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LA COLECIONISTA

Shannon K. Butcher

Entre el 3º y el 4º de Las guerras de los Centinelas.

Viviana Rowan es una coleccionista de artefactos,


algunos más especiales que otros. Los que entran en su
colección privada son aquellos que la atraen de una
manera especial. Neal Ethan es un guerrero Theronai que
está buscando un artefacto especial que sanará a su
amigo y él sabe que lo tiene Viviana. Con su marca de
vida desvaneciéndose rápidamente necesita llevar a cabo
esta importante misión de búsqueda. Nunca se hubiera
esperado encontrar a su compañera en Viviana. Viviana
no se lleva bien con la gente, siempre sola. Excepto que
cuando está con Neal se siente completa.
CAPÍTULO 1

St. Louis, Missouri, 12 de diciembre.

Neal Ethan quería algo que tenía la mujer y no se marcharía hasta conseguirlo.
Corrió hasta los escalones de cemento que conducían a la puerta principal. Sus botas
dejando marcas de pisadas detrás de él en la nieve en polvo que estaba empezando a caer y
acumularse. Con algo de suerte, convencería a Viviana Rowan para que le diera el artefacto que
según Gilda podría curar la parálisis de su amigo y estar de vuelta en la carretera a Dabyr antes
de que oscureciera.
Los demonios Synestryn conseguían más horas de recreo durante las largas noches de
invierno y Neal necesitaba terminar con el encargo y volver a la lucha para pararlos antes de
que algún humano confiado se convirtiera en su comida. Por no mencionar el hecho de que
realmente necesitaba ese desfogue físico para ayudarle a controlar el dolor, un desfogue que
sólo le proporcionaba una buena dosis de hachazos y cuchillazos o de sexo caliente y húmedo.
No iba a conseguir ninguna de las dos cosas en la casa de una aburrida coleccionista de
viejas antigüedades, así que necesitaba entrar, coger el artefacto y salir. Rápido.
El dolor era más cruento hoy, raspando contra los huesos, incluso el cabello dolía. Las
dos horas de meditación que había hecho antes, apenas habían aliviado la presión del poder
que crecía dentro de él.
Se dijo que era porque acababa de perder otra hoja en la marca de vida, la imagen
viviente de un árbol que le cubría el pecho, pero sabía que era más que eso.
Se le agotaba el tiempo. Las hojas se caían más rápido ahora, gracias a una sacudida de
poder, el golpe de una pistola de descarga eléctrica el verano pasado. Había absorbido el valor
de un año de energía en un instante, y todavía tenía las pesadillas y sudores fríos para
demostrarlo.
Quedándole sólo doce hojas, sabía que el resto de su vida ahora podría contarse en
meses.
Quizás semanas. Y esto asumiendo que uno de los demonios Synestryn contra los que
luchaba no consiguiera un tiro afortunado.
No es que se quejara. Había vivido alrededor de casi cuatrocientos años. Era una buena
trayectoria. Había acabado con mucho mal durante su vida. Había cumplido el objetivo y había
hecho el trabajo. Y cuando llegara la hora de que su alma tocara a su fin no se convertiría en el
mal que juró combatir, lo combatiría también. Sin quejas, sin excusas. Era un guerrero destinado
a morir por la causa, y ninguna de las cosas que pudiera desear y que no podía tener iba a
cambiar esto.
Solamente porque otros hombres como él habían encontrado a las mujeres que podrían
salvarles no significaba que a Neal se le fuera la cabeza, pensando que también podría
encontrarla. Sabía que era mejor dejar las falsas esperanzas a un lado. El próximo año, estaría
muerto. No tenía ningún sentido pensar en ello.
Neal golpeó con los nudillos la fría puerta, y poco después, pudo oír el crujido del viejo
entarimado al otro lado de la madera. La puerta se abrió dos centímetros escasamente,
revelando las largas pestañas de un ojo color avellana.
—¿Si? —dijo la mujer, su voz baja y suave.
—Soy Neal Ethan. Tengo una cita con la señora Rowan.
—¿Son ya las cuatro y media? —Sonó desconcertada.
—Sí, lo son.
Ella terminó de abrir la puerta y se apartó para que entrara.
—Lo siento. Estudiaba una nueva antigüedad y debo haber perdido la noción del tiempo.
Por favor entre.
Neal la miró fijamente durante un largo momento sorprendido.
Era más alta de lo que se esperaba, sólo unos pocos centímetros más baja que él, y mucho,
mucho más joven. Se la había imaginado como una anciana encorvada y reseca, alguien que
concordara con la colección de artículos antiguos por la que era conocida, sin uno de los cuales
no se marcharía.
En cambio, estaría al final de la veintena, aunque su vestimenta seria y su moño
remilgado la hacían parecer más madura. Era bonita, de una manera que decía intocable, la
clase de mujer que un hombre rudo como Neal evitaría en la medida de lo posible. O la
impresionaría, o le haría daño, o ambos si estuviera alrededor de ella demasiado tiempo.
Esperaba poder concluir su asunto y estar en camino antes de que eso se convirtiera en
un problema.
Neal atravesó el umbral cuando ella extendió la mano en un saludo.
—Soy Viviana Rowan.
Él no quería tocarla. Sus dedos largos y elegantes parecían demasiado frágiles para la
mano encallecida por la espada. Pero había más que eso, no quería ofenderla, no cuando aún no
habían comenzado a negociar.
Con un suspiro de resignación, Neal tomó la mano que le ofrecía, pensando en frágiles
esculturas de cristal y huevos huecos, así le daría un ligero apretón.
Había tenido la intención de hacer el contacto tan breve como fuera posible, pero en el
segundo en que la piel tocó la de ella, su mundo quedó en silencio. Décadas de dolor
evaporadas como copos de nieve sobre el fuego. Una ligera e ingrávida burbuja se hinchó en su
interior, llevándose la presión del enorme poder que había almacenado pero que no podía usar.
El vello de las extremidades se le erizó y un leve temblor le recorrió la espina dorsal,
calentándole a medida que pasaba. Ni siquiera la conmoción por esta reacción parecía capaz de
penetrar en la aplastante sensación de paz que se asentó en él. Estaría contento de quedarse
aquí en esta tranquila y cálida paz el resto de su vida.
Y entonces sintió como ella retiraba los dedos del apretón y la realidad volvió a caer de
golpe sobre él. El dolor golpeándole por dentro, como si estuviera enfadado porque hubiera
disfrutado de ese breve respiro. Arremetiendo contra los huesos, vapuleándole los órganos
cuando le castigó.
Neal apretó los dientes para frenar el grito que le avanzaba lentamente por la garganta y
trabó las rodillas para así no sufrir un colapso a los pies de la mujer. Un sudor frío le perló la
frente y el estómago se le retorció duramente.
—¿…Está bien? —La suave voz resbalaba acariciando sus nervios, calmando su
amotinada danza—. Pediré una ambulancia.
—No —gruñó Neal—. Estoy bien. —No estaba bien en absoluto, pero lo último que
necesitaba era ser arrastrado lejos de aquí y tener que tratar con la intervención de doctores
humanos. No sólo estarían fascinados por la marca de vida sino que tendría que pasar por un
duro infierno explicando por qué llevaba una espada invisible atada a las caderas con una
correa—. ¿Puedo tomar un poco de agua? —preguntó, sólo para conseguir que le dejara solo un
minuto. Necesitaba concentrarse y realmente no quería que le viera débil como estaba.
Cerró la puerta de la calle detrás de él y se alejó rápidamente, los tacones repiqueteando
contra el suelo de dura madera.
Neal se combó contra la pared y parpadeó para aclarar los puntos negros de la visión.
Estaba temblando como uno de esos miedosos perritos falderos, y casi tan fuerte como uno de
ellos ahora mismo, también.
La puesta de sol sería dentro de una hora, y tenía ese tiempo para descubrir que mierda
había entre ellos y unirlos antes de que los malos salieran a jugar.
Una cosa era cierta: No había fuerza sobre la tierra que le apartara del lado de la señorita
Viviana Rowan hasta que entendiera lo que le había hecho. Y qué podría hacer para que lo
repitiera.

Viviana llenó un vaso de agua y se lo bebió entero antes de recordar que debía llevárselo
a él. El corazón le latía desbocado, y le temblaba tanto la mano que se agarró a la llave del grifo.
Cuando él la tocó, ocurrió algo. Y no estaba completamente segura de que le gustara.
Había sentido como si alguien le hubiera enviado una corriente eléctrica por la piel, haciéndole
sentir un hormigueo y un zumbido de dentro hacia fuera. Un golpe de calor la atravesó,
emanando de su palma amplia y áspera. Su contacto había sido suave, aunque de alguna
manera pudo sentir cada callosidad, hasta el mínimo detalle de las espirales en las impresiones
digitales.
Simplemente no era correcto. Tuvo que haber sido una especie de alucinación. Tal vez la
piel había sido drogada con un veneno de contacto.
Nada más pensarlo, lo descartó. Profundamente en su interior sabía que era eso.
Lo había sentido antes, aunque nunca tan intensamente. Aquel zumbido, el tarareo
resonante que la atravesó no era nuevo para ella. Lo había sentido cada vez que tocaba uno de
los preciosos artefactos de su colección.
El único problema era que Neal Etan no era ningún artefacto de siglos de antigüedad.
Estaba vivo, respirando, un hombre increíblemente caliente. Quien esperaba en su vestíbulo.
¿Qué iba a hacer con él? No podría quedarse. Estaba aquí para comprar uno de sus
artefactos, y aunque no lo hubiera sospechado antes querría uno de su colección especial, ahora
se dio cuenta de que ese era el caso.
No le dejaría tener uno de ellos. Eran suyos -las únicas cosas que la hacían sentirse
conectada con el mundo. Sin ellos, estaría condenada a vivir con ese sentimiento absurdo de
desconexión que había sufrido la mayor parte de su vida. No podía dejar que eso ocurriera.
No es que pudiera impedirle que cogiera lo que quisiera. Era demasiado grande y
poderoso para pararle. Iba a tener que engañarle y conseguir que se marchara tan pronto como
fuera posible. No podía dejar que el trabajo de su vida entera fuera destrozado. Sobre todo no
tan poco después de perder a su madre.
Esta iba a ser la primera Navidad sola con sólo su colección para hacerle compañía.
Viviana se cubrió la boca con el dorso de la mano para sofocar un gemido, y juraría que
podía oler el persistente aroma masculino en la piel. Ese olor le calmó los nervios, lo que la hizo
asustarse más. Nunca había tenido una reacción como ésta a un hombre antes, y esperaba que
sólo fuera temporal.
Se lavó las manos en el fregadero para librarse del olor, y se apresuró a salir con el vaso
de agua. Cuanto más pronto consiguiera que se marchase, mejor.
Giró la esquina y casi chocó directamente con su amplio pecho. Él la sujetó por los brazos
para estabilizarla, y ella agradeció que la capa de tela entre ellos silenciara el efecto de su toque.
Sólo un chorrito de esa energía zumbadora le alcanzó la piel, pero fue suficiente para
aumentarle el temblor de las manos, causando que el agua rebosara del vaso y cayera sobre la
bota de él.
—Lo siento —dijo, cuando trató de apartarse de su agarre.
La dejó ir, pero sus ojos azul oscuro se deslizaron por su cara, demorándose en la boca.
Era guapo de un modo profundamente masculino. Sus rasgos eran grandes, remarcados,
y muy angulosos. La ancha línea de su mandíbula era afilada, sombreada con una barba
incipiente. El cuello era grueso, al igual que los muslos y brazos bajo la ajustada chaqueta de
cuero. No había nada suave o apacible en este hombre, haciéndole completamente diferente de
los hombres que escogía para citas. Aunque, el porqué hacía tal comparación era una incógnita.
No estaba aquí para invitarla a salir. Estaba aquí para llevarse algo precioso de ella.
Le acercó el vaso, esperando distraerle y que dejara de mirarla fijamente. En cambio, sus
dedos le rozaron el dorso de la mano cuando cogió el vaso de agua.
Al instante, otra sacudida de poder la atravesó, rebotándole dentro del corazón hasta que
estuvo jadeando en busca de aire.
—¿Quién es usted? —preguntó él con la voz profunda teñida de sospecha.
Ella trató de sonar natural, pero las palabras salieron entrecortadas y nerviosas.
—Sé que le prometí una reunión, pero olvidé una cita increíblemente importante. Me
temo que voy a tener que cancelarla.
—Ni loco.
—¿Disculpe?
—Me hizo una promesa, y de donde yo vengo, eso quiere decir algo.
Comenzó a dejar el vaso sobre un escritorio del siglo XVII y Viviana se lanzó para pararle
antes de que el vaso húmedo pudiera hacer contacto.
Cerró las manos sobre la de él y la energía retumbante le inundó el sistema, debilitándole
las rodillas y haciendo que cerrara los por la agitación. Un gemido profundo de satisfacción se
elevó entre ellos, y no podía decir quién de los dos había hecho el ruido. No es que se
preocupara. Independientemente de lo que él le estaba haciendo, independientemente del
veneno o magia que el hombre poseyera, estaba empezando a gustarle.
Aquel pensamiento la sacudió, forzándola a apartar las manos de las de él. Sacrificaría el
escritorio con una marca de agua si eso significaba que él dejaría de tener la vista puesta en
alguno de sus preciosos artefactos.
Cuando rompió el contacto, él exhaló un doloroso aliento y se dobló. El vaso resbaló de
su mano, rompiéndose contra el suelo.
—Lo siento —gruñó.
Ella no se preocupó por el vaso. Sólo deseaba que pudiera decir lo mismo por el hombre.
Pero realmente se preocupó. Odiaba ver sufrir a cualquier ser vivo y eso incluía al grande y
fornido hombre que estaba aquí para arruinar la calma de su pacífica existencia.
—Siéntese antes de que se caiga —ordenó cuando le dirigió hacia una silla de su sala de
estar.
Tuvo cuidado de no tocar su piel desnuda, escogiendo en cambio usar la manga de la
chaqueta para llevarlo en la dirección correcta. Él aterrizó sobre el sofá con un ruido sordo,
haciendo crujir la delicada madera en protesta por su peso.
Colocó uno de sus gruesos brazos alrededor de su cintura. La cabeza colgada hacia abajo
apoyándola contra su mano como si pesara demasiado para que se sostuviera. En esa mano
llevaba un anillo que pulsaba y en el que se arremolinaban una combinación de hipnotizantes
colores que le recordaron a pergamino viejo y madera antigua.
Viviana lo miró fijamente, preguntándose dónde habría encontrado un artículo tan
interesante. Era definitivamente viejo. Podía sentir la vibración de los años emanando de eso,
acompañado de algo más, algo débil y evasivo.
Alargó la mano para tocarlo con la punta del dedo, pero el señor Etan vio el movimiento
y se inclinó suavemente lejos de su alcance.
—¿Qué tal si guardamos nuestras manos para nosotros un ratito y así podremos hablar
del artefacto, de acuerdo? No estoy seguro de que pueda aguantar más de un vapuleo ahora
mismo.
No estaba segura de qué parte de esto la confundió más, la parte sobre un artefacto o la
parte sobre su dolor. Por suerte, ella tenía modales a los que echar mano en tales ocasiones y le
hizo una inclinación de cabeza remilgada.
—Por supuesto. Por lo general no soy tan atrevida. Pero como dije, tengo una cita, por lo
que tendremos que quedar en otro momento.
Él le dedicó una mirada de incredulidad.
—Escuche, señorita, he conducido durante horas para llegar hasta aquí. Hice la promesa
de llevar este artefacto a casa y eso es exactamente lo que voy a hacer.
—¿Artefacto?
Él metió la mano en el bolsillo trasero y sacó una hoja de papel doblada, que alisó
suavemente contra el muslo antes de dársela.
Viviana cogió el papel, teniendo cuidado de no hacer el menor contacto con su piel. Se
sentó al otro lado, poniendo alguna distancia muy necesaria entre ellos.
En la hoja había una imagen impresa de su página web de uno de los artefactos de su
colección especial. Era una caja tallada de madera, y dentro, cómodamente en ranuras
perfectamente adaptadas, había dos discos metálicos grabados. Tanto las marcas sobre la caja
como sobre los discos eran complicadas y esmeradas en los detalles, cubiertos de árboles, hojas,
y vides. Había encontrado este artículo en el ático de una casa de trescientos años que había
comprado con la idea de restaurarla. Y mientras no tuviera idea del propósito del artefacto,
permanecería en su colección, y no iba a separarse de él.
—Lo siento —dijo devolviéndole el papel—. No está en venta.
—¿Entonces realmente lo tiene?
—Sí.
—Muéstremelo.
La exigencia en su tono hizo que enderezara la espalda con indignación.
—Incluso si estuviese aquí, que no está, no se lo enseñaría. No si va a ser rudo y exigente.
El hombre se puso de pie, amenazante sobre ella. En cinco o diez segundos, no sabía
cuánto pasó, ella estuvo de pie, tratando de ponerlos en igualdad de condiciones. Incluso con
tacones, él era todavía unos centímetros más alto. El duro porte de su mandíbula y el modo en
que las ventanas de la nariz se ensancharon le hicieron aún más imponente.
—¿Rudo? Lo siento si insulté sus delicados sentimientos, pero no tengo tiempo para ser
tierno y agradable ahora mismo. Un amigo mío se está muriendo y ese artefacto puede ser la
única cosa que lo salve.
Viviana se mofó.
—Buen intento, pero no soy una idiota. Esos discos no contienen ninguna medicina, y si
la tuvieran, estoy segura que a estas alturas estaría completamente seca.
La miró con el ceño fruncido.
—No tiene ni idea lo que tiene o lo importante que es. Le pagaré todo lo que quiera, pero
necesito ese dispositivo ahora. Esta noche.
—Imposible. No está aquí y no está en venta.
—Bien. Lo alquilaré, entonces. Le pagaré lo que quiera por usarlo, solamente durante
unos días.
—¿Usarlo? Son pisapapeles. Hermosos, ciertamente, pero nada más. —Tan pronto lo dijo
supo que era mentira. Había algo especial en los artefactos que coleccionaba. Podía sentirlo.
Quizás el señor Etan conocía la respuesta a aquel misterio. La pregunta era, ¿se atrevería
a pasar el suficiente tiempo con él para averiguarlo?
—Solo dígame dónde está el artefacto. Por favor. —Esa última parte sonó como si le
hubiera costado más que un poco de esfuerzo. Claramente, no estaba acostumbrado a tener que
pedir las cosas.
Pobre hombre. Iba a tener que sufrir.
—No —dijo—. Es hora que se vaya.
—No me marcharé de aquí sin el artefacto.
—Sí, lo hará. —Sacó el teléfono móvil del bolsillo y lo agitó delante de él—. Si prefiere
hacerlo con una escolta policial, estaré encantada de proporcionarle una.
Su boca se apretó y su ojo se crispó. Él cruzó los brazos sobre su amplio pecho, haciendo
crujir la cazadora cuando los bíceps se hincharon contra el cuero.
Su tamaño contrastaba con la suavidad de su anterior toque. Estaba acostumbrada a
hombres suaves, intelectuales con trajes de lana, no a brutos en cuero. Y aunque él había sido
más que cuidadoso con ella, el señor Etan era definitivamente un bruto. Un hombre no
conseguía ser tan grande y musculoso e... imponente como era adoptando esa clase de conducta
barbárica.
Era un hombre fuera de lugar en el tiempo. Hace siglos, habría sido un premio, pero
ahora, en la sociedad moderna y civilizada, no tenía cabida. No había ningún objetivo para
todos esos músculos más que la vanidad. Y atraer mujeres.
Viviana apostaría a que estaba acostumbrado a tener mujeres colgadas por todo el
cuerpo, arrullando, adulando y sonriendo tontamente como idiotas. Le costaba soportar la
imagen mental.
Él le miró fijamente a los ojos durante un largo momento, tan largo que Viviana comenzó
a calentarse bajo su mirada fija. Ella tenía mejor criterio que sentirse atraída por un hombre
como él, pero al parecer el cuerpo no lo tenía.
Al parecer, había alguna parte primitiva en ella que se había despertado y se había fijado
en él y en los músculos anticuados.
Se dijo que esa parte se volvería a dormir tan pronto como él se marchara de su casa.
—Usted y yo no hemos terminado —dijo, haciéndolo sonar como una promesa—. A
cualquier parte que vaya, allí estaré. Llame a todos los policías que quiera. Eso no cambiará
nada. Conseguiré ese artefacto para mi amigo y punto. Tan pronto se harte de tenerme
respirando en su cuello, estoy seguro de que verá las cosas a mi manera.
La idea de su respiración sobre cualquier parte de ella era más que un poco intrigante, lo
que sólo sirvió para enfurecerla aún más.
—Buenas noches, señor Etan.
—Llámame Neal —dijo cuando se dio la vuelta para marcharse—. Tengo el
presentimiento que vamos a pasar mucho tiempo juntos.
CAPÍTULO 2

Viviana se quedó allí, nerviosa y sonrojada. Todo su cuerpo temblaba cuando oyó que la
puerta principal se cerraba de golpe.
Se apresuró a comprobar y asegurarse de que no había fingido su salida y había ido a
vagar por la casa. No se había puesto delante de él para evitar justamente eso, que invadiera su
espacio personal y privado, como si fuera suyo.
A través de las cortinas, vio la sombra grande de su cuerpo moverse ligeramente para
bajar los escalones y salir a la calle. Separó los paneles de encaje y le vio alejarse. Tenía
demasiada gracia para un hombre de su tamaño. Era difícil no mirarle fijamente mientras se
movía, las largas piernas ágiles y fuertes cuando se alejaba a grandes pasos. Casi parecía
deslizarse sobre la nieve. Sólo sus huellas grandes mostraban el hecho de que caminaba como
cualquier otro, un pie delante del otro.
Un camión que pasaba oscureció su visión, liberándola de cualquier hechizo que él había
tenido sobre ella.
Se volvió, negándose a mirar de nuevo por temor a que fuera absorbida de nuevo en su
zancada deslizante.
Él alardeaba sobre quedarse cerca. Estaba segura de ello. Era sólo una táctica destinada a
obligarla a cumplir con sus deseos.
Como si pudiera doblegarse tan fácilmente. No sería un hombre grande, corpulento, pero
tampoco era una flor marchita. Aún no había encontrado al hombre que pudiera hacerla
retroceder. Ese artefacto, como lo había llamado él, era suyo y lo conservaría,
independientemente de las mentiras que podría decir de su amigo moribundo.
Los ávidos coleccionistas dirían cualquier cosa para adquirir el artículo que buscaban. Él
sólo era uno más.
Viviana cerró la puerta y tomó un paño, una escoba y una pala para recoger los cristales
del vaso roto.
Todavía le temblaban las manos, y cuando cogió un trozo grande de vidrio se cortó un
dedo. Unas pocas gotas de sangre mancharon el paño mientras terminaba de limpiar el
desorden.
La irritación le tensó los hombros. No era propio de ella que un hombre ni nada, para el
caso, la pusiera tan profundamente nerviosa. Tenía que tranquilizarse y sacarlo de la mente. Se
negó a mortificarse por el señor Etan ni un momento más. Tenía cosas más importantes de que
preocuparse, como por qué un hombre, vivito y coleando, sentía lo mismo que ella por los
artefactos de una antigua raza ya muerta.
Tal vez era ese anillo que él llevaba puesto. Nunca había visto algo así antes. Tal vez
fuera ese artefacto que la llamaba, y no el hombre en sí mismo.
Eso tenía mucho más sentido y se le calmaron los nervios. Los hombros se relajaron
cuando decidió que ese debía ser el caso. La respuesta estaría en algún lugar de sus libros. Lo
que tenía que hacer era encontrarla.
Viviana se fue al estudio del tercer piso, y justo cuando cogió el primer libro antiguo de
su colección -el que tenía un árbol árido grabado en relieve en la cubierta de cuero- oyó el leve
sonido de un rasguño.
Se asomó por la ventana, esperando ver a los animales olisqueando los cubos de basura
en el callejón de abajo. En cambio, cuando el ruido se repitió, fue detrás de ella, en el vestíbulo.
Dentro de la casa.
Se dio la vuelta rápidamente con el corazón latiéndole en la garganta.
Se dijo que sólo era una rata. Llamaría a un exterminador y problema resuelto.
Los instintos que estaban oxidados por falta de uso le gritaron otra cosa. Había alguien en
la casa. O algo por el estilo.
Su imaginación se desmadró con las imágenes de bestias horribles que había visto en sus
textos. Garras, dientes y cuernos entremezclados juntos en un collage de pesadillas infantiles.
Viviana cogió un pesado candelabro de bronce. El metal liso se deslizó por el interior de
los guantes de algodón blanco que usaba para manipular los libros. Lo apretó con fuerza y dio
un paso hacia la derecha para mirar detenidamente en el vestíbulo.
Había apagado la luz del pasillo con la intención de tener un ambiente más propicio.
Una decisión estúpida, estúpida. Ahora no podía ver nada.
Un salvaje siseo se elevó en la oscuridad, sonando demasiado alto como para provenir de
una rata en el suelo.
Pateó la puerta con la punta del zapato, para abrirla más, esperando arrojar algo de luz
en el vestíbulo.
Un débil resplandor logró alcanzar a medias el espacio. Más allá de esa luz, vio unos ojos
encendidos a la altura de la cintura. Eran de un verde brillante, enfermizo. Ese resplandor verde
llameó más brillante y el siseo se hizo más fuerte.
El sonido de arañazos llegó otra vez, más cerca, y esta vez lo oyó por lo que era: garras en
el suelo de madera.
La cosa dio un paso hacia adelante, aterrizando con una pata en el rectángulo de luz. La
zarpa era enorme. Peluda.
Fácilmente era tan grande como su mano, inclinada con garras negras y aceitosas.
Fuera lo que fuese, definitivamente no era ninguna rata.
Alejarse de Viviana Rowan había sido una de las cosas más difíciles que Neal había
hecho en mucho tiempo, pero era necesario. No creía que fuera el tipo de mujer que sucumbiría
bajo un poco de presión. Mejor calmarse y repensar su estrategia, averiguar lo que ella quería.
No era que él estuviera pensando demasiado claramente ahora mismo. La mujer lo había
puesto nervioso.
Había oído los rumores sobre Drake y Helen y la forma en que se habían conocido. Ella le
había quitado el dolor cuando se tocaron. ¿Sería posible que hubiera encontrado a otra de sus
mujeres? ¿Una hembra Theronai?
Una burbuja de esperanza creció dentro de él, y a pesar de sus esfuerzos, no conseguía
que se detuviera. Sabía que cuando explotara, sufriría, pero no podía dejar que ese frágil
sentimiento cobrará fuerza.
Neal se sentó al volante de su camioneta y llamó a Drake. Si alguien podía ayudar a Neal
a resolver todo esto, sería su amigo y compañero Theronai.
—Hey, Neal —respondió Drake. Estaba sin aliento, aunque el sol había caído hacía sólo
unos minutos. No estaba lo bastante oscuro para que la pareja ya estuviera fuera luchando.
Había otro motivo para su respiración jadeante.
—Os interrumpí a Helen y a ti, ¿verdad?
Hubo una sonrisa satisfecha en el tono de Drake.
—Un par de minutos antes y lo habrías hecho. ¿Qué necesitas?
—Me encontré con la mujer esta noche. Cuando la toqué, el dolor… —No supo como
describirlo—. Se desvaneció. Pero luego volvió tan rápido y fuerte que pensé que iba a perder el
juicio.
El tono de Drake era agudo y claro, todo negocio.
—¿Cuando dejaste de tocarla?
—Sí. ¿Te suena familiar?
—Por supuesto. ¿Quién es?
—Su nombre es Viviana Rowan. Es coleccionista de antigüedades.
La esperanza sonó pura y clara en la voz de Drake.
—Cuéntame lo que sentiste.
A Neal no le gustaba mucho hablar de sus sentimientos, pero por Viviana, haría una
excepción.
—Es como te dije. Me estrechó la mano y el dolor simplemente… desapareció. Cuando
retiró la mano, pensé que iba a ser aplastado por la presión. Ocurrió dos veces. No estaba
seguro de sobrevivir a una tercera ronda.
—¿Reaccionó tu luceria?
Neal miró el anillo. Podría haber habido más movimiento de color en la banda
iridiscente, pero era difícil saberlo en los confines oscuros de su camioneta.
—No sé. No estaba pensando en ello en ese momento. Estaba demasiado ocupado
tratando de no vomitar mis entrañas en el suelo.
—¿Lleva la marca de una hembra Theronai? —preguntó Drake.
La marca de nacimiento en forma de anillo. Neal casi se había olvidado de eso. Ninguna
mujer de su raza había nacido durante mucho tiempo así que sus hombres habían dejado de
buscar los signos.
—No lo sé. Estaba vestida de cuello hacia abajo, toda correcta y formal. No le pregunté
sobre ninguna marca de nacimiento, y si la tuviera, probablemente me habría echado a patadas
mucho más rápido.
—¿No estás con ella?
—Estoy frente a su casa. Fuera, en la calle.
—¿Dónde estás? ¿Se ha puesto el sol allí?
—Hace aproximadamente cinco minutos.
—Demonios, regresa allí de nuevo y no te atrevas a alejarte de su lado —ordenó Drake.
La nota de miedo en su voz era contagiosa.
Neal ya estaba fuera de su camioneta cuando le preguntó:
—¿Por qué?
—Porque si es una de los nuestros y la tocaste, es posible que hayas destruido las
defensas naturales que tenía. Los Synestryn podrían ser capaces de encontrarla ahora,
especialmente si sangra.
El vaso roto.
El miedo sombrío y desigual le recorrió cuando cerró de golpe la camioneta. Corrió por la
calle, maldiciendo a los coches que pasaban en su camino.
—Gracias, Drake. No voy a dejarla de nuevo hasta que no sepa a ciencia cierta si es de los
nuestros.
—Enviaré a Logan. Él podría verificar su linaje.
A Neal no le gustaba la idea de uno de esos chupasangre estuviera cerca de ella. Su cuello
era demasiado bonito, la sangre demasiado preciosa.
—No. Lo comprobaré yo mismo, aunque tenga que desnudarla y examinarla.
—Helen y yo podemos ir. ¿Dónde estás?
Neal no contestó. Si Drake venía, podría traer algunos hombres, hombres que podrían ser
compatibles con Viviana. Neal no quería correr ese riesgo. Ya había comenzado con el pie
izquierdo con ella. Si era una de ellos, lo último que necesitaba era competencia. La había
encontrado, y tan bárbaro como podía ser, quería decir que era suya. Al menos por ahora.
—Yo me hago cargo —le dijo a Drake—. Informaré más tarde.
Neal colgó el teléfono, y por el rabillo del ojo vio una sombra lanzarse por el callejón al
lado de la casa de Viviana. Podría haber sido un perro grande en busca de restos en la basura,
pero el vello que se le erizó en la nuca le dijo que era una ilusión.
No se molestó en llamar a la puerta, dudando que ella contestara. En lugar de eso,
atravesó corriendo el callejón hasta la parte trasera de la casa y marcó el número al que había
llamado para establecer la cita. Esperaba que fuera su teléfono móvil y no una línea de la
oficina.
Sonó una vez antes de oír su voz asustada.
—¿Señor Etan? Por favor dígame que es su perro lo que está en mi casa.
El alivio al sentir su voz fue rápidamente sustituido por las implicaciones de lo que ella
había dicho.
—¿Perro? ¿Qué aspecto tiene?
—Grande. Peludo. Garras negras. Brillantes ojos verdes.
Eso no era un perro. Era un sgath. Un demonio Synestryn.
Las extremidades de Neal se helaron. Si esa cosa la arañaba, sería envenenada, y ese era
el mejor de los panoramas de lo que le podría ocurrir si no entraba ahí y lo detenía.
—Ya voy. ¿Dónde estás? —exigió él.
—Arriba. En el tercer piso. Está en el vestíbulo. Cerré la puerta, pero no sé cuánto tiempo
podré mantenerlo fuera.
No por mucho tiempo.
Neal llegó a la puerta trasera de la casa. Estaba abierta de par en par. El pomo de la
puerta estaba un paso atrás, abollado y desgarrado en la cerradura. Las huellas eran fácilmente
visibles en la nieve. Más de un juego.
Un sgath ya la había encontrado. No se detuvo a estudiar las huellas para saber cuántos
más estaban dentro. Encontraría la manera de lidiar con tantos mientras trataba de mantenerla
segura.
Desenvainó la espada. Se hizo visible cuando ésta salió de la vaina sujetada en el
cinturón.
Oyó un ruido sordo en el piso de arriba, seguido de un grito asustado que venía a través
del teléfono.
Neal corrió hacia las escaleras.
—Aguanta, cariño. Ya voy.
La pesada puerta de madera se estremeció contra otro ataque del perro gigante.
Viviana gritó y agarró firmemente el teléfono móvil en una mano, y el candelabro en la
otra. Aquí no había armas, sólo era una tienda de libros y baratijas viejas que se desvanecerían
si los apretaba con demasiada fuerza.
El señor Etan había dicho que ya venía, pero no tenía forma de saber cuánto tiempo
podría tardar. Y como la puerta se estaba sacudiendo, supuso que no iba a ser lo
suficientemente rápido.
Zigzagueó hasta una estantería baja en la esquina de la habitación y la empujó con fuerza,
esperando usar el estante como una barricada para mantener la puerta cerrada. El estante estaba
cargado con libros y pesaba muchísimo, pero se deslizó algunos centímetros.
El perro se estrelló contra la puerta otra vez, sólo que en esta ocasión una de sus garras
perforó la madera, disparando fragmentos de esquirlas en la habitación.
Viviana apretó los labios cerrados sobre un grito de miedo y empujó más fuerte. Todavía
le quedaba por recorrer más de un metro antes de que el estante hiciera algo para impedir el
avance del perro.
Si era un perro. Empezaba a preguntarme si no era algo… más.
Sus libros estaban llenos de imágenes horribles, bestias retorciéndose y monstruos tan
aterradores que no había posibilidad de que fueran reales. E independientemente de lo que
fuera lo que estaba detrás de la puerta era definitivamente real.
Apartó ese tren de pensamiento de la mente. Si sobrevivía a esto, dedicaría tantas horas a
la pregunta como fueran necesarias, pero por ahora, tenía que concentrarse en mantenerse con
vida hasta que llegara la ayuda.
El estante se movió un poco más, dándole espacio suficiente para usar sus piernas para
una mejor ventaja.
Otro golpe fuerte, martilleó la puerta enviado más madera volando por la habitación.
Esta vez, el agujero era lo bastante grande para que una pata entera lo atravesara, buscándola a
ciegas.
Definitivamente eso no era un perro. Las garras eran mucho más largas, la pata
demasiado ancha, y el brazo era al menos tan largo como el suyo, grueso como la pierna de un
hombre. Tal vez era un oso o algún tipo de gran felino de la selva que escapó del zoológico.
Fuera lo que fuese, se acercaba más a las terribles imágenes de sus libros que a cualquier
cosa que sujetara una correa.
La cosa dejó escapar un gruñido feroz, azotando el aire con su pata buscadora. Un
segundo después, un grito de dolor y dos garras cortadas de la pata peluda cayeron por el
agujero al suelo. La sangre negra rezumaba desde el final cercenado, en cierta forma quemando
el suelo, levantando columnas de humo espeso y aceitoso en el aire.
Viviana se congeló de terror, incapaz de dar sentido a lo que veía.
La puerta se abrió repentinamente, empujado la extremidad peluda por el suelo hacia
ella. Gritó y se sacudió con fuerza, sólo para descubrir que estaba atrapada en la esquina,
incapaz de moverse más lejos. El codo se le clavó en la pared de detrás, enviando zumbidos de
corriente hasta la punta de los dedos.
—¿Viviana? —llegó la voz profunda y preocupada del señor Etan un segundo antes de
que su cabeza apareciera completamente en el marco de la puerta.
No le contestó. No podía. Tenía la boca muy seca, la garganta demasiado apretada para
que pasara ninguna palabra.
En una mano él sostenía una espada cubierta con el mismo líquido negro aceitoso que
estaba quemando el suelo. Y le tendía la otra, la que tenía el anillo que había visto antes.
Dio un paso hacia ella.
—Tenemos que irnos. Hay más sgath en tu casa.
Viviana miró su ancha mano, luego abajo a la pata de la cosa que él había llamado sgath.
Lo había matado. Con una espada. ¿Cómo era posible?
Su voz era segura y estable. No mostraba señales de que todo lo que había ocurrido le
pareciera extraño.
—Cariño, sé que estás asustada. Sé que todo esto es mucho para digerirlo, pero ahora no
es el momento de vacilar. Tenemos que irnos.
Irnos. Antes de que los otros sgath en su casa los encuentren.
Ella se dio una fuerte sacudida mental, luego le cogió la mano. No conocía a este hombre,
pero sabía que había matado para salvarla. Por ahora, eso iba a tener que ser suficiente.
Los guantes delgados de algodón estaban húmedos de sudor, pero no se atrevió a
quitárselos. Recordó lo extraña que se había sentido cuando se habían tocado antes, y la verdad
no podía soportar más estímulos extraños por esta noche.
El calor de su piel se filtró a través del guante, y con él vino el zumbido extraño que había
sentido antes, sólo que esta vez estaba mudo. Aun así, todavía fue suficiente como para hacerla
aspirar un aliento alarmado. Un escalofrío le recorrió la espalda, debido a que algunos de los
músculos estaban demasiado tensos y no se relajaban.
Él le dio un tirón.
—Vamos. Tenemos que darnos prisa.
No sabía dónde iban, pero por ahora, ella estaba feliz de dejar atrás toda esta rareza. Una
vez que se fuera de aquí, entendería las cosas y le encontraría algo de sentido a todo esto. Por
ahora, irse sonaba como una idea fantástica.
Pasó por encima de la pata cortada, y ahora que pudo ver a través de la puerta, vio los
restos del sgath. Estaba en cuatro pedazos, y de cada uno de ellos se filtraba sangre negra,
levantando delgados zarcillos de humo del suelo. La cabeza estaba contra la barandilla con los
ojos sin vida mirando al techo. Por lo menos ya no brillaban.
El señor Etan la ayudó a pasar por encima de la parte más grande del cadáver. Se agarró
firmemente a su brazo, sintiendo los músculos densos y gruesos debajo de su chaqueta de
cuero. Nunca había estado más agradecida a un bruto de lo que lo estaba en ese momento. Él
podría estar fuera de lugar en el tiempo, pero ninguno de los hombres que había conocido
hubiera tenido alguna posibilidad contra el bicho que acababa de matar. Tal vez todos esos
músculos eran para algo más que vanidad.
—Gracias —susurró, descubriendo finalmente su voz para hablar.
—De nada, cariño, pero no estamos fuera de peligro todavía. Quédate cerca.
Por la forma en que la sujetaba del brazo en un mortal apretón, no creía que tuviera otra
opción posible.
Desde el hueco de la escalera, en algún lugar debajo de ellos, llegó un gruñido cáustico,
fiero.
El señor Etan se detuvo.
—Ha captado nuestro olor. ¿Hay alguna otra salida?
—La escalera de incendios que baja al callejón.
Un borrón de movimiento atrajo su atención, pero para cuando giró la cabeza para ver lo
que era, el señor Etan ya estaba en acción. La empujó detrás de él, dejando escapar un siseo
angustiado. Parecía que él estaba luchando contra la necesidad de doblarse por el dolor, pero al
final, se enderezó en toda su altura, su espada lista para el sgath que subió de un salto las
escaleras, excavando profundos surcos en la madera. Ni siquiera se molestó en usar los
escalones, sólo se limitaba a saltar de un pasamano al otro, saltando cada tramo de escaleras en
dos saltos gigantes.
Se lanzó sobre el señor Etan, pero él se movió a un lado en el último segundo,
empujándola con él. Rebotó contra la pared al lado de su cabeza, desgarrando el yeso de la
pared con sus dientes.
El señor Etan se agachó y giró tan rápido que su espada era un arco relampagueante de
plata. Una de las patas de la cosa salió volando de su cuerpo, derramando sangre aceitosa a su
paso. Una gota aterrizó en la chaqueta y empezó a echar humo.
El señor Etan la empujó por la espalda con una mano grande, obligándola a alejarse del
sgath.
—Largo —ordenó él.
Viviana recuperó el equilibrio y se quitó la chaqueta del cuerpo antes de que la sangre
pudiera tocarle la piel. En ese momento, el señor Etan había aterrizado otro golpe sólido en un
costado del sgath.
Rugió de dolor y sus ojos verdes llamearon brillantes. Por un momento ella se quedó
congelada en el lugar, golpeada por la singularidad de que el color verde le recordó todas esas
etiquetas adhesivas de Mr. Yuck1 que su madre había colocado en los productos químicos en su
casa cuando Viviana estaba en la escuela primaria.
—Vete —gritó él—. Ahora.
Ella se sacudió con fuerza para librarse de la necesidad de mirar esa luz espeluznante y
empezó a correr. Solo había dado dos pasos hacia la escalera de incendios cuando otra de esas
criaturas sgath asomó la cabeza y la miró fijamente desde la ventana.
El sgath bufó un aliento pesado, haciendo que el cristal se empañara. Antes de que ese
punto de vaho se hubiera despejado completamente, el monstruo se abalanzó hacia ella
despedazando la ventana.

1 Original: Mr. Yuck: etiqueta de color verde de una marca registrada para productos venenosos.
CAPÍTULO 3

Neal oyó el ruido de cristales rotos. Un segundo más tarde, una ráfaga de aire frío le
golpeó.
Viviana dejó escapar un grito de miedo y se golpeó con la espalda de él.
—Hay otro —gritó ella.
El sgath con el que había luchado esta noche era más grande y más fuerte que los otros
con los que había estado luchando durante décadas. Tal vez las bestias habían encontrado un
arsenal de esteroides o algo así.
Arrolló hacia adelante, con la espada primero, abalanzándose sobre el sgath para hacerlo
retroceder sobre la pata del suelo. Tropezó y cayó en un montón torpe.
Normalmente, habría rematado a la criatura, pero aparentemente había asuntos más
urgentes que necesitaban su atención, como un sgath ileso persiguiendo a una mujer indefensa.
Neal se dio la vuelta, rastreando la posición de Viviana mientras él se movía. Si bien no
podía verla, en cierta forma podía sentir su presencia, como la luz del sol resplandeciendo
contra su piel. Ella emitía una especie de zumbido sutil que sabía que sería capaz de rastrear
aún si estuviera ciego.
La agarró del brazo y tiró de ella cruzando la puerta del dormitorio al cuarto con el
nuevo sgath. Pateó para cerrar la puerta entre ellos y el sgath herido, esperando que unos
segundos bastaran para hacer frente a la nueva amenaza.
Viviana empuñó una lámpara de cristal como si eso fuera a hacerle algún daño al
demonio, y aunque admiraba su coraje, sólo conseguiría que la matara si trataba de luchar.
Antes de que ella empezara, Neal entró a la carga, haciendo todo lo que estaba en sus
manos. Soltó todo el dolor que había cargado durando demasiado tiempo, la ira por el tiempo
que la pistola eléctrica le había robado, y la preocupación por la mujer a su lado. Impulsado por
la rabia y el miedo, el cuerpo estalló en actividad, pasando por una serie de movimientos
coordinados y poderosos que había practicado más veces de las que podía contar.
Se encontró con el sgath a mitad de la carga y utilizó el impulso en su contra. La espada le
cortó profundamente, enviando un rocío espeso de sangre negra a través del papel de alegre
amarillo.
El sgath gritó, pero sus cuerdas vocales habían sido cortadas, y el ruido salió más como
un siseo de suave viento.
El corte era profundo, pero al parecer no lo suficientemente para detener al animal. Abrió
las fauces y elevó las garras delanteras para golpear.
Neal estaba en una mala posición, y cuando los nanosegundos pasaron con un bajón de
adrenalina, se dio cuenta de que no iba a poder recuperar su posición a tiempo de esquivar el
golpe. Su flanco estaba sin protección, y en otro latido perdería un pedazo grande de carne
entre las costillas y la cadera. No había tiempo de hacer nada para detenerlo.
Por el rabillo del ojo, vio un objeto brillante pasar volando. Se estrelló contra la cabeza del
sgath. Los prismas de cristal estallaron en la habitación, lanzando bonitos arco iris sobre el
enredado pelaje del sgath.
Retrocedió en estado de shock, sacudiendo la cabeza como si estuviera atontado.
Ese movimiento le dio a Neal tiempo suficiente para recuperarse y evitar el próximo
golpe. Dio un paso corto a la derecha, apretó la empuñadura de la espada, y la empujó por la
barbilla del sgath hasta los sesos.
Se retorció allí por un momento, aún repartiendo golpes ciegamente antes de caer,
inmóvil y silencioso.
La puerta del dormitorio se abrió de golpe, rebotando en el muro tan fuerte que casi se
cierra otra vez. Sólo la forma gigantesca del sgath herido precipitándose en el cuarto la mantuvo
abierta.
Neal no tuvo tiempo para liberar la espada, así que arrastró el pesado cuerpo del sgath
muerto a lo largo de la hoja, usándolo para batear al de su clase. Los músculos se le tensaron
por el peso añadido, pero la hoja se mantuvo fuerte y sólida.
El sgath herido se agitó y golpeó la pared con fuerza.
Neal apartó al sgath muerto de la espada con la bota, y no perdió el tiempo en terminar
con la última amenaza para Viviana.
Limpió la sangre de la espada en la piel del sgath muerto, y se volvió hacia la mujer.
Ella estaba de pie en la esquina, ocupando el menor espacio posible. Tenía una especie de
figura de cerámica en las manos enguantadas, agarrándola firmemente como si pudiera salvarle
la vida. Sus ojos castaños estaban muy abiertos por la conmoción, y su delgado cuerpo temblaba
tan fuerte que podía ver su blusa de seda brillando suavemente con los pequeños temblores.
Neal se movió hacía ella para examinar su piel y la ropa en busca de señales de
salpicaduras de sangre. No encontró ninguna.
Calmando su voz, dijo:
—Ya terminó, pero tenemos que irnos.
Ella no pareció oírlo, así que le quitó la pequeña estatuilla de sus dedos y la cogió de la
mano.
Podía sentir su piel fría, incluso a través del guante, pero pronto podría calentarla. Sólo
necesitaba sacarla de la casa y en su camioneta podrían evitar más invitados inesperados.
Él tiró de la mano y ella tropezó. Era evidente que estaba aún en conmocionada, no podía
culparla. Bastante había ocurrido esta noche.
Pero si no la sacaba de aquí, muchísimo más iba a ocurrir.
En lugar de tratar de convencerla él envolvió el brazo alrededor de su delgada cintura y
la levantó sobre los cadáveres de los sgath. En el momento en que la dejó de pie en la ventana
rota, ella movió la mano.
—Puedo caminar.
Si sus piernas estaban tan temblorosas como la voz, seguro que se caería por la escalera
de incendios.
—Estoy seguro que puedes. Pero está helado ahí afuera. Estaremos más seguros si nos
mantenemos juntos.
Neal exploró el callejón de debajo y no vio señales de más Synestryn. Iba a tener que estar
lo bastante bien.
Fueron bajando las escaleras. Mantuvo un agarre firme sobre el brazo en caso de que se
congelara o se resbalara. Los últimos peldaños fueron un poco lentos, pero consiguieron bajar al
callejón.
La ayudó a cruzar un montículo de basura, y luego aceleró el paso, dirigiéndose a la
camioneta.
La nieve crujía bajo sus pies por el camino, y se le acumulaba en el pelo.
Viviana estaba temblando como una loca, y Neal no sabía si era más por el trauma o por
el frío. Se quitó la chaqueta y se la colgó sobre los hombros. Ella se la cerró hasta la garganta.
—Gracias.
—No hay problema.
Esperó hasta el primer hueco seguro en el tráfico y se apresuró a cruzar la calle,
ignorando las bocinas y gritos indignados de los coches que se veían obligados a reducir la
marcha para evitar atropellarlos.
Las luces de la camioneta parpadearon al desbloquear las puertas. No se molestó en
llevarla al lado del pasajero, en lugar de eso abrió el lado del conductor, la levantó por encima
del alto asiento, y entró detrás de ella, apretujándola para que ella tuviera que deslizarse para
hacerle sitio.
El motor arrancó con un profundo estruendo. Puso en marcha la calefacción y se inclinó
para abrocharle el cinturón. Luego se abrió paso por el tráfico en dirección contraria,
provocando más estallidos de bocinas de coches.
No le importaba. No estaba de humor para ser un conductor cortés. Tenía cosas más
importantes de qué preocuparse.
Como qué diablos iba a hacer con ella ahora.
La silueta de los edificios de San Luis estaban detrás de ellos cuando finalmente la mente
de Viviana dejó de chisporrotear y comenzó a funcionar otra vez.
Había sido atacada por monstruos. Tres monstruos. El señor Etan los había matado a
todos para salvarla.
Giró la cabeza levemente, tratando de mirarle sin que pareciese que le gustaba. Nunca
había visto a nadie moverse así. Era fascinante. De gracia brutal. Belleza mortal.
Él no había dicho una palabra desde que habían llegado a su camioneta. No había radio
para apagar el silencio, sólo el zumbido del pavimento bajo los neumáticos y su respiración
acelerada.
Viviana no sabía qué decir. «Gracias» parecía inadecuado. De hecho, ni siquiera estaba
segura si debería agradecerle algo. Por lo que sabía, él podría haber enviado esas cosas tras ella
para así salvarla e impresionarla lo suficiente como para entregarle el artefacto que quería.
—¿No deberíamos volver? ¿Llamar a la policía? ¿O a control de animales?
—No.
—¿Dónde me lleva?
—Hacia el sur.
—Hacía el sur, ¿dónde?
—No lo sé. No he llegado a eso todavía. Sólo quería mantenerme en movimiento para
que la camioneta se calentara. Estabas temblando.
Todavía lo estaba, aunque no estaba tan helada como antes, gracias a su chaqueta de
cuero y al calor delicioso que salía de los respiraderos de la camioneta. Se sacó los guantes de
algodón y mantuvo las manos cerca del salpicadero para calentarlas.
—¿Quieres comer algo? —preguntó él.
Le miró para ver si era algún tipo de chiste. No sonreía.
—¿Habla en serio? ¿Estuvimos a punto de morir y quiere comer?
Él alzó un hombro grueso en un encogimiento de hombros.
—Todavía estamos vivos. Tenemos que mantener nuestras fuerzas.
—Prefiero hablar de lo que pasó allí.
La culpa aplanó su boca.
—Eso fue culpa mía.
—¿Trajo esas cosas con usted?
Él le echó una rápida mirada, horrorizado.
—Infiernos, no. Nunca haría eso. Pero creo que es culpa mía que te encontraran.
—¿Podría explicarme eso?
Él negó con la cabeza.
—Es una larga historia, pero la versión corta es demasiado chocante para decirla así de
repente.
—Soy fuerte, señor Etan. Creo que la puedo aguantar.
—Neal —dijo—. Llámame Neal. Y fuerte o no, no estoy seguro de que necesites otra
conmoción tan pronto después de ser atacada por los sgath.
—¿Qué tal si me dejas decidir si soy o no capaz de encajarlo? Te aseguro que mi
constitución no es tan delicada como podrías pensar.
Él gruñó en desacuerdo cuando entró en un restaurante de comida rápida y estacionó.
—Si es como el resto de ti, lo eres.
La indignación quemó rápidamente todas las huellas del miedo que ella había sentido
antes.
—Creo que debería salir de aquí y llamar un taxi. Gracias por salvarme. Entenderás, si
prefiero no volver a verte nunca más. —Esa última parte no era del todo cierta. Disfrutaría
viéndolo tan a menudo como fuera posible. Él era el epítome del término atracción visual, pero
eso no significaba que fuera a acceder.
Se desabrochó el cinturón y alcanzó el tirador de la puerta.
Neal se movió tan rápido que ella ni siquiera tuvo tiempo de gritar. La agarró por las
caderas y tiró de ella a través del asiento de cuero hasta que estuvo prácticamente en su regazo.
Sintió la dureza de su cuerpo detrás de ella, el calor de sus grandes manos hundiéndose a través
de la falda.
Cuando le habló, pudo sentir su aliento rozando la parte superior de la oreja.
—Si me dejas, probablemente no vivirás para ver la salida del sol.
Las entrañas le comenzaron a temblar, y no estaba segura si era su predicción extrema o
la percepción de las manos sobre ella que causaron la extraña reacción. Esa vibración zumbante
había vuelto, fluyendo a través de ella, reuniéndose en el vientre, y expandiéndose para llenar
todos los espacios vacíos.
—No seas ridículo —dijo, la voz temblando tanto como el cuerpo.
—No lo soy. Esos sgath te encontraron una vez, lo pueden hacer de nuevo.
—Dijiste que fue culpa tuya. Si no estoy contigo, no volverá a ocurrir.
—Incorrecto.
No estaba segura, pero creía sentir su boca contactando brevemente con la oreja. Se
estremeció, aunque no estaba segura si era su toque que lo hizo posible, o simplemente el
pensamiento de él tocándola lo que lo provocó.
De cualquier manera, no iba a quedarse aquí y ser mangoneada.
—Suéltame.
Lentamente, él soltó sus caderas, arrastrando los dedos sobre la falda de lana tan
lentamente que era casi una caricia.
—Por favor, no trates de correr —dijo. La advertencia sonó claramente en su tono—. No
puedo dejar que eso ocurra.
Viviana se deslizó de nuevo en el asiento lo más lejos que podía ir. Le miró, decidida a
ver las rápidas manos de él.
—¿Por qué no?
—Necesit…—Cortó todo lo que iba a decir y comenzó de nuevo—. Todavía tenemos que
decidir el asunto del artefacto. No puedo irme a casa sin él. La vida de mi amigo está en juego.
Ella le miró fijamente.
—Así que vas a soltarme esa historia otra vez.
Una pequeña sonrisa apareció en su audaz boca, asestándole la repentina urgencia de
acercarse a él y ver si sus labios eran tan suaves como parecían o tan duros como el resto.
—Justo.
Se enderezó y se alisó la falda y pasó las manos sobre el cabello para asegurarse de que el
moño no se había deshecho con toda la emoción.
—Vamos a empezar con este amigo tuyo. ¿Cómo crees que mi artefacto le ayudará?
—Es una especie de dispositivo de curación. Mi amigo está sufriendo una especie de
parálisis progresiva. Sin este aparato, morirá. No voy a dejar que eso suceda.
—Basta ya de amenazas veladas, ¿quieres? Si viví después de esas criaturas horribles,
puedo sobrevivir a lo que sea que tienes que proponer.
—No olvides que fui yo quien los mató.
Lo que le recordó...
—Tú espada. ¿Dónde está?
Se palmeó el costado.
—Está aquí. Simplemente no puedes verla.
Viviana bufó. Su madre habría frunció el ceño con censura por ese ruido, lo que provocó
una ola de dolor y soledad. Echaba tanto de menos a su madre, incluso las partes molestas.
Viviana cerró los ojos y sufrió por las emociones no deseadas. El corazón había pasado
por una prueba esta noche, y no podía encontrar la fuerza para mantener todo bajo control
como normalmente.
—Hey. ¿Qué pasa? —preguntó Neal suavemente un momento antes de que su mano se
asentara sobre la de ella.
Un cosquilleo efervescente tejió su camino a través del brazo y dentro del pecho. Se
expandió en una nube de calor que alejó todos los pensamientos de dolor y tristeza. Por un
momento único, brillante, Viviana se sentía segura y feliz. Como si tuviera un sitio.
Había pasado toda la vida apartada, estudiando. Nunca había sido como los demás
niños. Como una huérfana, había comenzado la vida como un paria, una niña que nadie quería.
Su madre la había adoptado antes de que los recuerdos de Viviana comenzaran a formarse,
pero parecía no haberla salvado de saber que era diferente.
Su madre decía que era especial, pero Viviana sabía que era simplemente un eufemismo
para referirse a alguien que no encajaba.
—Estoy bien —logró decir.
—No tienes buen aspecto. Parece como si te acabaras de enterar que alguien mató a tu
gatito.
Viviana tragó saliva y se serenó.
—Demasiada emoción para una noche. Eso es todo.
Empezó a retirar la mano, pero el agarre de Neal se tensó un poco, manteniendo la mano
de ella.
—Todavía no —dijo—. No estoy listo para empezar a sentir dolor de nuevo.
Ella parpadeó con confusión.
—¿Qué?
—Volvamos al artefacto, ¿de acuerdo? Estabas a punto de decirme dónde estaba para que
pudiéramos ir a buscarlo y salvar a mi amigo Torr.
—Buen intento, pero no lo suficiente. Ibas a mostrarme tu espada.
Viviana estaba segura de que había visto las intrincadas vides alrededor de la
empuñadura. Incluso con lo rápido que él se movía, sabía lo que había visto. Y si estaba en lo
correcto, la espada había sido hecha por la misma gente ancestral que había hecho su colección
de tesoros.
Neal levantó una ceja.
—¿Quieres ver mi espada?
—Sí.
—Si te la enseño, ¿Me dirás dónde está el artefacto?
—Tal vez.
Su grueso pecho se expandió con un profundo suspiro.
—Bien.
Lentamente, tan lentamente que ella podía sentir su contacto sobre cada nervio, alejó su
mano de la de ella.
En el momento en que el contacto con la piel se rompió, el cuerpo de él se tensó. El sudor
se desató sobre su frente, y su respiración fue rápida y superficial.
La preocupación por él la golpeó, arrastrándose tan profundamente que era casi como si
lo hubiese conocido durante años.
—¿Estás bien?
—Sólo dame un minuto.
Ella lo hizo. Los segundos pasaban, y poco a poco su cuerpo se relajó.
—Maldita sea, es cada vez peor —dijo él, jadeando.
—¿Qué es cada vez peor?
Sacudió la cabeza y la cubrió con su brillante mirada.
—Esto forma parte de esa larga historia. Basta con decir que cuando te toco me siente
realmente bien. Cuando me detengo, no tanto.
Ella sentía lo mismo. Abrió la boca para decirle que siguiera tocándola antes de darse
cuenta de cómo podría sonar. Ni siquiera conocía al hombre. Ciertamente no iba a ofrecer que
pusiera sus manos sobre ella, sin importar cuán encantadora fuera la idea.
Él se movió y le apareció una espada en la mano, como si la hubiese conjurado de la
nada.
—¿Cómo hiciste eso?
—La espada es invisible cuando está atada a mi cuerpo. Asegura que la gente no
enloquezca.
—Pero... ¿Cómo?
—Magia.
Magia. La palabra corría en ella, piezas encajando en el rompecabezas mental. Lo que
hasta ahora había sido un conjunto confuso de hechos se convirtió en una imagen más clara. Si
la magia era real -y estaba viendo una prueba de que lo era- entonces eso explicaba un montón
de cosas. Todas esas historias que había leído. Todos aquellos artefactos que parecían tener un
propósito, pero que nunca nadie pudo determinar cuál era. Todo estaba comenzando a tener
sentido.
Neal puso la plana hoja contra el antebrazo, apuntando la empuñadura hacia ella. Se
inclinó sobre la pieza, cautivada por el poder de la misma. Era hermosa, una opulenta y prístina
obra de arte. El detalle era increíble. Un complejo entramado de hojas grabadas con tal precisión
que podía ver las venas tejidas en torno a la vid, que formaban la guarda. Parte de los detalles
de la empuñadura se habían desgastado con el uso, haciendo que ella se preguntara cuántos
años tenía esta pieza.
—¿De dónde la conseguiste?
—Mi padre la hizo para mí cuando nací.
Parte de su entusiasmo se desinfló. Él no podía tener más de treinta y cinco, por lo que la
pieza era una hermosa réplica, pero nada más.
—¿La modeló el orfebre de una copia de una antigüedad? ¿Es por eso que se ve tan
desgastada?
—Se ve desgastada, porque es usada.
—Se necesitaría décadas de uso para lograr eso.
—Sí. Así es.
—¿Qué? ¿Estás diciendo que has hecho eso? No puedes haberla usado durante más de
una década o dos.
—Soy más viejo de lo que parezco.
La forma en que lo dijo le hizo hacer una pausa. No estaba segura de sí debería
preguntar, pero realmente necesitaba saber.
—¿Cuantos?
—Realmente eres una cosita curiosa. Creo que debería dejar de contestar a tus preguntas
hasta que empieces a responder a las mías.
—Lo único que pareces querer es saber dónde está el artefacto.
—Ahora estás entendiendo.
—Si te lo digo, ¿qué hay para mí?
—¿Cuánto quieres?
—No estoy interesada en el dinero. Quiero tu espada.
Dejó escapar una risa dura.
—No en esta vida. Esta espada en las manos equivocadas puede ser peligrosa.
—Es peligrosa en las manos correctas, también.
Él le hizo un guiño lento.
—Me alegro de que te des cuenta.
Otro escalofrío recorrió la largura de los miembros, y esta vez no tuvo nada que ver con
su toque. Todo lo que tuvo que hacer fue guiñarle el ojo y se derritió.
Él envainó la espada y está desapareció de la vista. Se moría por poner las manos sobre la
vaina para ver cómo funcionaba, pero no creía que la dejara manosearle con las manos ávidas y
codiciosas, especialmente cerca de sus partes más viriles.
No es que estuviera pensando en sus partes masculinas. Simplemente sabía que estaban
allí. No iba a mirar, sin importar lo mucho que había despertado su curiosidad el pensamiento.
Los ojos se deslizaron hasta su torso, admirando la forma en que la imitación de cuello de
tortuga abrazaba su contorno muscular. Casi se había avergonzado a sí misma por mirar a su
entrepierna, cuando su voz sacudió su atención de nuevo a la cara de él, donde pertenecía.
—¿Ves algo que te guste? —le preguntó.
Se aclaró la garganta, haciendo caso omiso de su pregunta.
—Así que, si no puedo tener tu espada, ¿tienes alguna otra pieza en la que podría estar
interesada?
—No lo sé. ¿Qué tipo de cosas coleccionas?
—Piezas de un grupo de gente que murió hace mucho tiempo llamados los Centinelas.
Neal se quedó inmóvil, con los ojos brillantes en el oscuro interior de la camioneta.
—¿Dónde oíste hablar de los Centinelas?
—Libros. Deberías intentarlo en algún momento.
—Siento decírtelo, pero esos libros tuyos tienen al menos un error. No murieron hace
mucho tiempo, cariño.
El cuerpo de Viviana se entumeció con esas palabras.
—¿Qué sabes de ellos?
—Más que tú, estoy seguro. Sucede que soy uno de ellos.
—Mentiroso —le espetó antes de que pudiera detenerse. Era fácil decir que era uno de
ellos, pero por todo lo que sabía, él había investigado sobre su obsesión con los Centinelas con el
fin de convencerla para poder conseguir lo que quería de ella.
Había una manera de ponerlo a prueba.
—¿De qué raza eres?
Levantó las cejas en señal de admiración.
—Realmente has hecho tu tarea.
—Eso no responde a mi pregunta.
—Theronai —dijo, agitando el anillo en el dedo delante de su cara—. Aunque había
pensado que la luceria me delataría.
Luceria. Le dio vueltas a la palabra en la cabeza, dejando que el sonido de la misma
penetrara en su memoria.
—No recuerdo ninguna mención de la luceria.
—Supongo que no lo sabes todo, entonces, ¿eh?
—Sé que hay una manera segura de probar que lo que dices es cierto.
—¿Qué? ¿Quieres decir que matar a esos sgath no fue prueba suficiente? ¿Qué pasa con la
forma en que te sientes cuando nos tocamos? Apuesto a que ningún hombre humano te ha
hecho sentir antes de esa manera.
—No siento nada —mintió. No podía recordar haber leído nada acerca de una sensación
extraña al tacto de un Theronai, pero eso podría haber sido culpa de su traducción, también.
—¿No? —desafió—. ¿Así que no te importaría si te tocara de nuevo, entonces?
Sí, por favor. A ella le gustaría mucho. No es que fuera a decirle eso nunca. Este hombre
no necesitaba más armas en su contra ahora que compartían un interés común. Claro, él decía
que era un Centinela, pero eso tenía que ser una invención. Todos ellos estaban muertos.
¿Lo estaban?
—Enséñame tu marca de vida —exigió.
Una lenta, picante sonrisa apareció sobre el rostro de Neal.
—Si querías que me quitara la camisa, cariño, todo lo que tenías que hacer era pedirlo.
Con eso, se quitó la camisa de manga larga por la cabeza, dejando al descubierto su
pecho.
Viviana se quedo mirando y se olvidó de respirar.
No era sólo una escultura viviente de perfección masculina, también estaba diciéndole la
verdad. Era un Theronai. El árbol gigante que abarcaba todo el pecho, extendiéndose desde el
hombro izquierdo hasta muy por debajo del cinturón, era una prueba de ello.
El detalle era asombroso. Incluso en los confines tenues de la camioneta, todavía podía
distinguir cada hoja y rama. La corteza era tan realista, que ardió por sentir la textura de la
misma bajo los dedos. Mientras observaba, el árbol pareció balancearse con un poco de viento
invisible.
Tenía que ser una ilusión óptica causada por la constante expansión de sus costillas al
respirar.
Viviana extendió una mano. La compulsión de tocar una obra de arte tan increíble era
incontrolable.
Los dedos se posaron suavemente en la imagen, y sólo entonces, cuando sintió el calor de
su piel, recordó que no se trataba de una mera imagen sobre un lienzo. Estaba tocando a un
hombre vivo, respirando.
Bajo los dedos, sintió las ramas moverse, cimbrándose hacia el tacto. Una corriente
eléctrica manó de él, provocándole un hormigueo en las yemas de los dedos.
Neal tomó un aliento y lo contuvo.
—Tenía razón. Eres una de los nuestros.
—¿Una de vosotros qué?
—De nuestro pueblo. Eres una Theronai. Como yo.
El choque sacudió la mirada de Viviana hasta la de él. No estaba bromeando. Sus ojos
azul oscuro se mantuvieron fijos en los de ella y no había ni siquiera la más leve insinuación de
una sonrisa en cualquier lugar para ser encontrada.
Empezó a alejar la mano, pero él puso la palma de la mano sobre la suya, manteniéndola
en el lugar.
Su piel caliente era tensa sobre los duros músculos. Podía sentir la sutil vibración de su
pulso latiendo en su pecho.
La respiración era demasiado rápida cuando por fin encontró la capacidad de hablar.
—No lo entiendo.
—No eres la primera mujer que hemos encontrado que no sabía que era una de nosotros.
Hay otras como tú, mujeres engendradas por padres de otro mundo. Sé que todo esto debe ser
muy confuso para ti, pero créeme cuando te digo que tú, Viviana Rowan, puedes ser la única
persona sobre la faz de este planeta que puedes salvar mi vida.
CAPÍTULO 4

Neal apenas podía creer lo que estaba viendo. Sólo el remolino caótico de colores en su
anillo le demostró que no solamente estaba experimentando un ataque de optimismo. Viviana
realmente podía salvarle.
Si eligiera hacerlo.
Ella tiró de la mano que él se había fijado contra el pecho, pero Neal no estaba listo para
que dejara de tocarle aún. Ya trataba con bastante sin añadir una avalancha de dolor encima.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó—. ¿Qué pasa contigo? Me pareces perfectamente
sano.
—¿Cuánto sabes sobre las marcas de vida?
—He leído que eran imágenes mágicas puestas en los hombres el día que nacen
marcándolos como uno de los Theronai.
—Eso es en parte cierto. Nacemos con la marca, aunque ésta sea simplemente una semilla
en ese momento. Brota y crece cuando lo hacemos nosotros.
—¿Cómo es posible? Un tatuaje no crece.
—Esto no es un tatuaje. Es una marca viva, es tan parte de nosotros como las pecas o
parecido a la marca de nacimiento en forma anular que tienes.
Ella aspiró un sobresaltado aliento.
—¿Cómo supiste eso? Sé que no la has visto.
El hecho de que llevara la marca de una hembra de su raza era simplemente una prueba
más de que él tenía razón.
Neal sonrió y se inclinó más cerca.
—¿Dónde está, amor? ¿Quieres mostrármela? Yo te enseñé la mía.
Ella mostró una sombra sonrosada encantadora y su espalda se enderezó.
—Me estabas explicando cómo, exactamente, se supone que voy a salvarte.
—¿Ves lo desnuda que está mi marca de vida?
Miró hacia abajo y él sabía lo que vio. Tenía sólo unas preciosas hojas colgando de la
marca de vida.
—Las hojas se están cayendo.
—Así es. Cuando caiga la última, mi alma comenzará a morir. Me volveré perverso y
retorcido. A no ser que me mate primero, lo que había planeado hacer, inmediatamente, hasta
que te conocí. Tú puedes salvarme de ese destino.
Para su alivio, no pareció horrorizada de cuánto la necesitaba, sólo curiosa.
—¿Cómo?
—Hay poder dentro de mí, poder que no puedo usar. He estado recogiéndolo desde que
era un muchacho, guardándolo para la mujer que podría usarlo. Tú eres esa mujer, Viviana.
Soltó otro resoplido nada delicado, el único sonido impropio de una dama que la había
oído hacer en toda la noche. Incluso sus gritos de miedo eran remilgados y apropiados.
—No, no lo soy.
Presionó la mano más fuerte sobre las suyas, empujando unas chispas de energía del
pecho en su piel.
—Si no lo fueras, no sentirías esto. —Levantó su mano a la boca y la besó en la palma.
Más chispas escaparon de los labios y saltaron con impaciencia hacia ella como si
hubieran estado esperando durante años para realizar ese viaje.
—Esto no puede estar pasando.
—¿Por qué no? Me has dicho que has estado estudiándonos. Deberías saber todo sobre
esto.
—Ninguno de mis libros trataba... esto. Todo esto es demasiado. Necesito algún tiempo
para pensar.
Una punzada de decepción cayó sobre Neal, pero era fuerte. Podría aguantarlo.
Simplemente no podían forzar algunas cosas. Conseguir que una mujer se comprometiera con
él el resto de su vida era definitivamente una de aquellas cosas.
—Bien. Daré marcha atrás, pero no sobre el artefacto. Lo necesito. Torr lo necesita. No
hay discusión en eso.
Ella hizo un gesto tembloroso con la cabeza.
—De acuerdo. Es obvio para mí que hay un montón de cosas que no sé. Si me prometes
llevarme contigo y contestar mis preguntas a lo largo del camino, entonces te daré el artefacto.
—Trato hecho.
Neal se puso en camino hacia la casa del jubilado Profesor Reynolds, el hombre que
estaba en posesión del dispositivo de cura.

— Todas las luces están apagadas —dijo Viviana—. Lamento despertarlo.


Sus delgados dedos estaban entrelazados con los suyos, y aún cuando esto hacía la
conducción más difícil, no estaba dispuesto a dejarla ir. Llevaba sin dolor casi una hora y eso
era bastante para hacerlo sentir eufórico.
—Estoy seguro de que no le importará, considerando que esto es una emergencia.
—Quiero hablarle sobre ti. Ama estos artefactos tanto como lo hago yo. Es por eso que le
presté los discos.
—Tal vez en otra ocasión. No estoy seguro que pudiera manejar otro aluvión de
preguntas de estudiante esta noche. Podría quedarme ronco.
La verdad era que no le había importado la avalancha de preguntas en absoluto. El hecho
de que estuviera interesada en él y su gente solamente iba a hacer que su transición a su mundo
fuera mucho más fácil.
Sabía lo duro que había sido para Helen dejar atrás su educación humana. Esperaba que
la formación de Viviana lo hiciera más fácil para ella.
Realmente quería que las cosas fueran sencillas para ella. El pensamiento de su
sufrimiento le hizo querer golpear algo con los puños desnudos. Nada bueno para su control
cuidadosamente sostenido.
Neal tomó su mano en la suya cuando él saltó de la furgoneta. Ella dudó en el borde y se
paró.
Sus ojos color avellana estaban oscuros por la preocupación cuando le miró fijamente
durante un largo momento.
—¿Qué estoy haciendo?
—¿Ayudar a un hombre necesitado?
Ella miró sus manos unidas.
—No puedo dejar de tocarte. Parezco un niño con un caramelo, y aún no te conozco. Esto
no es en absoluto habitual en mí.
Se le estaban quedando fríos los pies, dejando toda la confusión y preguntas enterradas
en esa inteligente cabeza.
—¿No? ¿Y qué es habitual en ti?
—Soy lenta. Metódica. Estudio las cosas detenidamente. No salto a furgonetas con
hombres extraños en medio de la noche y sostengo sus manos.
—¿Soy el primero, entonces? —Le tomó el pelo.
Ella no se rió.
—Estoy asustada, Neal. Todo esto me asusta más de lo que aquellos monstruos podrían
hacer alguna vez. Me dices que mi vida entera ha sido una mentira. Que incluso no soy
humana.
—Nada sobre tu vida es una mentira. Solamente no conocías tu propio árbol genealógico,
esto es todo.
—Tú piensas que voy a salvarte la vida.
—No fingiré que no es lo que quiero. No quiero morir. Quiero seguir luchando.
Francamente nunca pensé que yo te encontraría a tiempo, pero ahora que tengo...
—Tú quieres conservarme.
—Iremos despacio —le prometió—. Todavía tengo tiempo. No voy a forzarte a nada que
no quieras.
—¿Mi vida como la conocía se ha terminado, verdad?
Arrastró un dedo sobre su mejilla, deleitándose en la suavidad de su piel. Era tan bonita.
Tan elegantemente inalcanzable. No tenía ninguna posibilidad con una mujer como ella, incluso
si su luceria pensaba de otra manera.
—Prefiero pensar en ello como el principio de una nueva vida para ti, rodeada por la
gente sobre la que has estado leyendo durante años. Esto será tu posibilidad para estudiarnos
de un modo que nadie más alguna vez tendrá, desde dentro.
—¿Pulsas todos los botones correctos para ganar mi cooperación, verdad?
—Amor, si soy alguna vez lo bastante afortunado para pulsar tus botones, no me
preguntarás por lo que estoy haciendo. Lo sabrás.
Aquel encantador rubor rosado se elevó por encima del cuello remilgado de su camisa,
haciendo a Neal preguntarse como de lejos bajaría ese rubor. Podía pensar en un montón de
maneras mejores de pasar la noche con ella que ir «no invitado» a la casa de algún profesor
pesado.
Le quitaría todas esas ropas apropiadas y conseguiría tanto contacto de piel contra piel
como fuera posible.
El juego de chispas entre ellos -el sentir al instante las trazas de poder que calaban en la
piel- sería suficiente para alumbrar las hojas como por un fuego. Y aun cuando él no se suponía
que querría a una mujer como Viviana, el pensamiento de la luceria era que ellos estarían bien
juntos.
¿Quién era él para ponerlo en duda con los siglos de prueba que el sistema tenía? Si la
luceria quería que la tuviera, iba a disfrutar convenciéndola de seguir la corriente a la tradición.
Y parte de aquel convencimiento conseguiría que pensara en la dirección correcta.
Ahuecó la parte de atrás de su cuello acercándola a él. Ella avanzó cerrando la distancia
entre ellos. Se deslizó hacia delante sobre el asiento que empujó la falda por encima de sus
muslos.
Neal ascendió, acuñándose entre sus rodillas, así podría ponerse tan cerca como
necesitaba estar.
Los ojos se deslizaron por su boca y supo en aquel momento que la tenía. La victoria
surgió a través de él, haciéndole sentirse más fuerte, más poderoso. Solamente el pensamiento
de que esta mujer quisiera besarle era suficiente para abrumarle. Entablar una batalla. Aunque
una docena de Synestryn cayeran sobre él. Los despacharía a todos. Ni uno solo de ellos se
acercaría a su dama.
Un sonido bajo de advertencia le surgió del pecho y no había nada que él pudiera hacer
para pararlo.
Sintió a Viviana ponerse rígida ligeramente bajo la mano, pero era demasiado tarde para
segundos pensamientos ahora.
Presionó los labios contra los de ella, forzándose a mantener las cosas ligeras. Nada de
boca abierta. Nada de lengua.
Solamente el contacto de los labios sobre los suyos.
No era ni de cerca suficiente.
Codiciaba más. El deseo se le extendió por el cuerpo, reuniéndose en el vientre, haciendo
que las extremidades le vibraran.
La luceria parecía enloquecer, saltando alrededor de la piel como si celebrara el contacto.
Contra su voluntad, los dedos se apretaron alrededor de su cuello, acariciando
ligeramente su nuca desnuda. Quería probarla allí, besarla, aspirarla y morderla mientras la
tomaba desde atrás.
La polla le palpitaba y se hinchó, la necesidad de empujarse entre sus largas piernas y
frotarse contra ella rápidamente asumió todo pensamiento racional. Deslizó una mano encima
de su muslo, sintiendo la calidad sedosa de sus medias, entonces la textura aún más suave de su
piel desnuda. Medias a medio muslo. Muchacha traviesa bajo todo ese aire remilgado y
correcto.
Sólo ese pensamiento le hizo perder el control.
Neal abrió la boca para profundizar el beso, pero ella se adelantó. Su lengua bailada a
través de los labios, chasqueando contra los de él, haciendo que la sangre le ardiera. Sujetó su
camisa con las manos, tirando de él más cerca, todo en lo que él podía pensar era que lamentaba
que lo hubiera aplazado tanto. Daría cualquier cosa por volver a sentir las palmas de sus manos
contra el pecho desnudo, sentir como la marca de vida se arqueaba para unirse con ella.
Ella se deslizó al borde del asiento, abriendo sus muslos para darle mayor espacio para el
cuerpo. La mordedura de sus uñas a través de la camisa era una tortura exquisita, pero ni de
cerca tan buena como los pequeños pellizcos agudos de sus dientes sobre el labio inferior.
Un gemido suave y femenino llenó el espacio entre ellos. El aire frío se arremolinó a su
alrededor.
Tendría que mantenerla caliente, envolver su cuerpo con el suyo. No es que le importara.
Estaría su vida entera envolviéndola cualquier día de la semana y se consideraría afortunado de
mil maneras.
Neal ahuecó su pecho, sintiendo como la resbaladiza tela de su blusa de seda se calentaba
entre ellos. Su pezón se frunció contra la palma, aunque el maldito tejido que llevaba le impedía
sentirlo del modo en que quería. Se preguntó si sus pezones se apretarían así con la boca,
también.
Sólo había un modo de averiguarlo.
Un sonido de hielo rompiéndose llegó detrás de él. Los instintos, que eran una parte tan
profunda en él como los propios huesos, se elevaron gritando una advertencia.
Neal se arrancó lejos de Viviana, desenvainando la espada mientras se movía. Una
apisonadora llena de agonía se le descargó sobre la cabeza, extirpándole un grito afligido de la
garganta.
Luchó contra la necesidad de doblarse, rechinando los dientes para seguir aguantando.
La punta de la espada tembló, pero la mantuvo levantada.
—¿Qué pasa? —preguntó Viviana, la voz tensa con repentino miedo.
—He oído algo.
Despacio, el dolor retrocedió hasta que ya no agotaba del todo su fuerza. Todavía
palpitaba dentro de él, pero ahora estaba a un nivel donde era solamente un rumor.
Buscó por el área, canalizando diminutas motas de poder hacia los ojos para así poder ver
a través de la espesa oscuridad.
Nada. Ningún movimiento, ningunos ojos encendidos, nada más que el paisaje blanco y
el sordo silencio de la nevada.
—Imagino que era solamente una rama de árbol rompiéndose con el viento — dijo él. Sus
instintos no eran por lo general tan defectuosos, pero había estado más que un poco distraído
hacía unos segundos—. Deberíamos ir dentro.
Donde podría protegerla mejor si la mierda llegara al techo.
Se giró justo a tiempo para ver como se bajaba la falda, dándole sólo el más breve de los
vislumbres de medias de seda negra contra la pálida y lisa piel.
Su boca estaba roja, y unas hebras de pelo habían escapado de su moño de solterona.
Podía ver su pulso rápido brillando en la tela que cubría sus pechos. Sus pezones estaban
todavía duros, haciéndole la boca agua a Neal.
Se prometió que regresarían a este punto, donde tendría la boca sobre la de ella y podría
sentir el calor húmedo entre sus muslos contra el miembro. Regresarían a aquel momento, y
cuando lo hicieran, no iba a parar hasta que ella yaciera caliente y saciada bajo él.
Tal vez ni siquiera entonces.
Lamentablemente, los negocios estaban primero. Una vez que consiguieran el artefacto, la
llevaría de vuelta al Dabyr, donde podría tomarse su tiempo con ella. Demorarse.
Definitivamente quería demorarse sobre la encantadora Viviana Rowan. Ninguna duda al
respecto.
Procurando no tocar su piel, le puso rápidamente la chaqueta encima para mantenerla
caliente. La prenda era demasiado grande, cayéndole sobre las manos, pero serviría hasta que
encontraran algo mejor. Y si cualquier demonio se cruzara en su camino el cuero mágico y
mejorado le proporcionaría, al menos, un poco de protección.
Una vez que estuvo envuelta y caliente, volvió la atención al trabajo que tenían entre
manos.
El profesor Reynolds vivía en una vieja granja en el campo, con sólo unos cuantos vecinos
visibles a lo lejos. Las pacas redondas de heno punteaban la tierra circundante, sus cimas
cubiertas de nieve acumulada. Todo era blanco e inmaculado, incluyendo la vereda que
conducía hasta la puerta principal del profesor.
Neal ayudó a Viviana a cruzar la acera resbaladiza con sus altos tacones. Ella tocó el
timbre. Neal contempló la casa, pero ninguna luz se encendió.
—Tal vez tiene el sueño pesado.
Ella tocó el timbre otra vez. Y otra vez.
Un mal presentimiento empezó a trepar por la columna vertebral de Neal.
—¿Podría estar de viaje?
—Hablé hoy temprano con él. No mencionó nada de eso.
Neal trató de alcanzar el picaporte. Le dio la vuelta fácilmente.
—Abierto.
—No hay mucha necesidad de cerraduras aquí afuera. Al profesor le gusta esto porque es
tranquilo y se puede trabajar sin interrupción.
La casa estaba a oscuras. Neal entró, desenvainando la espada.
—Por si acaso. Quédate detrás de mí.
El mal olor de aguas residuales llenaba el aire, y debajo de ese había un aroma rancio a
animal. Synestryn.
Habían estado aquí.
Había escaleras que conducían a su izquierda y tres puertas que daban a la entrada.
—Su estudio está a la derecha —susurró Viviana.
Podía oír el miedo en su voz, la preocupación. Por mucho que quería consolarla, ahora no
era el momento.
Neal miró con atención a través de la puerta que ella le indicó. La nieve había dejado el
exterior brillante, y un poco de aquella luz se derramaba por una ventana detrás de un
escritorio enorme. Un hombre estaba caído sobre el escritorio, situado en un ángulo extraño.
Neal esperaba que el hombre estuviera dormido, pero dudaba de que fueran tan
afortunados.
Dio un paso dentro de la puerta y colocó a Viviana de espaldas al muro. Cuando él se
movió, inadvertidamente despejó el camino para que ella viera al profesor. Dejó escapar un
grito asustado y comenzó a moverse hacia él. Neal la agarró del brazo y la empujó hacia atrás.
—Quédate aquí. Le examinaré.
—Algo malo le ha ocurrido, ¿no?
Neal no contestó. Avanzó lentamente, manteniendo los ojos abiertos en busca de signos
de movimiento. Algunos de los Synestryn eran pequeños y no quería que ninguno de ellos se
acercara a Viviana.
Un zarcillo de viento frío se envolvió alrededor de las piernas de Neal, y cuando dio un
paso adelante, pudo ver que la ventana se había roto, dejando un enorme agujero, con sangre.
También pudo ver que faltaba la mitad inferior del cuerpo del profesor. La mitad superior
estaba en el escritorio y la sangre goteaba sobre la silla de cuero de oficina.
—Oh Dios —murmuró Viviana. Estaba junto a él ahora, mirando con horror los restos de
su amigo. Dio un paso adelante, pero Neal la atrapó antes de que pudiera acercarse demasiado.
—No hay nada que puedas hacer por él. Tenemos que conseguir el artefacto e irnos.
Antes de que los Synestryn nos encuentren también. ¿Dónde lo habría guardado él?
Tenía los ojos llenos de lágrimas, y los tendones de su cuello sobresalían como si luchase
por no llorar.
—Tenemos que llamar a la policía. Encontrar a la persona que hizo esto.
—No fue una persona. Era un demonio, como los que vinieron a por ti esta noche. Si
llamamos a la policía, es probable que nos maten también. Necesitamos centrarnos.
Ella estaba mirando fijamente el cuerpo, los ojos muy abiertos, su barbilla temblorosa.
Neal se movió para bloquearle la vista de su amigo muerto. Tomó su cara entre las manos
y la inclinó arriba para que le mirase. Su piel era tan suave y caliente bajo los dedos. Sentía
delicadas chispas de energía saltando de él a ella, haciendo que las palmas le zumbaran.
—Lo siento, cariño. Me gustaría que hubiéramos llegado antes.
—Era un anciano dulce. ¿Por qué alguien haría esto?
Buena pregunta. Es evidente que no les agradaba la sangre del hombre, o hubieran
tomado el cuerpo entero y no habrían dejado un charco de sangre perdiéndose en el suelo. Los
Synestryn se alimentaban con sangre antigua que corría a través de ciertos humanos. Lo usaban
para alimentar su magia, pero este hombre no había sido asesinado por eso, lo cual dejaba sólo
una razón.
—Tenía algo que querían.
—¿El artefacto que él estudiaba para mí?
Neal creyó que la hundiría pensar que había sido la causa de la muerte de su amigo.
—No podemos saberlo con seguridad. Lo que sí sé es que necesitamos encontrarlo.
Inhaló por la nariz y asintió con la cabeza. Cerró los ojos y él sintió una extraña sensación
vibrante en el aire entre ellos. Era casi como si ella se pusiera encima esas chispas que él emitía,
como si fueran limaduras de hierro y ella fuera un imán.
Un momento más tarde la sensación desapareció y ella abrió los ojos.
—Había dos discos en la caja. Uno de ellos está todavía aquí. Cerca. El otro… —sacudió
la cabeza—. Está demasiado lejos para sentirlo.
—¿Sentirlo?
Su mirada fija flotó hacia el suelo como si estuviera avergonzada.
—No sé cómo funciona, pero puedo sentir ciertos artefactos cuando están cerca. Esos
discos eran para mí.
La noticia dejó tambaleando a Neal. Cada hembra Theronai parecía tener alguna clase de
especialidad, pero si la de ella era encontrar artefactos Centinela, iba a ser invaluable para ellos.
Suponiendo que ella accediera a formar parte de su mundo.
No podía olvidar que otras mujeres como ella se habían resistido a la idea de dejar atrás
su mundo humano. Viviana ya había pasado mucho esta noche. No podía empujarla, no
importaba la necesidad que quemaba en él.
Ahora mismo, cuando la tocaba, y el dolor había desaparecido, era fácil ser paciente. Pero
tan pronto como tuviera que dejarla ir, esa montaña de dolor se abalanzaría sobre él otra vez y
la paciencia sería bastante más escasa.
No podía obligarla a aceptar su luceria. Tenía que ser su elección, y permaneciendo aquí
en el cuarto con el cuerpo de su amigo muerto no era la forma de convencerla de hacer lo
correcto.
—No quiero que mires —le dijo. Iba a tener que mover el cuerpo y no quería que viera
algo… triste.
Asintió con la cabeza y se dio la vuelta, tirando del agarre.
Neal apretó los músculos, disponiéndose para la agonía, pues sabía que estaba sólo a un
latido de distancia.
Trató de prepararse a sí mismo para ello, pero no había premisa para el peso herviente
que se dirigió hacia él aplastándole el aire de los pulmones.
Un sonido alto, estrangulado le siseó a través de los dientes, y se tambaleó en el apretón
de ese dolor, impotente para detener que le desgarrase.
Largos segundos después, estaba sudando y temblando, pero al menos la vista comenzó
a regresar.
Si algo hubiera ocurrido durante ese momento de incapacidad, si los Synestryn hubieran
atacado, no habría habido nada que pudiera haber hecho para detenerlos. Hubiera sido incapaz
de proteger a Viviana.
Y ese pensamiento fue el que le hizo cambiar de opinión acerca de la paciencia. Tenía que
convencerla de que aceptara su luceria y acabara con el dolor. Esta noche. Era la única forma de
que él pudiera asegurarse de que ella permanecería segura.
Pero no aquí. No en esta casa. No podía hacerle eso a ella.
Neal trabajó rápido en registrar el escritorio del profesor en busca del disco. Cuando no
lo encontró, se trasladó a los bolsillos del hombre, y allí, en el interior del bolsillo de su suéter,
estaba el frío metal, el disco del tamaño de su mano.
Él se lo metió en el bolsillo del vaquero y puso con cuidado los restos del hombre en el
suelo. Él cogió una manta de ganchillo del respaldo de un sillón cercano y la colocó sobre su
cuerpo.
—Es hora de irnos —dijo, agarrando el brazo de Viviana con la mano limpia mientras
salía del cuarto.
—¿Has encontrado algo?
—Sí. —Se metió en un cuarto de baño que encontró abajo en el vestíbulo y se lavó la
sangre de la mano, manteniendo la luz apagada para que ella no tuviera que ver el desastre—.
¿Has dicho que puedes detectar estos objetos?
—Si están cerca.
Se apresuró fuera de la puerta principal, manteniéndola agarrada del brazo para que no
resbalara.
—¿Cómo de cerca?
—Normalmente puedo saber cada vez que uno de ellos entra en la ciudad.
Él tenía que encontrar ese segundo disco. De lo poco que la pequeña Gilda le había dicho,
no creía que el artefacto curara sin las dos mitades, y a Torr se le estaba acabando el tiempo.
—¿Sientes hacia dónde fue el segundo disco?
—No lo sé. Tengo que concentrarme —dijo Viviana.
—Lo conseguirás.
Se subió a la camioneta y puso en marcha el motor y regresó por el camino de grava.
—¿Adónde vamos?
—Sólo calentando el motor podremos conseguir algo de calor —mintió.
La verdad era que no quería que ningún vecino curioso viera la camioneta y diera parte a
la policía cuando finalmente encontraran el cuerpo del profesor. Con un poco de suerte, las
marcas de los neumáticos del vehiculo serían cubiertas por la nieve antes de que cualquiera
supiera de la muerte del profesor.
Neal condujo unos pocos kilómetros y paró en la entrada de unos campos agrícolas. Una
cadena cubierta de nieve le cerraba el camino, pero por ahora, este era un lugar tan bueno como
cualquier otro para detenerse. Era agradable y abierto a su alrededor, dándole una visión clara
si cualquier monstruo se dirigía hacia ellos.
—Está bien. Haz lo que tengas que hacer —dijo él.
Su cuerpo estaba rígido en el asiento, y pudo ver las vetas brillantes donde sus lágrimas
de dolor cayeron finalmente.
Neal quiso atraerla a los brazos y ofrecerle algún tipo de consuelo, pero no se atrevió.
Todavía se sentía magullado de la vez anterior que había dejado de tocar su piel desnuda, y no
estaba seguro de cuánto más castigo podría soportar. Si el dolor finalmente le mataba, ella se
quedaría sin protección.
Viviana cerró los ojos, exprimiendo más las lágrimas. Maldición, el verla llorar le rompió
el corazón, pero no había nada que pudiera hacer para traer de vuelta a su amigo. Ni siquiera
tenía un jodido pañuelo para darle. Lo único que podía ofrecerle era un fuerte brazo con una
espada y su desesperación para que ella le salvara. Esto lo hacía un bastardo necesitado, pero
no había mucho que pudiera hacer al respecto.
Unos segundos más tarde, ella dejó escapar un suspiro de desaliento.
—No lo puedo sentir. Está demasiado lejos. Lo siento.
Sus ojos comenzaron a llorar otra vez, y Neal no lo pudo aguantar más.
Se deslizó en el asiento y la tomó entre los brazos. Ella le metió la cabeza en el hombro,
fundiéndose en él. Sus dedos se agarraron con fuerza a la camisa y él podía sentir los temblores
de su pena cayendo a través de ella.
—Está bien cariño. No te preocupes. Lo resolveremos.
—Yo le maté. Le di el artefacto y eso trajo esas cosas aquí.
—No sabemos qué fue lo que pasó.
—No me protejas. Eso es exactamente lo que ocurrió. Y ahora ni siquiera puedo encontrar
el artefacto que robaron.
Neal vaciló sólo un momento antes de tomar una decisión. Claro, ella sabía muy poco
acerca de su mundo o de quién era ella realmente. Y no, no sabía lo que iba a pedirle que hiciera
o lo que le podría costar. Pero lo que sí sabía era que la luceria pensaba que se pertenecían el uno
al otro, y después de ver las parejas felices que sus hermanos Theronai habían formado, no iba a
cuestionar el regalo que se le estaba ofreciendo. Iba a agarrarlo con ambas manos y mantenerlo
lo más apretado que pudiera.
Viviana estaba destinada a ser suya, e iba a hacer que eso ocurriera.
—Te puedo ayudar con eso —ofreció—. He conocido a mujeres que tenían poderes como
tú antes y sé cómo amplificarlos. Hacerlos más fuertes.
Se separó de él lo suficiente para mirarle directamente a los ojos.
—¿Cómo?
Y aquí estaba la parte con trampa. Sacó la banda zumbante de la luceria de debajo de la
camisa para mostrársela.
—Todo lo que tienes que hacer es llevar puesta mi luceria.
CAPÍTULO 5

Viviana estaba afectada por la pérdida de su amigo, pero aún a través de la niebla
brumosa de la pena, podía ver que Neal estaba ocultándole algo.
—Es magia, ¿no? ¿Al igual que los discos?
Neal asintió con la cabeza, sus ojos negros brillaron de esperanza.
—¿Qué hace?
—La luceria son dos partes de un todo. Cada uno de nosotros llevamos una parte. Nos
unirá y te permitirá conectarte con las reservas de poder de mi interior. Tú puede usar ese
poder para impulsar tu habilidad, amplificándola.
—¿Crees que si llevo puesta esa gargantilla, podré sentir donde está el segundo disco?
—Lo creo.
Ese artefacto había causado bastante dolor y sufrimiento. Tenía que encontrarlo y ponerlo
en un lugar donde nadie pudiera salir lastimado nuevamente.
Ella tendió la mano.
—Dame el collar.
—Esa no es la forma en que funciona. Tienes que quitármelo.
La mano de Viviana tembló cuando trató de alcanzar la banda luminiscente. La vorágine
arremolinante de tonos terrestres se intensificaba cuanto más acercaba la mano. De todos los
artefactos de Centinela que había visto en los últimos años, éste era el más intrigante. La sintió…
viva. Casi podía sentir alguna clase de inteligencia trabajando dentro de ella.
Deslizó un dedo bajo la banda, disfrutando del calor suave y de la textura resbaladiza.
Una fluida columna de bronce se movió en espiral fuera del dedo y pareció calentarse. Iba a
sentirse tan agradable contra la piel y verse tan bonito alrededor del cuello.
La banda se abrió y se deslizó por debajo de la camisa de Neal. Él la sacó tomándola con
la punta de las yemas de los dedos por los cabos sueltos.
—¿Estás segura? —preguntó.
Viviana asintió con la cabeza. Quería saber qué se sentía al usar algo tan hermoso y
mágico, aunque fuera sólo por un ratito.
Neal se la colocó alrededor del cuello y ella oyó un chasquido sutil cuando los extremos
se cerraron.
Él se echó hacia atrás, los ojos fijos en la banda. Su voz fue un susurro reverente.
—No tienes idea de cuánto tiempo he esperado este momento. No quiero estropearlo o
asustarte.
—¿Por qué me asustarías?
—Voy a cortarme un poco ahora y ofrecerte mi promesa.
La confusión la invadió cuando le vio quitarse la camisa.
—¿Cortarte? ¿Por qué?
—Es la única forma de terminar el proceso de unión. —Desenvainó la espada, haciéndola
aparecer.
Se hizo un corte poco profundo sobre el corazón con el filo de la hoja.
—Mi vida por la tuya —dijo, luego recogió una gota de sangre en la punta del dedo y la
presionó contra el collar—. Ahora tienes que hacerme la misma promesa para completar el
proceso.
—No entiendo.
—Lo sé. Te estoy apresurando. Yo no quería, pero me parece que no puedo detenerme —
dijo—. Simplemente sigue tus instintos.
¿Una promesa? No tenía idea de qué clase de promesa quería, pero podía sentir la magia
de lo que estaban haciendo rodeándola. Con la nieve cayendo fuera, había una especie de
reverencia silenciosa en sus acciones, la calidad de una antigua ceremonia. Realmente no quería
arruinar eso.
—Me comprometo a ayudarte a encontrar el artefacto y ponerlo en un lugar seguro para
que nadie más pueda salir lastimado.
Ella vio un destello de decepción en la cara de Neal un segundo antes de que la banda
alrededor del cuello se encogiese hasta que se ajustó perfectamente a la piel. La visión vaciló
hasta que los confines de la camioneta desaparecieron y ella estaba de repente en otro lugar.
Mirando desde lo alto de un valle. Estaba oscuro, el tipo de oscuridad que sólo se encuentra
fuera de la ligera contaminación de las ciudades. Había una vieja casa de troncos situada abajo.
Era una estructura pequeña, de un solo cuarto, con humo ondulando arriba de su chimenea. No
había luces de seguridad, ni tanques de propano, ningún vehículo. Parecía ser una escena de
algún momento hace mucho tiempo, aunque no podía imaginarse cómo era eso posible.
A pocos metros, un pequeño granero arrinconado contra el viento rugiente. La hierba de
la pradera era marrón, los árboles desnudos. Podía oler la primavera en el viento, pero todavía
le faltaba sujetarse a la tierra.
Un hombre a caballo estaba en el lado opuesto de la colina, recortado contra el cielo
estrellado de la noche. La espada en su mano reflejaba la luz de la luna mientras permanecía
allí, quieto y silencioso. El caballo se estremecía bajo él, como si percibiera el peligro. No tenía ni
idea de qué estaba haciendo él aquí en el frío cuando había una cabaña segura, cómoda, no muy
lejos.
Ella abrió la boca para gritarle que entrara, pero no salió nada. Dondequiera que estaba,
no tenía cuerpo. Era simplemente una presencia sobrevolando en el cielo de noche.
El hombre volvió la cabeza y la luz de la luna cayó sobre su rostro.
Neal. El hombre inmóvil en lo que parecía una escena del pasado era el mismo hombre
sentado a su lado en la camioneta.
Viviana luchó para darle un sentido a eso, pero como en un sueño, no le encontraba
ninguna lógica.
Desde lo alto de la colina a su derecha, vio varias formas bajas escabullirse hacia
adelante. Un aullido espeluznante dividió el aire, haciendo que el viento pareciera tranquilo en
contraste. El caballo pisoteó nerviosamente por un momento antes de que Neal lo instase hacia
adelante.
Las formas se levantaron, solidificándose en la forma de esas cosas que la habían atacado
anteriormente esta noche. Neal cargó contra ellas. El primer sgath saltó por los aires,
abalanzándose a la garganta de Neal. En cambio, fue la espada la que golpeó, y el monstruo le
pasó volando convertido en dos trozos giratorios.
Dos más de los sgath le atacaron, y Neal redujo a cada uno de ellos con la misma
competente eficiencia. Ni una sola vez él hizo nada llamativo. Cada movimiento era suave y
fácil, sin gastar esfuerzos. La letalidad de su gracia sorprendió a Viviana, aún después de que lo
había visto antes.
Neal limpió la espada en la hierba yerma, volvió a montar su caballo y se alejó.
Abajo, en el valle, la puerta de la cabaña se abrió. Una vieja mujer, permaneció allí por un
momento, mirando perdidamente hacia la oscuridad. Ella nunca vio a Neal o la amenaza que
había eliminado.
La visión de Viviana fluctuó otra vez, cuando otra batalla le fue mostrada. Luego otra y
otra.
En cada una de ellas, vio señales de diferentes épocas, tiempos y lugares diferentes y en
ninguno de los cuales Neal tenía edad suficiente para haber vivido, y sin embargo allí estaba. Él
luchó contra la oscuridad, monstruos terroríficos para la gente que ni siquiera sabían que
existían. Ninguna vez pidió agradecimiento o alabanza por sus acciones, él simplemente se iba
cuando el trabajo estaba hecho.
Cuando enfocó finalmente el interior de la camioneta otra vez, Viviana estaba exhausta.
Se sentía como si se hubiera ido por años y acabara de regresar a casa.
Neal la miraba con una extraña expresión en su cara. Una parte era compasión y otra
orgullo, y él se preguntó si estaba molesta por lo que había visto.
—¿Qué fue eso? —preguntó ella.
—La luceria nos muestra retazos de cada uno, las cosas que cree que necesitamos saber
para ayudar a acercarnos más y acelerar el proceso de vinculación.
—¿Qué es el proceso de vinculación? Nunca dijiste nada de eso.
—Es la forma en que nos conectamos. Es cómo alcanzas mi poder. La luceria hace que la
conexión sea posible, pero la cantidad de energía que puede fluir entre nosotros está
directamente relacionada a cuánto confiamos uno en el otro.
—¿Y esas visiones de lucha contra esos monstruos se supone que me hacen confiar en ti?
—¿Funcionó?
En una forma extraña, lo hizo, pero no más que verlo batirse entre la vida y la muerte
anteriormente esta noche. Era algo más que la hizo contenerse, la parte donde él parecía haber
visitado otras épocas.
—Pensé que te vi hace tiempo, mucho tiempo.
—Lo hiciste.
—¿Cómo? ¿Te permite tu magia viajar a través del tiempo?
—No. He vivido mucho tiempo. —Sonrió e hizo temblar sus entrañas en respuesta—.
Algo así como los artefactos que te gusta coleccionar.
—¿Cuánto tiempo?
—He perdido la cuenta. Cuatrocientos cincuenta años, algo así, supongo.
—¿Supones?
Se encogió de hombros, llamando su atención a los hombros desnudos. Aunque fue un
movimiento pequeño causó que los músculos ondularan deliciosamente bajo su piel.
—Deja de tener importancia después de un tiempo, aunque puedo empezar a contar otra
vez si las cosas entre nosotros salen como espero.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que no tienes que estar sola nunca más. No debes tener la impresión de
que no encajas. Eres una de nosotros ahora.
Las entrañas de Viviana se congelaron por la preocupación.
—¿Qué viste?
—A ti. Sola. Toda tu vida. Tú siempre te apartabas de las otras personas porque sabías
que no eras como ellos.
La humillación le endureció la columna vertebral.
—Tú no tenías derecho a entrometerte en mi pasado así.
—Lo siento, cariño. Esa es la forma en que funciona. Tienes que hacer lo mismo conmigo.
—No me gusta.
Él tomó su mano y se la aplanó contra el pecho desnudo. La piel estaba caliente y
apretada sobre los músculos duros. Las chispas corrían en ella, mareándola.
—A ti te gusta eso —dijo él con total confianza—. Y a mí me gusta que no duela más.
Gracias.
—No te acostumbres a esto. Si esta luceria te permite escarbar en mi vida privada, esto se
acaba.
—No hasta que encontremos el artefacto. Lo prometiste. Además, para entonces espero
que cambies de opinión.
—¿Sobre qué?
—Quitártelo. —Se inclinó hacia delante, con una sonrisa cálida en los labios—. Si me
salgo con la mía, nunca te lo quitaras otra vez.
Una descarga nerviosa corrió a través de ella y se sentó en silencio durante un momento,
tratando de dar sentido a sus palabras.
—No entiendo.
—Ya lo sé. Es por mi culpa, pero te lo explicaré. Tú salvaste mi vida poniéndote mi
luceria. Antes de que te encontrara, me estaba muriendo. El poder de mi interior me estaba
matando lentamente. Y ahora estoy bien. También he visto dentro de ti. He visto lo dulce y
generosa que eres, cuan impulsiva puedes ser. Tú eres todo lo que he esperado en una
compañera, y si me das la oportunidad, no voy a dejarte ir. Nunca.
—Tienes que detenerte ahí. ¿Ni siquiera me conoces y hablas de nosotros estando juntos?
—En las formas en que probablemente tú nunca te hubieras imaginado.
La cara se le acaloró, como el resto de ella.
—Yo sólo dije que te ayudaría a encontrar el artefacto.
—Ya lo sé. Cuento con mis poderes de persuasión para que cambies de opinión.
Abrió la boca para preguntarle qué clase de poderes, cuando una ola de algo caliente y
delicioso se le deslizó por la piel, emanaba de la luceria. Flotaba por el cuerpo, haciéndola
ponerse lánguida y necesitada a su paso.
Neal clavó los dedos por su pelo y bajó la boca a la de ella. No la tocó, pero estaba lo
suficientemente cerca como para poder sentir la energía chispeando entre ellos.
—Estoy jugando sucio —le dijo—, pero te necesito demasiado para detenerme. Estamos
destinados a estar juntos. La luceria lo sabe. Yo lo sé. Así será.
La besó entonces, y a ella ni siquiera se le ocurrió tratar de detenerlo. Su boca se sentía
demasiado bien en la suya.
Demasiado correcta. El cuerpo entero se estremecía de excitación por su toque, y donde
su piel desnuda tocó la suya, embriagadoras corrientes de poder corrían en ella, haciéndola
sentir más entera y viva de lo que nunca antes se había sentido.
En este momento fue arrastrada, lista y deseosa de estar de acuerdo con cualquier loco
plan que él tuviera. Dejarle pensar que estaban destinados a estar juntos. ¿Qué le importaba?
Con tal de que él continuara haciendo lo que hacía. Que piense que estaban destinados a estar
juntos. Mientras siguiera besándola, podía estar tan loco como quisiera.
Un aullido profundo cortó el aire frío de diciembre.
Neal se puso rígido y retrocedió con una maldición cáustica.
—Mierda. Mi sangre. Ellos la pueden oler.
Se trasladó a su lado de la camioneta, dejando a Viviana con una sensación de frío y sola.
No la gustó. Quería recuperar esa sensación que él le dio, ese sentido de pertenencia, de ser
necesaria. Necesitó cada pizca de fuerza de voluntad para quedarse en su sitio en lugar de
deslizarse sobre el asiento para poder aferrarse a él.
No era una mujer necesitada. No se aferraba.
Azotó a la furgoneta con el embrague y reculó en la carretera cubierta de nieve.
—Lo siento cariño. Eres tan condenadamente sexy, ocupas mi cabeza. Debería haberlo
pensado mejor que permanecer aquí después de cortarme.
Viviana se aclaró la garganta y se sujetó al cinturón de seguridad para darse tiempo a
despejar la cabeza.
—Yo no soy sexy. Nunca lo he sido. Soy ordenada. Limpia.
Le lanzó una sonrisa abierta colmada de promesas ardientes.
—No lo estarás cuando termine contigo.
—No voy a tener sexo contigo.
—¿No? —No parecía convencido. Ni preocupado.
—No. No te conozco.
—Lo harás. Cuenta con ello.
CAPÍTULO 6

Neal se dijo a sí mismo que debía retroceder. Estaba presionando demasiado fuerte. La
conexión que había forjado la lucería entre ellos ya había crecido lo suficiente para que él
detectara la ansiedad de Viviana.
—Estás muy pegado de ti mismo, ¿no? —preguntó ella.
Se mordió la lengua para reprimir un comentario sobre como preferiría que ella estuviese
pegada a él. Eso sería demasiado burdo para su dulce Viviana.
Suya.
Neal ya estaba en problemas, se estaba sintiendo demasiado posesivo. Ella no estaba
preparada para eso. Maldición, por todo lo que sabía nunca lo estaría. Necesitaba calmarse
antes de que arruinara su única oportunidad de seguir respirando.
—No fue mi intención ofenderte. Lo siento. —Supuso que iba a tener que acostumbrarse
a decir esas dos últimas palabras un montón, asumiendo que ella estaría con él el tiempo
suficiente para dejar que eso sucediera.
—¿A dónde vamos?
—A una casa segura. Necesito limpiarme. —Se miró el pecho. La herida ya se había
curado, pero la sangre seguía allí, atrayendo a todos los Synestryn desde kilómetros de
distancia, sin duda.
—Dijiste que podían oler tu sangre.
—Sí. Necesito quitármela lo antes posible.
Hubo un toque de nerviosismo en su voz.
—¿Qué pasa con mi sangre? ¿Pueden olerla también?
—Absolutamente.
—Me corté antes esta noche. Con el cristal. Es por eso que aparecieron, ¿no?
El pensamiento de ella siendo herida hizo que el estómago se le retorciera en una
combinación de rabia y dolor.
—Déjame ver.
Ella arrancó un pequeño vendaje y levantó la mano. Un corto y poco profundo corte
cruzaba su palma -un poco más que un corte con papel.
—¿Sangró?
—Un poco.
—Tira el vendaje por la ventanilla.
Lo hizo, dejando entrar una ráfaga de viento frío. Sin la camisa, él sentía cada grado de la
bajada de la temperatura.
—¿Funcionará eso? —preguntó ella.
—No conmigo en el coche, pero no quiero que andes por ahí con sangre sobre ti.
Lo siguiente que supo, es que ella estaba de rodillas en el asiento junto a él, usando uno
de los guantes blancos de algodón para limpiarle la sangre del pecho.
—Ya estás curado.
—Sano rápido. Es necesario para el trabajo.
Hizo un rápido trabajo limpiándole, sus movimientos eran de hecho eficientes.
—¿Trabajo?
—Matar Synestryn. Proteger a los seres humanos.
Se llevó el guante hasta la boca y lo humedeció para restregar la sangre seca. Luego,
como si se hubiese dado cuenta de lo que había hecho, tartamudeó:
—L-lo siento. Nunca debí poner mi saliva sobre ti sin permiso.
Neal ahogó una risa. Ella era tan formal y correcta.
—Cariño, por la forma en que nos besamos, diría que es un poco tarde para preocuparse
por eso. Maldición, he fantaseado con cosas que involucran tu boca que te harían sonrojar.
Y así como así se sonrojó, y rápidamente cambió de tema.
—Llamaste a las cosas que atacaron esta noche sgath.
—Los sgath son un tipo de Synestryn. Hay un montón. Todos del tipo feos como el culo.
Todos mortíferos.
Terminó su trabajo, regresó a su lado de la camioneta, y el guante de algodón se fue por
la ventanilla.
—Y luchas contra ellos.
—Casi todas las noches.
—¿Qué haría yo? Quiero decir, ¿alguien que planeara continuar su asociación contigo?
Eso hizo sonreír a Neal.
—¿Asociación? Suena como si nuestros nombres debieran estar juntos en una tarjeta de
presentación. ¿Crees que eso es lo que está pasando aquí?
—No sé cómo llamarlo, y no deberías burlarte. He pasado por un montón de estrés esta
noche.
—Lo siento, cariño. Claro que lo has hecho. Debería ser más comprensivo.
El silencio le dio la bienvenida y la dejó tranquila. Ella tenía mucho que digerir. Era
apenas pasada la medianoche. La había conocido hace ocho horas y en ese tiempo, había sido
atacada, perdido a un amigo, y se unió a Neal de una manera que posiblemente no podría
entender.
Pero él lo hacía. Sabía lo que significaba su compromiso con él y lo que significaría si ella
decidía alejarse. Sin embargo, incluso el miedo a morir no podía impedirle celebrar lo que tenía
ahora.
Estaba cumpliendo con su propósito en la vida. Se había unido con una mujer que podía
ejercer su poder -una a la que había jurado proteger para que ella pudiera liquidar a los
demonios que asolaban la Tierra. Juntos, serían imparables. Y no sólo en el campo de batalla.
La breve visión que había tenido de la vida de ella todavía le perseguía. A pesar de que
su madre adoptiva había amado y apreciado a Viviana, de todos modos se había sentido sola.
Era como si supiera que era parte de algo más grande que ella. Había intentado encajar siendo
una niña y como adulta, había encontrado personas que la aceptaban por sus peculiaridades.
Pero nunca había sido suficiente.
Neal no sólo la aceptaba, sino que se deleitaba en ella. Todo en ella era fascinante -desde
el remilgado moño bajo que llevaba, hasta esas traviesas medias debajo de la falda. Su amor por
los antiguos artefactos de los Centinelas sólo añadía más a su atractivo.
Él quería ser parte de su colección. Una parte permanente.
Por mucho que odiaba sentirse necesitado y exigente, no había nada que pudiera hacer
para detenerse. Sin ella, moriría. No importaba lo que hiciera falta, iba a pasar el poco tiempo
que tenían antes de encontrar el artefacto, convenciéndola de que él era el tipo de hombre que
valía la pena mantener.
Ella estaba en silencio mientras conducía. Cada pocos minutos, podía sentir un sutil tirón
en su poder, como si ella estuviera tanteando el terreno. Sabiendo que si decía algo, sólo la
disuadiría, se mantuvo en silencio, fingiendo que no sabía lo que estaba haciendo.
Poco a poco, sus intentos se tornaron más audaces. Más poder fluía entre ellos, aliviando
la presión trituradora en el interior de Neal. No podía recordar la última vez que se había
sentido tan bien.
A pesar de lo mucho que la necesitaba, a pesar de lo mucho que la deseaba, la necesidad
de proteger sus tiernos sentimientos se elevó por encima de todo. Se prometió que no la iba a
presionar más. Al menos, no todavía. La dejaría descubrir su nuevo poder por su cuenta para
que no se resistiera a aceptarlo.
Dos horas más tarde, Neal estaba lamentando su decisión de dejarla encontrar su propio
camino. Siguió recibiendo destellos de ella -pequeñas imágenes fugaces de cosas que sentía y
quería.
Él estaba en la parte superior de la lista. Con lo correcta que parecía ser Viviana, era una
mujer ardiente, apasionada por debajo de ese exterior remilgado. Seguía teniendo fantasías de
sus manos sobre la piel desnuda de él, acariciándole la marca de vida. Cada pocos minutos
desviaba su mirada hacia él y era atrapada mirando.
Al parecer, le gustaba lo que veía, lo que para él ya estaba bien. Nunca había prestado
realmente mucha atención a la textura de la piel o el juego de sombras sobre los músculos, pero
ella lo hacía. Y viendo eso a través de sus ojos -la forma en que la encendía- le estaba haciendo
difícil mantener las manos sobre el volante.
En todo lo que podía pensar era en lo bien que se sintió al deslizar las manos por sus
muslos hasta que la piel suave por encima de las medias le dio la bienvenida.
En el momento en que llegaron al camino de entrada de la casa Gerai, Neal estaba
temblando por la lujuria. Tuvo la precaución de evitar que ella la sintiera -bloqueándola para
que no sintiera lo que estaba pensando- aunque sabía que eso trabajaba en contra de su
necesidad de unirlos. No estaba lista para su deseo todavía. Aún estaba tratando con
demasiado. Sería injusto de su parte pedirle más cuando ya le había dado más de lo que nunca
había esperado tener.
Neal se puso la camisa de nuevo antes de volver a desafiar el frío. Encontró una llave
escondida detrás de la luz del porche y entraron en el pequeño cortijo.
El aire en el interior era frío, pero todo lo necesario para hacer fuego estaba a mano y listo
para usar. Neal hizo un trabajo rápido consiguiendo un resplandor agradable antes de ir a
asaltar la nevera por comida.
—¿Es ésta tu casa? —preguntó Viviana cuando regresó con algunas cosas para preparar
emparedados.
Estaba acurrucada en un rincón del sofá cerca del fuego. Todavía llevaba la chaqueta de
cuero de él, que la hacía parecer pequeña y vulnerable.
Los instintos de protección se elevaron en Neal, y tuvo que luchar contra el deseo de
alcanzar la espada y desnudar los dientes contra una amenaza invisible.
—No. Es una casa Gerai, llamada así por el grupo de humanos que la mantiene abastecida
con alimentos y suministros.
—¿Gerai?
—Son humanos de pura raza, humanos que tienen sangre antigua corriendo por sus
venas. Los Synestryn los atacan por su sangre, por lo que los protegemos. A cambio, ayudan
donde pueden, como proporcionándonos un lugar seguro para descansar cuando lo
necesitamos.
—Así que, ¿los Synestryn no puede llegar hasta nosotros aquí?
—Oh, no. Pueden llegar a nosotros, pero es más difícil encontrarnos aquí que en otros
lugares, ya que Gilda ha tejido un poco de magia que ayuda a escudarnos aquí.
—¿Gilda? ¿Quién es?
—Una poderosa Theronai. Ella y su marido, Angus, han estado juntos durante siglos. Ella
es la que me habló sobre el artefacto. Tiene un poder increíble.
—¿Y lo utiliza para proteger estas casas Gerai?
—Entre otras cosas. Pero sí, puedo sentir su toque en este lugar. A menos que hagamos
algo para llamar la atención, deberíamos estar a salvo aquí.
—Eso suena bien.
Neal oyó miedo en su vacilante voz.
—No quiero que tengas miedo, cariño. Estás a salvo conmigo. Daría mi vida para
asegurarme de ello.
—Preferiría que no lo hicieras. No quiero que nadie más muera por mi causa.
Él puso la comida en la mesa de café y se sentó a su lado, tomándole la mano en la suya.
La piel era suave y perfecta, a diferencia de sus propias manos con cicatrices. Los huesos eran
delicados, sus extremidades frágiles. No tenía ni idea de cómo iba a mantenerla segura el
tiempo suficiente para que ella aprendiera a manejar su poder, pero sabía que haría lo que fuera
necesario para que esto ocurriera.
Neal se aseguró de que ella le mirara a los ojos. No soportaba saber que estaba siendo
devorada por la culpa.
—El profesor no murió por ti. Tienes que creer eso.
—¿Esas cosas habrían llegado a él si no le hubiera dado el artefacto?
—¿Cuántas personas han estado estudiado tu colección?
—Varias.
—¿Fueron atacados?
—No.
—Entonces no había manera de saber lo que ocurriría. No puedes culparte a ti misma por
el mal de otro. Todo lo que puedes hacer es usar el poder que ahora tienes para impedirles
hacerlo otra vez.
—¿Es eso lo que tú haces?
Él negó con la cabeza.
—No puedo hacer mucho con la magia. Puedo usar un poco, pero nada comparado
contigo. Lo mejor que puedo hacer es matarlos.
—Eres bueno en eso.
—Encantado de que lo notes.
Ella guardó silencio un largo momento.
—¿Cómo es vivir en tu mundo?
—Normal. Es todo lo que he conocido.
—¿Matar monstruos y luchar contra demonios es normal? No creo que alguna vez pueda
acostumbrarme a eso.
—Hay más en ser un Theronai que matar. Tenemos una casa donde nos encargamos de
los humanos, niños huérfanos en su mayor parte. Ayudamos a reconstruir una fortaleza en
África que fue destruida. Y hacemos guardia en la Puerta.
—¿Puerta?
—A Athanasia, el lugar donde nuestra magia se originó. Hay muchas posibilidades de
que tu padre sea de allí.
—¿Dónde está?
Neal se encogió de hombros.
—Otro planeta, supongo. Yo nunca lo he visto y la verdad no me preocupé mucho acerca
de los detalles. Luché cuando se necesitaba, protegí cuando se necesitaba, y mientras tanto, me
pasé cada segundo buscándote.
Ella se burló de eso.
—Eso es difícil de creer.
—Es en serio. Quiero decir, yo no sabía tu nombre, pero esperaba que estuvieras ahí
afuera. Y aquí estás. Mi milagro personal.
—Lo haces que parezca tan fácil –como si supieras cómo terminarán las cosas.
—He tenido más de cuatrocientos años para observar las uniones entre nuestros pueblos.
No es tan fácil, pero la lucería te escogió para que estuvieras conmigo por una razón. Sé lo
suficiente para confiar en eso y dejar que el resto ocurra solo.
Apartó la mirada claramente incómoda con la conversación. Neal lo dejó pasar,
negándose a causarle más trastornos esta noche. Ya habría tiempo para que ella entrara en
razón. Él podía ser paciente.
—¿Quieres intentar encontrar el artefacto? —preguntó él.
—Creo que puedo sentirlo. Es débil, pero si me concentro, podría ser capaz de tener una
impresión más fuerte de su ubicación.
—Hazlo. Cuanto antes lo encontremos, antes podré llevarte a casa.

Neal no le había hecho insinuaciones amorosas. Estaban solos en esa casa acogedora,
frente a la chimenea mientras el viento soplaba nieve alrededor, aislándolos del mundo real. Era
el escenario perfecto para el romance, pero Neal no se había aprovechado de eso.
Una parte de ella estaba decepcionada. El cuerpo le zumbaba con una energía frenética,
una necesidad dolorosa de deslizar las manos sobre él y dejarle hacer lo mismo con ella. La
parte más cuerda estaba aliviada. Demasiado había ocurrido esta noche y estaba teniendo
problemas para asimilarlo todo.
Neal era miembro de una raza antigua. También estaba ella. Por lo que él dijo, estaban
destinados a ser compañeros en una guerra contra monstruos malignos que ni siquiera sabía
que existieran fuera de sus libros polvorientos.
Y sin embargo, tan difícil como era creer en todo, con lo que verdaderamente tenía
problemas era en asimilar la parte donde la necesitaba. Era un gran guerrero, fuerte, robusto.
No parecía necesitar a nadie. Si no hubiera sentido la necesidad a través de la luceria, con todo
no lo concebiría.
La quería, y no sólo por esta noche. Las impresiones que le llegaban a través de su
conexión crecían con rapidez y eran las de permanencia. Para siempre. A él no le daba miedo el
compromiso, como a la mayoría de los hombres que ella conocía. Él lo deseaba.
No es que le conociera lo bastante bien como para acceder a esa clase de relación. Por
ahora, estaba contenta con quedarse con él, y ver cómo iban las cosas. Él no podía apreciar su
cautela, pero eso era una lástima. La cautela era todo lo que iba a conseguir.
Por ahora.
El pensamiento le susurró en la cabeza, convocando las imágenes de los dos juntos,
haciendo el amor. Casi podía sentir el poder de su gran cuerpo moviéndose sobre el suyo,
conduciéndolos a lo más alto.
Él sería un amante exigente. Podía decirlo por su personalidad. Pero era su garbo, lo que
hacía que los dedos de los pies se le rizaran de deseo. Un hombre con esa clase de poder suave
la volvería loca. Neal la llevaría a lugares en los que nunca había estado con un hombre antes, y
en el fondo, lo quería más de lo que había querido cualquier baratija antigua.
Neal volvió de la cocina. Se paró en seco, mirándola fijamente. Su mandíbula estaba
apretada y pudo ver la tensión forzar su cuerpo. Él inhaló un par de alientos profundos antes de
conseguir hablar.
—He oído eso —susurró él.
—¿Qué?
—Tus pensamientos. Las cosas que te gustaría que te hiciera.
Ella había estado recibiendo breves destellos de sus pensamientos desde que se puso la
lucería, pero las había achacado a la imaginación. Las cosas que había sentido venir de él no
podían ser reales. Ningún hombre la había querido como Neal lo hacía.
La prueba de que la quería tensaba la parte delantera de su desgastado vaquero,
haciéndole la boca agua.
Él dio un moderado paso adelante. Viviana no se movió. No quería alentarle a hacer algo
para lo que él no estaba listo y, sin embargo el pensamiento de él echándose atrás le dejó un
profundo dolor en el pecho.
—Estoy más que listo —le dijo—. Tú eres la que tiene dudas acerca de nosotros. Yo no.
Ya sé cómo quiero que esto acabe.
—¿Cómo? —preguntó antes de poder detenerse.
—Quiero que nosotros nos amemos. Para ser felices juntos. Para estar uno al lado del otro
y luchar contra los Synestryn. Para siempre.
—Para siempre es mucho tiempo.
—Sólo cuando estás solo e infeliz.
Al igual que había estado toda su vida. Su madre siempre la había amado, pero Viviana
nunca encajó realmente en otro sitio. No era una paria, pero a menudo creyó que era debido a
su riqueza. Las personas hacían bastante para pasar por alto los defectos en otros cuando había
dinero involucrado.
No quiso ser admitida por su dinero o su estatus. Ella quería ser aceptada por sí misma.
Neal le ofrecía eso, y lo hacía como si él no tuviera idea de lo precioso que era el regalo.
Él tendió su mano. El anillo iridiscente brillaba mientras se acercaba a ella, girando con
los colores del pergamino y bronce antiguo.
—Entiendo que esto es rápido para ti, pero para mí, es algo en lo que he estado pensando
durante siglos. Podemos estar bien juntos. Todo lo que tienes que hacer es confiar en mí.
Viviana tragó. Habían ocurrido tantas cosas esta noche. Demasiadas. Y, sin embargo no
había un lugar en la tierra en el que preferiría estar que aquí mismo. Con él.
Él la atraía a un nivel profundo que nunca hubiera sabido que existía. Era como si
reconociera una parte de ella perdida hace mucho tiempo.
Independientemente de esta cosa que había entre ellos, tenía una magia totalmente
propia, y eso solo era demasiado atrayente para que Viviana pudiera resistirse.
Puso la mano en la de él y una sonrisa lenta, calida le curvó la boca un segundo antes de
que la besara.
El calor floreció dentro de ella con el toque, inflamándose hasta que fue consumida por
él. Sus manos se deslizaron sobre la espalda, acercándola lo suficientemente como para sentir la
dura longitud de su erección. Esa dolencia de vacío dentro de ella clamaba ser llenada, y
Viviana ya no estaba dispuesta a ignorarla.
—Te quiero —le dijo ella.
Un gemido áspero vibró en su pecho.
—Te quiero, también, pero no podemos hacerlo. Tengo que tener cuidado. Si nos
acercamos mucho… —No terminó lo que estaba diciendo, pero el cuerpo se le estremeció con la
tensión.
Viviana no pudo resistirse a tratar de confortarle. Le acarició los brazos y pecho,
sintiendo que los músculos se contraían bajo las palmas.
Él cerró los ojos como si buscara autocontrol, sus dedos apretados contra las caderas. Ella
apoyó la cabeza en su hombro, y juró que podía oír el crujido de ramas en movimiento debajo
de la camisa. El olor de su piel era embriagador, y a pesar de la indecisión, ella no podía
encontrar la fuerza para echarse atrás.
Las imágenes acaloradas le revolotearon a través de la mente, y los bordes más ásperos le
dijeron que venían de Neal. Estaba desnuda, dispuesta para su disfrute visual. Llevaba el pelo
suelto, brillante alrededor de la cabeza. Los pezones estaban apretados, y la piel parecía
resplandecer. Su mano oscura fue extendida contra el pecho, y las partes que hacían juego de la
lucería latían al ritmo del uno con el otro.
La imagen cambió. Una colcha de color rojo los cubría, y el cuerpo de Neal brillaba por el
sudor mientras se movía sobre ella, sus músculos se agrupaban con cada movimiento
deslizante. No era real. Era sólo una visión en la cabeza, pero el efecto que tuvo en ella era
mucho más que la mera imaginación.
Estaba caliente, dolorida. Su ropa estaba de repente muy apretada y picaba. Necesitaba
arrancársela y frotarse contra Neal, sintiendo su piel firme, suave contra la suya. Tal vez si
consiguiera desnudarle, él cedería y haría el amor con ella.
Necesita desesperadamente eso, necesitaba la liberación que sólo él podía darle.
Neal dejó escapar el gemido de un hombre que sabía que había sido superado.
—No puedo negarte nada, cariño. Haré que te corras, pero lo haremos a mi manera.
CAPÍTULO 7

Neal estaba jugando a un juego peligroso. Ellos ya estaban vinculados más rápido de lo
que creyó posible. Una vez que los colores que se arremolinaban en la luceria se estabilizaran, su
vida estaría en las manos de ella. Por ahora, una vez que su promesa se cumpliera, podrían ir
por caminos separados, pero si los colores se solidificaban y su conexión se completaba,
entonces si le dejaba, moriría.
Tenía que ser cuidadoso, retardar el proceso de unión lo más posible. Por mucho que le
gustaba la idea de ellos dos juntos, no quería unirla a él por la culpa. Se negaba a permitir que
se quedara con él porque moriría sin ella. Eso no era justo para ninguno de ellos.
Así que iba a encontrar la fuerza para resistirse a tomarla y por consiguiente apresurar el
proceso. Le daría lo que claramente necesitaba, se negaba a hacerla sufrir, pero lo haría con el
vaquero firmemente en su lugar.
Ella besó un camino hasta la garganta y la mandíbula. Su fuerte apretón en la cabeza le
obligó a agacharse para que ella pudiera besarle correctamente. Su boca se abrió sobre la de él, y
su lengua caliente se deslizó dentro, reclamando el espacio para sí misma.
Neal reprimió un gemido y se puso manos a la obra como un hombre con una misión.
Cuanto antes lo consiguiera mejor. No sabía cuánto tiempo podía resistirse a tomar lo que tan
claramente quería dar.
Él no perdió el tiempo en desabrochar todos los pequeños botones de la parte delantera
de la blusa. El encaje blanco ahuecaba sus pechos, pero no hizo nada para ocultar sus pezones
tiesos. Inclinó la cabeza y se amamantó a través del delicado tejido, mientras hacía un trabajo
rápido con el cierre en su sostén.
Un sonido suave de placer llenó el aire, y clavó sus dedos por el pelo, sujetándole en el
lugar.
Se deshizo de la falda en sólo unos segundos y se deslizó por sus muslos. Sus bragas de
suave encaje siguieron la estela de la falda, dejándole puestas sólo las medias. Esas
definitivamente se quedaban.
Tiró el sostén de sus brazos y luchó con su agarre lo suficiente como para retroceder y
echar una buena mirada.
Viviana era impresionante. Dulce, con curvas esbeltas. Las sombras suaves emitidas por
la luz del fuego. Delicados huesos, huecos femeninos. Cada centímetro de ella era perfecto.
Nunca había deseado nada en su vida tanto como él la quería ahora mismo.
Su sangre le latía con fuerza a través del cuerpo, exigiéndole que hiciera una reclamación.
Podía oler su excitación, ver el rubor de la lujuria oscureciendo su piel. Ella lo quería tanto
como él lo hacía.
Se la quedó mirando durante tanto tiempo que comenzó a sentir que ella se apartaba, su
calor se evaporaba en una extraña clase de timidez.
Ella se cubrió los pechos con un brazo, su monte con su mano. Escondiéndose de él.
Una rabia primitiva se levantó en él tan fuerte y rápida que no la podía controlar. Dio un
paso agresivo hacia adelante empujándola hacia atrás contra el sofá. Ella tropezó, agitando los
brazos para recuperar el equilibrio.
Neal agarró sus brazos, bajándolos suavemente. Él los mantuvo alejados de su cuerpo,
dejando que la satisfacción de verla otra vez calmara a la bestia primitiva.
—No te escondas de mí —logró rechinar—. Jamás.
Se quitó la camisa, y luego le presionó la espalda contra el asiento, sintiendo el roce de
terciopelo de sus dulces pezones en la piel.
Viviana dejó escapar un suave suspiro y le clavó las uñas en la espalda.
El calor y la necesidad llamearon dentro de él, cegándolo por un momento. Pero él tocaba
su piel, y eso era suficiente por ahora. La miraba otra vez cuando la hizo extenderse para poder
deleitarse con ella y hacerla llegar con la boca. Se tomaba su tiempo mirando, disfrutando del
sudor que perlaba su piel, y la forma en que se retorcía mientras él sujetaba sus caderas en el
sitio.
Su vida se tambaleó, deleitándose en el contacto de la carne sobre carne. Su anillo
tarareaba feliz, instándolo a terminar lo que había iniciado.
Neal alcanzó entre ellos a separar sus rizos húmedos. Estaba resbaladiza y caliente, y sólo
el más mínimo roce de los dedos sobre su clítoris la hacía sacudirse debajo de él y dejó escapar
un grito agudo.
Presionó un dedo dentro de su cuerpo resbaladizo. El fuerte agarre de sus músculos
alrededor de él le hizo apretar los dientes para controlarse. Ella se estremeció, girando sus
caderas para darle un mejor ángulo. Era pequeña, pero él podía manejar eso. La acostó en
posición horizontal de modo que cuando la tomara ella sólo sintiera placer.
Excepto que no iba a tomarla. Estaba aquí para que ella culminara. Ese era el trato que
había hecho consigo mismo.
A pesar de que maldijo la decisión, se puso encima y se aguantó, revolviendo su fuerza
de voluntad sobre su cuerpo y sobre cómo hacerle cantar.
Viviana no era una amante tímida. Ella le dijo con los pequeños sonidos y sus
movimientos temblorosos qué clase de toques le gustaban, y cuáles la conducían de manera
salvaje. Su erudita remilgada se extendía ante él, jadeando y temblando mientras chupaba su
clítoris y presionó dos gruesos dedos dentro de ella. Él jugaba con sus pezones, pellizcando
suavemente y no tan suavemente al tiempo que la penetraba con los dedos.
Su respiración atrapada. Su abdomen se estremecía. Neal añadió un tercer dedo y utilizó
los dientes para enviarla por encima del borde.
Ella dejó escapar un dulce gemido y se sacudió debajo de él cuando el orgasmo la venció.
Neal nunca había visto nada tan hermoso en su larga vida.
Cuando sus temblores disminuyeron, ella le levantó el cuerpo con los brazos débiles y le
besó. Todavía se estremecía o tal vez era él. No lo podía decir. Todo lo que sabía era que estaba
al borde de meter el pene en su cuerpo resbaladizo más profundamente de lo que los dedos
tenían la oportunidad de ir.
Sus manos rebuscaron en el cinturón, trabajando para liberarle más rápido de lo que el
cerebro embotado de sangre supiera lo que estaba haciendo. Sus delgados dedos operaron
dentro del vaquero, envolviéndolos alrededor del pene.
Incluso eso era suficiente para hacerle correrse. Sólo la preocupación de que ella se
sentiría usada le impidió dejarse ir y que la semilla saliera a chorros por sus dedos.
Trató de apartarse, pero no podía ir muy lejos sin miedo a romperla el brazo.
—Para.
Ella le mordió el cuello, justo donde la luceria solía estar. La piel era sensible allí,
habiendo estado privada de contacto desde su nacimiento. El raspado erótico de sus dientes le
envió la sensación de zumbidos agudos por la columna vertebral directamente a los testículos.
Se quedó sin aliento y tragó saliva por aire, tratando de ganar un hilo de control.
Para cuando se dio cuenta de lo que ella había hecho, el pantalón ya estaba abierto y
estaba sacándole el pene hacia su núcleo. Sus piernas estaban abiertas en señal de bienvenida, y
su calor húmedo se deslizó contra el glande, mezclándose con sus propios fluidos.
Un gemido áspero le sacudió. Él no podía apartarse. Lo mejor que podía hacer era
permanecer quieto y rezar para controlarse.
Viviana le agarró del culo y tiró de él hacia adelante mientras ella levantaba sus caderas,
tomando sólo la punta de la erección dentro de su cuerpo.
El glorioso calor apretado le rodeó, ahuyentando todos los pensamientos menos uno. Él
iba a terminar lo que ella había empezado. Y algo más.
Se dirigió hacia delante en un movimiento muy fácil, obligándola a tomar todo de él. Dio
un suspiro alarmada y sus uñas se clavaron profundamente. Sólo le hizo desear más.
Sabía que no duraría mucho. Podía sentir su tentativa de tranquilizarle a través del enlace
que estaba bien, pero él la ignoró. No quería la culminación vacía de disparar su carga sin ella.
Cuando él llegara, ella iba a estar gritando su nombre en el clímax mientras la llenaba.
Esa era la única cosa que satisfaría esta necesidad primitiva.
Neal se aprovechó de su conexión, abriéndose para que ella sintiera todo lo que hacía. Él
sabía que hacerlo era peligroso, podría estar acelerando su propia muerte, pero no podía
evitarlo. Él anhelaba esa conexión, necesitaba de ella tanto como necesitaba respirar.
La dejó a ella verse como él lo hacía: hermosa y sexy como el infierno. La dejó sentir su
necesidad acuciante de hacerla correrse. La obligó a sentir la lujuria arañando dentro de él,
exigiendo una reclamación de ella en todas las formas posibles.
Sus ojos se agrandaron y sus pupilas se dilataron cuando ella le miró. Sus labios se
separaron, absorbiendo grandes bocanadas de aire mientras él los conducía rápidamente a un
fuerte clímax.
Esto azotó a Neal, sorprendiéndole por su intensidad. En un vago recoveco de la mente,
se percató de que también se corrió, los dos orgasmos mezclados juntos en uno solo. La
sensación chisporroteó a través de la conexión cuando los testículos se tensaron y la semilla se
derramó profundamente dentro de su cuerpo tembloroso.
Se sacudió debajo de él, su esbelta figura tan delicada y frágil bajo su peso. No quería
aplastarla, pero sentía su necesidad de que él se mantuviera unido a ella.
Todavía estaba duro. Podía quedarse dentro de ella mientras ella quisiera. Todo lo que
necesitara, encontraría una manera de dárselo. Durante el tiempo que él viviera.
La conexión definitivamente se había profundizado debido a su falta de control. No es
que él se atreviera a lamentarlo. Nunca podría lamentar estar con ella así.
Los hizo girar para que ella estuviera encima de él, a horcajadas sobre las caderas. Ella
acurrucó su cabeza contra el pecho mientras su respiración se hacía lenta y el aire enfriaba sus
cuerpos. Sus dedos trazaron las ramas de la marca de vida.
—Las hojas están creciendo de nuevo —dijo ella—. Hay pequeños brotes ahora.
Una felicidad agridulce le llenó. Le había salvado, pero ¿durante cuánto tiempo?
Ella empujó para alzarse, frunciéndole el ceño.
—Algo está mal. ¿Qué es?
Su pelo era un desastre, el moño torcido, y las hebras enmarañadas sobresalían en
ángulos al azar. Esto era tan lindo que el pecho le dolió cuando pensaba que no llegaría a ver
esto otra vez, que esto que tenían podría ser temporal.
Neal se obligó a sonreír cuando tocó los pasadores que le sujetaban el moño.
—No es nada serio. Podemos preocuparnos por eso después de que encuentres el
artefacto.
El pelo le caía suelto sobre los hombros, brillante y hermoso. El pene pulsaba dentro de
ella, haciendo que sus ojos se agitaran al cerrarse.
Ella le dio un suave y sexy gemido.
—No estoy segura si puedo ir a por otra ronda.
—Estoy más que feliz de saberlo —dijo él.
—¿No tenemos que empezar a movernos?
Neal asintió con la cabeza, odiando la verdad.
—Sí. Lo haremos.
—Puedo sentirlo ahora —dijo ella, sonriendo con orgullo—. El artefacto. Mi habilidad
parece de alguna manera ser más fuerte.
—Estamos más estrechamente vinculados ahora. —Gracias a su falta de control—. Tú
tienes un mayor acceso a mi poder.
—¿Eso significa que si no lo encuentro, podemos hacer esto otra vez?
Si no encontraba el artefacto, permanecería vinculada a él, lo cual prácticamente daría
como resultado más sexo fabuloso.
—Así es.
—¿Y si lo encuentro?
Ella estaría libre de la luceria, libre de él, capaz de hacer lo que quisiera. De todos modos
si ella se acostaba con él dependería en gran medida de si vivía para verlo ocurrir.
—Supongo que tendremos que ver qué sucede.
CAPÍTULO 8

— Ahí —dijo Viviana, apuntando a una entrada del tamaño de un camión en la pared de
roca caliza—. El disco está ahí.
Estaban fuera de un complejo industrial construido dentro de un sistema de cuevas en las
afueras de la ciudad de Kansas.
—¿Estás segura? —preguntó Neal cuando se dirigían hacia la entrada principal.
En el interior, del tamaño de una camioneta, túneles artificiales se curvaban alrededor de
una serie de negocios -de todo, desde una fábrica de mostradores de granito hasta una
compañía de venta al por mayor de artículos para embarcaciones. Las paredes de roca habían
sido pintadas de blanco, pero estaban sucias, cubiertas de polvo y gases de combustión.
—Estoy segura —dijo—. A unos pocos metros por ese camino. —Señaló hacia la derecha.
La nueva chaqueta de cuero que había encontrado para ella en la casa Gerai brillaba en la
penumbra. Al igual que su propia chaqueta, la que ella llevaba había sido impregnada con
magia protectora. Aun así, no era suficiente protección para hacer que él se sintiera bien
dejándola caminar hacia el peligro.
Neal giró a la derecha y se detuvo en un estacionamiento indicado con pintura
desconchada. Apagó el motor y se volvió para mirarla a la cara.
La luz tenue se vertía a través de su mejilla, acentuando su belleza majestuosa. Era
demasiado delicada para lo que le estaba pidiendo. Demasiado inexperta.
—Tal vez deberías quedarte aquí. No tienes que venir conmigo.
—¿Cómo vas a encontrar el artefacto si no voy?
—Me las arreglaré. —O fallaría en encontrarlo y estaría vinculada a él mucho más
tiempo. No quería que se quedara con él por un tecnicismo, pero no quería perderla, tampoco.
No habían estado juntos el tiempo suficiente para demostrarle que él era un buen hombre, que
siempre cuidaría de ella. Que siempre la amaría.
Y la amaba. Amaba todo lo relacionado con ella. Había visto retazos de su mente, sentido
el calor de su corazón. Era valiente, generosa y dispuesta a entrar en las fauces de peligro por él.
¿Cómo podría no amarla?
La parte alucinante era saber que si sobrevivían, ese amor sólo crecería con el tiempo. Tal
pensamiento era modesto.
Neal acunó su mejilla, amando la suave calidez de su piel.
—Estarás más segura aquí.
—Sé en lo que se supone tengo que convertirme, que utilizaré tus poderes para asesinar a
los monstruos. Nunca pensé que serías el tipo de hombre que me detendría.
—No lo soy. Confío en que aprenderás a manejar mi poder, sólo estoy nervioso de que lo
hagas fuera de un ambiente de entrenamiento.
Ella cubrió la mano de él, apoyándose en su toque.
—Si voy, lo encontraremos más rápido y nos iremos más rápido. Si no, voy a estar aquí
sentada sintiéndome enferma de preocupación por ti y con miedo de que algo malo vaya a
escabullirse de una sombra. Tengo que hacer esto.
Neal asintió con la cabeza, su respeto por ella creció.
—Entiendo. Siempre he sentido la llamada, también. Tú eres una de nosotros, cariño.
Se inclinó hacia delante y la besó, saboreando la suavidad de sus labios y el sabor dulce
de su boca. Podría vivir para siempre y nunca tener suficiente de ella.
Rezó para que le diera la oportunidad.
Neal se retiró.
—Vamos.
—Te sigo.
Bajaron de la camioneta y se dirigieron a una abertura que había sido cortada en la piedra
caliza y reforzada por vigas de acero. La puerta de arriba había sido retirada, y por la forma en
que la pista estaba torcida más allá del uso, Neal adivinó que la puerta había sido arrancada con
violencia. La entrada estaba bloqueada por una cadena que estaba cubierta con un cartel que
decía «Se Alquila».
Aire frío le pasó sobre la piel, gracias al sistema de ventilación mecánica.
Detrás de él estaban los negocios y tiendas construidas en la piedra. Estaban cerrados a
esta hora, los estacionamientos vacíos y los interiores oscuros. Dudaba de que cualquiera de los
empleados supiera que se encontraban entre demonios.
Si tenía algo que decir al respecto, se ocuparía de la infestación y se iría sin que se
enteraran.
Echó un vistazo a Viviana.
—Quédate cerca. A mi izquierda.
—Entendido. No quiero estar en ningún lugar cerca de esa espada, cuando comiences a
balancearla.
—Si las cosas se ponen difíciles, tú corres. Las llaves están en la camioneta. —Podía verla
temblar, pero asintió con gesto valiente—. No llegará a eso.
No mientras él respirara, no lo haría. No creía que ese hecho la consolara, por lo que
mantuvo la boca cerrada.
—Escuché ese pensamiento. No vas a morir. Yo no lo permitiré.
No pudo dejar de sonreír. Era dulce cuando daba órdenes.
—Sí, señora.
Pasaron por la puerta, y el olor de animales mojados le asaltó la nariz. Estaba oscuro, así
que canalizó algunas chispas de energía hacia los ojos, usando el vínculo para mostrarle a
Viviana cómo hacer lo mismo.
Ella soltó un suspiro sobresaltado.
—Increíble.
El suelo había sido liso alguna vez, pero ahora estaba roto y lleno de hoyos.
Abandonados bastidores de metal diseñados para albergar cargas de palets de mercancías se
inclinaban peligrosamente contra una pared. Torcidas lámparas caían de conductos eléctricos a
lo largo del techo. Una carretilla oxidada cubierta de polvo y telarañas estaba a su izquierda,
tirada de lado, y los restos de una pequeña oficina estaban detrás de una ventana de cristal roto.
Lo que hubiese ocurrido aquí había sido inesperado y brutal.
Había dos altas puertas principales que conducían más profundo en la red de cuevas.
—¿Cuál debemos seguir? —preguntó Neal.
—Derecha.
Neal se dirigió hacia allí, escuchando con cuidado sonidos de movimiento. La espada en
una mano, lista para golpear a todo lo que se le acercara.
—Está cerca —dijo ella.
Un segundo más tarde, ella abrió la conexión, y Neal sintió lo que había hecho. Un
zumbido resonante llegó desde más allá de la puerta, casi tangible en su intensidad. Podía
prácticamente ver las ondas sonoras que emanaban desde el disco, reverberando con la magia
que el objeto alojaba.
Abrió la boca para decirle lo increíble que había sido eso cuando oyó un ruido de forcejeo
a su derecha, dentro de la cavidad donde estaba el artefacto.
Viviana jadeó de miedo. Neal sujetó la espada con ambas manos y se interpuso entre el
ruido y ella.
—Tranquila —susurró—. Te tengo cubierta.
Algo del terror que golpeaba a través de su enlace disminuyó y la oyó dejar escapar un
suspiro controlado. Poder fluía de él, y aunque no tenía idea de lo que ella estaba haciendo con
él, el sentimiento le dio un sentido de orgullo. De que era correcto.
—Eso es, cariño. Justo así.
Un segundo después, una ráfaga de movimiento explotó en la sala mientras cuatro sgath
cargaron contra ellos.

El poder llenó a Viviana. Le corría por las venas y se filtraba entre las células, hasta que
estuvo vibrando con él. Lo absorbió en su interior, disfrutando de la facilidad con la que se
vertía de Neal en ella.
La fuerza se acumuló en su interior hasta que sintió como si las costillas fueran a estallar
bajo la presión. Tenía que dejarlo salir, deshacerse de la energía antes de que la matara.
Neal le había dicho que podía usar magia, pero que no tenía idea de dónde podrían estar
sus habilidades, aparte de su evidente talento para encontrar artefactos de los Centinelas. Por
desgracia, ella tampoco lo sabía, y rápidamente se estaba haciendo demasiado tarde para
pensarlo.
A unos metros de distancia, Neal luchaba contra los monstruos que habían cargado
contra ellos. Podía sentir su necesidad de mantenerlos ocupados y lejos de ella, pero eran cuatro
y él sólo uno.
En un borrón de suaves movimientos, cortó la zarpa de una de las bestias, mientras
atacaba. Su sangre salpicó el brazo de Neal, chamuscando su chaqueta de cuero. La cosa aulló
de dolor y cayó hacia atrás, lamiendo sus heridas.
Dos más se lanzaron hacia delante para tomar su lugar, pero uno ignoró a Neal y la miró
directamente a ella. Los ojos verdes de su Mr. Yuck llameaban con una luz hambrienta y saltó
hacia delante, con las mandíbulas abiertas.
Un pulso vibrante golpeó contra el interior del cráneo, cerca de cegarla. Viviana reunió
una bola de poder y la arrojó hacia el sgath.
El cuerpo de la criatura giró en el aire, y dejó escapar un gruñido de dolor. Aterrizó duro,
arrastrándose por el agrietado suelo antes de que sus afiladas garras le desaceleraran hasta
parar.
Se volvió, el pelo erizado, siseando, mientras se escabullía hacia ella.
No lo había herido. Todo lo que había hecho era golpearlo.
Viviana se dio cuenta entonces de que no era rival para estas cosas. No era una
luchadora. Era un ratón de biblioteca. Una intelectual. No tenía con qué meterse en la batalla
donde los músculos y las espadas eran lo único que importaba.
Neal rugió y giró en un arco mortal. La cabeza de uno de los sgath voló por los aires
mientras su cuerpo seguía agarrado a él por unos pocos segundos.
—¡Tranquilízate! —gritó—. Puedes hacer esto.
No estaba convencida, pero si no hacía algo, los dos estarían muertos.
Ese pensamiento llevó una sensación de calma sobre ella. No permitiría que Neal
muriera, no cuando ella tenía el poder de detenerlo en la punta de los dedos.
Lo que necesitaba era una forma de enjaular a las bestias el tiempo suficiente para que
Neal los matara -una forma de protegerlo de sus ataques.
Viviana miró a su alrededor buscando algo que pudiera utilizar. Barras de acero hubieran
servido, pero todo lo que vio fue un palet destrozado con sacos de arena apilados y podridos. Si
utilizara su poder para empujar el palet contra una de las cosas y lo aplastara contra la pared,
podría funcionar.
El sgath acechándola se acercó por la izquierda. Neal estaba demasiado ocupado
luchando contra los otros para detenerlo.
Formó una imagen en la mente de lo que quería hacer y se convenció a sí misma de que
podía hacer que sucediera.
Uno por uno, los sacos de arena rotos volaron fuera de la plataforma, liberándola. La
alegría la llenó mientras empujaba más del poder de Neal, trabajando más rápido mientras el
sgath acortaba la distancia.
La última bolsa se rompió, derramando arena entre los listones de madera. Levantó el
palet en el aire, viendo una leve energía vacilante conectándolo con él a medida que avanzaba.
Lo empujó fuerte, absorbiendo tanta energía como el tenso cuerpo le permitía, y lo lanzó contra
la bestia.
Golpeó al sgath, haciendo que su espalda chocara contra la pared de roca. La cosa gruñía
y arañaba la madera. Sus mandíbulas se abrieron, enviando astillas de madera por el aire.
El palet se derrumbó con rapidez hasta quedar inutilizable.
El pánico la atravesó, entonces sintió un cálido toque rozándole la mente. Neal. Incluso
durante su propia batalla que amenazaba su vida, estaba preocupado por ella.
Podría llegar a amar a un hombre como ese si sobrevivían.
Viviana sostuvo al desintegrado palet en el lugar mientras buscaba otra opción. Lo único
que vio fue suciedad, arena y endebles estanterías metálicas.
Lo que no daría por tener a estos sgath muertos, disecados, y detrás de un cristal en un
museo.
Vidrio. Eso era. Necesita ponerlos detrás de un vidrio grueso y pesado.
Tan pronto como el pensamiento le entró en la mente, el poder que fluía a través de ella
saltó para obedecer. Calor brillaba fuera de ella, haciendo oscilar el aire. Las bolsas de plástico
que quedaban en el montón de arena se derritieron, creando un hedor químico.
El sgath retiró los restos del pallet que estaban sobre él y se abalanzó hacia ella, sólo para
detenerse al acercarse al calor abrasador que estaba produciendo el montón de arena que
resplandecía de naranja fuego.
La energía era canalizada a través de ella tan rápido que podía sentir el roce en el interior.
Acumuló calor dentro de la piel hasta que cada aliento que soltaba salía como una bocanada de
vapor.
—¡Demasiado! —oyó gritar a Neal en alguna parte fuera de su mundo de calor y presión.
No respondió. No podía permitirse perder su concentración ni un segundo.
La arena se reblandeció, toda esperando a que ella la formara en una masa espesa y
viscosa. Dejó al calor seguir llegando, mientras que envió espesas hebras de arena fundida hacia
los dos sgath restantes
Neal saltó lejos del calor abrasador. No se había dado cuenta de dónde había ido hasta
que sintió su toque fresco en la nuca.
Algo cambió en ese instante. Sintió un chasquido, como si un imán se hubiese pegado
contra el collar. Un latido más tarde, el conducto que había estado utilizando para sacar el
poder de Neal dentro de sí misma, se abrió, dejando un rugido de energía barrer dentro de ella.
Era demasiado. No sabía cómo controlarlo.
Apretó los dientes y se concentró en terminar el trabajo. Si todavía estaba viva cuando
terminara, iba a encontrar una manera de detener el torrente de poder antes de que la
destruyera.
La arena fundida se aplanó y tomó la forma para enjaular a cada sgath en su interior. El
olor a pelo quemado y el sonido de gritos salvajes rebotaron en las paredes de la cueva.
Ella no podía respirar. Tampoco podía Neal. Ahora que se había hecho cargo de la
amenaza, se dio cuenta que había creado otra. Había quemado todo el oxígeno de aquí.
Puntos negros le parpadeaban en la visión. Detrás de ella, Neal jadeó por aire.
Viviana cortó el flujo de calor, y utilizó la energía que bullía en su interior para empujar
el aire caliente fuera de la habitación.
Un viento frío barrió sobre ellos. Lo absorbió en los pulmones mientras se desplomaba al
suelo.
Neal la bajó con cuidado, acostándose con ella mientras se desplomaban. Su espada
chocó ruidosamente contra el suelo resquebrajado. Sus brazos la rodeaban, sosteniéndola cerca.
Él le estaba diciendo algo contra el pelo, pero no pudo conseguir que la mente trabajara lo
suficiente como para entender las palabras.
Al otro lado de la sala, los esqueletos humeantes de dos sgath estaban atrapados detrás de
granulosas placas con aspecto alquitranado de vidrio curvado.
—Gran truco —dijo Neal—. ¿Qué tal si cogemos el artefacto y te llevamos a un lugar
seguro?
—Me parece bien.
Ella extendió sólo una leve brizna de poder y vio el artefacto que brillaba intensamente
en el ojo de la mente en el suelo de la sala. Todavía estaba dentro de la caja tallada, sano y salvo.
Estaba demasiado cansada para levantarse, así que lo llevó hacia ella. Flotaba en el aire
hacia ellos.
—Veo que no estás teniendo ningún problema en adaptarte —dijo Neal—. Estás usando
mi poder como si lo hubieras estado haciendo toda tu vida.
La caja le aterrizó en la mano, caliente al tacto. Un instante después, su mundo se enfrió,
como si toda la alegría le hubiese sido extraída. Algo suave y cálido se deslizó bajo la camisa.
Un ruido alto, doloroso de duelo surgió de ella. Un segundo más tarde una espesa y sofocante
oscuridad cayó sobre ella.
CAPÍTULO 9

Neal atrapó a Viviana antes de que su cabeza pudiera golpear el suelo.


El pánico lo arañó, pero conservó la calma, porque sabía que era lo único que podía
ayudarla ahora.
No tenía ni idea de lo que le estaba ocurriendo, pero algo tenía que ver con la luceria.
Habían encontrado el artefacto, su promesa se cumplió, y la luceria se desprendió. Justo como se
sospechaba que pasaría.
Sin embargo, no se suponía que Viviana fuera a desmayarse.
Neal no tenía idea de cuántos otros peligros podrían estar acechando aquí dentro.
Necesitaba sacarla a la seguridad. O, mejor aún, conseguir a uno de los Sanguinar, sanadores, así
podrían averiguar qué había salido mal.
Sacó la luceria de su ropa y se la sujetó de nuevo alrededor del cuello para custodiarla.
Odiaba llevarla puesta otra vez, odiaba pensar que su vida volvería a ser lo que había sido, llena
de dolor y muerte inminente. Una vida sin Viviana.
Tenía que convencerla de que se dieran otra oportunidad de estar juntos. Unas pocas
horas no eran suficientes para que ella supiera que se pertenecían mutuamente. No se había
planteado la prueba de la forma que él lo hacía. No había manera de que ella lo supiera, sino
por la fe.
La necesitaba para darle esa fe, sólo por un tiempo más.
Neal se la llevó a la camioneta, poniéndola en su interior. Sus ojos se abrieron y sus
pupilas eran pequeños puntos negros aterrados.
—Devuélvemela —gruñó, su voz ronca, como si hubiera estado gritando durante horas.
Le apartó suavemente el pelo desordenado de la cara, con la esperanza de consolarla.
—¿El qué, cariño?
Con los ojos fijos en la garganta, su barbilla comenzó a temblar.
—Tú no me la puedes quitar. Es mía. La necesito. —Su mirada subió a la suya—. Te
necesito.
Neal estaba demasiado sorprendido para hablar. Nunca se imaginó que ella quisiera
quedarse con él, sólo esperaba oír esas palabras.
Su voz era tensa.
—Por favor. He estado sola demasiado tiempo. Ahora sé a donde pertenezco.
—¿Dónde está eso?
—Contigo. Con tu gente. Mi gente.
Ella levantó la mano, sus dedos delgados se enroscaron alrededor de la luceria. Ésta cayó
del cuello y se enrolló alrededor de su mano como si tratara de acercarse más.
Neal se la cogió a ella y la sujetó alrededor de su garganta. No quería correr el riesgo de
que cambiara de idea, luego se rasgó la camiseta, marcando una línea sobre el corazón.
—Mi vida por la tuya, Viviana —prometió.
Y luego contuvo el aliento. Tenía tanto poder sobre él. Ella no sabía todos los detalles de
su unión, o cómo su vida estaba en sus manos. No quería el factor de la culpa en su promesa,
así es que mantuvo la boca cerrada. Tomaría lo que ella quisiera darle y se sentiría afortunado
por cualquier tiempo que tuviera con ella.
—Me quedo contigo, Neal. Tú eres la única persona en el mundo con la que puedo estar y
no sentirme sola. No voy a dejar esto. No voy a dejarte ir. Creo que te amo.
El corazón de Neal casi estalló de alegría. Nunca pensó que sería lo suficientemente
afortunado para tener a alguien como Viviana en su vida, atada a él por el amor y el deber.
Puede que ella no conociera su propia historia, pero iban a construir juntos un futuro.
Cuando el miró, la luceria se encogió adaptándose a su estilizado cuello, la
profundización de un rico color bronce que iba perfectamente bien con su piel. La Dama de
Bronce.
—Sé que te amo —le dijo él, y luego la besó. Estaba lleno de dulzura, esperanza y
promesa, justo como sería el resto de sus vidas juntos.

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