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Atia contempla la pila de libros que hay sobre su cama con el ceño fruncido.
El erudito está sentado en medio de ellos con las piernas cruzadas. Sonríe cuando
entramos y sostiene un volumen, señalando una línea en el centro de la página.
—¡Lo encontré! —exclama—. Si quieren mi opinión, soy un absoluto
genio. Se los dije, ¿no? Dije que el conocimiento es nuestra mayor arma y esta es
la prueba.
Atia le frunce el ceño.
—¿Eso es lo que estuvieron haciendo toda la noche? —pregunta con una
ceja levantada, mirando entre Cillian y él—. ¿Leyendo?
—¿Por qué? —dice Tristan. Unas gafas están colocadas en el borde de su
nariz a medida que mira entre nosotros—. ¿Qué estuvieron haciendo ustedes dos?
Atia parpadea y luego toma rápidamente uno de los libros que Tristan había
descartado hace mucho tiempo.
—¿Hay algo de mí aquí? —pregunta descaradamente.
—No —responde Tristan—. Eludes la palabra escrita. Ahora concéntrate.
Atia lo desestima.
—¿Qué encontraste en tu investigación?
—La entrada a Oksenya —dice con orgullo.
Eso despierta la atención de Atia, al igual que la mía. Ambos caminamos
hacia adelante, apiñándonos alrededor del libro de Tristan para ver su
descubrimiento.
—No lo menciona por su nombre —continúa—. Pero todos ustedes siguen
llamándolo el reino bendito y aquí mismo habla de una tierra de santidad donde
todas las cosas encuentran descanso. Ahora bien, esa vampira Sapphir (en serio,
esa persona horrible) dijo que no le importaba viajar allí. Luego las hermanas de
las Erinias… de nuevo, simplemente mujeres horribles…
—¡Tristan! —exclama Atia, intentando darle sentido al texto que tenemos
delante. Todo me parece un trabalenguas—. Concéntrate, ¿recuerdas?
—Ah, claro —dice tímidamente—. Lo siento. Bueno, mencionaron que los
barcos encontraban puerto en lugares prohibidos y todo eso me hizo pensar:
Oksenya está custodiada por ríos. Ahora si hay puertos, seguramente hay barcos.
—¿Qué tipo de barcos? —pregunto, inseguro.
—Uno de tus barcos —responde Tristan—. Los que usas para transportar
almas al otro lado.
—El Después y el Nunca —corrijo.
—¡Exacto! —dice Tristan, chasqueando los dedos.
Vuelve a levantar su libro, un volumen que puedo ver titulado Más allá de
nuestro mundo y dentro del suyo: una exploración de los dioses y monstruos de los
reinos.
—Habla de que el río de Firia es la puerta de entrada a Oksenya que solo
los dignos pueden cruzar, pero luego dice aquí mismo cómo los mensajeros de los
dioses (ese eres tú, Silas) transportan almas perdidas al Después o al Nunca a través
del río de la Muerte. Si todos los ríos rodean Oksenya, significa que todos están
conectados. Entonces, si tomamos un bote hasta el río de la Muerte, nos llevará
directamente al río de la Eternidad sin vigilancia alguna, de modo que puedas beber
sin necesidad de intentar entrar a Oksenya. Luego, una vez que seas inmortal,
puedes elegir a un Dios del Río para matar.
—Dioses del Río —dice Atia rápidamente—. Uno para mí y otro también
para Silas.
Casi había olvidado que ese fue el trato que Atia y yo hicimos cuando
acordamos por primera vez ayudarnos mutuamente. La ayudo a romper su
maldición si me ayuda a matar a la diosa del Olvido y recuperar mis recuerdos
humanos.
La vida que tuve antes de ella.
—Entonces, Silas ahora solo necesita llamar su barco de la muerte…
—No se llama barco de la muerte —interrumpo.
Tristan me ignora.
—… y podemos partir. En lo personal, creo que probablemente sería mejor
matar al dios que resguarda el río de la Muerte. Si creaba heraldos, Silas podría
usar su conexión para desequilibrarlo. ¿Cuál es su nombre?
La mandíbula de Atia se aprieta, pero permanece en silencio.
—Thentos —respondo, sintiendo su ira dentro de mí.
Quiero que ella tenga esa oportunidad más que nada. Merece la paz que le
dará finalmente vengar a su familia.
—De hecho, podría matarlo —dice Atia.
Frunce el ceño ante sus manos, como si su sangre ya estuviera allí y no
pudiera decidir cómo lavarla.
—¿Eso no es bueno? —pregunta Tristan—. Matas a Thentos y todo esto se
acabará.
Él no comprende lo que significa este dios para ella.
Solo ha hablado de esa noche conmigo.
Atia ignora a Tristan y me mira.
—¿En serio crees eso? —La voz de Atia es tensa. Hay tormento allí, pero
se lo traga—. ¿Eso es lo mejor para los reinos, matar a un par de Dioses del Río,
romper nuestras maldiciones y huir?
—No —digo honestamente—. No creo que lo sea.
Mi voz es ronca.
El reino que Tristan e incluso Cillian han llamado hogar, que quiero explorar
y cuyas maravillas Atia me ha mostrado, será destruido por el engaño y el mal si
permitimos que los Dioses Supremos continúen robando y castigando monstruos,
cambiando las reglas cada vez que les plazca. Su alianza con Vail lo ha demostrado.
Los Dioses Supremos son los que deben ser destruidos por el bien del
mundo.
—Una vez me dijiste que los dioses nunca descansarían, y que mientras
estuvieran vivos, nunca tendríamos control sobre nuestros propios destinos —le
digo.
Ahora entiendo que Atia tenía razón.
Su rostro se endurece.
—También te dije que la única forma de cambiar las cosas era quemar sus
casas.
—Entonces, vamos a quemarlas —le digo—. Juntos.
Atia me mira, como si no pudiera estar segura si hablo en serio o no.
Matar a los tres Dioses Supremos es una tarea mucho más grande que
simplemente romper una o dos maldiciones.
—Eso es si crees que en realidad podemos hacerlo —agrego.
—Creo en nosotros —dice Atia, sin perder el ritmo—. Y confío en ti.
No tengo palabras para responder a eso. Quiero acercarla a mí como lo hice
anoche y dejar que encuentre en mí todo el consuelo que necesita.
Atia ha llegado tan lejos. Está dispuesta a hacer un esfuerzo adicional para
conseguir todo lo que quiere, y arriesgarse a morir a manos de los Dioses Supremos
para proteger los reinos.
Confía en mí, pienso, y el pensamiento me golpea como un puño, lo
suficientemente fuerte como para desequilibrarme. ¿Se arrepentirá de hacerlo?
—Para ser claro —dice Cillian, mirando entre nosotros—. ¿Ya no estamos
hablando de colarnos para romper una o dos maldiciones, sino de robar los poderes
de los Dioses del Río para luego matar a los tres seres divinos que nos crearon?
¿Todo para salvar a los monstruos del mundo?
Atia y yo asentimos.
—Me dieron la impresión de que ninguno de los dos era noble —dice
Cillian con una mirada fulminante—. Me siento muy estafado.
—¿Eso significa que estás dentro? —pregunta Atia, sorprendida.
—¿Qué, como si fuera a dejarte tener toda la gloria? —resopla Cillian.
—Sabes que yo tampoco voy a perderme la aventura —dice Tristan, antes
de que Atia pueda preguntar.
No se molesta en levantar la vista de sus libros.
—En realidad, es una guerra —lo corrijo—. Para que quede claro.
—Cierto —dice Tristan—. Pero ahora tenemos un plan. Entonces, ¿es
posible desviar su barco?
—Sí, en teoría —respondo—. Pero para llamar un barco necesito un alma
perdida, que no tenemos. Si vamos a buscar una, allí habrá un heraldo. Los dioses
saben que estoy trabajando con Atia y no me sorprendería que asignaran varios
heraldos a cada alma. Cualquier poder que tenga, ellos también lo tienen. No
podemos arriesgarnos a que tomen la delantera. Además, solo llevo almas a la
entrada del río de la Muerte, que llamamos zona de clasificación —continúo—.
Le pago una moneda al guía para que pueda pasar con seguridad, y desde allí él
los lleva al otro lado. A los heraldos no se les permite ir más lejos.
—Entonces, ¿lo que estás diciendo es que la mejor manera de interceptar
uno de estos barcos es ir a esta zona de clasificación y requisar uno del guía? —
pregunta Atia.
—Eso no es exactamente lo que dije…
—¿Un viaje a la sede de los heraldos para robar un barco de la muerte e
invadir el reino bendito de los dioses? —reflexiona Cillian—. Ah, estoy tan
interesado.
Me toco la sien con un dedo, preguntándome qué es lo que he hecho.
—Está bien —dice Atia. Ella aplaude, con una sonrisa mortal pintada en sus
labios—. Entonces, ¿cómo llegamos a la zona de clasificación?
Aparentemente, un heraldo no puede simplemente usar sus alas de sombra
para ingresar a la zona de clasificación, sino que hay una entrada secreta a lo que
a Silas le gusta llamar la Biblioteca de las Almas.
—La Biblioteca de las Almas —dice, su voz como si estuviéramos sentados
alrededor de una fogata con una linterna en la cara—. Es un lugar muy sagrado. Es
donde almacenamos cada recuerdo, cada pensamiento de los muertos para
guardarlo en caso de que los dioses lo necesiten. Los heraldos vienen aquí después
de que entregamos las almas al guía.
Subimos las escaleras de una biblioteca muy humana.
Es un lugar pequeño y sin pretensiones, como la mayor parte del reino de la
Tierra en el que reside. Mientras que el de la Alquimia tiene edificios que parecen
luz de estrellas y el del Agua tiene cascadas que caen del cielo, el reino de la Tierra
tiene simplicidad. Edificios cubiertos de hiedra y pétalos de flores, como este.
—La Biblioteca de las Almas también sirve como entrada para los heraldos
que no tienen almas perdidas pero necesitan acceder a la zona de clasificación por
cualquier motivo —continúa Silas.
Abre la única puerta de piedra conduciendo al edificio, que no puede ser
más grande que una casa promedio o las escaleras de la taberna Covet.
—¿Razones como la reunión semanal del personal? —ofrezco.
No puedo evitar encontrar entrañable la seriedad de Silas. La forma en que
aprieta la mandíbula y frunce el ceño.
Aprieto mis labios ante el recuerdo de su beso.
Ojalá hubiera tenido tiempo de preguntarle qué significaba para nosotros
seguir adelante. O hablar con Tristan y Cillian al respecto, y ver qué pensaban que
podría significar.
Desearía poder besarlo otra vez, aquí y ahora.
—Razones como recibir mensajes divinos —continúa Silas—. O tener que
combinar los archivos de las familias fallecidas, o hablar con otros heraldos sobre
muertes relacionadas en el área para establecer un patrón y si está relacionado o
no con lo sobrenatural o lo natural.
—Eso me suena a una reunión del personal —digo encogiéndome de
hombros.
Cillian resopla y resuena en el vacío vasto de la habitación pequeña en la
que hemos entrado.
Hay un único mostrador, con un hombre con gran bigote durmiendo detrás
de él en una silla de madera, con sus gafas resbaladas hasta la punta de su nariz.
Libros se alinean en el mostrador y en cada pared, subiendo y pasando por
la única ventana y curvándose hasta las rondas de la puerta por la que entramos.
No hay espacio para ladrillos o faroles en ninguna pared, donde sí podría haber
capítulos. En el centro de la habitación hay dos mecedoras, con montones de
papeles mojados de tinta y plumas a sus pies.
Historias nuevas, listas para nacer.
—Entonces, ¿esta es la Biblioteca de las Almas? —pregunta Tristan.
—No —responde Silas—. Esta es una biblioteca que contiene la entrada a
la Biblioteca de las Almas.
—Eso es complicado —murmuro.
—Así son los dioses.
—Debe haber más libros hacinados en esta sala que en todas las bibliotecas
de Vail juntas —dice Tristan asombrado—. ¿Cómo es que cabe todo esto?
Da un paso más cerca, inspeccionando un estante de libros junto a la manija
de la puerta.
—Es casi como si se fusionaran. Solo puedes diferenciar uno del otro
cuando entrecierras los ojos de cerca.
—Se llama magia —dice Silas—. No actúes como un viajero.
—Entonces, ¿todos estos son libros sobre monstruos? —pregunta Tristan.
—No. —Silas señala un volumen justo encima de la cabeza de Tristan—.
Ese es sobre papas.
Me froto el estómago.
—No te burles de mí —le digo—. Ha pasado una eternidad desde que
comimos.
—Ha pasado una hora —corrige Silas.
—Exactamente.
Los bollos calientes con pasas que habíamos comido antes de venir aquí no
fueron suficientes.
—No es que no esté enamorado del asombro en los ojos de Tristan —dice
Cillian, bajando la voz a un susurro—. ¿Pero estás seguro de que estamos en la
biblioteca correcta?
El hombre detrás del mostrador despierta ante esto.
—¿Tienes tu tarjeta de la biblioteca? —murmura somnoliento.
Silas señala su broche de corbata.
—Sí.
—Bien —dice el hombre con brusquedad.
Cierra los ojos una vez más y el sonido de los ronquidos vuelve a llenar con
rapidez el lugar.
—Guau —digo—. Tremendas medidas de seguridad.
Silas se ríe.
—De todos modos, nadie más que un heraldo puede sentir la entrada.
—Entonces, ¿dónde está la entrada?
—En un libro —dice Silas, como si fuera obvio. Mira a Tristan—. Como
dijo una vez el erudito, sus historias nos transportan.
—No lo dije tan literalmente —dice Tristan—. Pero estoy maravillado por
la realidad. ¿Todos los heraldos del mundo pasan por aquí?
Silas pasa los dedos por los lomos de los libros más cercanos a la puerta,
buscando el volumen adecuado.
—Existen diferentes bibliotecas para heraldos de diferentes territorios —
explica—. Cada una es un secreto guardado celosamente. Pero así es como la
mayoría de los heraldos del reino de la Tierra entran sin un alma perdida.
Hace una pausa, su mano deteniéndose en un volumen antes de suspirar y
luego continuar. Después de todo, no es el correcto.
—¿Podemos ayudar a mirar? —pregunto—. ¿Cómo se llama el libro?
—Cada vez hay uno nuevo —responde Silas, aparentemente frustrado con
las reglas extrañas de nuestro mundo—. Lo sabré cuando lo sienta. No pasará
mucho tiempo.
—¿Y si mientras tanto llega otro heraldo? —pregunto.
—No les dejes saber que estamos planeando una traición.
Le doy un codazo en las costillas y Silas se sobresalta, con una sonrisa
burlona en sus labios. Mi corazón se acelera al verlo. No puedo evitarlo. Aún puedo
saborearlo, sentir sus manos contra mi espalda y atrayéndome hacia él.
No fue suficiente. Ansío que me toque de nuevo.
Me aclaro la garganta antes de que mis mejillas empiecen a sonrojarse y
empiezo a registrar las estanterías.
A pesar de la insistencia de Silas en que solo un heraldo puede encontrar la
entrada, estudio cada línea de libros con atención, buscando algo fantasmal entre
sus lomos de colores.
Estoy a medio camino de la habitación cuando siento que el pétalo de mi
padre comienza a zumbar dentro del bolsillo de mi pecho. Al principio lo confundo
con los latidos de mi corazón, pero las vibraciones se vuelven claras y empujan mi
pecho tal como lo hicieron cuando Silas me besó.
Retrocedo un paso, alejándome de la estantería y el zumbido se detiene. Me
acerco de nuevo y se reanuda. Paso mis manos rápidamente a lo largo de los libros,
con las palmas planas sobre todos ellos hasta que llego a un volumen y el zumbido
se intensifica tanto que siento como si me estuvieran golpeando el pecho.
Saco el volumen de su estante y me tiemblan las manos.
Es completamente negro, con una sola palabra inscrita en oro a lo largo del
lomo, reflejada en una fuente igualmente pequeña en la portada.
Baíno.
Para entrar.
—Es este —digo.
Silas frunce el ceño desde el otro lado del lugar.
—No puedes saber eso.
Pero lo hago.
El pétalo de mi padre prácticamente me grita.
Aquí, aquí. AQUÍ.
Silas se acerca a mí, y me quita el libro de las manos. El pétalo se calma al
momento en que lo saca de mis manos.
Silas parpadea y el ceño fruncido se profundiza en su rostro juvenil.
—Tienes razón —dice—. ¿Cómo es posible que sepas eso?
—Con esto.
Saco el pétalo de mi bolsillo y lo ofrezco para que los tres lo vean.
—Esto pertenecía a mi padre —le explico—. Me guio hacia allí.
—¿Un pétalo te guio hasta la entrada? —pregunta Tristan—. ¿Es… es
normal que los pétalos hagan eso en este mundo?
—No, no lo es —responde Silas, mirando el pétalo—. Eso me resulta
familiar.
—¿Familiar, cómo? —pregunto.
—Parece ser el mismo tipo de pétalo de flor que adorna nuestras plumas —
dice—. ¿Era de tu padre?
Asiento y envuelvo el pétalo en mi palma.
—¿Es posible que mi padre haya estado antes en la Biblioteca de las Almas?
¿El pétalo podría cargar el recuerdo de eso?
—Es posible —dice Silas, aunque con escepticismo—. No sé por qué
tendría una razón para hacerlo, o cómo habría obtenido ese pétalo, pero hay
muchas cosas que no sabemos y solo hay una manera de obtener respuestas.
Deja el libro suavemente en el suelo, a nuestros pies.
—Los Dioses Supremos y sus hijos inferiores me guían hasta aquí —entona
Silas.
Las páginas comienzan a parpadear inmediatamente, el libro buscando por
sí mismo lo que necesitamos. Finalmente se detiene en una página completamente
negra con el contorno de una sencilla puerta blanca en el centro. El libro se detiene
por un momento y luego se estremece, una luz blanca cegadora brotando de él.
Una puerta brota de sus páginas frágiles.
—Síganme —dice Silas.
Empuja la puerta para abrirla y entramos.
La Biblioteca de las Almas no es una biblioteca en absoluto, sino una sala
de archivos. Son filas de gabinetes y cajones, más altos de lo que puedo ver,
atravesando la habitación en una línea interminable. Es inconmensurable y mi
visión se vuelve borrosa mucho antes de que pueda empezar a ver dónde podría
terminar.
Avanzamos y mientras lo hacemos los gabinetes azules parecen moverse
junto con nosotros. Se ondulan como las olas del mar sobre un fondo de negro
interminable.
—¿Qué es este lugar? —pregunto.
—Eternidad —susurra una voz.
Mis ojos se abren del todo cuando escucho una risa tranquila desde algún
lugar a nuestro lado. Una risita que me hace enroscar los dedos de los pies. Una
criatura se escabulle desde uno de los cajones. De extremidades grises con ocho
dedos delgados en cada mano, agarrándose al borde del cajón para mirarnos.
Se lame unos labios finos.
—Joven de los viejos mundos —dice la criatura—. Has traído algunas cosas
perdidas muy especiales.
Salto hacia adelante para cortar a la criatura en dos antes de que pueda hacer
sonar la alarma y advertir a los demás de nuestra presencia, pero un par de manos
firmes me agarran por la cintura y me empujan hacia atrás.
—¡Suéltame! —digo contra el agarre de Silas—. Tenemos que lidiar con
esto.
—Es inofensivo —dice Silas.
Su aliento es caliente contra mi oreja. Ignoro la forma en que su corazón
golpea contra mi espalda, latiendo a través de mí.
—Será más inofensivo cuando esté muerto —digo.
Aprieto los dientes con fuerza y la criatura frente a mí se aleja aún más de
los cajones. Se arregla la pajarita y luego, dice bastante indignado:
—Gracias, ya hace bastante tiempo que estoy muerto.
Me ablando ante el agarre de Silas y él me suelta, sintiendo que la pelea me
abandona.
—¿Muerto? —pregunto.
—Aquí todas las cosas están muertas —dice la criatura—. Tal vez incluso
tú.
Le apunto mi daga.
—No me amenaces.
—Atia. —Silas deja escapar un suspiro, y se aparta el cabello despeinado
de la cara—. Este es el Guardián de los Archivos. Y como dije, es inofensivo.
—¿Guardián de todos estos archivos? —pregunta Tristan, sus ojos
recorriendo la gran extensión de la habitación.
La criatura asiente.
—Debe gustarte mucho leer —dice Cillian. Le da un codazo a Tristan—.
Pájaros del mismo plumaje, ¿no?
El Guardián de los Archivos duda, su mandíbula pulsando en un ceño
fruncido.
—No me gustan los pájaros. Se cagan en todo.
—Nunca se han dicho palabras más ciertas —digo—. Ahora no nos hagas
caso, simplemente vamos a seguir con nuestros asuntos.
El Guardián de los Archivos se hace a un lado, su cuerpo diminuto apenas
llegando a mis caderas pero de todos modos bloqueando mi camino.
—¿Qué eres? —me pregunta con curiosidad.
—Una nefas —respondo, con las cejas arqueadas en un desafío.
—Extraño. —Huele el aire—. Hueles raro para ser una nefas.
Me pongo rígida ante el insulto.
—Aunque no es tan malo como ese humano. —El Guardián de los Archivos
señala a Tristan y luego susurra—: Hay un olor muy suave en ese.
Silas ni siquiera intenta contener un bufido a mi lado.
—¿Por qué finges ser humano? Esa piel no es la verdadera —dice el
Guardián de los Archivos, contemplándome con curiosidad.
Un experimento, o un trofeo parecido a los del museo de Vail.
—Es una larga historia —dice Silas—. ¿Vas a decirle a alguien que estamos
aquí?
—Ah —dice el Guardián. Pasa la mirada de Silas a mí, y luego de nuevo a
Silas—. Ella es esa nefas. —Huele el aire a mi alrededor otra vez—. Sí, sí, hueles
bastante maldita.
Cruzo los brazos sobre el pecho, indignada.
—Huelo muy bien.
Me duché antes de salir de la mansión e incluso usé algunos aceites de
lavanda que encontré debajo del lavabo, ya sea del viudo o su difunta esposa.
—Yo digo —grita el Guardián—. ¡Aquí también hay un banshee! —Parece
mucho más encantado con Cillian que conmigo—. ¡Qué compañía ecléctica has
estado teniendo! ¿Qué más estás coleccionando?
Mira detrás de nosotros, para ver si otros monstruos nos han seguido.
—¿Y qué eres exactamente? —pregunto, observándolo con la misma
mirada de curiosidad morbosa.
—Muy viejo —dice el Guardián—. Y siempre muy cansado.
Bienvenido al club, casi digo. Que la gente intente matarte todos los días es
igualmente agotador.
—¿Puedes ayudarnos? —pregunto en su lugar.
—Probablemente no —responde el Guardián—. Pero de todos modos
pregúntame.
—Estamos buscando un barco que nos lleve al río de la Muerte de modo
que podamos matar a un Dios del Río, entrar a Oksenya y librar una batalla contra
los Dioses Supremos. ¿Puedes ayudar con eso?
—¡Atia! —Los ojos de Silas se abren por completo.
El Guardián de los Archivos solo parpadea, sin ofenderse ante la idea de
asesinato o traición contra los Dioses Supremos.
—Aquí no guardan los barcos —dice—. Pero sé dónde puedes encontrar
uno.
Flochi y LizC
Flochi y LizC
Bruja_Luna_