viniera a salvarnos a mí y a mi hermano del infierno que se había
convertido nuestras vidas. Y entonces llegaste tú.
—¿Y?
—Y, solo han pasado unas pocas semanas desde que fuiste paralizado. Si yo
pude esperar quince años por un milagro, entonces tú puedes.
¿Quince años? De ninguna manera.
—No. No puedo. No así.
Grace se encogió de hombros y continuó masajeándole las pantorrillas.
—No tienes elección. No voy a dejar que te rindas.
—No es tu decisión.
Levantó la vista para mirarle y las lágrimas brillaron en los tristes ojos marrones.
—Hasta que te puedas mover, tampoco es la tuya.

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CAPÍTULO 18

Paul vio a Zach venir por el pasillo hacia él como un ariete. Sus ojos verdes de
leopardo estaban rojos, hundidos por la falta de sueño, y su piel de color marrón claro
tenía un tono gris enfermizo. Paul no lo había visto en dos semanas y, en ese tiempo,
había aumentado su delgadez, estaba más desesperado.
Todos los Theronai habían oído los rumores de que posiblemente había
encontrado a su mujer el mes pasado, y que ella había huido de él. Había estado
buscándola desde entonces. Sin suerte.
—¿Dónde están? —exigió Zach.
—¿Quiénes?

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—Las mujeres que trajiste aquí. Necesito verlas. Asegurarme de que no son mi
Lexi.
Paul sostuvo en alto las manos para detener a Zach, evitando que se moviera.
—No son Lexi. Te lo prometo.
Zach luchó contra el agarre de Paul.
—Puedes estar equivocado.
No lo estaba, pero no se lo dijo. En este caso la diplomacia era un mejor y seguro
camino de acción.
—Andra mide 1,78, con el cabello oscuro y corto. Nika mide aproximadamente
1,70 y desde hace mucho tiempo, tiene el pelo blanco. Ambas tienen los ojos azules. ¿Se
parecen a Lexi?
Los hombros de Zach se hundieron con derrota y la cabeza cayó hacia adelante.
—No. Ella es pequeña. No es tan alta. Maldita sea.
—Lo siento, hombre. Sé que esto te está matando. ¿Ha habido alguna pista?
—Un par. Ella siempre se había ido antes de que yo llegara.
—¿Es cierto que la marca de sangre que le pusiste no está funcionando? —Paul
había oído rumores, pero no los había creído.
—Sí, es verdad. No sé cómo lo hizo, pero ha sido capaz de bloquearla de alguna
manera.
Paul puso la mano sobre el hombro de su hermano.
—Estoy seguro de que la encontrarás.
—O moriré en el intento —dijo Zach, y se dio la vuelta regresando por donde
había venido.
Paul clavó los ojos en su amigo, al verlo prácticamente tambalearse. Zach
siempre había sido orgulloso y fuerte, y ahora estaba reducido a una desesperada
confusión.
Y sólo había pasado algunos momentos con Lexi.
Paul había estado con Andra durante dos días. Si ella se alejaba de él, iba a sufrir
mucho más que Zach antes de morir.
Al menos, aún tenía esperanza. Era posible que Andra deseara quedarse. Zach
había sido rechazado categóricamente. Era un milagro que todavía respirara.
Si Zach no encontraba pronto a Lexi, iba a ser otra espada colgada en el Salón de
los Caídos antes de que pasara mucho más tiempo. Paul estaba seguro de ello.
Otro hermano perdido.
El dolor brotó en Paul hasta que amenazó con estrangularlo. Se estaban
muriendo demasiado rápido. Todos ellos. No sólo sus hermanos, también los

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Sanguinar. Incluso había oído que las filas de los Slayers se estaban extinguiendo a un
ritmo alarmante, su reducida descendencia ya no era capaz de soportar la magia que
una vez ejercieron.
Si algo no cambiaba pronto, los Synestryn iban a ganar e invadir la Tierra.
Matarían a cada humano vivo, sin importar lo pequeño que fuera el indicio de
poderosa sangre que ellos poseyeran, y usarían ese poder para abrir la puerta al reino
de Solarc. No habría nadie para detenerlos.
Un problema a la vez. Eso era en lo que necesitaba centrarse. Si pensaba en su
futuro, o en la ausencia de él, no sería capaz de seguir adelante, y eso era lo que Andra
necesitaba que hiciera. Seguir adelante.

Acababan de terminar de comer, y Andra regresó a comprobar el estado de


Nika, cuando Paul oyó un quedo golpe en la puerta. La abrió para encontrarse a Joseph
allí de pie con Tynan, uno de los Sanguinar.
Paul dudó en dejarlos entrar No quería molestar el descanso de Nika, pero más
que eso, no quería a uno de los Sanguinar en ningún lugar cerca de las mujeres. Tynan
iba a querer su sangre. Su instinto de protección hizo que le fuera difícil aceptarlo, a
pesar de saber que Tynan estaba de su lado.
—Lo siento —dijo Joseph—. Sibyl ya se ha ido.
—¿Cuándo va a volver?
—No lo sé. Dejó una nota diciendo que deberías haber llegado antes, como ella te
pidió.
—No pude traerla más pronto. Era demasiado arriesgado para Nika. Ella debería
haber sabido eso malditamente bien.
—Tal vez lo sabía. Puedes preguntárselo a ella cuando vuelva. Mientras tanto, he
traído a Tynan para ayudar.
—Tengo que ver a las mujeres —dijo Tynan.
Paul los dejó entrar.
—No necesitas ver a Andra. Nika es la única enferma.
—También debo catalogar la sangre de Andra —dijo Tynan.
—De ninguna jodida manera. Logan ya tomó suficiente. Oblígalo a compartir.
—Todo lo que él tomó ya se ha consumido. Utilizado para evitar que los
ocupantes del hospital vieran el ataque. Necesitamos más.
—Mierda.
El demasiado hermoso rostro de Tynan era liso e impasible. Era inhumanamente
pálido y sus azules ojos descendieron hacia el desnudo cuello de Paul.

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—La has reclamado. Ella es uno de los nuestros ahora. No puedes negar la
necesidad de estudiar su sangre.
La sangre de Andra. Sólo un poco, pero más de lo que Paul estaba dispuesto a
darles.
—No la necesitas ahora. Tal vez más tarde.
—Más adelante podría ser demasiado tarde —dijo Joseph—. Uno nunca sabe lo
que puede pasar, y tenemos que ser capaces de averiguar de dónde viene. Otra mujer
capaz de unirse con nuestros hombres simplemente aparece, con una hermana de
sangre, nada menos ¿y estás ahí diciéndome que no es importante que hagamos un
seguimiento de su línea de sangre?
—No es importante para mí.
Las facciones de Joseph se oscurecieron con ira.
—Por supuesto que no. Tú ya tienes a tu mujer. ¿Qué pasa con el resto de
nosotros? Estamos perdiendo terreno día a día ¿y tú dificultas el camino de nuestra
investigación de su línea de sangre? No pensé que fueras tan egoísta.
Paul hizo una mueca. Era egoísta, pero la idea de derramar la sangre de Andra y
dársela a otro de los Sanguinar era más de lo que podía soportar.
—Es su elección. No la mía.
—Su vida está a tu cuidado —dijo Tynan—. La has reclamado como propia.
¿Quién mejor que tú para tomar la decisión de derramar una pequeña porción de su
sangre? Con vosotros aquí, cuidando de ella, ¿cómo podría llegar a perjudicarla? Me
matarías antes de que tuviera la oportunidad de tomar demasiada.
Paul sintió que deslizaba la mano hacia su espada. No haría falta mucho para
alcanzarla y agarrarla. Nunca le había gustado Tynan. Era demasiado falso. Sin
demasiadas emociones. Al igual que un reptil.
—Esto no es negociable, Paul —dijo Joseph—. No voy a darte a ti o a las mujeres
una opción. Tenemos que saber de dónde vienen y cómo no pudimos encontrarlas
hasta ahora, y el único hombre que puede hacerlo es Tynan. Así que llévanos con las
mujeres o simplemente apártate de nuestro camino de una maldita vez, porque esto va
a ocurrir.
—¿Qué está pasando? —preguntó Andra detrás de él.
Paul se acercó a ella y colocó el cuerpo delante, en un gesto abiertamente
protector.
—Quieren un poco de tu sangre.
—Para propósitos de investigación —aclaró Joseph—. Esperamos encontrar más
información acerca de ti, sobre cómo eres capaz de absorber el poder de Paul sin
perjuicio.
—¿Crees que mi sangre te dirá por qué soy una esponja mágica? —preguntó ella.

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Tynan se rió, dejando escapar un melodioso y totalmente inhumano sonido.
—Encantadora imagen. Apropiada. Pienso que vas a gustarme.
—Deja de coquetear con mi mujer —gruñó Paul.
—¿Tu mujer? —preguntó Andra en un tono que era en parte alerta, en parte
curiosidad femenina.
Paul sintió como le ardía la cara. Estaba sobrepasando los límites. Tenía que
recordar eso. Ella no le pertenecía, no importaba lo mucho que deseara lo contrario.
Ella podía hacer lo que quisiera. La idea lo cabreó mucho.
Paul se hizo a un lado, por lo que ya no estaba protegiendo su cuerpo de la
sanguijuela.
—¿Quieres que succione de ti? Estupendo. Sírvete.
—Uh. ¿Al igual que un vampiro chupasangre? ¿Cómo Logan? ¿Ese tipo de
succión?
—Sí —dijo Paul, sintiéndose encantado con su apropiado disgusto.
—No —dijeron Joseph y Tynan, al mismo tiempo.
Andra miró a los tres hombres y dio un corto paso acercándose a Paul.
—Lo siento. Me asusté —dijo a los hombres.
Tynan disparó contra ella una fabulosa y hermosa sonrisa de modelo llena de
dientes blancos.
—Es indoloro. Te lo prometo.
—Eso es lo que dicen todos los vampiros —le dijo ella.
—Encantadora criatura. Espero que tu hermana sea como tú. Podríamos usar un
poco de humor para aligerar el lugar. Todos estos viejos aburridos Theronai son casi
tan divertidos como un funeral.
Joseph dejó escapar un gruñido de advertencia.
—Atrás, sanguijuela.
—¿Ves lo que quiero decir? Ninguna diversión en absoluto. Excepto tú y yo,
querida, podríamos divertirnos mucho juntos.
La voz de Tynan rezumaba promesas. Dio un paso más cerca de Andra, y al
segundo, Paul desenvainó su espada y mantuvo la hoja desnuda delante del
demasiado hermoso cuello de Tynan.
—Ni un paso más —advirtió al Sanguinar.
Tynan, levantó las manos en señal de rendición, pero no eran las manos las que
eran peligrosas. Eran los ojos azules, del tipo que subyuga a las presas y los mantienen
así mientras come. Los ojos estaban firmemente fijos en Andra y ella no apartaba la
mirada a otro lado.

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—Aparentemente, este es un mal momento —dijo Tynan.
—Cualquier momento es malo para que bebas la sangre de mi mujer —dijo Paul.
—Me iré, pero regresaré cuando esté más dispuesta. Estoy seguro de que su
hermana aguantará ese tiempo.
—¿Puedes ayudar a Nika? —preguntó Andra.
—Por eso estoy aquí.
—Entonces hazlo —extendió los brazos como si le dejara decidir cuál de ellos era
más sabroso—. Toma tanto como quieras. Sólo ayúdala.
A Tynan le brillaron los ojos con hambre.
—Tan generosa. Qué desinteresada. Tu hermana tiene suerte de tenerte.
Paul aumentó la presión sobre la espada.
—También quiere la sangre de Nika, Andra.
—No la puede tener. Está demasiado enferma. Tendrás que tomar la mía en su
lugar.
—Esa no es la manera en la que funciona, preciosa —dijo Tynan—. Voy a
necesitar la suya, también.
—Logan dijo que está demasiado débil.
—No soy Logan. Mis habilidades son mucho mayores que la suyas, que es por
eso por lo que estoy aquí ahora.
—¡Basta ya! —Gritó Joseph—. Yo estoy al mando aquí. Todos me elegisteis como
líder y harás malditamente bien en aceptar este liderazgo, porque estoy seguro como el
infierno que no hago este trabajo para divertirme.
Paul miró a Joseph, aturdido. Este exabrupto no era en absoluto propio de él.
—Ahora —dijo Joseph—. Tynan va a tomar un poco -y quiero decir un poco- de
la sangre de Andra para que podamos tratar de averiguar de dónde viene. Paul,
simplemente te vas a sentar y a permitirlo. Y, Tynan, si siento el más leve indicio de
magia saliendo de ti, te cortaré el apéndice más cercano con mi espada, probablemente
tu cabeza. Puedes quedar con tus compinches sanguijuelas para volver a unirte, si crees
que son lo suficientemente buenos.
Paul miró a Andra, ignorando las órdenes de Joseph. No le importaba si le
expulsaban por desafiarlo. Era su protegida, y no iba a renunciar el día después de
haberle hecho el juramento. Se adelantó para que ella sólo pudiera verlo a él.
—¿Vas a permitir a Tynan tomar un poco de tu sangre? Podemos luchar contra
ellos.
Los ojos azules de Andra se abrieron con sorpresa.
—Estás bromeando, ¿verdad?

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—Estoy mortalmente serio. Esas son nuestras dos únicas opciones.
—No podemos luchar contra estos tipos. Son los buenos, ¿no?
Paul asintió con la cabeza.
—Aunque “buenos” puede ser un poco exagerado. Estamos en el mismo bando
en la guerra, si eso es lo que quieres decir.
—Así es. Además, él es el único que puede ayudar a Nika.
—Haré lo que pueda —dijo Tynan.
Andra tomó aliento profundamente mientras le decía a Tynan:
—Está bien. Toma un poco de mi sangre, pero mejor que haya un maldito zumo
y galletas esperándome cuando hayas terminado.

A Andra estaba empezando a no gustarle los vampiros casi tanto como a Paul y
Madoc. Si esto se mantenía, iba a estar seca antes de que la semana terminara.
Paul se acercó a ella, con la mano en su espada, mientras Andra se sentaba junto
a la mesa de la cocina, al lado de Tynan. Joseph se había excusado para hacerse cargo
de algún tipo de emergencia, advirtiéndole a Tynan que se andara con pies de plomo.
—Te prometo que no te hará daño —dijo Tynan, cuando se inclinó hacia
adelante.
—Toca su cuello y morirás aquí mismo —advirtió Paul.
Andra levantó la vista y no pudo dejar de mirarlo. Nunca lo había visto con un
aspecto tan feroz, ni siquiera cuando se había enfrentado a los demonios que habían
secuestrado a Sammy. Parecía un guerrero decidido a cobrar venganza, casi sin poder
controlar la ira. Los anchos hombros bloqueaban la luz de la sala de estar detrás de él,
moldeando la silueta de su cuerpo. Las sombras fluían por los lados de la cara,
proyectando los masculinos rasgos hacia un rudo relieve. La mandíbula estaba
apretada y las aletas de la nariz llameaban.
Andra le tocó el brazo en un intento de calmarlo, pero sólo logró hacerle
sobresaltarse.
—¡Date prisa y termina! —le dijo a Tynan.
—Su brazo, mi señora —dijo Tynan.
Andra no era la señora de nadie, pero no se detuvo a discutir el punto. No estaba
segura de cuánto tiempo más podría resistirse a Paul. Podía sentir su posesividad
latiendo a fuego lento a través de su unión.
Andra extendió el brazo.
—¿Me prometes que no dolerá?

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Tynan la dedicó una suave sonrisa que habría hecho derretir las bragas de la
mayoría de las mujeres.
—Basta con que me mires a los ojos y todo habrá terminado antes de que te des
cuenta.
—No —gritó Paul—. Ella es mía —su voz era tan tosca que las palabras apenas
fueron descifrables.
Andra no estaba segura si la posesividad de Paul la halagaba o la molestaba. Si
no hubiera sido por su conexión y el miedo que sentía por ella saliendo en ondas de él,
podría haber estado furiosa con su bárbara declaración. Como fuera, sabía que él sólo
estaba tratando de protegerla de lo que percibía como una amenaza.
—Si no quieres que le mire, tal vez, deberías ser tú el que me distraiga —dijo
Andra, con lo que esperaba fuera una seductora sonrisa.
Él se inclinó, cogió el corto pelo con el puño de la mano, le reclinó la cabeza hacia
atrás, y tomó posesión de la boca en un abrasador beso. El mundo de Andra se inclinó
hacia el borde y suspiró en su boca. La mano libre se acercó y se envolvió alrededor de
su nuca para sujetarlo en el lugar y que no pudiera alejarse esta vez. En algún lugar
más allá de la esfera flotante del beso de Paul, Andra apenas era consciente de que la
estaban haciendo algo en el otro brazo. No le importaba el qué.
La lengua de Paul jugueteó con su boca abierta y ella saboreó su gruñido de
aprobación mientras se deslizaba en su interior. Su mano se tensó en su pelo -un
agradable mordisco de dolor. Él la presionó la espalda contra la silla, con los labios y la
lengua deslizándose sobre ella con una necesidad casi frenética.
El vientre de Andra se calentó y los miembros se volvieron maleables y
dispuestos. La luceria zumbó felizmente, resonando con el ronroneo del anillo contra el
cuello. Sus cálidos dedos se presionaron contra el pulso, y estaba segura de que la
zumbante sangre de ahí se había calentado cerca de la ebullición.
La respiración se la aceleró, y ella pudo sentir el ardor del deseo arrollando por el
pecho. Todo aparte de ellos dos se desvaneció en insignificancia. Ella nunca había
sentido nada tan devorador antes, y si hubiera quedado algún sitio dentro de su
hormigueante cuerpo para el temor, se habría aterrorizado. Este no era el tipo de beso
que llegaba al final con cada uno de ellos yendo por caminos separados. Este era el tipo
de beso que mezclaba corazones entre sí y cambiaba vidas. Había una especie de magia
en eso -una especie de poder- que los tejía conjuntamente con delicados zarcillos de
necesidad. Andra estaba segura de que no había nada aparte del desnudo, sudoroso
sexo que pudiera apagar el fuego que la ardía en el vientre. Estaba totalmente a favor
de eso.
El cuerpo de Paul se tensó con el esfuerzo; entonces ella sintió que empezaba a
alejarse. Andra apretó el agarre sobre él, usando toda su fuerza para sujetarlo en el
lugar. Pero él era más fuerte y, cogiéndola de la mano, la mantuvo a raya.
Andra quedó jadeante, necesitada y dolorida. Ahora que estaban separados,
pudo sentir la lujuria de Paul -separada de la suya propia- estrellándose sobre ella en

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violentas ondas. La deseaba tanto como le había deseado a él y, sin embargo, se había
detenido.
Lentamente, a medida que su confusa mente se despejaba, recordó que tenían
audiencia. El rostro de Andra ya estaba ruborizado por la pasión, de modo que estaba
segura que nadie notaría su sonrojo.
Tynan se aclaró la garganta con una delicada tos.
—Yo he, ah, terminado.
Andra retiró la mano con fuerza y se miró la muñeca. Ahí no había nada, excepto
inmaculada piel.
—No sentí nada —admitió ella.
—No estoy de acuerdo —murmuró Tynan—. Pero me alegro de no haberte
lastimado.
—Ve a ayudar a Nika —ordenó Paul.
Estaba de pie a pocos metros, medio encarado hacia las ventanas. Andra podía
ver la expresión de dolor en su semblante, y el rígido control que estaba tratando de
mantener.
Tynan elevó las oscuras cejas.
—¿Estás enfermo, Theronai?
—Estoy bien. Ve a ayudar a Nika.
Andra se levantó, necesitando tocarle para calmarlo. Trató de alcanzarlo. Pero
Paul se apartó de un tirón.
—No te acerques más, o te tendré desnuda debajo de mí sobre el suelo en treinta
segundos. No me importa quién esté observando.
El interior del cuerpo de Andra brillaba tenuemente, con los efectos residuales
del beso. La requirió un esfuerzo de voluntad mantener la compostura y evitar dirigir
las manos sobre la tensa espalda de Paul.
—Él tiene razón —dijo Andra, echándole un vistazo a Tynan—. Nika te necesita.
Tynan inclinó respetuosamente la cabeza.
—Como quieras.
—¿Estarás bien? —le preguntó ella a Paul, empezando a preocuparse.
—Sí. Esto es simplemente la versión de los Sanguinar de una broma. Estaré allí
en un minuto.
Andra no estaba riéndose. Le dolía demasiado para encontrar algo de esto
gracioso. Miró el rostro de Tynan y no pudo ver ningún rastro de humor acechando en
sus ojos.
—¿Dónde está tu hermana? —preguntó él.

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—Te lo mostraré.
Andra llevó a Tynan a la habitación donde estaba descansando Nika. Abrió la
puerta silenciosamente. Estaba oscuro, por lo que Andra encendió las luces. Nika no se
movió, pero había pasado años con médicos y enfermeras invadiendo su sueño, así que
a estas alturas probablemente estaba acostumbrada.
Estaba tan delgada y frágil, casi esquelética. El cabello claro se mezclaba con las
almohadas de blanco brillante. Las azules venas se extendían a través de las sienes y
sobre el dorso de las manos. Los cardenales de las correas y las intravenosas eran
oscuros, desagradables marcas que aún no habían comenzado a curar.
El destrozado corazón de Andra se abrió y sangró por su hermana. Si esto no
funcionaba…
—¿Cuánto tiempo ha estado dormida? —preguntó él, frunciendo el ceño hacia
Nika.
—Horas. Se despertó y tomó algo de comer antes de salir de Nebraska, pero se
durmió el resto del camino hasta aquí. Madoc le dio un poco de agua cuando llegamos,
para irse directa a dormir.
Tynan se sentó en el borde de la cama. Cogió la huesuda mano con un cuidado
exquisito. Los largos dedos revolotearon sobre su pulso por un momento. Cuando
miró a Andra, el rostro era sombrío.
—Ya no está durmiendo. Está inconsciente.

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CAPÍTULO 19

Andra cerró las rodillas para evitar caerse.


—¿Estás seguro? Pensé que estaba mejorando cuando Madoc consiguió que
comiera. Nunca me habría apartado de su lado si hubiese pensado lo contrario.
La culpabilidad la consumía revolviéndole el estómago. Estaba tan enredada con
Paul y su mundo que ni siquiera había notado que su hermana había empeorado.
—No ha estado inconsciente durante mucho tiempo, puedo sentirla
desvaneciéndose. Su cuerpo se está debilitando.
—¿Qué hacemos?
—No lo sabré hasta que tome algo de su sangre.
—Si está débil, eso sólo empeorará las cosas.
—No. Sólo necesito una o dos gotas —la mantuvo la mirada pidiendo permiso.
Andra no tenía elección. Ninguna opción.
—Está bien, pero no mucha.
Tynan asintió con la cabeza, y se puso el dedo de Nika en la boca. Andra lo vio
perforar la punta con los afilados colmillos, y con la misma rapidez deslizó la lengua
por ella, sellando la piel.

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Se quedó paralizado. La mano de Nika se deslizó de las suyas y cayó de vuelta a
la cama. Los ojos comenzaron a girar rápidamente como locos, exactamente como
Logan había hecho, y un profundo gemido le brotó de la garganta.
Andra contuvo el pánico. No sabía lo que estaba pasando, pero no iba a dejar a
Nika en medio si Tynan comenzaba a retorcerse. Rodeó la cama para coger a Nika en
brazos y sacarla de allí cuando los ojos de Tynan desaceleraron, dejando escapar un
duro suspiro.
—¿Estás bien? —preguntó Andra.
No parecía escucharla.
—Esta pobre niña —susurró mirando a Nika como si ya estuviera muerta.
—¿Qué pasó? —exigió Andra.
—Su sangre —se limpió la boca como si no quisiera arriesgarse a probar más—.
Sé porqué está sufriendo —miró a Andra y su expresión era la de un médico que daba
a un miembro de la familia la peor noticia posible—. Lo siento —prosiguió—. Puedo
obligarla a comer, y ayudar al cuerpo a sanar, pero no hay nada que pueda hacer por
su mente.
Andra contuvo las lágrimas gracias a la fuerza de voluntad.
—¿Qué es? ¿Qué le pasa?
—De alguna manera un Synestryn consiguió su sangre.
Andra sabía cómo.
—Nuestra familia fue atacada cuando tenía doce años. Uno de esos monstruos le
desgarró la pierna.
No se atrevía a decirle que el monstruo había bebido la sangre de Nika de la
herida, y que no había hecho nada para detenerle. Simplemente siguió de pie, dejando
que sucediera.
—Es un milagro que esté viva. Las garras y saliva son venenosas.
—Estuvo enferma durante mucho tiempo, pero mejoró. Al menos pensé que lo
hacía. Me llevó un tiempo darme cuenta de que no era... ella misma.
Aquellas primeras semanas habían sido casi más de lo que podría soportar. Su
madre había muerto. Su hermana menor había desaparecido y presuntamente muerto,
aunque Andra se negaba a creerlo. Nika había estado en el hospital, aforrándose a la
vida por un hilo. Andra estaba sola, tomando todas las decisiones por sí misma. Tenía
diecinueve años, acaba de empezar la universidad. Apenas tenía la edad suficiente
para vivir por su cuenta, y mucho menos cargar en las manos con el futuro de dos
niñas. Se debatía entre la búsqueda de Tori, o permanecer con Nika. Trató de hacer
ambas cosas, por lo que el agotamiento la llevó al hospital, así que la elección la
tomaron por ella.

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Hubiera querido volver con su madre a toda costa, agarrarla y que le dijera que
todo iba a estar bien. Pero mamá había muerto, y los médicos seguían buscando a
Andra para todas las decisiones. No tenía más remedio que aguantar. Y lo hizo.
—Tu hermana es psíquica, ¿verdad? —preguntó Tynan.
Andra asintió lentamente. Siempre las consideró como espeluznantes
coincidencias, pero era verdad. Nika había sabido de un montón de hechos que no
debería conocer.
—¿Por eso está así? ¿Por qué cree ver cosas que no están ahí?
—La sangre que le fue tomada ha creado una relación con el sgath que la bebió,
una especie de conexión mental. Podría haberlo resistido, pero se puso peor. De alguna
manera la sangre de la criatura ha sido consumida por muchos otros. La presencia de
Nika dentro de ese sgath se dividía cada vez que su sangre era transmitida a otro. Por
lo que puedo decir, eso ha ocurrido más de una vez.
—¿Puedes decirme todo eso a partir de una o dos gotas de sangre?
—Sí —no parecía muy feliz por ello.
—¿Entonces por qué no podrías solucionarlo?
—No soy lo suficientemente experto. Hay un Sanguinar en Europa que puede
serlo, pero no es seguro.
Rabia desesperada inundó a Andra hasta hacerla estremecer.
—¿Por qué diablos no?
—Porque Nika ha sido seccionada en demasiados fragmentos. No es suficiente
con tratar de unirlos. Incluso si pudiéramos, es probable que las cicatrices le arruinen la
mente. Es mejor si la dejas ir. Poner fin a su sufrimiento.
—No —susurró Andra. No podía dejar ir a Nika también. No podría estar sola.
Calor, fuertes manos se posaron en los hombros. Paul. Ni siquiera le había visto
entrar en la habitación.
—Ya la has oído, Tynan —dijo Paul—. No vamos a dejarla ir. Puedes tener toda
la sangre que necesites, pero no puedes abandonarla.
Tynan se puso en pie.
—Como desees. Voy a investigar lo que debe hacerse.
—¿Cuánto tiempo llevará? —preguntó Andra.
—No debo actuar sin hablar con mis hermanos y reunir fuerzas.
—Voy a llamar a los Theronai para donar sangre por la causa. Todos los hombres
están esperando que Nika sea su dama. Debes conseguir bastantes voluntarios —
afirmó Paul.
—Haz que se reúnan conmigo en el salón después de la puesta de sol de mañana.
Voy a necesitar al menos ese tiempo para prepararme.

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—También vamos a hablar con Sibyl, tan pronto como vuelva.
—Bien —dijo Tynan—. Cualquier consejo que pueda dar será bienvenido.
—¿Desde cuándo sigues su consejo? —preguntó Paul.
—Desde que la vida de esta mujer pende de un hilo —Tynan dio media vuelta y
se fue.
Andra no podía moverse, no podía hablar. Había luchado tanto tiempo y tan
duramente por Nika, y aún no había sido suficiente. Nada de lo que había hecho nunca
había sido lo suficientemente bueno cuando se trataba de su familia. Había fracasado
una y otra vez, y nada de lo que había oído le hacía creer que esta vez sería diferente.
—Lo siento —susurró a su hermana—. Lo siento, nena.
Paul acercó la espalda contra su pecho, estrechándola. Los brazos se sentían
calientes, fuertes, y reconfortantes. Parte de ella quería girarse hacia él y esconderse en
su fuerza, pero el resto quería apartarle de un empujón y gritarle por hacerla sentir
frágil. No podía ser frágil ahora mismo.
—Basta ya —exclamó—. Deja de apartarme. Estamos juntos en esto.
—Es mi hermana.
—Y tú eres mi esposa, lo que la convierte también en mi hermana.
La conmoción la congeló la lengua por un momento. Se dio la vuelta y le miró.
—¿Esposa? Nunca estuve de acuerdo con eso.
—Llevas mi luceria. Es lo más cercano al matrimonio para mi pueblo.
—No estamos casados.
Él hizo una mueca endureciendo la mandíbula.
—Bien, no estamos casados como tú lo conoces, pero todavía siento que ella es mi
familia. Haría cualquier cosa en mi poder para salvarla.
Tenía razón. Andra estaba alejando al único aliado que tenía.
—Lo siento. Sé que estás tratando de ayudar.
—Al igual que Madoc. Pero le despediste.
—Porque es inestable. Lo dijiste tú mismo.
Paul le alisó el pelo apartándoselo de la sien. El toque era suave, casi cariñoso.
—No puedes comprender cómo es para nosotros vivir con el dolor de la manera
en que lo hacemos desde hace siglos. Nos hace vulnerables. Nos vuelve violentos y
desesperados.
—¿Siglos? ¿Vives tanto tiempo?
—Tú también.

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La conmoción recorrió a Andra haciéndola callar. No parecía posible, pero
últimamente había mucho de eso a su alrededor.
Reunió suficiente ingenio para hablar, aunque no lo bastante como para
abstenerse de expresar impulsivamente la verdad.
—Vivir ocho años con la culpa de dejar morir a mi familia, de no ser capaz de
ayudar a Nika, es más que suficiente. No me puedo imaginar varias vidas con este tipo
de tortura.
—Nadie dijo que la longevidad fuera fácil. Todos llevamos una carga, y en el
caso de los hombres Theronai también podemos soportar décadas de aplastante dolor.
Ese dolor hace brutal a Madoc, pero te juro que nunca le haría daño a Nika.
—No podemos correr ningún riesgo.
—Ella parecía mejor cuando él estaba cerca.
—Fue una coincidencia.
Paul negó con la cabeza.
—¿Y si no lo fuera? Nika necesita toda la ayuda que pueda obtener.
—Lo pensaré.
—Está bien. Muy bien —la besó en la cabeza y se alejó—. Iré a reunir a los
hombres y conseguir que alimenten a Tynan, así estará lo suficientemente fuerte como
para ayudarla.
—Luego quiero que vuelvas, así también podemos tratar de ayudarla otra vez.
—Lo que quieras, Andra. Es tuyo.

Paul tuvo que luchar para irse y dejar a Andra. Necesitaba consuelo, y quería
quedarse ahí, donde podía abrazarla. Pero necesitaba más a Nika, por lo que se obligó
a salir y hacer lo que pudiera para ayudar.
Encontró a Joseph sentado en la oficina a pesar de que ya había pasado la hora
que debería haber terminado de trabajar por hoy. A través de la ventana detrás de él,
Paul vio varios Theronai y humanos en el patio de entrenamiento practicando esgrima
o levantamiento de pesas. Joseph debería haber estado allí con ellos, desahogando un
poco de fuerza para aliviar el dolor que Paul sabía que sentía. En lugar de eso Joseph
estaba aquí en su oficina, estudiando minuciosamente un gran mapa. Perezosamente,
deslizaba los dedos de una parte a otra sobre la luceria alrededor del cuello. A pesar de
que Joseph estaba desvinculado, se había negado a visitar a Nika para ver si podría ser
su compañera.

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Paul iba a tener que hacer algo para cambiar esa mentalidad. Más que cualquiera
de los Theronai, Joseph necesitaba mantenerse fuerte para poder guiar a su pueblo. Sin
él sería el caos, y la gente que amaban moriría.
Paul entró en la sala para tener una mejor vista, y reconoció el mapa como una
copia de los que utilizaban para el seguimiento de los nidos y avistamientos Synestryn.
Puntos rojos cubrían el plano, circundando todo Dabyr como si fuera un ojo de buey.
Se estaban acercando. Ninguno de los Synestryn había penetrado a través de su
seguridad todavía, pero era sólo cuestión de tiempo antes de que encontraran una
manera de entrar.
De ahí el motivo del adiestramiento a los humanos. No había ninguna garantía
de que los Centinelas vivieran lo suficiente para protegerles de esa eventualidad.
Tenían que aprender a protegerse a sí mismos, aunque Paul no tenía ni idea de cómo lo
harían. Simplemente no eran físicamente capaces de ese tipo de fuerza.
—No quisiera molestarte, pero necesito un favor —dijo Paul.
Joseph se echó hacia atrás frotándose los ojos. Parecía no haber dormido en
varios días.
—Claro. ¿Qué es uno más?
—Lo siento. Sé que estas muy ocupado, pero en realidad podría ayudar a largo
plazo.
Joseph le indicó a Paul con la mano donde sentarse.
—Escucho.
—La hermana de Andra no pudo recuperarse, aunque Tynan va a tratar de
ayudarla. Necesito que hagas un llamamiento de sangre a todos los Theronai y Gerai.
Joseph dejó escapar un profundo suspiro.
—Desde que Helen se presentó el mes pasado, más y más hombres se han ido a
buscar a sus propias compañeras. Ahora que has encontrado a Andra va a ser todavía
peor. No quedan muchos Theronai aquí, pero voy a dar la orden.
—Tal vez deberías llamar a los hombres que están fuera, atraerles de nuevo con
la esperanza de la supervivencia de Nika. Si ella vive, puede ser compatible con alguno
de ellos.
—Incluso si lo es, ¿qué pasa con aquellos que no son compatibles? Voy a tener un
montón de Theronai cabreados en mis manos.
—Es mejor que una mujer muerta.
Joseph levantó la mano como si intentara evitar más presión.
—Lo sé, lo sé. Lo haré.
—¿Quieres conocerla primero? —Preguntó Paul—. ¿Para ver si podría ser tuya?

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Joseph mantuvo la cabeza baja, aunque no pudo ocultar la luz de la esperanza
que le brilló en los ojos por un momento.
—No puedo hacer eso. Aún las mantengo unidas. Quedaban dieciséis hojas esta
mañana. Deja que vayan otros primero.
—Siempre el último de la fila, ¿eh?
—Ese es sólo uno de los muchos beneficios del liderazgo —dijo Joseph con un
suspiro. Parecía cansado. Consumido.
Paul sentía la preocupación arrastrándose por él. Si Joseph no sobrevivía, tenían
pocas esperanzas de mantener alguna apariencia de orden.
—Aún tienes pendientes otros ocho años más de mandato. ¿Vas a seguir?
El hombre se encogió de hombros.
—Probablemente no, pero voy a llegar tan lejos como pueda en mis dos décadas.
—Ven a ver a Nika —insistió Paul. Su líder necesitaba ser fuerte. Si tener una
dama a su lado no garantizaba eso, nada más podría hacerlo.
—Tal vez más tarde. Tengo que hacer algunas cosas primero. No te preocupes.
Haré la petición de sangre en una hora. Nicholas tiene alguna forma de llamar a todos
los hombres de vuelta automáticamente a través de mensajes de texto, o algo así.
—Gracias. Esto significa mucho para mí.
—No me des las gracias aún. Una vez que todos los hombres aparezcan, no vas a
tener un momento de paz.
—Nadie salvo tú se acercará a Nika hasta que esté mejor.
Joseph se recostó en la silla, los ojos color avellana oscurecidos con preocupación.
—Entonces voy a tener que asignar un guardia. Sabes lo difícil que va a ser
mantener alejados a los hombres.
—No es mala idea. Tal vez Angus o Drake serían una buena elección.
Joseph asintió. Los dos hombres Theronai estaban vinculados. Ella estaría a salvo
con ellos.
—Están de caza, pero también les informaré. ¿Quién sabe? Incluso Gilda tal vez
podría ayudarla. Tiene suficiente capacidad de curación en su interior, y no nos
costaría ninguna sangre si lo hiciera.
—Vamos a reunir toda la ayuda que podamos conseguir —dijo Paul.
Los ojos de Joseph volvieron al mapa, y repentinamente parecía más viejo de lo
que debería ser.
—Espero que Nika viva —dijo—. La necesitamos para contener a los Synestryn.
—Aunque viva, no va a estar en condiciones de luchar.

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—Queremos darle tiempo para sanar, por supuesto, pero necesitamos a todos
luchando en la frontera. Tú y Andra también tendréis que ir.
Paul no podía mirarle a los ojos, pero tenía que contarle su fracaso. El hombre no
necesitaba más malas noticias, pero Paul le debía la verdad.
—Creo que cometí un error.
—Únete al club —dijo Joseph.
—No, me refiero a uno grande.
Joseph se frotó las sienes, como si le palpitaran. La exasperación le llenó la voz.
—Todos los cometemos grandes. En nuestro trabajo, esos son los únicos que hay.
¿Qué no daría por tener facturas impagadas, o un inodoro con fugas o, diablos, incluso
un drogadicto adolescente con el que tratar? En su lugar tengo que hacer frente a
resolver el destino del jodido planeta. Y la mayoría de las personas a las que intento
salvar ni siquiera saben que existo. Si cometo un error, es el fin de la raza humana.
Entonces dime, ¿qué es lo que crees que sí es tan malo?
—Me he vinculado a una mujer que no puedo retener.
Joseph se levantó despacio, todos los signos de fatiga desaparecidos.
—¿Qué quieres decir con que no la puedes retener? Por supuesto que vas a
quedarte con ella.
Paul se miró el anillo. Tres tonos de azul giraban y se retorcían en la banda
iridiscente. Mientras el color no se hubiera fijado aún tenía tiempo para desistir, pero él
estaría de vuelta donde comenzó con sólo unos días de vida.
—Sólo me dio tres días.
Los hombros de Joseph se encorvaron bajo el peso de la noticia.
—Estás bromeando. ¿No sabe lo que está en juego?
—Ahora todo lo que puede preocuparla es su hermana. Dale un poco de tiempo.
Joseph golpeó ruidosamente con el puño sobre el mapa cubierto de rojo.
—No tenemos más tiempo. La necesitamos. Haz lo que sea, pero que se vincule a
ti para siempre.
—No sé…
—Lo juraste, Paul —exigió Joseph dando señales de autoridad en su voz—.
Juraste que lo harías.
La urgencia en ceder y cumplir su juramento era tan fuerte que a Paul se le hizo
un nudo en el estómago.
—No puedo. Ella no tiene cabida en nuestro mundo. Si no quiere estar aquí, no la
obligaré a quedarse. Después que nuestro tiempo acabe la dejaré ir.

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—¡Venga ya! —Joseph se inclinó sobre la mesa mostrándole a Paul un profundo
ceño fruncido—. Haz que funcione. La necesitamos. Es tu deber convencerla para
quedarse y asegurarte que es feliz una vez lo haga.
—No es tan simple.
—¡Maldita sea, Paul! Es mejor que te tomes esto en serio. Todos contamos
contigo. Todos los Theronai te necesitan para que consigas que funcione.
—No puedo obligarla a quedarse.
—Por supuesto que puedes. Nuestros hombres están ahí fuera todos los días
arriesgando sus vidas para que otros ni siquiera conozcan los peligros a los que nos
enfrentamos. Permitimos que los humanos vivan en la dicha de la ignorancia, y todo lo
que pedimos a cambio es que cuando encontramos a uno de ellos capaz de ayudar en
nuestra lucha, lo haga. No es mucho pedir.
—Aparte de que ese alguien sea lo bastante desafortunado como para unirse a la
guerra.
—A la mierda con eso —espetó Joseph—. Dejé lo de librar una guerra noble.
Estamos luchando contra los demonios. Y lo que es peor. Están acercándose cada día
más. Todos vamos a morir si no lo impides.
—Así que, ¿ahora también soy responsable de las vidas de todos los Theronai?
¿No crees que tengo suficiente presión?
—Aparentemente no, o encontrarías una manera de atarla a ti tan fuertemente
que nunca podría escapar.
—Ella no quiere, Joseph.
—A la mierda con lo que ella quiere. Haz que desee lo mismo que tú.
Magia. Coacción. Eso era de lo que Joseph estaba hablando. Paul lo sabía, porque
había tenido los mismos pensamientos.
—¿No ves ningún problema con eso?
Joseph rodeó la mesa agarrando el brazo de Paul, y arrastrándole hacia la
ventana con vistas al campo de entrenamiento. Apuntó con un grueso dedo al cristal.
—Mira ahí fuera. Veo siete buenos hombres a los que no les queda más que un
año de vida. Tengo un problema con eso.
Paul quiso apartar los ojos, pero no pudo. Esos hombres eran sus amigos. Su
familia. No podía dejar que perdieran la esperanza. Tal vez Joseph tenía razón. Tal vez
lo que quería Andra no era tan importante como darle a su pueblo una razón para
vivir, la esperanza de que podría haber más mujeres ahí fuera como ella. La esperanza
de que no podían perder esta guerra.
—Mírales bien —dijo Joseph—. Recuerda esas caras cuando veas a tu mujer.
Cada uno de esos hombres haría lo que fuera para salvarte. Creo que les debes lo
mismo.

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Se lo debía. Les debía su vida. Su alma.
Pero no estaba en juego sólo su vida. Era la vida de Andra.
Si no quería quedarse con él, no la obligaría. Sabía lo desesperada que era la
situación, pero si tuviera que forzar la conformidad de Andra, no la merecería.
Paul calmó los nervios. No le gustaba esto más que a Joseph, pero no podía
ceder.
—Lo siento, pero no voy a obligarla. Tiene que ser su elección.
—Entonces, le ruego a Dios que ella haga lo correcto —la voz sonaba seria,
preocupada.
—¿Qué es lo que no me estás contando? —preguntó Paul.
Joseph sacudió la cabeza. Los hombros parecían inclinarse un poco más hacia
abajo, con una carga invisible.
—No podemos dejarla ir. Si no haces lo que sea necesario, encontraré a un
hombre que lo haga. Seguro que será compatible con alguno de nuestros hombres.
La ira se alzó en el interior de Paul, furiosa y desagradable.
—Si lo haces, es mejor que esperes hasta después de dar mi último aliento, ya que
cualquier hombre que intente tomarla por la fuerza tendrá que venir por mí primero.
—No matarías a uno de tus hermanos de armas.
Paul se odiaba a sí mismo al darse cuenta de la verdad. Tal vez sus sentimientos
por Andra se intensificaron por la unión que compartían, o tal vez se hubiera sentido
de esta manera, independientemente del vínculo. De cualquier manera, no iba a
permitir que la forzaran a una vida de muerte y miedo, a no ser que fuera su elección.
—Por ella —contestó a Joseph—, por ella lo haría.

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CAPÍTULO 20

Madoc sintió como si la piel le fuera a reventar. Necesitaba sexo, pero no podía
conseguirlo aquí... al menos, no de la clase que necesitaba para alejarse del borde. Las
mujeres Gerai... -especialmente Tea- no estaban dispuestas a recibir lo que él necesitaba
dar. Simplemente no podía hacerlo. Terminaría lastimando a una de ellas, y entonces
habría mucho que pagar.
La violencia era su segunda elección. Había un mundo entero lleno de Synestryn
allí afuera que necesitaban ser asesinados, pero no podía resignarse a dejar Dabyr para
hacer el trabajo. No podía resignarse a dejar a Nika.
Joder.
Empujó la pesada barra de las pesas arriba otra vez, esperando que el esfuerzo
físico de levantar pesas lo mantuviera centrado sólo algunas horas más. El sudor le
brotó del cuerpo y sintió el corazón como si fuera a explotar, pero continuó
empujando.
—¿Necesitas algo? —preguntó Neal.
El cuerpo del Theronai estaba repleto de músculos. Era más que capaz de echarle
una mano a Madoc.
—Atrás —gruñó Madoc.
—Como quieras —dijo Neal—. Necesito regresar a entrenar de todos modos. La
hora del recreo se acabó.
Pero el hombre no se fue. Estaba allí, observando silenciosamente mientras
Madoc empujaba la barra de nuevo hacia arriba.

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—¿Qué diablos estás mirando? —preguntó Madoc.
Neal encogió los enormes hombros.
—Nada. Simplemente me preguntaba si has escuchado la llamada de la sangre.
—No estoy interesado.
Los brazos de Madoc se estremecieron mientras traía de nuevo el peso hasta el
pecho.
—¿Estás seguro? Escuché que Paul ha encontrado a una hembra Theronai. Ella
tiene una hermana totalmente de sangre que está enferma.
—Yo estaba allí. Sé todo sobre eso.
Neal se agachó y los ojos se iluminaron con interés.
—¿La has conocido?
—Sí.
—Así que, ¿vas a dar sangre?
—No es mi mujer. No es mi problema.
Neal hizo un sonido de disgusto.
—Bastardo egoísta. Solamente porque no es tuya no significa que no debas
ayudar.
—Claro que sí.
Los brazos comenzaron a temblar bajo la tensión del peso. Los músculos le
ardían y aspiró algo de aire para echarles combustible.
—Ella puede no ser compatible conmigo, tampoco, pero voy a donar.
—Bien por ti. Mejor para las sanguijuelas —dijo Madoc.
Esta orden de sangre le recordaba demasiado la manera en la que había sido con
Torr. Casi cada hombre aquí había sangrado para Tynan y, aún así, no había sido lo
suficiente como para salvar a Torr. El pobre desgraciado estaba todavía vivo, pero
encerrado dentro de su cuerpo inútil, atrapado e incapaz de salir.
Madoc habría preferido morir.
¿Qué pasaría si eso era lo que le sucedía a Nika? ¿Qué pasaría si no pudieran
salvarla?
Joder.
—Mejor para la mujer —respondió Neal—. ¿Cómo puedes vivir contigo mismo,
hombre? ¿No te preocupas por nadie sino por ti mismo?
—No.

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Madoc sacudió la barra y se puso de pie. No podía estar ahí y no hacer nada, por
lo que tenía que salir de aquí antes de que se volviera loco. Iría a buscar una prostituta.
Tener sexo. Tal vez seguirles la pista a algunos indeseables.
—Eres una vergüenza —dijo Neal—. Hicimos voto para proteger a los demás
incluso si costaba nuestras propias vidas. Donar sangre ni siquiera hace daño.
La camiseta de Madoc escondía el hecho de que la marca de vida estaba en su
mayor parte desnuda. La Banda le había entintado con un par de hojas falsas que eran
lo bastante buenas como para engañar a alguien que no mirara demasiado de cerca,
pero Madoc no confiaba en que Neal no las viera. Nada lograba escapar a ese hombre.
Si descubriera que se le había acabado el tiempo, podría enviarlo a los Slayers antes del
amanecer. Fin del juego.
—No dejaré que ningún parásito chupasangre entre en mi cabeza —dijo Madoc.
—¿Aunque signifique que la mujer muera?
—Ella no va a morir.
Madoc agarró una toalla y se limpió el sudor del cuerpo. Estaba cansado de estar
en público, cansado de pretender que era aún uno de ellos.
—Tú no sabes eso, pero espero que tengas razón. Por tu bien, como por el de ella.
Esa clase de culpa es una carga pesada.
¿Qué pasaría si Neal tenía razón? ¿Qué pasaría si no conseguían suficiente sangre
para ella? La mayoría de los hombres estaban lejos buscando a sus propias mujeres y
casi nadie estaba en casa. Podían pasar días para que todos ellos regresaran. Días que
Nika no tenía.
Joder.
No podía dejar que eso ocurriera. No a Nika.
Se fue pisando fuerte lejos de Neal y llamó a Nicholas.
La voz sorprendida de Nicholas llegó desde el otro lado de la línea.
—Madoc. Tú nunca llamas. Nunca escribes. Comenzaba a pensar que a ti no te
importaba.
—Joder con la cháchara. ¿Dónde está Tynan?
—Suenas serio. Espera un momento —dijo Nicholas. Había alguien escribiendo
al fondo. Entonces, el líder de la seguridad regresó a la línea—. Se dirige al comedor,
hacia el ala Sanguinar.
—¿Puedes detenerlo?
—Seguro. Cerraré las puertas, pero por qué...
Madoc colgó el teléfono y echó a correr. Las personas lo miraban extrañadas
mientras pasaba rápidamente, pero no les dijo una mierda.

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Tynan estaba cerrando la puerta cuando Madoc lo encontró. La sanguijuela se
dio la vuelta y sus ojos helados se ampliaron con miedo.
Bien. Eso iba a facilitar el asunto.
Madoc escudriñó las paredes buscando la cámara de seguridad, la encontró y la
arrancó. Pedacitos de plástico se desmoronaron en el puño y dejó caer el roto desorden
al suelo de baldosas.
—Madoc —dijo Tynan. Sostuvo las manos alzadas, frente a él—. ¿Qué estás
haciendo?
—Ella se está muriendo, ¿verdad?
Tynan pestañeó durante un momento, como si no hubiera esperado la pregunta,
y le llevó un segundo entender.
—¿Nika?
—Sí. Nika.
—Voy a hacer todo lo que pueda por ella.
—No contestaste la pregunta.
Los ojos de Tynan se movieron alrededor como si buscara un escape.
—Lo siento. Me temo que así es.
—¿Puedes curarla?
—Aún no lo sé. Todavía tengo que hacer un poco de investigación y ver si esto
ha ocurrido antes. Y siempre está el asunto de tener fuerzas para ayudarla cuando
averigüe cómo.
Madoc se acercó más y habló bajo para que nadie más pudiera escucharle.
—Toma la mía.
Tynan se apretó más fuerte contra la puerta, como si intentara escapar.
—¿Qué?
Madoc extendió el brazo.
—Toma mi sangre. Úsala para salvarla.
Los ojos del Sanguinar llamearon con hambre.
—Tú nunca le has dado tu sangre a ninguno de nosotros.
—Sé jodidamente eso. ¿La quieres o no? —Madoc osciló de arriba abajo el grueso
brazo delante de la sanguijuela.
—Sí.
Fue un siseo escalofriante, que hizo dudar a Madoc durante una fracción de
segundo. Sabía que iba a arrepentirse de esto... sólo que no le importaba.
—¿Cuánta? —preguntó Tynan, lamiéndose los labios.

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—Lo que necesites para salvarla.
Madoc no iba a durar mucho más tiempo de cualquier manera. Al menos, podía
hacer algo decente con su sangre.
Tentativamente, Tynan envolvió los dedos delgados alrededor del brazo de
Madoc y se llevó su muñeca hasta la boca. Madoc había esperado que eso doliera, pero
en su vida había tratado con tanto dolor durante tanto tiempo, que un par de
pinchazos de colmillos ni siquiera se notaron. Todo lo que sintió fue un movimiento
fuerte tirando de la piel y, aún eso, empezaba a desvanecerse en unos momentos.
Lentamente, una clase nebulosa de debilidad llenó las extremidades de Madoc.
No le molestó o le preocupó, pero supo que no estaba bien. El cuerpo se volvió pesado,
y decidió que era una buena idea sentarse. Tynan pareció más fuerte de lo normal y no
tuvo ningún problema bajándolo al suelo sin romper el agarre en el brazo de Madoc.
Un zumbido le llenó la cabeza y los ojos se volvieron pesados. En realidad,
necesitaba una siesta y deseaba como el infierno poder enroscarse alrededor de Nika
para que nadie pudiera llegar hasta ella.
El extraño pensamiento se fue tan rápidamente como llegó. De cualquier manera,
Madoc no tenía fuerzas para caminar ahora mismo. No es que a él le importara. No se
preocupaba por una maldita cosa.

Tynan se sintió como si volara. Por primera vez en decenios no estaba


hambriento. No estaba frío. El poder le gritó a través de las venas, una mezcla tóxica de
fuerza e invencibilidad. La sangre de Madoc era pura. Nadie más alguna vez había
compartido su vasto poder, el cual había crecido a través de los siglos. Tynan nunca
había saboreado nada como esto, y probablemente nunca lo haría otra vez.
Lo que había bebido de Madoc era suficiente para alimentarle el cuerpo durante
decenios si limitaba la cantidad de magia que usaba. Una lástima que no pudiera
guardarse todo ese mareante poder. Tenía que compartirlo.
Nika no era la única necesitada. El egoísmo no era una opción si su especie iba a
sobrevivir. Tres veintenas de Sanguinar ocupaban la cámara dormitorio en las
profundidades del recinto, y distribuida entre ellos, tras ayudar a Nika, sólo duraría
algunos meses en el mejor de los casos. Pero al menos, esos eran algunos meses más de
los que tenían ahora.
Tynan cerró violentamente la puerta abierta con un estrépito metálico, dejando a
Madoc caído en el pasillo detrás de él. Ya que la cámara de seguridad había sido
inutilizada, Tynan estaba seguro que Nicholas vendría en cualquier momento para ver
que había pasado con su preciosa tecnología. Los hermanos de Madoc se ocuparían de
cuidarle.

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Tynan se preguntó si los demás sabrían lo que Madoc les estaba escondiendo a
todos ellos... que su alma había comenzado a morir.
Brevemente pensó en decírselo, pero no era para nada asunto suyo y no quería
dar a conocer cuánto podía saber de una persona cuando bebía de ella. Sólo
ahuyentaría a los demás cuando su tiempo se volviera breve.
Además, Tynan tenía bastantes secretos propios que guardar. Tenía planes más
importantes para el resto de ese poder.
Tynan bajó hasta el nivel inferior del ala del sur y cuatro tramos de escalera, más
allá de seis fases de seguridad que aseguraban que sólo los de su especie pudieran
pasar. Había actualmente paz entre ellos y los Theronai, pero no siempre había sido así.
Los Sanguinar eran demasiado vulnerables cuando dormían. Sería muy fácil arrasarles
si otra guerra estallaba. El secretismo y su utilidad en sanar eran la única protección
que tenían, y utilizaban ambos con la mejor ventaja posible.
Abrió la pesada puerta de acero, que usualmente hubiera desplazado con la
fuerza de los brazos, pero hoy necesitó solamente una ayuda leve para enviarla a
volando. Chocando contra el muro de piedra con un estallido metálico, sobresaltando
al Sanguinar que ejercía la vigilancia sobre los que dormían.
Connal se disparó sobre sus pies, escondiendo el libro que había estado leyendo
tras la espalda. Era medianamente pequeño para uno de su especie, pero más
musculoso. Era como si la falta de sangre no le hubiera puesto obstáculos a la fuerza de
su cuerpo. Connal tenía ojos del color verde del pasto puestos en una cara infantil que
aún tres siglos no habían podido envejecer. El Sanguinar aparentaba perpetuamente
dieciocho y era, típicamente, tratado con el mismo nivel de respeto.
—Me sorprendiste —dijo Connal.
—¿Poniéndote al día con tu lectura? —preguntó Tynan.
—Se lo pedí prestado a Briant.
Tynan arrugó la nariz de aversión.
—Dime que no es una de sus novelas de vampiros eróticas.
La cara de muchacho de Connal se ensombreció.
—Él dijo que era una de las mejores. Sólo pensé en echarle un ojo.
Tynan sacudió la cabeza.
—Deberías ser fiel a los clásicos. Eso pudrirá tu mente.
—No ha dañado a Briant. Ese hombre es más listo que el resto de nosotros juntos
—Connal marcó la página en el libro y lo dejó a un lado—. ¿Qué estás haciendo aquí,
de todos modos?
—He venido a alimentar a los demás.
Los ojos de Connal se oscurecieron de hambre y excitación.
—¿La chica nueva? ¿Fue sangrada?
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Tynan decidió mantener la fuente verdadera del poder para sí mismo.
—La misma, pero te sugiero que guardes la distancia. Su Theronai es muy…
protector.
—No puede estar en todos los sitios a la vez. La encontraré a solas y…
—No harás nada de eso. Dejarás sola a la chica —Tynan imbuyó las palabras con
un indicio del poder recién adquirido, obligando a Connal a escuchar y obedecer.
Connal le dirigió una rápida inclinación de cabeza.
Tynan fue al final de una larga pared. Encerrados en esa pared, estaban docenas
de durmientes Sanguinar. Permanecerían en su sueño, mágicamente inducido, durante
cincuenta años antes de despertarse. Era la única manera de resistir el decreciente
suministro de alimento. Cada año, más Sanguinar iban al sueño y menos se
despertaban. Aún en el sueño, algunos de ellos morían de hambre. Sin más alimento...
sin más de poderosa sangre... había poco que nadie pudiera hacer.
Tynan oprimió una sección de la pared y se abrió para revelar un pequeño tazón
de piedra. Al pie del tazón había un hueco que se dirigía a una serie de tubos que
alimentaban a cada uno de los Sanguinar durmientes. No se requería mucha sangre
para mantenerlos vivos, pero tenían que tener algo, y habían pasado casi dos meses
desde su última alimentación.
Al menos en el sueño no sentían hambre. Tynan deseaba poder decir lo mismo.
Sostuvo la muñeca sobre el tazón y deseó que la carne se abriera. Sangre roja
oscura goteó de la pequeña herida al tazón. Con cada gota que fluía, Tynan sentía
menguar el poder. Antes de que estuviera demasiado débil, cerró la carne y se lamió
los restos de sangre de la muñeca. No podía desperdiciar ni una gota.
El subidón de estar saciado se fue y las punzadas familiares del hambre
volvieron de regreso. No tanto como antes, pero no eran agradables. Era fácil ahogarlas
por completo cuando estaba trabajando, y tenía un montón de trabajo que hacer. No
sólo la situación de Nika requería su completa atención, sino que también tenía que
sacar en claro cómo habían pasado desapercibidas semejantes líneas de sangre pura.
Primero Helen y ahora Andra y Nika. Si pudieran encontrar a más mujeres como ellas,
podría salvar a su gente del hambre.
Era más esperanza de que la que habían tenido en décadas.
—¿Vas a compartir conmigo, hermano? —preguntó Connal.
Le dio a Tynan una jarra de solución salina para limpiar el interior del sistema de
tubos y hacer posible que toda la preciosa sangre fuera al interior de los Sanguinar.
Tynan estimaba al hombre de aspecto joven. Connal nunca le había llamado
hermano antes. Qué extraño que lo hiciera ahora.
—Cuando estés dormido y desvalido como un bebé, te alimentaré. Hasta
entonces, debes encontrar tu propio alimento. Quedan muchísimos humanos
proveedores de sangre en el complejo. Pídeles a ellos que te sustenten.

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—Ninguna de sus sangres corre tan pura como la que olfateé en tus venas
cuando llegaste. El poder debe sentirse increíble.
Los ojos de Connal estaban demasiado brillantes. Demasiado avariciosos. Quizás
ya era hora de que él estuviera en estado de letargo. Cualquier Sanguinar que se volvía
demasiado desesperado se convertía en una responsabilidad. Su especie no podía
permitirse más debilidad de la que ya sufrían.
—Enviaré a alguien que te exima de tu deber de guardia mientras encuentras
sustento —dijo Tynan mientras salía de la cámara.
Apenas logró cerrar la pesada puerta, y para cuando lo hizo, temblaba por el
esfuerzo.
No iba a durar mucho más tiempo antes de que, también, tuviera que dormir.
Antes de ese momento, tenía que descubrir cómo salvar a su gente de la inanición, y
estas mujeres eran la clave.
Se había asegurado de eso mientras se había alimentado de Andra… alterando la
esencia de ella ligeramente para asegurar que su especie fuera alimentada.
A Tynan en particular no le gustaba manipular a las personas, pero no había
tenido alternativa. Su gente se moría de hambre y había estado desesperado por actuar
mientras tuviera la oportunidad. Paul era un guerrero formidable y tuvo bastante
tiempo a solas para manchar la percepción de Andra por su raza. Los Theronai
miraban por encima del hombro a los Sanguinar... pensando en ellos como bárbaros
por su necesidad de beber sangre.
Tynan no había pedido nacer como era... incapaz de vivir sin la sangre de otros.
Había sido víctima de las elecciones de sus padres así como cualquier otro niño. No
podía evitar la sed de sangre más de lo que un niño deforme podía evitar su defecto de
nacimiento. No era justo que su gente debiera sufrir, y era su deber lograr que
sobrevivieran.
Había hecho la única cosa que podía, mientras Paul estaba distrayendo tan
afanosamente a Andra con sus besos. Sólo rezaba para que lo que le había hecho a ella
funcionara. A los Sanguinar se les estaba acabando el tiempo, y los restos remanentes
de la sangre de Solarc en la descendencia humana eran demasiado débiles para
sostener a su raza durante más tiempo.
No había tenido alternativa. Había hecho lo que se vio forzado a hacer. Esperaba
que un día, si alguna vez se enteraba de su manipulación, Andra viera eso y lo
perdonara.

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CAPÍTULO 21

Madoc despertó con la vista de la cara preocupada de Nicholas y deseó como el


demonio haber permanecido dormido. Le palpitaba la cabeza más de lo normal, lo
cual, combinado con que todo daba vueltas, hizo que el estómago le diera un empujón
peligroso.
No tenía ni idea de lo que estaba mal. Tal vez se había caído y se había golpeado
la cabeza, o había recibido un golpe en el combate lo suficientemente duro como para
sacudirle el cerebro. No sería la primera vez.
Entonces regresó a él. Tynan. Le había dado sangre a la sanguijuela.
Pisando los talones a ese pensamiento llegó uno aún más inquietante.
—¿Cuánto tiempo he estado fuera? ¿Cómo está la chica?
Nicholas frunció el ceño confusamente.
—No por mucho tiempo y ¿qué chica?
—Nika. La hermana de Andra.
Madoc se empujó hacia arriba para sentarse y luchó contra otra ola de retorcida
náusea. Iba a golpear la bonita cara de Tynan la próxima vez que le viera por tomar
tanto.
No obstante, tal vez esa era la que iba a necesitarse para ayudar a Nika.
—No sé, hombre. Vi la cámara quedar en negro y estaba seguro de que iba a
llegar aquí y encontrarme a Tynan muerto en el suelo. En lugar de eso estabas tú
yaciendo aquí. ¿Qué pasó?
—No es tu jodido asunto —gruño Madoc.
—¿Te golpeó? ¿Te pegó con la puerta?
—No.
Nicholas se frotó una mano sobre la cara y miró la puerta que conducía al ala
Sanguinar.

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—Entonces, ¿qué diablos ocurrió? —preguntó.
Madoc movió la cabeza lentamente para que no girara y vio las ruinas de la
puerta de acero. Parecía que había sido abierta de golpe con un ariete. El metal estaba
deforme y desgarrado donde antes había estado el cerrojo.
—No sé —dijo Madoc.
Tal vez Tynan había consumido algo del dolor cuando había tomado la sangre y
eso lo había puesto furioso. Bien merecido lo tenía el hijo de puta, si ese fue el caso.
—Desearía que no hubieras acabado con mi cámara. Eso habría sido todo un
espectáculo. ¿Estás seguro de que no lo sabes?
Madoc ignoró la pregunta.
—¿Metiste alguna de esas cámaras en la suite de Paul?
—No.
—Maldición.
—¿Por qué no vas simplemente a ver a la chica si estás tan preocupado?
—Su hermana no me dejará.
Sonaba como una excusa poco convincente, incluso para él. ¿Desde cuándo
permitía que una mujer le diese órdenes?
Probablemente debido a que ella tenía razón. No tenía derecho a estar alrededor
de Nika. Si ella fuera su mujer, sería diferente, pero no lo era.
Madoc se miró el anillo por millonésima vez, sólo para asegurarse de que no se
había perdido nada. Los colores eran todavía iguales. Mudos, descoloridos, casi
inmóviles. Moribundos.
—¿Crees que eres compatible? —preguntó Nicholas en un tono reverente.
—No.
Madoc se puso de pie, usando la pared para estabilizarse a sí mismo. El mareo se
alivió, pero no mucho. Necesitaba líquidos, y bastante de ellos, si iba a rellenar lo que
había tomado Tynan.
Nicholas miró su propio anillo, el cual, formaba remolinos con montones de
colores. Todavía tenía mucho tiempo y Madoc estaba resentido con él por eso.
—No he conseguido conocerla aún. Joseph nos ha ordenado a todos nosotros que
nos mantengamos alejados hasta que ella esté mejor.
Si alguna vez mejoraba. Nadie parecía estar haciendo nada para ayudarla, y eso
disgustaba mucho a Madoc.
—¿Traes alguna de esas llaves maestras contigo?
Nicholas frunció el ceño, haciendo que las pequeñas cicatrices en la cara se
arrugaran.

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—Siempre. ¿Por qué?
—Necesito una.
—¿Y esperas que simplemente te la entregue?
Madoc golpeó a Nicholas contra la pared y lo sujetó allí por los hombros. Intentó
ocultar lo inestable que estaba... lo cerca que estaba de vomitar sobre los zapatos del
hombre.
—A menos que prefirieras que te la arrebate.
Nicholas no estaba ni un poco asustado. El hijo de puta.
—¿Qué vas a hacer con ella? —le preguntó, completamente despreocupado por
su posición.
—Nada que sea tu jodido asunto.
—Parece que bastantes cosas caen en esa categoría contigo.
Nicholas se movió más rápido que lo que la cabeza borrosa de Madoc podía
seguir, y un segundo más tarde, Madoc estaba con la cara contra la pared. Nicholas lo
clavó allí, el grueso antebrazo derecho en la base del cráneo de Madoc.
—Te preguntaré otra vez —dijo Nicholas con un tono paciente—. ¿Qué vas a
hacer con ella?
La urgencia de pelear se alzó dentro de Madoc, gritando por la liberación. La
presión constante dentro de él lo golpeaba para que se dejase ir y destrozar a Nicholas.
Se sentía tan bien ceder y conducir los puños contra algo. Desahogarse de una parte de
su furia porque Nika no fuera suya y nunca lo sería. Ella no podía salvarlo.
—Podrías intentarlo —le susurró Nicholas, aparentemente sabiendo lo que
Madoc estaba pensando—. Normalmente, diría que tendrías posibilidades, pero no
hoy. Estás débil. Puedo sentir tus piernas temblando sólo por sostenerte. Te tendría en
el suelo y sangrando en segundos, y eso no va a conseguir que ninguno de nosotros
llegue a ninguna parte. Así que, ¿por qué no simulamos que somos caballeros y me
dices para qué quieres la llave?
Madoc se mordió un poco los labios con los dientes, mientras la cara era
machacada más duramente contra la pared. Ni siquiera podía detener lo que ocurría.
Nicholas tenía razón. Estaba débil. La única elección era jugar bien. No era su fuerte.
—Sólo quiero estar junto a ella en caso de que necesite ayuda.
—¿Qué diablos te hace pensar que querrían tu ayuda?
—No la quieren. Por eso es que necesito la llave.
—No voy a dejarte entrar en la suite de Paul, donde puedes ir a causar más
problemas.
—No quiero entrar en la suite de Paul. Es justo la siguiente puerta. Lo juro.

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La presión contra el cuello de Madoc se alivió mientras Nicholas retrocedía.
Madoc se volvió a tiempo de verle dejar caer una tarjeta llave plástica tras de sí,
mientras regresaba por el largo vestíbulo.
—Estaré observando —dijo Nicholas sin darse la vuelta—. Rompe otra cámara y
haré que te la comas.

Andra no parecía poder hacer que esas cosas de magia funcionaran otra vez.
Podía sentir la hebra invisible de poder conectándola a Paul, pero no parecía poder
hacer nada con ella. Sin importar lo fuerte que lo intentara, no podía encontrar la
manera de entrar en la cabeza de Nika. Quería ayudarla, obligarla a despertar, quizás
comer otra vez, pero nada de lo que intentaba funcionaba. Tal vez, estaba sólo
demasiado cansada, o Paul necesitaba estar más cerca de ella.
O, simplemente, no tenía lo que se necesitaba para hacer el trabajo.
Los ojos la ardían y le dolían las rodillas... una señal segura de que se acercaba al
final de su fuerza. Otra vez.
Andra colocó la cabeza sobre la almohada junto a la de Nika y rezó para que la
debilidad remitiera. Sólo por un rato.
La habitación estaba tranquila y apacible. Los mudos azules y verdes le
recordaban el océano en un día calmado. No había desorden aquí dentro, simplemente
las necesidades desnudas de una cama, una mesa de noche y un tocador. Si bien tenía
la sensación de abandono, nada estaba polvoriento o mohoso.
Nika estaba más segura aquí de lo que alguna vez estuvo en la casa de Andra.
Paul le había jurado que ningún Synestryn había atravesado sus defensas mágicas.
Aunque una de las personas de aquí sangrara, los monstruos no podrían olerlo.
Andra sintió el peso de la desesperación aplastándola el corazón, e intentó
recordarse a sí misma que todavía había esperanza. Tynan estaba buscando una cura.
Sibyl podría ser capaz de ver lo que necesitaban hacer.
Todavía había esperanza. Sólo tenía que tener paciencia, dar a esta gente tiempo
para obrar su magia.
Andra observó el ascenso y descenso constante del pecho de Nika. Estaba
tranquila y quieta. Llena de paz. Al menos, no sufría. Si estuviera sufriendo, la
paciencia no hubiera sido una opción.
Paul golpeó con los nudillos ligeramente en el marco de la puerta del dormitorio,
haciendo a Andra saltar. No le había oído regresar, pero estaba muy contenta de verlo.
Quiso arrojarse en sus brazos y dejar que la abrazara. Él era la única persona que
parecía hacer que algo de la angustia se alejara y, realmente, necesitaba un poco de eso
justo ahora.

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Se sentó derecha en la cama y vio que su cara bien parecida estaba delineada con
preocupación y algo más. Algo más profundo que le concernía a ella.
Sin pensar en ello, hurgó en sus pensamientos, buscando la fuente. No era hábil
en esto, y sólo podía atrapar fragmentos y retazos, pero vio la cara furiosa de Joseph de
frente en la mente de Paul.
Chocó contra una masa retorcida de emoción dolorosa y la reconoció por lo que
era. Culpabilidad. La había sentido demasiadas veces como para no saberlo
instantáneamente. Él se sentía como si hubiera cometido una especie de error... uno
que no podía ser borrado.
Una gentil presión la llenó la cabeza mientras él la echaba fuera de su mente.
—Nada de eso —le dijo.
—Pero estás sufriendo.
—Hablaremos más tarde. Traje ayuda.
Una joven salió de detrás de él. Era gruesa, con el pelo negro rizado y tristes ojos
cafés, a pesar de la tentativa sonrisa en su cara. Se acercaba a la barbilla de Paul, pero la
manera en la que se enroscaba en sí misma la hacía parecer más pequeña. Más joven.
No levantó la vista para mirar a Andra, como si de esa manera fuera
irrespetuosa.
—Mi señora —la saludó con una reverencia embarazosa.
¿Señora? Allí estaba otra vez. Andra miró a Paul dudosa.
—Prometo que te acostumbrarás.
Ni en sueños.
—Llámame a Andra. Cualquier otra cosa sólo me confunde.
La mujer asintió pero, aun así, no levantó la mirada.
—Soy Grace. Se me informó de que podría necesitar ayuda para cuidar de su
hermana.
—Gracias, pero estamos bien.
—No, no lo estás, Andra —dijo Paul—. Necesitas un descanso, y Grace aquí sabe
lo que está haciendo. Déjala ayudar.
Andra no quería ninguna ayuda. Nika era su responsabilidad.
—No estoy interesada.
Grace se ruborizó con un profundo y humillado rojo.
—Yo, eh, lo siento por extralimitarme. Parece que eso lo hago bastante
últimamente. No la molestaré de nuevo.
Empezó a irse, pero Paul fue más rápido y la atrapó del brazo.

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Grace se sobresaltó como si hubiera recibido una palmada, y se acobardó,
cubriéndose la cabeza con los brazos. Fue una reacción refleja. Una que ella se había
acostumbrado a hacer, aparentemente.
Alguien había lastimado a Grace. A menudo.
La mandíbula de Paul se apretó mientras veía la reacción de Grace por lo que era,
pero no pareció asombrarle. Aflojó el agarre y fingió que Grace no había pensado que
iba a herirla.
Grace se recuperó y forzó al cuerpo a enderezarse. Las mejillas se oscurecieron
más aún con la vergüenza y fijó los ojos en el suelo.
—Por favor, quédate Grace —dijo Paul con una voz gentil, suave.
Ver sus largos dedos envueltos en otra mujer hizo que el estómago de Andra
diera un vuelco. No importaba que fuera simplemente su brazo. Podía también estar
sintiéndolo, de forma que hizo a Andra arder de celos.
Antes de que se diera cuenta de lo que estaba haciendo, Andra estuvo fuera de la
cama con los puños apretados.
La boca de Paul se curvó con una sonrisa de conocimiento. Miró a Andra con las
cejas levantadas.
—¿Algún problema?
—No —casi se atragantó.
—Mentirosa.
Grace tiró del agarre de Paul.
—Realmente debería irme. Siento haber molestado, señora —la pobre estaba casi
fuera de sí de vergüenza. No era su culpa que Paul la tocara.
—Suéltala, Paul.
—No hasta que estés de acuerdo en dejarla ayudar. Sabe cómo cuidar a Nika.
¿No, Grace?
Grace hizo una temblorosa inclinación de cabeza.
—Sí, señor.
—Cuéntale a Andra lo que sabes para que se relaje y te deje ayudar.
—Mi madre estuvo comatosa durante dos años antes de que muriera. No
podíamos permitirnos un hospital, así que cuidé de ella. —Por la manera en la que su
voz se quebró, Andra tuvo la seguridad de que la muerte había sido reciente.
Todo el residuo de celos ardientes de Andra se evaporó. Grace había perdido a
su madre, también. Eso las ataba juntas de alguna forma. Las hermanaba.
Grace podría necesitar una distracción... algo que la mantuviera ocupada.
Alguien con quien hablar.

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—Suéltala, Paul. Puede quedarse.
Paul la liberó, y Grace permaneció quieta, vibrando con la tensión como insegura
de qué hacer después.
Andra se apiadó de ella.
—Ven aquí y te presentaré a mi hermana, Nika.
Paul se deslizó fuera del cuarto.
Grace dio un paso adelante tentativamente. Bajó la mirada hacia Nika, y la
mirada de compasión que llenó sus ojos con lágrimas le dijo a Andra que su hermana
estaría a salvo con esta mujer. Grace no la dejaría sufrir ningún daño.
—¿Cuánto tiempo ha estado así?
—No mucho. Siempre ha sido demasiado delgada, pero empeoró esta semana.
—¿Tiene un tubo de alimentación?
—No. No quiso ninguno.
Grace asintió.
—Tendremos que meter algo de líquido en ella. ¿Cuándo fue la última vez que
fue cambiada?
—¿Cambiada?
—¿No está usando un pañal?
Andra ni siquiera había pensado en eso. Negó con la cabeza.
—Eso está bien. Puedo encargarme de ello. Traje algunas almohadillas
absorbentes, así como también sábanas adicionales. Por si acaso.
Paul regresó acarreando una caja grande. La colocó en el tocador.
—¿Vas a necesitar algo más?
—Tendré que hacer un pedido de pañales, pero los suministros de Torr servirán
hasta entonces.
La mandíbula de Paul se apretó.
—¿Cómo está él?
Grace palmeó la mano de Nika como diciéndole que todo estaría bien. Fue tan
natural, un gesto tan inconsciente, que Andra pensó que ella ni siquiera era consciente
de lo que estaba haciendo. Tal vez así fue mientras había estado con su madre.
—Está igual —dijo Grace.
—Debería ir a verlo —la voz de Paul estaba cargada de pesar, haciendo a Andra
pensar en quién era Torr.
—Por favor, no lo haga —Grace se sonrojó y miró al suelo—. Quiero decir, creo
que sería mejor que no lo hiciera. No estoy segura de que él pueda estar tranquilo

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viéndolo… así —ella le señaló el cuello y señaló la franja pálida de piel alrededor de la
garganta, donde la luceria había estado colgando antes de que Andra se la hubiera
cogido.
—Entiendo. ¿Le darás mis mejores deseos cuando lo veas de nuevo?
—Sí, señor. Lo haré. Gracias.
—Nos alegramos de que estés con nosotros, Grace. Has cuidado tan bien de él.
—No estoy segura de que él esté de acuerdo.
Paul le dirigió una sonrisa amarga.
—Es un hombre orgulloso.
Andra se asomó en la caja y vio sábanas, algunas almohadas adicionales, latas de
comida de hospital y batidos de reemplazo. Tal vez, Grace sabía lo que estaba
haciendo. Ciertamente, había pensado atravesar esto mejor de lo que Andra lo había
hecho.
—Es un buen hombre. Rezo para que los Sanguinar encuentren la manera de
ayudarlo —dijo Grace.
—Estoy seguro de que lo harán —dijo Paul, pero no se veía convencido.
La cara de Grace se iluminó de esperanza.
Paul se acercó por detrás a Andra. Ella podía sentir el calor de su cuerpo
haciendo contacto con ella, atrayéndola.
—Es la hora de tu ceremonia, Andra.
—Necesito quedarme y ayudar.
Grace negó con la cabeza, manteniendo bajos los ojos.
—Es más conveniente si no lo hace, mi señora. Cuando ella esté mejor, se
alegrará de que sea un extraño el que cuide de sus necesidades en vez de usted. Es
menos bochornoso de ese modo.
A Andra no le importaba eso. Ella haría lo que fuera necesario para cuidar de
Nika.
—Grace tiene razón —dijo Paul—. Y todos los hombres están esperando. No nos
llevará mucho.
Andra miró la dulce cara de Grace. Ya estaba revisando las cosas de la caja, sus
movimientos eran confiados y seguros. Sabía lo que estaba haciendo mejor que Andra.
Paul envolvió el brazo alrededor de sus hombros.
—Estará bien. Lo prometo.
Andra cedió. Estar algunos minutos lejos, donde pudiera pensar con claridad,
probablemente iba a hacerle a Nika más bien que si Andra se quedaba y hacía un lío de
cosas. Además, las ceremonias eran aburridas. Tendría un montón de tiempo para

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pensar mientras ellos discutían sobre no importa qué basura formal que les interesara.
Tal vez, incluso, se echaría una rápida siesta.
Tan pronto como llegaron a la gran habitación utilizada como auditorio, y Andra
estuvo cara a cara con docenas de hombres grandes de mirada intensa, supo que tomar
una siesta no estaría en un futuro inmediato. Cada par de ojos estaba fijo sobre ella... o
más exactamente, sobre el cuello.
Se llevó la mano hacia el cuello en un gesto nervioso.
—¿Son estos tipos vampiros? —preguntó.
—No. Theronai. Como nosotros.
—¿Por qué están mirándome como si tuvieran realmente hambre y yo fuera un
filet miñón?
Él bajó la voz y se inclinó cerca de su oído.
—Eres ciertamente comestible, pero están mirándote fijamente porque todos ellos
esperan que puedas ser compatible con ellos así como lo eres conmigo.
—¿Puedo vincularme con más de uno de vosotros?
Paul vaciló y ella sintió una oleada de miedo bloquear la conexión.
—Sólo uno a la vez —le dijo, sonando como si pronunciar las palabras le hubiera
costado muy caro.
Andra le dirigió una mirada de reojo, pero su cara era una máscara estoica. La
guió sobre una plataforma elevada, y uno por uno, los hombres comenzaron a quitarse
las camisas y a formar en las escaleras.
—Sabes —murmuró al oído de Paul, esperando aligerar su extraño estado de
ánimo—, he tenido algunos sueños que comenzaban justo así.
Él elevó una ceja y asintió hacia el primer hombre formado.
—¿Sí? Sin embargo, apuesto a que ninguno de ellos ha terminado así.
El primer hombre tenía una cara no tan bien parecida que estaba entrecruzada
con cicatrices delgadas, pero ella apenas notó nada más allá de sus ojos azul láser. Se
acercó a ella, se arrodilló a sus pies, se hizo un corte en el pecho con su espada y, con
una voz profunda y solemne, dijo:
—Mi vida por la tuya, mi señora.
Un calor se enroscó alrededor de ella, entonces, se solidificó en un letargo que
pesaba sobre los hombros. El brazo fuerte de Paul la sujetó de la cintura y la mantuvo
estable.
—Ese es Nicholas Latí —dijo Paul.
El hombre se levantó, le dirigió a ella una sonrisa y un guiño, y brincó fuera de la
plataforma para dejar espacio para el siguiente hombre.

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Cada uno de ellos experimentó la misma rutina, y cada vez, ese peso invisible se
volvía más pesado. Para cuando la ceremonia terminó, Andra apenas podía estar de
pie. El sudor se había formado a lo largo del nacimiento del pelo y entre los pechos, y
temblaba de pies a cabeza.
—Casi hemos terminado —dijo Paul.
El último hombre llegó hasta ella. Se había mantenido pendiente en la parte
trasera de la sala todo el tiempo, observando silenciosamente, destacándose sobre el
resto. Tenía corto su cabello castaño y ojos negros vigilantes. Cuando se acercó, Andra
captó el olor apenas perceptible de un bosque durante el invierno emanando de él…
limpio y frío. Él no se quitó la camisa, lo que causó una agitación de susurros entre los
otros hombres. En lugar de eso, atravesó la tela, cortando más profundo que el resto de
los hombres, por la cantidad de sangre que derramó.
—Mi vida por la tuya —juró, rehusándose a inclinar la cabeza, sino al contrario,
mirándola directamente a los ojos mientras entregaba las palabras.
Andra tropezó bajo el peso, pero Paul la sostuvo. El hombre extendió la mano, y
el anillo que llevaba puesto estaba casi blanco. Sólo el rastro más débil de azul zafiro
formó remolinos debajo de la superficie.
Andra sintió el cuerpo de Paul tensarse alrededor del de ella. El hombre no dijo
nada, pero había un silencioso aire de desafío en su posición.
—No la entregaré, Iain —dijo Paul. Su voz era áspera, casi un gruñido feroz de
sonido.
Iain guardó silencio, pero levantó la mano de Andra y presionó un beso caliente
en su palma. Ella sintió su lengua golpear sobre la piel y rápidamente arrancó la mano
de su agarre.
En el centro de su palma había una marca roja oscura, como la que Paul había
colocado en ella antes.
—¿Cómo te atreves a poner una marca de sangre en mi dama? —demandó Paul.
Alguna necesidad primitiva, instintiva de matar se elevó de Paul, bloqueando el
enlace con su poder. Andra no comprendía la causa, pero sabía lo que significaba.
Él trató de alcanzar su espada, pero la de Iain ya estaba desenvainada. Si ella no
detenía esto, iba a terminar en derramamiento de sangre. Bastante sangre.
Andra se interpuso entre los hombres, orando porque Iain mantuviera esa
espada letal apartada de su piel.
—No va a ocurrir, muchachote —le dijo a Paul.
Le obligó a bajar la mirada hacia ella, distrayéndole de la necesidad de herir a
Iain.
Él clavó los ojos en Iain, respirando fuerte, su calor era elevado. Todavía no
estaba escuchando.

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Andra presionó las manos en el pecho de Paul, clavándole los dedos justo lo
suficiente para obligarlo a escuchar.
—Estoy cansada. Llévame de regreso a tu casa.
Eso consiguió captar su atención. Pestañeó un par de veces y le dirigió a ella una
rígida reverencia.
—Mantente lejos de mi mujer —advirtió Paul.
—Mientras sea tuya, lo haré —dijo Iain.
Andra ignoró el comentario posesivo a favor de evitar el desastre. Hablaría con
Paul más tarde sobre el hecho de que ella era su mujer, pero ahora, necesitaba sacarlo
de aquí.
—Por favor, Paul —dijo, dejando que el cansancio se reflejara en el tono—.
Necesito acostarme.
Ella tiró fuertemente de él y finalmente él comenzó a irse. Andra miró sobre el
hombro mientras salían de la sala y esos ojos negros vigilantes estaban fijos justo sobre
ella. No había calor dentro de ese hombre. Ninguno en absoluto. Si ella no hubiera
visto su sangre por ella misma, habría jurado que tenía hielo fluyendo dentro de las
venas.

CAPÍTULO 22

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Paul necesitaba asegurar su puesto, asegurarse de que Andra entendiera que no


la dejaría ir con otro hombre. No mientras él respirara.
No iba a terminar con él del mismo modo que hizo Kate.
Paul llevaba a Andra de la mano, tirando de ella por el pasillo más rápido de lo
que era cómodo para ella. Se obligó a reducir la velocidad y tener en cuenta su fatiga.
No era culpa suya que Iain fuera compatible con ella.
Podía sentir leves temblores de preocupación y cansancio cayendo en cascada
por el brazo. El Theronai dentro de él exigía que tomara medidas y la obligara a
relajarse, pero el hombre comprendió que había poco que pudiera hacer para que eso
sucediera, aparte de conseguir que Nika estuviera sana de nuevo.
—¿Qué fue todo eso? —le preguntó ella—. ¿Por qué ese tipo dejó una marca en
mi mano?
—Así él podrá encontrarte más tarde.
—¿Por qué necesitaría encontrarme?
Lo último que deseaba hacer era decirle la verdad, pero le debía por lo menos
eso.
—Una vez que nuestro tiempo juntos acabe, estarás libre para vincularte con otro
hombre, si lo deseas. Iain quiere asegurarse de que es capaz de encontrarte cuando eso
ocurra.
—¿Qué pasa si no quiero estar unida a nadie por un tiempo?
—Me gustaría ser capaz de decirte que es tu elección, pero el tiempo es
desesperado. Iain hará cualquier cosa que esté en su poder para convencerte de estar
con él —hizo una pausa, debatiéndose entre decirle o no el resto. Al final, no pudo
contenerse—. Yo también.
—Todavía nos queda algún tiempo antes de tener que pensar en eso. En este
momento, tengo suficiente a lo que hacer frente.
—Primero, necesitas descansar un poco. Estás agotada, y la ceremonia no puede
haber sido fácil para ti.
—¿Podemos salir y tomar algo de aire fresco en primer lugar? Sólo quiero
sentirme normal otra vez durante unos minutos.
—Claro. Lo que tú quieras.
Andra asintió y lo siguió a través de su habitación, para salir fuera por la puerta
corredera de cristal. Se estaba caliente, el aire era cálido y pesado con la humedad. Los
terrenos estaban muy bien cuidados, y las flores florecían cerca, haciendo que el aire
oliera dulce. No había ruidos artificiales, no había tráfico ni aviones volando por el
cielo para arruinar la soledad de su hogar.

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Paul tomó una profunda respiración y trató de transmitir una sensación de paz a
Andra a través del vínculo.
Ella se aferró a su mano y envolvió la mano libre alrededor de su muñeca, como
si le preocupara que él intentara alejarse. Él podía sentir la suave presión de sus senos
por encima del codo, sentir el rápido latido de su corazón, sutil pero firme contra la
piel.
—Esto es precioso —dijo ella—. Privado.
Nunca había disfrutado tanto como ahora, con ella.
—Siempre serás bienvenida en Dabyr. No importa lo que suceda.
—Creo que a Nika le gustará esto cuando se despierte.
No si, sino cuando. Al menos Andra no había perdido la esperanza. Eso era
bueno.
—Estoy seguro de que le gustará.
Ella se apoyó en su hombro y Paul quiso gritar de alegría. No sólo estaba
tocándolo, sino que lo buscaba para mayor comodidad. Lo necesitaba, aunque sólo
fuera un poco. No podía decepcionarla, de modo que enroscó el brazo a su alrededor y
la abrazó. La acarició el brazo y ella dejó escapar un profundo y satisfecho suspiro,
permitiendo que él palpara su sensación de satisfacción y completa armonía. Si nunca
tuviera nada más de ella, este regalo de confianza que le ofrecía siempre estaría con él
para aliviarle en sus últimos días.
—Hay una especie de paz en este lugar, ¿verdad? —preguntó ella.
—La hay. Los Gerai hacen un hermoso hogar para nosotros. Y seguro. Nada
puede dañarte aquí con tantos Centinelas alrededor.
Ella lo miró. Tenía los ojos inyectados en sangre. Era un signo seguro de que ella
había estado usando su poder, forzándose a sí misma. Él no había sentido el tirón de
energía abandonar el cuerpo, por lo que ella no debería haber estado usando mucha.
Por otra parte, su canalización era todavía demasiado nueva, por lo que sólo podría
obtener un goteo de ella.
Tal vez la confianza que ella estaba mostrándole ahora por dejarle verla débil
podría ayudar a ese cambio. Él tenía esa esperanza.
—Cuando Nika esté mejor, le permitirás quedarse aquí, ¿no? —preguntó ella.
—Por supuesto. Queremos que tanto ella como tú os quedéis.
Ella apartó la mirada entonces, pero no se retiró. Se quedó presionada contra su
cuerpo, dejándole abrazarla.
—Vendré de visita, pero no puedo vivir aquí.
—¿Por qué no?
—Necesito trabajar. No puedo permitir que más niños terminen como mis
hermanas.
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—Por eso trabajaremos juntos. Hemos recuperado a Sammy, ¿no?
Él sintió que algo se alzaba en el interior de ella, algo que la asustaba y lo había
hecho durante tanto tiempo que ni siquiera lo notaba. Trató de averiguarlo, pero ella lo
bloqueó, manteniéndolo fuera. Paul no creía ni siquiera que ella se diera cuenta de lo
que estaba haciendo. Era como si estuviera tan acostumbrada a ocultar este aspecto de
sí misma que ni siquiera tuviera que esforzarse.
—¿Estás hurgando de nuevo? —preguntó ella. Le deslizó los dedos por su pecho
jugando con el cuello de su camisa.
—Tal vez un poco.
—¿Viste algo interesante?
—Siempre. Todo sobre ti me intriga.
La sintió suavizarse un poco contra él, reclinarse un poco más fuerte, confiando
en él para mantener el equilibrio. Paul cerró los ojos y se deleitó con su confianza, por
pequeña que fuera.
—¿Quién es Torr? —preguntó ella—. El hombre sobre el que estaba hablando
Grace.
—Es un Theronai. Uno de nuestros más fuertes y más capaces luchadores.
—¿Qué pasa con él?
El pecho de Paul se apretó con dolor.
—Fue herido la noche en la que encontramos a Grace y a su hermano y los
rescatamos de los Synestryn.
Andra le dio unas palmaditas en el brazo, calmándole.
—¿Qué pasó?
—Fue envenenado por un Synestryn que nunca antes habíamos visto. Ninguno
de los Sanguinar sabe cómo sanarlo, y ha estado paralizado del cuello para abajo desde
entonces.
—Pobre hombre —dijo Andra suspirando—. Desearía que hubiera algo que
pudiéramos hacer para ayudar.
—Yo también.
—¿Por qué no quiso Grace que fueras a verlo? —preguntó ella.
Los brazos de Paul se apretaron alrededor de Andra. Ella era más valiosa de lo
que ella jamás comprendería.
—Te he encontrado. Viéndome, sólo le hará la situación más difícil para él.
—¿Por qué?
—Debido a que está atrapado. No puede salir y buscar a una mujer como tú para
sí mismo. A menos que los Sanguinar encuentren una manera de curarlo, estará

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encerrado aquí, dependiente del cuidado de los demás hasta que muera. Es un hombre
orgulloso. Eso debe ser una especie de infierno en vida.
—Tal vez los Sanguinar averiguarán como ayudarlo al igual que con Nika.
—Tal vez.
La esperanza era una idea muy poderosa, pero era malditamente escasa ahora
mismo.
Ella se dio la vuelta en sus brazos hasta que estuvo frente a él.
—No crees que puedan ayudarlo, ¿verdad?
Paul suspiró.
—Le han estado tratando durante semanas sin éxito. Incluso con todas las
donaciones de sangre que han estado recibiendo, simplemente no son suficientemente
poderosos para remediarlo todo.
—Una vez que se encarguen de Nika, daré mi sangre a Tynan para él.
Era tan generosa, tan fuerte y bella. No podía dejar de amarla.
Paul no estaba seguro que ella pudiera soportar ninguna sincera confesión ahora
mismo, así que mantuvo los sentimientos para sí mismo. Si ella se molestaba en mirar,
vería cómo se sentía por ella.
Él la tomó de la mejilla, deleitándose con la suavidad de su piel.
—Eso estaría bien. Gracias.
—Es lo menos que puedo hacer.
Paul la vio mover los labios y deseó como el infierno estar besándola.
—Tu trabajo es peligroso —dijo ella. Deslizó los dedos por su cabello y tiró de su
cabeza hacia abajo acercándola a la suya—. Si algo… malo te ocurriera alguna vez, me
gustaría que alguien me avisara para que pudiera regresar y ayudarte a ti también.
Ella ya estaba hablando de marcharse como si se tratara de una conclusión
inevitable. Ni siquiera estaba pensando en quedarse.
«Oblígala a quedarse… Átala a ti».
Era la orden de Joseph y exactamente lo que Paul quería. El quería atarla a él con
tanta fuerza que no sería capaz de decir dónde empezaba uno y acababa otro.
Pero ¿y lo que ella quería?
«Haz que ella lo desee».
Él podría hacerlo. Simplemente no estaba seguro de que debiera. Su pueblo la
necesitaba, pero no tenía derecho a obligarla a hacer nada. ¿Lo tenía?
Paul cerró los ojos para bloquear la vista de ella. Era demasiado tentadora para
los sentidos. Incluso con los ojos cerrados aún podía oler su piel, calentada por el aire

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de la noche. Su propio cuerpo ardió en respuesta y sintió un fino cordón de sudor a lo
largo de la frente.
Nunca haría nada para lastimarla. Ni siquiera por sus hermanos. Pero ¿cuál era el
perjuicio en usar las habilidades para convencerla de que debía quedarse? Nika estaría
aquí, así que podría estar cerca de su hermana. Estaría más segura aquí que volviendo
a Omaha. Él tenía un montón de dinero a su disposición, por lo que podría darle cosas
materiales, también. No es que eso pareciera ser importante para ella, pero podría
disfrutar de ellas. Estaría rodeada de amigos, siempre preocupados por ella. Siempre
querida.
—¿Paul? ¿Estás bien?
Parecía preocupada, pero Paul no se atrevió a hablar. Esta decisión era muy
importante y él estaba sobrevolando el límite.
Sus dedos se fijaron sobre la mandíbula. No se había afeitado hoy y,
probablemente, estaba arañándola la piel con la barba. A ella no pareció importarle.
Se preguntó si le importaría que la barba raspara contra sus pechos y vientre,
mientras la besaba. Tal vez, el interior de sus muslos.
Ella se estremeció en sus brazos y dejó escapar un pequeño gemido de excitación.
Entonces, él se dio cuenta de que ella se había deslizado en sus pensamientos,
tratando de averiguar lo que estaba mal cuando él no le contestó. Había visto las
imágenes que le bailaban en la cabeza, imágenes de ella colocada desnuda delante de
él, excitada y con la boca sonrosada.
Paul se quedó tan quieto como un Centinela de piedra. Si él la sobresaltaba lo
más mínimo, podría correr en otra dirección. La quería demasiado, y de una manera
que ella apenas podía empezar a entender, basada en su educación humana.
Ella acurrucó sus caderas contra él y estaba seguro de que era capaz de sentir lo
que estaba provocándole. Cómo de duro estaba por ella.
—No estoy corriendo —le dijo ella.
—Deberías.
—Tal vez. Pero no lo hago. Al menos no todavía.
Ella lo besó en la comisura de la boca y Paul tuvo que resistirse a tomar el control
y besarla como realmente quería.
—¿Y si es ahora o nunca? ¿Qué pasa si no te dejo ir? —preguntó él.
Ella soltó una dulce y femenina risa.
—Supongo que tendremos que ver cómo funciona para ti. Por ahora, soy tuya —
pasó las manos por su espalda hasta que estuvo ahuecándole el culo—. Y tú eres mío.
—Sí, lo soy.
Levantó su rostro y la besó, tratando de decirle sin palabras lo mucho que
significaba para él y su pueblo. Lo preciosa que era. Lo mucho que la amaba.
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El anillo zumbaba felizmente, calentándole el dedo.
Andra se fundió en él, y abrió la boca bajo la suya. Su pequeña lengua malvada
bailando con la suya envió una descarga de placer por la columna vertebral. Él gimió
en su boca y la inclinó la cabeza, así podría besarla más profundamente.
Toda la lujuria que Tynan había sembrado en él como una broma volvió
bramando a la vida. Sentía la sangre como si estuviera en llamas y el corazón le latía
con tanta fuerza que estaba seguro de que podrían oírlo hasta el final del comedor.
Paul trató de mantener el control, pero era un esfuerzo inútil, una batalla perdida
incluso antes de que comenzara. La levantó y la llevó al interior del dormitorio antes
de que perdiera la cabeza y la tomara ahí fuera, donde cualquiera podría pasar. Por
ahora, ella era suya y sólo suya, y él no quería que nadie más la viera desnuda.
Y ella definitivamente iba a estar desnuda tan pronto como pudiera
ingeniárselas.
Andra apartó bruscamente la boca de la de él, justamente cuando él abría la
puerta hacia el dormitorio.
—Aquí no. Grace nos oirá.
—No me importa.
—A mí sí.
—Entonces, bloquea el sonido. Levanta una barrera para evitar que salga de la
habitación.
—¿Puedo hacer eso?
Paul no quería hablar o enseñarle nada ahora. Quería tomarla y hacerla correrse
tan duro y tantas veces que nunca fuera capaz de vivir sin él.
—Sí —dijo entre dientes.
Paul la dejó en la cama y sintió un tirón de poder abandonándole el cuerpo. El
aire alrededor de ellos cambió y los oídos se taponaron cuando ella colocó la barrera en
su lugar.
Él la empujó sobre el colchón y la cubrió con el cuerpo de manera que no pudiera
escapar. Una oscura sonrisa tiró de su boca.
—Ahora puedes ser tan chillona como quieras.
—¿Crees que puedes hacerme gritar?
Era un desafío. Uno que Paul estaba más que dispuesto a aceptar.
Las acciones hablaban más que mil palabras, así que en lugar de responderle,
simplemente ató toda la abrasadora lujuria retorciéndose dentro de él y la empujó a
través del enlace. El conducto de conexión tembló ante la fuerza de la necesidad por
ella.
Lo mismo le hizo a Andra.

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Ella se arqueó sobre la cama y aspiró un jadeante aliento. Sus ojos se ampliaron
en estado de shock y sus uñas se clavaron en los resistentes brazos lo suficiente como
para dejar marcas.
—Oh. Dios. Mío —su voz era áspera por la insatisfecha lujuria, pero no por
mucho tiempo.
Paul no podía apartar los ojos de ella. Le encantaba verla así, casi indefensa en su
necesidad, sabiendo que era el único hombre que podría aliviarla y darle lo que ella
quería.
—Nadie más puede hacerte sentir así —le gruñó—. Sólo yo.
—No te detengas. Por favor.
Paul montó a horcajadas sobre sus caderas y deslizó los dedos bajo el dobladillo
de su camisa, rozando con los nudillos a través de su estómago. Ella era suave, flexible,
y él nunca tendría suficiente de tocarla, ni aunque viviera para siempre.
—¿Te gusta esto?
Su quedo gemido fue la única respuesta.
—Quédate quieta y te daré lo que quieres.
Ella le miró interrogándolo. Sus azules ojos estaban oscurecidos por el deseo. Su
boca ya estaba inflamada por los besos. Para cuando él hubiera acabado, lo estaría
mucho más.
Andra trató de alcanzarlo, pero él capturó su mano y la colocó sobre la almohada
al lado de su cabeza.
—No te muevas o me detendré.
Ella asintió comprensiva y Paul deslizó otra ola de lujuria a través del enlace.
Fluyó más fácil esta vez, apenas llevándole algún esfuerzo para hacerla jadear y
retorcerse debajo de él.
Magnífica.
Paul se desabrochó el cinturón de cuero de la espada y lo apoyó contra la mesita
de noche para que aún estuviera fácilmente al alcance. Ahora que estaba fuera de su
camino, podría moverse con más facilidad sin temor a arañarla. Se deslizó por sus
piernas lo bastante como para poderla desabrochar los vaqueros. Bajó la cremallera y
apartó la tela vaquera. Sus delicadas bragas rosa hicieron que el estómago se le
apretase con deseo. Andra gimió como si lo sintiera, también. Tal vez lo hizo. Ella no le
estaba bloqueando. Estaba abierta y receptiva con él, absorbiendo todo lo que él le
daba.
Ella estiró el brazo para agarrarlo, pero Paul dijo:
—No, no. No he terminado todavía.
Su brazo cayó al lado, pero apretó el puño con frustración. Sus ojos le avisaron
del desquite, pero a él no le importó. Apenas podía esperar para ver lo que se le

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ocurriría. Paul se inclinó y sopló una bocanada de aire sobre su ombligo. Andra
suspiró y su estómago se tensó, mostrando los músculos de sus abdominales. Tan
bonita. Los dedos apenas rozaron su piel, sólo agitando el fino vello.
Ella se estremeció y la respiración se la aceleró. Un caluroso sofoco se extendió
por su cuerpo, Paul tenía que desnudarla completamente y ver exactamente lo lejos
que llegaba.
Se tomó su tiempo desnudándola, besando cada nuevo parche de piel mientras
era revelado. Para cuando hubo acabado, los dos estaban sudando y temblando de
excitación. Él podía oler el aroma de su necesidad y sólo sirvió para aumentar el suyo.
No estaba seguro de cuánto más podría soportar. Tanto como había querido
provocarla, yendo tan lentamente, se había hecho lo mismo a él. Disfrutó de cada beso,
cada golpe de la lengua sobre su piel, pero no era suficiente. Ni mucho menos. Quería
estar dentro de su dulce cuerpo tan profundamente como estaba dentro de su mente.
Llenándola hasta que no hubiera espacio para ningún otro hombre, excepto él.
Se desnudó a sí mismo mientras ella le miraba.
El anillo estaba caliente con el reclamo que estaba poniendo sobre la luceria. La
conexión era todavía demasiado nueva y frágil para la cantidad de energía fluyendo
entre ellos y, sin embargo, no podía parar. Necesitaba empujarla más, atarlos más
estrechamente con su poder.
«Oblígala a quedarse».
La piel bajo la gargantilla era de un rojo brillante. Pasó el dedo a través de la
resbaladiza banda y estaba caliente e hirviendo con ricas nubes de color azul zafiro.
—Me estás matando —suspiró ella, apretando las sábanas con el puño.
Paul la cubrió con el cuerpo y separó suavemente sus muslos, de manera que
hubiera espacio suficiente para él entre ellos. Ella se arqueó, intentando unirlos, pero él
la evadió y la inmovilizó contra la cama, sujetándola allí con el peso. La erección
palpitaba con urgencia, derramando gotas de líquido contra la cara interna de su
muslo.
—Dime que lo deseas —exigió él.
Su fiera y pequeña guerrera le miró con frustración, lo cual le hizo ponerse más
duro.
—Sabes que lo hago, maldita sea.
—Ningún otro hombre alguna vez podría hacerte sentir de esta manera, hacer
que lo desees de la forma en la que yo lo hago. Lo sabes, ¿no?
Envió una imagen al interior de ella, junto con las palabras. Le mostró lo hermosa
que se había mostrado cuando se corrió alrededor de su polla, recordándole lo bien
que se sintió cuando lo hizo.
—Dios, sí. Más.

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Al final, no pudo negarle nada. Todo lo que tuviera para dar, era de ella. Así que
se deslizó en su interior, disfrutando del resbaladizo calor de su cuerpo rindiéndose al
suyo.
—Mírame.
Ella abrió los ojos, que se habían oscurecido con pasión, hasta que estuvieron del
mismo azul zafiro que la luceria. Cuando esta vez trató de alcanzarlo, él no la detuvo.
Sus dedos le rozaron la frente y las mejillas hasta que se fijaron como la luz a las
mariposas en la mandíbula. Su cuerpo se apretaba alrededor de la erección,
succionándolo en un entrecortado aliento. Al mismo tiempo, la sintió usar el vínculo
para devolver algunos de los deseos que sentía por él, igual que él había hecho con ella.
Su urgencia era más suave, menos afilada y dura que la suya, pero no menos
exigente. Dejó que lo llenara y se inflamara dentro de él, calentando todos los lugares
oscuros, que habían permanecido vacíos y fríos durante tanto tiempo. Él nunca había
sabido lo sólo que había estado hasta ahora, hasta que ella barrió con todo y lo hizo
uno.
—Ahora lo entiendo —murmuró.
—Entiendes ¿qué?
—Intimidad. Los dos juntos, así, compartir el mismo espacio. Es como una
especie de magia.
Eso le hizo sonreír.
—Así es. ¿Quieres ver otro truco?
—Mmm. Casi no puedo esperar.
No lo hizo. Bajó la boca y se ajustó perfectamente a la suya. Ella sabía a esperanza
y silenciosos deseos, y él no podía tener bastante de ella.
Deslizó la mano a lo largo de su costado, absorbiendo su calor mientras se
deslizaba dentro de su mente, dejando que se uniera totalmente con la suya. Ella no se
resistió. De hecho, lo recibió con un suspiro de entrega.
Al instante, las percepciones de Paul cambiaron hasta que pudo ver lo que ella
veía, sentir lo que ella sentía.
A través de su mente, se vio a sí mismo como se cernía sobre ella. Tenía el rostro
rígido, con el esfuerzo del autocontrol. Los músculos hinchados en el pecho y brazos,
las venas palpitando con la sangre calentada por la lujuria. La marca de vida estaba en
plena floración, de color verde brillante con el mero indicio de pequeñas hojas
brotando sólo empezando a formarse. El pelo era un desastre, pero a ella le resultaba
encantador. Tenía la piel tan caliente y sensible al tacto que ella podía sentir en el
momento que los surcos de las huellas raspaban contra su piel. Sus pechos le dolían
por el húmedo calor de la boca y el resbaladizo deslizamiento de la lengua. Las paredes
de su sexo se estiraron al aceptarlo y, sin embargo, no se había quejado.
—¡Caray! —dijo ella—. Esto es… ¡Caray!

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Así que ella estaba sintiéndolo también, lo que significaba que podía sentir que
no había nada suave en su necesidad. Le provocó para que empujara duro y profundo,
para tomarla y correrse en su interior. Su tono era alto y desesperado.
—Realmente es necesario que te muevas ahora.
Paul se movió. Se deslizó dentro y fuera de ella, dejando que el cuerpo se
moviera para complacerla en sumo grado. Se inclinó, de manera que pudiera besarla
los pechos y amar sus pezones con la lengua y dientes. Andra se apretó alrededor de él,
y ya pudo sentirla acercándose al orgasmo. Ella le respondió tan rápidamente que le
humilló. Nunca había tenido una amante tan receptiva como ella.
—No te atrevas a pensar en otra mujer ahora —le advirtió.
Los celos se apoderaron de ella, haciendo que las palabras salieran en un gruñido
feroz. Le clavó las uñas en el cuero cabelludo y envió una corriente de excitación
envolviéndose a lo largo de la columna vertebral.
A este ritmo, no iba a durar mucho, cualquiera de los dos. No es que le
importara. Ella estaba allí con él, mostrándole lo que necesitaba, y estaba más que
dispuesto a dárselo. Lo que quisiera.
La empujó hasta el borde y la mantuvo ahí suspendida, dirigiéndose más
profundamente en su interior con cada poderoso empuje de las caderas. Sabía
exactamente cuándo retirarse para mantenerla en el borde, calmándola con suaves
caricias de la mano. Finalmente, después de la tercera vez que lo hubo hecho, ella le
agarró de los hombros y usó una oleada de poder mágicamente realzado para girarlo,
hasta que ella estuvo a horcajadas sobre él.
Echó la cabeza hacia atrás con un suspiro de placer mientras se dejaba caer sobre
la erección. Tenía los pechos enrojecidos por la barba, y los pezones fruncidos y
dilatados de su boca. Las costillas se expandían con cada pesada respiración que daba,
y el sudor brillaba sobre la ruborizada piel.
Andra estabilizó sus manos en el pecho y meció las caderas. Las ramas de la
marca de vida se balanceaban en respuesta a su contacto, arqueándose hacia sus dedos
extendidos.
Paul sentía un estruendo de sensaciones cada vez que ella se unía contra él así, de
manera perfecta. Si era de ella o de él, no podía saberlo. Ya no importaba. Todas las
emociones que sentían, que compartían, ya no las podía separar. Ella lo apretó
estrechamente y ahora él era el único que estaba en el borde, apretando los dientes
para contener el orgasmo sólo un poco más.
No funcionó. Ella aceleró el ritmo y lo envió volando de cabeza al orgasmo. Paul
estuvo inmediatamente con ella. El cuerpo se tensó y dejó escapar un áspero grito de
consumación mientras la primera ola de liberación se estrelló contra él. La voz de
Andra se elevó, junto con la suya, resonando en la barrera que ella había creado en
torno a ellos dos.

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Paul la atrajo hacia sí y la besó en la boca abierta cuando se corrió en su interior.
Perdió la vista, pero a él no le importó. Tenía el tacto de ella contra el cuerpo y en la
mente, el sonido de su voz cantando en los oídos, su sabor en la lengua y su aroma en
los pulmones. Y, sin embargo, no fue suficiente para saciarle. Nunca tendría bastante
de ella.
Sus cuerpos se calmaron hasta que sólo quedaron pequeños temblores de la
culminación. Ella estaba extendida fláccidamente sobre su pecho, respirando
duramente. Paul la unió las piernas y la giró, pero no se atrevió a salir de su cuerpo.
Todavía no.
Colocó los brazos hasta que ella pareció cómoda. En el momento en que hubo
terminando, ella se alejó de él, filtrándose fuera de la mente de manera que sintió el
espacio de alguna manera vacío y oscuro.
—¿Me dejas?
—Pensé que querrías tu espacio ahora que hemos terminado —dijo ella.
Ella aún no lo entendía.
—Esta es la forma en la que se supone que será entre nosotros. No solamente
durante el sexo, para cualquiera de los dos.
—No creo que pueda tratar contigo en mi cabeza todo el tiempo. Está un poco
concurrido ahí arriba.
El comentario le hirió los sentimientos, pero él trató de no dejar que se notara.
—No lo sentí lleno de mí.
—Estás acostumbrado a todo esto.
Ella le empujó por el pecho y él lo tomó como una sutil insinuación de que quería
alejarse.
Paul no se movió. Le gustaba demasiado estar dentro de ella. De hecho,
probablemente, podría hacer otro par de rondas antes de que se agotara lo suficiente
para detenerse. Con sólo mirarla, sabiendo que el rubor de su piel lo provocó él, lo hizo
endurecer.
—Te acostumbrarás, también, si lo dejas.
—Te estoy dando casi una semana. ¿Qué más quieres?
—Toda una vida —le disparó a su vez—. Varias, en realidad.
Ella frunció el ceño, como si no hubiera entendido que decía, para luego abrir
más los ojos conmocionada cuando se dio cuenta de que él estaba hablando
literalmente. Ella aguijoneó en su mente, buscando la verdad; luego empujó
completamente y una gruesa pared se cerró de golpe entre ellos.
Mierda. La había perdido. Asustándola completamente.
—No puedes querer decir eso.

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—Puedo. Eres mía, y estoy reteniéndote —para enfatizar su propósito, movió las
caderas contra las de ella, haciéndole sentir cada centímetro de la todavía caliente y
dura polla en su interior.
Sus ojos fuertemente cerrados se agitaron y se mordió el labio para contener un
suave sonido de placer. Él lo oyó de todos modos.
—Para. Por favor. Esto es demasiado.
No era suficiente. La urgencia de poseerla estaba en su apogeo dentro de él.
Tenía que encontrar una manera de retenerla para siempre. Tres días no iban a ser
suficientes. Maldita sea, para siempre, no iba a serlo, tampoco.
«Oblígala a quedarse».
Era una orden, dada a él por su líder. Desafiarlo a él era lo mismo que traicionar
a su pueblo. Debía obligarla a quedarse.
Esa brillante y resplandeciente piscina de poder dentro de él se inflamó en
respuesta. Nunca había sido capaz de acceder a ella antes de Andra, pero ahora que
estaban conectados, podría utilizar su vínculo para recurrir a ese poder y canalizarlo a
través de ella durante cortos períodos de tiempo. Podría utilizarlo para hacer su
voluntad. Obligar a Andra a hacer lo mismo.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó con voz débil, asustada.
Paul no respondió. En cambio, llamó a su poder y sintió las hirvientes olas
alzarse para hacer cumplir sus deseos. Arrojó una densa columna hacia el vínculo.
—Paul —susurró ella—. No puedes. No puedo tomar más.
—Puedes. Lo harás.
Ese sonido no parecía suyo. Había una oscura y discordante nota en sus palabras,
como si hubiera otra voz hablando junto a él, áspera y sin armonía. Cuanto más cerca
la columna de candente energía llegaba al vínculo, más parecía como si él estuviera
tratando de canalizar una cascada a través de una pajita. Tal vez ella tenía razón. Tal
vez era demasiado.
Pero se sentía tan bien. Estaba muy cerca de algo importante, algún tipo de
avance que cambiaría su vida.
—Por favor —la voz de Andra sonaba débil y lejana.
—Relájate —dijo él con voz confusa—. Será más fácil para ti.
Las primeras gotas de energía golpearon el enlace. El poder tiró de él disparando
como un tirachinas hacia ella y de regreso a él. La sensación era increíble. Las chispas
goteaban de los dedos y se deslizaban sobre la piel de Andra, dejando un rastro de
furiosas vetas rojas.
Él podría curarla más tarde, cuando todo hubiera terminado y le perteneciera
para siempre.
—Me haces daño.

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Él hizo una pausa. Algo aquí no estaba bien. Simplemente no podía entender lo
que era.
—¡Paul! —su nombre fue un grito de dolor.
Estaba hiriendo a Andra. Matándola con su reclamo para que permaneciera a su
lado. La amaba y estaba matándola.
No podía hacerlo. Tenía que parar.
Esa colosal columna de poder cayó de nuevo dentro del resplandeciente océano
de su interior. Abrasadora agonía pasaba como un rayo a través de los miembros, pero
él apretó los dientes y lo recibió. El cuerpo enfrentando cara a cara al dolor.
—Tienes que respirar, maldita sea —oyó decir a Andra.
Ella estaba tan lejos.
Tenía los pulmones aplastados bajo una ola de presión. No había espacio para
respirar.
Entonces, su boca estuvo sobre la suya, besándolo, llenándolo con aire. Él deseó
poder verla. Era tan hermosa. Quería verla otra vez antes de morir.
—No vas a morirte a menos que sea soy quien te mate.
Otro aliento lo llenó.
Andra dio un tirón a su poder, aunque no tenía ni idea de lo que estaba haciendo
con él. Fuera lo que fuera, se sentía bien. Fresco. Limpio. Al igual que ella.
Mía.
Ese pensamiento rebotó en la cabeza tan fuerte que estaba seguro de que ella lo
habría oído. Estaba seguro de que a ella no iba a gustarle.

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CAPÍTULO 23

Andra retrocedió conmocionada ante la posesividad de él. No estaba sólo


jugando a la actitud de hombre de las cavernas. Hablaba en serio. Como él para
siempre, que para él era realmente mucho tiempo.
No tenía ni idea de por qué él querría estar junto a una persona tanto tiempo,
mucho menos alguien que había fallado tan a menudo como ella lo había hecho. Tenía
que haber sufrido algún tipo de daño cerebral en algún momento. Era la única
explicación que se le ocurrió.
La había visto por dentro. Sabía que le había fallado horriblemente a su familia
cuando el tener éxito hubiera significado todo para ella. Había visto las consecuencias
de su fracaso en cada uno de los delirios terroríficos de Nika.

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Nika se estaba muriendo porque Andra había fallado, y sin embargo Paul
todavía la deseaba. ¿No sabía que sólo terminaría consiguiendo que le mataran
también?
Estaba durmiendo ahora. Podía sentir las oleadas de descanso fluyendo de él. La
calmaba lo suficiente de la frenética necesidad de huir, para permitirle quedarse a su
lado.
Le apartó el alborotado pelo del rostro. Era un hombre tan sexy, tan guapo de
modo rudo, con lo suficiente de chico malo para hacer que las bragas estuvieran
perpetuamente húmedas. Era una fantasía andante. La gruesa erección exigente era
sólo un beneficio adicional.
Él había culminado, pero seguía estando duro. Por ella. Lo había visto con
suficiente claridad para saber la verdad. No estaba cerrando los ojos y pensando en
alguien más cuando la tocaba. La deseaba sólo a ella.
Parte de ella brillaba por el conocimiento, pero el resto se preguntaba cómo él
podía sentirse así cuando sabía cuan defectuosa era en realidad.
Tal vez no le importaba cuan cobarde fuera mientras le gustara su cuerpo. Sí, eso
era probable. Tenía perfecto sentido.
Y dolía como el infierno.
Se frotó la cara con las manos. Había estado tan confundida desde que lo había
conocido. Todo se había vuelto del revés y siempre estaba un paso por detrás,
intentando frenéticamente ponerse al día y descubrir lo que estaba pasando.
Si eso ayudaba a Nika, todo habría valido la pena. Ella continuaría su camino, y
tal vez cuando volviera a visitar a su hermana, también podría ver a Paul.
Eso estaría bien. No quería pertenecerle o atarlo, pero tampoco deseaba no volver
a verlo nunca. Podían quedar cuando las cosas no fueran tan perturbadoras y tal vez
conocerse como personas normales. O, al menos tan normales como la gente como ellos
podía ser.
Disfrutaría acostumbrándose a tener a un guerrero grande y sexy, que blandía
una espada con una erección perpetua alrededor. ¿Qué chica no lo haría?
Podría funcionar. Podrían incluso terminar tan cerca como para que estuviera
dispuesta a dar una oportunidad a esa cosa de para siempre, una vez que estuviera
segura de que él supiera que no era del tipo confiable. Cuando se deshiciera de las
ilusiones acerca de ella, estaría dispuesta a intentarlo.
Había posibilidades de que no funcionara, pero seguro que se divertirían
dándole una oportunidad.

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Madoc apoyó la mejilla contra la pared desnuda, deseando deslizarse a través
de la desvanecida pintura. Sabía que los muros de las habitaciones en Dabyr estaban
aislados contra el ruido, y no había manera de que pudiera oír el corazón de Nika
latiendo. Pero podía sentirlo. Justo al otro lado de la pared. Débil, pero constante. Aún
estaba viva.
El dolor le atormentaba el cuerpo, pero aún así, algo de la fragilidad en los
huesos se filtraba fuera mientras se apretaba tan cerca como podía para llegar a ella.
Las habitaciones contiguas a la de Paul, en la que estaba Madoc, estaban vacías.
Nadie iba a venir. Los ojos electrónicos de Nicholas no podían verle aquí. Eran
solamente él y el latido regular del corazón de Nika. Juntos, a solas.
No sabía el porqué estaba aquí. No tenía nada que hacer aquí. Necesitaba estar
fuera, luchando. Jodiendo. Expulsando algo de presión para poder seguir adelante sólo
un poco más. Sólo el tiempo suficiente para saber que ella iba a estar bien.
No debería haberle importado, pero aparentemente quedaba lo suficiente de su
alma para que lo hiciera. Ya no estaba seguro de cuanto de bueno tenía eso, pero lo
aceptó, como aceptaba el dolor latiendo a través de él con cada aliento.
Tan pronto como ella despertara, se prometió que se iría. Se iría y nunca volvería.
No estaba seguro de cuánto tiempo podría confiar en sí mismo para permanecer lejos
de ella.
Y si ella se vinculaba a uno de los hombres de aquí, estaba bastante seguro que él
sería letal. Era mejor irse antes de que eso pasara. Pero no hasta que estuviera mejor.
No hasta que estuviera a salvo.

Zach sacó a Torr fuera donde pudiera ver la puesta de sol. Ambos necesitaban
algo de aire fresco y Zach realmente necesitaba un poco de cordura. Todos sus amigos
se estaban largando. Kevin y Thomas estaban muertos, ambos en las últimas semanas.
Drake tenía a Helen ahora. Continuaban pasando cada segundo juntos, y aunque
estaba feliz por su amigo, también estaba tan celoso que le ardía el estómago.
Difícilmente podía ya mirar a Drake sin desear para sí mismo ese tipo de felicidad con
tanta fuerza que le dolía hasta los huesos.
Lexi se había ido. No podía sentirla hoy, aunque de vez en cuando, cada pocos
días, la marca de sangre comenzaba de repente a hacer su trabajo y le ponía en la pista
de su dirección. Nunca duraba lo bastante para localizarla, y cada vez que había tenido
ese pequeño picor, procedía de un lugar diferente.
Ella siempre estaba moviéndose. Siempre corriendo.
Ni siquiera sabía por qué estaba tan asustada de él. Nunca se había detenido lo
suficiente para averiguarlo.

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Zach aparcó la silla de ruedas cerca de un banco colocado al lado de la calzada.
La tierra aquí parecía un parque, césped perfectamente cortado intercalado con lechos
de flores y enormes árboles cubrían la tierra. Su nuevo jardinero jefe parecía tener un
don para su trabajo. El lugar nunca se había visto mejor.
Torr miraba fijamente hacia delante, sin molestarse en girarse hacia Zach a pesar
que aún podía mover la cabeza. El resto estaba paralizado, y ya, los fuertes músculos
que habían movido el cuerpo estaban disminuyendo y desapareciendo, dejando sólo
un indicio de lo que había sido una vez. El deterioro había sido tan rápido, que estaba
seguro que el hombre ni iba a durar mucho más tiempo.
—¿Cómo lo llevas, hombre? —preguntó Zach.
Los ojos de color ámbar de Torr brillaban de ira.
—¿Cómo crees? ¿Cuán bien lo llevarías si tu cuerpo fuera un montón inútil de
huesos y tuvieras un tubo en la polla para no mojarte?
Quería ofrecerle paz a Torr, pero él no tenía nada que perder.
—Lo siento.
—Sí, todos lo lamentamos jodidamente. Todos nosotros, excepto Joseph. Negó mi
solicitud de nuevo. —La ira vibraba en su tono, y un toque de algo más. Algo
impotente y desesperado.
—No va a dejarte morir aún. No le has dado suficiente tiempo a los Sanguinar.
—Si estuvieras sentado aquí, sabrías que eso es una mentira. Cada día en este
cuerpo es una eternidad. Es hora de abandonar.
Zach le apretó el brazo, aunque sabía que no podía sentirlo.
—No podemos renunciar a ti aún.
—Así que en su lugar, ¿me torturáis? Qué amable.
—¿Cómo te sentirías si yo estuviera ahí sentado? ¿Renunciarías a mí?
Entonces Torr giró la cabeza. Lo miró fijamente con tanta furia en los ojos que
Zach casi apartó la vista. Pero no lo hizo. Le debía a su amigo más que una barata
negación y evasión.
—Si estuvieras sentado en esta silla, te quiero lo suficiente para cortarte la
garganta y verte morir.
—No, no lo harías. Estarías por ahí buscando la cosa que te mordió. Estarías
sangrando en la boca de una sanguijuela cada dos días. Estarías luchando para salvar
mi vida.
Torr apartó la mirada y su voz se convirtió en un tono tranquilo y solemne.
—Estas equivocado, pero te perdono.
Eso sonaba como si le estuviera diciendo adiós, y Zach sintió una punzada de
preocupación.

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—No vas a morir, Torr. Vamos a solucionar esto.
—Mejor daros prisa, entonces.
—¿Por qué? ¿Por qué vas a renunciar?
—Ya lo hice. Si Joseph no me mata, yo haré el maldito trabajo.
—¿Cómo vas a hacerlo? Nadie te va a ayudar.
—Oí hablar de las mujeres que trajo Paul aquí. Grace me dijo que tenía que ir a
ayudar porque una de ellas se estaba muriendo ya que no puede comer.
Zach unió las piezas.
—De ninguna jodida manera.
—He dejado de comer. No sé por qué no pensé en ello antes. Supongo que no
estaba pensando con claridad.
—Joseph no va a permitir que eso pase.
—No le voy a dar la oportunidad. Estoy acabado. Cuatrocientos años es bastante
para cualquier hombre.
No podía dejar que su amigo renunciara así. Sabía que estaba sufriendo, pero si
sólo aguantaba un poco más, los Sanguinar averiguarían algo.
—No lo hagas. Ven conmigo a encontrar a Lexi.
Torr rió sin humor.
—Claro. ¿Por qué infiernos no? Solo átame al techo de tu coche y nos iremos de
viaje por carretera.
—Lo digo en serio. Vamos a sacarte de aquí durante un tiempo. El cambio de
escenario podría hacerte algún bien.
Torr apretó la mandíbula.
—Lo único que va a hacerme algún bien es una espada en mi corazón.
—No. Hemos empezado a encontrar a nuestras mujeres de nuevo. ¿Qué pasa si la
tuya está ahí fuera, también?
—¿Y qué si lo está? No va a hacer una diferencia ahora. No voy a vincularme a
una mujer cuando ella puede ser capaz de salvar a un hombre que pueda realmente
hacer algo bueno.
—No puedo creer que estés renunciando.
—¿No? Intenta sentarte aquí durante un tiempo y lo creerás. Estoy acabado. He
tenido una buena trayectoria. Es hora de dejarlo. Tengo que hacerlo.
—No voy a renunciar a ti aún.
—De acuerdo. Pierde tu tiempo. Simplemente no me importa.
—Lo hago. Quiero ayudarte a pasar por esto.

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Torr miró fijamente hacia la noche, pero estaba viendo otra cosa.
—Hay una cosa que puedes hacer por mí.
—No te voy a matar.
Apretó los labios con frustración.
—No. Es otra cosa.
—Nómbralo.
—No quiero que Grace me cuide más.
—¿Por qué no? ¿No te está tratando bien? Pensé que era…
—Ése es el problema. Es demasiado agradable. Demasiado inocente. No debería
tener que ver lo que me voy a hacer a mí mismo.
—Entonces no lo hagas.
—Ya he tomado mi decisión —dijo.
—Lo siento. No voy a hacer esto más fácil para ti. Por lo que a mí concierne,
Grace se queda.
La cara de Torr se ensombreció de humillación.
—No la quiero alrededor, maldita sea.
Zach estaba comenzando a sospechar que había algo más que la preocupación de
Torr por ella.
—Te gusta.
—La estoy protegiendo, como mi voto exige. Es demasiado suave para su propio
bien.
Torr sentía algo por la mujer. Estaba casi seguro. Casi.
—Me gustan suaves. Podría quitártela de las manos durante un tiempo, supongo.
Rastrear a Lexi me ha tenido tan ocupado que ha pasado bastante tiempo desde que
me acosté con alguien.
Las aletas de la nariz de Torr llamearon de ira y su voz le golpeó como un látigo.
—No la toques, joder.
Zach sonrió.
—Lo sabía. Te gusta.
—Eres un hijo de puta —gruñó—. Mejor reza para que nunca vuelva a caminar,
porque la primera cosa que haría sería patearte el culo.
Cruzó los brazos sobre el pecho y le brindó una sonrisa burlona. No había
conseguido la prueba de cordura que necesitaba, pero le había encontrado a Torr una
razón para vivir. Era lo suficientemente bueno para él.

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Andra se había ido cuando Paul despertó. Se estiró hacia ella antes de recordar
lo que había pasado. Para el momento en que la mano encontró las frías sábanas vacías,
recordó todo lo que había hecho y supo que no estaría allí.
Se levantó de la cama, se envolvió la sábana alrededor de las caderas, y la buscó.
No podía mirarla a la cara ahora mismo, no después de lo que casi había hecho, pero
tenía que saber que estaba a salvo y cerca.
Encontró a Andra en la habitación de Nika, acostada junto a ella con la espalda
hacia la puerta, acariciando el pelo blanco de Nika. Suaves palabras de consuelo salían
de ella, pero no podía oír lo que decían. Grace estaba sentada en una esquina de la
habitación, haciendo punto, ganchillo o algo en lo que participaban gran cantidad de
hilos. Tarareaba para sí misma mientras los dedos se movían tan rápidos que eran
borrosos.
Grace le miró, finalmente dándose cuenta de su presencia, y se la tensó el cuerpo
como si estuviera a punto de saltar. No sabía por qué estaba tan nerviosa cerca de él,
pero levantó la mano libre y agitó la cabeza, diciéndole que se quedara donde estaba.
Necesitaba una ducha y algo de tiempo para recomponerse y encontrar la
manera de arreglar lo que había hecho.
El disgusto le dejó un sabor amargo en la garganta que no desaparecía. Se había
duchado y vestido y no tenía ni idea de cómo acercarse a Andra con disculpas por su
error de juicio.
Ni siquiera estaba seguro de que realmente supiera lo que había intentando
hacerla. Ella sabía que le dolía, pero podría no saber el porqué.
Había estado a punto de esclavizarla. Incluso el pensamiento le hizo daño.
Un golpe en la puerta le sacó de la angustia. Terminó de ajustarse la espada
alrededor de las caderas y fue a responder.
Cain estaba allí, llenando la puerta con su corpulencia. Los ojos color verde
musgo estaban mates y enrojecidos, como si no hubiera dormido en días. El aroma del
combate se aferraba a su piel, y el polvo le cubría la ropa. Dondequiera que hubiera
estado, no había sido divertido.
—Sibyl me envió —dijo sin preámbulos.
—¿Aceptó nuestra petición?
Cain asintió, pero no parecía satisfecho.
—Dijo que te vería a primera hora de la mañana.
—¿Por qué no ahora? La noche todavía es joven.
—Acabamos de volver de cazar y estamos exhaustos. La niña necesita su
descanso.

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—¿Qué pasó?
Cain se frotó las sienes. El cansancio le pesaba en el cuerpo, tirando de él.
—Pregúntale a Angus, pero probablemente no quieras saberlo. Voy a quebrarme.
—Gracias —dijo—, Andra se sentirá aliviada de saber que todavía hay esperanza.
Cain parecía que le iba a decir algo más, pero atacó:
—No esperéis ningún milagro. Sibyl ha estado actuando de una manera un poco
extraña últimamente.
—Sibyl siempre actúa extrañamente. —Tenía perpetuamente ocho años y podía
ver el futuro. Eso era raro en cualquier escala.
—Más de lo normal, quiero decir. Sólo dale algo de espacio, ¿De acuerdo?
—La necesitamos.
Cain suspiró.
—Lo sé. Todo el mundo lo hace. Ése es el problema.
—Juraría que esto es más duro para ti que para ella.
—Es como una hija para mí —dijo.
Paul se preguntó cómo debería ser eso, tener un niño que pudiera llamar propio.
—Eso suena bien.
—Algunos días, sí.
Pero no hoy, al parecer.
Cain se apartó del marco de la puerta.
—Me voy a dormir. Te veré mañana sobre las ocho de la mañana, ¿De acuerdo?
—Allí estaremos.

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CAPÍTULO 24

Gilda no podía dejar de temblar. Cada gramo de fuerza le había sido arrancado
cuando abrió ese portal. Ni siquiera podía sostenerse mientras Angus la llevaba de
vuelta en brazos a sus habitaciones. No era como si él necesitara ayuda. Los brazos
eran fuertes y sólidos, rodeándola, sosteniéndola tan fácilmente contra el pecho como
si no hubiera pasado las últimas horas luchando sin parar.
La marcha era un poco inestable debido a la herida que tenía en el muslo
izquierdo. No hacía peligrar su vida, pero la necesidad de repararla era casi
abrumadora.
—Más tarde —le dijo, conociendo sus pensamientos—. Estaré bien dentro de
unas pocas horas. Necesitas descansar.
La idea de dormir hizo que un grito le burbujeara en la garganta. Cada vez que
cerraba los ojos veía esa… abominación. Todavía no estaba segura si era real o si se lo
había imaginado.
—Era real —gruñó Angus. Apretó los brazos un poco a su alrededor como si
intentara protegerla de eso incluso ahora.
—Necesito lavarme.

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—Un baño puede esperar. Necesitas descansar.
Todavía podía oler el hedor de esa cosa ardiendo, oír los gritos que escapaban de
los pequeños pulmones.
Dios, ¿Qué había hecho? Eso era sólo un niño.
—No era un niño, era un demonio. Intentó asesinar a Sibyl. Hicimos lo que
teníamos que hacer.
—Parecía tan… humano. ¿Cómo era posible? —Gilda tragó saliva, intentando
evitar las lágrimas.
Había matado a un niño está noche. Y mañana, iba a tener que buscar más y
matarlos, también.
—No pienses en eso ahora. Más tarde, después de que hayas descansado, verás
las cosas más claramente.
Se acercaron a sus habitaciones y la puerta se abrió para Angus. Asintió hacia la
recámara de enfrente de la habitación, un silencioso agradecimiento para Nicholas,
quien era sin duda el que estaba al otro lado.
—Nada de esto tiene sentido —le dijo a su marido mientras la dejaba en la cama.
—Por supuesto que no. Estamos todos demasiado cansados para darle algún
sentido. Déjalo esta noche. Mañana averiguaremos lo que hay que hacer.
—Necesito un baño. —Sonaba desesperada, pero tenía que lavarse el pelo para
quitarse el olor de la carne ardiendo de esos niños.
—De acuerdo, amor. Prepararé uno para ti. No te muevas.
Gilda no podía soportar su peso lo suficiente para quedarse erguida. Se
desplomó sobre las almohadas y sintió las lágrimas deslizándose por las sienes,
empapando las mantas. Le picaban los ojos y sabía que probablemente estaban
inyectados en sangre por la cantidad de poder que había canalizado esa noche.
Al menos Angus no sabría que había llorado. Le amaba demasiado para hacerle
sufrir por sus lágrimas.
La caída del agua chapoteando en la bañera la llenó de tranquilidad y la ayudó a
bloquear los ecos de esos pequeños gritando.
No podría hacerlo de nuevo. Nunca. Había perdido demasiados de sus propios
bebes durante siglos para tomar los de alguna otra madre. Ni siquiera ella era tan cruel.
Los Synestryn habían ganado finalmente. Habían encontrado una manera de
proteger su progenie de los Centinelas dándoles caras humanas.
Si no lo hubiera visto por sí misma, nunca lo hubiera creído.
—El baño está listo —dijo Angus.

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El fuerte cuerpo estaba delineado por la luz del cuarto de baño. Incluso después
de todos esos siglos, seguía siendo tan fuerte y firme como lo había sido desde que lo
había conocido.
Todavía no entendía el porqué la quería. Había hecho tantas cosas horribles. Esa
noche sólo era una más.
—Basta ya —dijo Angus con el tono que usaba para ordenar a los Theronai—.
Hemos hecho lo correcto esta noche. No voy a tenerte matándote de culpa.
A pesar del tono duro, los dedos eran gentiles cuando la desabrochó la fila de
botones de la parte delantera del vestido. Tendría que quemar la seda gris. Nunca sería
capaz de ponérselo de nuevo sin pensar en lo que había hecho esa noche vistiéndolo.
Angus la desnudó, después hizo lo mismo consigo. El delgado cuerpo estaba
acordonado de músculos, e incluso a pesar que tenía más pelo gris ahora, más
cicatrices, todavía era hermoso para ella.
La recogió de nuevo y se dirigió hacia el baño.
—Así es —susurró—. Piensa en cosas buenas ahora. Estamos juntos. Nos
amamos. Estamos a salvo, sanos y rodeados de amigos.
—¿Cómo puedes hacer eso? ¿Cómo puedes siempre ver el lado bueno de las
cosas?
Él los puso a ambos en la gran bañera, sosteniendo el débil cuerpo para que no se
deslizara bajo el agua.
—Porque te tengo a ti. Todo el resto del mundo puede desmoronarse y mientras
te tenga, me consideraría afortunado.
Era demasiado bueno para ella, pero siempre lo había sabido. Era sólo uno de sus
muchos secretos.
Tal vez era el momento de hablarle de su traición. Si alguien era capaz de
perdonarla, ese era Angus.
Sí.
Ese era el problema. Sin él, estaría perdida. Tan egoísta como era, no podía correr
ese riesgo. Le necesitaba demasiado. Había ahuyentado a todos los demás que quería.
Gilda reforzó la puerta de esa parte secreta de la mente, asegurándose que estaba
fuertemente cerrada y atrancada para que él nunca la viera, ni siquiera sospechara lo
que había allí. Haría cualquier cosa para retroceder en lo que había hecho, pero era
demasiado tarde para eso. Iba a tener que vivir con ello, un error más que añadir a la
lista de imperdonables que había cometido. Había tantos, deseaba perder la cuenta,
pero nunca lo hacía. Recordaba cada uno de ellos.

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— Buenas noticias —dijo Paul desde la puerta—. Sibyl ha accedido a verte.
Andra cerró los ojos y dio una breve oración de agradecimiento. Besó la cabeza
de Nika y se levantó de la cama.
Paul estaba sin camisa, y la vista de todas esas crestas masculinas le hacía latir el
corazón. No importaba que lo hubiera tenido sólo hacía unas pocas horas. Quería más.
Probablemente siempre lo haría.
—¿Crees que ella puede ayudar? —preguntó.
—Es posible.
Grace había estado tejiendo en la esquina de la habitación durante horas, pero las
agujas se detuvieron entonces. Mantuvo la mirada baja cuando habló.
—He oído hablar de algunas de las cosas que Sibyl sabe. Es increíble, mi señora.
Estoy segura que será capaz de ayudar a Nika.
Andra quería abrazar a Grace por ser tan dulce. Podría ser tímida y vergonzosa,
pero no dejaba que eso le impidiera confortar a otra persona.
—Gracias, Grace.
Ella se sonrojó y las agujas comenzaron a moverse de nuevo, aunque no tan
suavemente como antes.
—Vamos a dar un paseo —dijo Paul, con evidentes ganas de hablar con ella—.
Grace puede controlar el fuerte, ¿verdad?
—Sí, señor.
Andra asintió y le siguió afuera. El amanecer estaba justo comenzando a hacer el
más mínimo resplandor en el horizonte este. El resto del cielo estaba lleno de estrellas.
Paul estaba extrañamente tranquilo, casi sombrío. Y no la tocaba, no era él en
absoluto.
—¿Pasa algo? —preguntó ella.
Parecía que él no quería hablar. La mandíbula estaba apretada, pero finalmente
abandonó la lucha.
—Sí. No debería hacer hecho lo que te hice la pasada noche. Es imperdonable.
Andra frunció el ceño, completamente perdida. Incluso trató de mirar en su
mente para averiguar lo que quería decir, pero todo lo que se encontraba era un muro
sólido. No iba a dejarla pasar y eso la hacía sentir… Sola. Se había acostumbrado a
compartir los pensamientos con él y se dio cuenta de lo mucho que iba a perder cuando
se fuera.
—¿No deberíamos haber tenido sexo?
—No. Por supuesto que no es eso. Estoy hablando de lo que sucedió después.
Cuando le hizo daño.

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—Olvídalo —dijo—. Yo lo he hecho.
—¿Cómo puedes decir eso? Traté de quitarte el libre albedrío la pasada noche.
Intenté esclavizarte.
—Y dolió como el infierno, así que no lo intentes otra vez o tendré que patearte el
culo.
La atrajo y la hizo detenerse bajo un enorme arce. La sensación de su mano sobre
el brazo la calentó. Le gustaba demasiado la manera en que la tocaba para su propio
bien.
—Todavía no lo entiendes, ¿verdad? —dijo—. Te violé. Intenté hacerte la misma
cosa por la que mato a otros por hacerlo.
Realmente estaba dándole más importancia de la que tenía.
—Escucha, sé que no lo harías. No eres así. No está en ti.
—¿Cómo lo sabes?
—He estado hurgando en tu cabeza desde hace un par de días hasta ahora. Eres
un buen chico. Sólo perdiste la cabeza durante un minuto. No es gran cosa.
La boca se le quedó colgando de conmoción. Andra sonrió y le dio un rápido
beso.
Al menos, intentó que fuera rápido. En cambio, él la agarró por los brazos y se
aferró a ella, devolviéndole el beso con una desesperación tan fuerte que la sobresaltó.
Cuando finalmente la dejó volver a respirar, estaba mareada y se aferró a sus
anchos hombros.
—¿Qué fue eso?
—Por ser la mujer perfecta.
Andra resopló.
—Creo que necesitas algo más de sueño. No estás pensando bien.
Él se arrodilló a sus pies y le apretó las manos entre las suyas. Podía sentir los
callos que la espada había puesto en su piel y eran extrañamente consoladores para
ella. Era un guerrero, capaz de mantenerlas a ella y Nika seguras.
Si se quedaba.
La resolución de abandonarlo vaciló. No tenía demasiado ahí fuera esperándola.
Él tenía razón en que podría hacer su trabajo desde dondequiera que estuviera. Y él
podía ayudarla. Estaba segura de ello. Nunca dejaría a un niño solo y asustado.
Paul presionó la mano sobre la tierra y ella sintió el mismo tipo de zumbido que
había sentido antes está noche. Sólo que esta vez no le dolió. El poder fluyó a través de
ella fácilmente en un gentil goteo que le calentó la piel.
El suelo bajo ellos tembló. Paul levantó el puño hacia ella, y cuando abrió la
mano, un anillo de oro brilló contra su palma.

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—Pensé que podrías sentirte más cómoda estando conmigo a la manera de los
humanos, porque creías que eras una de ellos.
Parpadeó, insegura de que sus ojos estuvieran trabajando. Paul se puso en pie y
le deslizó el anillo de oro en la mano izquierda.
—Cásate conmigo, Andra. Quédate conmigo.
La conmoción la congeló en su lugar y le robó el aliento de los pulmones. Miró
hacia abajo, al anillo en el dedo. Le quedaba perfectamente, brillando sin una mancha o
rasguño. No tenía ni idea de cómo lo había hecho.
No tenía ni idea de porqué la quería.
—No puedo —susurró. Quería decir sí, pero no podía hacerle eso a él. O a sí
misma. Él quería una compañera, alguien que pudiera estar a su lado y luchar contra
los Synestryn, alguien con quien pudiera contar. No era esa persona. Fallaba cuando
era más importante, y no quería eso para Paul.
No podría ser lo que quería. Si lo amaba, tenía que dejarle libre para encontrara a
otra mujer que pudiera. Y lo amaba. Sabía que lo hacía porque el corazón se la rompía
y sangraba por tener que dejarle ir.
—Lo siento, Paul. No puedo.
Su expresión se endureció, escondiendo el rechazo que ella sabía que tenía que
estar sintiendo. Él abrió la boca para decir algo, pero antes de que pudiera, las sirenas
berrearon una alarma en la noche.
—Nika —Andra se dio la vuelta y corrió hacia las habitaciones de Paul, oyendo
los pasos golpeando justo detrás.
Cuando llegaron a la habitación, Grace estaba de pie en la puerta y Andra pudo
ver a Nika detrás de ella. No había sangre, ni monstruos. Estaba a salvo.
Paul alcanzó el teléfono y marcó.
—¿Qué está pasando? —preguntó Grace.
—No lo sé.
Paul colgó el teléfono y fue al armario enfrente de la puerta principal. Sacó una
pesada chaqueta de cuero y se la cerró con cremallera, sacó unas gafas de seguridad
claras del bolsillo, y se las puso también.
—El recinto ha sido violado —dijo—. Tengo que ir a ayudar a repeler el ataque.
—Voy contigo —dijo Andra.
El rostro era de piedra fría cuando la miró.
—Lo que sea. Pero no voy a esperar. —Sacó otra chaqueta de cuero del armario y
se la lanzó—. No salgas sin ponerte algo de protección.
Andra asintió y le preguntó a Grace:
—¿Puedes mantener a Nika a salvo?

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—Sí, mi señora. Voy a trasladarla a una de las habitaciones seguras.
Se deslizó la chaqueta y buscó las gafas de seguridad en el bolsillo.
—¿Necesitas ayuda?
Paul se fue y no miró atrás.
Grace sacudió la cabeza, haciendo que los rizos se balancearan.
—No. Puedo conseguir que uno de los hombres humanos me ayude a moverla.
Mejor vete. Van a necesitarte.
Asintió y corrió detrás de Paul.

CAPÍTULO 25

Andra no vio a Paul, pero encontró la lucha con demasiada facilidad. Era atroz,
un campo abierto en la parte trasera del recinto cercana al comedor. Unos aullidos
sobrenaturales se elevaban de la refriega, coincidiendo con los asquerosos golpes
sordos de acero golpeando hueso. Las espadas brillaban en la luz del alba mientras
cerca de dos docenas de hombres repelían el ataque.
El campo estaba lleno de cuerpos de Synestryn, pero más de esos monstruos se
deslizaban desde los árboles por el oeste. A algunos los había visto antes, a otros no.
Cada uno de ellos daba el suficiente miedo como para hacerla desear una cama donde
esconderse debajo. Eso y su escopeta.
Había estado en combate antes, pero nunca como éste. Había demasiados de
ellos. Docenas. Tal vez cientos. No podía decirlo con todos esos cuerpos destrozados.
No había luz exterior todavía, y aunque las luces de seguridad ayudaban, todavía
había demasiadas sombras. Demasiados lugares para que más de esas cosas se
escondieran.
El temor se la deslizó bajo la piel, por lo que estaba fría y húmeda. Se quedó en el
interior, mirándolo todo a través del cristal, intentando absorber lo suficiente para
moverse.
Tenía que hacer algo. La gente iba a morir.
En el otro extremo del campo había una mujer que ni siquiera le llegaría a Andra
al hombro. Estaba vestida con una bata de seda gris y el largo pelo oscuro le caía casi
hasta las caderas. Tenía una estructura ósea tan delicada que hizo a Andra sentirse

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como un elefante, pero no había nada débil en ella. Cuatro monstruos similares a lobos,
con una antinatural altura y musculatura, corrían hacia ella. Ella se quedó en pie con
calma, levantando la mano mientras ellos cargaban.
El primer demonio que se la aproximó salió volando hacia atrás y chocó contra
un segundo que había detrás. Ambos rodaron hacia la espesura de los árboles tan
fácilmente como si hubieran sido plantas rodantes. El siguiente en acercarse chocó
contra algún muro invisible y rebotó con un audible ruido. El tercero usó la distracción
para precipitarse detrás de la mujer y levantar las garras para golpear.
Andra trató de llamarla para advertirle, pero el aliento se le quedó en el pecho,
así que hizo lo único que podía hacer. Corrió por la puerta y cruzó el patio de
entrenamiento, esquivando hombres y monstruos en un desesperado intento por llegar
a la mujer antes de que fuera asesinada.
Sólo había hecho unos pocos metros cuando la pequeña mujer saltó tres metros
en el aire y aterrizó sobre una gruesa rama de un árbol cercano.
El monstruo que había intentado matarla rasgó el aire donde había estado hacía
un segundo, su propio impulso le envió hacia arriba de forma que aterrizó en el suelo.
Un hombre que no había visto un momento antes, salió de detrás de un montón de
monstruos muertos y cortó a la cosa desde el cráneo hasta la pelvis.
Andra patinó hasta detenerse y se dio cuenta que estaba de pie en medio de un
campo de batalla. Algo la agarró del brazo y la apartó justo cuando otro de esos lobos
aterrizó donde había estado parada una fracción de segundo antes.
—¿Qué infiernos estás haciendo? —gruñó Paul. No la miró, pero la empujó
detrás de él y retrocedió hasta el grueso tronco de un árbol cercano, la única cobertura
disponible.
—Vine a ayudar.
—Entonces ayuda, pero no te dejes matar.
—Buen plan. ¿Qué debo hacer?
Algo con más piernas de las que podía contar descendió del árbol. Paul lo vio y le
cortó la cabeza. Aquello no dejó de moverse.
Lo apuñaló con su espada y arrojó el largo cuerpo lejos de ellos.
—Acaba con algo.
De acuerdo. Podía hacer eso. Encontró el poder esperándola, sólo que esta vez
estaba hirviendo de anticipación, como si necesitara ser usado. Saltó ante su llamada y
la llenó con una especie de brillante presión. El cuerpo la vibraba con fuerza cuando
eligió su primer objetivo.
Uno de los monstruos estaba a unos pocos metros, acercándose al costado de
Morgan. Andra contrajo una ráfaga de poder en una apretada bola y la expulsó del
cuerpo hacia la cosa. La bomba sacudió la tierra y una onda de aire se movió sobre

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ellos. Cuando pudo ver de nuevo, todo lo que quedaba del monstruo era una nube de
trocitos vaporizados cayendo lentamente en la tierra.
Paul le lanzó una rápida mirada por encima del hombro.
—Quería decir fuego, pero eso también funciona. Buen trabajo.
Su alabanza la hizo sonreír, y decidió que realmente podía meterse en toda esta
cosa del combate mágico. Hacía que su escopeta pareciera una pistola de agua.
No tenía tiempo para disfrutar de la victoria. Había monstruos para matar.

Paul mantuvo a los Synestryn alejados de Andra, dándole espacio para trabajar.
La mujer tenía un don para la destrucción. Se reía mientras manejaba su poder,
convirtiendo demonio tras demonio en pilas de fango.
Angus se abrió paso cruzando el campo hasta el lateral de Paul. La Señora Gris,
Gilda, no se veía tan bien. De hecho, si no fuera por el grueso brazo de Angus en su
cintura, Paul no creía que fuera capaz de mantenerse en pie.
Él dejó a Gilda en el suelo detrás de Paul y Andra, y tomó una posición defensiva
detrás de ella.
—Gilda no puede hacer nada mas —dijo, acuchillando un demonio mientras éste
cargaba.
—Más para mí —gritó Andra. Otro grupo de sgath explotó en una nube de
sangre negra y trozos de piel.
—Acabo de ver a Logan abandonando el campo —dijo Paul—. El sol se alzará en
cualquier segundo.
Como si sus palabras hubieran convocado el amanecer, los primeros rayos
directos de luz asomaron sobre el muro. Unos diez metros frente a ellos, un Synestryn
comenzó a humear. Un breve instante más tarde, estalló en llamas y corrió hacia los
árboles.
—¡El lago! —Gritó Angus, lo suficientemente alto para ser oído sobre los sonidos
del combate—. ¡Conducidlos al lago!
Andra miró a Paul. La costaba respirar, sudaba y temblaba, y tenía los ojos de un
furioso rojo sangre.
—¿Por dónde?
Paul señaló al este.
—Al otro lado de esos árboles.
Gilda agarró el tobillo de Andra antes de que pudiera correr.
—El humo —jadeó—. Puede hacer daño a los niños humanos.

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Andra asintió.
—Me ocuparé de él.
Paul sintió el tirón del poder, pero ella se estaba debilitando. Había usado
demasiado ya y todavía era nueva en esto.
Instintivamente, ahuecó la mano izquierda en la parte trasera de su cuello,
uniendo las dos partes de la luceria. La energía pasó a lo largo del brazo y se deslizó
dentro de ella.
Una brisa se agitó alrededor de ellos, después comenzó a girar más rápido. El
humo de varios Synestryn ardiendo subió en espiral alejándose del recinto.
—¿Puedes seguir así si caminamos? —preguntó él.
Al parecer ella no le escuchó. El rostro era una máscara de concentración y tenía
el labio inferior entre los dientes.
—Llévala —dijo Angus, doblándose hacia la tierra para hacer lo mismo con Gilda
—. Tenemos que seguir a los hombres y ayudarlos.
Paul tuvo que romper el contacto con el collar, pero no había nada que hacer. La
cogió y la levantó, se dio cuenta que llevar a una mujer mientras se blandía una hoja
desnuda era un talento aprendido. Angus lo hacía sin esfuerzo, aparentaba haber
nacido para hacerlo, pero Paul estaba incómodo. Su espada se balanceaba alrededor y
estaba convencido que cortaría a uno de ellos.
El aire siguió girando en espiral alrededor de ellos mientras corrían, llevándose
consigo el hedor de los demonios ardiendo. Para cuando llegaron al lago, sólo quedaba
un puñado de Synestryn, y todos estaban ardiendo, retorciéndose en el agua en un
inútil esfuerzo para apagar las llamas de luz solar.
Cuando el último demonio se hundió bajo el agua, Paul susurró:
—De acuerdo. Puedes parar ahora.
Andra dejó escapar un largo aliento y dejó caer la cabeza contra su hombro.
—El aire es pesado —jadeó.
Paul sonrió y la besó en la sien.
—Lo hiciste genial.
—Llevad a los heridos al interior —gritó Angus.
Joseph estaba a unos metros de distancia, pero su profunda voz resonó, fácil de
escuchar.
—Los Sanguinar están estableciendo camas en el comedor. Todo hombre que no
esté herido, que venga conmigo. Vamos a ver que lograron los Synestryn.
Afortunadamente, sólo había un puñado de hombres heridos, y las heridas
parecían superficiales. Morgan tenía un desagradable corte cruzándole la ceja, pero se
enjugó la sangre y se alineó junto a Joseph.

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Paul le dijo a Andra:
—Te voy a llevar dentro para que puedas descansar durante unos minutos.
—¿Estás seguro que no me necesitas?
—Si lo hago, lo sabrás.
El teléfono de Angus sonó. Bajó a Gilda y se lo sacó de los arrugados vaqueros.
Después de un momento, la hosca cara se torció con un gruñido.
—¿Hay alguna señal de donde la llevaron?
—No —dijo Gilda, con los ojos abiertos ampliamente por la conmoción.
Angus le puso una mano en la cabeza, ofreciéndole consuelo.
—¿Va a vivir? —preguntó con la voz turbia, apenas controlada—. Haz lo que
puedas. Estamos en camino.
—¿Qué es? —preguntó Paul.
Gilda se puso de pie e intentó correr hacia el edificio. Sólo dio unos pocos pasos
antes de que las piernas debilitadas le fallaran y cayera.
Angus corrió a su lado y la ayudó a levantarse. Luchó contra él como si intentara
escapar, pero Angus la abrazó con fuerza.
—Es demasiado tarde —le dijo—. Estás demasiado débil como para hacer algo
ahora mismo.
Gilda dejó de luchar y se aferró a su marido. Los hombros se le agitaban con
silenciosos sollozos. Paul nunca la había visto llorar así antes, y algo en su interior se
rompió ante la vista. Siempre era tan fuerte y estoica, no importaba lo que la lanzaran.
Angus la acunaba en los brazos, pero su rostro era todo menos consolador.
Parecía listo para matar.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Paul.
Los ojos de Angus se cerraron por el remordimiento, y la boca se torció en un
gesto de odio a sí mismo.
—La lucha sólo era una distracción. Consiguieron lo que querían.
—¿Qué?
—Sibyl.
A Paul le llevó un momento que las palabras le penetraran.
—¿Sibyl se ha ido?
—Sí —masculló Angus—. Y no hay señal de donde se la han llevado —Creyó ver
un brillo de lágrimas en los ojos del hombre mayor—. Logan rastreó la sangre de Cain
y lo encontró medio muerto. Dijo que no había rastro de olor que seguir.
Incluso si hubiera habido uno, probablemente habría ardido al amanecer.

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—¿No ha quedado nada? ¿Le sacó Cain sangre a alguno?
—No. Ninguno.
—Tenemos que encontrarla —dijo Gilda. Su voz fue alta y desesperada contra el
hombro de Angus. Le miró y Paul pudo ver las lágrimas rodando por las suaves
mejillas—. No podemos dejarles tener a Sibyl, también.
El vago recuerdo de un rumor que Paul había oído una vez le hizo cosquillas en
la mente, pero no pudo recordar qué era.
—La encontraremos, amor —era un voto, y Paul sintió la energía saliendo de
Angus en oleadas.
—¿Cómo? —Exigió Gilda—. ¿De la misma manera que encontramos a Maura?
¿Maura? Había escuchado ese nombre cuando era un niño, pero no podía
recordar quién era.
El cuerpo de Angus se tensó como si hubiera recibido un puñetazo.
—Eso no volverá a suceder.
Al parecer Joseph había visto la conmoción y se acercó a ellos.
—¿Qué está pasando?
—Se llevaron a Sibyl durante la lucha —dijo Paul para salvar a Angus de tener
que decir las palabras de nuevo.
—Pondré a los hombres en ello en este mismo momento. La encontraremos antes
de la puesta de sol.
—No hay un rastro —dijo Angus.
—¿Quién lo dice? —exigió Joseph.
—Logan.
A Joseph se le transformó la cara, drenada de toda esperanza. Los hombros se
hundieron un poco más, y Paul volvió a preguntarse cuánto tiempo más lograría
mantenerse como líder de su pueblo.
Andra había estado mirando silenciosamente el intercambio, manteniéndose
enfocada en Gilda y Angus. Empujó a Paul, indicando que quería sostenerse por sí
misma. A regañadientes, la bajó, pero mantuvo el cuerpo apretado contra el de ella.
Se acercó y puso la mano contra el hombro de Gilda. La voz era suave, pero llena
de confianza.
—Puedo encontrar a tu hija —le dijo.
—¿Hija? Sibyl no es su hija —dijo Paul.
Nadie le prestó atención. Todos los ojos estaban sobre Andra. Especialmente los
de Gilda.
—¿Cómo?

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Andra se encogió de hombros.
—Encontrar a los perdidos es lo que hago.
Gilda se apartó de Angus y tomó la mano de Andra en un agarre delicado. Las
lágrimas rodaban por su rostro.
—No puedo perderla también —susurró—. Por favor encuentra a mi bebé.
Tráemela de vuelta.
Andra cerró los ojos como si intentara bloquear la mirada de angustia de la cara
de Gilda. Paul podía sentirla luchando contra sí misma, el corazón y la mente en guerra
el uno con el otro. Finalmente, exhaló un profundo aliento resignado.
—Lo prometo.

Andra se desplomó contra el suelo, impotente bajo el peso de la promesa a una


madre afligida.
—No deberías haber hecho eso —dijo Paul. Se arrodilló a su lado, pasándole las
manos por la cara y brazos como si estuviera asustado de que se hubiese hecho daño.
—¿Qué otra cosa podía hacer? Siempre he sido una tonta ante un padre afligido.
Uno pensaría que a estas alturas habría aprendido la lección. —Se recompuso y reunió
las pocas fuerzas que le quedaban—. De todas maneras, si Sibyl puede ayudar a Nika,
entonces también la necesito de vuelta.
—Gracias —dijo Angus—. Por todo lo que seas capaz de hacer.
—Necesito ir a ver de dónde se la llevaron. Cuanto más tiempo espere para hacer
esto, más difícil será.
—¿El qué?
Ondeó una mano hacia él. Todavía no estaba cómoda hablando sobre su talento.
—¿Puedes mostrarme donde está su habitación?
—Necesitas descansar primero.
—No hay tiempo. Sin embargo, no le diría que no a una gran taza de café.
Angus dijo:
—No hay otra manera. Paul, tú puedes extraer fuerza de la tierra y alimentarla.
No es seguro hacerlo demasiado, pero esto la mantendrá durante un tiempo más.
—Hazlo —dijo Andra.
Paul la miró como si fuera a discutir, pero luego asintió con la cabeza.
—Como desees, mi señora.

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CAPÍTULO 26

Paul llevó a Andra a la habitación de Sibyl y permaneció de pie sin estorbar en


la esquina mientras ella miraba a su alrededor. Nada había sido movido desde que
habían descubierto que Sibyl se había ido, y la habitación estaba en perfecto estado, con
todo en su lugar. Incluso las fruncidas y rizadas cortinas permanecían inalterables por
delante de la ventana abierta. El único signo de que un niño había estado en esa
habitación era el arrugado cobertor rosa que estaba medio fuera de la ventana. Al
parecer, Sibyl había sido arrancada de debajo de las mantas mientras dormía.
El segundo dormitorio en la suite de Sibyl, en la que su guardaespaldas, Cain,
dormía, era una historia diferente. Aquella habitación era un desastre total. Los
muebles se habían roto donde Cain o los Synestryn con los que se había topado habían
luchado. La sangre roja salpicaba a través de las paredes y la alfombra, pero no se
encontró ninguna aceitosa sangre negra. El Sanguinar todavía no estaba seguro si Cain
iba a vivir o no.
Paul rezó para que no lo perdieran. De todos los hombres de aquí, era el único
que mejor se había resistido al paso del tiempo. Tal vez ése era su papel como protector
de una niña que había mantenido su alma joven y su marca de vida fuerte y sana. Si
era así, ¿Entonces qué iba a pasarle ahora que había fallado en ese papel?
Quizás sería mejor si moría. Al menos entonces no tendría que sufrir con la culpa
de saber que le había fallado a Sibyl.
Paul suspiró. Ahora mismo había demasiado peligro en su mundo. Todos ellos
necesitaban de Andra para encontrar y traer de vuelta al único niño que quedaba.
Andra se deslizó por la habitación, recogiendo objetos arbitrariamente aquí y allí.
Recogió la muñeca favorita de Sibyl, que se había caído al suelo cerca de la cama. Los
cristalinos ojos negros contemplándola. Ella acarició los rizos de la muñeca y Paul
estuvo seguro de que había visto el brillo de lágrimas en los ojos de Andra justo un
momento antes de que los apartara con un parpadeo.
Paul ansiaba acercase y consolarla, pero no se atrevía a interferir. Había que dar
con Sibyl.

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—¿Cómo lo sabes? —le preguntó a ella.
—¿Saber qué?
—Que Sibyl era hija de Gilda.
—He visto esa mirada antes tantas veces como para equivocarme en algo así. No
hay otra mirada tan desvalida y desesperada como la de un padre que ha perdido a su
hijo.
Eso tenía sentido, pero también hacía que Paul se preguntara por qué él no había
sabido quién era realmente Sibyl. ¿Por qué no había sido de público conocimiento?
—Realmente desearía que me dejaras sola por un momento —le dijo.
—Lo siento. Eso no va a suceder. —No se alejaría de ella ni aunque le hubiese
puesto una espada en el cuello. Le necesitaba, quisiese admitirlo o no.
Andra suspiró.
—¿No vas a reírte de mí?
Hubo un destello de inseguridad cruzando su cara que sorprendió a Paul.
Siempre la había visto confiada, y esa pequeña muestra de incertidumbre hacía que
deseara poder atraerla a los brazos y consolarla.
—Nunca. ¿Cómo podría cuando estás aquí para ayudarme?
—Tengo que imaginar que soy ella. Dormir en su cama. Revivir lo que vio esta
noche. Parece algo estúpido de hacer, pero funciona. —Tragó con dificultad, y la única
señal de miedo fue el delicado temblor de los dedos alrededor de la muñeca.
Así que, no sólo se le daba bien encontrar niños perdidos. Tenía un don, uno que
abundaba en magia, si lo que estaba diciendo era verdad. Paul hizo una nota mental
para transmitir esa información. Aquello podría ayudar a otros hombres a encontrar a
más mujeres como ella.
—¿Cómo funciona esto? —la preguntó.
—Conecto con ellos. Me pongo en el lugar donde comienza su terror y sigo ese
miedo.
Paul conocía a Sibyl de toda la vida y nunca la había visto asustada. No era igual
que los niños normales. No había envejecido un día en varios cientos de años y podía
ver el futuro.
—¿Qué pasa si no tienen miedo? —preguntó.
Andra levantó ligeramente un hombro.
—¿Cómo podía un niño no sentir miedo cuando lo sacan a la fuerza de su casa?
Ella no es realmente un niño, pensó, pero no expresó su preocupación. Ahora
mismo ella necesitaba de su confianza.
—Supongo que eso es verdad. Tendrás que intentarlo.

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Andra asintió y se sentó en el borde de la cama.
—¿Sabes qué llevaba puesto la pasada noche?
—No exactamente, pero siempre le gustaron las cosas con volantes. Todos los
tonos pastel con pequeños encajes en el cuello.
—Y ésta es su muñeca. ¿Durmió con ella?
—Probablemente. Siempre está con ella.
Andra se tendió en la cama y se cubrió con las mantas. Abrazó la muñeca contra
el pecho y cerró los ojos.
—Dame algo de tiempo en silencio, ¿vale?
Paul se recostó contra la puerta y que quedó mirándola. Amaba mirarla. Era
hermosa. Tan preciosa. Las infantiles cosas colocadas en la habitación mantenían bajo
control la siempre presente lujuria, pero eso hacía poco para detener el encogimiento
que se le formaba en el pecho al contemplarla.
La amaba tanto. Tenía que encontrar un modo de convencerla de que se quedara
aquí y estuviese con él. Había rechazado su oferta, pero todavía no se había quitado el
anillo que le había dado. La banda de oro brillaba alrededor de su dedo, dándole un
profundo sentido de satisfacción. No le asombraba que a tantos hombres humanos les
gustara adornar a sus mujeres de aquella manera, diciéndoles a los demás que ellas ya
estaban reclamadas.
Si sólo aceptase llevarlo por siempre en vez de rechazarlo. No es que la culpara.
Después de lo que había intentado hacer la pasada noche, era una maravilla que no le
hubiese devuelto el anillo, o se lo hiciera tragar.
Los minutos pasaban y permaneció en silencio, sin atreverse a moverse por
miedo de arruinar su concentración. Al cabo de un rato, se preguntó si simplemente se
habría dormido. Sabía lo cansada que estaba, cuan pulverizada debía sentirse después
de la batalla.
Estaba a punto de ir a ella cuando vio que su cuerpo se ponía rígido. La
respiración se hizo más rápida y apretó con más fuerza la muñeca. Ya había cruzado la
mitad de la habitación antes de que se detuviera. ¿Qué si eso era lo que se suponía
debía pasar?
—La veo —dijo Andra en una voz que sonaba débil y distante—. La tienen los
monstruos.
—¿Qué tipo de monstruos? —preguntó antes de poder detenerse.
No respondió a su pregunta, pero no estaba seguro si era porque no le había oído
o porque no sabía cómo responder. No había sido criada como los de su clase y quizás
no supiera los varios tipos de Synestryn.
—Está viva. Sedienta. No está asustada. ¿Cómo puede no estar asustada? —El
tono de Andra estaba lleno de curiosidad antes de volverse aterrado—. ¡Oh, dios! Me
ven. Me conocen.

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Paul sintió el pánico cerrándole la garganta, haciéndole difícil el respirar. Ella
había hecho algún tipo de conexión con los Synestryn, y eso podía no ser una buena
cosa.
Se arrodilló al lado de Andra y la sacudió.
—Vuelve, cariño —la urgió. Atrajo el desmadejado cuerpo entre los brazos y la
sacudió, esperando sacarla del trance o sueño en el que estaba—. Despierta.
—¿Cómo pueden conocerme? —jadeó y su cuerpo se tensó—. Quieren mi sangre.
La sangre de mi familia. Han conseguido la de Tori y la de Nika y ahora quieren la
mía.
—¡Despierta! —Le gritó Paul, y forzó un aguijón de poder en las palabras,
obligándola a obedecer.
Los ojos de Andra se abrieron y el miedo ahuyentó el color de su rostro.
Tiró de ella más cerca y la acunó el cuerpo como si fuera un niño.
—Ahora estás bien —susurró—. Vas a estar bien.
—No. No lo estoy —dijo—. No puedo hacerlo.
—¿Por qué no? ¿Qué ocurre?
—Los monstruos han llevado a Sibyl al mismo lugar donde mataron a mi
hermana pequeña.
—¿Estás segura?
—Sí. Yo… Sentí que ella había estado allí. —Sacudió la cabeza como si intentara
buscarle sentido a eso.
—He estado buscando durante años para encontrar su cuerpo y poder enterrarla
al lado de mamá. Incluso aunque puedo sentirlo, nunca había sido capaz de encontrar
ese lugar, no importa cuánto lo haya intentado. Está muy bien oculto. —Clavó los
dedos en su espalda y le susurró contra el cuello—: Ya he fracasado, Paul. Llevaron a
Sibyl al lugar donde estaba Tori, y nunca seré capaz de encontrarla.

Andra respiró profundamente varias veces, intentando calmarse lo suficiente


para pensar. El peso del fracaso la doblegaba, hundiendo toda esperanza.
—Estoy seguro que eso no es verdad —dijo. Las enormes manos estaban
acariciándole la espalda, intentando borrar algo de la tensión—. Encontraremos juntos
a Sibyl.
Incluso si sabía dónde ir, ¿Cómo podría llegar allí? ¿Cómo podría enfrentarse al
lugar sabiendo que ya había dejado que mataran a Tori?
—¿Y si no podemos?

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Podía sentir la fuerza de su juramento a Gilda tirando de ella, exigiéndole que lo
intentara otra vez. El lugar que había visto era tan oscuro y tan lleno de maldad que no
quería volver. No quería enfrentar a lo que le había sucedido a Tori. Lo que había
dejado que le sucediera a la niña que había confiado en que Andra la mantendría a
salvo.
—Podemos —dijo Paul, la completa seguridad empapando su tono—. Puede que
antes no hayas tenido éxito. Pero ahora me tienes a mí. Con toda mi fuerza.
No tenía más elección que intentarlo. Incluso si no le hubiese dado el juramento a
Gilda, todavía tenía que pensar en Nika. Si hubiese aún la más leve posibilidad de que
Sibyl pudiera ayudarla, tenía que encontrarla, sin importar lo horrible que fuese el
lugar.
Apartó a Paul. Apoyarse en él se sentía bien, pero no la hacía sentir fuerte, y
realmente ahora eso era lo que necesitaba.
—Tengo que averiguar cómo llegar allí. Voy a intentarlo otra vez.
Paul la ahuecó el rostro y la deslizó el pulgar por la mejilla. Los ojos marrones
estaban llenos de amor y compasión, incluso aunque se había negado a casarse con él
hacía menos de una hora. No tenía idea de cómo podía mirarla de esa manera sabiendo
las cosas que había hecho.
—Estaré justo aquí —le dijo, y presionó un suave beso en su boca—. Sé que
puedes hacerlo.
Su fe en ella era humillante y no quería defraudarlo.
Se tendió de nuevo sobre la cama, cerrando los ojos, y dando profundas
respiraciones. El agradable calor de la mano de Paul sobre ella la distrajo durante unos
minutos hasta que se acostumbró a su toque. Despacio, la piel se calentó a la misma
temperatura y la mano se hizo parte de ella. Eliminó todos los pensamientos
innecesarios y se centró únicamente en Sibyl.
Se imaginó a la niña tendida durmiendo en su cama, abrazando su muñeca
favorita, completamente inconsciente de que estaba en peligro. Era fácil verla dormir
plácidamente con las mejillas sonrosadas y el pelo revuelto alrededor de la cara. Ahora
que tenía aquella imagen, trató de imaginarse qué pasó después. ¿Había Sibyl oído
algún sonido y se había despertado, o había estado dormida hasta el momento en que
la arrancaron de la cama? Andra examinó cada posibilidad hasta tener una cierta
sensación y la tomó, asumiéndolo en la mente, haciéndolo entrar hasta que la imagen
la rodeó.
Sibyl había estado despierta cuando la cosa había venido por ella. Estaba oscuro,
tanto dentro como fuera. Ella había oído aquellas garras sobre la ventana cuando se
deslizaron por el cristal. Había permanecido allí tendida, congelada en el lugar, pero
no por el miedo. Por aceptación. Había sabido que iba a suceder, que no había nada
que pudiera haber hecho para detenerlo.

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O más bien, que no había nada que ella fuera a hacer para detenerlo, lo cual era
incluso peor. De cualquier modo, no había tenido miedo, lo cual era lo que siempre
había utilizado como rastro para seguir el camino por el que habían llevado a un niño
secuestrado. Sin ese rastro, no tenía forma de descubrir donde había ido Sibyl.
Andra buscó algo a lo que agarrarse. Algo que pudiera utilizar. Se esforzó en
permanecer relajada y abrió la mente a las posibilidades. Quizás el monstruo había
dejado un rastro que podría seguir.
Se sintió rodeada por una sensación de satisfacción, suponía que quizás la cosa
sintiera que se había ganado su premio. Allí no había nada con lo que pudiera conectar.
La cosa era demasiado inhumana, casi estúpida excepto por la palpitante presencia de
hambre que lo controlaba, y eso era demasiado aterrador para centrarse en ello.
Débilmente, Andra fue consciente de que el cuerpo ya fatigado estaba cayendo
bajo la tensión de permanecer en ese estado de trance demasiado tiempo. Tenía que
darse prisa. ¿A qué se había aferrado antes cuando había encontrado a Sibyl por
primera vez? Había estado en la cabeza de Sibyl, sí, sólo por un momento. Allí tenía
que haber algo que pudiera utilizar como rastro. ¿Qué era?
La visión que había creado en la mente comenzó a desvanecerse cuando el
cuerpo se rindió; entonces recordó que no estaba sola. Paul estaba allí. Podía usar su
poder.
Alcanzó dentro de sí aquel brillante punto caliente donde la piel hacía contacto
con la suya. La luceria alrededor del cuello vibró con energía. Todo lo que tenía que
hacer era averiguar cómo usarlo para algo tan delicado como aquello. Luchar era fácil;
siempre había tenido destreza para hacer explotar las cosas. Pero esto era otro cantar.
Nada cambió, y estaba perdiendo la fuerza rápidamente. Podía sentir el cuerpo
físico sacudiéndose bajo el estrés e intentó ignorarlo.
Desesperada por encontrar a Sibyl, se centró en el punto exacto donde la luceria
tocaba el anillo a juego. Podía sentir allí una tenue chispa, igual que la electricidad
estática arqueándose entre dos puntos. Se estiró por ese punto, agarrándose a ello con
toda la desesperación y esperanza. El poder llameó en su interior, llenándola el pecho
con calor. Ya no estaba cansada. Ya no estaba débil. Se sentía invencible.
Los instintos le gritaban que se diera prisa, que no tenía tiempo que perder, así
que levantó la mano y enfocó todo ese poder de modo que la formara una esfera
alrededor del cuerpo. Quería la esfera para que le mostrara donde buscar el rastro,
para iluminarlo de modo que pudiera seguirlo. Un lado del globo irradió cobrando
vida y supo que ése era el rastro. Lo examinó. Empujándolo hasta que sintió lo que era.
Aceptación.
Sibyl había aceptado su destino, y la fuerza de esa emoción era tan poderosa que
había dejado un rastro, no tan fuerte como el miedo, pero lo bastante fuerte para que
pudiera seguirlo.

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Se concentró en esa aceptación, memorizándola hasta que conociera la sensación
donde quiera que estuviera, que fuera capaz de seguirla donde quiera que condujera.
Siguió el rastro hacia el sur, su mente yendo tras ello hasta que chocó con una
dura barrera. Se encontró a sí misma en una oscura habitación con una sola bombilla
sobre la cabeza. Los límites del cuarto estaban ocultos en las sombras, pero de alguna
manera todavía pulsaban con colores. Remolinos de azul y verde florecieron a lo largo
de los bordes del desnudo cuarto. Le recordaba el mar que remolinaba sobre las rocas
mientras el agua era succionada por la marea de regreso al océano.
Andra había estado antes allí, por un breve momento. Ésta era la mente de Sibyl.
Desde las sombras de esas llenas nubes de color, vino una niña. Sibyl. Llevaba un
vestido blanco con volantes y calcetines de encaje hasta el tobillo con brillantes zapatos
de charol. Su pelo era una cascada de perfectos rizos rubios atados atrás con un lazo de
satén rosa. En los brazos, llevaba una muñeca que parecía su gemela en miniatura,
pero en vez de los ojos pálidos de Sibyl, la muñeca tenía vidriosos y muertos ojos
negros como los de un tiburón. Era la muñeca que estaba sujetando ahora el cuerpo de
Andra.
—No viniste a mí a tiempo —dijo Sibyl—. Ahora es demasiado tarde.
—Lamento no haber llegado antes. Nosotros acabamos de descubrir que habías
desaparecido.
—No. Lo que quiero decir es que le dije a Paul que te trajera a mí la noche en que
te encontró. Fracasó en hacerlo y ahora es demasiado tarde.
—No entiendo —dijo Andra.
—Por supuesto que no. Nadie lo hace. —Los colores detrás de ella se
oscurecieron en un profundo y desolado púrpura—. No deberías haber venido aquí.
Ella te está buscando.
—¿Quién es “ella”?
Sibyl miró por encima del hombro, como si esperase que alguien se materializara
detrás.
—Mantente alejada. Esto no es seguro.
—Lo sé. Eso es por lo que voy a llevarte a casa —explicó Andra.
—Si vienes aquí, lo lamentarás —advirtió la cantarina voz infantil.
—Nunca me arrepentiré de ayudarte a volver a casa, con tu familia.
Las regordetas mejillas eran una máscara en blanco y esa familiar sensación de
aceptación que Andra había memorizado la inundó los sentidos.
—Si debes venir, al menos espera hasta que sea seguro. Hasta que ella se vaya.
—¿Ella? ¿Quién?
Sibyl vaciló un momento, como si sopesara una decisión.

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—La única que me trajo aquí.
—¿Te ha hecho daño?
—No más que la mayoría.
Andra no tenía ninguna pista de qué hacer sobre eso, así que lo ignoró por el
momento. No sabía cuánto tiempo más iba a ser capaz de mantener la conexión con
Sibyl, tan débil como estaba el cuerpo.
—Dime dónde estás de modo que podamos encontrarte.
—Me encontrarás por ti misma o no lo harás. No te ayudaré a sufrir.
—No voy a sufrir a menos que falle en traerte a casa a salvo. Por favor ayúdame.
—Debo permanecer neutral —dijo Sibyl.
—¿Neutral? ¿Qué quieres decir?
—No puedo elegir bandos. Sería darte la libertad para actuar. No puedo
permitirlo. No ahora, cuando hay tanto en la balanza.
—¿De qué estás hablando, bebé? No tiene sentido lo que dices. ¿Te has golpeado
en la cabeza?
Los ojos azules de Sibyl destellaron hasta volverse de un brillante amarillo.
Apretó la boca con cólera y Andra tuvo la impresión de que había crecido un par de
centímetros. Las paredes detrás de ella pulsaron con furiosas plumas naranjas entre
otros confusos colores.
—Estoy perfectamente cuerda, Theronai. No cuestiones mi cordura. No hará
ningún bien acabar aquí. Solo intento evitar tu sufrimiento.
—No tienes que preocuparte por mí.
—Alguien debe hacerlo. Los Centinelas te necesitan más que yo.
—Tú eres la única a la que quiero ayudar —dijo.
Los diminutos hombros se enderezaron en una pose de falsa confianza que
Andra conocía demasiado bien.
—Yo soy… Prescindible —dijo Sibyl.
—No. No lo eres. Ningún niño lo es.
Sibyl sonrió, pero no era la sonrisa de una niña. Era demasiado astuta y
condescendiente para eso.
—¿Y si te dijera que más de un niño moriría si mueres intentando salvarme?
—No puedes saberlo.
—Pregúntale a Paul lo que no puedo saber —dijo Sibyl, mofándose de la
ignorancia de Andra—. ¿Cuántas cosas imposibles has visto en tu corta vida con Paul,
joven Theronai?

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La espeluznante niña tenía un punto, pero eso no iba a hacerle cambiar de
opinión.
—Hice una promesa para traerte a casa, y eso es lo que pretendo hacer.
—Ah, Gilda. Moza astuta —dijo con un tono de aprobación—. Solo busca
proteger a los suyos, pero siempre ha tomado las decisiones a ciegas. Desearía que yo
estuviese bendecida con la ceguera.
—Sólo está intentando ayudarte.
—No necesito más ayuda de ella.
De acuerdo, aparentemente allí había algo de rencor.
—Entonces déjame ayudarte —dijo.
—Si lo haces, Paul estará a tu lado. Pero date cuenta que él ve que su vida no es
más importante que un grano de arena de la playa. Hay muchos más como él y la
ausencia de uno pasará inadvertido. No vacilará en acabar con su vida de modo que la
tuya pueda continuar.
«Mi vida por la tuya», le había jurado. Ella creía en lo que había dicho, pero no le
dejaría morir para salvarla.
—Tendremos cuidado —dijo.
—Deberías quedarte con tu hermana. Mis captores no buscan hacerme daño.
—¿Entonces por qué te secuestraron?
—¿Por qué sí? Quizás debas preguntarte a ti misma hasta que llegues a la misma
conclusión que yo.
—¿Cuál es?
—Algo que tendrás que descubrir por ti misma. —La niña sonrió, ondeando
negligentemente la mano, y Andra fue arrojada de la mente de Sibyl sin más opción
que irse. Voló a través de la oscuridad hasta aterrizar con un sordo ruido en el interior
de su propia cabeza.
Lentamente, volvió a conectarse al cuerpo y deseó no haberlo incomodado. La
fatiga la sobrecogió, y los músculos estaban doloridos a causa del prolongado temblor.
Sentía frío. Se sentía débil. Demasiado cansada incluso para abrir los ojos.
—¿Estás bien? —preguntó Paul. La voz era áspera debido al pánico controlado.
Andra hizo un sonido afirmativo, pero no pudo hacer más.
—Has estado fuera demasiado tiempo. Te llevaré a la cama —dijo.
Sintió cómo la alzada en brazos. De haber sido capaz de abrir la boca, le habría
regañado por tratarla como a una niña, pero tal y como se encontraba, no tenía fuerza
para que le importara. La estaba sosteniendo y eso era suficiente.
Ella tenía una niña que salvar, e iba a necesitar cada pizca de ayuda que pudiera
obtener.

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CAPÍTULO 27

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Paul estaba preocupado. Andra no se había resistido cuando la metió en la


cama, lo cual quería decir que estaba mucho peor de lo que había esperado. Ella le
había dicho que tenían que irse tan pronto como pudiera encontrar el rastro, y que
reuniera a tantos hombres como pudiera.
Había estado a punto de hacer eso cuando vio a Angus doblar la esquina al final
del pasillo. El viejo hombre no se estaba moviendo con su habitual fluidez. En vez de
eso, los movimientos eran pesados y rígidos, como si estuviese herido.
Por otra parte, su hija estaba desaparecida. Eso era más que suficiente dolor para
que cualquier hombre lo soportara.
—¿Puede ayudar? —le preguntó a Paul sin rodeos.
Paul asintió.
—Va a intentarlo. Dice que hizo contacto con Sibyl y que estaba todavía con vida
y sin daño.
Angus se cubrió la cara y dejó escapar un suspiro de alivio.
—También dijo que Sibyl no quería que fuera.
—Mi pobre bebé —susurró Angus—. Probablemente piensa que Andra es más
importante para nosotros que ella. Siempre se ha sentido así, a causa de que nunca
alcanzó la madurez y no puede vincularse con ninguno de nuestros hombres, que es de
algún modo defectuosa y sin importancia.
—Eso es ridículo. ¿Cuántas veces ha salvado nuestras vidas con sus
predicciones?
—Eso es lo que siempre le digo, pero supongo que la opinión de un padre no
cuenta.
—No sabía que era tu hija. ¿Cómo podía no haberlo sabido?
Angus se encogió de hombros.
—Sibyl y Gilda no se llevan bien. No quedan muchos hombres con vida que
estuviesen allí cuando Sibyl nació, y en algún lugar del camino, ella solo dejó de
reconocernos. Incluso aunque tiene el cuerpo de una niña, creció como mujer hace
mucho tiempo. Era lo menos que podíamos hacer para respetar sus deseos.
—¿Por qué nunca creció?
Los pálidos ojos de Angus se nublaron con una mezcla de rabia y tristeza.
—No responderé a eso. Pregúntale a ella si quieres saberlo, aunque dudo que te
lo diga.
Eso quería decir oficialmente que no era asunto suyo.
—Vamos a encontrarla, Angus. Sé que Andra puede hacerlo.

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—¿Entonces por que todavía no os habéis marchado?
—Casi se mata a sí misma haciendo contacto con Sibyl. Necesita algunos minutos
para descansar antes de encontrar el rastro. Además, voy a necesitar reunir a los
hombres que sean capaces de venir con nosotros.
—Yo quiero ir.
Paul puso la mano en el hombro de Angus.
—Por supuesto que irás. No lo haría sin contar contigo.
—¿Cuántos hombres necesitamos?
—Iba a ir a ver a Joseph para hablar de ello. No sé cuantos hombres podemos
llevarnos sin romper la seguridad. No podemos dejar el lugar desprotegido.
—Déjame hablar con él —dijo Angus—. Tú ve a reunir a tus hombres y me
encargaré de los míos.
—No dejará a los humanos desprotegidos.
—No le preguntaré, pero me debe algunos favores y voy a pedírselos. Ella es mi
hija.
Paul asintió.
—Encuéntrate conmigo en mi habitación en una hora. Estaremos listos para
irnos.

Habían estado conduciendo hacia el sur la mayor parte del día cuando Andra
perdió el rastro. La frustración burbujeaba en su interior, haciendo que quisiera gritar.
—Detente —le dijo a Madoc, quien conducía el enorme SUV que habían
conseguido. La cosa podía soportar ocho personas de tamaño normal, pero sólo a cinco
Theronai y a ella misma. Estaba atestado con los guerreros cuyos enormes hombros se
apretaban los unos contra los otros, todos los cuales la estaban mirando ahora a ella.
—¿Es este el lugar? —preguntó Morgan desde el asiento delantero. La bronceada
piel y fiera expresión hacía que los ojos se vieran como si estuviesen brillando. Había
algo predador en él, movimientos gráciles y sosegados, como si estuviese a la caza de
algo sin importar donde fuera.
—No —dijo Andra, oyendo el tono de pena en su voz—. He perdido el rastro.
Madoc comprobó el reloj sobre el tablero.
—Oscurecerá en otras dos horas.
—¿Quieres intentarlo de nuevo, o lo dejamos por esta noche? —Le preguntó
Paul. No había dejado de tocarla desde que habían salido de Dabyr. Tenía su brazo

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alrededor de los hombros, manteniéndola a su lado. Incluso con el calor de su cuerpo,
estaba helada, y tan cansada que apenas podía mantener los ojos abiertos.
—No puedo dejarla pasar la noche con esas cosas. Tengo que intentarlo otra vez.
Paul asintió con comprensión.
—Todo el mundo fuera —ordenó—. Dadnos unos minutos. Madoc, ve a decirles
a Angus y a los demás lo qué está pasando.
Madoc asintió y los cuatro hombres salieron del vehículo.
—Acuéstate en el asiento —la dijo.
Andra no necesitó que se lo dijera dos veces. Tenía el cuerpo tan pesado y
entumecido por la fatiga, que se sentía como si la piel se hubiese vuelto de plomo. Paul
había encajado su enorme cuerpo en el espacio entre los dos asientos delanteros y el
asiento de atrás donde ella estaba tendida. Casi se veía cómico agachado allí en el
pequeño espacio, y por alguna razón, la provocó que el corazón se saltara un latido en
el pecho.
Comprendió en ese momento que ese hombre haría cualquier cosa por ella. Era
fidelidad y lealtad personalizada. Mientras respirara, haría lo que tuviese que hacer
para mantenerla a salvo y feliz. Incluyendo perder la vida.
No podía dejar que eso sucediera. Necesitaba devolverle el anillo y separarse de
él antes de que no pudiera hacerlo. La idea de quedarse se estaba haciendo más
tentadora de lo que podía soportar. Si no se marchaba pronto, nunca lo haría y eso la
asustaba como el infierno, porque sabía cómo acabaría, de la misma manera que habían
terminado su mamá, Tori y Nika. Ella haría algo mal y tendría que ver a otra persona
que amaba sufrir o morir.
La comprensión de que lo amaba la dejó atónita por un estúpido momento, y no
oyó lo que le había dicho.
—¿Qué? —preguntó.
—¿Estás cómoda?
Difícilmente, pero asintió de todos modos.
—¿Qué está pasando por esa cabeza tuya? —preguntó, con los ojos entrecerrados
por la sospecha.
—Solo estoy preocupada por Sibyl —mintió.
Paul le apartó el pelo de la cara y la ofreció una alentadora sonrisa.
—No te preocupes. La encontraremos.
Cuanta fe. No tenía idea de donde la encontraba después de todo por lo que
habían pasado, pero si podía tener fe, entonces ella también.
Andra cogió su mano izquierda y le beso la palma antes de posarla alrededor del
cuello. Las dos partes de la luceria se unieron y fue inundada con una embriagadora
acometida de poder que nunca cesaba de asombrarla.
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Iba a extrañar eso casi tanto como iba a echar de menos a Paul.
—No voy a dejarte ir. —Le dijo como si leyera sus pensamientos—. Estás
advertida.
Ella no podía pensar en eso ahora mismo. Tenía que concentrarse.
Cerró los ojos y buscó el rastro de aceptación. No lo podía localizar por ningún
lado.
—Dame la muñeca —le dijo ella.
Paul la sacó de un bolso de tela y se la entregó. El frío peso de la cabeza de la
muñeca de porcelana la descansaba sobre el corazón. Olió el débil aroma de la luz del
sol y rosas aferrándose a ella. El aroma de Sibyl. Ésta muñeca era de alguna manera
parte de ella, vibrante con esa propia clase de energía que Andra no entendía.
Quizás eso era lo que sentían los psíquicos cuando conectaban con un objeto. No
era doloroso, pero tampoco era completamente cómodo. La muñeca tenía un revoltijo
de aquella caótica sensación, una sombra o mancha que Andra no podía ver, pero
podía sentir. A medida que el cuerpo caía, fue arrojada a través del cielo y hundida en
la tierra. La cabeza le dio vueltas y sintió náuseas incluso aunque ya no estaba dentro
del cuerpo.
Una sola bombilla colgaba del techo en una habitación sin paredes, solo
remolinantes penachos de color. Reconoció aquello como la mente de Sibyl, incluso
aunque los colores ahora eran oscuros. No había esperanzadoras tonalidades en colores
pastel, sólo profundos y apagados tonos marrones y grises.
Sibyl salió de las sombras. Esta vez llevaba un vestido negro de volantes cubierto
artísticamente por fragmentos de lazos. Los ojos estaban bordeados con delineador y
los labios cubiertos con un brillante rojo chillón. Las uñas eran largas y pintadas de
negro.
—¿Probando un nuevo look? —preguntó, incapaz de contener la paternalista
consternación en el tono.
Sibyl frunció el ceño durante un momento; entonces una sonrisa satisfecha estiró
los pintados labios. La apariencia cambió de nuevo al traje más apropiado para una
niña, completada con calcetines de tobillo y lazos rosas. Ya no una pequeña puta.
—¿Mejor? —preguntó.
—Mucho.
—Me alegro de que hayas venido —dijo.
—Pensé que querías que me mantuviese alejada.
La sonrisa se ensanchó.
—He cambiado de idea. Este lugar es horrible.
—¿Sabes dónde estás? —preguntó Andra.
—Creo que sí.
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Ella ondeó una mano y un mapa parecido a la imagen de un satélite, pero
recortado en un bajo ángulo, apareció. Señaló una zona mientras Andra intentaba
memorizar frenéticamente las carreteras y calles cercanas. Era al norte de Alabama, a
dos o tres horas de donde estaban ellos.
—¿Puedes encontrarme? —preguntó Sibyl con una voz sacudida por un leve
tono de miedo. No había estado asustada antes, pero quizás las cosas se habían puesto
peor donde estaba.
Andra llenó la voz con un tono de confianza para ayudar a tranquilizar a la niña.
—Ahora puedo. No te preocupes. Vamos de camino.
—¿Vamos? ¿Quién está contigo?
—Hay diez hombres conmigo, Gilda y Helen. —Ella no había tenido tiempo más
que para conocer a Hellen, pero Paul le había dicho que era poderosa.
—Te sacaremos de ahí.
Los ojos de Sibyl brillaron con un destello de rabia ante la mención del nombre
de su madre. Fue entonces que advirtió que los ojos ya no eran azules. Eran
completamente negros.
Allí había algo que no estaba bien.
—¿Qué le ocurre a tus ojos? —preguntó.
Sibyl encogió un delicado hombro.
—Es la oscuridad. Todos los ojos de los Theronai se vuelven negros cuando están
lejos de la luz durante un tiempo.
Pobrecilla. Toda esa oscuridad tenía que ser difícil de tolerar, incluso si no se
asustaba fácilmente.
—Estaré ahí tan pronto como pueda. Sólo aguanta, pequeña.
La voz era débil y teñida de dolor:
—Lo intentaré. Por favor, date prisa. No sé cuánto más podré soportar esto. Me
han encerrado en una caja con el esqueleto de otra niña. Sé que me van a dejar morir
aquí.
Se le cerró la garganta, estrangulándola con la angustia.
—¿Qué?
—Lleva un camisón rosa como el mío. La dejaron morir en esta caja
completamente sola.
Oh, Dios, Tori. Ella había llevado un camisón rosa la noche en que la raptaron. Su
cuerpo todavía estaba allí.
Andra sintió como el corazón se la rompía de nuevo. La angustia sangrando por
ella, pero no disminuyó. Todavía podía sentir cada aguda puñalada de culpabilidad,
cada oleada de pena, como si Tori hubiese sido secuestrada apenas la noche anterior.

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Antes de que se diera cuenta de lo que estaba haciendo, volvió al cuerpo,
sollozando.
—Shhh. —Paul la sostuvo, meciéndola contra el sólido pecho—. Te tengo.
—La encontré —dijo.
—Eso es bueno, ¿verdad? Ahora podremos traerla de regreso.
—No. Quiero decir que encontré a Tori. Su cuerpo está allí con Sibyl. —Tori
había muerto sola en una caja atrapada en la oscuridad.
La presencia de Paul se deslizó en su mente, fría y calmante. Lo sintió intentando
consolarla, susurrándole suaves palabras directamente a su alma.
Se empapó de ello y dejó que le diera la fuerza para respirar de nuevo. No sabía
cómo habría sobrevivido a eso sin él. Incluso ahora, el corazón luchaba para combatir
la presión de la pena. Su hermanita había muerto sola en alguna cueva, y había sido
incapaz de evitarlo.
—Recuperaremos su cuerpo —le susurró Paul—. La traeremos a casa.
Andra intentó controlar la respiración y aquietar los sollozos que la sacudían.
Quería rendirse, hacerse un ovillo y llorar hasta que ya no importara nada y todo el
dolor se hubiese marchado. Pero Sibyl la necesitaba. Le debía a Tori evitar que otra
niña muriera sola en la oscuridad.
Hizo a un lado a Paul, ya extrañando la comodidad de su cálido cuerpo.
—Tenemos que ponernos en movimiento. No estamos demasiado lejos, y la
noche se está acercando.
Paul gruñó dejándola ir. Le limpió gentilmente las lágrimas y la besó en la frente.
—Sibyl tiene suerte de tener a alguien tan valiente y fuerte a su lado. Al igual que
yo.
Iba a extrañarle. Su tiempo juntos acabaría en sólo unas pocas horas. Los amables
ojos marrones la recorrieron el rostro como si quisiera empaparse de ella.
—No pienses en eso ahora. Ya tienes suficiente de qué encargarte sin estar
pensando también en nuestro futuro.
No tenían futuro. No realmente. Y a pesar de lo duro que sería apartarse de él
ahora que lo amaba, volvería a pasar por todo en un latido de corazón. Ahora tenía la
verdadera prueba del valor y el honor que existía al luchar contra las horribles cosas
que había en el mundo.
—Deberíamos irnos —dijo.
La miró como si quisiera decirle algo más, pero en lugar de ello asintió.
—Sibyl nos necesita.

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Tres horas después, se encontraban en la cueva donde Sibyl estaba siendo
retenida. La tensión en Andra era casi más de lo que Paul podía soportar. Se estaba
obligando a sí misma, y si él no hubiese sentido su desesperada necesidad de ver, si él
no supiera que fracasar acabaría con algo en su interior, le habría exigido que se
quedara atrás en el SUV.
No es que tuviese derecho alguno para exigirle nada. Quedaba menos de una
hora antes de que su luceria le cayera del cuello y estuviese solo una vez más.
Se miró el anillo. Los colores se habían solidificado completamente, lo cual quería
decir que el vínculo estaba completo. Romperlo lo mataría. A menos que ella cambiara
de opinión acerca de dejarlo ir, no iba a vivir para ver la puesta del sol. Si intentaba
retenerla, Andra acabaría pagando el precio. Ya había intentado obligarla a quedarse
con él una vez. Tan pronto como su alma empezara a morir, no habría nada que lo
detuviese de acabar lo que él había empezado. La única manera de mantenerla a salvo
era hacerse a un lado por su bien.
La triste parte de saber, no era que su vida estuviese llegando al final, había
tenido una larga y completa vida. La parte triste era tener que dejar a Andra sola. No
se merecía eso. Se merecía ser feliz. Ser amada.
Quizás Ian podría darle lo que realmente necesitaba una vez que Paul estuviera
fuera del camino.
Ahora estaba completamente oscuro, y basándose en la suciedad y la vegetación
pisoteadas cerca de la entrada de la cueva, la mayor parte de los Synestryn habían
salido ya a cazar.
—¿Dónde está ella? —preguntó Gilda, la Dama Gris. La mujer se veía como si
apenas fuera capaz de mantenerse entera. El brazo de Angus la sujetaba, evitando que
se tambaleara por la debilidad.
—Dentro —dijo Andra—. A quinientos metros de aquí.
Nicholas examinó la tierra circundante.
—Éste área es completamente baja. Acabaremos metiéndonos en el agua.
Mierda. Eso hacía todo este esfuerzo de rescate mucho más peligroso. No solo
tendrían que luchar con demonios; también tendrían que asegurarse de que no se
ahogaban.
—Los rastros que dejaron detrás de ellos no son fangosos, quizás logremos tener
suerte —dijo Paul.
—Sí —resopló Madoc—. Porque eso sucede todo el jodido tiempo.
—Suficiente —ordenó Angus—. Vamos a entrar, cueste lo que cueste. Paul,
Andra, Madoc, Nicholas, Gilda y yo vamos a entrar. El resto de vosotros protegeréis
nuestra salida. No dejéis que nada vuelva a entrar y que vayan furtivamente tras
nosotros.

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Todo el mundo asintió. Helen se echó las trenzas detrás de los hombros, levantó
las manos y un anillo de fuego erupcionó alrededor de los vehículos y la entrada.
—Tendrán que atravesar eso primero —dijo.
—Bien —respondió Angus—. Eso ayudará. Andra, tú te quedarás detrás de mí y
Gilda.
Andra dio un paso hacia delante.
—Necesito entrar primero de modo que pueda ver el camino. Además, Gilda se
ve como si fuera a desmayarse.
La Dama Gris enderezó los hombros.
—Estoy bien, más fuerte que una niña como tú en su mejor día.
Angus se puso delante de su esposa y le levantó la barbilla.
—Suficiente. Lo haremos a su manera. Ya nos ha traído hasta aquí de lejos, ¿no?
Gilda dio un ligero asentimiento y apartó la mirada.
—Bien. Déjala ir primero.
Andra ya estaba en la entrada de la cueva cuando Paul la retuvo.
—Necesitas estar en constante contacto con mi poder. Algo asqueroso podría
aparecer, y no tendrías tiempo de reaccionar si no estás preparada.
—De acuerdo. Puedo hacerlo.
La sintió estirarse hacia él y abrirse a sí misma. El vínculo era ahora más extenso
de lo que había sido hacía sólo unas horas. El poder fluía fácilmente de él, haciendo
que su cuerpo cantara.
—Háblale sobre esa cosa de ver-en-la-oscuridad —dijo Helen—. Va a necesitarlo.
—Cierto. Si canalizas algo de poder a tus ojos, podrás ver en la oscuridad.
Aunque ten cuidado de no poner demasiado. Podría hacerte daño.
—Lo tengo. Puedo verlo todo. Gracias.
El túnel bajaba escarpado unos seis metros antes de nivelarse. No era una
agradable y bien construida mina. Era una cueva natural con muchos giros y vueltas y
ninguna superficie llana sobre la que caminar.
En este punto, tuvieron que deslizarse de uno en uno por una abertura no más
ancha que un par de hombros.
El olor de la tierra húmeda y la decadencia saturaban el aire. Un goteo constante
procedente de cientos de lugares hacía eco en las paredes. Las botas derraparon detrás
de ellos, y Madoc gruñó mientras trataba de hacer entrar su cuerpo a través del
agujero.
Andra y Paul esperaron al otro lado de la pequeña abertura para que todos
pasaran. Gilda se deslizó fácilmente a través de este, pero Angus no fue tan

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afortunado. Nicholas tenía el mismo problema y terminó por perder un trozo de la
camisa en el proceso.
Paul podía sentir los nervios de Andra saltando con ansiedad. Quería seguir
moviéndose, y no podía culparla. Cada segundo que Sibyl estaba con los Synestryn,
estaba en peligro. Tan pronto como Nicholas pasó, Andra y Paul se movieron a otro
túnel que se adentraba aún más en la tierra. Aquí tuvieron que arrastrarse sobre las
manos y rodillas, y lo hombros de Paul rasparon las paredes del túnel.
El túnel se amplió hasta que Andra fue capaz de ponerse de pie. Paul tenía que
mantener la cabeza baja, pero al menos le dio a sus rodillas un respiro.
—Así que —dijo ella, rompiendo el espeso silencio—. ¿Cuánto tendré que estar
en la oscuridad antes de que mis ojos se vuelvan negros?
Paul no tenía idea de que estaba hablando.
—¿Por qué deberían volverse negros tus ojos?
El túnel acabó y la boca de éste se abrió en una enorme caverna con sitio
suficiente para respirar. Todos la llenaron y Andra avanzó cruzando una apertura a la
izquierda.
—Eso fue lo que me dijo Sibyl. Sus ojos eran negros la última vez que la vi, y dijo
que era por haber estado tanto tiempo en la oscuridad.
Desde detrás de ellos, se escuchó a Gilda, y su tono fue muy extraño, tan lleno de
sorpresa y temor, que detuvo a todo el mundo en seco.
—¿Viste a una niña que se parecía a Sibyl con ojos negros?
—Sí.
Angus desenfundó su espada.
Todo el color se desvaneció de la cara de Gilda.
—¿Qué te dijo?
—Me mostró un mapa para que pudiera encontrarla —dijo.
Gilda apretó el brazo de Angus.
—Esa no era Sibyl. Era Maura. Nos dirigimos directamente a una trampa.

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CAPÍTULO 28

Un estruendo sacudió el suelo alrededor del cuerpo de Andra. El polvo se


derramó desde el techo, seguido de pequeñas rocas. Miró hacia arriba impactada y vio
que una grieta se estaba formando. Y se ensanchaba.
Paul sacó a Andra del camino y la empujó hacia el túnel para cubrirla justo
cuando las grandes rocas comenzaban a caer.

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Los gritos se elevaban desde el lado contrario de la caverna. Gilda gritó. Entonces
Andra no pudo oír nada excepto el sonido de rocas crujiendo unas contra las otras
mientras llenaban el espacio.
—Baja al túnel —gritó Paul, empujándola para ponerla en movimiento.
Andra se movió. La adrenalina hizo que los brazos y piernas se movieran tan
rápido como los latidos del corazón. Corrió por el túnel hasta que se lanzó en una fosa
poco profunda. Se deslizó fuera de la abertura y bajó hasta que estuvo de pie sobre un
nicho de roca. Se movió hacia adelante para que hubiera suficiente espacio a su lado
para Paul.
El polvo le cubría el cuerpo, y tenía un feo rasguño en la mejilla.
—¿Estás bien? —la preguntó en medio de una tos.
—Sí. ¿Y tú?
Él asintió distraídamente, pero estaba mirando el camino por el que llegaron,
como si esperase ver al resto del grupo.
—Quedaron atrapados al otro lado, ¿verdad? ¿No debajo de todas esas rocas? —
ella rezó por que fuera cierto.
La expresión sombría de Paul no le dio mucho consuelo. Tenía la mandíbula
apretada con furia, y los ojos prometían retribución.
—Estamos por nuestra cuenta ahora. Podemos regresar o avanzar hacia la
trampa. ¿Qué quieres hacer?
—Aún si es una trampa, no podemos dejar a Tori aquí. O a Sibyl. Al menos ahora
sabemos lo que está por llegar.
—Si las rescatamos, no vamos a tener ninguna diversión tratando de encontrar
una salida.
—Haré volar una abertura si lo necesito.
En ese momento, la luceria cayó del cuello. Andra la atrapó antes de que pudiera
golpear el suelo.
Paul soltó un suspiro dolorido.
—Nuestro tiempo se termina.
—Necesitamos más —dijo Andra.
—Esa es tu decisión. No la mía.
—¿Qué hago?
—Póntela. Dame un nuevo voto. —Se veía como si estuviera a punto de decir
algo más, entonces apretó los labios.
Andra aseguró la luceria de regreso a su lugar. Los ojos de Paul fueron hacia allí
y la mirada de nostalgia en su rostro casi la hizo llorar. Él cayó de rodillas y se cortó
una línea en la piel, a través de la camisa.

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—Mi vida por la tuya, Andra. Siempre.
Ella vaciló. Necesitaba tiempo para pensar. ¿Qué le ocurriría a Paul si muriera al
llevar puesta esta cosa? ¿Qué pasaría si no lograra salir con vida? Era una trampa.
Tenía que recordar eso.
Él quería un para siempre. No podía permitirse querer eso también. Al menos no
hasta que estuviera segura de que no sería una carga para él... Hasta que su gente
supiera si había más mujeres como ella allí afuera, que pudieran ser una mejor pareja
para él.
Él creía que quería un para siempre ahora, ¿pero qué pasaría si encontraran a
más mujeres la semana que viene? No quería atraparlo. No quería que muriera junto a
ella si estropeaba esto y fallaba en sacar a todo el mundo vivo.
—Una hora —susurró—. Eso debería ser suficiente para que salgamos de aquí,
¿verdad? Si no, podemos ir a por otra hora.
La boca de Paul se apretó y la mandíbula se trabó con furia.
—Una hora. Ahora entiendo.
No estaba segura de lo que entendía, pero no la dejaba entrar en su mente para
que pudiera aclararlo. Estaba frío y rígido a su lado.
La banda alrededor del cuello se apretó, se acomodó sobre la piel. No apareció
ninguna visión, pero realmente no necesitaba ninguna para saber cómo se sentía.
Estaba cabreado.
—Será mejor que nos movamos.
Andra ansiaba explicarle, pero no había tiempo.
—No es mucho más allá.
Se movieron el resto del camino cuidadosamente. Paul mantuvo los ojos en el
techo de roca por encima de ellos, buscando más señales de peligro.
La mayor parte de esa hora había pasado para cuando se acercaron a un rincón y
Andra sintió que una oleada de maliciosa intención barrió sobre ella. Le robó el calor
del cuerpo hasta que los huesos la dolieron de frío. Se paró en seco, incapaz de dar otro
paso.
Un gemido profundo de Paul le dijo que lo había sentido también.
—Esto no es bueno —dijo él.
—Que me vas a contar.
—No. Quiero decir que no podemos permanecer aquí mucho. Esto nos matará.
No la molestaba la idea.
—Esa no eres tú. Es la niebla hablando. Ignórala. Piensa en algo feliz y ponte en
movimiento.

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Algo feliz. La cara de Tori surgió en la cabeza. La sonrisa torcida exhibiendo el
hueco de los dos dientes frontales. El olor de su pelo cuando habían descansado sobre
el sofá juntas y habían visto dibujos animados. El sonido de su risa nerviosa cuando la
había hecho girar a su alrededor sujetándola de los brazos.
Ella hubiera tenido dieciséis años si hubiera vivido... Demasiado grande para
hacerla girar.
Sentía la bolsa vacía sobre el hombro como si pesara una tonelada. No era
grande, pero Paul le había prometido que sería lo suficiente espaciosa para contener los
huesos.
—Eso no es feliz —dijo Paul.
Andra intentó reenfocar los pensamientos, pero no fue fácil. Tenía demasiadas
cosas bailando alrededor del cerebro para concentrarse.
—Vamos solo a terminar con esto.
Paul desenvainó la espada y dieron juntos un paso hacia la esquina. Una jaula de
metal de cerca de tres metros por cada lado estaba en la esquina lejana de la caverna. El
suelo estaba cubierto de basura, huesos y pedacitos de pelaje. Dentro de la jaula, Sibyl
estaba sentada abrazándose las piernas. Al lado de ella había una pila de huesos y
restos andrajosos de ropa. Un camisón rosado. El color del camisón en el esqueleto se
había desvanecido poco a poco con el paso del tiempo, y estaba cubierto de polvo, pero
sabía que era rosado porque lo reconoció. Había sido el favorito de Tori... Uno que ella
le rogaba a Andra para que le lavara para poder usarlo de nuevo cada noche.
Alcanzó el brazo de Paul para estabilizarse. Apenas podía respirar. Ver el cuerpo
de su hermana después de todos estos años era más de lo que podía aguantar. La pena
casi la aplastó y la rasgó el corazón hasta que ya no le importó si aspiraba el siguiente
aliento. Si la muerte aliviara este dolor, entonces la daría la bienvenida. Se envolvería
alrededor de su hermana y dejaría que viniera a llevársela.
—Detente con eso —gruñó Paul—. Estás dejando entrar a la niebla.
Ante el sonido de su voz, Sibyl levantó la cabeza. Andra esperaba ver lágrimas,
pero los ojos azules estaban secos y su cara estaba tranquila. Sólo la voz reveló su
decepción.
—No deberías haber venido. Mi hermana va a matarnos a todos ahora.
Otra Sibyl bajaba flotando desde una cornisa por encima de ellos. La falda negra
se hinchó mientras se situaba en el suelo. Esta Sibyl tenía ojos negros y una sonrisa
cruel ladeando la boca pintada.
—No voy a matarlos a todos —dijo la chica—. Te necesito a ti, hermana, y a tu
bonita alma brillante.
Repentinamente, las cosas comenzaron a encajar en su lugar para Andra. Todas
las pequeñas diferencias tuvieron sentido. Había dos de ellas. Andra de alguna manera
había terminado en la cabeza de esta niña cuando fue a buscar a Sibyl. Había
encontrado a Sibyl cuando había estado en su cama, pero una vez que tuvo a la
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muñeca para contactarla... La de ojos negros vidriosos... De alguna manera había
alcanzado a la otra niña en su lugar.
Paul dio un paso frente a ella.
—¿Quién diantres eres tú?
—Maura. Sibyl es mi hermana. Pensé que el parecido era una señal obvia.
—Mantente lejos de ella —advirtió Sibyl—. Es peligrosa.
—Demasiado tarde para eso. Deberías haber escuchado cuando tuviste la
oportunidad —dijo Maura. Levantó la mano diminuta y monstruos fluyeron como
agua, babeando fuera de los altos túneles arriba de las paredes. Aterrizaban como
pesadas gotas de lluvia o se arrastraban hacia abajo por las paredes de la caverna,
adhiriéndose como arañas.
El miedo se apoderó con firmeza de Andra y la pegó los pies a la tierra. Había
muchos de ellos. Ella y Paul no iban a atravesar esto con vida.
—No hay tiempo para eso —dijo Paul—. Trabajaremos codo con codo —agarró
su brazo y la arrastró hacia la jaula que contenía a Sibyl—. Vamos, Andra. Te necesito
aquí conmigo.
Correcto. Sibyl la necesitaba, también.
Andra se dio una palmada mental e intentó pensar en lo que podría hacer para
salvarlos. No había forma de que pudiera combatir con todos ellos. Lo que en realidad
necesitaba era encontrar la manera de impedir que los monstruos les lastimaran.
No sabiendo qué más hacer, formó una burbuja alrededor de ellos para mantener
atrás a los monstruos babeantes. Se requirió de una enorme cantidad de poder... Más
de lo que alguna vez había usado antes. Las terminaciones nerviosas gritaron ante la
fuerza de esa cantidad de energía viajando a través de ella, pero se las arregló para
traspasar el dolor.
Cosas peludas, con garras hicieron eco fuera del escudo mientras iban a la carga,
haciéndole ondear como olas sobre un estanque.
—Eso funcionará —dijo Paul, el orgullo vibrando en la voz—. ¿Cuánto tiempo lo
puedes sostener?
El sudor ya empezaba a perlar la piel por el esfuerzo.
—No lo sé.
—Me apresuraré.
La correa de la bolsa sobre el hombro desapareció. Ella no se podía permitir
distraerse pensando en lo que eso significaba, así que no lo hizo. Oyó el chirriar del
metal doblándose demasiado rápido y una suave palabra de agradecimiento de Sibyl.
Los monstruos golpearon el escudo, y sintió cada uno de los impactos como un
martillo pesado explotándola en el cerebro. El sudor se deslizó por las sienes y las
piernas comenzaron a temblarla. El poder de Paul fluyó en ella, pero destinó todo lo

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que la llegaba al escudo, no dejando nada para recobrar las fuerzas. Se sintió hueca...
Una delgada concha de piel quebradiza era todo lo que quedaba de ella, y que
amenazaba con desmoronarse.
El seco golpe de huesos llenó sus oídos, tuvo que cubrirlos y bloquear el sonido.
Paul estaba recogiendo lo que quedaba de su hermana. Pobre, dulce Tori.
Lo siento, cariño.
Las lágrimas se unieron al sudor que la corría por el rostro.
El escudo vaciló y una de las cosas con ojos verdes encendidos lo atravesó.
—¡Paul! —gritó, y levantó las manos para canalizar más poder hacia la brecha.
No estaba segura si el movimiento de la mano sirvió de algo, pero valía la pena
intentarlo.
La espada de Paul entró dentro de su campo visual. Cortó a través del aire entre
ella y el monstruo que embestía, cercenando una de las patas de la bestia. La cosa aulló
y la sangre negra salió a chorros sobre las rocas.
Lo terminó con una serie rápida de cortes que enviaron la cabeza rodando lejos.
Pateó el cuerpo hasta donde el escudo lo permitiría, donde se retorció mientras la
sangre se drenaba de eso.
Andra volvió a formar el escudo para conseguir que la cosa se alejara de todos
ellos antes de que la sangre los pudiera quemar. Sintió el calor de la luceria mientras
forzaba aún más poder dentro del cuerpo. El sudor se evaporó de la piel en pequeñas
guedejas de vapor. La cabeza le latía al ritmo de los choques de los monstruos contra el
escudo.
No iba a poder sostenerlo mucho más tiempo.
Una mano pequeña, fría se metió calladamente en la de ella.
—Puedes hacer esto —dijo Sibyl, la voz infantil estable y confiada, como si no
hubiera pasado ese día encerrada en una jaula con los restos de la hermana que Andra
no había podido salvar.
—Tiempo de irse —gritó Paul.
—¿Ir a dónde? —jadeó Andra. Estaban rodeados. Sólo la burbuja que había
construido mantenía alejados a los demonios. Ya los monstruos lo estaban cubriendo,
rascando y arañando, como si trataran de encontrar un camino hacia dentro.
—¿Cómo te sientes sobre volar? —preguntó Paul.
—Es genial si estoy dentro de un bonito caparazón de metal.
—El camino por el que entramos está bloqueado. No veo ninguna elección aquí.
Ni tampoco Andra. Mierda. Tanto que no quería hacer esto.
—Arriba será. Agárrate.

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Paul la deslizó la mano alrededor de la nuca, trabándolos, liberando más de su
poder para que fluyera dentro de ella. Sibyl se la aferró a su cintura y Andra se agarró
de los hombros de Paul.
—No puedo creer que esté haciendo esto —masculló antes de poner toda su
atención en la tarea.
La energía brotaba de Paul, lanzándose a su disposición. Ella dejó que la burbuja
se encogiera hasta que estuvieron nariz con nariz con los monstruos hambrientos. Tuvo
que cerrar los ojos para bloquearlos fuera, para poder concentrarse, pero de alguna
manera se imaginó cómo usar una explosión de fuerza para empujar la burbuja del
suelo. No fue muy lejos, y trataron de acurrucarse en el centro de la esfera, pero se
elevó, dándole a la confianza de que realmente podría funcionar.
Empujó más duro, y uno por uno, los monstruos comenzaron a deslizarse fuera
del suave escudo, aligerándolo y facilitando moverse. Algunos todavía se aferraban
con piernas de insectos, pero no lo podía evitar.
El techo estaba llegando a ellos rápido ahora, y no podía encontrar la manera de
bajar la velocidad.
—Vas a tener que abrirte paso —dijo Paul.
—Hay mucha roca por arriba.
—No —dijo Sibyl—. Estamos sólo algunos metros de profundidad.
Algunos metros. Podría hacerlo si eso era lo qué se necesitaba para llevar a Sibyl
y a Paul a la seguridad. Para meter el cuerpo de su hermana en la tumba vacía junto a
la de su madre.
Andra contempló la roca, buscando un punto débil. Una sola hendidura se
extendía por toda la longitud del espacio desde una esquina, así que apuntó a eso.
Ella formó una cuña de aire, al igual que la burbuja del escudo, la endureció con
la mente, y empujó la cosa en la grieta.
El cuerpo la vibró bajo la presión, y sintió los ojos como si se la fueran a evaporar
bajo el calor que brotaba de ella. En algún punto había dejado de sudar, o tal vez sólo
se secaba más rápido de lo que el cuerpo generaba. Cualquiera que fuera el caso,
estimó que tenía otros pocos segundos antes de que se desmayara completamente y
todos ellos aterrizaran en el centro de la masa de dientes y garras de abajo.
No iba a permitir que terminara así.
Se la formaban puntos blancos en la vista, haciéndole difícil ver, pero podían
sentir el aliento de Paul en la oreja mientras le hablaba.
—Lo estás haciendo muy bien. Sólo un poco más.
Estaba empujando la energía dentro de ella ahora, ayudándola tanto como podía.
La recogió, aforrándola hasta que la presión fue demasiado para sujetarla. Apenas
podía ver ahora, justo lo suficiente como para distinguir el lugar donde había
empujado la cuña.

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Andra la soltó, golpeando ese punto con la fuerza de un ariete. Las rocas
llovieron sobre ellos, y debajo del trueno de piedras, podía oír los gritos doloridos de
los monstruos mientras eran aplastados. La burbuja se mantuvo, resguardándolos de
los trozos grandes, pero los granitos de arena comenzaron a atravesarla. El escudo se
estaba debilitando, y no iba a resistir por mucho más tiempo.
—Una vez más —jadeó Paul. Sonó sin aliento.
No podía verlo ahora. No podía ver nada. Dejó que el instinto la guiara mientras
reunía la fuerza y aporreaba la cuña otra vez. Otra tanda de rocas cayó en cascada. Esta
vez trozos del tamaño de grava estaban atravesándola.
—¡Veo las estrellas! —gritó Sibyl.
Andra no podía, pero creyó en la voz excitada de la chica, y guió la burbuja hacia
arriba para que pudieran salir del infierno.
—A la izquierda —dijo Paul—. Allí.
Los oídos la comenzaron a zumbar y ahora no podía oír nada, tampoco. No
estuvo segura si estaba afuera del hueco de la caverna o no, hasta que sintió el triunfo
de Paul cantando a través del enlace.
Condujo la burbuja lateralmente, asegurándose de que no cayeran de nuevo
dentro del hueco una vez que la burbuja reventara de pronto.
Estamos a salvo. Puedes dejarla ir ahora.
Era la voz de Paul en su cabeza, la presencia reconfortante; así que la dejó ir.
Aterrizaron con un golpe.
Aspiró enormes bocanadas de aire y se recostó en el pasto frío. El corazón la
martilleaba, desacelerando con cada pulsación. Podía sentir los dedos de Paul
entrelazándose con los de ella y deleitándose con el orgullo irradiando de él. Lo había
conseguido. Los había sacado vivos.
Y entonces su presencia se fue como si alguien hubiera apagado un interruptor.
Trató de alcanzarlo en su mente, pero se estrelló contra una pared. No estaba allí.
Estaba sola otra vez.
La luceria se abrió y se deslizó desde el cuello hasta el pasto. Trató de alcanzarla,
pero los brazos no funcionaban. Nada funcionaba. Todo estaba roto ahora, y Paul se
había ido.
El mundo se desvaneció y no hubo nada que pudiera hacer para detenerlo.

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CAPÍTULO 29

Paul había esperado que fuera doloroso. Vio la luceria caer. Se había preparado
para la agonía que sabía estaba llegando, pero nada pasó. Andra había utilizado tanto
poder que ya no latía nada en su interior, intentando despedazarlo.
Iba a morir, pero al menos no sería tan doloroso. Estaba agradecido por ello.
Paul la tomó entre los brazos y la abrazó mientras su cuerpo se recuperaba. Los
otros Theronai les habían encontrado y estaban corriendo hacia ellos. Vio a Gilda, junto
con los demás que habían bajado allí con él. Estaban a salvo. Un poco polvorientos,
pero a salvo.
Paul inclinó la cabeza de alivio. Todo el mundo había logrado salir con vida.
Habían rescatado a Sibyl, y los restos de la hermana de Andra estaban a buen recaudo
en la bolsa de lona. Con todo, fue un éxito total. Lástima que no tuviera ganas de
celebrarlo.
Helen se inclinó y comprobó el pulso de Andra.
—¿Está bien?

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—Eso creo. Sólo sobrecargada.
Por el rabillo del ojo, vio a Angus aplastando a su hija en un desesperado abrazo.
Gilda se quedó atrás, observando, retorciéndose las manos como si estuviera ansiosa
de unirse a ellos. No lo hizo.
—Sé lo que es eso —dijo Helen. Metió una mano en la hierba y cogió la luceria—.
Parece que perdiste esto.
A Paul le tembló la mano cuando la cogió. Los colores se arremolinaban dentro
del collar, aún mas azules, pero no completamente.
Ella no podía siquiera darle otra semana. Sólo una hora. Por mucho que tuviera
la esperanza de más, lo entendió. Había cometido errores con ella, algunos
imperdonables. No se merecía otra semana y lo sabía. Ella también.
Se abrochó la luceria alrededor del cuello y sintió la primera hoja caer de la
marca de vida. Se agitó sobre las costillas, y antes de que dejara de caer, otra se le unió.
Luego otra.
Vivir hasta la salida del sol había sido una estimación optimista. A este ritmo,
solo tendría unas pocas horas como máximo.
Quería pasarlas con Andra, por egoísta que fuera eso. Se juró a sí mismo que no
la dejaría verlo morir, pero se moría por estar con ella sólo un poco más.
Sólo tenía unos pocos momentos antes de que su alma comenzara a desvanecerse
y tenía que dejarla. No podía confiar en sí mismo de no obligarla a tomar la luceria de
nuevo. No podía confiar que no le haría daño o intentaría esclavizarla como había
hecho antes. Quería un para siempre con ella, demasiado para arriesgarse. Estaría más
segura si él fuera a cumplir su destino como había planeado hacer durante décadas.
La levantó y siguió a los hombres a los vehículos. Incluso manchada de tierra y
pálida por el esfuerzo, seguía siendo hermosa a la luz de la luna. Era un hombre
afortunado por haberla conocido, aunque hubiera sido por unos pocos días.
Unos pocos días con Andra valían más la pena que toda una vida con cualquier
otra mujer.

Andra sentía resaca. Le latía la cabeza, tenía la garganta irritada, y estaba


bastante segura que iba a vomitar. Esa idea hizo que se moviera lo suficiente para
sentarse. No quería enfermar en su cama.
Cuando se sentó, rápidamente se dio cuenta que no estaba en su cama. Estaba en
un coche fuera de una desagradable cueva. Las puertas estaba abiertas y una brisa
veraniega se deslizaba sobre su piel. Morgan y Madoc montaban guardia no muy lejos,
recorriendo la zona con la mirada, hablando demasiado bajo para que les oyera.
La noche completa llegó, inundándola. Lo había hecho. Les había sacado a salvo.

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Había encontrado a su hermana, también. Después de ocho años, podía
finalmente poner a Tori a descansar.
Las lágrimas le ardieron en los ojos mientras se inclinaba y abría la cremallera de
la bolsa de lona. El andrajoso camisón rosa no era más que jirones ahora. Los huesos
del interior estaban polvorientos, y no se atrevía a tocarlos. Era el cuerpo de Tori, pero
no era todo lo que había dejado detrás. Había traído alegría a todos los que la
rodearon. Le había dado a Andra más buenos recuerdos de los que ninguna persona se
merece tener. No había vivido mucho tiempo, pero los años que había tenido habían
sido buenos, y los había utilizado para derramar más amor en el mundo que cualquier
otro ser que jamás hubiera conocido.
Las lágrimas gotearon sobre la bolsa roja, dejando puntos oscuros.
—Te quiero, bebé —susurró—. Puedes descansar ahora.
Con eso, cerró la cremallera de la bolsa y dejó el pasado atrás. Tori no habría
querido verla triste. Habría querido que viviera, riera y amara.
Paul.
No estaba por ninguna parte, pero cuando pasó sobre la bolsa para salir y
encontrarlo, vio un destello metálico. Su espada estaba envuelta, yaciendo bajo los
huesos de Tori en el suelo del SUV.
Nunca iba a ninguna parte sin ella. ¿Por qué la habría dejado detrás?
A menos que no fuera a volver.
Comenzó a entrar en pánico e intentó alcanzarle para poder encontrarlo, pero no
había nada allí. Se llevó la mano a la garganta y sólo encontró piel desnuda. La luceria
se había ido. El tiempo de ellos había terminado.
La había dejado. Pero ¿por qué?
Se arrastró fuera del vehículo y le fallaron las piernas. Cayó al cemento y le
ardieron las manos por el impacto. Madoc corrió hacia ella y la ayudó a levantarse.
—¿Estás herida? —preguntó.
—¿Dónde está Paul?
—Estaba justo aquí hace unos minutos.
Andra señaló la espada.
—La dejó atrás. ¿Dónde está?
Madoc la miró, con la cara inexpresiva.
—Fue a morir.
Morgan le dio un codazo en las costillas.
—No tienes que hablar de ello. ¿Dónde infiernos está tu honor?
—Jodido honor —gruñó Madoc—. Ella merece saber el resultado.

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—Si él se lo ocultó —dijo Morgan— es porque esa era su elección. No quería que
supiera lo que estaba haciendo.
Ella sufrió en silencio durante un segundo, entonces miró a Madoc.
—¿Qué está haciendo exactamente?
—Iba a derribar a un montón de Synestryn a su paso de regreso a la cueva.
—¿Qué? ¿Por qué infiernos lo haría…? —No tenía tiempo para eso. Ya le pegaría
a Paul cuando le encontrara—. ¿Por dónde se fue?
Madoc lo sabía. Podía verlo en sus ojos.
Andra le agarró por la camisa y le sacudió. Era demasiado grande para que lo
agitara mucho, pero él pilló el concepto.
—¿Dónde fue?
Los ojos verdes de Madoc se movieron a la derecha, hacia la espesura de los
árboles.
—El sol casi ha salido y él se había ido con suficiente tiempo para hacer el
trabajo. No lo encontrarás a tiempo.
Infiernos que no lo haría. Agarró el teléfono móvil de Madoc de su cinturón y
corrió mientras buscaba en su guía de teléfonos. Tenía las piernas temblorosas, pero la
sostenían porque esto era importante.
El teléfono sonó, pero él no lo atendió. No se molestó en dejar un mensaje en el
contestador. Sólo volvió a marcar. Finalmente, en el cuarto intento, atendió.
—Déjame en paz, hombre —gruñó Paul.
—No —dijo ella—. No lo haré.
Era evidente que no había esperado encontrarla a ella en la línea.
—Te lo dijeron, ¿no?
—Sí, y no voy a dejarte hacerlo. —Estaba jadeando, apenas capaz de hacer salir
las palabras.
—Eso no es una opción, Andra. No voy a permitirme vivir lo suficiente para que
mi alma muera. Te quiero tanto, que te haría daño. —Él contuvo un sibilante aliento.
—Ya he perdido a mamá y a Tori. No puedo perderte a ti, también. —La mera
idea la desgarraba. Ya había perdido demasiado. Se merecía un poco de felicidad a
cambio.
Se internó en el bosque, utilizando el instinto para guiarse. Deseaba todavía tener
esa conexión con él, podría darle caza y capturarle con la mente.
—No quiero que te ates a mí por obligación —dijo. La voz era cada vez más
débil.
No tenía ni idea de que quería decir él.

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—¿Qué obligación? El amor nunca es una obligación.
La maleza y las ramas bajas le golpeaban el rostro, pero continuó.
—¿Me amas? —preguntó, levantando la voz con esperanza.
Normalmente, se habría echado atrás y puesto algo de distancia entre ellos. Todo
esto iba demasiado rápido, y todavía tenía responsabilidades que tenían que ir
primero. Amar a alguien iba a ser una complicación enorme, por no mencionar el
hecho de que si lo admitía, no podría esconderlo más. No se podría mentir más a sí
misma.
Si lo amaba, él podría hacerla daño. Si le amaba y moría, nunca se recuperaría.
—Sí —susurró, aunque si era porque estaba sin aliento o porque tenía miedo de
decirlo demasiado fuerte, no estaba segura—. Te quiero.
—Ojalá lo hubiera sabido. Es demasiado tarde ahora.
Él lanzó un profundo gemido de dolor. Podía oírlo cerca, y una fracción de
segundo después, resonó por el teléfono. Estaba cerca.
—¿Puedes oírme? —gritó.
—Te… quiero… también. —Las palabras eran tan débiles que apenas podía
oírlas.
Vio un atisbo de azul que no pertenecía al bosque. Deseaba como el infierno tener
los ojos mágicos de nuevo para que la ayudaran a ver. La luz rosada del inminente
amanecer era apenas suficiente para guiarla.
A medida que se acercaba, vio que el azul eran sus vaqueros. Le había
encontrado.
Andra se tambaleó a través de los árboles y cayó a su lado. Estaba recostado en
un tronco grueso, desplomado e inmóvil. Los cadáveres de los Synestryn cubrían el
suelo a pocos metros de distancia. Docenas de ellos. Varios profundos cortes en la
carne de Paul goteaban roja sangre. La piel estaba más pálida a cada segundo. Tenía el
pecho desnudo, con la camisa rasgada por el lado derecho donde las garras la habían
arrancado, junto con la piel.
El tatuaje sobre el pecho estaba desnudo. Todas las hojas estaban muertas,
yaciendo amontonadas a lo largo de la cintura.
Los colores se arremolinaban en la luceria, pero se estaban desvaneciendo
rápidamente.
Rezando para que no fuera demasiado tarde, se la arrancó del cuello y se la
abrochó alrededor del suyo. Lo extremos se cerraron, pero nada más pasó. Todavía no
podía sentirle.
No estaba respirando.

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El pánico la hizo temblar. Le presionó los dedos en el lateral del cuello,
intentando sentirle el pulso. Era débil y no estaba totalmente segura de que no fuera el
de ella, pero le dio esperanza.
Estiró su cuerpo, sin hacer caso a las ensangrentadas hojas y palitos que cubrían
el suelo, le insufló aire en la boca. Su pecho se expandió. Lo hizo una y otra vez.
Entonces lo sintió. Una chispa de poder arqueándose entre sus bocas. Todavía
estaba con ella. Podía sentirle luchando por regresar.
—No te atrevas a dejarme —le dijo—. Te necesito.
El total del poder dentro de él era débil, pero ella desvió lo que podía y lo utilizó
para unir su piel. No sabía qué estaba haciendo, pero tenía que intentar algo para
evitar que sangrara.
Le cubrió la boca con la suya para respirar por él de nuevo, pero esta vez no
necesitaba ninguna ayuda. La tomó el aire de los pulmones y la besó de vuelta.
La deslizó la lengua sobre los labios y un bajo gemido de placer la vibró en el
pecho. Sabía tan bien. Tan vivo. El corazón se la llenó de alivio y gratitud.
Los brazos la rodearon y los sentó a ambos. La boca dejó la de ella y pudo ver los
ojos brillando de emoción.
—Dímelo otra vez —ordenó él.
Ella sabía lo que quería oír. Podían sentir el indicio de inseguridad que aún
permanecía en su interior, y le amaba tanto que no pudo renegar de él.
—Te quiero.
Los ojos se cerraron de placer.
—Dios, suena tan bien.
Cogió la espada prestada de donde había aterrizado sobre las hojas, se arrodilló
ante ella y se hizo un corte superficial sobre el corazón.
—Mi vida por la tuya, Andra. Por siempre y para siempre.
La sangre le goteaba por el pecho, provocando que el estómago se la retorciera
más fuertemente.
—Realmente desearía que dejaras de hacer eso. Acabo de remendarte.
Ignoró el reclamo y la miró con tal intensidad que ella quería apartar la mirada.
—Dame tu voto. Lo necesito.
La necesitaba. Para siempre. Eso era lo que quería, y la asustaba como el infierno.
Aun así, a pesar que tenía miedo de atarle a una mujer que había cometido tantos
errores, estaba más asustada de dejarle ir. Había visto todos sus fallos. Sabía que había
un montón de gente a la que había decepcionado. Sabía que les había dejado morir. Y
todavía la quería. Confiaba en ella.

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La hacía sentir humilde y sin embargo le daba fuerzas para confiar en sí misma.
No era perfecta, pero no tenía que serlo. Siempre estaría allí para ella cuando fuera
débil. Siempre estaría allí para ella, y punto.
—Te necesito, también. Así que, mientras no te canses de mí, voy a estar ahí a tu
lado.
Mientras la calidez de la promesa se apoderaba de ella, una sonrisa de masculina
satisfacción le curvó la boca.
—Eres mía ahora, Andra, porque nunca me voy a cansar de ti.
—Entonces, tal vez debería volver a formular mi voto —bromeó.
—Oh, no, no lo harás. Te tengo justo donde te quiero. Para siempre. —La atrajo
hacia sí e inclinó la cabeza para besarla mientras los primeros rayos del amanecer
rompían a través de los árboles.

CAPÍTULO 30

Andra contuvo la respiración. Sibyl se quedó junto a la cama de Nika. Tynan


había utilizado todo el poder que había recogido en el ataque a Dabyr y había dejado
de ayudar a Nika, al menos durante otra semana, por lo que Sibyl era la mejor
oportunidad que ella tenía ahora.
Paul estaba a su lado, su fuerte brazo alrededor de ella. Su dedo pulgar le
acariciaba la cintura, aliviando algunas de las tensiones que habían ido creciendo en su
interior desde que habían llegado a casa.
Y Dabyr era su hogar ahora, aunque uno extraño.
Sibyl frunció el ceño y puso su pequeña mano sobre la frente de Nika. Un
momento después, la retiró como si la quemara.
—Pobre chica —dijo Sibyl—. Si se recupera no será por tu mano.
Andra se apoyó contra Paul, débil por la decepción. Él la acogió en sus brazos,
sólido e inflexible.
—¿Qué quieres decir? ¿No hay nada que pueda hacer?
—Me temo que no.
La frustración brillaba en su interior. Se sentía impotente. Incluso con todo el
poder que ahora poseía, todavía no podía ayudar a Nika.
—Sin embargo, hay esperanza —dijo Sibyl—. Tú me rescataste, así que yo te
ofrezco este beneficio.

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—¿Cuál? Cualquier esperanza que puedas darme será más que bienvenida.
—No hay nadie aquí que pueda ayudarla. No puedo ver quién es, pero siento
que él ya ha empezado el proceso.
—¿Él? Entonces, ¿Grace, no?
—No. Grace, no. Ella es un alma de curación, y da a Nika un gran consuelo, pero
eso es todo.
—¿Qué debo hacer, entonces? —preguntó Andra.
Sibyl le dirigió una sonrisa tan llena de sabiduría que ninguna niña de ocho años
debería poseer.
—Nada.
—¿Nada?
—Ya has hecho todo lo que has podido. La trajiste aquí. Que, o bien será
suficiente o no lo será.
—¿Y no puedes decirlo?
—No, no lo diré. Ya no es mi turno.
Andra estaba tratando de averiguar lo que quería decir pero estaba teniendo
dificultades para seguirle la corriente con todas esas enigmáticas palabras.
—¿Qué quiere decir, no es tu turno?
Sibyl inclinó la cabeza haciendo que sus rizos también se inclinaran.
—Tú eres una hermana. Sabes lo que es tener que compartir. ¿Nunca has
aprendido a hacerlo por turnos?
El cuerpo de Paul se tensó a su lado.
—¿Estás diciendo que Maura puede ver las cosas de la misma manera en que tú
lo haces?
—No he dicho nada de eso. Eso iría contra las reglas.
Dio media vuelta y se fue, pero se detuvo en la puerta. Sin volverse, dijo:
—Vais a ser felices juntos. No tengo que romper ninguna regla para decirte eso.
Después de que se hubiera marchado, la habitación parecía extrañamente vacía.
—De acuerdo —dijo Paul—. Es evidente que todavía hay algunas cosas que no sé
de por aquí.
—Bienvenido al club. ¡Santo cielo, esa chica es muy rara!
—Te acostumbrarás a ella —dijo Paul.
—Supongo que voy a tener que hacerlo, ¿no?
Él se inclinó y la besó a un lado del cuello, haciendo que la piel se acalorara. Sus
brazos se sentían bien alrededor de ella. No sabía cómo hubiera sobrevivido sin él. Era

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tan parte de ella que apenas podía distinguir la diferencia entre la presencia de él en el
interior de su mente y la suya.
Su lengua se deslizó hacia abajo hasta que tocó el borde de la luceria. Tan pronto
como lo hizo, no fue sólo la piel lo que se puso caliente. Ella se derretía por dentro, sólo
por él. Su malvada sonrisa le dijo que él lo sabía también.
—Sí. Por ti. Porque nunca voy a dejarte ir.

Nika se despertó de repente, como si alguien hubiera gritado su nombre. La


mujer en la esquina de la habitación se había quedado dormida con un jersey de punto
en el regazo. Nika no la conocía pero no tenía miedo.
Por primera vez en ocho años, no estaba asustada.
La sensación la mareó, y aunque tenía el cuerpo débil, se levantó de la cama
dejando la débil carne atrás. Tenía que irse ahora.
Le llevó un momento acostumbrarse a la sensación de flotar fuera del cuerpo.
Estaba tan acostumbrada al hambre insaciable y al dolor profundo que la pérdida la
ponía nerviosa, casi la hizo sentirse sola sin su constante compañía. Nika volvió a mirar
a la cama donde yacía su concha. No reconocía a esa persona. Ese esqueleto.
Una vez más, sintió una oleada de reconocimiento, como si alguien la estuviera
llamando.
Tenía que ir con él. La necesitaba.
Nika salió de la sala, por la puerta que estaba enfrente, hacia un largo pasillo. No
sabía dónde estaba pero sabía adónde iba. El instinto la guiaba como una flecha, y
corrió a través de los oscuros y desiertos pasillos, flotando sobre el suelo.
Estaba cerca ahora. Podía sentirlo, sentir su poder. Había llegado a casa, aunque
no tenía ni idea de cómo sabía que era el caso.
La puerta se parecía a todas las demás, pero para ella, era un hervidero de poder.
Presionó las manos contra ella y se deslizó a través de la madera con facilidad. Él
estaba allí. Durmiendo. No quería despertarlo. Necesitaba descansar; era la única
manera de escapar de su dolor. No quería hacerle daño. Por eso necesitaba estar cerca
de él. Para calmarlo. Para llevarse su dolor.
Nika se deslizó a través de la puerta de la habitación que se parecía mucho a la
que ella acababa de dejar, pero sólo en la superficie. Ese lugar era una casa de dolor y
tormento. Era una casa de tristeza y desesperación. Aun así, era el lugar más
reconfortante en el que había estado porque él estaba allí.
Cuando flotó en la habitación y cayó en la cama, él no se despertó. No estaba
segura de si podía sentirla o no, pero se arrimó a él y cubrió su cuerpo con el de ella. La

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calidez de su piel se unió a la de ella, ahuyentando el frío constante en las
extremidades.
Como si sintiera su necesidad de calor, él se movió en sueños. Colocó su grueso
brazo alrededor del cuerpo de ella, sujetándola en el sitio con su grueso muslo. No
pasó a través de ella. Era como si él fuera lo único real en ese mundo etéreo.
Tenía el espíritu rodeado de su calor, de su olor.
Esto era lo que necesitaba. Él era lo que ella necesitaba. Ahuyentaba el terror que
siempre la perseguía. Incluso la más vil de las criaturas temblaba ante él. Mientras
estuviera con él, no podrían hacerle daño.
Ya no.

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CAPÍTULO 31

Lexi estaba ahí. Zach sentía su presencia como si hubiera caminado a través de
un portal dentro de Dabyr.
Saltó desde el pesado banco y corrió por los pasillos hacia ella. No iba a perderla.
No otra vez.
Giró en la esquina y se abalanzó contra la puerta de Drake. Ésta se sacudió, pero
no cayó. Estaba allí. Tenía que llegar a ella antes de que desapareciera de nuevo.
Zach acababa de levantar la pierna para derribar la puerta de una patada cuando
ésta se abrió. Drake le miraba como si hubiera perdido el juicio, obstruyendo la entrada
para evitar que la locura de Zach alcanzara a su amada Helen.
—¿Dónde está? —exigió.
—Helen está al teléfono. ¿Qué diablos quieres?
—Helen, no. Lexi. Ella está aquí, lo sé. La están escondiendo —Zach lo empujó
para entrar, pero Drake mantuvo su cuerpo entre él y Helen.
Ella salió de la cocina con el móvil pegado a la oreja. Cuando lo vio, su rostro
pasó por todos los colores. Se puso el dedo en los labios para pedirle silencio y hablo al
teléfono:
—No, Lexi, estoy bien. Nadie me ha herido.
Lexi no estaba ahí. Estaba al teléfono.
Mierda.
Zach tardó un buen rato en recuperarse de la aplastante decepción. No estaba
allí. No podía verla. Tocarla. Cuidar de ella.
No podía azotarla el culo por huir de él.

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—Por supuesto que estoy segura —dijo Helen—. Te equivocas sobre ellos. No sé
qué te contó tu madre, pero también estaba equivocada. Son buenos chicos.
Zach miró a Drake, quien aún se interponía en su camino.
—Déjame hablar con ella —le pidió a Helen.
Los ojos de Helen se agrandaron y negó con la cabeza, haciendo que sus trenzas
se mecieran.
—Al menos dime donde podemos vernos para hablar. Te juro que iré sola.
—Y un infierno lo harás —dijeron a la vez Drake y Zach.
Zach aprovechó la distracción de Drake para pasar a su lado y coger el teléfono
de la mano de Helen.
—Hola, cariño —dijo con voz calmada cuando lo que en verdad quería hacer era
gritarle a Lexi por haberlo abandonado.
—Zach —Su voz estaba cargada de miedo y no pudo disimular la fatiga que fluía
a través de esa única palabra.
—¿Dónde estás?
—En Phoenix. O, tal vez, en Madison. No consigo diferenciar una de otra.
—Ya basta de esta cansada rutina. ¿Dónde estás?
—Estoy a salvo. En un lugar donde tú y tus monstruos no podrán encontrarme
nunca.
Zach apretó la mano y el móvil chirrió bajo el agarre. La ira bombeó a través de
él, junto con algo más: necesidad, desesperación y miedo.
—¿Dónde estás, cariño? Necesito ir a buscarte.
—No. —Aunque la palabra no sonó tan contundente como ella hubiera querido.
—Por favor, Lexi. Te necesito —su voz estaba tan llena de súplica que Drake le
miró divertido, pero a él no le importó. Ella era más importante que el orgullo.
—No. Estás tratando de engañarme otra vez. Eso no sucederá. Y juro por Dios
que si tocas un solo pelo de la cabeza a Helen, te cazaré yo misma y te asfixiaré con tus
propias pelotas.
—Nunca le haríamos daño a Helen. Es una de los nuestros.
Se escuchó un sollozo ahogado.
—Oh, Dios. ¿Qué la habéis hecho?
—Le hemos dado un hogar. Una familia. Nosotros la protegeremos y la
mantendremos a salvo. Y queremos hacer lo mismo por ti, cariño.
—¡Mentiroso! Mamá decía que todos vosotros mentíais tan bien como el propio
Satanás. Ahora sé que tenía razón. Sobre todo.

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—No sé qué es lo que te dijo, pero ninguno de nosotros te haría daño. Déjame
conocerte. Hablar contigo.
—Intentarás abducirme otra vez.
—No lo haré —mintió.
Ella emitió otro suave sollozo, que le rompió el corazón. Sentía dolor. Estaba
sufriendo. Cansada. Todo en Zach gritaba que fuera a buscarla pero no sabía a dónde
ir.
—Por favor, Lexi. Dame una oportunidad. Quiero ayudarte.
—Desearía que fuera cierto, Zach. Dios, lo deseó de verdad. Estoy metida en un
gran lío. Yo...
Se oyó el fuerte ruido de un golpe del otro lado de la línea. El pánico recorrió a
Zach, haciéndole alcanzar su espada.
—¿Lexi? ¿Qué está pasando?
Ella bajó la voz a un susurro.
—Tengo que irme. Están aquí.
—¿Quién está ahí? ¿Y dónde coño estás tú?
—No quién, qué. Los monstruos han vuelto a encontrarme.
¿Monstruos? Se refería a los Synestryn.
Se escuchó otra fuerte explosión.
Zach salió corriendo de la habitación hacia el garaje.
—Lexi. Dime dónde estás. Voy a ir a ayudarte.
—Ya sabes dónde estoy. Tú los enviaste.
El corazón le latía tan fuerte que apenas podía hablar.
—No, cariño. Yo no. ¿Dónde estás?
Ella vaciló. Otra fuerte explosión fue seguida de un estruendo, como de cristales
rompiéndose.
—Texas —susurró—. Denton, Texas.
La línea se cortó.
—¡Lexi! —gritó al teléfono pero no obtuvo respuesta. Ella ya se había ido.
Oyó los pesados pasos de Drake detrás suyo mientras corría por la habitación y
el pasillo, pero él no aminoró la marcha. Se subió a la camioneta y chirrió por el recinto
del garaje, tomando el camino hacia la entrada. Si la puerta no estaba abierta para
cuando la alcanzara, pasaría como el viento a través de ella.

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Fin

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